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Volumen 11
Plinio Correa de Oliveira
~vo{ucióny Contra-~vo{ución en {as tres Jllméricas *** 'X96{eza y éútes tradicionafes análogas en .91.mérica espa-ño{a: origen, áesarro[{o y perspectivas actuales Los 'Estaáos 1.1niáos áe .91.mérica: · 'En un 'Estaáo áenwcrático, f{orecen con sorprenáente vigor tradiciones y anfíe{os aristocráticos
EDITORIAL APOSTOL SANTIAGO S. A.
Págs. 1 y6: Detalles del óleo de Cortinelli "Presa de la Fragata Stanhope por Bias de Lezo". Museo de la Marina, Madrid. Al lado: Detalle de la "Defensa del Morro de La Habana" por Monleón. Museo de la Marina, Madrid.
El Apéndice V de la presente obra ha sido realizado, bajo la dirección del profesor Plinio Correa de Oliveira, por una comisión inter-TFPs de Estudios Iberoamericanos. El Apéndice VI fue elaborado también bajo la dirección del profesor Plinio Correa de Oliveira, en 1993, por una comisión de Estudios de la TFP norteamericana.
Primera edición, abril 1995.
© Todos los derechos reservados.
Editorial Apóstol Santiago S.A. Casilla 3180 - Centro de Casillas Santiago de Chile
Fotolitos: Henargraf.
~oslada-Madrid
Im prime: Melsa S.A.
:>jnto-Madrid SBN: 84-85433-11-4 (Tomo 11) 84-85433-12-2 (Obra completa)
)epóslto Legal: M-4345-1 995
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Indice APÉNDICE V
151 Capítulo I La jerarquía social en los Estados Unidos
Nobleza y élites tradicionales análogas en América Española: origen, desarrollo y perspectivas actuales
165 Capítulo 11
7
Al lector
181 Capítulo 111
11
Introducción
17
Capítulo I El período fonnativo
73
Capítulo 11 Siglos XVII y XVIII: renovación y gradual definición de caracteres
111 Capítulo 111 Tras la separación de España: cambio de fisonomía, continuidad en la misión, apogeo y decadencia
143 Epílogo La gran disyuntiva
Élites y contra-élites, aristocracia y perfección social: clarificando los conceptos La estructura jurídico-social en las colonias norteamericanas Bajo el gobierno de los lords
191 Capítulo IV El nacimiento de una aristocracia en las diversas colonias y la formación de una nobleza americana
221 Capítulo V La aristocracia americana ante la Independencia y la Constitución
231 Capítulo VI La República norteamericana hasta la Guerra Civil
241 Capítulo VIl APÉNDJCE VI
Los Estados Unidos de América: En un Estado democrático florecen con sorprendente vigor tradiciones y anhelos aristocráticos
Las élites después de la Guerra Civil
247 Capítulo VIII Las élites tradicionales en los Estados Unidos de hoy: una realidad viva y pujante
265 Epílogo 149 Introducción
Volviendo nuestra mirada hacia las élites marginadas
Al lector
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s corriente en Europa, como en otros continentes, la idea de que todas las naciones de las tres Américas cuando proclamaron sus respectivas independencias en las últimas décadas del siglo XVIII, o en las primeras del siglo XIX, abolieron ipso facto las instituciones políticas provenientes del Ancien Régime metropolitano, asumiento desde el primer momento la forma de gobierno republicanorepresentativa. Desde entonces hasta hoy, la historia de estos pueblos habría consistido esencialmente en una gradual democratización igualitaria de las respectivas organizaciones sociales, económicas y culturales. De suerte que, al finalizar el presente milenio, toda América estaría a dos pasos del marco final de esta inmensa transformación. Posiblemente algunos de esos países ya habrán atravesado el "Rubicón" de esa evolución. Es fácil comprender cuanto esta concepción favorece la acción de los factores de la Revolución igualitaria universal. Sin embargo, en realidad, ella carece de fundamento. La Revolución igualitaria universal puesta en marcha en Europa en los siglos XV y XVI con el Humanismo, el Renacimiento y el Protestantismo, extendida al terreno político por medio de la Revolución Francesa y al terreno económico y social por la Revolución comunista rusa1 · siempre encontró en las tres Américas oposiciones de cuño tradicionalista, que han retardado sensiblemente la marcha - triunfal en la apariencia mucho más que en la realidad- de esta triple Revolución. Alas varias TFPs del Continente americano les pareció necesario hacer a este respecto una rectificación de panoramas que proporcionara a los lectores un conocimiento exacto de esta reacción de cuño tradicionalista -reacción pujante, emprendedora y consciente de su propio valor- de la cual se puede decir que, al final del presente milenio, se presenta en franco desarrollo. Particularmente esto es necesario en lo que se refiere a los Estados Unidos, cuya situación preeminente en el mundo moderno, le proporciona ejercer sobre el espíritu público de casi todas las naciones una influencia incontestable. El lector se sorprenderá al saber cómo es vivaz en este país la tendencia tradicionalista, que viene evoluyendo de la poética nostalgia de los días "que el viento se llevó" hacia la gran esperanza de una época bien distinta que la Providencia Divina proporcionará al género humano.
1) Cfr. Plinio Correa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución.
Introducción
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1 objeto de este trabajo es ilustrar, en lo que concierne a Hispanoamérica, la exposición histórico-doctrinal del profesor Plinio Correa de Oliveira sobre Nobleza y élites tradicionales análogas.
Para ello se esbozará una descripción somera de cómo surgieron las élites hispanoamericanas, y hasta qué punto llegaron a constituir una nobleza; cuáles fueron las principales circunstancias de tiempo y lugar que condicionaron su desarrollo y ulteriores transformaciones; en qué medida dichas élites zozobraron, o lograron afirmarse y perdurar frente a las adversidades históricas; y por fin, cuál es su situación presente y qué perspectivas se les abren para el desempeño de su misión en nuestros días, al aproximarse el tercer milenio de la era cristiana.
l. Necesidad y utilidad del presente trabajo A esa finalidad ilustrativa se asocia otro propósito, que no vacilamos en denominar apostólico, relacionado con la peculiar situación que hoy viven las élites hispanoamericanas.
En efecto, las "objeciones antinobiliarias, inspiradas en el espíritu igualitario de la Revolución Francesa" a que se refiere el profesor Correa de Oliveira I fueron en nuestro siglo exacerbadas hasta el delirio por los herederos de dicha Revolución -el espíritu hollywoodiano, el nazi-fascismo, el social-comunismo, las corrientes eclesiásticas progresistas, etc.-hasta llegar a la revolución cultural anarquizante de nuestros días, cuyo lance pionero fue el mayo francés de 1968. La propagación de esas objeciones revolucionarias fue generando en Hispanoamérica una difusa incomprensión, cuando no una definida hostilidad, hacia sus beneméritas élites tradicionales. Y permitió que el "democratismo neopagano" 2 en sus diferentes versiones - liberalismo, socialismo, populismo, aprismo, justicialismo y tantos otros "ismos"- dominase el escenario político y sociocultural hispanoamericano durante gran parte del siglo XX.
1) Cfr. Plinio Corréa de Oliveira "Nobleza y élites tradicionales análogas" , Vol. / , Cap. /, § 3. 2) Cfr. Ibídem. Cap. I, § 3.
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APÉNDICE V
Ello trajo aparejadas, para las élites del Continente, una prueba y una tentación similares a las sufridas en nuestro siglo por las clases altas europeas 1• Por otro lado, en no pocos elementos de esas élites la capacidad de resistencia a la multiforme ofensiva del igualitarismo fue siendo erosionada por filtraciones de ese mismo espíritu nivelador. Y bajo la acción conjugada de ambos factores - la ofensiva externa y la erosión interna- fué paulatinamente declinando la influencia de las clases tradicionales en la vida pública, social, cultural, económica, etc.; hasta llegar a la situación en que viven hoy, cada vez más parecida a la de "guías ausentes" 2 • Así desplazadas, cuando no autorrelegadas, a un plano secundario, el lugar de las élites análogas a la nobleza en Hispanoamérica fue siendo ocupado por los poderes artificiales de la sociedad de masas: medios de difusión, parvenus que -no se sabe cómo- de la noche a la mañana se transforman en super-cresas de la banca y la industria, demagogos de toda laya surgidos de las sombras, dictadores sindicales, etc. Y su papel de modelos sociales también fue suplantado por una farándula de advenedizos: desde luminarias de la jet set hasta cracks deportivos, pasando por cantantes de moda, estrellas de cine o "artistas plásticos" de una alucinada vanguardia, todos ellos emulándose en extravagancias, inmoralidades y escándalos... Cuanto más se avanza en el actual proceso de degradación revolucionaria, más se siente el vacío dejado por la ausencia de verdaderas élites en Hispanoamérica, pero también mayor resonancia podrá tener un llamamiento a que éstas reasuman su papel. En las actuales circunstancias históricas, esa convocación es una tarea imprescindible. Ya lo decía Pío XII: "Hoy más que nunca estáis llamados a ser una élite, no solamente de sangre y de espíritu, sino aun más de obras y de sacrificios, de realizaciones creadoras en el servicio de toda la comunidad social" 3 Así, no puede haber, en los días actuales, apostolado más urgente ni más eficaz para el bien general de la sociedad en la católica Hispanoamérica, que ese llamamiento para que de sus clases tradicionales surjan elementos capaces de reasumir -bajo nuevos aspectos adaptados a las circunstancias contemporáneas- su tradicional papel orientador. 4 1) 2) 3) 4)
Cfr. Ibídem. Cap. I, § 4. Cfr. Ibíde m. Cap. VI, § 3, a Cfr.Ibídem. Cap. V.§ 7. El Profesor Plinio Correa de Oliveira sintetiza el alcance y el mérito de ese llamamiento, en el siguiente pasaje de su ensayo Revolución y Contra-Revolución: "Estamos en un período en el que ese extraño fenómeno de destrucción [la multisecular Revolución anticristiana] aún no se completó, es decir, en una situación híbrida en que aquello a lo que casi llamaríamos restos mortales de la civilización cristiana, sumado al pe1fume y a la acción remota de muchas tradiciones -sólo recientemente abolidas, pero que tienen algo de vivo en la memoria de los hombres- coexiste con muchas instituciones y costumbres revolucionarias. "Frente a esa lucha entre una espléndida tradición cristiana en la cual aún palpita la vida, y una acción revolucionaria inspirada por la manía de novedades a la que se refería León XIII en las palabras iniciales de la Encíclica "Rerum Novarum", es natural que el verdadero contra-revolucionario sea el defensor nato de las buenas tradiciones, porque ellas son los valores del pasado cristiano todavía existentes y que se trata de salvar. En este sentido, el contra-revolucionario actúa como Nuestro Señor, que no vino a apagar la mecha que aún humea ni a romper el arbusto partido (Cfr. Mt. 12, 20). Debe, por tanto, procurar salvar amorosamente todas esas tradiciones cristianas". Esa acción regeneradora es primordialmente una tarea de élites: "Un estudio exacto de la Historia nos muestra, en efecto, que no fueron las masas las que hicieron la Revolución. Ellas se movieron en un sentido revolucionario porque tuvieron por detrás élites revolucionarias. Si hubieran tenido detrás de sí élites de
INTRODUCCIÓN
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2. La esencia de la condición nobiliaria: nobleza de estado y dedicación al bien común La comprensión de cuál ha sido, cuál es, y cuál podrá ser en un futuro previsible el papel de las élites tradicionales como determinantes del rumbo de las naciones hispanoamericanas, será tanto más clara y fácil cuanto más se considere esta temática a la luz del presupuesto fundamental ordenativo de todos sus aspectos: la esencia de la condición nobiiiaria, tal como se deduce del magistral análisis que el profesor Plinio Correa de Oliveira hace de la doctrina de Pío XII. A la luz de las enseñanzas de aquel gran Pontífice, el pensamiento del autor puede enunciarse así: La dedicación al bien común es el fundamento de la nobleza: dedicación no apenas episódica, que aflora en lances aislados de la vida de un individuo, sino continua, porque es inherente a la misma condición nobiliaria. Así como el religioso se sacrifica por el bien común de la Iglesia, de las almas, etc., por deber de estado y no sólo esporádicamente, así también el noble se sacrifica_por estado para el bien común espiritual y temporal de la nación. 1 Tal como se dio históricamente en Occidente, esa dedicación al bien general entrañaba la defensa simultánea de la ortodoxia de la fe y la integridad de territorios soberanos. O sea, se trataba de un doble bien supremo, realizado mediante el uso de la espada en defensa de la Religión contra agresiones de herejes o infieles, y en defensa del Estado contra adversarios internos o externos. Ahora bien, consagrar la vida a hacer efectivas ambas garantías constituye, en cualquier época, una forma de sacrificio que representa el más alto grado de dedicación al bien público. Y consecuentemente, quienes por estado practican esa dedicación suprema son por excelencia nobles.
orientación opuesta, probablemente se habrían movido en sentido contrario. El factor masa, según nuestra visión objetiva de la Historia, es secundario; lo principal es la formación de las élites". (Plinio CORREA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Re1,olución Editorial Apóstol Santiago, Santiago, 2ª. ed., 1992, Parte II, Cap. 111, 1., B. y Cap. V, 4.) J ) Puesto que la noción de bien común ha sido bastante desvirtuada en nuestro siglo por cierta prédica . sentimental y revolucionaria, conviene fijarla en los estrictos límites que le da el Autor, remitiéndose a Santo Tomás: En su sentido más amplio y e levado el bien común consiste en "la estructuración de todas las relaciones humanas, de todas las instituciones humanas y del propio Estado, según la doc1rina de la Iglesia". Se trata entonces, ante todo, de un bien moral, que tiene al Estado por instrumento y a Dios por fin último: "Realmente. el.fin de la sociedad y del Estado es la vida virtuosa en común. Ahora bien, las virtudes que el hombre está llamado a practicar son las virtudes cristianas, y de éstas la primera es el amor a Dios. La sociedad y el Estado tienen. pues, un fin sacra!" (Cfr. Santo Tomás, De regimine Principum, I, 14- 15). "Por cierto. es a la Iglesia a quien perrenecen los medios propios para promover la sall'ación de las almas. Pero la sociedad y el Es1ado tienen medios ins1rumen1ales para el mismo fin, es decir, medios que. movidos por un agente más alto, producen un efecto superior a sí mismos." (Pl inio CORREA DE OLIVETRA. Revolución y Contra-Revolución, Parte I, Cap. VII, 2., B. C.)
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APÉNDICE V
Es cierto, además, que así como de toda persona verdaderamente abnegada, desinteresada, emana una cierta nota de excelencia peculiar, algo que se podría llamar el perfume de la virtud, así también de una clase primordialmente caracterizada por el espíritu de sacrificio nacen todas las excelencias, distinciones y elegancias: elegancias de maneras, de trajes, pero sobre todo la elegancia de espíritu, la elegancia de actitudes de alma. Todo ello tiene como punto de partida la abnegación. Y cuanto más alto es el ideal en cuyo beneficio la persona se sacrifica, tanto más la nobleza intrínseca de ese ideal penetra en quien por él lucha 1• De manera que esa nobleza de estado es la misma esencia de la nobleza. Su máxima expresión histórica fue la clase nobiliaria tal como nació - favorecida por insignes gracias sobrenaturales- en el Medioevo. Dotada de los poderes militar y territorial, dicha clase garantizaba además, en el orden económico, la prosperidad pública, ya que la riqueza agraria fue durante largo tiempo, en la Edad Media, la riqueza por excelencia. Las funciones de menor dedicación en favor de la Iglesia y de la Cristiandad participan de la nobleza, en grados sucesivamente más próximos cuanto mayor es esa dedicación y más marcada es la hereditariedad de dichas funciones. Por ejemplo, la noblesse de robe (togada) de Francia, las Academias de "amplia y bien merecida fama" a que alude Pío XII, o el ejercicio de otras actividades de élite: universitarias, diplomáticas, militares, y hasta de propulsión económica 2 Se comprende, pues, que esas élites tengan un papel, al que corresponden dignidades, categorías, estilos propios; pero en resumidas cuentas son analogados, participaciones en grados, formas y aspectos menores de la nobleza: les falta el tributo de la sangre, la nota de holocausto que constituye la esencia de la condición noble.
3. Tres preguntas capitales Tomando lo anterior como premisa capital se puede entonces indagar cuáles fueron en Hispanoamérica las ventajas o carencias recibidas de la Metrópoli española para la formación de sus élites. Tal indagación, a su vez, comporta tres preguntas fundamentales: • Primero, qué es lo que España dio a sus territorios ultramarinos de su nobleza militar y rural. • En segundo lugar, hasta qué punto esa nobleza peninsular trasladada a América fue apoyada y sostenida por la Metrópoli, y contribuyó al desarrollo de una nobleza local. • Y por fin, de qué modo las varias unidades políticas de América retribuyeron a la Metrópoli el don inapreciable de haber recibido de ella ese fermento activo y bueno de sus respectivas clases dirigentes, la nobleza de estado española.
1) Cfr. "Nobleza y élites tradicionales análogas". Vol./, Cap. VII, § 7, 8 2) Cfr. Ibídem. Cap. I, § 2.
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INTRODUCCIÓN
Las respuestas a estas preguntas son fundamentales para hacer la historia -la historia real y profunda, y no la desabrida y hueca historia oficial- de cada país hispanoamericano. En función de ellas puede asimismo indagarse cómo se fueron constituyendo en dichos países sus clases nobles y élites tradicionales análogas: cuáles fueron, por ejemplo, las modalidades de nobleza togada, de las noblezas universitarias y de cargos públicos, militares, y hasta mercantiles, surgidas en el Nuevo Mundo español. Es lo que en breves trazos se expondrá en la visión de conjunto de la "Nobleza de Indias", y sus derivados históricos, que sigue a continuación; la cual, por tratarse de una descripción panorámica, de ninguna manera pretende agotar tan vasto, rico y poco estudiado asunto.
2 de febrero de 1995 Comisión inter-TFPs de Estudios Iberoamericanos
CAPÍTUW 1
El período formativo A - Conquistadores y primeros pobladores Perfil moral y tipo humano En 1492 --exactamente el mismo año en que culminaba en España, con la toma de Granada, la ardua Reconquista de ocho siglos contra los moros- Colón descubría el Nuevo Mundo, y tomaba posesión del mismo en nombre de los Reyes Católicos. Así recompensaba la Providencia a España por su victoriosa cruzada, a la vez que ponía el Nuevo Continente en manos de esa nación que, habiéndose mostrado tan católica y aguerrida, reunía condiciones privilegiadas para emprender con éxito, juntamente con Portugal, la tarea de cristianización y civilización de los nuevos territorios. Abríase de esta forma, para el inmenso continente americano, la posibilidad de beneficiarse del legado de bienes espirituales y temporales que la Civilización Cristiana había producido en la Península. La gran visión de Isabel la Católica, y el talento político y militar de Fernando de Aragón, crearon condiciones singularmente propicias para que esos beneficios inapreciables pudiesen ser extendidos a los territorios recién descubiertos.
Un presupuesto histórico-psicológico fundamental para comprender la Conquista No obstante, es necesario notar que la Europa del tiempo del Descubrimiento ya no era la de la Edad Media. A partir del siglo XIV, fermentos de un nuevo espíritu neopagano habían comenzado a penetrar los ambientes cultos, sobre todo en Italia, Alemania y Francia. El conflicto de alma producido por la coexistencia de la mentalidad católica medieval con infiltraciones de ese neopaganismo se manifestará también en los hombres que protagonicen la Conquista americana, y es un presupuesto fundamental para comprender aquella magna empresa, valorar los extraordinarios méritos de sus principales actores, distin. guirlos de sus vicios y miserias, notar cómo unos y otros se contraponían y mezclaban, y apreciar los respectivos efectos en la constitución de la nueva sociedad. Los contornos de esa crisis de alma están trazados por el Profesor Plinio Correa de Oliveira, en su ensayo Revolución y Contra-Revolución:
"En el siglo XIV comienza a observarse, en la Europa cristiana, una transformación de mentalidad que a lo largo del siglo XV crece cada vez más en nitidez. El apetito de los placeres terrenos se va transformando en ansia. Las diversiones se van volviendo
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APÉNDICE V
más frecuentes y más suntuosas. Los hombres se preocupan cada vez más con ellas. En los trajes, en las maneras, en el lenguaje, en la literatura y en el arte ese anhelo creciente por una vida llena de los deleites de la fantasía y de los sentidos, va produciendo progresivas manifestaciones de sensualidad y molicie. Hay un paulatino perecimiento de la seriedad y de la austeridad de los antiguos tiempos. Todo tiende a lo gracioso, a lo risueño, a lo festivo. Los corazones se desprenden gradualmente del amor al sacrificio, de la verdadera devoción a la Cruz y de las aspiraciones de santidad y de vida eterna. La Caballería, otrora una de las más altas expresiones de la austeridad cristiana, se vuelve amorosa y sentimental, la literatura de amor invade todos los países, los excesos del lujo y la consecuente avidez de lucros se extienden por todas las clases sociales "Tal clima moral, al penetrar en las esferas intelectuales, produjo claras manifestaciones de orgullo, tales como el gusto por las disputas aparatosas y vacías, por las argucias inconsistentes, por las exhibiciones fatuas de erudición, y lisonjeó viejas tendencias filosóficas, de las cuales triunfara la Escolástica, y que ahora, ya relajado el antiguo celo por la integridad de la Fe, renacían con nuevos aspectos. El absolutismo de los legistas, que se engalanaban con un conocimiento vanidoso del Derecho Romano, encontró en Príncipes ambiciosos un eco favorable. Y pari passu se fue extinguiendo en grandes y pequeños la fibra de otrora para contener el poder real en los legítimos límites vigentes en los días de San Luis de Francia y San Fernando de Castilla "Este nuevo estado de alma contenía un deseo poderoso, aunque más o menos inconfesado, de un orden de cosas fundamentalmente diverso del que había llegado a su apogeo en los siglos XII y XIII. La admiración exagerada, y no pocas veces delirante, por el mundo antiguo, sirvió como medio de expresión a ese deseo. Procurando muchas veces no chocar de frente con la vieja tradición medieval, el Humanismo y el Renacimiento tendieron a relegar la Iglesia, lo sobrenatural, los valores morales de la Religión, a un segundo plano. El tipo humano, inspirado en los moralistas paganos, que aquellos movimientos introdujeron como ideal en Europa, así como la cultura y la civilización coherentes con este tipo humano, ya eran los legítimos precursores del hombre ávido de ganancias, sensual, laico y pragmático de nuestros días, de la cultura y de la civilización materialistas en que cada vez más nos vamos hundiendo" 1• Para los efectos de estas notas, tomando pues la figura prototípica del caudillo español que capitanea la epopeya indiana, importa considerar hasta qué punto esa crisis incidió negativamente en su dedicación al bien común espiritual y temporal, desde los primeros actos del dominio hispánico sobre el Nuevo Mundo, y en qué medida influyó en el carácter de las nuevas élites allí surgidas.
B - La conquista de América, empresa fundamentalmente noble En la Península Ibérica, el estado de cruzada semi-permanente para expulsar a los sarracenos hasta cierto punto había preservado los Reinos de España y Portugal de la penetración de esta nueva mentalidad, cuyos gérmenes allí se esparcieron más tardía y lentamente. En tiempos de Femando e Isabel, España continuaba siendo en gran medida una nación medieval. Pero en amplios sectores de la sociedad, en particular de sus clases 1) Plinio CORREA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, Parte I, Cap. III, § 5, A-B.
EL PERÍODO FORMATNO
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dirigentes, comenzaba a manifestarse la seducción por los tipos humanos y los estilos culturales del Humanismo y del Renacimiento, que los transformaba en propagadores de esa nueva mentalidad.
1. Finalidades superpuestas de la Conquista, efecto de un conflicto de alma Por eso, en la legendaria y compleja figura del conquistador -cuyos arquetipos son, sin duda, Hernán Cortés y Francisco Pizarro--- se revela característicamente el conflicto de alma entre dos componentes psicológicos y morales contrapuestos: trazos del espíritu católico medieval, y las tendencias de orgullo y sensualidad que el Renacimiento desencadenó. De ese conflicto resulta una constante bivalencia de personalidad: de un lado el caballero medieval, serio, piadoso, idealista, intrépido; y de otro lado el hombre vanidoso, intemperante y materialista de la primera gran Revolución de Occidente, el Renacimiento. Puede decirse que en ese conflicto interno, todo lo que en el alma del español típico del siglo XVI declina es tradición católica medieval; y lo que en él se expande es Renacimiento. Tal modificación constituye fundamentalmente un fenómeno de élites, que a partir de éstas -en virtud de la calidad de modelos sociales que les es propiava propagándose lentamente al pueblo, a través de las mil capilaridades del tejido social. En la epopeya conquistadora se observan, así, dos finalidades superpuestas: propagar la Fe y civilizar por un lado, satisfacer ambiciones de honores o de riquezas por el otro. Con ingenua claridad explicitaba Bernal Díaz del Castillo el objeto de la Conquista: "Por servir a Dios, a Su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente buscamos ..." 1• No se cuestiona, evidentemente, la legitimidad de ese deseo de "haber riquezas" por parte de hombres que en muchos casos habían empeñado todos sus haberes para acometer la Conquista. Pero en la atmósfera psicológica del Renacimiento, la intemperancia -o sea, aquel "apetito de placeres terrenos transformado en ansia" que caracteriza la nueva mentalidad neopagana 2- lleva a que ese deseo legítimo muchas veces deje de serlo, al disociarse del bien común y entrar en conflicto con éste. De ahí la bivalencia apuntada, que ocasiona en el alma de un mismo héroe la alternancia de manifestaciones, ya de fe, ya de soberbia; ora de generoso desprendimiento, ora de inescrupulosa codicia; sea de ejemplar austeridad, sea de desbordante sensualidad; aquí de respetuoso acatamiento a la autoridad, allá de arrogante individualismo e insumisión; estados de alma ciertamente incongruentes, que sólo se explican teniendo en vista la crisis espiritual de aquella época. Tanto en Colón como en los que continuaron la empresa descubridora -navegantes, conquistadores, adelantados, capitanes, gobernadores, etc.- se advierte esta dicotomía. Auténticos héroes de una expansión religio~a y política de indiscutible grandeza, fueron también -en grado mayor o menor- héroes del mercantilismo. El primer viaje de Colón, por ejemplo, es concebido como una pura aventura mercantil, cuyo suceso reportaría al Descubridor grandes recompensas honoríficas y pecuniarias: "Sería caballero, llevaría espuelas doradas; se le daría el Don; se 1) Apud Francisco CASTRILLO MAZERES, El soldado de la conquista, MAPFRE, Madrid, 1992, p. 131 : 2) (cfr. supra, A.)
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Hernán Cortés manda desmantelar las naves. Oleo de Monleón. Museo de la Marina, Madrid.
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APÉNDICE V
le haría Almirante Mayor del Mar Océano, de las Indias y de la Tierra Firme; sería Virrey de lo descubierto; todos estos títulos serían hereditarios a perpetuidad; y tendría derecho al diez por ciento de todas las transacciones que se hicieren en los confines de su almirantazgo" 1• No consta, entonces, ningún propósito misional explícito 2 •
Es decir, el Almirante y los que le siguieron se consideraban hasta cierto punto socios del Rey, de quien esperaban generosas recompensas: podrían incluso morir en el intento, pero la paga bien valía el riesgo.
2. Importancia de la labor evangelizadora y civilizadora Ya en el segundo viaje de Colón -17 naves, 1.500 hombres- la preocupación misionera y civilizadora se manifiesta claramente. La flota abriga una simiente de lo que sería la sociedad que habría de surgir en tierras americanas. "La expedición -dice el conocido historiador Carlos Pereyra- se divide en dos grupos: noble, cortesano y militar, el uno; plebeyo, de menestrales y labradores, el otro" 3 • Vienen, además, los primeros elementos del clero: por disposición regia, a partir de este viaje todas las expediciones debían incluir misioneros para encargarse de la evangelización de los aborígenes. Así, el día de Reyes de 1494, el P. Bemardino Boíl, Vicario Apostólico para el Nuevo Mundo, celebra en La Española (actual Santo Domingo) la primera Misa solemne en tierras americanas. Mediante la. célebre Bula lnter Coetera, el papa Alejandro VI enaltece el designio apostólico de los Reyes Católicos y les concede el patronato sobre las tierras descubiertas, lo que acentuará el carácter cooperante en la propagación de la fe de toda la empresa colonizadora, que será solemnemente reafirmado una década más tarde, en el testamento de Isabel la Católica. Desde entonces, la nota de genuina preocupación misional está presente en todas las fases del poblamiento de la América española 4 • El sacerdote -al principio regular, más tarde secular- se convierte en una figura indisociable de la del conquistador, en su doble papel de capellán de los españoles y evangelizador de los aborígenes. Su influencia se extenderá al campo temporal, como educador y civilizador, y su constante presencia en el desarrollo de todas las fundaciones americanas será uno de los factores más fundamentales para la formación de las élites locales.
3. La primera sociedad americana y el impulso fundacional español Hacia 1509-menos de 20 años después del Descubrimiento- ya hay establecida en América insular, con centro en La Española, una incipiente sociedad que se ve a sí misma como una prolongación de los reinos de España, cuyas instituciones son allí recreadas por la Corona, y cuya fisonomía es un anticipo de lo que será la organización 1) Salvador de MADARIAGA, Vida del Muy Magnífico Señor Don Cristóbal Colón, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2ª ed., 1942, pp. 251-252. 2) Cfr. Antonio RUMEU DE ARMAS, La pol(tica indigenista de Isabel la Católica, Instituto "Isabel la Católica" de Historia Eclesiástica, Valladolid, 1969, p. 127. 3) Carlos PEREYRA, las huellas de los conquistadores, Publicaciones del Consejo de la Hispanidad, Madrid, 1942, p. 11. 4) Cfr. COMISIÓN INTER-TFPS DE ESTUDIOS HISPANOAMERICANOS, Cristiandad auténtica o revolución comuno-tribalista-La gran alternativa de nuestro tiempo, Sociedad Española de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad - TFP-Covadonga, Madrid, 1993, pp. 33-56 y 103-127.
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social del Nuevo Continente. El poblamiento de las Antillas ha sido relativamente pacífico. A los gobernadores Bobadilla y Obando sucede en 1509 Don Diego de Colón, hijo del gran Descubridor y heredero de todos sus títulos: Almirante de las Indias, Visorey y Gobernador General. Está casado con Doña María de Toledo, sobrina del Duque de Alba, y los esposos han llegado a la isla trayendo un ilustre séquito: de hidalgos el gobernador, y de doncellas nobles Doña María. El cronista Fernández de Oviedo narra al respecto que "con estas mujeres de Castilla que vinieron, se ennoblesció mucho esta cibdad, e hay hoy dellas e de los que con ellas casaron, hijos e nietos e aún es el mayor caudal que esta cibdad tiene e de más solariegos, así por estos casamientos, como 1 porque otros hidalgos e cibdadanos principales han traído sus mujeres de España" • Aún hoy existe en la capital dominicana el costanero Paseo de las Damas, donde la Virreina salía por las tardes a tomar las brisas del Caribe acompañada de su corte. Aflora así en Santo Domingo una primera característica que marcará los tres siglos de dominio español en América: la estructura social de las nuevas posesiones se configura, no como núcleos de residentes temporarios en territorios coloniales que allí ejercen funciones administrativas, comerciales o militares, sino como una España de ultramar, una extensión local de la sociedad peninsular con sus correspondientes jerarquías. Desde la isla parten en esa época numerosas Armadas (flotillas expedicionarias) en viajes de reconocimiento, exploración y fundación. De este modo se pueblan Boriquén (Puerto Rico), Cuba, Jamaica e islas menores, y se exploran partes de las costas sudamericanas, fundándose la primera colonia en Tierra Firme (Darién) ese mismo año de 1509. En 1513 el propio Rey arma una gran flota al mando de Pedro Arias Dávila, el malogrado Pedrarias, para iniciar, desde Panamá, la exploración y ocupación definitiva de Tierra Firme. A pesar de graves desaciertos que hacen fracasar la empresa de Pedrarias, todo ese período ha sido de fecunda preparación para la Conquista del continente. En los años vividos en las Antillas, los jefes de las Armadas y sus hombres van adquiriendo la necesaria experiencia del medio americano, que les permitirá después sobrevivir en tierra firme, sujetos a condiciones extremadamente adversas. Al fallecer Femando el Católico (1516) se produce una retracción en el impulso primero dado por la corte a los descubrimientos. El Cardenal Cisneros, regente del Reino, desea reconsiderar las metas y prioridades de esa magna empresa, a casi un cuarto de siglo de iniciada. La relativa paralización que entonces ocurre, dice un historiador, "era la oportunidad que iban a aprovechar los hombres de mayor categoría promotora, capaces de tomar el relevo de los grandes marinos, que entonces habían actuado desde España" 2 • Con esos hombres comenzará efectivamente en 1519-año en que Cortés desembarca en México- la Conquista del continente americano. Hacia fines de siglo, en poco menos de 80 años, ésta se halla prácticamente consumada, restando apenas vencer la resistencia de los Araucanos en el sur de Chile (la cual, por razones no estrictamente militares -principalmente una larga disputa !) Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Historia general y natural de las Indias, B. A. E., Madrid, 1959, vol. 1, lib. IV, cap. I, pp. 88-89 apud Luis ARRANZ MÁRQUEZ, La nobleza colombina y sus relaciones con la castellana, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid, 1976, p. 38. 2) Demetrio RAMOS, La gran mutación impulsada por los Hidalgos en Indias en los años críticos de
1517-1519, in "Hidalguía", Madrid, nº 151, noviembre-diciembre, 1978, p. 915.
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teológico-filosófica sobre dicha guerra- habrá de prolongarse durante dos siglos) y otros núcleos aborígenes menores. Aniquilados los estados religiosos azteca e inca, sojuzgadas la mayoría de las demás estructuras socio-políticas indígenas de alguna importancia (como los cacicazgos chibchas-muiscas en Colombia o las ciudades mayas en Guatemala), la penetración española en el resto del Continente - territorios inhóspitos escasamente poblados por indios nómadas y dispersos, como el inmenso Chaco austral, las pampas rioplatenses, las regiones semidesérticas al norte de México, la selvática cuenca amazónica, el gran desierto del norte de Chile- será un lento y gradual proceso relativamente incruento. Dicho proceso es afrontado como una tarea de largo aliento complementaria de la Conquista, la cual dependará mucho más de impulsos de autoridades civiles locales, comunidades religiosas o exploradores particulares, que de estrategias de ocupación político-militar diseñadas en los gabinetes ministeriales de la Metrópoli. En las zonas ya conquistadas se van estableciendo poblaciones: al cabo del primer siglo de colonización se han fundado más de mil núcleos urbanos, de las cuales trescientos sobreviven al entrar en el siglo XVII. El factor determinante de esas fundaciones ha sido el designio civilizador que animaba a los expedicionarios, nobles y plebeyos, clérigos o legos. Tal designio pudo realizarse porque, en medio de esa heterogénea multitud de hombres sedientos de proezas, se destacan líderes naturales que obran como aglutinadores y unificadores del sentir colectivo. En su casi totalidad, esos líderes son exponentes de una especie admirable de hombre de valor, que se imprimió en la imaginación popular de Occidente como un verdadero arquetipo y cautivó, en todas las épocas, el interés de historiadores, literatos y sociólogos: el noble español.
C - La nobleza española y la formación de las élites hispanoamericanas 4. Fisonomía de la nobleza española Fue característico de los linajes nobles de España su origen definidamente guerrero: se formaron y desarrollaron en la lucha contra la ocupación musulmana en la Península. Los ocho siglos de Reconquista marcaron el carácter del noble español, en tres aspectos principales: De un lado, determinaron el surgimiento de estirpes fundamentalmente militares y territoriales, que recibían sus tierras, títulos y prebendas como premios por meritorios hechos de armas. Por otro lado, en virtud de los fueros y privilegios que los reyes concedían para estimular el poblamiento en tierras reconquistadas -cuyo dominio era precario, ya que al volver a manos cristianas pasaban a ser inseguras posiciones avanzadas de frontera, sujetas al hostigamiento musulmán-la Reconquista permitió la creación de verdaderos señoríos locales, dotados de gran autonomía.
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Y por fin, su carácter de guerra religiosa, que oponía los fieles de Cristo a los secuaces de Mahoma, imprimió un cuño de profunda catolicidad-altanera, ostensible, desafiante- en el espíritu de aquella nobleza que se sentía (y en gran medida lo era) partícipe de una verdadera cruzada, aunque ésta haya estado sujeta a no pocos altibajos y discontinuidades. Junto con esa clase noble militar y rural habían ido surgiendo orgánicamente élites urbanas, de menor proyección pero igualmente auténticas, cuyos privilegios en muchos casos resultaron de recompensas por relevantes servicios prestados en tiempos de la Reconquista. 1
5. Autonomías señoriales y municipales frente al centralismo renacentista La gestación de esta nobleza constituyó un proceso bastante complejo, cuyas líneas generales pueden describirse así: Tras la caída del Imperio Romano de Occidente y la invasión de los bárbaros, las instituciones de derecho público y privado llegaron a una casi total disolución. A ese cuadro debe añadirse en España una circunstancia particular, la devastación causada por la invasión mahometana, que disolvió las incipientes instituciones del reino visigodo. Dada la inoperancia estatal frente a la agresión de los bárbaros y sarracenos, en muchas regiones de Europa las poblaciones locales organizaron su propia defensa y llevaron casi siempre al propietario rural mediano o grande a construir un castillo. El proprietario fue, así, adquiriendo atribuciones y responsabilidades que extrapolaban del mero derecho privado y le proyectaban a la esfera del derecho público, transformándolo en una especie de lugarteniente del rey, encargado de asumir a nivel local la defensa y la administración de los respectivos territorios. Sin embargo, su poder más le venía de la condición de propietario que de cualquier delegación regia. En suma, esta figura nueva--el señor feudal- creaba una situación también bastante nueva en el derecho público. Y el régimen feudal, en su gradual desarrollo militar y político, fué haciendo de cada feudo una pequeña monarquía; dependiente del rey, es verdad, pero por vínculos tan tenues que en algunas ocasiones más el rey estaba supeditado al señor feudal, que éste a aquel. Si bien, en la mayor parte de los reinos peninsulares, el estamento nobiliario no llegó a desarrollar plenamente todas las características feudales, como en Francia o Alemania, contribuyó de modo decisivo para la descentralización del poder. No obstante, a lo largo de los siglos de la Reconquista, los reyes hispanos fueron intentando reconstruir, 1) Esas élites ciudadanas (sobre todo en Castilla y León) "intervinieron en las luchas de la Reconquista al lado de los nobles" y los reyes Femando III el Santo y Alfonso X otorgaron a muchos de sus miembros en las zonas conquistadas el título de "caballeros ciudadanos" (cfr. Francisco CASTRILLO MAZERES, op. cit, pp. 45-46). Asimismo "en algunas ciudades de la Corona aragonesa (Barcelona, Valencia, Zaragoza, Huesca, etc.), el patriciado urbano quedó investido con privilegios análogos a los de los nobles." En Barcelona y Valencia los "ciudadanos honrados ( cives honorati}, propietarios de fincas rústicas," fueron "a veces investidos de señorío juridiccional sobre sus dominios". Algunos de ellos "quedaron asimilados a los caballeros", y Femando el Católico les otorgó el "derecho a ingresar en alguna Orden Militar" (Luis GARCIA DE VALDEA VELLANO, Curso de historia de las instituciones españolas-De los orígenes al final de la Edad Media, Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1968, p. 338- Subrayados en el original).
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gradualmente, su poder pulverizado. Así se delineó, de modo bastante general, una tendencia centrípeta que --cabe acentuarlo- nada tenía en su esencia de absolutista; pues la reconstitución de la monarquía con su tradicional unidad central no conllevaba necesariamente la supresión de los señoríos locales, ni la autonomía regional o municipal, sino el reconocimiento de que al rey debe corresponderle un margen de poderes que le garanticen su calidad de monarca auténtico. Una característica de las monarquías medievales era un "centripetismo" orgánico, sabiamente regionalista y limitado, que diferenciaba el ideal monárquico medieval del absolutismo anorgánico y despótico de los emperadores romanos. Pero, al finalizar la Edad Media, la corriente humanista trató de restaurar el modelo romano, empujando las monarquías europeas hacia un creciente autoritarismo que preparaba remotamente el absolutismo real. Fue así como la tendencia humanista empezó a impregnar de un espíritu diferente el "centripetismo" orgánico de los Reinos hispánicos. Este autoritarismo real ya se hacía notar cuando España entra en la última fase de la Reconquista; y aunque no se puede incluir a los Reyes Católicos entre los monarcas absolutistas españoles, lo cierto es que durante el reinado de ambos esas manifestaciones del absolutismo comienzan a prevalecer frente a las autonomías municipales, a las Cortes de los varios Reinos y a los derechos nobiliarios. 1
* * * Por otro lado, los gérmenes de la filosofía humanista parecen haberse contagiado a la misma Reconquista, en su fase final; y es por ello que la gloriosa toma del reino de Granada marca el término de aquella gesta, cuando lo natural y lógico hubiera sido que continuase --como deseaba el Rey San Femando- con ímpetu aún mayor en el norte deAfrica. Pese al influjo deletéreo del renacentismo neopagano sobre tantos elementos de las clases dirigentes de España, las características que la Reconquista había impreso en éstas -la noción de que su condición derivaba del sacrificio por la Fe y por el Rey, símbolo temporal supremo del bien común; el fuerte sentido del derecho y del honor; la religiosidad militante- sobreviven en la personalidad de sus vástagos del siglo XVI, incluidos los que acometen la gesta indiana. Y aunque se trataba de cualidades en estado declinante, no faltarán ocasiones en que, puestas a prueba en circunstancias extremas, retomarán en sus almas el brío de los antiguos tiempos.
6. El hidalgo, elemento de base de la jerarquía nobiliaria Como se sabe, el estamento noble en España englobaba tanto la nobleza titulada como la que no poseía títulos. Esta última, genéricamente llamada hidalguía, comprendía tres categorías: hidalguía en sentido estricto, de privilegio y de cargo. 1) Dicha tendencia se reafirmará por entero, de forma más radical, cuando los Barbones asciendan al trono español e introduzcan el centralismo que había caracterizado a los primeros Barbones franceses (Enrique IV, Luis XIII y Luis XIV). Mientras que la Casa de Austria siempre se mostró -en España como en los otros territorios bajo su dominio- propensa al ejercicio descentralizado de una monarquía orgánica y paternal, los primeros Barbones dirigieron resueltamente a España por el camino del absolutismo de modelo francés; absolutismo que no cesó con la Revolución Francesa, sino que se acentuó de modo continuo hasta nuestros días, bajo ropajes socialistas.
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La hidalguía propiamente dicha equivale a "nobleza de sangre", la cual "es por su esencia hereditaria o transmisible" 1• Nobleza o hidalguía de privilegio era, por su parte, la que el Rey otorgaba para distinguir a ciertos particulares; mientras que la nobleza de cargo derivaba del ejercicio de funciones altamente relacionadas con el bien público: de Gobierno, de Magistratura, de oficialidad militar, etc. 2 Los hidalgos o hijosdalgo formaban, pues, la amplia base de la nobleza española, y en tal carácter les correspondían derechos y obligaciones propias a su clase. Entre los primeros puede mencionarse el derecho a recibir determinados honores, a poseer escudo de armas, a la exención de pechos (tributos sobre el patrimonio que se pagaban al rey o al señor territorial), a no ser juzgados por tribunales ordinarios, etc. Además, tenían precedencia habitual en la provisión de los cargos gubernativos, militares, forenses y eclesiásticos del Reino. Entre sus obligaciones, la principal era la misión guerrera. Aunque ésta era una característica común a toda la nobleza europea de entonces, en España la guerra contra el invasor musulmán "acentuó los perfiles" militares de su aristocracia, de un lado; y de otro "incrementó con esta masa combativa de los hidalgos la dedicación bélica" de toda la nación 3• En cuanto parte integrante de la clase noble - la clase militar por excelencia- la hidalguía española siempre se ilustró por sus hazañas guerreras dentro y fuera de la Península, y gozó de un proporcionado y merecido prestigio. Será también, en estrecha colaboración con el Clero, destacada protagonista de la Conquista y civilización de América.
7. Los hidalgos en la epopeya americana En el contingente español que se lanza a la aventura americana, preponderantemente popular, la proporción de hijosdalgo parece haber sido bastante elevada. Por ejemplo, de los 9.256 pasajeros con oficio conocido embarcados a Indias hasta 1535, según consta en los archivos de la Casa de Contratación de Sevilla, el 9,3 % pertenecían al "nivel señorial " 4 1) Luis LIRA MONTT, La prueba de la Hidalguía en el Derecho Indiano, in "Revista Chilena de Historia del Derecho", Santiago, nº 7, 1978, p. 131. 2) Posteriormente, en el siglo XVII, Felipe IV estableció que para acceder a la hidalguía de sangre, bastaba que tres generaciones sucesivas - abuelo, padre e hijo- hubiesen sido agraciados con alguna hidalguía de privilegio o de cargo. Creóse así lo que se dio en llamar "hidalguía de sangre legal'' (cfr. Luis LIRA MONTT, El Fuero Nobiliario en Indias, in "Boletín de la Academia Chilena de la Historia", Santiago, nº 89, 1975-1976, pp. 59-60). 3) Francisco CASTRILLO MAZERES, op. cit, p. 46. 4) Ídem, p. 105. Otros muestreos revelan proporciones aún mayores. Por ejemplo un estudio de Boyd-Bowman concerniente a 447 conquistadores de diversas expediciones entre 1520 y 1539 indica que "el 34 por ciento eran hidalgos y nada menos del 50 por ciento procedían de una capa media entre nobles y plebeyos". La casi totalidad de los emigrantes de Asturias eran hida-lgos (cfr. Magnus MÓRNER, Aventureros y ProletariosLos emigrantes en Hispanoamérica, Editorial MAPFRE, Madrid, 1992, p. 28). El historiador peruano José Durand va más lejos, al señalar: "En los tiempos de las grandes conquistas, una mayoría de hidalgos prevalecía entre los soldados de Indias. Una revisión del catálogo de pasajeros a Indias permite comprobarlo, y ello se confirma, además, por testimonios americanos". Cita entre éstos el de Berna! Díaz del Castillo, el famoso cronista de la Conquista de México, quien refiere que entre los hombres de Hernán Cortés éramos los más hijosdalgo (José DURAND, La transformación social del conquistador,
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En general, se trataba de individuos pertenecientes a los "peldaños inferiores de la nobleza menor", como señala el historiador norteamericano Philip P. Powell 1. La alta nobleza no participó de las expediciones, y elementos de la nobleza media lo hicieron sólo ocasionalmente. La mayoría de los jefes tanto de Armadas como de entradas (expediciones terrestres), sobre todo los que realizan incursiones descubridoras desde la propia América, como Alonso de Ojeda, Vasco Núñez de Balboa, Diego de Velázquez, Hemán Cortés, Gonzalo Jiménez de Quesada, Pedro de Alvarado, Nuño de Chávez y tantos otros, formaban parte de esa capa inferior del estamento hidalgo. Los que capitaneaban flotas enviadas directamente desde España pertenecían preponderantemente a ramas secundarias de altos linajes, como Juan Ponce de León, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Pedro de Mendoza, Pedro Arias Dávila y otros. El entusiasmo con que esos jefes fueron acompañados por una cohorte de hidalgos y elementos del estado llano -soldados, burgueses, artesanos, labradores, etc.- se debió no sólo a sueños de riqueza, sino también a la esperanza que todos ellos acariciaban de realizar grandes hazañas y, en consecuencia, recibir grandes recompensas: títulos nobiliarios los hidalgos, hidalguía los plebeyos.2 Dado que a nobles e hijosdalgo les cabían preponderantemente las acciones guerreras y de mando, y la época analizada corresponde a la fase inicial -la más ardua y peligrosa- de la Conquista, puede decirse que ésta constituyó en lo esencial una empresa de hidalgos.
8. El ideal de Caballería y la situación de las Ordenes Militares en la época del Descubrimiento Estrechamente asociada al perfil moral del hidalgo está la figura del caballero, uno de los modelos humanos más expresivos destilados por la civilización medieval europea, arquetipo del guerrero cristiano. En las virtudes religiosas y morales, militares y cortesanas, que más particularmente distiguieron al caballero medieval español -personificadas en el Cid Campeadorsobresalen tres notas capitales: extremado arrojo, entero desprendimiento personal, elevado sentido del honor y de la justicia. Esas cualidades de tal manera hicieron del caballero hispano un paradigma de hombre de valor, que el vocablo que las designa en su conjunto -caballerosidad- hasta hoy evoca un tipo de español ideal, de espíritu Porrúa y Obregón, México, 1953, vol. I, pp. 80-82). Durand agrega: "Hasta hubo grupos enteros famosos por su nobleza, como los quinientos que Pedro de A/varado llevó al Perú, los más de ellos caballeros muy nobles de la flor de España, entre los cuales se contaba Sebastián Garcilaso, el padre del Inca" (Ídem, vol. I, p. 82). Una relación del gobernador de Nicaragua D. Rodrigo de Contreras, enviada en 1544 al primer virrey del Perú cuando éste se dirige a asumir su sede, le advierte que los españoles allí establecidos "no son de baxa suerte, como en España decían, sino todos los más hijosdalgo y vienen de padres magníficos" (apud Guillermo LOHMANN VILLENA, Los americanos en las Órdenes Nobiliarias ( 1529-1900), C. S. I. C. - Instituto Gonzalo Femández de Oviedo, Madrid, 1947, p. XIV). 1) Philip W. POWELL, Árbol de Odio, Ediciones José Porrúa Turanzas, Madrid, 1972, p. 28. 2) Los más audaces no dejaron escapar esa preciosa oportunidad de adquirir "gloria, honores y estimación, y así el plebeyo soñaba con ser hidalgo, el hidalgo con ser caballero, y todos con dejar a sus descendientes un nombre inmortal y un escudo de armas que diera fe de sus hazañas. Por eso hoy, pasados casi quinientos años su heroísmo subyuga, su tenacidad y firmeza impresiona al sólo hecho de considerar como unos cientos de hombres, unas mujeres y unos frailes descubrieron, conquistaron, poblaron y evangelizaron un mundo desconocido y remoto, muchas veces mayor que nuestra Europa" (Jesús LARIOS MARTÍN, Hidalguías e Hidalgos de Indias, Publicaciones de la Asociación de Hidalgos a Fuero de España, Madrid, 1958, p. 4 ).
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eminentemente noble, en quien se resume lo mejor del alma nacional. Por ello, si bien no todos los caballeros hayan sido nobles de origen, se consideraba propio del noble, en su sentido pleno, el ser un perfecto caballero. Con el tiempo el ideal de Caballería se había ido perfeccionando hasta institucionalizarse en Ordenes Militares, constituídas por seglares que, para cumplir con su vocación guerrera, adoptaban determinadas reglas de vida que los asimilaban al estado religioso. Más tarde, las pruebas de hidalgía exigidas para el ingreso en dichas Ordenes dieron ocasión a que en la personalidad de sus miembros se aliasen de modo aventajado dos formas de excelencia humana, el noble y el cruzado. Al tiempo del Descubrimiento y Conquista de América existían cuatro grandes milicias ecuestres hispánicas -Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa- surgidas en diferentes períodos de la Reconquista. En el siglo XV el Monarca español había concentrado la suprema autoridad de las tres primeras, y en 1587 Felipe II asumirá también el maestrazgo de la de Nuestra Señora de Montesa. Ello trajo corno consecuencia un fundamental cambio de carácter en dichas milicias, paralelo a una decadencia institucional, que acentuó su importancia temporal (corno sostén de la Monarquía) en desmedro de la religiosa. En consecuencia, la concesión de hábito pasó a establecer, entre el neófito de las Milicias y el Monarca, un "doble lazo de lealtad, el del súbdito a su soberano y el del caballero a su maestre". Por este doble vínculo las obligaciones del caballero "no se reducían solamente a servicios militares, sino también a otros servicios determinados para asegurar la política civil y religiosa de su príncipe" 1• De ahí resultó que la pertenencia a las Ordenes ecuestres fue adquiriendo una connotación más honorífica a título individual que propiamente religioso-militar: comenzó a llamárselas "Ordenes Nobiliarias".2 Ese cambio de carácter coincide con el cambio de mentalidad ocurrido en la misma época, y a su modo refleja la crisis de alma que caracteriza al español de entonces; porque favoreció que el idealismo caballeresco se fuese apagando, y en su lugar apareciese cada vez más acentuadarnente, corno motivación para ingresar en dichas Milicias, la ambición personal (por ejemplo de cargos, de honores, de proyección social, etc.). No obstante, el vivo prestigio que todavía aureolaba aquellas Ordenes - fresco recuerdo de los tiempos épicos de la Reconquista-, la distinción adicional dentro de su condición que confería a sus miembros, y el definido vínculo particular que establecía entre éstos y el Monarca, hacía que el hábito de caballero continuase siendo, en tiempos de la aventura americana, ávidamente procurado por los hidalgos. 1) Arthur Martín HEINRICHS, La cooperación del Poder Civil en la evangelización de Hispanoamérica y de las Islas Filipinas , Editorial Verbo Divino, Estella (España), 1971, p. 58. 2) Así describe el estado de la Caballería en la época el historiador peruano Paul Rizo-Patrón: "corporaciones nobiliarias, ya puramente honorificas, derivadas de aquellas sociedades de hombres armados que, imbuídas de los ideales de caballería propios de la Edad Media, buscaron la defensa de la religión católica del avance musulmán. Estas congregaciones gozaron a través de los siglos de una variedad de privilegios y preeminencias que les concedieron reyes y Papas, siendo sus maestres casi príncipes independientes. Pero este poderío terminó cuando los Reyes Católicos incorporaron los maestrazgos a la Corona y (terminada la Reconquista) redujeron las órdenes a meras instituciones de prestigio nobiliario" (La nobleza de Lima en tiempos de los Barbones, in "Bulletin de l'Institute Fran~aise d'Études Andines", Lima, n2 l, 1990, p. 136).
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9. Las Ordenes de Caballería en América Las Ordenes estuvieron representadas en la Conquista por numerosos miembros, algunos prominentes, como los gobernadores de la isla La Española, Francisco de Bobadilla y fray Nicolás de Obando, quienes tuvieron rango de comendadores. Hubo asimismo propuestas tanto para establecer Capítulos americanos de las Ordenes, como para crear en Hispanoamérica milicias ecuestres locales -incluso una para nobles indígenas, la Orden de Santa Rosa 1- con características similares a las españolas, pero ninguna prosperó. 2 Pese a ello, ciertos autores admiten que las Ordenes militares tuvieron una apreciable influencia en la formación de la sociedad hispanoamericana 3 Dicha influencia es atribuida, en primer lugar, al gran número de representantes reales en América que poseían hábito de alguna Milicia: "la mayor parte de los oficiales en todos los cargos principales tanto de la administración estatal como de la municipal eran miembros de una orden militar" 4 • Además, los hábitos eran concedidos "por notables servicios prestados a la Corona, y prefiriendo siempre a los nativos de aquellas comarcas" 5 . De modo que los aspirantes a caballeros, tanto españoles como criollos, se sentían estimulados a distinguirse en el servicio del Rey no sólo en el campo militar, sino también en aquellas áreas de prioritario interés de la Corona, como lo fue el apostolado con los indígenas. Los caballeros de las Ordenes aparecen, así, en la primera línea de la Conquista y civilización de América. Figurando entre los principales y más dedicados ejecutores de la voluntad regia en aquellos tiempos de absolutismo, su actuación contribuirá unas veces a favorecer la natural formación de élites hispanoamericanas, otras veces a obstaculizarla, según las oscilaciones estratégicas entre estímulo a la iniciativa local e intervencionismo centralizador, a que la Corte estuvo constantemente sujeta.
1) Cfr. Guillenno LOHMANN VILLENA, op. cit., p. XXVII. 2) En 1556, Carlos V envió al Consejo de Indias un detallado proyecto para establecer, con reglas análogas a las de la Orden de Santiago, una milicia de caballeros en Indias, a fin de premiar los servicios de los "conquistadores nobles y virtuosos". El texto incluía la cesión de encomiendas a los beneficiarios, para quienes sugería los nombres de Caballeros de la Banda o Castellanos, según se escogiese una de las dos insignias propuestas para el respectivo hábito. El Consejo acogió en principio la idea, pero no llegó a adoptarse resolución definitiva, y las magnánimas intenciones imperiales quedaron en los papeles (cfr. Guillenno LOHMANN VILLENA, op. cit, pp. XXVII y XXVIII). Tan sólo fue autorizada, y solamente desde el siglo XVIII, la creación en América de Maestranzas de Caballería (escuelas militares y de arte ecuestre, antecesoras de los actuales colegios militares para el arma de Caballería, que existían en la Península desde 1572), para la instrucción militar de jóvenes hidalgos (cfr. Francisco VELÁZQUEZ-GAZTELU Y CABALLERO-INFANTE, "Evolución de la nobleza en la Cristiandad Occidental", in "Hidalguía", Madrid, nº 64, 1964, p . 380; Jesús LARlOS MARTÍN, op. cit., p. 12). 3) Ver por ejemplo Arthur M. HEINRICHS, op. cit., pp. 58 ss. Es digna de nota la cifra de nacidos en América contemplados con mercedes de hábito desde el primer siglo de dominio español: 16 criollos lo recibieron en el siglo XVI, 433 en el siglo XVII, 409 en el XVIII y 260 en el siglo XIX. El tratadista Guillenno Lohmann Villena, autor de esta enumeración, señala que dependiendo de ulteriores investigaciones puede resultar un número mayor (op. cit., p. LXXVII). 4) Ídem, p. 58. 5) Guillenno LOHMANN VILLENA, op. cit., p. Líll.
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10. Vestigios del ideal caballeresco al encuentro de un desafío desmesurado Más allá de esta influencia atribuida a las Ordenes Militares en el Nuevo Mundo, y a pesar de las inflitraciones de naturalismo neopagano que se advierten en la mentalidad del conquistador, vestigios del ideal épico-religioso de la Caballería, o hasta reminiscencias de los legendarios tiempos carolingios, pueden ser notados en ciertos episodios de la Conquista. Por ejemplo, después de sometido el imperio azteca, entre los compañeros de Hemán Cortés subordinados al capitán Andrés de Tapia, "se congregaron doce valerosos soldados, que a fuer de caballeros andantes (y acaso en memoria de los Doce Pares de Francia) quedaron concertados para defender en esas comarcas Zafe católica, deshacer agravios y favorecer a los españoles e indígenas amigos" 1• El Nuevo Continente constituía, para aquellos nobles ávidos de proezas, un gigantesco reto, un desafío desmesurado.2 En primer lugar, debían enfrentar una naturaleza bravía e inclemente: desde el insalubre Darién, en la frontera entre Centro y Sudamérica -región de pantanos, montañas y bosques húmedos inaccesible aun en nuestros días- hasta las cimas vertiginosas de la más extensa cordillera del mundo, los Andes; desde ríos de longitud y anchura nunca vistos ("Mar Dulce" llamó Salís al Río de la Plata), a desiertos de una inmensidad traicionera, en los que calores y fríos extremos se alternan en pocas horas; pasando por selvas impenetrables como las del Orinoco, el Atrato, el Amazonas, o por llanuras desoladas e interminables, y aun por el fantástico "clima vertical" del trópico, en el cual a veces cortas distancias -algunos kilómetros- separan páramos o estepas heladas de selvas tórridas y lujuriantes, o de ardientes desiertos. La presencia de animales feroces --el jaguar, la pantera negra, el oso, el caimán, la lampalagua, etc.- completa ese cuadro de una naturaleza inhóspita y agresiva. Durante la expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada a través de las selvas del Magdalena, rumbo al reino de los Chibchas, las penalidades fueron extremadas: "El 1) Ídem, p. XXVIII. 2) Puede tenerse idea de lo que fueron las dificultades presentadas por aquel medio hostil, a través de las vívidas y elocuentes relaciones dejadas por los cronistas de Indias. Berna! Díaz del Castillo, por ejemplo, refiere que en la expedición a Honduras emprendida por Hernán Cortés tras la conquista de México, "eran los montes muy altos y espesos, y a mala vez podíamos ver el cielo, pues ya que quisiesen subir en algunos árboles para atalayar la tierra, no veían cosa ninguna, según eran muy cerradas todas las montañas". Perdidos en aquellas enmarañadas serranías, los expedicionarios debieron echar mano de la brújula marítima para orientarse, y abrirse camino en la espesura palmo a palmo con sus espadas, en lucha contra el agotamiento, el hambre y el desánimo (apud Carlos PEREYRA, op. cit., p. 88). Gonzalo Femández de Oviedo señala la gran dificultad que encontraban hombres a veces fogueados en duras guerras en Europa, para adaptarse a "pelear en tan diferentes aíres y regiones tan extrañas", enfrentando alternativamente calores abrasadores "como el mismo fuego" y "tan excesivo fria que se hielan y tullen los hombres". En esas andanzas, "el que atrás se queda es para siempre, porque ni el capitán le busca, ni aún pueden algunas veces atender al despeado y enfermo" (Apud Vicente D. SIERRA, Así se hizo América, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1955, p. 37). No pocos sucumben devorados por las fieras y alimañas. Fray Pedro de Aguado describe cómo en la región de Santa Marta (Colombia) acechaban los caimanes, "pescados [sic] de diez, doce, quince, veinte y más pies de largo, de hechura de lagartos y de ferocidad de carniceros y caribes fieras", y cómo "eran dellos con gran ímpetu arrebatados algunos soldados al pasar por algunas ciénagas y ríos, sumergidos debajo del agua sin poder ser más socorridos, y ansí recibían crudelísimas muertes" (Ídem, p. 39).
Hernando de Soto descubre el caudaloso río Misisipi, en 1541. Detalle del cuadro de Wllliam H. Powell, en la Rotunda del Capitolio. Washington.
Entierro de Hernando de Soto. Oleo de Monleón. Museo de la Marina, Madrid.
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hambre llegó a obligar a los expedicionarios a comer cocidos en agua los cueros de los escudos, las correas y la vainas de las espadas. Acampados en las orillas de un río, un tigre sacó de la hamaca a un soldado: a sus gritos acudieron los compañeros, y el jaguar, atemorizado, dejó la presa por el momento; en hora avanzada de la noche volvió la fiera y en silencio se llevó al infortunado español. Sus camaradas estaban vencidos de cansancio y sueño y el ruido de la lluvia de aquella noche lóbrega ahogó los lamentos de la víctima". Al llegar finalmente a una región más amena, las altiplanicies de la actual comarca de Santander, Jiménez de Quesada hace el recuento de sus hombres: de los ochocientos que habían iniciado la expedición le restan menos de la cuarta parte, ciento y setenta y seis, "flacos, debilitados y remotos de socorros y de favor humano", dice la crónica de Juan de Castellanos. 1
Y debe aún añadirse el obstáculo mayor: las tribus aborígenes, todas ellas bárbaras en grados diversos, cuando no inmersas en el salvajismo más cruel y extremado. No pocas de esas tribus eran belicosas e indómitas, y varias expediciones --como la de Remando de Soto en la Florida, o las de Juan Díaz de Solís y Juan de Ayolas en el Río de la Plata- fueron diezmadas por la ferocidad y la abrumadora superioridad numérica indígena. Además, muchas fundaciones, como la primera de Buenos Aires ( 1535-1541 ), o las establecidas por Pedro de Valdivia al Sur de Chile (La Imperial, Concepción y otras) tuvieron que ser abandonadas frente al terrible asedio de los autóctonos. Ciudades como Santiago de Chile y Cuzco estuvieron también a punto de perderse, y sólo se salvaron en última instancia, por patente intervención sobrenatural.
11. Socorros sobrenaturales en el éxito de la Conquista En efecto, la rápida conclusión de la Conquista no puede ser explicada simplemente --como intentan hacerlo ciertos autores- por circunstancias favorables sagazmente explotadas por los caudillos españoles. Evidentemente esa habilidad existió, y les permitió tanto realizar acometidas victoriosas como librarse de peligros inminentes, en muchas coyunturas críticas. Pero además, como hombres de fe que eran, plenamente conscientes de la providencialidad de la obra que realizaban, ellos sabían que la gracia de Dios no podía dejar de acompañarles, y pedían continua y ardientemente el socorro divino. Por lo tanto debe verse también, en sus proezas a veces casi sobrehumanas, el fruto de inspiraciones de la gracia -que Dios nunca niega a quien la pide- confiriéndoles particular argucia de entendimiento y energía de voluntad para sortear todos los obstáculos que encontraban en su camino, sobre todo en las horas más decisivas. 2 Aún así, ciertas situaciones terriblemente críticas de la Conquista, que cuando parecen perdidas, de repente se resuelven de modo absolutamente prodigioso a favor de los españoles, no pueden ser simplemente explicadas ni por los talentos naturales de éstos 1) apud Jesús María HENAO y Gerardo ARRUBLA, Historia de Colombia, Librería Voluntad, Bogotá, 8ª ed.,
1967,p. 95. 2) Hubo casos sorprendentes de conquistadores asistidos por gracias extraordinarias de carácter habitual, como ocurrió con Alvar Núñez Cabeza de Vaca (célebre por sus largas correrías en Norteamérica y el Río de la Plata), quien curaba indios enfermos tan sólo "santiguándolos y soplándolos y [después de] rezar un Paternoster y un Avemaría, y rogar lo mejor que pudiésemos a Dios Nuestro Señor que les diese salud", como sencillamente refiere él mismo. La voz de sus maravillosas curaciones corrió rápidamente entre los indios del Sur de Estados Unidos, granjeándole fama de taumaturgo (apud Gabriel GUARDA GEYWITZ O. S. B., Los laicos en la cristianización de América, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 1987, p. 141).
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-su genialidad, su energía, su coraje-, ni siquiera por una particular asistencia de la Providencia. Tal explicación sólo puede ser encontrada en favores absolutamente extraordinarios del Cielo, otorgados completamente fuera de las vías ordinarias de la gracia, que rozan en lo milagroso o constituyen auténticos y notorios milagros. Las crónicas de la época abundan en referencias al auxilio que la Virgen María presta a los cristianos en América en horas de peligro extremo, así como a las intervenciones del arquetipo del caballero hispánico, el Señor Santiago. En las batallas de Cortés en México, como en el levante indígena mexicano ocurrido 20 años después en Zapopán; en el terrible sitio de Cuzc'o por las huestes de Manco Inca; en el asalto de las hordas araucanas de Michimalonco contra el pequeño núcleo español de Santiago de Chile; y en tantos otros episodios del mismo género ocurridos de Norte a Sur de Hispanoamérica, las relaciones dejadas tanto por conquistadores como por indios consignan la aparición de una resplandeciente Señora en el cielo, cuya simple presencia aterra y paraliza a la turba pagana, o de un celeste caballero montado en un blanco corcel, espada flamígera en mano, que pone en fuga a la masa de asaltantes indígenas y en quien los españoles reconocen a su Patrono, Santiago Apóstol. El denominador común de aquellas prodigiosas intervenciones es que ocurren cuando la situación de los españoles está humanamente perdida. 1 El agradecimiento a la Madre de Dios o al "Caballero Apóstol" se perpetúa en los nombres de gran número de villas y ciudades; para conmemorar sus auxilios se construyen iglesias o ermitas, o se los inmortaliza en cuadros e imágenes. "No falta su imagen [del Apóstol] en ninguna iglesia de Nicaragua o del Perú. En México hay más de 150 ciudades que llevan su nombre. De Santiago de Cuba, pasando por Santiago de Tunja y Santiago de Cali, se llega a Santiago de Chile" 2; sin hablar que en el camino se encontraban desde grandes ciudades como Santiago de Caracas y Santiago de Guayaquil, hasta modestas villas como Santiago de las Montañas en el Ecuador, Santiago de los Valles en el Perú, Santiago de Huata en Bolivia... Cuando el estudioso sacude el polvo que fue bajando sobre estos maravillosos aspectos de la aurora hispanoamericana --en cuyas crónicas tantas veces la leyenda se
1) Uno de los hechos más memorables de esta naturaleza sucede durante el largo asedio que puso al Cuzco el renegado Manco Inca al frente de casi doscientos mil indios (1536-1537). Cuando la caída del reducto español era inminente comenzaron a producirse diarias apariciones de Apóstol Santiago; y en la última batalla aparece también la Santísima Virgen, a la que las hordas incaicas ven teniendo a Santiago a su derecha y al Profeta Elías a su izquierda. La celeste Señora les arroja arena sobre los ojos: una arena salvífica, que transitoriamente los ciega y definitivamente los convierte. Un detalle referido por el Inca Garcilaso de la Vega es que los españoles cercados en la plaza (los indios dominaban casi toda la ciudad y habían incendiado la mayoría de sus barrios) decidieron arriesgarlo todo en un lance extremo antes de perecer. Se confesaron y encomendaron con fervor a sus santos patronos, y al alba salieron dispuestos a jugarse el todo por el todo. En esa circunstancia desesperada ''fue Nuestro Señor servido f avorescer a sus fieles con la presencia del bienaventurado Apóstol Sanctiago, patrón de España, que apareció visiblemente delante los españoles que lo vieron ellos y los indios encima de un hermoso cava/lo blanco, embrar;ada una adarga, y en ella su divisa de la orden militar, y en la mano derecha una espada que parescía relámpago, según el resplandor que echava de sí. Los indios se espantaron al ver el nuevo cava/lera, y unos a otros desdan: Quién es aquel Viracocha [dios, deidad] que tiene la illapa en la mano (que significa relámpago, trueno y rayo)" (Historia general del Perú, Emecé Editores, Buenos Aires, 1944, t. I, p. 177). El episodio marcó tan vivamente la historia de la ciudad, que para conmemorarlo se erigió contigua a la Catedral una capilla dedicada a Nuestra Señora del Triunfo, y se consagró un altar a Santiago Apóstol. 2) Eduardo CÁRDENAS S. I., Las prácticas piadosas. Los sacramentos, in Pedro BORGES MORÁN, Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas (Siglos XV-XIX) , B. A. C. - Estudio Teológico de San Ildefonso de Toledo - Quinto Centenario (España), Madrid, 1992, vol. I, p. 370.
