San Pedro de Atacama

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EL DESIERTO DE

San Pedro de Atacama es una comuna chilena ubicada en la Provincia de El Loa, en la Regiรณn de Antofagasta.

ATACAMA EL INICIO DE UNA AVENTURA

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Una de las paradas en la expediciรณn de la Laguna Cejar, son los Ojos de Sal.

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La expediciรณn del Valle de la Luna es uno de los mรกs populares.

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San Pedro de Atacama Reportaje y Fotograf ías por Natalia Cárdenas

Ésta aventura comienza todavía más atrás, a inicios de Agosto del 2014, cuando mi compañera Araceli y yo nos aventuramos a viajar a Chile durante 6 meses. Llegamos primero a Valdivia, una pequeña ciudad costera al sur del país, donde las nuevas experiencias nos ayudaron a crecer. Yo tenía 20 años, y a pesar de mis ganas de aprender y vivir, me di cuenta de que muy en el fondo tenía miedo. Miedo de la incertidumbre y no conocer el lugar donde ahora vivía, y quizás también la inseguridad al pensar brevemente que no podría hacerlo, que no podría estar 6 meses alejada de mi hogar y todo lo que conocía. Después de un viaje de casi 3 días llegamos a Valdivia, durante la media noche de un sábado lluvioso y abrumador. Nuestra cabaña era pequeña, la ciudad era pequeña, todo era pequeño. Por un momento sentí pánico al repetirme a mí misma que estaba casi en el fin del mundo, lejos de todo lo que conocía. Hubo un momento en que me mire en el espejo y vi a una niña todavía. Una niña que salía de casa por primera vez, que extrañaba a sus padres, hermanos, amigos, mascotas. Una niña que jamás había cargado una maleta tan grande. Me sentí pequeña y nerviosa, pero dentro de ese nudo de emociones en mi interior algo comenzó a brillar con gran intensidad. Un brote de alegría que se esparció por todo mi cuerpo. Me dije que tener miedo en esos momentos era una bendición, porque aquello implicaba que ese era el momento en que algo increíblemente bueno

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El centro de Atacama es un pueblo pequeño repleto de extranjeros que se pasean por las diminutas calles. y maravilloso estaba comenzando a ocurrir en mi vida. Una experiencia que me dejaría marcada. Después recordé que no estaba sola, Araceli estaba conmigo, y después se agregarían todas las personas que conocería en el camino, personas que me ayudarían a crecer y a entenderme mejor. Valdivia, mi ciudad bajo la lluvia, fue solo el inicio, donde me enseñaron a aprender, a sentir la calma y la paz que la naturaleza te brinda día con día. Atacama fue el comienzo del final de esta gran aventura, donde aprendí que viajar te hace humilde. Aprendes a confiar en personas desconocidas, y a veces, son esas personas las que se convierten en grandes amistades. Atacama me enseñó a adaptarme, a descubrir que entre más viajas tu mente se vuelve más fuerte y tu confianza se eleva. Obtienes una gran perspectiva del mundo y descubres que la esperanza aún existe.

La planeación de este viaje fue muy complicada. Nuestros estudios en la universidad culminarían a principios de Diciembre, pero fue en ese momento que los maestros suspendieron sus actividades académicas como símbolo de protesta al sistema administrativo de su educación. No sabíamos que hacer, la escuela de artes estuvo cerrada durante 3 días, y después de que abrieron sus puertas varios maestros aun no regresaban. Nuestra fecha de regreso a México ya estaba fija y también nuestros planes para visitar San Pedro de Atacama como último destino. Al final, las personas de administración nos ayudaron, entregamos todas nuestras tareas finales y comenzamos a empacar. Esa cabaña fue nuestro hogar durante un largo tiempo, me acostumbre a su tamaño, a su chimenea (tuvimos que aprender a prender leña), su pequeño baño y el cuarto que compartía con Araceli.

