NQM #3

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Nota Editorial Un día te levantás y está el primero. Un grano enorme, amarillo, blanquísimo sobre tu cara. Si fuera un grano, bueno, pero no es uno, son muchos. Como los conflictos, la voz áspera de pajarito, las tetas creciendo a la ridícula velocidad en que la espalda se encorva. No vamos a caer en el lugar común de decir que la adolescencia es la peor etapa. Digamos, mejor, que tiene mala prensa. Mirémosla desde todos los puntos de vista. En este número de NQM vamos a entrarle a la pubertad, que adolece menos que la adolescencia. Poemas. Dudas. Amor. Angustias. Recuerdos. Pajas. Dramas existenciales. Menstruaciones. Dilación. Y el infaltable aporte del humor. Todo lo que encontramos en estos meses de hacer la revista que queremos. Además, dos cuentos inéditos, el primer capítulo de un folletín, lo que hay que ir a ver al teatro, lecturas recomendadas, la Audioteca de poesía contemporánea, y la obra artística de un actor que supo articular dos disciplinas. NQM crece. A los tumbos, como puede. Pero crece. En cantidad de páginas, contenidos y colaboraciones. Desproporcionada y con toda la incomodidad. Pero acá está, hecha una mujercita.

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06. Peteco Muñoz Nuestro columnista más anciano, despliega su más desarrollado don de gentes y se sienta a pensar en la etapa del estirón.

SUMA

08. Relatos Breves. Analía Medina

Una minita se va de boca y cuenta todo.

12. Necrodrama. Fernando Rodil Entrevistamos a los protagonistas de un ciclo de teatro latinoamericano que encabeza la vanguardia de las artes escénicas.

18. Todo lo tuyo es hermoso. Ignacio Molina La versión actual de poesía romántica.

20. 4 preguntas a Molina. Julia Pirani. Una editora entrevista a un escritor y nos tira la posta de los talleres literarios.

22. Sobre la seguridad psicológica... Gustavo Pascaner La demencia de un obsesivo compulsivo en los laberintos de su propia casa.

26. “Toda esa gente está acá”.

30. Sol Pleno. María Bernardello

Leticia Martín Viajamos a Bahía Blanca y entrevistamos a Valeria Tentoni, la creadora de la Audioteca de poesía contemporánea.

Una ficción inédita de una narradora que la viene rompiendo hace rato.

Artes Combinadas

10. Carta abierta. Laura Peña

Tentempies

Editorial

Un aula en un colegio secundario en los años de la 13/20, una narradora que usa Kickers, bancos escritos con lapicera, The dark side of the moon y las hojas Rivadavia.


ARIO

80. Fe de erratas. Sr. T.O.C. Los pedidos de disculpas de un corrector culpógeno y reprimido.

78. La muerte en 140. Ana Ojeda Todo lo que piensa de la muerte una escritora de prosa refinada.

Artes Combinadas

Música

Letras

66. Galería NQM. Tulio Gómez Álzaga. Un artista que logró combinar dos disciplinas.

60. Llanto de sauce. Por qué hay que ver la nueva obra de teatro que pone en escena la compañía Aqueles.

56. En el camino de la tierra. Marcelo Guerrieri Un cuento que nos da orgullo publicar por primera vez.

54. Sueños del hombre elefante. Leticia Martin Reseña del libro fragmentario, oscuro y anormal, de Juan José Burzi.

50. Zombies. Rob Idem La zaga de los vueltos de la muerte.

46. Vida y obra de Fernando Legile. Sebastián Leonángeli Un folletín escrito exclusivamente para la revista, en la era de Internet.

40. Encontronazos. Daniela Regert Historias cortas de sexo y de gente ilustradas por la mano maestra de Sofía Barrera.

38. Inspirado en canciones. Iván Dessau Victoria Baldoni fotografía Barbies conducida por Iván Dessau, a la pesca temas pasados de moda.

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PETECO MUñOZ

Por Peteco Muñoz I Ilustración: Sofía Lapenta

Buenas noches, despreciables lectores, burgueses irreparables que prefieren leer una mugrienta revista pegados a la pantalla de este aparato demoníaco que salir y hacer la Revolución. Mi nombre es Peteco Muñoz, y esta vez vengo a hablarles de una criatura digna de por lo menos cuatro de los siete círculos del Infierno. El adolescente. Ese raro híbrido, cuyo principal talento es la indecisión, cuya preocupación por antonomasia es la Playstation, es el puente entre dos períodos no menos nefastos de la vida de cualquier individuo: la niñez y la adultez. Como todo puente, el puberto carece de una esencia sólida, de una identidad marcada, conformándose más bien con una concepción heraclítea del ser: “ser lo que va pintando”. Es un modo muy inteligente de no preocuparse de su propio futuro, ni, por descarte, del de su entorno político-social. El ser por devenir “como el río que nunca es el mismo” habla de un sujeto pasivo al que la Historia “le acontece”, y que no tiene poder para transformar efectivamente éste, el “mejor de los mundos posibles”. El adolescente, podríamos decir, posee lo peor de cada uno de los períodos que conecta. De la niñez mantiene la compulsión a ser mantenido económicamente por los padres, el capricho mezquino consumista, y la virginidad. De la adultez mantiene la voracidad sexual, la autosuficiencia, el amor por el dinero y el respeto de las instituciones. Este último punto puede llegar a ser discutido. No prometo evitar la violencia física si se da el caso. Porque todo aquel que afirme que el adolescente es REBELDE por naturaleza tendrá que explicarme, entre bofetada y bofetada que le encaje, a qué llama rebeldía, y si acaso no está confundiendo REVOLUCIÓN con REBELDE WAY. Aunque no vamos a ponernos en contra de una persona tan generosa para la fe pública como Cris Morena, que todos los años nos regala una ficción nueva en la que muestra sin ningún tipo de caretas de qué manera está corrompida y alelada esta etapa de la vida de nuestros ciudadanos. Gracias a Cris Morena yo puedo afirmar con seguridad mi prejuicio hacia esos proto-alienígenas de camisetas con escote en V y flequillos que declaran a gritos “MI SEXUALIDAD TIENE LA FIRMEZA DE UN CARAMELO MASTICABLE”. Gracias a Cris Morena tengo bien identificado a mi enemigo. Es por eso que agradezco a esta mujer y la llamo mi camarada. Y digo todo esto rodeando con una mueca de asco una de las principales actividades del monstruo menor de edad: el onanismo. No quiero detenerme sobre este tema porque a pesar de todo conservo el buen gusto, el buen gusto popular. Y declaro que jamás me atrevería a estrecharle la mano a un adolescente por el obvio peligro de encontrar ese saludo demasiado pegajoso. Así que advierto a todo individuo de cualquier clase social y género menor de veintiún años que trate de evitar la zona de Constitución, pues últimamente me hice aficionado a cargar un ladrillo en cada mano, y proyectarlo hacia el primer peatón que irrite mi perspectiva ideológica con su sola presencia. Soy Peteco Muñoz, y soy peligroso aún cuando estoy sereno. Y desde la caída del Muro de Berlín que estoy enojado. Así que manténganse lejos.

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Relatos Breves

Pausa

en el cielo con diamantes.

Por Analía Medina lustración: Jimena Salomone

Estaba en clase de Instrucción Cívica. ¿Existe aún esta materia? La profesora era “ojitos de vaca”, así le decíamos. Mis compañeros y yo nos jactábamos de hacerla desviar de tema constantemente. Ya no recuerdo cuál era el programa original pero sí todos los temas que abordamos gracias a nuestra “viveza”: la última dictadura militar, los represores que andaban sueltos gracias al indulto y otras cuestiones de la actualidad del país. Después de esas conversaciones de ochenta minutos todavía creíamos que nos habíamos salido con la nuestra. Fue en una de esas clases que, vaya uno a saber por qué, la profesora dijo: “este es un momento único para ustedes, no se va a repetir”. Puse pausa. Miré mi remera, mis zapatos, mi guardapolvo blanco. Era de los que se abrochan atrás y ya me quedaba cortísimo, como una camisa larga. Pronto iba a estar lleno de firmas de gente que quizás no volvería a ver. En los pies mis zapatos imitación Kicker´s, pero no los que había usado en la primaria, azules con hebilla. No. Ahora a las chicas nos gustaban las botitas acordonadas, estilo varón. Frente a mí, la carpeta negra con inscripciones en Liquid Paper. Estaba copada con nombres de bandas de rock y fragmentos de canciones. La libertad, irse al sur, el rock and roll. Con las chicas nos vamos a ir de mochileras y cuando volvamos viviremos todas juntas. Las hojas eran siempre número tres, rayadas, en lo posible Rivadavia. La rebeldía no era tanta como para migrar a las Éxito; menos que menos a las Gloria. Nombre, año y división anotados en el margen, a veces aparecía algún corazón con el amor de turno. Era tan fácil y lindo enamorarse a cada rato. Siempre había alguien que mataba el aburrimiento. Sufrir por amor era el mejor de los planes y escuchar por primera vez, “The Dark Side Of the Moon”, completo, el segundo. Después venía: transar a las 3am en un recital con una guitarra distorsionada de fondo. Debajo de la carpeta, en el pupitre, estaban las conversaciones escritas entre el turno mañana y el turno tarde: corazones, Chicago versus All Boys, todos putos, todos capos. Nadie tomaba nota, pero tampoco boludeaba. Coincidimos en una misma pausa, todos, como un Bariloche en el aire. Nos aferramos a ese momento para que se extendiera en los fichines, después de clase, o en una cerveza en el quiosco. Queríamos lo mismo, estirar esos segundos para juntar unos mangos y comprar la 13/20 o hacer durar más un verano. El timbre del recreo amenazó con un play que nos arrojaría al futuro inevitable. Salimos corriendo, nos reímos en la puerta mientras prendíamos puchos. Yo crucé la mirada con el “alguien” de turno. Decidimos ir a la plaza, en el camino compramos Coca y galletitas Surtido Bagley. Cantamos a los gritos, jugamos al Chancho va. La pausa era nuestra, detuvimos el tiempo.

