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monstrua menstruaba *
Priscila, la que
¡Este equipo es un cuento! A todos los niños, niñas y adultos que creen tener un monstruo, que finalmente no es un monstruo. PRISCILA ERA una monstrua profesional. En la empresa de Monstruos Asustadores de Niños donde trabajaba, tenía fama de ser una de las mejores y la única: las oficinas estaban atestadas de jefes, supervisores, coordinadores, todos ellos monstruos. Cada dependencia de la empresa solicitaba los servicios de Priscila cuando se veían atascados con problemas de algún miembro que se lesionaba y no podía realizar su trabajo. Todo monstruo debía llevar a su sitio de trabajo un “asustómetro” el cual medía con colores la calidad de miedo que imprimían en un niño: El verde
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¡Este equipo es un cuento! representaba un nivel bajo de miedo, el amarillo un nivel medio, el naranja un nivel fuerte, y el rojo un nivel elevado. Por lo general, Priscila, presentaba sus informes de calidad en color naranja, lo que resultaba en evaluaciones con muy buenos puntajes. Sin embargo, para aquella monstrua de dos metros, sus mejores noches eran los previos al día 28. En esos días empezaba a sentir unos fuertes retorcijones que la hacían rugir de dolor. Su jefe que era consciente de la situación, la enviaba a los cuartos de los niños que eran resistentes al miedo. Priscila llegaba con puntualidad al cuarto del niño que se le había asignado y empezaba a realizar toda suerte de movimientos, gestos y rugidos producto de los cólicos premenstruales. El “asustómetro” comenzaba a subir rápidamente hasta que llegaba al nivel rojo. A partir de ese momento Priscila
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¡Este equipo es un cuento! recibía la orden de evacuar el cuarto para ir a otro: en una noche, Priscila podría recorrerse la ciudad entera. Cuando llegaba la época de la menstruación Priscila obtenía sus días de licencia. Su buen jefe monstruo había detectado con el tiempo un potencial inmenso en ella previos a los días de su ciclo menstrual y por esta razón le concedía siempre cinco días de descanso extra en el mes.
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隆Que
confusi贸n! *
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¡Este equipo es un cuento! A Edgar Ríos, un amigo monofónico como yo. A todos los amigos monofónicos que no conozco. FELIPE ES un niño curioso y alegre a quien le gustaba recorrer la ciudad. Sin embargo,sintió confusión cuando escuchó pasar un avión. —¿En qué dirección viene o va el avión? —se preguntó—. ¡Qué confusión! También pasó momentos de susto cuando caminando por la vía que comparte con las bicicletas no alcanzó a percibir de qué lado venía una de ellas. — ¡Ah! ¡Venía por el lado derecho! ¡Qué confusión! Camino a la escuela, Felipe sintió un poco de angustia porque sabía
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¡Este equipo es un cuento! que sus compañeros le dirían lo mismo de siempre: —Te hemos estado llamando desde que venías cuadras atrás, ¿estás sordo? —Perdón, no los escuché —decía apenado. En clase de matemáticas, Felipe no entendió lo que dijo el profesor, su asiento quedaba dos sillas delante del último alumno. —¡Parecen sonidos entrecruzados! ¡Qué confusión! Al ir a cine con sus padres y hermanos, Felipe notó las emociones de ellos al decir: —¿Te fijaste cómo ese sonido pasó del lado derecho al izquierdo? ¡El sonido en tercera dimensión es genial! Él, piensa:¿Sonido en tercera dimensión? ¿Qué es eso? ¡Qué confusión!
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¡Este equipo es un cuento! Cuando llegó a casa en la tarde, Felipe le preguntó a su madre por qué tener un solo oído causa tantas confusiones. Su mamá, que es pianista, le respondió que aunque no lo sabía, estaba segura de que podía ser el mejor pianista y cantante del mundo si él lo deseaba. A Felipe se le iluminó el rostro, pues cantar era una de sus pasiones, y tocar el piano junto a su madre era uno de sus pasatiempos favoritos (aunque siempre le tocaba hacerse del lado derecho de su mamá para poder escuchar sus instrucciones). Después de esta conversación, Felipe siguió teniendo las mismas situaciones confusas en la ciudad todos los días, pero sabía que al caer la tarde tendría un espacio para cantar y tocar el piano como tanto le gustaba.