Mientras tendía mi cama por última vez recordé nuestra primera noche en ese lugar, el como no podía dormir porque tenía mucho frío, me temblaba todo el cuerpo, jamás había sentido mis pies tan helados. Aprender a usar la leña fue definitivamente instinto de supervivencia, hacíamos de todo para mantener el calor. Recordé la lluvia, que limpió todas mis inseguridades durante todo ese tiempo, aprendimos a lidiar con goteras, tener que pagar renta, comprar la despensa, lavar nuestra ropa, administrar el dinero, usar agua fría para casi todo para no tener que pagar tanto por el gas a final de mes, limpiar la cabaña todos los domingos, hacer tarea, caminar; jamás había caminado tanto. En un principio caminar fue lo más cansado y doloroso del mundo, por momentos deseaba que alguien fuera por nosotras, y no siempre podíamos tomar un taxi, pues ahorrar dinero era esencial.

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“Atacama me enseñó a adaptarme, a descubrir que entre más viajas tu mente se vuelve más fuerte y tu confianza se eleva. Obtienes una gran perspectiva del mundo y descubres que la esperanza aún existe.” Con el tiempo descubrí que en realidad caminar era lo más reconfortante del mundo. Las preocupaciones desaparecían con el viento húmedo y helado. Me sentía feliz con el olor a madera y río. El clima era perfecto, por fin podía respirar y el sol me guiaba todos los días. En fin, que la despedida fue lo más difícil. Primero nos despedimos de nuestros maestros, me sentí muy agradecida con todos ellos, en especial el Maestro Rodrigo, que me enseñó la maravilla de la fotografía análoga, y el maestro Jorge, que me enseñó a amar el documental. Tomamos nuestras maletas y dijimos adiós. Y así, Araceli y yo dejamos nuestra cabaña y esperamos nuestro autobús en la estación, entre las dos cargando un montón de maletas y recuerdos de felicidad. No teníamos todo completamente planeado, pero teníamos ideas bastante decentes. Tomaríamos un autobús de Valdivia a Santiago, un viaje de 12 horas, al siguiente día tomaríamos el que nos llevaría directamente a Atacama, un viaje de 1 día completo. La verdad diré que no me había puesto a pensar lo que un viaje de 1 día implicaba, ni mucho menos lo que se sentía. Comenzamos esperando 6 horas en la estación de Valdivia, al llegar a Santiago esperamos otras 3 y cuando llegamos a Atacama recordé que, efectivamente, era un lugar maravilloso, claro que después de casi 40 horas de viaje sentada en un

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pequeño asiento cualquier pedazo de tierra lo es, pero en realidad fue un viaje muy divertido. Aprendí que los baños de un autobús no son de confianza y que siempre es mejor llevar comida propia, y que, al parecer, por la noche yo era la única persona que no dormía. Y a pesar de la incomodidad y el insomnio mi felicidad jamás desapareció. Cuando llegamos solo quedábamos un aproximado de 10 personas en ese gran autobús de 2 pisos, y descubrí que Atacama era todavía más pequeño que Valdivia. San Pedro se encuentra a unos 1700 km de Santiago y es la entrada al Desierto de Atacama, uno de los más áridos del mundo. Su clima es seco, muy seco, ahí la humedad es un mito. Nuestra primera gran aventura en Atacama fue llevar las maletas a nuestro Hostal. De todos los turistas éramos las únicas que llevaban cargando más de 2 maletas cada una (es una ciudad de mochileros). Las calles, que en realidad eran pura arena, eran empinadas, y tener que subir las maletas fue lo más pesado del mundo. Nos turnamos, la maleta de Araceli se rompió, el sol picaba nuestra piel, no había comido algo además de sándwiches en 4 días, no me había bañado en un tiempo considerable y yo no paraba de reírme de nuestros intentos por subir las maletas. Al final, yo me quede con las maletas y Araceli subió al Hostal para pedir ayuda.