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Carta abierta de una

pendex

lustración: Brenda Fahey

Hola, soy Laura Peña. Escribo porque la última Noche Shopping me dejó mal. En principio necesito expresarles por qué es que estoy plasmando estas palabras. Yo soy una chica normal (Sí, imbécil, soy la pendeja de 29 que se curte a tu primo de 20). Todos sabemos lo tentadoras que son las promociones en la Noche Shopping. Salí para aprovechar el 40% de descuento, quemar la tarjeta y endeudar a mis descendientes con tal de alcanzar el orgasmo de la compra compulsiva y sentirme una diosa curte-pendejitos. Las vidrieras brillaban, hablaban, e invitaban a sumergirse en el placer de sus productos. Vestidos, zapatos, polleras, remeras, blusas, sandalias, carteras, perfumes, aros, collares, pulseras... todo me seducía. Hacía mucho que no compraba. Me dejé llevar. Por eso pasó lo que pasó. Yo no soy así. En serio. Lo juro. Lo re juro. Tanta vibración hace que cualquiera se excite, y vaya lo excitada que estaba yo. Cada vendedor era la personificación misma del clímax sexual, y la compra era directamente el clítoris reventando de placer. Acabé dieciséis veces. Tes de la mañana, y todo el mundo bailando. Pero yo no bailaba con cualquiera, lo hacía sólo con las marcas más sexys. Esas que calientan cualquier tarjeta. Mientras la noche casi terminaba encontré al mejor vestido jamás soñado. Era de una marca a la cual sólo puedo calificarla como fresca, joven, innovadora, de pendeja calienta billetera pesada. Frené en el medio de la gigantesca puerta del local. Ahí exactamente, seis pasos hacia el interior, en ese punto central, se encontraba el vestido. Entré. Mis ojos deliriban recorriendo el diseño de seda finísima. El corte me deslumbró. La espalda semi descubierta, el escote a medio camino, su color, su textura, esa luz brillante que cegaba a todo aquel que pecara de mal gusto. Sólo pude obervándolo. Jamás gocé así la alta costura. Se acercó una vendedora. Una chica muy simpática. Feucha, pero no lo suficiente como para distraer a la clientela. Me preguntó si necesitaba algo. Hipnotizada, pues acababa de conocer al amor de mi vida, no le respondí. Prune. Ése era el nombre del vestido. La vendedora simpática

reiteró su pregunta. En esa mirada servicial supe ver de inmediato sus verdaderas intenciones. Ella venía a impedir que me llevara a Prune porque deseaba sacarlo con el descuento berreta de empleada. Lo que nunca pensó esta feucha, es que yo no iba a permitir que una morenita del interior como ella se llevara un vestido como ese. Saqué la tarjeta y, desafiante, le señalé a Prune. —¿Para regalo?—, me inquirió. Yo, ya inflamada cual skinhead vacacionando en La Paz, le ordené que se dedicara a traer el ticket. —¿Se encuentra bien? La maldita persistía en negarme lo que por derecho es mío. Ella, una empleaducha de cuarta, a mí, la inspiración nocturna de uno de cada dos pubertos. El Prune relucía, tenía que ser mío. Insistí en que entregara ticket y vestido. —Señora soy el encargado acá, ¿se encuentra bien? La vendedora la notó algo incómoda... Claro... la feúcha no se aguantó el apriete y mandó al noviecito de turno disfrazado de encargado para que termine el trabajo sucio, llamándome “señora”. No podía permitir que eso sucediera. Nadie iba a robar mi sueño de calentar billeteras y adolescentes. Tengo, necesito y exijo que ser la Chica del Verano 2013. Pero caí. Caí en sus provocaciones, a esas hábiles trampas para separarme del vestidito de mis sueños. —¿Señora? ¡Pendejo del orto quién creés que sos!? Curte feas como ésta feriante de cuarta. Y vos basura maloliente, remordimiento de padres, no pierdas más tiempo y traé el recibo. El silencio invadió el local, me sentí observada, intimidada. Algo olía mal, y no tardé en comprobar lo peor... todo era un complot. El pseudo encargado me quería endulzar con sus palabras, pero yo sabía exactamente qué tenía que hacer: golpearlo. Le pegué con las dieciséis bolsas, la cartera, el taco, con la mano (cerrada y abierta) y los pies descalzos. La ira me había tomado por completo. El encargado quiso devolver los golpes, pero alguien nos separó. —¡Policía!— Agarré a Prune de la mano como pude y salimos corriendo. Nos seguían la bruja vendedora, el noviecito de turno y un grupo de secuaces. Llegamos a la puerta del shopping. Nadie nos detenía. Nadie hasta que apareció él. El encargado de seguridad. —¡Ese pendejo y la fea me llamaron señora y no quisieron venderme lo me corresponde por derecho! Nadie me escuchó. Semanas más tarde, mi prima, pagó la fianza y volví a casa. Nunca volví a ver a Prune.

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NECRO

DRAMA la vanguardia de la muerte

Por Fernando Rodil Foto: Lucas Bustillo


Entre vista Advertencia preliminar: En esta nota voy a prescindir de cualquier tipo de sinónimo, metáfora, eufemismo o sujeto tácito para referirme a la Muerte. De las personas que voy a hablar y de su ideología resulta esta decisión. La Muerte es la Muerte, por mucha poética que queramos tirarle encima. Resigno, entonces, cierta elegancia gramatical, y probablemente resulte un poco repetitivo, pero como voy a hablar de la Muerte, me chupa soberanamente un huevo. NQM es NadieQuiereMorir. Somos bastante explícitos al respecto. No queremos morir, no lo aceptamos ni nos mostramos conformes con ese hecho. Sin embargo, no podemos negar que, con el nombre que elegimos, la Muerte tiene en nuestras vidas un protagonismo manifiesto. Incluso –y ahora hablo a título personal, puesto que es una emoción muy íntima- me declaro obsesionado, fascinado, profundamente perturbado por la mortalidad. Por todas sus facetas. Porque existen dos instancias cualitativamente diferentes de la Muerte: existe la Muerte de los otros y existe la Muerte propia. La una nos recuerda amargamente la otra, pero eso no las hace similares en absoluto. La Muerte de los demás forma parte de nuestras vidas, y está, por tanto, cargada de símbolos, de íconos, de ficciones. Está escenificada. La Muerte propia llega con todo el peso de lo real. Ninguno de los conceptos que generamos en vida para poder entenderla o imaginarla va a poder prepararnos para ella. La Muerte se deshace minuciosamente de cualquier tipo de representación. Es ese abismo en donde caen todos los significantes. El necrodrama comprende esto, y se interesa por la Muerte real, despojada y muda. La pregunta que nos surge tan temprano es cómo una manifestación artística puede abordar un tema eludiendo la representación. Me reúno con Eloy González, fundador del proyecto, horas antes de la presentación de la Liga de la Tierra, y le hago esta pregunta. La respuesta que recibo es la más inteligente que podría haberme dado: no hay un modo. Cada necrodrama es un nuevo intento, siempre inacabado, de presentar la Muerte sin adornos. “Lo que en el necrodrama se llama muerte es también el retorno de lo impersonal, del silencio, una celebración a la ausencia y el nacimiento de un nuevo género que aspira a continuar en el tiempo: el de las muertes descenificadas”. Mostrar y destacar la ausencia. Menudo desafío. Pero los necrodramáticos no se amilanan, y alumbran métodos muy ingeniosos: el empleo de no-actores, el empleo de actores que

recitan texto que no conocen de antemano y les va siendo transmitido a través de un auricular, el empleo de la ausencia de personas sobre el escenario. Esto es puntualmente lo que convierte al necrodrama en una propuesta diferenciada e interesante. En un momento en que el teatro busca despojarse de sus ataduras convencionales, prolifera el mal llamado “teatro experimental”, que habitualmente consiste en un conjunto de actores desparramados por el escenario representando retazos de textos con un criterio bastante dudoso. Bueno, el necrodrama apunta al corazón mismo del teatro y busca destruirlo. Eso es ser –si se me permite el snobismo- jodidamente vanguardista. Y no lo hace porque sí, porque los pibes tenían ganas de romper un poco las bolas y escandalizar a las viejas de la Escuela de Espectadores; lo hace porque el tema, la Muerte, lo pide. Como toda vanguardia que deba ser tomada en serio, El necrodrama tiene un manifiesto que reza los siguientes mandamientos: 1. Elegir una persona muerta joven. 2. Recurrir a cualquier número de disciplinas y medios artísticos y de comunicación [como literatura, poesía, teatro, música, danza, arquitectura, pintura, video, cine, instalación, performance y narración, pasando por el testimonio y el documental] y generar un material que se despliegue intentando cualquier combinación. 3. El necrodrama es un acto de amor y de vida. 4. Lo que en el necrodrama se llama muerte es también el regreso de lo impersonal y el nacimiento de un nuevo género que aspira a continuar en el tiempo: el de las muertes descenificadas. Y agrega una salvedad: “Cualquier definición más estricta negaría de manera inmediata la posibilidad del propio necrodrama.”. Es notable la perspicacia que se requiere para establecer el balance justo entre poseer un modus operandi definido y ser flexible. Cuando pregunto a Eloy sobre el criterio que sigue para llevar a cabo el necrodrama, replica: “Cada necrodrama nos muestra una forma diferente de abordar la Muerte. Nunca vamos a poder definir un criterio general.”. Esto es realmente valioso para un proyecto que busca encontrar un nuevo género discursivo. Está vivo. Cambia. Mantiene un objetivo preciso, pero no usa siempre los mismos caminos para llegar a él. Acaso un texto muy bonito que aparece en

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www.necrodrama.com.ar ilustre un poco, por analogía, esta actitud: “La muerte no conoce límites. Es el límite.” Más tarde caen al barcito Pablo Lapadula, director adjunto del necrodrama, y Pedro Merlo, actor participante del proyecto, y se suman a la charla. Tenemos una amable discusión sobre la aceptación de la Muerte. Ellos, acaso por haberla tratado tan estrechamente, saben decir “Es parte.”. Yo me niego rotundamente y me manifiesto indignadísimo con el hecho de morir. Ellos sonríen como si estuvieran ante un niño con un berrinche. Salta el tema de los funerales. A esta altura el lector podrá imaginarse que, por muy tentado que uno se vea a comparar el necrodrama con un velatorio, sus intenciones son claramente opuestas. Cuando velamos a nuestros muertos nos estamos haciendo un favor a nosotros mismos. Exponemos el cuerpo para poder verlo y aceptar su muerte, y lo rodeamos de velos y coronas para dar a esa muerte algún tipo de identidad con el resto de las muertes del mundo. El funeral está diseñado para matar al muerto en la cabeza. El necrodrama, en cambio, provee el marco para que aparezca la persona y no el cuerpo. Los deudos presencian el acto, pero donde debiera haber un cajón hay una ausencia, y de esa ausencia surge la voz del que ha muerto. Es, en palabras de Pedro, justamente un “anti-velorio”, un “velorio para el muerto”. Suficiente teoría. Es hora de hablar de la práctica. La Liga de la Tierra formó parte de la sexta edición del ciclo, y se presentó en simultáneo con una presentación en Río de Janeiro sobre la muerte de un niño de ocho años en manos de la policía y otra en São Paulo sobre la antigua publicación sobre muerte, humor y fútbol, Noticias Populares. La agenda 2012 del ciclo también consistió en la presentación de un documental dirigido por Eloy llamado “La Nada”. 2013 espera la publicación deun libro con la historia del necrodrama del 2007 al 2012 y la presentación del teaser de “Fúlmine”, un nuevo documental con elementos de ficción sobre la muerte de un muchacho, con la actuación (¿actuación?) de su madre. En resumen, estuvieron -y están- ocupados, los muchachos. Llegamos con Lucas al Excéntrico de la 18, y nos sentamos en nuestras butacas. Frente a nosotros, un grupo de personas que no están actuando ni preparándose para tal cosa, sino que charlan sentadas detrás de una larga tabla sostenida por caballetes. Sobre esa tabla descansan las posaderas de unas cuantas Mac, alguna tablet, macetas con plantas, un frasco con petróleo,

