XVIII Congreso Nacional de Estudiantes de Ingeniería Química 16 de Septiembre de 2013 EL CEREBRO DEL ESTUDIANTE UNIVERSITARIO Marcial Pérez El aprendizaje en la vida Hace algunos días, estuve visitando un cementerio, el de la Recoleta en la Ciudad de Buenos Aires. No es habitual que en mis ratos libres recorra estos lugares, pero las circunstancias del momento me llevaron a hacerlo. Estaba cerca, quería despejarme y me lo recomendaron. En realidad me llevaron coercitivamente diría yo. Y cansado ya de resistirme a entrar a ese santuario de la muerte, entrando por ese amplísimo portal que parecía tragarme hacia oscuras profundidades, me propuse crear un rato agradable. Decidí que debía descubrir algo en este viaje, no sé qué, pero algo que me sorprendiera, que me enseñara. Me dejé llevar por los sombríos y angostos pasadizos, claro, esto después de haberme perdido del grupo de la visita guiada. Fui encontrándome con mucha gente cuyos nombres me resultaron conocidos: Carlos Pellegrini, Manuel Dorrego, Remedios de Escalada, Victoria Ocampo, Raul Alfonsín, Tomás Guido, el primer presidente de Boca y muchos más. En las placas recordatorias se reflejaban vidas muy activas, con mucha ilusión y sueños. Se percibían aprendizajes subyacentes que sustentaban ocultos sus grandes obras. Algunos universitarios otros no, pero aprendizajes
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al fin. Entonces me preguntaba cuántas personas logran vivir conscientes de estos ciclos
de tiempo y acción que protagonizamos, de la posibilidad que tenemos de crear estas grandes vidas si lo asumimos. Cuando la sociedad crea dogmas, normas, liturgias, creencias y valores que se alejan de las normas de la naturaleza, nos sumergimos en preocupaciones y ocupaciones sin ver que apenas se trata de simples acciones cotidianas que deberían estar enmarcadas por nuestra alegría de estar viviendo algo más grande. Suele afirmarse que la consciencia de la muerte fue uno de los impulsores de la religión entre los humanos. Podríamos ejercitar la creatividad y elaborar un nuevo enfoque, más activo, de creer en uno mismo y constituirnos en un ser emergente y trascendente de nuestra sociedad. ¿Cuántos de nosotros nos levantamos cada día con la alegría de ser los actores principales de nuestras propias y heroicas vidas? ¿Le damos al error y a la frustración el lugar de enseñanza para el que existen? ¿Sabemos darle a nuestras preocupaciones el lugar que deben tener? ¿Realmente disfrutamos de cada momento de aprendizaje, de relacionamiento, de conocer nuevas personas y descubrir un nuevo mundo en ellos? Nuestro cerebro no sabe de normas, cultura o fechas de exámenes. A nuestras neuronas no les importa nada de eso. Ellas viven con sus propias reglas de la naturaleza evolutiva. No saben lo que es una universidad, ni una carrera, ni una materia. Nuestro cerebro tiene otras prioridades. En su eminente rol de órgano social para el que ha evolucionado va eligiendo como vincularse con el entorno. Veamos qué significa esto dentro del cerebro del estudiante universitario.
¿Es libre el albedrío? El título de esta conferencia habla de ustedes, pero en realidad hace referencia no a ustedes sino al cerebro de ustedes. ¿Por qué no hablar de Ustedes y en cambio lo haremos de sus cerebros? Frecuentemente escuchamos hablar de la
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posibilidad de cambiar nuestras vidas instantáneamente con solo decidirlo. Esto nos indicaría que somos los dueños absolutos de nuestra mente y, desde ella, de todas nuestras conductas. Es decir que el Libre Albedrío, esta potestad de decidir conscientemente el curso de nuestras vidas, pareciera que no es tan inmediatamente libre como suponíamos. ¡Cambia ya! ¡Pare de sufrir! Si, claro, nos atrae la posibilidad de cambiar y sin dudas que es posible. La pregunta es por dónde comenzar. Somos sujetos emocionales esencialmente, esto es, decidimos básicamente desde las valoraciones emocionales que nos indican si debemos acercarnos o alejarnos de algo en cada situación cotidiana. La razón sólo complementa lo que surge desde nuestras redes neurales emocionales, algo que no solemos considerar. Esas redes tienen un gran valor porque constituyen aprendizajes previos, codificados a nivel subconsciente pero que emergen para ayudarnos a decidir. Pero esta emocionalidad que decide no significa que no podamos cambiar. El cambio debe ser a nivel emocional, algo que lleva tiempo y que sin dudas comienza desde el reconocimiento consciente de la importancia de vivir experiencias diferentes y desarrollar nuevas interpretaciones de la realidad. Hay que entrenarse en esto. El determinismo genético no es tal si comprendemos donde reside nuestra posibilidad de cambio. Si somos guiados por las emociones, se trata entonces de construir las emociones adecuadas que nos conduzcan, algo que se hace con la experiencia, esto es, animándonos a vivir situaciones de aprendizaje, arriesgando sin temor a fracasar, dándonos la oportunidad de que el cerebro, un especialista en efectuar valoraciones, haga su trabajo. Ahí reside el verdadero libre albedrío, en reconocer la importancia de liberarnos de las restrictivas normas sociales para aprender, modificar físicamente nuestro cerebro y así modificar conductas. Aprender a conocer nuestro cerebro es también una manera de ejercer el libre albedrío porque nos permite valorar la manera de cambiarlo. Este conocimiento es una experiencia en sí misma. Ahora mismo estamos valorando, siempre valoramos, como decía nuestro filósofo Jaime Barylko, “no estamos en tiempos de conocer sino de valorar” y, por ejemplo, aprendiendo a efectuar nuevas interpretaciones del medioambiente social y cultural en el que vivimos. El cerebro subconsciente o emocional interpreta la realidad
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de manera práctica para sobrevivir, pero esto ocurre para obtener resultados inmediatos y
no a largo plazo. Para el largo plazo requerimos de la reflexión consciente. No es fácil asumir cambios de interpretaciones y comportamientos en ambientes culturales fuertemente normados, donde se espera de nosotros conductas “normales”, esas que quedan debajo de la curva de distribución normal de Gauss. Sin embargo, cuando nos animamos a ser creativos, desafiando los dogmas propios y externos que nos limitan y comprendemos que aprender es una enorme oportunidad de modificarnos para apostar a una vida grande, cualquier obstáculo que se interponga a tal fin pierde jerarquía.
Conócete a ti mismo En el frontispicio del Templo de Delfos, se ha encontrado una frase acuñada en el siglo II y atribuida circunstancialmente a muchos pensadores: Heráclito, Quilón de Esparta, Tales de Mileto, Sócrates, Pitágoras, Solón de Atenas. Es el “Conócete a ti mismo”, que refiere al ideal de comprender la conducta humana, la moral y el pensamiento como punto de partida para relacionarnos mejor con nuestro entorno social. Tanto tiempo ansiándolo y sin embargo el tan ansiado autoconocimiento no parece haberse alcanzado en su máxima dimensión. Nuestros tiempos muestran un incremento de enfermedades mentales, con la depresión como estandarte creciente y otras manifestaciones como la ansiedad, la angustia, la frustración, el resentimiento, el odio y el estrés crónico en una clara evidencia de nuestra falta de capacidad de control de los procesos mentales. Las disputas políticas, las guerras, la no cooperación aún vigentes nos indican que el ser humano no ha sido capaz aún de superarse a sí mismo, relegándose, en su vinculación con el medioambiente, a una jerarquía aún peor que la animalidad. El desarrollo científico y las tecnologías no han logrado revertir estos procesos y hasta, en algunos casos, los han profundizado bajo el paraguas de nuestros paradigmas de la tecnología salvadora. Desde hace dos décadas o menos, oriente y occidente se han
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encontrado para bucear en culturas milenarias como el budismo en una búsqueda por descubrir las raíces neurales del control de la mente que aquellas han alcanzado. Las ciencias del cerebro dejan de mirar por un rato la farmacología o la electrónica para encontrar respuestas. Mientras tanto la ciencia también investiga como conectar un chip a las redes neurales cerebrales para incrementar nuestra memoria o cómo hacer para borrar recuerdos traumáticos o como transmitir una orden de un cerebro a otro. Pero aún no se ha logrado que dos cerebros puedan acordar como evitar una guerra o como podrían diversos partidos políticos unir esfuerzos para gobernar. El altruismo y la cooperación arraigado en nuestra estructuras cerebrales empáticas no ha podido ser extendido a toda la humanidad. Ignorancia que en nuestro mundo interior reside el origen del cambio del mundo exterior. La excesiva adoración de la tecnología asociada a una innovación exterior que actúe sobre el interior del ser humano obstruye la posibilidad de producir nuevos comportamientos. Ignoramos nuestros recursos evolutivos. Muchas generaciones han producido un gran conocimiento en la interpretación de los procesos físicos y químicos, produciendo modelamientos físicos y matemáticos desde los que nos es posible diseñar y operar procesos industriales que den lugar a los bienes que el ser humano requiere para sobrevivir en esta sociedad moderna. Nos hemos especializado en la explotación del medioambiente con fines de supervivencia, pero hemos asumido erróneamente que ya conocíamos nuestro mundo interior, ignorando que desde ahí es desde donde construimos el mundo exterior. Conocerse a uno mismo adquiere nuevas connotaciones en tiempos en que los estímulos de la modernidad interfieren con la necesaria atención que el aprendizaje exige.