La mujer, Natasha, era una estudiante alemana, y casi no hablaba español. Realmente me pregunte como fue que las dos fuimos a dar a un hostal donde casi nadie hablaba español. Fue divertido hacernos entender, pues aunque ella hablaba inglés su acento era tan notorio que casi no se entendía nada. En fin, que llegamos al Hostal con el corazón a punto de explotar. Tuvimos que esperar 2 horas más para registrarnos porque nuestra habitación aún estaba ocupada, y mientras esperábamos descubrimos que Natasha tenía un conejo de mascota, al que le gustaba morder y jugar con todo lo que se encontraba. Jamás me había sentido tan aliviada como cuando sentí el agua helada de mi primer baño en días. No me importaba si era baño compartido, o si era pequeño, lo importante es que me sentía limpia. Después de que cada una tomo un baño nos aventuramos a pasear por la pequeña ciudad. Había paredes de barro cuarteadas, puertas de paja, techos bajitos, todo parecía atorado en el tiempo, cada tanto pasaban combis turísticas por las estrechas callecitas. Era hermoso. Aun con el calor y mi piel quemada me sentí bendecida. Todavía más cuando después de tanto tiempo nos detuvimos en un restaurante y probamos el sabor de la felicidad. Un plato de espagueti en medio de la nada. Solo nosotras, las maletas y este hermoso mundo.

Ese restaurante se volvió nuestro punto más importante, siempre íbamos a comer ahí. Su menú consistía en espagueti, pollo y carne, y unas empanadas de queso tan deliciosas que sabían a gloria. Después de un día caluroso y cansado llegar ahí era un suceso maravilloso. Después de calmar nuestra hambruna caminamos por el centro buscando una agencia turística que nos brindara información. Fue durante esos momentos que descubrí la impresionante cantidad de turistas que visitaban esa ciudad. Escuchábamos una gran cantidad de idiomas por doquier. Caminamos y caminamos hasta que nos encontramos con la Agencia Latchir. El muchacho que nos atendió pareció aliviado de tener turistas latinas frente a él, nos dijo que le encantaba México (todos nos lo decían) y que si alguna vez ocupábamos algo podíamos acudir a él. Reservamos 3 días completos de expediciones por el desierto y sus alrededores, pagamos el total y regresamos al Hostal. En nuestra habitación observamos el cielo que se iba oscureciendo, y las estrellas que brillaban con gran intensidad. Nos dejamos mecer por el aire caliente, remojándonos los labios, que se ponían resecos, mientras la noche ponía los termómetros en negativo, el frío me recordaba a Valdivia por un momento y durante la noche dormía con las rodillas contra mi pecho, esperando a que la brisa de la mañana nos despertara de nuevo.

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En ésta Laguna era donde se concentraban todos los turistas. Se ponían sus bañadores y jugaban en el agua, tomaban fotos y se recostaban en sus grandes toallas de playa. Pero no observaban el interminable desierto que nos rodeaba. El gran cielo azul que nos cubría. La tonalidad de la Laguna, que se perdía en las gamas de un verde brillante, como si fuera una hermosa gema, donde el centro era más oscuro.

La Laguna Piedra se encuentra en la Región de Antofagasta. Es una de las más visitadas por los turistas.

La primera expedición a la que fuimos fue la de la Laguna Cejar, que se encuentra en la cuenca del Salar de Atacama. Es un cuerpo evaporítico (Domo Salino) que forma parte del conjunto de sistemas salinos en la parte más baja y húmeda del Salar de Atacama. El traslado lo realizamos por medio de la agencia que habíamos contratado el día anterior. La expedición comenzó a las 15:00 pm y regresamos a las 20:00 pm. El autobús nos recogió en las oficinas de la agencia, junto con otros turistas. Había de todo en ese lugar; franceses, alemanes, estadounidenses, etc. En fin, que entre todos ellos éramos muy pocos los que hablabamos español. El guía era un joven de casi nuestra edad al que le gustaba platicar con todos. Nos hablo sobre sus experiencias, y como al año siguiente viajaría a España para continuar estudiando.