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Priscila conoce a Felipe *
¡Este equipo es un cuento!
A mis amigos que entienden que siempre estaré de su lado... derecho. PRISCILA, LA monstrua más eficiente de la empresa de Monstruos Asustadores de Niños, empezó su rutina diaria de trabajo. En la lista de niños por asustar tenía a Felipe, Cristóbal Samantha y Cristina. Su jornada laboral era satisfactoria hasta el momento en que llegó al cuarto de Felipe Felipe era el chico pianista, que ya ha cumplido diez años. Priscila se acercó para asustarlo y lanzó un gemido que retumbó las paredes. —¡Vine por ti, muchachito! —gritó furiosa.
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¡Este equipo es un cuento! Pero Felipe siguió profundamente dormido. Priscila se asombró de que el chico no se inmutó ante su presencia. Entonces le tocó uno de sus hombros. —¡Felipe, despierta! Felipe despertó con dificultad y lanzó un ¡Ay! cuando observó el feo rostro de Priscila. —¿Qué haces aquí? ¿Cómo te llamas? —preguntó confundido. —Me llamo Priscila y vine a asustarte pero no me prestaste atención —dijo Priscila, un tanto indignada. —Discúlpame —respondió Felipe—. Es que acomodo la almohada justo en el oído que oigo y no escucho nada en el exterior. ¿Puedo ayudarte en algo más? —No es necesario. Creo que no hice bien mi trabajo, iré a terminar con
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¡Este equipo es un cuento! el otro niño de la lista —confiesa Priscila. — ¡Espera! —replicó Felipe—. ¿A quién tienes en la lista? —A Cristóbal —dijo Priscila con resignación mirando la ventana del cuarto. —¿A Cristóbal? ¿El vecino que no tiene manos? —El mismo. Felipe le propuso a Priscila ir juntos a visitar a Cristóbal, con la condición de no asustarlo; ella aceptó de buena gana, recogió su kit laboral y salió con cautela acompañada de Felipe hacia la casa de Cristóbal.
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bolsillos de Crist贸bal *
Magia en los
¡Este equipo es un cuento!
A todos los niños y niñas de éste país que tuvieron en sus manos una granada que parecía un juguete. EL CUARTO DE Cristóbal era el sitio favorito de los amigos que vienen a jugar con él todas las tardes. Tiene juguetes de diferentes características entre aviones, carros, y animales de plástico. Sin embargo, lo más emocionante de llegar a la casa de Cristóbal era encontrarse con grandes envases llenos de canicas de colores. —Me encontré esta “petrolera” en la calle, ¿qué les parece? —¡Uff, está genial, Cristóbal, te la intercambio por una “ojo de gato”! —decía alguno de ellos, con aire de negociante. —Está bien —decía Cristóbal —tengo cuatro, pero te regalo dos,
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¡Este equipo es un cuento! porque si te doy una sola, no alcanzas a tener suficiente poder para el juego (para él, las canicas tenían poder dependiendo de ciertos parámetros que él mismo asignaba) Cuando Cristóbal salía a la calle buscaba todo tipo de objetos con los que pudiera jugar, y los arrastraba con los pies hasta que encontraba alguna persona. A veces, se encontraba con mujeres y hombres que iban a toda velocidad y no le prestaban atención —¿Señor, puede…? —Lo siento, voy de prisa —gritaba un señor refunfuñando. —¿Señora, me ayuda con…? —insistía Cristóbal. —Ahora no, muchachito, llevo a mi hijo a la escuela y va a llegar tarde —replicaba la señora. Cristóbal se encontró con personas que vivían en la calle, y con
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¡Este equipo es un cuento! frecuencia, eran ellos quienes ayudaban a Cristóbal a llenar sus bolsillos de canicas, “tazos”, cartas, muñecos y otros objetos. Al llegar a casa, su madre tomaba los objetos, los lavaba, y los ponía en un escaparate que tenía construido para Cristóbal, para que exhibiera sus nuevas adquisiciones y las intercambiara con sus amigos. Un sábado por la noche, Cristóbal se quedó hasta tarde jugando a las canicas, lanzándolas a un hoyo que diseñó su papá en el cuarto. Con el pulgar de su pié izquierdo y con un impulso de golpe, lograba imprimir tal fuerza, que las canicas entraban directo al hoyo. —¡Qué nota!,¡la encholé! —gritaba emocionado. —A dormir, Cristóbal, ya está tarde —decía su mamá al ver el reloj marcando las 10:30 de la noche. —Ya voy, mamá.