Manual del usuario del cerebro El cerebro es el órgano que utilizamos para aprender,
para
aprobar
las
materias,
para
ilusionarnos con recibirnos y “ser alguien”. En el
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cerebro residen los secretos de todo su potencial y de la posibilidad de activarlo. Pero como lo llevamos puesto y desde él construimos todas nuestras interpretaciones del mundo, no es frecuente que nos pongamos a pensar en él. Tampoco lo conocemos mucho, de hecho ustedes son especialistas en aprendizaje sin conocer el cerebro. Sin embargo, cuando compramos un electrodoméstico, un auto, o una máquina cualquiera, suelen venir con un manual del usuario. El iPhone por ejemplo tiene manual de usuario, pero probablemente si se compran uno, por apenas unos $9000, no se pongan a leer todo el manual. Seguramente comenzarán a experimentar tocando todos los botones o íconos y se van a ir orientando y aprendiendo por prueba y error, o bien a partir de la intuición o de aprendizajes previos. Cuando comenzamos a aprender, desde que nacemos, lo hacemos de modo parecido, mediante la observación, la experimentación y el juego. Es un aprendizaje emocional, espontáneo, más bien fácil. No vemos mucho estrés en los niños para aprender a jugar al futbol o a andar en bicicleta o aprender a comer con cubiertos. En el jardín de infantes también hay bastante juego y aprendemos mucho ahí. Nos acercamos al lenguaje cantando, con imágenes, colores y juegos. Sin embargo, cuando comenzamos nuestra vida académica, poco a poco estos juegos van desapareciendo. El aprendizaje deja de ser tan fácil y espontáneo y lo emocional comienza a dar paso a lo cognitivo. Cuando dejamos la escuela primaria y comenzamos la secundaria, el juego cuesta ser identificado. Hay materias, horarios, exámenes, profesores y temas que nos imponen. Y cuando ingresamos a la universidad, el juego ya se ha extinguido por completo. El aprendizaje es puramente cognitivo y pretendidamente orientado a lo lógico o razonado. Esta evolución del aprendizaje en la ontogenia humana se asemeja a la evolución filogenética que la historia de la humanidad nos relata. Explico esto. Cuando los grupos comenzaron a establecerse y conformaron sociedades más pobladas, la complejidad de las relaciones obligó a un aprendizaje de nuevas normas que aseguraran un bienestar común. Con el fin de alimentar a toda la comunidad, fue necesario incrementar el aprendizaje de las técnicas de explotación de los recursos naturales, y así, el conocimiento requerido fue segmentándose lentamente hacia las disciplinas. Nace la especialización, que fue
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acentuándose cada vez más. Los métodos, las conductas y las acciones puestos al servicio
de un trabajo cada vez más organizado debieron ser modelados con leyes, reglas y símbolos. El aprendizaje dejaba de ser el dado por la experiencia para dar lugar a un creciente esfuerzo intelectual por comprender sistemas más complejos y memorizarlos para disponer de éstos de manera relacional. El aprendizaje emocional de los orígenes de la humanidad era rápido, indeleble, inconsciente y no requería esfuerzo mental. El evolucionado aprendizaje cognitivo ejecutivo o intelectual es lento, fácil de olvidar, consciente y requiere esfuerzo. En una búsqueda inagotable de bienestar, el aprendizaje cognitivo posibilitó los avances tecnológicos que hoy lo dificultan. La ciencia y sus aplicaciones han buscado a lo largo de los años y por distintos caminos incrementar el bienestar del ser humano pero también innovar para atraer al consumidor. Y en algunos casos la innovación para el consumo ha empobrecido aquel bienestar.
¿Cómo quisiéramos aprender? La orientación que aún se da a los aprendizajes se adapta al histórico modelo Taylorista de la segmentación
del
trabajo.
Se
pretende
que
aprendamos para conseguir que alguien nos dé un empleo en el que podamos aportar conocimientos técnicos específicos. Los temas ya están definidos, clasificados y no hay mucho margen para cuestionarlos
porque
está
organizado
temáticamente y sustentado en los avances científicos y en las necesidades del sector de la industria que nos vaya a emplear. Sólo debemos aprender a “saber hacer” y rendir exámenes. Y para eso el principal recurso es nuestro cerebro, del que no tenemos el manual de usuario o el del aprendiz. No nos dan ese manual. Venimos a clases y a partir de nuestros sentidos se comienza a producir ese proceso de aprendizaje sin que seamos del todo conscientes como está ocurriendo. ¿Por qué digo que no somos conscientes?
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Porque si lo fuéramos, venir a aprender a la universidad podría ser casi como un juego. Deberíamos venir a disfrutar cada día. Imaginemos y diseñemos el ámbito de aprendizaje ideal. Estamos cómodamente sentados, tenemos el mejor libro del tema a aprender, el profesor está a nuestro alcance, listo para responder a nuestras preguntas o para explicarnos cuando se lo pidamos, no hay horarios o exámenes de otras materias que nos preocupen distrayéndonos del presente, tenemos internet a mano, el tema nos gusta, disponemos de tiempo para leer y pensar tranquilos, no tenemos aún la fecha para que examinen lo que estamos aprendiendo. Cuando sentimos que hemos aprendido cada uno pone la fecha y tenemos el resultado prácticamente asegurado porque nuestro “personal teacher” nos va garantizando que el aprendizaje se va produciendo satisfactoriamente. Cuando llegamos al examen nos dicen, tranquilo, que todo aquello que sepas se te da por aprobado y lo que no supiste lo rendís cuando quieras así completás la materia o el examen. En el lugar que estudiamos no hay un profesor hablando dos horas sin parar. No hay muchos alumnos u muchos menos de esos que entienden todo y los detestamos, porque el profesor avanza según el entendimiento de ellos y no del mío que me quedé con la duda de que dijo hace una hora cuando comenzaba la clase. Tengo tiempo para socializar, practicar un deporte, dormir y alimentarme bien. ¿No es fantástico? ¿Cómo adaptar el sistema educativo a un aprendizaje compatible con las capacidades de nuestro cerebro? Ese cerebro que tenemos no sólo es necesario sino que debería ser suficiente para lograr lo que anhelamos, sin estrés crónico. Sin dudas, este aprendizaje desembocará en el objetivo anhelado, habiendo transitado esta etapa con autonomía y desarrollo de autoestima. Pero cuando volvemos a ese mundo real que es el aula y los horarios y la diversidad de materias y los profesores y las fechas de exámenes, el cerebro está desafiado. Están desafiadas sus capacidades naturales. Y es ante estos desafíos que surgen nuestros interrogantes y muchas veces las deserciones. En definitiva, en estos tiempos, aprender sí que requiere de ese manual de usuario del que no disponemos. Vamos a recurrir a la ciencia para intentar armarlo. Y si de ciencia hablamos, deberíamos pensar en las neurociencias o ciencias del cerebro, que involucran
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a muchas otras ciencias como la neuroanatomía, la neuroquímica, neuropsicología, y otras ciencias afines como la biología, la mecánica cuántica, la filosofía, la psicología, la antropología, etc.
Construyendo el Manual del Usuario El biólogo Humberto Maturana planteaba en los años 80: “¿podría el ser humano desarrollar una
teoría capaz de dar cuenta de los procesos que generan su propia conducta, incluida la conducta autodescriptiva
o
autoconciencia?
La
década
siguiente comenzaría a responder su pregunta. En el año 1992, se desarrolló la técnica de resonancia magnética nuclear funcional (RMNf) que permite hacer una estimación de la actividad neuronal mediante la oxigenación del cerebro. Esta técnica de neuroimagen, sumada a la tomografía por emisión de positrones de fines de los 70, la electroencefalografía y la magnetoencelografía, busca localizar las regiones del cerebro asociadas a una percepción o a un comportamiento concreto. Los diseños experimentales comparan la actividad cerebral en dos situaciones diferentes: un grupo de estudio sometido a una actividad específica de prueba y el grupo de control de referencia, que permanece inactivo. Lo que estas técnicas vinieron a darnos, es una nueva subjetividad, para evitar decir objetividad, dado que la ciencia siempre avanza y puede evidenciar errores en técnicas anteriores. Los científicos se han entonces dedicado a crear experimentos que pudiesen evidenciar la fisiología cerebral asociada a infinidad de tareas a las que seres humanos nos exponemos. De estos estudios han surgido grandes hallazgos, se han confirmado teorías enunciadas antiguamente y en otros casos se han rebatido diversas elaboraciones heurísticas. El comportamiento humano ha pasado a ser parte de una nueva ciencia o bien de una agrupación de ciencias que confluyen en una novedosa visión del ser humano: el
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resultado del legado evolutivo, la incidencia genética, la plasticidad neuronal para modificarnos y el ser emocional por excelencia que es, por sobre el racional. Cada uno de nosotros, a lo largo de la vida, va elaborando sus
propios
modelos
de
comportamiento a partir de la observación de uno mismo y de otros. Este modelamiento suele diferir de un individuo a otro y los lenguajes que utilizamos para conformar al sujeto que somos, suele situarse también en diferentes niveles. En algunos casos hablamos de actitudes, de valores, de subjetividad o de culturalidad. En otros recurrimos a adjetivaciones como “bueno”, “generoso”, “egoísta”, “malo”. También existen otros lenguajes, integrados por palabras vulgares construidas en cada cultura, pero que parecen definir con gran exactitud el perfil de cada individuo. Esperamos en este caso que puedan imaginar a que palabras nos referimos porque evitaremos su transcripción por cuestiones de decoro. La nueva ciencia del cerebro ha abandonado estos múltiples lenguajes para adoptar uno que se ajuste más a una descripción neurobiológica del arraigamiento de las conductas humanas, con vinculaciones a los lenguajes propios de otras ciencias como la antropología, la biología y la neurología, por citar solo algunas. Aceptar este nuevo entendimiento requiere primero desaprender los lenguajes antiguos y dejar la mente abierta a recibir nuevos enfoques, ésos que nos llevarán a comprender mejor a los demás y a nosotros mismos desde las motivaciones que la interacción entre la neurobiología y la cultura de la sociedad que nos contiene va construyendo en cada uno. Nuestros modelamientos personales de la conducta, basados en la observación y la experiencia propia, carecen de la rigurosidad del método científico y de las experiencias de muchas otras personas que nos complementarían. Las instituciones y sus individuos hacedores también van poco a poco abriendo sus puertas a las ciencias del cerebro para
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remodelar sus sistemas, organizaciones y procesos internos. Cabe citar la gran participación de neurocientíficos dentro del Gobierno de los Estados Unidos, buscando mejorar el relacionamiento entre partidos políticos con el fin de impulsar acuerdos y objetivos comunes. Las escuelas también comienzan a dar esta nueva mirada, y aquí podemos mencionar el trabajo que países como Finlandia vienen haciendo desde hace algunos años, con resultados sorprendentes. Las empresas ya reconocen al neuroliderazgo, el mundo de los negocios al neuromarketing los economistas a la neuroeconomía y a otros ámbitos también les corresponderá su propio “neuro” para encontrar nuevas respuestas a viejos problemas. La premisa en cada caso es que ningún individuo puede estar ajeno a la importancia de vivir su vida y su rol asignado con total motivación, entregando el máximo potencial dentro de un marco de colaboración y comprensión mutua que favorezcan el desarrollo común de largo plazo.