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Ahora no recuerdo su nombre, pero habló también sobre su lugar de origen, Calama, otro pequeño pueblo cerca de Atacama. Mientras hablabamos y escuchaba los parloteos de idiomas que nunca había escuchado, observaba por la ventanilla del autobús el vasto terreno que conformaba ésta ciudad. Parecía otro mundo completamente, todo era tan brillante y a la vez tan seco. Era hermoso. Al llegar al lugar, lo primero que sentí fue el fuerte aroma a sal. Lo transportaba un aire seco, pero a la vez refrescante. Había olvidado lo picoso y caliente que podía ser el sol, incluso en invierno. Mientras cubría mis ojos con lentes oscuros, el guía nos encaminó a la primera laguna, la Laguna Piedra, un conjunto de agua colorida. La sal podía verse adherida al suelo, formando grandes capas de piedra cristalizada (de ahí su nombre).

Recuerdo que era un lugar muy silencioso, casi podía tocar el cielo en ese enorme paisaje. No podías evitar detenerte y observar. Dejarte llevar por la inmensidad de la naturaleza. Gran parte de este viaje me recordó lo pequeños que realmente somos los humanos. Unos organismos minúsculos en ésta inmensidad que es el mundo que nos rodea. A veces me dejaba sin aliento el solo observar una puesta de sol, o las estrellas parpadeantes durante el anochecer. Me hacía feliz pensar que el mundo prosperaba y crecía a mi alrededor. Cerca de ésta laguna se encontraba el gran atractivo principal, la Laguna Cejar. Se trataba de un ojo de agua en el centro de la tierra. Tenía tanta sal, que tu cuerpo no podía hundirse. El agua era fresca, pero al salir tu piel se resecaba y picaba por la cantidad de sal a la que estuvo expuesta.

Después de remojarnos un poco regresamos al autobús, donde ya se encontraba el guía. Nos mencionó que la siguiente parada serian los Ojos del Salar. Pozos de agua circulares que se encontraban uno al lado del otro. Su color era del mismo verde que el de la Laguna Cejar, y soltaban el mismo aroma salino. Nuestros compañeros de viaje realizaban acrobacias para entrar al agua, y se sumergían a lo más profundo para explorar. Mientras tanto, Araceli y yo observabamos a nuestro alrededor. Tomamos fotografías de muchas cosas, y hablamos de nuevo con el guía. Ésta fue una parada un poco más larga que la anterior, la cual aprovechamos fervientemente. Nuestra última parada fue la Laguna Tebenquiche, que esta emplazada en el Salar de Atacama, el más grande de Chile con una superficie de 3.000 km2 aproximadamente. Bajo el salar hay un lago furtivo por una gruesa capa de sal, que contiene las mayores reservas de litio del mundo. Esta capa está abierta en algunos lugares, mostrándonos lagunas que son hábitat de aves como flamencos, taguas y guallatas. Fue en este lugar donde vimos una hermosa puesta de sol. El guía y el conductor del autobús sacaron una hielera y repartieron bebidas y comida entre los turistas. Había una cantidad considerable de viajeros, pero era un lugar tan hermoso y tranquilo que no te dabas cuenta. Brindamos por la vida y la felicidad. Tomamos fotografías y observamos el paisaje. “Nunca había agarrado una cámara asi.” dijo nuestro guía, cuando nos tomó una fotografía a Araceli y a mí. Atrapamos el sol en nuestras manos, y junto con personas desconocidas observamos como descendía el sol entre la cordillera. Allí, a lo lejos, el color era anaranjado y amarillo, la base del cielo era rosado y la punta más alta nos cubría con un azul oscuro, que mostraba los primeros inicios de la noche.

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Laguna Cejar

Ojos del Salar.

nรณmada San Pedro de Atacama 48 Ojos del Salar.