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¡Este equipo es un cuento! Se acomodó de forma magistral en su cama (porque, al no tener manos se tuvo que inventar cómo subirse) y se echó a dormir. Siendo las 12:00 de la noche, Priscila y Felipe entraron de forma sigilosa a la casa de Cristóbal, a través de una ventana de un segundo piso que él dejó abierta. Priscila, quien fue la primera en ingresar, no se dió cuenta que el cuarto está lleno de canicas esparcidas por el piso y tropezó con una buena cantidad de ellas lanzando un grito que despertó a Cristóbal. —¿Mamá? —susurró Cristóbal con cierto susto. Felipe entró en el cuarto y le dijo: —Somos nosotros, no te preocupes. Cristóbal se bajó de la cama y se sentó en el suelo.
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¡Este equipo es un cuento! Ver a Felipe y su amiga, tan extraña le hizo sentir curiosidad. —¿Quién es ella? —preguntó intrigado. —Es una monstrua asustadora de niños, pero yo la convencí de que no te asustara en la visita que veníamos a hacerte. —Perdóname por haber gritado, niño —dijo Priscila, con timidez. —¿Quieren jugar conmigo? —preguntó Cristóbal. —¡Sí! vamos a jugar —dijo Priscila —, pero, ¿qué pasó con tus manos? (Priscila no contaba con un sentido de tacto y prudencia, y por eso preguntaba sin tapujos) —De pequeño, varias explosiones de granada acabaron con mis manos, pero puedo usar mis pies. ¡Miren como juego a las canicas! —dijo Cristóbal, emocionado. Con un rápido movimiento del pie y sus dedos encholó una canica en el
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隆Este equipo es un cuento! hoyo. Felipe, Priscila y Crist贸bal jugaron toda la noche con el universo de juguetes de Crist贸bal. Antes que amaneciera, Felipe regres贸 a su casa, y Priscila a la suya, en el mundo de los monstruos.
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Samantha bajo el velo *
¡Este equipo es un cuento!
A todas las niñas y mujeres que tienen dentro de sus accesorios un velo que cubre lo que ellas consideran su vergüenza. AL BARRIO donde viven Felipe y Cristóbal llegó Samantha. Ella, todo el tiempo, llevaba un velo puesto. Especialmente para salir a la calle. Al principio, ambos amigos pensaron que Samantha era árabe. —¿También hablará árabe? ¿Jugará con muñecas como todas las niñas del barrio? —se preguntaron. Olvidando pronto el tema se pusieron a jugar. Un día en la hora de recreo de la escuela, el niño más travieso le quitó de un solo tirón un velo color lila que Samatha tenía en su cabeza. Su rostro quedó descubierto ante todos los alumnos.
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¡Este equipo es un cuento! —¡Mira que feo! —dijo una niña. —¡Parece un monstruo! —comentó un niño más atrás. —¡No tiene cabello! —gritó el chico que le quitó el velo. Samantha comenzó a llorar desconsoladamente, mientras más niños curiosos se reunieron en el patio para ver lo que estaba frente a sus ojos. Felipe y Cristóbal, reconocieron a su vecina de inmediato y dieron aviso rápidamente a una de las profesoras, quien llegó a calmar la turba que protagonizaba la escena, y se llevó a Samantha para la Oficina de Coordinación Samantha no cesaba de llorar. Felipe y Cristóbal acompañaron a Samantha y la invitaron a calmarse. Mientras tanto cada uno se presentó: —Hola, Samantha, soy Felipe. —Hola, Samantha, soy Cristóbal.