Evolución del cerebro
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Redes instintivas o reptilianas Nuestro cerebro ha evolucionado hasta nuestros días con una premisa básica: garantizar la
supervivencia.
Todas
sus
especializaciones
responden a este principio fundamental, por lo que el análisis de las funciones se simplifica bastante.
Tenemos cuatro cerebros, que se han ido agregando uno sobre el otro a lo largo de la evolución: el instintivo, el emocional, y dos hemisferios corticales con
una
lateralización
complementaria
de
funciones. Esa evolución dio hace 500 millones de años una versión enormemente
innovadora. Tenía la capacidad de dar respuestas pre armadas ante los desafíos medioambientales. Actuaba exclusivamente en el presente, sin capacidad de construir memorias ni de pronosticar el futuro. Aprendía poco, por lo que no se adaptaba a cambios
inesperados. Esto hizo que se adaptara a resistir los cambios, porque de otra manera no podría responder a la incertidumbre. Por esta razón el cerebro rechaza la incertidumbre, porque la considera una amenaza a su seguridad. Así se ha transformado en un verdadero especialista en pronosticar el futuro y modelar las situaciones inciertas buscando detectar amenazas y eliminarlas. Las personas no escuchamos o vemos simplemente, sino que
estamos anticipando lo que vendrá en base a la información del presente. La predicción no es sólo algo más que hace el cerebro, es la función primaria del neocórtex y la fundación de la inteligencia. El cerebro es muy bueno efectuando aproximaciones, es como una máquina de predicciones con masivos recursos neurales dedicados a
pronosticar lo que ocurrirá a cada momento. El cerebro recibe patrones del mundo exterior, los almacena en memorias y efectúa predicciones combinando lo que ha visto antes y lo que está viendo ahora. La mayoría de nosotros estamos familiarizados con la
idea de conocer más acerca del futuro, ya sea un examen, un resultado experimental o el
estatus de un nuevo empleo. Pagamos para reducir la incertidumbre, ya sea con instrumentos financieros, seguros o con pronósticos económicos. Un sentido de incertidumbre acerca del futuro produce una fuerte excitaciòn de nuestras redes emocionales cerebrales, una amenaza que no nos permite focalizar la atención para alcanzar un buen desempeño académico. Cuando pagamos un seguro hacemos esto. Los
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economistas básicamente trabajan buscando reducir la incertidumbre con sus predicciones, que aunque equívocas en el futuro, en el presente nos tranquilizan. Nuestro cerebro está hambriento de información de la misma manera que con el alimento, lo que
produce comportamientos de búsqueda de información. Las bases neurales de esta conducta ya no eluden a los científicos. Un aspecto de gran relevancia para la selección de la información útil para predecir el futuro es la capacidad de olvidar. Olvidar o descartar información es un acto de predicción automático y muy beneficioso para el sistema de procesamiento neuronal de la información. La competencia entre los recuerdos insignificantes con los relevantes debe ser exitosa a favor de los segundos, pues así, hay
menor exigencia para los lóbulos frontales al necesitar rememorar recuerdos considerados adecuados.
Nuestros cerebros han evolucionado para que el encontrar información, sea percibido
como una recompensa. En el cerebro, la dopamina es el neurotransmisor del deseo. Los niveles de dopamina se incrementan cuando deseamos algo y generamos expectativas, aún con algo tan simple como cruzar una calle. ¿Por qué el cerebro trata a la información como una recompensa? Queremos información, ¡y la queremos ya! Es sencillo observar
cómo tratar a la información de esta manera constituye una muy útil adaptación evolutiva. Para muchos, cada día consiste de numerosas decisiones relacionadas con la alimentación, la reproducción y la socialización. Obviamente, teniendo acceso a una información más relevante, tal como la ubicación del alimento, permite a los animales
tomar mejores decisiones. Más aún, teniendo acceso a esa información podría darnos mejor control sobre el medioambiente incrementando nuestras chances de supervivencia. Sin embargo, la necesidad de información provoca en ocasiones una ansiedad que reduce
aún más el rango percibido de información. Y si finalmente nuestras expectativas no se cumplen, los niveles de dopamina caerán profundamente. Este sentimiento no es agradable y se siente como un gran dolor. El vínculo entre expectativas, dopamina y percepción puede explicar por qué la felicidad es un gran estado para el desempeño mental. Desde esta perspectiva, para crear una vida
feliz se debe vivir con suficiente novedad, creación de oportunidades para recompensas inesperadas y creer que las cosas siempre van a estar mejor.
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Otra especialización de este cerebro instintivo ha sido el cuidado del territorio. Para un estudiante, el territorio no sólo es su familia, sus compañeros y amigos, sino también sus creencias. Nos
aferramos a nuestras creencias y las defendemos con gran convicción, algo que sería muy positivo si se tratase de las que nos
impulsan a arriesgarnos a aprender. Lo complicado es defender creencias que nos limitan.
No puedo con esta carrera, no soy inteligente, me cuesta aprender, no podré resolver este trabajo práctico, No le entiendo a este profesor, no soy capaz. Las creencias son a veces tan fuertes que se arraigan a nivel emocional y son más difíciles de modificar. También en
este cerebro instintivo existe una especialización para establecer jerarquías, El status significa cómo estamos posicionados en relación a aquellos alrededor nuestro, o bien, dónde estamos posicionados en la jerarquía social. La percepción de estatus y cualquier cambio en éste, puede ser un impulsor de lo que es llamado recompensa o amenaza primaria. Cuando nos encontramos con alguien medimos la importancia relativa en base a quien es mayor, más rico, más fuerte, más inteligente, más divertido. Cuando percibimos que nuestro estatus sube o baja, se produce una intensa respuesta emocional. Como resultado, las personas llegan a extremos insospechados para elevar o mantener su estatus. Este opera a nivel individual o de un grupo y aún al nivel de países. El deseo de incrementar el estatus está detrás de muchos de los grandes logros de las sociedades y algunos de nuestros oscuros momentos de destrucción. El sentido de incrementar el estatus puede ser más gratificante que una recompensa en dinero y el sentimiento de perder estatus puede registrarse como amenazante para la vida.