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convierte en realidad- tiene la impresión de penetrar en la atmósfera de la narrativa y del cancionero de gesta de la Reconquista peninsular 1•
12. La recompensa al heroísmo: privilegios ennoblecedores Evidentemente esa ayuda sobrenatural, tan decisiva para que la nueva Cristiandad americana se pudiera establecer y afirmar, no disminuye en nada el extraordinario papel de las causas segundas. En efecto, vencer tamaños obstáculos naturales, doblegar la resistencia a veces encarnizada de tantos pueblos aborígenes, sólo fue posible en virtud de golpes de audacia y actos de coraje que en ocasiones rayan en lo asombroso, en lo inaudito, y cuyo principal objetivo -no debe olvidarse- era extender a América la Cristiandad española. En este heroísmo al servicio del bien público aflora el carácter intrínsecamente ennoblecedor de la Conquista americana. 2 Por eso, al hacerse notorio que las islas y tierra firme descubiertas constituían un Nuevo Continente entregado por la Providencia en manos de la monarquía española, llega también el reconocimiento regio. "Puesto que el esfuerzo principal-en todos los órdenes- había recaído sobre particulares que en buena parte obraban por su cuenta y riesgo, y se habían obtenido para el Estado beneficios que nunca hubieran sido sospechados, la magnitud de las recompensas había de ser proporcionada a la calidad heroica de los esfuerzos hechos y a la grandeza legendaria de los resultados obtenidos" 3• Así, pues, para premiar las proezas de esos súbditos "que con su esfuerzo lograron ... que en tierras de España siempre alumbrara el sol, los reyes fueron concediendo a los descubridores, conquistadores y pobladores de las nuevas tierras, gracias, mercedes, privilegios y exenciones que, aun variando en su modalidad, en España tan sólo los gozaban los nobles hijosdalgo" 4 • No raras veces, en la fase inicial de la Conquista, esas mercedes excedieron a las obtenidas en los campos de batalla de Europa. "Los privilegios concedidos a los primeros descubridores fueron en ocasiones tan excesivos que superaron en mucho ---no en facultades jurisdiccionales pero sí en cuanto a las recompensas de carácter patrimonial- a los conseguidos por la vieja nobleza castellana en las guerras de la Reconquista peninsular" 5 • Dado que las expediciones eran en su mayoría de iniciativa privada y costeadas por ésta, tenían los Monarcas el mayor interés en estimularlas, pues 1) Sobre esta materia, cfr. Eduardo CÁRDENAS S. l., op. cit., vol. I, pp. 366, 368 y 370; Pbro. Alberto S. MIRANDA, Historia popular de la Virgen del Valle, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1980, pp. 153-159; Juan TERRADAS SOLER C. P. C. R., Una epopeya misionera-La conquista y colonización de América vistas desde Roma, Ediciones y Publicaciones Españolas, Madrid, 1962, pp. 186-190 y 195-199. 2) Numerosos documentos atestiguan cómo los autores de la Conquista sentían la nobleza de esa epopeya. Por ejemplo, cuando Juan Vázquez de Coronado, conquistador de Costa Rica y otras regiones centroamericanas, enfrenta el asedio de una coalición de cinco jefes indígenas contra la recién fundada ciudad de Cartago, arenga a sus soldados recordándoles la relación entre su noble origen y el legendario coraje español: "Sois españoles, hijos de nobles padres, y debéis mostrar vuestra virtud en este momento. No desmayéis, pues es propio de la nación española acometer hechos que exceden a todo género de grandeza" (apud Samuel STONE, La dinastía de los conquistadores: la crisis del poder en la Costa Rica contemporánea, Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), San José, 1975, p. 51). 3) José María OTS Y CAPDEQUÍ, Historia de América y de los pueblos americanos - Instituciones, Salvat Editores, Barcelona, 1959, p. 7. 4) Jesús LARIOS MARTÍN, op. cit., p. 8. 5) José María OTS Y CAPDEQUÍ, op. cit., p. 7.
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era el único modo de extender y consolidar su dominio sobre aquellos inmensos territorios recién descubiertos o aún por descubrir. Muchos de tales privilegios eran ya estipulados previamente, al acordarse el envío de cada expedición. Los Reyes pactaban con los respectivos jefes las condiciones de la empresa, mediante contratos llamados capitulaciones, de nítido sabor feudal. Esos pactos otorgaban a los conquistadores facultades y privilegios considerables, que los convertían -la mayoría de las veces temporalmente- en virtuales señores de los nuevos territorios. Por ejemplo, podían fundar villas y ciudades, repartir en ellas solares, así como proveer cargos públicos. Podían además recompensar a sus subordinados con repartos de tierras, que serán la gran base agraria de la nueva élite indiana. A algunos jefes de la Conquista (por ejemplo a Diego de Almagro) se les concedió también autorización para erigir fortalezas, otorgándoseles su tenencia vitalicia o hereditaria; en lo que aparece una cierta analogía con el castillo feudal europeo, de función al mismo tiempo señorial y militar. El carácter manifiestamente excepcional de estas mercedes queda en evidencia al considerar que en España la erección de nuevos castillos y plazas fuertes se hallaba prohibida desde el reinado de Fernando e Isabel 1 Les fueron dados asimismo indios en repartimiento o encomienda, a los cuales debían adoctrinar en la fe católica, debiendo ser retribuidos por éstos con servicio personal al comienzo, y con tributos más tarde 2 • La primera encomienda americana fue otorgada en Santo Domingo al Almirante Don Diego Colón, hijo del Descubridor, en la segunda década del siglo XVI. Cuando los capitanes ejercían jurisdicción sobre territorio conquistado, podían también repartir encomiendas a sus subordinados. A tan amplio conjunto de facultades correspondían títulos vitalicios o hereditarios otorgados en la respectiva capitulación, tales como adelantado, gobernador o capitán general. En la práctica esos títulos eran equivalentes, ya que designaban la máxima autoridad (militar, civil y en ocasiones también judicial) sobre un área preestablecida. Algunos de ellos ya no correspondían exactamente a la nobiliaria ni a la jerarquía de cargos vigente a la sazón en Castilla: adelantado, por ejemplo, era un título anacrónico, que tuvo gran importancia en los primeros tiempos de la Reconquista, cuando indicaba la jurisdicción suprema sobre territorios fronterizos, con rango "entre duque y marqués" 3; pero hacia el Siglo XV había caído en desuso. Sin embargo, en América se los veía como credenciales de una situación social ennoblecedora, que colocaba a su detentor a las puertas de la hidalguía o de la nobleza titulada. Cabe notar, empero, que aunque ese elenco de privilegios incluyó en algunos casos el poder de jurisdicción que sus beneficiarios tan afanosamente deseaban, éste fue limitado tanto en su alcance como en su duración. Nunca se reproducirá enteramente 1) (cfr. Nobleza y élites tradicionales análogas Cap. VII,§ 5, e). Sobre el mismo asunto, cfr. Milagros del VAS MINGO, Las capitulaciones de Indias en el siglo XVI, Ediciones Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1986, pp. 67-69 y José María OTS Y CAPDEQUÍ, op. cit., pp. 7 y 254. En la Real Cédula del 22 de febrero de 1546 Carlos V designaba a los poseedores de fortalezas y castillos en América con el prestigioso título de castellanos, tal como en España: "Los Castellanos y Alcaydes de las fortalezas hagan pleitohomenaje ante un Cava/lero hijodalgo" (Apud Jesús LARIOS MARTIN, op. cit., p. 9). 2) (cfr. infra, D, § 1) 3) Cfr. Samuel STONE, El legado de los conquistadores: Las clases dirigentes en América Central desde la conquista hasta los Sandinistas, Editorial Universidad Estatal a Distancia, San José, 1993, p. 105.
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en América el régimen feudal: los Tiempos Modernos, tiempos de hipertrofia revolucionaria del Estado, habían comenzado 1•
13. De los adelantados-gobernadores al surgimiento de una "Hidalguía de Indias" En esta etapa inicial de la Conquista, la amplitud de las prebendas que se otorgan tanto al adelantado o gobernador como a sus compañeros de hazañas va estableciendo una equiparación de facto entre los conquistadores y la clase noble, que los Reyes con el tiempo irán sancionando de jure, al conceder a algunos de ellos la hidalguía. El primero en hacerlo es Carlos V, quien en su Real Cédula del 15 de enero de 1529 determina que los fundadores de poblaciones de la isla Española sean hechos "homes hixosdalgo de solar conocido, con los apellidos y renombres que ellos quisieren tomar"; y que entre ellos, quienes ya fuesen hidalgos sean armados caballeros. En julio de ese mismo año el Emperador y su madre la Reina Da. Juana otorgan a los Trece de la fama, que en la Isla del Gallo habían decidido seguir a Pizarro en la asombrosa conquista del Peru, la hidalguía para los que fuesen plebeyos, y la condición de caballeros (dela orden germánica de la Espuela Dorada) a los que ya eran hidalgos. En la misma fecha el Emperador concede la condición de "home fidalgo" a Diego de Almagro, socio de Pizarra en la Conquista del Peru y descubridor de Chile; y tres años más tarde la Reina le otorga escudo de armas 2 • Será en 1573, ya bajo el reinado de Felipe 11, cuando la élite local de Beneméritos de Indias --como quedarán siendo conocidos más tarde los descubridores, conquistadores y primeros pobladores, más sus descendientes- recibirá finalmente amplio privilegio real de hidalguía. El rey manda, mediante las llamadas Ordenanzas de Población, que todos ellos sean hechos "Hijosdalgo de solar conocido, para que en aquella población y otras cuales quier partes de las Indias sean Hijosdalgo y personas de noble linaje y solar conocido, y por tales sean habidos y tenidos, y les concedemos todas las honras y preeminencias que deben haber y gozar todos los Hijosdalgo y Caballeros de estos Reinos de Castilla, según fueros, leyes y costumbres de España" 3• Estas Ordenanzas fueron incorporadas a la legislación de Indias, y su vigencia se mantuvo inalterada durante los 300 años de dominio español en América. Por ejemplo, ya entrado el siglo XVIII, al fundarse en la Banda Oriental del Río de la Plata la ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo, todos sus primeros pobladores y descendientes legítimos fueron declarados hijosdalgo por decreto del gobernador Bruno Mauricio de Zabala, de 29 de agosto de 1726 4•
* * * Nacía así la Hidalguía de Indias, llamada a desempeñar un papel central en toda la Historia de Hispanoamérica, que no cesará al separarse ésta de España; pues continuará siendo ejercido durante largo tiempo --con otras denominaciones, y bajo otras formas y aspectos-por sus herederos pertenecientes a las élites sociales de la fase republicana. 1) 2) 3) 4)
(cfr. Nobleza y élites tradicionales análogas Cap. VII,§ 5, e) Cfr. Jesús LARIOS MARTÍN, op. cit., pp. 10, 13-14. Apud Luis LIRA MONTT, El Fuero Nobiliario ... , pp. 64-65. Cfr. Ricardo GOLDARACENA, El libro de los Linajes, Editorial Arca, Montevideo, 1981, pp. 26-27.
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D - Las tres instituciones clave de la nobleza hispanoamericana: encomiendas, cabildos, mayorazgos Tres instituciones desempeñan un papel capital en la consolidación de la élite americana: las encomiendas, de carácter preponderanternente rural y para-feudal; los cabildos, que se transformarán en órganos representativos de las aristocracias urbanas en formación; y los mayorazgos, que permitirán conservar los patrimonios familiares indivisos a través de muchas generaciones.
14. La encomienda: su doble finalidad espiritual-temporal Corno se vió, entre los poderes conferidos al conquistador -y más tarde a las autoridades que le sucedieron- figuraba la facultad de conceder encomiendas de indios. Fue ésta una institución notable por su originalidad, de carácter al mismo tiempo espiritual y temporal, y que desempeñó en América un extraordinario papel civilizador. La encomienda había surgido en el medioevo español, con un triple propósito: premiar a guerreros cristianos por hechos de armas, encomendarles el cuidado y la evangelización de las poblaciones musulmanas en territorios reconquistados, y atender a las necesidades de repoblación de éstos 1• Para el otorgamiento de encomiendas, la Corona daba preferencia a los hidalgos. En Hispanoamérica fue recreada --con algunas alteraciones de fondo, que limitaron su alcance- para atender simultáneamente a tres prioridades de la Corona: a) evangelizar y civilizar sus nuevos vasallos; b) dar impulso a la producción agropecuaria, para lo cual era indispensable poder contar con mano de obra aborigen; c) satisfacer legítimos anhelos de recompensa, manifestados por súbditos que habían expuesto sus personas, sus familias y sus bienes en actos de verdadero heroísmo durante los épicos lances de la Conquista. En su versión americana, la encomienda al principio consistió en asignar cierto número de indios - a veces parcialidades o tribus enteras- para prestar servicio de trabajo personal en tierras del encomendero. Dicho servicio substituía el pago de tributos a la Corona. Las modalidades del mismo, sus tumos, horarios, etc., eran acordados con el respectivo curaca, cacique o jefe indígena, quien conservaba las facultades de gobierno sobre los suyos. En retribución, el titular de esa merced se obligaba a promover la evangelización y civilización de los indios que le fueran encomendados, así corno a mantener armas y caballos para la defensa de las tierras de éstos y para las necesidades militares de su provincia 2 • La negligencia en proveer a la enseñanza religiosa de los 1) Cfr. Virgilio ROEL, Historia social y económica de la colonia, G. Herrera Editores, Lima, 3ª ed., 1988, p. 89; Constantino BAYLE S. l., España en Indias, Ediciones Jerarquía, Madrid, 2ª ed., 1939, p. 192 y Luis GARCÍA DE V ALDEA VELLANO, op. cit., pp. 339-345. 2) Cfr. Silvio ZAV ALA, Ensayos sobre la colonización española en América, Editorial Porrúa, México, 3ª ed., 1978, pp. 107 ss.; José María OTS Y CAPDEQUÍ, op. cit., p. 7; Milagros del VAS MINGO, op. cit., pp. 55-58, 64-70, 81-82 y Constantino BAYLE S. l., op. cit., p. 192.
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encomendados determinaba diversas sanciones, como la oblígación de restituir los tributos a los indios, o hasta la confiscación de la respectiva merced 1• A poco más de dos décadas de implantada en América, la encomienda sufre una fundamental alteración: en 1536, buscando remediar abusos a que el sistema de servicio personal había dado lugar en Centroamérica, se decide abolirlo y substituirlo por la cesión al encomendero de tributos que los naturales debían pagar al rey. No obstante, en muchas partes se postergó la aplicación de esa norma, con la anuencia de las autoridades, por no permitirlo las condiciones locales. El sistema anterior pervivió sobre todo en zonas donde los aborígenes locales integraban "pueblos de rudimentario desarrollo social y cultural.( ... ) Así, en regiones como Nuevo León, Popayán, Venezuela, Tucumán, Paraguay y Chile subsistió la encomienda de servicio personal" 2 • El otorgamiento de cada encomienda a su titular se formalizaba por un contrato que recuerda el íntimo vínculo pactado entre señor y vasallo en el régimen feudal. El acto lo realizaban ceremonialmente el encomendero y sus vasallos indios en presencia del representante de la Corona; su carácter oficial y solemne propendía a reforzar la obligación de ambas partes a cumplir fielmente lo pactado. 3 El acierto de la Corona en implantar este sistema, así como los indudables beneficios del mismo, pese a los abusos a que estuvo sujeto -por ejemplo, su eficacia evangelizadora y civilizadora, su adecuación al nivel sociocultural de las poblaciones aborígenes en la época-, han sido reiteradamente resaltadas por historiadores imparciales, y no son materia de estas notas, que se ciñen a mostrar el papel de la encomienda como soporte de la aristocracia en formación. En tal sentido, es fácil notar cómo en aquella naciente sociedad el conjunto de poderes y privilegios que sus jefes detentaban -y la encomienda era entonces uno de los más difundidos4 - equivalía a un señorío de facto, cuyo ejercicio, en condiciones de autonomía evidentemente favorecidas por la distancia de la metrópoli, confería lo que con propiedad se ha denominado nobleza tácita 5. El extraordinario papel 1) Cfr. Femando de ARMAS MEDINA, Cristianización del Perú (1532-1600), Escuela de Estudios Hispano-Americanos - C. S. I. C., Sevilla, 1953, pp. 121- 123; ver también Arthur M. HEINRICHS, op. cit., pp. 82-83. 2) Gastón Gabriel DOUCET, El trabajo indígena bajo el régimen español, in Guillermo MORÓN y otros, Historia General de América, ltalgráfica, Caracas, 1989, t. IV, p. 167. Ver también Constantino BAYLE S. l., op. cit., pp. 206-211; Richard KONETZKE, América Latina-11. La época colonial, Siglo Veintiuno Editores, México, 1972, p. 181; Jaime EYZAGUIRRE,Fisonomía histórica de Chile, Editorial Universitaria, Santiago, 13ª ed., 1992, pp. 48-57 y 59, y Virgilio ROEL, op. cit., pp. 89-94 y 273. 3) Una muestra de este procedimiento la ofrece la cesión de encomienda que el primer Virrey de México, Don Antonio de Mendoza, hace al poblador español Gerónimo López. El representante real arenga al nuevo encomendero recordándole su misión religiosa, "que tenga especial cuidado en instruir y enseñar a los naturales del dicho pueblo en las cosas de nuestra santa fe católica, poniendo en ello toda su solicitud posible y necesaria, sobre lo cual le encargaba la conciencia y descargaba la de su majestad y suya en su real nombre". Y el encomendero manifiesta estar consciente de esta misión religiosa, cuando más tarde escribe al Emperador Carlos V: "Dios eligió los que habíamos de venir a ganar esta tierra, eligió a Vuestra Señoría para fundador y perpetuador della y desta su nueva Iglesia [la nueva cristiandad americana]" (apud Arthur M. HEINRICHS, op. cit., p. 83). 4) Sobre la difusión de la encomienda, son ilustrativas las cifras concernientes a México: "En 1545, ... treinta años después de la Conquista, no había más de 1.385 pobladores españoles en México, de los cuales 577, o sea más de la tercera parte, eran encomenderos" (José DURAND, op. cit., vol. II, p. 29). También un número considerable de los conquistadores del Perú recibió indios en encomienda. 5) El conocido especialista en nobiliaria Francisco de Cadenas Allende emplea la expresión Nobleza Tácita para designar dos categorías específicas de la élite hispanoamericana: a) los encomenderos, en quienes "se puede encontrar un origen nobiliario muy similar al propio de señores
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civilizador de la encomienda queda además puesto en evidencia al considerar que la mayoría de las parroquias y poblaciones del hinterland hispanoamericano nacieron de ellas. En efecto, para cumplir su misión catequética los encomenderos debían proveer uno o más misioneros; éstos establecían una doctrina (capilla con escuela), promovían el paulatino agrupamiento de los aborígenes a su alrededor, y les enseñaban las costumbres cristianas y civilizadas. Con el tiempo ese asentamiento indígena se transformaba en pueblo de indios, la capilla en iglesia, y ésta en Parroquia. El fenómeno se repite a lo largo de los siglos XVI y XVII en toda la geografía de Hispanoamérica, desde el norte de México hasta Chile y las regiones central, norte y noroeste del Río de la Plata.
15. Los cabildos como soporte de las aristocracias urbanas Estrechamente vinculada al desarrollo de villas y ciudades hispanoamericanas se halla otra antigua institución castellana, el Concejo municipal, con sus tradicionales fueros y privilegios. Bajo el nombre de cabildo o ayuntamiento, según se tratase de una ciudad o una villa, cobrará singular importancia, y su relevante papel durará hasta el fin del dominio español.' La importancia de los cabildos corno centros de poder local radicó en el hecho de que, a través de ellos, la élite de conquistadores y primeros pobladores pasó a ser el vínculo orgánico entre la sociedad naciente y el poder central. El historiador Vicente D. Sierra destaca este aspecto: "El cabildo no surge por imposición legal, sino como expresión natural de la personalidad política de los conquistadores". E insiste: "no es exagerado decir que el régimen municipal fue consustancial al conquistador. Lo implantó en el Nuevo Mundo sin ley alguna que se lo ordenara" 2 • De este modo los cabildos hispanoamericanos llegaron a poseer atribuciones mucho más amplias y vitales feudales y, anteriormente, de los nobles territoriales"; b) los "cabildantes e individuos pertenecientes a linajes que ejercieron cargos reales reiteradamente y que, en cierto modo, de una situación Ariswcrática, pasaron a una Cuasiposesión de la Nobleza de Indias para terminar siendo considerados como nobles" (Francisco de CADENAS ALLENDE, Nobiliaria extranjera, Hidalguía, Madrid, 2ª ed., 1986, pp. 60 y 62). Como puede verse, dentro del género élites análogas a la nobleza - tal como lo caracteriza el Profesor Plinio Correa de Oliveira- el concepto de Nobleza Tácita designa especies ya prácticamente asimiladas a la categoría nobiliaria en sentido estricto. De hecho, y sin considerar su misión religiosa, la simple enumeración de las funciones y prerrogativas de los encomenderos permite apreciar hasta qué punto habían alcanzado ese tácito ennoblecimiento: "aparte de percibir los tributos de los indios, en dinero, especie o trabajo, ... gozaban ciertos privilegios como el de tener asiento en las Reales Audiencias y Chancillerías, estar exentos de ejercer su oficio, no poder ser presos por deudas ni ejecutados en sus esclavos, armas y caballos, y todo esto, unido al servicio militar de defender el territorio, les hacía aparecer y ser considerados nobles" (Jesús LARIOS MARTÍN, op. cit., p. 17; ver también Francisco de CADENAS ALLENDE, op. cit., pp. 72-73). 1) Esos concejos eran establecidos en el propio acto fundacional de la nueva población, siguiendo un ritual solemne e inalterable en el cual trasluce el carácter del hidalgo español, afecto a la representación, al ceremonial, y a la precisa delimitación de cargos, derechos y obligaciones. El conjunto de formalidades de cada fundación comprendía delimitar la plaza, con lugar preeminente para la iglesia y la futura sede del gobierno municipal; trazar las calles y fijar el sitio de los futuros solares, de la picota o Arbol de la justicia, de la horca, etc., así como proceder al nombramiento de las autoridades: Alcalde, Justicia Mayor (o Alguacil mayor), Alférez real, tesorero, regidores, etc. y labrar la respectiva acta. Antes o después de la ceremonia, habiendo Sacerdote presente se oficiaba la Santa Misa (cfr. Vicente D. SIERRA, Así se hizo... , pp. 151 -153). 2) Vicente D. SIERRA, Así se hizo... , pp. 146 y 158.
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que las de los concejos castellanos de la época, cuyo poder efectivo -que en la Edad Media había sido considerable- se hallaba ya bastante mermado por el avance del centralismo 1• Sólo más tarde los reyes reglamentarán su constitución, pero lo harán de modo muy escueto y genérico 2• Y con el correr del tiempo, cuando crezcan en importancia las urbes hispanoamericanas, los cabildos se transformarán en verdaderos órganos de poder definidamente aristocratizantes 3 •
16. Mayorazgos, fundamento de la perdurabilidad de las estirpes patricias americanas El mayorazgo es también una antigua y sabia institución del Derecho Nobiliario español trasplantada a América. Al contrario de lo que vulgarmente se supone, no otorgaba a su legatario -en general, el hijo varón primogénito- ni la totalidad de los bienes paternos, ni mucho menos su disposición irrestricta, sino que lo convertía en una suerte de guardián de una porción substancial del patrimonio familiar (entre un quinto y un tercio). Esta porción era también, por su calidad, la parte más apreciable de dicho patrimonio; y el objeto primordial del mayorazgo era protegerla a través de las generaciones, impidiendo su dilapidación, para dar así al linaje del fundador condiciones materiales de perdurar. Para ello, mediante previa autorización real un jefe de estirpe podía.fundar mayorazgo y vincular al mismo no sólo bienes inmuebles -propiedades rústicas y urbanas- sino también una amplia diversidad de bienes muebles, tales como joyas, armas, platería y pedrería, obras de arte (cuadros y objetos valiosos, imágenes sacras, etc.) que integraban su patrimonio. Una vez efectuadas jurídicamente, esas vinculaciones de bienes eran indivisibles e inalienables. Se trataba de una situación de derecho y patrimonial singularísima, porque su titular sucedía al fundador y no al último poseedor, cualquiera que hubiese sido el número de sucesiones intermedias 4 • En ciertos casos podían también vincularse al mayorazgo determinados títulos, honras y cargos transmisibles de padres a hijos. 5 Solían asimismo ser incluídas las llamadas capellanías, que consistían en hacer celebrar un cierto número de misas anuales por las intenciones y en las condiciones estipuladas por su fundador. Para ello se destinaba una determinada renta, en general inmobiliaria, "cuyo interés (obtenido por arrendamiento o producción) servía no sólo para el pago del número de misas anuales para lo cual.fueron fundadas, sino también 1) Cfr. Vicenta María MÁRQUEZ DE LA PLATA y Luis VALERO DE BERNABÉ, Nobiliaria españolaOrigen, evolución, instituciones y probanzas, Prensa y Ediciones Iberoamericanas, Madrid, 1991, pp. 163- 165. 2) Cfr. Vicente D. SIERRA, Así se hizo ... , p. 146. 3) (cfr. infra II, § B, 3.) 4) Cfr. Manuel TABOADA ROCA, (Conde de Borrajeiros), Las sucesiones nobiliarias y su regulación legislativa después de la Constitución, Hidalguía, Madrid, 1983, pp. 35-48. 5) En el Perú, por ejemplo, mientras que el oficio de "Escribano mayor de la Mar del Sur" quedó vinculado al mayorazgo de Presa, perteneciente a la familia Carrillo de Albornoz, el de "Correo mayor de Indias pertenecía hereditariamente a los Carvajal y Vargas, condes del Castillejo. El alferazgo real de Lima era de los Lezcano y luego de sus descendientes los Buendía, marqueses de Castellón; el alferazgo del Cusco era propiedad del mayorazgo de Celiorigo, de la familia Ugarte; el de Trujillo, de la casa de los condes de Olmos. La tesorería mayor de la Real Casa de Moneda pertenecía a los Santa Cruz, condes de San luan de Lurigancho. Y como estos ejemplos podríamos citar muchos más" (Paul RIZO-PATRÓN, op. cit., p. 151).
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para el pago de una suma anual hecha al capellán" 1• Análogo procedimiento seguían los legados píos y denominaciones afines, establecidos para el sostén perpetuo de conventos u otras instituciones de la Iglesia, obras de caridad, etc. El origen del mayorazgo en España remonta a la baja Edad Media (siglo XIII), cuando los monarcas, deseando "honrar y ennoblecer" a vasallos que "sobresalieron en las jornadas de la Reconquista, les facultaron para fundarlos sobre sus bienes, como un privilegio conferido a sus personas y linajes. A su vez, más tarde, en el proceso de formación de la nobleza en la América española, se observa que los mayorazgos ...surgen como un medio de asegurar las fortunas familiares y de consolidar el prestigio social en las capas altas de la sociedad del Nuevo Mundo" 2• En efecto el mayorazgo llega a América no mucho después de la Conquista: "Pasada la primera época del descubrimiento y conquista de sus territorios, los conquistadores y sus descendientes se transforman en pobladores de ciudades, encomenderos y terratenientes. El estrato superior formado por los llamados beneméritos de Indias y su posteridad, esto es, la nobleza indiana o hidalguía americana, consciente del rol correspondiente a su alto rango social, concibe también el anhelo de ilustrar sus casas y apellidos, y de allí nace la apetencia de fundar mayorazgos y alcanzar de la Corona las gracias de títulos de Castilla y de hábitos en las órdenes militares" 3• La importancia de los mayorazgos crecerá a medida que se vaya tornando más evidente la intención real de hacer prevalecer los poderes de los funcionarios de la Corona sobre las élites locales que paulatinamente crecen en importancia y riqueza. Las clases altas americanas, con su flexibilidad y sentido de adaptación característicos, sabrán sortear muchas - no todas- de las tentativas de restringir sus poderes por parte del legalismo de la metrópoli. Por ejemplo, la élite de Nueva España se aprovechará de "la mayoría de las instituciones castellanas -tanto bajomedievales como modernas-" como "medios idóneos para, precisamente, contrarrestar la ofensiva de la normativa jurídica impuesta por el poder central, y desarrollar dentro de ella una serie de rasgos peculiares concordes con sus características económicas y peculiar estructura social" 4 • En ese sentido, "La típica institución del mayorazgo" se convirtió en medio "para conseguir la continuidad legal del linaje y de sus bienes"; permitiendo así que, ya desde el siglo XVI, pudiese desarrollarse en México "una aristocracia que, aunque en la mayoría de los casos no titulada, sí ejercía en gran parte las funciones, y detentaba poderes similares en bastantes casos, de hecho aunque no de derecho, a los de los nobles de Castilla y en los otros reinos de la Monarquía" 5• Esto fue favorecido por la circunstancia de que, con el tiempo, el mayorazgo dejó de tener carácter de privilegio y se transformó en derecho común. Así, por ejemplo, las Leyes de Indias permitieron fundarlos a "los vecinos de las ciudades, villas o lugares
1) Paul RIZO-PATRÓN, op. cit., p. 153. 2) Luis LIRA MONTT, La fundación de Mayorazgos en Indias - Estudio Histórico-Jurídico, in "Boletín de la Academia Chilena de la Historia", Santiago, n2 102, septiembre, 1992, p. 349. 3) Ídem, p. 351. 4) José F. de la PEÑA, Oligarquía y propiedad en Nueva España (1550-1624), Fondo de Cultura Económica, México, 1983, p. 182. 5) Ibídem.
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de las Indias" 1 en general, y la autorización regia para establecerlos fue delegada a los representantes locales del Monarca. En algunos países hispanoamericanos, como México y Chile, la institución del mayorazgo perduró hasta mucho después de implantado el régimen republicano. En México, por ejemplo, "el mayorazgo permitió a la aristocracia que surgió en los siglos XVI y XVII, que persistiera como nobleza hasta bien entrado el siglo XIX". Los tres principales mayorazgos mexicanos "eran muy antiguos: los múltiples del Valle de Orizaba, el imperio Aguayo-Alamo y el principado de la familia Rincón Gallardo, Marqueses de Guadalupe. Éstos, y posiblemente otros cuantos, como los de los Mariscales de Castilla y los de la familia Santiago y Salinas, sugieren que existió en Nueva España una aristocracia criolla. Ésta y otras familias se enriquecieron en el siglo XVI y fueron poderosas desde entonces. Lo siguieron siendo hasta después de la Independencia" 2• El caso más notable de esta perduración ocurrió en la Argentina, con el señorío y mayorazgo de San Sebastián de Sañogasta (La Rioja), perteneciente a la familia Brizuela y Doria. Dicho vínculo sobrevivió más de 100 años a la república (declarada en 1816), ya que sólo fue abolido por una decisión de la Corte Suprema de Justicia hacia la tercera década de este siglo. 3
17. Mayorazgos y upolítica matrimonial" Los bienes mayorazgos se solían conservar y aumentar por medio de la llamada política matrimonial, que consistía en concertar casamientos mutuamente ventajosos para las familias de ambos contrayentes. Dicha práctica ·fue usual, por ejemplo, en México: "Las familias que dependían de un mayorazgo agrícola, frecuentemente se casaban entre sí para conservar integradas las tierras. Las familias Aguayo-Alamo, los Marisca/es de Castilla y los Condes del Valle de Orizaba y lasfamilias Santiago-Salinas se casaron entre sí, literalmente, generación tras generación" 4 . El sistema tuvo amplia difusión en toda América española. En el Río de la Plata, el segundo fundador de Buenos Aires, Don Juan de Garay, y el de Córdoba del Tucumán, Don Jerónimo Luis de Cabrera, acuerdan después de su famoso encuentro a orillas del Paraná (1573) la boda de una hija del primero, Doña María de Garay, con un hijo del 1) Cfr. Luis LIRA MONIT, La.fundación... , p. 352. 2) Doris M. LADD, La nobleza mexicana en la época de la independencia - 1780-1826, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, p. 112. 3) El c itado mayorazgo se constituyó en 1663 sobre un tercio de los bienes de su fundador, el Capitán General Pedro Nicolás de Brizuela y de la Peña, héroe de la lucha contra la sublevación de los indios diaguitas, casado con Doña Mariana Doria y Salcedo. Las cláusulas de su fundación permiten apreciar el espíritu católico vigente en la época. Entre ellas figura la cesión a su hijo mayor de los bienes vinculados, bajo condición de "que no los pueda vender, trocar ni enajenar en todo ni en parte, so pena de perderlo para siempre jamás". Otras cláusulas estipulan "que todos los que fueren sucediendo en este vínculo no usen ni tengan ni firmen más alcurnias ni apellidos que Brizuela y Doria" (aunque sus apellidos de nacimiento fuesen otros), así como que no tengan "raza de judío, hereje, moro" o filiación ilegítima. Al concluir, el documento invoca la maldición de Dios para los descendientes que violen sus cláusulas, de modo que por permisión divina "se vean pobres, mendigos y arrastrados de puerta en puerta"; y al contrario, los bendice si "acudieran como nobles cristianos obedientes a sus padres difuntos", augurándoles el goce perdurable del vínculo "y que procedan como hidalgos y buenos cristianos. Amén" (Apud Eduardo A. COGHLAN, Historia genealógica de algunos linajes argentinos, Buenos Aires, 1972, pp. 185-186; cfr. también Annando R. OCAMPO, La Capilla de Sa n Sebastián de Sañogasta, in "Revista de la Junta de Historia y Letras de La Rioja", La Rioja (Argentina), 1943, pp. 85- 113). 4) Doris M. LADO, op. cit., p. 43.
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segundo, Don Gonzalo Martel de Cabrera. Otra hija de Garay casará con el gobernador de Asunción, Remando Arias de Saavedra, Hernandarias; y dos hijas de este último matrimonio casarán con dos nietos de Cabrera. Alianzas endogámicas de esta naturaleza se pactan con doble propósito: unir los patrimonios de familia, y "afianzar y estabilizar los derechos adquiridos, substrayéndolos a la codicia de los jueces comisionados o gobernadores prepotentes" '· De este modo, una cuidadosa interacción entre Mayorazgos y casamientos hará que ilustres linajes hispanoamericanos puedan permanecer en posesión de sus patrimonios durante centurias: en algunos casos, prácticamente desde los días de la Conquista hasta después de la Independencia, cuando los gobiernos republicanos extingan aquella institución.
18. Títulos, distinciones y preeminencias en Hispanoamérica Con el establecimiento de encomiendas, cabildos y mayorazgos, quedaban implantados en América los cimientos institucionales de una verdarera élite análoga a la nobleza, a la que se dio en llamar hidalguía o aristocracia de Indias, constituida por las familias principales de cada fundación Las situaciones y cargos para-nobiliarios que así surgían fueron siendo refrendados por vía consuetudinaria, y en el seno de la sociedad local fue creándose espontáneamente una jerarquía de títulos propia y original. En el primer rango de ésta sobresalen "dos títulos, que, reconocidos en España o no, en América se apreciaban grandemente: uno, el de encomenderos, con su señorío práctico de tierras y vasallos; algo un tanto semejante al viejo señorío feudal, aunque sin la vieja autonomía. Otro, el título de conquistadores, con valor militar, histórico y heroico. Estas preeminencias las compartían, hasta cierto punto, los primeros pobladores, o sea, los hombres señalados que asistían a la fundación de las nuevas ciudades y que figuraban en el acta como personas importantes. Los primeros pobladores tenían deberes militares, como los tenían también los encomenderos, y como ellos gozaban de repartimiento de indios para su servicio" 2• No tardó en establecerse una distinción entre los propios conquistadores, en dos categorías. El renombrado cronista de la Conquista peruana, el Inca Garcilaso de la Vega, deja ver hasta qué punto en la pequeña y ruda sociedad de entonces había plena conciencia de esas distinciones y preeminencias: "Llamamos conquistador de los primeros --escribe Garcilaso-- a cualquiera de los ciento y sesenta españoles que se hallaron con D. Francisco Pizarra en la prisión de Atahuallpa; y los segundos son los que entraron con D. Diego de Almagro y los que fueron con D. Pedro de A/varado, que todos entraron casi juntos; a todos éstos dieron nombres de conquistadores del Perú, y no más, y los segundos honraban mucho a los primeros, aunque algunos fuesen de menos cantidad y menos calidad que no ellos, porque fueron primeros" 3. El cronista Bernal Díaz refiere también cómo en México la Corona aprobó los repartimientos realizados por Cortés y, en un comienzo, refrendó muy discretamente la preeminencia que esa élite fundacional iba adquiriendo en la sociedad de la conquista: 1) Raúl A. MOLINA, Hernandarias-El hijo de la tierra, Editorial Lancestremere, Buenos Aires, 1948, p. 363. 2) José DURAND, op. cit., vol. II, p. 20. 3) Apud ídem, vol. II, p. 21.
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"Y mandaron --escribe- que todos los conquistadores fuésemos antepuestos y nos dieran buenas encomiendas de indios, y que nos pudiésemos asentar en los más preeminentes lugares, así en las santas iglesias como en otras partes" 1 En el Río de la Plata se constituye una jerarquía inicial de notables compuesta por "conquistadores, que son los que se hallaron en la conquista y pacificación de la tierra, y primeros pobladores, que todos están mandados preferir en los repartimientos de los indios(. .. ) primero los conquistadores y después los pobladores". Al lado de esta élite figuran también los "vecinos", término que pasa a ser sinónimo de pobladores distinguidos que también tienen indios a su servicio, así como obligación de mantener armas y caballos para defensa de la ciudad; a éstos le sigue la pequeña burguesía de artesanos y mercaderes y los labriegos 2 • A veces el título de vecino coincide con el de conquistador o primer poblador, y también con el de hidalgo. En el Cuzco, por ejemplo, refiere Garcilaso de la Vega, la condición de "vecinos" designaba a "los señores de vasallos, que tienen repartimientos de indios"; los cuales eran "todos caballeros nobles, hijosdalgo" 3• Como se ve, las incipientes élites locales se fueron estructurando de manera consuetudinaria y orgánica, teniendo siempre a su cabeza a los "conquistadores, sus hijos legítimos, los encomenderos y los primeros pobladores de las ciudades", quienes "componían la capa de beneméritos, dignos de respeto y honores especiales" 4 • En tiempos de Felipe II éstos ya "constituían una verdadera aristocracia, aun cuando algunos de ellos careciesen de hidalguía" 5 • Buscando estructurarse según los modelos que una lenta y secular destilación había implantado en la Península, y adaptándolos instintivamente a las circunstancias del Nuevo Mundo; llevando en sí ingentes promesas de futuro, a la vez que expuestas a riesgos mayúsculos --el proceso revolucionario ya comenzaba a minar la cristiandad de Occidente-; haciendo dar a la herencia recibida sus primeros frutos, las emergentes nobleza y élites análogas de Hispanoamérica ingresan así en el majestuoso escenario de la Historia.
E - Consolidación de las fundaciones y definición de una élite hispanoamericana Como se ha visto 6, aunque no debe considerarse a los Reyes Católicos como exponentes típicos del absolutismo monárquico del Renacimiento, es incuestionable 1) Apud ídem, vol. II, p. 19. El historiador costarricense Norberto de Castro y Tosi distingue siete categorías de hijosdalgo en Centroamérica hacia el siglo XVII: primero los "Caballeros Hijosdalgos", peninsulares o criollos; a éstos siguen los "Hijosdalgo de Pobladuría de Sangre", descendientes de primeros pobladores plebeyos; en tercer lugar los "Hijosdalgos de Pobladuría de Privilegio", que se convertían en hidalgos de sangre a la tercera generación, todo ello de acuerdo a las Ordenanzas de Felipe II; venían después, sucesivamente, los segundones de las tres categorías antedichas, los hijos de matrimonios de españoles nobles con indias, los caciques indígenas, y finalmente los indios nobles (Apud Samuel STONE, La dinastía ... , pp. 52-53). 2) Ídem, vol. II, p. 20. 3) Ídem, vol. II, p. 24. 4) Magnus MÓRNER, Estratificación social de Hispanoamérica durante el periodo colonial, in Guillermo MORÓN, op. cit., t. IV, p. 104 (destaque en el original). 5) José DURAND, op. cit., vol. II, p. 14. 6) (cfr. supra C.,§ 2)
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que con la unificación de España establecen en la práctica el Estado nacional con una autoridad claramente centralizadora, y que en sus sucesores esta tendencia toma un cariz definidamente absolutista 1• La gesta de la evangelización y civilización de América lleva, pues, la marca de una monarquía poderosa dispuesta a expandir las fronteras de su católico imperio. La iniciativa primera parte de los propios monarcas, y el plan de la magna obra es fruto de una dirección que en todo quiere pensar y a todas las necesidades quiere acudir con diligencia. Pero la ejecución, como se ha visto, es asumida en buena parte por los súbditos; si no por los más altos, al menos por los de más fe o arrojo, más sedientos de aventura o de gloria. "Nadie ignora que la conquista y población de América se hizo con autoridad de los Reyes y a costa de particulares", señala el P. Constantino Bayle 2 • Así, pues, para describir la realidad social que surge en el Nuevo Mundo se hace necesario considerar estas dos peculiares fuerzas, a veces aliadas y a veces contrapuestas: el dirigismo unificador de la monarquía, que en ocasiones cercena el natural desarrollo de la sociedad naciente en las Indias; y el impulso local de los que, al otro lado del Océano, buscan también afianzar un señorío particular que consideran adquirido por derecho de conquista. Es la transposición, a tierras de Indias, de la puja entre "centripetismo" regio y autonomismo feudal que había marcado la historia institucional de la Península 3•
19. Convulsiones del período organizativo La indisposición de la Corte y oposición de los legistas Ese juego de fuerzas caracteriza todo el período que puede llamarse organizativo, o de consolidación de las fundaciones americanas, y que corresponde grosso modo al reinado de Carlos V. Período convulsionado, en el cual las fricciones entre la nobleza y el poder real que se verifican en Europa 4 se manifestarán a su modo también en Hispanoanérica. Es en esta época cuando la Corona opta por recompensar a los hombres de la Conquista con encomiendas en vez de señoríos; porque siendo el Continente americano "un campo ... efectivamente propicio para el desarrollo del sistema señorial", al otorgar encomiendas el Rey conseguía hacer "una cesión muchísimo más escasa de sus derechos" que si otorgase señoríos 5 • Evitaba, por ejemplo, que los indios quedasen vasallos del conquistador en vez de suyos. Por su parte los héroes de la Conquista, buscando afirmarse como clase señorial, debieron enfrentar la indisposición de la Corte ante sus pretensiones --que ni siempre eran módicas, como lo ilustra la carta en que Francisco Pizarra reivindica para los conquistadores "tantas franquicias y preeminencias como los que ayudaron al rey Don Pelayo y a los otros reyes a ganar a España de los moros" 6• 1) 2) 3) 4) 5)
(cfr. Nobleza y élites tradicionales análogas Vol. I Cap. VII,§ 5, e) op. cit, p. 199. (cfr. supra C., § 2) (cfr. Nobleza y élites tradicionales análogas Vol. Cap. VII,§ 5.) Bernardo GARCÍA MARTÍNEZ, El Marquesado del Valle-Tres siglos de régimen señorial en Nueva España, El Colegio de México, México, 1969, p. 10. 6) Apud Guillenno LOHMANN VILLENA, op. cit., p. XX.
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Es difícil, sin embargo, negar el fondo de justicia de tales reivindicaciones: con sus asombrosas hazañas, esos aguerridos hidalgos iban conquistando para su Monarca territorios vastísimos , cuya propia designación evoca su carácter de reinos ultramarinos anexionados a la Corona: Castilla del Oro (Centroamérica), Nueva España, Nuevo Reino de León (norte de México), el Imperio del Perú, el Nuevo Reino de Granada, etc. Pero en la Corte muchos veían las cosas con otros ojos. "La antigua aristocracia --comenta José Durand- no podía aceptar fácilmente ese aluvión de guerreros famosos, todos justamente pedigüeños de títulos y honores. Tampoco podía ver con buenos ojos a tantos hombres que, enriquecidos de un momento a otro, pasaban de hidalgos oscuros a caballeros altivos y, en fin, quedaba el temor de que esas hazañas, realizadas en tierras desconocidas, tuviesen mucho de farsa o exageración. Al indiano, cada vez más, se le mira con desdén, y no tarda en.figurar como personaje tristemente pintoresco en el teatro de la época" 1 Por otro lado, habían llegado a la corte las relaciones del controvertido fray Bartolomé de Las Casas, el pionero de la leyenda negra antiespañola, quien pintaba un cuadro con ribetes dantescos de la crueldad sin entrañas con que, según aseguraba, procedían la absoluta generalidad de los conquistadores y encomenderos con relación a los indígenas. Hoy en día existe suficiente evidencia de que el famoso libelo de Las Casas, "Brevísima relación de la destrucción de Indias", no pasaba de un elenco de falsedades delirantes, ya cabalmente rebatido por la ciencia histórica; y el propio autor llega a ser considerado por especialistas de la psiquiatría como un psicópata 2 • Pero en ese entonces Las Casas contaba con fuertes apoyos en la Corte, y sus alucinadas críticas no sólo impresionaron profundamente un ambiente ya indispuesto en relación a los conquistadores, sino que tuvieron, para el desarrollo de la nobleza hispanoamericana, consecuencias concretas de la mayor importancia.
20. Encomiendas en jaque: Las uNuevas Leyes" y sus secuelas De hecho la Corona estaba obligada a proteger a sus nuevos súbditos aborígenes contra atropellos y abusos que realmente sufrían - por excepción y no por regla- a manos de españoles sin escrúpulos. Pero la regulación de esas medidas protectoras fue 1) José DURAND, op. cit., vol. II, p. 9. Nótese de paso cómo esa imagen peyorativa del conquistador, popularizada por los sainetes, se asemeja a la que por esa misma época puso en boga Cervantes con su Quijote, para ridiculizar el espíritu de Caballería; Jo cual refuerza la tesis que parecen insinuar autores como Enrique Heine, de que El Ingenioso Hidalgo hizo parte - intencionalmente o no- de una suerte de orquestación publicitaria de inspiración anticatólica contra la clase guerrera de España, precursora de los métodos del llamado terrorismo mediático contemporáneo. Dicha orquestación no puede dejar de ser calificada de "revolucionaria", en el sentido que da a esta palabra el Profesor Plinio Correa de Oliveira en su citado ensayo Revolución y Contra-Revolución (cfr. SOCIEDAD ESPAÑOLA DE DEFENSA DE LA TRADICIÓN, FAMILIA Y PROPIEDAD, España anestesiada sin percibirlo, amordazada sin quererlo, extraviada sin saberlo - La obra del PSOE, Editorial Femando III el Santo, Madrid, 1988, p. 66). 2) Acerca de este asunto, ver COMISIÓN INTER-TFPs DE ESTUDIOS IBEROAMERICANOS, op. cit., pp. 60-65; Josep-Ignasi SARANYANA, Teología profética americana-Diez estudios sobre la evangelización fundante, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1991 , p. 65; cfr. también Cayetano BRUNO S. D. B., La España misionera ante el Quinto Centenario del gran Descubrimiento, Ediciones Didascalia, Rosario (Argentina), 1990, pp. 75-77; Rafael GAMBRA, La cristianización de América, editorial MAPFRE, Madrid, 1992, pp. 153-169 y Philip W. POWELL, op. cit., pp. 48-49.
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influenciada a fondo por eclesiásticos humanistas, alineados a Las Casas en su apasionada condenación de la élite de Indias, así como por ciertos legistas, contrarios a la existencia de una aristocracia territorial poderosa 1• Estos últimos --que más que como juristas actuaban como ''funcionarios de la unificación del Estado" 2- ejercían gran influencia en el Consejo de Indias, y ya anteriormente se habían opuesto al trasplante de las Ordenes ecuestres al Nuevo Mundo. Cuando toma cuerpo la controversia suscitada por Las Casas acerca de los métodos de la Conquista, aprovecharon para atacar y cercenar la encomienda (que como se ha visto, era una institución-clave para civilizar a los indígenas y constituir una nobleza americana). Evitaron, por ejemplo, que las encomiendas fuesen concedidas a perpetuidad, pese a que tal concesión fuera propuesta por el mismo Emperador y el príncipe Felipe, 3 además de haber sido respaldada por el Duque de Alba en calidad de miembro del Consejo de Estado, recomendada a cierta altura por voces tan autorizadas como las de los dominicos y franciscanos, y pedida insistentemente por la élite social criolla 4 • Los mismos legistas obtuvieron también paulatinas limitaciones en los repartos de tierras y de beneficios para los encomenderos, y postergaron el establecimiento amplio de los mayorazgos, otra reivindicación de las estirpes de conquistadores 5• Su influencia vuelve a hacerse sentir en 1542, cuando se promulgan las controvertidas Leyes Nuevas de Indias. En este cuerpo legal - "magnifica demostración de filantropismo, que desgracidamente hacía olvido de la realidad americana" 6- , al par de introducir sabias y justas medidas de protección al indígena el Emperador opta por una solución extremada para la disputa acerca de las encomiendas: suspender indefinidamente su ejercicio. La reacción de los hidalgos de Indias a esa drástica medida --que virtualmente cancelaba todas sus mercedes-fue de tal monta, que originó situaciones de gran tensión en México, Guatemala y el Perú. 7 1) (cfr. Nob/éza y élites tradicionales análogas Vol.! Cap. VII,§ 5.) 2) (cfr. Nobleza y élites tradicionales análogas Vol. I Apéndice 1, B, § 6., a) 3) En 1556 el príncipe Felipe, secundado por consejeros de la Corte flamenca, hace notar que no pocos descendientes de los conquistadores en el Perú se encuentran empobrecidos, y ordena al Consejo de Indias que se pronuncie sobre la perpetuidad de las encomiendas y sobre la concesión de privilegio de hidalguía para "honrar y ennoblecer el dicho Reino y los descubridores, conquistadores, pobladores y otras personas que han servido en la guerra y en ocasiones que en él se han ofrecido". Sin embargo, la oposición de los legistas acabó prevaleciendo (Richard KONETZKE, La formación de la nobleza en Indias, in "Estudios Americanos", Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, nº 10,julio, 1951, pp. 337 y 338). 4) Cfr. Richard KONETZKE, América Latina - 11. La época colonial, in Historia Universal, Siglo Veintiuno Editores, México, 1972, pp. 170-181 y Constantino BAYLE S. l., op. cit., pp. 198 y 199. 5) Cfr. Richard KONETZKE, La formación ... , pp. 351-353; José DURAND, op. cit., vol. II, p. 29 y José F. de la PEÑA, op. cit., pp. 181-185. . 6) Vicente D. SIERRA, El sentido misional de la conquista de América, Publicaciones del Consejo de la Hispanidad, Madrid, 1944, p. 85. 7) La Metrópoli, previendo las reacciones desfavorables a las Leyes Nuevas, había dispuesto enviar a América personalidades de reconocido prestigio para explicarlas y resolver eventuales dificultades en su aplicación. Pero el movimiento de oposición parece haber sido mucho mayor de lo esperado. A Nueva España, por ejemplo, se envió al canónigo de Sevilla, inquisidor de Toledo y miembro del Consejo de Indias, licenciado Francisco Tel10 de Sandoval, provisto además del título especial de Inquisidor Apostólico, expedido por el cardenal Tavera. Un México en ebullición se preparó para recibirlo: el 3 de marzo de 1544-cinco días antes de su llegada a la capital- el cabildo designó al Procurador Mayor de la ciudad, Antonio de Carvajal, a fin de que pidiese en nombre de ésta a la Corte la suspensión de las Leyes Nuevas. Los cabildantes acordaron igualmente que, para expresar su desagrado, todos los vecinos saliesen a esperar a Sandoval vestidos de luto. Dos días después de llegado a la capital, los vecinos acudieron en tanto número a
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En la tensa situación que vivía entonces Hispanoamérica, comenta el padre Constantino Bayle, ''fué precisa la honda raigambre de la lealtad castellana para que el incendio brotado en el Perú no se corriese hasta Méjico y hasta el Río de la Plata" 1• Las Leyes Nuevas dejaron de tener vigor; pero manifestaban claramente cuál era la disposición dominante, en este periodo, en relación a la hidalguía americana y a sus instituciones: "combatiendo el poder económico y social de los conquistadores, al igual que el de sus descendientes, la Corona puso todo género de limitaciones a las encomiendas: sólo habían de subsistir por dos vidas (o sea el beneficiario y un heredero); no daban potestad de gobierno sobre los indios, sino sólo derecho a tributo, etc. De otro lado se evitaba sistemáticamente el exceso de tierras -es decir, lo que el arbitrio de la Corona juzgaba excesivo- en un mismo dueño" 2 •
21. Parquedad en la concesión de títulos de Indias También en la concesión de títulos a estirpes americanas parece haberse manifestado inicialmente la influencia de la poderosa corriente de los legistas. Puede decirse que en los primeros tiempos de la Conquista los reyes, pese a que en otros campos dieron claras muestras de querer premiar magnánimamente los méritos de la nueva élite de ultramar, acabaron manifestándose efectivamente parcos, tanto en materia de concesión de títulos de nobleza a los numerosos conquistadores que ya eran hidalgos, como de otorgamiento de hidalguía a los que no la poseían. 3 protestar que invadieron el convento donde se hospedaba. La casi totalidad de los conquistadores y encomenderos de la región amenazaron volverse con sus familias a España si no hubiese una vuelta atrás por parte de la Corona. El movimiento de reacción fue incontenible. Respetuosas pero enfáticas cartas de protesta llegan aJ Emperador enviadas por hidalgos como García de Aguilar desde México, Cieza de León desde el Perú-quien así interpela al Monarca: "¿Qué es esto?: ¿por qué S.M., siendo príncipe tan cristianísimo, ansí nos quiere destruir ... ?"- o los conquistadores de Guatemala, que exclaman: "estamos tan escandalizados como si nos enviara a cortar las cabezas"... En el Perú la tensión pasó a las vías de hecho: el ambicioso Gonzalo Pizarro apresó y mató al primer Virrey, Blasco Núñez Vela, enviado para aplicar las leyes Nuevas. Carlos V decidió entonces enviar como pacificador al sagaz clérigo Pedro La Gasea, con instrucciones de revocar la controvertida legislación. Merced a la habilidad y tacto del pacificador, y al apoyo que éste recibió de conquistadores como Sebastián de Benálcazar y Pedro de Va!divia, Gonzalo Pizarro perdió apoyo, la rebelión fue sofocada y su jefe ajusticiado. (Cfr. C. PÉREZ BUSTAMANTE, Don Antonio de M endoza, primer Virrey de la Nueva España (1535-1550 ), in "Anales de la Universidad de Santiago", Santiago, 1928, vol. III, p. 93 y Constantino BAYLE S. l., op. cit., pp. 200-201). !) Constantino BAYLE S. l., op. cit., p. 199. 2) José DURAND, op. cit., vol. II, p. 29. 3) Sin contar el título hereditario de Almirante de las Indias concedido a Cristobal Colón, hasta 1519--0 sea, un cuarto de siglo después del Descubrimiento- sólo habían sido otorgadas pequeñas mercedes, como por ejemplo, la hidalguía a los descendientes de los hermanos Yáñez Pinzón, socios y lugartenientes del Descubridor. Una década después, como fue visto, (cfr. supra§ C, 9.), Carlos V franqueó también las puertas de la hidalguía, colectivamente, a los primeros pobladores de la isla de La Española y a los llamados trece de la fama de la conquista peruana. A un reducido número de conquistadores - los grandes solamente- el emperador les fue concediendo el uso nobiliario del Don o mejorando, parsimoniosamente, los escudos de armas con registro heráldico de sus hazañas. Pero el primer título de Castilla fue otorgado por Carlos V al único conquistador a quien la Corte recibiera en España, después de algunos vaivenes, con grandes honras: Hemán Cortés, elevado a Marqués del Valle de Oaxaca en ese mismo año de 1529. Ocho años después sólo habían sido otorgados dos nuevos títulos: al tercer Almirante de las Indias, Luis de Colón, nieto del Descubridor, se le dio el de Duque de Veragua y Marqués de Jamaica (1536); y a Francisco Pizarro se le creó Marqués (1537), sin denominación específica
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Es fácil notar cómo esa influencia dirigista y centralizadora de cuño renacentista podía perjudicar -y de hecho perjudicó- la formación de robustas cepas de aristocracia americana. Sin embargo, el sentido de las circunstancias y la ductilidad propios del carácter latino hicieron que las medidas de mayor intervencionismo dictadas por los legistas fuesen aplicadas con bastante parsimonia. Por ejemplo, muchas encomiendas, pese a las restricciones puestas a su hereditariedad, se transformaron en perpetuas de facto, pasando de padres a hijos por tiempo indefinido, mediante disimulaciones legales que contaban con el aval expreso de los virreyes y Audiencias locales (y a veces también del propio Monarca), incluso después de su extinción oficial en 1720 . Por ejemplo la familia Irarrázaval, establecida en Chile desde el siglo XVI, permaneció en posesión de sus encomiendas de Pullalli, Illapel, Cuirimón y Llopeo hasta el año 1791 1• De alú resultó que, aunque relativamente cohibida, la Nobleza Tácita emergente tuvo medios de afirmarse y prosperar, aún cuando no alcanzara la grandeza y proyección que cabía esperar. Y a medida que esa nobleza define y precisa sus trazos, éstos van revelando, cada vez más claramente, la fisonomía de una verdadera aristocracia, aunque de tono menor que la europea. 2 hasta que sus herederos recibieron el título definitivo de Marqueses de la Conquista.Por las mismas ordenanzas de 1529 a los capitanes de nuevos descubrimientos y fundaciones se les promete el título de Marqués. Pero hasta el fin del siglo XVI llegarán sólo a nueve los títulos de Castilla concedidos en Hispanoamérica y a 16, los hábitos de órdenes de caballería; dos de estos últimos recayeron en Cortés y Francisco Pizarro. Además, solamente un título americano, el de Marqués del Valle de Oaxaca, comportó efectivo señorío jurisdiccional, es decir, dio a Cortés y sus herederos el gobierno de un Estado propio, con vasallos y derecho a tributar. La otra concesión señorial que llegó a ver la luz del día en América -el ducado de Veragua, concedido a la familia Colón- tuvo duración efímera (20 años) y fue extinguido por Felipe II en 1556. Otros señoríos, prometidos en sendas capitulaciones a Diego de Almagro en el Mar del Sur, a Pedro de Mendoza en el Río de la Plata (que incluía la oferta de diez mil vasallos y el título de conde), a Pero Femández de Lugo en Santa Marta (Colombia), a Juan de Céspedes en Nueva Andalucía, a Hemando de Soto en la costa sur de los Estados Unidos, a Pedro de Alvarado en el Pacífico Sur, a Juan Ortiz de Zárate en el Río de la Plata (con promesa de 20.000 vasallos) y a Pedro Maraver en Venezuela, nunca tuvieron vigencia, sea por muerte de sus beneficiarios o por otras circunstancias fortuitas. Y aunque en las ya referidas Ordenanzas de Indias de 1573 se volvió a prometer " vasallos en perpetuidad y título de marqués u otro" a los adelantados que cumplieren su cometido, no hubo nuevas concesiones de señoríos a conquistadores. Y los títulos de nobleza posteriormente otorgados en América no incluyeron jurisdicciones (cfr. Bernardo GARCIA MARTINEZ, op. cit., pp. 20 a 27; Julio de ATIENZA Y NAVAJAS, Consideraciones diversas sobre Títulos Nobiliarios, Hidalguía, Madrid, 1961, pp. 27 y 28; Adolfo BARRERO DE V ALENZUELA, Carta real de reconocimiento de hidalguía a una rama descendiente de los Pinzones, in "Hidalguía", Madrid, mayo-junio, 1970, p. 495; Luis ARRANZ MARQUEZ, op. cit., pp. 42 y 43; José DURAND, op. cit., vol. 11, pp. 35-36 y Jesús LARIOS MARTIN, op. cit., pp. 8-14). 1) Cfr. Luis Eugenio SILVA, Tradición de una familia chilena, in "La Segunda", Santiago, 21-2-1994. Ver también José María OTS Y CAPDEQUÍ, op. cit., pp. 526 ss. y Silvio ZAV ALA, op. cit., p. 104. 2) (cfr. infra, m, B.) Los términos nobleza y aristocracia son empleados en este trabajo en un sentido elástico, a veces estricto, a veces dilatado. En sentido estricto el estado aristocrático resulta de la conjunción de tres factores: consuetudinario, cultural y jurídico-político. El factor consuetudinario se muestra en el surgimiento y posterior modificación de situaciones nobiliarias legítimas oriundas de la costumbre y modeladas por ésta, que el poder real después reconoce y sanciona, por así decir, bajo el hálito de la costumbre. El factor cultural está presente en la tendencia propia de la nobleza hacia las expresiones culturales eximias, por ejemplo las bellas maneras: el arte de conversar, el arte de actuar en sociedad - resumido en la fórmula francesa savoir dire, savoir faire, savoir plaire- , el arte de la contienda con belleza y elegancia, etc. El ser c ulto tendía a realzar el status del noble, sobre todo en el período de la Ilustración; y aunque la falta de cultura no lo privase de dicho status, se entendía que la nobleza plena supone una cultura quintaesenciada. A su vez, el factor jurídico-político se manifiesta en las varias formas de poder que corresponden ex natura a la condición nobiliaria-aristocrática. Fue la íntegra y perfecta conjunción de estos tres factores en las clases nobles y aristocráticas de la Cristiandad
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22. Fin de la etapa de los adelantados-gobernadores: La implantación de los Virreinatos En el poblamiento de la América española pueden señalarse dos fases, que no corresponden a ciclos económicos definidos como los del territorio sudamericano bajo el dominio de Portugal 1• Mientras que los portugueses establecen inicialmente factorías precarias para la tala del "palo Brasil", seguidas algunas décadas después de haciendas azucareras, y sólo un siglo más tarde de explotaciones mineras, los españoles -secundando tanto los propósitos político-militares como económicos del rey- a la par de fundar ciudades buscan inicialmente oro y riquezas, estimulados tanto por los hallazgos de grandes tesoros (aztecas, incas, chibchas, etc.), como por los relatos de fabulosos Eldorados, que en las primeras décadas del siglo XVI deslumbran la imaginación y excitan la ambición de grandes y pequeños. Llega después el momento de organizar la vida y la producción en las nuevas posesiones. La sed de aventuras, fama y fortuna que animaba al conquistador va gradualmente cediendo lugar a su impulso civilizador y a su talento organizativo. A medida que se agota el ciclo del oro aluvional, en las zonas ya conquistadas propicias a la minería se establece una incipiente explotación de gemas y metales preciosos (esta última cobra fuerte impulso al descubrirse a mediados del siglo XVI las riquísimas minas de Potosí en el Altoperú, y las de Zacatecas en México). Comienzan también a desarrollarse tanto la producción agrícola-ganadera-bastante diversificada de acuerdo a los climas- como la vida urbana en las nuevas villas y ciudades. Las Indias ofrecían ya posibilidades de progreso efectivas y crecientes. 2 Esta nueva fase organizativa determina naturalmente cambios político-administrativos. Establecida en lo fundamental la soberanía española sobre aquellos vastos territorios, gradualmente termina la etapa de los adelantados-gobernadores y comienza el período de control más directo de los reinos hispanoamericanos por parte de la Corona, mediante la implantación de los dos primeros grandes Virreinatos: el de Nueva España (1535), con base en Méjico y que incluye buena parte de europea, Jo que hizo de ellas las noblezas y aristocracias por excelencia. En el Nuevo Mundo los nobles a fuero de España, titulados e hidalgos, tanto peninsulares como criollos, constituyeron una nobleza local de menor expresión que la de la Metrópoli. Pues aunque fuesen indiscutiblemente nobles, en ellos los tres componentes antedichos estaban presentes en general de modo bastante parcial y atenuado. Los demás miembros de la élite tradicional hispanoamericana tampoco constituyeron una aristocracia en su sentido propio, sino una élite análoga a ésta, por idéntica razón. No obstante, desde el siglo XVII se volvió usual en la literatura y en el lenguaje corriente referirse a la nobleza y a las élites más cultas e influyentes del Continente como "aristocracias", incluso en la fase republicana. Y es en ese sentido lato o analógico que dicho término es empleado por los autores citados en este trabajo. 1) (cfr. Nobleza y élites tradicionales análogas Vol. I Apéndice I, B, § 4.) 2) La ciudad de Lima presenta una muestra notable de la rapidez con que América se civiliza: "sabemos que ya en 1544 --o sea, nueve años después de fundada- existían mansiones como la de Doña María de Escobar, viuda del Capitán Francisco de Chaves,frente al convento de Santo Domingo, con torre de aparato, y salas y recámaras; y que, cuando del saqueo del palacio del Virrey Núñez Vela, se sacaron de él cajas ensalayadas, cofres tumbados, guadamecíes, paños de corte y escritorios muy galanos ... A pocos, en los inventarios de los Encomenderos y sus mujeres, principian a figurar vajillas de metales preciosos con repujados blasones, blandones y candelabros, redes, cortinas de damasco, tapicerías y reposteros, imágenes de bulto, pinturas y bufetes con columnillas labradas. Todo esto y mucho más traían los numerosos buques que hacían la carrera a Panamá; y hasta cuadros de pintores flamencos aparecen decorando capillas y casas, y aun despachándose para apartados rincones de la Sierra". (José de la RIVA-AGÜERO Y OSMA, Obras Completas, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1968, t. VI, pp. 371-372).
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Centroamérica y el Caribe, y el del Perú (formalmente en 1542, y efectivamente desde 1551) 1• Los reyes adoptan como norma enviar personalidades de la alta nobleza peninsular para cubrir los cargos de virreyes y presidentes de las Reales Audiencias, así como prelados de gran realce para las diócesis mayores. Al mismo tiempo se designan personalidades de élite para los altos cargos de la administración pública. Esta política se vuelve patente desde el inicio del período virreinal, cuando representantes de casas tan ilustres como los Mendoza o los Velasco son designados para los Virreinatos de Nueva España y del Perú; y será continuada a través del nombramiento de grandes títulos de Castilla para ocupar dichas funciones. Pero debe notarse que los cargos de virreyes, gobernadores o presidentes de Audiencias, por muy poderosos o importantes que fuesen, tenían breve duración; y la condición de sus ocupantes era la de altos funcionarios de la burocracia real, aunque acreedores de significativas honras protocolares. A pesar de tales limitaciones, la organización virreinal así constituida contribuyó a fomentar el paso a Indias de nobles peninsulares, aunque generalmente se tratase de segundones empobrecidos. Al Perú, por ejemplo, fueron llegando "hidalgos y personas bien nacidas como un Nicolás de Rivera y un Rodrigo Niño y un Alfonso Enríquez de Guzmán y un Juan Te/lo y un Diego de Agüero y un Antonio de Rivera...", quienes "vinieron a estas tierras --dice el erudito jesuíta peruano, P. Rubén Vargas Ugarte- a dar nuevo lustre a su
apellido y abrillantar sus blasones, convirtiéndose en troncos de respetables familias que multiplicaron sus ramos y fueron el núcleo de la nacionalidad" 2• Éstos se van fusionando con la hidalguía de Indias; y a esa élite se agregan paulatinamente elementos de la burguesía letrada o mercantil, quienes llegan atraídos por las posibilidades que el Nuevo Mundo ofrece de consolidación patrimonial y de ascensión social.
F - Papel de la nobleza indígena en la sociedad hispanoamericana Los pueblos indígenas diseminados por el territorio americano, muy diversos desde el punto de vista cultural y etnológico, poseyeron jerarquías naturales en general bastante rudimentarias, pero que, en ciertos casos -particularmente entre aztecas e incas, y también entre mayas, chibchas y otros-, llegaron a tener cierta complejidad y a caracterizar una especie de clase noble. Al encuentro con ellos, la política española fue de considerarlos súbditos naturales del Rey e imponerles vasallaje formal a éste. En ocasiones esta sumisión fue rechazada por los jefes aborígenes, lo cual determinó acciones de guerra para someterlos; pero otras veces, al contrario, las caciques se sometieron pacíficamente, y en numerosos casos se aliaron junto con sus tribus a los conquistadores, para combatir el despotismo cruel de los tiranos autóctonos que hasta entonces los habían sojuzgado. 1) La jurisdicción del inmenso virreinato peruano, que tuvo a Lima por sede, abarcaba toda la porción española de Suramérica, desde Panamá hasta el Río de la Plata, con la única excepción de Venezuela (que fue primero Gobernación y, desde 1731, Capitanía General). Más tarde se produce su fragmentación, al crearse sucesivamente los virreinatos de Nueva Granada (provisoriamente en 1719, definitivamente en 1740), con capital en Santa Fe de Bogotá, y del Río de la Plata (1776), con sede en Buenos Aires. 2) Rubén VARGAS UGARTE S. J., Títulos Nobiliarios en el Perú, Compañía de Impresiones y Publicidad, Lima, 2ª ed., 1948, pp. 5-6.
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23. Conservación de las jerarquías precolombinas Fusión de sangre y concesión de nobleza a señores indígenas Después de asumir el gobierno de esos pueblos, los conquistadores trataron en general de conservar, con empeño y resultados desiguales, sus jerarquías precolombinas. 1 Los hidalgos españoles tampoco desdeñaron mezclar su sangre y sus nombres a los de princesas indígenas. Son numerosos los casos de matrimonios de conquistadores con indias nobles. Es así que de uniones de Beneméritos de Indias con hijas de nobles aztecas, incas o de otros pueblos autóctonos descienden algunas de las más distinguidas familias de la élite hispanoamericana.2 • En la misma España hay casas de la alta aristocracia oriundas del matrimonio de nobles peninsulares con princesas aborígenes de América.3 1) Hemán Cortés, por ejemplo, buscó consolidar y asimilar tanto a la llamada nobleza azteca como a las de otros pueblos vasallos de Moctezuma, que se aliaron a él contra la tiránica casta mágico-sacerdotal de México. Cuando se dirige a reconquistar la capital azteca Cortés arma caballero al joven heredero de los tlaxcaltecas, un niño de 12 años hijo de su amigo y aliado el jefe Maxixcatzin, fallecido poco tiempo antes. De este modo le reconoce su autoridad; y en la misma ceremonia, que impresiona vivamente a todos los circunstantes, hace bautizar al jovencito con el nombre de Don Lorenzo Magiscacin, dice la crónica, "porque también fuese caballero de Jesucristo". Una vez retomada México, Cortés reinstala el cabildo, reparte solares a los vecinos y reconstituye la situación de los españoles, pero también restablece la magistratura del cihuacóatl (inmediato colaborador del emperador, administrador y juez supremo) y de los señoríos aztecas. El propio Cortés explica esta acción a Carlos V: "Y para que más autoridad su persona tuviese, tornéle a dar el mismo cargo que en tiempo del señor tenía, que [es el de) ciguacoat, que quiere tanto decir como lugarteniente del señor. Y a otras personas principales, que yo asimismo de antes conocía, les encargué otros cargos de gobernación des/a ciudad, que entre ellos se solían hacer. Y a este ciguacoat y a los demás les dí señorío de tierras y gente, en que se mantuviesen, aunque no tanto como ellos tenían, ni que pudiesen con ellos ofender en algún tiempo. Y he trabajado siempre de honrarlos y favorecerlos" (apud Carlos PEREYRA, op. cit., p. 159; cfr. también Salvador de MADARIAG A, Hernán Cortés, Editorial S udamericana, Buenos Aires, 1941, p. 561). Muchos conquistadores que se consideraban ennoblecidos por sus hazañas, no osaban aplicarse a sí mismos el título de don si no lo poseyesen desde antes, por respeto a las reglas del honor; pero se anticipaban a aplicárselo a los señores autóctonos de Méjico, Centroamérica, Colombia, Perú o el Paraguay. Refiere por ejemplo el cacique centroamericano Ah Nakuk Pech, señor maya de Chac-Xurub-Chene: "Cuando recibí el bautismo fui llamado don Pablo Pech". Y agrega: "los jefes principales fuimos hechos hidalgos por los capitanes... Nosotros engendramos hidalgos y todos mis hijos lo serán hasta que el sol llegue a apagarse". (apud José DURAND, op. cit., vol. II, p. 39). 2) Por ejemplo, algunos ramos de ilustres estirpes de Colombia y Ecuador, como los Ho lguín, Cobo y Lozano, Concha, Cordero, Ordóñez, Piedrahita, Ricaurte, Salazar, Uribe de Brigard, e tc., descienden de princesas incas, hijas o sobrinas de Atahualpa y Huayna Cápac. Entre ellos se cuentan el presidente del Ecuador, Dr. Luis Cordero (1833-1912), descendiente del matrimonio del conquistador Diego de Sandoval y Ampuero con la princesa Francisca Coya, hermana de Atahualpa; el presidente de Colombia, Dr. Mariano Ospina Pérez (] 891 -1976), descendiente de la sobrina de Huayna-Cápac, por coincidencia también llamada Francisca Coya; el obispo de Santa Marta, Mons. Lucas Femández de Piedrahita ( 1624-1688), célebre por haber enfrentado una invasión de pucaneros; el obispo ecuatoriano Mons. Alberto María Ordóñez Crespo ( 1872- 1954), además de numerosos hombres públicos de ambos países. Ramas de cepas tradicionales de Argentina, Bolivia y Chile descienden igualmente de Coyas, Pallas y Ñustas de la familia del Inca. Por ejemplo la familia Montt, que dio tres presidentes a la Nación chilena, proviene por líneas femeninas de Ñusta Bartola Díaz, nieta de Manco Cápac; características familias históricas como los Ramos Mejía de Buenos Aires, o los Ballivián en Bolivia, llevan también sangre de princesas incas; y así podrían mencionarse muchos otros casos. (Ver al respecto la edición conjunta de los trabajos de Piedad y Alfredo COSTALES, Los Señores naturales de la tierra, y del Dr. Femando JURADO NOBOA, Las Coyas y Pallas del Tahuantisuyo-Su descendencia en el Ecuador hasta 1900, Xerox del Ecuador, Quito, 1982.)
