Un nuevo homenaje al poeta extremeño

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UN NUEVO HOMENAJE AL POETA EXTREMEÑO, DE GUAREÑA, BADAJOZ, ÁNGEL BRAULIO DUCASSE

En nuestro deseo de recuperar la memoria de los escritores extremeños puesta de manifiesto en numerosos trabajos ya publicados anteriormente, pusimos nuestra atención en el poeta guareñense ÁngelBraulio Ducasse, tristemente desparecido como consecuencia de las represalias de uno de los dos bandos enfrentados en la guerra civil española del 36-39, incorporando a dichas publicaciones la reedición de su primer poemario de 1930 Titirimundi Sentimental, Beturia Ediciones 2010, libro que fue presentado, entre otros muchos sitios, en la Casa de la Cultura de su ciudad. Ángel-Braulio Ducasse había nacido un 1 de julio de 1906 en el seno de una familia acomodada de dicha ciudad de Guareña, Badajoz, haciendo sus primeros estudios en el colegio de monjas del pueblo, para pasar a hacer el Bachillerato en el colegio de los padres jesuitas de Villafranca de los Barros o en colegios que la misma Compañía tenía en Sevilla, donde el extremeño tenía familia, iniciando los estudios de Derecho en la Universidad de Salamanca, licenciándose en la Central de Madrid en el año 1929. 1


Hombre de una amplia cultura, mantuvo buenas relaciones con sus paisanos Luis Chamizo (1894-Madrid, 1945), Eugenio Frutos Cortés (1903-Zaragoza, 1979) y con el escritor y crítico de Don Benito Francisco Valdés (1893-1936), también fusilado en las tapias del cementerio de su pueblo por los mismos motivos de odio y revancha cainita que a Ducasse. Desde muy joven comenzó a escribir, preferentemente en los periódicos provinciales, dejándonos en el momento de su muerte –ocurrida en los últimos días del mes de agosto de 1936 y siendo su cuerpo, junto a otros tantos represaliados, enterrados en el lugar conocido como “La Mina”– dos poemarios: Titirimundi Sentimental (Estampas rurales, íntimas y otros poemas), 1930 y Estridencias, publicado en Badajoz, en el año de su muerte, 1936, por el inolvidable editor don Antonio Arqueros. Poco más sabemos de su obra, si exceptuamos el folleto con el hermoso y sentido romance al Santísimo Cristo de las Aguas, patrón de Guareña, publicado por la Tipografía de J. M. Pérez, de Mérida, en 1931, como rogativas por la sequía que padeció la zona en esas fechas, que lleva prólogo del también escritor y sacerdote de Guareña Francisco Caballero Méndez y que, acertadamente, ha reeditado con motivo de la Semana Santa de 2010 la Asociación Cultural “Luis Chamizo”, en un homenaje al pueblo y al poeta. Sin embargo, rastreando por los nuevos medios informáticos nos aparece, en el periódico Extremadura del año 1927 (no conseguimos averiar la fecha exacta de su publicación), un nuevo poema titulado El Palacio de la Paja, dedicado a su gran amigo y buen periodista A. Tomás Rabanal Brito, que nosotros, como no podía ser de otra manera, recuperamos en nuestro blog, con la intención de que pueda ser conocido por aquellos que cotidianamente nos siguen, aunque el poema esté mutilado, al faltarle algunos versos, que intentaremos recuperar en próxima edición. El poema está escrito en ocho cuadros en forma de Romance, tan en boga en aquellos años, influido, creemos nosotros, por los poemas rurales de Gabriel y Galán o por el poema La juerza d’un queré del mismo Luis Chamizo, con el que tiene demasiadas semejanzas, aunque si bien nos fijamos, pudiera ser una personal respuesta juvenil al famoso romance 2


recogido por el “recolector de romances” Rafael García-Plata de Osma en el pueblo cacereño de Alcuéscar: La loba parda, publicado años más tarde (por cierto sin nombrar a su recolector) por el eminente escritor don Ramón Menéndez Pidal en su libro Flore Nueva de Romances Viejos, publicado por Espasa Calpe, que al día de hoy lleva más de cincuenta ediciones. He aquí el comentado Romance:

EL PALACIO DE PAJA POEMA Ofrenda: A T. Rabanal Brito, con cariño y admiración.

EL LOBEZNO Nació como un retoño de la breza, de espontánea raigambre. Por coraza el rústico sayal de su corteza y en el alma retazos de una raza de machos montesinos hechos a los caminos, entre risco y maleza, para buscar su caza. Era de las montañas señor omnipotente. Las rocas le tenían el terreno cercado e igual que un lobo joven, huía de la gente temiéndose acosado. Un día bajó al llano desde las altas cumbres, donde lucía la lumbre del sol, en la cabaña donde era castellano, sin un mísero hatillo y los hombres del valle le llamaron hermano. 3