floreros con plantas sumergibles, semillas de lino, manzanas, elefantes de madera, pilas usadas, cuadernos y libretas, dos relojes digitales con la hora exacta, entre otras cosas. El Excéntrico de la 18 va perfecto con la estética que necrodrama maneja, con su escenario con pisos, paredes y techos de un blanco inmaculado. Comienza la función, y rápidamente vemos el efecto que causa en nosotros este método de descenificación mediante auricular. Los textos, enrarecidos, cobran una impersonalidad, una austeridad, que nos hace renunciar a cualquier tipo de empatía con la persona que los enuncia, y conectarnos directamente con el discurso. Y el discurso, por demás interesante, está articulado de una forma que recuerda al relato documental. Los monólogos son largos y densos, y están aderezados por ráfagas de imágenes y palabras proyectadas detrás de los actores. Durante la función, Pablo Lapadula saca fotos con flash, entrando y saliendo del escenario, y hay una mesa con tentadoras jarras de agua helada y vasos, destinadas a los espectadores que tengan sed y animen a abandonar su butaca y saciarla. Cada tanto me distraigo mirando a una rubia jovencita que está ahí en el escenario toqueteando un Ipad mientras habla uno de sus compañeros. No sólo cuelgo a mirarla porque está buena –por favor... soy capaz de acuñar mil excusas coherentes y cultas para no admitirlo por completo— sino que me sorprende hasta qué nivel se relaja todo tipo de convención teatral. La chica espera su turno de hablar absolutamente desconectada de lo que se habla en el momento. La experiencia es muy difícil de digerir. Es incodificable. Esa es justamente la idea. Si querés ir a despejar la cabeza un fin de semana, o invitás al teatro a una mina, no vas a ver necrodrama, porque no es para eso. La idea no es entretener, la idea no es divertir, la idea no es ser condescendiente con el espectador. Ahora, si tenés ganas de sentir que acabás de presenciar algo grande, si el cuerpo te pide formar parte una experiencia trascendente, ahí sí. Mandate. Porque eso es lo que es un necrodrama. Terminó el espectáculo, y tanto Lucas como yo estábamos convencidos de que lo que había pasado frente a nuestros ojos no era “algo más”. Era notable. Quizás eso es lo que genera una verdadera vanguardia. Y ahora se viene el futuro, y con él, nueva vida para nuevos necrodramas con los que ponerse en abismo. Luego, la Muerte. Y listo.


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Poesía

Todo

lo tuyo es

hermoso

Por Ignacio Molina Foto: Valeria Dranovsky

todo lo tuyo es hermoso tu cuerpo es hermoso las cosas que escribís son hermosas el color de tu voz es hermoso tus cejas y pestañas son hermosas tus sábanas gastadas son hermosas el olor de tu cuarto es hermoso las letras de tu nombre son hermosas el tamaño de tus manos es hermoso tu forma de moverte es hermosa la música que escuchás es hermosa tu número de teléfono es hermoso las medias y las remeras holgadas que usás para dormir son hermosas tus fotos de perfil son hermosas las plantas de tus pies son hermosas tu manera de llorar es hermosa los libros que leíste son hermosos la lluvia de tu ducha es hermosa los bondis que pasan cerca de tu casa son hermosos hasta el chino que atiende el súper de tu cuadra es hermoso.

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4 PREGUNTAS A MOLINA por Julia Pirani

Ignacio Molina (1976) nació en Bahía Blanca, es escritor y periodista. Escribió el libro de cuentos Los estantes vacíos (Entropía, 2006) los poemarios Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009) y El idioma que hablan todos (Pánico el Pánico, 2012) y las novelas Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010) y En los márgenes (17 grises editora, 2011) Dicta talleres de escritura, administra el blog unidadfuncional.blogspot.com

¿Qué lectura hacés de la época en que te toca vivir, y qué escritura pensás que se merece esta época? La época, socio culturalmente hablando, me resulta muy interesante. Si me posiciono mentalmente en los noventa, años en que viví mi adolescencia y mis primeros años de juventud, podría decir que es inimaginable. Hoy la política (la coyuntura pero también la política entendida como la relación entre las personas) tiene una relevancia y un lugar que jamás hubiera imaginado cuando tenía veinte años. Y no sé qué escritura merece, pero sí sé que la literatura no escapa a eso, que es parte de la época. ¿Qué pensás de proliferación de editoriales que han surgido del 2001 para acá, y se mueven en circuitos con distintas lógicas de edición, difusión y distribución que las llamadas “grandes editoriales”? Diría que esa proliferación empieza unos años después, en el 2004 ó 2005. Cuando me reuní por primera vez con los editores de Entropía y me ofrecieron publicar el libro que yo les había mandado por mail, me pareció algo muy extraño: hasta ese momento era medio impensable que una editorial se dedicara a publicar libros de autores nuevos de manera seria. Y yo tengo el honor también de ser uno de los primeros publicados tanto por Entropía como por Pánico el Pánico, otra de las buenas editoriales de estos años. Lo que no puedo hacer es entrar mucho en el análisis de la comparación con editoriales más grandes. No soporto, por ejemplo, el término “literatura y mercado”. ¿Qué es el mercado en la literatura? Es medio irrisorio hablar de mercado y ese tipo de cosas. Además, como nunca publiqué en una editorial grande no sé muy bien cómo funcionan desde adentro. Pero mientras sigan editando algún libro bueno de vez en cuando, todo bien.

Dijiste en alguna entrevista que sos un heavy user de las redes. ¿Qué relación hay entre tu literatura y tu participación en las redes? Dije que era un heavy user porque hacía poco había descubierto ese término y me gustaba meterlo en algún lado. Pero sí, al Facebook lo uso mucho. A Twitter no; lo usé mucho tiempo, después lo abandoné y creo que ya le corté la onda. Estos días traté de volver para ya no le encuentro mucho atractivo. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, creo que la relación que encuentro es extra literaria: tengo muchos “amigos” que me doy cuenta de que son lectores de mis libros, y tal vez otros que llegaron a ser amigos -no sé cómo- y terminan leyendo los libros. Lo que no veo, todavía, es demasiada relación entre lo que pongo en Facebook y lo que escribo. Aunque si consideramos al blog una red social, entonces la respuesta sería diferente. El año pasado publiqué un libro, En los márgenes, que está basado, en gran medida, en textos que había escrito para Unidad Funcional, mi blog. ¿Qué pensás de los talleres de narrativa? ¿A quienes se los recomendarías? Actualmente das un taller de escritura: ¿En qué grandes conceptos hacés hincapié? Siempre está la pregunta medio inútil de si se puede o no enseñar a escribir. Y yo creo que se puede, siempre y cuando no creamos que sea un tipo de enseñanza similar a la de cualquier actividad más tangible, como la de carpintero o albañil. Y se puede, sobre todo, aprender a escribir. Y eso se logra leyendo, pensando en asuntos relacionados a la escritura, descubriendo maneras y métodos, poniéndose a escribir, intercambiando ideas y compartiendo textos. Todo eso es lo que se hace en un taller; y si el taller está coordinado por alguien que sabe escribir y que puede transmitir algo de los conocimientos que adquirió en sus años, me parece que puede funcionar muy bien. La dinámica también depende mucho de la química entre los miembros del grupo. A mí me gusta que el taller sea un espacio bastante horizontal. Se lo recomendaría a cualquiera que quiera escribir, y no creo imprescindible, como muchos coordinadores de talleres, que el que vaya tenga la pulsión de transformarse en “escritor”. Uno de los conceptos en que hago hincapié es en que se alejen de la idea de que tienen que escribir “Literatura”, así entre comillas y con mayúscula. Quitarle solemnidad, gravedad y seriedad a lo que se hace es la mejor manera de empezar a disfrutarlo y de encontrar placer y bienestar en la escritura.


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jipismo

Sobre la seguridad psicológica que brindan la electricidad y los dispositivos de iluminación, en los días que corren. Por Gustavo Pascaner Ilustración: Geraldine Schroeder

En la cocina de mi casa hay un artefacto de luz que es estéticamente horrible. Hace tres años que vivo acá y nunca lo había visto. Todos los días entro a la cocina, al menos tres o cuatro veces, pero nunca tengo la necesidad de mirar hacia arriba. Simplemente aprieto el botón blanco con la mano izquierda y mágicamente se hace la luz. No tengo conciencia de los electrones corriendo a través del cable de cobre, ni del positivo y negativo. Tampoco del circuito eléctrico que se cierra, ni de ningún elemento que forme parte del funcionamiento del aparato. Sólo lo enciendo y doy por supuesto que ahí estará, firme, al pié del cañón, iluminando con su luz fría y blanca de cocina. A lo sumo pago la cuenta de la electricidad a fin de mes, pero son dos situaciones totalmente alejadas la una de la otra. El artefacto es elegantemente feo, particularmente desagradable a la vista, principalmente por su color, forma y falta de inspiración en el diseño. El color es espantoso: un poco marrón claro (a veces beige) y un tanto sucio y desgastado. La forma, aún más: es circular, igual que el tubo fluorescente para el que fue diseñado. Y por adentro del círculo sobresale el metal sin ninguna gracia, imitando su figura. Justo en el centro aparece un tornillo y después otros dos más chiquitos, puestos de manera asimétrica sin razón alguna. También asoma el arrancador. No entiendo por qué lo dejaron a la vista, eso compromete aún más la estética del aparato. Además el artefacto tiene un ancho innecesario y para colmo su borde fue desprolijamente manchado por la persona que pintó el techo. Se escapan por un costado

cuatro cablecitos gastados y descoloridos por el tiempo; cortitos, pero visibles de todas formas, que conectan la energía de la red eléctrica con el tubo. Se lo mire por donde se lo mire no se le encuentra ningún encanto. Debería haber otra forma de construirlo. El inventor no se habrá esforzado mucho, o tal vez sí y no era muy talentoso. Pero funciona a la perfección. Yo aprieto el botón blanco y entonces, ahí está: el milagro de la ciencia haciendo su labor. No me tomo el trabajo de pensar si al tocar la teclita, después de unos instantes de parpadear y hacer sus particulares espasmos de luz, se iluminará la cocina. Justo sobre mi espalda y dos metros más arriba está el artefacto que podría iluminar la hoja en la que escribo y no lo hace. Al lado mío duerme mi mujer, así que no puedo encenderlo porque se despertaría. Este dispositivo es bastante más lindo que el de la cocina, hasta parece que la persona que lo compró se tomó el trabajo de elegirlo. Es de forma circular con una tapa de vidrio esmerilado, para emitir luz suave y difusa. Está sujeto al techo con tres chapitas plateadas y equidistantes que completan la decoración. Lo único que desentona son los mosquitos que, atraídos por el calor de la lámpara, terminan quemados y acumulados en la concavidad superior del vidrio. Esta lámpara también funciona a la perfección y estoy seguro de que volverá a hacerlo cada vez que yo, o cualquier otra persona, lo active. Es lógico, cada vez que acciono la tecla blanca, situada en la entrada de la habitación, se enciende