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24. Asimilación de las dinastías de México y Perú La Corona dio, además, pleno reconocimiento a esas jerarquías sociales precolombinas y las incorporó a la propia nobleza española. El designio claro y generoso de la Corona a este respecto es manifestado reiteradamente. En 1543, por ejemplo, Carlos V instruye al obispo de Méjico, Fray Juan de Zumárraga, a propósito de nuevos descubrimientos, para que en su nombre prometa a los "Reyes, Príncipes, Señores y Repúblicas, y Comunidades" que allí encontrare "el bueno y suave tratamiento que les entendemos hacer, guardándoles todos sus privilegios, preeminencias, señoríos, libertades leyes y costumbres, con todas las otras condiciones y calidades que ellos debida y razonablemente os pidieren" 1• Actitud análoga se refleja en relación a los descendientes legítimos del Inca Atahualpa, a quienes por Real Cédula de 1545 "se les reconoció una nobleza de tan alto rango, -señala el especialista en nobiliaria Francisco de Cadenas Allende- que pasó muy por delante en honores y derechos a la hacía poco otorgada a los Grandes de España. El Rey les llamó Hermanos y Altezas, concediéndoles, además de una Condecoración propia y particular para ellos, el Toisón de Oro a perpetuidad, el derecho a permanecer cubiertos en su real presencia, a presidir todos los Tribunales, Concejos y cabildos de todos sus Reinos y a mantener una pequeña Corte, con sus correspondientes Consejeros" 2
25. Jerarquías indígenas intermedias equiparadas a la nobiliaria castellana Además de ese enaltecimiento de las dinastías aztecas e incas, la Corona refrenda jurídicamente la condición nobiliaria de jerarquías indígenas intermedias. Oficializa los títulos de cacique y de indio principal, con sucesión por varonía y una especie de mayorazgo: el primero se da a los jefes de antiguos reinos, como los de México, o de grandes unidades tribales, como las regidas por los curacas en el imperio incaico; y el segundo se otorga a los jefes de parcialidades menores. Hacia fines del siglo XVI, por ejemplo, "en Costa Rica se contaban unos cincuenta caciques nobles" 3• En el Perú fueron reconocidos seis grados nobiliarios indígenas. En lo alto de esa escala estaban los descendientes directos del Inca, en la base los regidores de cabildos de indios. Abajo de esta jerarquía figura la categoría de los indios ricos; en general, comerciantes y poseedores de tierra. Informes de la época llegan a empadronar "mil indios ricos" sólo en una región 4 1) Instrucción Real de 1 de Mayo de 1543, apud Juan MANZANO MANZANO, Sentido misional de la empresa de Indias, in "Revista de Estudios Políticos", Instituto de Estudios Políticos, Madrid, vol. I, nºs 1-2, 1941, pp. 112-113. 2) Francisco de CADENAS ALLENDE, op. cit., p. 67. Notable ejemplo de ese espíritu asimilativo es la concesión, en tiempos de Felipe III (1614) del marquesado de Santiago de Oropesa a la princesa Doña Ana Coya Inca de Loyola, nieta del último Inca, Sayri Túpac, e hija del matrimonio de Don Martín Ignacio de Loyola con la llamada infanta Beatriz Clara Coya, señora del Valle de Yucay. Del célebre marquesado, que comprendía extensos territorios en el Altoperú, subsiste hoy el título en posesión de la familia española Martos y Azlor de Aragón. 3) Samuel STONE, La dinastía ... , p. 54. 4) Virgilio ROEL, op, cit., pp. 310-312. Esta profusión de potentados indígenas se debió a que el ejercicio del derecho de propiedad -que los aborígenes peruanos sólo conocieron después de la Conquista, pues anteriormente vivían en un régimen de "esclavitud mecanizada", como la denomina el historiador Vicente Sierra- les fue reconocido con inédita largueza. Por ejemplo en el siglo XVIII, en la pampa de Quilcata había
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La razón de justicia cristiana que anima estas concesiones es enunciada por Felipe II en la Real Cédula del 26 de febrero de 1557: "Algunos naturales de las Indias eran en tiempo de su infidelidad caciques y señores de pueblos y porque después de su conversión a nuestra Santa Fe Católica es justo que conserven sus derechos y al haber venido a nuestra obediencia no los haga de peor condición. Mandamos a nuestras Reales Audiencias que si estos caciques o principales descendientes de los primeros, pretendieran suceder en aquel género de señorío o cazicazgo y sobre esto pidieren justicia, se la hagan ... " 1• En esa actitud que tanto honra a la Casa de Austria y a España, trasluce de modo admirable el espíritu católico, con su fuerza al mismo tiempo asimilativa y estimulante, a cuyo soplo las aptitudes latentes de la raza indígena se vuelven cualidades patentes. Los especialistas concuerdan en que, por las Leyes de Indias, los caciques fueron "equiparados a los nobles castellanos", al ser eximidos del pago de tributos, distinguidos con la concesión de escudos de armas y honrados con el tratamiento nobiliario de "don" 2 • Hubo incluso, como fue visto 3 , el proyecto de fundar una Orden de Caballería exclusiva para los aborígenes. Algunos autores llegan a sostener que los privilegios de los hidalgos indígenas eran tan considerables, que en ciertos casos excedían los de la propia nobleza de España 4
26. Autonomía de tribunales y cabildos indígenas Fueros caballerescos En el terreno judicial las prerrogativas de los hidalgos indígenas fueron también notables. No podían ser procesados sin informar previamente a la Real Audiencia sobre los motivos que fundamentaban la acción. Los que ejercían funciones de alcaldes, además de dirigir los cabildos propios, desde 1655 pudieron mantener cárcel y administrar justicia civil y criminal en primera instancia contra ladrones y homicidas (esta jurisdicción era extensiva a cualquier persona - blanca, india o negra- que robase o matase dentro de sus territorios . Poseían, asímismo, privilegios militares 5•
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una cacica, Inés Capchaguamani, que poseía "20 mil cabezas de ganado ovino, un sinnúmero de cabezas de ganado equino y bovino, y 20 mil carneros de la tierra (llamas), según relación del intendente de Huamanga, Demetrio O' Higgins" (Leslie CRAWFORD, Derechos amplios, in "El País", Montevideo, 31-7-1992; ver también Vicente D. SIERRA, El sentido... , p. 295). Apud Jesús LARIOS MARTÍN, op. cit., pp. 20 y 21; cfr. también Francisco VELÁZQUEZ-GAZTELU Y CABALLERO-INFANTE, op. cit., pp. 375-376. Luis LIRA MONTT, El Fuero Nobiliario ... , p. 63; cfr. también Santiago MONTOTO, Nobiliario Hispano-Americano del Siglo XVI -Colección de documentos inéditos para la historia de Ibero-América, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, Madrid, 1928, t. II, pp. 68-72. (cfr. supra C, 6.) Cfr. Francisco de CADENAS ALLENDE, op. cit., p. 65. La amplitud de estos privilegios es inédita en una potencia colonial. Por ejemplo, el noble indígena no podía ser privado ni separado de sus súbditos; tenía facultad de poseer, desde los primeros tiempos de la colonización, tierras en propiedad privada, y estaba exento de trabajar en mitas (especie de encomienda con servicio personal, atribuída al poder público para la explotación de minas y prestación de otros servicios del Estado); en muchas regiones podía indicar, de acuerdo con el representante de la Corona, cuáles de sus súbditos serían repartidos en encomienda y a qué patrones; y él mismo podía rec ibir vasallos en encomienda. De acuerdo a las Leyes de Indias (Ley XXI, Libro VI, Título X de la nueva recopilación), los delitos contra indígenas "se castigaban con redoblada severidad( ... ). Que la disposición se cumplía con saludable escarmiento, cuando no faltaban íntegros jueces, lo prueba la sentencia del corregidor de Cuzco y caballero de Calatrava, D. Gaspar Paniagua de Loaysa, Señor de Santa Cruz en Extremadura, que hizo cortar la mano a un español porque abofeteó a un Cacique" (José de la RIV A-AGÜERO Y OSMA, op. cit., t. VI, p. 357). Ídem, pp. 65 y 66.
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La aplicación de esas normas no quedó en letra muerta. Por ejemplo, ya en el siglo XVI el antiguo reino de los tarascos, en Michoacán (México), fue transformado en provincia de Nueva España; y el cazonci (señor) y sus parientes con funciones de gobierno fueron reconocidos como caciques, primero por los encomenderos y luego por la Corona. Esta les reafirmó derechos de presidencia de los cabildos (con jurisdición política y judicial), de reparto de tierras y encomiendas de indios, y de manutención de caballeros armados. En la capital, Pátzcuaro, se erigió el palacio de Gobierno de los caciques sucesores del cazonci, y se levantaron las casas solariegas de otros caciques e indios principales, algunas de ellas dotadas de hasta ocho patios interiores y galerías con columnatas 1• Por otro lado, consumada la Conquista, los caciques, instruidos por los propios españoles acerca de sus derechos judiciales, se apresuraron a esgrimir ante las recién establecidas Audiencias el recurso de amparo, para salvaguardar el goce de su autoridad y poderes cuando los sentían amenazados; lo cual les fue invariablemente reconocido.2 Esa aristocracia indígena, así reconocida y protegida por la Corona y por los conquistadores, ejercía una función orgánica de puente entre la nobleza criolla y las poblaciones nativas, "algo así como una estamento intermedio entre las comunidades española e india", comenta el historiador Virgilio Roel. "Su vestimenta, riqueza y privilegios, correspondían a las de las clases altas coloniales, al paso que su medio ambiente natural era el de los indios. Su jerarquía era reconocida por los españoles, pero ella le venía de cuando gobernaban estas tierras los antiguos reyes del Perú. Eran indígenas pero con fueros y privilegios caballerescos" 3 •
27. Prioridad en la educación de indios nobles España promovió también, como política prioritaria en toda América, la fundación de colegios de niños nobles para hijos de caciques e indios principales. En su establecimiento, dice el historiador Pedro Borges Morán, colaboraron "las autoridades civiles, prescribiendo la fundación a los encomenderos y a los religiosos; las eclesiásticas, haciéndolo [prescribiéndolo] a estos últimos; los misioneros, adelantándose a unas y otras en la iniciativa o secundando las prescripciones" 4• l) Cfr. Delfina E. LÓPEZ SARRELANGUE, La nobleza indígena de Pátzcuaro en la época virreinal, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1965, pp. 101 ss. 2) En 1597, por ejemplo, un decreto de la Real Audiencia de La Plata (hoy Sucre, Bolivia) manda al gobernador del Tucumán, Capitán General D. Pedro de Mercado de Peñalosa, así como a las autoridades subalternas de su jurisdicción que, atendidendo solicitud de los caciques de Gastona y de la encomienda de Olloscos en San Miguel de Tucumán, cuyas tierras estaban siendo ocupadas por intrusos, les amparéis y defendáis en las dichas tierras para que las tengan, gocen y posean según como las tenían y poseían (. ..) y si alguna o algunas personas en ellas o parte de ellas se les hubieren entrado, las echaréis y lanzaréis de ellas para que libremente se las dejen tener, gozar y poseer" (Apud Gastón BARREIRO ZORRILLA, Castilla es mi Corona - Divisa de los Escudos de Montevideo en la época Indiana, Barreiro y Ramos, Montevideo, 1992, p. 164). En México el Amparo era también utilizado para defender el libre goce del "derecho al cacicazgo y señorío natural", tanto en ámbito rural - por ejemplo en casos de usurpación de tierras de caciques- como urbano, en que dicho recurso "salvaguardaba la organización y jerarquía tradicional dentro de los pueblos [de indios], con sus caciques y principales, dotados de prerrogativas y excepciones" (Ídem, pp. 196-197). 3) Virgilio ROEL, op. cit., p. 311. 4) Pedro BORGES MORÁN, Misión y Civilización en América, Editorial Alhambra, Madrid, 1987, pp. 263-264. Cfr. también Ídem, Historia de ... , vol. I, p. 451; Vicente D. SIERRA, Así se hizo..., pp. 173 ss.; Ramón XIRAU (compilador),/dea y querella de la Nueva España, Alianza Editorial, Madrid, 1973, pp. 15-16 y Enrique María VILLASÍS TERÁN, Historia de la evangelización del Quito, Gráficas Iberia, Quito, 1987, p. 88.
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EL PERÍODO FORMATNO
En 1536 se crea el primer colegio modelo de este género en Tlatelolco, al que siguen institutos semejantes fundados de norte a sur del Continente. El padre Avellaneda, visitador de la Compañía de Jesús, escribe al rey al respecto: "El intento que en esto se tiene es criar a estos niños hijos de caciques y principales con toda institución de policía [civilidad] y cristiandad: porque siendo ellos los que después han de gobernar y regir sus pueblos, será de mucha importancia su ejemplo y enseñanza para el bien de todos los demás, como ya se experimenta ese fruto" 1• Esa sabia política educacional, que supo valorar y dignificar la nobleza indígena, fue constante a lo largo de los tres siglos de dominio español en América. Cuando hacia fines del siglo XVIII la Corona crea el Real Colegio de Nobles Americanos, con sede en Granada, estipula que podrán ingresar al mismo, en igualdad de condiciones con los jóvenes pertenecientes a la nobleza criolla, los "hijos de caciques e indios nobles" y de mestizos también nobles 2 • Los resultados de esta obra asimilativa fueron tan excelentes, que pasados cuatro siglos el Papa Pío XII podrá exaltar "el intento en gran parte logrado, de aquellos grandes misioneros, secundados por el espíritu universal y católico de la legislación de sus monarcas, de fundir en un solo pueblo, mediante la catequesis, la escuela y los colegios de Letras Humanas, el elemento indígena con las clases cultas venidas de Europa o nacidas ya en tierra americana" 3• *
* *
Los mismos aborígenes atestiguarán su reconocimiento a la benemérita obra civilizadora de España, de un modo tan inesperado como glorioso. Al estallar las convulsiones de la emancipación americana los indígenas -a veces pueblos enteros- aparecen entre los más fieles y heroicos combatientes de la causa realista. Así ocurre, por ejempo, con Agustín Agualongo y sus huestes en el sur de Colombia, con Antonio Navala Huachaca y los iquichanos del Perú central -cuya fuerza insurgente toma el nombre de División restauradora de la ley, y desencadena la llamada guerra de las punas bajo el lema "Amor a la Religión y al mejor de los Reyes" 4- , con los habitantes de Chiloé y zonas de la Araucanía chilena. Esos reductos aborígenes permanecieron fieles al Rey hasta mucho después de declarada la Independencia, y fueron los últimos bastiones españoles en el continente americano que capitulan, honrosamente, frente a los ejércitos republicanos.
1) Vicente D. SIERRA, Así se hizo ..., p. 197. 2) (cfr. infra, II, B.,§ 6) 3) PIO XII, Radiomensaje al V Congreso de la Confederación lnteramericana de Educación Católica, 12-l-1954, apud Juan TERRADAS SOLER C. P. C. R., op. cit., p. 250. 4) Patrick HUSSON, De la guerra a la rebelión, Centro de Estudios Regionales Andinos "Bartolomé de las Casas" - Instituto Francés de Estudios Andinos, Lima-Cuzco, junio, 1992, pp. 108 ss.
CAPÍTUW II
Siglos XVII y XVIII: renovación y gradual definición de caracteres
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l entrar en el segundo siglo de su existencia, dos territorios emergen como los polos de la civilización española en América, y conservarán ese carácter durante todo el período virreinal: Nueva España y Perú. Focos civilizadores menores se hallan en formación en otras regiones del vasto Continente: Guatemala, Chile, Nueva Granada, Quito, Río de la Plata, Venezuela. Rudimentarias pero auténticas aristocracias locales germinan tanto en las capitales como en villas distantes, algunas de las cuales --como Puebla de los Angeles en México, Popayán en Nueva Granada, Chuquisaca (actual Sucre) en el Altoperú- alcanzarán gran esplendor.
A - América española: gran diversidad, sólida unidad, profunda catolicidad Ya entonces la fisonomía de esas unidades políticas en formación -tanto del pueblo como de sus élites- va comenzando a presentar rasgos propios, nacidos de peculiaridades locales. Las enormes distancias que separan esos centros de poder favorecen que sus diferencias se vayan acentuando progresivamente, hasta ocasionar el surgimiento de una gran variedad de tipos humanos regionales, tanto urbanos como rurales, los cuales constituyen el origen remoto de las diferencias de mentalidad y modos de ser hoy existentes entre las naciones hispanoamericanas (y también entre comarcas dentro de un mismo país, como ocurre prototípicamente en Colombia entre regiones como Antioquia, Cundinamarca, el Cauca, Santander, la Costa atlántica, el nudo andino del Sur, etc.). Dichas diferencias son, además, naturalmente acentuadas por circunstancias ambientales e históricas. Así, por ejemplo, mientras que en el sur de Chile se forma, al calor de la guerra de Arauco, una aristocracia militar integrada por viejas familias de hidalgos y soldados -los cuales "soportaron, diseminados en sus terrateniencias, el rigor y la adversidad de la conquista, los asaltos de los indios, los incendios, las matanzas y los robos" 1- , en el pacificado y ameno Perú se forma una sociedad culta y brillante, en
1) Femando CAMPOS HARRIET, los defensores del Rey, Andrés Bello, Santiago, 2ª ed., 1976, p. 19.
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la cual hasta las clases más modestas de la población emulan pintorescamente el esplendor de las clases señoriales. 1 Sin embargo, por más fuerte y señalada que aparezca esa diferenciación de tipos locales, la misma resulta contrarrestada, en toda Hispanoamérica, por la presencia de un triple factor unificador, de valor inapreciable: la unidad de cultura, de lengua y de religión; fenómeno éste tanto más excepcional, cuanto que abarca, hasta cierto punto, también la misma América portuguesa.2 La cohesión profunda que deriva de esa unidad es tan patente que cualquier viajero puede fácilmente sentir hasta qué punto, por encima de su gran diversidad, Iberoamérica es fudamentalmente una: un mismo bloque sociológico, cultural y religioso, de Lima a Rio de Janeiro, de Quito a Ouro Preto, de la Baja California a la Tierra del Fuego.
1. Religión Católica, el gran factor unificador del "Continente de la Esperanza" En esa notable homogeneidad, evidentemente la mayor fuerza vinculante radica en el factor religioso. Con ocasión de las conmemoraciones del V Centenario del Descubrimiento las TFPs iberoamericanas pusieron en debido realce ese privilegio de América Latina: su carácter masivamente católico, que la hace aparecer a los ojos del mundo como el Continente de la esperanza, al decir de Pío XIl. 3 En lo concerniente a Hispanoamérica, su unidad religiosa se debe, en primer lugar, a la feliz conjunción del celo apostólico de la Santa Sede con la preocupación misionera de los Reyes. Además, si las posesiones americanas de España se mantuvieron libres del azote de herejías, ello se debió en buena medida a la política de poblamiento sostenida por los monarcas, que exigían de sus súbditos venidos a Indias, aparte de buenos antecedentes, la limpieza de sangre, es decir "no tener ascendencia de moro ni renegado, ni judío" 4, ni haber sido penitenciados por la Inquisición, tanto el postulante como sus ascendientes. A ello debe agregarse que en América española no se produjeron invasiones militares de monta por motivos religiosos, como las desencadenadas en ese mismo siglo XVII por los musulmanes contra Europa central.5 1) Se llegó incluso al extremo de que las Reales Audiencias tuviesen que promulgar ordenanzas prohibiendo a indios e indias comunes vestirse como hidalgos españoles, por el excesivo lujo con que lo hacían, y porque "viéndose galanos los indios no querían 1rabajar" , señalaba una relación peruana de la época; a negras y mulatas se les prohibió adornarse con mantos, perlas y j oyas de oro, o vestir paños finos ... (Cfr. Constantino BAYLE S. l., op. cit., pp. 248-255 y José DURAND, op. cit., vol. II, p. 44). 2) Las diferencias lingüísticas entre el español y el portugués no afectan sensiblemente esta unidad, habida cuenta del común origen de ambos idiomas y su notoria similitud en sus expresiones americanas. 3) Cfr. Crisliandad auténlica o revolución comuno-triba/ista: la gran alternativa de nueslro tiempo Alej andro Ezcurra Naón. Ed. Femando III el Santo. Madrid 1993 4) Vicenta M. MÁRQUEZ DE LA PLATA y Luis VALERO DE BERNABÉ, op. cit., p. 165. 5) Las tres grandes invasiones inglesas al Continente ocurridas en los siglos XVIII y XIX - la emprendida por la poderosa escuadra del almirante Vemon contra Cartagena de Indias (1741), y por los ejércitos de Beresford y Whitelocke contra Buenos Aires y Montevideo (1806 y 1807), todas ellas heroicamente repelidas por las poblaciones locales, así como la ocupación británica de una porción costera de América Central (Belize) en 1798- no invalidan lo antedicho. Pues su motivación fue fundamentalmente político-militar y mercantil, y no guardaban relación inmediata con la expansión de la anémica secta anglicana. Lo mismo puede decirse de la ocupación de algunas islas antillanas y la Guayana (que al ser tomada por Inglaterra, era una zona marginal de Suramérica).
En el pacificado y ameno Perú se forma una sociedad culta y brillante, en la cual hasta las clases más modestas de la población emulan pintorescamente el esplendor de las clases señoriales. Arriba, Señora Principal con su esclava. Sobre estas líneas, India e Indio Principal en traje de gala. (Museo de América)
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2. El bien común espiritual y la fisonomía católica de la nobleza hispanoamericana Todo ello tuvo importantes consecuencias en el desarrollo y en la fisonomía de la élite hispanoamericana. Mientras que la dedicación al bien de la Cristiandad y del Estado -razón de ser de la clase noble- había impulsado a sus antepasados a promover una secular guerra de reconquista contra los moros, en las élites de América esa dedicación cambia substancialmente de aspecto. No encontraron aquí musulmanes que repeler y expulsar, sino aborígenes por someter, convertir y civilizar. Hubo, por cierto, enfrentamientos militares con tribus recalcitrantes en su paganismo, pero en su mayoría tuvieron escasa duración. Así, sin que dichas élites abandonasen el uso de las armas (como lo prueban la intermitente guerra de Arauco, las luchas contra sublevaciones indígenas como las de Tupac Catari en el Altoperú o los Calchaquíes en el Noroeste argentino, las resistencias contra las continuas incursiones de piratas y bucaneros, etc.), su prioridad en aquel período fundacional pasa a ser, secundando a los reyes, el apoyo a la acción misionera de la Iglesia. El resultado será, como lo recuerda Pío XII, verdaderamente prodigioso: "el hecho colosal de que, un siglo después del descubrimiento, América era virtualmente católica" 1 Para medir lo que este logro representa, compáreselo con Europa, que poseyendo un territorio diez veces menor que el de Iberoamérica, tardó diez veces más - mil años, en números redondos- en ser evangelizada. Esto da una noción clara de esa proeza sin igual en la Historia, cuyo portentoso significado fue puesto en realce por Juan Pablo II al afirmar: "Mientras que la mayoría de los pueblos vino a conocer a Jesucristo y al Evangelio después de siglos de su historia, las naciones del continente latinoamericano ... nacieron cristianas" 2 • Las nuevas élites hispanoamericanas cooperaron de modo admirable para este estupendo resultado. Su acción en el campo espiritual fue favorecida por una circunstancia histórica singularmente propicia, el extraordinario movimiento de renovación católica conocido como Contrarreforma, cuyo episodio culminante fue la celebración del Concilio de Trento (1545-1563). Los efectos regeneradores de la Contrarreforma -en cuya primera línea se sitúan santos españoles como San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja, Santa Teresa de 1) Radiomensaje del 12-10-1948, apud Juan TERRADAS SOLER C. P. C. R., op. cit., p. 185. Desde los días de Femando e Isabel, los Papas atestiguaron la preocupación apostólica de los reyes de España. Así lo ha hecho también, reiteradamente, el Pontífice reinante, Juan Pablo II, desde su primer viaje a América (1981). En una de sus más recientes alocuciones sobre el asunto, al recibir las credenciales del nuevo embajador español ante la Santa Sede, en noviembre de 1992, el Pontífice recuerda cómo España legó a los indígenas, "además del precioso don de lafe, inestimables tesoros de cultura y arte, cuyas huellas siguen aún vivas en los pueblos de América", y cómo asimismo "puso en vigor un conjunto de leyes con las que la Corona trató de responder al sincero deseo de la Reina Doña Isabel de Castilla de que sus hijos los indios, como ella los llamaba,fueran reconocidos y tratados como ... hijos de Dios y hombres libres, en paridad con los demás ciudadanos de sus Reinos". Reitera además el "reconocimiento de esta Sede Apostólica por la obra evangelizadora que España realizó en América desde 1492", cuyo fruto ha sido "lo que con razón pudiera llamarse mestizaje espiritual, por la íntima compenetración de formas culturales indígenas con los contenidos de lafe cristiana" ("L'Osservatore Romano", 4-12-1992, p. 10). 2) JUAN PABLO II, Religiosidade brasileira - Homi/[a em Sao Salvador da Bahía (Brasil), 7-7-1980, in Pronunciamentos do Papa no Brasil, Editora Vozes, Petrópolis, 1980, p. 194.
DEFINICIÓN DE CARACTERES
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Avila, San Juan de la Cruz y tantos otros- no tardaron en hacerse sentir en América. Y así, muchos de los desvíos de alma que el espíritu renacentista había introducido sobre todo en las clases altas -por ejemplo el hedonismo o la jactanciosa autosuficiencia humanista- son combatidos y rectificados por un clero empeñado en establecer en América una auténtica Cristiandad. En ese clero sobresale el noble obispo, inquisidor y reformador, Santo Toribio de Mogrovejo, junto a una pléyade de heroicos prelados misioneros como Fray Agustín de la Coruña en Popayán, o el infatigable Monseñor Hernando Arias de Ugarte en Santa Fe de Bogotá (quien recorrió a pie o a lomo de mula toda su diócesis -que comprendía Venezuela- en un periplo de casi cuatro mil kilómetros); los cuales no sólo se consagran a la expansión del Reino de Cristo entre los aborígenes, sino también a la reforma de costumbres en las cristiandades ya establecidas. Ejemplo característico de ello fue el apostolado realizado por San Francisco Solano con la población de Lima, después de haber catequizado durante más de quince años a los indios del Altoperú, Paraguay y el Noroeste argentino. Y aunque el espíritu de la Revolución naciente haya sido cohibido, pero no erradicado 1, el resultado de esta prodigiosa acción misionera sobre las clases dirigentes hispanoamericanas es que en ellas se imprimió una profunda marca de catolicidad. Pertenecieron a la aristocracia o élites congéneres hispanoamericanas glorias de la Iglesia como Santa Rosa de Lima, del noble linaje Flores de Oliva; Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores, la Azucena de Quito, de piadosa e ilustre familia; San Roque González de Santacruz, hijo de primeros pobladores del Paraguay; la bienaventurada Ana de los Angeles Monteagudo y Ponce de León, dominica arequipeña de hidalga estirpe; la fundadora de las Madres Marianitas, Mercedes de Jesús Molina y Ayala, de ilustres cepas ecuatorianas, beatificada en 1905; o los recién canonizados San Miguel Pebres Cordero, maestro de la juventud y defensor de los derechos de la Iglesia en el Ecuador, y Santa Teresa de Los Andes (en el mundo Juanita Fernández Solar), nacida en el seno una típica familia de élite santiaguina de la Bel/e Époque, descendiente de hidalgos y primeros pobladores del Reino de Chile. Al lado de ellos sobresalen, a lo largo de cinco siglos de historia americana, ejemplares figuras del laicado como la sierva de Dios María Antonia de Paz y Figueroa en el Río de la Plata; el "virrey penitente" de Nueva Granada, Don José Solís Folch de Cardona, Duque de Montellano y Mariscal de los Reales Ejércitos, (quien permaneció después de su virreinato en Bogotá como hermano lego franciscano, muriendo en olor de santidad); el presidente-mártir del Ecuador Don Gabriel García Moreno; la venerable sierva de Dios chilena Dorotea de Chopitea y Villota; el joven héroe cristero mexicano Luis Segura Vilchis, quien ofrendó su vida para intentar salvar la del famoso Padre Pro, y tantos otros que cabría mencionar. No se alude, por brevedad, a la constelación de nobles que ilustraron el Episcopado y el Clero hispanoamericanos. De éstos, no pocos testimoniaron su fe al precio del martirio. 2 1) Cfr. Plinio CORREA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, Parte I, Capítulo III, 5 § A. 2) Fue el caso, en el siglo XVII, del hidalgo rioplatense Pedro Ortiz de Zárate, de estirpe de conquistadores, quien a la edad de 21 años ya era alcalde de su ciudad natal, San Salvador de Jujuy. Poco después enviuda y decide entonces abrazar el estado eclesiástico, ordenándose a los 27 años. Después de ser párroco en la misma Jujuy, organiza a su costa una expedición misionera al Chaco, muriendo martirizado por los indios chiriguanos.
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B - Trayectoria de la élite rural y urbana en Hispanoamérica: configuración de una IIaristocracia de tono menor" Algunos decenios después de instaurado el sistema de los virreinatos, se había delineado la política del Consejo de Indias con relación al género de aristocracia que deseaba ver instalada en Hispanoamérica: tal política consistirá, afirma Guillermo Lohmann, en "establecer una aristocracia de tono menor nutrida por letrados, nobles segundones e hijosdalgo enriquecidos, que alrededor de los virreyes y autoridades significaran un traslado del plano social de España" 1• Aristocracia de tono menor significaba, concretamente, que la Corona pretendía impedir que la nobleza en Indias se expandiese fuera del control de la Metrópoli y pudiese destilar estirpes de gran poder e influencia locales: "La lectura avisada de las nóminas de los que pasaban a Indias -agrega el mismo autor- lleva a la convicción de que lo que se fomentaba con vivo empeño era trasladar esquejes de los mejores linajes españoles, reteniendo cerca del Monarca a las cabezas de éstos para prevenir cualquier exceso" o, más bien, lo que la Corte consideraba como tal 2 • Es lo que ocurre, por ejemplo, con el único señorío jurisdiccional perpetuo hispanoamericano, el Marquesado del Valle, cuya historia "se caracteriza por la continua limitación que sufre por parte de las autoridades reales" 3• Si ello naturalmente obstaculizó que la nobleza local desarrollase plenamente sus potencialidades, no impidió que la alta sociedad indiana, compuesta de esta nobleza de "tono menor" y diversas élites análogas 4 llegase en algunas capitales a desarrollar con esplendor verdaderos atributos aristocráticos.
3. De la encomienda a la gran hacienda: se define el señorío rural hispanoamericano Durante los siglos XVI y XVII la Corona, reservándose la facultad de conceder propiedades territoriales en América, tenía por norma no otorgar grandes latifundios, para evitar en lo posible, como sostiene Richard Konetzke, que se constituyese "una casta ... de propietarios latifundistas que adquiriese el prestigio suficiente para constituir una nobleza territorial" 5• Esos designios no bastaron por sí solos para detener el curso normal de las cosas: pues "la propiedad territorial se agrandaba después por ventas, herencias, y muchas usurpaciones de tierras" baldías, practicadas con la esperanza de ulterior legitimación; y en efecto, desde 1631 la Corona "hubo de contemporizar con las transgresiones" 6 •
1) 2) 3) 4) 5) 6)
En los siglos XIX y XX, en el contexto de campañas anticatólicas de corte liberal-socialista, eclesiásticos de distinguido origen son particular objeto de persecución, como el Arzobispo de Bogotá monseñor Manuel José de Mosquera, de ilustre familia de Popayán. Entre los que sufren martirio a manos de revolucionarios se cuenta el prelado ecuatoriano Monseñor José Ignacio Checa y Barba, Arzobispo de Quito, asesinado mientras celebraba misa, con vino envenenado. Guillermo LOHMANN VILLENA, op. cit., p. XIII. Ibídem. Silvio ZAVALA, op. cit., p. 104. Cfr. Nobleza y élites... Cap. V, 1; Cap. Vil, 9, e y e; Ap. I, Introducción Richard KONETZKE, Laformación... , p. 335. Ibídem.
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Así, pues, aun cuando la pertenencia a la clase de los grandes propietarios de por sí no les confería nobleza, "no podemos dejar de reconocer -afirma Lira Montt- que les colocaba en el umbral del estado Noble" 1• Ello sirvió de estímulo a la creación de una clase definidamente señorial de terratenientes, tal y como se ejemplifica en el volumen I de esta obra, acerca de la constitución orgánica de élites correlativas a la nobleza 2 • Inicialmente pertenecieron a dicha categoría los conquistadores y primeros pobladores que habían recibido encomiendas; pero como casi todos ellos vivían en las ciudades y obtenían su renta del tributo indígena, no tuvieron necesidad de iniciar la explotación sistemática de sus tierras, y por eso no pueden ser considerados hacendados en sentido estricto, sino más bien sus precursores. Desde el siglo XVII, sin embargo, la extinción de muchas mercedes de encomiendas (que eran concedidas en general por dos generaciones) y la decadencia de otras determina un cambio en la fisonomía de la élite rural americana, que se acentuará más aún en el siglo siguiente. Los antiguos encomenderos, pertenecientes en su mayoría a la clase de los beneméritos de Indias, privados de sus mercedes --o, cuando las conseguían conservar, de la mitad de las rentas que éstas producían, pues desde 1703 la Corona pasó a destinar esa mitad a las arcas reales-, y enfrentando además la drástica reducción tanto de la población indígena como del monto de los tributos que recibían, "buscaron la forma de escapar al naufragio, haciéndose hacendados o uniéndose en matrimonio con las familias de los nuevos ricos de la época": comerciantes, mineros y obrajeros (dueños de telares) 3 • Los más pudientes compran las tierras declaradas baldías -los llamados realengos, por ejemplo de antiguas encomiendas- que la Corona, endémicamente carente de fondos, remata periódicamente al mejor postor. Otros, con pocos recursos pero con mucho empuje, van ocupando y organizando la explotación de tierras baldías, esperando que la Corona les reconozca posteriormente el derecho de usucapión. Este reconocimiento llega en la Real Cédula del 15 de octubre de 1754 4 • La transición de la encomienda para la hacienda se procesó con naturalidad y sin traumas, pues los indígenas trabajadores de las encomiendas ya percibían salarios, y naturalmente continuaron percibiéndolos en el nuevo sistema. Además, gran número de otros indios y mestizos se empleaban voluntariamente en las haciendas como trabajadores ocasionales o asalariados permanentes, con contrato celebrado por escritura pública. Otros, a su vez, pasaron a labrar la tierra del hacendado a cambio de una parte de la cosecha, de modo semejante a las modernas aparcerías. Y muchos antiguos indios encomendados, buscando protección para ellos y sus familias, se radicaron en las haciendas, donde recibían casa y tierra para labranza, a cambio de servicios prestados al propietario. El sistema recibe diferentes nombres -por ejemplo acasillamiento en las zonas de pastoreo ovino de Nuevo Méjico, agregado o allegado en Nueva Granada y el Río de la Plata, concierto en la sierra del Perú, inquilinaje en Chile- y naturalmente 1) Luis LIRA MONTT, El Fuero Nobiliario ..., p. 73. 2) Cfr. Nobleza y élites ... Cap. VII, 3, § a y e; 4, a 3) Virgilio ROEL, op. cit., p. 316. Ver también Germán COLMENARES, La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800, in Nueva historia de Colombia -Colombia indígena, conquista y colonia, Editorial Planeta, Bogotá, 1980, vol. I, p. 148. 4) Virgilío ROEL, op. cit., pp. 275, 316-317.
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comportó variaciones regionales. Hacia fines del siglo XVIII, "el inquilinaje está plenamente consolidado" en Chile, indicando cuánto se prefería este sistema parafeudal a otras formas contractuales 1 • Una variante de este régimen fue el llamado yanaconzgo. Era un servicio prestado por indígenas que se rehusaban a trabajar en las mitas (turnos de trabajo obligatorio en las minas), refugiándose en las haciendas y colocándose bajo la protección del respectivo propietario, quien los empleaba como aparceros o inquilinos. En ambos casos debían también, junto con sus familias, prestar algunos servicios domésticos en casa del patrón. Éste, a su vez, en contrapartida "se obliga a defender al yanacona ante terceros o ante el aparato estatal, con un marcado carácter paternalista". En esa doble peculiaridad, "el trabajo servil y la protección paternal" 2 , aparece la notable semejanza entre el régimen de propiedad rural en Hispanoamérica y el feudalismo, tan resaltada por los estudiosos del tema.
4. Señorío u¡eudalizante" y patriarcal del hacendado De este modo se va formando la gran hacienda hispanoamericana, con nombres diferentes según la región y el tipo de explotación -estancia en Chile, Altoperú y Río de la Plata (denominación que inicialmente designaba los solares rurales en toda Hispanoamérica); fundo posteriormente en Chile; finca en regiones como el Alto Perú y Antioquía; hato para las ganaderías de Nueva Granada y rancho para las de Nueva España; plantación para las fincas de cultivo extensivo de productos como algodón, café, cacao, tabaco y otros; ingenio para las grandes explotaciones azucareras, etc.pero con una característica común a todas: el prestigio y virtual señorío que confieren a su propietario, debido a sus fuertes connotaciones patriarcales y feudales. Aunque dichos hacendados no llegaran a constituir una clase aristocrática en el sentido propio del término, la evolución de las élites análogas hispanoamericanas alcanza, con el sistema de las haciendas, su apogeo histórico. Habitualmente la hacienda se compone de "un conjunto de viviendas alrededor de una plaza, en la que se destaca la casa-hacienda o del mayorazgo,flanqueada por las viviendas de parientes o de allegados, y cuyo número constituye motivo adicional de orgullo y prestigio familiar", anota el historiador Virgilio Roel 3 • Forma parte de ese conjunto la capilla, dedicada al Santo patrono del linaje familiar. El cultivo es siempre diversificado: además del producto principal, que genera la renta de la propiedad, se busca producir todo lo necesario para el sustento de propietarios y personal. Hay además toda una serie de instalaciones, como máquinas de refinar, en las haciendas azucareras; obrajes (telares), en las dedicadas a la cría de lanares en gran escala; saladeros y fábricas de sebo, en las grandes ganaderías; y en áreas mineras, por ejemplo en las de la región andina, hubo también haciendas vinculadas a minas, que producían lo necesario para el sustento de su personal 4 • 1) 2) 3) 4)
Jaime EYZAGUIRRE, op. cit., p. 57. Virgilio ROEL, op. cit., pp. 270-271. Ídem, p. 317. Cfr. Ibídem. Ver también María SÁENZ QUESADA, Los estancieros, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 5ª ed., 1985, pp. 92-96.
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La hacienda tiende, pues, a bastarse a sí misma; y esta autosuficiencia se extiende, a su modo, a la vida social y religiosa de sus moradores, quienes recrean así, centrada en la figura patriarcal del propietario, la sociedad heril de los tiempos feudales 1 Por eso observa un estudioso del asunto que, aunque el sistema feudal ya no estuviese vigente, aquella élite rural "mostraba actitudes feudales. El estilo de vida de esta capa superior erafeudalizante" 2• Dicho carácter se expresaba de múltiples formas, tales como la autoconcesión del título de "señores" de sus dominios por parte de algunos grandes terratenientes, pese a no existir señorío jurisdiccional en América. La costumbre se propagó por todo el Imperio. Por ejemplo en México, la antigua encomienda de Tecamachalco, otorgada al Conquistador Alonso Valiente y vinculada al mayorazgo del Valle de Orizaba que éste había fundado, se mantuvo en poder de sus sucesores "como si hubiera sido un señorío hereditario", y con frecuencia la familia "usó entre sus títulos el de Señores de Tecamachalco" 3• En el Río de la Plata la familia Brizuela y Doria, detentara del mayorazgo de San Sebastián, continuó usando hasta entrado el siglo XX el título de "Señores de San Sebastián de Sañogasta" 4, mientras que el estanciero de origen peruano Francisco Antonio de Candioti y Cevallos, dueño de inmensas extensiones a ambas márgenes del Paraná, era conocido como "el príncipe de los gauchos" 5• Esos visos de feudalidad se hacen más evidentes al considerar su aspecto militar. En los dos extremos del inmenso imperio hispanoamericano -al Norte, el arco de más de 2000 km. que cubre desde Texas hasta la Alta California; al Sur, las pampas rioplatenses y la cuenca del Bío-Bío en Chile- los grandes hacendados debían mantener, tal como los señores de las marcas fronterizas en los tiempos feudales, hombres de armas propios, para enfrentar ya sea las "incursiones de las fieras tribus de apaches y comanches" 6 en Nueva España, como los terribles malones de tribus araucanas -puelches, tehuelches, 1) Cfr. Nobleza y élites tradicionales análogas Vol. I Cap. VII,§ 3, a. La importancia de las grandes haciendas como núcleos socio-económicos autónomos se denota en la población notablemente variada y compleja que residía en las mismas. Las de México, por ejemplo, aparte del propietario y su familia albergaban a "administradores, un capellán, cajeros y tenderos, molineros, destiladores, sombrereros y sastres; artesanos que en otras sociedades hubieran hecho parte de la pequeña burguesía de un pueblo", además de una numerosa mano de obra propia, compuesta de "renteros, labradores.jornaleros y peones" y sus familias (Doris M. LADO, op. cit., p. 101). La historiadora chilena Isabel Cruz de Amenábar se refiere en estos términos a esa sociedad parafeudal, tal como se constituyó en las haciendas de su país: "La creciente importancia del campo como lugar de asentamiento humano y fuente de riqueza que se inicia en Chile a principios del [siglo] XVII se manifiesta en la construcción de casas de haciendas desde comienzos de esa centuria. Las casas patronales, como se ha llamado al conjunto de viviendas y edificios que dan habitación al antiguo encomendero, su familia, a trabajadores, esclavos y peones, constituyeron verdaderas unidades autosuficientes que centralizaban la vida agrícola y el trabajo de la tierra" (Arte y sociedad en Chile-1550-1650, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 1986, p. 162). Ilustrativa de ese carácter "heril" es la descripción que del mismo hace un historiador luterano, Hans-Jürgen Prien: "Cuantos vivían en la hacienda pertenecían, durante la época colonial y todavía mucho después, a la familia ampliada del hacendado, y quedaban vinculados a la gran familia patriarcal mediante el sistema de base eclesiástica del pseudoparentesco, con ayuda del compadrazgo. Gracias a este compadrazgo el jefe de la familia patriarcal se convirtió en el padrino de todos los niños nacidos en su propiedad; con ello adquiría casi tantos derechos como un tutor" (La historia del cristianismo en América Latina, Ediciones Sígueme, Salamanca (España), 1985, p. 79). 2) J. L. Phelan, The Kingdom of Quito in the Seventeenth C entury - Bureaucratic politics in the Spanish empire, Madison, Londres, 1967, apud Hans-Jürgen PRIEN, op. cit., p. 86. 3) Doris LADO, op. cit., p. 112. 4) Cfr. Eduardo A. COGHLAN, op. cit., pp. 190- 191. 5) María SÁENZ QUESADA, op. cit., p. 73. 6) C. H. HARING, Las instituciones coloniales de Hispanoamérica (Siglos XVI a XVlll), Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan, 1969, p. 16.
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ranqueles, mapuches- en el Río de la Plata y en Chile. Por otro lado, en las regiones ya pacificadas los miembros de la élite detentan el mando de milicias locales, rurales o urbanas, frecuentemente mantenidas a sus propias expensas. La conjunción de esos trazos militares con el relacionamiento particular entre el propietario y sus gentes, es lo que más propiamente puede ser considerado "feudalizante". El autor uruguayo Luis Morquio Blanco evoca ese singular nexo al describir uno de los establecimientos rurales más antiguos de su país, la Estancia de Narbona. Dicha propiedad, situada próxima a la costa de la Banda Oriental del Plata, entre Carmelo y Nueva Palmira, fue fundada por el pionero aragonés Don Juan de Narbona (a quien se debe también la construcción del convento de La Recoleta de Buenos Aires) entre 1732 y 1738. Es laépocadelaculturadel cuero y de las grandes vaquerías, cuando los señores territoriales rioplatenses arman verdaderos ejércitos particulares con un triple propósito: abatir los inmensos rebaños de ganado cimarrón que se crían en las grandes extensiones baldías, para aprovecharles el cuero; arrear esos rebaños -frecuentemente de decenas de miles de cabezas- a tierras más seguras, haciéndolos incluso atravesar ríos considerables como el Uruguay o el Paraná; y al mismo tiempo defenderse de las incursiones que los portugueses reforzados por indios tupíes realizan desde Brasil con el mismo propósito. El estanciero debe dirigir tanto la faena ganadera como las operaciones militares, caracterizando de ese modo la tendencia que se manifiesta en esa época hacia el surgimiento de "un nuevo tipo de feudalismo", así descrito por el referido autor: "a partir del accionero 1 que iba tras los ganados al frente de sus changadores ... y más tarde del estanciero radicado definitivamente en la tierra, se va elaborando un vínculo social y laboral de interdependencia a la vez que de protección, que emula la faz hidalga del señor feudal " 2 • Aflora así un tardío vestigio del señorío rural y militar de los nobles medievales, que se volverá más expresivo todavía en la primera mitad del siglo XIX. De ahí que cuando el régimen colonial esté plenamente consolidado, hacia el siglo XVIII, la propiedad territorial adquiera renovada importancia social: "Aunque el comercio fuera más rentable, la fuente real de privilegio social y político a nivel local se sustentaba, en últimas, en la calidad terrateniente" 3 •
5. Evolución de los municipios hacia una aristocracia urbana Paralelamente a esa evolución de la élite rural, en las ciudades hispanoamericanas los cabildos toman una fisonomía cada vez más definidamente aristocrática. El alcance de esta transformación para el conjunto de la sociedad queda claro si se considera que la colonización de Hispanoamérica es "esencialmente urbana, según 1) Accionero: Vecino a quien un cabildo rioplatense otorgaba el derecho de vaquear (abatir) reses salvajes a su propia costa en tierras baldías, como compensación por pérdidas de animales escapados de sus tierras e incorporados a manadas cimarronas. La vaquerías de monta eran emprendidas por los ganaderos más acaudalados, pues "sólo personas con capitales cuantiosos podían disponer del dinero para elpago de salarios, provisión de caballos y carretas necesarias para largas expediciones" (Cfr. María SAENZ QUESADA, op. cit., pp. 30, 32-33). 2) Luis MORQUIO BLANCO, La estancia de Don Juan de Narbona, Montevideo, 1990, p. 52. 3) Germán COLMENARES, op. cit., p. 149.
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resaltó la historiografía ya desde hace mucho tiempo", pues en su período inicial todos los españoles residen en las ciudades (legalmente no existía población blanca en el campo) 1•
En la mayor parte de los casos --con una sola excepción de monta, el sur de Chilela élite colonial es ciudadana. Así ocurre, por ejemplo, en México: "Sostenida por el comercio y por el campo, la familia vivía una vida urbana" 1 . También los grandes propietarios rurales del Perú, además de las espaciosas casas-hacienda que comenzaron a levantar en sus heredades, solían poseer "residencia solariega en la ciudad más próxima y, si es posible, en la propia capital del virreinato" 3• Y lo mismo ocurre en el interior de la Argentina, en el Valle Central chileno, en la Capitanía General de Guatemala, en la meseta neogranadina (Cundinamarca y Boyacá), etc. De manera que, en el Nuevo Mundo, poblar equivale a urbanizar 4: la civitas hispanoamericana domina la vida socio-cultural de la colonia, y al crecer su importancia crece también la de su institución rectora, el cabildo. En cuanto foros representativos de la llamada aristocracia criolla, los cabildos no solamente reúnen el poder de decisión político y económico sobre todas las cuestiones que atañen a la vida pública - tanto espiritual como temporal- de las ciudades y zonas rurales subordinadas, sino que sus cargos se revisten de honras y privilegios nobiliarios, y constituyen así una manifestación pública de preeminencia social. El cuño aristocrático de esas funciones se ve reforzado, además, en muchas ciudades, por dos características esencialmente ennoblecedoras que la costumbre les incorporó: la perpetuidad y la hereditariedad. A ello se suma el hecho de que "una Real cédula obligaba a elegir a los regidores entre los vecinos de la ciudad, criollos en su mayoría, nobles o de buen linaje, beneméritos y ricos, de conocida virtud y buena fama" 5 , con lo cual el cargo de cabildante o regidor queda prácticamente "reservado a la Nobleza de Indias" 6 Análoga evolución sufre el llamado Cabildo Abierto, que consistió inicialmente en una convocación general al pueblo de la ciudad -algo así como una asamblea plenaria de vecinos- para resolver situaciones excepcionales; por ejemplo, el que colocó a Pedro de Valdivia en el gobierno de Chile. Con el tiempo dicha institución tiende a volverse cada vez más una reunión de la élite municipal, una "corporación cerrada de notables" 7 Richard KONETZKE,América Larina ... , pp. 128 y 131. Doris M. LADD, op. cit., p. 102. Virgilio ROEL, op. cit., p. 317. Cfr. Horst PIETSCHMANN, La evangelización y la política de poblamiento y urbanización en Hispanoamérica, in Historia de la evangelización de América - Simposio internacional, 11-14 de mayo de 1992-Actas, Pontificia Comisión para América Latina, Ciudad del Vaticano, 1992, pp. 500-501. 5) Julio de ATIENZA Y NAVAJAS, Títulos Nobiliarios Hispano-Americanos, M. Aguilar editor, Madrid, 1947, p. 14. 6) Vicenta M. MÁRQUEZ DELA PLATA y Luis VALERO DE BERNABÉ, op. cit., p. 164 (destaque en el original). Elocuente ilustración de este hecho es una curiosa Certificación de ser el empleo de alcalde ordinario distintivo de los nobles de Santiago de Chile (1794), incluida en el expediente probatorio de hidalguía del oficial de Guardias de Corps D. Francisco Javier de Errázuriz y Aldunate, natural de esa ciudad y residente en Madrid (Cfr. Luis LIRA MONTT, La creación de la Compañía Americana de Reales Guardias de Corps, in "Estudios en honor de Alamiro de Avila Marte!", Anales de la Universidad de Chile, Santiago, 1989, p. 345. 7) Richard KONETZKE, América Latina ... , p. 131. El Cabildo Abierto convocado en Buenos Aires el 22 de mayo de 1810 para evaluar los sucesos de la Península, ofrece un ejemplo característico de esta sociedad en transición, compuesta por élites aristocráticas, élites análogas y ciudadanos honrados o "homens bons" (Cfr. supra, I, C., l.; Apéndice 1, Introducción y B. § 4, b), en proceso de gestación de una clase aristocrática, en su 1) 2) 3) 4)
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En la cúspide de la jerarquía municipal, esa tendencia aristocratizante suele manifestarse de manera más acusada. Por ejemplo, los alcaldes de Lima eran elegidos entre miembros del "cuerpo de Regidores Perpetuos" (hereditarios), y de la clase de "los vecinos nobles de fuera del Ayuntamiento". Tal llegó a ser la importancia de aquel Concejo, que en España la etiqueta prescribía que el procurador del Cabildo limeño fuese recibido por el Rey con honras de embajador 1• La ciudad de Santiago de Cali ofrece un curioso ejemplo estadístico de cómo el cargo de alcalde era considerado una especie de propiedad común de las familias patricias locales: en los 224 años transcurridos entre 1566 y 1790 hubo en aquella ciudad 306 alcaldes, los cuales "no ostentan sino 42 apellidos distintos y entre ellos figuran nada menos que 30 miembros de la familia Caicedo" 2•
* * * La Corona, sin embargo, no dejó de intervenir para contrarrestar el creciente poder de esos cuerpos municipales. Y con la creación, en el siglo XVIII, primero de los cargos de corregidor y alcalde mayor como representantes del poder central, con autoridad para refrendar o vetar decisiones de los regidores, y más tarde (en tiempos de Carlos 111) del todopoderoso intendente o jefe administrativo regional, el poder efectivo de los cabildos hispanoamericanos -político, administrativo, económico- declina paulatinamente 3•
6. Incorporación de nuevos elementos: la nobleza mercantil y minera También desde finales del siglo XVII, y preponderantemente en el siglo XVIII, a medida que se puebla América se modifica el aspecto de sus clases nobles, con la incorporación creciente de nuevos elementos de muy diversa extracción: los hay desde la alta nobleza (que no había participado de la Conquista) hasta los de nobleza togada y letrados, pasando por los de burguesía mercantil con categoría de hidalgos. Entre éstos últimos preponderan los vasco-navarros, cuya actividad económica da nuevo impulso a centros de población que hasta entonces prosperaban muy lentamente, como la región central de Chile, el distrito de Antioquia en Nueva Granada, el Río de la Plata, algunas regiones del Perú y Venezuela, etc. 4• A diferencia de la generalidad de los nobles de la Península, los de América ejercieron actividades comerciales sin considerarlas un desmedro para su dignidad. "Aun muchos
1) 2) 3) 4)
descendencia más o menos remota. Para una población cercana a las 40 mil almas, se cursó invitación solamente a 450 vecinos (sinónimo, como se vió, de notables), de los cuales asistieron 251. Entre éstos se contaban, además del Obispo y otros 26 eclesiásticos, 59 oficiales militares, 58 comerciantes (la mayoría de ellos hidalgos), así como funcionarios reales, miembros de la Real Audiencia, alcaldes de barrio, alcaldes de la Santa Hermandad (comandantes de milicias de gendarmería rural), abogados, licenciados, escribanos, médicos y "simples vecinos". Buena parte de los asistentes eran hidalgos españoles y de Indias, y entre ellos descuellan 16 descendientes de conquistadores del Perú y del Río de la Plata; lo cual da una exacta radiografía de cómo estaba constituída la élite social de entonces (Roberto H. MARFANY, El cabildo de mayo, in "Genealogía", Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Buenos Aires, 1961, pp. XUI ss.). José de la RIVA-AGÜERO Y OSMA, op. cit., t. VI, p. 340. Guillermo MORÓN, op. cit., t. IV, p. 141. (Cfr. infra § 8.) Cfr. José ANDRÉS-GALLEGO y otros, Navarra y América, Editorial MAPFRE, Madrid, 1992, pp. 279-281. Ver también Jaime EYZAGUIRRE, op. cit., pp. 71 ss.
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aristócratas llevando títulos de Castilla se dedicaban con entusiasmo al comercio mayorista. Sus emprendedoras actividades comprendían el sector agrícola comercializado, lo mismo que la minería, origen a veces de la fortuna que los había llevado a su ascenso nobiliario" 1• Tal postura encuentra su justificación en el principio de que la actividad comercial, cuando ejercida lícitamente en concordancia con altos intereses nacionales - y la consolidación de la hegemonía española en ultramar lo fue por excelencia- se identifica entonces con el bien público; y si además se reviste de un cuño precursor, creador y perfeccionador de la nacionalidad, su ejercicio puede convertirse en razón de nobleza. Fue este principio, por ejemplo, el que en la Edad Media llevó a que los hombres honrados de las ciudades aragonesas fuesen hechos caballeros, o a que la burguesía mercantil de Venecia se transformase en una auténtica aristocracia, de rango comparable al de sus similares del continente europeo 2• Guillermo Lohman Villena señala al respecto que en Hispanoamérica "el ejercicio del comercio no se desdeñaba ni se reputó reñido con la calidad nobiliaria (. .. ) En este sentido, la jurisprudencia sentada por el Consejo de las Ordenes (nobiliarias) ya había ampliado el criterio, un tanto restringido ... , en beneficio de los comerciantes andaluces y vascongados, cuyas actividades no se tuvieron por desdorosas ni reñidas con el uso de los distintivos nobiliarios". Y agrega: "En el Nuevo Mundo fue el comercio el único medio rápido y seguro de granjear riquezas. Por ello, los poderosos mercaderes pronto formaron una verdadera aristocracia, que no tardó en vincularse con la de sangre" 3 Es así como en la ciudad de México, desde el siglo XVI el cabildo se había convertido en "una especie de universidad de mercaderes, mejor aún, de hijos de mercaderes", aunque anualmente sus regidores continuaron a escoger - nota señaladamente aristocrática- como alcalde ordinario a un miembro de los linajes más antiguos, oriundos de la Conquista 4 • Un siglo después, "hacia la segunda mitad del siglo XVII, la práctica del comercio continúa entre los nobles mexicanos, en tanto que los mercaderes prosiguen más y más aseñoreados". El historiador José Durand transcribe las observaciones críticas del Virrey Mancera sobre "cómo se entretejen y entrelazan" las estirpes de conquistadores con las de comerciantes, junto con la irónica conclusión del alto personaje: "en estas provincias, por la mayor parte, el caballero es mercader y el mercader es caballero" 5 •
1) Magnus MÓRNER, Estratificación social... , in Guillermo MORÓN, op. cit., t. IV, p. 112-113. 2) Cfr. Nobleza y élites... Cap. I, § 2; Cap. V,§ 1; Cap. VII,§ 9, by d 3) Guillermo LOHMANN VILLENA, op. cit., p. LVII. Refiere también el historiador peruano José de la Riva-Agüero y Osma: "En América no se consideraba la carrera del comercio de la misma manera que en España( .. .) Los comerciantes en alta escala formaban en Lima una especie de aristocracia, muy apreciable por la de la sangre, con la cual frecuentemente entroncaban" (Op. cit., t. VII, p. 22). Agrega que en el siglo XVII "comerciaban en Lima todos, así ilustres caballeros como humildes menestrales, sin pe1judicar el tráfico a los primeros en su calidad, honores y exenciones de clase, con tal que lo hicieran por factores o empleados, y no asistiendo materialmente a escritorios o almacenes" . Por ello, concluye, el patriciado limeño podía asemejarse "a los de Venecia y Génova, Valencia y Barcelona, y aún a los de la materna Sevilla, como lo declaran aquellos conocidos versos: Que es octava maravilla Ner caballero en Sevilla/ Sin punta de Mercader" (Ídem, t. VI., pp. 388-389). 4) José F. de la PEÑA, op. cit., pp. 149-151. 5) José DURAND, op. cit., vol II, p. 68.
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El principio general que llevó a ennoblecer comerciantes animó también el otorgamiento de títulos a mineros desde el siglo XVIII. Las Ordenanzas de Minería promulgadas en 1783 por Carlos III conceden a quienes ejercen "profesión científica de minería" en México el privilegio de nobleza. Y dos años más tarde dicho privilegio se extiende al Virreinato del Perú y a la Capitanía General de Chile. No pocas veces los beneficiarios ya pertenecían al estado noble. 1
7. Milicianos en el estamento nobiliario Las milicias ciudadanas y rurales habían existido durante todo el período virreinal de modo desorganizado e inestable. La defensa de las posesiones ultramarinas fue inicialmente obligación de los encomenderos, quienes debían mantener hombres de armas y caballos y tuvieron destacada actuación en repeler ataques de piratas, revueltas indígenas, motines, etc. Desde el siglo XVII, para subsanar el debilitamiento militar producido por la decadencia de las encomiendas, fue siendo instituido a nivel regional el alistamiento progresivo de milicias 2 . Con excepción de Chile, donde hubo importantes acantonamientos militares debido a la guerra de Arauco, en la España de ultramar las milicias tuvieron una importancia considerablemente mayor que el Ejército regular. Desde 1762 el alistamiento de los vecinos aptos para llevar armas pasó a tener carácter obligatorio en toda Hispanoamérica. Al año siguiente el Virrey del Perú, Manuel de Amat, alarmado por las noticias del devastador saqueo inglés a la desguarnecida La Habana y siguiendo instrucciones de la Corte, decide crear cuerpos de milicias regulares. Su convocación galvaniza a todos los habitantes: "la nobleza criolla, los comerciantes y los hacendados hicieron suyo el movimiento general y acudieron a la llamada del virrey", y el pueblo los acompañó con entusiasmo. A las personas notables se les ordenó fundar, mantener y comandar compañías y cuerpos de milicias y " hacer alarde y revista" en todo el territorio peruano. Así, al lado de los notables de Lima, "los patricios de las ciudades serranas, los hacendados, mineros, azogueros y comerciantes del interior, completaron el mando de estas unidades iniciales. El amo era el coronel, los hijos los capitanes, los capataces los sargentos, y los peones y campesinos comuneros la tropa" 3• En Lima se formó una compañía de nobles - "tan lucida y completa de mozos hidalgos que pudiera lucir entre las mejores de Europa", se ufanaba el virrey- y otra de "principales comerciantes", primera de nueve compañías que integraban el "batallón del comercio". Se creó también en Lima un regimiento de caballería llamado "regimiento de la nobleza", y se constituyeron varias milicias de caballería en el interior (valles de Lurigancho, de Bella Vista, de Carabaillo y otros) 4 • 1) La concesión de esos títulos no se restringía a los explotadores de metales preciosos: "No sólo los mineros de plata y oro, sino hasta los de azogue (mercurio, utilizado en la depuración de oro y plata), juntaron riquezas que los llevaron a condados y marquesados; por ejemplo, los Tamayo y Mendoza, mineros de Huanca velica [Perú] , quienes obtuvieron el título de Marqueses de Villa-Hermosa de San fosé y que luego entroncaron con las casas de los Vizcondes de San Donás y los Condes de Monteblanco" (José DURAND, op. cit., vol. II, p. 72). 2) Cfr. Richard KONETZKE, Estado y sociedad en las Indias, in "Estudios Americanos", Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, nº 8, enero, 1951, pp. 38-39. 3) Juan MARCHEN A FERNÁNDEZ, Ejército y milicias en el mundo colonial americano, Editorial MAPFRE, Madrid, 1992, pp. 194-195. 4) Cfr. Jean DESCOLA, La vida cotidiana en el Perú en tiempos de los españoles - 1710-1820, Librería Hachette, Buenos Aires, 1962, pp. 194-195. ).
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La reorganización de los cuerpos de milicias cubrió toda Hispanoamérica. A sus oficiales se exigía buen nacimiento y cualidades personales, y se les otorgaban importantes prerrogativas. El jefe de milicias fue equiparado en derechos y honores al oficial del ejército regular. "La, obtención de estos privilegios y el consiguiente aumento de prestigio social -puesto de manifiesto en el abigarrado esplendor de los uniformesinducían a terratenientes, comerciantes y otras personas acaudaladas a disputarse las plazas de oficial en las milicias" 1• Aunque en el Perú la temida invasión de la Pérfida Albión y sus aliados portugueses nunca ocurrió, las milicias locales tuvieron el papel primacial en sofocar la feroz rebelión de Túpac Amaru. Pero después su importancia efectiva se reduce, hasta tal punto que en 1803 el Virrey Marqués de Avilés reclama que los miembros de la milicia sólo ingresan a ésta para vestir uniforme y aspirar a otros honores, sin cumplir los deberes propios. Si hubo fallos de ese género, sin embargo, no ocurrieron uniformemente en toda Hispanoamérica. Durante las invasiones inglesas a Buenos Aires de 1806 y 1807, los oficiales de milicias de esa ciudad y de Montevideo -en su mayoría pertenecientes a las familias patricias- se destacaron por insignes actos de valor, que les merecieron el cálido elogio del virrey y recompensas reales. De cualquier manera, el status social de oficial de milicias guardaba no pocas analogías con el de los coroneles de la Guardia Nacional de Brasil 2, por la honra y el prestigio que confería.
8. Cuerpos militares y colegios para la nobleza hispanoamericana Además, la creciente importancia de las clases patricias de América -así como la conciencia, súbitamente despertada por las primeras convulsiones de la Revolución Francesa, de que era necesario asegurar en los vástagos de aquellas clases la lealtad a la Monarquía- llevó al Rey Carlos IV a crear en 1792 el Real Colegio de Nobles Americanos, destinado a dar a los jóvenes de la élite, con edad entre doce y dieciocho años, "una educación civil y literaria que los habilite a servir útilmente en la Iglesia, la Magistratura, la Milicia y los empleos políticos", dice la Real Cédula respectiva. Eran admitidos como Colegiales indistintamente nobles criollos, mestizos e indígenas: "los hijos y descendientes de puros españoles nobles, nacidos en las Indias, y los de Ministros Togados, Intendentes y Oficiales Militares de aquellos dominios, sin excluir los hijos de caciques e indios nobles, ni los de mestizos nobles, esto es, de indio noble y española, o de español noble e india noble" 3 • La misma Real Cédula dispone que "se les darán lecciones de urbanidad y de aquel noble trato que conviene a personas que un día han de ocupar los primeros puestos y dignidades en el Estado Eclesiástico, Militar y Civil", y establece que el traje de los Colegiales será un uniforme "igual en la forma al que usare la Nobleza en la Corte y su Majestad señalare; sólo los teólogos usarán el vestido de abate" 4 • Para el ingreso 1) Richard KONETZKE, AméricaLatina..., p. 150. 2) (Cfr. Nobleza y élites tradicionales análogas, Apéndice I, B, § 9, b) 3) Luis LIRA MONTI, Pruebas de nobleza prescritas para ingresar en el Real Colegio de Nobles de Granada, in "Gacetilla del Estado de Hidalgos", Madrid, n2 81, febrero, 1968, p. 29. 4) Ibídem.
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era necesario acreditar nobleza hasta los abuelos, tanto paternos cuanto matemos, del interesado. Al año siguiente se crea un cuerpo militar para la nobleza hispanoamericana, la Compañía de Caballeros Americanos de Reales Guardias de Corps. Sus miembros debían tener entre 17 y 24 años de edad y ser "nobles o hijosdalgo, señaladamente por línea paterna". La probanza de cualidades de los postulantes representaba un complejo y exigente trámite, según lo indican expedientes de la época 1•
9. Fusión de trazos en el noble hispanoamericano: Patricio urbano y señor territorial, agente civilizador y patrono espiritual Es digno de nota el hecho de que en Hispanoamérica no se verifica una definida separación entre nobleza urbana y rural, como ocurre en algunos países de Europa en esa época. El noble americano es polifacético, tendiente a lo ecléctico, acumulando características al mismo tiempo ciudadanas y campestres, cortesanas y guerreras, intelectuales y mercantiles. "Los patriarcas nobles formaban lazos vivos que unían la dicotomía de la sociedad colonial: rural y urbana, Iglesia y Estado, civil y militar, criollo y español", afirma Doris Ladd. "El hacendado, el oficial, el militar, el patrono de la Iglesia, el rentista, el cortesano, solían ser los diversos papeles desempañados por un solo patriarca" en el México colonial 2 • El historiador Javier Ortiz de la Tabla muestra, por ejemplo, cómo las familias principales del Ecuador habían realizado en el siglo XVIII esa peculiar simbiosis de trazos urbanos y rurales, característica de toda Hispanoamérica: "La élite criolla descendía de los encomenderos de los siglos XVI y XVII, o de antiguas y ricas familias consolidadas en dichas centurias.(. . .) Gracias a las encomiendas, estancias y haciendas sus antepasados habían logrado unos cuantos patrimonios rústicos reforzados y afianzados con la erección de obrajes, molinos y trapiches, de tal forma que ... a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII estas familias criollas se vieron consolidadas como grandes hacendados y dueños de la mayoría de los obrajes del distrito. Sus fortunas les permitieron mantener un alto nivel de vida y la compra de títulos nobiliarios y otras prebendas y cargos". Además, "algunos de sus miembros llegaron a alcanzar altos puestos en la administración colonial, sobre todo en corregimientos, gobiernos y milicias, o bien enlazando por matrimonio con estas autoridades, incluidos presidentes y oidores de la Audiencia. Su preeminencia en las ciudades, que los convertía en jefes natos de cada barrio, y su riqueza, consistente fundamentalmente en la posesión de grandes propiedades rústicas, a las que estaban adscritos gran número de indígenas como mitayos o conciertos como peones, los convertía en auténticos señores de la tierra" 3. En el Río de la Plata, aunque la clase de los ganaderos que surge desde fines del siglo XVII llevaba entonces una vida ruda y simple, y "no lograba instaurar formas de vida aristocráticas, similares a las europeas o sudamericanas andinas" 4, el estanciero 1) Luis LIRA MONIT, Probanzas nobiliarias exigidas para la admisión en la Compañía de Caballeros Americanos de Reales Guardias de Corps, in "Hidalguía", Madrid, nº 149, mayo-agosto, 1978, pp. 338 y 341. 2) Doris M. LADO, op. cit., p. 102. 3) Javier ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE, Economía y sociedad en Quito ( 1765-1810), in La América Española en la Época de las Luces - Tradición - Innovación - Representaciones (Coloquio franco-español, Maison des Pays lbériques, Burdeos, 18-20 septiembre 1986), Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1988, pp. 192-193. 4) María SÁENZ QUESADA, op. cit., p. 35.
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pampeano se asemejaba a sus congéneres del Pacífico o mexicanos en "su función de intermediario entre el ambiente rural y urbano"; y a ese título, como dice la historiadora María Sáenz Quesada, era "hombre de dos mundos" 1• Ese dualismo - "ser hombre de campo y de ciudad "- es considerado el "carisma" propio de una clase que tiene por misión civilizar a la llanura a partir de villas y ciudades 2 • Por otro lado, en aquellas todavía rudimentarias cristiandades, el hacendado era consciente de que le cabía también velar por la atención religiosa de sus gentes como de la población local: "Entre sus responsabilidades estaba la de erigir y mantener capillas en sitios faltos de toda atención espiritual. Esos oratorios contribuían a agrupar a la población dispersa en torno a prácticas piadosas, como la oración en común y la asistencia a misa rezada por un sacerdote de paso" 3 • Era él, asimismo, quien subsidiariamente debía organizar y dirigir las oraciones y actos de culto donde había falta de clero, cosa muy frecuente en el campo. En ese apostolado era siempre eficazmente secundado por su consorte: hasta bien entrado nuestro siglo XX, hacía parte de las "obligaciones típicas de la mujer del estanciero" catequizar a los paisanos, rezar diariamente el rosario, promover la venida anual de un sacerdote para administrar los sacramentos, etc. 4 • El benemérito patrocinio de las clases altas hispanoamericanas a las obras eclesiásticas comprendía solventar la erección de iglesias, capillas, conventos y centros de enseñanza; dar apoyo a las misiones y a obras religiosas o de beneficencia, además de la participación personal en diversas formas de apostolado. De ese modo concurrían para un esfuerzo cristianizador de magnitud continental, inigualado en la Historia: baste considerar que un siglo y medio después de la Conquista, hacia mediados del siglo XVII, ya se habían levantado en toda Hispanoamérica más de 70.000 iglesias y 840 conventos de varones, además de 23 Universidades e "infinitos colegios, estudios y hospitales", según informe de dos visitadores reales de la época, los juristas Solórzano Pereyra y Gil González Dávila 5 La terrible devastación causada en la Iglesia por el llamado progresismo postconciliar, sumada a la decadencia religiosa, moral y cultural de las mismas élites, hicieron que en décadas recientes ese fundamental apoyo de éstas a la Iglesia se retrajese considerablemente.