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¡Este equipo es un cuento! —¿Qué hacen aquí? —preguntó Samantha, incomoda. —Te vimos llorando, y quisimos hacerte compañía un rato —respondió Felipe. —¿No les asusta verme así? —preguntó asombrada. —No, ¡para nada! —respondieron ambos. —¿Quieres jugar con nosotros en mi casa esta noche? —preguntó Cristóbal, eufórico —¿De verdad puedo? —preguntó Samantha en un esfuerzo por contener sus emociones. —Sí, claro que puedes —respondió Cristobal. En un momento se interrumpió la conversación. El padre de Samantha llegó para llevarla a casa después de tener una conversación seria con el coordinador de la escuela.
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La
tristeza de la piel *
¡Este equipo es un cuento! A las personas que constantemente les quema el fuego que producen las lágrimas al contacto con una piel derretida. A Natalia Ponce de León, una mujer de quien admiro su carácter resiliente. PARA SAMANTHA, salir fuera de su casa ha sido el acto más valiente al empezar cada día. A pesar de todo, se ha sentido feliz: por fin podrá compartir con dos niños que la invitaron a jugar. Para ella, el misterio de entrar en una casa ajena a la suya no le hizo desistir de vivir semejante aventura. Con diez años de edad, ha vivido cuatro de ellos sumergida en el horror de quedar desfigurada por un ataque de ácido del cual también su mamá fue víctima.
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¡Este equipo es un cuento! Esto sucedió un martes a eso de las 10:00 de la mañana, cuando, cruzando por una calle, salieron sorpresivamente dos personas y atacaron a ambas. La locura del ardor hizo que su madre se lanzara a la carretera y arrollada por un automóvil perdió la vida, dejándola al cuidado único de su padre, quien tuvo que huir del lugar donde vivía cuando descubrió que su esposa e hija habían sido atacadas por una mujer celosa. Samantha visitó muchos hospitales, muchos cirujanos, muchos sicólogos, muchos terapeutas, y aún así las cicatrices siguieron recordándole ese fatídico y confuso martes que le arrebató lo que amaba: su dignidad, su autoestima, su tranquilidad, su mamá, su sueño. Don Ernesto, su padre, sufrió, pero también amó mucho a su hija, y por esa razón se dedicó a elaborar un ritual noche a noche en el hospital para calmarla en los momentos en los que ella lloraba de dolor por las quemaduras o
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¡Este equipo es un cuento! cuando gritaba que quería su mamá cerca de ella. Una de esas noches en medio del agotamiento, don Ernesto se sentó al lado de la cama de Samantha y con la voz quebrada, pero calmada, empezó su ritual así: —Samantha, leamos un cuento juntos: “El lobo y el cordero en el sueño de la niña” es de una escritora muy especial que se llama Marina Colasanti — suspiraba y continuaba con aire de resistencia: Había una vez un lobo. Había una vez una niña que tenía miedo al lobo. El lobo vivía en el sueño de la niña. Y le contó cómo la niña teniendo miedo del lobo, se encontró con un cordero del que se hizo amiga y con el que luchó para convencerse, de que
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¡Este equipo es un cuento! aunque el cordero habitaba sólo sus sueños, ella podía amarlo. Al despertarse cada mañana, se iba para el colegio con la esperanza de seguir sus aventuras con el cordero y el lobo en el sueño, hasta que en varias pesadillas las actitudes del lobo y el cordero le generaron miedo. —“Rápido trepó a un árbol. Eligió una rama, se sentó. No era muy confortable. La posición le dolía aquí y allí. Intentó otra, se recostó en el tronco. Pero era duro y le lastimaba la espalda. Y todavía encima, las hormigas, que ella no había visto, llegaban ahora a escalar sus piernas. Gira y gira, mece y mece, la noche fue pasando, incómoda, dura, llena de asperezas. Y áspera fue quedando también la niña por dentro. Áspera e hinchada. Hinchada de rabia. Hasta que, como si percibiese que allá afuera del sueño ya despuntaba
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¡Este equipo es un cuento! el día, dio un salto hasta el suelo. Y, manitos en la cintura, gritó bien fuerte: —¡Este sueño es mííííoooooooo! Tan fuerte, que despertó” En este punto del cuento, Don Ernesto se echó a llorar, porque vivió en carne propia lo complicado que era escuchar a Samantha llorar luego de despertarse de una pesadilla, que suponía él, era la repetición del momento en que ella sintió como el calor abrasador del ácido le derretía la piel. —¡Samantha, los sueños son tuyos! —le dijo con aire de angustia y tristeza. Samantha lloró con él, mientras le dijó que las pesadillas le pesaban en los ojos; don Ernesto continuó la lectura y se detuvo en la frase que decía: “Y por la noche, se acostaría a la hora que le pareciera, sin miedo.
