Orietta Lozano
ALBACEA DE LA LUZ
CUADERNOS NEGROS EDITORIAL
CUADERNOS NEGROS EDITORIAL Poesía volumen 28 de la colección ALBACEA DE LA LUZ ©Cuadernos Negros Editorial, 2015 ©Fundación Pundarika, 2015 © Orietta Lozano, 2015 Concepto de la colección Revista Minificciones Calarcá, Quindío, Colombia Concepto de cubierta Bibiana Bernal Imagen de carátula © Ruth Bernhard
Editora Bibiana Bernal Asesor literario Umberto Senegal ISBN: 978-958-46-5821-0 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia Primera edición: enero de 2015 Impresión: Litografía Skrybe Calarcá, Quindío, Colombia Correo electrónico: minificciones@gmail.com Blog: cuadernosnegroseditorial.blogspot.com Cuadernos Negros es el sello editorial de la Fundación Pundarika
CONTENIDO
La luz oscura, Piedad Bonnett
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En la altura de los cantos Puentes de niebla Señales de bruma Suspensión de la fe El ojo y el arco Arcilla y soplo Rapto Suspensión de la duda Eloísa y Abelardo o la hora de la sed Bodas del agua y el desierto La nada y el vacío Letanía Almenas de cristal Lluvia púrpura Mensaje en clave Viaje en tren con una carta Estrellas en la niebla
9 11 13 16 18 21 24 27 30 33 36 38 41 44 47 50
Esquirlas de aire Música del agua Caminos Orfandad Vestida de luz Melancolía Carruaje de palabras Palabra cero Palabra enigma La cena El guardabosques El guardallaves Levedad En alguna parte el poema sueña Bisontes en la puerta Fisuras
53 54 56 58 59 61 62 63 64 65 66 67 68 69 70
Albacea de la luz
LA LUZ OSCURA
La palabra poética de Orietta Lozano es apasionada, desbordante, y vuelve siempre a los mismos lugares con una obstinación que nace de la necesidad. Como la mariposa, su palabra se acerca a la llama a riesgo de quemarse, pero también puede ser la llama misma. No en vano este libro se llama Albacea de la luz. Aunque, paradójicamente, la voz poética suele transitar al borde de la oscuridad: “mi nombre se ha perdido/ en el punto oscuro de la niebla”. Porque ella habla de pérdidas, de encuentros y desencuentros, de ausencia, deseo y memoria. En la primera parte de este libro, donde prevalece el sentimiento amoroso, Orietta se vale de una imaginería que arraiga en la mitología y en la historia. Una voz que nos recuerda la de María Magdalena, en la cual palpita lo carnal y el “pecado limpio”, le habla allí a un otro, a veces llamado Agustín, como el pecador converso, el sabio de Hipona, mezclando lo pagano y lo cristiano. Las confesiones, la fe, la teología, Dios, Cristo, son alusiones que vamos encontrando mientras secretamente se nos cuenta una historia: Amigo de las luces, regálame el lado oscuro de tu alma, amigo de las lenguas, confiésate en silencio ante mi espejo, amigo del oleaje regálame el juguete despiadado del amor. 5
Orietta Lozano
Una historia que viene y va, con algo de aletazo doloroso, de desesperanzado rememorar. En Esquirlas de Aire, la segunda parte del libro, el ancla es la escritura como tema. Amor y pasión vuelven a ser en la palabra, viejo recurso de recuperación. Una niña con alas de hojalata, trae palabras de hojalata que crujen de amargura, palabras desnudas, con dedos azules, palabras que perdonan.
La poesía de Orietta Lozano está regida por la fuerza del sentimiento, pero no es ingenua confesión personal. Dos elementos la moderan, sin llegar a amansarla: su raíz eminentemente literaria, que la lleva a dialogar con la tradición. Y el uso del lenguaje simbólico que nos recuerda que la poesía es, siempre y ante todo, un hecho estético: —Solo sé del vacío que me abraza, de la noche errática en los campos amarillos, del deseo más profundo y más antiguo que el crujido de la piedra en la escarcha del jardín.