Como con todas las experiencias emocionales, con el estatus la respuesta de amenaza es más fuerte y más común que la respuesta de recompensa. Simplemente hablando con una persona de quien percibimos un estatus superior al nuestro, tal como un profesor o un jefe, puede activarse una fuerte respuesta de amenaza. Una amenaza percibida al estatus
se siente como algo que se acerca con terribles consecuencias. La respuesta es visceral, incluyendo una inundación de cortisol al torrente sanguíneo y la activación de muchos recursos del sistema límbico que inhibe el pensamiento claro. Cuando los líderes activan
una respuesta de amenaza, el cerebro de los subordinados en la jerarquía se vuelve mucho menos eficiente. Pero, cuando procuran que la gente se sienta bien, comunican con claridad sus expectativas, brindan libertad de acción y tratan a todos en forma justa,
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se activa una respuesta de recompensa. La gente se torna más eficaz, más abierta a las ideas y más creativa. Sin amenazas, percibimos el tipo de información que no advertimos cuando el miedo o el resentimiento dificultan la tarea de concentrar la atención. Cuando
estamos en posiciones de autoridad y somos responsables del desempeño de otras personas estamos usualmente obligados a valorar, evaluar o jerarquizar a otros. La manera en que manejamos las conversaciones tendrá un gran impacto en cómo lo que decimos, será percibido y recibido. Antes de expresarnos podríamos preguntarnos: ¿Cuál es el propósito de lo que voy a decir? ¿Estoy tratando de modificar el comportamiento de otra persona? Y si así fuera, ¿por qué? ¿No estaré intentando elevar mi posición de poder o mi autoestima? Cuanto más se descarga el estrés contra las demás personas hay más
probabilidades de que estas respondan de la misma forma. Las actitudes indicadoras de una actuación agresiva pueden ser: enojo impropio o exagerado, falta de cooperación deliberada o respuestas negativas, búsqueda impropia de fallos en los demás, solicitud de
exigencias imposibles, sarcasmos no provocados. Todas estas actitudes son las primeras advertencias de una activación y expresión del mecanismo de estrés. El cerebro mantiene complejos mapas de jerarquía de orden de las personas alrededor suyo. El cambio en la jerarquía social percibida produce cambios en el modo de conexión de millones de neuronas. Si has mantenido una relación con una persona que en un breve
lapso de tiempo incrementa mucho su patrimonio, seguramente habrás percibido algunas sensaciones específicas en torno a esto, lo que ha producido cambios en la circuitería de tu cerebro. Los estudios muestran que creamos representaciones de nuestro estatus y de otros en el cerebro cuando nos comunicamos, lo cual influencia la manera en la que interactuamos con otros. Las organizaciones desarrollan complejas y bien definidas jerarquías y motivan a las personas con promesas de escalamiento, también los
departamentos de marketing buscan movilizar las emociones humanas con la promesa de un estatus superior. Pero a pesar de los intentos de las corporaciones de construir estatus mediante el tamaño de un vehículo o el precio de un reloj, no hay una escala universal. La
búsqueda de estatus puede ser inagotable y estresante si no lo comprendemos cognitivamente y lo administramos en el ámbito laboral. Nuestro cerebro está a la búsqueda de establecer jerarquías, algo arraigado en nuestras redes instintivas y heredado de nuestra vida en sociedad. En los grupos animales y en el
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ser humano existen niveles. Nuestro cerebro social busca elevar el estatus, un factor pro supervivencia que defendemos de la amenazas. Esta verticalidad se activa en cada diálogo, cada mirada y tipo de relacionamiento que construimos con otros. El ámbito social universitario, no queda ajeno a estos atavismos. Sentirnos bien posicionados en la escala de los buenos estudiantes nos da satisfacción, autoestima y seguridad. Cuando percibimos por indicadores del entorno que estamos quedando rezagados en la carrera o bien por un examen desaprobado o notas frecuentemente bajas o bien
porque no nos invitan a estudiar o percibimos que “todos entienden al profesor menos yo”, se activan las mismas redes neurales que las del dolor físico, produciéndose un estado emocional que nos bloquea y nos quita lo mejor de nuestras
capacidades cognitivas. Podemos evitar exponernos a preguntar, ¡a ver si pregunto una pavada y se dan cuenta que no se nada!, Si no apruebo esta materia me atraso en la carrera y si me atraso los demás se
reciben antes y ellos van a conseguir trabajo y cuando yo me reciba ya no habrá más trabajo
porque todos se me habrán adelantado! ¿No será mucho? Aislarnos socialmente es percibido como una gran herida que nos estresa y desanima. Si comprendemos el valor de pertenecer a una comunidad de aprendizaje en la que ayudamos y nos dejamos ayudar, obtendremos beneficios múltiples. Evitaremos el estrés que significa pertenecer a un sector excluido, aprenderemos de nuestros compañeros, aprenderemos ayudando a otros, nuestras redes neurales del altruismo se activarán liberando mucha oxitocina dándonos un gran bienestar. Estamos programados para colaborar, no para competir, algo que el célebre John Nash, premio Nobel de Economía 1994 nos demostrara matemáticamente y que el reconocido primatólogo Frans de Wall también hiciera luego de décadas de investigación.
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Estudiar con una alta carga alostática o de estrés reduce nuestros recursos cognitivos
puesto que en ese estado nuestro cuerpo se prepara para huir, luchar o decidir su sumisión y en ningún caso activaremos nuestras áreas más evolucionadas de la corteza cerebral, necesarias para comprender y almacenar memoria de los nuevos aprendizajes cognitivos. Un ámbito afectivo y de colaboración es de gran importancia en la universidad, algo que seguramente deseamos. Entender que somos seres singulares, complementarios, con diferentes capacidades, inteligencias y afinidades es fundamental. El filósofo Zygmunt Bauman expresa que amar al prójimo es valorar esa singularidad que me complementa y enriquece.
Redes emocionales El cerebro primitivo poseía ventajas pero mostraba un comportamiento rígido, repetido y no se adaptaba a la multitud de nuevas circunstancias con las que tenía que enfrentarse. Era hora de mejorar y ampliar las posibilidades. La evolución, que atiende a todos estos problemas e intenta resolverlos, se encargó de solucionarlo creando nuevas estructuras además de las que ya existían. Estas nuevas estructuras que evolutivamente y tras milenios se fueron formando, disponibles desde hace 150 millones de años, se les llama hoy “cerebro de mamífero” o “sistema límbico”. En esta nueva capa surgieron, por un lado, la capacidad para aprender a modelar nuevas respuestas y por otro, las emociones, un recurso psicofisiológico adicional de supervivencia, un verdadero “upgrade”. Aprendizaje y emociones, relacionados biunívocamente para favorecer los aprendizajes. El miedo, la ira, la alegría, la repugnancia, la tristeza y la sorpresa, constituyen recursos evolutivos pro supervivencia que nos ayudan a vivir en ámbitos naturales como los que hemos dejado miles de años atrás. Su rol en el mundo moderno cargado de estímulos artificiales y de complejos y modernos mecanismos sociales, muchas veces inducen respuestas inadecuadas. El cerebro no sabe lo que son los impuestos ni los
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vaivenes económicos ni sabe manejar las dificultades de aprendizaje cognitivo adecuadamente. Por ejemplo, cuando el profesor se pone a escribir ecuaciones en el pizarrón, una ecuación nueva como ésta, ¿qué sucede en el cerebro? Comienza la búsqueda en nuestros registros de memoria de algo que se le parezca en algo. Si lo que encontramos es algo como esto, estaremos frente a una gran brecha cognitiva. ¿Qué es lo que hace inconscientemente el cerebro? Detecta una gran incertidumbre. ¿Y cuál es su respuesta frente a esto? Si no encontramos puentes cognitivos que nos vayan llevando hasta un entendimiento completo, lo más probable es que nos surja una sensación de angustia y hasta probablemente una respuesta de estrés. Reaccionamos casi con miedo. Nuestro cuerpo responde de la misma manera que si estuviésemos perdidos en una zona inhóspita, sin refugio, sin alimentos. Pero eso no es así. Sin embargo nuestro cerebro no distingue esto porque si la expectativa de Uds. es aprobar un examen, y le dan a eso una valoración emocional pro supervivencia, la situación los aleja de eso. Nos aleja de la supervivencia y entonces respondemos con toda la descarga hormonal que nos produce angustia. Lo que nos quita energía para perseverar, reduce nuestra capacidad cognitiva, nos impulsa a alejarnos y queremos escapar de esas feroces ecuaciones. Para que nos estimule el desafío, la relación entre desafío y capacidades debe estar equilibrada. Sentirnos angustiados por algo que no comprendemos es un estado emocional que no debe preocuparnos. ¿Qué deberíamos hacer entonces? En todo caso, lo que debemos hacer es evaluar la situación, identificar la emoción, ponerle el nombre adecuado y observarla sin involucrarnos. Si nos sentimos angustiados el primer paso será comprender que es una respuesta normal de nuestro cerebro. ¡Celebrémoslo! ¡Somos normales! Eso es lo que debe pasar. Este solo entendimiento es un gran cambio. El segundo paso será fragmentar el desafío en pequeños desafíos, con objetivos menores y más cercanos. El objetivo de un
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profesor debe ser el mismo que el de ustedes: vuestro aprendizaje. Y el aprendizaje de
cada uno requiere distintos tiempos, distintos esfuerzos porque nuestros aprendizajes previos son diferentes, nuestros gustos son diferentes y también lo son nuestras aptitudes. Si solo enseñamos para los que más disfrutan, los que más saben y los que más facilidad tienen, entonces solo lo hacemos para unos pocos. Y las economías de los países no solo necesitan gente de conocimientos de calidad, sino cantidad de gente con conocimiento. Entonces la comunidad de aprendizaje que integran debe avanzar como tal, colaborando entre sí. No compitiendo. La manera de establecer los puentes cognitivos personales es a partir de la pregunta del docente, o de la pregunta del alumno. Pero ahí surge entonces el miedo a preguntar y exponer el nivel de inteligencia de cada uno, como si la inteligencia de tratase de un concepto estable, fijo. Perder el temor a la exposición a la opinión de otros sobre nuestro desempeño es indispensable.