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¡Este equipo es un cuento! Sin tener que subirse a los árboles. Porque, al final, aquel sueño era suyo. Y, de ahora en adelante, ella era la que iba a mandar, y echar lobos y corderos de sus lugares. Y si era preciso, una que otra vez, daría unos buenos gruñidos y mostraría los dientes” Don Ernesto sintió cómo la niña fue quedándose dormida. Su angustia permanente fue quedándose a un lado mientras le repetía a Samantha en su oído: —Samantha, los sueños son tuyos.
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Aventuras imaginadas *
¡Este equipo es un cuento!
Que los niños y las niñas jueguen juntos al Skate, parkour, bicicross, rugby, y tejo, pero sobre todo, que construyan sus propias historias. CON EL COMPROMISO de invitar a jugar a Samantha, Felipe y Cristóbal fueron a casa de Don Ernesto su padre, para pedirle permiso. —Don Ernesto, puede dejar a Samantha jugar con nosotros hoy? —¿Y qué harán? ¿Cuándo regresarán con ella? —Jugaremos canicas en mi casa. Si quiere puede ir a recogerla por la noche. —¿Canicas? —preguntó Samantha—. Papá, ¿puedo jugar canicas? —Nunca he visto a una niña jugar canicas, Samantha —dijo su padre,
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¡Este equipo es un cuento! mientras miraba con cierto aire de desconfianza a los niños. —¡Nosotros le enseñamos! ¡Por favor, don Ernesto! —dijo Cristóbal, desesperado. Después de varios años de ocurrir el trágico suceso de Samantha, don Ernesto no dejaba que otros niños se le acercaran temiendo lo que precisamente había sucedido en la escuela, pero tanta insistencia de Felipe y Cristóbal lo convencieron hasta el punto de dejarla ir con ellos, sin dejar de recordarle a ella que podía llamarlo si los niños le hacían algo malo. Al llegar a la casa de Cristóbal, Samantha se emocionó al ver muchos juguetes y canicas regadas por el suelo: los cogió uno por uno y empezó una ronda de cuestionamientos que casi terminó por desesperar a los dos chicos. —¿Cómo se juega a las canicas? —¿Porque a esta muñeca le falta cabello y a ésta un ojo?
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¡Este equipo es un cuento! —¿También tienes muñecas? —¿Donde encontraste este avión? —¿Porqué hay tantos carros? Para calmar la efusividad de Samantha, Felipe propuso construir una ciudad con los juguetes disponibles: viejos bloques de plástico lego, trozos de madera, pequeños carros, aviones de una sola ala, canicas, dinosaurios, y muñecas:algunas de ellas sin sus extremidades y cabello. Todos se pusieron a la tarea de imaginarse como ingenieros civiles y arquitectos, ensayaron como reversar los carros con sus ocupantes medio armados, le enseñaron a los dinosaurios a esquivar las piedras representadas en canicas, y hasta dieron vida a un muñeco con un solo ojo, que sabía trepar los edificios sin ningún tipo de seguridad.
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¡Este equipo es un cuento! Casi, terminando el juego donde el muñeco de un solo ojo logró rescatar una muñeca en lo alto de uno de los edificios, Samantha recordó que debía llegar temprano a su casa y pidió a los niños que la acompañaran. Al llegar, Don Ernesto preguntó cómo había estado la tarde y Samantha sugirió otro permiso para jugar al otro día: le preocupaba que la muñeca padeciera fríos y tempestades climáticas sin poder ser rescatada. Don Ernesto consintió el permiso y citó a los niños para recoger a su hija al día siguiente por la tarde.