Laguna Tebenquiche

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El atardecer en la Laguna Tebenquiche 51 San Pedro de Atacama


“Miraba hacia el cielo, y entendía que no estábamos solos. El universo entero es amplio y maravilloso. Conspira solo para darnos lo mejor del mundo.

La expedición de los Geysers del Tatio fue una de las más cansadas, y también la más larga. La aventura comenzó a las 4:30 de la madrugada, cuando el pequeño autobús paso a nuestro hostal por nosotras. Hacía mucho frío a tan temprana hora, y sabía que estando allá arriba sentiría aún más. Llevábamos chaquetas de invierno gruesas, contrastando totalmente con el paisaje seco del oscuro desierto. Cargué mi cámara, unos guantes y una botella de agua. Una vez que todos los pasajeros estábamos en el autobús, el guardia nos dijo “Si alguien tomó o comió carne todos nos vamos a dar cuenta.” La razón de esto era que debido a la gran altura en la que se encontraban los Geysers, no era recomendable tomar, o comer carnes rojas un día antes, debido a que eso te deshidrataba, y por ende podrías mostrarle a los demás viajeros el colorido contenido de tus ácidos estomacales. La distancia del centro de Atacama a los Geysers era larga. Tardamos casi 2 horas en llegar. Fueron las horas más largas de mi vida. Todos se quedaron dormidos en el camino, pero yo no podía, me daba miedo la altura y sentía cómo mis oídos se tapaban, así que controlaba mi respiración todo el tiempo. La altura a la que llegaríamos era de 4500 mts sobre el nivel del mar, y el clima sería de -12 grados centígrados.

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Los Geysers del Tatio es uno de los lugares más fríos en Atacama.

Mientras observaba por la ventanilla del autobús me di cuenta de que realmente nunca había visto las estrellas. Me dieron ganas de llorar por lo que estaba viendo. Y mientras trataba de admirar y consagrar en mi mente la belleza de la transición del anochecer al amanecer trataba de no vomitar. La altura me molestaba un poco, me sentía mareada, y empeoraba si miraba el cielo en movimiento, pero no podía evitarlo. Ese cielo estrellado no lo vería en mi hogar, no así de cerca y alcanzable. No solo era hermoso, las estrellas eran como los árboles en el bosque, seres vivos que respiraban y centelleaban con gran intensidad. Miraba ese cielo, y entendía que no estábamos solos. El universo entero es amplio y maravilloso. Conspira solo para darnos lo mejor del mundo. A nosotros que soñamos y trabajamos por cumplir nuestros sueños.

Al llegar al lugar, pude notar que, efectivamente, estaba muy helado allí arriba. Y la altura era todavía más opresiva y difícil de manejar. Al menos al principio, donde sentía que ese no era mi cuerpo, no podía moverme como de costumbre. Si lo hacía muy rápido mi cabeza comenzaba a dar vueltas y mi estómago se quejaba. Una vez me agache para tomar una fotografía y me levante rápido. No lo volví a hacer. Nadie nunca lo haga, por favor. Es la peor sensación del mundo. Mientras el guía hablaba sobre la historia y el crecimiento de los geysers, y el como cada uno tenía un nombre (al menos para él), yo tomaba fotografías del paisaje a mi alrededor. Todos esos escenarios que observaba me hacían sentir como si estuviera en una película, me recordaba un poco al Señor de los Anillos, y El Hobbit, donde Gandalf le dice a Bilbo: “El mundo no está

en tus libros y mapas. Está allá afuera.” Tenía mucha razón. El mundo es tan vasto, tan increíble, que no podía razonar lo que observaba, solo me dejaba guíar por lo que me hacía sentir. Pequeña, quizás, pero indudablemente bendecida. Estuvimos en ese lugar un largo rato, donde descubrí que el vapor de los geysers era cálido y maravilloso, pero que si caías en ellos podías morir por quemaduras debido al agua tan caliente que se encontraba ahí dentro. Nos dieron un pequeño desayuno, un poco de pan con café. Me lo comí lentamente, para no molestar a mi estómago. Mientras comíamos el sol comenzó a salir entre las nubes, era cálido, y lo recibí como a un viejo amigo. Después del frío de la madrugada, ese calor era bienvenido. Observamos una última vez el paisaje y continuamos con nuestra aventura.