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la luz a toda velocidad. Es casi automático. En el instante que la presiono y hace clack, la magia de la electricidad me permite ver de noche. Doy por supuesto que así será y no me lo cuestiono casi ninguna de las noches que enciendo la luz. A la mañana, recién levantado, estoy más seguro todavía que al encender la luz del baño sobre el espejo (aunque falte uno de los dos foquitos) aquella iluminará mi cara en frente del espejo dividido en tres. Lo doy tan por sentado a esas horas. Ahí sí que me resulta imposible cuestionármelo. Estoy segurísimo que va a pasar. También doy por sentado que, ahora, al deslizar el bolígrafo sobre el papel, dejará su rastro permitiéndome dibujar mis letras. Todo funciona perfectamente. Grandes inventos los del hombre, que no tengo en cuenta cada vez que los uso. Sería enfermizo. Doy por sentado (y de eso estoy seguro) que cuando salga de casa y me dé la vuelta tras cerrar la puerta y girar la llave, habrá una escalera a mi derecha; justo en frente, una puerta y a mitad de camino del pasillo, la puerta plegadiza del ascensor. También habrá un botón al lado de esa puerta, que seguramente, al presionarlo, haga venir una cabina (si es que nadie dejó la puerta del ascensor abierta) y no un chorro de agua fría. A nadie con uso de razón se le ocurriría discutirlo. Es seguro que al salir a la calle encontraré la gomería de al lado y tal vez al señor de pelo negro y mismo pullover todos los días que allí trabaja. Y que la calle seguirá siendo Boulogne Sur Mer y no otra. Ni hablar de que seguirá siendo calle y no montaña, con la obra de enfrente y el negocio de motos con camiones de las mismas que no paran de bajar las idem. Seguro también

es que tras esperar unos minutos en la parada de Pueyrredon, al lado del quiosco y el todo por dos pesos, el colectivo vendrá. Lleno o vacío, pero vendrá. Y de que al pedirle boleto al colectivero, me responderá en el mismo idioma y no con unas palabras inentendibles. No estoy diciendo que el colectivo podría estar manejado por un perro o una jirafa con camisa celeste de rayitas finitas. No. Eso seguro que no. Eso sería imposible. Si me pongo a pensar un segundo en la posibilidad de que eso se haga real, me estremezco, me dan escalofríos de miedo. Realmente, pensar que al estar esperando aburrido en la boletería del teatro a que algún espectador se acerque a comprar una entrada, llegue y sea alguna especie de criatura extraña no perteneciente a la especie de los humanos, me desespera. Me asusta de verdad. Prefiero a las viejas-insoportables-refinadas-quenada-les-viene-bien-con-ganas-de-quejarse, antes que a cualquier engendro-monstruosidad-deforma-desconocida . Es que no sé qué sería de mí si todos los días cambiara todo. Algo tiene que seguir su curso. Tener la seguridad de que en la hora siguiente va a pasar algo que uno sabe que pasará, de alguna manera, es tranquilizador. Preciso desesperadamente estar seguro de que al levantarme el mundo seguirá siendo el mundo. Que las sábanas seguirán siendo sábanas y las calles, calles. Que al mirar al techo la lámpara seguirá ahí, con sus mosquitos muertos. Que mañana a la mañana, cuando me levante, la gravedad seguirá haciendo su trabajo y me mantendrá pegado al suelo; y que cuando presione la tecla blanca conectada al horripilante aparato de luz de la cocina, seguirá prendiendo, inmediatamente, como por arte de magia.


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“Toda esa gente está acá mismo.” Por Leticia Martín Ilustración: Jésica Córdoba


Entre vista Audioteca de poesía contemporánea es el sitio web donde Valeria Tentoni (1985) antologa poemas leídos por sus propios autores. Desde marzo de 2011 la escritora recibe los archivos de audio vía mail, desde una computadora en Bahía Blanca, Provincia de Buenos Aires, y luego selecciona los que se ajustan a la búsqueda de la Audioteca. Algunas veces descubre ella misma a los autores, les escribe y les solicita una grabación. Goza de ser buscadora secreta de poetas desconocidos, y no quiso dar la cara en esta nota porque espera que el proyecto crezca con fuerza propia. NQM la entrevistó para que, aún cuando no la veamos, vayamos conociéndola. ¿Cómo nació el proyecto Audioteca de poesía? 
 Empezó en 2011 y, al principio, iba a ser una audioteca de poesía argentina y chilena. Después se fueron sumando voces de otros lugares; México, Uruguay, Bolivia, Cuba, Panamá, Perú. Laura Giordani comenzó a colaborar desde España, recomendando y contactándome con poetas de allá. Ahora entra gente de todo el mundo, es un delirio. Por ejemplo, hoy mismo entraron 20 personas de Rusia y 25 personas de Indonesia. Son números pequeños, claro, pero me inquietan. ¿Quiénes son esos 20 rusos? ¿Entienden el español o sólo escuchan la música de las voces? ¿Se quedan con ese esperanto? Por las estadísticas de Blogger me puedo dar cuenta de que el segundo país de origen de las visitas es Estados Unidos. Hasta hace poco no había ni un solo poema en inglés, así que no sé bien qué pensar. ¿De dónde sale tu interés por la poesía? 
 Me interesaron siempre los proyectos de antologías digitales –no solo literarias-, y las lecturas en constelación. En ese sentido, puedo mencionar a Las afinidades electivas, Muchos días felices, Proyecto Cartele, Bola de nieve o la Audiovideoteca de Buenos Aires. La revista Lamás Médula tiene un gran archivo de audio de poesía y está, por otra parte, la Biblioteca Parlante Haroldo Conti. O The Drum Literary Magazine. Me meto en revistas literarias de todos lados, de ahí también saco autores para la Audioteca. Los leo, busco a los que me interesan. Así encontré a uno de los últimos, Daniel Bailey, el primero que no escribe en español. Le habían publicado unos poemas en The Gigantic Mag. Vive en Denver, Colorado, Estados Unidos. Le mandé un mail, accedió. Se grabó, paff. De repente ese pibe estaba leyéndome su poema enorme, acá, en Bahía Blanca. Si uno sube el volumen toda esa

gente está acá mismo, donde sea que acá esté. Eso es. La intimidad que se produce, la terrible cercanía que puede conjurar la voz. ¿A cuántos poetas publicaste entre 2011 y 2013?
 Unos 120 poetas. ¿Qué importancia tienen la voz, el ritmo y el tono del poeta en la lectura del poema? Creo que el poema escrito y el poema leído no son siempre el mismo poema. En realidad me parece más bien que son dos poemas distintos. Muchas veces me encuentro con textos que en su audio me conmueven pero cuando los leo no pasa nada, o a la inversa. Por eso no se publican las versiones escritas: solo están los audios. Para que no se contaminen. Y una biografía breve, más a los fines de permitir que algún oyente inquieto siga su camino de rastreo del autor que por otra cosa. Tampoco salen fotos. Creo que un poema en audio es ya una aparición muy completa, y la intención era que la página estuviese libre de distracciones. Encuentro que todas esas maneras del sonido que se conjugan en la garganta y que se encuentran en un espacio privado y se filtran en el micrófono son absolutamente reveladoras. Por eso siempre pido por favor que no editen los audios, que no lean con música de fondo, que no les inyecten ecos ni nada de eso. La idea es recibir los poemas crudos, sucios. Domésticos. Después de escuchar a un autor leyendo, esa voz me persigue para siempre como lectora del resto de su obra. Y supongo que eso le ocurre a todo el mundo. Ese es un efecto indeleble, y alcanza con algunos minutos de escucha para que a uno se le peguen el timbre, las pausas, las inflexiones de esa voz. Hay algo ahí que nuestro cerebrito detecta y almacena antes de que nosotros podamos hacer algo a favor o en contra. Una frecuencia que queda en nuestro disco rígido y aprovecha para siempre a las lecturas futuras. ¿Qué extraños sonidos reconociste en el ambiente de los poetas que publicás? Puertas que se abren, tazas, cucharitas, ventanas, el ruido del tránsito que se cuela por alguna abertura, perros, titubeos en el manejo del grabador, alguna tos. Casas, ruido a casas. A lugar donde se anda vivo y entero. ¿Podés leer rasgos del autor a través de su voz y sus sonidos?
 Sí, algo de eso hay. Algunos leen bajito, otros dudan, tropiezan con el texto, tragan saliva. Están

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los enérgicos, los tímidos, los que grabaron de una y los que probaron varias veces antes de apretar rec. Todos me parecen hermosos a su manera, todos los publicados. Y son muy distintos. A la Audioteca llegan audios que pido específicamente, pero también hay una convocatoria abierta permanente. Hay una línea –o, pongámosle: una mancha– editorial, y es la mía, oh sorpresa. Por lo general, además de no publicar los audios que no me interesan –porque no me conmueven, porque no funcionan, no sé exactamente por qué, solo ocurre que algo no ocurre ahí-, tampoco saco los audios en los que el autor está haciendo un esfuerzo por agradar. Cuando está impostando la voz, cuando está forzando su elocuencia. No se buscan locutores, se buscan poetas. Es como cantar con Auto-Tune: no vale, loco, bancate ese defecto. Me gusta pensar que la poesía es como una playa nudista: hay que ir en pelotas o no ir. ¿Te gusta leer en público? Me cuesta muchísimo. Antes de salir para un recital, cuando toca el “qué me pongo” y llego tarde, invariablemente, lo que pienso es: por qué dije que sí. Lo que pasa es que, primero, después de leer, algunas veces me siento bien –no todas, muy pocas, pero cuando pasa me siento muy muy bien. Por lo general se me seca la boca, paniqueo, hago algún chiste estúpido en el medio, si lo consigo se ríen, me río, tomo aire y termino. Casi nunca leo todos los poemas que imprimo; siempre improviso atajos en medio del asunto. Leo poco, pero también me gusta escuchar poco de los demás. No me alcanza la batería para lecturas de treinta minutos, se me apaga el monitor. Cuando un poeta arranca con esos fardos de hojas interminables me dan ganas de irme. Siempre me costó leer en público y me va a seguir costando; pero entiendo y agradezco todo lo bueno que trae, como la posibilidad de escuchar a quienes estén conmigo en la mesa. Y para decir toda la verdad, prefiero escucharlos desde el público. ¿Cuál es el poeta muerto a quien más disfrutaste escuchando? Silvia Plath, escuchen. Anne Sexton, otra (este viene con video). Allen Ginsberg leyendo Howl. Hay uno de Pizarnik que me dio vuelta como un flan. Nunca imaginé que Pizarnik tuviese esa voz, que entonase así. Tuve que releer todos sus poemas después porque yo le había armado otra voz en mi cabeza, otra cosa. Bustriazo Ortíz con su huesolita, con la voz apiñada en un canto lloroso, tirante. O los cadáveres de Perlongher. Bueno, hay muchos. También deliré escuchando a Flannery O’Connor,

pero no sé si vale narrativa. Si vale, acá va. ¿En qué medida la web colabora con la poesía? Para empezar, asegura condiciones de difusión, distribución e intercambio muy efectivas y económicas. En particular, la Audioteca no podría haber sido hecha sin Internet. La web no deja de sorprenderme y en ese sentido sigo clavada en 1992, 1994, ya no sé en qué año fue, en ese cyber en el que la usé por primera vez compartiendo una computadora con mis primas. Sigo ahí, en esa fascinación, en ese vértigo. Quiero clickearlo todo. Por supuesto que si no se invierte un buen esfuerzo de búsqueda, una actitud curiosa, Internet es tan obvia como un autodefinido de contratapa de diario. Durante mucho tiempo creí que era fácil, Internet. Pero no. Hay que entrenarse en llegar a destino dentro de ese zapallo que ya es cosmos. Con paciencia, terminás leyendo a un pibe en Denver que dice que le quiere dar a cada palabra el mismo peso que a un aleluya. Confío en el tráfico hormiga de información que se produce en el persona a persona 24-7 que permite la red. Facebook, Twitter. Sigo a ese tipo de usuarios, a los dateros. La Audioteca, además, no podría haber sido hecha sin herramientas de uso liberado. Trabajo con varias cuentas de Soundcloud hasta que agoto sus dos horas gratuitas de almacenamiento y me paso a otra (pero no les avisen). Uso Blogger, uso el mail, y ya. Pero lo más importante es que los poetas acceden generosamente a grabarse. Ellos son los que consiguen con qué hacerlo; desde computadoras hasta teléfonos celulares. Resuelven ese bache que, sin su colaboración, sería insalvable. Sin ese gesto, sin esa buena predisposición, no habría Audioteca. ¿Cuál de los cinco sentidos prepondera en vos, cuál te sirve más como escritora?
 Varía, pero creo que siempre tuve algo más con el oído que con otro sentido. No fue premeditado, pero dos de mis libros se llaman Batalla sonora y El sistema del silencio. Me gusta componer canciones, me gusta cantar, pero toco mal la guitarra y no me sale sentarme a estudiar, hacer ejercicios. Hay poemas que me quedan con melodía y después no los puedo leer porque los tendría que cantar y no me animo. ¿Por qué llevás adelante un proyecto no rentable? No sé, no me lo pregunté nunca. Lo hago y ya. A veces ni siquiera mis empleos son del todo rentables.