¿Por qué nos bloqueamos frente a los exámenes? En la Universidad Nacional del Litoral, se estudió el efecto de un examen en las variables fisiológicas de los alumnos. Muchos hemos pasado varias veces por este tipo de situación pero sin embargo, la experiencia no logra mejorar nuestro manejo ante ella. Cuando se les consulta a los alumnos, sobre cómo se sienten ante un examen oral estos dicen que sufren cambios en el humor, alteraciones en el apetito, molestias digestivas, dolores musculares, dificultades para descansar, taquicardia, gripe, etc. La frecuencia cardíaca aumenta, se siente como si el corazón fuera a salírsele del cuerpo, las manos sudan y tiemblan, hay cierta necesidad de moverse, tocarse el pelo, todos estos signos demuestran el estrés que nos producen a todos los exámenes. Si el estrés es puntual, una vez solucionado el problema todo vuelve al equilibrio y a la recuperación, pero cuando es prolongado tal cual nos sucede a todos por el modo de vida
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actual y por la mala interpretación que hacemos de los hechos al desconocer nuestra biología, los riesgos para nuestro organismo son altos y el organismo no puede cumplir con la función de recuperación que le es indispensable. El cambio más significativo que se produce es el aumento de la llamada hormona del estrés, el cortisol. Los cambios encontrados en la sangre de los estudiantes son una clara evidencia de que el cerebro se altera a partir de los cambios hormonales y esas alteraciones permanecen aún 15 días después de transcurrido el examen final. Además, el efecto se vuelve acumulativo y recrudece cuando el alumno rinde más de una materia por fecha de examen o si se suman otras complicaciones cotidianas o personales a esa situación. Aquellos que dijeron no ponerse nerviosos frente a un examen, también evidenciaron variaciones por lo cual los investigadores dicen que no se trata de un proceso psicológico sino de un proceso cerebral. Por desgracia la situación de estrés tiene algunos efectos secundarios devastadores. Si se experimenta la reacción de estrés día tras día, y año tras año, sus efectos tóxicos irán lesionando y matando poco a poco miles de millones de neuronas con un resultado desastroso para el cerebro. La estimulación del sistema límbico puede convertirse fácilmente en una sobrecarga si el estrés provocado por un acontecimiento es demasiado intenso. Un trauma grave puede aplastar y dispersar las sustancias químicas necesarias para grabar los recuerdos. Por eso, a veces, tenemos amnesia con respecto a ciertos acontecimientos personales que nos han resultado excesivamente angustiosos o aniquiladores. O también sucumbimos al pánico y actuamos de modo irracional durante una situación estresante. Asimismo, esta es la causa de que la mente de un alumno se quede en blanco justo antes de un examen importante y no logre recuperar la claridad mental hasta que no se “tranquiliza los nervios” y se estabiliza su bioquímica cerebral. El problema es que si la ansiedad es muy fuerte, generará una parálisis cognitiva de tal
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magnitud que impedirá hacer reevaluaciones de la situación estresante que un examen
provoca, llevando entonces a que las mismas disminuyan creando así un bucle de retroalimentación negativo. En estos casos, sugerimos que sigas tus instintos naturales y des unas cuantas vueltas caminando. Tu cuerpo necesita quemar o agotar sus hormonas suprarrenales y es mejor hacerlo de esta manera que dejando que actúen sobre el cerebro. La respiración entrenada es también una manera de relajarnos. Se oxigenará mejor nuestro cerebro permitiéndonos reconsiderar que la situación no reviste una verdadera amenaza a la vida. También se puede evitar el estrés crónico haciendo prevalecer el poder de la materia sobre la mente. ¿Cómo? Pues manipulando bioquímicamente el sistema endócrino y el cerebro. Beber menos café. Si las suprarrenales no están con tanto alboroto debido a la cafeína, no se activará la reacción de estrés cada vez que se tiene un pequeño problema. Para evitar el “Burn Out”, se aconseja evitar toda infusión (mate, té, café), ya que éstas poseen una sustancia llamada xantina que genera una mayor actividad a nivel del sistema nervioso central que se traduce en alteraciones del sistema gástrico (acidez, ardor) y alteraciones nerviosas como insomnio y excitabilidad. En contrapartida, se considera conveniente la práctica de ejercicio para liberar el estrés. Niveles moderados de estrés pueden ser energizantes y estimulantes para el cerebro mientras que niveles prolongados y altos de estrés pueden tener efectos negativos en la memoria y otras funciones cognitivas. Los receptores de los glucocorticoides o del cortisol (hormonas del estrés) se encuentran predominantemente en dos áreas del cerebro, el hipocampo y la corteza prefrontal, ambas fundamentales para la cognición. El hipocampo, por su parte, es un área esencial para la creación de nuevas memorias y es por esto, que cuando estamos expuestos a niveles prolongados de glucocorticoides la memoria puede afectarse. Cuando nos creamos crónica y erróneamente que estamos en peligro constante o a punto de sufrir un daño, podemos quedar sometidos a la neurosis y la ansiedad. El Burn Out es una enfermedad que no se circunscribe a trabajadores, los estudiantes también pueden
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padecerlo y cualquier otra persona en circunstancias de presiones económicas, ambientes competitivos, lugares hostiles, entre muchas otras, que se perciben inconscientemente como amenazas. Para poder afrontarlo, y lo que es mejor, prevenirlo, no hay otra alternativa que la tomas de conciencia de lo que significa el estrés crónico para nuestro cerebro, para así poder generar el cambio, estilos de afrontamiento correctos, contextos más sanos y los ajustes necesarios para no caer víctimas del mismo.
¡Y llegamos a la corteza! Con el tiempo apareció una nueva estructura: la corteza cerebral llamada así porque envuelve gran parte de lo anterior. La corteza cerebral es la porción externa del cerebro. Es una delgada capa de materia gris, con seis subcapas de células nerviosas y los circuitos que las conectan, ubicada por encima de una amplia cantidad de pliegues de materia blanca. De todas las conexiones cerebrales el 75% se hallan en la corteza; el 25% restante son conexiones de entrada y salida entre ella y otras partes del cerebro y el sistema nervioso. Una neurona no puede conectarse con cualquier otra. El cerebro humano tiene miles de millones de neuronas que están organizadas en circuitos locales. Si estos circuitos forman una pila compacta, como una tarta, constituyen una región cortical; si más que una pila forman un haz, se denominan núcleos. El concepto de un cerebro con circuitos especializados en problemas específicos se denomina “teoría del cerebro modular” y se caracteriza por lo que cada circuito correspondiente a estos módulos hace con la información que reciben. La corteza se distribuye en dos hemisferios que se irán plegando para evitar el crecimiento de la cabeza. Su gran tamaño es destacable pues representa el 85% del volumen total cerebral, mientras que el 10% representa el cerebro emocional y tan solo un 5% al
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cerebro instintivo y, si pudiéramos desplegarla y extenderla, ocuparía unos 2360cm2 y su grosor es de 3mm. No obstante las diferencias de volumen, los cerebros instintivo y emocional ejercen todavía una poderosa influencia en la vida mental de todo ser humano ya que son los primeros en evaluar y actuar si es necesario ante estímulos del mundo exterior. En la corteza, el cerebro procesa toda la información que le llega a través de los órganos de los sentidos (vista, oído, olfato, gusto y tacto), controla los movimientos voluntarios y regula la actividad mental caracterizada por el pensamiento consciente. La corteza cerebral consiste en su mayor parte en neurogliocitos y en los cuerpos celulares, que confieren un color marrón grisáceo a la corteza, denominada también sustancia gris. Con esta nueva estructura, el mundo emocional se amplió, surgiendo nuevas emociones que antes no existían y por tanto mayor capacidad de manejo de la información. Se ampliaron las posibilidades de reacción ante un mismo estímulo. Mayor capacidad de aprendizaje, de memoria y de asociación de elementos para prevenir. La evolución de la corteza no parece responder al patrón de evolución del resto del cerebro.
Dos hemisferios para una corteza Hace algunas décadas, un experimento con personas con cerebros divididos nos dejó unas cuantas enseñanzas. Debido a convulsiones severas que no podían ser reducidas con fármacos, se les practicó una callotomía o división del cuerpo calloso a un reducido número de pacientes. El efecto de atenuación sobre las crisis epilépticas había sido logrado, aunque se les producía otros efectos secundarios. De los exámenes a que se los sometió, se pudo concluir que el hemisferio izquierdo es un especialista en argumentar todo lo que percibe. No acepta la incertidumbre ni la disonancia cognitiva y responde dando explicaciones que satisfagan una necesidad de cerrar todo aquello que sea difícil de explicarse. Muchas veces discutimos incansablemente o pretendemos darle una explicación racional a todo lo que vivimos. Nuestro intérprete o director de orquesta que vive en el hemisferio izquierdo cerebral siempre quiere ganar las discusiones en vez de
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alcanzar la verdad. No dejemos que tome el mando y nos quiera convencer de que algo no nos resulta posible, sólo para justificar una situación incómoda. Nada justifica que abandonemos lo que anhelamos. En todo caso pongamos a ese intérprete a trabajar para nosotros elaborando estrategias de afrontamiento positivas. En nuestro hemisferio derecho hay una mayor densidad de materia blanca respecto al izquierdo y en el izquierdo hay mayor materia gris. La materia gris está constituida por los cuerpos o soma de las neuronas y la materia blanca son los axones de esas neuronas,
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prolongaciones que conectan módulos neuronales alejados entre sí. Por esto es que el hemisferio derecho es el intuitivo, holístico, imaginativo y el izquierdo con una mayor densidad de cuerpos neuronales, el lógico, el que habla y comprende el lenguaje el del razonamiento secuencial. Y necesitamos un buen desarrollo de ambos hemisferios para nuestro desempeño en la vida. De hecho, para ser creativos, es importante que aprendamos a coordinar la actividad de ambos hemisferios y para ello es necesario que seamos capaces de producir aprendizajes variados que nutran a cada uno y, además, que valoremos nuestra capacidad de dar enfoques diferentes a nuestros problemas y no solamente lo que la lógica nos indica. La posibilidad de aprender de experiencias diferentes es fundamental para enriquecer nuestro bagaje de respuestas posibles y no tan solo lo que aprendemos en la academia. La socialización, un viaje, la lectura de una novela, emprender el aprendizaje de un nuevo idioma, de ejecutar un instrumento musical, de la lectura filosófica, todo esto nos desarrolla para un mejor desempeño. Es cierto que en las evaluaciones no se nos preguntará sobre estos aprendizajes complementarios, pero sin dudas contribuyen a construir los que sí nos van a exigir por lo que sí son necesarios. Ni hablar del valor de estos aprendizajes expandidos cuando debemos desempeñarnos en el ámbito laboral. Pueden ser definitorios de la suerte que corramos en una empresa, más aún que nuestros conocimientos para diseñar una columna de destilación.