Su alma enmohecida sintió la sacudida con ardores fraternos y, al fallecer el día, se oía en la montaña la dulce melodía de una flauta de caña: Era que el castellano había vuelto del llano más hombre que lobezno. Sus ojos relucientes y asombrados miraron en los hombres sus iguales y ya no huyó azorado hacia los pedregales cuando subían las mozas riendo a los canchales. Había dado en su pecho un toque de clarines el corazón humano y los fieros mastines, que antes le respetaban por tirano, agradecían ahora la rústica caricia de su mano ¡En el valle los hombres le habían llamado hermano! II LA CORDERA Era flor de jardín, en una aldea donde el hambre ayuntaba los dolores tras la osamenta gris de la ralea 4


y la curvada espalda de los trabajadores. Brotó con su palmito de princesa, bajo el burdo refajo de villana; con los labios de fresa, mejillas de manzana y místico pudor de castellana. El mendrugo de pan daba a su cara nitidez de azucena; en su cuello armonioso se hilvanaban los azulados ríos de sus venas y sus pupilas, hondas y entornadas, tenían un mirar de nazarena. En el regato frío y cristalino, que bajaba rodando por la sierra, para que ella lavara, por más corto camino, le besaba sus brazos de trigueña y le decía canciones de agua clara que viene retozando por las peñas. Si manos más bonitas no entraban en la taza que formaba la peña, no bailaba en la plaza una moza quinceña que tuviese los pies de la niña rapaza sobre las almadreñas. III EL RITO Un día, con las mozas, subió hasta la montaña, 5


donde se oía la música de una flauta de caña y, buscando al cantor entre la broza, se fueron a encontrar con su cabaña. El señor de la cima estaba recostado sobre las anguarinas, igual que un lobo joven que estuviese cansado de trepar las colinas. Los ojos del Lobezno brillaron de insolencia al ver atropellada su fiera independencia, y en su flauta las notas se quedaron calladas. Estrujó de sus cabras las dos ubres henchidas, que dieron en su cuerna, al verse comprimidas, blanco licor de vida por la fuente materna. En las puertas bermejas de las bocas golosas eran gotas de leche como nítidas perlas en encarnadas rosas. Y fué el frugal convite igual que un juramento para la unión eterna con el amor del fiero castellano Lobezno, 6


sobre el ara pulida de una cuerna. IV IDILIO En las tardes de Mayo llenas de olores a orégano y tomillo de la montaña cuando la madre-selva muere de amores exhalando el perfume de sus entrañas, iba la Corderilla a los alcores guiada por la dulce flauta de caña. En los agudos vértices de los peñascos entonaba el Lobezno sus melodías, engañando a las cabras en los carrascos, y a la dulce Cordera no le atraía tanto el sabio silbar de la dulzaina como el músico rudo que la tañía. Cuando el amor tranquilo de la Cordera subyugó al Lobezno bravo de la montaña ……………………………………………. las notas de la tierna flauta de caña y la hembra sencilla que le quisiera con todos los calores de sus entrañas. Su pecho, forastero de los amores de maternales brazos consoladores, se inflamó como el pecho del Nazareno, con todos los ardores que tienen en el alma los hombres buenos.

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V LA TRAGEDIA Una tarde encapucha del Otoño, la Cordera conducida por la música de la flauta compañera del pastor, olvidando en el regato su equipo de lavandera, por la sierpe blanquecina de una senda trepadora fué en busca de la cabaña donde mora su señor. Tras los montes, era el sol una gran rosa encarnada que iba a segarse su tallo en la hoz del horizonte y la noche, un ave negra que se encontraba posada en oriente, sobre un monte, extendía velozmente sus dos alas enlutadas. ¡Mala noche para amores entre la sierra bravía!, pero en el pecho fogoso de una mujer en amores vence siempre en la porfía, el amor a los temores. La Cordera iba saltando los matorros y las breñas, sin saber dónde posaba sus sonoras almadreñas y dejando los jirones de su halda de percal prendidos como banderas en los punzantes zarzales y en sus armoniosos piés iban quedando señales de las caricias brutales del ansioso matorral. No sentía los rasguños de la zarza, hipnotizada por el arrullo armonioso de su Orfeo montesino, que, con la flauta encantada, le marcaba su camino. El zumbido de la ……………………………… iba ocultándola………………………………….. 8


…………….., aterida por el frío y el espanto, quiere llorar y no llora. El canto de un ruiseñor enamorando a la Luna desde los mimbres que nacen en el fondo de una sima en donde duerme un regato, que ha bautizado la cima para dar a la llanura su esmeraldino verdor, al llegar hasta el oído de la asustada Cordera, ha imitado ser la música de la flauta compañera del pastor. Nuevamente en sus entrañas han brotado los ardores de un cariño más intenso, sazonado con el brío que dá a un corazón amante un anterior desamor. Ciega y loca la Cordera va soñando con amores. El perderse de sus pasos al pisar en el vacío y un grito como un lamento que ha callado al ruiseñor. VI TRISTE DESPERTAR El sol, que madrugaba, por oriente en alas de un crepúsculo dudoso, vino a besar la frente del pastor silencioso. Despertaba a la vida el paisaje, dormido antes por el zumbido de un aire de montaña, que ahora, más comedido arrancaba un sonido de la flauta de caña. Cual todas las mañanas, la flauta llamaba con un suspiro acústico, 9


