LA NOVELA VIVIDA: "El crimen de Cuenca"

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El Crimen de Cuenca

PRENSA

M O D E R N A

Apabtaco

8012.

M A D R ID


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j u e o o s D E C H iC O S

E s el añ o m il ochocientos o chenta y ta n tô t. Reina la Regente. Q u e d a en ]os puebtos españoles, com o el poso de buen licor en el fo n d o de la v a s ija , el res­ co ld o de las luchas civiled. M e d ía E sp añ a , b a jo el au$> pic io de A lfo n so X (l[, es carlista. C ua n d o se reúnen m ás de seis personas b a jo la c a m p an a del la r lug a re ­ ño, surge in m e d iata la evocacfón de lo s dias de ¡ucha. Renace, con el recuerdo in m ed iato, la a ñ o ra n za , casi nun c a v iv id a , de los tiem pos en que com b atían los abuelos, que vieron a lg u n a vez las b a rb a s ne gras del tenacísim o C arlo s V II, p o r la g racia de... su realisim a vo lun tad .

V iv ia en S a n Clem ente, p o r la época que p a rc a ­ m ente he referido, d o ñ a A ^ r tln a L ópez de H a ro , que tra n sig ía con la rusticidad de un su cuñado, le ape­ llid o Esteso y de oficio g uarn icio ne ro, que d e s p o jó en la ig le sia lu g a re ñ a a la herm ana de d o ñ a M a rtin a , lla­ m a d a M a ria . Los m a lo s a ñ o s p ara el negocio, dieron pronto en ios bolsillo s de acreedores con los reducidos caudalei^


de la herencia recibida p o r la m u jer del guarn icio ne ­ ro, y a lo la rg o de los meses, en m uchas ocasiones t i aux ilio económ ico de la herm ana m a y or salv ó si­ tuaciones difíciles en el h o g a r fraterno. D o ñ a M a r tin a a m a b a a su h e rm a n a c o n to d a ia tern u ra de que era c a p a z su alm a m elancólica y h u ra ñ a ; a c ritu d de carácte r que h a b ía e n ge n drado la soledad de im a v id a estéril im po s ib ilita d a p o r la suerte de ior> m a r h o g a r a l c a lo r de un a m o r varon il. E s to hab ía hecho que alrededor de s u soledad, y acerca de su genio ira c un d o, se forjasen en S an Clem ente y en los pueblos m ás cercanos fa n ta sía s que aum en tab an sus proporciones en el transcurso de los ahos. L a casa h a b ita d a p o r d o ñ a M a r tin a era un viejo p a la c io señorial, de esos que el o rg ullo español h a ido sem brando p o r todo «1 país, con su fr ia ld a d de m uro s de p ie dra y con la soberbia, m uchas veces dis­ fra z a d a de hu m ild a d , de a p a rtam ie n to de m u n d a n id a ­ des, ostentosa de ios escudos n o b ilia rio s en lo s cuales camptia, unas veces, el cam p o d « gules de u n a servid u ria real honestada con lealtad sincera, y en otras ocasiones la s b a rras de un a b a stard ía que ta n to sue­ le enorgullecer a sus poseedores. E ra aquel caserón p a la c io de los L ó p e z de Haro, nobles de segundo orden, con nobleza o bten ida de otros soberanos p o r p a g o y g ra titu d de leales servi­ cios. £1 p a la c io de los L ópez de H aro era el m ás im ­ portante edificio de S a n C k m e n te , inclusión hecha de la iglesia y de la C asa A yuntam iento. S u gran lu jo consistía en aq u e l m agnifico balcón central sobre la enorme puerta b arroca, donde cam-


BL C R iM E K P B C U EN CA

pe&ba h é g id a:

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fecha de su construcción, con la cruz de su

Pertenecía, pues, a la segunda m ita d del siglo X V II, glorio so p a ra las le tras hispan as, pero nefasto p ara la histo ria de sus reinos; que la g lo ria o fracaso de las p o líticas egregias se ju z g a p o r sus efectos. O r a n b a lc ó n lie hierros fo rja d o s con a trevid o vue­ lo. E scudo la b ra d o en la p ie dra m ism a a la diestra de la po rta da . V e n tan as con un remate barroco por ad orn o en la parte superior, y o tra s con apretada re­ j a en el p la n o b a jo , a m o d o de celosías, cuyos salientes eran p u n ta s a g u d a s am e nazadoras, de claro sim ­ bolism o. L a vida hcrm étíca, recoleta, de los pasados siglos, le vantaba en la estepa y en la m o n ta ñ a , a través de la pen ín su la toda, esos recintos aisladores, huraños, agresivos, que con su silencio hosco explican tan elo* cuentem ente la psico lo g ía del pueb lo español. Igu al q u e otros m uchos, a q u e l a p a rta d o rincón de la fam i* Ha L ópez de H aro, dispersa ya p o r los cam inos del m u n do en el siglo X I X en que nos encontram os, con


la sola excepción de d o ñ a M a rtin a , héroe fem enino de este relato- Y víctim a tam bién. N o adelantem os los aconlccim ientos.