¿Qué es la inteligencia? A menudo adjetivamos a un estudiante con el típico “es muy inteligente”, cuando aprende rápido u obtiene calificaciones altas. Es esa la inteligencia que la vida exige? ¿Es necesaria? ¿Es suficiente? Todos anhelamos seguramente un desempeño académico exitoso, ¿o no? Pero la inteligencia es un concepto
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mucho más abarcativo que incluye muchas más respuestas que las que damos en este ámbito. Una persona que se desenvuelve muy bien socialmente puede ser muy inteligente también por eso, y no sabemos cómo anda en matemáticas. Alguien que se orienta fácilmente en un complejo entramado de calles como es Londres, también es muy inteligente, pero quizás no le sea tan fácil aprender integrales triples. La inteligencia adopta múltiples disfraces y lo bueno es que podemos necesitar muchos de éstos a lo largo de la vida. La inteligencia en el ámbito de la universidad es un concepto por un lado maleable y por otro diverso. Maleable porque cuando entrenamos nuestro cerebro con desafíos cognitivos importante, lo que hacemos es incrementar la inteligencia. Diverso porque la vida en sociedad requiere de muchas aptitudes para responder a cada desafío y no sólo saber resolver ecuaciones matemáticas y describir procesos industriales. El psicólogo Howard Gardner intuyó a principios de los 80 que había muchas formas de inteligencia de gran valor en cada caso. Después de los 90 confirmamos que sus presunciones heurísticas eran muy ciertas y que las especializaciones modulares cerebrales constituyen regiones activas de capacidades complementarias funcionando en red. Y debemos atender al desarrollo de mucho más que las que podría medir un coeficiente de inteligencia IQ. Las inteligencias lógica matemática, la lingüística, la espacial, la cinestésica, la musical, la emocional, tanto en lo intra como en lo interpersonal constituyen muchas otras formas valiosas. La neurociencia clasifica dos tipos de inteligencia: la fluida o Gf, aquella que nos entrega la herencia genética y la cristalizada, aquella que es posible desarrollar con nuevas conexiones neurales. La inteligencia fluida decrece con el paso de los años y la inteligencia cristalizada incrementa con el aprendizaje. Si lo que queremos es desarrollar nuestro cerebro, no debemos solo aceptar lo que nos resulta fácil, sino buscar desafiarnos. Pero como queremos aprobar más que entrenar nuestra mente, lo evitamos. Es una cuestión de objetivos. Si lo que queremos es aprender, una brecha de conocimientos es un desafío no solo esperable sino deseable. Estar sentados una hora o más escuchando algo que no comprendemos sólo porque consideramos que debemos cumplir, es algo inútil. Comprender que cada uno es el líder
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de su propio aprendizaje debe impulsarnos a aprovechar y no a malgastar recursos. El tiempo es uno de ellos y además es escaso.
Disfrutar del aprendizaje Nuestro cerebro de reptil se resiste a cambiar. El cambio es incertidumbre y por lo tanto amenaza. Sólo lo haremos cuando nuestro cerebro perciba que necesita hacerlo para sobrevivir y eso no ocurre necesariamente con una recompensa distal, como lo es recibirnos, sino con una proximal. El cerebro nos da premios proximales para sobrevivir. Por ejemplo, para alimentarnos, liberamos dopamina con lo que deseamos encontrar alimento, la noradrenalina nos impulsa con energía a buscarla. Finalmente la serotonina nos da satisfacción después de habernos alimentado. Cuando nos enamoramos de alguien liberamos oxitocina, algo que nos hace sentir muy bien, no estamos con alguien solo porque razonamos que es el camino para extender la especie. En el aprendizaje la situación es similar. No podemos estudiar solamente pensando en que necesitamos el título para ser empleables y ganar dinero. Nuestro cerebro requiere premios de manera anticipada. Elegir la carrera que nos gusta es el primer paso. Pero lo importante será asegurarnos que nos gusta porque disfrutamos de los temas propios de la carrera y no del título que obtendremos. El elemento de cada uno es lo que nos permite ser, lo que nos inunda de deseo por aprender y de satisfacción por ese aprendizaje logrado. Sólo así obtendremos los premios de la química cerebral que harán posible que el camino sea atrayente y no sucumbamos ante el primer estímulo que nos motive a abandonar la carrera elegida. Los premios del deseo por aprender consisten en la liberación de dopamina en la vía mesocórticolímbica, en el núcleo accumbens ubicado en el cerebro mamífero o sistema límbico. ¿De qué otra manera podemos reducir las brechas cognitivas, además de elaborar las preguntas adecuadas?
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El tiempo misterioso El tiempo tiene un gran valor en el aprendizaje. En primer lugar porque cada día tiene su descanso nocturno y, en éste, suceden fenómenos muy interesantes. Dormir es un proceso que no valoramos lo suficiente, siendo que tiene una gran incidencia en nuestro rendimiento cerebro
cognitivo.
consume
una
Cuando cantidad
dormimos, de
el
energía
equivalente a la de nuestro estado de vigilia o cuando estamos despiertos. ¿Qué sucede? Los circuitos cerebrales del aprendizaje diario, se activan cuando dormimos fortaleciéndose, haciendo que nuestras memorias se consoliden y se hagan de largo plazo. Por otra parte, cuando alcanzamos las últimas fases REM del proceso, (tenemos unas 5 fases REM en todo el descanso), se produce una vinculación entre diferentes módulos de aprendizajes previos. Ese relacionamiento entre redes neurales favorece la comprensión de los conceptos además de agrandar nuestras redes y favorecer la evocación de los recuerdos. ¿Algo más? Si, nuestro hipocampo, esa estructura que codifica los recuerdos, se vacía durante el descanso permitiendo nuevos aprendizajes el día siguiente. ¿Algo más? Los circuitos que se activan durante el descanso son los que se hayan formado inmediatamente antes de iniciar el sueño. Por ejemplo, si estudiamos por la tarde, peor antes de dormir escuchamos música fuerte o vemos una película de terror o jugamos un partido de futbol muy intenso, no vamos a favorecer la consolidación de los circuitos que nos interesan. Ahora que saben esto, ¿van a comenzar a dormir bien? Administrar el tiempo es entonces una cuestión fundamental, no sólo cronológicamente, sino también asignando las actividades por la jerarquía que tienen en nuestros proyectos personales.
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Percepci贸n
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Los sentidos constituyen la puerta de entrada de los estímulos externos en su camino hacia el cerebro donde efectuamos su procesamiento de manera consciente o inconsciente. Pero su adaptación evolutiva para sobrevivir puede a veces llevarnos a incurrir en gruesos errores, sólo por sus características en la forma de percibir diversas realidades. Por ejemplo, ¿Qué ocurre con la vista? Veamos las siguientes figuras, la de la izquierda nos muestra los cuadros A y B, con colores diferentes. Esa es la realidad que nuestro cerebro ha creado. Sin embargo, modificando el contexto, vemos en la figura de la derecha que A y B son…¡del mismo color! Sorprendente, ¿verdad? Y así, según el contexto, podríamos efectuar interpretaciones que no nos lleven a tomar buenas decisiones. El cerebro busca eliminar la incertidumbre completando con su propia argumentación, lo que no es evidente. Así es, nuestro cerebro es capaz de imaginar lo que no ve porque busca completar la información faltante con sus esquemas mentales. ¿O acaso crees que en la figura de abajo hay 4 triángulos?
Solo percibimos aquello que creemos necesario. El ojo deja de lado información trivial. Es el cerebro el que interpreta. El sistema visual está representado en más de 30 áreas
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cerebrales. Desde el ojo hasta la corteza visual hay diferentes estaciones donde se releva la información. En la retina hay fotorreceptores: conos y bastones. Algunas células responden a líneas verticales, otras a horizontales. El cerebro no es una máquina de fotos. Las ilusiones son una especie de caricatura del sistema visual que creamos para simplificar el mundo en el que vivimos. Muchas veces nos resulta útil, pero en otras ocasiones podemos equivocarnos. Los micromovimientos sacádicos producen que interpretemos movimiento en algunas imágenes. EL cerebro utiliza también las sombras para hacer sus interpretaciones. En la imagen de la izquierda los colores de ambas caras parecen diferentes, sin embargo, cuando cubrimos la sombra, esto no es así.
