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IMAGINANDO ENTRE
Imaginando entre árboles: un recorrido a través del bosque simbólico
Lucía Triviño Guerrero, M.A. / Historiadora y creadora del blog de divulgación “Las Hojas del Bosque”
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El bosque se mantiene vivo e imponente cuando indagamos en nuestra memoria colectiva: es el lugar donde habitan las viejas divinidades, donde los protagonistas de los cuentos deambulan en busca de refugio, donde el caballero avanza a través de las malezas o donde el terror sisea evocando las negras sombras de la noche entre las ramas. Este paisaje refleja de manera perfecta la dualidad propia de la Naturaleza, evocadora y destructora, además de su valiosa proyección en el plano imaginario. En este artículo recorreremos esa dimensión mental donde realidad y ficción se entremezclan para crear esas arboledas que han quedado fijadas en la cultura y tradición de numerosas civilizaciones del mundo a través de las creencias, el folklore, la literatura y las nuevas tecnologías.
¿Por qué el bosque? Para responder esta pregunta es necesario conocer la faceta más práctica de estos espacios naturales, aquella que ha sido y sigue siendo aprovechada por el ser humano para satisfacer las necesidades de su vida cotidiana. Como es lógico, cuanto más atrás nos remontemos en el tiempo mayor será la influencia que este paisaje provoque en las sociedades que se abastecen de él, así como la zona geográfica en la que nos encontremos. Por tanto, la percepción del medio dependerá de la zona geográfica, la cultura, creencias y tradición de cada población, así como su estricta relación con el medio, pues ni todos los bosques son iguales ni de todos se extraen los mismos recursos. Pero al igual que el bosque real tiene sus diferencias, también las tendrá el bosque imaginado. El primer factor al que se debe atender es una marcada dualidad de temor/adoración por el paisaje, un lugar que transmite temor y, por ende, respeto, pero al mismo tiempo es evocador y bello. Esta dualidad definirá dos maneras de ver el bosque: locus amoenus, un bosque amable, luminoso, exuberante, que transmite calma; y locus horridus, una arboleda espesa, oscura, terrible y asfixiante. La naturaleza de estos estados no es estática puesto que un locus amoenus puede convertirse en un locus horridus tras un hecho trágico o viceversa, provocado por el restablecimiento de la calma, como bien se ilustrará más adelante con el cuento de Pulgarcito. Por lo tanto, y sin perder de vista esta dualidad, comenzamos el tránsito por un bosque imaginado donde dioses, seres elementales, caballeros y criaturas tenebrosas marcarán cada estadio del camino.
Arroyo del Purgatorio, sierra norte de Madrid. Fotografía de Valentín Triviño, 2014 - Locus amoenus: luminosidad, corriente de agua, verde vivo y pequeños claros.
Niebla. Bosque de Katyn, Polonia. Fotografía de Valentín Triviño, 2009 - Locus horridus: luminosidad difusa, oscuridad, malezas.
Cuando los dioses habitaban el bosque Este primer apartado refleja muy bien la difusa línea que separa el mundo real del imaginado, pues el ámbito de las creencias conlleva un acto inherente al ser humano, como es la justificación de todo su mundo, con una dimensión sagrada que trasciende más allá de su realidad. En la actualidad hemos perdido esa conexión tan íntima con el medio y la naturaleza donde nos desarrollamos, pero hay que tener en cuenta que en épocas pasadas el medio natural era el principal depositario de muchas creencias. Antes de la progresiva urbanización y la creación de los grandes templos de piedra, el bosque, las corrientes de agua, las rocas, los árboles, las montañas, etc. eran venerados, actuando como vías de comunicación con las divinidades o, en muchas ocasiones, como el propio hogar de las mismas. En el ámbito europeo occidental destacan los bosquecillos sagrados de los ámbitos celta, germano o eslavo, donde se llevaban a cabo prácticas que han llegado hasta nosotros a través de fuentes externas, como es el caso de Tácito y su Germania o, ya en época medieval, discursos, concilios o crónicas inmersas en procesos de cristianización que incluyen la veneración a los árboles y el culto a los bosques como prácticas paganas a erradicar. Todas aquellas divinidades menores y seres elementales tan conocidas por el público como son los faunos, las hadas o los señores de los bosques, proceden de la antigua tradición pagana que poco a poco sobrevivió con transformaciones en el seno de una sociedad cristianizada. El leshii eslavo, el basajaun y la basandere vascos, el busgosu asturiano, las ondinas y las dríades son solo algunos ejemplos de este proceso.