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Sorpresiva visita *
¡Este equipo es un cuento! A la mujer que ví hace mucho tiempo en el Parque Berrío de Medellín y que sufre de Elefantiasis, pero hace las veces de comerciante para sostenerse. —¡POBRE DINOSAURIO! —gritó Samantha al ver como el muñeco de plástico voló por los aires y se golpeó en el suelo después de tropezar con una “petrolera” que ella misma puso intencionalmente, en una de las calles improvisadas de la ciudad que los tres habían construído el día anterior. Cristóbal imitó la voz de un comandante mientras con uno de sus pies tomó un soldado también de plástico y se dirigió al lugar donde había caído el dinosaurio. —Ja ja ja. Has perdido esta guerra. Te amarraremos y te llevaremos al mar para que mueras. —¡Un momento! —gritó Felipe, mientras se instaló en la escena con un
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¡Este equipo es un cuento! carro que tenía dentro un muñeco llamado Ken (Uno de los novios de la Barbie y que encontró Cristóbal por casualidad en la calle). Sacó a Ken del carro y se dirigió al soldado mientras le dijo: —Este dinosaurio es mi mascota. Devuélvemela. —No voy a devolvértela, ¿estás loco? Va a destruir toda la ciudad, y va a hacer añicos todos las esferas mágicas que hemos puesto en el suelo para protegernos. —Es mentira, mi dinosaurio está totalmente domesticado. —¿Domesticado? Mira todo lo que ha dañado (le muestra toda la cantidad de juguetes en el piso, algunos arrumados sobre otros) —¡Voy a llevármelo ahora mismo! —Lo llevaremos al mar. Mientras los dos personajes discutieron, se escuchó de pronto un sonido
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¡Este equipo es un cuento! de ruedas por encima de ellos. Mientras Felipe trató de encontrar de qué lado exactamente venía el sonido, Samantha se asomó por la ventana y observó sobre la calle la sombra de una silueta con cuerpo de mujer y con cachos en la cabeza. —¡Una Monstrua! —gritó Samantha. Felipe y Cristóbal se miraron y gritaron: ¡Priscila! y corrieron rápidamente a la terraza para buscarla. La casa de Cristóbal tenía una terraza donde su familia se reunía eventualmente para hacer los asados o los sancochos los días de fiesta. Al ver que Priscila estuvo en la terraza, Cristóbal y Felipe orientaron a Priscila para que bajara por las escaleras que conectaban la terraza con el interior de la casa. Ya adentro, los niños que creyeron haberlo visto todo, se toparon
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¡Este equipo es un cuento! de frente con una niña que tenía un pie más ancho que el otro; pero lo que realmente les preocupaba era que Priscila se hubiera dejado ver en el dia, cuando por naturaleza los monstruos y las monstruas salían de noche. Samantha no salía de su asombro al ver dos seres tan extraños a ella, a Priscila se le dilató el ojo al ver a Samantha, y la niña de un pie más ancho que el otro los observó a todos detenidamente. Todos hicieron silencio mientras se miraron. Es extraño, pero ninguno de ellos se asustó al ver al otro, aunque era muy notable la diferencia. Cristina, la nueva integrante del equipo observó la piel de Samantha, las mangas de la camiseta de Cristóbal, y notó que Felipe no tenía nada raro aunque era un poco esquivo en su mirada. A Priscila, una monstrua que estaba acostumbrada a los rugidos y a las vociferaciones se le hizo profundamente incómodo el silencio de los niños, así
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¡Este equipo es un cuento! que tosió un poco para hacerse notar. Al mirar a Samantha y su piel llena de extrañas cicatrices pensó en preguntar que le había sucedido pero deseaba ansiosamente contarles a todos sus aventuras de la noche anterior. Pensaba cómo iniciar la historia cuando Felipe le interrumpió sus pensamientos: —¿Qué hacías tan temprano en la calle? ¡Podrían haberte descubierto! —No se asusten, los adultos no podían verme. Solo me vieron los niños que frecuentaban la calle y se reían, los demás estaban en el colegio y no era la hora del recreo. —¿No se supone que salías únicamente en la noche? —¡Claro! —y continuó con emoción—. Ayer estuve de rumba toda la noche celebrando el segundo año de la empresa y llegué a casa a las cinco de la mañana. Estaba tan feliz que decidí dar un paseo en lugar de dormir.