E l m a trim o n io Esteso-López de H a ro h a b ía sid o fe* cundo. T u v o hijos, destacándose en seg uida p o r su* rebeldía e inq uie tud el niño Luis, cuy a c la rid a d ima> g ín a tiv a y rá p id a com prensión hicieron de él cariño preferente de la so ltcio n a . D o ñ a M a rtin a d elira b a por s u sob rin ito, a l que expresaba su ternura de la m ane­ ra brusca que son capaces esos caracteres retraídos, contum aces de a n tip a tía , no p o r co nd ición natura], si* no com o consecuencia del m edio en que se desarro­ llan. N o p o ca influencia tiene en la fo rm a ció n de esas personalidades el am biente rural, enrarecido p o r la incom prensión y la m ás n a ta ig n o ra n c ia ; súm ese a eso el aislam ien to y « I fanatism o religioso, q u e a l afán de saber lo lla m a pecado y lo condena, y se com pren­ d erá sin g ra n esfuerzo p o r qu é d oña M a r tin a era, se* g u n expresión de sus sobrinos, m u y cascarrabias. E í n iñ o L u is c o lm aba sus atrevim ientos con el de la in v a sión del v iejo p alacio p o r él y su tro p a de a m i­ góles, fo rm a d a p o r chiq uillo s de seis a diez años. — E s t« chico— g rita b a la d ue ña del caserón— , este chico es de la piel del diablo. ¿ D e la “piel del diablo'" p o r su c ^tím is m o in fan til, p o r su alegria de S á b a d o de G lo ria , p o r la d ia fa n id a d de sus risas y de sus jue g o s? «Qué cosa tan divertida y alegre debe ser, en ese caso, el d ia b lo !


...

y en f l desconchado un a g u fe ro ...


Los bancos del ancho p o rta l; las sillas y sillones de la casona « n te r a ; las cubetas del p o zo en el pa tio de a ñ il y a z u le jo s ; la s co rtin as de las salas espaciosas; to d o c a la b a jo el a ta q u e de la tro p a in fan til. — ¡Fuera esos v á n d a lo s )— se d c sg a ñ ita b a la herede­ ra del s olar lleno de tradiciones, y m ás que de tradí> ciones, de leyendas y prejuicios. Los vánd alo s eran echados a la calle con g ra n aparato de im properio s y am e n azas de garrotes, de los que s a lía en vergonzoso h u id a a !g ú n n egro y fam éli­ co gato» uno de esos g atos únicos de lo s a n tig u o s p a ­ lacios que a h o ra h a b ita un sucedáneo solitario y un reducido a p a ra to de g a ña n e s y m o zo s de labranza. • • • H uy end o de la represalia de la tía . cierta tarde Luisin y sus a m ig u ito s g a n a ro n U s anchas escaleras que a lg ú n d ia debieron lla m a rle de honor, y correteando del piso segundo a l desván y del desván a l granero, una de las veces irrum p ie ro n en el o ra to rio de d oña M a rtin a . A llí, con sendas cabullas y bonetes hechos de p a p e l de estraza, sin preocupación p ro fa n a , ju g a ­ ron a "m isa s y curas” . L u isín fué pre<íicadorj pero hab ie nd o a d o p ta d o un a silla por pu lp ito , la travesura de un com pañero am e n a zó la e sta b ilid a d del orador, que en su m iedo de rom perse la crism a h a g a r ró a un cuadro de la s á n im a s en el P u rg a to rio , y a llá se fue­ ron chico y lito g ra fía de cabeza al suelo. Q u e d ó a l descubierto un desconchado de la pared, y en el desconchado un ag ujero con señales de ser rem ovido frecuentemente. L u isín m e tió m a n o alli, sa­ cán d o la presa en un saquito de cuero.