Pero no sólo Europa cuenta con estas formas de culto, pues allá donde existen bosques existe la evocación a lo sagrado. Podemos afirmar que el culto a los árboles y el bosque está repartido por todo el mundo, además de haber superado las barreras del tiempo pues podemos encontrar en la actualidad ejemplos de estas prácticas. Los bosques sagrados de OsunOsogbo en Nigeria o Atsuta Jingu en Japón son solo algunos ejemplos de ello.
Atravesando el umbral Muchas son las ocasiones en las que la Naturaleza misma aparece como un portal sobrenatural a otros mundos y el bosque no es una excepción. Como se ha apuntado en párrafos anteriores, existe un bosque real que se trabaja y explota pero este esconde una
The Mystic Wood, John William Waterhouse. óleo sobre lienzo (97.79 x146.05 cm). Actualmente conservado en Queensland Art Gallery, Australia. – La herencia pagana, lo maravilloso cristiano y la literatura convirtieron al bosque en el refugio predilecto de lo extraordinario. Esta imagen de la foresta se recuperó con fuerza en el siglo XIX, incluyendo en las obras de muchos autores el mundo féerico, muy entremezclado con las tradiciones locales de cada territorio, como el ciervo blanco que aparece en este óleo de Waterhouse.
In the Cedars of God, nature preserve in the Mount Lebanon. Fotografía de Jerzy Strzelecki, 2001. Esta conjunción de bosque y montaña puede ayudarnos a recomponer el paisaje que se describe en el poema de Gilgamesh.
perspectiva no tan fácil de vislumbrar si no es a través de la mentalidad, la cultura y la tradición popular. Una vez que el ser humano se enfrenta a la faceta más desconocida de este espacio, la percepción que se tiene del mismo cambia, tornándose en un lugar salvaje y propio de la otredad. Una vez que se atraviesa esta delgada línea, la puerta de lo maravilloso y lo imaginado queda abierta.
Pero con el subtítulo de este apartado no queríamos solo hacer referencia a la actividad creativa y transformadora del ser humano para con la dimensión idealizada del espacio, sino también a su sentido más literal. Que el bosque ha servido en numerosas ocasiones como la mejor de las fronteras es algo innegable y esta utilidad será trasladada al mundo imaginario. Para ilustrar esta faceta vamos a recurrir a la literatura, y es que existen varios ejemplos repartidos a lo largo de la historia y la geografía mundial. Para comenzar vamos a trasladarnos hacia la Mesopotamia del III milenio a. C. con una obra épica muy conocida, el Poema de Gilgamesh. En este relato encontramos un enorme bosque de cedros que actúa como frontera protectora de la Montaña Sagrada, hogar de divinidades y fuente de creación. Al contrario que ocurre con ejemplos del ámbito europeo –el bosque de la Eneida de Virgilio o el Mýrkvid escandinavo– el bosque protegido por la criatura Humbaba no es un lugar temible pues se describe de la siguiente manera:
«En las faldas de la montaña los cedros exhibían altivos su exuberancia, grata era su sombra llena de encantos [Tupido] era el matorral, frondoso era el bosque 1 […]»
El bosque que fielmente protege Humbaba es la antesala de un espacio sagrado. El paisaje es imponente y contiene una fuerte carga simbólica, no por el bosque en sí mismo sino por su asociación con la montaña –fuente de vida primigenia–. No es casualidad que el ejemplar escogido para componer esta arboleda sea el cedro, pues su importancia y relación con las poblaciones de las zonas montañosas de Oriente Medio es un hecho. A pesar de dotar a este árbol de este carácter sacro, el cedro se considera, aún en la actualidad, como un emblema del reino vegetal en la zona del Líbano. Se admiraba de él su majestuosidad, su belleza y su longevidad, característica que lo asoció a la eternidad. Por tanto, el aspecto del bosque en este fragmento actúa como locus amoenus, pues no es el paisaje el que atemoriza sino el guardián que lo preserva.