Josefina Torqui

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Ficci贸n

SOL PLENO Por Mar铆a Bernardello Ilustraci贸n: Lucas Bustillo

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Desde que nació Tomás, el más pequeño de mis tres hijos con Miguel, los planes truncados me caen mal, me cuesta más modificar sobre la marcha. Mi mundo privado es diminuto. Tres hijos es un montón. Y cuando viene Fermín, el hijo de Miguel, se altera el hogar. Todo requiere organización y un mínimo plan. El domingo pasado nos quedamos casi solos. Éramos la mitad: Miguel, Tomás y yo. Decidimos ir a comer a una parrilla por primera vez con el bebé, que ya tiene catorce meses, camina y trepa por todas partes. Yo estaba casi lista cuando apareció Miguel desnudo en el antebaño. ¿No querés tomarte unos mates?, me dijo. Tengo una bombilla de cuero que te va a gustar. Movió el espejito al costado del botiquín para enfocarme, mientras yo me pintaba las pestañas en el espejo del medio. Me agarró de la cabeza, me besó el cuello y me dijo, ¿no la querés probar? Guardé el rímel en el cajón. Chupamela, me dijo. Con una mano me tiró del pelo y con la otra acomodó mejor el espejo, esta vez para mí. ¿Ahí te ves?, me preguntó. Cogimos parados, mirándonos en los espejos, casi en silencio, para no despertar al bebé que se acababa de dormir. Fue la primera vez en catorce meses que pude verme bien en un espejo, sin bajar la vista. Por fin me gusté. Es que acabo de bajar los veinte kilos que había aumentado durante el embarazo. Esta vez no me molestó la panza fofa y llena de marcas, aunque sí me pareció fea la transparencia extrema de mi piel. Por eso saqué un turno en Sol Pleno. También porque teníamos una fiesta de cuarenta en el Club Tennis. Se me ocurrió que podía cambiar un poco mi onda y hacerme la perra gold, como esas perras bronceadas que están en todos los programas de la tele. Además, sé que estar bronceada calienta, sé que a Miguel un poco le gusta la onda perruna hot. Googlée “Sol Pleno”. Apareció: “Sol Pleno -bronceado saludable- hacé realidad el color y la

forma del cuerpo que soñás”. Llamé a un centro especializado. Una señorita me explicó que se aplica una solución autobronceante en todo el cuerpo con un pincel de aire que te deja la piel bronceada en minutos. ¿Un pincel de aire?, pregunté. Es un soplete, me dijo. Bañate antes de venir y ponete ropa suelta. La asistente me hizo pasar a un cuarto con una toalla en el piso. Sacate el vestido y quedate en ropa interior. ¡Qué blanca que sos!, me dijo cuando me vio. Voy a aplicarte un tono suave porque no quiero que te quede muy artificial. Dale con todo, le dije. Pero en la cara no me pasés, por favor. ¿Por qué en la cara no querés? Todas se hacen pecho y cara, me dijo. Queda re bien y es donde se aprecia mejor el tono. Yo sólo quiero sacarme esta blancura del cuerpo. Si querés te paso en las zonas donde más se ve, media pierna, el pecho, ¿querés? No, no, le dije, pasame en todo el cuerpo, quiero quedar pareja, quiero que me vea mi marido, ¿entendés?, quiero estar desnuda y verme bien. Que no me queden las marcas de las tiritas del corpiño, por favor. Me lo voy a sacar, ¿sabés? Te lo paso en todo el cuerpo. Te voy a dar un tono suave. Si no te gusta el color te exfoliás bien con una esponja y se te va. Es totalmente inocuo. Podés venir el miércoles y te retoco sin cargo. Parate en la toalla blanca con las piernas separadas así. Hice todas las poses chinas que me indicó. Poses de kung fu, con los brazos extendidos, ocultando las palmas de las manos y los dedos de los pies para no manchar el esmalte de uñas. Me embadurnó con el soplete y la sustancia color marrón de arriba hacia abajo, de un lado hacia el otro, de frente, de atrás y de costado. ¿Viste qué buen olor tiene?, me dijo mientras me vestía. Es parecido al Hawaiian Tropic, mentí.


Tuve en el cuerpo el olor a piel quemada por el sol un día con viento. Ese olor a chivo seco mezclado con olor a remís. En casa me miré al espejo detenidamente y estaba pálida, casi igual que antes. A la mañana siguiente Miguel ni lo notó. ¿Por qué no te sentás en el lugar de siempre?, me preguntó. Estaba sentada en la cabecera de la mesa que da a la ventana. En mi lugar de siempre estaba sentado Fermín. Tomamos café. Me contó cómo venía el día y discutimos por el mito del cumpleaños vacío y los miles de viajes al centro. Fermín tenía un cumpleaños a las dos de tarde en Capital y él tenía que llevarlo e irlo a buscar. ¿Vas a llevar al nene al cumpleaños en la loma del traste y te vas a quedar todo el sábado boyando en un bar? El nene vive en el centro, su vida pasa por allá, tiene un cumpleaños. ¡Y que no vaya!, si nunca va a los cumpleaños. Por eso mismo, después nadie va a venir a su cumpleaños. Si nunca festeja sus cumpleaños con amiguitos. Bueno, Fermín quiere ir y lo voy a llevar. Me llevo a todos, vos te quedás con Tomás. ¿Justo hoy se le antoja ir? ¿Justo hoy que nosotros tenemos una fiesta? Qué casualidad. Fuiste a buscarlo ayer, hoy vas de vuelta y volvés. A la fiesta vas a llegar reventado. Y mañana tenés que llevarlo al centro también? ¡Qué hombre bueno, sacrificado! Esto no lo hacés por Fermín, lo hacés por vos. Cierto que sos Ayrton Sena. ¡Y vos sos un estorbo!, dijo, y se puso los lentes, agarró a upa a Tomás y se fue con todos un rato a la plaza. Ordené un poco la casa y me puse el bikini turquesa. Se me veían las venas en la piel. Me puse al sol natural hasta que volvieron todos muertos de hambre, pasado el mediodía. Seguimos discutiendo mientras hice unas salchichas con puré. Los chicos se metieron en la pileta. Tomás los observaba desde el avioncito

saltador y comía un pedazo de pan.A la fiesta de cuarenta en el Club Tennis no voy, me dijo Miguel. El Sol Pleno y mi plan de perra gold casi decae. Yo sí pienso ir, dije. Confirmé que íbamos. Tengo buenos modales. Voy sola. Se fueron al cumpleaños del amigo de Fermín en Buenos Aires, a pleno rayo de sol. Se llevaron las computadoras para entretenerse en un bar con wi fi. En cuanto cerraron la puerta, Tomás se durmió. Estuve toda la tarde en silencio. Tiré una toalla al sol y me tapé la cara con el sombrero de cowboy paraguayo de Miguel. Me di cuenta de lo triste que estaba cuando sonó el ringtone de los mensajes de texto. Era “sumá puntos con tu carga ya”. Le puse toda la garra al sábado y me tomé todo el sol. Después de que nació Tomás, la intimidad tengo que fabricarla, por eso no me dejé abatir del todo y continué en plan de perra gold. Me bañé y cuando Tomás se despertó, lo puse lindo y se lo llevé a mi abuela para poder ir a la peluquería. Haceme brushing con movimiento, le dije al peluquero. ¿Qué te vas a poner? No tengo ni idea, le contesté. Que me quede una melena bien Flor de la V, le dije y le mandé un sms a Miguel para que al volver pasara por lo de mi abuela a buscar a Tomás. Llegaron todos alrededor de las ocho. Junto con ellos vino la nana Valeria. Me fui a cambiar. Me entraron las bermuditas negras, talle dos. Contenta, me puse una musculosa blanca común, la que le gusta a Miguel, el blazer vintage de encaje verde botella y los tacos de leopardo con moño, que no combinaban con nada, pero son tan lindos que me hacen pisar fuerte y sentirme bien. Me vestí para él. Cuando me visto para un hombre nunca le pifio. Tenía el brushing con movimiento, las piernas blancas, pero todo el sol

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en la piel debajo de la piel debajo de la piel. Mientras me maquillaba los ojos Miguel se bañó. En dos minutos estuvo listo y bajó a organizar a los niños. Cuando llegamos a la fiesta me sentí demasiado glam, pero no me importó. El Club Tennis es lindo. Me gusta la terraza que da a las canchas donde está el bar, es todo tan inglés y sencillo. La pileta verde agua elevada con tribunas es la más grande que conozco. La fiesta era en la casa que está detrás de la pileta. Había tres mesas grandes en el pasto y algunos puffs dispersos por ahí. Los hombres estaban sentados en una de las mesas y las mujeres en otra. Me tomé la primera caipiroska mientras charlé con un chico conocido y su mujer. Ya sé quién sos, le dije. ¡Pablo Chavit! Me di cuenta de quién era veinte minutos después. Me mezclé entre las mujeres para zafar de hacerme la falsa con Miguel, no podía evitar ponerle cara de orto, así que lo esquivé y traté de sonreír siempre. Seguí a fondo con el plan perra gold, brushing con movimiento. Me buscó un par de veces para presentarme gente que nunca registré. El grupo de fútbol, incluido Miguel, le regaló al cumpleañero un libro de El Padrino y un pernil, así que nos estábamos comiendo el regalo. La comida eran sanguchitos de pata de chancho con tres salsitas. Me senté un rato en la mesa de chicas. Una contó detalles de la operación de amígdalas de su hijo y otra habló de cómo había maquillado a su hija para Halloween. Ah, una zombi, dije yo. No, fantasmal, me contestó. Fui a buscarme otra caipiroska. Miguel me llamaba desde la mesa de hombres mientras una chica hablaba de lo estricto que era el jardín maternal y las diferencias que hay con una guardería. Miguel me dijo, pará de tomar. Yo estaba perfectamente bien. Nos convidaron con tortas y me sacó a

bailar. Éramos los únicos en la pista. Enseguida se sumaron las mujeres y otra pareja más. Los hombres no bailaban. Los hombres hablaban y se sacaban fotos grupales contra las canchas de tenis. Miguel me invitó a fumar. Me siguió hasta la pileta, sentí el pelo largo con movimiento, el sol pleno en cada escalón que pisé haciéndome la perra gold. Fumamos y apretamos en las gradas, a oscuras, lejos de la fiesta. Hasta que me dijo, vamos.Nos fuimos sin saludar, corriendo calientes de la mano. Al subir al auto le mandé un mensaje de texto a la nana Valeria para que vaya pidiéndose un remís. Fui al baño, me saqué el corpiño y las bermudas. Bajé en plan perra gold. Miguel y Fermín miraban la tele. Fermín se desveló, me dijo. Me paseé un poco, me puse el sombrero de cowboy paraguayo, me estiré la camiseta y me senté en el sillón. Miraban “La pesca del cocodrilo”. Me bajaron las caipiroskas todas juntas en un segundo. Me voy a dormir, le dije, y me fui. Caminé arrastrando los pies hasta el baño y me saqué la bombacha. Sentada en el inodoro escribí un poema sobre un pedazo de papel higiénico. Me tiré en el piso. Me quedé echada, la espalda caliente contra el frío del cemento alisado un rato largo. Me incorporé y pensé en el día después, domingo, y el sol pleno, los cuatro pibes dando vueltas en la casa incendiándome la cabeza. Me metí los dedos en la boca y vomité. Al rato Miguel desde la cama me preguntó si estaba bien. Fue a propósito, le contesté. Me lavé los dientes y me acosté del lado de él. Me hizo tomar un paracetamol. Me dormí despatarrada en un segundo. Lo último que recuerdo son los brazos de Miguel acomodando las sabanas para cubrirme. Las poses chinas y el soplete vaporizador de Sol Pleno.