E L C R 1M £N D E C U E N C A

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— ¿ Q u é es eso? — Y o no sé. — T u tía ttenc gato. - ^ C á lla te , no nos o ig a n. E n U m ano del hí]o del g uarnicionero b n lU r o n unas m onedas. , , — \Eso es d in e ro I — N o, hom bre. E s to es p a ra ju g a r a las ío»erias — T e d ig o q u e son reales. D iscutie nd o si eran reales o "c h a p a s p a ra ju g a r a las lo te ría s", los chicos se repartieron unas cuantas piezas, y d e d ic a io n el resto de la tarde a clavetear el cuadro y d isim ular en lo posible el estropicio. P o r la noche, ía m adre de L u is ito descubrió la mo> tieda. — ¿ Q u ié n te h a dado eso? — Lo he c o gido yo. — ¿D ónde? — E n el o ra to rio de la tía. L o te n U escon^tido. Inm ediatam ente a rre b a tó al nifio ia pieza, q u e era n a da m enos que un a o n z a de oro.


RUM ORES D E PUEBLO

A qu ella m is m a noche se presentaron en el la lle r ókí guarnicionero tres o cuatro padres, llevando cada uno las m onedas recogidas a los hijos. — ¿ Q u é o pin as tú de esto? — S e rá a lg ú n tesoro que estuvier.i escondido en el palacio sabe D io s c u án to tiempo. — H a y que decírselo a l cura. — ¿ A l cura, p a ra q u é ? — O d a r parte a l alcalde. E l g u arn icio ne ro in te rru m p ió : ^ N i un a cosa ni otra. Esta es la p a rte d¿ la herencia que. sin duda, m i c uñ a d a tiene escondida, y no corresponde o tra cosa que devolver lo que se h a n en­ contrado estos chicos, y santas pascuas- N i el cura ni el alcalde tienen n a d a que ver con esto. ^ B u e n o , bueno. E l v iejo Esteso recogió las otras m onedas, despidió a los a trib ula d o s padres, que se volvian sin ellas-« al­ g un o hasta arrepentido de su ra s g o de ho nrad e z— , y dándole un p a r de pescozones a su h ijo se dispuso a esperar con la lu z del nuevo día el instante oportuno para devolver a su c uñ a d a el pro ducto de la h a za ñ a .


E L C R IM E N D E C U E N C A

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A la m a ñ a n a sig;uiente, d o ñ a M a rtin a sufrió un sín­ cope. — B andidos, g ra n u ja s , asesinos. iQ u é desgracia, D io s m ío , qu é d esgracia i S i y o n o soy rica. S i apenas te n go un a docena de onzas, q u e no v a n a n in g u n a par­ te, y que he reunido a fuerza de aho rro y priv arm e de to d o gusto, i N o quiero v « r m ás a tu h ijo ! V oy a dar p a rte a l alcalde. E sto h a sido un rot>o, un crimen... jD io s m ío, D io s m ío l Son unos pecadores. E l padre del "ase sino ” , según decía la vie ja , n o se a v in o : — M ira , nadie hable de pecado ni de robos. E sto es un a travesura de chicos, y n a da te han q u ita d o , pues^ to que ve n go a devolvértelo, y los chicos creyeron ser chap as de ju e g o . T a m p o c o te v a a pe d ir nadie cosa q u e v a lg a . D e m an e ra q u e puedes tra n quiliza rte, secar tus llantos y d o rm ir tra n q u ila. P o r m i parte, te ase­ g uro que el día que m í h ijo vuelva a e n tra r en este caserón, lo descalabro. N o te d ig o m ás. B uenas tar* des. C o m o lla m a en reguero de p ó lvo ra, corrieron por el pueb lo diez versiones d istin ta s de la entrevista te> n id a p o r el g uarnicionero con la d ue ña del palacio. T o d a s a q u ella s referencias tuvieron, sin em b arg o, un p u n to de contacto; es decir, estuvieron acordes en una sola c o sa: d o ñ a M a r tin a era rica. L o s exaltados, los que pertenecían a la ‘'h id ra ” revo lucio n aria y a n tica tólic a , com o entonces se decía, la pusieron “com o h o jita de p e re jil”. E ra un a tacaña, v iv ia m iserablem ente, escondía en su c a sa un a fo rtu­ n a fab ulosa. S e g ú n ellos, tenia g a lo s escondidos por todas U s paredes, o rzas llenas de peluconas enterra­