Y una vez que hemos analizado el paisaje imaginado, ¿podemos afirmar la existencia de su equivalente en la dimensión real? En la antigüedad se tiene constancia de áreas forestales repartidas por las zonas de Palestina, Siria y Líbano. Su masiva explotación y tala fue provocando una drástica reducción de bosques en favor de la desertificación, mas en la actualidad se conservan algunos ejemplos de bosque compuesto por cedros –más concretamente Cedrus libani–. En Líbano aún se conservan los vestigios de lo que en la antigüedad fue un vasto bosque de cedros, más conocido como el Bosque de los Cedros de Dios (Horsh Arz-al-Rab), cuya madera fue muy apreciada para la construcción de edificios sagrados. Sin duda, los paisajes que po
demos visualizar en la actualidad pueden ayudarnos a imaginar cómo podría haber sido esa frondosa antesala al hogar de las divinidades.
En busca del honor: entre bestias y doncellas La literatura medieval es una fuente muy rica para conocer las estructuras de lo imaginado de las culturas que la producen. Para ilustrar el caso concreto del bosque se ha querido acudir a las novelas de caballería medievales nacidas en el seno de la Bretaña francesa del siglo XII, con unos protagonistas que no van a resultar desconocidos para los lectores pues, ¿quién no ha oído hablar sobre las andanzas del rey Arturo y sus fieles caballeros? Si bien Camelot se alza como la mayor seña de identidad de estas historias, no es el único escenario pues el bosque aparece en estas historias como un lugar determinante para el desarrollo de los acontecimientos.
La espesura de estas novelas se presenta como un espacio antagónico a la vida en la corte, un lugar fuera de las estrictas normas del mundo civilizado. El caballero emprende un camino de superación que tiene como meta final afianzar el honor. Muchas son las pruebas que retan el valor del héroe, entre ellas el propio bosque. Este paisaje acoge el mundo féerico, un lugar al que se accede a través del medio acuático; en este caso la conjunción entre el bosque y el río sirve como portal hacia
Grabado de Gustave Doré para la obra de Lord Alfred Tennyson’s, Idylls of the King, 1868
un mundo totalmente imaginado y fuera del control del caballero. ¿Por qué el bosque supone una dura prueba para cualquiera que se adentre? Como ya se ha apuntado en líneas anteriores, es un espacio libre, sin normas, un lugar lleno de peligros y tentaciones. El camino hasta alcanzar y mantener el honor no es tarea fácil pues las numerosas tentativas que el bosque depara pueden torcer el objetivo del héroe. La historia de Yvain es buen ejemplo de ello. El caballero se enamoró del hada Laudine, cuya morada se encontraba en el interior del bosque de Broceliande. Después de un tiempo casado con ella comienza a crecer en su interior la añoranza de los valores caballerescos, sus hazañas y aventuras junto a sus iguales en la corte de Camelot. Laudine accede a separase de su marido, siempre y cuando vuelva a su lado al cabo de un año. Yvain no cumplirá su promesa y Laudine lo expulsará del castillo. El desamor lo empujará a vagar por los bosques en un estado de locura, alimentándose y viviendo como los animales:
«Camina enloquecido, rompiendo y haciendo trizas sus vestiduras, huyendo por los campos labrados (…). Él sigue un buen trecho, hasta encontrar al lado de un cercado a un mozo que llevaba un arco con cinco flechas, de puntas muy anchas y aceradas. Yvain camina hacia el mozo, a quien quiere coger el arco y las flechas, que llevaba en la mano. Ya no se acuerda de ninguno de sus actos pasados. Anda por el bosque, al acecho de los animales, para luego matarlos y alimentarse con esta caza totalmente cruda. Llevando esta vida de loco salvaje, iba vagando por el bosque desde hacía cierto tiempo 2 .»