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Emilia Torre

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Inspirado en canciones Por Ivรกn Dessau Foto: Victoria Baldoni


Música

Algunas canciones nos conmueven. Otras nos alegran. Otras nos hacen mover la patita. Otras nos irritan. Y algunas, las menos frecuentes, las más misteriosas, nos empujan hacia los pantanosos terrenos de la escritura. Comparto con ustedes mis humildes intentos, y recomiendo la lectura con el tema sonando de fondo. Hoy: Preso en mi ciudad – Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

Y: Esto es una locura. X: El amor es una locura. Y: Estás enfermo. X: Tu amor es mi enfermedad.

Un cuarto angosto. Frío. Techo alto. Baldosas de azulejos. Suena un tango a todo volumen en una radio apoyada sobre una mesa. La música -y luego las vocesproducen un fuerte eco por la acústica del lugar. Dos personas. La primera, a la que llamaremos X, está de pie, vistiéndose. La otra, a la que llamaremos Y, está desnuda y atada a una cama.

X Se pone nervioso, tartamudea.

X: Te amo. Y: ... X: Por eso te hice el amor. Y: No me hiciste el amor. X: Los actos por la fuerza también son actos de amor. Y empieza a lagrimear. X: Por qué llorás. Y: … X: Ah. Por esto. Siempre que amás estás preso. Sólo que ahora es más...literal. Y: Yo no te amo. X: Sí me amás. Y: Me picaneaste... X: No, esa electricidad era amor. Y: … X: Sos mía. Sos mi pichón. Y: ¿Tu qué? X: Mi pichón. ¿Viste ese juego de las ferias, que le tirás al pichon? Bueno, entre miles de pichones que pasaban, te apunté a vos. Y acerté. Y: Qué vas a hacer conmigo. X: No sé. Quizá nos casemos. Vos en horizontal, yo en vertical. ¡Vivamos esposados! Quiero decir, atados con esposas. Te podría llevar a todos lados atada a esa cama. O quizás... Y: ... X: O quizás te coma. Pedacito por pedacito. O mejor: me haría una sopa de vos. X empieza a hablar más excitado. X: …Sí! Sería la mejor manera de tenerte presa. Adentro mío. En la cárcel de mi cuerpo…qué pasa. Y: Me duele. X: El amor duele.

Y lo mira en silencio, pensativa. Y: Citaste a Calamaro.

X: ¿Qué? No. Es mía esa frase. Y: Citaste a Calamaro. X la mira sorprendido. El repiqueteo de unas goteras se hace cada vez más intenso y continuo. Se escuchan los movimientos subterráneos de alguna rata. X baja la cabeza. Y: Seguro que también te gusta Sabina. X: No sé de qué estás hablando. Y: Y Arjona. X: … Y: Te imagino transcribiendo la letra de “Tu reputación” en tu cuaderno de poemas. Qué patético. X: …leíste mi cuaderno... Y: Sí. Lo hago cuando estoy triste, para reírme un poco y levantarme el ánimo. Casi siempre lo logro. X llora en silencio. Y: Qué blando resultaste. Detrás de esa robustez hay un corazón meloso y cursi. X: Basta. Y: Basta vos. Creés en el amor eterno y esas pelotudeces. Sos peor que una quinceañera. X se tapa los oídos. X: ¡Basta! ¡No quiero escucharte más! Y: Encima me picaneaste como el orto. La picana estaba apagada y ni te diste cuenta. Sos un inútil. X: ¡Basta dije! Y: No servís para nada. Soltame, querés. X empieza a desamarrar las cuerdas. Y: Por qué me haces caso en todo lo que digo. X: Vos me pediste. Y: Sos tan sumiso. Atame de vuelta. X: Perdón. Y: No te perdono. X: .... Y: Te amo.

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Encontro nazos

Julio y Carina Por Daniela Regert Ilustraciones: Sofía Barrera

En el cuartito de la escalera que estaba vacío, entraron Julio y Carina. Había un sillón de madera en el que Julio se sentó, Carina estaba mirando el cuarto desconocido. Julio le dijo “veni para acá”. Se sentaron juntos. Julio le dió a carina un beso en la boca. Un beso húmedo con su lengua gorda. Después le empezó a besar el cuello, le mordió la oreja, y -con esta te morís- puso su mano a la altura de la panza de cari, la pasó por debajo de la remera, la mano fue subiendo, subiendo, hasta que salió por el cuello de la remera y le acarició la cara. “Osado”.

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David

David. 18 Años. Le ofreció 30 pesos a un compañero para que se deje chupar la pija por él. Mariano primero no quiso, pero un día lo pensó mejor y sí quiso. Fueron a la escalera pasillo que da a una terraza cerrada y nadie transita, david le dio los 30 pesos, mariano se quedó parado, david le bajó los pantalones y procedió a chuparle la pija. Mariano permaneció casi inmóvil, haciendo una serie de respiraciones. Luego eyaculó toda la pared. Mariano se la guardó. Se acomodó el pantalón, lo agarró a david, se arrodilló; -Pará, ¿qué hacés? -Ahora yo te la chupo a vos.


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Rita y Sergio Cuando teníamos 16 años, todos queríamos que rita y sergio cogieran. Habían estado de novios en séptimo grado. Sergio era un copado y era virgen. Rita había debutado con un tipo de procedencia dudosa. Era el cumple de Sole y estábamos unos cuantos amontonados ahí, fumando nuestros primeros cigarrillos y diciendo guasadas. Sole tenía un cuarto sólo en el que tiró un colchón. Un cuarto todo alfombrado en el que tiró un colchón. Los dejamos solos. Pero los espiamos. Primero fue Mati sigilosamente a ver qué onda. Después fue Sole. Y en efecto, estaban cogiendo. El colchón sobre la alfombra, los cuerpos desnudos sobre el colchón, y en el medio, entre cuerpo y cuerpo, un nido de pelos negros, que no sabíamos si era la concha de Rita o las bolas de Sergio.

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Folletín

Vida y obra

de Fernando Legile. Por Sebastián Leonangeli Ilustración: Lady Cono

Pensó que re daba para llamarla. Total, el sándwich seguro que ya se había enfriado. La cerveza, al revés, ya estaba medio caliente y casi la había tomado toda. El mozo nunca le trajo la frappera y Arturo había elegido una mesa que estaba bien al sol. Sentarse, después de un funeral, adentro de un bar oscuro a escabiar, ni a palos. Muy depre. Desde afuera del bar llegaba a pispear algo de lo que pasaban en la tele. Un titular de letras blancas y fondo rojo decía “Seguidores de Fernando Legile se acercan a su funeral” mientras una chica abrazaba a su novio y hablaba a las cámaras del canal. Recordó que a la salida del cementerio había visto a algunos chicos que tenían remeras con la cara del Nano, la famosa foto mordiendo cuatro lápices y con el vaso de whisky en la mano. Algunos hasta lloraban. Los móviles los entrevistaban. “Nunca nadie escribió como Legile” decían algunos. “Le rompió el culo a Borges” decían otros, sin saber que luego editarían eso antes de sacarlo en el noticiero. Terminó la cerveza de un trago y pidió otra. Cuando llegó, nuevamente sin frappera, se sirvió un vaso y pensó si realmente todo eso era una buena idea. Después de todo, había pasado casi un año desde la última vez que él y el Nano se habían dirigido la palabra. Arturo se había enterado de la enfermedad, pero no lo podía llamar. O sea, como poder, podía, pero después de lo que había pasado ni loco lo llamaba. De hecho, en una de las últimas entrevistas que dio el Nano, para un diario que ya ni se acordaba cual, cuando le preguntaron qué opinaba de él había contestado algo cómo “Arturo Novero… ¿Sigue haciendo como que escribe ese chico?”. El Nano Legile, ese sí que era un tano jodido y rencoroso. Recordó cuando se conocieron. Arturo tenía treinta y el Nano cincuenta, y le dijo “Ok, vos sos Rimbaud y yo soy Verlaine, pero de cojer ni hablar.” Y había agregado después de una pausa reflexiva mezclada con whisky “además acá es al revés, yo escribo mejor que vos.” Y era cierto, por supuesto. Después de eso fueron años en que Arturo y el Nano prácticamente vivieron a la par. Para algunas cosas les jugó a favor, para otras, en contra. Y fueron justo los últimos meses de vida del Nano cuando no se hablaron. Pero capaz que no verse durante un tiempo ayuda a entender lo que otra persona significa para nosotros y cuánto nos hace falta y sí, re da para llamarla. Una mancha más al tigre no le hace nada. Se tomó de golpe otro vaso de cerveza. Buscó en los contactos del teléfono. Victoria. Botón verde. Llamar. Sonó un rato y del otro lado de la línea alguien atendió, pero no dijo nada. —Hola, ¿Vicky?