das en el pa tio y en el corral. N o h a b is dado dinero en su v id a m ás que p ara un a c o sa: p a ra sostener la güérrim a carlista. Sería, p o r consiguiente, u n a obra pro filáctica in ce n diar y sa que a r el palacio. Los m oderados se c o m po rtaban arm ón icam e n te con su psico lo gía: — ¡Q u ién lo p e n s a ra ! Q u e d is fru ta b a un buen pasar, to d o el m u n d o lo s a b ía ; lo que n o se p o d ía sospechar es que tuviese un tesoro escondido. C la ro que aquel viv ir de urraca no lo v tr ia bien D io s . Despuéí^ de todo, ¿ p a r a qu é tan to s a fa n e s? P a r a que a lg ú n día, cuando el p a la c io se derribase, la suerte descubriera aquel di­ nero a un m ortal, que se e n contraba con a qu ello de buenas a prim eras. E n fin, q u e D io s la ilu m ina ra. O tro sector de o p in ió n , el m enos reducido, natu­ ralm ente, se fo rm ó en S an Clem ente. Este se declaró a favor de dofía M a rtin a . - ^ e a lo que sea, lo cierto es que esa fo rtun a— si es v e rd ad que es {ortuna, po rque nosotros no creemos que sea m ucho m ás q u e unos m iles de reales— , esa fo rtun a le pertenece a la señora, y nadie puede discu­ tírse la; hace con ella, p o r ta n to , lo que le d a la rea­ lis im a g a n a . L a g ua rd a , la g asta o la regala. ¿ Q u é le im po rta a n a d ie ? E l g uarnicionero n o tenia o pin ión . L am en tab a que un a c h iq u illa d a sin Im po rtan cia h u biera sid o la mecha encendida en aquel po lvorín. Lo que n o cre ía ju s ta era la a ctitud de la p a rie n ta política, alzán d o se en im pro ­ perios co ntra m edia d ocena de n iñ o s juguetones, ínc onscitintes autores i c aquel estropicio.


LA G E N T E Q U E V IV ÍA E N E L C A S E R O N

D o ñ a M a rtin a n o tenia la condición de ta caña que la gente de la hid ra , p i6 p íc ía a los extremos, le echa* b a en culpa. M etódica, m uy ordenada, q u iz á con es­ píritu un poco cicatero y que no d e ja b a resquicio por donde se m etiera el m atute. N o era con exceso gene­ rosa, po rque su fo rtu n a no a lc a n za b a la cifra a trib uid a p o r la im a g in a ció n p o p u la r ; p«ro su econom ía no po­ d ía calificarsc de m iserable y de p u ñ o cerrado, pues su bolsa, aunque co rta de im pulso, no se ce rrab a nun* c a p a ra la lim osn a o «1 aliv io de un necesitado. Ib a haciéndose v ie ja , eso sí, y según a u m e n ta b a n los años se desarrollaba su m iedo a que lo a h o rra d o fue­ ra m ás corto que )a existencia que D io s le reservaba. A dem ás, en lo s lím ites de la M a n c h a , se h a b ia n dado casos de robos en despoblado y asaltos de caserones h ab ita d o s p o r m ujeres solas y con fa m a de ricas. De a q u i e! g ra n tem or de d oña M a r tin a a aparecer ante la gente com o poseedora de un a riqueza. E m p ^ a ex­ trem ar sus p u jo s ahorrativos. V e n dió un p a r de m uías p a ra no quedarse m ás que con o tra pareja. C o n la disculpa de que se la iban a l servicio del Rey dos m o­ zos de aperos, n o lo s reem plazó, y su servidum bre q u e d ó reducida a un hom bre p a ra la la b ra n z a y al


m a trim o n io que Id acom paùaba en la vastedad de a quello s salones, y que se repartía p o r ig u a l lo s cui­ d ado s dei p alacio y de la corraliza, de la cocina y de la costura. P a r a el lavado venia todos {os lunes una m u jer de fuera. Los que de hecho h a b ita b a n el palacio , m a rid o y m u jer, g o za b a n el afecto y U co nfianza del am a.


E L M IE D O

C on reproche hum ild e , a u to riza d o p o r la confianza de loa años de convivencia, (a criada lam e n tó: — V am os, señora, ¡q ué descuido! Tener la s peluco* ñ a s tan a m ano. D o ñ a M a rtin a se revolvió a ira d a : — ]N o es v e rd a d ! Y o no tengo peluconas. — P ocas o m uchas, las hay, señora am a , y ya ve c on qu é poco esmero las esconde, que unos simples a rrapiezo s han dado con ellas haciendo zapatetas. M i­ re l i es gente de m ás g a in q a é U que se encuentra con ellas. \Di g ra c ia s a N uestra S eño ra del aviso que la m a n d a i P iense la señora si un desalm ado de esos que se echaron a (os cam inos cae en la te n tación de e n tra r un a noche en S an Clem ente y ro b a r el palacio. Y a ^ o ra que estam os en el m es de las án im a s ... A l a m a se le puso la carne de g a llin a, y pensó que la sem ioscuridad del atardecer p o b la b a de fantasm as el s olar de sus m ayores, y cada uno de aquello s fan ­ tasm as llevaba un trabuco am enazador. L e pareció o ir aidlido s lastim eros, y to d a llena de tem blores o rd en ó en seg uida encender las la m p arilla s a l cuadro de las á n im a s benditas, y tras de cerrar


puertas y ventanas con to d a clase de cerrojos y c a n ­ dados se dispuso a re za r el rosario en co m pa ù ía dei m a trim o n io servidor.