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¡Este equipo es un cuento! Yendo por el parque me encontré con muchas niños vendedores: Uno me vendió un minuto a celular para poder llamar a la empresa y preguntarle al jefe cuál era mi turno esta semana. La llamada se fue a correo de voz, supongo que el jefe estaba dormido. Otro me vendió un par de tenis y un tacón (Por lo sorpresivo de la visita, ninguno se había dado cuenta del tipo de calzado que llevaba Priscila), otro niño me vendió una rica arepa con queso y lecherita, y finalmente la encontré a ella ( y señaló a Cristina), que me vendió un chicle y me pareció perfecto comprarlo porque no me había cepillado los dientes. Conversé un rato con ella y decidí traerla donde ustedes. Después de escuchar el relato de Priscila, Samantha saludó a Cristina y la desatrasó de los últimos acontecimientos ocurridos con el dinosaurio que está a punto de ser arrojado al mar. —¿Quieres continuar el juego con nosotros?
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¡Este equipo es un cuento! —¡Claro que sí! Todos, excepto Cristóbal, ayudaron a Cristina a bajarse de la silla de ruedas y arrastrándose por el piso, continuó el juego con los demás. Priscila participó del juego hasta el momento en que el dinosaurio escapa de los soldados y de su dueño para internarse en el mar. Luego de saber que el dinosaurio logró su cometido, Priscila se quedó dormida en la cama de Cristóbal.
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El
universo de los juegos *
¡Este equipo es un cuento!
Inspirada en un colegio de Aranjuez, donde los estudiantes interesados han participado en campeonatos de Tiro con Arco. CON EL TRANSCURSO de las semanas, Priscila y los cuatro niños se encontraron cada vez con más frecuencia para jugar. Un día Priscila les propuso ir a escondidas a una cancha de tiro con arco. Ella era una gran jugadora de este deporte: aprendió a hacerlo viéndolo en una de las canchas que encontraba en los recorridos que hacía para asustar a los niños durante la noche. Al llegar al lugar, los niños se preocuparon por la forma de entrar: a Cristóbal se le dificultaba saltar la malla que cubría la cancha y a Cristina le quedaba difícil ingresar sin la silla de ruedas. Priscila conocía un camino de
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¡Este equipo es un cuento! entrada secreta e invitó a los niños a cruzar por allí. Estando en la cancha, Priscila tomó varios arcos y se los entregó a Felipe, a Samantha y a Cristina para que los lanzarán sobre la diana, buscando dar justo en el centro. Samantha fue una de las primeras en hacer el lanzamiento. Se alejó mucho del centro. Felipe también lo intentó, pero tampoco dió con el centro. Para asombro de todos, Cristina acomodó su silla de ruedas y concentró su ojo en el objetivo y lanzó la flecha, dando muy cerca en el centro. —¡Wow! —dijeron todos—. ¿Cómo lo haces? Cristina estaba igualmente sorprendida por haber sido tan precisa. Después de practicar Tiro con Arco toda la noche, Priscila y los niños regresaron a sus casas, sin embargo Samantha, Cristóbal y Felipe propusieron reunirse pronto para hacer arcos y dianas con material reciclado para jugar
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¡Este equipo es un cuento! en el recreo con Cristina, y con el permiso de los profesores de la escuela. Cada uno se fue rápidamente a su casa, y Cristina se fue a un rincón del parque donde Priscila la encontró para empezar a trabajar. Con los días, Cristina pareció una alumna más en las horas de recreo del colegio de Felipe, Cristóbal y Samantha. Los vigilantes del colegio sabían a qué venía y por esa razón nunca tuvo problemas para entrar. Lo que nunca se supo fue cómo hizo Cristina para dar con la suerte de no ser descubierta por haber abandonado su puesto de trabajo, y ninguna persona se lo preguntó.