pero no la tomaba, entre sus dedos rústicos. En su robusto pecho de hijo de la sierra se ahogaba la poesía de su canto entre los garfios férreos de una peña, que le apretaba tanto como una fuerte cadena hecha con sus quebrantos. Por esta vez tan solo, no acarició sus perros, que le pedían caricias con sus inquietas colas, gesto que no rimaba con los agudos hierros amigos de pelea de sus carlancas, que eran estolas de bonzos de la ralea. Venciendo su tristeza levantó la cabeza. Unos fieros silbidos, que parecían rugidos al salir de su pecho atrajo a los perdidos recentales e hincáronse en el techo de su cabaña como puñales. Las reses, agrupadas a los fieros silbidos junto al redil caído, contemplaron sus ojos y notó que faltaba la tímida cordera que ella acariciaba. Avisó a los mastines 10


de ensortijadas crines. Uno más decidido, como si comprendiera los gestos del Lobato, abandonando el hato, salió a toda carrera, dando fuertes ladridos, hacia la oscura sima donde teje el regato su cristalina rima.

VII DOLOROSA CERTEZA En donde arranca la estela del camino apareció su perro llevando la cordera, presa del velloncino, y en la férrea carlanca un jirón de percal, que flotaba en el aire igual que una bandera izada por su mal. En sus ojos bravíos, de león hostigado, triunfaba la tristeza y su cuello soberbio cayó como tronchado, recostando en el pecho la cabeza. Y lloró, lo que nunca hicieron sus ojos, lágrimas tan calientes que quemaban sus manos y aquel llanto no le causó sonrojo, porque el llanto es humano. 11


Mas su recia raigambre de macho montesino le mostraba el camino y tomando en sus manos el cayado, con paso sosegado, fué a buscar la crueldad de su destino. Las zarzas del sendero eran sus dolores veraces pregoneros, y siguiendo el marchar de su mastín abandonó el sendero yendo por matorrales a los cuales de un tajo puso fin. En el profundo fondo de la sima el bello cuerpecito idolatrado estaba destrozado, entre un risco partido, y la sangre, ya helada, de la moza bizarra había tornado roja las azules pizarras y salpicado el nido del ruiseñor, artista, que había dado en su canto, el epitafio para la cripta. Con ese dinamismo extraño, que florece en los grandes dolores, cuando el alma adormece, el crujir de la pena, el Lobezno, bajando la cortada entraña de la sierra, ha besado la faz ensangrentada de la muerta, que parecía tan pálida igual que una azucena, 12


antes de dar sus restos a la tierra. VIII LOS FUNERALES DE LA CORDERA En los picachos altos, las cabras agrupadas en círculos concéntricos –el centro era el regato– miraban sus cóncavas pupilas asustadas la trágica tristeza del Lobato. Los amantes mastines de ensortijadas crines lamían de la muerta las manos amarillas, olvidando el alerta de la tralla. Quitó con su cayado las piedras y la tierra y, cuando hubo formado un hueco humedecido puso en él con cuidado, aquel cuerpo querido, que le mató la sierra. Cada piedra que echaba para cubrir la fosa su mano temblorosa sentía que se arrancaba de su alma. En tanto en el paisaje se trenzaba la calma de las cosas. 13


Los perros del rebaño lanzaban sus aullidos, que eran como gemidos que le causaban daño. Partiendo su cayado, con los trozos atados, formó una cruz, que fija quedara en la rendija de un peñasco cascado.

RENUNCIACIÓN Tornaba a su cabaña. Las jaras del camino parecía que lloraban, cuando las cimbreaban los aires montesinos. La tierra suspiraba, henchida de hermosura, como una desposada. Abajo, en la llanura, la campana tocaba despertando a los fieles y la dulce quietud de la campana para el pastor tenía amargores de hieles. Los perros le miraban con ojos asombrados, era de las montañas monarca destronado. ¡Ya no sería palacio la cabaña de un pastor sin cayado! 14


Junto a la entrada de su casita, entre el quejido débil de las hojas marchitas, vió la flauta caída. Con cariño de madre la cogió presurosa su mano encallecida y, al besarla, el aliento, que su dolor trenzaba vibró en ella un momento y la flauta lloraba. En la techumbre ahumada de la vieja cabaña ocultó la querida flauta de caña ocultando con ella sus ilusiones como si desdeñara la melodía de sus canciones. Pero bien Dios sabía que, al ocultarla, más le dolía, mas a la pena hay que matarla para un mal día no despertarla. Y con tristeza eterna salió de su guarida, con la inmensa tristeza de la dicha perdida. El porvenir risueño de férrea arquitectura había sido caído por los ciclones. Fueron igual que un sueño de calentura sus ilusiones. 15


El Lobezno miró hacia el firmamento y, un momento, brillaron en sus ojos rebeldías, pero bajaron pronto, deslumbrados por el astro del día, que ya había coronado la serranía. A. B. DUCASSE En la Carpetana, mediado de Septiembre de 1927.

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