C U E N T O S D E B A N D O L E R IS M O

Las noches novem briñas, m ie ntras en le « lares pu­ dientes se dedicaban a la tarea de m atar, descuartizar y a d o b a r e{ cerdo, pre p a ra n d o p a ra el a ñ o nuevo el e m b u tid o sustancioso y los ingredientes e spañoles del c lásico puchero y la o lla po d rida, a cuento del h a lla z­ g o de onzas de o ro en el p alacio m ás seño rial del pueblo, se trajeron relatos de b andolerism o, de los cuales era to d a E s p a ñ a escenario propicio, y o tra s na* rraciones no m enos verídicas de fantasm as aparecidos a cam inantes y, a lg u n a s veces, en las m ism as calles del lug a r. Se decían h a z a ñ a s de C andelas y de otros m uchos b an d id o s que h a b la n dejado de ser generosos. S e con* ta b a com o suceso in m ed iato un asalto a la diligencia de C ue n ca y el p e lig ro ce aventurarse, aun en pleno d ía , p o r los senderos de las m o ntañas. L o s criados de d o ñ a M a r tin a llevaban cuenta de es­ tos rum ores a la se ñ o ra am a. E l m ie do lle g ó a ate m o rizar de ta l fo rm a ^u poque­ d a d de espíritu, c;ue las m edidas ad o p ta das en la casa solar Uegaron a convertii ésta en un a fo rtale za o pre­ sidio, donde todo eran tejas, candados, cerrojos y tran cas desm esuradas.


P o r las noches, el m a trim o n io de veía o b lig a d o a d o rm ir sobre unos colchones tirsclos en el suelo en la s a líta fronte ra a la a lcob a de la dueña. U nicam ente p o r las m a ñ a n a s la tfa de L uísin. expul­ sado p o r c ulpa de su travesura del afecto de la her­ m a n a de su m adre, m o s tra b a a qu élla deseos de h a ­ llarse sola en los desvares del palacio . C o n diversos pretextos, a le ja b a a sus cria do s y se entregaba a una e xtraña labor.


E L T E SO R O U E LA SO LT ERO N A

N o fueron sin o fá b u la la s proporciones del tesoro. E scon d id o b a jo a lg u n a s ta b la s del desván, dond e se g u a rd a b a n (os em butidos y el tocino de la m atanza, h a b ía hasta tres orzas pequeñas, y a m á s un saquito de cuero detrás del cuadrifo de m arras, que h ac ia ve­ ces de! po rtam onedas de uso corriente de la em pavo­ recida m u jer. C o m o supo n ían lo s a n lg o s de d o ñ a Mar« tin a , su riqueza representaba un cóm o do p a s a r con la a y u d a de sus la bra n za s. N o o tra cosa. Pero ella nece­ s ita b a m a n io b ra r de m an e ra que sus criados no descu­ b rieran q u e aquellas m aderas h a b ía n sido levantadas. U n tra b a jo increíble p a ra sus fuerzas, realizado p o r v irtu d de un a r a ra e n ergía que se h a d a d o m u d ia s veces a im pulso de un terror desm edido en ocasiones que se creen decisivas, fué tenazm ente realizado...

E l m a rid o h a b ló a su caro m ita d : — ¿ N o te parece extraño esto del a m a ? — M e lo parece. T e n g o la seg urid ad que el tesoro existe, y que esta v ie ja lo está enterrando m e jo r o c a m b ián d o lo de sitio.


Ib a escondiendo s a dinero.


E L C m M B N D E C U EN CA

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L a m u je r suele tener un terrible in s tin to p a ra las cosas m alas. E l refrán “ piensa m a l y acertarás” tiene u n a evidencia frecuentísim a. G u ia d a p o r la corazo nada, la c ria d a se dedicó a e sp iar a su am a. N o se h a b ía en­ g a ñ a d o . D o ñ a M a rtin a , v aciad as o rzas y saco, ib a es­ condiendo su dinero, m u y envuelto en trapos, entre la la n a de los colchones, que lue go v o lvía a coser. A ho ra se e xplicaba la sirvie nta p o r qu é ei a m a se n e g a b a a que sus m anos m ercenarias le hicieran la cam a, y po r qué, a disculpa de posibles robos a un a ca sa donde s ó lo h a b la dos pobres m ujeres y un hom bre vieío , to­ do, arm arios y puertas, los ce rrab a con dob le vueha de llave, y n o se desprendía ni del llavero ni del ro­ sario.