El troll de piedra. Castañar de El Tiemblo. Fotografía de Valentín Triviño, 2008. «Duermen los monstruos de piedra en la quietud del bosque»
Esta deshumanización convierte al héroe en un hombre salvaje, lo sume en un estado de locura que lo aleja progresivamente de su vida como caballero, del mundo civilizado, y olvida sus valores corteses. El retorno de la conciencia se produce con la ayuda de un ermitaño, un enlace entre el mundo silvestre y el civilizado. Una vez que el caballero vuelve a ser consciente de sí mismo reemprende su empresa en busca del honor, intentando así recuperar el favor de su amada Laudine. Muchos son los peligros a los que se enfrenta junto a la inestimable compañía de un león –de ahí su sobrenombre como caballero del león–: protege y ayuda a una doncella a volver a su hogar, se enfrenta a un dragón, a unos gigantes y a un hombre salvaje.
Los bosques de la literatura cortés funcionan como un locus horridus, una dura prueba a superar. Son espesos, oscuros y extensos. En su seno albergan fieras, ogros, hadas no tan benévolas, espectros, entes demoníacos, además de representar los propios miedos del ser humano.
Algo se mueve entre los árboles… Ya se apuntaba al comienzo de este artículo la importante dualidad vigente en los espacios naturales y sus respectivas facetas de locus horridus y locus amoenus. En este último apartado desarrollaremos la faceta más temible y oscura del bosque, un espacio predilecto para reflejar el terror y los temores más profundos del ser humano.
Y es que en la foresta aguardan muchos peligros, tanto reales como imaginarios. ¿Por qué se teme tanto? Principalmente por enfrentarse a la inmensidad de un paisaje que no se acaba de conocer del todo, por lo adverso de la propia geografía, por el temor a la pérdida del camino o por la disminución de probabilidades de sobrevivir en un lugar hostil. A todo esto hay que sumar los temores derivados del plano imaginario a los que ya se ha hecho referencia en párrafos anteriores: fieras, monstruos, espectros, magia, etc. Y siguiendo las migas de pan rehacemos el camino de los niños de la literatura infantil, en este caso para internarnos en lo más profundo del bosque que se alza imponente ante ellos. Buenos ejemplos de ello son los cuentos de Pulgarcito y Hansel y Gretel, donde los niños deambulan en la oscuridad de la espesura. En un principio se nos presenta como un lugar seguro pues es el hogar de los niños y sus padres, pero esa imagen no dura demasiado pues el abandono lo transforma en un territorio completamente desconocido y esa sensación de confianza y seguridad es sustituida por el desamparo y el miedo. Esta casuística es heredera del bosque que se veía en la novela cortés, una prueba a superar y un lugar donde celebrar ritos de iniciación, el caso concreto del abandono de niños se ha querido ver
«Llegaron a un bosque tan espeso, que a pocos metros no podían verse unos a otros. El leñador empezó a trabajar cortando leña y los chiquillos se pusieron a recoger ramas para atarlas en haces. Al ver los padres que sus hijos estaban tan absortos en aquella tarea, se alejaron sin ser vistos. No tardaron los pequeños en darse cuenta de que estaban solos y empezaron a gritar con toda su alma». Grabado de Gustave Doré para Pulgarcito, incluido en la edición de Les Contes de Perrault del año 1867.
como el paso de la infancia a la edad adulta, representando el bosque las trabas para pasar de una etapa a otra.
