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Nuestro pensador más incisivo nos plantea un reto capital: ¿sabemos decir no?
Saber decir no puede llegar a ser una fuerza liberadora. Pero ¿cómo podemos hacerlo sin sentirnos culpables o sin perjudicar las relaciones con las personas que tenemos en estima? ¿Cómo podemos discernir a qué hay que decir que sí y a qué hay que decir que no? Este un proceso que requiere aprendizaje y práctica, pero, según Francesc Torralba, es un arte que hay que reivindicar.
«No pretendo enseñar a nadie cómo debe discernir sus síes y sus noes. Sencillamente, vindico el arte de saber decir no, un aprendizaje difícil que va ligado a la madurez de la vida y a la indignación creciente delante de un mundo que no me gusta y que querría que fuese diferente.
Quiero decir no a muchas actitudes, tópicos, estereotipos, formas de ser y de deshacer que me hieren profundamente. Tal vez muchos lectores experimenten el mismo deseo. Quizás coincidamos, quizás no. Lo mismo da. No escribo para ganar acólitos. Escribo para esclarecer mis pensamientos.»
Cómo escribo Andreu Martín www.nowbooks.es
BIC: HP ISBN: 978-84-16245-30-7
Francesc Torralba Saber decir no La sabiduría que libera
Muy probablemente he vivido ya más de la mitad de mi vida y me doy cuenta de que en el mundo hay un montón de dinámicas, de tendencias y de fenómenos que me provocan enojo. Ya estaban cuando nací, pero persisten. Me sublevan, me asquean. Quisiera que este mundo fuera distinto, pero no pensando en mí, sino pensando en mis hijos y en los hijos de mis hijos.
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La sabiduría que libera
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Saber decir no
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Francesc Torralba
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Francesc Torralba i Rosselló (Barcelona, 1967) es doctor en filosofía por la Universidad de Barcelona y doctor en teología por la Facultad de Teología de Catalunya. Actualmente es director de la cátedra Ethos de la Universidad Ramon Llull. Ha publicado más de una cincuentena de libros y ha sido galardonado con numerosos premios de ensayo. Parte de su obra ha sido traducida al portugués, al francés, al italiano y al alemán. Colabora en el programa L’ofici de viure, de Catalunya Ràdio, y escribe habitualmente en el Avui y La Vanguardia.
Francesc Torralba
SABER DECIR NO La sabidurĂa que libera
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Este libro ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte
Título original: Saber dir no Primera edición: octubre de 2016 © de esta edición: Ara Llibres, S.C.C.L. Pau Claris, 96, 3º 1ª 08010 Barcelona www.arallibres.cat
© 2016, Francesc Torralba © 2016, Antònia Escandell Tur, de la traducción Diseño de la cubierta: Pol Millieri (www.millieri.com) Imágenes de cubierta: Shutterstock Fotocomposición: gama, sl Impresión: Liberdúplex isbn: 978-84-16245-30-7 depósito legal: B-8.239-2016 No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
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Índice
I. Saber rectificar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 II. El arte de saber decir no . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 III. La difícil aceptación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 IV. ¿A qué hay que decir no? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 V. Cuando decir no es una liberación . . . . . . . . . . . . . . . 133 VI. El valor de la renuncia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159 VII. Cada día es una ocasión para renacer . . . . . . . . . . . . . 165 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
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I. Saber rectificar