L A T E N T A C IO N

N oche de llu v ia d e lg a d a y de ventisca in g ra ta era a qu élla de noviem bre. L ú g u b re todo en el p alacio y en las calles solitarias, d ca n ta r de las ho ras p o r los se« renos tenía un a v a g u e d a d escalofriante y angustio sa com o un a saeta de la ronda del P ecado M ortal. M a rid o y m ujer, inquietos, no p o d ían dorm ir. La in sinu a ció n fem enina ib a m in a nd o el r«celo del h o m ­ bre. E sta v ie ja se m uere con un susto cualquiera. T e n az, sugeria: — D espués de todo, ese dinero nadie sabe con cer­ teza que exista. C o n las cara s ta p ad a s y ella am orda* z a d a, es coser y cantar. S e m b ra b a en terreno pro picio. L a ú ltim a vacilación se fué con la esperanza de la im punidad. M a rid o y m u jer, disfrazados, p e n e t^ r o n viole n ta­ m ente en el dorm ito rio de d o ñ a M artin a,


M a rid o y m u je r pe netraron en el dorm itorio,


E L C R IM E N

E l ruid o despertó a

solterona, q u e se sin tió m o­

rir p o r terror. Y g ritó , antes de que la pu dieran amor» d a zar: — IS o c o rro í ¡Socorro! E l ho m b re se echó sobre el d é b il cuerpo y le aga* rpotó el cuello. S e g u ía g rita n d o , con v o z m ás a p a g a d a : — ¡S ocorro! i Socorro! £1 m iedo a q u e las apelaciones de aux ilio lleg a ra n al exterior del caserón, hicieron lo dem ás. Los dedos o b ra ro n aho ra po r instinto de conservación, y la vida de d o ñ a M a r tin a se e xtinguió, e stran g ulada po r la presión feroz. S ig u íó un rob o lento, tra n q u ilo , en el que tuvieron la a y u d a poderosa de la soledad, la la rg a noche, el viento y la lluvia.


TEM ORES D EL PUEBLO

A la m a ñ a n a siguiente am aneció u n o de esos días claros, risueños, soleados, en que ya no se recuerdan las ho ras desapacibles p a s a d as la noche an te rior; un d ía de gloria, que predispone a l a lm a co ntra tos sombríos autores de un asesinato. E l g uarnicionero, m uy de m a ñ a n a, llegó a l caserón: — ¿ Y el a m a ?— preguntó. — A ú n duerme. ¿Q uiere usted que U despierte?— fué la respuesta tra n q u ila dei g uard a , en cuya a ctitud serena era im ponible descubrir in d icios del crim en com e­ tido la noche anterior. — ¿ L a lla m o ? - ^ N o . V olveré m ás tarde. A m edia m a ñ a n a , a esa h o ra que p a ra la s gentes de un p u e b lo suele ser m uy tarde, bien prem editada* m ente, la c ria d a de d o ñ a M a r tin a fué a hacer su com ­ p ra a la tienda frontera. — ¿ Y d o ñ a U rra c a ?— in q u irió el dueño, m ientras a c u m u la b a sobre el m o strad o r latas de conservas. — T o d a v ía no la he visto hoy. — N o h a b rá vuelto de la iglesia. __ E l caso es q u e I? puerta de su cuarto e stá ce­ rrada.


— O^'e, tu r a ver si la h a n asesinado— chanceó, m a­ cabro, el tendero. — V am os, calla. — C om o a h o ra an d a tanto la d ró n p o r los cam inoá... A l tío PereíM se le han llevado esfa noche d os gallí* ñas, las m ás ponedoras que tenia. — M e está$ alarm ando. — O a lo m e jo r se ha puesto m a la — intervino otra vecina. — N o. N o s h a b ría llam ado. Ahora- dorm im os al pie de su cuarto. — ¿ V no habéis o ído n a d a ? — N a d a . E l viento». — S í que ha hecho un a nochecita... — ¿S ab e s que me has puesto en c u id a d o ? V oy a ver. n o sea q u e le hay a pa sad o algo. L a v ie ja se d irig ió a l p&lacio con aire preocupado, m ie ntras en la tienda ya qu ed a b an tres o cuatro pa ­ rro q u ia n as in ic ia n d o los temores futuros. — A lo m ejor, un d ía esa m u jer aparece estrang u­ lada. T o d a la com arca sabe lo rica q u e es y que vive sola, y un día desaparecen los dineros s in d e ja r ras­ tro. — Y a , ya. D e b ía tener viviendo con ella a la her­ m a n a y a los sobrinos... E n fin, gente que la guarde. — T a m b ié n es verdad, que con este p a r de carca­ m ales que la g u a rd a n la casa, ¿ q u é ib a a ser de e^la en caso de que lo s ladrones asaltasen la casa? E n este p u n to de la conversación, se oyeron gritos de la parte del palacio. — iS o c o rro í iS o co rro l... C o rra n , p o r favor. E l a m a está muerta.