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Solamente se escuchaba la respiración, pero él sabía que era ella. Después de tantos años uno llega a conocer hasta la manera en que respira el otro, o el ruido que hacen las llaves antes de que abra la puerta del frente. —Se murió el Nano, no sé si te enteraste. Victoria no quería saber nada con el Nano. Para ella, la decadencia de su matrimonio había sido mayoritariamente su culpa, y maldecía el momento en que se habían conocido, como si en realidad no hubiera cosas destinadas a durar un tiempo y terminar, como las canciones de moda, las tormentas y los matrimonios. —Vengo del funeral recién. Le pegó otro trago a la cerveza antes de seguir. —En fin, me decidí a escribirle la biografía. Recién hablé con varias personas, a ver qué opinaban, y todos están de acuerdo, así que me parece que me pongo en campaña ya mismo. ¿Vos que decís? Pero ella no decía nada. O por lo menos, desde un tiempo a esta parte, las llamadas que le hacía Arturo sucedían de ese modo. Monólogo por un lado, silencio por el otro. Pero hoy estaba necesitando una respuesta, que alguien le diga que no estaba hablando solo. —La puta madre, aunque sea decime algo. Sintió que del otro lado Vicky tomaba aire. —Sos un pelotudo importante y no cambiás más. Y seguro que estás chupando. Arturo miró los dos porrones vacíos, tenía que pedir un tercero. No contestó. Se quedó saboreando las primeras palabras que Vicky le regalaba en mucho, mucho tiempo. Del otro lado de la línea se escuchó un suspiro. —Lo siento por lo del Nano. —Gracias. —¿Y qué vas a hacer ahora? Arturo dudó por un momento. —Creo que me voy a Rosario, a pedirle a Lydia si me deja charlar con ella. —¿Lydia? Te va a sacar cagando. —Ojalá que no– dijo mientras le hacía señas al mozo para que le trajera otra cerveza. –Espero que no. —Bueno, suerte, creo. —Gracias. —Chau. —Te quiero. Pero Vicky ya había cortado, probablemente ni hubiera escuchado el “te”. Se acomodó en la silla. En la tele ya habían pasado a otra noticia, alguna manifestación de algo, mucha gente con pancartas y bombos. El Nano ya era cosa vieja. El mozo le trajo la cerveza. Destapó: –¿Usted no es Arturo Novero, el amigo del escritor que estaba en la tele recién? –En este momento soy alguien que tiene que ponerse muy en pedo para hacer una llamada jodida, así que andá trayendo otra, y no te olvides de la frappera. En el fondo se preguntaba ¿podría hacer la llamada? ¿Sería todo esto realmente una buena idea?

Continuará…


Josefina Torqui

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Porque copa. Porque ya han sido infectados el cine, la televisi贸n y hasta la literatura. Porque no siempre hay que sentir asco por las modas. No entendemos como hasta hoy, en pleno siglo XXI, el teatro independiente no se mand贸 una buena historia de

ZOMBIS #3

Por Rob Idem Ilustraciones: Cristian Zardo


Combi nadas

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Mató a Pancho. Llega Marcos cargando a José en los hombros. Adela los recibe, cerrando y atrancando la puerta con prisa. Adela: ¿Qué pasó? ¿Consiguieron algo? Marcos: No pudimos. Entró en shock Marcos deja a José en el suelo, Adela se agacha junto a él y lo acaricia. Adela: ¿Pero qué es lo que pasó, Marcos? Marcos: Mató a Pancho Ibañez. Adela: ¿A quién? Marcos: A Pancho Ibañez, el de Tiempo de Siembra por Canal 13, ¿te acordás? Silencio. Marcos: Dejá... él sí se acuerda de Pancho Ibañez, y cuando apareció el tipo, José disparó, y lo mató. Y cuando vio que era él, entró en shock. Adela: Pero... ¿estaba muerto? Marcos: ¿Antes o después del disparo? Silencio. Marcos: Sí, trató de morderle un brazo. Adela: O sea que ni los famosos se salvaron... yo pensé que tenían un refugio o algo así, los famosos. Marcos: Tampoco era tan famoso... Era un clase B. Además, ¿qué importa ahora si fuiste famoso o no? José (abre los ojos.): A mí me importa. Adela: ¡José! José: No me mires, Adela. Maté a Pancho Ibañez. Adela: Ya no era Pancho Ibañez, José. No tenés que culparte. Marcos: Era o Pancho Ibañez o vos, José. José: ¡Elijo a Pancho Ibañez! Marcos: ¡Pero no estaba vivo! José (se quiebra.): Estaba vivo en mi corazón, animal. José se arrastra hacia un rincón y se cubre la cara con las manos. Adela: Sos un bruto, Marcos. Marcos: ¿Yo? Adela: Imaginate si por accidente mataras a Gabriel Corrado. Marcos: Pará, no te vayas a la mierda. Silencio. Se oyen a través de las paredes los gruñidos de las bestias sin vida que vagan por las calles.

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Reseñas

Sueños del

hombre deelefante Juan José Burzi Por Leticia Martín Foto: Camila Rogelis

Sueños del hombre elefante es un libro sobre la monstruosidad. Los diez cuentos que lo conforman parecerían estar abordando temáticas diversas; sin embargo existe un hilo conductor que lo recorre desde el título hasta el punto final, haciendo de lo deforme, lo raro y lo marginal ejes centrales y necesarios. Hay un alerta sobre el peligro inminente de un lado siniestro que todo el tiempo está acechando, un tono oscuro tiñendo la atmósfera general del libro y un interés por lo que produce rechazo y desconcierto. Los anormales de Michel Foucault es un buen telón de fondo sobre el que apoyar estos recortes del narrador para leerlos. Por momentos uno encuentra en la temática la influencia de la tradición del Marqués de Sade, Charles Baudelaire, o Maurice Blanchot, y referencias puntuales a los cuentos de Edgar Allan Poe. Respecto de la forma se observa una gran influencia del texto teatral. Es un relato abarrotado de didascalias para situar las escenas y contiene un alto grado de detalle en la descripción de las acciones. Sus imágenes son muy sugerentes y sus observaciones agudas; lo que le posibilita una narración interesante y genuina en su modo de entender lo exótico. Hablar del diferente sin preconceptos y sin juzgar sus acciones es un logro nada menor. Burzi parece haber viajado a la edad media para encontrar en su cantera inmensa de represiones y oscuridades las fotos que después reordena en un collage sobre el que sitúa a sus personajes. Su geografía es tenebrosa. Elige los objetos con cuidado y acierto. Pone paredes que se descascaran y manchas de óxido que avanzan. Pinta hamacas arrancadas de sus soportes, maderas que se pudren y enredaderas que ahogan casas. En”Ciclos de vida y muerte”, por ejemplo, describe el cuadro de un suicidio coronando el texto con la imagen de un hombre que cuelga de un farol. Los personajes no se quedan atrás. Entre otras deformidades hay un par de mujeres unidas por el hígado y el páncreas, un sexópata que las desvirga, tumores sobre la cara de Helena Burak

replegada en el subsuelo de un departamento de reclamos. Condenados, presos pactos con el demonio, sífilis y suicidios. Un pintor que retrata modelos incompletas con cuerpos mutilados, cráneos imperfectos y pieles quemadas. Burzi siembra sus cuentos de llagas cicatrizadas y resecas, enanos, enfermos y otros errores de la naturaleza. Leer estos cuentos es entrar en una realidad anormal contada con apasionamiento y devoción. Si el libro tiene un punto débil es lo fragmentario, por momentos, y la imposibilidad de avanzar sobre la historia. Burzi logra mejores resultados cuando se anima a contar lo que pasa, lisa y llanamente, como es el caso de “Las siamesas Benn”, donde logra el más alto momento de interés. Son geniales los conflictos de las dos hermanas para dormir y la descripción de sus dos anos, sus dos vaginas, sus dos cerebros y lo que las une. Lavinia y Drusila además de esos órganos comparten a Walter N. un joven apuesto quien luego de escribirle cartas a Drusila logra encontrarse con ella, besarla y después meterse en su cama. La hermana, adosada a ella, se ve obligada a ceder y ser partícipe del acto sexual. Lo demás hay que leerlo

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En el camino de la tierra. Por Marcelo Gerrieri Ilustraci贸n: Fernando Rodil

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Quién me manda, se recriminó el viajero, la valija apretada entre los muslos. Miraba el nubarrón de polvo seco que la camioneta iba dejando atrás. Quién me manda, volvió a decirse, exhalando el humo del cigarrillo a medio fumar. El canoso le extendió la botella. La camioneta se zarandeó pero el viajero estaba atento y no se volcó ni una gota de esa caña que los unía trago a trago en el silencio. Bebió un sorbo. Frente a él tenía al funebrero, los ojos puestos en el horizonte pelado, puro campo abierto; las ojeras, el labio torcido, todo el gesto componía un letargo que se regodeaba en el letargo: —La muerte siempre gana. —No podés ganarle a la muerte —replicó el viajero y se limpió el alcohol de los labios tratando de recordar cómo seguía ese poema de Bukowski—. Pero podés ganarle a la muerte en vida. —Macanas. —Macanas que suenan bien —aportó el canoso. —No, no. Es lindo —festejó Chepibe y recibió la botella de manos del viajero—. Y es cierto. —Tan cierto como que todos vamos a estirar la pata —dio por cerrado el asunto el funebrero y le quitó la botella a Chepibe que apenas le había dado un sorbo corto. Al costado del camino, un alambrado marcaba el final del campo abierto. Hizo visera con la mano para protegerse del sol y miró, los ojos entrecerrados, un punto lejano que le pareció un casco de estancia; las dos hileras de eucaliptus, el tanque australiano. Quién me manda, volvió a recriminarse. Atrás, a la vuelta del camino de tierra, pasando la loma pelada, dejaba todo aquello seguro en

lo que podía apoyarse; adelante, un signo de pregunta le arremolinaba fantasmas invocando miedos viejos; y a la vez un murmullo, una llamada silenciosa, llena de buenos augurios. La ansiedad lo estaba matando. Encima ese polvo y ese camino de tierra. Y estos desconocidos, uno más loco que el otro: —El que pierde la ilusión ya no tiene más nada que perder. Chepibe, la mirada encendida del alucinado, cargaba un cacharro cuadrado lleno de agua turbia: una lata grande de galletitas de las que ya no se encuentran con un redondel de vidrio en el medio, que ahora extendía hacia el viajero, desafiándolo: —Sabe qué, qué llevo. —Agua podrida —replicó el canoso y golpeó el vidrio de la cabina del conductor. Dos golpes cortos que repitió enseguida. La camioneta aminoró la marcha hasta que se detuvo frente a una tranquera mal cerrada. Desde allí una huella se internaba en el yuyal. El canoso se bajó y le dijo algo al conductor señalando la parte de atrás donde ahora Chepibe insistía: —¿Qué llevo? —Algún bicho —dijo el funebrero—. Algún bicho que sacaste del arroyo. A través de la ventana abierta, el conductor le dio al canoso un paquete cuadrado, envuelto en una tela negra. El funebrero se llevó el pulgar y el índice a la boca y largó tres chiflidos, uno más corto que el otro. Desde el lugar donde se adivinaba la estancia se oyó un tiro que al viajero le sonó a respuesta. El canoso dejó el paquete al costado de la tranquera, disimulado entre los pastos. Arrancó la camioneta. Con el auto en