1) Ídem, p. 19. 2) Ibídem.
3) Ídem, p. 6 1. 4) Ídem, p. 256. 5) COMISIÓN INTER-TF Ps DE ESTUDIOS IBEROAMERICANOS, op. cit., p. 113. Muchas veces ese concurso al bien común espiritual adquiere visos heroicos. Un ejemplo ilustrativo lo da la poderosa familia de los Condes de Regla, en México: en el siglo XVIII el conde hipotecó todas sus tierras para sostener las misiones indígenas en la frontera norte del virreinato, rrúentras que un primo suyo murió martirizado cuando conducía en persona misioneros enviados por el mismo conde para evangelizar a los belicosos Apaches (Cfr. Doris M. LADD, op. cit., pp. 81 -82). Las élites análogas americanas prosiguieron desempeñando esa misión después de la Independencia. Ejemplo de ello lo da la erección, ya en el siglo XX, de templos célebres como la imponente catedral de Medeilín, --considerada el mayor edificio de ladrillo del mundo--, costeada en gran parte por las familias tradicionales de Antioquía; el magnífico santuario gótico del Voto Nacional, en Quito, consagrado al Sagrado Corazón de Jesús; o la espléndida basílica del Santísimo Sacramento de Buenos Aires, donada por la distinguida dama Doña Mercedes Castellanos de Anchorena.
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10. Importancia de la nobleza de cargo americana Los patricios criollos llegaron a ejercer también funciones ennoblecedoras en el gobierno y en la judicatura. Dos de ellos alcanzaron la dignidad suprema de virrey: el Marqués de Casafuerte en México y el de Casares en Nueva Granada (este último falleció antes de tomar posesión). El cargo de Intendente, en principio reservado por la Corona a peninsulares, fue sin embargo franqueado a algunos criollos. En el Perú, por ejemplo, lo ejercieron en Huamanga el Marqués de Lara, Nicolás Manrique de Lara y Carrillo de Albornoz, y en Arequipa Juan Bautista de Lavalle y Sugasti, hijo del Conde de Premio Real 1• Los altos oficios de la administración virreinal (civiles, judiciales o militares), dice el Marqués de Siete Iglesias, "eran desempeñados bien por nobles, bien por letrados. Éstos, por el mero hecho de ser doctores o licenciados, gozaban a lo menos de nobleza personal", como también la gozaban los mandos del Ejército, "maestres de campo, sargentos mayores, coroneles y capitanes" 2• En el caso de los oidores y consejeros de Indias esa nobleza personal llegó a hacerse hereditaria, confirmada por reales cédulas. Todos los cargos referidos fueron ampliamente ejercidos por hidalgos americanos, quienes los consideraban, dice el historiador Paul Rizo-Patrón, sobre todo "como medio de obtención o consolidación de prestigio y status" 3 para sus linajes. Aunque en principio no podían ser ejercidos en la ciudad de origen del respectivo magistrado, hubo casos como el de la Audiencia de Lima, que "estuvo dominada, durante casi todo el siglo XVIII, ya no sólo por criollos, sino por nativos de la propia Ciudad de los Reyes" 4• Es así que los miembros de ciertas familias patricias limeñas - como los Santiago-Concha, Bravo del Ribero y Tagle- se sucedieron en la Audiencia local durante varias generaciones. Cabe notar que esa nobleza criolla, compuesta por los llamados sujetos distinguidos -oficiales reales, miembros de los cabildos, de audiencias y consulados, letrados y militares, académicos y mercaderes-, aunque era eminentemente urbana nunca se desvinculó de la actividad rural; porque de un lado, las haciendas aseguraban la conservación de los patrimonios y el propio sustento de las familias propietarias; y por otro lado la posesión de tierras fue la base material de "la llamada mentalidad señorial", impregnada de resabios feudales, que aquellas élites tanto cultivaron 5•
11. Una nobleza polifacética y armonizadora de contrastes Ciertos autores notan la tendencia asimilativa de la nobleza criolla, que se revela en la incorporación de las sangres aborigen y africana. Por ejemplo, hacia comienzos del siglo XIX hay "pruebas de que unos cuantos mulatos lograron entrar en las filas de la nobleza mexicana". Años antes, en 1771, el cabildo de México "tratando de probar que los criollos eran tan nobles como los peninsulares, incluyó los nombres que presumían de sus imperiales antepasados indígenas junto con los que afirmaban que descendían 1) Cfr. Paul RIZO-PATRÓN, op. cit., p. 157. 2) Apuntes de Nobiliaria, apud Luis LIRA MONTT, Nobleza de cargo de los oidores y consejeros de Indias, in
"Gacetilla del estado de Hidalgos", Madrid, n2 76, agosto-septiembre, 1967, p. 101. 3) Paul RIZO-PATRÓN, op. cit., p. 158. 4) Ibídem. 5) Ídem, p. 159.
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de ... héroes de la Reconquista española. La gran primera familia de aristócratas mexicanos estaba orgullosa de su linaje noble (prehispánico) y así lo acentuaban en documentos oficiales. Los Condes del Valle de Orizaba heredaron uno de los señoríos de Moctezuma. Los Condes de Santiago decoraban sus posesiones con motivos aztecas; en la esquina de su casa está empotrada la cabeza de una serpiente prehispánica" 1• El mismo modo de ser, de vivir y de presentarse del noble de Indias revela su carácter asimilante, polifacético. Sus residencias son construidas siguiendo el estilo español de la época, pero tanto en los delalles constructivos como en la ornamentación general hay una manifiesta pluralidad de estilos, la cual indica no sólo los primeros -y aún inciertos- tanteos de una civilización nueva en busca de expresiones artístico-culturales propias y diferenciadas, sino también el gusto de armonizar estilos contrastantes. El palacio del gran potentado mexicano Don Miguel de Berrío y Zaldívar, Marqués del Jaral de Berrío, construido en tiempos de Hemán Cortés y sujeto a lo largo del Virreinato a sucesivas reformas y mejoras, ofrece a fines del siglo XVIII una muestra característica de esa peculiar mentalidad. Al comentar "esta casa magnífica, orgullo de la ciudad y de la civilización que la creara", el académico Don Manuel Toussaint afirma: "Examinando detalladamente los ornatos que la realzan encontramos no sólo reminiscencias platerescas, sino góticas, romanas, mudéjares, ¡qué sé yo!, hasta clásicas" 2 • Los inventarios de bienes de regidores de México en el siglo XVII muestran también esa tendencia asimilativa: "tanto el entorno doméstico, como las galas de sus personas y, muy importante, de sus caballerizas, resulta opulento. Lienzos de Flandes, alfombras de la India, escritorios de Alemania, biombos de China y Japón, tapicerías de Bruselas, colgaduras de damasco de Castilla, reposteros de Amberes y Salamanca, jaeces bordados, estribos de plata, carrozas de guardamecíes, servían de ornato y daban reputación a aquellos ricos y poderosos cabildantes mexicanos" 3 • La misma nota se acentúa en la aristocracia de Puebla de los Angeles -más rica y opulenta que la de la propia capital- revelando la "tendencia nobiliaria" de aquella ciudad: "Damascos de Castilla, alfombras y rodapiés moriscos, antepuertas de figuras de Flandes, reposteros con las armas deNinaje, camafeos, rostrillos, vestidos de raso de Italia guarnecidos de oro y plata, telas de Milán y Génova ennoblecían casas y personas" 4 • En la élite peruana, esa tendencia universalizante se denota en algunos inventarios realizados hacia fines del siglo XVIII. Por ejemplo, el de los Condes de Montemar y Monteblanco incluye "muebles de concha de perla guarnecidos con plata sobredorada, tibores de China, colgadura de terciopelo italiano bordado en oro, hecha en León, Francia, y 24 láminas de la vida de Cristo, de mano de Pedro Pablo Rubens"; en casa de Don Felipe Urbano de Colmenares, Marqués de Celada de la Fuente, "lienzos asimismo de Rubens, del Ticiano, de Murillo, el Españoleta y de Zurbarán"; en el solar de los Bravo de Lagunas Castilla y Zavala, "muebles embutidos de amarillo, tibores chinos en azul y blanco con tapas, cuello y azas de plata, pintura de Francia, incluidos 1) Doris M. LADD, op. cit., pp. 35-38. 2) Apud Carlos SÁNCHEZ-NAVARRO Y PEÓN, Memorias de un viejo palacio (La Casa del Banco Nacional de México), Compañía Impresora y Litográfica Nacional, México, 1951, p. 152. 3) José F. de la PEÑA, op. cit., p. 161. 4) Ídem, p. 179.
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retratos de Luis XIV y el Delfín, otro por Largilliere, cacerías, naturaleza muerta e innumerables otros cuadros" 1•
12. Esplendor y magnificencia de las cortes virreinales En tomo a los virreyes se crea una brillante vida cortesana que imita la de la Metrópoli, sobre todo en Nueva España y Perú. Aunque México ostentaba mayor riqueza, el Perú gozaba de mayor renombre. "Hasta entrado el siglo XVIII, sostiene Richard Konetzke, el Virreinato del Perú disfrutó del máximo prestigio desde el punto de vista social, de modo que el traslado de un virrey de México a Lima era tenido por una promoción" 2 • Y añade el mismo historiador: "A los virreyes, representantes directos de los soberanos en sus cortes respectivas, se les tributaban los máximos honores. La llegada de un virrey era rodeada de gran pompa. Se engalanaba la ciudad con magnificencia, se construían arcos de triunfo, un dosel suntuosamente recubierto estaba dispuesto para la ocasión, y autoridades y vecinos rivalizaban, conforme a una etiqueta minuciosamente determinada, en boato y colorido de sus vestimentas. El virrey se rodeaba de un ceremonial cortesano. Así como los monarcas españoles tenían su guardia palaciega, los virreyes del Perú disponían para su protección y escolta de una guardia de corps, las Compañías de Gentileshombres Lanzas y Arcabuces, y el virrey de Nueva España de la Guardia de Alabarderos. Era necesario mantener una suntuosa corte principesca. Ya al partir de España, solían formar parte del séquito del virrey setenta sirvientes y veinte esclavos negros, así como veinticuatro dueñas y doncellas para el servicio de su esposa" 3• La magnificencia del Perú en recibir a sus virreyes fue proverbial. "Para el recibimiento en la ciudad de Lima, en 1682, del Virrey Duque de la Plata, la aristocracia criolla empedró con barras de plata las dos principales calles por donde había de pasar el cortejo virreinal" 4 • Las cortes virreinales fueron, de hecho, un factor de elevación del tono general de la vida. Lima era una ciudad fastuosa. Hacia fines del siglo XVII, para una población de 30.000 habitantes, de los cuales menos de la mitad eran blancos españoles o criollos, tenía cuatro mil carruajes, coches y calesas, uno por cada familia española 5 •
13. ºTono menor": entre lo inacabado y lo exagerado ¿Por qué, entonces, se considera que dicha élite era de "tono menor" en relación a la peninsular? Porque, en primer lugar, como bien señala Guillermo Lohmann Villena, ni la alta nobleza española echó raíces en suelo americano, ni hubo linajes locales que se desarrollasen hasta llegar a formar parte de ella. Por otro lado, y no obstante su genuino carácter nobiliario, el tono de esa nobleza (y de las élites correlativas a ella) fue en general provinciano y rústico. En el centro y norte 1) 2) 3) 4) 5)
Paul RIZO-PATRÓN, op. cit., pp. 155-156. Richard KONETZKE, América Latina... , p. 120. Ídem, pp. 121-122. Julio de ATIENZA Y NAVAJAS, Títulos nobiliarios... , p. 15. José de la RIVA-AGÜERO Y OSMA, op. cit., t. VI, p. 378.
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argentino, por ejemplo, a fines del siglo XVIII la clase dirigente "está principalmente constituida por los propietarios rurales acomodados, nobles encomenderos o hijos de encomenderos, la mayor parte descendientes de los hombres de la Conquista. Dueños de plantaciones, minas o ganados, suelen caracterizarse por un recatado, pero arraigado orgullo de su linaje y por un tono natural de señorío, originado en la costumbre del mando y que aun en la pobreza conservan. Además de su habitáculo rural, tienen su casa en la ciudad, de cuya vida participan como alcaldes o regidores. Son el vecindario decente y acatado. No desdeñan por lo general las adquisiciones de la cultura: sus hijos van a estudiar a Córdoba y Chuquisaca, cuando no a España, y ellos aspiran a que a alguno lo llame Dios y llegue a clérigo. Sus casonas sin lujo, pero dignas, suelen carecer de cortinas y vidrios; pero tienen, traída a gran costo, un arpa, o acaso un piano. Siempre, una o dos guitarras; y abundante platería. Libros, los pocos de cualquier casa hidalga de la península, predominando los de romance y devoción" 1• El tono de la capital, Buenos Aires, no difiere del de las antiguas ciudades del interior como Córdoba, Salta o Tucumán, y hasta es inferior en varios aspectos: su clase dirigente de estancieros y comerciantes es aún "carente de refinamiento y distinción" y sus integrantes, al comenzar el período virreinal (1776) "se hacen traer pelucas de Francia y empiezan a ensayar grotescas reverencias en la corte del virrey. Ya aprenderán, y si no ellos, sus hijos. Con todo, la frecuentación del mundo oficial y la conciencia de ser los mejores de la aldea les proporcionará una alta idea de sí mismos y el empaque que sólo ostentan las aristocracias de aluvión" 2 • Hay, pues, en la configuración de esas élites, algo de inacabado en lo esencial que, instintivamente, se buscaba compensar exagerando lo accidental, como lo muestra el arrogante "empaque" de aquellos porteños. Ni siquiera aristocracias brillantes como las de Lima o México estuvieron exentas de ese síntoma de inmadurez social, que es apelar a lo exagerado para compensar lo inacabado. Fue proverbial, por ejemplo, la ostentosa fatuidad de ciertos peruanos, que llevó a que se acuñase en España el mote de perulero como despectivo sinónimo de presuntuoso. Un observador del tiempo, el franciscano Fray Buenaventura de Salinas, relata en tono mordaz su sorpresa al ver que "en llegando a esta ciudad de Lima, todos se visten de seda, descienden de Don Pelayo y de los godos y archigodos, van a Palacio, pretenden rentas y oficios, y en las Iglesias se afirman en dos colunnas, abiertas como el Coloso de Rodas, y mandan dezir Missa por el alma del buen Cid" 3• Refiere Virgilio Roel que en esas circunstancias, títulos, hábitos de las órdenes militares o legitimaciones de filiación en el Perú acabaron teniendo "un valor más ornamental que de efectiva distinción", y las propias autoridades hacían caso omiso de ellos: por ejemplo, ciertos nobles sometidos a procesos judiciales eran recluidos junto con reos comunes, sin que se tuviesen en cuenta sus fueros propios, por desconfiarse de la validez de su nobleza 4 •
1) 2) 3) 4)
Ernesto PALACIO, Historia de la Argentina, A. Peña Lillo, Buenos Aires, 3i ed., 1960, t. I, pp. 140-141. Ídem, t. I, pp. 138- 139. Guillermo LOHMANN VILLENA, op. cit., p. XV. Virgilio ROEL, op. cit., p. 319.
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Dos viajeros franceses del siglo XVIII, Frézier y Marcoy, describen con implacabilidad las carencias y lagunas del estilo de vida de la aristocracia peruana en Lima, Arequipa y Cuzco: "la forma en que se alojan los españoles en el Perú no responde en absoluto a la magnificencia de sus costumbres": cuartos con pocas ventanas, obscuros y melancólicos; no se utiliza el vidrio y se cierran las ventanas con paneles de maderas cruzadas; pocos muebles, tallados en madera maciza "como con hacha ... El ojo descubre, aquí y allá, perdido en la sombra o relegado a algún rincón, un bargueño antiguo finamente tallado, un aparador de roble negro, trabajado como una blonda, un sillón abadengo guarnecido de cordobán, cuyas flores de cinabrio y oro están casi borradas. Estos muebles, que datan de la conquista española, paracen protestar contra el miserable gusto de sus vecinos" 1• En México se estilaba un lenguaje que de tan rebuscado llegaba a ser ininteligible. El médico Juan de Cárdenas refiere que cierto hidalgo mexicano, paciente suyo, para decirle que no temía la muerte en manos tan competentes se expresó en estos términos: Devanen las parcas el hilo de mi vida como más gusto les diera que cuando ellas quieran cortarle, tengo yo a vuestra merced de mi mano, que las sabrá añudar. Otro hidalgo, al ofrecerle su persona y casa, le dijo: "Sírvase vuestra merced de aquella casa, pues sabe que es la recámara de su regalo de vuestra merced" 2 • Esta cursilería era tenida por gran "refinamiento"... Cuando en el Perú los mercaderes y mineros desplazan a los beneméritos de Indias del primer rango social, "la respuesta de éstos es la exageración en su orgullo: piensan que la holganza es propia de los caballeros, y se dedican a la práctica del ocio, a la fatua ostentación, a la aparatosa cortesía (producto de sus vanos esfuerzos por asimilar las posturas de las cortes de larga tradición), a la melosa ampulosidad en el hablar, a las formas artificiosas sin auténtico sentido estético, al amaneramiento y a las actitudes postizas" 3• Esta mezcla de inercia y fatuidad indica un distanciamiento de sectores de la nobleza colonial en relación a su fin propio, el servicio al bien público; y es agravada, evidentemente, por los elementos de inorganicidad que el centralismo burocrático de la Corona había ido introduciendo en la estructuración de aquella sociedad.
14. Venalización, descaracterización y crepúsculo de la nobleza americana En los siglos XVII y XVIII, se observa -sobre todo en el período borbónico, y más especialmente en el reinado de Carlos III- un substancial aumento de los títulos de nobleza otorgados a linajes americanos. El eminente tratadista Julio de Atienza, Barón de Cobos de Belchite, registra 405 títulos hasta el final del dominio hispano, entre ellos 8 duques 4 • De este conjunto, una parte significativa recae sobre nobles de la Isla de Cuba, primera entre las posesiones iniciales de la Corona en América y que se mantuvo unida a la Metrópoli hasta 1898. 1) 2) 3) 4)
Jean DESCOLA, op. cit., p. 113. Apud José DURAND, op. cit. , vol. 11, p. 87. Virgilio ROEL, op. cit., p. 316. Julio de ATIENZA Y NA VAJAS, Títulos nobiliarios... , pp. 659-665.
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Entre esos nobles titulados cubanos, un número ponderable obtiene la condición de Grande de España 1• En el Perú, de acuerdo a un celebrado estudio, se concedieron 126 títulos de nobleza hereditaria hasta la Independencia 2• A ello debe agregarse los títulos de caballeros: el historiador Guillermo Lohmann, en su brillante análisis sobre Ordenes Nobiliarias en América, cuenta 1.107 hábitos concedidos a hispanoamericanos hasta el año 1900 3. No es ajeno a este incremento el hecho de que hacia la misma época la Corona pone en práctica la venta tanto de títulos de Castilla como de hábitos de las Ordenes militares, tal como anteriormente ( 1631) había intentado, sin éxito, la venta de cartas de hidalguía en México y Perú. Tales medidas se adoptan como formas de paliar las apremiantes necesidades financieras del erario. Se trató de una falsa solución -tan frecuente en el curso multisecular de la Revolución- al quedar patente el desacierto de alguno de sus pasos históricos, "en vez de reconocer su error, lo substituyó por otro" 4 • En este caso, en vez de reducir el hipetrofiado aparato burocrático-militar del absolutismo, se buscó aliviar la pesada carga financiera que representaba su manutención, introduciendo ese nuevo elemento de perturbación del orden social, con perjuicio para las élites genuinas. En efecto, con esas medidas la nobleza española y de Indias comienza a sufrir una evidente descaracterización: "las dignidades nobiliarias... desde ese momento, ya no pueden inmortalizar los especiales servicios para los que fueron creadas", dice Atienza 5• Aunque la venta de títulos y cargos presuponía determinadas condiciones, como la prueba de hidalguía del adquirente, en concreto significó un menoscabo para muchos descendientes de conquistadores, quienes por carecer de caudales suficientes para la compra de títulos, se veían pospuestos en favor de comerciantes y mineros de menos hidalguía que fortuna Además, fue ocasión para ciertos abusos, que indispusieron hacia la Corona a numerosos elementos de la élite criolla tradicional. Por ejemplo, se llegó a extremos tales como otorgar títulos sin concesionario señalado. Así, una Real Orden de 1797 dirigida por el rey Carlos IV al Gobernador de Chile le comunica el envío adjunto de un título de Castilla "con el nombre del agraciado en blanco para que V S. lo llene de su propia letra", resalvando pudorosamente que en el respectivo despacho "no se expresará particularmente la compra o beneficio a dinero" 6 • No obstante, numerosos historiadores afirman que, aparte de haber sido poco numerosas, de modo general las ventas de títulos recayeron en personas que satisfacían los requisitos de nobleza, riqueza y servicios personales exigidos para hacerse acreedoras de los mismos 7 1) Cfr. Enrique HURTADO DE MENDOZA, Grandezas de España, concedidas a u ostentadas por nativos de Cuba, in " Hidalguía", Madrid, n2 s 232-233, mayo-agosto, 1992, pp. 465-497. 2) Cfr. Luis de IZCUE, La nobleza titulada en el Perú colonial, Editorial Cervantes, Lima, 2ª ed., 1929 (vide cuadro "Relación cronológica"). 3) Guillermo Guillermo LOHMANN VILLENA, op. cit., p. LXXVII. 4) Plinio COR.REA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, Parte I, Capítulo XI, § 2, A-B. 5) Julio de ATIENZA Y NAVAJAS, Consideraciones... , p. 12. 6) Luis LIRA MONTI, Normas sobre la concesión de Títulos de Castilla a los residentes en Indias, in " Hidalguía", Madrid, n2 166, mayo, 1981 , p. 13. 7) Sobre el mismo asunto cfr. Francisco Manuel de las HERAS BORRERO, Compra de Títulos Nobiliarios en Perú, durante el reinado de Carlos 11, in "Hidalguía", Madrid, n2s 154-155, mayo-agosto, 1979, pp. 395-400.
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Posiblemente el efecto más pernicioso de esa venalización se da a nivel municipal, al difundirse la venta de puestos concejiles. Dicha práctica ocasiona dos situaciones anómalas contrapuestas: en algunas ciudades, particularmente aquellas donde el comercio prospera, gradualmente los cabildos "caen en manos de verdaderas oligarquías" o grupos de intereses económicos 1 -hoy se los llamaría lobbies- que acaparan los cargos de regidores; mientras que en otras de importancia más política que mercantil, como Santafé de Bogotá, disminuyen los concejales, porque la aristocracia local considera la compra de esos cargos dispendiosa e inútil. Así, hacia fines del siglo XVIII, en muchos lugares las clases patricias han perdido el interés por la función de cabildante, y como resultado decae gran parte de la importancia de los respectivos concejos: "la extremadamente limitada autonomía de los gobiernos locales en materia de impuestos y mejoras públicas, redujo ya para el siglo dieciocho a la mayoría de los cabildos al estado de casi total nulidad" 2 Como ilustración de hasta dónde puede decaer un cuerpo social intermedio cuando el intervencionismo centralizador --con corona o sin ella- lo despoja de su organicidad, el ejemplo es harto elocuente.
* * * Evidentemente una política que redundaba en desvirtuar y coartar el desarrollo orgánico de la nobleza y élites congéneres en Hispanoamérica sólo podía, a largo plazo, erosionar progresivamente la lealtad de esas clases hacia la Corona. El historiador mexicano Silvio Zavala resume con precisión la situación creada: "Esta tendencia [centralizadora e intervencionista] llegó a influir sobre los problemas políticos de la independencia, porque tanto prohombres mexicanos como sudamericanos razonaron que, si bien nuestros pueblos carecían de una tradición republicana, tampoco contaban con los elementos constitutivos de una monarquía, pues uno de los más importantes es la presencia de una antigua nobleza" 3; si no antigua -podría añadirse-, al menos robusta y con suficiente campo para el normal y efectivo ejercicio de su misión. Así, hacia el fin del período colonial la nobleza de tono menor americana se halla, en general, en una relativa inercia: la élite rural refluye hacia sus intereses privados, aunque Ver también: Rubén VARGAS UGARTE S. J., op. cit., pp. 10-11; Julio de ATIENZA Y NA Y AJAS, Consideraciones..., pp. 9-16; José DURAND, op. cit., vol. II, pp. 77-83; Doris M. LADD, op. cit., p. 2 y Virgilio ROEL, op. cit., pp. 50 y 317-321). 1) José María OTS Y CAPDEQUÍ, op. cit., p. 269. 2) C. H. HARING, op. cit., p. 16. Fue esto lo que ocurrió con el otrora prestigioso Cabildo de Lima, donde desde 1747 no se presentaban interesados a los remates de cargos de regidores. Tal situación no varió a pesar de haberse reducido en un tercio el valor de la base del remate; y como también en los cargos hereditarios de dicho Concejo sus tenedores "manifestaban poca inclinación a ocuparlos", fue necesaria la intervención del Intendente (especie de superministro administrativo del Virreinato) para proveer los cargos libres "con vecinos distinguidos y acaudalados -en su mayoría comerciantes- cuya aquiescencia había obtenido de antemano" (Richard KONETZKE, América Latina... , p. 132). El caso del Cabildo santafereño llega a ser patético. Ninguno de los intentos de la Corona para revitalizarlo -tales como bajar por Real Cédula el precio de la postura, o dar los cargos en arrendamiento- se reveló eficaz, y en 1795 aquel Concejo se hallaba reducido a seis regidores, "dos de los cuales eran hermanos [en flagrante transgresión al reglamento] y los otros cuatro, hacendados que se ausentaban la mayor parte del año". Ni siquiera había Alférez para sacar el pendón real, "por ser escasos los beneficios en relación a los gastos". El Fiscal de la Audiencia bogotana propuso entonces al virrey que designase regidores interinos por cinco años -período realmente desmesurado para un interinato, tratándose de cargos de duración anual- y que además los obligase compulsivamente a aceptar su nombramiento (Cfr. José María OTS Y CAPDEQUÍ, op. cit., pp. 472-473). 3) Silvio ZAV ALA, op. cit., pp. 104-105.
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conservando con mucha independencia el gobierno de pequeños municipios; la aristocracia urbana aparece ejerciendo cargos administrativos y militares subalternos o actividades privadas de diversa índole, distanciada en parte de la vida política, cuando no en sorda efervescencia contra el dirigismo de la metrópoli; una y otra, empero, mantienen intacto su alto prestigio e influencia; mientras que la vida en sociedad se refina bajo el blando gobierno de despreocupados virreyes, más abocados -"con la senil y moribunda ternura de todos los crepúsculos sociales" 1- a un diletantismo cultural y filantrópico, que a prevenir las convulsiones que se avecinan. Así las encuentra el asolador vendaval de la emancipación americana 2 •
C - Una divagación histórica Al mirar retrospectivamente la gran obra civilizadora de España en las tres Américas, es natural que un lector de espíritu noble, es decir, propenso a considerar en todas las cosas lo óptimo, la excelencia, el plus ultra, tienda a comparar aquella realidad histórica tal como sé dio en concreto, con lo que podría haber sido en condiciones ideales. Y se entregue, así, a una divagación histórica --que en realidad es una elevada y respetuosa indagación sobre los designios de la Providencia- partiendo, por ejemplo, de estas preguntas: ¿Cuáles habrían podido ser la fisonomía social y el rumbo histórico de Hispanoamérica, si la Corona hubiese hecho una resuelta opción preferencial por los nobles, y estimulado en esos reinos de u'!tramar el surgimiento y desarrollo de grandes estirpes vinculadas a 1a casa reinante? ¿Se habría producido una separación abrupta como la que ocurrió en el siglo XIX? ¿O podría haberse llegado, entre la Metrópoli y sus posesiones ultramarinas, a una forma de separación sin ruptura, como la habida por ejemplo entre Inglaterra y algunas de sus colonias? ¿O tal vez, a otras modalidades más sutiles de partición del imperio, que redundasen en una continuidad político-histórico-cultural y en una íntima colaboración en el plano internacional? Quienes sostienen que el ciclo histórico del absolutismo representó un progreso en la evolución de los Estados, parecen no tomar en cuenta que su principal efecto -la hipertrofia revolucionaria del poder estatal, y la simétrica atrofia de los cuerpos sociales intermedios- tuvo un carácter fundamentalmente deletéreo para toda la vida social. Mirando hacia aquella época, un observador común puede no notar este aspecto intrínsecamente nocivo del absolutismo. Su atención será normalmente atraída hacia los fastos de la Monarquía, su pompa, solemnidad y etiqueta, sus reformas que buscan una mayor eficacia administrativa, su expansión comercial, sus grandes obras públicas etc., todo ello amparado por el aparente fortalecimiento del poder real. Pero la verdad es que, camuflados bajo esas brillantes apariencias, se estaban dando los primeros pasos de un movimiento internacional en favor del mito revolucionario de la época: el Estado perfecto e infalible, la sociedad organizada y gobernada mecánica1) José de la RIVA-AGÜERO Y OSMA, op. cit., t. VI, p. 394. 2) Cfr. Ernesto PALACIO, op. cit., t. I, pp. 138 ss.; Fernando CAMPOS HARRIET, op. cit., pp. 19-21; Eduardo CABALLERO CALDERÓN, Suramérica -Tierra del hombre, Ediciones Guadarrama, 2ª ed., Madrid, 1956, pp. 90-91; José DURAND, op. cit., pp. 73-81; José F. de la PEÑA, op. cit., pp. 188 ss. y Jaime EYZAGUIRRE, op. cit., pp. 70-71.
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mente según los dogmas del racionalismo en ascensión. En aras de tal mito se nivelaban, cada vez con más facilidad, legítimas jerarquías intermedias y se sacrificaban autonomías y derechos adquiridos de individuos, familias, municipios y regiones, cuando éstos no se encuadraban en los planes trazados por los gabinetes de burócratas cartesianos, dignos antecesores de los tecnócratas de nuestros días. Ahora bien, si en los siglos XVII y XVIII la figura del rey absoluto representaba, por decirlo así, la extrema derecha del movimiento estatolátrico, en el siglo XIX la propulsión del mismo se trasladó a los ideólogos socialistas radicales. Y en el siglo XX es asumida por el comunismo que, soñando ya con una república universal, monta el gigantesco y monstruoso aparato estatal soviético. De modo inadvertido para muchos, lo que se iniciaba con el absolutismo regio era esa marcha hacia la implantación del super-Estado omnipotente y masificador. Los poderes de la época, mucho más preocupados con la expansión de las estructuras administrativas y su eficiencia burocrática, fueron desatendiendo paulatinamente la necesidad de estimular y proteger la vida local del pueblo, con sus clases, tradiciones y características diferenciadas; y parí passu iban creando las condiciones para que la sociedad pudiese ser transformada en masa amorfa e inerte, para valemos de la luminosa distinción de Pío XII 1• El centralismo que en España resultó de esa tendencia, al absorber los cuerpos y poderes intermedios existentes en América, evidentemente perjudicó el buen desarrollo de muchas capacidades para modelar realidades sociales originales. Además, su anorganicidad generó, en la nobleza y demás élites afectadas, malestares y resentimientos que remotamente prepararon la ruptura. Bajo la apariencia de estar creando instrumentos más eficaces para conservar los dominios ultramarinos, se estaba preparando su pérdida inexorable y definitiva.
* * * Para conservar sólidos vmculos con las sociedades americanas, comenzando por sus élites, la Monarquía debería haberles estimulado en todos los tiempos su desarrollo orgánico. Ello habría supuesto, antes que nada, conceder sin regateos a la hidalguía criolla formas proporcionadas de poder autonómico local que, al ser ejercido hereditariamente, permitiese la consolidación de estirpes oriundas de las propias regiones que gobernasen. Y paulatinamente ir dando a esas élites locales mayor acceso a la nobleza, ya fuera de privilegio, de cargo o titulada. Teniendo así campo propicio para su desarrollo natural, esas estirpes habrían destilado arquetipos sociales propios de su región, mucho más representativos que los que de hecho llegó a haber. Su ennoblecimiento, además, habría creado un clima de confianza y benevolencia por el cual esa hidaguía y las demás élites regionales, ejerciendo plenamente su función intermediaria, establecerían lazos más profundos de filiación, gratitud y lealtad hacia una monarquía francamente abierta y acogedora hacia ellas. Al mismo tiempo, la nobleza española trasladada a América debería haber sido más numerosa y de mayor rango, para elevar el tono de las sociedades locales sin menoscabo de la vida propia de éstas. Presidentes de las Audiencias, gobernadores y virreyes, deberían haber fomentado ese crecimiento orgánico, en lugar de cercenarlo. Y-¿por1) Cfr. Nobleza y élites... Cap. IIl, § 2.
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qué no llegar hasta allí?- a su debido tiempo, la Corona podría haber enviado para regir los grandes virreinatos a príncipes de su Casa Real, como tardíamente lo propuso el Conde de Aranda. Se habría llegado así, probablemente, a resultados originales y adecuados a la realidad, como todo cuanto es recta y sabiamente amoldado a las circunstancias de la vida. Tal vez, al llegar el momento natural de la separación, como sucede en una familia cuando los hijos alcanzan la edad adulta y toman su propio rumbo, habrían surgido fórmulas apropiadas para conservar con la Metrópoli una estrecha unión de linajes, ideales e intereses. Que ello era posible, la propia historia de España lo enseña. Al fallecer Carlos V, la Corona española y otras posesiones que el Emperador había heredado pasaron a su hijo Felipe II, mientras que el trono de Alemania pasó a su hermano Femando. Se partía así el Imperio reunido bajo el cetro de Carlos V en dos entidades políticas diversas y soberanas; pero éstas quedaron al mismo tiempo tan indisociablemente unidas, que su unión perdurará 150 años, hasta el momento en que el trono español sale de la Casa de Austria para pasar a la dinastía de los Borbones. Podrían citarse varios otros ejemplos, incluso de nuestros días: en la Commonwealth británica, el Canadá moderno mantiene su independencia sin perjuicio de continuar unido a la Monarquía inglesa, por vínculos de índole mucho más cultural y afectiva que política y, por eso mismo, más profundos y duraderos. ¿Habría podido encontrarse una solución análoga, con matices propios, para Hispanoamérica? Los datos religiosos, históricos y sociológicos permiten suponer que una nobleza vigorosa en América española y lusa, manteniendo estrecha unión con las respectivas Coronas, podría haber favorecido la constitución de una familia de Estados iberoamericanos que, por encima de sus divisiones políticas, llegase a conformar el bloque de naciones más unido, fervoroso e influyente de la Cristiandad. Una cosa, eso sí, es cierta: la herencia del Descubrimiento y de la Conquista era demasiado vasta y compleja para que la Metrópoli pudiese sobrellevarla por mucho tiempo, gobernando sus distantes, extensos y variados dominios ab extrinsecum, sin haber confiado, afectuosa, subsidiaria y magnánimamente, parte de la responsabilidad a las clases dirigentes locales.
* * * Una pregunta final. Aquel gran bloque hispánico o ibérico que podría haberse desarrollado a ambos lados del Océano, ¿podrá ser recreado todavía, de algún modo? ¿Por ejemplo, bajo la forma de una nueva y original entidad política? ¿Quizás de un nuevo Sacro Imperio, constituido, bajo el patrocinio de la Santísima Virgen y para gloria de Ella, en la era de apogeo de la Iglesia que será el Reino de su Inmaculado Corazón, prometido en Fátima? ¿Un imperio hecho de naciones espiritualmente renovadas, en el cual-así como las facetas de un diamante reflejan de modos diversamente espléndidos una misma luz- cada uno de sus pueblos reflejase determinados aspectos psicológicos y morales de la misma perfección de la Madre de Dios? ¿A qué formas de elevación espiritual y riqueza cultural no podría llegar tal entidad política, orientada colectivamente en ese rumbo? ¿ Y qué superlativo papel podría entonces caber a sus élites tradicionales, desde que sean fieles a su misión en las críticas circunstancias que deben anteceder a ese triunfo de la Iglesia?
DEFINICIÓN DE CARACTERES
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El futuro a Dios pertenece; pero, al aproximamos del tercer milenio de la Era de la Salvación, no es superfluo dejar que esta divagación concluya en tan luminosos interrogantes...
CAPÍTULO III
Tras la separación de España: cambio de fisonomía, continuidad en la misión, apogeo y decadencia
L
a traumática separación entre la Metrópoli española y sus posesiones americanas afectó profundamente la situación de la aristocracia criolla. Con excepción de Cuba y Puerto Rico, tal separación se consuma durante la segunda y tercera décadas del siglo XIX. Fragmentada así Hispanoamérica en nuevas unidades políticas, éstas adoptan la forma de gobierno republicana y, llevadas por el mimetismo revolucionario del siglo, declaran abolidos los títulos y privilegios de la nobleza. Y no pocos miembros de ésta, bajo la influencia del soplo democrático igualitario de la Revolución Francesa, virtualmente abdican de su condición nobiliaria dejándola caer en el olvido, no obstante la validez que conserva muchas veces ante la monarquía española.
A - Una nobleza despojada de sus títulos, con renovado predominio social l. Paradójica situación de la nobleza americana después de la emancipación · Por otro lado, libre de las trabas del absolutismo, y manteniendo toda su hegemonía social en el nuevo estado de cosas, la nobleza americana -ahora sin títulos ni reconocimiento legal alguno como clase- será paradójicamente proyectada hacia una renovada situación de preeminencia.
La era de inestabilidad que se inaugura, en efecto, está marcada por incesantes disputas de poder entre volátiles caudillos regionales y cerebrinas conspiradores de ciudad, adeptos de las quimeras revolucionarias en boga. Muy pronto las antiguas unidades político-administrativas del imperio español se convierten en laboratorios de utopías, experimentadas a sangre y fuego con una pertinacia que se juzga muy patriótica. En poco tiempo esa turbulencia política, surcada de cruentas contiendas civiles, origina un proceso de creciente fatiga y decepción. Las atenciones se vuelven entonces hacia representantes de la antigua aristocracia rural y urbana-vistos cada vez más como encarnación natural de la autoridad y custodios del orden- en busca de una dirección firme y estable. La
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misma aspirac1on de orden hace que durante medio siglo se sucedan intentos de restauración o instauración monárquica en todo el Continente hispanoamericano: México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Pení, Bolivia, Chile, Argentina 1• Las élites tradicionales adquieren así renovadas formas de poder e influencia, a veces considerablemente mayores que las detentadas durante el melancólico ocaso del Antiguo Régimen. Ejemplo característico es el joven estanciero rioplatense Don Juan Manuel de Rosas, · llamado en 1828 a asumir la dirección suprema de la Confederación Argentina. Independientemente del juicio que merezca su gobierno de casi un cuarto de siglo (hasta 1852), es indudable que Rosas representaba la figura típica del aristócrata rural del tiempo, señor casi feudal: por ejemplo, antes de asumir el gobierno de Buenos Aires mantenía una milicia propia, los Colorados del Monte, con la cual defendía sus extensas haciendas de las incursiones indias; y más de una vez usó de ella para ejercer presión en favor del bando federalista sobre los efímeros gobiernos que precedieron el suyo. 2 Rosas reunía el prestigioso "conjunto de atribuciones del estanciero pampeano" , las _ cuales incluían, como refiere su sobrino Lucio V. Mansilla, hacer "de oráculo, de teólogo, de juez en los asuntos de intereses ..." y de autoridad policial-militar, e incluso de médico, pues en esa ruda campaña donde los galenos diplomados eran prácticamente desconocidos, los hacendados eran reacios a admitir que los curanderos -jactanciosamente llamados "peones doctores" - les disputasen el cuidado de la salud de sus hombres 3 • Con sus naturales variantes, los mismos tipos humanos y estilos de vida se reproducen en todo el antiguo imperio hispanoamericano. Así comenta Doris Ladd lo ocurrido con la nobleza de México: 1) Cfr. José Luis ROCA,Buenos Aires busca rey, Ediciones SIGNO, La Paz, 1990, pp. 12-15; Ana GIMENO, Una tentativa monárquica en América -El caso ecuatoriano, Ediciones del Banco Central del Ecuador, Quito, 1988, pp. 29-33; OLIVEIRA LIMA, lmpressóes da América Espanhola ( 1904-1906), Livraria José Olympio Editora, Río de Janeiro, 1953, pp. 69-72; Ernesto PALACIO, op. cit., t. I, pp. 179 ss.; José de la RIVA-AGÜERO Y OSMA, op. cit., t. VII, pp. 167-168 y Jesús Marí;t HENAO y Gerardo ARRUBLA, op. cit., pp. 388-609. 2) Era costumbre de los estancieros de la época poseer milicias privadas. Así, por ejemplo, José Antonio de Capdevila, descendiente de ilustres linajes que remontan a la Reconquista española, quien era en esos mismos años "miembro de la legislatura ...y dueño de inmensos campos en las puertas de Buenos Aires,fue uno de los primeros ganaderos que llevó sus animales más allá del Río Salado, en tierras de indios, teniendo que defenderse con sus propios peones de los continuos asaltos de los salvajes" (José Benites Capdevila, José Antonio de Capdevila, in "Genealogía", Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Buenos Aires, 1961, p. 91). Esos cuerpos armados particulares, destinados sobre todo a la defensa contra los malones, perduraron hasta la segunda mitad del siglo pasado. Algunos de sus jefes alcanzaron gran notoriedad local, como la que tuvo en el sur de Córdoba Don Victoriano Ordóñez. Para contener las hordas de indios alzados, este hacendado-guerrero salía al frente de "una milicia de peones y vecinos formada por él mismo, hasta que, en 1864, pereció en combate cuando trataba de rescatar a su capataz que había sido rodeado por los salvajes" (María SÁENZ QUESADA, op. cit., p. 208). De igual modo procedían los rancheros que hacia la misma época se fueron asentando en la frontera septentrional de México. En Texas y la Alta California, por ejemplo, se constituye una incipiente élite rural, oriunda de la clase militar y de la burguesía urbana del período virreinal. En Nuevo México, "los miembros de la clase alta se volvieron... señores feudales". Un viajero inglés de la época que visita la hacienda de Anselmo Seguín, en San Antonio (Texas), comenta la admirable localización de ésta y su construcción en forma de "una especie de fortaleza como precaución contra los indios", dentro de "un cuadro empalizado todo alrededor" que albergaba las casas del propietario y de todas las familias del lugar (David J. WEBER, La frontera Norte de México, 1821 -1846 -El Sudoeste norteamericano en su época mexicana, Fondo de Cultura Económica, México, 1988, p. 282). 3) Apud María SÁENZ QUESADA, op. cit., p. 98.
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"Desposeídos de los símbolos que los habían distinguido como una élite patriarcal, salta a la vista que una gran cantidad de nobles continuó siendo plutócrata. Algunos ... seguían siendo considerados muy ricos en 1840. Seguían frecuentando los salones de los presidentes, de los oficiales y de los embajadores .. . Continuaron siendo dueños de sus propios latifundios. Seguían dictando el tono a la alta sociedad y manteniendo su estilo de vida, en parte rural y en parte urbano( .. .) Los escudos de armas podían haber sido destruídos, pero nadie intentó desbaratar el séquito de un noble. La estructura de la nobleza era una estructura familiar, y no había reforma que fuera dirigida contra el patriarcado o que lo pusiera en peligro". Y concluye: "Ni las guerras de la independencia, ni la nueva república, destruyeron a la nobleza mexicana" 1• De hecho, será necesario convulsionar artificialmente el país durante siete décadas a partir de la segunda mitad del siglo XIX, despojarlo de más de la mitad de su inmenso territorio, y desencadenar revoluciones de corte marxista apoyadas por potencias capitalistas, para conseguir finalmente desestabilizar aquella brillante élite, heredera de la nobleza de Nueva España. De los patriarcas rurales de esa misma época en Chile, dice el estudioso Juan de Dios Vial Larraín: "El tipo humano tan significativo, no sólo socioeconómico, sino históricamente, que es el dueño de fundo, el patrón a caballo, que ejerce una autoridad tan paternal como arbitaria ¿no muestra los rasgos propios del carácter que hemos llamado militar? Léase, por ejemplo, la reacción del General Bulnes [a la sazón Presidente de la República] cuando le despiertan de amanecida para informarle que hay preparativos de revuelta, tal como Encina la describe, y se verá indistintamente al General y al Patrón: la primera respuesta de Bulnes habría sido: ensíllenme la alazana, y, a caballo, habría sofocado el motín en los mismos cuarteles" 2 •
2. Afectividad, virtud católica y paternalismo El estilo de vida tan adecuadamente llamado "patriarcal" es otra característica de las élites hispanoamericanas, fruto de su arraigado espíritu católico. De un extremo al otro del Continente, una catolicidad difusa en todas las clases impregnaba entonces las relaciones sociales con un aroma de dulzura de vida, en que se manifestaba sobre todo la alegría de hacer el bien desinteresadamente, propia del afecto cristiano. El literato colombiano José Ignacio Perdomo Escobar evoca este tenor de vida, tal como se lo cultivaba en las haciendas de la meseta bogotana. En una de aquellas fincas, perteneciente al "patriarca de la Sabana Don Pantaleón Gutiérrez", éste y su esposa "hicieron del predio de La Herrera su morada favorita, estableciendo allí costumbres verdaderamente patriarcales. En aquella antigua casa solariega con apariencias de feudal como ha dicho un cronista, ... hallaban de gracia los transeúntes lecho cómodo y limpio y bien abastecida mesa; y ningún pobre desvalido dejaba de recibir socorro u oír palabras de consuelo" 3• Ese mismo espíritu prevalecía en todas las regiones de la católica Colombia. El escritor Ricardo Garrido, en sus Impresiones y Recuerdos, describe la extensa hacienda 1) Doris M. LADD, op. cit., p. 246. 2) Juan de Dios VIAL LARRAÍN, Militares, aventureros, ideólogos, in Hemán GODOY URZÚA (compilador), El carácter chileno, Editorial Universitaria, Santiago, 2• ed., 1981, p. 486. 3) José Ignacio PERDOMO ESCOBAR, Las haciendas de la sabana a vuela pluma, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1972, pp. 95-96 (destaque en el original).
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que un heredero del hidalgo Don José María Caicedo y Zorrilla poseía a mediados del siglo pasado en el Valle del Cauca. La propiedad cubría toda la anchura de Valle, de la cordillera Central a la Oriental (unos 50 km.) y se hallaba situada a varias jornadas de camino de las dos ciudades más próximas, Cali y Cartago.
"En aquellos tiempos de oro, dice Garrido, un respetable caballero conocido familiarmente con el nombre de 'el Colorado Caicedo', fundador de una familia distinguida y dueño de la valiosa hacienda llamada 'La Paila', mantenía cierto número de caballos gordos en una dehesa inmediata al camino público para que se sirvieran de ellos los pasajeros que llegaban allí con sus caballerías cansadas, las cuales dejaban en reemplazo de las alentadas que tornaban, y las recibían al regreso en muy buen estado sin que por tan importante servicio se les interesase un centavo" 1• De hecho, la mdole afectiva hispanoamericana, unida a una arraigada catolicidad, hizo que las relaciones sociales fuesen no sólo regidas por el sentido de justicia, sino también impregnadas de verdadero y generoso amor al prójimo. Lo que las izquierdas suelen llamar despectivamente paternalismo-al cual consideran uno de los "atrasos" más intolerables de los países hispánicos- es en verdad una alta cualidad moral, fruto de lo que podríamos llamar instinto católico; el afecto recíproco transformado en principio unitivo de todas las clases. Por ese instinto los que son más se obligan a proteger a los que son menos; protección a la cual éstos corresponden con formas de dedicación que podrían compararse a un voluntario enfeudamiento. Ello explica que haya sido tan difícil promover en Hispanoamérica la lucha de clases; no sólo porque las clases altas eran admiradas y respetadas, sino porque además existía entre ellas y el pueblo toda una trama viva de vínculos personales marcados por una recíproca bienquerencia, que naturalmente engendra el deseo de colaboración, y no de conflicto. Es muy evocativa de ese tenor de relaciones la descripción que hace Phanor James Eder, descendiente de un ilustre norteamericano que a medidados del siglo pasado estableció una gran hacienda azucarera en el Valle del Cauca (Colombia), La Manuelita. Así retrata la figura del patrón de hacienda colombiano:
"El patrón tenía autoridad patriarcal y era consciente de sus responsabilidades; los obreros, agregados por tradición o por preferencia a la tierra en que vivían. Los cambios en el conjunto del personal eran raros. El hacendado no dispensaba solamente el salario: era el patrón. En los obreros había un sentimiento de cariño y de lealtad para con el hacendado, quien a su turno los miraba como pupilos, casi como hijos. Les atendía con solicitud. Pertenecían los agregados a familias que habían vivido en la propiedad durante varias generaciones. (. ..) La relación entre el hacendado y sus empleados era semifeudal. Los peones permanentes mostraban una marcada lealtad; muchos de ellos habían nacido en la hacienda, no pocos eran descendientes de los esclavos que antes trabajaron en ella, pero debe observarse que la esclavitud en el Valle había sido benigna y no dejó rencores. Yo mismo en viajes recientes conocí a una mujer que había nacido esclava en La Manuel ita; tenía su casita atractiva y vivía de una pensión. Profesaba un cariño afectuoso a la familia y especialmente a misiá E lisa" 2 •
1) Apud Phanor J. EDER, El fundador Santiago M. Eder, Flota Mercante Grancolombiana, Bogotá, 1981, p. 445. 2) Ídem, p. 501.
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Resulta difícil, para quien se habituó a vivir en la anónima, mecánica e inclemente civilización contemporánea, hacerse una idea de lo que era la felicidad de situación proporcionada por esa sociedad de raíz patriarcal, cuya estructura jerárquica reposaba sobre un vmculo moral: la mutua y afectuosa dedicación entre sus miembros. Y esto tanto en el campo como en la ciudad, como lo recuerda el estadista ecuatoriano Don Jacinto Jijón y Caamaño, al describir la vida en la sierra quiteña hasta comienzos del siglo XIX. En las haciendas el peón recibía del propietario casa y tierras de laboreo para su sola utilidad y la de su familia, en virtud de la "relación casi familiar" que lo vinculaba al patrón. El hecho de que "antiguamente los señores vivían, ordinariamente, casi de continuo, en sus fincas, tomando parte directa en las faenas" consolidaba esa verdadera "unión afectiva... entre propietario y trabajador". Un similar tejido de relaciones personales dominaba también la vida de la ciudad. "El artesano, el artista, indio, mestizo o blanco, se formaba al amparo de alguna casa, para la que trabajaba de preferencia, cuyo patronato estimaba y que le servía de amparo en los azares de la vida. Cada casa señorial poseía numerosa servidumbre ... ; formábanla los servidores, envejecidos, los hijos y nietos de éstos, los crecidos en la casa desde tiernos años y por qué no decirlo, de (sic) los retoños espúreos de la familia. Había, además, alrededor de las mansiones hidalgas un grupo numeroso de gentes de escasos bienes, que por razón de lejano parentesco, o de amistad, se sentían vinculados a ellas, que tenían en ellas franca entrada, asiento en la mesa y protección segura" 1• Aunque Jijón describe aquí la vida quiteña antes de 181 O, poco había cambiado ese cuadro en las décadas posteriores, y el estilo familiar que caracterizó las relaciones de la nobleza colonial con las demás clases continuaba siendo substancialmente el mismo. La embajadora de España en México, Marquesa de Calderón de la Barca, también evoca esos vínculos parafeudales al relatar su visita, hacia la misma época, a la hacienda "San Bartola, una extensa y magnifica propiedad perteneciente al Señor Don Joaquín González Gómez, de Valladolid (hoy Morelia). Uno de sus hzjos y un sobrino nos hicieron los honores de la casa, pues la familia estaba ausente, y la hospitalidad que nos brindaron fue tan amable y tan desprovista de artificios que antes de terminar el día ya nos sentíamos como en nuesta propia casa. Creo que nunca el carácter mexicano se muestra más a su favor que en el campo, entre estos grandes terratenientes que proceden de viejas familias". Allí, el hacendado o ranchero "es el monarca de cuanto la vista alcanza; es un rey entre sus sirvientes y jornaleros indios; nada puede sobrepujar la independencia de su posición. Mas para gozar de esta vida montaraz, es preciso haber nacido en ella. Debe ser un consumado caballista; práctico en todos los ejercicios del campo; y si puede pasar el día a caballo recorriendo su propiedad, dirigiendo a sus trabajadores... administrando justicia y aliviando pesadumbres, y puede sentarse, llegada la noche, en los grandes y largos corredores para filosóficamente engolfarse en las páginas de algún autor predilecto, entonces es probable que sus manos no sientan el gran peso del tiempo" 2 •
1) Jacinto JIJÓN Y CAAMAÑO, La Ecuatorianidad, in Enrique VILLASÍS TERÁN, Elogio del Ecuador, Quito, 2• ed., 1992, p. 406. 2) Francisca E. I. de CALDERÓN DE LA BARCA (Marquesa de Calderón de la Barca), La vida en México durante una residencia de dos años en ese país, Porrúa, México, 8~ ed., 1987, p. 355 (destaque en el original).
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B - Renovación y europeización de la élite hispanoamericana En la segunda mitad del siglo XIX los descendientes de la antigua nobleza americana se han fundido en parte con una emergente élite análoga, surgida de altas burguesías autóctonas o venidas de Europa (y ocasionalmente también de la nobleza, y hasta alta nobleza, europeas).
3. Una noble cualidad: la apetencia de lo excelente Junto con esta renovación, en virtud de la cual nombres de familia franceses, alemanes, británicos, italianos y de otras procedencias comienzan a figurar -al lado de nuevos apellidos españoles- en la alta sociedad, se produce también una paulatina europeización cultural de dichas élites, en grados desiguales según el país. Esta será más pronunciada en naciones como Argentina, Chile y Uruguay, por ejemplo, pero no dejará de influir en las clases altas de todo el Continente. La prosperidad, aliada a la notable mejoría de la navegación transatlántica -es la era de los grandes paquebotes de lujo-favorece que los miembros de la élite comiencen a viajar con sus familias a Euro,Pa, y allí se deslumbren con el extraordinario brillo de la vida social y cultural de la Belle Epoque. Este contrasta agudamente con el tono todavía colonial, un tanto provinciano y pachorriento, del arte, la cultura y la vida social en muchas ciudades de Hispanoamérica. Y naturalmente suscita el deseo de emular y trasplantar al Nuevo Mundo ese esplendoroso tono aristocrático que ostentan las potencias europeas, a cuya cabeza resplandecen Francia y la Austria de los Habsburgos. De un modo general, exceptuando unas pocas capitales donde el estilo colonial había alcanzado gran esplendor, las ciudades se renuevan adoptando instintivamente para residencias y edificios públicos el estilo palaciano de inspiración francesa, también llamado borbónico, mientras que en quintas de sus alrededores, o en haciendas y mansiones campestres, prevalece el estilo de manor o cottage inglés (y a veces también el esbelto y delicado estilo chalet que se populariza a ambos lados del Canal de la Mancha). Las mismas ciudades que se renuevan según la tradición española, como Lima, lo hacen substituyendo el estilo de solar colonial o rococó por uno más palaciego, en el cual aparecen torres, miradores, enrejados y ornamentaciones que significan un resurgimiento del mudéjar y del plateresco, y expresan una clara nostalgia de tiempos caballerescos. Puede sostenerse que esos nuevos estilos poseían ciertos lados de superioridad sobre el colonial y sus sucedáneos, al menos en lo que éstos conservaban de rústico; y que por lo tanto aquella renovación edilicia, en cuanto no se hiciese con perjuicio de la propia originalidad y autenticidad, manifestaba un impulso de alma legítimo y noble. Noble, sí, porque tal es la aspiración a lo excelente, que mueve a las élites sanas a perfeccionarse y elevar el tono general de la sociedad; y esta elevación constituye, como lo señala Pío XII, un servicio insigne al bien común espiritual y temporal 1• Y no es osado suponer que la gracia de Dios estuviera por detrás de ese impulso renovador; pues la época en que ocurre corresponde a un extraordinario reflorecimiento del catolicismo militante en Europa, que llega a su auge durante el largo pontificado de Pio IX, y que asume un cuño 1) Cfr. Nobleza y élites tradicionales análogas Vol. I Cap. VI, § 2., b
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fundamentalmente monárquico-aristocrático como reacc1on contra el laicismo y el igualitarismo de la Revolución Francesa. Representante característico de esa tendencia en Hispanoamérica fue el presidente del Ecuador, Don Gabriel García Moreno, quien en medio de su memorable lucha (que le costaría morir asesinado) contra las corrientes laicistas y carbonarias, pudo consagrarse con pasión al refinamiento cultural y artístico de su país, que redundó en el notable embellecimiento de ciudades como Quito y Guayaquil. Así se europeizan -sin nunca renegar del pasado hispánico- la estética urbana, las haciendas, las costumbres y modos de ser, la vida social. Al soplo de ese impulso aristocratizante los propios tipos humanos se perfeccionan: las cualidades caballerescas renacen como ornato del varón, mientras que la grand Dame europea se convierte en el arquetipo indiscutido de las señoras de la época. 1 1) Un luctuoso episodio sirve de muestra, tanto del renacer del espíritu caballeresco como del apogeo del señorío femenino que marcan el período/in du siecle. Durante la llamada guerra del Pacífico, que enfrentó a Perú y Bolivia contra Chile, perdió heroicamente la vida en el combate naval de !quique el gran marino chileno, capitán de fragata Arturo Prat Chacón. Finalizado el enfrentamiento, el jefe de la flota peruana, capitán Miguel Grau y Seminario, comandante del monitor Huáscar, dispuso un cuidadoso inventario de todos los objetos personales de Prat, entre los cuales "una reliquia del Corazón de Jesús, escapulario del Carmen, una medalla de la Purísima", un anillo matrimonial de oro, etc.; y junto con la espada del héroe los remitió a su viuda, acompañados de la siguiente carta: "Pisagua, Junio 2 de 1879--Señora Carmela Carbajal de Prat"Dignísima Señora: "Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a Ud. y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla. En el combate naval del 21 próximo pasado ... su digno y valeroso esposo, el Capitán de Fragata Don Arturo Prat, comandante de la "Esmeralda" fue como Ud. no lo ignorará ya, víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria. Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso deber de enviarle las para Ud. , inestimables prendas que se encontraron en su poder y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán indudablemente de algún pequeño consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas. "Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respeto con que me suscribo de Ud. señora, muy afectísimo seguro servidor. Miguel Grau. A ese beau geste respondió la viuda de Prat con una carta -verdadera pieza antológica- realmente notable por su dignidad y belleza de sentimientos: "Va/paraíso, agosto F de 1879--Señor Don Miguel GrauDistinguido señor: "Recibí su fina y estimada carta ... En ella, con la hidalguía del caballero antiguo, se digna Ud. acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo y tiene la generosidad de enviarme las queridas prendas que se encontraron sobre la persona de mi Arturo, prendas para mí de un valor inestimable, por ser, o consagradas por su afecto, como los retratos de familia, o consagradas por su martirio, como la espada que lleva su adorado nombre. "Al proferir la palabra de martirio, no crea Ud., señor, que sea mi intento inculpar al jefe del "Huáscar" la muerte de mi esposo. Por el contrario, tengo la conciencia de que el distinguido jefe, que arrostrando e/furor de innobles pasiones sobreexcitadas por la guerra, tiene hoy el valor, cuando aún palpitan los recuerdos de ]quique, de asociarse a mi duelo y de poner muy alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada, y que tiene aún el más raro valor de desprenderse de su valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido jamás rendida; un jefe semejante, un corazón tan noble, se habría, estoy segura, interpuesto, a haberlo podido, entre el matador y su víctima, y habría ahorrado un sacrificio tan estéril para su patria como desastroso para mi corazón. "A este propósito no puedo menos que expresar a Ud. que es altamente consolador en medio de las calamidades que origina la guerra, presenciar el grandioso despliegue de sentimientos magnánimos y luchas inmortales que hacen revivir en esta América, las escenas y los hombres de la epopeya antigua. " Profundamente reconocida por la caballerosidad de su procedimiento hacia mi persona y por las nobles palabras con que se digna honrar la memoria de mi esposo, me ofrezco a Ud. muy respetuosamente de Ud. atta. y affma. S.S. Carmela Carbajal de Prat". (Apud Fernando LECAROS VILLA VISENCIO, La guerra con Chile en sus documentos, Ediciones Rikchay Perú, Lima, 2ª ed., 1979, pp. 53-55; cfr. también el artículo Una acción delicada, in "Boletín de la Guerra del Pacífico", Santiago, ng 10, 4-7-1879, p. 229.
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Ilustres visitantes europeos manifiestan su admiración con el elevado tono que, dentro de su diversidad, ostentan las clases dirigentes hispanoamericanas hacia fines del siglo pasado. El Duque de Madrid, D. Carlos de Borbón y Austria-Este (Carlos VII) viaja a Sudamérica en 1887 y condensa sus impresiones sobre el antiguo imperio español en carta al Marqués de Valde Espina: "En Colombia, la pureza y corrección del lenguaje, recuerdan el siglo de oro de nuestra literatura. En el Perú, el natural desprendimiento, la cultura en el trato y lo aristocrático de las costumbres, traen a la memoria los esplendores del virreinato,florón de la corona de Castilla. En Chile, Esparta cristiana, se admira el espectáculo de una república animada por un alma monárquica, con férrea unidad de poder y con fuerzas católicas vitales, que todo lo fecundan. En el Uruguay y la República Argentina, la más inaudita prosperidad que registran nuestros tiempos, convierten el Paraná, el Plata y todas las grandes vías fluviales que surcan el país en verdaderos ríos de oro ... Reconstituyendo con la imaginación el más vasto imperio colonial que el sol ha alumbrado, sentía fundirse el alma en entusiasta y filial amor hacia España" 1
4. Prototipos de la aristocracia europeizada de Sudamérica, en la Belle Epoque y el período entre deux guerres Otro gran viajero, el Príncipe heredero del Brasil, Don Luis de Orleans y Braganza, manifiesta su asombro con el tono europeo que encuentra en la clases dirigentes rioplatense, chilena y boliviana, durante su viaje a Sudamérica en 1910. Así pinta la clase de los gentlemenfarmers argentinos: "Dirigíos a una de esas estancias 2 , conservadas, desde la época colonial, en el patrimonio de la misma familia, que allí siempre vivió -extendiendo sus ramas por todas partes, en su bella fecundidad- la vida majestuosa y calma de sus ascendientes españoles. "Ese argentino sólo lo podréis encontrar en Buenos Aires en la más alta sociedad, tan digna y tan cerrada como ninguna de nuestras sociedades europeas, guardián vigilante de la herencia nacional contra la invasión avasalladora del Allmighty Do/lar" 3. En las recepciones de que es objeto en Buenos Aires, el Príncipe nota "siempre este despliegue de lujo, esta perfección de la mise en scene mundana que caracteriza las menores manifestaciones de la vida social bonaerense" 4 • Y observa cómo desde la élite, ese espíritu se difunde al pueblo y lo modela: "en el fondo, todos los argentinos, desde el gaucho que emplea sus economías en adornar los arreos de su caballo lo más magníficamente posible, hasta el obrero que se viste como un gentleman y usa alfileres de corbata con diamantes, tienen en la sangre el amor al fausto y al lujo, y cultivan, para su país y para sí mismos, esta estética social de que hablan con orgullo, y que hace de ellos tal vez el pueblo más elegante de la tierra" 5 • 1) Apud Conde de RODEZNO, Carlos VII, Duque de Madrid, Espasa-Calpe, Bilbao, 1929, pp. 220-221). 2) En español en el original.
3) Sous la Croix-du-Sud, Librairie Pion, París, 2ª ed. 1912, p. 49. 4) Ídem, p. 100. 5) Ídem, p. 98.
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La benévola exageración de estas observaciones no invalida su conclusión (que mutatis mutandis, es aplicable a toda Hispanoamérica): en la Argentina, "la sociedad, o antes bien, la aristocracia, tiene aún una misión muy noble y muy importante que cumplir: formar el espíritu de la raza, imprimirle las características que ella misma heredó de sus mayores" 1• Al pasar a Chile, Don Luis se admira con las características de su alta sociedad: "Trescientas o cuatrocientas familias de pura cepa, descendiendo en línea directa de los compañeros de Valdivia o de los ingleses que en gran número se establecieron en el país al tiempo de la Independencia, detentan el poder, dirigen la política y los negocios, y poseen tres cuartos de la tierra" 2 • Símbolos por excelencia de su poder son "esas fastuosas haciendas 3 situadas al mismo pie de la gran muralla [los Andes], donde en los meses del verano se concentra la vida de la aristocracia chilena. Es allí... que se debería ir a estudiar el alma nacional, allí se encuentra el verdadero hogar de estas viejas familias, la tierra natal donde han echado raíces profundas en las que se afirma el edificio social más sólido de Sudamérica. Algunas de sus residencias son verdaderas casas señoriales. La vida allí corre, apacible, entre los trabajos de los campos y los deportes a los cuales, al encuentro del argentino, el chileno se entrega con pasión" 4 • Y la comparación aflora, inevitable: "Buenos Aires es tal vez más brillante, Santiago más aristocrática" 5. Este rasgo fue resaltado por numerosos observadores. El famoso poeta nicaragüense Rubén Darío, quien vivió tres años en Chile hacia 1890, hace una descripción de la élite santiaguina a la que no falta finura de observación: "Santiago es aristocrática. Quiere aparecer vestida de democracia, pero en sus guardarropas conserva su traje heráldico y pomposo ... Tiene condes y marqueses desde el tiempo de la Colonia, que aparentan ver con poco aprecio sus pergaminos. Posee un Barrio de San Germán (es decir, su réplica del famosofaubourg Saint Germain, el barrio aristocrático de París) en la calle del Ejército Libertador, en la Alameda ... Santiago es rica, su lujo es cegador. Toda dama santiaguina tiene algo de princesa" 6• En Bolivia, Don Luis de Orleans y Braganza encuentra una "aristocracia ... muy instruida, más aún, cultivada, profesando por las ideas abstractas un gusto asaz raro entre los hispanoamericanos". Y se admira de que en un banquete ofrecido en su honor "nos encontrábamos de repente transportados a 4000 metros de altitud, en un medio finamente intelectual, tan volcado al arte de la conversación como indiferente al de la especulación y de los negocios. Literatura, filosofía, economía, política, historia, hicimos aflorar esa noche todas las materias( ... ). Guardaré un recuerdo encantador de esos quince días de vida mundana a 4000 metros de altura. Almuerzos, comidas, veladas, bailes, todo allí se parecía con lo que habíamos visto cien veces en otras partes... Sin embargo, gracias al contraste del mundo exterior con el ambiente de los salones, estas reuniones de La Paz me han dejado una impresión de incomparable 1) Ídem, p. 104. 2) Ídem, pp. 142-143. 3) En español en el original. 4) Ídem, p. 160. 5) Ídem, p. 192. 6) Apud Gonzalo CATALÁN, Antecedentes sobre la transformación del campo literario en Chile entre 1890 y 1920, in José Joaquín BRUNNER y Gonzalo CATALÁN, Cinco estudios sobre cultura y sociedad, Ediciones Ainavillo, Santiago, 1985, p. 79.
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originalidad. Imaginaos un salón de baile en la cima del Monte Blanco. ( .. .) No es banal, yendo a tomar aire a un balcón, entre dos cuadrillas, percibir ante sí montañas de 7000 metros de altura, y menos aún no poder hacer un tour de vals sin experimentar los efectos de la rarefacción del aire" 1
Las clases altas de dos tradicionales ciudades bolivianas, Cochabamba y Sucre (antigua Charcas, capital del Altoperú), desde siempre rivalizaban con La Paz en dar el tono al país. Esta emulación perduraba aún en el período entre deux guerres (19181940). "Si bien el gobierno republicano ha puesto en vigor los dogmas democráticos - nota la Enciclopedia Espasa-Calpe, publicada en esos años-, las antiguas familias de ambas capitales, cuyo origen se remonta a los tiempos de la Conquista, conservan todo el orgullo de la raza y los prejuicios aristocráticos propios de los tiempos coloniales". Cochabamba era entonces considerada "el centro de la intelectualidad boliviana. Poetas, artistas y hombres de gran valía la han tenido por cuna"; mientras que en Sucre residían ''familias de las más ricas y aristocráticas" del país. "No hay capital en toda América meridional -agrega con una pizca de exaltación- cuya sociedad sea tan aristocrática y refinada como la de Sucre". En pleno siglo XX los potentados locales "suelen invertir grandes sumas en procurarse títulos de nobleza" española, y en sus solares poseen "valiosas obras de arte que sin deterioro han podido llegar a su destino transportadas a través de leguas y leguas en carretas de bueyes o a lomos de una mula; grandes espejos franceses que llegan del suelo al techo adornan las habitaciones, costosísimas lámparas penden de los artesonados, tapices antiguos de gran valor y notables pinturas cubren los muros, y en los gabinetes se ven multitud de miniaturas y bibelots de gran valor" 2• Sumamante cultos, solían viajar a Europa y hablaban dos o tres idiomas, además del castellano. Era común que los miembros de la aristocracia rural hablasen también perfectamente la lengua aborigen, el aymara. Por cierto, la élite del Perú ostentó también una nota superlativamente aristocrática. Hacia mediados del siglo el distinguido escritor colombiano Eduardo Caballero Calderón se refiere a "ese fenómeno único en la historia americana que es Lima; la cual todavía prolonga hasta nuestros días, en sus altos sectores sociales, el encanto, los prejuicios y las costumbres que constituyen lo que bien pudiera llamarse el temperamento virreinal en América" 3• Aunque en algunos de sus términos trasluce la malevolencia y la deformación de óptica en que suele incurrir el liberal cuando mira hacia la tradición católica, su notable descripción de aquella élite es, en lo esencial, objetiva: "El orgullo de raza, la vanidad heráldica, la mentalidad reaccionaria que menosprecia lo americano y sobreestima lo español al punto de que fuera Lima el último baluarte peninsular y hubiera necesidad de libertarla a la fuerza, ya que sus aristócratas no querían la independencia ni la necesitaban ( ... ), su apego a lo tradicional, su sobreestimación de lo peruano, su cortesía de maneras y lenguaje, su afición de lo bello y lo antiguo, tanto en las artes como en las costumbres, son características que conserva una sociedad que no ha sufrido las mutaciones y vaivenes de una inmigración desenfrenada" 4 •
1) Prince Louis D'ORLÉANS-BRAGANCE, op. cit., pp. 286-290). 2) Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa-Calpe, Barcelona, 1927, t. VIII, pp. 1428-1429 (destaque en el original). 3) Eduardo CABALLERO CALDERÓN, op. cit., p. 80. 4) Ibídem.