No es fácil decir no, especialmente cuando todo el mundo te empuja a decir sí. Tampoco es sencillo nadar contracorriente. Es pesado, cansado; a veces, desesperante. Es un acto de resistencia pero, a la vez, un movimiento de afirmación personal. Cuando digo no, estoy presente, siento que existo. Para decir no, tomo distancia de los demás, me doy cuenta de que soy singular, de que no soy un clon social, una reproducción en miniatura del diseño industrial de la opinión pública. Al decir no me veo obligado a razonar mi negativa, me siento llamado a justificar mi opción, especialmente cuando soy el único que dice no. Este movimiento exige el trabajo del pensamiento, la búsqueda de argumentos sólidos, me obliga a salir de los lugares comunes y a tejer razones. No se trata de convencer al otro sino de convencerme a mí mismo, de averiguar las razones del no, porque detrás de un no también puede haber miedo, cobardía, dejadez o sencillamente pereza. Cuando mi no es solitario, me pregunto: ¿Me habré equivocado? ¿Estaré en un error? El factor mayoría pesa y, a veces, aplasta al pensamiento solitario que transita, como un nómada, por desiertos inexplorados; pero justamente esta búsqueda es 9
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una ocasión para conocer el yo íntimo y la consistencia de los pensamientos propios. La oveja que toma el camino solitario será calificada de descarriada, pero solo si es capaz de persistir podrá ser plenamente libre. No le va a resultar fácil. En algunos momentos sentirá miedo y otras veces necesitará al pastor y echará de menos la calidez del rebaño. La cuestión es poder decir no y no sentirse culpable; poder decir no y mantener los lazos de estima y de afecto. Al decir no, no pretendo herir ni frustrar a nadie, no quiero destruir las expectativas del otro; pero tampoco quiero sentirme en una tierra extraña, ajena a lo que amo y deseo. Decir no sin sentirse culpable es un aprendizaje, pero en este aprendizaje está en juego la libertad personal. El miedo a no gustar, a desagradar, a frustrar las expectativas de los demás, es uno de los principales asedios de la libertad. En cualquier caso, no es fácil decir no. Hace falta, por un lado, pensar en las razones del no, pero, por otro, disfrutar de la habilidad comunicativa para poder manifestarlo sin contrariar a los demás. Difícil equilibrio. El no pensado es un acto de libertad que siempre exige deliberación y, por tanto, ponderación. Para hacer esto es necesario contemplar el sí afirmativo como una posibilidad real; hay que entrever sus consecuencias, el abanico de significados que atesora tal afirmación. Solamente puedo decir no responsablemente, cuando me he aventurado a pensar el sí; cuando he tenido el coraje de imaginar, por unos instantes, qué pasaría si respondiera afirmativamente. A veces, el no es un mecanismo de defensa, una manera de protegerse, de curarse en salud. En determinadas circunstancias, 10
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el decir sí compromete intensamente, abre un antes y un después, representa una asunción de responsabilidades que no estoy dispuesto a asumir y, por eso, digo no, pero solo por pusilanimidad, sin convicción. En tales circunstancias creo secretamente que debería decir sí, pero me da miedo comprometerme hasta este extremo. Decir sí a la paternidad, por ejemplo, es un sí que compromete vitalmente. El miedo a asumir este compromiso, la renuncia que supone consagrarse a un ser frágil y vulnerable, el propio hijo, que requiere cuidados y atención, espanta y frustra una ilusión que sale con fuerza del corazón. Al decir sí a la paternidad se abre un horizonte nuevo en la vida, empieza una historia de consecuencias imprevisibles; por eso, se puede afirmar, sin ambages, que representa un acontecimiento, un punto de inflexión en la trayectoria biográfica. También hay que contemplar la posibilidad de la rectificación y no entenderla, necesariamente, como una derrota moral. Nos causa verdadero temor tener que rectificar porque, al fin y al cabo, es la manifestación de un error en el juicio, en la percepción, de una falsa expectativa o de una hipótesis no confirmada. Rectificar significa retomar, de nuevo, el camino recto y, por tanto, reconocer que se ha cometido un error, que nos hemos desviado. Siempre se ha dicho que rectificar es de sabios; probablemente por eso es un hecho tan ausente en la vida pública como en la privada. Es extraño escuchar a un líder social, político, cultural, universitario o económico que rectifique y se arrepienta de la decisión tomada. 11