Eso dice la voz, bellamente. Tristemente. Al borde del exceso, como en algunas de nuestras poetas más representativas —Delmira Agustini, Juana de Ibarbouru— y al borde de sí misma, tomando riesgos.
Piedad Bonnett
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EN LA ALTURA DE LOS CANTOS
Vida, ¿será que solo te he soñado y por la primavera de tus cielos galopé apenas un corcel rosado?
Serguei Esenin
Albacea de la luz
PUENTES DE NIEBLA I —Mi pequeño Agustín desde la incauta risa de los vientos y el hondo amor de los abismos, tu promesa era el camino de regreso, la esperanza del callejón sin salida, el estigma de la carne, el gozo elevado a la altura de la muerte, aún no sentías la herida arrojada a tu elevada fiebre. Con amor carnal, con tus sentidos, gozabas que te atara a la arcilla de este mundo, y tu corazón vociferaba allí donde más unido a mí te estremecías. No pensabas la traición de repudiarme, dos cuerpos mi Agustín, en un alma, para siempre fusionados; temiste tembloroso por la perdición de tu alma y abandonaste imperturbable a quien tanto amabas, yo era la elegida, ahora te silencias y nuestro último encuentro está perdido, viaja mi amor como una inútil mercancía. Qué desatino, nuestro amor abandonado 9
Orietta Lozano
como un enjambre de gusanos, como enfermas perlas esparcidas por el viento; qué furor, aunque te arranques los ojos, verás el lecho temblar como tembló tu corazón, como tembló tu lengua, entre el aire de mi boca, y de nuevo tus manos se aferrarán al goce de mi cuerpo como un náufrago a su barco. No te nombro por temor a que el viento lo diluya, pero sabes bien, que de todos los nombres, el tuyo, permanece en mi memoria, en la íntima confesión de cada noche. —Loca y trémula mujer, también recuerdo en mis yemas cómo manaban tus algas, y en el crepitar de tus dedos, cómo brotaban mis aguas.
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Albacea de la luz
SEÑALES DE BRUMA II —Las heridas ya están cicatrizadas, y aún puedo seguir tus pasos y atravesar mil veces el sendero de la ausencia; si Dios fuera mujer, lo hubiera querido conocer, mirar su crepúsculo, palpar su eternidad, tocar los dedos de sus aguas, sentir el principio y el fin de su belleza; recorrer su trecho, tiritar entre su frío pero era el ángel del fuego cuyas llamas nos quemaban, y aunque una y mil veces lo seduje, le rogué, le supliqué; lo provoqué, lo exhorté, para que tú, Agustín me amaras, me alcanzaras y abrazaras, él huyó con el fuego, tu reposo y mis sentidos. Tu confesión, es la sonrisa del sol, el eclipse, el fruto que probamos, y después llagado lo olvidamos; tal vez, demasiado carnal, tus rodillas se rindieron ante el trueno del amor; mi confesión es mi saludo personal, un sombrío aire de pecado limpio; Tú que fuiste mi aliado de juegos en el lecho, 11
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y en mi espalda dibujaste tu retorno, tú que ungiste la hostia entre mis pechos y tu olfato se llenó del aroma de mi bruma. A tu más ínfima señal, de mi sueño despertaba; ahora tu desdén recorre mis sentidos, mi perfume, la seducción de tu deleite; ahora temo que todo lo hayas olvidado. Amor, lujuria, cuerpo y alma, dentro de ti y de mí nos arrastraban como un acantilado arrastra el agua; pero decidiste, mi pequeño y grande amigo, que el ancla que se hunde no deje sonido entre los peces, no atraviese las venas de las aguas, no deje el aire lacerado, no se encarne sedienta y plena entre la luz de nuestra luna.