Ficción

marcha, el canoso volvió a subirse a la parte de atrás. Se estaba acomodando entre las arpilleras cuando el funebrero dijo, mirando al viajero: —Y usted, que parece que para hablar es mandado a hacer, ¿se preguntó si su viaje valdrá la pena? —Chepibe alzó la lata: a través del redondel de vidrio, buceando el líquido marrón, apareció la cabeza bigotuda de un bagre grande—. A que no se anima a meter la mano ahí dentro. A modo de respuesta, protegiendo la cerilla con la mano ahuecada, dándole la espalda al viento que le revolvía los pelos, el viajero encendió uno de sus cigarros armados. —Cagón —lo volvió a desafiar el otro, le quitó la lata a Chepibe y largó un chorro sobre las arpilleras. Ahora el bagre corcoveaba, titilando la panza blanca al sol; Chepibe gritaba, asustado por las púas que se sacudían buscando herir; desde su esquina, el funebrero largaba una risa sobradora, abierta la camisa hasta el pecho, palmeándose el vientre hinchado. El viajero puso una rodilla sobre el piso; inclinado, seguía con la vista atenta el sacudón nervioso hasta que lanzó la mano sobre el lomo. Atenazadas las aletas con el pulgar y el mayor, le metió el índice en la boca. El pez se entregó. Ahora colgaba de su mano, boqueando, quieto. La luz le daba de pleno y el viajero vio líneas verdes y azules que el sol iba descubriendo sobre la panza blanca. Apoyó un dedo sobre ese vientre que latía. Había pequeños puntos negros debajo de la aleta que le parecieron dibujados. Le acarició el lomo, el pez colgando sobre la lata, y abrió la mano de golpe. Con un chicotazo de todo el cuerpo, el animal se perdió en el fondo

de la poca agua que quedaba. El viajero volvió a su lugar. Dio una pitada larga y largó el humo: cuando la vida te sonríe, se dijo, hay que saber devolverle la sonrisa, se repetía para convencerse, tratando de que esa alegría que acababa de surgirle se instalara; miraba el pasto que era una alfombra, la luz del mediodía se le clavaba en el pecho. Recibió la botella de manos de Chepibe: —¿Saben cómo sigue el poema? —preguntó a nadie y bebió un trago de caña—. Sigue así: Tu vida es tu vida, conocela mientras la tengas —se limpió los labios y le pasó la botella al canoso. El funebrero, que no había parado de reírse, las carcajadas babeándole los labios, largó un gemido mezcla de grito alegre y de amenaza y sin quitarle la mirada al viajero tanteó con la mano dentro del agua. Gritó dos veces con la furia plantada en los ojos, mordiéndose la boca, todo el rostro una arruga enrojecida, y extrajo el cuerpo que sangraba. De los dedos pulgar y mayor atravesándole las branquias colgaba el bagre inmóvil. Con un sacudón de la mano, el colgajo fue a parar a los pies del viajero. Ahora el funebrero se reía con la boca muy abierta, desde las entrañas, lagrimeaba; Chepibe, doblado sobre sí mismo, acurrucado entre las rodillas, ahogaba la mirada entre la tela de su camisa mientras el canoso le palmeaba la cabeza, sin quitar la vista del camino. El viajero dio un pitada larga, con ganas de aguijonearse lo pulmones. Y largó el humo despacio. Miraba fijo el cuerpo quieto: entre esos puntos negros como dibujados, rojo sobre blanco, la panza atravesada por los hilos sinuosos de la sangre.

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“Llanto de Sauce.”

O de cómo los actores defienden una obra de teatro. Foto: Federico Matías Barreña


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Entre vista

Uno sabe. Cuando se encuentra con un grupo que funciona, uno, mirando de afuera, lo sabe. Lo reconoce. El teatro es un laboratorio de dinámicas grupales, y, por lo tanto, un semillero de neurosis colectivas, de interminables anecdotarios con melodramas e historias de suspenso que se desenvuelven en el día a día de poner en escena una historia de ficción. Entonces, uno, como teatrista, en materia de grupos lo ha visto todo. Aqueles es una compañía que se conforma por un elenco, un director y dramaturgo, una asistente de dirección, y un equipo de técnicos. NadieQuiereMorir se reunió con el elenco de la compañía, conformado por Román Tanoni, Mariana Estensoro, Alfredo Staffolani y Juan Manuel Zuluaga, a hablar sobre el funcionamiento del grupo desde el punto de vista de los actores a la hora de llevar a cabo la puesta en escena de Llanto de sauce, obra escrita y dirigida por Horacio Nin Uría y asistida por Bárbara Lier, que se da los viernes a las 21 hs en el Teatro del Abasto. Para empezar, una frase de Juan Manuel que probablemente ilustre el devenir de la charla: “No sé a dónde vamos con esto, pero vamos.”. Son cuatro actores lanzados a una propuesta extraña cuyo métier es nada más y nada menos que la incertidumbre, y que además desafía los límites de lo que podríamos llamar “el teatro off de moda”, con un texto muy peculiar, muy poético, que se impone con fuerza, y personajes que no saben qué hacer con sus vidas –como casi todos los que habitamos el mundo-, y se buscan a sí mismos en recovecos no siempre recomendables. Y la incertidumbre se replica a la hora de tomar una decisión para llevar la obra al cuerpo. ¿Actuar la incertidumbre? En palabras de Alfredo: “La obra tiene un extrañamiento del que pensaba ¿cómo carajo se actúa eso? Porque uno puede hacerse el raro, pero así rompe la obra. La obra te expulsa. ¿Cómo se actúa estar perdido?”. Como todas las preguntas de este estilo, cualquier intento de respuesta sería insuficiente. Las decisiones al respecto que toma el elenco son atentas y minuciosas, y evolucionan función a función. De todos modos, lo más interesante no es la respuesta, sino la misma pregunta por la incertidumbre, que es lo que los mantiene en la lucha, activos e hipnotizados con la propuesta. Porque eso es lo más lindo de hablar con estos pibes. El lugar que toman respecto a su texto es conmovedor. No es de todos los días encontrar actores fascinados y consagrados a la gloria del texto, de la obra como

un todo, y no a la gloria de sí mismos. Llanto de Sauce funciona como un tesoro del cual ellos se consideran un simple vehículo. “Tenemos la voluntad de llegar a buen puerto y la voluntad de que nos llevemos bien en el escenario, y la voluntad de que funcione. Todos tenemos un mismo objetivo. Eso se homogeneizó, y en la acción se nota.”, asegura Mariana. Cooperación en pos de un bien mayor: la obra. Es la estructura más pura a la que un equipo puede aspirar. Y aquí lo tenemos, en carne y hueso, frente a nosotros. En cada palabra que deshilvanan para hablar de la obra se percibe esa conexión común, sobre todo en el murmullo de acompañar las palabras del compañero, de aprobarlas y de decir “Sí, estamos en el mismo barco”. La obra los atraviesa y los amalgama. Cómo se agradece un elenco que defiende a capa y espada su material. Consideremos, por otro lado, que el extrañamiento del texto no fue el único desafío que la compañía debió enfrentar. Que su elenco que sufrió dos deserciones, y que dos de sus actuales integrantes llegaron: uno a un mes del estreno, y el otro tan sólo una semana -¡una semana!- antes. Juan Manuel, que es el más nuevo, recuerda: “Tuve que confiar plenamente en lo que estaba haciendo porque si no, no iba a salir. Para encontrar el acento de mi personaje tuve que confiar en mi instinto. Fue todo muy rápido, no había tiempo para dudar.”. “Él vino con la seguridad de que en diez días se estrenaba la obra e iba a poder hacerlo, iba a estar en condiciones. Y eso nos tranquilizaba un poco a todos. Y era un poco el modo de trabajo que veníamos manejando todos, los que estábamos en el escenario y los que trabajaban de afuera.”, agrega Román, uno de los integrantes más antiguos de la compañía, refiriéndose a Magalí Acha, escenógrafa, Fabio Petrucci, productor, Mercedes Uría, vestuarista y Pía Leavy, fotógrafa, quienes aportaron su trabajo desde detrás del escenario con el mismo espíritu de entrega a la obra que los actores. Esa seguridad intuitiva, ese ir para adelante y hacerle frente a la incertidumbre en pos de seguir en contacto con este texto y esta puesta que los maravilla, es el ingrediente principal de este genial puñado de personas. Mariana lo dice claramente: “Nadie se siente en bolas cuando toca laburar con el otro en escena. En poco tiempo generamos mucha confianza entre todos.” Cooperación. Confianza, y cooperación. Ninguna de las dos abunda, y por eso es hermoso cuando se las ve juntas, y sucediendo.

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Galería NQM Dibuja desde que tiene uso de razón. Estudió en la UBA y se recibió de arquitecto. Volvió a dibujar cuando largó la corbata. Su mentor fue Juan Doffo. Luego viajó a París y recibió clases de pintura al óleo. Entre sus principales referentes se encuentran Lucien Freud, Bacon y De la vega. Se interesa tanto por lo figurativo, como por la expresión interna del ser. Formó parte de un grupo de arte conceptual MEGAKAU. Hizo múltiples instalaciones. Expuso containers en el puerto. Para completarla estudió actuación con Hernán Morán y Claudio Tolcachir. Elige siempre la reclusión y en la actuación encuentra su opuesto exacto. Un artista completo que logró articular dos disciplinas para expresarse. Tulio Gomez Alzaga. Con ustedes.

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TentenpiĂŠ

#muerteen140

Hay de dos tipos: la deseada y la infeliz. Si la primera: alegrĂ­a y sentimiento de triunfo. Si la otra, una como distancia, vaguedad rasposa.

#muerteen140

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Sr.

T.O.C. Fe de erratas. Y un ominoso pedido de perdón. En la edición anterior, NadieQuiereMorir cometió un error. Sí. Un error. No estamos hablando simplemente de una palabra. Da la impresión de que, a medida que vamos avanzando en la producción de esta revista, nos volvemos cada vez más hábiles en el arte de equivocarnos. Y eso me pesa. Esa suerte de profesionalización del error, me pesa. Lo he hablado con mis colegas, y he recibido toda clase de insultos. Sólo rogaba una poca de atención al corregir los contenidos, recordándoles que cada uno de los pecados gramaticales, ortográficos o logísticos que cometemos, cada mella, no pasa de largo mas se aferra a mis tripas y las retuerce por la eternidad. En este caso, el error no es gramatical ni es ortográfico. Hemos incurrido en lo que yo suelo llamar “asesinato editorial”. Cometimos una omisión. Hay una persona que trabajó para nosotros, cuyo trabajo publicamos y de cuya calidad nos servimos para ofrecer a los lectores un bello producto, y ––oh, ingratitud–– jamás revelamos su nombre. Y no tengo otra cosa para hacer que suplicarle el perdón a esa persona, y romperme los dientes con un tubo de hierro en penitencia. Me quedo en casa, acurrucado en un rincón, penando. Con la amarga utopía, que me atraviesa en forma de esperanza, de lograr, un día, sin habérmelo propuesto, hacer algo inmaculado. PD: Me olvidaba... la persona a la que me refiero es Antonella Zamponi. Perdón, Antonella. Espero, algún día, sepas disculparnos.

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revistadearte

En NQM, cada número tendrá nuevos colaboradores, nuevos escritores, nuevos artistas invitados, nuevos ilustradores; por que no queremos dejar afuera a nadie. Deseamos que todos muestren lo mejor de sí y tengan la oportunidad de compartirlo. En esta ocasión, nos enorgullece presentar a los que tuvieron el agrado de publicar lo propio, de mostrarse, de disfrutarse. Pero las puertas siempre estarán abiertas. Rejuvenecer en cada número será nuestro desafío y el de todo aquel que quiera formar parte de NQM, la revista que llegó para darle lugar al arte independiente desde el arte independiente.

Directores. Leticia Martin Fernando Rodil Gustavo Pascaner Lucas Bustillo


Colaboran en este número Redacción Peteco Muñoz Sebastián Leonángeli Analía Medina Ignacio Molina María Bernardello Fernando Rodil Daniela Regert Iván Dessau Rob Idem Leticia Martín Ana Ojeda Sr. Toc

Fotografía Gustavo Pascaner Valeria Dranovsky Federico Matías Barreña Josefina Torqui

Ilustraciones Lady Cono Sofía Lapenta Jimena Salomone Brenda Fahey Lucas Bustillo Victoria Baldoni Geraldine Schroeder Sofía Barrera Pula Hansen Bárbara Imposti Jésica Córdoba Emilia Torre Otto Soria

Arstista invitado Tulio Gomez Alzaga.

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