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5. Poder político, prolongación de la hegemonía social de la élite tradicional Junto a su indiscutida hegemonía social, las estirpes que podrían llamarse aristo-plutocráticas de Hispanoamérica conservan en los primeros 100 años de régimen republicano un poder político que prolonga naturalmente su papel rector de la sociedad. Es un vestigio de la antigua función pública de la nobleza, vista como affaire de famille: En Chile, por ejemplo, "una sola familia -la familia Errázuriz- contribuyó con cuatro presidentes y 59 parlamentarios entre 1831 y 1927. En un total de 599 diputados y senadores se contabilizaron para el mismo período la existencia de 98 conjuntos de hermanos, 61 de padres/hijos, 57 de tíos/sobrinos, 20 de primos, 12 de suegros/yernos y 32 de cuñados" '. Y falta aún mencionar los abuelos/nietos ... Casos similares pueden apreciarse en otras naciones de Hispanoamérica. En Ecuador, tradicionales estirpes como los Flores, Cordero, Plaza, Arosemena y otras cuentan entre sus miembros con dos y hasta tres Jefes de Estado. Y lo mismo se dio con antiguas familias de Colombia, Bolivia y otros países. Así, los elementos más distinguidos de la sociedad pasan de la vida privada a la intervención directa en los asuntos de Estado, con la mayor naturalidad. Un ejemplo característico lo da el aristócrata ecuatoriano Jacinto Jijón y Caamaño, descendiente del hidalgo criollo Miguel de Jijón León, instituido Conde de Casa Jijón en el siglo XVIII. Católico convicto, antiliberal y anticomunista, propietario de haciendas, bancos e industrias, el joven Jacinto Jijón vivía entregado a sus actividades privadas, la gestión de sus bienes y las investigaciones arqueológicas, por las cuales alcanzó gran renombre. Hasta que en 1924, cuando contaba 33 años de edad, decide insurgirse contra el gobierno liberal y queda "convertido, súbitamente, de sabio investigador en activo revolucionario", al capitanear el movimiento armado conocido como Revolución Restauradora. Desde entonces se convierte en un personaje eminente de la vida pública de su país, siendo elegido Senador, alcalde de Quito y candidato presidencial conservador 2• Con sus naturales variantes, el fenómeno se reprodujo en todo el Continente. En Colombia, dice el especialista Alvaro Echeverry Uruburu, "desde sus orígenes en el siglo pasado, la élite económica [que en el país se ha entrelazado con la aristocracia tradicional] ha suministrado los cuadros de le élite política". Cita el siguiente testimonio de un colombianista norteamericano, Vernon Lee Fluharty: "La mayoría de los colombianos de clase alta se dedica a la política como forma de vida. Es la gran raison d'etre, l'idée maitresse de la existencia olímpica colombiana" 3•
6. Entrelazamiento de las clases tradicionales de Hispanoamérica Por otro lado, siempre hubo una fuerte interrelación entre las élites tradicionales de los varios países hispanoamericanos. Debido a ello, en el siglo XIX y hasta principios 1) José Joaquín BRUNNER, Cultura y crisis de hegemonías, in José J. BRUNNER y Gonzalo CATALÁN, op. cit. p. 26. 2) Xavier MICHELENA A YALA, Lectura contemporánea de Jacinto Jijón y Caamaño, in "Boletín Bibliográfico de la Biblioteca del Banco Central del Ecuador", Ediciones del Banco Central del Ecuador, Quito, nº 101, 1990, pp. 7 ss. 3) Alvaro ECHEVERRI URUBURU, Élites y proceso político en Colombia ( 1950-1978)-Una democracia principesca y endogámica, Fundación Universitaria Antónoma de Colombia, Bogotá, 1986, p. 1O1.
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del siglo XX, no fue raro que miembros de la clase dirigente de un país ejercieran funciones de gobierno o altos cargos públicos en otro, tal como solía ocurrir con miembros de la alta nobleza en la Europa monárquica. Sobre todo en los convulsionados días de la independencia, algunos patricios hispanoamericanos llegaron a detentar el mando supremo en porciones del disuelto imperio español bien distantes de sus patrias. El hidalgo rioplatense Don Manuel Blanco Encalada, por ejemplo, fue Presidente de Chile y posteriormente Ministro de Marina de este país; el prócer venezolano general Juan José Flórez llegó a presidente del Ecuador, y allí fundó la rama local de su familia. Esa permeabilidad política fue especialmente notable en Centroamérica, favorecida por vínculos de parentesco que -por encima de las nuevas fronteras nacionales más o menos artificialmente trazadas- mantenían la unión entre las varias élites de la región. El sociólogo Samuel Stone nota que "gran número de gobernantes centroamericanos han sido parientes entre sí", y que no pocos de ellos gobernaron países que no eran los suyos. Los guatemaltecos Manuel José y Pedro José Arce Fagoaga, por ejemplo, fueron presidentes de las Provincias Unidas de Centroamérica y de la república de El Salvador, respectivamente; otros hermanos guatemaltecos, Simón y Doroteo Vasconcelos, ejercieron la presidencia, el primero de su país y el segundo de El Salvador; un costarricense, Joaquín E. Guzmán Ugalde, fue también presidente de El Salvador, mientras que su compatriota Pedro Zeledón fue Ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua. Es muy notable el caso del guatemalteco Lorenzo Montúfar, quien ejerció cargos públicos en tres países: diputado y candidato presidencial en Guatemala, representante diplomático por El Salvador y Costa Rica, magistrado de la Corte Suprema de Justicia en este último país. Los presidentes Evaristo Carazo Aranda, de Nicaragua, y Policarpo Bonilla Vázquez, de Honduras, por su parte, eran de origen costarricense. Stone agrega que podría mencionar más casos, pero que los referidos ya "bastan para demostrar la existencia de la gran clase dirigente o familia centroamericana" 1•
7. La II dinastía de conquistadores" costarricense, notable ejemplo de perduración de una élite Tal vez el país donde la influencia política de las élites surgidas en tiempos coloniales se haya hecho sentir con mayor vigor y continuidad durante la fase republicana es Costa Rica. En esa pequeña y simpática nación de Centroamérica, la emancipación de España fue prácticamente decidida por un consejo de familia; pues como señala el mismo Samuel Stone, "de los veintiocho signatarios del Acta de la Independencia que tomaron posesión de la nueva República, veintitrés estaban emparentados como hermanos y primos, o como padres, hijos y nietos" y todos ellos "descendían de conquistadores e hidalgos" 2• Por otro lado "un análisis genealógico de las familias de los primeros conquistadores pone gráficamente de manifiesto la existencia de la clase y su importancia política desde la Conquista. Así, del conquistador Juan Vázquez de Coronado, por ejemplo, descienden aproximadamente 300 diputados y 29 presidentes; de Antonio de Acosta Arévalo, I 40 diputados y 25 presidentes, y existen numerosas uniones entre descendientes de ambas familias. De sólo tres de estas familias han salido 33 de los 44 presidentes 1) Cfr. Samuel STONE, El legado ... , pp. 23-24. 2) Ídem, p. 202.
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de la República, y el grado de endogamia es tan elevado que muchos de ellos tienen vínculos de parentesco con las tres. Asimismo, las tres cuartas partes de los diputados proceden de una docena de las mismas familias estudiadas" 1• Más notable es el caso de otro conquistador, Cristóbal de Alfaro, de quien descienden "todos los presidentes (con una sola excepción) desde la Independencia" 2 • A pesar del lisonjero nombre que le diera el mismo Colón, Costa Rica de Veragua, durante sus primeros 300 años de existencia -hasta mediados del siglo XIX- el territorio vegetó en la pobreza, debido sobre todo a las desventajas económicas y administrativas a que estuvo sujeto en relación a Guatemala, y se mantuvo relativamente aislado. Su clase dirigente, descendiente de "una docena de familias" establecidas desde la Conquista, decayó no sólo económica, sino también religiosa y moralmente: empalidecido el sentido de su misión ejemplar, frecuentes escándalos morales caracterizaron un pronunciado relajamiento de costumbres que alcanzó al mismo clero 3 • Pero hacia mediados del siglo XIX, con la apertura de mercados para el café, llega la prosperidad y con ésta el refinamiento, en un proceso que se hizo clásico en toda América Latina: "el descubrimiento del mundo exterior por la élite ... tuvo por efecto dar una nue.va orientación a los valores tradicionales, y fue así como llegaron elementos de cultura europea (entonces influenciada a fondo por el reflorecimiento católico) a esta sociedad de nuevos ricos(. .. ). Los cafetaleros adquirieron poco a poco un estilo de vida acomodado, refinado, comparable en cierta medida al estilo de vida del Gentleman Farmer" 4• Ese proceso ascensional fue estimulado por la incorporación a dicha clase de nuevos elementos venidos de Europa (sobre todo alemanes, algunos de ellos nobles), y llega a su apogeo con la edificación del magnífico Teatro Nacional, "orgullo de San losé e imitación de la Ópera de París" 5 Aquellos descendientes de los héroes de la Conquista se convierten así, hacia el último tercio del siglo XIX, al igual que los "barones del café " brasileños, en exponentes de una élite tradicional que contaba ya con más de 300 años. El prestigio de que gozaron - y aún gozan en parte- esos cafetaleros se debió a que la mayoría de ellos dirigía personalmente sus plantaciones a la manera patriarcal, haciéndose acreedores del respeto y el afecto de sus subordinados; y a que la riqueza que produjeron contribuyó extraordinariamente, no sólo a la prosperidad general -Costa Rica se transformó en una de las naciones más desarrolladas y cultas de Centroamérica- sino a la elevación cultural y social de toda la nación 6• Ese prestigio explica la perduración de la clase durante casi veinte generaciones: "son raros-pondera Stone- los ejemplos de un grupo de familias que dirige a una sociedad durante tanto tiempo" 7 •
1) 2) 3) 4) 5) 6) 7)
Ídem, La dinastía ... , p. 40. Ídem, El legado ... , p. 27. Ídem, La dinastía ... , pp. 112 a 114. Ídem, p. 120 (destaque en el original). Ídem, El legado ... , p. 206 e ídem, La dinastía ... , p. 120. ), inaugurado en 1897. Cfr. ídem, La dinastía ... , p. 100. Ídem, p. 52.
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C - Gérmenes de decadencia revolucionaria El talón de Aquiles de la aristocracia hispanoamericana Sobre importantes sectores de esa élite al mismo tiempo tan poderosa, tan una y tan variada, en cierto momento comenzaron a actuar sin embargo, progresivamente, nuevas influencias revolucionarias susceptibles de apartarla de su misión esencial, la consagración al bien público.
8. La élite inducida a abdicar de sus deberes, en dos etapas No faltaron en esas aristocracias elementos transviados que adhirieron explícitamente a las doctrinas igualitarias del marxismo y congéneres. Pero constituyeron una ínfima minoría. En la gran mayoría de los casos, el germen de decadencia que se instaló en nuestro siglo en las clases altas se debió a la contaminación del espíritu de la Revolución anticristiana, en su versión que podría denominarse hollywoodiana. Los cataclismos políticos de la Primera Guerra Mundial acarrearon el fin de los Imperios Centrales europeos (Austria-Hungría y Alemania), así como del Imperio de los Romanov en Rusia, suplantado por el primer estado comunista del mundo, la URSS. Ese derrocamiento de las mayores monarquías de Europa, y el torbellino social que le sucedió, trajeron aparejado para las clases nobles un profundo cuestionamiento de su misma razón de ser; porque el firmamento político-cultural de Occidente pasaba a ser dominado por un nuevo astro, la democracia igualitaria norteamericana con su estilo de vida propio, el american way of lije ( o mejor, la caricatura cinematográfica de éste, pues el espíritu tradicional sobrevive en los Estados Unidos con notable vitalidad). Desde entonces, tal como la nobleza europea, las élites hispanoamericanas estuvieron sujetas a la influencia deletérea de la revolución cultural hollywoodiana, fundamentalmente antiaristocrática y en el fondo proletarizante, cuya extravagancia y vulgaridad avasalladoras pusieron en entredicho todos los cánones tradicionales de modos de ser, de sentir y de vivir. 1 Y con el culto a la espontaneidad estilo jolly goodfellow que así se introducía, viejos padrones de seriedad de pensamiento esencialmente virtuosos, como el claro sentido del bien y del mal q el hábito de prever las consecuencias próximas y remotas de todas los hechos según su orden de importancia, así como la distinción de maneras y de trato, el espíritu de jerarquía y el sentido de las conveniencias, fueron siendo substituidos por 1) Sea notado de paso que el nexo entre la revolución hollywoodiana y el socialismo no se restringe al campo cultural, a los estilos y modos de ser igualitarios, sino que se extiende al terreno sociopolítico. En efecto, todas las reformas agrarias socialistas y confiscatorias de Hispanoamérica -desde la primera de ellas, ocurrida en México entre 1915 y 1940, hasta la más reciente, implantada en El Salvador desde 1980fueron impulsadas por instigación de gobiernos norteamericanos; ya sea mediante presión directa sobre el país afectado (como en los casos de Bolivia y El Salvador), ya indirectamente, por ejemplo a través de programas de desarrollo como la Alianza para el Progreso del malogrado presidente John F. Kennedy, que expresamente subordinaba la concesión de créditos a la socialización del campo, es decir, a la confiscación de propiedades agrícolas y consiguiente liquidación de la élite rural.
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una creciente irreflexión y superficialidad de espíritu, que se tradujo en un inmediatismo optimista y despreocupado, fundamentalmente imprevisor. El plato de lentejas ofrecido a cambio de esta renuncia a la vida de reflexión temperante fueron las nuevas formas de placer que el american way of lije introducía: la sensación super-intensa, el aturdimiento, el goce frenético --como el que brindaba la nueva manía de la velocidad-, seguidos de formas de relax también paroxísticas, consideradas tanto más plenas cuanto más se aproximasen del estado de completa inercia física y mental. La idolatría del weekend, por ejemplo, se debió a que éste ofrecía ambos extremos opuestos de placer desconectado de cualquier preocupación seria. La influencia de estos nuevos modos de ser sobre el espíritu de incontables miembros de la élite determinó una desviación - nacida del deseo de evitar el esfuerzo y la lucha, y por lo tanto sintomática de su decadencia- que en general siguió dos etapas: a) primero, un progresivo desinterés por el bien común, haciéndolas volcarse con creciente exclusivismo hacia el bien particular, perseguido de forma cada vez más inmediatista; b) el paso siguiente fue, en muchos casos, una renuncia al propio bien particular, una abdicación de legítimos e inalienables derechos, so pretexto de "evitar males mayores" tales como convulsiones sociales o revoluciones cruentas, eterno espantajo agitado por el chantajismo izquierdista. O sea, se buscó - y no puede negarse que en buena medida se logró- infundir en las categorías superiores de la sociedad un comodismo que las hiciese dar la espalda a los deberes de su condición. Y esto constituyó por excelencia un germen revolucionario instalado en las almas; porque la Revolución nace de una posición metafísica ante la vida, el sueño de una existencia terrena sin la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo; y excluye por lo tanto cualquier noción de deber, de obligaciones de estado, de sacrificio a un ideal superior 1•
9. Radiografía de una inexorable decadencia Los resultados de esas influencias revolucionarias fueron desiguales. En su conjunto, las clases tradicionales hispanoamericanas adoptaron una actitud más o menos generalizada de omisión frente a procesos desestabilizadores que afectaban a fondo su situación, tales como la industrialización desenfrenada e inorgánica, el crecimiento descontrolado de las grandes ciudades, la consecuente masificación de la sociedad, el avance del igualitarismo y de la vulgaridad e inmoralidad propagadas por la cultura hollywoodiana, etc. Pero algunos aspectos de esa deterioración variaron bastante de acuerdo a la situación peculiar de cada país. En naciones como Chile y Perú, por ejemplo, desde comienzos de nuestro siglo se venía produciendo una gradual disociación entre la élite tradicional y la res militaris, mientras ganaba terreno en las clases altas una concepción de la vida basada en el mito sentimental de que todas las divergencias resultan de meros equívocos, porque todos los hombres son fundamentalmente buenos; y por eso cualquier adversario, por peor 1) Cfr. Plinio CORREA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, Parte I, Capítulos VII, XI y XII.
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que sea, puede ser desmovilizado si se le trata con amabilidades y sonrisas, y siempre puede llegarse con él a composiciones y acuerdos que de antemano se presume que honrará sinceramente. A esta ilusión debe agregarse, en ambos países, un misterioso complejo de culpa que en los años sesenta tomó cuenta de muchos elementos de sus clases superiores, llevándolos a formarse la idea de que su alta posición social era la causa de todos los males, reales o imaginarios, que afectaban a las clases humildes. Ese estado de ánimo les fue infundido sobre todo por la llamada izquierda católica, que cobra gran notoriedad después del Concilio Vaticano II (1962-1965). Aprovechándose de la tradicional influencia de la Iglesia sobre las élites, dicha corriente enquistada en medios eclesiásticos preparó el terreno para las concesiones catastróficas ante el reformismo socialista y confiscatorio de Frei y Allende en Chile, y de Velasco Alvarado en Perú. 1 El gobierno de minoría marxista de Salvador Allende asciende al poder en 1970 gracias a la colaboración del Episcopado chileno y de la Democracia Cristiana; 2 poco antes (1969), en el Perú, la nefasta dictadura del general Velasco Alvarado, también apoyada por eclesiásticos progresistas, había decretado la confiscación de haciendas y empresas agro-industriales, ejecutada arrolladora e implacablemente (un decreto de la época hasta castigaba con penas de prisión el mero hecho de criticar públicamente la ley de Reforma Agraria). Salvo excepciones tan honrosas como contadas, los propietarios de ambos países se dejan expoliar de sus patrimonios familiares, a veces centenarios, con espantosa facilidad, sin articular resistencia. Gran número de ellos emigran con sus familias. Tal como la plácida ciudad suiza de Coblenza, a orillas del lago Lehmann, había sido el abrigo de los aristócratas prófugos de la Revolución Francesa, placenteras ciudades como Los Angeles, Miami, Madrid o Buenos Aires se transforman en asilos de esos nuevos émigrés andinos, que allí reproducen la misma vida de superficialidad y lamentaciones estériles de los nobles prófugos del Ancien Régime, sus remotos antece-
1) Desde hace algún tiempo, elementos de la intelligentsia izquierdista hispanomericana ya no ocultan que las alegadas causales socio-económicas de la Reforma Agraria -por ejemplo la "pobreza", el "hambre", etc.eran meros pretextos, y que el verdadero propósito de ésta era herir de muerte a la élite tradicional y acabar con su estilo de vida y su ejemplaridad social. Este propósito, por lo demás, ya había sido denunciado por el profesor Plinio Correa de Oliveira en su obra Reforma Agraria, Cuestión de Conciencia, escrita en 1960 y ampliamente difundida en varios países del Continente y en España. Sobre la Reforma Agraria chilena, iniciada en 1966 por el presidente demócrata cristiano E. Frei, el ya citado Gonzalo Catalán sostiene que su puesta en marcha "hacía presuponer la pronta extinción del latifundio" en todo el país, lo cual acarrearía no sólo la quiebra de "un grupo social completo" - la élite terrateniente- sino también la desaparición de "una cierta manera de ser caballero y de vivir en la ciudad", que dicha clase había cultivado secularmente, y que constituía una barrera a la proletarización revolucionaria (Cfr. José Joaquín BRUNNER, La Universidad Católica de Chile y la cultura nacional en los años 60. El tradicionalismo católico y el movimiento estudiantil, in José J. BRUNNER y Gonzalo CATALÁN, op. cit., p. 331 ). Ello explica que el cerebro de la Reforma Agraria en Chile, el ideólogo procastrista Jacques Chonchol, sostuviese que tal reforma sólo podría ser eficaz si fuese "rápida, drástica y masiva": porque se la concebía como instrumento de esa revolución preponderantemente socio-cultural, apuntada a acabar de una sola vez con la élite tradicional y con la influencia moral que sus elementos más salientes ejercían sobre el resto de la sociedad, a través de esa manera de ser caballero que tanto los asemejaba a la figura del noble territorial. 2) Sobre la responsabilidad de la Jerarquía eclesiástica chilena y de la Democracia Cristiana en la ascensión y manutención del régimen marxista de Allende, ver: SOCIEDAD CHILENA DE DEFENSA DE LA TRADICIÓN, FAMILIA Y PROPIEDAD, La Iglesia del Silencio en Chile-La TFP proclama la verdad entera, Madrid 1976. Editorial Fernando III el Santo
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sores en el infortunio. Mientras tanto, toda la estructura económica y social de sus naciones entra en colapso. 1 En Argentina la élite tradicional, aunque conservó el aprecio por la condición militar, llevando a muchos de sus miembros hasta la alta oficialidad, fue sin embargo extrañamente inducida a desinteresarse del acontecer político y a volcarse en la exclusiva fruición de la vida privada y social. Un efecto de ello fue haber dejado el campo libre al demagogo Juan D. Perón (1945-1955). Este no tardó en insuflar en sus descamisados el odio de clases contra la aristocracia rural, a la que despectivamente llamaba oligarquía vacuna, mientras se aplicaba afanosamente a cercenar derechos y degradar el tono general de la vida. Característica del olimpismo de las clases altas frente a esa demagogia social-populista que todo lo invadía como una marea sucia, fue la frívola frase atribuida a una distinguida señora porteña de la época: si viene el comunismo me voy a la estancia ... En Colombia, sujeta al promediar el siglo a una intensa presión agrorreformista, sectores de la élite rural se muestran sorprendentemente insensibles no sólo a los principios que fundamentan legítimos derechos amenazados, sino también a sus propios intereses. Esa actitud mórbida está condensada en la consigna capitulacionista ceder para no perder, que en 1960 el presidente de la Sociedad Colombiana de Agricultores, Luis Guillermo Echeverry, lanzó con desconcertante claridad: "Es preciso ceder para no perderlo todo (. ..) Debemos mirar la reforma agraria como medio de quitarle todo valor a la propaganda comunista" 2• Lo que equivalía a decir: para neutralizar el comunismo, hagamos nosotros mismos las reformas comunistas ... Análogo fenómeno -pero a veces con sigulares diferencias de forma- ocurrió con ciertas élites centroamericanas que, con una ingenuidad frecuente en las clases altas que empiezan a decaer, apoyaron la elección de gobiernos socializantes - bajo la benévola aprobación de la izquierda católica- que después les daban la espalda y emprendían reformas hacia un welfare state pesadamente burocrático e igualitario, financiado con elevados impuestos a la propiedad.
10. Paralelismos entre el proceso de "autodemolición" de la Iglesia y el de las élites tradicionales Se diría así que, en épocas y circunstancias diversas, un pesado sopor o un enigmático fatalismo paralizó, en no pocos elementos de las antiguas aristocracias y élites análogas de América española, la capacidad de ver, juzgar y movilizarse de modo inteligente y eficaz contra la ofensiva niveladora social, política y cultural de nuestros días. 1) Chile se libró del comunismo tres años después de la subida de Allende al poder, mediante un pronunciamiento militar; pero tardó más de una década para restablecerse de la devastación económico-social causada por el régimen marxista. El Perú, por su parte, sujeto hasta hace poco tiempo a las draconianas leyes velasquistas, no ha conseguido sino iniciar su recuperación. Esta dificultad es harto explicable. Los regímenes de corte socialista y demagógico, al mutilar el derecho de propiedad privada no sólo privan a las clases tradicionales de sus condiciones de sobrevivencia, sino que impiden el natural surgimiento de nuevas élites análogas; y en lugar de éstas emergen de la obscuridad dos tipos de advenedizos: los revolucionarios utopistas, obnubilados por sus pruritos ideológicos, y los oportunistas sin otra ley que su resentimiento y su codicia. La recomposición del tejido social, siempre lenta y penosa, sólo puede comenzar cuando desaparece por entero la asfixiante legislación socialista, así como sus efectos psicológicos atrofiantes de la personalidad individual. 2) Entrevista a "El Espectador" del 7-Xl- 1960, apud Alvaro ECHEVERRI URUBURU, op. cit., p. 202.
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Más aún, la despreocupación, la liviandad, y en ciertos casos la pasmosa inercia con que sectores de esa clase dirigente enfrentan la pérdida de poder e influencia acarreada por dicha ofensiva (así como su inevitable secuela, que es la disgregación de todo el edificio social), tiene mucho parecido con aquel terrible y misterioso proceso de "autodemolición" que, al decir de Paulo VI, afecta a la Iglesia Católica después del Concilio Vaticano 11 1• Expresivo símbolo de esa autodemolición es la manera como en tantas ciudades hispanoamericanas, a mediados del siglo se comienzan a derribar los palacios y mansiones que hasta el fin de la Bel/e Époque habían sido el orgullo de la élite tradicional, y sus ocupantes se trasladan a apartamentos o casas de gusto moderno (lo cual por cierto está bastante lejos de significar buen gusto). Lo mismo ocurre con familias que durante generaciones habían habitado históricos solares en el centro de ciudades coloniales como Lima o Quito. Para esta brusca mudanza del palacete al bungalow, de la gran casa solariega al apartamento en comunidad, se aducen varias razones: la crisis económica, la partición de herencias, la meteórica revalorización de los terrenos, los problemas de servicio doméstico, etc. Paralelamente se hacen circular frases de efecto tales como small is beautiful, para exaltar las presuntas "ventajas" de esa decadencia, y así evitar que sus pacientes la noten; pues ello les podría acarrear incómodos conflictos de alma, llevándolos a explicitar el móvil profundo que los impelía a abandonar sus lujosas residencias. Ese móvil era el deseo inconfesado de adaptarse a la Revolución niveladora. La monumentalidad y grandeza de aquellas mansiones de la Bel/e Époque hispanoamericana resultaba incompatible con la simplificación y trivialidad que invadían todos los aspectos de la vida. La simetría de sus fachadas y de su disposición interna, así como la rigurosa coherencia de sus elementos constructivos dentro de estilos tradicionales consagrados, reflejaban una actitud de fiel adhesión a reglas de estética perennes, insoportable para la extravagancia e inestabilidad que tendía a generalizarse. Su elegancia de líneas, su belleza, lujo y categoría, eran proporcionadas a personas nobles de espíritu -para quienes el deleite de la vida está en admirar, respetar y servir aquello que es superior a cualquier título- y no a cultivadores de la sensación y de una espontaneidad relajada y degradante. Sus espléndidos salones donde rutilan arañas con pendientes de cristal de Baccarat o soberbios trumeaux con espejos de cristales biselados, cuyas paredes son revestidas con damascos y brocados, o con magníficas boisseries en roble de Eslavonia o caoba; su mobiliario de piezas firmadas por famosos artesanos de París, con estupendos acabados en marquetería, incrustaciones en marfil y madreperla, ornatos en bronce, cubiertas en mármoles, etc., el cual incluye sofás y sillones revestidos de tapicerías de Bruselas o florentinas; sus cortinajes en terciopelo o en brillantes sedas, complementados por evocativos biombos de China que separan, sin aislarlos, ambientes de un mismo salón; sus pisos, unos de roble europeo o de maderas de ley americanas, otros de relucientes mármoles y granitos, todos cubieros de alfombras de Persia, de Cachemira o de Ankara; sus paredes que exhiben valiosas pinturas - a veces de célebres artistas- exponentes de todas las escuelas europeas y americanas, así como grandes tapices de Gobelin o de Aranjuez; sus majestuosas chimeneas coronadas por algún blasón heráldico o el retrato de un gran antepasado; sus colecciones 1) Cfr. Discurso al Pontificio Seminario Lombardo, 7/X/111968, in Insegnamenti di Paolo VI, Tipografía Poliglotta Vaticana, vol. VI, p. 1188.
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de platería, de piezas de porcelana y marfil, sus esculturas o solemnes jarrones de Sevres que adornan paredes, chimeneas, nichos y rincones; todo ese décor elevado y fastuoso resultaba absolutamente inconciliable con la escridente civilización del jazz y del rock' n rol!, del blue jean y del nylon, de la fórmica y de la luz de neón, del aluminio y del envase descartable, del hot dog y de la Coca-Cola. En suma, en su severa imponencia, siempre contrarrestada por una encantadora y por así decir sonriente amenidad, aquellos palacios y solares reflejaban el equilibrio de alma católico que había dado origen a sus estilos decorativos. Y eran también símbolos de un modo de ser eminentemente aristocrático, propio de una sociedad que se orienta hacia lo elevado, inmutable y perfecto. Por eso mismo, no sólo eran inconciliables con el nuevo espíritu, sino que la coexistencia de ambos resultaba imposible: la prevalencia de uno significaba forzosamente la desaparición del otro. Ahora bien, como el american way of life estaba en su apogeo, y un soplo publicitario universal lo hacía aparecer como la propia encamación del futuro, mantenerse fiel a los estilos de vida tradicionales hubiera significado el doloroso esfuerzo de tener que remar contra la corriente universal. Lo más fácil y cómodo era dejarse llevar por ésta. Tal fue, y no otra, la razón de fondo por la cual aquellos espléndidos edificios fueron derribados. Pero al demolerlos, la élite tradicional comenzaba a demolerse a sí misma.
* * * Ampliando esta visión sobre asunto de tanta importancia, es necesario señalar que las transformaciones análogas sufridas por todos los países de civilización y cultura occidentales -incluyendo los simples enclaves que éstos mantenían en tierras no impregnadas de los modos de vida de Occidente-, fueron meras réplicas de lo que en tal sentido ocurría en las naciones consideradas paradigmáticas de esa inmensa evolución. Para no citar sino un ejemplo, baste mencionar que casi por todas partes, la imprevisión soñolienta y acomodaticia de las élites ante las transformaciones que las iban destruyendo fue uno de los factores más activos del derrocamiento de todo cuanto constituía su base, su apoyo y su esplendor. En suma, aunque los efectos de ese absentismo comodista en Hispanoamérica se hayan hecho sentir de modo bastante desigual según el país, puede decirse que ése ha sido, en nuestro siglo, el principal punto vulnerable, el talón de Aquiles de sus élites tradicionales, y la principal amenaza a su supervivencia.
11. En una realidad bivalente, nostalgias del pasado, esperanzas para el futuro Con todo, ese cuadro de decadencia es bivalente. Sin duda subsiste, tanto en los mejores elementos de las clases altas, como en los de otras categorías que a algún título pueden considerarse élites en Hispanoamérica, un luminoso recuerdo y una difusa nostalgia de aquella nota católica y aristocrática que en otros tiempos dio fundamento, en todos los países iberoamericanos, a justas expc~tativas de grandeza nacional y continental. El abismal contraste entre esa memoria viva del pasado y la inmensa crisis contemporánea hace emerger cada vez más, en la sanior pars de las élites hispanoamericanas, ciertos impulsos y aspiraciones de alma, en los cuales se manifiesta un deseo de reasumir plenamente en nuestros días su misión providencial.
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Y ese deseo es avivado en muchos por una esperanza, con algo de discreta intuición - a la cual parece no ser ajena la gracia de Dios- de que de la confusión presente nacerán ocasiones inéditas para el fiel ejercicio de esa misión, y para restablecer en su más amplia vigencia un orden en el cual la Nobleza y las élites análogas puedan desempeñar plenamente, para el bien común de la sociedad, el papel que por el orden natural de las cosas les corresponde. Sin duda el mejor efecto, de estos comentarios a la doctrina de Pio XII sobre la nobleza, radica en avivar ese recuerdo, estimular ese deseo, y encender para los días actuales esa noble esperanza.
EPÍLOGO
La gran disyuntiva
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s de primera evidencia que ninguna nación puede vivir, y menos aún progresar, sin poseer élites. Y afortiori no lo puede una familia de naciones, o toda una área de civilización como lo es Hispanoamérica.
A pesar de la gradual erosión que las clases altas hispanoamericanas fueron sufriendo en su poder, influencia y prerrogativas, lo cierto es que ellas no desaparecieron, y que hasta hoy continúan dando, en diferentes escalas, un precioso aroma de distinción, de elevación de tono, de categoría, a sus respectivos países. Lo cual lleva naturalmente a una pregunta: ese resto de poder, de influencia cultural, ese aroma de virtudes aristocráticas que las élites tradicionales a pesar de todo aún exhalan para el conjunto de la sociedad, ¿podría ser aprovechado para la renovación de las clases superiores y de todo el organismo social, en un estado de cosas donde el derecho constitucional no combatiese sistemáticamente las élites-y hasta la simple idea de élites- sino que al contrario, procurase comenzar a favorecerlas según el espíritu de las alocuciones de Pío XII? Y si tal posibilidad existiera, ¿cómo se podría entonces aprovechar ese aroma que todavía impregna la vida pública y privada, las nostalgias que suscita, lo que tiene de vivo y capaz de producir buenos efectos? Una vez que de las antiguas aristocracias y élites tradicionales análogas que Hispanoamérica destiló, subsisten aún importantes remanentes en casi todos los países que la integran (aunque conservando grados de prestigio e influencia social muy diversos), es a dichas clases que -en lo que tienen de genuino y vivo- cabe primordialmente ser en esta parte del mundo el fermento regenerador de la vida social, cultural y política, en cumplimiento del papel que les trazaba Pío XII: "Donde está vigente una verdadera democracia la vida del pueblo se halla como impregnada de sanas tradiciones que es ilícito derribar. Representantes de estas tradiciones son antes que nada las clases dirigentes, o sea, los grupos de hombres y mujeres o las asociaciones que, como suele decirse, dan el tono en el pueblo y en la ciudad, en la región y en el país entero" 1• A ellos, en efecto, y no a otros, les corresponde comunicar ese cachet inconfundible de su propia categoría, incluso en épocas conturbadas como la nuestra. ¿De qué manera? Como señala el Profesor Plinio Correa de Oliveira en la Conclusión de esta obra 2, la actual coyuntura histórica ofrece una oportunidad excepcional, tal vez irrepetible, para que la Nobleza y las élites tradicionales análogas reasuman en toda su plenitud ese papel orientador y modelador que le cabe en la sociedad. Y esto vale enteramente para todas las clases altas hispanoamericanas. Los convulsionados días actuales, en efecto, se caracterizan por la difusión de un caos creciente en todos los órdenes de la existencia, a cuyo influjo se desmoronan, uno tras otro, los puntos de 1) PNR 1946, pp. 340-341. 2) Volumen l, Conclusión, pág. 151.
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referencia morales, institucionales, culturales --cuán cuestionables, por lo demás, tantos de ellos- en que los hombres y los pueblos se apoyaron para trazar sus rumbos en el siglo XX. Convenciones, estilos, modos de ser individuales y colectivos que hasta ayer eran aceptados como normas evidentes e indiscutibles, pareciendo inconmovibles como el peñón de Gibraltar, pierden hoy su vigencia con la rapidez con que se esfuman en el aire pompas de jabón... Faltan, en la sociedad caotizada de nuestros días, ejemplos, modelos, guías, orientación, directiz, rumbo. En una palabra, faltan élites ... O mejor, falta que éstas se resuelvan a reasumir su papel insubstituible para el bien común. Por ejemplo, ¿quién, si no una auténtica élite, podrá señalar las verdaderas vías de solución frente a las falsas alternativas que cercan al hombre contemporáneo, como lo son el miserabilismo neotribal, bandera del movimiento ecológico, y el desequilibrio opuesto, la frenética civilización neopagana del consumo inducido?
*** Reasumir ese liderazgo supone ante todo, evidentemente, que las propias clases superiores comiencen por depurarse de los gérmenes de decadencia revolucionaria que las contaminaron; para después, a manera de fermento en la masa, pasar a combatir con determinación, inteligencia y tacto esos mismos factores de decadencia en el seno de la sociedad. Se trata, por lo tanto, de una verdadera regeneración de su ejemplaridad social y de su misión de servicio al bien público, en oposición al mal capital de nuestra época, el igualitarismo y el hedonismo revolucionarios que necesariamente conducen al cuerpo social hacia la rampa del caos. Más concretamente, si los días actuales ofrecen a las clases nobles y categorías afines la gran oportunidad a que se refiere la Conclusión de Nobleza y Élites tradicionales análogas... , las colocan también frente a una gran disyuntiva, que no podrán eludir. "Una autoridad social que se degrada - advierte el profesor Plinio Correa de Oliveira- también es comparable a la sal que no sala. Sólo sirve para ser tirada a la calle, para que sobre ella pisen los transeúntes 1• Así lo harán, en la mayoría de los casos, las multitudes llenas de desprecio" 2. Resulta particularmente acertado aplicar la metáfora de la "sal que no sala" a élites que se deterioran, una vez que el Magisterio pontificio considera la misión de las clases superiores como "otro sacerdocio semejante al sacerdocio de la Iglesia" 3 ; esto es, ellas detentan una suerte de pontificado de la perfección en la vida social, y en ese sentido son también "sal de la tierra" y "luz del mundo". Así, pues, frente al caos invasor de este fin de siglo y de milenio, las aristocracias y élites correlativas de Hispanoamérica tienen dos caminos a escoger. Uno es el de volverse "sal que no sala", o sea, el camino de la deserción, que tanto puede consistir en una complicidad pasiva (por absentismo u omisión) con la disgregación contemporánea, como en una complicidad activa, por ejemplo con la impiedad, la degradación de costumbres, etc. El otro camino es asumir resueltamente la "gran misión" que Pío XII les asignaba para nuestros días, en su doble aspecto: la reforma y perfeccionamiento de la vida particular, y el "lograr que surja un orden cristiano en la vida pública" 4 • Esa opción que, hace ya medio siglo, Pío XII planteaba a la Nobleza en términos preponderantemente doctrinales, se plantea ahora en concreto para todas las élites de 1) 2) 3) 4)
(cfr. Mt. 5, 13) Plinio CORREA DE OLIVEIRA, RCR, Parte II, Capítulo XI, 1, A. (cfr. LN, Capítulo VII, § 8., d) (cfr. LN, Capítulo VI,§ 3. a 5.)
EPÍLOGO
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Occidente -incluídas las hispanoamericanas- por la vía de los hechos, como un inexorable imperativo histórico. Es decir, si hace 50 años se podía tener una certeza racional de que se caminaba hacia esa gran disyuntiva entre la fidelidad a la Tradición o el caos revolucionario, tal opción se ha convertido ahora en una evidencia tangible, un hecho consumado que irrumpe en el presente exigiendo una definición. Para valemos de otra analogía, en tiempos de Pío XII la sociedad hispanoamericana se hallaba en una situación que podria compararse a la del hijo pródigo de la parábola 1 cuando después de haber abandonado la casa paterna - la Civilización Cristiana- su espíritu se halla todavía poblado de ilusiones optimistas, despertadas en este caso por el brillo falso y seductor de una pseudo-civilización hedonista, mecánica y extravagante, estilo Hollywood o Las Vegas. Hoy, pasados 50 años, aquellas ilusiones están acabando de desmoronarse. Del estridente festín hollywoodiano sólo restan decepciones. La palabra moderno, elogio supremo que se confería a todo cuanto seducía, agradaba o atraía, va perdiendo cada vez más el timbre elogioso de otrora. Y, por una singular contradictio in terminis, "moderno" va pasando ahora a designar, no lo que nace, lo que vence, lo que resplandece, sino lo que fenece y se apaga. Las últimas y más disparatadas innovaciones gestadas por el hombre, los más audaces inventos por él engendrados mientras corre hacia el abismo, se llaman ahora post-modernidad. Así, el carnaval del siglo XX se va transformando en el triste e incierto miércoles de Cenizas de la era post-moderna; y quienes se entregaron de cuerpo y alma a las extravagancias del siglo van sintiéndose inmersos en un malestar cada vez más parecido con el momento en que el hijo pródigo, después de haber dilapidado toda su herencia, se ve reducido a tener que comer las bellotas de los cerdos (pues no es otra cosa el sórdido menu socio-cultural que la vida contemporánea ofrece); es entonces cuando del fondo de su espíritu atribulado emergen recuerdos de los días felices en la casa paterna, y le hacen revivir algo del bienestar de alma que . aquel orden tendente hacia lo maravilloso producía; esa degustación viene iluminada por una suave nostalgia, y acompañada de un sentimiento de verdadero pesar por verse tan lejos de aquel orden que - ya no sabe bien porqué- un día le pareció insípido y anacrónico. La pregunta inevitable acude entonces a su espíritu: "¿Volver? ¿porqué no?" ... Pues algo le dice que ese regreso, más que una vuelta al pasado, podrá ser en realidad la apertura de un esplendoroso futuro deseado por Dios... Esa parece ser la situación psicológica de amplios sectores de las élites hispanoamericanas. La multiforme y acelerada caotización de la vida pública y privada parece constituir un llamamiento que la Divina Providencia -ahora por la voz de los hechos- hace a las auténticas élites. Si éstas se substraen a la imperiosa tarea restauradora que les señalaba Pío XII, será inevitable que sigan el camino de todas las clases dirigentes que defeccionaron en las horas criticas de la Historia, y desaparezcan arrastradas por el torbellino que se avecina. Si, por el contrario, saben asumir su deber de ser, en cuanto católicas, guías de la sociedad en la batalla contra el caos creciente de nuestros días, podrán pasar al ya tan próximo siglo XXI, depuradas y regeneradas por su fidelidad en una prueba extrema, con un título por cierto mucho más honroso que el de sus remotos predecesores, los Beneméritos de Indias: los beneméritos de una nueva era histórica, artífices de la Commonwealth católica e hispánica del Tercer Milenio de la Era de la Salvación.
l) (cfr. Luc. 15, 11-22)
Introducción
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n el Volumen I de la presente obra se ha procurado demostrar la legitimidad y conveniencia de que la nobleza y las élites análogas existan en la sociedad contemporánea, con la atención puesta especialmente en la nobleza tradicional emanada del contexto europeo. Ahora bien, así como en la Edad Media el desarrollo de la vida social condujo orgánicamente a la formación de_una nobleza militar y rural, procesos sociales posteriores han dado origen en otros campos a linajes familiares que, sin pertenecer propiamente a la nobleza, cuentan con una elevada cultura y una tradición hereditaria de servicios en beneficio del bien común. Dichas familias componen las élites análogas. Analizar con cierto detenimiento la génesis de dichas élites en las múltiples sociedades actuales sería, por su extensión, una labor impracticable en un único libro. Esto no obstante, tres apéndices de esta obra han sido. dedicados a aportar algunos elementos que ilustren, aunque sea someramente, dicha génesis en las naciones de América. El primero muestra cómo se formaron las élites en el Brasil, dando origen a una aristocracia que más tarde constituyó la denominada "Nobleza de la tierra" .1 En el segundo se trazan algunos rasgos de la historia de la aristocracia en Hispanoamérica. Allí ese proceso de formación tuvo un carácter más institucional y estuvo regulado con frecuencia por decretos reales y leyes positivas. Al ver este tercer apéndice dedicado a los Estados Unidos de América, más de un lector se preguntará extrañado si también allí han existido élites análogas. Como todo el mundo sabe, los Estados Unidos nacieron de una revolución que en nombre de un novus ordo saeculorum desgajó al país del antiguo régimen vigente en Europa, al cual se tachaba de decadente por su carácter aristocrático. Los Estados Unidos son considerados universalmente la nación republicana por antonomasia: su Declaración de Independencia consagra el principio de que "todos los hombres fueron creados iguales"; son el país de los self-made men - "hombres que se han hecho a sí mismos" - donde todo el mundo puede alzarse "de los harapos a la riqueza"; la nación de las libertades individuales donde la autoridad y la jerarquía se ven con desconfianza y donde la elegancia del Viejo Mundo ha sido superada por la espontaneidad y la simplicidad de las maneras democráticas; la nación, por fin, donde el pragmatismo tiene precedencia sobre las consideraciones de orden estético y espiritual. Sin embargo, una vez que las élites tradicionales han existido y existen en los países de Iberoamérica -nacidos en su mayoría de análogas revoluciones igualitarias y
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liberales, inspiradas en la Revolución Francesa- es legítimo interrogarse si no habrá habido en Norteamérica una aristocracia semejante. La respuesta a esta pregunta presenta un interés fundamental en nuestros días, pues si se comprueba que el proceso de formación de élites ha ocurrido también en los Estados Unidos, el espejismo del american way of lije, creado y difundido sobre todo por el cine de Hollywood tenderá a desvanecerse. Esta quiebra de viejos clichés es de un alcance que trasciende la propia América. La fascinación del american way of lije está en la raíz de las profundas transformaciones psicológicas, culturales y sociales ocurridas en Europa, Iberoamérica y en otras partes del mundo. Con la ilusión de que el estado de espíritu liberal e igualitario de la american way oflije les abriría el camino hacia el futuro, muchas personas de diversos países han adaptado a él su tempe.ramento, sus ideas y su propio modo de ser, abandonando con frecuencia sus tradiciones, sus costumbres y hasta su propia cultura. Los efectos deletéreos de esta verdadera revolución cultural ocurrida bajo la égida de este mito no deben ser subestimados. Por otra parte, desde el final de la II Guerra Mundial importantes sectores de la clase media norteamericana se han convertido en terreno abonado para una nueva germinación de dichas élites. En efecto, un gran número de estadounidenses aspira a perfeccionar sus conocimientos, status o riqueza; pero este deseo de elevación entra en choque, muchas veces, con los hábitos igualitarios preexistentes. ¿Cómo debe abordarse, por tanto, el problema de las élites análogas a la nobleza en los Estados Unidos? ¿Han existido verdaderamente? ¿Con qué alcance real? El presente apéndice tiene la intención de ayudar a responder tan importantes preguntas.
13 de diciembre de 1994 Comisión de Estudios de la TFP norteamericana
CAPÍTUW
I
La jerarquía social en los Estados Unidos
1. La imagen unilateral de los Estados Unidos La influencia del mito americanista.
A lo largo del siglo XIX e inicios del XX, la historiografía norteamericana interpretó de diversos modos lo que se podría llamar el mito americanista. Con esta expresión se designa cierta forma liberal e igualitaria de presentar el espíritu estadounidense, nacida más bien de prejuicios ideológicos de la Ilustración y del Racionalismo que de una visión objetiva de la realidad norteamericana. Según su versión más radical, los Estados Unidos serían una nación redentora1, con la "misión providencial" de expandir la democracia, liberando al mundo de las opresiones remanentes de la austera y jerárquica civilización europea originada en la Edad Media y conduciéndolo a una nueva era. Una afirmación fanática de este mito fue pronunciada en 1897 por el senador Albert Beveridge: "Dios no ha preparado durante mil años a los pueblos de habla inglesa y teutónica para que permanezcan en una vana e inactiva auto-contemplación y autoadmiración. No. Él nos ha convertido en los principales organizadores del mundo, para establecer el orden donde reinaba el caos; nos ha dado un espíritu progresista para aplastar las fuerzas reaccionarias en toda la Tierra; nos ha dado habilidad para gobernar para que podamos administrar el gobierno de los pueblos salvajes y seniles. Si no fuese por esta fuerza de los anglo-sajones, el mundo volvería a la barbarie y a las tinieblas; y de toda nuestra raza, Él ha señalado al pueblo norteamericano como Su nación elegida para realizar, por fin, la redención del mundo." 2 La impresionante extensión territorial de los Estados Unidos y la acumulación de riquezas que hizo de ellos la mayor potencia temporal de la Historia parecía destinada a financiar esta "misión providencial". Obviamente, tal "misión" no tenía sentido si la democracia no floreciese dentro de los propios EEUU. 1) Cfr. Emest Lee TUVESON, Redeemer Nation: The Idea of America' s Millennial Role, University of Chicago Press, Chicago, 1968; Conrad CHERRY, God' s New Israel, Prentice-Hall, Englewood Cliffs (N.J.), 1971; y A. Frederick MERK, Manifest Destiny and Mission in American History, Alfred A. Knopf, New York, 1963. 2) apud TUVESON, Redeemer Nation, p. vii.
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Fué así como muchos historiadores y sociólogos estadounidenses bajo la influencia del mito americanista exaltaron casi exclusivamente los aspectos liberales, democráticos e igualitarios de su país. Sacrificaron con frecuencia el rigor científico en aras de un espíritu apologético y prácticamente ignoraron o silenciaron la existencia de élites y de instituciones aristocráticas o con aspectos aristocráticos. Esta interpretación unilateral de la realidad norteamericana no sólo se difundió en los Estados Unidos, sino en todos los países de Europa y de América Latina, donde facilitó la aceptación del democratismo revolucionario nacido de la Revolución Francesa de 1789. Las repercusiones religiosas de este mito fueron condenadas por León XIII en la carta apostólica Testem benevolentiae, de 1899. 1 Alexis de Tocqueville: una de las fuentes de esta visión unilateral.
Parte de esta mistificación proviene de la exégesis izquierdista de la obra de Alexis de Tocqueville (1805-1859). Este aristócrata francés visitó los Estados Unidos entre 1831 y 1832. En 1835 publicó Democracia en América, que se convirtió en un libro clásico para analizar la sociedad norteamericana. Afirma el historiador Edward Pessen, destacado profesor de Historia en el Baruch College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, que esta obra es el análisis más influyente y duradero sobre la democracia americana de la época y continúa gozando de amplia aceptación.2 El vizconde de Tocqueville estaba persuadido de que los días de la aristocracia habían terminado. Lamentaba la marcha hacia la igualdad pero la veía como históricamente inevitable y consideraba inútil resistirse a ella. Sostenía, incluso, que "tratar de oponerse a la democracia sería(. ..) resistirse a los deseos de Dios." 3 Tocqueville aplicó su inteligencia y observación para tratar de "regular o disminuir la velocidad" de la marcha hacia el igualitarismo total. Después de recorrer los EEUU, volvió a Francia decidido a mostrar el ejemplo de una sociedad moderna que había triunfado sin violar el principio de la igualdad. Su obra Democracia en América fue presentada en Europa -aún en plena convulsión pro y contra la ideología de la Revolución Francesa- como una fascinante visión de un país próspero y totalmente democrático, en el cual la familia, la aristocracia y los valores hereditarios habían sido casi extinguidos sin sucumbir en el despotismo ni en la ley del más fuerte. "El elemento aristocrático-decía Tocqueville- ha sido siempre débil(. ..), aunque no ha sido totalmente destruido.(. ..) El principio democrático, en cambio, ha ganado tanto dinamismo (. ..) que se ha convertido no sólo en dominante, sino también en omnipotente. Ni la familia, ni la autoridad pueden ser percibidos; con mucha frecuencia, ni siquiera pueden distinguirse influencias individuales duraderas." 4 Según esta visión utópica, los Estados Unidos eran una sociedad dominada por las masas: había pocas personas verdaderamente ricas, pero también los verdaderamente 1) Thomas McAVOY, The Americanist Heresy inRoman Catholicism, 1895-1900, Univ. ofNotre Dame Press, Notre Dame (lnd.), 1963. 2) Cfr. Edward PESSEN,Riches, Class and Power Befare the Civil War, D. C. Heath & Company, Lexington (Mass.), 1973, p. l. 3) Alexis de TOCQUEVlLLE,Democracy in America, Vintage Books, New York, 1990, vol. 1, p. 7. Reproducido con licencia del editor. 4) TOCQUEVILLE, Democracy inAmerica, vol. 1, pp. 52-53.
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pobres eran pocos; casi todos los ricos se habían hecho a sí mismos desde un origen humilde, y su fortuna no duraría más de tres generaciones; era una sociedad fluida y dinámica, en la que ricos y pobres ascendían y descendían rápida y constantemente; las diferencias sociales eran insignificantes; la palabra siervo era tabú; los prisioneros daban la mano a sus carceleros; los obreros se vestían como burgueses; los políticos, incluso los de familias patricias, ostentaban un origen humilde; y la general vulgaridad de maneras atestiguaba el predominio de las clases inferiores. 1 Tocqueville creyó descubrir que "la general igualdad de condición entre su gente (. ..) que otorga una peculiar dirección a la opinión pública y un peculiar contenido a las leyes( ... ) es el hecho fundamental del cual parecen derivarse todos los demás." 2 Sin embargo, el aristócrata francés fue víctima del mito americanista. Pues, como señala Edward Pessen, esta visión unilateral "ha sido demolida completamente por la investigación moderna"3, como pasaremos a exponer.
2. La escuela elitista La decadencia del mito. El mito americanista obnubiló pura y simplemente a los sociólogos e historiadores estadounidenses sobre la existencia de élites. Vanee Packard estigmatizó esta actitud mezquina diciendo que para ellos "las clases sociales no deberían existir. Pues, Karl Marx había transformado el vocablo 'clase' en una mala palabra. En consecuencia, dichos sociólogos hasta hace pocos años sabían más sobre las clases sociales de Nueva Guinea que sobre las de Estados Unidos." 4 Y Philip Burch, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Rutgers, recalcó que "el tema ha sido olvidado durante mucho tiempo, tal vez porque el propio concepto [de élites] contradice la idiosincracia de una nación democrática." 5 En efecto, se impuso una censura implícita al tema de las élites, el cual sería fruto de soñadores indignos de crédito. "Proponer que la sociedad norteamericana está aproximadamente tan basada en una jerarquía de clases como la sociedad británica -observan los sociólogos Peter Cookson y Caroline Persell- lo colocaba a uno casi fuera de la respetabilidad social." 6 A mediados de los años treinta, un creciente número de estudios sociológicos, históricos y psicológicos comenzó a demostrar que subsistían élites definidas y consistentes, y que su historia es la esencia de la Historia del país. Nació así una escuela revisionista que recibió el nombre de elitista por el énfasis dado al papel histórico de las élites. La aparición de esta escuela se relacionó con el "renacimiento conservador" del post II Guerra Mundial. Este "renacimiento" tenía por objetivo reavivar las ideas conserva1) Cfr. PESSEN, Riches, Class and Power Befare the Civil War, pp. 2-3. 2) TOCQUEVILLE, Democracy inAmerica, vol. 1, p. 3.
3) Edward PESSEN, Status and Social Class in America, en Luther S. LUEDTKE (Ed.) Making America: The Society and Culture ofthe United States. U. S. Information Agency, Washington (D.C.), (1987) 1988, p. 276. 4) Vanee PACKARD, The Status Seekers, David McKay, New York, 1959, p. 6. 5) Philip BURCH, Elites inAmericanHistory, Holmes & Meier, New York, 1980, vol. ill, pp. 3-4. 6) Peter W. COOKSON, Jr. y Caroline Hodges PERSELL, Preparing for Power: America' s Elite Boarding Schools, Basic Books, New York, 1985, p. 16.
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doras y tradicionales frente a la quiebra de las doctrinas izquierdistas dominantes. Su efecto fue un movimiento conservador que continúa hasta hoy. La escuela elitista demuestra que la escuela pluralista igualitaria está equivocada por derivar de presupuestos cuya falsedad ha sido probada por la ciencia sociológica, histórica y psicológica. El eminente especialista en élites C. Wright Mills llega a concluir que la descripción corriente de la sociedad democrática "es un conjunto de imágenes salidas de un cuento de hadas." 1 Deducen lo mismo Michael Burton, profesor de Sociología en el Loyola College de Baltimore, y John Higley, profesor de Gobierno y Sociología en la Universidad de Texas (Austin), analizando la bancarrota de las demás escuelas sociológicas, entre las cuales, la marxista, la pluralista y la de Max Weber. Afirman que las principales tesis de la escuela elitista sobre "la inevitabilidad y variabilidad de las élites, así como sobre la interdependencia entre las élites y las no élites, están en consonancia con muchos sociólogos políticos contemporáneos. la sociología política ha sufrido una notable pero implícita convergencia en dirección a la teoría elitista". Además registran las centenas de escritos dedicados al asunto en las últimas décadas: "En 1976, el autorizado compendio de Putnam recogió seiscientas cincuenta obras en inglés. Desde entonces han sido publicadas casi trescientas más. El 'Social Science lndex' registra cerca de doscientos cincuenta artículos sobre élites entre los años 1976 y 1984." 2 Esta escuela relativamente reciente no se ha desarrollado en su plenitud. Por ejemplo, la investigación sobre la influencia de las élites en cuanto modelo moral de la sociedad aún está por ser profundizada. Ella enfoca principalmente los aspectos políticos y económicos de las élites, diferenciándose del autor de este libro que funda su análisis de la jerarquía social en principios religiosos, morales y de orden natural. Es lícito y provechoso aplicar las enseñanzas de Pío XII sobre el uso d.e criterios de análisis religiosos en un tema habitualmente considerado no religioso. Puesto, además, el gran número de católicos del mundo y la influencia del pensamiento del Pontífice sobre ellos, la comprensión de estas enseñanzas es de interés público incluso para los no católicos. Hechas estas salvedades, debe decirse que es innegable la validez objetiva de las constataciones de esta escuela, pues desmienten muchos prejuicios y presentan una imagen más fidedigna de la realidad social e histórica de los Estados Unidos: la de una nación aristocrática en muchos sentidos que vive en el seno de un Estado democrático. Ideas maestras de la escuela elitista. Dye y Zeigler refutan el mito de que las élites sean "necesariamente conspiraciones destinadas a oprimir o explotar a las masas." Por el contrario, afirman: "son las élites -y no las masas- las que aportan valores a la sociedad" y "las que gobiernan los Estados Unidos ." El elitismo, según Dye y Zeigler, "pretende que los hombros de las élites, y no los de las masas, cargan la responsabilidad del bienestar público.'' 3 1) C. Wright MILLS, The Power Elite, Oxford University Press, New York, 1956, p. 300. 2) Michael G. BURTON y John HIGLEY, lnvitation to Elite Theory: The Basic Contentions Reconsidered en G. William DOMHOFF y Thomas R. DYE (Eds.), Power Elites and Organizations, Sage Publications, Newbury Park (Cal.), 1987, pp. 235-237. 3) Thomas R. DYE y L. Harmon ZEIGLER, The lrony ofDemocracy, Duxbury Press, Belmont (Calit), 1972, 21 ed., pp. 3, 7,343. @Copyright 1972 Wadsworth lnc. Reproducido con permiso del editor.
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Por su parte, Burton y Higley sintetizan las nociones esenciales de la misma escuela en tres afirmaciones principales: 1) las élites son inevitables en todas las sociedades; 2) las élites, y no las masas, constituyen generalmente el factor que decide los rumbos del cuerpo social; 3) el movimiento del cuerpo social está determinado por una necesaria interdependencia entre élites y no élites. 1
Las élites, la estratificación y las desigualdades sociales son indispensables en una sociedad orgánica. Muchos sociólogos norteamericanos destacan que la jerarquía social ha existido siempre y en todas partes, y, a pesar del mito americanista, los Estados Unidos no son una excepción a esta regla.
El sociólogo Pierre van den Berghe ridiculiza "a los amables optimistas que firmaron la Declaración de Independencia de los Estados Unidos", por haber creído "evidentísimo que todos los hombres han sido creados iguales; pues esto va contra cualquier evidencia. Que todos deban ser tratados como si fueran iguales es una idea exótica y reciente, nacida en la cultura occidental hace un poco más de doscientos años." Y concluye: "El igualitarismo es malo para la sociología y resulta empíricamente un absurdo.(... ) Todas las sociedades humanas están estratificadas. (. ..) El orden jerárquico es evidente en la familia, la menor y más universal forma de organización social humana." 2 La misma idea es repetida por Robert Nisbet: "Dondequiera que dos o más personas se asocian, tiene que haber alguna forma de jerarquía" 3; mientras que el profesor Robin Williarns, de la Universidad de Comell, sostiene: "Todas las sociedades cuentan con algún sistema de clasificación de sus miembros o de los grupos que las constituyen, dentro de algún tipo de escala de superioridad e inferioridad." 4 Analizando con más detalle la estratificación de la sociedad, Seymour Martin Lipset y Reinhard Bendix observan que "en toda sociedad compleja existe una división del trabajo y una jerarquía de prestigio. Las posiciones de liderazgo y responsabilidad social están generalmente situadas en la parte más alta." 5 La extensa lista de los estudiosos que reiteran principios semejantes da una idea de la inconsistencia del mito igualitario. Suzanne Keller, profesora de Sociología en la Universidad de Nueva York, sostiene que "la existencia y persistencia de minorías influyentes es una de las características constantes de la vida social organizada. ( ...) La comunidad siempre separa a algunos de sus miembros como muy importantes, muy poderosos o muy destacados." 6 Cfr. BURTON y HIGLEY, lnvitation to Elite Theo1y, p. 220. Pierre L. van den BERGHE, Man in Society: A Biosocial View, Elsevier, New York, 1978, pp. 137-138. Robert NISBET, Twilight ofAuthority, Oxford Univ. Press, New York, 1975, p. 238. Robin M. WILLIAMS Jr., American Society: A Sociological Interpreta/ion, Alfred A. Knopf, New York, 1960, p. 88. 5) Seymour Martín LIPSET y Reinhard BENDIX, Social Mobility in Industrial Society, Univ. of California Press, Berkeley y Los Angeles (Ca.), 1967, p. 1. 6) Suzanne KELLER, Beyond the Ruling Class: Stratigic Elites in Modern Society, Random House, New York, 1963, p. 3. 1) 2) 3) 4)
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Nisbet recalca que "nunca ha existido una sociedad sin desigualdades, y es muy probable que nunca pueda existir" 1; concordando con Dye y Zeigler, quienes escriben: "Las desigualdades entre los hombres son inevitables (. ..) Los hombres no nacen con las mismas capacidades, ni pueden adquirirlas mediante la educación. (. .. )Aún cuando las desigualdades de riqueza fueran eliminadas, las diferencias permanecerían." 2 El sociólogo Joseph Fichter agrega que "el deseo de una democracia completa, de una igualdad perfecta, carece de validez científica. ( .. .) Pretender el ideal de una sociedad sin clases es algo tan irreal como imposible.'' 3 Condensando, por fin, las conclusiones de los sociólogos italianos Gaetano Mosca, Vilfredo Pareto y del alemán Robert Michels, otros conocidos estudiosos, Burton y Higley, ratifican que: "Las élites son inevitables ( .. .) incluso en una sociedad abiertamente democrática e igualitaria." 4 Van den Berghe remata: "La desigualdad existe innegablemente en todas las sociedades humanas ( ... ) Nos guste o no, poco se puede hacer para evitarlo." 5 Por todo esto, concluyen Dye y Zeigler: "El elitismo es una característica necesaria de todas las sociedades." 6
3. Las élites en los Estados Unidos También la sociedad norteamericana produjo jerarquías. La sociedad norteamericana es, como todas las demás, una sociedad jerarquizada. Y no podía ser de otra manera. William Domhoff, profesor de psicología en la Universidad de California en Santa Cruz, afirma que "los especialistas también han acabado con el mito de una sociedad sin clases(. ..) La estructura social [norteamericana] se compone de varias capas que se entrecruzan sucesivamente hasta alcanzar la cumbre." 7 W. Lloyd Warner explica que para los norteamericanos "no es posible elegir entre el actual sistema jerarquizado y otro de igualdad perfecta, sino entre el tipo de jerarquía actual y otro diferente." 8
Para muchos que observan superficialmente la sociedad nortemericana, ésta les parece igualitaria, al menos a primera vista. Herbert von Borch deshace este espejismo mostrando que "por debajo de esa superficie se desvenda una fascinante miscelánea de distinciones sociales conscientemente cultivadas, que implican la existencia de( .. .) fuerzas de estratificación más profundas." 9 1) Robert A. NISBET, The Social Bond: An Introduction to the Study of Society, Alfred A. Knopf, New York, 1970, p. 53. Copyrigth@ 1970 Alfred A. Knopf Inc. Reproducido con autorización del editor. 2) OYE y ZEIGLER, The Irony of Democracy, pp. 363, 364. 3) Joseph FICHTER, Sociology, University ofChicago Press, Chicago, 1957, p. 49. 4) Michael G. BURTON y John HIGLEY, Invitation to Elite Theory. The Basic Contentions Reconsidered, pp. 220-221. 5) Van den BERGHE, Man in Society. A Biosocial View, p. 169. 6) OYE y ZEIGLER, The Irony of Democracy, p. 363. 7) G. William DOMHOFF, The Higher Circles, Vintage Books, New York, 1971, p. 73-74. Copyrigth@ 1970 G. WiUiam DOMHOFF. Reproducido con autorización de Random House, Inc. 8) W. Lloyd WARNER, American Life: Dream and Reality, Univ. of Chicago Press, Chicago, ed. revisada 1962, pp. 127, 129. 9) Herbert von BORCH, The Unfinished Society, Charter Books, Indianapolis, 1963, pp. 228-229. Copyright@ 1962 R. Piper y Co., Verlag (Alemania).
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La presencia de clases sociales jerarquizadas parece contradecir la innegable singularidad de la historia norteamericana. Pero Edward Pessen se encarga de demostrar que "existen abundantes pruebas de que las clases sociales y sus líneas delimitadoras, así como las diferencias de posición, existen y siempre han existido aquí, como en cualquier otro lugar del mundo contemporáneo." 1 Y esta distinción de clases se refiere no sólo a las personas y familias de gran fortuna sino a toda la sociedad norteamericana, como lo explica C. Wright Mills: "En todas las pequeñas ciudades de los Estados Unidos hay un grupo de familias, colocadas por encima de las clases medias, que se destacan del conjunto de la población, compuesta por funcionarios y asalariados.(. ..) Íntimamente relacionados entre sí, tienen la clara noción de que pertenencen a las principales familias. (. ..) Así ha sido siempre y así continúa siendo la vida en las pequeñas ciudades de los Estados Unidos." 2 Este testimonio no es nada sospechoso. Pues Mills, que algunos consideran como un precursor de la Nueva Izquierda de los años 60, estudia las élites en los EEUU no para defenderlas, sino para atacarlas. No es el único teorizador de la escuela elitista que toma esa orientación. Nos encontramos, por tanto, ante una sociedad no menos jerarquizada que la europea si bien que no existan los títulos de nobleza. Por ejemplo, dicha diferenciación social es más evidente en Nueva Inglaterra, núcleo originario de la colonización inglesa y centro, hoy, de algunas de las más antiguas tradiciones norteamericanas. El análisis de esa importante región, según Lloyd Wamer, "demuestra la presencia de un sistema bien definido de clases sociales. En la cúspide se encuentra una aristocracia de cuna y riqueza( ... ) [las 'familias antiguas'] pueden trazar su linaje a través de diversas generaciones que han participado de un estilo de vida característico de la clase alta. (... ) Las familias nuevas (... ) aspiran a alcanzar el status de familia antigua, si no para los actuales miembros, al menos para sus hijos." 3 A falta de títulos nobiliarios, las familias más antiguas de las varias ciudades y estados son designadas con otras expresiones. Encontramos, por ejemplo, los Proper San Franciscans, los Genteel Charlestonians, las First Families ofVirginia, los California Dons (expresión que designa a las familias descendientes de la antigua aristocracia española), los Boston Brahmins, los Proper Philadelphians, los Knickerbockers o los Metropolitan 400 de Nueva York, etc. Muchas de estas familias aún conservan sus ancestrales mansiones. En 1981, la Preservation League de New York incluyó treinta y siete grandes haciendas del Valle del Hudson entre las más "significativas propiedades" de los Estados Unidos. Veintidós de ellas continuaban en las manos de las familias originarias. 4 En Natchez, Missisippi, uno de los centros de alta vida social en el Sur, se da el mismo fenómeno. Robert de Blieux, ex conservador de los lugares históricos de la ciudad, afirma: "La mayoría de las valiosas mansiones de Natchez han permanecido en las manos de las mismas familias durante varias generaciones. Son éstas las 'familias de antiguo linaje de Natchez'" 5 1) PESSEN, Status and Social Class in America, p. 270. 2) MILLS, The Power Elite, p. 30. 3) Lloyd WARNER, Social Class in America: A Manual of Procedure for the Measurement ofSocial Stautus, Science Research Associates, Chicago, l 949; Harper Trochbooks, New York, 1960, pp. 11-13. 4) Cfr. Christopher NORWOOD, The LastAristocrats en The New York Times Magazine, 16/11/1981, p. 40. 5) Apud Casey BUKRO, Deep SouthAmbiance is Alive, Well in Natchez, en The Sacramento Bee, Natchez, 1/3/1992.
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Por ello, los mencionados sociólogos concluyen que no se comprende la sociedad norteamericana si no se considera su carácter jerárquico. Warner, por ejemplo realza que "es imposible estudiar con inteligencia y acuidad los problemas básicos de la sociedad norteamericana contemporánea y de la vida psíquica de sus miembros sin tomar en plena consideración las diversas jerarquías que sitúan a los ciudadanos, su comportamiento y los objetos de su cultura en posiciones sociales más altas o más bajas. Estas jerarquías sociales penetran en todos los aspectos de la vida social de este país." 1 La historia de los Estados Unidos es la historia de sus élites dirigentes.
Después de reconocer la existencia de élites en todas las sociedades, incluso en la norteamericana, los sociólogos de la escuela elitista extraen otra conclusión lógica: las élites, y no las masas, dan el tono a la vida nacional. Cualquier transformación en las élites repercute en todo el cuerpo social del país. Por eso, para Kenneth Prewitt de la Universidad de Chicago y Alan Stone de la Universidad Rutgers, "la historia de la política es la historia de las élites. El carácter de una sociedad-sea justa o injusta, dinámica o estancada, pacifista o militarista- es determinado por el carácter de su élite. Los objetivos de la sociedad son establecidos por las élites y alcanzados bajo su dirección." 2 No se le escapará al lector atento una cierta simplificación de lenguaje en estos autores. En efecto, ninguna de las clases que componen cualquier sociedad carece habitual y necesariamente de influencia, por pequeña que sea. En cualquier momento una clase poco influyente puede ejercer, incluso por omisión, una acción ca-directiva en los destinos de la nación. Esta realidad la encontrarnos implícita o explícita en el pensamiento de incontables autores, desde el más remoto pasado. Por ejemplo, en la célebre analogía entre la sociedad y el organismo humano atribuida a Menenio Agripa.3 Sin embargo, cuando la influencia de una clase social se hace sobremanera preponderante es lícito afirmar que es exclusiva. Con las premisas de su escuela, dichos sociólogos estudian la historia norteamericana desde el prisma de las élites y de su predominio social. Prewitt y Stone declaran que aunque "la historia norteamericana es presentada (. ..) como si la participación de las masas(. .. ) hubiera tenido el más alto significado político.(. ..) muchos especialistas(. ..) han llegado a conclusiones bastante diferentes. (. ..) Ya hay suficientes estudios para (. ..) convencer al lector de que la participación popular en la toma de decisiones políticas ha sido habitualmente de poca importancia." 4 Las conclusiones son invariablemente las mismas: los Estados Unidos no son guiados por las masas sino por las élites.
1) W ARNER, American Lije: Dream and Reality, p. 68. 2) Kenneth PREWITI y Alan STONE, The Ruling Elites: Elite Theory, Power and American Democray, Harper & Row Publishers, New York, 1973, p. 4. 3) Cónsul romano en 503 a.C. Venció a los sabinos y los samnitas. Fue gran orador. Para apaciguar un conflicto surgido entre el Senado y la plebe e laboró el apólogo Los miembros y el estómago, en el cual mostraba que, así como la rebelión de unos órganos contra otros llevaría al cuerpo a la muerte, lo mismo ocurriría con la sociedad si no prevaleciera la armonía entre las clases sociales. El conflicto se extinguió con la creación de los tribunos de la plebe en el Senado. 4) PREWITI y STONE, The Ruling Elites, p. 31.