—Mis petrificadas venas, invocan el crujido de tu sangre, el estremecimiento de tu espalda, por infinita vez profané el cáliz en tus senos, dibujé en tu axila mi sendero, y tu amor, como un navío, viajó con el furor del rayo hasta la vertiente de mi sueño. 12
Albacea de la luz
SUSPENSIÓN DE LA FE III —Se yergue la luz tenue de una vela, la niebla, como un cuervo blanco me desgarra, sin frío, sin calor, petrificada, contemplo el horizonte vacío de tan negro; el oráculo pesa mi balanza, una piedra y una pluma se funden en el viento de la ausencia; la quijada del tiempo, roe el eco de mi noche y sobre la aurora del amor se posa el triste Dios, como una flor roja, ceñida en la boca del vacío. Te encuentras tan lejanamente cerca, que te llamo a gritos y también susurro, ya no me visto con las túnicas doradas, me arrojo al camino de caballos grises, y deambulo solitaria. Me aferro al lecho, recordando una a una las edades, atravesadas por el puente de la niebla, por el viento que tembló.
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—También contemplo el horizonte y de tanto en tanto lo atravieso, el ojo del tiempo permanece fijo ante el umbral del arco,
del puente, de la niebla. —¿Qué instante transfiguró tu amor, por otro amor que no palpaste? ¿Qué orden te legó el olvido? ¿lo no temido, lo no soñado? Yo, tu amada, despierto cada día en el mausoleo que creaste para mí, y tú, confesándote despiadadamente ante los hombres; porque a ellos les legaste tus secretos, la suspensión de tu fe, tu más íntima avaricia, la noche aborrecida más amada. Aquí están mis brazos aguardando escuchar entre tu cuerpo el más ínfimo gorjeo, tu carnal palabra, mi falta de otra fe, y en las arterias de la espera me aferro a la recordada piedra, a los muros fríos, al hambre antigua del silencio. Sin siquiera una cadena para atarme, solo la cadena de tu duda y de tu ansia. 14
Albacea de la luz
—Solo sé del vacío que me abraza, de la noche errática en los campos amarillos, del deseo más profundo y más antiguo que el crujido de la piedra en la escarcha del jardín.
—Suelo estar bajo la higuera, rendirme a ella, y contemplarnos juntos, mi cuerpo sobre el estremecimiento de tu cuerpo, y tú, Agustín, con tus brazos en mi anhelo; un solo cuerpo conteniendo almas gemelas, y solo un alma en la distancia de dos cuerpos. Qué más da el silencio que el guijarro qué más da el amor que el extravío qué más da si este amor que yace herido, siempre estará huérfano de muerte. —Loado sea el silencio del amor, estaré siempre bajo el árbol, en la raíz de la espera, en la redención de tu abrazo, en la raya de tu bruma, y en el ansia del encuentro.
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EL OJO Y EL ARCO IV —Tengo un péndulo para guiarme, porque siempre estoy perdida; atravieso los peldaños, giro, retorno, vuelvo y giro en el mismo laberinto, la llave se ha perdido en el umbral que nos separa. Agustín, ven, no busques a Dios en tierras tan lejanas, ¿acaso no sueles decir que él está en todas partes? Aquí, tal vez, más plácido se siente. Hay un código de flores, una biblioteca, un amoroso camafeo y una palabra silenciosa irrumpiendo en el abismo.
—Estaré en todas partes, y en cada parte en que te encuentres y donde no pises el barro, tangible y aleatoria, allí, te inventaré.
—Mis azules pensamientos arden bajo la luz tenue de un ocaso, mi deseo se resiste y cae en la tentación del tiempo. Cuál mi crimen, 16
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para tan larga codena, qué incontenible deseo para tanta agonía, lee bien dentro de mí, una a una cada letra inscrita en mis entrañas, y después retírate en silencio o regresa con el fervor de tu pasión y derriba la cerca de piedras que amuralla este recinto, abre las puertas de este laberinto oscuro. Antes y después de la duda, del espejo y el deseo, yo te rescato de la tempestad, de la tiniebla, y en la exaltación de mi sueño te equilibro. —Avanzo sin dar un paso, y dando un paso retrocedo. Estático ante el muro, escucho el sigilo de los vientos, y girando ante tu rostro, me estremece el rechinar de tu relámpago.