La atención Entender cómo la información se convierte en conocimiento y se transforma en memoria a largo plazo puede ser una herramienta poderosa para contribuir con el éxito académico. Las estrategias compatibles con el cerebro habilitan a los alumnos a responder a los estímulos del entorno de la mejor manera posible y a convertir esa información en conocimiento adquirido. Y es que la forma en que los cerebros de los estudiantes responden a la información sensorial
del
entorno,
demuestra
que
tipo
de
información atrae su atención. Los educadores pueden utilizar estrategias compatibles con el cerebro para
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captarla como: anticipación positiva, novedad, intereses individuales, técnicas para focalizar la atención, sorpresa. El objetivo de una enseñanza exitosa es controlar el flujo de información que pasa a través del sistema activador reticular ascendente, el filtro de la información que entra al cerebro para que de este modo, la información más útil, la que se puede convertir en conocimiento alcance las redes neuronales cognitivas superiores en los lóbulos pre frontales. En nuestra vida cotidiana estamos expuestos a infinidad de estímulos simultáneos. Escuchamos la radio mientras manejamos, observamos carteles publicitarios, gente que pasa, el tránsito vehicular, nuestro acompañante que nos habla, el celular que recibe un mensaje. La capacidad de estar atentos a cada uno de estos estímulos es limitada. Distintos tipos de acciones requieren distintos tipos de atención. No recordamos cuando no atendemos y esto no es un filtro de los sentidos, sino del cerebro. Muchos accidentes de tránsito se deben a nuestra capacidad limitada de la atención. Se ha estudiado la atención de individuos conduciendo un vehículo y hablando por teléfono. Estímulos auditivos y visuales compiten por la atención limitando uno de ellos o ambos. La memoria para un estudiante es clave para construir conocimiento, para saber hacer. Ejemplo de atención selectiva: test de Stroop. Nuestro hemisferio derecho identifica colores y el izquierdo palabras. Debemos concentrarnos para poder leer correctamente.
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Atención sostenida: estamos concentrados en un estímulo durante un tiempo prolongado. Atención selectiva: prestamos atención a un estímulo ignorando otros estímulos irrelevantes. Atención dividida: fluctuación rápida de la atención de un estímulo a otros. El trastorno por Déficit de Atención (TDA), afecta un sistema de alerta y luego a redes de orientación. Falta de capacidad de atención, sin embargo pueden focalizarse muy bien en algo que los motive. El cerebro tiene una capacidad limitada de atención. De hecho, a nivel consciente registramos unos 100 bits por segundo, mientras que a nivel inconsciente acceden 10.000 bits por segundo de los 6 millones que se transmiten. Sin embargo, nuestra interpretación del mundo no sería posible con esta limitada capacidad consciente. Se cree que la Red por Defecto actúa como un Director de Orquesta, emitiendo señales de sincronización (entre las regiones visual y auditiva del córtex por ejemplo) y asegura que todas las regiones del cerebro se hallen listas para reaccionar de forma concertada ante los estímulos. Hoy se ha podido detectar cuando una persona retira su atención de una actividad cuando la red por defecto toma el mando. Nuestra atención consciente debe ser complementada con las redes subyacentes inconscientes. Cuando estudiamos, ¿estamos seguros de favorecer el ámbito de estímulos para que se alineen con nuestra intención de aprender? Tampoco existe el multitasking o esa pretendida capacidad de hacer varias cosas a la vez. También fue estudiado. Aprendemos a cambiar rápidamente nuestra atención de un estímulo a otro creyendo que podemos manejar varios temas a la vez, lo que nos lleva a atender sólo parcialmente y, en definitiva, a limitar nuestra disponibilidad de recursos cognitivos. Las consecuencias suelen ser aprendizajes incompletos, una mayor dificultad para aprender y una escasa construcción de memorias de largo plazo consolidadas. Cuando creemos que no somos capaces de evocar adecuadamente un recuerdo, en realidad se trata de una mala estrategia de construcción de memoria. Si queremos estudiar escuchando música o con el Facebook o el teléfono celular que nos alertan permanentemente la entrada de mensajes, no estamos en
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el mejor ambiente para aprender. La atención puede entrenarse. Reducir los estímulos del entorno y concentrarse en uno es un ejercicio importante. Muchas veces, los problemas de memoria radican en problemas de atención. Nuestro cerebro no entiende de las necesidades de atender a los vencimientos de pagos, los compromisos establecidos, los horarios, la enorme variedad de actividades que integran nuestra agenda diaria, los pensamientos intrusivos que nos asaltan cuando estamos intentando atender la explicación de un profesor o concentrarnos en la lectura. No importa que explicación demos de los tiempos que nos toca vivir. El cerebro tiene también limitaciones para el aprendizaje cognitivo si no hacemos un uso óptimo de nuestros recursos.
Ambientes enriquecidos El ambiente en el que aprendemos es de gran valor de incidencia para nuestro objetivo puesto que impacta en nuestras emociones y éstas condicionan la eficacia de aprender. Podemos cambiar estos ambientes de muchas maneras. La tarea debe ser intencional y, por supuesto, la ayuda del profesor es un gran aporte, pero aún con nuestra sola acción podemos hacer mucho. En primer lugar, cada vez que ingresemos a un aula debemos plantearnos objetivos de aprendizaje. Claro que el estado emocional previo debe ser favorable, esto es, sentirnos atraídos por el tema, por el desafío de aprender, por saber que es posible disfrutar de hacerlo, por entrenar nuestro sistema atencional para reclutar el máximo potencial del sistema sensorial, asumir que el rol del docente es de aliado de nuestro aprendizaje, de nuestra responsabilidad en detectar las brechas cognitivas y exponerlas sin temor, sabiendo que muy probablemente
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estaremos colaborando con el resto de la comunidad de aprendizaje. En experimentos realizados con animales, se ha observado un incremento en su capacidad de aprendizaje cuando integraban un ámbito enriquecido con afecto. De hecho, el psicólogo Donald Hebb lo observó cuando llevaba los fines de semana los ratones de laboratorio a su casa. Notó que con ese trato afectivo aprendían más fácilmente cuando los regresaba al laboratorio. También es clave un aspecto de gran relevancia: la autonomía. El aprendizaje observado en ratones refiere a grandes progresos cuando se les otorga autonomía para decidir sus actividades. El factor neurotrófico BDNF que favorece la neuroplasticidad para aprender se ha visto elevado no solo en ambientes enriquecidos y en ratones deportistas, sino cuando la autonomía es un rasgo destacado. Los seres humanos también nos automotivamos cuando desarrollamos autonomía puesto que estimulamos la química cerebral que nos estimula, que nos pone en acción, conscientes de nuestras capacidades personales y de las verdaderas posibilidades de logro. Sólo cuando dejamos de ser espectadores de nuestro aprendizaje para transformarnos en los líderes es cuando descubrimos el verdadero atractivo de la construcción de nosotros mismos. La neuroquímica del deseo se desata cuando tenemos grados de libertad para elegir y movilizarnos en la búsqueda de un logro. La acción es impulsada por la noradrenalina liberada en los espacios sinápticos, la misma que motivó a nuestros ancestros a ir a la caza de animales mucho mayores que ellos como los mamuts, para alimentarse. El establecimiento de objetivos de corto plazo, alcanzables con nuestras aptitudes actuales o aprendizajes más breves, con una adecuada realimentación de nuestra maestría o dominio es crucial. Sólo es cuestión de aprender a plantear los desafíos adecuados.
Los pensamientos son moléculas Habrán escuchado quizás decir que los ingenieros químicos solemos inmiscuirnos en muchas áreas ajenas a nuestra profesión. Es un dicho establecido, vaya a saber dónde ha nacido. Pero claro, si justamente yo, ingeniero químico, me he puesto a estudiar
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neurociencias, me estoy erigiendo en uno de los emblemas de la intromisión en otro campo del saber, saltando las fronteras de una ciencia dura para tomar por asalto la ciencia blanda del cerebro. Sin embargo, cuando nos adentramos en las raíces más profundas de los procesos cerebrales que producen pensamientos, sentimientos o conductas, encontramos un absoluto dominio de la física o la química. Así es, en la membrana de los cuerpos neuronales se producen intercambios iónicos impulsados por la electroquímica o fuerzas difusionales que la ley de intercambio másico de Fick describe muy bien. Estos cambios en la polaridad de la membrana da lugar a diferencias de potencial, los potenciales de acción, que originan corrientes eléctricas a lo largo de los axones y cuando llegan a su extremo liberan los neurotransmisores de los botones terminales para inundar los espacios sinápticos que producirán nuevos efectos en las neuronas receptoras, prolongando la activación en amplias redes neurales. Estos procesos físicos y químicos tienen lugar en una red de cerca de 100 mil millones de neuronas, que no cesa ni aun cuando dormimos o somos anestesiados. Francis Crick, descubridor de la secuencia de ADN, afirmaba que la neuroquímica es el principal factor determinante de la variabilidad en la conducta humana. El cerebro recibe la influencia de más de ciento cincuenta moléculas, muchas de las cuales facilitan o inhiben la transferencia de información a través del espacio sináptico intermedio entre neuronas transmisoras y receptoras. Algunas de las más estudiadas son la dopamina, acetilcolina, serotonina, norepinefrina, oxitocina, vasopresina. Cuando cada molécula se une a su receptor asignado, con el cual tiene afinidad especial, se desata una cascada de reacciones que derivan en la excitación o inhibición de la actividad neuronal y en consecuencia genera un estado cerebral específico que podría constituir la base de determinado temperamento. Ahora bien, existen ciertos genes que determinan la
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concentración de cada tipo de moléculas, así como la cantidad y la ubicación de los receptores correspondientes. Cada característica psicológica puede ser producto de una combinación entre rasgos temperamentales y experiencias de vida o de una combinación entre distintas experiencias.