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En el ámbito privado, la rectificación fluye más libremente, porque hay menos espectadores, menos jueces señalando con el dedo el error que se ha cometido, pero en la esfera pública es una práctica muy ausente, porque quien rectifica reconoce, implícitamente, que se ha equivocado, y en la sociedad del éxito, de los vencedores, el error, muy a menudo, se estigmatiza, y a aquel que se equivoca se le escarnece. Rectificar requiere humildad, capacidad de reconocer el valor de las tesis del otro y eso exige vencer el muro del orgullo y del amor propio. Solo quien es capaz de tomar distancia respecto a sus propias opiniones, de la nube de pensamientos y de sentimientos que lo recubre y de no confundirlos consigo mismo, con su yo íntimo, es capaz de decir no cuando antes había dicho sí. Yo no soy el conjunto de mis opiniones. El yo las trasciende, de modo que, cuando me equivoco, no soy el error, ni tampoco la decisión que he tomado. Este distanciamiento abre la posibilidad a la rectificación, pero hay que saber tomar distancia de las opiniones, relativizarlas y no quedar sujeto a ellas. Para poder ejercitarse en la rectificación, es esencial distinguir entre acto y persona. Puedo equivocarme a la hora de actuar, pero la persona trasciende el conjunto de sus actos. No es la suma de sus actos. Es más. Los actos reflejan el ser de la persona, pero nunca la definen en su totalidad. Fallar un acto no significa que la persona sea un ser fallido. Existe la posibilidad de hacer nuevos actos, de aprender de los errores, de innovar y de emprender, de hacer lo que antes nunca se había hecho. Si se confunde a la persona con el acto, cuando el acto es fallido, la 12
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persona también es fallida y, entonces, no se ve posibilidad alguna de redención. Llega un momento, en el curso de la vida, en que uno se dice a sí mismo: «Dije no, pero ahora lo veo diferente. Esta es la verdad. ¿Hasta cuándo la podré sostener dentro de los límites de la conciencia y viviré engañando a los demás? Me doy cuenta de que mi percepción era sesgada; me doy cuenta de que, a la hora de tomar la decisión, me faltaba perspectiva o que, sencillamente, me precipité. ¿Persistiré o no? ¿Me mantendré obcecadamente en el no? ¿Por qué? ¿Tendré el coraje de rectificar, de mostrar ante todos que me equivoqué? »Dije que no, pero ahora digo que sí. Me equivoqué al discernir. ¿Quién me garantiza que ahora no me volveré a equivocar? Nadie, pero ahora lo veo así». No estamos a salvo del error. Nadie está amparado, protegido de caer, de sucumbir a la ignorancia, de tomar una decisión, una acción que deberá lamentar durante años o, incluso, toda la vida. Errare humanum est. Errar entra dentro del campo de posibilidades de un ser frágil, perecedero y limitado como es el ser humano. Admitirlo es el único modo de vivir con plena conciencia lo que somos, sin huidas hacia el ideal, con los pies bien asentados en la tierra. La vulnerabilidad de la condición humana se muestra de múltiples maneras, pero es un rasgo común, transversal, inherente a todo ser humano, aunque tiene grados de intensidad y de gravedad muy diversos. Un bebé acabado de nacer padece una vulnerabilidad muy superior a la de un hombre adulto, pero el hombre adulto también está expuesto a la enfermedad, 13
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al fracaso, al sufrimiento, al desamor y, evidentemente, a la muerte. Participa de la misma vulnerabilidad ontológica. Una de las epifanías más visibles de la vulnerabilidad humana es el error. Todos estamos expuestos al error, todos somos susceptibles de equivocarnos y somos vulnerables a las consecuencias que se derivan de ello. Se aprende por ensayo y error, sedimentando los frutos de la vulnerabilidad y con la conciencia despierta de los pasos que se han dado. Sería raro en un ser constitutivamente vulnerable como es el ser humano que nunca se equivocara. Por eso hay que ser tolerante no solo con los errores de los demás, sino, especialmente, con los