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El
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misterio de los juguetes y otros objetos perdidos *
¡Este equipo es un cuento! A los niños de Moravia. Quizá alguno dejó enterrados sus juguetes en el morro y no ha podido regresar para recuperarlos. A las personas que aún consideran que lo que habita la montaña y la montaña misma, debe ser tratada con delicadeza. —MAMÁ, ¿dónde están mis lapiceros? —No sé, Felipe. Tú siempre los pierdes. —No es cierto, mamá. Yo los guardé en la cartera. —Muéstramela. Felipe le mostró la cartera a su mamá. —Felipe, ¿dónde están las tijeras que te compré ésta semana? ¿Y
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¡Este equipo es un cuento! los post it para tus recordatorios? ¿y los marcadores? ¿y el pisapapel? ¿y la regla? ¿y los colores? —¡No sé, mamá! —Felipe, eres un descuidado. Voy a castigarte: No irás donde Cristóbal ésta semana —¡Pero, mamá, no fui yo! ¡Algo hizo desaparecerlos!. ¡Te lo juro, mamá! —Estás castigado. Sonó el timbre de la casa. Era Cristóbal que vino apurado a la casa de Felipe. Mamá abrió la puerta y Cristóbal entró corriendo, pero es detenido por la mujer. —¿A dónde crees que vas? Cristóbal está castigado. —¿Por qué?
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¡Este equipo es un cuento! —Ha perdido sus lápices, post it, marcadores,colores y otras cosas que le compré para la escuela. —Yo también perdí mis juguetes. —Deberían castigarte. —No es mi culpa, los he buscado por todas partes. —Devuélvete para tu casa. Felipe está castigado. Felipe, escuchó como pudo la conversación entre su mamá y Cristóbal y se dió cuenta que algo estuvo pasando. En la noche, Felipe logró escaparse de su casa y se dirigió a la acostumbrada reunión con el equipo,donde les contó los sucesos del día. Cristóbal estaba preocupado también porque perdió sus juguetes, Samantha perdió algunas canicas y algunos muñecos que le regaló Cristóbal; y Cristina
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¡Este equipo es un cuento! perdió todas las cajas de “chiclets” que había coleccionado para hacer sus propios carros reciclados. Todos comenzaron a preocuparse. Priscila sugirió salir a la calle para saber qué estaba pasando. Salieron a la calle y buscaron por las alcantarillas, debajo de los carros, entre la basura. Caminaron muchas cuadras cuando observaron que en cierto punto del camino, varios juguetes empezaron a ser atraídos como un imán hacia un lugar en particular. El equipo empezó a seguir el recorrido de los juguetes por toda la calle, hasta dar con una montaña de basura. —¿Una montaña de basura? —gritó Samantha con asombro. —¡Una montaña de basura y juguetes! —exclamó contento Cristóbal. Ya sabría donde encontrar juguetes para su estante. La montaña de basura les ofreció un panorama diverso de cosas que se
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¡Este equipo es un cuento! habían depositado allí, incluyendo los lapiceros, lápices, y juguetes de todos ellos. El equipo empezó a observar cómo la montaña absorbió de manera incansable todos los juguetes que iban llegando por diversos caminos: desde Barbies viejas y ajadas, hasta patines deshechos: la montaña alimentó su vientre con todo lo que había en el barrio de los niños, y también en el barrio de los adultos (el barrio de adultos tenía otros juguetes, dañados por lo general: televisores, neveras, libros, cucharas, ollas, y una lista enorme imposible de nombrar). Los niños empezaron a acariciar la montaña, y a sacar con sumo cuidado de entre sus entrañas los juguetes que iban reconociendo, y los juguetes que querían tener en sus estantes. La montaña, que sintió la presencia de los niños, empezó a devolverles
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¡Este equipo es un cuento! los juguetes, y los recuerdos, las historias, y los momentos de juego. Mientras cada niño iba recuperando sus juguetes, Samantha sintió una mancha roja que le teñía el vestido: Samantha cumplió 11 años esa noche. Felipe, Cristóbal y Cristina contemplaron con susto un momento desconocido para ellos: Samantha se estaba transformando en una monstrua que menstruaba, así como Priscila.
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