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Luz de Día por la Noche
from Internet - Nigromante Mayo 2018
by Nigromante. Revista de la DCSyH, Facultad de Ingeniería, UNAM.
Por Sofía Cortés
Luces, destellos, pantallas… todo ahora es digital. Cada acción lleva un código de ejecución, hasta parecería que ya no somos dueños de nosotros mismos. Ese es el nuevo ciclo de la vida: ninguno de nosotros está destinado a poseer un pensamiento propio. Aquello que pensamos ya existe. Todo está en el Internet y, lo que no está, es creado por androides capaces de capturar ideas y desarrollarlas mejor que lo que nosotros pudimos haber hecho. Los autos vuelan, los robots trabajan y los cerebros mueren.
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A veces imagino que nuestra vida no es más que una línea de códigos, un algoritmo o un comando a ejecutar por alguna supercomputadora. ¿Es mi voluntad imaginarlo o acaso alguien ejecuta un programa que me hace imaginarlo?
Siempre se nos dijo que la tecnología y la modernización que le acompañaba eran parte del futuro y que corríamos el riesgo de quedarnos atrapados en los modos de vida pasados o podíamos elegir dar un paso adelante. La tecnología parece tener alcances mucho más grandes que los que cualquier ser humano hubiera podido imaginar. Me atrevo a pensar que ni los expertos hubieran tenido forma de predecir todo esto. Nuestra sociedad lo ha llevado todo al siguiente nivel: a partir de los teléfonos logramos satisfactoriamente las primeras teletransportaciones y de las computadoras pudimos crear los hologramas.
En las nuevas urbes siempre hay algo que mirar, aunque la mayoría de las veces no logro distinguir lo real de lo artificial. Cada rincón está repleto de pantallas, proyecciones y hologramas. De hecho, algunas imágenes que se muestran en el exterior se ven mucho más nítidas de lo que verían los ojos humanos.
Hoy en día una colonia entera puede cambiar radicalmente en un par de minutos. Uno podría ver una pantalla anunciando la renta de un terreno y, en menos de media hora, ya habrá un edificio en su lugar. Definitivamente las constructoras express son responsables del cambio tan radical de la ciudad. Tal rapidez en la vida urbana es de lo más normal. Estamos acostumbrados a ver a gente aparecer de la nada en las calles y seguir su camino como si nada hubiera pasado. Aquello es una de las ventajas de la teletransportación.
Anteriormente los trabajos de las personas tenían diversas aplicaciones. Según Internet, existían doctores, abogados, ingenieros, contadores, escritores y miles de profesiones que, hoy en día, resultarían ser profesiones inferiores. Ahora todos los humanos tenemos el mismo trabajo: actualizar datos e inventar nuevos procesadores y chips para optimizar aún más el funcionamiento de las máquinas. Paso los días y las horas de mi vida sentado frente a una pantalla digital, escribiendo códigos mediante mi dispositivo ortográfico.
Ese dispositivo no es más que una pequeña banda que coloco alrededor de mi cabeza y que escribe en la pantalla todo lo que pienso (hace unos años se decidió que las escrituras a mano y a base de teclados eran un obstáculo para la productividad). Supongo que una desventaja de este método es que mi trabajo, literalmente, consiste en pensar en el trabajo. Esto hacemos los humanos los siete días de la semana… es lo único productivo que somos capaces de llevar a cabo. Los demás trabajos son realizados por las máquinas o los androides. A pesar de esto, no nos sentimos inútiles; al contrario, siempre se nos dice que lo que hacemos es lo que permite que el futuro exista, que somos la razón por la que el camino al futuro sigue. A veces, sin embargo, me pregunto qué es lo que ganamos nosotros a comparación de lo que ganará el futuro mismo.
Cuando la gente sale de su trabajo, se dirige a sus hogares o, mejor dicho, a sus cuartos. Hace unos cuantos años se decretó que poseer una casa o un departamento resultaba ser una pérdida de espacio, ya que este podía ser utilizado para construir fábricas. Al salir a las calles, e inclusive desde las ventanas de los cuartos, uno nunca puede saber si es de noche o de día. Es posible elegir la vista que se desee mediante un pequeño ajuste de pantalla en las ventanas o en los lentes que se usan al salir a la calle. No sabemos qué hora o qué día es: nuestra realidad puede suceder cualquier día, en cualquier momento.
A pesar de que el mundo y sus alrededores cambian, la raza humana parece estar quedándose rezagada. Permanecemos iguales a pesar de haber iniciado el cambio; dejamos de modificarnos para modificar algo más. He llegado a preguntarme si hacemos todo esto por voluntad propia o si es porque poco a poco los mismos humanos nos convertimos en máquinas. Tal como esas máquinas o aquellos androides, tal vez nos mantenemos de la misma manera hasta recibir la orden de algún fabricante. La ironía está presente en todo momento: nosotros deseábamos que las máquinas fueran a nuestra imagen y semejanza y terminamos convirtiéndonos en aquello que deseábamos crear. Pero hay algo aún peor: logramos que ellas tuvieran una mayor capacidad de pensamiento de la que nosotros gozamos.
Es impactante cómo la mente tan diversa de los humanos se ha reducido. Por cada paso que damos hacia la innovación y al futuro, nuestra singularidad como personas da un paso atrás. No es difícil imaginar lo que otras personas piensan, pues es probable que sea exactamente lo mismo que uno mismo, tal vez por que estamos expuestos a la misma información y porque vivimos bajo la misma condición.
Desde la concepción de los avances tecnológicos más modernos, la vida ha sido sumamente sencilla. No hay conflictos, guerras ni desacuerdos. Me atrevería a decir que tampoco hay paz, pues en la cara de las personas no se aprecia libertad alguna ni la alegría tan característica que la acompaña. En estos tiempos las personas muestran un rostro vacío y estático. Una mirada oscura, como si fuese una pantalla apagada, es la protagonista en nuestro día a día.
En más de una ocasión he tenido la tentación de salir a las calles y mirar más allá de las pantallas y los hologramas. Desearía poder saber si lo que respiro es aire de verdad o si es sólo la solución que viene de los filtros aéreos instalados en la ciudad. Me es inevitable pensar en lo que pasaría si decidiera eliminar una pantalla, una pequeña parte del domo digital que proyecta el cielo. Me es inevitable pensar en si es de día o de noche en el mundo real.
El futuro exige avances e innovación… al menos eso es lo que siempre se nos dice.
Tal parece que los humanos no acompañamos al futuro pues lo último que hacemos es cambiar, no sabemos cuál es nuestro propio futuro. Tomamos decisiones de una manera ridículamente veloz, como si corriéramos un diagrama de flujo en lo que queda de nuestros cerebros solamente tomando en cuenta si el resultado será práctico, útil y aplicable a la tecnología. Hay días en los que no puedo recordar mi vida original; mi niñez es un vago recuerdo que se ve modificado por mi falta de pensamientos.
Ya no se concibe el concepto de soñar, o al menos no como antes se hacía. Actualmente se pueden descargar imágenes y videos al subconsciente y agregarse en ellos utilizando un antifaz que controla la actividad cerebral mientras se duerme. Solía pensarse que los sueños eran deseos internos de uno mismo, deseos que ni siquiera nosotros conocíamos. ¿Cómo podríamos saber lo que realmente deseamos si ni siquiera sabemos lo que somos?