propios. Hay personas muy exigentes consigo mismas, incapaces de tolerar sus propios errores; pero hay otras que, sobre todo, no admiten los errores de sus colaboradores. Quien es consciente de su error es capaz de comprender a quien ha errado. La situación vital que sufre lo lleva a empatizar con los que también se han equivocado y eso le reporta una enseñanza que lo hará más tolerante y paciente; en definitiva, más humano. Es bueno asumir que, en el futuro, deberemos rectificar una y otra vez, reinventarnos y volver a empezar. Por eso es razonable evitar tanto la palabra nunca como la palabra siempre, porque muy a menudo nos encontramos con circunstancias en las cuales nos vemos obligados a hacer y a pedir aquello que supuestamente nunca habríamos hecho, aquello que nunca habríamos pedido. También es probable que nos encontremos en circunstancias en las cuales deberemos cuestionarnos aquello que siempre hacíamos o decíamos. 14
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Ejercitarse en el arte de rectificar es allanar el camino a la madurez; es no dimitir de la libertad. La libertad exige el riesgo de la decisión, afrontar el vértigo de las posibilidades. En este ejercicio es posible la caída en el error y el error, lejos de negar la libertad, es una de sus expresiones más viables. Solo acierta quien lo prueba, aunque a menudo el acierto vaya acompañado de muchos errores. Solo se equivoca quien decide, quien opta, quien hace un camino. Quien se queda parado en el cruce indefinidamente, por miedo a equivocarse, nunca se equivoca, porque no ejerce su libertad. Allí plantado ve como los otros van y vienen, como hacen y deshacen caminos, como enderezan sus itinerarios y dan grandes rodeos y agotadoras marchas nocturnas. Desde allí tiene la osadía de criticarlos, pero es incapaz de reconocer que ellos tienen la audacia de ejercer su libertad, de convertir el don que les ha sido dado en una misión. «La libertad», escribe Albert Camus, «no está hecha en primer lugar de privilegios, está hecha, sobre todo, de deberes».1 En efecto, la libertad es árida, porque supone asumir deberes, responsabilidades y, también, en ciertas circunstancias, reconocer errores. Digo no, pero podría decir sí. Digo no, pero todo me empuja a decir sí. Esta negación es un acto de rebelión, a menudo movido por la indignación. Digo no a la corrupción, a la impostura, al engaño, a la discriminación, a la explotación, al abuso de poder. En esta retahíla de noes hay, de pasada, un rosario 1. Camus, Albert. Breviario de la dignidad humana. Barcelona: Plataforma, 2013, p. 25.
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de afirmaciones: digo sí a la honestidad, a la veracidad, a la transparencia, a la justicia, a la dignidad y a la equidad. No podemos decir sí a todo. No podemos decir no a todo. Hay líneas rojas que no deberíamos cruzar nunca. En este libro pretendo adentrarme en este universo. No es fácil, porque no siempre hay consenso. Soy consciente de la subjetividad que atraviesa todo el libro. No me escondo de ello, más bien lo contrario. Expongo de la forma más clara y diáfana que puedo todo aquello a lo que digo no y a lo que digo sí. No pretendo enseñar a nadie cómo debe discernir sus síes y sus noes. Sencillamente, vindico el arte de saber decir no, un aprendizaje difícil que va ligado a la madurez de la vida y a la indignación creciente ante un mundo que no me gusta y que querría que fuese diferente. Muy probablemente he vivido ya más de la mitad de mi vida y me doy cuenta de que en el mundo hay un montón de dinámicas, de tendencias y de fenómenos que me provocan enojo. Ya estaban cuando nací, pero persisten. Me sublevan, me asquean. Quisiera que este mundo fuera distinto, pero no pensando en mí, sino pensando en mis hijos y en los hijos de mis hijos. Quiero decir no a muchas actitudes, tópicos, estereotipos, formas de ser y de deshacer que me hieren profundamente. Tal vez muchos lectores experimenten el mismo deseo. Quizás coincidamos, quizás no. Lo mismo da. No escribo para ganar acólitos. Escribo para esclarecer mis pensamientos.
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