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El papel directivo de las élites en los Estados Unidos no se restringe al campo político y económico sino que se extiende principalmente al dominio social y cultural. Explicando la tradición de generoso mecenazgo de la clase alta, Charlotte Curtis afirma que las clases ricas "al donar millones de dólares para la fundación y manutención de galerías de arte, museos, óperas, orquestas sinfónicas, hospitales, investigación médica, parques, instituciones educativas y una amplia variedad de obras de caridad, hacen que una causa sea más popular que otra, afectando como ningún otro grupo ni persona puede hacerlo las prioridades en materia de cultura, salud y educación a nivel regional y nacional." 1 William Domhoff agrega: "Las señoras de la clase alta lideran la moda, patrocinan la cultura, dirigen las obras de beneficencia y mantienen actividades sociales que conservan a la clase alta en su función. (. . .) Y ayudan a mantener la estabilidad del sistema social como un todo." 2 El papel directivo de las élites es a veces imponderable. Considérese su influencia sobre los gustos del público en general. Como hace notar Charlotte Curtís: "ellas van educando el gusto en su región." 3
4. La paradoja norteamericana La coexistencia de la mitología demócrata-igualitaria y de la realidad jerárquica creó una dicotomía entre ideología y estilo de vida. Este dilema es una constante de la vida de las élites sociales norteamericanas, como señala Lloyd Wamer: "Su ideología oficial es siempre fuertemente democrática e igualitaria, pero su comportamiento y sus valores tienden a destacarlas como superiores y diferentes de las clases que están por debajo de ellas." 4 Joseph Fichter también verifica que "existe visiblemente entre nosotros la curiosa combinación de una sociedad realmente estratificada con una repugnancia general a admitir la presencia de una jerarquización." 5 Esta contradicción impide la natural expansión de las élites. Ellas se sienten arrinconadas, sin los instrumentos necesarios para beneficiar a la sociedad como podrían. Es decir, como un árbol de cuyo tronco no nacen ramas. En efecto, Louis Auchincloss observa que "la real existencia de un mundo brillante les parece a muchos la perpetuación de una archiherejía en el propio relicario de la democracia, un ruido vulgar que rompe el tranquilo silencio del sueño norteamericano." 6 Sin duda, el fenómeno de las élites, como todo lo que está bajo el dominio del hombre, es susceptible de exageraciones y excesos. Pero no se puede cometer otro exceso por miedo de caer en el opuesto. Y es fácil, en este caso, pasar de un extremo a otro. El temor apriorístico e inquisitorial de que las élites exageren su papel puede atrofiarlas fácilmente, con trágicas consecuencias para todo el cuerpo social. 1) Charlotte CURTIS, The Rich ami Other Atrocities, Harper & Row, New York, 1973, p. X. 2) DOMHOFF, The Higher Circles, pp. 33, 56. 3) CURTIS, The Rich and Other Atrocities, p. X. 4) WARNER, American Lije, Dream and Reality, p. 116. 5) FICHTER, Sociology, p. 75. 6) Louis AUCHINCLOSS, Introducción a Dixon WECTER, The Saga ofAmerican Society: A Record ofSocial Aspiration 1607-1937, Charles Scribner's Sons, New York, [1939) 1970, p. xiv.
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Pues, un fruto de las élites es la producción de un tipo humano superior. Pero los miembros de las élites norteamericanas ocultan esta superioridad para no ser agredidos por los prejuicios democráticos igualitarios. Así por ejemplo, ciertos dirigentes de empresa que manejan celosamente un poder colosal se empeñan igualmente en ostentar los hábitos de las clases más bajas. La paradoja americana -<;orno será demostrado en los capítulos V, VI y VII- nació y creció junto con la propia República. Los llamados Padres Fundadores de EEUU
elaboraron una estructura legal e institucional que excluía los derechos adquiridos de la aristocracia. "Los Estados Unidos-dice la Constitución- no otorgarán Títulos de Nobleza; y nadie que ocupe un cargo público de responsabilidad y confianza aceptará, sin el consentimiento del Congreso, ningún tipo de regalo, emolumento, cargo o Título concedido por cualquier Rey, Príncipe o Estado extranjero" . 1 En las primeras décadas de la República fueron demolidos otros soportes legales necesarios para la aristocracia hereditaria, como el mayorazgo y la primogenitura. No obstante ello, los sentimientos aristocráticos persistieron a lo largo de la historia del país. Privados de sus tradicionales patrones de jerarquización social, e inspirados por el vigor orgánico de su sociedad, los norteamericanos no dejaron de buscar modelos. Así pues, los Estados Unidos exhiben en la orla del tercer milenio la singularidad de una sociedad con una élite dirigente que cultiva empeñadamente las distinciones de posición, y, al mismo tiempo, está convencida abstractamente de que las élites no deben existir. Pessen hace notar esta "paradójica escena, dentro de la cual la mayoría de las personas parece ignorar completamente el significado e incluso la propia existencia de las diferencias entre clases, que juegan, de hecho, un papel tan central en la vida americana ." 2
1) Constitución de los Estados Unidos de América, art. 1, secc. 9. 2) PESSEN, Status and Social Class in America, p 279.
CAPÍTUW II
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Elites y contra-élites, aristocracia y perfección social: clarificando los conceptos
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n el capítulo precedente hemos analizado el distorsionante mito americanista en base a los estudios de escuelas sociológicas, cuyas extensas investigaciones confirman la existencia de élites estables y florecientes en los Estados Unidos. En los capítulos siguientes se abordará la génesis, el desarrollo y el estado actual de las élites de EE UU. Esto puesto, se impone una definición de la terminología y de los conceptos adoptados por los autores de este apéndice, cosa que sigue inmediatamente. El lector no tendrá mayores dificultades para discernir en ellos los puntos de contacto y los aspectos enriquecedores en relación a la escuela sociológica elitista.
l. Élites Élites locales.
En una primera definición, una élite es un conjunto de personas que se destacan individualmente de la pluralidad que constituye una comunidad. Pero los individuos aislados, sin relaciones entre sí, no constituyen verdaderamente una élite. Ésta sólo existirá cuando quienes la constituyen se interrelacionan con la suficiente vitalidad y asiduidad para crear, aunque sea primariamente, un ambiente psicológico e intelectual común. La élite, por tanto, no es una mera yuxtaposición de personas eminentes. Ella nace cuando esas personas se interrelacionan de manera a lograr un enriquecimiento mutuo de cualidades, y a constituir gradualmente una cultura particular que sintetiza y eleva los valores intelectuales -y morales de sus miembros. Esta destilación ocurre, sobre todo, a lo largo de una convivencia marcada por frecuentes conversaciones y tertulias. Quienes constituyen una élite no han de reunirse necesariamente para tratar un tema concreto, sino una mezcla espontánea de asuntos propia del arte de conversar bien. El resultado es una convivencia natural en la que cada uno aporta algo para el desarrollo de la cultura de la élite de acuerdo con su propia personalidad.
CLARIFICANDO CONCEPTOS...
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Este tipo de conversación abre horizontes en una atmósfera distendida donde los temas aparecen y desaparecen de forma inesperada pero armónica. El libre intercambio de ideas e impresiones anima la convivencia y crea el encanto y la importancia cultural de este tipo de discusiones que constituyen, para las élites, un agradable pasatiempo. Un gran diplomático, un hábil financiero, un célebre literato, un distinguido médico y un eminente abogado que conversan una vez por mes durante media hora, pueden formar un grupo de personas eminentes pero no una élite. Posiblemente lo serán si charlan con más frecuencia, durante períodos más largos, a veces sin marcar previamente su encuentro, y discuten sobre asuntos variados, intercambiando ideas y valores, creando así una atmósfera específica donde puede nacer una cultura selecta. Esta permuta recíproca de ideas y valores será aún más completa y eficaz si las esposas de esos hombres forman también un círculo social informal en cuyo seno se realice un proceso similar. La espontaneidad otorgará autenticidad a ese tipo de relaciones nacidas naturalmente. Bajo esta perspectiva se puede entender mejor la creatividad innata de una élite. Ésta merece ser llamada élite solamente cuando genera un modo de pensar y una cultura común a sus miembros. Éste es, por tanto, el concepto primordial de élite: un grupo de personas que constituyen lo más escogido de una población en sus respectivos campos de actividad --que, a su vez, son los más importantes- y que a través de sus relaciones sociales informales dan origen a una cultura selecta. En un sentido más restringido, hay también élites constituidas por conjuntos de personas de importancia tan excepcional que trascienden incluso al grupo de los más escogidos de una ciudad o un país. Siendo pocos en número, ellos no representan propiamente la élite cultural de la ciudad o del país, sino que la trascienden.
Élites nacionales. La élite de un país se compone de las personas más escogidas de la nación, las que representan sus más altos sectores de actividad y mantienen entre sí las relaciones correspondientes. Esta interrelación se manifiesta, por ejemplo, cuando un Presidente invita a las figuras más destacadas en los campos de la política, economía y cultura a un baile o a un banquete en la Casa Blanca. Aunque la mayoría de ellos no alcance renombre internacional, forman una especie de élite de las élites. Por debajo de esta élite nacional existen sucesivas élites menores en cuyo seno se reproduce el mismo sistema de relaciones recíprocas hasta llegar a las élites locales. Considérese, por ejemplo, una ciudad en la que existan, al mismo tiempo, una academia militar, un instituto teológico y una escuela de Bellas Artes. Las personas más eminentes de la ciudad recibirán en sus casas a la plana mayor de esas instituciones y se creará una convivencia semejante a la del ejemplo de la Casa Blanca, aunque a un nivel no tan elevado. Se forma así una jerarquía que a partir de las élites locales se eleva, a través de círculos cada vez más selectos, hasta las élites más quintaesenciadas. Esta escala graduada y continua constituye la estructura de una sana sociedad de élites, en cuyos círculos más
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altos se desarrollan estilos de vida y tipos humanos que influyen de forma armónica sobre los niveles más bajos. Una jerarquía así implica dos movimientos continuos: uno en sentido vertical y otro en sentido horizontal. El primero permite que asciendan de nivel las personas de verdadero mérito, mientras que mediante el segundo las personas de un mismo nivel se completan recíprocamente desde el punto de vista moral, cultural, etc.. Este doble proceso se manifiesta con notable riqueza en los países animados por una auténtica inspiración cristiana, donde la virtud de la caridad, con su cuño nítidamente sobrenatural, tiene una eficacia sin igual para unir fraternalmente a los hombres. E históricamente, éste es el tipo de sociedad de élites que se formó en Occidente según los moldes de la Civilización Cristiana.
Élites tradicionales, aristocráticas y auténticas. El término élite suele ser complementado con diversos adjetivos: élite profesional, cultural, moral, étnica, etc. Será útil, por tánto, describir el sentido de tres calificativos que acompañan con frecuencia esta palabra: tradicional, aristocrática y auténtica. Una élite profesional puede ser tradicional sin ser aristocrática. Así ocurre, por ejemplo, con la formada por los mejores pescadores del litoral de Nueva Inglaterra, quienes practican su profesión desde hace muchas generaciones. Una élite aristocrática está compuesta, en primer lugar, por personas que ejercen una actividad personal compatible con la condición aristocrática. Debe, además, estar fundada en la continuidad de algunas generaciones, es decir, haber existido durante el tiempo necesario para alcanzar un carácter tradicional. La autenticidad de una élite, sea tradicional o aristocrática, viene de la excelencia con que desarrolla sus actividades y estilo de vida, así como de la fidelidad con que sus miembros son lo que dicen ser. Por ejemplo, una élite de bisuteros, por más calificada y antigua que sea, nunca podrá ser considerada auténtica si sus miembros se juzgan joyeros.
¿Cuál es la diferencia entre las élites y la clase alta? Las élites son, por así decir, la cuna de la clase alta. Como se ha visto, la élite de una ciudad está formada por quienes ejercen las profesiones de mayor prestigio y se destacan en sus respectivos campos. Para que estas personas constituyan necesariamente una clase social será preciso que ellas y sus descendientes adquieran estabilidad en sus posiciones de relieve. Esta preeminencia habitual los modelará y convertirá en una sola clase. En resumen, la clase alta es un conjunto de familias de élite que han alcanzado de forma estable un determinado grado de perfección que las modela.
El refinamiento de las élites. Las anteriores consideraciones presuponen la existencia de un proceso de refinamiento y de elevación cultural de quienes aspiran a ser miembros de la élite y de sus familias. Sin este refinamiento, podrán ser ricos, e incluso muy ricos, pero nunca formarán parte de una élite tradicional auténtica. ¿Cómo se da este proceso?
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Un hombre que se enriquece y aspira legítimamente a tener prestigio debe adquirir cualidades que lo diferencien del vulgo: más cultura, mejo_r educación, etc. Tiene que adoptar el estilo de vida correspondiente a la idea que se hace el público de lo que debe ser un hombre de prestigio y, atendiendo a esa aspiración, comienza a refinarse de acuerdo con ese modelo. En una sociedad bien constituida, el proceso de refinamiento debe darse en todas las clases sociales y no sólo en la más alta, puesto el deseo innato que todo hombre tiene de la perfección. Cuando comenzó a verificarse este proceso de refinamiento en los Estados Unidos, la vida cultural norteamericana no ofrecía arquetipos adecuados. Como señala Richard Bushman, la República truncó la cultura norteamericana privándola de sus más altos modelos humanos, es decir, de los aristócratas: "En el siglo XIX, (. ..)el republicanismo había decapitado a la sociedad norteamericana al prohibir que la aristocracia existiera en los Estados Unidos. Los linajes aristocráticos, tradicionales portadores de la más alta cultura, no podían ser tolerados". 1 Los aspirantes a la clase alta debían imitar los modelos europeos, principalmente el inglés, arquetipo natural para los norteamericanos. En consecuencia, consideraron que vivir como un gentleman confería prestigio social; y dado que la generalidad de los ingleses reconocía la superioridad de la moda femenina francesa, sus esposas las adoptaron también con naturalidad.
2. Élites inauténticas Aún cuando un determinado grupo controle un importante patrimonio o disfrute de un gran poder, si no desarrolla el padrón de excelencia propio de las élites auténticas, no podrá aplicársele este calificativo: le faltan los horizontes, el estilo, las maneras, y la delicadeza de sentimientos que distinguen a las élites auténticas. En otros casos, puede ocurrir que un grupo pertenezca a una élite auténtica pero que sus miembros adopten -junto con las maneras refinadas, esmerada educación y hábitos aristocráticos- una ideología revolucionaria o, al menos, una mentalidad democrático-igualitaria que favorezca al Estado omnipotente en detrimento de los cuerpos sociales intermedios. Más aún, es innegable que numerosos miembros de las élites tienen una mentalidad ostensiblemente revolucionaria y son paladines de las transformaciones de carácter izquierdista y socialista en varios campos. Entonces cabría preguntarse si una defensa genérica de las élites no favorece, aunque sea implícitamente, la acción destructora de esas élites izquierdistas. Los sapos.
Para responder esta pregunta es necesario distinguir una falsa élite de una auténtica. La diferencia está en que las élites falsas o artificiales no tienen afinidad natural con las mejores tradiciones y las más profundas aspiraciones del pueblo; y a veces se oponen a ellas. 1) Richard L. BUSHMAN, The Refinement of America, Alfred A. Knopf, New York, 1992, pp. 413-414.
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Como puede verse en los estudios sociológicos citados, las élites tradicionales influyen en la sociedad norteamericana, especialmente en los niveles más populares. Sin embargo, los cargos más importantes de la administración pública, del mundo financiero, de las grandes empresas, de los mass-media, de las fundaciones y órganos culturales son ocupados con frecuencia por personas que no pertenecen a las élites auténticas, sino que constituyen una especie de contraélite cuyos principios, ideas y estilo de vida colisionan con el modo de actuar y pensar de la mayoría de la población. Estas élites inauténticas, en lugar de representar al país, casi constituyen un cuerpo extraño injertado en él. Pero aparecen ante el público de forma más ruidosa que las élites tradicionales, pues los mass-media les conceden una atención abundante y simpática. Por este motivo, un incontable número de norteamericanos confunde las pseudo-élites con las auténticas; y de este error nace una injustificada antipatía para con las élites en general. Para identificar simbólicamente el perfil moral y psicológico del tipo humano de dichas élites inauténticas el Prof. Plinio Correa de Oliveira acuñó la palabra sapo.' Concisamente, el sapo es un hijo de la Revolución Industrial enriquecido e izquierdista. En efecto, la economía industrial fraguó fortunas desproporcionadamente mayores que los patrimonios agrícolas hasta entonces existentes. Dichas fortunas de origen industrial, financiero o incluso artístico o atlético, como ocurre con ciertas figuras del cine, de la televisión y del deporte, introducen un tal desequilibrio entre los sapos y los demás niveles económicos de la población que aquellos parecen vivir en una especie de estratosfera, aislados del resto del cuerpo social, llevando una vida económica y socialmente desproporcionada con sus orígenes y nivel .cultural. Carácter dañino de los sapos.
Los sapos son como un cáncer del cuerpo social. En vez de coronar una armónica jerarquía de élites construyen su propia estructura de poder, influencia y prestigio, sin contacto con lo mejor del país. El dinamismo de esta estructura antinatural perjudica gravemente la salud y el equilibrio de la vida política, económica, social y cultural de la nación. Así como el último peldaño de una escalera debe guardar proporción con los inferiores, así también una verdadera élite ha de estar proporcionada a los demás órganos del cuerpo social. Una escalera con un último peldaño anormalmente alto puede resultar inutilizable. En las sociedades modernas, este último escalón desproporcionadamente alto está compuesto muchas veces por enormes fortunas, acompañadas por un poder y una influencia publicitaria también anómalamente grandes. Dichas fortunas, sean individuales o anónimas, incluyen propiedades e intereses en muchas regiones del país y en diversas partes del mundo. Transgriden así los límites naturales y sanos de la propiedad privada y constituyen prácticamente Estados dentro del propio Estado. Con el tiempo, esta situación antinatural produce en los miembros de esas contraélites una mentalidad que tiende al escepticismo doctrinal, desprecia las ideas, maneras y tradiciones de la Civilización Cristiana, y prefiere el poder y el status conferido por las super fortunas, como medio para ejercer una acción casi tiránica sobre la nación. 1) Cfr. Folha de Sáo Paulo, 25/6/69.
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Los sapos y el comunismo. Al observar el comportamiento de estos sapos se constata un hecho sorprendente: en lugar de encontrarlos en la vanguardia del combate al comunismo internacional, como parece exigirlo su situación privilegiada, muchas veces promueven la capitulación, siempre listos a negociar con los comunistas y sus aliados, y aumentarles los créditos. Esta contraélite está frecuentemente dispuesta a evitar el colapso de regímenes que se presentan como archienemigos del capitalismo. Es el caso de los inversores norteamericanos que regaron con dólares a la URSS incluso en períodos de gran tensión con Estados Unidos, suministrando a los soviéticos los recursos indispensables para sobrevivir y amenazar a los EE UU. Rebasa los objetivos de este estudio ensayar una amplia explicación de este fenómeno. Es reveladora, sin embargo, la semejanza existente entre el papel de los sapos en los países capitalistas y el de la nomenklatura en los regímenes comunistas. Realmente, el desbordante poder de la casta privilegiada del Estado comunista que se inmiscuye en todos los campos de la vida humana tiene mucho en común con el avasallante poder económico de las contraélites capitalistas. En suma, la nomenklatura y los sapos son las dos caras de una misma moneda. No ha de sorprender, por tanto, que esas contraélites tan semejantes, aunque aparentemente contrapuestas, atraviesen con facilidad las barreras ideológicas.
La jet set. Esta expresión designa a las personas realmente ricas que viven gastando dinero y divirtiéndose, viajando de uno a otro lugar de moda. En este grupo social se encuentran las figuras más dispares: una princesa de sangre real, un apostador profesional, un jockey famoso, una escandalosa estrella de cine... Para pertenecer a la jet set es necesario ser rico, extravagante y apasionado por aparecer ante el público. En suma, dinero + deseo de gastarlo + pasión por la publicidad= jet set. Los reflectores de la propaganda que no alumbran con benignidad a las élites tradicionales están enfocados favorablemente sobre la jet set. Así, por ejemplo, si un miembro de ella asiste a un matrimonio entre personas de una élite auténtica, los mass-media dan todo relieve al jet setter mientras que ignoran a los invitados más tradicionales. La jet set es la caricatura de una élite auténtica. Su forma de decorar, sus ambientes y sus modas -mucho más marcados por el deseo de llamar la atención que por el buen gusto- lo ponen en evidencia. El tono vistoso y demagógico de los ambientes de la jet set nada tiene de aristocrático.
3. Las diferentes vías para las élites auténticas e inauténticas Cuando alguien hereda una fortuna o la adquiere por sus propios méritos se encuentra ante una encrucijada: la vía ardua, para sí o al menos para sus descendientes, que abre las puertas de las élites tradicionales, o el camino fácil que le convertirá en sapo.
El camino de la asimilación a las élites tradicionales. Escojen la primera senda quienes no se preocupan excesivamente en aumentar su fortuna, sino que se esmeran en asimilar la tradición y la cultura europeas, y en alcanzar un status social digno. La administración prudente y juiciosa de sus bienes les permitirá
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vivir según un estilo refinado semejante al de los aristócratas. Se sienten satisfechos desde que su patrimonio les baste para mantener el status adquirido y les permita mantener los valores culturales que corresponden a su posición. El prestigio les viene más de su status social que del valor de su cuenta corriente. En consecuencia, gozan de amplia independencia con relación a las máximas de las sociedades revolucionarias, a las imposiciones de las altas finanzas, a los imperativos de las modas extravagantes y de los eslóganes de la propaganda y de los mass-media. Pueden, pues, perfeccionarse a sí mismos hasta ser asimilados en una élite tradicional, a nivel regional o nacional. El camino de los sapos. Los otros optan por el camino fácil del menosprecio de la tradición, del pragmatismo revolucionario, y se esfuerzan, sobre todo, en adquirir un poder económico cada vez más desproporcionado y monopolizador. Tienen la idea fija de conseguir dinero a toda costa, lanzándose vertiginosamente en el mundo de las finanzas internacionales, y rompiendo sin miramientos los lazos que les unen a las tradiciones de su nación. Enteramente absorbidos por los negocios, les falta ese espíritu de ecuanimidad propio de los verdaderos aristócratas. Los descendientes de los sapos pueden, sin embargo, adquirir un espíritu aristocrático con sólo abandonar su superficial apetito de riquezas y placeres, y poner empeño en adquirir auténticos bienes culturales y espirituales.
4. El sentimentalismo: una explicación para la mentalidad igualitaria Un concepto erróneo de compasión. No pocos norteamericanos sienten aversión hacia las desigualdades sociales y económicas debido no tanto a convicciones filosóficas como a una disposición temperamental gravemente errónea. Esta mentalidad supone que las desigualdades, especialmente las sociales o económicas, siempre hacen sufrir a los inferiores, incluso los que llevan una vida cómoda, pues sufren con el hecho de que haya personas más ricas que ellos. Esta mentalidad deriva, pues, de una interpretación errónea de la compasión cristiana alimentada por una mal disimulada filosofía de la envidia. La compasión cristiana no obliga a sentir lástima de quien tiene lo necesario para vivir de acuerdo con su condición; simplemente recuerda la necesidad de ayudar a quienes carecen de medios para llevar una vida digna, de acuerdo con las necesidades de la naturaleza humana y de su status social. Así pues, no hay ninguna razón para avergonzarse por ser más rico o gozar de mejor posición social que otros. Así como, por tener menos el hombre recto no se atormenta, sino que se alegra viendo que otros tienen más que él. Esa falsa interpretación de la compasión afecta a algunos miembros de las élites tradicionales de una forma curiosa: juzgan su deber el camuflar su posición, educación y brillo, creyendo equivocadamente que así cumplen con su obligación cristiana y evitan a los demás la dolorosa humillación de ver a alguien en una posición más elevada.
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La verdad reside exactamente en lo contrario. Las clases altas tienen la obligación de brillar ante las clases más bajas, y éstas tienen el derecho de contemplar el esplendor de las primeras y de inspirarse en él. En efecto, la aristocracia debe estimular al pueblo a mejorar su situación, y la contemplación de las clases altas debe inspirar en los miembros de las clases inferiores dotados de talentos especiales el deseo de elevar legítimamente su condición. No debe confundirse este deseo con la vil "codicia de los bienes ajenos" prohibida por el décimo Mandamiento. Hay que distinguir entre la envidia de quien se consume en la pasión de privar al prójimo de lo que le pertenece por justicia, y el noble deseo de alcanzar o sobrepasar, con diligencia y esfuerzo, la situación que se admira. Sin embargo, en ciertas situaciones, es comprensible que la aristocracia se aparte de la vista del público. Por ejemplo, si los miembros de la clase alta perciben que el brillo de su vida va a ser mal interpretado y manipulado maliciosamente contra ellas, es razonable que opten por realizar su actividad social de modo discreto. Una filantropía liberal, reformista e igualitaria. Movidas por este falso espíritu compasivo, muchas personas ricas creen que no gozarán de una felicidad completa mientras los demás sufran por tener menos que ellas. Tal actitud les conduce a un sentimentalismo filantrópico. Sienten un cierto bienestar personal al ayudar materialmente, no sólo a quienes realmente lo necesitan, sino también a todos los menos afortunados que ellos. Para afianzar su propia felicidad se convierten en filántropos. Por otra parte, este sentimentalismo filantrópico les hace desear la eliminación de las raíces de esa supuesta " infelicidad", es decir, las desigualdades sociales y económicas. De esta forma nace en ellas la tendencia para transformar la sociedad en un sentido igualitario. Esta inclinación revolucionaria se manifiesta, por ejemplo, en la política exterior norteamericana, orientada muchas veces por el mito americanista a imponer democracias igualitarias en todo el mundo, como solución mágica para los países más pobres. Es por esta razón que en los Estados Unidos las reformas izquierdistas e igualitarias de cuño socialista han partido muchas veces de los elementos revolucionarios de las clases altas, y no de las clases trabajadoras.
5. El concepto de perfección aplicado a las familias y a las clases sociales El concepto de perfección es fácilmente comprensible. En estado de perfección se encuentra el ser que posee todos los atributos necesarios para su propia plenitud. Si este ser es racional, la perfección implicará la capacidad de discernir sus propios fines y disponer de los medios para realizarlos. La perfección admite diversos grados. El más bajo de ellos consiste en tener esos atributos en la cantidad y cualidad suficiente que consienta una cierta liberalidad o abundancia. El grado más alto de perfección social consiste en haber adquirido dichos atributos en grado y profusión suficientes para destacarse con prestigio e incluso con gloria ante los demás.
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Esta escala tiene un límite infranqueable. Nadie puede ir más allá de lo que sus capacidades y elasticidad natural le permiten. Una persona de escasas dotes podrá alzarse con prodigioso esfuerzo a la calidad de un músico medio capaz de entretener a una pequeña audiencia; pero nunca al nivel de un compositor dotado con el prodigioso talento de un Mozart. El ascenso a través de los diversos grados de perfección es habitualmente penoso, y si bien todos los hombres rectos tienden a hacerlo, no es menos verdadero que suelen ser pocos los que consiguen alcanzar la cumbre. Una familia puede caracterizarse por la participación natural de sus miembros en un mismo género de perfección aunque en grados diversos. Si, con noble tenacidad y fraternal espíritu de ayuda mútua dichos miembros se esfuerzan en alcanzarla, no será extraño que al menos algunos de ellos la disfruten en grado eminente. Todas las clases sociales han de tender a la perfección.
El tender continuamente a lo más perfecto es propio de lo que está vivo y saludable. Esta tendencia natural debe manifestarse, por tanto, en todas las clases sociales. En esta perspectiva, una clase social es un conjunto de familias que ha alcanzado un determinado grado de perfección. Es natural que los padres de familia, sean obreros, burgueses o nobles, quieran legar el mismo nivel de vida a sus descendientes. Esta continuidad es justa pero insuficiente. En la medida de lo posible, los padres deben querer transmitir a sus hijos una situación mejorada. Esto no quiere decir, sin embargo, que el hijo de un obrero haya de ser necesariamente profesional. Las condiciones de vida y el nivel cultural de un operario pueden elevarse considerablemente sin que deje de ser obrero. También en el campo de la virtud los progresos son posibles. Pueden perfeccionarse, por ejemplo, el amor conyugal, maternal, paternal, y muchas otras virtudes. Este progreso moral es acompañado, tarde o temprano, por avances en los campos artístico y cultural, lo que no implica un cambio de posición social sino el perfeccionamiento de una clase en su conjunto. Efecto de este proceso de perfeccionamiento de las clases bajas en la Civilización Cristiana fue el nacimiento de un arte popular que produjo verdaderas obras maestras por las manos de artesanos o campesinos. No se trata de un arte aprendido en las academias de Bellas Artes sino concebido y ejecutado como expresión de insignes cualidades de alma. Esto no quiere decir que sea ilícito pasar de una clase a otra más alta. Dicho ascenso es bueno y saludable cuando aparece alguien con especiales talentos que lo justifiquen o lo impongan. Pero estas excepciones no pueden convertirse en regla general, aún cuando hayan de ser ávidamente corroboradas. Los miembros de la clase alta no deben rechazar como elementos subversivos y perturbadores del equilibrio social a quienes hayan probado ser una excepción a la regla. Si aparece alguien con gran talento, las puertas de la clase alta se le deben abrir. Pues quien asciende por méritos propios no está liderando una revolución sino participando de un genuino progreso. En realidad, si el recién llegado sabe aprimorar su educación y maneras hasta colocarse al nivel de su nueva clase, sus hijos nacerán ya en ella.
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Esto hace parte del proceso rumbo a la perfección que debe darse en todas las clases, pero especialmente en las familias de clase alta, pues deben servir de ejemplo para el resto de la sociedad. La marcha a través de los diversos grados de perfección constituye el progreso armónico y auténtico de la sociedad; en ella reside la idea de Civilización Cristiana: el conjunto de la sociedad caminando hacia un ideal común realizado por cada clase de un determinado modo. La aristocracia sintetiza las perfecciones de la colectividad. La aristocracia puede ser considerada también como expresión de la perfección colectiva de una ciudad o región. En efecto, toda ciudad o región posee una personalidad colectiva, un "alma común", que tiene más valor que la suma de las personalidades individuales. Esa "alma común" es una síntesis de las perfecciones hacia las cuales tienden sus individuos, familias y clases; es el producto colectivo de su marcha ascendente. El aristócrata expresa mejor esta "alma común". Elevándose a un nivel más alto que la comunidad, pasa a personificarla. Por esa razón, tiene la misión de representar su espíritu, conservarlo, elevarlo y hacerlo progresar. En consecuencia, la vocación del aristócrata está orientada hacia el bien común. Aristocracia y grandeza. El aristócrata solamente cumplirá su vocación si tiene una clara idea de la grandeza de su nación y desea representarla en su persona. En principio, en cada élite existe un "sueño" que contiene en estado germinal una idea de la grandeza que la nación está llamada a alcanzar. Es deber de esas élites realizarlo aunque la presión del mito igualitario haga difícil la tarea. De esta forma, la señalada división entre los norteamericanos que se dejan fascinar por la grandeza cuantitativa -la producción económica- y los que se mueven por la grandeza cualitativa -el honor y la gloria de la nación- se hace evidente.
6. La aristocracia y el tipo humano de Nuestro Señor Jesucristo Nuestro Señor Jesucristo: la perfección del tipo humano. Buscando la perfección, las diversas clases desarrollan sus propios patrones y se aproximan a un modelo humano ideal. Ese tipo humano por excelencia, modelo para todas las clases, ese polo de perfección, no es un ente teórico sino una realidad histórica plenamente realizada en la persona de Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. La marcha ascendente rumbo a la perfección es, pues, una marcha hacia el Verbo, en cuya Humanidad Santísima se realiza el tipo humano perfecto. En Nuestro Señor Jesucristo la perfección de la naturaleza humana se eleva a un grado superior por la unión hipostática con la naturaleza divina. En Él, todas las virtudes humanas se hallan presentes en armonía perfecta y en grado supremo, revelando -como la pantalla revela la presencia de la luz - la perfección divina del Hombre-Dios. Una
La Ig[esia nos enseña a amar tanto [a no6[eza como [a pobreza os rayos del sol de la divina predilección brillaron con esplendor sobre el Siervo de Dios Pierre Toussaint (1766-1853). Nacido esclavo en Haití, se trasladó en 1789 a Nueva York acompañando a su señor, Jean Bérard du Pithon, un noble y próspero agricultor francés que se vio obligado a abandonar la isla tras la Revolución Francesa. Dos años más tarde, su señor murió sin haber sido capaz de recuperar la fortuna familiar, dejando a su esposa en la miseria. Angustiado por la situación en que ésta había quedado, Toussaint -mostrando hacia sus señores una dedicación y magnanimidad de caballero- no permitió que su pobreza fuese conocida. Con su habilidad aplicada como cotizado p~luquero femenino de la mejor sociedad neoyorquina, conseguía lo necesario para la mesa de su señora, la servía, a ella y a sus invitadas, vestido como elegante mayordomo, y la entretenía después de las comidas con la música de su violín. En 1807, en premio de su generosidad, su señora le concedió la libertad, y en 1811 contrajo matrimonio. A causa de su virtud, discreción y admirable sabiduría, muchas personas de la clase alta acudían a pedirle consejo en sus dificultades, convirtiéndose en el bienhechor anónimo de muchos de los que habían caído de posición y pasaban por momentos difíciles. Al morir, en 1853, multitudes agradecidas, de blancos y negros, obreros y aristócratas, llenaron la antigua iglesia de San Pedro durante su funeral. Sus restos reposan actualmente en la cripta de la catedral de San Patricio, donde aguardan el glorioso día de la resurrección y, según esperamos, el momento en que se le honre con el glorioso título de Santo.
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a Providencia ejerció también su opción preferencial a favor de una auténtica dama norteamericana, vinculada por lazos de matrimonio a la nobleza escocesa y, por la sangre, a las genuinas élites análogas de su nación. Santa Isabel Ana Setton (1774-1821), nacida en una de las más distinguidas familias de Nueva York, la de los Bayley, fue la primera norteamericana elevada a la gloria de los altares. Contrajo matrimonio con William Setton -uno de los más ricos importadores de Nueva York- en cuya familia, de noble alcurnia escocesa, la Reina María Estuardo había elegido dama de compañía más de doscientos años antes. At morir su marido, en Livorno, Italia, Santa Isabel Setton fue consolada por la aristocrática familia Filicchi de dicha ciudad. El ejemplo de estos nobles auténticamente cristianos le abrió los ojos hacia las verdades de la fe católica. Al volver a Nueva York, anunció a su familia y amigos que estaba pensando convertirse al catolicismo. Sus parientes trataron de evitarlo por todos los medios. Hasta su definitiva conversión, fue objeto de sospechas, ridículos, y rechazo por parte de la mayoría· de su familia, que era episcopaliana. Algún tiempo después, partió con sus cinco hijos hacia Baltimore, en donde, tras abrir un colegio, iniciaría una intensa actividad apostólica que le llevó a fundar una congregación religiosa, que vio florecer rápidamente. Murió a los 47 años, siendo elevada a la gloria de los altares por Pablo VI, en 1975.
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sociedad empeñada en asimilar el tipo humano de Nuestro Señor Jesucristo, subirá continuamente rumbo a la perfección. En esto consiste el verdadero progreso.
La aristocracia cristiana. La aristocracia es la clase en la cual la destilación del tipo humano ideal es más completa. En otras palabras, a ella le corresponde sobremanera realizar el tipo humano más elevado, más perfecto, más noble. De esta forma, el tipo humano de Nuestro Señor Jesucristo se encuentra en el corazón del concepto occidental de aristocracia. En efecto, los patrones políticos, sociales y culturales de Occidente tomaron cuerpo en el seno de la Civilización Cristiana. 1 El tipo humano del caballero cristiano, modelo y prototipo de la aristocracia occidental, encontró su ideal primero y supremo en la imitación de las perfecciones de Nuestro Señor. Las virtudes que componen el perfil moral del aristócrata cristiano -honor, abnegación, valentía, magnanimidad, respeto, honestidad, etc.- están inspiradas en el ejemplo y en las enseñanzas del Verbo humanado, Quien las contiene en Sí en grado supremo y divino. En conclusión, la verdadera aristocracia es aquella que trata de realizar, con seriedad y entusiasmo, el modelo de perfección de Nuestro Señor Jesucristo. Ella se deteriora y
desfallece a medida que se aleja de ese divino ideal.
Aristocracia y santidad. De lo dicho no se puede deducir que la condición de aristócrata sea sinónimo de santidad. Por lo demás, hubo muchos santos no aristócratas y muchos aristócratas no santos. En efecto, una persona puede alcanzar la gloria de los altares sin realizar todas las perfecciones del orden temporal que la santidad puede producir. Es posible que haya santos cuyas virtudes no estén impregnadas con las cualidades que distinguen al aristócrata porque esto no forma parte de su vocación. Pero si la aristocracia no se confunde con la santidad, tampoco se disocia enteramente de ella. Algunos aristócratas se limitan a garantizar la solidez del orden temporal; pero otros van más lejos y cultivan los más altos padrones de belleza y perfección dentro de dicho orden, y esto podrá convertirlos en santos. Al seguir esta vocación que Dios les ha dado, tratarán de que sus cualidades, especialmente las de orden temporal, florezcan y se eleven a las más altas cumbres, y procurarán ver de esta forma la relación entre las cosas terrenas, los bienes del espíritu y el propio Dios. A quienes no son aristócratas, la santidad no les hace entrar necesariamente en la aristocracia, aunque favorece, sin duda, la realización en grado excelente de aquello que es inherente a la condición de cada uno. La santidad, por lo tanto, eleva al individuo dentro de su condición pero no lo hace pasar necesariamente a una categoría social más alta.
1) La posterior división de Europa, y más tarde de las Américas, e n un bloque católico y otro protestante está fuera del alcance de este estudio, que es de naturaleza sociológica e histórica, y no religiosa. Es innegable, sin embargo, que los fundamentos de la Civilización Cristiana occidental, y más en concreto, de los tipos sociales creados por ella, se derivan de la persona de Nuestro Señor Jesucristo, como su propio nombre indica.
CAPÍTUW III
La estructura jurídico-social en las colonias norteamericanas Bajo el gobierno de los lords
1. La estructura social inglesa en el periodo colonial Al comienzo del siglo XVI, Inglaterra sufrió profundos cambios religiosos, políticos, sociales y económicos. Después de la Guerra Civil llamada de las dos Rosas, muchas casas nobles se extinguieron y el sistema feudal se resquebrajó. Los soberanos anglicanos recompensaron a sus seguidores en el cisma contra Roma con títulos de nobleza, tierras y riquezas frecuentemente expoliadas a la Iglesia. Nació así una oligarquía titulada, sin vfuculo histórico con sus tierras ni con sus arrendatarios, que desplazó a la nobleza medieval sin conquistar el respeto de que ésta disfrutaba. Sin embargo, la Inglaterra de los siglos XVI y XVII continuó siendo predominantemente agrícola. La nueva clase alta, más relacionada con la tierra que con el comercio, llevaba una vida más rural que urbana. Ella controlaba la administración pública, el Parlamento y la política colonial. Esta numerosa categoría social se convirtió en la clase gobernante del país. Los aristócratas rurales, conocidos como squires, o gentlemen, tenían jurisdicción sobre extensiones de tierra llamadas manors, en las que había una o dos pequeñas ciudades o aldeas. Los manors eran el cimiento de la vida rural inglesa, pues en ellos se definían las relaciones entre las clases sociales. Una parte del manor, llamada demesne, era propiedad directa y exclusiva del señor. El resto pertenecía a los freeholders - propietarios que pagaban un canon al nobleque formaban la categoría de los yeomen, es decir, de los pequeños propietarios rurales o artesanos con posición más alta que los trabajadores manuales. Varios de ellos consiguieron elevarse, adquirir más tierras y a algunos les fue reconocido un blasón. Existían, además, los copyholders, con derechos y obligaciones estipulados por un contrato con el señor y no por la costumbre. En 1660, las diferentes tasas fueron sustituidas por el quitrent - tributo fijo que el súbdito pagaba a su señor para eximirse de los servicios debidos-, y por un juramento de sumisión al rey.
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Al contrario de lo que ocurría en otros países, en Inglaterra el comercio y la industria se consideraban profesiones honrosas, a las cuales podían dedicarse los nobles sin desdoro de su imagen ni de su posición. Fue así como en el siglo XVII, muchos hombres enriquecidos en el comercio y en la industria se incorporaron a la aristocracia: compraban tierras y se trasladaban al campo, pasando a vivir como gentlemen y ocupando los vacíos dejados por la antigua nobleza feudal. Del cuerpo social fueron surgiendo nuevas familias de élite que tendían a ennoblecerse: "En la Inglaterra de finales del siglo XVII, la ambición de todo comerciante próspero era convertirse en un gentleman. Retirarse a un lugar lejano de los mostradores y de las oficinas, pasar a habitar en una amplia mansión situada en medio de vastas tierras; éste era el sueño de la clase media en ascenso." 1 Este movimiento caracterizó la vida social inglesa durante la colonización de Estados Unidos. Pero fue decayendo hacia finales del siglo XIX. En ese entonces, "el propio lord -escribe el historiador Charles Andrews- estaba perdiendo sus atavíos señoriales para convertirse en un mero productor rural( .. .) se le llamaba aún 'lord of manor', dueño de los freehold y copyhold, y receptor de las rentas de sus arrendatarios." También observa Andrews que "la antigua manor, unidad colectiva enlazada por la costumbre y por antiguos hábitos, se estaba desintegrando; el viejo señorío se estaba convirtiendo en una empresa capitalista ( .. .) y los patrones sociales pasaron a estar más influenciados por el dinero que por la antigüedad. " 2
2. Nace una aristocracia colonial en el Nuevo Mundo La mayoría de los que arribaron a las playas norteamericanas tenía un origen burgués o popular: comerciantes, tejedores, artesanos, funcionarios públicos y obreros. Pocos nobles titulados emigraron al Nuevo Mundo, pero el número de segundones, de gentlemen y de squires no fue pequeño, especialmente en Virginia, Maryland y las Carolinas. Como señala el historiador Louis Wright "un considerable número de los colonizadores del siglo XVII provenía de familias del estamento hidalgo inglés, ( ... ) como para servir de fermento a una aristocracia en desarrollo ." 3 Al convertirse en ricos propietarios rurales, esos inmigrantes tomaron al gentleman inglés como modelo. T. Harry Williams, Richard Current y Frank Freidel muestran que "los primeros colonizadores asumieron el ideal inglés del gentleman", es decir, "una persona con privilegios especiales, pero también con obligaciones especiales, incluidas la de servir a la comunidad y ayudar a los menos afortunados (. .. )Ni en Inglaterra ni en las colonias creían los ingleses en la igualdad social." 4 Como afirma el conocido historiador Thomas Jefferson Wertenbaker: "de esa masa, humilde en su mayoría,fue surgiendo gradualmente una aristocracia." 5 Las familias 1) Daniel BOORSTIN, The Americans: The Colonial Experience, Random House, New York, 1958, p. 99. Copyright@ Daniel J. Boorstin. Reproducido con autorización de Random House, Inc. 2) Charles M. ANDREWS, The Colonial Period of American History: The Settlements, Yale University Press, New Haven, vol. 2, 1934, pp. 218 y 216. 3) Louis B. WRIGHT, The First Gent/emen ofVirginia, The University of Virginia Press, Charlottesville, 1964, p. 40. Reproducido con autorización del editor. 4) T. Harry WILLIAMS, Richard N. CURRENT y Frank FREIDEL; A History of the United States (to 1876), Alfred A. Knopf, New York, 1962, pp. 22, 73. 5) Thomas Jefferson WERTENBAKER, The Oíd South: The Founding ofAmerican Civiliza/ion., Cooper Square Publishers lnc., New York, 1963, p. 21.
ESTRUCTURA JURIDICO SOCIAL...
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en ascensión se vincularon por matrimonios y ocuparon naturalmente los puestos de gobierno locales. "En todas las colonias los Consejos estaban casi completamente constituidos por miembros de esas pequeñas aristocracias", señala el historiador James T.Adams. 1 "Es lugar común entre los historiadores de la América colonial --constata el historiador social Edward Pessen- que a pesar de las disparidades de vida e instituciones populares existentes entre las tres grandes regiones geográficas (Nueva Inglaterra, las colonias centrales y el Sur), la sociedad estaba influenciada vitalmente en cada una de esas áreas por las clases sociales y por las diferencias entre ellas. Un estrato superior surgía siempre ( .. .) Las distinciones de clase se manifestaban explícitamente en materias tan dispares como el modo apropiado de vestir, las fórmulas de tratamiento, o el lugar que se ocupaba en la iglesia." 2
Por su parte, Louis Wright afirma que un número reducido de "las familias que residían hacía varias generaciones en Virginia, Maryland, Nueva Inglaterra, Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania y las Carolinas( ... ) adquirieron grandes fortunas y se establecieron como una altiva y refinada aristocracia" .3 Arthur Schlesinger, Jr. muestra que en la época de la Independencia la aristocracia colonial ya "había echado raíces profundas en todas partes" y que "sus miembros no habían utilizado esta posición exclusivamente para engrandecerse y aparecer ante los ojos del mundo, sino que, como clase, se consideraban los custodios del bien común ( .. .) En todas las colonias, los hombres de calidad ocupaban los puestos de responsabilidad en cada uno de los campos de la actividad oficial: en el ejecutivo, en el legislativo, a nivel local y regional, en las fuerzas armadas, en el poder judicial ( .. .) Asumieron también, en no menor medida, el liderazgo cultural." 4
3. La estructura jurídica de las colonias norteamericanas favoreció el desarrollo de las élites Marshall Harris, especialista en la historia de la posesión de la tierra en los Estados Unidos, destacó que "ninguna de las trece colonias iniciales fue poblada por la Corona. En consecuencia, todos sus Gobiernos eran al principio corporativos u otorgados en propiedad. Las tres colonias de los puritanos eran de naturaleza corporativa, mientras que los primeros Gobiernos de las otras diez colonias pertenecían estrictamente a particulares, con excepción, tal vez, de los de Nueva York y Virginia." 5 Harris también subrayó que "la estructura social de la Edad Media, real o imaginada, proporcionó el punto de partida común." 6 Este punto sirve de referencia para comprender el sistema socioeconórrúco de la norteamérica colonial. Pues, como afirma el historiador Everett Dick, "si bien que el sistema feudal se encontraba en su ocaso en 1) James T. ADAMS, Provincial Society, Macmillan Co., New York, 1927, p. 66. 2) PESSEN, Status and Social Class in America, pp. 273-275. 3) Louis B. WRIGHT, The American Heritage History of the Thirteen Colonies, American Heritage Publishing Co., New York, 1967, pp. 299,311. 4) Arthur M. SCHLESINGER, The Birth ofthe Nation, Alfred A. Knopf, New York, 1968, p.145. 5) Marshall HARR1S, Origin of the Land Tenure System in the United States, Iowa State College, Ames (Iowa), 1953; reimpresión por Greenwood Press, Westport (Conn.), 1970, pp.76-77. 6) Robert NISBET, The Quest for Community, Oxford University Press, New York, 1953, p.79.
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el Viejo Mundo, sirvió como base para los primeros sistemas de propiedad rural en América. El rey hacía concesiones de tierras y, (. ..) el concepto feudal prevalecía." 1 En el mismo sentido, el historiador Louis Hartz añade que "es bien sabido que algunos aspectos del feudalismo decadente de la última época, como el derecho de primogenitura, de mayorazgo y los quitrents estuvieron presentes en América hasta el siglo XVIII." 2 En las colonias fueron establecidos tres tipos básicos de gobierno: el real, el corporativo y el de un donatario. Colonias reales. En éstas el rey a través de un gobernador se reservaba plenos poderes de conceder tierras a particulares, crear proprietorships, regular toda la administración de la vida colonial y percibir los impuestos. Podía nombrar también un consejo u órgano consultivo del gobernador. La institución del gobernador y su consejo se prolongó hasta los Estados Unidos de hoy, por ejemplo, en el Estado de New Hampshire. Colonias corporativas. Al principio, en las colonias corporativas de Nueva Inglaterra Massachusetts, Rhode Island y Connecticut el sistema de propiedad era muy diferente. Esto se debía en parte a las convicciones religiosas de sus primeros colonizadores. Estos constituyeron asociaciones políticas y comerciales, dotadas por la Corona de una carta patente que les concedía extensos poderes de gobierno, de elección del propio gobernador y amplios derechos sobre el suelo.
Debían ser administradas de acuerdo con la patente real. Los hombres libres recibían una parcela de tierra y estaban exentos de obligaciones feudales. También elegían periódicamente representantes para una asamblea que tenía derechos genéricos sobre las tierras y controlaba su distribución. Colonias concedidas en propiedad a particulares. En este caso, el rey otorgaba el derecho de organizar la colonización y conceder tierras a donatarios llamados lords proprietors.
Los lords proprietors eran señores supremos de sus respectivos territorios con un poder de gobierno restringido sólo por sus obligaciones con el Rey y por la observancia de las leyes inglesas, tal como los nobles encargados de proteger las fronteras de la Inglaterra feudal. Entre los primeros lords proprietors se encontraban nobles británicos que se habían destacado luchando por la restauración de la dinastía de los Estuardo. Ejemplos notables fueron: Lord Baltimore, que recibió donada la colonia de Maryland en 1632; William Penn, a quien fueron concedidas las de Pennsylvania y Delaware, en 1681 y 1682; la familia Fairfax en la colonia de Virginia; y el grupo de ocho propietarios que obtuvo las Carolinas en 1633. Esta forma de gobierno y de propiedad rural rigió en casi todo el territorio durante la fase inicial de colonización. Más adelante, la Corona transformó siete proprietorships en colonias reales pero sin modificar el sistema de posesión de tierras. Los lords proprietors eran nobles o aristócratas. Raramente vivían en las colonias, que administraban por medio de agentes. Tenían la obligación de poblarlas y desarro1) Everett DICK, The Lure of the Land, University ofNebraska Press, Lincoln (Neb.), 1970, pp.2-3. 2) Louis HARTZ, The Liberal Tradition in America, Hares/Harcourt Brace Jovanovich, San Diego, 1955, p.3.
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llarlas y recibían a cambio sus rentas e impuestos. Podían vender lotes de tierra. Otras veces arrendaban parcelas o las concedían como recompensa de actos meritorios. Los propietarios rurales dependientes del lord proprietor podían, a su vez, vender o ceder lotes a terceros que quedaban bajo su dependencia. Los siervos debían al lord proprietor un tributo anual: el quitrent. Al comentar los amplios poderes de gobierno otorgados a los lords proprietors, señala Charles Andrews: "Las patentes (. .. ) ·concedían al donatario prerrogativas más absolutas aún que las del donador, es decir, el propio rey de Inglaterra. (. . .) Los lords proprietors coloniales(. .. ) exigieron desde un principio el pleno reconocimiento de sus derechos como dueños del suelo y, en mayor o menor medida, impusieron que les fuera prestado homenaje de obediencia y fidelidad en cada una de las colonias."' James T. Adams pone de relieve que "el sistema de propiedad rural colonial tenía, por tanto, un carácter predominantemente feudal." 2 · Con excepción de las tres colonias de Nueva Inglaterra, el pleno derecho de propiedad pertenecía al rey o al lord proprietor. 3 Y Marshall Harris explica que el lord proprietor "tenía sobre su territorio una autoridad casi igual a la de la Corona sobre las colonias reales. Pero los proprietors Baltimore y Penn tenían más derechos para fundar establecimientos en sus colonias que el Rey sobre el territorio de Inglaterra. (. . .) [el lord proprietor] mantenía, con pocas excepciones, prerrogativas exclusivas de orden ejecutivo, designaba los oficiales de justicia, y convocaba o disolvía las asambleas cuando lo deseaba." 4
4. El feudalismo en los Estados Unidos Los manors. En Norteamérica, el término manar tuvo un significado más flexible que en Inglaterra.
En colonias como Virginia o las Carolinas, la palabra significaba una propiedad rural de grandes dimensiones, con su solar ancestral, sus tierras regidas por una relación orgánica entre el propietario y sus subordinados, sin ninguna vinculación jurídica. Pero, como sistema jurídico de posesión de la tierra, sólo existió de forma duradera en Maryland y en ciertas áreas de Nueva York. La propiedad de los manors era concedida por el rey, por el lord proprietor o por el Gobernador. La concesión investía al nuevo propietario con las atribuciones propias de un señor feudal. Pues tenía derecho a gobernar sus tierras, administrar justicia, cobrar impuestos, mantener un ejército propio y dirigir un cuerpo administrativo semejante a una pequeña corte. Se comprometía, en cambio, a cultivar y poblar la región, mantener el orden y conservar los caminos y puentes. Recibía el título de Lord of manar. Al igual que el lord proprietor, el lord ofmanar podía conceder lotes de tierras a terceros: a) Mediante la cesión de la posesión, en cuyo caso el más reciente beneficiario quedaba dependiendo en parte del lord of manor, al cual debía pagar el quitrent; !) ANDREWS, The Colonial Period ofAmerican History, p.197. 2) ADAMS, Provincial Society, p.12. 3) ADAMS, Provincial Society, p.12. 4) HARRIS, Origin of the Land Tenure System, p.76.
ESTRUCTURA JURIDICO SOCIAL...
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b) O también concesiones sin transmisión de la posesión de la tierra, en que el nuevo donatario quedaba en mayor dependencia del lord. Ambos permanecían bajo la autoridad administrativa y judicial del lord proprietor y sólo podían enajenar sus tierras de acuerdo con él. Esto favoreció el surgimiento de numerosos pequeños propietarios y arrendatarios, cuyas relaciones con el lord se inspiraban en el feudalismo. Los trabajadores asalariados y los sirvientes contratados eran inmigrantes cuyo viaje había sido pagado por un propietario o por el Gobierno local, que les daban, además, alojamiento y manutención. Después de reponer el costo del viaje, cpmpraban o recibían una parcela de tierra e instrumentos de labranza, convirtiéndose así en pequeños propietarios.
Transformación de los manors del Sur en una sociedad de plantaciones. El sistema de proprietorships y manors fue un intento de transplantar el orden jurídico inglés a las colonias. Aunque no fue duradero, representó la simiente del nuevo orden social que habría de florecer más tarde. En el Sur, este modelo jurídico determinó la formación de extensas haciendas o plantaciones, cuyo elemento más dinámico eran los grandes agricultores-comerciantes. Varios factores condujeron a esta transformación en las colonias del Sur. A finales del siglo XVII, para remediar la falta de mano de obra los hacendados importaron esclavos negros. Ello redundaba, obviamente, en beneficios económicos para el agricultor, pero contribuía a transformar al manor en un establecimiento de carácter más bien empresarial, comercial y capitalista, con perjuicio de las relaciones personales y orgánicas entre el señor y sus subordinados. La introducción en gran escala de la mano de obra esclava permitió aumentar el área sembrada, subió el valor de la tierra y estimuló la formación de grandes monocultivos orientados hacia el mercado internacional. 1 Pero significó el golpe de gracia al sistema de los manors y tuvo efectos nocivos sobre los pequeños arrendatarios de la clase media rural. "La llegada de los esclavos --escribe Wertenbaker- no sólo acabó casi 1) Sobre la esclavitud, aspecto saliente de la sociedad colonial, es importante señalar que era la situación en que
se encontraba gran parte parte de la humanidad cuando Nuestro Señor Jesucristo fundó la Iglesia. Con el tiempo, la suave influencia del Evangelio aflojó las crueles ligaduras de la esclavitud, corno existían en el Imperio Romano. En la Edad Media, la esclavitud había desaparecido en la Europa cristiana. Por desgracia, corno consecuencia de su fascinación por todas las cosas Griegas y Romanas, el Renacimiento hizo resurgir la esclavitud en Europa. Los Papas repetidamente levantaron su voz para condenarla a lo largo de los tres siglos en que estuvo en vigor en el Nuevo Mundo. Las medidas tomadas por los Papas incluyen: La excomunión dada por Paulo III en 1537 para quienes esclavizasen a los indios de América (Denzinger 1945). El Breve de 3 de diciembre de 1839, en el que Gregorio XVI estimula a todos los obispos del mundo a dedicar lo mejor de sus esfuerzos para: a) aliviar los sufrimientos de los esclavos; b) impedir el comercio; y c) acabar con la esclavitud (cfr. Acta Gregorii Papae XVI, ed. Bemasconi, S. C. de Propaganda Fide, Typographia Polyglotta Vaticanae, Roma, vol.2, pp.387-388. Los esfuerzos de Pío IX contra la esclavitud al beatificar en 1850 a San Pedro Claver (cfr. Pii TX Pont. Max. Acta, Part I, p.645.ff). La carta dirigida por León XIII a los Obispos de Brasil el 5 de mayo de 1888, recordando los infatigables esfuerzos de la Iglesia contra la esclavitud y expresando la alegría que le causa su abolición, la cual fué efectivada pocos días después mediante la Ley Aurea (cfr. Acta Leonis X/ll, Typis Polyglottis Vaticanae, Roma, vol.8, pp.169-192). A este respecto véase también: Apéndice Hispanoamericano, pp. XXX.
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completamente con la importación de trabajadores blancos, sino que tuvo además efectos desastrosos sobre la hidalguía de Virginia." 1 Curtis Nettels describe esta metamorfosis en Maryland donde "los primitivos manors se vieron obligados a servirse de jornaleros y de esclavos negros" .2 Fue así que, como escribe Jackson Tumer Main, "el tipo de sociedad basado en las plantaciones de carácter comercial vino a predominar en todos los estados del Sur, con excepción de Carolina del Norte. Conforme iban siendo desbrozadas las regiones una tras otra, los agricultores compraban grandes extensiones de tierra, las cuales eran cultivadas con trabajo esclavo o arrendadas a colonos." 3 Otro factor de transformación de la estructura social fue la disponibilidad casi ilimitada de tierras vírgenes. Para conseguirlas, bastaba pedirlas. De esta manera, los inmigrantes podían adquirir con facilidad sus propias tierras. No necesitaban sujetarse al patrocinio de los lords o de los grandes propietarios. Así lo señala Wertenbaker: "Dado el bajísimo precio de la tierra, dada la facilidad que había de ganar dinero para comprarla, dadas las tan propicias condiciones para hacer una carrera independiente, no era de esperar que hombres libres se contentasen con permanecer en la condición de trabajadores asalariados. Tampoco había razón para que se convirtieran en arrendatarios." 4 Con el ocaso de los manors, el desarrollo del sistema de plantaciones en las colonias del Sur y la ascensión de una clase comercial en las colonias del Norte, los destinos de ambas regiones acabarían tomando rumbos diferentes. Mientras el Norte abrazaría un orden mercantilista, industrial y bancario, la sociedad del Sur seguiría la senda patriarcal y agrícola. La divergencia se fue acentuando hasta el trágico clímax de la Guerra Civil de 1861-1865, llamada por los sudistas de Guerra entre los Estados.
1) Thomas J. WERTENBAKER, The Planters o/Colonial Virginia, Russell & Russell, New York, 1959, p.137. 2) Curtis P. NETTELS, The Roots of American Civilization: A History of American Colonial Life, Appleton-Centry-Crofts, New York, 1963, p.306. 3) Jackson Turner MAIN, The Social Structure of Revolutionary America, Princeton University Press, Princeton (N.J.), 1965, pp.44-45. 4) WERTENBAKER, The Planters of Colonial Virginia, p.44.
CAPÍTULO IV
El nacimiento de una aristocracia en las diversas colonias y la formación de una nobleza americana
l. El Sur colonial: Virginia, Maryland y las Carolinas Virginia: La aristocracia de los grandes agricultores. Fundado en 1607, Virginia fue el primer establecimiento permanente inglés en el Nuevo Mundo, y el modelo para otras regiones, especialmente para la de Maryland. La colonización fue realizada por la Virginia Company ofLondon, empresa comercial de Colonización constituida por nobles, aristócratas y hombres de negocios. Una carta patente del Rey Jaime I le concedió el territorio en propiedad. En 1624 la empresa cedió sus derechos a la Corona. El comienzo fue incierto. Los primeros colonizadores eran más bien aventureros atraídos por la esperanza de hacer fortuna rápidamente. Sin embargo, con la llegada de nuevos pobladores, la colonia creció en habitantes y en estabilidad. La Company concedió la propiedad de las tierras a quienes se estableciesen en ellas con sus familias. Así se constituyeron más de cuarenta haciendas, manors o plantaciones de considerable tamaño. 1 Los señores de muchos de esos manors se tomaron rápidamente independientes. Pero a mediados del siglo XVII la mayoría renunció a su autonomía en beneficio de un rudimentario orden social con base en la propiedad de la tierra y en el modelo de la aristocracia rural inglesa. "Adaptaron - señala Louis Wright- su 'aristocratismo' a las imposiciones de las nuevas circunstancias." 2 La abundancia de recursos naturales conjugada con una gran movilidad social facilitó la adquisición de riqueza y rango. Como señala el historiador Daniel Boorstin "en los primeros años (. ..) muchas familias de Virginia fueron fundadas por comerciantes o artesanos, (. ..)que adquirieron vastos latifundios y luego pudieron acceder al estilo de vida propio de un aristócrata del campo." 3 1) Cfr. ANDREWS, The Colonial Period of American History, vol. 1, pp. 128-129. 2) WRIGHT, The First Gentlemen of Virginia, p. 46.
3) BOORSTIN, The Americans: The Colonial Experience, p. 100.
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Nace una nueva aristocracia.
A partir de 1620, llegaron a Virginia algunos hombres con fortuna y de buena condición social: segundones de la aristocracia inglesa y de hombres de negocios, yeomen con buena situación y comerciantes. Aunque Andrews señala que "en comparación con los de nacimiento humilde, había pocos hombres de buena clase"; que los comerciantes fueron numerosos y que "ellos y sus descendientes se convirtieron en hombres ricos y enfundadores de algunas de las más conocidas familias de la Virginia colonial." 1 Se les llama ''fundadores de dinastías". Dowdey describe la afloración de esta aristocracia rural: "los atributos sociales propios de la aristocracia fueron siendo desarrollados junto con el estilo de vida cortés y elegante que caracterizaba a la sociedad. Pero esta fue la evolución de un orden colonial fundado por emigrantes ambiciosos cuyos rasgos no estaban asociados habitualmente con los de los aristócratas en sentido social. (. .. )Ellos vinieron a mejorar sus fortunas en el nuevo país y, por la fuerza de las circunstancias y por mutuo acuerdo, al principio formaban una aristocracia tan sólo en el sentido formal de gobierno de unos pocos.(. .. ) En Virginia, las primerasfamilias que alcanzaron una elevada posición establecieron los patrones del orden vigente, y en su segunda y tercera generación evolucionaron hasta convertirse en una clase dirigente, o aristocracia." 2 Esta fase inicial de la colonización de Virginia terminó en 1641 con el nombramiento de Sir William Berkeley como Gobernador. Sin embargo, Wrigth muestra que "los grandes días de la aristocracia rural de Virginia, vendrían en el siglo XVIII, pero ya antes de I 700 estaban establecidas muchas de las familias que serían importantes en las generaciones posteriores." 3 En efecto, según Boorstin, a finales del siglo XVII, "Virginia se había convertido en una aristocracia ( .. .) La mayoría de las familias que habrían de gobernar la colonia años después habían sentado ya los cimientos de sus fortunas en extensas propiedades rurales adquiridas antes de 1700. ( .. .) a mediados de ese siglo probablemente no eran más de cien familias las que controlaban la riqueza y el gobierno de la colonia." 4 Las plantaciones.
Tras años de cultivos de subsistencia en una economía cerrada y autosuficiente, los colonizadores emprendieron la plantación de tabaco, producto de exportación altamente lucrativo que permitía acumular grandes fortunas y adquirir grandes extensiones de tierra. Como se ha visto, esto estimuló la expansión hacia el oeste y también la aparición de una nueva estructura agraria: la del monocultivo en latifundios con trabajo esclavo y en función de los mercados ultramarinos. Este sistema desarrollado sin grandes centros urbanos consagró el dominio político y social de los agricultores. Así describe Boorstin la vida en una gran plantación: "Había centenares de esclavos, artesanos blancos, capataces, lacayos y comerciantes que producían tabaco para ganar dinero, alimentos para el consumo interno y fabricaban herramientas, aperos y vestidos tanto para uso propio como para venderlos en los mercados locales y extranjeros, hacia donde era llevada, algunas veces, en los propios navíos del agricultor." 5 1) 2) 3) 4)
ANDREWS, The Colonial Period of American History, vol. 1, pp. 208-209. Clifford DOWDEY, The Virginia Dynasties, Little, Brown & Co., Boston, 1969, pp. 9, 14. WRIGHT, The Thirteen Colonies, pp. 174-175. BOORSTIN, The Americans: The Colonial Experience, p. 103.
NACE UNA ARISTOCRACIA...
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El renombrado especialista sudista Richard M. Weaver sostiene que los pilares del feudalismo del Sur eran "la relativa autosuficiencia de la plantación; la noblesse oblige de su propietario; las distinciones sociales emre quienes habitaban en ella, que tenían el efecto de crear respeto y lealtad en lugar de envidia y odio; el sentido de pertenecer a aquella tierra, presente también en sus habitantes más humildes". 1 Por su parte, el historiador social Jack Greene dice que las plantaciones estaban "diversificadas y eran, en algunos casos, quizá hasta comunidades casi autosuficientes, que rápidamente se convirtieron en el 'principal símbolo de la sociedad de Chesapeake' " 2 , es decir, de la región bañada por la bahía del mismo nombre. Los mayores agricultores negociaban directamente con la Metrópoli. Poseían sus propios almacenes, navíos y puertos. Además, se empeñaron en la lucha contra los indios belicosos. Por todo ello, Wright hace notar que "la independencia de la vida de la plantación, la responsabilidad de dirigir los negocios, y las necesarias obligaciones sociales para con la comunidad, sirvieron para convertir a los mayores propietarios en líderes(. ..) Enseguida se colocaron en la situación de aristócratas del campo.'' 3 Estas familias ejercían el poder político hereditariamente. "En Virginia --dice Wright- no había aristocracia titulada, pero sí algo equivalente a ella: los grandes que tenían asiento en el Consejo de Estado." 4 "Actuaban -agrega- como jueces de paz, como jefes de policía del condado, como coroneles de la milicia local, como miembros del Consejo de Estado [órgano consultivo del Gobernador] y de la Cámara de los Burgueses." 5 Wertenbaker resalta que "la sociedad era aristocrática, y no democrática." Y explica: "un grupo relativamente pequeño de personas monopolizaba los escaños del Consejo de Estado, de la Audiencia y, en buena medida, los de la Cámara Baja de la Asamblea, dominaban también los consejos parroquiales, ocupaban todos los puestos de mando en la milicia, construían imponentes mansiones, contrataban tutores para sus hijos, poseían cada uno varias plantaciones, además de tal vez decenas de miles de acres desocupados en el Piedmont o en el Valle de Virginia. Inmediatamente después venía la yeomanry, mucho más numerosa, compuesta por los propietarios de pequeñas plantaciones de entre cincuenta y doscientos acres. Prósperos, inteligentes, autosuficientes, celosos de sus derechos en el siglo XVII, formaban la columna vertebral de la región y el peso de su influencia se sentía en las Asambleas Generales (. .. ) pero miraban hacia la aristocracia en busca de liderazgo, tanto en materia política como económica." 6 Esa clase alta ejercía el poder público con tacto indiscutido según escribe Boorstin: "Por sus condiciones estaban aptos para distribuir las dignidades y puestos públicos con una sabiduría impresionante, si no infalible." 7 5) BOORSTIN, The Americans: The Colonial Experience, p. 108. 1) Richard M. WEAVER, The Southern Tradition at Bay: A History of Postbellum Thought, Arlington House, New Rochelle, 1968, p. 52. 2) Jack P. GREENE, Pursuits of Happiness, University of North Carolina Press, Chapel Hill, 1988, p. 92. 3) WRIGHT, The First Gentlemen o/Virginia, p. 57. 4) WRIGHT, The First Gentlemen o/Virginia, pp. 54-55. 5) WRIGHT, History of the Thirteen Colonies, pp. 309-310. 6) WERTENBAKER, The Old South, pp. 10-11. 7) BOORSTIN, The Americans, The Colonial Experience p. 112.
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Papel militar de la élite colonial. La milicia era importante en las regiones fronterizas, dada la amenaza de indios hostiles y de escaramuzas con las colonias españolas. El liderazgo militar recaía sobre los hacendados, quienes ocuparon los más altos puestos de la milicia colonial y en la cual tenían el rango correspondiente a la posición que ocupaban en la comunidad. 1 Aunque no habían seguido la carrera militar, los hacendados generalmente eran nombrados coroneles. "Al principal agricultor de cada condado se le designaba comandante de la milicia y de las fuerzas navales de la jurisdicción y le era dado el título de 'coronel'. No era sólo el responsable de la instrucción de la milicia en tiempos de paz y de ponerse alfrente de ella en los momentos de peligro, sino que también, entre otras cosas, debía asumir algunas tareas relativas a la ejecución de la ley." 2 Dowdey señala que "el título de 'coronel' no era en absoluto algo vacío; indicaba, por el contrario, un alta posición, y se tomaba tanto cuidado en usarlo al dirigirse a uno de ellos como en dirigirse a un lord." 3
El sentido de las obligaciones sociales de los hacendados. La aristocracia de los agricultores tenía un sentido muy agudo de sus obligaciones sociales y predisponía a sus miembros para servir al bien común, muchas veces sin remuneración o con perjuicio de sus intereses. Este hecho desmiente el mito de que fueran tiranos ávidos de poder y ventajas. Wright esclarece el asunto con mucha precisión: "Es demostrablemente falsa la noción algunas veces expresada por los cínicos de que los agricultores ricos monopolizaban todo el poder civil y militar exclusivamente en propio provecho. De una época anterior habían heredado el sentido de la obligación de servir al Estado y ocupaban con frecuencia cargos públicos tediosos y no remunerados sin quejarse. Cuando se requerían sus servicios en la milicia acudían sin dudarlo, aunque esto significara perjuicio personal y pérdida de un tiempo valioso." 4 En su análisis de la sociedad de Chesapeake, Carl Brindenbaugh presenta el sentido del bien común y el desvelo por los inferiores como siendo parte del noblesse oblige, que fue uno de los rasgos más cultivados por esta aristocracia. "El noblesse oblige hacía parte del credo de la aristocracia de Chesapeake como del de la Francia del Antiguo Régimen. La gente de las clases media y baja solía considerar al gran propietario de tierras como una persona cortés, amable, un juez justo y comprensivo en el tribunal, pronto para tender su mano auxiliadora incluso antes de que se le pidiera ayuda. Un gentleman conocía a sus vecinos de todas las categorías y los llamaba por su nombre. Sobre todo, los agricultores más importantes estaban convencidos de constituir una clase que tenía la obligación de servir y gobernar bien, como contrapartida de los privilegios que les correspondían por nacimiento." 5 1) Cfr. American Military History, Centerof Militar History of the United States Army, Washington (D.C.), 1989, p. 28. 2) WRIGHT, The First Gentlemen o/Virginia, pp. 52-53. 3) DOWDEY, The VirginiaDynasties, p. 44. 4) Louis B. WRIGHT, The Cultural life ofthe American Colonies 1607-1763 Harper & Row Publishers, New York, 1957, p. 6. Copyright@ 1957 de Harper & Row, Publishers, Inc. Reproducido con autorización de Harper Collins Publishers, Inc. 5) Car! BRIDENBAUGH, Myths and Realities: Societies of the Colonial South, Greenwood Press, Westport (Conn.), [1952) 1981, p. 16.