El valor de la intuición en la toma de decisiones Nuestro pensamiento consciente consume apenas un 2% de la energía del cerebro. Si el total es un gasto de 20%, ¿Dónde se consume el 18% restante? En nuestras redes por defecto que integran el cerebro y que consolidan y respaldan nuestra vida consciente. De hecho, el sistema motor del cerebro tiene que estar funcionando a un número de revoluciones adecuado de manera que esté listo para el momento en que tenga que actuar de manera consciente. Este importante hallazgo, revela el enorme entramado neural que excede el que almacena el pensamiento consciente. Así como nuestro sistema atencional capta a nivel subconsciente más de un 90 % de los estímulos del medioambiente, su almacenamiento será también fuente esencial para la toma de decisiones. “La toma de decisiones no es un proceso lógico ni computacional. Está guiada por lo emotivo” –señala el neurocientífico Facundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO)–. “Vivimos tomando decisiones. La vida es eso: elegir. No procesamos conscientemente los pros y los contras de cada elección. La toma de decisiones es automática, inconsciente en la mayoría de los casos y está guiada por la emoción”. Cuando decidimos, aún cuando creemos ser absolutamente racionales, nuestros pensamientos están inundados de contenido emocional, esos circuitos aprendidos que nos nutren desde el inconsciente. Muchas veces tenemos la decisión ya tomada y lo que hacemos es
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racionalizar hasta acomodar algo de lógica a nuestra decisión. Esa es la intuición. La intuición es una capacidad de no manejar solo los datos aprendidos, sino que conjuga una globalidad de sensaciones e informaciones, en gran medida inconscientes, algunas posiblemente innatas evolutivamente y otras recibidas a lo largo de nuestra vida y de la que en muchas ocasiones no tenemos consciencia. Una memoria subconsciente. ¿Qué pasaría si sólo escucho mi razón y obvio toda información intuitiva? Puedo intuir que la solución a un problema pasa por ir hacia algún lugar, aunque no pueda explicarlo racionalmente. El razonamiento lógico y la emoción son expresiones de la actividad cerebral y deben ser tan mutuamente interdependientes como todas las funciones corporales. El sistema límbico tiene fuertes conexiones con los lóbulos frontales. De manera sorprendente, cuando esas conexiones se dañan la gente puede mostrar poco menoscabo intelectual. Pero se desintegra su vida personal, social y profesional. El problema radica en su manera de tomar de decisiones. Con una falla en los lóbulos pre frontales, tal como la de Elliot, al enfrentar un problema que requiere una decisión, analizan y evalúan todas las alternativas, a menudo en exceso, y al fin pueden hacer su elección por razones que no vienen al caso. Los problemas triviales no se analizan interminablemente, porque no valen el costo de un prolongado sondeo del alma. El aparato de la racionalidad, que tradicionalmente se presumía que era neocortical, no parece funcionar sin el de la regulación biológica, que tradicionalmente se presumía que era subcortical. La naturaleza parece haber construido el aparato de la racionalidad no sólo encima del aparato de la regulación biológica, sino también a partir de éste y con éste. La emoción y el sentimiento, aspectos centrales de la regulación biológica, proporcionan el puente entre los procesos racionales y los no racionales, entre las estructuras corticales y las subcorticales. Al cortarse el circuito entre la amígdala y el lóbulo prefrontal, queda suprimido el nexo entre el pensamiento y la memoria emocional. Por esa razón, los sentimientos son indispensables para la toma racional de decisiones, ya que son ellos, más que la lógica, los que orientan a las personas en la dirección más adecuada. Un caso famoso ocurrió el 5 de octubre de 2001 en Leicester, en el Reino
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Unido. Un equipo de bomberos estaba terminando de apagar un fuego, parecía ya
controlado y resuelto cuando el jefe de ellos (Andy Kert) se alertó, sintió que algo malo iba a ocurrir, aunque los datos racionales dijeran lo contrario. Obligó a que todos salieran, ninguno entendía la razón para ello pero, inmediatamente después hubo una explosión. Su intuición le salvó la vida a todos los compañeros.
¿Aprender de memoria o comprendiendo e interrelacionando conceptos? ¿Cuántas veces nos habrá ocurrido en nuestra profesión de aprendices escolares, que hemos sucumbido al intento de entender algún concepto complicado y decidimos recurrir a nuestra capacidad memorística para retenerlo a cualquier precio? ¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando aprendemos de memoria? ¿Qué ocurre en nuestro cerebro y su capacidad de recordar cuando comprendemos lo que estudiamos? Allá por el año 1949, el psicólogo canadiense Donald Hebb acuñó el famoso slogan: “las células que disparan juntas se cablean juntas”. ¿Qué nos quería decir a los que aprendemos? Veamos este caso: vamos cruzando la calle y escuchamos el chirrido de neumáticos contra el asfalto y observamos inmediatamente una colisión, en una tarde de cielo amenazante, justo frente a la esquina de una confitería muy concurrida, mientras percibimos el aroma del café recién preparado. Cada uno de estos estímulos visuales, auditivos y olfativos, desencadenan una actividad en neuronas específicas al mismo momento. Ninguno de los detalles parece estar relacionado funcionalmente con la amenaza planteada por dos coches que colisionan. Sin embargo, cuando volvamos a cruzar por la esquina de la confitería o el olor a café nos llegue en otro lugar o escuchemos los truenos de un cielo que promete lluvia o bien una sonora frenada de
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vehículo, sentimos brotar la respuesta de miedo en nuestro interior. Las neuronas
asociadas a cada estímulo se han conectado entre sí por medio de múltiples sinapsis, construyendo un escenario representado por una enorme red neural. En los concursos memorísticos en los que un tal Dominique O’Brian suele resultar el ganador, este campeón de la memoria acostumbra a construir historias con la sucesión de palabras o números que debe recordar. Asociando estos términos a personajes con los que arma su relato, los va recordando uno a uno, cronológicamente mientras va desandando su novela de emergencia. Lo que Dominique hace, es deliberadamente cablear sus deseados recuerdos a una historia que tiene sentido favoreciendo así su memorización. El gran secreto para recordar lo que estudiamos es que nos esforzamos por encontrar el significado de lo que deseamos memorizar, lo que estamos haciendo es construir redes neurales que nos permiten recuperar los recuerdos más fácilmente. Cuando estudiamos de memoria, simplemente memorizamos ayudándonos de la cronología de los términos, nada más, sin relacionarlos con su significado. Y así, las redes de estas construcciones están menos conectadas y las memorias resultan ser más débiles. Aun cuando nos esforcemos en repetir una secuencia, incrementando la unión entre neuronas mediante el potencial a largo plazo, una secuencia sin significado no podrá ser explicada ni utilizada para resolver un problema. Prueben por ejemplo a recordar la letra de una nueva canción solamente repitiéndola e intenten luego interpretar su significado. Verán que cuando nos apropiamos de su contenido conceptual, nos resultará más fácil memorizarla. Estudiar comprendiendo es hacer un buen uso de nuestros recursos neurales. Es preferible construir aprendizajes comprendiendo paso a paso que dar un gran salto que apele a la memorización sin significado. A partir de este momento puedes incorporar este hábito. ¡Hazlo!
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¡Es hora de aplicar lo aprendido! El determinismo genético, la estimulación temprana y las experiencias de vida nos construyen como seres únicos e irrepetibles, valiosos por esa singularidad que complementa a muchos otros. Amar al prójimo y a uno mismo tiene su valor en el identificarnos como seres capaces de aportar algo único y a la posibilidad de elegir moldear a nuestro libre albedrío caminos también únicos. El primer paso será conocerse a sí mismo, el segundo, disponer
de
la intención de
tomar
control
consciente de nuestras vidas con autonomía y liderazgo. Ya hemos aprendido el concepto de plasticidad neuronal. Desde ahí sabemos que nuestras conductas pueden modificarse si nos decidimos a cambiar y a entrenar nuestro cerebro. El vehículo para el cambio es el aprendizaje o construcción de nuevas redes neurales, ya sea en la escuela, en casa, en la calle o con amigos. Si nos despojamos de creencias limitantes, emociones negativas y pensamientos pesimistas, descubriremos el enorme potencial de aprendizaje que todos tenemos y podremos animarnos a arriesgar a buscar y perseguir nuestros sueños. El don de la vida nos ha sido dado. Ninguna frustración puede arrebatarnos la felicidad de haber sido nosotros los elegidos para vivir este tiempo. Los obstáculos y errores cometidos sólo son escalones sobre los que nos impulsaremos para dar el próximo paso. Por eso te preguntamos ¿Qué esperas para comenzar a sentirte feliz cada día desde el mismo momento en que te despiertas por la mañana? No somos culpables, somos responsables de responder con nuestros actos, primero ante nosotros mismos. No importa lo que no hayas hecho, importa lo que puedes hacer desde ahora, lo que lograrás, la felicidad que te espera por ello. Y recuerda que tu cerebro tiene debilidades para adaptarse a la vida
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moderna pero tu control consciente neursicoeducado es el secreto para el cambio. De aquí en adelante, cada vez que pienses que no eres capaz de lograrlo, sólo debes pensar que ese pensamiento es un circuito neural equivocado que debes cambiar, lo mismo que con las emociones negativas. No dependes de nadie más que de ti mismo, de tu esfuerzo, de tu perseverancia y la motivación que te dará el apasionarte por algo. No perdamos la posibilidad de asombrarnos del misterio de la vida ni de emocionarnos por un atardecer o por el vuelo de un pájaro. Y cuando escuches tu música preferida, u observes la película que te hizo llorar ten siempre en cuenta que hubo alguien que quiso vivir una vida grande para producir esas emociones en ti. Y tú puedes ser el próximo gran creador de emociones en otros. Sólo debes confiar en ti mismo como nosotros confiamos en ti. ¡Descubre tu gran sueño y tu pasión! Inicia el cambio, puede ser…¡ ya mismo!
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