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Pequeño Geyser donde calentamos nuesttras manos.

Uno de los geysers más grandes suelta vapor cálido.

EL sol comienza a salir entre las nubes. 54 nómada San Pedro de Atacama

Pequeño geyser apenas en formación.

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El pueblo Machuca se encuentra practicamente despoblado.

Uno de los lugares que también visitamos fue un pequeño pueblo Machuca (cultura originaria de Atacama). Este lugar no era más que una sola calle recta, donde en lo más alto había una pequeña capilla blanca hecha de adobe. Las casitas (unas 10) también estaban hechas de ese material. Eran muy pequeñas y no todas estaban habitadas. Era un lugar muy tranquilo, con muy pocas personas y muchas llamas. Fue la primera vez que probé carne de llama, estaba deliciosa. Venía en trocitos en un palito de madera, como brocheta. Cruzando la carretera se podían observar a las llamas mientras comían, y en el pequeño pueblito, a los perros que seguían a todos. Estuvimos ahí por un tiempo, nos paseamos por la pequeña calle y observamos la iglesia desde lejos. Había varias camionetas antiguas sin usar, y arriba de las casas colocaban cruces como protección. Era un lugar muy bonito, tranquilo y único. Como esos pueblitos de antes donde las personas entraban a sus casas temprano y se levantaban con

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Sus escasos habitantes se dedican a la agricultura, pastoreo y producción de quesos.

el primer rayo del sol y el canto de los gallos. Era un día seco, como todos en Atacama, pero la brisa del viento era agradable, y la ausencia de sonidos fuertes era maravillosa. Estábamos en un pueblito, en medio de la nada, comiendo carne de llama. Que más podía pedir. Una de las señoras en ese lugar vendía mucha artesanía característica de ese lugar, y había un pequeño restaurante que servía platillos típicos. Mientras varias personas entraban nosotras nos sentamos a la sombra y escuchamos a las perosnas hablar. El señor que servía las brochetas de llama era un hombre grande, de cabello blanco. A veces se quedaba dormido, y una de las mujeres lo despertaba riendo. No había notado por un tiempo que el acento del norte de Chile es muy distinto al del Sur. Es menos notorio y no tan brusco. Pronuncian menos la palabra “Ya” y “Po”, que agregan a casi todo lo que dicen. En Atacama había más una combinacón de muchas cosas. A pesar de ser un pueblo pequeño, tiene mmucha diversidad. Brochetas de llama a $2500 pesos chilenos.

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Mujer cocinando las brochetas de llama.

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Llama alimentรกndose frente al pueblo.

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El Valle de la Luna es famoso por su parecido con la superficie de la luna.

La expedición al Valle de la Luna fue justo después de la de los Geysers del Tatio. Alcanzamos a comer en nuestro restaurante regular y después el autobús nos recogió para iniciar la aventura. Ese día en la tarde hacía mucho calor. Estaba tan seco, que ya no sentía los labios. Llevaba una botella enorme de agua y aun así la tuve que racionar para mantenerme hidratada. Cuando llegamos al lugar, el guía nos explicó que el Valle de la Luna es conocido con ese nombre debido a la superficie extraña y fuera de este mundo que lo compone. Una superficie rocosa anaranjada y con mucha arena. Algunas partes del lugar no podían ser pisadas, para mantener saludable el relieve. Caminamos mucho tiempo, pero si a algo estaba acostumbrada desde Valdivia, era a caminar.