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Los aristócratas del Sur tenían la costumbre de visitarse entre sí. Nació así una vida social intensa y elegante centrada casi exclusivamente en las plantaciones. De ella emanó la proverbial hospitalidad sudista que subsiste hoy en día. "Las amenidades de la vida --escribe Wright- en la plantación impulsaron el cultivo de las cualidades sociales propias de la aristocracia. Los caballeros y las damas seguían la educación tradicional que desarrollaba en ellos el arte de agradar. Se esperaba que prestaran una atención adecuada a sus maneras, a aprender la técnica de comportarse con educación y conversar de un modo agradable, a ser elegantes en la danza y al menos moderadamente versados en asuntos musicales y literarios." 1 Los aristócratas de Virginia buscaban sus modelos en Europa y, con frecuencia, iban a educarse allí. "América, --explica Wecter- sin la cultura del hacendado de Virginia en el siglo XVIII, habría sido considerablemente más gris y estéril. A pesar de todas sus vanidades, el hacendado de Virginia tenía buen gusto. Con frecuencia se había educado en Eton, Winchester, Oxford, Cambrigde o el Middle Temple. (. ..) e incluso había estado en París o Roma durante un Grand Tour." 2 En esta clase alta había un deseo irresistible de usar un blasón debidamente otorgado por el College of Arms de Londres en nombre del rey. "El ansia de poseer un blasón -comenta Wright- muestra claramente el deseo de la aristocracia de Virginia de ser como la aristocracia de la Metrópoli. (. ..) De acuerdo con un antiguo nobiliario de Virginia, más de ciento cincuenta familias tenían derecho firmemente establecido a [un escudo de armas]." 3 Los grandes agricultores se convirtieron en figuras arquetípicas: "Eran los modelos (. ..) que establecían las costumbres y los valores, los estilos y los gustos y, sobre todo, las actitudes." 4 Ellos erigieron mansiones que servían de "sedes dinásticas a la manera de la alta aristocracia inglesa." 5 Wertenbak:er pinta esta tendencia: "En las orillas de/James, del Potomac y del Severn vinieron a levantarse una serie de mansiones que, en la dignidad y equilibrio de sus proporciones, en el encanto de los detalles, nada tenían que envidiar a las de la propia lnglaterra." 6 En ellas, los hacendados reunieron enormes y elegantes bibliotecas que eran, en muchos casos, el centro de la mansión. La lectura y la conversación eran pasatiempos cotidianos. Wertvnbak:er describe con justicia a la aristocracia del Sur como una "clase rica, educada, culta y muy leída, cuyos temas de interés variaban desde los asuntos de Estado hasta la astronomía, desde la música hasta la filosofía, desde la medicina hasta la jardinería. " 7 El apasionamiento de la aristocracia de Virginia por la elegancia sólo fué superado por la nobleza francesa8• A finales del período colonial esta aristocracia había conferido 1) WRIGHT, The First Gentlemen o/Virginia, p. 79. 2) Dixon WECTER, The Saga ofAmerican Society: A Record of Social Aspiration 1607-1937, Charles Scribner' s Sons, New York, [1939] 1970, p . 24. 3) WRIGHT, The First Gentlemen of Virginia, p. 60. Cita a BROCK, The Colonial Virginian, p. 12. 4) DOWDEY, The Virginia Dynasties, p. 124. 5) DOWDEY, The VirginiaDynasties, p. 368. 6) WERTENBAKER, The Oíd South, pp. 47-48. 7) WERTENBAKER, The Oíd South, p. 70. 8) Cf. Thomas Jefferson WERTENBAKER, Patrician and Plebeian in Virginia, Russell & Russell, New York, 1959, p. 111.
NACE UNA ARISI'OCRACJA...
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a la sociedad sudista un brillo que marcó profundamente la historia americana y causa admiración hasta hoy: "El cuarto de siglo que va desde 1740 hasta 1765 vio el mayor florecimiento de lujo que se haya conocido jamás en este país: sedas, joyas, servicios de oro y plata, vinos franceses y españoles, retratos, carruajes hechos en Londres, carreras de caballos con fuertes apuestas, cacerías de zorros, conciertos, bailes y· representaciones de teatro.(. .. ) La gente importante no necesitaba afectar la simplicidad republicana que llegó a ser una moda, tal vez fingida, tras las revoluciones americana y francesa." 1 Cambio de actitud. Los agricultores que habían adquirido los hábitos y las maneras de la aristocracia pasaron a ver el comercio como algo propio de personas de condición social inferior. 2 La posición de mando, autoridad y responsabilidad en la comunidad les hacía perder el instinto mercantil que caracterizó a sus antepasados. Incluso se había instalado en los grandes propietarios "un amor caballeresco por la guerra, no muy diferente del de los caballeros de otrora.( ...) el agricultor ya no era un comerciante, sino un caballero. El espíritu comercial se había convertido para ellos en algo nítidamente desagradable." 3 Este cambio de actitud estimuló el espíritu patriarcal. Son significativas las palabras de William Byrd, de Virginia, quien habla a comienzos del siglo XVIII: "Como un patriarca, tengo mi pueblo y mi rebaño, mis siervos y mis siervas, y todo tipo de comercio entre mis propios siervos, de modo que vivo en una especie de independencia de todo menos de la Providencia." 4 En efecto, "separado de sus vecinos, el hacendado pasaba la vida en un aislamiento casi tan grande como el de los barones feudales de la Edad Media. La plantación era para él un pequeño mundo, cuyas actividades se ocupaba en dirigir, y este mundo modelaba su carácter mucho más que cualquier influencia exterior." 5 Movilidad social. La movilidad de la jerarquía social de Virginia permitía que los pequeños propietarios rurales aumentasen sus posesiones y fuesen eventualmente incorporados en la aristocracia rural. Del mismo modo, algunas de las familias de la aristocracia podían decaer de nivel social. Wright constata este fenómeno: "Jamás llegaron a constituir una casta. Al igual que en Inglaterra, había un constante flujo y reflujo en lasfilas de la clase alta." 6 Esta flexibilidad social confirió al Sur colonial un carácter pacífico y estable. Los conflictos sociales eran algo prácticamente desconocido. La gente de Chesapeake, comenta Carl Bridenbaugh, "consiguió establecer una sociedad agrícola estable, en la cual no había disturbios." 7 MARYLAND.
En 1632, con carta patente, el Rey Carlos I de Inglaterra concedió al católico George Calvert, primer Lord Baltimore, el territorio del actual Estado de Maryland con poderes 1) WECTER, The Saga of American Society, pp. 22-23. 2) Thomas Jefferson WERTENBAKER, The GoldenAge ofColonial Culture, Comell University Press, Ithaca, 1970, pp. 10-11. 3) WERTENBAKER, Patrician and Plebeian in Virginia, pp. 73, 102. 4) Apud Jan LEWIS, The Pursuit ofHappiness, Cambridge University Press, Cambrigde, 1983, p. 12. 5) WERTENBAKER, Patrician and Plebeian in Virginia, p. 54. 6) WRIGHT, The First Gentlemen ofVirginia, p. 48. 7) BRIDENBAUGH, Myths and Realities, p. 51.
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similares a los de un soberano local, incluyendo el derecho de repartir tierras y otorgar títulos de nobleza y honores. Calvert quería convertir la colonia en un refugio para los católicos perseguidos en fuglaterra, pues la carta patente concedía libertad religiosa. La colonización estuvo a cargo de su hijo Cecil y de sus descendientes. En 1634, el segundo Lord Baltimore envió a la colonia un grupo de entre dieciséis y veinte gentlemen, en su mayoría católicos, y entre doscientos y trescientos arrendatarios predominantemente protestantes. La colonia fue próspera y pacífica en la primera década de existencia, pero enseguida se extendieron a ella los conflictos políticos y religiosos que habían estallado en Inglaterra. La victoria de los sectarios puritanos y republicanos de Cromwell sobre los monárquicos atizó convulsiones religiosas, sociales y políticas también en Maryland. La mayoría protestante se rebeló contra el lord proprietor católico y contra los lords of manor, llevando a cabo saqueos y depredaciones en nombre del Parlamento Inglés dominado por los puritanos. En 1654, la facción puritana de Maryland se rebeló nuevamente contra la tolerancia religiosa y exigió que fueran aplicados a la colonia los estatutos anticatólicos en vigor en la Metrópoli. Por fin, el gobierno suprimió la libertad religiosa para los católicos. Sydney Ahlstrom, profesor de Historia en la Universidad de Yale, escribe: "Los puritanos victoriosos prohibieron el catolicismo, saquearon las propiedades de los Jesuitas, exiliaron a todos los sacerdotes y ejecutaron por lo menos a cuatro católicos. Lord Baltimore sólo recuperó sus privilegios de propietario en 1657, bajo la condición de que J osias F endall, protestante ,fuese nombrado gobernador." 1 La restauración de la dinastía de los Estuardo en la persona de Carlos II, en 1660, hizo que los Calvert recuperaran sus primitivos derechos. Pero la antipatía de los protestantes contra los católicos minó la estabilidad del sistema de manors e impulsó la colonia hacia la democracia revolucionaria. En 1689, un año después de la deposición de Jaime II, la autoridad de los propietarios católicos de Maryland fue usurpada nuevamente por una rebelión protestante. En 1691, Guillermo III revocó la carta patente concedida a Lord Baltimore y Maryland se convertió temporalmente en una colonia real de religión oficial anglicana. Los Calvert sólo fueron nuevamente investidos de su autoridad como propietarios en 1715, tras renunciar a la Fe católica.
Carácter feudal de los manors de Maryland. La vida rural de Maryland rivalizaba en brillo con la de Virginia. Por su semejanza, ambas sociedades formaban un todo llamado la sociedad de Chesapeake. Como ya fueron descritas las estructuras de Virginia nos limitaremos a señalar algunas diferencias con la aristocracia de Maryland y a evocar su sistema parafeudal de manors. En efecto, el más completo y duradero intento de implantar en las colonias el sistema inglés de manors fue realizado en Maryland durante el primer medio siglo de vida de la coloriia. Una de las razones del logro de Maryland fue que la noble familia propietaria residiera realmente allí. Provistos de los más amplios poderes, los Calvert "se consideraban a sí 1) Sydney E. AHLSTROM, A Religious History of the American People, Yate University Press, New Haven, 1972, p. 335.
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mismos -son palabras de Dixon Wecter- señores feudales de sus tierras, veían a los hacendados como barones suyos y a los trabajadores como sus labriegos." 1 Laproprietorship de Maryland, con sus manors, cortes manoriales y enfeudamientos secundarios, funcionó vigorosamente. Comenta Richard Weaver: "La estructura feudal era políticamente deseable porque, al convertir al gran propietario en verdadero señor de sus dominios, se simplificaba la administración. Lord Baltimore reconoció este hecho cuando concedió poderes manoriales en Maryland. (. .. )Cerca de sesenta propiedades fueron concedidas en esos términos y dirigidas más o menos como una manor · inglesa medieval, hasta la época en que se fueron transformando en su versión norteamericana: la plantación sudista." 2 Fue tal el éxito alcanzado por los Calvert que Paul Wilstach afirma: "Se estableció una analogía entre el Lord Proprietor, los Lords of the Manors y los pequeños propietarios de la colonia de Potomac, por una parte, y el rey, los barones y la aristocracia inglesa, por otra." 3 De acuerdo con Marshall Harris "la autoridad y el poder conferidos a Cecil Calvert eran verdaderamente regios, sin que nada de importancia se reservara el rey, con excepción de la suprema soberanía. Maryland era un señorío feudal de cepa medieval." 4 Por su parte, Andrews dice de Maryland: "Toda la región era un palatinado, una gran baronía, dentro de la cual, en una relación feudal con el propietario, se encontraban los lords of manor y los pequeños propietarios, con sus granjas(... ) que imitaba en lo posible las características de una baronía inglesa." 5 Para ser lord of manar un propietario debía poseer como mínimo mil acres de tierra y ser investido como tal por el lord proprietor o por su gobernador. A mediados del siglo XVII, había lords ofmanar que presidían pequeñas cortes, con sus barones, oficiales de justicia, coroneles, arrendatarios y campesinos. Siguiendo el modelo feudal, la justicia era administrada por los lords a través de dos tribunales: el Court Baron y el Court Leet. Las disputas eran juzgadas según leyes, costumbres y reglamentos propios. Allí los arrendatarios y campesinos juraban fidelidad a su señor.6 Andrews muestra como se reflejaron las distinciones sociales en el orden político: "Por orden del lord proprietor, a los ocho consejeros(. ..) que eran siempre lords of manor, se les añadían otros siete, cada uno de los cuales debería ser también lord of manor. (. .. ) Estos quince consejeros formaban la cámara alta de la Asamblea, compuesta por los agricultores 'más capaces', la cual constituía una especie de Cámara de los Lords colonial." 7 LAS CAROLINAS.
En 1633, Carlos II otorgó las Carolinas a ocho nobles que sobresalieron combatiendo por la causa de la dinastía de los Estuardo, siendo algunos de los más brillantes aristócratas de la época. 1) WECTER, The Saga of American Society, p. 29. 2) WEAVER, The Southern Tradition at Bay, p. 48-49. 3) Paul WILSTACH, Potomac Landings, Doubleday, Page & Co., Garden City (N.Y.), 1921, p. 66. 4) HARRIS, Origin of the Land Tenure System in the United States, p. 121. 5) ANDREWS, The Colonial Period ofAmerican History, vol. 2, p. 293. 6) Cfr. WILSTACH, Potomach Landings, p. 60; y WERTENBAKER, The Founding ofAmerican Civilization, pp. 309-310. 7) ANDREWS, The Colonial Period ofAmerican History, vol. 2, p. 329.
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Tras un comienzo difícil, la colonia se desarrolló rápidamente. El Conde de Shaftesbury, uno de los propietarios, promulgó las Constituciones Fundamentales de Carolina. Ese documento estaba destinado a "evitar una democracia excesiva" y crear una "nobleza hereditaria" fundada en la propiedad de la tierra. En su historia de Carolina del Sur, Louis Wright afirma que las Constituciones Fundamentales "prescribían una sociedad jerárquica con una nobleza rural compuesta de 'landgraves' y 'caciques' [sic] en la cumbre. Inmediatamente después venían los commoners --que podían ser lords of manar- seguidos por los pequeños propietarios y los yeomen." 1 Las Constituciones crearon un Parlamento bicameral con poderes jurídicos y administrativos en la cámara alta, y capaz de sancionar o vetar las leyes en la cámara baja. Los historiadores suelen resaltar que dichas Constituciones no lograron implantar el sistema social tan cuidadosamente detallado en ellas. Sin embargo, "aunque este orden nobiliario no haya conseguido sobrevivir --explica Frederic Jaher- , la aristocracia hizo su aparición en los parajes costeros por la década de 1690. Gran parte de sus tierras y de su poder permaneció hasta la Guerra Civil en manos de sus descendientes directos." 2 Wright confirrna esta aseveración: "a pesar del fracaso del plan para establecer una nobleza, (. .. ) se instaló efectivamente una aristocracia del género que permaneció durante casi dos siglos." 3_ La aristocracia colonial.
Frederick P. Bowes, especialista en la época colonial de las Carolinas, señala que el orden social aristocrático fue una consecuencia de las Constituciones Fundamentales.4 Wright compara las clases altas de Carolina y de Virginia, observando que ambas colonias desarrollaron aristocracias análogas a la nobleza inglesa, aunque diferían notablemente entre sí. "Las grandes familias de Virginia - dice- que llegaron a principios del siglo XVII eran más conscientes de su antigua tradición aristocrática y más deliberadas en su esfuerzo por reproducir padrones de vida similares a los de la aristocracia rural de la metrópoli. (. .. ) Eso no quiere decir que la aristocracia de Carolina del Sur fuera menos consciente de su posición social que sus vecinos de Virginia, ni que estuviera menos preocupada en ostentar las señales externas propias de la clase alta." 5 Así sintetiza Bridenbaugh la formación de la clase alta de las Carolinas: "Basada en fortunas amasadas con el cultivo del arroz y del índigo, o con el comercio, se creó en menos de cuarenta años una plutocracia de agricultores, que buscaba transformarse en una aristocracia según los moldes del Viejo Mundo." 6 1) Louis B. WRIGHT, South Carolina, A Bicentennial History, W.W.Norton and Company, New York, 1976, p. 40. 2) Frederic Copie JAHER, The Urban Establishment: Upper Strata in Boston, New York, Charleston, Chicago, and Los Angeles, University of Illinois Press, Urbana (Ill.), 1981, p. 320. 3) WRIGHT, South Carolina: A Bicentenial History, p. 41 . 4) Cfr. Fredrick P. BOWES, The Culture of Early Charleston, University of North Carolina Press, Chapell Hill, 1942, pp. 115-116. 5) WRlGHT, South Carolina: A Bicentennial History, pp. 102-103. 6) BRIDENBAUGH, Myths and Realities, p. 116.
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Ella también demostró un alto sentido del deber, tomando sobre sí "la ejecución gratuita de muchos cargos públicos con el deseo de demostrar espíritu cívico y reducir el gasto público", como reconoció en 1770 el Gobernador de Carolina del Sur, William Bull II. 1 La inmigración de numerosos hugonotes expatriados de Francia fue importante para los primeros tiempos de Carolina del Sur. Eran personas de elevada condición profesional y social o artesanos especializados. Muchos de ellos se enriquecieron, se casaron con miembros de las mejores familias y fueron incorporados a la aristocracia local. La brillante vida social de Charleston. Charleston fue la única ciudad de importancia en la región hasta mucho después de la Guerra de la Independencia. Ninguna otra ciudad del Sur tuvo el mismo brillo. Wright, en su libro sobre la historia de Carolina del Sur, dice que "Charleston, como Venecia en su apogeo, era una ciudad-estado gobernada por una oligarquía inteligente y culta, compuesta por grandes familias que consiguieron monopolizar el poder, generación tras generación" .2 Bridenbaugh la describe como "el gran centro de la alta sociedad de las Carolinas (. . .) ofrecía un espectáculo maravilloso de vida elegante, elevada por encima de la esfera de lo común. (. . .) Allí se reunían las personas para quienes la delicadeza, el encanto y el refinamiento constituían el summum bonum". 3 Wecter refiere que el célebre escritor y filósofo conservador inglés Edmund Burke "relata que, de todas las ciudades norteamericanas, era Charleston 'la que más se aproximaba al refinamiento social de las grandes capitales europeas'". Afines del siglo XVII Crevecoeur comparó el papel de Charleston en Norteamérica con el que tuvo durante mucho tiempo Lima en América del Sur.4 Y observa Wright: "Charleston dedicó sus mejores esfuerzos a imitar el beau monde del Londres más distinguido. Sus principales ciudadanos se mantenían al par de las modas y las noticias venidas de la metrópoli inglesa. ( .. .) Las familias más ricas contrataban ayos e institutrices para sus hijos, y los mandaban con frecuencia a Inglaterra o al Continente para que completaran su educación. (. .. ) Establecieron, en suma, una cultura urbana de refinamiento y sofisticación." 5 Terminaremos con una vivaz descripción hecha por Wertenbaker: "Charleston se convirtió en el centro de una sociedad refinada, que se complacía en exteriorizar su riqueza en bellas mansiones, bailes suntuosos, lujosos jardines, costosos banquetes, entretenimientos musicales, espectáculos teatrales, retratos al óleo, clubs literarios,finos muebles y vajillas de plata.(. ..) Pese a haber sido la riqueza la base de esta refinada, sociedad, con el tiempo, ser rico ya no era suficiente para ser admitido en ella." 6
1) apud JAHER, The Urban Establishment, p. 329. 2) WRIGHT, South Carolina, p. 1OO. 3) BRIDENBAUGH,MythsandRealities, pp. 116-117. 4) WECTER, The Saga of American Society, p. 32. 5) WRIGHT, The Cultural Life of the American Colonies, p. 19. 6) WERTENBAKER, The Golden Age of Colonial Culture, p. 129.
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2. Nueva Inglaterra: Massachusetts, Connecticut y Rhode Island Los tiempos iniciales: la "sociedad religiosa" de los puritanos.
En 1620, el M ayflower trajo los primeros inmigrantes -los pilgrims (peregrinos)-, secta protestante que no reconocía ni la iglesia anglicana ni al rey como jefe religioso. "La mayoría( ... ) -observa Charles Andrews- tenía poca o ninguna educación." 1 "Es difícil imaginar un grupo de emigrantes ingleses más insignificante desde el punto de vista social", añade Wecter. 2 Por su sectarismo estos pilgrims no se mezclaron con los inmigrantes posteriores.
A partir de 1629 gran número de puritanos calvinistas ingleses vinieron al Nuevo Mundo para fundar un estado de cosas según sus principios religiosos igualitarios: una iglesia sin jerarquía ni pompa, sin ceremonias ni adornos, gobernada por las leyes e interpretaciones bíblicas de sus "teólogos" y ministros "divinamente" iluminados. Además, se sentían obligados a fundar una "Jerusalén" calvinista en el Nuevo Mundo, libres de toda interferencia del Estado. Eran de mejor condición social y económica que los pilgrims, siendo organizados y dirigidos por hombres ricos de la clase media británica, con educación y con experiencia política. Charles Andrews los describe así: "Había en primer lugar, algunos de alta posición, vinculados con los pares del reino; en segundo, algunos significativos squires ingleses--influyentes aunque poco numerosos-siempre llamados 'Misters'; en tercer lugar, yeomen y goodmen, con sus respectivas esposas, también de clase media, pero inferiores a los squires. (. .. )Encuarto lugar estaban los arrendatarios que trabajaban las demesnes, campesinos de baja condición, ( .. .) que en muchos casos vinieron probablemente en grupos que seguían a un jefe." 3 Entre los puritanos el "gobierno civil y espiritual recaía sobre una oligarquía de magistrados y ministros"4, mientras que el orden social era dictado por un "comunitarismo jerárquico" 5 centrado en las ciudades y aldeas. Como señalan Williams, Current y Freidel, por lo general "cada uno de ellos recibía para sí un solar en el pueblo, compartía los pastos y los terrenos comunes, y cultivaba las áreas que le eran designadas en los campos circunvecinos. (. . .) Era un vestigio del sistema de manors, aunque aquí la corporación de la ciudad ocupaba el lugar del Señor feudal" .6 Las primeras décadas de estas colonias se caracterizaron por gobiernos dogmatizados e intolerantes incluso en comparación con los otros grupos protestantes. En efecto, al formar un estado religioso condenaron al ostracismo a quienes no juraban adhesión a sus doctrinas calvinistas. La jefatura social y religiosa puritana se arrogaba el gobierno de la comunidad. Según Andrews, el líder puritano John Winthrop, uno de los principales fundadores y primer gobernador, estaba profundamente convecido de que "para bien de todos, el poder debía mantenerse en manos de quienes tienen 1) 2) 3) 4) 5) 6)
ANDREWS, The Colonial Period of American History, vol. 1, p. 274. WECTER, The Saga o/ American Society, p. 37. ANDREWS, The Colonial Period of American History, vol. 1, p. 502. JAHER, The Urban Establishment, p. 15. Digby BALTZELL, Puritan Boston and Quaker Philadelphia, The Free Press, New York, 1979, p. 124. WILLIAMS, CURRENTy FREIDEL, A History of the United States, p. 60.
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por vocación cristiana el gobernar, y su número había de conservarse tan pequeño como fuera posible. (. ..) Estaba convencido de que no se debía confiar en el pueblo para elegir una autoridad tan importante como la de Gobernador." 1
Alrededor de 1640 estalló un gran número de disidencias y la comunidad puritana se transformó "en un conjunto de grupos desvinculados entre sí, muchas veces irreconciliablemente enfrentados" .2 La década de 1660 presenció el ocaso del proselitismo puritano. El peculiar aspecto religioso de la colonia "perdió su antigua preeminencia en la vida de comunidad" .3
Una élite urbana y mercantil. Conforme se desvanecía el fanatismo religioso, los líderes puritanos se abocaron al comercio. En 1684 la Corona asumió el control de la colonia. Esto, como señala Greene, "eliminó efectivamente de entre los colonos cualquier vestigio de la idea de que formaban una comunidad especial, divinamente escogida". 4 Al mismo tiempo, aceleró la formación de élites de tipo mercantil que prosperaron en muchas ciudades costeras de Nueva Inglaterra y dominaron la vida social, política y económica de los centros urbanos regionales. Gradualmente dieron lugar a una élite bastante diferente de la de los agricultores del Sur. Escribe Wertenbak:er: "Fue el suelo más bien estéril de Nueva Inglaterra el que le proporcionó su clase de pequeños hacendados en vez de una aristocracia de agricultores; sus bosques los que hicieron posible su industria de construcción naval; sus grandes bancos de bacalaos y arenques los que convirtieron Gloucester, Salem y Marblehead en centros pesqueros; sus numerosos y excelentes puertos los que estimularon el comercio e instituyeron su aristocracia mercantil." 5 Jaher añade: "La rápida aparición de un liderazgo mercantil en ciudades portuarias como New Haven, Salem, Newburyport, Beverly y Boston inhibió la realización de una comunidad deiforme. Casi desde la fundación de Boston, un enclave comercial ejercía una considerable influencia en los asuntos de la ciudad. Esta élite asumió funciones de autoridad social, gobernó los recursos esenciales de la comunidad, y desarrolló una identidad colectiva( ...) ocupó cargos públicos de importancia." 6 También Homer Carey Hockett, profesor emérito de Historia de la Universidad Estatal de Ohio, hace notar que "antes de que Boston alcanzase sus diez años de existencia, los mercaderes reivindicaron una parte de la influencia de que disfrutaba el estamento hidalgo" .7 Refiriéndose a la clase comercial de Boston, afirma Carl Brindenbaugh: "Gracias al comercio del puerto, crecieron en número e importancia hasta la última década del
ANDREWS, The Colonial Period ofAmerican History, vol.!,, pp. 438-439. GREENE, Pursuit ofHappiness, p. 60. Ídem, p. 61. Ídem, p. 60. Cita a Robert POPE, New England versus the New England Mind: The Myth of Declension en "Joumal of Social History", vol. 3 (1969-1970), p. 105. 5) WERTERNBAKER, The Golden Age o/Colonial Culture, pp. 8-9. 6) JAHER, The Urban Establishment, pp. 15, 16. 7) Homer Carey HOCKETI, Political and Social Growth of the American People, 1492-1865, The Macmillan Company, New York, 3ª ed., 1940, p. 73. En Nueva Inglaterra, el término gentry, que hemos traducido aquí por estamento hidalgo, se usaba para designar la clase constituida por los magistrados y ministros puritanos, muchos de los cuales descendían del estamento hidalgo inglés. !) 2) 3) 4)
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siglo XVII, en la que alcanzaron la dignidad de una clase económica y social que desafiaba la supremacía del clero puritano." 1 Algunas características de este liderazgo político.
Las familias de comerciantes fueron adquiriendo el aspecto de una élite mercantil. Explica Wright: "Antes de que pasaran dos generaciones desde la fundación de Boston, Newport, New York, Philadelphia y otras ciudades, los mercaderes y comerciantes ya estaban añadiendo navíos y almacenes a sus posesiones, acumulando capital, construyendo mansiones confortables y a veces imponentes, y estableciendo dinastías familiares." 2 Los más ricos y orgullosos de esa incipiente élite fueron, según Wright, los grandes comerciantes con navíos propios.3 Jack Greene considera que los miembros de aquella élite mercantil "aspiraban, como la clase alta de Chesapeake, a reproducir en América la cultura aristocrática de la Gran Bretaña de aquel tiempo. Con esa finalidad, construyeron casas mayores y más confortables y las llenaron con muebles ingleses y europeos y con otros artículos de moda, hicieron donaciones caritativas, llenaron sus ciudades con impresionantes edificios públicos, crearon una legión de asociaciones voluntarias urbanas, (. ..) en todas partes el comportamiento de las élites de Nueva Inglaterra estaba calculado para reforzar la tradicional y necesaria asociación entre riqueza, posición social y autoridad política" .4 Arthur Schlesinger pone de relieve que "el liderazgo social y político pertenecía por costumbre a los 'bien nacidos': el clero, los profesionales liberales y los comerciantes más ricos. Los escaños de las asambleas, los puestos en los lugares de culto y en las procesiones eran distribuidos cuidadosamente para marcar las diferencias sociales" .5 Brindenbaugh confirma esto. 6 A finales de la época colonial, afirma Nettels, "los comerciantes del Norte también se equiparaban a la clase de los agricultores del Sur en influencia política. Generalmente controlaban el Consejo del Gobernador y los Gobiernos locales de sus ciudades." 7 NUEVA YORK. Patroons holandeses y manors ingleses.
Nueva Holanda, más tarde Nueva York, fue fundada en 1624 por holandeses como puesto avanzado para el comercio de pieles en el Río Hudson. Una carta patente expedida en 1629 hacía posible que los inmigrantes con capital suficiente adquiriesen grandes extensiones de tierra. Se dieron entonces los primeros pasos para el establecimiento de un sistema semifeudal de manors, otorgados a un señor conocido como patroon. Éste "disfrutaba de derechos similares a los de un lord of a manor inglés.( ... ) Podía imponer reglamentos con fuerza de ley, mantener juzgados manoriales, (. ..) recaudar impuestos y vender u otorgar a terceros la tierra que había recibido" .8 Car! BRIDENBAUGH, Cities in the Wilderness, Alfred A. Knopf, New York, [1938) 1966, p. 38. WRIGHT, The Cultural Life ofthe American Colonies, p. 30. Cfr. WRIGHT, The Cultural Life of the American Colonies, p. 34. GREENE, In Pursuit ofHappiness, p. 7. Arthur Meier SCHLESINGER, New Viewpoints in American History, Toe Macmillan Co., New York, 1922, p. 73. 6) Cfr. BRIDENBAUGH, Cities in the Wi/derness , p. 38. 7) Curtís NETTLES, The Roots ofAmerican Civilization, p. 311. 8) WRIGHT, The American Heritage History of the Thirteen Colonies, p. 129. 1) 2) 3) 4) 5)
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En 1664 Nueva Holanda fue conquistada por el Duque de York. Cuando éste fue coronado Rey de Inglaterra, se convirtió en colonia real. Williams, Current y Freidel describen la continuidad de la estructura social de la colonia: "El Duque delegó sus poderes a un gobernador y un consejo, confirmó los 'patroonships' holandeses ya establecidos(. . .) y distribuyó propiedades rurales semejantes entre los ingleses para crear así una clase de propietarios influyentes leales a él." 1 En su estudio sobre la vida colonial en el valle del Río Hudson, la historiadora Maud Goodwin describe asimismo que ''fueron erigiéndose muchos nuevos manors hasta que los lords of the manor tomaron las proporciones de una aristocracia rural" .2 Como señala Marshall Harris, "las grandes haciendas manoriales creadas por las subsiguientes concesiones hechas por la Corona inglesa se distinguían con dificultad de sus primos mayores, los patroonships holandeses." 3 Este modelo social aristocrático duró varias generaciones. Produjo una rica clase de señores y otra de arrendatarios, que eran los que trabajaban la tierra. Desafiados muchas veces por el Gobierno local, los lords of manar estaban obligados a luchar constantemente para defender sus derechos. Por fin, hacia la segunda década del siglo XVIII las diferencias entre manors y grandes propiedades rurales habían desaparecido casi completamente.4 Pese a la disminución de sus derechos legales y de su jurisdicción, la aristocracia rural conservó su posición social. Como explica Sung Bok Kim, especialista en la historia colonial de Nueva York, "sería un error suponer que la amputación de su señorío sobre el manor dejó a los propietarios sin poder político.( ...) El mero hecho de que poseyeran grandes extensiones de tierras y tuvieran grandes fortunas los colocaba en la cumbre de la jerarquía social de la provincia y les proporcionaba una variedad de respetables cargos públicos, los cuales les otorgaban, a cambio, una considerable influencia. ( ...) los propietarios de esos manors (. .. ) se referían a sí mismos como 'lord' o 'lord proprietor', evocando el título que les había sido concedido en su antigua carta patente." 5
Una clase dirigente formada por propietarios rurales, comerciantes y abogados. Las élites de Nueva York tenían una mezcla de aspectos de la aristocracia rural de las colonias del Sur y de las clases dirigentes urbanas, comerciales y profesionales que predominaron en Nueva Inglaterra. A comienzos del siglo XVIII, Nueva York contaba con lords of manar y grandes propietarios de tierras muchos de los cuales, como señala Wright, eran "comerciantes que se habían enriquecido (. ..) procuraron empeñadamente conseguir tierras en el interior del país, y llegaron a poseer propiedades con la extensión de una baronía. Hacia finales de siglo, los gobernadores del Rey convirtieron algunas de esas propiedades en manor, e invistieron a sus propietarios con los privilegios concedidos a los lords of manor en Inglaterra." 6 WILLIAMS , CURRENT y FREIDEL,A History ofthe United States, pp. 43 , 44. Maud Wilder GOODWIN, Dutch and English on the Hudson, Yate University Press, New Haven, 1919, p. 47. HARRIS, Origin of the Land Tenure System, pp. 93. Cfr. Sung Bok KIM, Landlord and Tenant in Colonial New York, University of North Carolina Press, Chapel Hill, 1979, p. 87. 5) KIM, Landlord and Tennant in New York, pp. 107 y 122. 6) WRIGHT, The American Heritage History ofthe Thirteen Co/onies, p. 165. 1) 2) 3) 4)
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Estos lords of ma,nor y los riquísimos propietarios de Nueva York estaban más cerca de las élites sudistas que de las clases dirigentes políticas y comerciales puritanas. "El antiguo patriciado era más semejante a la aristocracia del Sur que a los comerciantes, ma,gistrados y ministros puritanos que gobernaron la colonia de la Bahía de Massachusetts" y vivía "con un esplendor de barones, que rivalizaba con el de los hacendados de Virginia y Carolina del Sur y que raramente existía en la mas bien igualitaria Nueva Inglaterra." 1 A pesar del dinamismo mercantilista de la ciudad de Nueva York, la preeminencia social de la colonia "pertenecía a la aristocracia rural, que vivía con una elegancia feudal en sus grandes propiedades a lo largo del Hudson y dominaba los asuntos de la provincia con ayuda de sus relaciones, de negocios o de matrimonio, con las ricas familias de comerciantes de la ciudad de Nueva York." 2 Los abogados más eminentes se unieron a los grandes propietarios y a los hombres de negocios y "muchas de las principales familias tenían miembros en las tres categorías." 3 Esta unión es también constatada por la historiadora Virginia Harrington: "Social, política y económicamente, los propietarios rurales, abogados, y hombres de negocios formaban una única y privilegiada clase dirigente (. .. ) Generaciones de matrimonios habían fundido a esos tres primeros grupos." 4 El control político de la élite colonial sobre Nueva York.
Durante el período colonial, los cargos públicos, como el de Juez de Paz, eran ocupados con frecuencia por los propietarios o por alguno de sus leales arrendatarios. "El propietario de un manor podía ser nombrado comisario de las carreteras de su distrito, y encontrarse con la responsabilidad de trazarlas y mantenerlas. Podía ser consultado por el Gobierno sobre el nombramiento de oficiales para la milicia y de los jueces de paz de su distrito, y podía, también, serle dado rango suficiente para asumir el mando de su milicia." 5 Algunos manors gozaban del especial privilegio de contar con un escaño en la cámara legislativa del Estado. Dichos asientos eran normalmente ocupados por el propio lord of manor, por un miembro de su familia, o por alguien indicado por él. Políticamente, según Nettels, "los magnates dominaban el gobierno local a través de los jefes de policía, sus aliados, y administraban justicia entre sus arrendatarios. Después de 1693 actuaron en el legislativo provincial, especialmente en la asamblea, donde algunos ocuparon lugares como representantes de sus propiedades, y dominaban siempre las elecciones en sus distritos." 6 PENNSYLVANIA: Una utopía igualitaria de fondo religioso.
En 1681, William Penn, hijo de un monárquico que luchó por los Estuardo, fue nombrado por el Rey Carlos II lord proprietor de las tierras que compondrían los Estados de Pennsylvania y Delaware. Poco después, William Penn las convirtió en un refugio para la secta Quaker, que era perseguida en Inglaterra. JAHER, The Urban Establishment, p. 160. SCHLESINGER, New Viewpoints ofAmerican History, p. 73. WRIGHT, The Cultural Lije of the American Colonies, p. 41. Virginia D. HARRINGTON, The New York Merchanton the Eve of the Revolution, New York, 1935; Peter Smith, Gloucester (Mass.), 1964, p. 11. 5) KIM, Landlord and Tenant in Colonial New York, p. 123. 6) NETTELS, The Roots ofAmerican Civilization p. 309. 1) 2) 3) 4)
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Los cuáqueros habían surgido en el siglo XVII. Por su igualitarismo radical, representaban la extrema izquierda de la revolución protestante en Inglaterra. Nadie insistía más que ellos en las tesis igualitarias y democráticas. Afirma Boorstin que eran "conocidos por su desprecio hacia las formalidades y jerarquías,por su inconsistencia doctrinaria y su antipatía hacia los dogmas." 1 William Penn imaginó un estado de cosas miserabilista e igualitario, sin el lujo y la opulencia aristocráticos. Mas la sociedad sin clases con base en un amor fraterno pronto probó ser una utopía. Aparecieron enseguida las diferencias de clases y de grupos sociales. Luego desembarcaron inmigrantes de diversos orígenes y los cuáqueros se quedaron en minoría dentro de su colonia. Filadelfia, la capital y ciudad más importante, se convirtió en un centro cosmopolita.2 Los cuáqueros consiguieron mantener el Gobierno en sus manos y tuvieron la preeminencia social y la autoridad que habían despreciado en el Viejo Mundo. Observa Boorstin que "se dieron cuenta de que si seguían sus doctrinas religiosas al pie de la letra encontrarían grandes dificultades para gobernar su colonia. Una cosa era vivir según los principios cuáqueros y otra muy diferente gobernar de acuerdo con ellos." 3
El progreso material tendió a formar élites. Pennsylvania disfrutó de un medio siglo próspero, en que fue "el centro de la vida cuáquera en América(.. .) deslizándose 'de la comunidad hacia la contabilidad' ." 4 Las personas mejoraban su posición a medida que crecían en riqueza. Señala Wertenbaker: "Filadelfia, (. .. ) recibía en sus muelles los mayores navíos transatlánticos y (. .. ) la riqueza agrícola que venía del interior del país". Esto hizo que se formara una élite mercantil. 5 Wright agrega que "bajo el impacto de la prosperidad, los comerciantes cuáqueros construyeron residencias confortables, las amueblaron con lujo, y vivieron de acuerdo con el mismo estilo preferido por los demás grandes." 6
Filadelfia: capital económica y cultural. Filadelfia era la ciudad norteamericana preeminente del siglo XVIII. "Se convirtió en la segunda ciudad del Imperio Británico, se jactaba de contar con algunas de las más poderosas familias de comerciantes de América." 7 "Solamente Londres la superaba en habitantes-señala Lipset-. Filadelfia y otras capitales coloniales de América eran centros de una cultura comparativamente alta para su época: contaban con universidades y sociedades doctas, y su élite estaba en contacto frecuente con la vida intelectual y científica de Gran Bretaña." 8 Esta élite asimilaba los estilos y las corrientes de pensamiento más en boga. "En las décadas centrales del siglo XVIII, las ideas de la Ilustración francesa --1,aica, racionalista, humanista, democrática, igualitaria e individualista-fueron traídas a América a través de la floreciente ciudad de Filadelfia." 9 Muchas ideas que más tarde desenca1) 2) 3) 4) 5) 6) 7) 8) 9)
BOORSTIN, The Americans: The Colonial Experience, p. 41. BALTZELL, Puritan Boston and Quaker Philadelphia, p. 143. BOORSTIN, The Americans: The Colonial Experience, p. 43. BOORSTIN, The Americans, p. 43. WERTENBAKER, The Golden Age of Colonial Culture, p. 9 . . WRIGHT, The Cultural Lije of the American Colonies, p. 43. WRIGHT, The Cultural lije of the American Colonies, p. 42. Seymour Martín LIPSET, The First New Nation, Basic Books, New York, 1963, pp. 92-93. BALTZELL, Puritan Boston and Quaker Philadelphia, p. 4.
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denaron la Revolución Americana fueron cultivadas en los grandes salones de esta próspera capital. GEORGIA: El malogro de un planteamiento filantrópico.
Aunque el liderazgo social de Georgia estaba aún en fase de desarrollo a finales del período colonial, esta colonia merece una mención especial. Fue establecida en 1732 con base en utopías filantrópicas y no religiosas, y tenía por objetivo evitar la expansión española en territorios fronterizos despoblados. La Corona concedió esta colonia a un grupo de veintiún propietarios liderados por James Oglethorpe. Estos la fundaron como una empresa sin carácter de lucro. Una de sus finalidades era ofrecer una oportunidad a quienes estaban endeudados, habían caído en la pobreza, o entrado en conflicto con las leyes inglesas de la época. Según su líder Oglethorpe, la colonia quiso dar refugio y una nueva oportunidad a "quienes estuviesen más afligidos y fuesen virtuosos y competentes" . 1 A los colonizadores les fue negada toda participación en el gobierno. Hasta los menores detalles de las decisiones eran dictados por Londres. La iniciativa individual fue sofocada a tal punto que Boorstin escribe: "Quienes emigraban a Georgia habían de sufrir tanta imposición que la colonia tenía más el aspecto de una prisión bien administrada o de un ejército de mercenarios que el de una colonia de hombres libres." 2 El sistema de posesión de tierra era semejante a los esquemas socialistas utópicos ensayados en otras partes durante el siglo siguiente y, como en todas partes, tuvo desastrosas consecuencias. A cada colono le eran concedidos cincuenta acres de tierra. El límite máximo de una propiedad era de quinientos acres. Las propiedades no podían ser enajenadas ni divididas, y sólo podían ser legadas en testamento a un heredero masculino. A falta de éste, la propiedad revertía a la empresa. Este sistema impidió la formación de una élite local. Los colonizadores no tenían la oportunidad de subir en la escala social como en las demás colonias. Muchos de los que se sentían constreñidos por los reglamentos lucubrados en Londres decidieron abandonarla y probar suerte en otros lugares. "No se sabe exactamente qué parte de la población abandonó Georgia a mediados de siglo en busca de oportunidades mejores en Carolina y otras colonias", observa Boorstin. Es cierto que fueron muchos pues "Georgia estaba camino de convertirse en una colonia desierta." 3 Ante el fracaso del experimento la compañía devolvió su patente a la Corona en 1752. Georgia terminó convertida en una colonia real; sólo entonces comenzó a dar las primeras señales de progreso.
3. El anticatolicismo a lo largo del período colonial Las guerras religiosas que devastaron Europa a partir del siglo XVI repercutieron en las Américas, especialmente en la inglesa, donde dominaba el protestantismo. Con excepción de las de Maryland, las élites de las diversas colonias estaban formadas por sectarios protestantes cuya adhesión al igualitarismo de su religión implicaba una mayor o menor antipatía en relación a la jerárquica Iglesia Católica. Esa agresividad era 1) BOORSTIN, The Americans: The Colonial Experience, p. 79. 2) Ídem, p. 87. 3) Ídem, p. 95.
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estimulada, especialmente en las colonias de Nueva Inglaterra, por las continuas y sangrientas luchas contra los católicos franceses de Québec y sus aliados indios. El historiador Sydney Ahlstrom afirma: "La historia de las colonias está repleta de un abierto y explícito anticatolicismo (. ..) Los católicos americanos enfrentaron discriminaciones en todas ellas, incluso en Maryland." 1 En Pennsylvania los católicos fueron menos perseguidos que en las demás colonias y por eso se establecieron allí en mayor número. Sin embargo, en la época de la Reina Ana, esta colonia fue obligada a aplicar las leyes inglesas que negaban a los católicos el derecho de votar y de ocupar cargos públicos. Esas leyes rigieron las colonias durante toda su existencia. En Nueva York, tras la caída de los Estuardo y la ascensión de Guillermo de Orange fueron suprimidas las libertades de los católicos. En 1701 les fue negado el derecho al voto y a ocupar cargos públicos. Más de treinta gobernadores administraron la colonia hasta la Independencia sin que la situación mejorara. A los sacerdotes católicos les estaba prohibido pisar el territorio. Durante más de setenta y cinco años no se toleró ni siquiera una iglesia católica abierta al culto. Las Misas se celebraban ocasionalmente y en la clandestinidad. Por ello, "salvo Maryland y Pennsylvania, donde pequeños islotes de catolicismo consiguieron sobrevivir sea a la luz pública, sea casi en secreto -afinna Ahlstrom-, la historia de la Iglesia Católica a finales del período colonial no pasa de meros rumores, 'tradiciones' sin sustancia y cautelosas suposiciones." 2 Esto privó a las élites coloniales de la preciosa contribución que el espíritu católico habría aportado para su formación social y cultural, y para el florecimiento de un tipo humano más genuinamente cristiano y aristocrático.
1) Sydney AHLSTROM,A Religious History of the American People, pp. 558-559; véase también William REICHLEY, Religion in Amercian Public Life, The Brooking Institution, Washington (D. C.), 1985. · 2) AHLSTROM, A Religious History of the American People, p. 341.
CAPÍTUWV
La aristocracia americana ante la Independencia y la Constitución
l. Las élites coloniales en el período pre-revolucionario (1763-1781) La Revolución americana que independizó las trece colonias inglesas en América del Norte (Guerra de la Independencia) se inspiró en las repúblicas de la Antigüedad, en las doctrinas protestantes y en una "una complicada mezcla de nociones tomadas de la Ilustración, del iluminismo racionalista, de la teología puritana de Nueva Inglaterra [que] poseía connotaciones revolucionarias." 1 La leyenda de un pueblo amable, virtuoso y libre, sublevado por culpa de la tiranía de un monarca implacable no corresponde a la realidad. Los americanos disfrutaban de más derechos que la mayoría de los pueblos de su época. Afirma Wood: "No eran un pueblo oprimido. No había allí grilletes imperialistas para arrancar." 2 Había, sin duda, conflictos de intereses entre la Metrópoli y las colonias. Normalmente, esas diferencias se habrían resuelto de un modo pacífico, pero la controversia fue atizada por minorías radicales que la transformaron en un desafío a la política británica3 y en una rebelión a favor de la independencia. El descontento en relación al gobierno inglés era mucho más personal que político. Las quejas se concentraban, afirma Wood, en "el abuso de la autoridad real" en las "distinciones políticas" y en "los nombramientos oficiales" .4 A nadie se le ocurría destruir la jerarquía social. Aquellas élites eran "vivamente conscientes de las distinciones de rango, y sensibles al más mínimo insulto social", comenta Wood. Decían querer únicamente el aplastamiento de "los parásitos aduladores de la Corona" .5
La Revolución americana fue obra de élites. La Revolución Americana fue posible gracias a la solidaridad entre las clases altas de todas las colonias. Ciertos aristócratas la prepararon en sus mansiones. "Algunos de ellos 1) Gordon S. WOOD, Creation of the American Republic 1776-1787, W.W.Norton & Company, New York, 1972, p. 17. 2) Ídem, pp. 3, 4 . 3) HOCKETI, The Political and Social Growth of the American People, p. 180. 4) WOOD, The Creation of the American Republic, pp. 79-80. 5) Ídem, pp. 71 -72.
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eran deístas y librepensadores; y en sus bibliotecas podían encontrarse obras de Voltaire, Volney, Hume, Gibbon y La Edad de la Razón, de Thomas Paine", señala Clement Eaton. 1 Para von Borch, la élite aristocrática colonial articuló la rebelión contra Inglaterra originando una "profunda paradoja en el nacimiento de los Estados Unidos. La 'dinastía de Virginia' de los primeros presidentes del Estado federal independiente -Washington, Jefferson, Madison y Monroe--venía precisamente de la aristocracia de los agricultores. (. ..) La revolución contra Inglaterra fue planeada en las ennoblecidas haciendas situadas a orillas de los ríos de Virginia. (. ..) Los señores (. .. ) de las plantaciones, tan seguros de sí mismos,fueron los líderes de la rebelión contra Inglaterra." 2 Había una dicotomía entre los hábitos aristocráticos y las ideas republicanas de esos hombres de élite revolucionarios. Wood refiere que cuando esta forma de "ambivalencia de actitud estaba ampliamente difundida [se] creó una dolorosa dzsyuntiva de valores y una situación social muy inestable.'' 3
La división de la sociedad colonial antes de la Revolución. La sociedad colonial, élites inclusive, se dividió en dos facciones: los whigs, liberales y reformistas manipulados por una minoría radical independentista, y los loyalists o tories. Estos últimos formaban una mayoría que justificaba ciertas quejas contra Inglaterra pero rechazaba la separación y prefería la reconciliciación.
"Ningún líder americano, ni siquiera los más declarados partidarios de América, era anti-británico cuando comenzó(. .. ) la Revolución", afirma la historiadora Pauline Maier, de la Universidad de Massachusetts. 4 Claude H. Van Tyne añade que "la lealtad a la Corona era una condición normal" 5 en las colonias. Entre los loyalists del Norte había numerosos hombres de negocios de Nueva Inglaterra, Nueva York y Pennsylvania. En el Sur, la clase de los hacendados formaba un conjunto en que predominaban los whigs moderados dominados por líderes radicales independentistas; mientras que muchos pequeños agricultores de las regiones fronterizas se inclinaban por los loyalists. "Los loyalists eran numerosos y pertenecían a las clases más eminentes. --escribe Hockett-La falta de un programa positivo redujo su importancia a un mínimo. Los whigs, por su parte, eran activos y estaban bien unidos. Sus comités locales impedían que se manifestaran las opiniones de los loyalists." 6 Estos comités llevaron la Revolución de puerta en puerta exigiendo acatamiento so pena de ostracismo, difamación o violencia física. La Revolución independentista tuvo aspectos de guerra civil y muchos loyalists de todas las clases sociales se exiliaron en Inglaterra o en Canadá: "La Revolución afirma H. Senior de la Universidad McGill -fue una de las mayores sublevaciones que ha habido en este continente. Condujo al exilio a ochenta mil personas, dentro de una población de dos millones. " 7
1) 2) 3) 4) 5) 6) 7)
Clement EATON, The Growth of Southern Civilization 1790-1860, Harper and Row, p. 13. von BORCH, The Unfinished Society, pp. 216-217. WOOD, The Creation ofthe American Republic, p. 75. Pauline MAIER, FromResistance to Revolution, Random House, lnc., New York, 1972, p. xi. Claude H. Van TYME, The Loyalists in the AmericanRevolution, New York, 1902, p. 23. HOCKETT, op. cit., pp. 190-191. Hereward SENIOR, The Loyalists of Quebec, Montréal, Price-Patterson Ltd., 1989, p. 3.
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También narra Schlesinger: "Cuando comenzó la guerra [de Independencia], millares de hombres y mujeres marcados con el estigma de 'Tmy' fueron obligados a huir a sus países de origen, mientras que muchos otros se establecían en Canadá. (. . .) Sus haciendas y bienes fueron confiscados(. ..), y se emitieron decretos de proscripción para evitar su posible regreso. (. .. ) Sin embargo, otros miembros de la clase alta, como la aristocracia rural del Sur y algunos de los grandes comerciantes cuáqueros" fueron "revolucionarios, aunque muchos estuvieran en serio desacuerdo con las doctrinas extremistas." 1
2. La Declaración de Independencia (1776) En mayo de 1775, el Congreso Continental se reunió por segunda vez en Filadelfia. Este Congreso era una asamblea de representantes de las colonias destinado a exponer reivindicaciones. La facción radical presionó hasta que el 2 de julio de 1776 se aprobó la Declaración de Independencia escrita por el agricultor, aristócrata y demócrata radical Thomas Jefferson. 2 La facción extremista dio un golpe de timón sin precedentes: fundó una nueva nación que rompía con las tradiciones políticas y religiosas del pasado colonial. Ella impulsó los trece nuevos Estados - las antiguas trece colonias - a la profesión oficial de una filosofía política deísta que sustituyó a la confesionalidad del Estado de la época anterior. Esta filosofía quería triunfar universalmente y para ello debía hacer del nuevo país un paradigma para todo el mundo, un heraldo de un novus ordo saeculorum. La tarea de difundir este modelo dio un carácter "misionero" a la república recién fundada3• En suma, el mito americanista pasó a orientar el rumbo del país.
3. Los años que siguieron a la Independencia (1781-1787) Inmediatamente después de la Independencia los gobiernos de cada Estado eliminaron los privilegios sociales y buscaron la mayor nivelación económica posible con el fin de solapar las bases materiales de las élites aristocráticas y disminuir o incluso erradicar su predominio en la sociedad. En los primeros años "eliminaron los derechos jurídicos de la primogenitura y del mayorazgo" .4 Tierras pertenecientes a la Corona, a los Lords y a los loyalists fueron desapropiadas o confiscadas y divididas en pequeñas haciendas. En todos los Estados, la aversión republicana hacia las desigualdades heredadas promovió una agitación general contra todas las diferencias económicas, sociales, intelectuales o profesionales. Los republicanos radicales atacaban cualquier manifestación de superioridad social. Para los más igualitarios, hasta la simple mención de grados de respetabilidad tenía sonoridades aristocráticas. 5 Nuevas figuras ocuparon el vacío dejado por los loyalists exiliados. "El efecto social más pronunciado de la Revolución -dice Wood- no fue la armonía ni la estabilidad, sino la súbita aparición de hombres nuevos por todas partes, tanto en la política como en 1) 2) 3) 4) 5)
SCHLESINGER, New Viewpoints in American History, p. 77. WOOD, The Creation of the American Republic, p. 356. Cfr. von BORCH, The Unfinished Society, p. 12. WILLIAMS, CURRENT, FREIDEL, A History of the United States, p. 143. Cfr. WOOD, pp. 399, 400, 482.
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los negocios. (. ..) 'Hombres que no eran respetables ni por sus propiedades, ni por sus virtudes, ni por su capacidad' estaban tomando la dirección de los asuntos públicos." 1 John Jay, una destacada figura de las élites tradicionales de Nueva York, se quejaba de que "se concedía posición e importancia a hombres a quienes la Sabiduría había dejado en la oscuridad". El mismo juicio emitió el futuro Presidente James Madison, para quien las asambleas legislativas estatales "estaban siendo ocupadas y reocupadas por caras que cambiaban todos los años, frecuentemente por hombres sin letras, experiencia ni principios" .2 Según Gordon Wood, por todos los Estados "un exceso de poder estaba conduciendo al pueblo, no sólo a la licenciosidad, sino a una nueva especie de tiranía ejercida, no por los gobernantes tradicionales, sino por el propio pueblo. Fue lo que en 1776 John Adams llamó contradicción teórica, despotismo democrático" .3 Muchos Estados se hundieron en una ingobernabilidad turbulenta. En algunos de ellos explotaron violentas manifestaciones populares, mientras que prácticamente se extinguió toda forma de gobierno federal efectivo. Estos factores rápidamente hicieron entender que la experiencia revolucionaria había fracasado y que era necesaria alguna forma de represión del caos y de un gobierno centralizado para resolver la crisis.
4. Papel de la aristocracia en la sanción de la Constitución (1787-1788) Los Founding Fathers: una élite aristocrática nacional. En 1787 los delegados de once Estados se reunieron en Filadelfia para elaborar una Constitución federal que sustituyera lo que hasta entonces había sido una libre confederación de trece Estados recientemente independizados. Trabajaron a puertas cerradas. Significativamente, los líderes revolucionarios más radicales no participaron en las negociaciones. Era un selecto grupo de aristócratas presidido por George Washington-"sumamente encantador, tanto por su carisma personal como por el de su clase"- 4 que poseía la autoridad conferida por su alta categoría social y por su digno pasado familiar. Representaban lo mejor de la tradición colonial. Constituyeron un distinguido cenáculo sobre el cual se construyó la duradera leyenda de los F ounding Fathers [Padres Fundadores de los Estados Unidos]. He aquí como los describen Dye y Zeigler: "Aquellos cincuenta y cinco hombres que redactaron la Constitución de los Estados Unidos y fundaron una nueva nación constituían una élite verdaderamente excepcional. No sólo eran 'ricos y bien nacidos', sino también educados, con talento y llenos de recursos." Cuando el demócrata radical Thomas Jefferson, embajador en la Corte de Versailles, vio la lista de los delegados a la Convención, escribió: "Es realmente una asamblea de semidioses." 5 Fue ésta la que paradójicamente dispuso el curso de la República norteamericana para las generaciones 1) 2) 3) 4) 5)
WOOD, The Creation ofthe American Republic, pp. 476-477. WOOD, The Creation of the American Repub/ic, p. 4 77. WOOD, op. cit., p. 404. BALTZELL, Puritan Boston and Quaker Philadelphia, p. 187. DYE y ZEIGLER, The Irony of Democracy, p. 27.
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futuras. Louis Wrigth reconoce que la Carta Magna de la mayor democracia contemporánea fue redactada por aristócratas de reconocido prestigio que salvaron la nación de la disgregación: "La Constitución -añade-fue obra de gentlemen conscientes de su deber de servir a los más altos intereses del Estado." 1
El paso hacia atrás dado por la Constitución. Aunque gran parte de los delegados para la Convención de Filadelfia eran aristócratas y algunos de ellos monárquicos, la mayoría adoptó la forma republicana de gobierno como salida del caos social introducido por la Revolución. El resultado fue bastante contradictorio. "Por 'gobierno republicano' ellos entendían un gobierno representativo, responsable y no hereditario; y no una democracia de masas, con participación directa del pueblo en la toma de decisiones. (. ..) Quienes las tomaban habían de ser hombres con fortuna, educación y comprobada capacidad de liderazgo." 2 Dye y Zeilger ven en este episodio trascendental una ironía de la Historia. Y observan que para los F ounding Fahers la "igualdad" no significaba que los hombres fuesen iguales en nacimiento, riqueza, inteligencia, talento o virtud: "las desigualdades sociales eran aceptadas como consecuencia natural de la diversidad entre los hombres. Definidamente, no era función del gobierno reducir esas desigualdades. De hecho, la 'peligrosa nivelación' era una seria violación del derecho que todo hombre tiene a la propiedad, a usarla y disponer de los frutos de su trabajo. Por el contrario, era función específica del Gobierno proteger la propiedad y evitar que la influencia 'niveladora' redujese las naturales desigualdades de riqueza y poder." 3 "La Constitución - añade Wood- era un documento intrínsecamente aristocrático, destinado a controlar las tendencias democráticas de la época." 4
Con este fin, los convencionales lucharon para "que la aristocracia rural retornara a sus funciones, y para conceder 'autoridad solamente a quienes por naturaleza, educación y buena disposición estuvieran capacitados para gobernar, y sólo a ellos'" .5
5. Federalistas y anti-federalistas Cuando los Estados tuvieron que ratificar la Constitución, el país se escindió: "Siendo la Constitución el programa de la vieja clase dominante, su ratificación produjo(. ..) una división de amplitud nacional." 6 Los favorables a la Constitución se auto-denominaban 'federalistas", y esperaban que el gobierno central tuviese autoridad suficiente para contener la desintegración del país. Para ellos, dice Claude Bowers, "era imposible concebir un gobierno fuerte y capaz sin que la aristocracia lo dirigiera" .7 1) Louis B. WRIGHT, The First Gentlemen of Virginia, Dominion Books, Charlottesville (Virginia), 1964, p. 350. 2) DYE y ZEILGER, lrony of Democracy, p. 39. 3) DYE y ZEILGER, lrony of Democracy, pp. 38-39. 4) WOOD, The Creation of the American Republic, p. 513. Cita a Jonathan JACKSON, Thoughts Upan the P olitical Situation of the United States, W orcester, 1788. 5) WOOD, op. cit., p. 510. 6) HOCKETT, Political and Social Growth of the American People, p. 298. 7) Claude G. BOWERS, Jefferson and Hamilton, the Strugglefor Democracy inAmerica, Houghton Mifflin Company, New York, 1925, p.29.
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Los contrarios eran denominados "anti-federalistas", y veían en el gobierno central la perpetuación de una élite dirigente aristocrática. Eran adeptos del fortalecimento de gobiernos locales de índole populista. Por eso los anti-federalistas se opusieron a la ratificación acusando la Carta Magna de "crear una cámara alta aristocrática y una presidencia casi monárquica" .1 La discusión de fondo "se daba fundamentalmente entre aristocracia [federalistas] y democracia [anti-federalistas]." 2 En ambas corrientes se encontraban nombres ilustres de las aristocracias locales. Por fin, los federalistas cedieron e hicieron suya la retórica democrática de la Revolución al considerar al "pueblo" como fuente exclusiva para ordenar y establecer la Constitución. A partir de entonces se procedió a la uniformización política y se aseguró el dominio ideológico demócrata-igualitario: "Los federalistas de 1787 aceleraron la destrucción de cualquier posibilidad de que existiese en América una manifiesta concepción aristocrática de la política, y contribuyeron a la creación de una tradición liberal, dominante y abarcativa (. ..) Al intentar enfrentar y retardar el ímpetu de la Revolución con la retórica de la Revolución, los federalistas (. .. ) llevaron la ideología de la Revolución a su plena realización." 3 Semejante combinación permitió que las élites gobernasen la nueva república sin romper abruptamente con el pasado pero sin abandonar el núcleo de las doctrinas revolucionarias. Fue el comienzo de la paradoja americana.
6. Tendencias aristocráticas y monárquicas en la época de la Independencia y de la Constitución Como vimos, a comienzos del proceso revolucionario independientista, la mayoría de la población no pensaba separarse de Inglaterra, ni siquiera cambiar la forma de gobierno. "Al principio de la agitación, los norteamericanos no estaban empeñados en derribar la autoridad del Rey." 4 Hasta entonces, el concepto de República en cuanto forma de gobierno no estaba claro para la opinión pública ni para quienes deseaban implantarla. "La propia palabra [República] inspiraba confusión; hasta tal punto que John Adams, (. ..) se quejaba de que 'nunca había entendido' lo que era un gobierno republicano y creía que 'nunca nadie lo había entendido ni lo entendería jamás'." 5 El éxodo macizo de loyalists políticamente activos y la severa represión de manifestaciones monárquicas revela la existencia de las tendencias anti-republicanas. Además, el hecho de _que los revolucionarios republicanos las reprimiesen enérgicamente los mostraba contrariando sus principios liberales. En efecto, las tendencias monárquicas no se extingieron con la Independencia, sino que permanecieron dinámicas, mostrándose particularmente pujantes en el Ejército de aquel entonces. 1) DYE y ZEIGLER, The Irony of Democracy, p. 54. 2) Gordon WOOD, The Constitution, in Gerald GROB y George BILLIAS, Eds. lnterpretations of American History, vol. l., Collier Macmillian, New York, 1982, p.175. 3) WOOD, The Crea/ion of the American Republic, p. 562. 4) MAIER, From Resistence to Revolution, p.288,161. 5) MAIER, From Resistence to Revolution, p.287.
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Durante las presidencias de George Washington y John Adams el poder ejecutivo estaba rodeado de un ceremonial que emulaba las realezas europeas. Las sensibilidades revolucionarias se erizaban especialmente cuando el Jefe de Estado era conducido en un elegante carruaje tirado por seis caballos blancos, con postillones y lacayos de librea. Aún más ofensivo para los republicano-demócratas fue la propuesta presentada en el Senado de conceder al presidente el tratamiento de His Highness, the President of the United States of America (Su Alteza, el Presidente de los Estados Unidos de América). Se procuraba así satisfacer las tendencias dominantes en la sociedad: "El aronia de una Corte, aunque republicana, estaba por todas partes."' Thomas Jefferson, líder republicano-demócrata, describe el sentimiento monárquico prevaleciente en el gobierno federalista de 1790 con estas palabras: "Quedé perplejo al constatar el predominio generalizado de los sentimientos monárquicos, a tal punto que me quedaba solo al defender los republicanos, teniendo siempre dificultad en encontrar a alguien que abogase también a favor del mismo argumento." 2 La existencia de las propensiones monárquicas en aquella época fue reconocida por el propio Washington en una carta a Madison fechada el 31 de marzo de 1787: " 'Para mí está también claro que, aun admitiendo la utilidad e incluso la necesidad de la forma monárquica, no ha llegado todavía el momento de adoptarla sin perturbar la paz del país hasta sus jundamentos'. Es decir, las objecciones de Washington se referían a su oportunidad y no a la idea misma de la monarquía." 3 En otra oportunidad, Washington "comentó que, en más de una ocasión, le habían presionado para que se convirtiera en un monarca" .4
1) Merrill D. PETERSON, Thomas Jefferson and the New Nation, Oxford Universsity Press, New York, 1970 p. 405-406. 2) SCHLESINGER, New Viewpoints in American History, p.82. 3) Minor MEYERS Jr., Liberty Without Anarchy, The University Press ofVirginia, Charlottesville (Va.), 1983, p.85. 4) MEYERS, Liberty Without Anarchy, p. 84.
CAPÍTUWVI
La República norteamericana hasta la Guerra Civil
l. La república aristocrática (1788-1828) La consolidación de la Independencia tuvo necesidad de aristócratas.
En las futuras naciones del continente americano al igual que en las respectivas metrópolis funcionó con las correspondientes variantes lo que se llamó el Ancien Régime. La independencia de esas naciones equivalió a otras tantas "Revoluciones Francesas", que destruyeron casi todo lo que representaba el Ancien Régime e impusieron las metas y los ideales de 1789. Es una ilusión pensar que los diversos movimientos surgidos en las colonias americanas tenían como único objetivo la proclamación de la independencia en relación a las metrópolis. Se trataba, de hecho, de otras tantas "Revoluciones Francesas", que destruyeron casi todo lo que representaba el Ancien Régime e impusieron las metas y los ideales de 1789. · Sin duda, en todas las revoluciones hubo un fondo ideológico común. Está claro también que ellas se contagiaron mutuamente, de manera que cuando una de ellas vencía en un determinado país, creaba la convicción de que podía vencer en los demás. Esto daba a los revolucionarios un élan precioso para alcanzar su gran victoria. Se equivocan rotundamente quienes piensan que este incendio igualitario y revolucionario se arrastró por el continente sin enfrentar resistencias. Muy por el contrario, hubo oposiciones importantes que obligaron a la Revolución a trazarse un itinerario no rectilíneo como un canal sino lleno de curvas, de plieges y sorpresas como un caprichoso río chino. Esto se observa sobre todo en la historia de los Estados Unidos, que es el país del continente americano donde la democracia es más característica, más coherente, mas entera, más poderosa y con más fuerza de contagio. Allí hubo resistencias monárquicas y aristocráticas que obligaron al movimiento republicano e igualitario a andar con mucha prudencia. Es digna de nota la presencia de numerosos aristócratas para facilitar y acelerar la victoria de los ideales revolucionarios. Varios de ellos dirigieron el movimento demócrata y le comunicaron un barniz de confianza que consiguió que los
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Estados Unidos y otros países de América aceptasen las democracias populistas avant la lettre. Si muchas democracias no hubiesen contado al principio con el apoyo de los aristócratas el pueblo no habría apoyado los regímenes democráticos, o los habría adoptado muchas décadas más tarde.
Cuarenta años de república aristocrática. Los cuatro decenios posteriores a la ratificación de la Constitución Federal podrían designarse adecuadamente como la era de la República aristocrática. El furor igualitario amainó y las aristocracias imprimieron su tono a la vida política y social. Los desafíos a la autoridad nacional fueron en gran medida superados, estableciéndose un gobierno federal de base sólida. El programa federalista se orientó nítidamente a favor de los intereses de las élites financieras y mercantiles del Norte; y perjudicó a los agricultores del Sur y a los demás propietarios rurales. Estas cuatro décadas de república aristocrática terminaron con la elección de Andrew Jackson en 1828. Durante ellas se pasó de una sociedad predominantemente agraria, enraizada en la familia y en los lazos comunitarios, a una sociedad de gran desarrollo urbano e industrial, con proporciones continentales, marcada por el debilitamiento de la familia y por la inestabilidad social. Durante todo el período colonial, la población y colonización raramente habían traspasado una línea distante algunas centenas de millas de la costa. Medio siglo después de la independencia, once nuevos Estados se añadían a la Unión, vastos territorios eran conquistados o adquiridos. Así, el país se extendió desde el Atlántico hasta el Pacífico, el flujo migratorio aumentó enormemente y la población se cuadruplicó.
2. La época de Jackson: la democracia popular Andrew Jackson asumió la presidencia en 1829. Fue el primer Presidente de los Estados Unidos no oriundo de las élites tradicionales. Su ascensión marcó el fin de la República aristocrática y el comienzo de la profundización de la ideología democrática en la vida política, social y cultural del país. Jackson fue un self-made man que encamó el mito americanista. Según el historiador social James Bugg, "Jackson, el héroe de aquella época, simbolizaba para los norteamericanos todas las características que hicieron de ellos un pueblo escogido, destinado a convertir y salvar el mundo". 1 Para Richard Hofstader, la elección de Jackson hizo que "un sistema económico y social fluido rompiese los lazos de un orden político fijo y estratificado. El movimento jacksoniano, que había sido en su origen una lucha contra los privilegios políticos, se extendió a la lucha contra los privilegios económicos, reuniendo en su apoyo una hueste de 'capitalistas rurales y empresarios de pequeñas ciudades'." 2 1) James L. BUGG Jr. (Ecl.), Jacksonian Democracy - Myth or Reality? Holt, Rinehart and Winston, New York, 1962, p. 107. 2) HOFSTADER, The American Political Tradition and the Men Who Made lt, in BUGG, Jacksonian
Democracy- Myth or Reality?, p. 7.
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APÉNDICE VI
Entre la elección de Jackson y la Guerra de Secesión, según James Madison, los Estados Unidos dejaron de ser gobernados por un "cuerpo escogido de ciudadanos, cuya sabiduría, patriotismo y amor a la justicia les hacía discernir mejor cuáles eran los genuinos intereses del país", para serlo por la mayoría mumérica. 1 Los demócratas jacksonianos pretendieron "realizar la igualdad social, de forma que la condición real de los hombres en la sociedad estuviera en armonía con los derechos que les habían sido reconocidos como ciudadanos" .2 Una de las más inmediatas consecuencias del gobierno de democracia popular fue la puesta en marcha de una máquina política movilizadora de masas, que. atizó los resentimientos con la retórica de la lucha de clases y rebajó las prerrogativas y el estilo de vida aristocráticos.
La posición de liderazgo no dependía ya del status social, de la clase o de la educación, sino del dinero. "Vencer las elecciones se convirtió, hasta un grado nunca visto, en un negocio de profesionales que manejaban máquinas poderosas", escribió Marvin Meyers.3 La figura del político perdió mucho prestigio ante la aparición de aventureros y demagogos sin verdadera capacidad intelectual, de tal forma que aquello que la nueva clase política había conquistado se envileció en sus propias manos. Por el contrario, la influencia de las élites tradicionales - que fueron apartadas de la política - quedó indemne e incluso aumentó en el terreno social. La política dejó de ser el medio a través del cual la opinión pública orientaba la democracia. El dinero pasó a accionar a la opinión pública no para que dijese lo que sentía sino para hacerle oir lo que él quería. Esta acción del dinero se ejercía a través de la prensa escrita, más tarde también a través de la radio, de la televisión y de las técnicas de propaganda. Esto ya nada tenía en común con la democracia idealizada por los filósofos e intelectuales del siglo XVIII, en la cual cada hombre aparecía como un pensador político autónomo, desinteresado y sereno en el momento de otorgar su voto. Las élites tradicionales se retiraron de la vida pública con excepción de algunos Estados del Sur. "Estar marcado como aristócrata se había convertido en fatal desde el punto de vista político", afirma George Tindall.4 Nadie que tuviera pretensiones políticas osaría representar abiertamente los intereses de las clases aristocráticas. La demagogia democrática azuzó las divisiones sociales, interpretándolas siempre como "lucha de los trabajadores honestos contra los aristócratas corrompidos, de la mayoría contra unos pocos." 5 Esta filosofía social violenta ''fue enunciada y repetida en la retórica política a todos los niveles, desde los mensajes del Presidente hasta los discursos callejeros, desde los editoriales hasta la correspondencia particular" .6 1) Robert V. REMINI, The Legacy of Andrew Jackson, Louisiana State University Press, Baton Rouge, 1988, pp. 24, 28. 2) apud Aurhur M. SCHLESINGER, Jacksonian Demcoracy asan lntellectual Movement, in Jacksonian Democracy, Myth or Reality, Ed. por James L. BUGG, Jr., Holt, Rinehart, and Winston, New York, 1962, p. 77. 3) Marvin MEYERS, The Jacksonian Persuasion, Stanford University Press, Stanford, 1957, p. 7. 4) George TINDALL, America: A Narrative History, W.W.Norton & Co., New York, p. 338. 5) REMINI, The Legacy ofAndrew J ackson, p. 21. 6) SCHLESINGER, Jacksonian Democracy asan lntellectual Movement in BUGG Jacksonian Democracy, Myth or Reality, p. 72.