E L CR1A\EN D E C U EN CA

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D ^s d e U v entana del d o rm ito rio do dofla M ñ ttiiia , e] m a trim o n io g u a rd iá n gesticulaba, y la m u je r vejase c óm o se üe va ba las m anos a la cabeza con adem án desesperado. — ¿ H a b é is o íd o ? ^ Q u e han m atad o a la vieja... ^ N i que nos lo h u biera avisado D ios. T o do s corrieron h a c ia el caserón, C inco

m inutos

m ás tarde, el puebJo lo d o sabia la noticia. U no s de los que acudieron precipitadam ente fueron e) g uarnicionero y s u mujer» desarrollándose delante del c a d áv e r la patética escena <)ue es de suponer. A parecía el cuerpo de d o ñ a M a r tin a caid o en el suelo b oca a b ajo , m a n ia ta d a y am o rd a za d a. L a m uer­ te h u biera parecido p o r asfixia a n o ser p o r determi^ n a d a s señales descubiertas en el cuello. L a s ropas de la cam a en desorden y e! colchón destrozado desperta­ ron la sospecha de que ella g u a rd a b a a llí el dinero, y le h a b ía sid o robado. ¿P e ro p o r q u ién ? A lg u ie n d ijo : ^ E s t a noche han ve nid o ladrones a l pueblo. — A l tío P e re jil le han rob ado seis g allin as. ( Y a h a b ía n a um en ta d o cuatro ; dentro de poco s erian diez y seis.) — Los perros han a u lla d o m ucho durante la noche. — C o n e! viento n o se ha sentido nada. — L a lluvia ha b o rra d o las huellas. P oco tiem po después lleg ab an a l lu g a r del crimen el jue z, la G u a rd ia civil, el c u ra ; m ás de m edio pue­ b lo haciendo toda clase de com entarios. P a ra los unos, aquello era un castigo, po rque la avaricia lo merece,


P a r a los otro$, la v id a en sole d ad es un a imprudeti> cía. L o s tnás, sin em bargo, l.m :untab an el triste fin. V in o el m édico , y d eclaró que la victim a hab ía m u erto estran g ulada. £1 ju e z em pezó su interrogatorio. — ¿U stedes no han visto n a d a?- ^ínterrog ó, d irig ién ­ dose a l m a trim o n io g u a rd ián . — N ad a. Y eso que d o rm ía m o s a hi a l lado. Adem ás, en esta casa todo d a m iedo. E n cuan to se m ueve im poco de ventisca, to d o son ruidos. E s ta noche hemos estado to d a la noche oyendo golp ear un a ventana. — ¿D ó n d e e stá esa v o it c n a ? — D e b ía ser el desván ; com o a llí n o tienen fa lle b a s ... — ¿ H a b ia recibido am<;nazas d o ñ a M a rtin a ? — N o , señor. — ¿ E r a m uy rica? — N o crea usted. H a b lad u ría s de la gente. P a r a ir viviendo, y con m u c ha econom ía. — ¿ N o sospechan ustedes de nadie? — ¿ Y de quién vam os a sospechar? A q u í nos cono­ cemos todos. < — E s que d o ñ a M a r tin a no se ha e stran g ulado sola — se im pacie n tó el juez. — ¡Y quién sabe ! ¿ N o dicen que a n dan bandido s p o r esos cam inos? F u é lla m a d o el cabo de la G u a rd ia civiL T uvo que confesar que, visto el m a l estado del tiem po, un a noche fría , de ventisca y lluvia, no h a b ía n hecho salida de vigilancia. — ¿ E s cierto q u e p o r la co m arca h a y b a nd ido s? — E so dicen, y desde luego a lg u n a d ilig e n cia h a si­ do a s a lta d a ; pero h a s ta a h o ra no h a b ía n en trad o en lo s pueblos.