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Una de las primeras cosas que nos mostró el guía fue la Gran Duna, un gran montículo de arena, que se formó por el movimiento del viento. Nunca había visto una formación de arena, más que en películas, y me senti muy feliz por poder verla en persona. Más adelante se encontraba otra formación conocida como Las Tres Marías, un montículo de piedras que formaba 3 figuras en su superficie. Aquí nos detuvimos durante un tiempo. El guía habló sobre los elementos que componían éstas superficies, y como, después de tiempo, se decidió cerrar al público parte del patrimonio, para protegerlo del desgaste. Después de caminar todavía más, el guía nos condujo por un camino estrecho de montículos elevados de piedra. Escuchamos como se asentaban en el silencio del desierto.

Y escalamos una cantidad considerable. Ese momento fue algo nervioso para mí. Estábamos a una altura considerable, y mientras cargaba mi cámara y todo lo demás tenía miedo de caerme. Afortunadamente todo salió bien, solo manos temblorosas y caras pálidas. Había una pequeña niña asiática a la que constantemente vigilaban debido a su hiperactividad. Corría por todos lados y sus papás siempre iban detrás de ella. Hubo un momento de silencio en el que todos nos movimos a la sombra y nos sentamos a descansar por un momento. La sequía del desierto causaba cansancio y mis labios se cuartearon por el sol. Mis brazos me hervían, a pesar de las 5 capas de bloqueador que me había colocado. Tiempo después, durante otra expedición, descubriría que los labios también pueden quemarse.

Ésta expedición, a pesar de ser cansada, fue una de las más atractivas de todas. Caminamos por el desierto, y observamos paisajes que parecían de otro mundo. Quizás el sol picaba, y mi boca se sentía seca como nunca antes la había tenido, pero la experiencia fue maravillosa. Dentro de ésta misma aventura, se encontraba el Valle de la Muerte, una zona todavia más desértica y plana. La superficie arenosa era interminable y el viento seco nos impregnaba de su aroma. Gran parte de nuestros acompañantes se detenía para tomar fotografías, como nosotras también lo hacíamos. Pero había algo en ese paisaje que daba la sensación de que no cabía en el encuadre. Se desbordaba la inmensidad del lugar. Dabas vueltas y vueltas para poder ver como las dunas continuaban en las lejanías.

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Guía explicando los elementos que componen a Las Tres Marías.

Las Tres Marías.

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Escalando una de las elevaciones del Valle de la Luna.

Explorando una cueva de sal.

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Valle de la Muerte.

San Pedro 66 Portando una bandera de México.

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El autobús de la expedición.

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Valle de la Muerte. 67 San Pedro de Atacama


Anfiteatro donde observamos la puesta de sol.

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ojo, donde nos perdíamos en el vacío de su pupila. Justo frente a la Laguna Miscanti, el guía sacó una hielera y nos sirvió el desayuno. Estaba delicioso, y el simple hecho de tener el privilegio de comer en ese lugar, con esa vista, me hizo sentir feliz y agradecida. Existe una sensación de humildad y alegría cuando personas desconocidas cuidan de ti, o regresan tu confianza. Pues gran parte de viajar, es confiar en una infinidad de personas que no te conocen. Hay que tener fe para viajar de esa forma.

Las Lagunas Miscanti y Miñiques se ubican a 110 km al sur de Atacama y a 28 km del poblado de Socaire.

Por mucho, la expedición que más me gustó fue la de Las Lagunas Altiplánicas. Todo Atacama es hermoso pero ésta aventura fue particularmente especial. Al tratarse de una expedición tranquila y temprana, la mayoría de las personas que nos acompañaban eran personas mayores. Una texana que hablaba español y que su mejor amiga era de México. Una pareja del norte de EUA a la que le gustaba viajar por todo el mundo. Eran personas grandes, podías ver que tenían experiencia viajando. Una pareja brasileña que estaba a punto de casarse y una señora solitaria que nunca descubrimos de donde venía. El guía, sobre todo, era muy carimático. Repetía todo en inglés y español. Platicamos mucho con él, y a sí fue como descubrimos que había nacido en Valdivia. Le hablamos sobre nuestras experiencias, y como habíamos vi-