Y si el bosque de la literatura infantil es temido por algo es por cobijar a la bruja. No nos resulta desconocida la imagen de una cabaña en lo más profundo del bosque, un lugar al que nadie quiere acceder. En el caso del cuento de Vasilisa la Bella, Baba Yaga habita en una casa con patas de gallina y rodeada por una cerca con calaveras. Pero no solo podemos encontrarlas en los cuentos. La brujería siempre ha tenido sus paisajes predilectos –cuevas, cimas de montañas, páramos– y el bosque puede incluirse entre ellos, pues algunos testimonios recogidos en procesos religiosos incluían estos espacios como lugares de realización de aquelarres, como un proceso tolosano del siglo XIV.
Pero lejos de decaer, esta faceta del bosque siguió muy viva, manteniéndose hasta la actualidad. Si hay una época predilecta para el desarrollo del terror y la admiración por el paisaje es el siglo XIX. La neblina gótica recuperó esa dualidad de terror-admiración ante la inmensidad de la naturaleza, creando unos paisajes decadentes y oscuros donde triunfaba la vegetación enmarañada y donde habitaban espectros y criaturas pertenecientes a un mundo de tinieblas. No tenemos más que acordarnos de El Wendigo de Algernon Blackwood y los pies ardientes, la aparición de ojos verdes del poema de Gustavo Adolfo Bécquer, el jinete sin cabeza que mora en los bosques de La Leyenda de Sleepy Hollow o el bosque “viviente” del relato de Alphonse Daudet, Wood’s Town.
Con el paso de los años y el avance tecnológico las imágenes mentales que el lector creaba a través de las letras de un libro se hicieron reales al plasmarlas en una pantalla de cine, y es que la industria cinematográfica, más en concreto el género de terror, no ha dudado en convertir al bosque en el espacio protagonista de muchas películas. El Proyecto de la bruja de Blair –Eduardo Sánchez, Daniel Myrick, 1999– o la recién estrenada The Witch. A New England Folktale –Robert Eggers, 2016– son dos buenos ejemplos de ello. En ambas se entremezclan el paisaje y la brujería, convirtiendo al bosque en un lugar caótico, estresante y peligroso, un lugar en el cual el ser humano es un extraño y donde puede acabar siendo devorado por sus propias tinieblas; rememorando, al fin y al cabo, ese espacio de locura y tinieblas al que se hacía referencia en el apartado sobre la Edad Media.
Lo que está claro es que este espacio natural ha ocupado un puesto muy relevante entre los paisajes del imaginario colectivo. La sobreexplotación y humanización de estos lugares ha provocado un cambio en la percepción que el ser humano tiene de ellos, despren-
Arroyo de la Angostura, sierra norte de Madrid. Fotografía de Valentín Triviño, 2016 «El silencio del bosque se rompió con el crujir de las ramas contra el viento. Aquel lugar, que hasta hace un momento creí transitar en soledad, daba la bienvenida a retorcidas y oscuras siluetas que se arrastraban entre los troncos de los árboles...»
diéndose de esa imagen tan temible en favor de un acercamiento a su faceta más amable propiciada por una visión ecologista centrada en la protección y conservación de estos ecosistemas. Es necesario matizar que esta imagen dulcificada es más propia de zonas donde el bosque ha sido “domesticado”, donde las poblaciones han sufrido un proceso de alejamiento progresivo del medio –al que no se deben enfrentar diariamente– es por ello que en las zonas más cercanas al bosque, normalmente rurales, esa dualidad de temor-adoración hacia el medio así como las creencias derivadas del folklore y la tradición, aún hoy en día, siguen manteniéndose vivas. Ya sea desde la ciudad o el medio rural, el bosque ha sido y seguirá siendo uno de los lugares predilectos de nuestro imaginario colectivo pues no hay mejor inspiración que un paseo entre los árboles.
1 Jiménez Zamudio, R. (ed.) 2015. El poema de Gilgamesh. Cátedra, Letras Universales. pp. 191-192.
2 Chrétien de Troyes. 1986. El caballero del león; edición preparada por Marie-José Lemarchand. Siruela. Madrid. p. 50. Bibliografía
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