HASTA LA GUERRA CIVIL...
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La democratización de la economía arrancó a las élites tradicionales el control casi absoluto sobre los bancos y el mercado de capitales. Bray Hammond afirma que la política económica de la época ''fue un golpe contra el grupo más antiguo de capitalistas dado por un grupo más joven y numeroso. Como consecuencia de la democratización de los negocios, hubo una difusión del espíritu emprendedor entre la masa del pueblo, y se transfirió la primacía económica de la vieja y conservadora clase mercantil para un grupo más joven, agresivo y numeroso, de hombres de negocios y toda clase de especuladores." 1 Pero a pesar de todos los factores de democratización de la vida americana, "ciertas familias de prestigio preservaron su distinguida reputación en la época del hombre común ." 2
3. Las élites en las décadas anteriores a la Guerra Civil En el Norte: asimilación y riqueza. En la época que precedió inmediatamente a la Guerra Civil se multiplicaron las instituciones privadas de clase alta, como una barrera social contra la ostentación del alto número de nuevos ricos y también como medio de asimilarlos gradualmente a las clases tradicionales. Las antiguas élites se adaptaron a las nuevas condiciones económicas y las estimularon. Constata Douglas Miller: "Numerosos oportunistas llenaron las filas de los ricos, haciendo difícil que las familias establecidas desde los tiempos coloniales conservasen su preeminencia.'' 3 Y añade que "en los Estados costeros había una acentuada tendencia hacia el ocaso de las grandes propiedades rurales. (. ..) Sin embargo, las antiguas y respetables familias podían escapar del mismo -y así lo hicieron con frecuencia--- unié{ldose a los parvenus mediante matrimonios, comerciando su respetabilidad a cambio de dinero. (. ..) Los matrimonios acordados entre miembros de familias ricas, aunque nuevas, y antiguas familias respetables se hicieron cada vez más frecuentes en las décadas de 1830 y 1840.'' 4 Por su parte, los nuevos industriales proporcionaron los medios necesarios para que la antigua clase pudiera mantener su padrón de vida, dentro de un clima económico en transformación. Douglas Miller ejemplifica con las élites de Nueva York: "La clase de la gentry estaba en decadencia, mientras la clase de los ricos capitalistas estaba en ascensión. (. ..) En el Norte, y especialmente en Nueva York, las clases ricas estaban comenzando a ejercer un poder y una influencia mucho mayores que los alcanzados por ninguna de las anteriores élites americanas." 5 Las élites tradicionales continuaron influyendo en las grandes ciudades también por medio de entidades privadas de tipo filantrópico. Según Edward Pessen "en las décadas anteriores a 1850 Nueva York, Brooklyn, Boston y Filadelfia estaban gobernadas por un 'patriciado'. Sin embargo, las élites de las grandes ciudades del Nordeste dirigían las centenares de asociaciones particulares que complementaban, y en algunos casos 1) 2) 3) 4) 5)
Bray HAMMOND, The Jacksonians in BUGG (Ed.), Jacksonian Democracy, Myth ar Reality, p. 94. Douglas T. MILLER, The Birth of ModernAmerica, 1820-1850, Pegasus Books, New York, pp. 119-120. MILLER, The Birth of Modern America, 1820-1850, p. 119. MILLER, The Birth of Modern America, 1820-1850, pp. 120-121. Douglas T. MILLER, Jacksonian Aristocracy, Oxford Univesity Press, New York, 1967, pp. 80, 181.
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APÉNDICE VI
superaban en importancia, el trabajo realizado por las instituciones políticas municipales. La política se dejaba en las manos de los hombres de fortuna, aunque no en las de los de mayor fortuna, y en las de algunos representantes aislados de las élites familiares." 1 Antes de la Guerra Civil, los descendientes de antiguas familias de la Boston colonial formaban el núcleo de la clase alta de la ciudad: "En las décadas de 1830 y 1840, varias docenas de los más ricos habitantes de Boston descendían de familias que habían emigrado de Inglaterra a Massachusetts dos siglos antes, alcanzando nada más llegar o poco después una preeminencia que han mantenido desde entonces casi intacta." 2 En otras ciudades se reprodujo el mismo fenómeno aunque en grados diferentes: "Las sociedades de Filadelfia y Baltimore eran similares a la de Boston, en el sentido de que estaban también interrelacionadas por estrechos vínculos de parentesco que se fundaban en el nacimiento y en la riqueza." 3 En Filadelfia "las familias que gozaban de mayor prestigio eran, con pocas excepciones, las más antiguas, aquellas que acompañaron a William Penn a bordo del Wellcome (. .. ) o llegaron poco después para asociarse a los orígenes de la ciudad. " 4 En resumen, en los años previos a la Guerra Civil, las élites tradicionales del Norte aceptaron en sus filas, tal vez con excesiva celeridad, muchas familias recientemente enriquecidas. Las familias patricias, en cambio, desempeñaron profesiones liberales con más frecuencia. Disminuyeron su presencia en el mundo de la política pero conservaron el liderazgo social, mientras la clase de los nuevos ricos procuraba imitar su estilo de vida.
En el Sur: tradición y holocausto. En el Sur de antes de la Guerra Civil la industrialización fue menos notable, las divisiones políticas más superficiales y la democratización menos mareante que en el Norte y en el Oeste. Antes bien, el Sur siguió un camino en gran medida opuesto. Así describen Malone y Rauch los valores más apreciados por la sociedad sudista de aquel entonces: "Las virtudes más elogiadas no eran las del mundo del comercio, sino las de la aristocracia rural del Viejo Mundo y de la desaparecida época de la caballería: no eran la eficacia, la astucia y la agresividad, sino el honor, la generosidad y las buenas maneras. Sin ninguna duda, los sudistas más eminentes buscaban sus modelos en el pasado, mientras los del Norte miraban hacia adelante, hacia una nueva era de negocios y progreso ilimitados." 5 Según Williams, Current y Freidel, el Sur "se adhería al mito democrático, pero más que nada glorificaba el liderazgo aristocrático. Su sistema agrícola era comercial y especializado, en armonía con las tendencias modernas, pero muchas de sus instituciones sociales eran más feudales que modernas. " 6 La clase patricia sudista se resistió a la intromisión de las nuevas élites adineradas de un modo más activo que las élites mercantiles del Norte. Los arribistas sólo eran absorbidos por la sociedad tradicional cuando adoptaban sus costumbres y su mentalidad conservadora. PESSEN, Riches, Class and Power before the Civil War, p. 294. PESSEN, Riches, Class and Power, Before the Civil War, p. 111. MlLLER, The Birth of Modern America,1820-1850, p. 133. PESSEN, Riches, Class, and Power Before the Civil War, p. 120. 5) Dumas MALO NE y Basil RAUCH; Crisis of the Union, 1841 -1877, Appleton- Century-Crofts, New York, 1960, p. 98. 6) WILIAMS, CURRENTy FREIDEL, The History of the United States, to 1867, p. 476. 1) 2) 3) 4)
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Antes de la Guerra Civil, los hombres de negocios se situaban por debajo de los hacendados, políticos, militares y profesionales liberales. Salvo en algunos centros urbanos, no se desarrollaron relaciones del tipo capital-trabajo entre patrones y asalariados. 1 Muchas antiguas familias de Virginia y de las Carolinas colonizaron la región fronteriza donde su estilo de vida aristocrático sirvió de modelo a los nuevos agricultores de aquellas regiones. "El ideal del gentilhombre de campo fue llevado por los emigrantes de Virginia y de las Carolinas a los más remotos rincones del Sur." 2 El Sur de aquel entonces, a pesar de sus defectos, perpetuó una civilización con un encanto característico, un sano sentido de la realidad, una economía estable con la propiedad bien distribuida, viviendo en armonía con los principios del derecho. El orden social era bien aceptado por todos, pues en general cada uno se sentía en su lugar. El afán de lucro y el espíritu de competición desenfrenado que se instalaron en el Norte eran contenidos por una ética que valoraba tanto el trabajo como el ocio. Había respeto por el pasado con vistas al futuro y un desarrollado sentido estético. El historiador l. A. Newby resume los valores que caracterizaban la "sociedad bien" del Sur de antes de la Guerra Civil: más rural que urbana, conservadora en política y descentralizada en el gobierno, con raíces históricas y sociales profundas y sentido religioso. Su pueblo era leal a la familia, a la clase y a las asociaciones locales. El mismo Newby añade que los confederados formaban "un movimiento conservador y contrarrevolucionario en lugar de radical y revolucionario." 3 "Tan sólo su religión estaba equivocada: el Viejo Sur fue protestante cuando todo indicaba que debería haber sido católico. El protestantismo era la religión del individualismo y del capitalismo liberal, y no la del tradicionalismo ni la de la autoridad; o, como afirmó [el historiador sudista] Tate, 'casi no era una religión, sino el resultado de una ambición laica.' El Viejo Sur había sido, pues, una anomalía, 'una sociedad feudal sin una religión feudal', y ésta fue una de las razones por las que su estilo de vida no sobrevivió tras la derrota militar. " 4 Efectivamente "la Guerra Civil asestó un golpe mortal a la más exclusiva aristocracia que haya conocido jamás nuestro país. La antigua clase principal salió del conflicto con el estigma de rebeldes sin éxito: había perdido la flor y nata de sus hombres y la mayor parte de sus riquezas. ( .. .) La aristocracia del Viejo Sur, que había jugado un papel tan importante en la historia de la nación y producido muchos de sus hombres más eminentes, estaba aniquilada, destinada a vivir apenas como un espléndido y romántico recuerdo de los días de 'antes de la Guerra' .'' 5 Jaher ratifica esta apreciación en términos análogos: "Con la Guerra Civil, los antiguos patricios sudistas sufrieron un repentino desastre. Su tradición militar, su ideal de caballero, su empeño en defender la civilización allí vigente, sus actitudes elitistas -que ponían de relieve su especial obligación en defender el orden social, estar al frente de las tropas a la hora del combate y enfrentar el peligro--; todo esto animaba a los sudistas de sangre azul para alistarse como voluntarios en el ejército.( ...) Buena parte de la aristocracia del Sur que podría haber liderado y sustentado la clase en las décadas subsiguientes desapareció en la primavera de la vida. Al mismo tiempo, el alto l) Cfr. WILLIAMS, CURRENT y FREIDEL, The History of the United States, p. 480.
2) 3) 4) 5)
EATON, The Growth ofSouthern Civilization, p. 2. I.A.NEWBY, The South: A History, Holt, Rinehart and Winston, New York, 1978, p .211. NEWBY, The South: A History, pp. 450-451. SCHLESINGER, New Viewpoints in American History, p. 93.
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índice de mortalidad y la amplia destrucción de propiedades en consecuencia de una lucha desarrollada principalmente en el Sur, traumatizaron a la clase alta e impidieron que los patricios recuperaran su situación tras la Guerra." 1
4. El anticatolicismo del período anterior a la Guerra Civil La Revolución Americana, la Declaración de Independencia y la Constitución permitieron a los católicos entrar en la vida social y política de la nación. Pasaron a gozar de derechos políticos que hasta entonces les habían sido negados. Sin embargo, la práctica no fue tan animadora como la teoría liberal hacía creer. Salvo en Maryland y en la Louisiana donde la presencia de élites tradicionales católicas se hacía notar desde los tiempos coloniales, los católicos permanecieron como una subclase sociopolítica poco numerosa. Con el enorme flujo de inmigrantes católicos que llegaron en las décadas anteriores a la Guerra Civil, la Iglesia Católica, hasta entonces una institución prácticamente inexistente, se transformó en el mayor grupo religioso del país, como se constató en el Primer Concilio Provincial de 1829. En esa misma época el anticatolicismo recobró vigor manifestándose bajo una nueva modalidad: la del movimiento nativista, o nativism. La hostilidad de los protestantes norteamericanos nativistas de todas las denominaciones formó una "cruzada protestante" unida contra los católicos. El Papa, los jesuítas y la Jerarquía católica eran acusados de confabular una "Santa Alianza" para promover la inmigración de católicos a América y subvertir la democracia. La animosidad explotó en violentas manifestaciones en varias ciudades del país. En Boston, por ejemplo, fueron quemados un convento y una escuela católica. Una década después, en Filadelfia, fueron incendiadas dos iglesias católicas y decenas de casas de inmigrantes católicos irlandeses, con un balance final de trece muertos y cincuenta heridos. Pocos días después, ante amenaza de violencias semejantes en Nueva York el Obispo diocesano, Mons. Hughes, colocó laicos católicos fuertemente armados en tomo a las iglesias, lo que enfrió la belicosidad de los "nativistas". El movimiento nativista engendró una sociedad secreta política: los Know-Nothings cuyos miembros debían sabotear la elección de católicos a los cargos públicos y removerlos de ellos en la medida de lo posible. A partir de 1854 obtuvieron victorias electorales espectaculares en todo el país. Cuando todo indicaba que iban a dominar el Congreso y vencer las elecciones presidenciales, los debates sobre la esclavitud y la Guerra Civil dividieron su base política. En las regiones donde el 'fundamentalismo" protestante era fuerte y había pocos católicos, éstos casi no tenían status social. Las pocas familias que existían en dichas comunidades vivían al margen de la principal estructura social de la región. 2
1) JAHER, The Urban Establishment, p. 398. 2) Cfr. John L. THOMAS S.J., The American Catholic Family, Prentice-Hall, Englewood Cliff, 1958, pp. 139-140.
CAPÍTULO
VII
Las élites después de la Guerra Civil
l. Las convulsiones sociales posteriores a la Guerra Civil La victoria del Norte aceleró el proceso de industrialización y modeló decisivamente el perfil de la futura élite nacional. En el Sur, pese a la humillación de la derrota y sus penosas consecuencias, la deferencia con la antigua clase de los agricultores fue conservada. John DeForest, un agente del gobierno, notó que en la Carolina del Sur de la post-guerra "'cada comunidad tenía su gran hombre, o su pequeño gran hombre, en torno al cual se reunían sus coterráneos cuando deseaban informarse, y cuyos monólogos escuchaban con un respeto que rayaba en la humildad'." 1 La derrota colocó a la aristocracia tradicional sudista en una posición política y económica secundaria en relación a las élites industriales del Norte. "La Guerra Civil -señala Miller- reforzó fuertemente el poder de la aristocracia del Norte y dio a su élite un grado de poder político a nivel nacional mayor que nunca." 2 Dye y Zeigler agregan: "El Gobierno de Washington pasó a ser dominio exclusivo de los nuevos líderes industriales." 3 Los nuevos ricos de la época proporcionaron espectáculos sin precedentes de ostentación y derroche. La proliferación de nuevas élites más en sintonía con una sociedad industrial provocó una reordenación dentro de la clase alta norteamericana. "Las aristocracias provinciales y familiares fueron desplazadas -reconoce Baltzell-por una plutocracia asociativa, exclusivista y competitiva,(. .. ) que continúa hasta hoy." 4 Se produjo, según el mismo autor, un entrecruzamiento confuso entre las élites nuevas y antiguas, y "como los millonarios se multiplicaron y fue necesario aceptarlos, como
se perdía la pista para saber 'quiénes' eran las personas y reconocer 'cuánto' valían, el Registro Social se convirtió en el índice de la nueva clase alta de la América metropolitana." 5 1) 2) 3) 4)
TINDALL, America: A Narrative History, p. 715. MILLER, Jacksonian Aristocracy, p. 180. DYE y ZEIGLER, The Irony ofDemocracy, p. 73. Digby BALTZELL, Philade/phia Gentlemen: The Making of a National Upper C/ass, The Free Press, New York, p. 18. 5) Digby BALTZELL, W)lo' s Who in America and the Social Register, in Class, Status and Power, ed. Reinhard BENDIX y Seymour Martín LIPSET, The Free Press, New York, 1966, p. 274.
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APÉNDICE VI
Max Lemer, sin embargo, ve en ello una sujeción de las antiguas élites regionales a los dictámenes de los nuevos grandes centros urbanos: "Anteriormente había ciudades que se ufanaban de sus 'familias antiguas' y de sus círculos íntimos fundados en la sangre y en la posición social; (. ..) esta 'sociedad' local fue siendo subordinada progresivamente a los grupos de poder y a los círculos mundanos de los grandes centros metropolitanos, donde se agrupan las celebridades y funciona el Registro Social, y donde algunos hombres toman decisiones que afectan a todo el país." 1
2. La Revolución Industrial La Revolución Industrial difundió una mentalidad laica y pragmática, volcada preponderantemente hacia el confort y el crecimiento material, poco interesada en los problemas ideológicos y religiosos. Sus mentores y dirigentes exaltaron el progreso material, científico y tecnológico, rápido y pujante, obtenido a través de la mecanización de la producción. Pues creían que así se apartan los debates y las desavenencias ideológicas o religiosas, que según ellos eran las causas de las divisiones y conflictos sociales. El culto a la máquina, símbolo de ese progreso, y a la riqueza reemplazaría con creces los beneficios de la moral y de la religión. 2 En realidad, era una velada ateización que subvertía los fundamentos de la sociedad. El mito del "self-made man".
Junto con la revolución industrial, tomó cuerpo el mito según el cual el modelo del self-made man era la causa de la proliferación de nuevos millonarios al permitir que se revelasen potencialidades humanas insospechadas. Este mito propagó la ilusión de que la gran mayoría de los hombres enriquecidos desde la segunda mitad del siglo XIX, eran de familias pobres e inmigrantes, de bajo nivel social, y habían alcanzado el nivel más alto de la escala social y económica con su exclusivo esfuerzo, gracias a las oportunidades que ofrecía una sociedad democrática e igualitaria. Este espejismo ha sido refutado por investigaciones recientes. En la realidad se ha comprobado que este tipo de ascenso social fue raro y constituyó una excepción. "La gran mayoría -dice Ingham- de quienes ocupaban puestos ejecutivos en el siglo XIX y continuaron formando parte de una clase alta, rica y poderosa en el siglo XX, provenía de una buena situación familiar y cultural." 3 Refiriéndose concretamente a los millonarios del hierro y del acero de Pittsburgh, lngham afirma que "eran generalmente hijos de hombres de negocios procedentes de la clase media alta y de la clase alta y se diferenciaban poco de los de Filadelfia, o de los de los Estados Unidos en general." 4 1) Max LERNER, America as a Civilization, Henry Holt & Co., New York, 1987, p. 482. Copyright@ 1957 por Max Lerner, renovado en 1985. Reproducido con autorización de Simon & Schuster, lnc. 2) Christopher LASCH, The True and Only Heaven: Progress and its Critics, W.W. Norton and Company, New York, 1991, p. 40. 3) John INGHAM, The !ron Barons: A Social Analysis of an American Urban élite, 1874-1965, Greenwood Press, Westport (Conn.), 1978, p. 222. Copyrigth@ John N. Ingham. Grenwood Press es una marca del Grenwood Publisinhg Gruop lnc., Westport (Conn.). Reproducido con autorización. 4) INGHAM, The !ron Barons, p. 5.
TRAS 1A GUERRA CML...
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El sociólogo Robin Williams llega a una conclusión semejante: "Desde comienzos del siglo XIX los líderes del mundo de los negocios de los Estados Unidos procedían en su mayoría de familias económicamente bien situadas en una proporción que se mantuvo estable durante mucho tiempo, oscilando entre los tres quintos y los tres cuartos del total. Menos de un quinto de la élite de hombres de negocios provienen de las categorías de trabajadores, artesanos, pequeños empresarios, empleados administrativos o agricultores". 1 Edward Pessen, haciendo referencia a otras investigaciones, afirma que "los grandes hombres de negocios de 1900 y de la década de 1870 (. .. ) eran, en su gran mayoría, de alto nivel social y de familias extraordinariamente afortunadas. Al descubrir que 'los hijos de inmigrantes o granjeros pobres no sumaban, en realidad, más del tres por ciento de los líderes de negocios de los Estados Unidos' de 1900 cuyo origen había estudiado, William Miller llega a la irónica conclusión de que los niños pobres 'que llegaron a ser líderes en los negocios han aparecido siempre más frecuentemente en los libros de historia de los Estados Unidos que en la propia historia americana' ." 2 Herbert Von Borch constata que así ha continuado siendo a lo largo del siglo XX: "La riqueza está cada vez más fundada en la herencia, y cada vez se hace más raro que alguien ascienda a la clase de los millonarios partiendo de los peldaños más bajos. Actualmente, los 'self-made men' constituyen tan sólo un nueve por ciento del grupo con rentas más altas; el veintitrés por ciento tiene su origen en la clase media, y el sesenta y ocho por ciento en la clase alta, cuya riqueza proviene de tiempos lejanos.'' 3
3. La asimilación de los nuevos ricos John Ingham registra la aparición de un abanico de instituciones, "desde agrupaciones de vecinos o personas de la misma religión --q_ue ya contaban con antecedenteshasta clubs educativos y sociales exclusivos, relativamente nuevos en el escenario de la clase alta", con el objetivo de encuadrar y asimilar a los nuevos ricos. Y agrega: "Estas instituciones formales se juntaron a una institución informal más antigua -el matrimonio--- para establecer un sistema complejo aunque razonablemente lógico, según el cual las nuevas élites eran ordenadas, rotuladas y clasificadas de acuerdo con su status. El sistema también estableció con nitidez los grados y estadios que la nueva élite debía escalar antes de ser admitida al área más íntima de la asimilación social, esto es, al matrimonio con las 'mejores' y más antiguasfamilias." 4
La influencia social de las élites tradicionales también se perpetuó, gracias a las instituciones educativas por ellas fundadas: "A mediados del siglo XIX, la aristocracia colonial del Nordeste se había retirado de la participación directa en la vida política; pero pasó a dominar las instituciones educativas que orientaron socialmente a las posteriores generaciones de élites de diverso origen. Así continuó dejando su marca en las élites de la era industrial." 5 1) WILLIAMS, American Society-A sociologica/ lnterpretation, p. 117, 123. 2) PESSEN, Riches, Class and Power Before the Civil War, p. 79.
3) Von BORCH, The Unfinished Society, p. 219. 4) INGHAM, The !ron Barons, pp. 84-85. 5) George MARCUS, Elite Communities and lnstitutional Orders, en Elites: Ethnographic lssues, University of New Mexico Press, Albuquerque (New Mexico), 1983, p. 43.
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Digby Baltzell agrega que a lo largo del siglo XX "las selectas escuelas episcopalianas de Nueva Inglaterra y las universidades del Este, más de moda, comenzaron a educar a una clase alta que procedía de todo el país. Estas instituciones enseñaban a los hijos de los nuevos y de los antiguos ricos,fuesen de Boston, Baltimore, Filadelfia o San Francisco, los matices sutiles del estilo de vida de la clase alta."' Los patrimonios familiares tradicionales fueron protegidos contra su dispersión por un sistema de trusts familiares. En ellos el patrimonio familiar fue conservado íntegro y se administra en beneficio del conjunto de sus miembros. Esta realidad es descrita por George Marcus: "La familia, organizada burocráticamente en trusts, estaba ahora subordinada, como unidad social, a las instituciones creadas por ella para asumir sus funciones. los trusts y las sociedades fiduciarias conservaron la organización de las familias, pero, en cuanto unidades, las relegaron a una posición secundaria, mientras liberaban a sus miembros para que asumieran profesiones y ocuparan posiciones de liderazgo en el nuevo complejo de las instituciones culturales y financieras. " 2 Este proceso estrictamente legal, utilizado por primera vez por la élite tradicional de Boston en la década de 1820, fue plenamente desarrollado a partir de la década de 1880. Se convirtió en un precioso instrumento para muchas familias de la clase alta tradicional al permitirles preservar su patrimonio en medio de las transformaciones de la era industrial, a través de las generaciones, hasta nuestros días. Sin duda, los trusts familiares debilitaron en alguna medida la noción de riqueza individual entre las grandes fortunas del país. Pues, para efectos prácticos, la mayoría de las fortunas familiares pertenece al conjunto y no a individuos concretos. En cierto sentido, son propiedad colectiva de toda la familia. 3 La fundación filantrópica, ilimitada en su duración y dotada de considerables ventajas fiscales, proporcionó también una estructura institucional para la "legitimación moral" de las dinastías familiares y para innumerables modalidades de servicio público. "la fundación filantrópica, que apoyaba las profesiones liberales y la educación, se convirtió en el nicho organizado dentro del cual podían perpetuarse las familias." 4 Los patrimonios asegurados por los trusts familiares y administrados por profesionales que los aplican en grandes empresas hablan hoy de una innegable continuidad en la clase alta. Esta continuidad, proporciona a las élites una influencia y un prestigio crecientes en el mundo actual, marcado paradójicamente por el signo de un igualitarismo democrático.
1) BALTZELL, Philadelphia Gentlemen, p. 10. 2) George F. MARCUS, Elites: Etnographic lssues, School of American Research- University ofNew Mexico Press (Albuquerque), 1983, p. 238. 3) Cfr. Michael Patrick ALLEN, The Founding Fortunes, Tally Books, 1987, p. 103. 4) MARCUS, Elites: Etnographic lssues, p. 239.
CAPÍTULO VIII
Las élites tradicionales en los Estados Unidos de hoy: una realidad viva y pujante l. Criterios que confieren status en la sociedad norteamericana La jerarquía social en los Estados Unidos de hoy es dictada por varios factores, algunos palpables, otros imponderables. Esta combinación es designada con el término status, definido corno "la posición o rango concedido objetivamente a alguien por sus contemporáneos, dentro de su propia sociedad." 1 Todo el mundo tiene un status. Es decir, todos tienen una posición en la sociedad que depende de la consideración de los demás. Sin embargo, con más frecuencia este término designa los status sociales superiores. Richard Coleman y Lee Rainwater afirman que los criterios usados para definir el status social en los Estados Unidos "no hablan sólo de ingresos, ni de ingresos más educación más profesión. Aportan muchos más elementos que deben ser sopesados--en especial, los patrones morales, la historia de la familia, el grado de participación en la comunidad, la sociabilidad, el modo de hablar y la apariencia física--, pocos de los cuales son cuantificables, ni han sido nunca evaluados en estudios cuantitativos sobre factores de status. Es esto lo que llamamos el ajuste fino del nivel social. " 2
La riqueza. La riqueza, pasada o presente, contribuye al status social: "Aun donde la riqueza no es una condición directa e inmediata para alcanzar un status elevado -dice Nisbet- la presencia de la riqueza o el hecho de que el linaje de alguien haya estado alguna vez vinculado a la riqueza es normalmente considerado una manifestación de alto status." 3 Sin embargo, la riqueza heredada aporta mayor prestigio, pues significa que la familia ha sido rica durante varias generaciones. La riqueza adquirida que permite vivir de las rentas caracteriza el siguiente nivel de status. El peldaño más bajo lo ocupan quienes han de trabajar para ganarse la vida.4 Coleman y Rainwater confirman que en la sociedad 1) FICHTER, Sociology, p. 41. 2) Richard COLEMAN y Lee RAINWATER, Social Standing in America: New Dimensions of Class, Basic Books, New York, 1978, p. 22. 3) NISBET, The Social Bond, pp. 191-192. 4) Cfr. WARNER, Social Class in America, pp. 139-142.
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norteamericana la riqueza heredada comunica un prestigio mayor: "En todos los niveles económicos, quienes han heredado lo que tienen son considerados(. .. ) personas de un nivel social superior(. ..) esto es válido sobre todo en la clase alta." 1 Prewitt y Stone afinnan que "pocas personas alcanzan posiciones de élite en la vida política o económica sin que hayan nacido ricas, adquirido riqueza enseguida, o tenido, al menos, acceso a ella" .2 Sin embargo, no se debe sobreestimar la importancia de la riqueza como criterio de status elevado en los Estados Unidos. Como señala Vanee Packard: "Las personas de verdadera clase alta procuran evidenciar que la riqueza tiene poca relación con su preeminencia social. Por el contrario, su estilo de vida elegante y gentil sería consecuencia de su innato buen gusto e ilustre estirpe. En las comunidades más pequeñas, el hecho de descender de una familia 'antigua' es especialmente importante." 3 El linaje. Tal vez ningún otro criterio, ni siquiera la fortuna, es tan importante en el momento de determinar el status como los lazos familiares. Kingsley Davis explica: "Una de las principales funciones de la familia es la de atribuir el status social. (. .. ) Los hzjos adquieren la condición de sus padres" 4 El reputado sociólogo Max Lemer ilustra claramente cómo la mera riqueza no abre las puertas de la sociedad pues "nacimiento y familia son la clave para ser admitidos aunque algunos se han desclasificado a sí mismos casándose con personas de un nivel inferior.(. ..) En comunidades como las viejas ciudades de Nueva Inglaterra, tan sólo las 'familias antiguas' ocupan la cumbre de la sociedad. Las 'familias nuevas', aunque sean plutocráticas y manejen una riqueza mucho mayor, no poseeen el mismo carisma." 5 Robert Nisbet también dice que "en la democracia norteamericana contemporánea encontramos zonas del país en las que es esencial la ascendencia familiar para alcanzar un status social." 6 Como ocurre con la nobleza europea, los miembros de las familias norteamericanas de élite se casan entre sí tomando muy en consideración los intereses del clan, haciendo alianzas con otras familias poderosas, formando redes que influyen decisivamente en la vida económica y social del país. Stephen Birmingham, historiador de la clase alta tradicional, escribe: "El matrimonio tanto hoy como ayer es lo que propulsó a una dinastía o a un imperio familiar. Las familias más destacadas se enlazan entre sí ante el altar en uniones de amor y poder, tejiendo a lo largo de los años una trama de exclusividad y privilegio casi impenetrable para los extraños." 7 A conclusión semejante llega William Domhoff: "Las Primeras Familias de Boston han tendido a casarse entre ellas de una forma que nada tiene que envidiar los matrimonios planeados por las monarquías europeas." 8 Tales casamientos tejieron una red social dentro de la cual se adquiere status no sólo en cuanto individuo, sino también como integrante de una determinada familia o clan. Nathaniel Burt, historiador de la clase alta de Filadelfia, señala que "tan importante como ser miembro de una Familia, o tal vez más importante que ello, es formar parte de esa red." 9 En algunas 1) 2) 3) 4) 5) 6) 7) 8)
COLEMAN y RAINWATER, Social Sanding in America, p. 50. PREWIIT y STONE, The Ruling Elite, pp. 136-137. PACKARD, The Status Seekers, p. 39. Kingsley DAVIS, Human Society, The Macmillan Co., New York, 1949, p. 364. LERNER, America as a Civilization, p. 481. NISBET, The Social Bond, p. 196. Stephen BIRMINGHAM, America' s Secret Aristocracy, Little, Brown & Co., Boston, 1987, p. 23. DOMHOFF, The Higher Circles, p. 77.
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regiones de los Estados Unidos, especialmente en el Sur y en Nueva Inglaterra se encuentran verdaderas familias patriarcales que engloban en su seno a sus sirvientes y empleados, como las antiguas familias aristocráticas europeas. Miller dice que hay, especialmente en el Sur, "un sentido de familia más fuerte y amplio que lleva a incluir en ella a los antiguos sirvientes fieles tanto como a los nietos. El sentido de parentesco puede extenderse también a quienes, aun sin vínculos de matrimonio ni de sangre, son considerados 'primos' o 'tíos'" . 1 El juicio popular es favorable a los clanes dinásticos locales y regionales, como lo indica un reportaje de portada de la revista U.S. News and World Report: "Mientras los tiburones de la distante Wall Street pueden ser rechazados, las dinastías de las ciudades del interior tienden a inspirar reverencia, respeto e incluso afecto. (. .. )No son nombresfamosos en el país. Sin embargo, en sus respectivas ciudades son celebridades de incomparable poder." 2 Esos clanes perpetúan su patrimonio en el seno de la familia. Talcott Parsons registra que hay una tendencia a favorecer al primogénito en lo que toca "a la continuidad de la propiedad familiar, especialmente cuando vinculada a una residencia ancestral y a la continuidad del status dentro de una comunidad local." 3 Incluso dentro de las grandes sociedades anónimas, las decisiones más importantes son tomadas por los miembros de las élites tradicionales. Max Lemer muestra que las personas "procedentes de los estratos más bajos de la clase media, no suelen tener la última palabra en las decisiones de una sociedad anónima, aunque ocupen cargos directivos. La palabra final y decisiva permanece generalmente en manos de quienes, por p ertenecer a una élite de nacimiento y haber disfrutado de dinero y poder durante varias generaciones, tienen el prestigio que refuerza sus capacidades operativas y sus derechos en la empresa." 4
Educación. Una educación elevada también confiere status. "En la sociedad norteamericana de hoy hay una altísima correlación entre educación y status social" - afirma Nisbet "Para ascender en la escala social, la buena educación ha sido históricamente uno de los medios más eficaces." 5 Los miembros de las élites norteamericanas se distinguen también de los de las demás clases por las instituciones educativas que han frecuentado. Narra William Dornhoff: "Desde su infancia hasta ser adultos, los miembros de la clase alta reciben una educación distinguida,. Comienza en los primeros años de la vida en jardines de infancia. (. ..) continúa en colegios particulares locales.(. ..) hay una gran posibilidad de que el estudiante se aleje de casa al menos durante uno o dos años para estudiar en un colegio interno" .6 Estos internados fueron establecidos en el siglo pasado por la clase alta inspirándose en los colegios que, como Eton y Harrow, educaron a las élites británicas durante siglos .7 1) MILLS, The Power Elite, p. 32. 2) Paul GLASTRIS , "The R ich in America", U.S. News and World Report de 18-1 1-91. 3) Talcott PARSONS, The Kinship System of the Contemporary United States, en American Anthropologist, n.s., vol. 45, 1943, p. 29. 4) LERNER, America as a Civilization, pp. 480-481 . 5) NISBET, The Social Bond, p. 194. 6) G. William DOMHOFF, Who Rules America Now?, Simon & Schuster lnc., New York, 1983; Touchstone, 1986, pp. 24-25. Se cita a Digby BALTZELL, Philadelphia Gentlemen: The Maiking ofa National Upper Class, The Free Press, New York, 1958, p. 339. Copyright@ de Simon & Schuster Inc., salvo la cita de Baltzell. Reproducido con autorización de Simon & Schuster. Las citas de Baltzell se han hecho con la debida autorización. 7) Cfr. PACKARD, The Status Seekers, p. 237.
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De acuerdo con John Ingham, los colegios privados cumplen cuatro funciones sociales: "En primer lugar aislan a los niños de las antiguas familias de la clase alta dentro de ambientes homogéneos.(. .. ) En segundo lugar, 'tienen la función de cultivar a los miembros de la generación más joven especialmente a los de reciente alcurnia dentro del estilo de vida de la clase alta.' En tercer lugar, proporcionan los medios adecuados para que los jóvenes puedan conocer a sus iguales de otras ciudades y formar amistades duraderas. Por fin, estos colegios, aislados dentro de pequeñas ciudades o en el campo, alejan a los jóvenes del ambiente cada vez más urbano y heterogéneo de sus poblaciones de origen." 1 Mills concluye suscintamente: "los colegios privados seleccionaron y prepararon a los miembros más recientes de la clase alta nacional, así como mantuvieron en el más alto nivel a los niños de familias que ya estaban desde hace mucho tiempo en la cumbre." 2
Bailes de debutantes y otros acontecimientos de carácter social. En la vida de la clase alta norteamericana se destacan los bailes anuales de debutantes, una costumbre cuyas raíces se remontan a ceremonias análogas a las del Ancien Régime. El début culmina un largo y arduo proceso que prepara a las nuevas generaciones para las exigencias de la vida tradicional de la clase alta, coronando una completa educación en materia de etiqueta y buenas maneras. Comienza, a veces en la más tierna infancia, continúa durante la adolescencia hasta que se alcanza la edad necesaria para entrar en la vida social. En algunos bailes se ha establecido la costumbre de invitar miembros de la nobleza europea que introducen a las debutantes en la sociedad. Comenta Domhoff: "La temporada de las debutantes es una serie de fiestas, tés y danzas que culminan en uno o más grandes bailes. De esta forma se anuncia la entrada de las jóvenes de clase alta en la sociedad de los adultos con el máximo de formalidad y elegancia. Este ritual altamente costoso, para cuya preparación se derrocha atención sobre cada detalle de la comida, decoración y entretenimiento, tiene una larga historia en la clase alta. Nacidos en Filadelfia en 1748, y en Charleston (Carolina del Sur) en 1762, varían sólo ligeramente de ciudad a ciudad a lo largo de todo el país." 3 En 1960, Lucy Kavaler contó ciento cincuenta y cinco bailes de debutantes en treinta y un Estados de acuerdo con el modelo de los de Nueva York, Filadelfia, Charleston y Baltimore. La Sociedad de Santa Cecilia de Charleston, fundada en 1737 como asociación filarmónica, organiza un baile anual al cual solamente sus socios e invitados especiales pueden comparecer. Por tradición, no se permite que asistan al festejo actores ni actrices, ni personas divorciadas o "recasadas". Si la hija de uno de sus miembros contrae matrimonio con alguien ajeno a dicha sociedad, podrá continuar compareciendo a los bailes, pero su marido e hijos no podrán acompañarla.4 En Baltimore, poco después de la guerra de 1812, nació el Bachelors Cotillon, uno de los más antiguos bailes de debutantes del país. Los actos sociales en la ciudad de Nueva York forman una pirámide en cuya cúspide brillan los selectos bailes de debutantes organizados por las familias de la "vieja guardia". Algunas de las asociaciones patrióticas y hereditarias, como la sociedad de San Nicolás de la Ciudad de Nueva York y la Sociedad General de 1) INGHAM, The !ron Barons, p. 93. Se cita a James McLACHLAN, American Boarding Schools: A Historical Study, Scribners, New York, 1970, p. 280. 2) MILLS, The Power Elite, p. 64. 3) DOMHOFF, Who Rules America Now?, p. 32. 4) Cfr. Cleveland AMORY, Who Killed Society?, Harper & Bros., New York, 1960, pp. 90-91; y BIRMINGHAM, America' s Secret Aristocracy, pp. 149-152.
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Descendientes del Mayflower, presentan también a sus nuevos miembros y a las hijas de sus miembros en bailes y cenas anuales. Bailes organizados por asociaciones similares giran alrededor de las élites tradicionales de cada región y marcan la vida social de muchas ciudades como Atlanta, Fort Worth, San Luis, Nueva Orleans, Los Angeles y Chicago. Clubs y asociaciones.
Wecter observa que "toda ciudad norteamericana con algún vestigio de tradición cuenta con un club masculino altamente respetable que da un asilo frente al pandémonium del comercio, al engreimiento democrático y al feminismo." 1 Algunos clubs son muy antiguos, como el Philadelphia que data de 1830; los clubs Union y Century de Nueva York, de 1836 y 1847 respectivamente; el Sommerset de Boston, fundado en 1851; y el Pacific Union de San Francisco, en 1852. Domhoff explica que "como los colegios privados(. . .) en la vida de los niños de clase alta, así también los clubs privados son un importante punto de orientación en la vida de los adultos de dicha clase." 2 Estos clubs ponen en contacto los miembros de las élites de las diversas partes del país. Con frecuencia son tan cerrados que llegan a pasar desapercibidos para las demás clases sociales. Sirven, por fin, para asimilar los nuevos ricos a la clase alta de acuerdo con un ritmo conveniente. "Ser miembro de los clubs 'bien' -dice Mills- adquiere gran importancia social para quienes siendo meramente ricos tratan de atravesar los límites que los separan de la alta sociedad. (. ..) por ellos se asciende en status hasta llegar a las antiguas clases altas." 3 No sólo la clase alta se asocia en clubs restringidos para preservar su carácter e identidad. Existen también los clubs que agrupan a gente de la clase media. Como hace notar Ingham, en cada ciudad "por debajo de las fortalezas aristocráticas, existe una serie de clubs menores." 4 Y Packard pone de relieve que "existe una bien construida jerarquía de clubs. (. .. ) La mayoría de los actuales aristócratas, o sus familias, pertenecieron a los clubs de antesala durante su ascenso al poder, y pueden o no continuar siendo miembros de los mismos una vez alcanzados los clubs de élite." 5 Las asociaciones profesionales reúnen también a las élites dentro de su propio campo. El sociólogo Michael Powell muestra el carácter elitista de la Association of the Bar of the City of New York City (ABCNY, Asociación de Abogados de la Ciudad de Nueva York), creada "como una asociación de juristas patricios(. ..) manteniendo nociones selectas de profesionalidad, y oponiéndose generalmente a las tendencias democráticas dentro de la carrera jurídica, exigen un alto patrón para sus nuevos miembros." 6 Los puestos de autoridad y la profesión también confieren status. "Nuestra categoría profesional aparece como un poderoso factor en el momento de fijar nuestro status social", observa Packard. Este estudioso presenta una lista de 1) 2) 3) 4) 5) 6)
WECTER, The Sage ofAmerican Society, pp. 253, 266. DOMHOFF, Who Rules America Now?, p. 24. MILLS, The Power Elite, p. 61 -62. INGHAM, The !ron Barons, p. 97. PACKARD, The Status Seekers, pp. 179-180. Michael POWELL, From Patrician to Professional Elite: The Transformation of the New York City Bar Association, Russell Sage Foundation, New York, 1988, p. 226. A partir de los años sesenta, presionada por los profundos cambios culturales y sociales, la ABCNY se vio obligada a admitir una mayor variedad de miembros. Sin embargo, continúa teniendo un carácter élitista, y así lo demuestra el propio Powell.
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profesiones y oficios en orden decreciente de prestigo. En la cima están los cargos de juez, obispo, ejecutivo de empresas, los altos mandos de las Fuerzas Armadas, y algunas profesiones liberales más representativas, como las de médico y abogado. En parte más baja están los trabajos serviles.' Robert Bierstedt observa que "quienes están situados en los puestos más altos de sus asociaciones profesionales gozan también, con algunas excepciones, de un alto status en sus comunidades." 2 También lo afirma Robert Nisbet: "La posición de autoridad que alguien ocupa y el grado de influencia que ejerce sobre los demás es suficiente para situarlo en una posición social razonablemente elevada.'' 3 En los Estados Unidos, no faltan cargos de autoridad ocupados por self-made men que por sus propios méritos y esfuerzo han alcanzado una posición en la política, la industria, el comercio, las finanzas, etc. En consecuencia, estos hombres pasan a formar parte de las élites gobernantes, y adquieren un status social coherente con su nueva posición.4 Se puede, pues, concluir que el sistema de libre iniciativa vigente en los Estados Unidos permite adquirir status a través de una amplia gama de vías, y que habitualmente dicho status es alcanzado como consecuencia de una combinación de varias de esas vías.
2. La hereditariedad del status social El status adquirido se transmite a la familia. En efecto, cuando uno de los miembros de la familia alcanza por mérito propio una posición de relieve, sus parientes participan de ese status, que se convierte en patrimonio familiar. De esta forma, el status social tiende naturalmente a hacerse hereditario. Sobre este punto observa el profesor Egon Emest Bergel: "Aun dentro de nuestro sistema extremadamente móvil, el status asignado, es decir, heredado, es la regla general; el status adquirido es una excepción.'' 5 Y comenta Robert Bierstedt: "A las esposas se les asigna el status de sus maridos y a los hijos el de sus padres. De esta forma la estratificación social pasa a ser un fenómeno familiar y, en consecuencia, un fenómeno de grupo. Más tarde, este status(. . .) se convertirá en hereditario.'' Ejemplo de ello es la transmisión hereditaria de las empresas industriales y comerciales. Los sociólogos han observado que en la mayoría de los casos los negocios pasan de las manos del padre a las del hijo, estableciéndose una continuidad familiar. 6 El antropólogo social Ralph Linton afirma lo mismo: "Aun cuando las divisiones sociales tengan su origen en diferencias de capacidad, parece haber una fuerte tendencia a que se conviertan en hereditarias. Quienes pertenecen a una clase favorecida tratan de transmitir a sus descendientes las ventajas que han conseguido." 7 1) PACKARD, The Status Seekers, p. 93; véanse también las pp. 112-113. 2) Robert BIERSTEDT, The Social Order, McGraw Hill, New York, 1974, 4• ed., p. 471 . @Copyright 1974. Reproducido con autorización de McGraw Hill. 3) NISBET, The Social Bond, p. 192. 4) Cfr. JAHER, The Urban Establishment, pp. 718-719. 5) Egon Ernest BERGEL, Social Stratification, McGraw-Hill, New York, 1962, p. 265. 6) Robert BIERSTEDT, The Social Order, pp. 453-454. Véase también Robín M. WILLIAMS Jr. , American Society, p. 117. 7) Ralph LINTON, The Study of Man, Appleton-Century-Crofts, New York, [ 1936] 1964, edición para estudiantes, pp. 126-127.
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Estos grupos hereditarios forman en la clase alta de los Estados Unidos una élite análoga a la nobleza titulada europea. Declara Bierstedt: "Cuando (. ..) el matrimonio entre miembros de la misma clase social es estimulado y practicado habitualmente, el status de la clase puede mantenerse durante períodos relativamente largos. En algunas sociedades esto se simboliza con Títulos y se perpetúa mediante una nobleza hereditaria.(. ..) En los Estados Unidos basta mencionar, por ejemplo, a las familias Adams y Lowell de Massachusetts, y a las Byrd y Randolph de Virginia." 1 Por tanto, puede concluirse con Martin Stansfield que "algunas personas piensan que la aristocracia americana murió hace doscientos años, cuando los títulos hereditariosfueron abolidos por la Constitución; pero esto no es cierto en absoluto. No existen en los Estados Unidos títulos hereditarios, pero la aristocracia, en todos los demás sentidos de la palabra -gente con substancia, educación, influencia y riqueza-viene existiendo constantemente desde la época de George Washington y Thomas Jefferson; y está hoy muy viva y pujante en este país." 2 Transmisión hereditaria de las cualidades y del mérito como patrimonio familiar.
También las cualidades y méritos son transmitidos por la familia. Burt afirma que esto es normal en la sociedad norteamericana, pues "propulsiona a la familia con la mayor seguridad, establece el prestigio familiar con la mayor solidez, y añade a la sociedad norteamericana, con la mayor seguridad, un pasado fuerte y un presente teñido de alcurnia, buenas maneras y tradición. ¿Qué tenemos? Todos los elementos que forman los predicados, si no la propia esencia, de una aristocracia." 3 Por su parte, Walter Muir Whitehill observa que "muchas familias de alto status social mantuvieron, generación tras generación, un extraordinario nivel de distinción en todo el país. Esta -dice- es la versión norteamericana de la aristocracia(. .. ) y algunas veces es tan exigente como las aristocracias tradicionales de Europa." 4 En una de sus alocuciones al Patriciado y a la Nobleza romana, Pío XII se refiere específicamente a la transmisión de cualidades morales y espirituales dentro de una familia de generación en generación. Pero la transmisión hereditaria del mérito, íntimamente relacionada con la transmisión de status, ha recibido escasa atención y puede resultar extraña para muchos. Sin embargo, sociólogos como Bernard Faber sustentan que "el más valioso patrimonio de un grupo familiar es, además de la riqueza, su posición ante las demás unidades familiares en términos de honor y status. (. .. ) En este patrimonio moral se incluyen los méritos y honores de los individuos, vivos o muertos, que están vinculados a dicho grupo familiar. Más generalmente, las familias pueden hacerse famosas por causa de un gran antepasado (real o ficticio), por su riqueza, o por méritos individuales. Una de las funciones de los grupos familiares en la estratificación social es la de perpetuar y poner en relieve estos patrimonios morales, que se convierten así en una parte importante de la culturafamiliar." 5 1) BIERSTEDT, The Social Order, pp. 469-470. 2) Martín STANFIELD, American Aristocracy is Very Much Ali ve and Growing, en U.S. News and World Report, 12/12/1983, p. 64. 3) Cfr. Nathaniel BURT, First Families: The Making o/American Aristocracy, Little, Brown & Co., Boston, 1970, p. 431. 4) Walter Muir WHITEHILL, Reflections of Europe in the Wilderness: American kinds of aristocracy and of inequality, en Daniel J. BOORSTIN (ed.), American Civilization, Thames and Hudson, Londres, 1972, p. 165. 5) Bernard FARBER, Kinship and Class, Basic Books, New York, 1971, p. 8.
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Para el mito americanista democrático-igualitario que sólo reconoce los méritos personales, la transmisión hereditaria de los méritos es una de las grandes injusticias cometidas en los regímenes aristocráticos, pues permite que unos pocos privilegiados nazcan en una situación ventajosa, es decir, con un status heredado de sus antepasados. Pero si bien muchos niegan la transmisión hereditaria del mérito, otros tantos encuentran razonable que pueda manifestarse gratitud no sólo a un benefactor sino también a sus descendientes. Esto se debe al principio de que todo el patrimonio paterno es transmisible de forma hereditaria, incluso los favores y beneficios que el padre ha recibido de otras personas o del Estado como tesoro moral. El padre encuentra y ama en el hijo una proyección de su propia personalidad. Cuando alguien hace un favor a su hijo, el padre lo considera como hecho a sí mismo. Manifestar en la persona del hijo la gratitud debida al padre es reconocer la existencia de un vínculo que une a ambos. El mismo principio puede aplicarse a las relaciones entre un individuo y el Estado. Un hombre que haya prestado insignes servicios a un monarca, es acreedor del afecto regio, y por tanto de un puro bien moral que no puede ser evaluado en términos materiales. Se hace merecedor de una recompensa efectiva en virtud de la deuda de afecto contraída por el monarca. Y si éste no es capaz de saldar inmediatamente esta deuda, siempre podrá hacerlo en la persona de sus descendientes. En la historia colonial de los Estados Unidos encontramos un interesante ejemplo de ello: William Penn recibió del Rey Carlos II la colonia de Pennsylvania en agradecimiento por los servicios prestados por su padre a los Estuardo. Describe la transacción el historiador George Tindall: "A la muerte de su padre, Penn heredó la amistad de los Estuardo y un substancioso legado, incluido el débito de dieciséis mil libras que su padre había prestado a la Corona. (. .. ) En 1681, recibió de Carlos JI los derechos de propiedad sobre una extensa área [de América]. (. .. ) Por insistencia del Rey, la tierra fue denominada Pennsylvania en honor al padre de William Penn." 1 Un gran hombre que haya prestado ilustres servicios a su país con valentía, celo, dedicación y competencia en el campo militar, político, diplomático o cultural, puede esperar que el Estado y la opinión pública expresen también a sus descendientes la gratitud que le deben. Por ejemplo, es innegable que el mero hecho de descender de George Washington, es razón de una especial consideración y de elevación de status en la sociedad norteamericana. Esto no se deriva de los méritos personales del descendiente sino de la gratitud de la nación para con su antepasado. La legitimidad de este tipo de gratitud para con los antecesores es sancionada por el propio Dios en diversos pasajes de la Escritura: en varias ocasiones suspendió castigos y concedió favores al pueblo elegido en atención a los méritos de sus grandes antepasados como Abraham, Isaac, Jacob o David. 2
1) TINDALL,America: A Narrative History, p.78. 2) Dice el libro del Eclesiástico al referirse a algunos de los antiguos patriarcas: "Alabemos a los varones ilustres, a nuestros mayores, a quienes debemos el ser. (. ..) y por el mérito suyo durará para siempre su descendencia; nunca perecerán su linaje y su gloria." (Ecli. XLIV, 1, 13). Y más adelante continúa: "Abrahamfue el antepasado de muchas gentes, que no tuvo semejante en la gloria, el cual guardó la ley del Altísimo, y se estrechó con Él la alianza, la que ratificó con la circuncisión de su carne, y en la tentación fue hallado fiel. Por eso juró el Señor darle gloria en su descendencia, y que se multiplicaría su linaje como el polvo de la tierra, y que su posteridad sería ensalzada como las estrellas del cielo (. . .) Y del mismo modo se portó con Isaac por amor de Abraham, su padre." (ídem, 20-24). (PNR 1950).
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Muchos Papas y Santos también defendieron la transmisión de méritos y cualidades de los antepasados a sus descendientes. En sus alocuciones al Patriciado y a la Nobleza romana, y en las dirigidas a la Guardia Noble Pontificia, Pío XII hace referencia a este asunto. 1
3. La organización de las élites tradicionales hoy en día Hoy, las élites tradicionales perduran con vigor en el Estado democrático norteamericano, aun cuando no puedan desplegar totalmente su semblante, y especialmente sus aspectos aristocráticos. Retratando esta situación paradójica, Lloyd Warner escribe: "En Nueva Inglaterra se distinguen claramente seis jerarquías sociales. La clase alta está dividida en una aristocracia nueva y antigua. Las 'familias antiguas', situadas a un nivel más alto,forman el dintel del arco social.Inmediatamente debajo de ellas se encuentran las 'familias nuevas', llamadas así por haber alcanzado recientemente esta posición de clase alta y no por ser nuevas en la comunidad. Están constituidas por personas de fortuna que han conseguido elevarse lo suficiente como para participar en los clubs y círculos del grupo más alto. Esos miembros de la baja clase alta reconocen que están por debajo de quienes han nacido en la clase alta con un linaje de varias generaciones." 2
Las asociaciones hereditarias. Las 'familias antiguas' que imprimen su carácter a los sectores más refinados de la clase alta tienen un sorprendente grado de organización. El íntimo conocimiento mutuo entre los integrantes de la clase alta y de las élites tradicionales sorprendió a Lucy Kavaler, a quien un señor con "uno de los más antiguos apellidos de Nueva York" le explicó que "se podría compilar un verdadero registro social con las listas de miembros de las organizaciones hereditarias. " 3 Pues las élites tradicionales formaron en los Estados Unidos asociaciones de acceso restringido en cuyo medio pueden expandir libremente sus cualidades más nobles y sus costumbres tradicionales. El historiador social Cleveland Amory explica que "en nuestros días, los aristócratas pueden encontrarse más fácilmente en buen número, si no en la alta sociedad, al menos en una Sociedad, es decir, en alguna de las asociaciones plenamente aristocráticas, --aunque oficialmente denominadas patrióticas-, como la de los Cincinnati, Colonial Dames, Colonial Wars, D.A.R., etc.; porque ( .. .) forman parte seguramente, e incluso genealógicamente, de la [alta sociedad] de ayer, y esto las convierte, por supuesto, en la aristocracia de hoy." 4 Los orígenes, objetivos y requisitos de admisión en dichas asociaciones varían. Algunas están destinadas a perpetuar la memoria de antepasados que se distinguieron en la guerra, fueron fundadores de ciudades o colonizadores pioneros, u ocuparon posiciones de relieve en los Gobiernos Coloniales o republicanos. Para ser socio, se requiere, en general, probar que se desciende del correspondiente personaje y el voto favorable de un comité de recepción o, a veces, de todos los miembros de la asociación. 1) Cfr. (PNR 1942). "La nobleza de sangre la ponéis al servicio de la Iglesia y en la guardia del sucesor de Pedro; nobleza de las felices obras de vuestros mayores que os ennoblecen a vosotros mismos, si tenéis el cuidado de agregarles día a día la nobleza de la virtud" (Alocución a la Guardia Noble Pontificia de 26/12/1941). En el Volumen I, Documentos IV, podrá encontrarse otros ejemplos de ésto. 2) W ARNER, American Life: Dream and Reality, p. 74. 3) Lucy KA VALER, The Private World of High Society, David McKay Co., New York, 1960, p. 7. 4) AMORY, Who Killed Society?, p. 67.
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Otras incluyen entre sus objetivos, actividades de carácter patriótico, pero no son asociaciones meramente patrióticas. En ellas hay una exclusividad basada en el linaje, en contradicción con la inclusividad democrática-igualitaria. He aquí esta paradoja descrita por Wallace Davies: "Ni un súbito crecimiento del sentimiento patriótico, ni siquiera una inmersión en el pasado norteamericano consiguen explicar el carácter hereditario de esas asociaciones. De hecho, un renovado interés por las instituciones republicanas y por los ideales de la democracia ( ... ) parecerían extemporáneamente incompatibles con tal imitación de la aristocracia del Viejo Mundo y con una posición basada en el pedigree." 1 Da la impresión que para evitar la limitación injusta impuesta por la prohibición de títulos, los fundadores de las más antiguas asociaciones hereditarias americanas aspiraron a que ellas fuesen reconocidas oficialmente, y que se convertiesen en algo análogo a las asociaciones de la nobleza europea. De esta forma, fueron tan lejos como se lo permitían las leyes y la cultura de los Estados Unidos. Su intención última se discierne en la naturaleza verdaderamente aristocrática de las asociaciones que erigieron. El mero hecho de pertenecer a una asociación hereditaria no convierte ipso facto a alguien en aristócrata, especialmente porque ninguna de ellas es ennoblecedora de por sí. Sin embargo, es notable que los motivos psicológicos - no siempre explícitos- que las dieron a luz, en general son semejantes a los que dieron origen a la aristocracia blasonada. También es necesario poner de relieve la proyeccción de dichas asociaciones en la vida cultural de los Estados U nidos. Sus miembros promueven el bien común por medio de obras como el mantenimiento de museos y bibliotecas, la restauración de monumentos históricos o el patrocinio de estudios históricos. De esta forma, conservan y mejoran la herencia cultural y las tradiciones de los Estados Unidos. El público no conoce bien la existencia de estas entidades pues muchas evitan los reflectores de la publicidad. Además, no aceptan en su seno sino a los miembros de determinados medios sociales, precisamente para diferenciarse en un sentido antigualitario. Forman círculos concéntricos, más o menos restringidos, de grupos de familias tradicionales, y mientras algunas asociaciones tienen requisitos de admisión menos rígidos, en otras es difícil o casi imposible entrar. Amory nos da un ejemplo de ello: "Probablemente, la sociedad patriótica en la cual es más difícil entrar es la Orden de los Fundadores y Patriotas ( ...) debido a sus exigencias de orden genealógico. Sus miembros han de descender de un 'Fundador', de alguien que haya residido en las colonias con anterioridad al año 1799; y, por la misma línea, de un 'Patriota', es decir, de alguien que haya luchado en el ejército de Washington." 2 Otras asociaciones, como el ramo de Filadelfia de la Sociedad de las Guerras Coloniales, además de imponer estrictos requisitos genealógicos limitan el número total de sus miembros. Muchas de esas asociaciones fueron fundadas, tanto en el Norte como en el Sur, entre la Guerra Civil norteamericana y la Primera Guerra Mundial, época marcada por el impulso industrializador, las nuevas doctrinas y las oleadas inmigratorias. 1) Wallace Evan DAVIES, Patriotism on Parade, Harvard University Press, Cambrígde, 1955, p. 47. 2) DA YlES, Patriotism on Parade, p. 70.
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Las familias de nuevos ricos que, tras varias generaciones, consiguieron ingresar en esas entidades, tuvieron que prestar homenaje previo a la tradición renunciando a la ostentación presuntuosa de su riqueza ante aristócratas a veces empobrecidos. Como afirma Ingham, "la antigua clase alta ha construido una red de tradiciones y buenas maneras que fue muy útil para mantener alejados a los incultos y moderar las aspiraciones de los impetuosos." 1 Esto benefició a los nuevos ricos admitidos en la clase social tradicional concediéndoles una verdadera respetabilidad. Hoy en día, muchos descendientes de los nuevos millonarios del siglo pasado pertenecen a estas asociaciones. El Hereditary Register of the United States de 1986 menciona, ciento nueve asociaciones hereditarias, la más antigua fundada en 1637, y la más reciente en 1975. Normalmente se las describe como culturales, históricas, preservacionistas, etcétera. Algunos ejemplos.
Bajo cierto punto de vista, la más importante es la Sociedad de los Cincinnati. "Ningún inglés se sentiría más orgulloso de pertenecer a la Orden de la Jarretera, ni ningún escocés a la Orden del Cardo, que un norteamericano de ser miembro de la Sociedad de los Cincinnati." 2 Sus miembros han de descender de oficiales que lucharon al menos durante tres años en la Guerra de la Independencia o hasta el final de ella. Sin embargo, en muchos Estados sólo un miembro de cada familia calificada puede pertenecer a dicha asociación. Fue constituida en 1783. El General Henry Knox fue su principal fundador y el General barón von Steuben presidió las primeras reuniones. Se le dió ese nombre por causa del ilustre romano Quinctius Cincinnatus que abandonó su granja para liderar provisionalmente el ejército, salvando su ciudad de los enemigos. Tras la victoria, renunció al cargo y volvió a sus tierras. George Washington fue elegido primer presidente general de dicha asociación, cuyo protector en Francia era el propio rey Luis XVI. En los primeros años fue conocida por las simpatías monárquicas de algunos de sus fundadores y miembros quienes, según varios autores, querían establecer una nobleza militar en el país. 3 Myers narra que "numerosos miembros de ella provenían de las más altas filas de la riqueza y de la relevancia social (. ..) había un carácter de grandeza -sus críticos lo llaman pomposidad---- en muchos de los Cincinnati. " 4 Inicialmente fue combatida con furia por liberales como Jefferson, Samuel Adams y Franklin o como el revolucionairo francés Mirabeau. De acuerdo con Wood: "Los feroces ataques sufridos por la Orden de los Cincinnati en la década 1780 representaron, en realidad, tan sólo la más notable expresión de (. .. ) los resentimientos igualitarios. Ese 'descarado y arrogante' intento realizado por antiguos oficiales del ejército independentista para perpetuar su honor fue considerado por hombres como Aedanus Burke, James Warren y Samuel Adams como 'un gran paso en dirección a una !) INGHAM, Th e !ron Barons, p. 20. 2) The Hereditary Register of the United States of America,The Hereditary Register Publications, Phoenix, 1981 , p. 21. 3) Cfr. MYERS, liberty Without Anarchy, p. 94. 4) Ídem, p. 128.
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nobleza hereditaria militar, como nunca se había dado en tan corto espacio de tiempo'." 1 Thomas Jefferson vituperó repetidamente las inclinaciones monárquicas de los Cincinnati, a los cuales acusaba de "'injertar' en la 'futura estructura de gobierno' una 'ordenhereditaria'" 2 Sin un reconocimiento oficial, la asociación se retrajo a la esfera privada. En general, sus miembros sólo usaban su emblema en público cuando se encontraban en el extranjero. Myers escribe que en el fin del siglo XIX había decenas de asociaciones hereditarias "en conmemoración de antepasados de todas las épocas de la historia norteamericana. Cada una de ellas era un reflejo distante de los Cincinnati, y la alta sociedad norteamericana (. ..) se movía discretamente en busca de puestos en las asociaciones 'adecuadas'. " 3 Otra entidad del siglo XX inspirada en la de los Cincinnati es la Orden Militar de las Barras y Estrellas. Quienes deseen ingresar en ella deben descender por línea masculina de algún oficial de las fuerzas armadas de los Estados Confederados del Sur, dado de baja del servicio de forma honorable, así como ser miembros en activo de los Hijos de los Veteranos Confederados. Otras asociaciones reúnen a los descendientes de familias que participaron en la fundación de sus respectivos Estados. Pocos Estados carecen de asociaciones selectas que celebren sus "Primeras Familias". Una de las asociaciones más notables es la Orden de las Primeras Familias de Virginia, instituida en 1912 con la finalidad de conmemorar y estrechar los lazos de la posteridad de virginianos de "dignidad e importancia" . Además de realizar tareas sociales, dicha entidad estudia la genealogía de esas familias. Sólo admite a los descendientes de los primeros colonizadores de Virginia. 4 Por su parte, la Orden de los Señores Coloniales de Manor de Norteamérica, fue fundada en 1911 por John Henry Livingston, descendiente de una de las más eminentes estirpes norteamericanas deLords ofmanor. No asombra, pues, que al escribir la historia de su renombrada familia, Edwin Livingston haya apostrofado a aquellos que por "una falsa idea de modestia, o por causa de su ignorancia, repudian aquella nobleza para la cual están entera y legalmente acreditados." 5 Otros tipos de asociaciones de élites. Son igualmente dignas de mención las asociaciones de descendientes de figuras históricas y las dedicadas a perpetuar un apellido. Tienen también como objetivo ayudar a que los miembros menos favorecidos de la familia mantengan la posición que les corresponde. Existen en los Estados Unidos más de dos mil sociedades de este tipo. 6 Un ejemplo típico de asociación familiar marcadamente aristocrática es la Sociedad Nacional de los Descendientes de la Familia de Washington. Fundada en 1954, tiene por objetivo conservar, alimentar y fortalecer los lazos familiares así como perpetuar la WOOD, Creation of the American Republic, pp. 399-400. Daniel SISSON, The American Revolution of 1800, Alfred A. Knopf, New York, 1974, pp. 127-128. MYERS, Liberty Without Anarchy, p. 229. Cfr. The Hereditary Register, p. 181. Apud Ciare BRANDT,AnAmericanAristocracy: The Livingstons, Doubleday & Co., New York, 1986, p. 210. 6) Cfr. Family Associations, Societies and Reunions, Summit Publications, Monroe Falls (Ohio), 1991-1992 edition. 1) 2) 3) 4) 5)
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memoria de George Washington entre sus descendientes. Para ser admitido es necesario probar que se desciende en línea directa y legítima, masculina o femenina, de la familia de George Washington, y ser aprobado por la totalidad de sus miembros. La Reina Isabel II de Inglaterra pertenece honoríficamente a ella. Los norteamericanos que descienden de algún noble europeo o de familias reales forman también asociaciones en un país donde la atracción por la mística de la nobleza ha sido siempre fuerte, como lo prueba el ávido interés de gran parte del público norteamericano, de todas las clases sociales, por las actividades de las Casas Reales y de la alta nobleza de todo el mundo. Un sugestivo ejemplo de esta avidez ocurrió cuando Lord Fairfax visitó los Estados Unidos en 1986. La ciudad de Fairfax, Virginia, que había sido feudo de su familia en la época colonial, fue incluida en su itinerario. El pueblo del condado lo recibió con entusiasmo. La Asociación de la Nobleza Alemana en Norteamérica, la Asociación de la Nobleza Polaca y la Asociación de la Nobleza Rusa en Norteamérica son ejemplos de entidades de este tipo. Para ser miembro se exigen requisitos aún más restrictivos que los impuestos por las asociaciones analizadas anteriormente. Asociaciones tradicionales de otras etnias.
Las familias que inmigraron más recientemente, o de orígenes étnicos diferentes, adoptaron a lo largo de las generaciones las costumbres y estilos de vida norteamericanos, asimilándose a las élites estadounidenses; pero conservando o estableciendo jerarquías propias en sus respectivas comunidades. Pocas personas se dan cuenta, por ejemplo, de que entre los negros norteamericanos florece una élite --con su propia e intensa vida social, debutantes, clubs y familias antiguas- que juega dentro de su medio un papel equivalente al de las élites tradicionales en el conjunto de la sociedad norteamericana.
*** Por todo esto, se puede concluir con Willian Domhoff, que "en los Estados Unidos 'los ricos' no son un puñado de excéntricos insatisfechos, miembros de la jet set, y últimos sucesores de antiguas familias decadentes puestos de lado por la ascensión de grandes sociedades anónimas y de burocracias estatales. Son, por el contrario, miembros de pleno derecho de una floreciente clase social que está tan viva y sana como siempre." 1
1) William DOMHOFF, The Powers that Be, Random House, New York, 1978, p. 4
EPÍLOGO
Volviendo nuestra mirada hacia las élites marginadas n los Estados Unidos, los debates sobre igualdad y desigualdad, y especialmente sobre monarquía, aristocracia y democracia no suelen ocupar el centro de las atenciones cuando son formulados en términos puramente ideológicos. Tan sólo durante los años inmediatamente posteriores a la Independencia tuvieron alguna importancia en la vida política norteamericana.
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Tras haberse impuesto un consenso con respecto a la forma democrática y republicana de gobierno, el foco del debate político se concentró en asuntos cuya naturaleza ideológica era mucho más implícita que explícita, como los problemas de impuestos, administración, rivalidades regionales, etc. Estos asuntos reflejaban tan sólo de una forma indirecta la controversia entre aristocracia y democracia que aún continuaba ocupando el centro del escenario político europeo, así como de su vida intelectual y cultural. El único tema claramente ideológico que encendió un apasionado debate en los Estados Unidos fue el de la esclavitud. Uno de los efectos de este vacío ideológico fue el que los norteamericanos consideraran cada vez más la vida política y el propio Estado como meros medios para alcanzar el progreso material y el bienestar. Los fundamentos ideológicos de la política raramente se tomaron en cuenta. Al convertirse el pragmatismo en norma de actuación política, se creyó que la vida social debía ser relegada a un segundo plano, pues no se la consideraba importante para el progreso de la nación, sino una simple cuestión de etiqueta, galanteos y honores. Se estableció así una dicotomía entre la vida política y la vida social, y hombres que podían estar en fuerte desacuerdo en la arena política podían tener las mejores relaciones en la esfera social. Después de la Segunda Guerra Mundial, tanto los intelectuales como el público en general comenzaron a interesarse por el estudio de las sutilezas y complejidades de la vida social. Numerosos libros y ensayos reflejaron este renacer del interés por los asuntos sociales que coincidió con un creciente descontento de la nación con la vida pública. El político fue perdiendo gradualmente su imagen de auténtico representante del pueblo, y pasó a ser visto cada vez más como un oportunista. Amplios sectores de la opinión pública se convencieron de que el sistema democrático había sido falseado pues los partidos dominantes habían dejado de representar los verdaderos sentimientos e intereses populares.
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Esta desilusión con la clase política está aumentando y se expresa en las denuncias de los escándalos morales o financieros de los candidatos elegidos. Es así como el punto central en que se origina semejante descontento radica en la colisión entre el mito democrático norteamericano enseñado en la escuela y la situación real que se verifica en la vida cotidiana. Los norteamericanos han sido adoctrinados con la noción de una democracia directa basada en el régimen que floreció en Atenas, donde los grandes oradores discutían los asuntos de actualidad ante el pueblo que más tarde decidía con su sufragio los destinos de la ciudad-estado. Esta noción se refuerza con una visión idealizada de las asambleas municipales de las pequeñas ciudades de la Nueva Inglaterra colonial, en las cuales los ciudadanos participaban plenamente de la vida pública. Esto no obstante, pocos norteamericanos creen que la democracia vigente corresponde ya a esta noción arquetipizada. Ante esta incontenible frustración con la vida política, un creciente número de norteamericanos está volviendo sus ojos hacia las élites que aún florecen en la vida social de la nación. Las ven como un sector del cual puede venir la esperanza. Para esas personas, las élites auténticas representan mejor las aspiraciones de Norteamérica y son, por tanto, más capaces de encontrar las soluciones adecuadas para atravesar la encrucijada en que la nación se encuentra. Esta preocupación y las esperanzas a que da origen pueden aún cambiar el curso de la historia americana. Este trabajo no pretende otra cosa sino contribuir a que los Estados Unidos puedan encontrar sus propios rumbos y alcanzar las tan deseadas soluciones a sus graves problemas contemporáneos.
Proyecto gráfico y arte final Antonio Azeredo Felipe Barandiarán Nivaldo Bueno
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