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vido en Valdivia durante casi 6 meses. La pareja americana lucía muy interesada con esta información. Quizá porque para ellos éramos todavía unas niñas. Pero se mostraron muy amables. Nos volvieron a decir que amaban México, y que deseaban visitarlo de nuevo. Ésta expedición también fue la más hermosa. Los paisajes te dejaban sin aliento. No podía dejar de tomar fotografías, era simplemente maravilloso. El silencio, descubrí, es algo que puedes escuchar si te quedas quieto por un momento. Si observas a tus alrededores y respiras el aire limpio de la naturaleza. Ese era el cielo más azul que había visto. Descubrí que, a veces, cuando uno se mueve en silencio a través de un paisaje tan amplio y abundante, una alucinación abrumadora puede hacer que uno mismo como ser humano se sienta ordenado, incluso en una naturaleza tan caótica.

El espacio que nos rodea es tan vasto que es casi como si nuestra alma se inflara de tanto espacio, como si nuestro cuerpo no fuera suficiente para mantener algo tan intangible dentro de nosotros. Como si la naturaleza llamara esa parte de nosotros que aun se conecta profundamente con sus orígenes antiguos que la unen a esta tierra. La mente se hincha para retener todo ese paisaje, llegando a ser una imagen tan difusa en el proceso que se pierde la capacidad de mantener anclada esa memoria al cuerpo físico. Mientras estuvimos ahí observamos como el sol se levantó para saludarnos desde el horizonte. Este fue el único cambio perceptible en nuestro entorno. Y en el movimiento del sol, sentí algo que casi no sé cómo nombrar: como si fuera un enorme amor cósmico. Como si ese lugar fuera de otro mundo. Éramos los únicos en ese lugar, parecía un enorme

Después de desayuanr caminamos un poco por el bello paisaje. Vimos algo de su fauna, unas vicuñas muy hermosas. Tomamos fotografías, y no dejaba de maravillarme por todo lo que veía, Al ser la última expedición existía cierta nostalgia al observar cada cosa nueva. En cierta forma, era otro tipo de despedida, donde prometes que harás algo con lo que aprendiste en ese lugar. Algo tan inmesurable como la naturaleza nos enseñó muchas cosas mientras estuvimos en Chile, sobre todo en el viaje de regreso. Muchas cosas que pasaron a nuestro favor no tienen otra explicación más que la bendición de todas aquellas personas que nos permitieron entrar a sus vidas durante nuestra estancia en ese bello país. Realmente, entre más lugares visitamos, más me di cuenta de todo lo que no he visto en este mundo. De todo lo que me falta por aprender. Tal vez ese es el mayor aprendizaje: saber que no hay un límite, solo el que nos imponemos nosotros mismos, el mundo está ahí para ser visitado, ser observado. Quizás para mí, la sabiduría y la libertad residen en darme cuenta de lo pequeña que soy en comparación con el mundo, y en cuanto me hace falta para crecer como persona. Si hay una promesa que puedo hacer es que voy a regresar, para observar de nuevo, y ver las cosas que me perdí. Quiero reencontrarme con todas esas personas que hicieron que mi camino fuera más fácil, y también las que lo hicieron difícil, sin ellas no hubiera luchado tanto por cumplir tantos sueños. No solo es el hecho de viajar, es el compromiso que te haces a ti mismo cuando prometes observar el mundo como tal, sin criticar, sin esconder. El mal existe en todos lados, pero también la felicidad y la fe. Incluso en las ciudades pequeñas, incluso en la cabaña más pequeña del mundo.

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Guía explicando lun poco de la historia de Las Lagunas.

Entrada a las Lagunas Altiplánicas.

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Vista de los alrededores de la Laguna Miscanti.

Uno de los turistas tomando fotografías.

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Desayunando frente a La Laguna Miscanti.

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Caminando hacía la Laguna Miñiques.

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Laguna Miñiques.

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Vicuña en la Laguna Miñiques.

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