El creador

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El creador



El creador Mynona / Solomo Friedländer Traducción y notas de Luisina Rüedi

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La Vorágine


© (De la traducción: Luisina Rüedi) © (De las fotografías: Jerónimo Rüedi & Josué Eber Morales) © (De esta edición) La Vorágine SCCL © (Del prólogo: Claudio Naranjo) Diseño y edición: Lucho Tapia

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La Vorágine, SCCL C/Sagunt 40, bajos, tda 1 08014 www.librosdelavoragine.com ISBN: 978 02013796-2-4 Depósito legal: B 17907-2019 Impreso en Gráficas Rey Algunos Derechos Reservados. El creador se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

La traducción de este libro ha recibido una ayuda del Goethe Institut


Índice

Prefacio / Por Claudio Naranjo {9} I {15} II {21} III {25} IV {33} V {37} VI {43} VII {49} VIII {55} IX {61} X {69} XI {75} XII {81} XIII {89} XIV {95} XV {101} XVI {107} XVII {113} XVIII {119} XIX {125} XX {131}



Prefacio

Por primera vez me encontré con el nombre de Salomo Friedländer leyendo el libro Yo, hambre y agresión, de Fritz Perls, que comienza precisamente con un homenaje que Fritz le hace a este hombre que fue la persona a quien más admiró. Poco dice, sin embargo, Perls de Friedländer aparte de citar su concepto de la indiferencia creativa, y hubieron de pasar muchos años hasta que cayera en mis manos una copia del libro que lleva este título, que fue destruido por los Nazis como otras obras de procedencia judía. Por suerte pude tener acceso a la fotocopia de un ejemplar de La indiferencia creativa que había quedado en manos de Laura Perls, y leyendo algo de éste con mi mal alemán tomé la iniciativa de decir algo más sobre Friedländer en un congreso de Gestalt que tuvo lugar en Valencia. Para entonces también yo había llegado a conocer el enorme repertorio de obras de Friedländer, que no solo escribió bajo su nombre, Salomo Friedländer, sino que también firmaba a veces con el nombre Mynona (la palabra anonym al revés). Las obras

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filosóficas las firmaba con su nombre, y las obras de ficción con su pseudónimo. Naturalmente, al conocer los títulos de otras obras de Friedländer y de Mynona me interesé también en poder conocerlas, y se vino a cumplir este deseo a través de un contacto con Hartmut Geerken, quien por aquel entonces se había constituido en un heredero de sus manuscritos y se proponía ir dándolos a conocer. En algún momento le hice llegar a Geerken un pequeño artículo acerca de la influencia indirecta de Friedländer sobre la Gestalt y él a su vez me pidió un prólogo para algún libro de Friedländer que publicaba (o más de uno, porque también escribí algo para uno llamado El yo mágico que entiendo que fue su último manuscrito filosófico). Debe de haber sido en ese tiempo que conocí la edición alemana de este libro (El Creador) que ahora se quiere publicar en castellano, que me pareció fascinante, y por ello ahora que a través de mi editor me llega la pregunta de si se puede recurrir a mi prólogo anterior a fragmentos de Mynona, he preferido redactar estas líneas como expresión de aprecio a esta obra especialísima que se dice de ficción pero que tal vez transmite asuntos filosóficos de manera más adecuada que el razonamiento abstracto de los filósofos. Mencionaré que pasé por un período de irritación con Friedländer, que se me volvió demasiado arrogante, hasta tal punto que cuando supe que { 10 }


Thomas Mann se había negado a darle su apoyo para la emigración de Francia (en la época en que los alemanes tomaban posesión del país) me pareció comprensible que este ser tan arrogante e irritante no hubiera encontrado un apoyo más humanitario. Al leer esta obra, sin embargo, siento renovada mi admiración por la elevación espiritual de este hombre tan particular, que al hablar del «yo» va tanto más allá del yo superior de los psicólogos o del «punto neutro» de la Gestalt o del simple no yo, apuntando más bien a la totalidad universal con que llega a identificarse la conciencia cuando logra deshacerse de sus identificaciones parciales y contempla la existencia ordinaria como un sueño o ficción. Cita Mynona a Schopenhauer, que dijo que la experiencia era una metafísica experimental, y me parece que la ficción es también una metafísica alternativa que expresa más directamente el conocimiento vivencial de la interioridad que el pensamiento filosófico racional. Claudio Naranjo, Barcelona, 2019

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«El agudo Hudibras*» podría habernos resuelto el enigma sin la ayuda de nadie, pues según su opinión: cuando un viento hipocondríaco se nos alborota en las entrañas, todo depende de la dirección que tome; si va hacia abajo será una expulsión fétida, si va hacia arriba, sin embargo, se tratará de una visión o inspiración divina.»

(Immanuel Kant, Sueños de un visionario)

* Hudibras, personaje similar a Don Quijote, es elogiado por su dominio de la lógica, mientras que no cesa de dar pruebas de la más soberbia estupidez. (N. de la T.)