E L C R IM B N D E C U E N C A

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— Pero puede ha b e r sucedido. — C om o poder, si, señor. Se o rd en ó el levantam iento del cadáver, que aquella ta rd e m ism a q u e d a b a enterrado. P a r a to d o ei m u n do fué q u e b a n d id o s de los que tenían con las alm as en v ilo a to d a la comarca^ ha­ b ía n entrado en el pueb lo y com etido el robo y asesi» n a to de la d u e ñ a del caserón palacio. — A l tio P e r e jil- s e g u ía diciendo un a v ie ja terca— le h a n rob ado veinte g allinas. — Y en el pueb lo de a l lado quisieron rob ar la igle* sia. — ¡Q ué b a n d id o s i N o respetan ni la casa de' Dios.


R E A C C IO N E S D E t P U E B L O

D u ra n te el fin del o to ñ o y las v i b r a s de la inver­ n ada, durante lo s d ía s de la recolección de castañas y bellotas, y las alegres noches hogareñas dedicadas a la m a tan za, los inevitables y acostum brados cuentos de ladr&nes y de fantasm as fueron a n im ad o s este a ñ o p o r la n a rración del suceso reciente. D e chism orreo en d iísm o rre o , a la fo rtun a de d oña M a r tin a le pasó lo q u e a las g a llin a s del tío Perejil^ que se m u ltip li^ c a ró n com o el m iU g ro de les panes y lo s peces. P oco m enos h a b ía sid o la infeliz señora que un a especie de Creso con enaguas. L o cierto es que la in culp ación del crim en se echó sobre los h o m b ros de unos ladrones de cam inos, a los que, en realidad, n a d ie h a b la visto ni la fig u ra . S ólo el g uarnicionero, im p u lsa d o p o r secreto aviso, no ce­ saba en sus ruegos a l juez, — P ero si no encuentro indicios. ¿U ste d sospecha de a lgu ie n ? — Y© no, señor. — ¡Entonces, hom bre 1 — P ero me a p o yo en u n a cosa. E so de qu(.* unos b a n d id o s h a y a n p o d id o penetrar en el p o b la d a es un absurdo. Y , sin em b arg o, mí c uñ a d a está m uerta y el


P .l C R IM E N D E C U E N C A

3l

dinero h á desaparecido. Lu eg o lo s ladrones están en el pueblo. E l ju e z se e ncogió de h o m b ros y d espid ió a l recla­ mante. — E ste lo que qu isie ra es que el dinero aparecie­ se, p a r a que le diéram os a él... E n la víspera de N av id a d , el antig:uo criado> Q ue s eg uía viviendo en el caserón, fué a C uenca p ara ha ­ cer sus com pras de la P ascua de N avidad. A la gente le sorprendió este pre parativo de festín, recordando que en años anteriores la m esa del m atrim o nio h a b ía sid o p a rc a y hum ild e , a u n recibiendo el a g a s a jo de la dueña. E l tendero in sinu ó : — T e n d ría g r a d a que éstos supie ran d ó n d e estaba el dinero de la v ie ja , y se lo v a y a n a gastar alegre­ mente. A qu ella m is m a noche, u n o del pueb lo entró en casa de^ guarnicionero. — E n C uenca m e he encontrado a l criado de M ar­ tin a , y le he visto c a m b ia r en la p o sa d a u n a o n za de oro. — Pues eso m ism o vas a ir a h o ra a contárselo a l juez. L a sospecha de las m alas acciones prende rápid a ­ m ente en los cerebros hum anos. — 1 M a d re de D io s ! ¿ S e rá po sib le? L a L u is a y el D a m iá n ^os crim inales...


J U S T IC IA M u y de m a ñ a n a llegó el ju e z al caserón. E i D a m iá n y la L uisa, con gran regocijo, co m e ntaban la s comp r a s hechas p o r ellos la tarde anterior. — P re p a ran d o la N ochebuena, ¿e h ? — S¡, señor. — ¡Q ué c a llad ito ta lo teníasi E i m a trim o n io se a U n n ó ; tan inesperada fué la pre­ gunta. — ¿ E l qué, señor jue z? — Q u e e staba en vuestras m anos el dine ro de d oña M artin a. — ¿N o so tro s? — Y q u e m irán d o o s a l espejo veréis la c a ra de los asesinos. — ¡S eñor ju e z ! — E stáis descubiertos. E l pueblo, con *ra v e n gativa, se a lzó c o n tra los ase« sinos, c lam an do p o r ei cum p lim ie n to de u n a ju s tic ia inexorable. E l g uarnicionero, ce jijunto , escuchaba el relato del juez. — Y así era. Los ladrones estaban, no en el pueblo, s in o en la casa. — N aturalm ente. — Y usted, ¿ p o r qu é no lo denunció? — P orque nadie debe deniinciar p o r sospechas, p o r fun d am e n tad as que sean. Adem ás, yo n o soy delator. E l descubrim iento de las m a la s acciones pertenece a la justicia.


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