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ARCILLA Y SOPLO V — El chillido de un cerdo gira amortajado y moribundo en la cocina y en su estertor inocente, te recuerdo confuso como mi quebrantada arcilla, tangible, como mi único pecado, frenético, como el gozo del encuentro, tu apetito es un círculo que jamás se cierra. Agustín, no me quites la custodia, no me separes de tus aguas, no me arranques de tu tierra; derriba la pétrea columna, la indeleble torre antes que la noche se haga ciega y prepare la clave para degollarnos separados, es mejor estar unidos, hacer las mismas confesiones, escribir en el mismo pergamino, respirar el mismo aire, sentir la misma cuerda, sostener el mismo miedo. —Amor, viaje lento, incertidumbre, fe, viaje largo, titilante, pasión, viaje veloz, espuma, soplo, resplandor eternamente breve. 18
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—Resguarda en tus manos la niebla, que por más que nos oculte, siempre deja una señal. Habrá un martillo, una sentencia, sálvanos Agustín, de la inclemente oscuridad, del esplendor del fuego. Conmigo también podrás hablar de teología, mientras abrazas mi cuerpo, abrazas al ángel de la espera para la salvación de tu alma incierta, que ya desde este instante está salvada. Que Dios sea testigo incólume cuando el mundo se arroje sigiloso hacia el abismo contemplando nuestro abrazo entre el bramido del amor. —Ante Dios y ante la piedra con el bramido del dolor confesé la culpa de mi ansia y en la convulsión del olvido, lo reafirmé imperturbado
en el recuerdo y la memoria. —Como pedazos de cuarzo mi corazón respira, mi sangre como un río tajado fluye y recorre la sangre de tu río, me quedé sola, me quedé hendida, me suplanté, indagué como una asceta ante tu fe, 19
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y frente a ella, la torre de pasión y la urna del amor se erigieron en mis manos, y en el óvalo de mi vientre danzó tu trémulo temblor. aún no estoy distante, aún no estoy demente aunque ya empieza a derruirse la moribunda parte de mi ser en ese fuego incesante que no redime y nunca absuelve, da lo mismo el humo que la piedra, da lo mismo el amor que el puente que el peñasco.
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Albacea de la luz
RAPTO VI — ¿Qué miran esos ciervos hechizados? La edad eterna de tu infancia, tu vértigo de gracia, y ante ellos, los ciervos confieso mi más oculto goce, mi trémulo secreto, la constelación de mi deseo. Es el rapto, que no puede ocultarse ni negarse, nos reconocemos en la edad infernal de la inocencia.