I

Una noche, a eso de las tres, desperté de un profundo sueño sin sueños. Mi edredón amaranto estaba todo inflado. Sobre él descansaba una mano. Pero esa mano no era mía. De ningún modo. Divisé ante mí una joven y delicada mano, solo un poco pálida (¿se debía, quizás, semejante palidez a mi lámpara de noche?). En cualquier caso me resultó escalofriante. Apenas me atreví a moverme y fueron mis ojos los que recorrieron la escena. Ahí fue cuando descubrí, para mi gran desconcierto, que la puerta de la habitación estaba entreabierta. Desde hacía muchos años, jamás olvidaba cerrarla meticulosamente con llave. Hice acopio de valor y me incorporé en la cama. Y recién entonces me di cuenta de que había alguien al otro extremo del edredón, entre la puerta y la cortina del armazón de mi cama. Se trataba de una chica joven, poseedora de unos espectaculares ojos grises. La expresión de su cara irradiaba amabilidad. Parecía haberse inmiscuido en la habitación, como si fuera un ama de llaves, para comprobar si necesitaba algo. Con su mano buscaba arrebatarme el plumón como queriendo observarme. Pero al verme incor{ 15 }


porado dio media vuelta y abandonó la habitación por la puerta abierta. Por mi parte, yo estaba resuelto a trancar la puerta de inmediato. Salté de la cama para cerrarla a toda velocidad y darle vuelta a la llave, cuando involuntariamente miré a través del resquicio. ¡Oh, cielos! ¿Qué era eso? Avisté, en lugar de mi habitual corredor, una ancha galería en forma de sala con bóvedas góticas de crucería. A lo lejos aquella figura se empequeñecía, sosteniendo en la mano una larga y blanca vela encendida. Giró en una esquina y desapareció de mi vista. El pasillo se ennegreció. Aterrorizado me encerré con llave y dando un respingo caí en la cama. En ese preciso instante me DESPERTÉ y fui consciente de que hasta el momento había estado durmiendo y de que la aparición había sido soñada. Examiné la puerta y comprobé que estaba bien cerrada, con dos vueltas de llave, como de costumbre, y no como un momento antes, que le había dado una sola vuelta. Había sido entonces un sueño de carácter fantasmagórico, ella, una especie de súcubo. Cavilé un instante. Mi casera, una inofensiva mujer soltera y mayor, de seguro no había estado involucrada en este sueño. Y solo nosotros dos habitábamos la pequeña vivienda… Concluí en que darle muchas vueltas a algo tan estremecedor como aquel sueño no esclarecía las cosas. Pero aún

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así no pude retomar el sueño y decidí entonces llegar al fondo del asunto. No pertenezco a la clase de personas que buscan el origen de sus sueños en algún tipo de estado corpóreo, sino en el interior: en el alma. Sí, me inclino a considerar el propio cuerpo como una solidificación del alma. ¿Qué fue entonces lo que me pasó? ¿Quién era esa muchacha? ¿Cómo fue que llegó a mi para cuidarme? ¿Por qué el corredor se veía tan diferente? ¿Cómo explicar la apertura de la puerta que yo siempre cerraba cuidadosamente con dos vueltas de llave? ¿Y qué rumbo había de tomar para descifrar este escalofriante misterio que se me imponía, y cuya solución parecía exigírseme. Solo había un único medio aparentemente efectivo para esto: la fantasía. La fantasía, amparada por el recuerdo, me permitía volver a hacer presente hasta el más efímero detalle. Aquella presencia espectral vacilaba aún con una intensidad que ya formaba parte del pasado. En la fantasía conseguí mirar en los ojos grises de la figura, su representación fue tan vívida que me hizo, una vez más, sudar frío. A esta visualización le dirigí mentalmente una serie de preguntas, y así se estableció un intercambio que parecía más imaginario de lo que era. Ya el contacto con imágenes y retratos es, de algún modo, mágico. Bajo una mirada animada se vivifica todo, como la imagen del santo al creyente. Así es la fantasía. Si bien no llega a ser realidad, { 18 }


tampoco es un mero deseo: es ya un paso hacia la materialización. En un cuento de Andersen, un niño se sube a un botecito pintado y navega a lo largo de un río también pintado. De un modo similar me sumergí en mi imaginación y en sus formas hasta que el sueño pareció realidad. Quien posee una intensa capacidad para fantasear tiene una doble cara, se le duplican los sentidos. Las figuras de la realidad, aunque sean un par de puntos o un par de manchas, gozan de un significado distinto, onírico. Especialmente durante el crepúsculo o la noche cuando uno distingue impactantes fisionomías en un ropaje yaciente, o en una cortina, o en un techo ennegrecido por el humo, o incluso en un pañuelo. ¿Quién es lo suficientemente fuerte como para soñar y estar despierto al mismo tiempo? Este experimento es peligroso para organizaciones débiles. Quizá prefieran abstenerse. Pues las ilusiones probadas ganan fuerza a través de la práctica. Uno se vuelve visionario, alucinatorio y al final la realidad de la vigilia se verá alterada por las más espeluznantes interferencias. La fuerza del sueño toma el control y todo aquel que no la domine ni pueda moldear objetivamente sus deseos es entregado al delirio. Pero aquel que pueda será capaz, como voy a demostrar, de lo imposible. Se convertirá en un mago, un hechicero, y nada podrá resistírsele.

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