En 1557 Carlos V se retiró a Yuste para
disfrutar de los últimos meses que la vida le
regalaba. En el cenobio extremeño el anciano
se dedicó a vivir como lo que era, un
emperador sin obligaciones. Se abstuvo del
trato íntimo con mujeres, degustó ostras
francesas y longanizas de Tordesillas, puso
en hora y dio cuerda a su colección de relojes
y se entretuvo con los alambiques de
destilación.