—Vuelve sereno, frenético, tú el primero pleno de gestos herméticos y antiguos, vuélvete a mirarme, vuélvete a tocarme, porque en ti creo, me elevo, desciendo y me precipito en esta cósmica región. Siempre tengo diez años por cumplir y mi alma se derrumba en la presencia de quien no deja señal de su presencia;
en mi dolor, me inclino hacia la orilla triste y tristemente, 21
Orietta Lozano
aúllo como un lobo en la hora ciega de la luna. Asisto trémula al lugar donde tú desapareces
y apareces, estoy temblando Agustín, sintiendo entrar en mi cuerpo la horda de tu cuerpo. Dame el agua en la vasija de tus manos, dame el fuego en la cuenca de tus ojos, dame el beso prohibido, futuro, entre la luz y la tiniebla, regálame tu sombra en el estrépito del sol en el desierto, sé que me aguardas antes del descenso de las aguas, y después de la caída de mi sombra. Me abandono a tus hierbas y camino sobre ellas; intenso y largo desvelo es el camino de mi amor, eres la ofrenda inconfesada. Amigo de las luces, regálame el lado oscuro de tu alma, amigo de las lenguas, confiésate en silencio ante mi espejo, amigo del oleaje regálame el juguete despiadado del amor. Me inclino en el asombro, 22
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hacia lo que pierde y salva. ¿Qué puedo ofrecerte a ti al que tanto me desvela? ¿Mi incipiente balbuceo? ¿Mi incierta pesadilla? ¿Mi infantil tartamudeo? Más que el cuerpo, mi alma a tientas deambula hacia tu encuentro y en virtud de ese encuentro, mi hálito le insufla cuerpo a tu palabra y entro en ti como si entrara al paraíso, danzo ajena y taciturna y de un sopor, paso a otro y luego a otro hasta configurar la ruta por donde te marchas, a encerrarte en el círculo de tus pequeñas hormigas, invisibles, abstraídas. Agustín, no me tiendas el puente que conozco y sé que tengo que cruzar, inútil es atravesarlo cuando se ha secado el río cuando no existe otra orilla.
—No lo cruces todavía, espérame en el borde del reflejo cuando la luna brille y abandone su luz en la cigarra de la noche. Escucha mi voz extraviada cargada de bálsamos y peces. 23
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SUSPENSIÓN DE LA DUDA VII —Estoy enferma de nostalgia, exhausta en la espera del mensaje, del acero de tu gesto. ¿Dónde estás en esta hora taciturna? Acerca tu cuerpo, tu palabra, acerca tu olfato, como animal hambriento, entrégame el mensaje que abre el pozo de la dicha y olvida tu culpa, tu temor, tu duda, desvanécela en el agua de los ríos, tírala como una moneda de hojalata, como un vano abrigo derruido, como una tea que no enciende. He ofrendado tus cartas al viento como un cadáver esperado para el hambre de los buitres, escribamos en la arena, memorias, fechas, el día antes de la nada, y el día después de la caída, mi caja vacía está plena de recuerdos. Alguna vez fuimos hermosos en el crepúsculo y la aurora, en el crujir de la madera, mi nombre no resuena en el eco del tiempo y el abismo, mi nombre se ha perdido
en el punto oscuro de la niebla, 24
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mutable, inmutable, estoy presente, Te amo y acontece me duelo y me arrepiento, sucede y me desboco.
—Mujer siempre nueva siempre antigua, tu nombre está inscrito en la herida de mi carne, no es culpa ni pecado no es cuestión de fe,
es el tañido punzante taladrando mi tímpano, es la nada cincelando la piedra de mi espalda. —Concédeme la embriaguez, la serena alianza, el gozo puro, ven, remonta mi valle y reúnete en mi círculo desboca en mí el aliento de tu vida, sé mi tierra y mi cerilla ceniza moribunda hálito, vapor señal de fuego fuente, agua. Sonrío confusa mi Agustín, porque temo que te enfermes y enloquezcas de tanto recordarme, de tanto deseo de olvidarme, de tanto Dios entre nosotros, porque es corta mi agonía
ante el largo suplicio de tu huida. 25
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A veces suelo recordar que hay que ausentarse y dejar en calma a quien amamos, ¿No sentirá Dios, demasiada intensidad? Déjalo que duerma, que sueñe, que repose, que se olvide un instante de nosotros, no perturbes su descanso, ¿Necesitará de tanta pena, de tanta culpa y agonía? No hostigues su presencia, déjalo ir, para acercarte. Para aproximarnos se necesita lejanía, ven y duerme entre mi espera, en la amalgama y la calma de mi sangre y mi cosecha, toma mi conciencia, mi razón, mi incoherencia, toma el desatino del jardín, el lado vulnerable de la piedra, deja limpia la hora reseca del adiós y ofrécele unas gotas del agua de tu mar. Te nombraré lugares, tiempos, te dejaré como un ángel en la cuna, como el árbol que regresa del exilio, como un pozo saciado regresando a su desierto, hay suficiente agua para escanciar y derruir la pena. El recuerdo se distancia, la niebla se aproxima, la clepsidra nunca se detiene.
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ELOÍSA Y ABELARDO O LA HORA DE LA SED
Él dijo: soy de ti, soy hijo y padre de nosotros y te busco entre las rocas y los peces, en los cuatro costados de tu devoción y de tu ira. No te olvido; el tiempo es una esfinge irrepetible, el séptimo ojo hambriento y en vigilia, la infinita mirada del amor. Y en la noche hemos de mirarnos en el espejo de la noche,
y en el día en el agua de los días. Ella dijo: No me des nada, solo quítame la seña y la lepra del olvido. Voy por ti despacio, prevenida, como cuando al fuego lo alimento de ramas, de especias, de espirales, y me retiro a lo alto de la llama antes de que todo lo consuma. Regálame la hora en que sobrevive la calma después de la tempestad furiosa. El dijo: soy de ti, y entre los sentidos de la contemplación y de la carne, te he de dar mi pequeño Cristo de zafiros, una nada, y el primer árbol de la tierra; un vacío, y la lengua que hablan los que pierden la noción del tiempo. 27
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Déjame ver el crepúsculo a través de tu mirada, la que petrifica, la que fija, la que no recuerda.
Ella dijo: No me des nada, solo olvídame, porque en el olvido está la esencia del recuerdo, del inicio, en tu olvido te aproximas, me usurpas y me vences y al final vencida penetro intocable y dulcemente en la rendija más oscura que para mí iluminas. Tembloroso y sin premura, con las yemas de tus dedos,
vuelve y toca la herida de mi lluvia y procura no venir, con la vestidura dolorosa de la culpa, con el tatuaje original de la condena. No me dejes y ven pronto, como el viento que galopa suave en el lomo de las aguas. Mézclame en el agua de tu Dios
y extráela y bébela y retenla por siempre en la hora de tu sed. Él dijo: Soy el padre de tu hijo nunca visto, soy tu hijo en las entrañas de tu tierra y después de nada poseer, y estar perdido, soy el prófugo, tu amigo eterno. Tú por siempre, la más desconocida, y nueva en mi memoria.
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Ella dijo: Que no me salve nada, salvo la espina del dolor que tiembla ya, y desde siempre, en la espina de mi espalda, salvo el dolor, donde yace la alquimia de mi ansia. Hazte uno con el padre y con el hijo, hazte uno con Dios, y omnipresente, estando en tu morada, hazte presente en mi morada. Siéntate a la mesa y bebe de mi vino
y alguna vez ebrio, desgarra el temblor de tu carne, en la encrucijada de mi cuerpo. Él dijo: Voy por ti despacio, muchacha desquiciada llevando en mi verbo la oración del desatino, y como antes,
y ahora y ya por siempre, tiemblo en la encrucijada de tu carne. Estando con él, estoy contigo; y como el agua y el aceite mi pensamiento se divide; y después de tocarte y usurparte, no habrá otra, ni ninguna otra, ungida en mi memoria. Ella dijo: Date prisa que mi cuerpo no resiste; y aunque suelo oler el ungüento del ungido; no me basta la inocencia, ni la ascensión de tu deseo, hacia el arco de los cielos. 29
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BODAS DEL AGUA Y EL DESIERTO I —Estoy nevando, estoy ligera, soy la velocidad del viento, y dos enormes alas se asoman por mi espalda; la rueda ya no gira, y en la torre enmudecida, el reloj se ha detenido. Señálame el punto de partida. —Estoy abstraído, Magdalena, multiplicando los vinos y los peces; mi mirada yace ahora en la profundidad del mar, mis ojos caen de mi cuerpo, como una lágrima flotante. Tengo todo el tiempo de este mundo, para que tú, muchacha enamorada, sigas naufragando en el vórtice del agua. Lo que no sé, ciertamente, es si tu memoria se dibuja en la línea profunda del olvido. Te señalo el punto de retorno. —No me injuries, no me expulses, no me excluyas, voltea tu mirada, y deténla en las algas de mi larga cabellera, que quieren enredarse en tu destino. 30
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—Baja la voz que el agua se resiste a mi deseo y las escamas de los peces parecen meterse en mi garganta. Estoy en un país lejano.
—No espantes mi presencia, no detengas mis pasos; me otorgaron la libre elección, y estoy aquí para ofrecértela. Tiéndeme tu mano para multiplicar tu descendencia, invítame al festín; mis brazos sostendrán la roca y mi corazón hará el milagro, se llenarán las ánforas se llenarán las barcas y los huesos de la tierra florecidos crujirán.
—No insistas Magdalena, encontraré lo que se ha perdido, soy el único elegido, él que hará la larga travesía de la arcilla y las entrañas
desde el punto ínfimo al infinito punto. —Escuché decir que estás en todas partes, no me arrebates tu presencia no te nombro por temor y por temor, 31
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todas las noches te nombro. Nuestra suerte está echada, no escojamos otra senda, no lo he dicho todavía pero lo he pensado mil días con sus noches, aferrarme a tus arterias para yacer en ellas, mirando el cielo envejecer. —Vi por un instante en el pez tu sueño
y en el agua la pasión y en ellos, acaricié y floté en tu cuerpo. A qué este insólito rayo, este juicio, esta turbación. —La montaña no deja de crecer, el río no cesa de correr, extiéndeme tu mano alimentemos juntos el árbol doblegado. Al mundo tembloroso, déjalo dormir apacible entre la oquedad del vacío y la cítara del aire.
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LA NADA Y EL VACÍO II —Te miro fijamente Magdalena y las columnas se derrumban, los mares se apaciguan y mi boca no resiste ese futuro beso de tus labios que por un instante, logran olvidarme del estupor señalado. —Soy la red voraz aire rapaz, huelo el olor de bosque de hombre quebrantado. Soy círculo raíz, donde se aposentó tu incertidumbre. —He multiplicado el último pez de la noche, he recorrido los océanos, he vagado por la senda de la tentación y del silencio, Magdalena necesito reposar.
—La cesta está vacía, no tienes ningún pez en la red, has soñado el milagro, has preparado la vía, y ya jamás por siempre 33
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estaremos separados, aguardemos juntos el final de la batalla. El agua es un quejido, el tiempo es una curva, el amor, el paraíso. —Doy vueltas giro y un aro de fuego me envuelve como una cantárida en sus entrañas. Las flechas se preparan, la idea es una herida, el pensamiento un dolor, el agua, el paraíso. ¿Quieres llegar, tan pronto a la salida, después de tanto buscar, el umbral del laberinto?. No lamentes, no supliques; la espera, está arrodillada ante tus pies; y ellos no caminan, no se mueven, están fijos, ante el espectro del vacío. La luna ilumina la sombra de la piedra, tocando cada médula los huesos del camino. El sobresaltado, el pequeño mundo, vuelve la espalda, al gran desierto; 34
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sus ojos sangran, sus manos gimen, y su graznido arrebata el silencio de la noche. El que toma por sorpresa, el que envenena la pócima del tiempo, el que se yergue, como una flor de noche; no pide clemencia, no pide perdón; esa palabra no existe, está naciendo, yace inmersa, en la oquedad de las tinieblas. Mis palabras penden del hilo más delgado, sígueme sonriente, a mi imperturbable recorrido.
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LETANÍA
III —En vano es toda súplica, ni un ejército de ángeles sostiene mi dolor. Me despojo de mis aros, de mi brazalete y mis deseos. Estoy cansada atrapada en la luz de esta penúltima tarde. Solo tócame o déjame dormir, el mundo se desvela, gime desvaría, devora de ambos lados, toma lo que le toca y arrebata lo que no le toca.
—Me silencio, solo sé hablarle a las piedras, si están azules estaré contigo, si se tornan grises, digno habré de permanecer bajo la tempestad, y bajo el relámpago. —Es delirante hablarle al otro cuando el otro está dormido, ligado este amor aquí en la tierra, ligado será en la eternidad. Que me tiente la serpiente, que la nieve me congele, que la niebla me oculte 36
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y el canto de la brizna me despierte al lado de tu herida o de tu corazón ileso. La multitud está clamando, abarca el silencio de la tierra, no hay tanto oído para tantas voces. —En la pizarra de la tierra inscribe con tus yemas
el vínculo, la alianza, el nudo, el surco, la cadena, el escalofrío de la ausencia. Con la desnudez del futuro, podrás ir y venir al estanque circular, a la clave de la bóveda y el sótano y puede ser que llore, puede ser que cante
y me deje ir sin aullidos, sin laureles, silenciosamente al lugar donde antes de nacer me han elegido.
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ALMENAS DE CRISTAL IV —Por mi espina dorsal como un desierto insomne emergen las sombras de una multitud que duda, reverbera el cristal de las escamas, mi saliva es devorada por blasfemias, me destierro hacia las tempestades de una fosa abierta.
Retírame el jinete con su sombra de arlequín, la escalera donde el dolor asciende hacia el vestíbulo, retírame la pestilencia, la lluvia de cuervos negros, la vértebra de la salamandra, arroja la higuera de mi puerta, retírame el rabioso perro, la punzada del dolor; retírame el espantapájaros guardián de mi jardín, donde ángeles amortajados cuelgan dulcemente de sus alas. Las huestes del miedo van llegando a mi solar, custódiame en tu casa. El melancólico frío 38
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devora mi pálida soledad, retírame la larga pesadilla de alfileres sonriendo por mi cuerpo. El cielo rasga la vestidura de mi amor, tiemblan los huesos, los amordazados labios,
borro en la pizarra de la tierra la palabra soledad. Reconoce mi mano, configurando tu rostro. —Súbitamente tócame y guarda mi esencia, mi clave, toma mi sudor que se desgarra de mi cuerpo, reconozco tus manos en la luz de la libélula, en los bordes del cristal, y en los ángulos del tiempo. El mundo está moribundo, su mano tiembla, su aliento cae, viene con un candil, quiere alumbrarse, sus lágrimas están rodando entre los mirtos de tristeza, no lo abandones, Magdalena. El mundo está cayendo, se inclina ante el aceite hirviendo, camina solo en el desierto,
no lo abandones, Magdalena. 39
Orietta Lozano
Hunde su rostro en la neblina, tantea ciego la ciega oscuridad, encorvado carga una traición, no lo abandones, Magdalena. El mundo sucumbe hermoso, incrédulo y soberbio, la luz se apaga y el día pierde el equilibrio, no lo abandones, Magdalena. —Reconoce mi nombre. Hay un ardid que cubre mis espaldas como una mancha de langostas, estoy perdida, estoy sin armadura, iré al mercado, y llenaré mis alforjas con la edad de los mensajes, con la lluvia oculta de la espera. Una muchacha fría como la nieve recorre la desierta vía de la tierra. —Reconozco tu nombre en la mancha de la noche y en la luz de la mañana, todo está contigo,
mira la luz restallando por tu cuerpo.
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LLUVIA PÚRPURA V —Veo sombras, una manta púrpura, y treinta monedas de traición, no vayas al río, el agua está rota, los peces apedreados, simulo tener alas en la hora de los ángeles. Danos de beber a mi sedienta boca y a la boca del cuervo que anida en al árbol de ciruela.
—Un hombre devorador de alturas y de sueños, con monedas de barro contra monedas de plata, apuesta con otro por mi suerte. —No vayas al río, que es profundo, cada milla, como un infierno vocifera y las embarcaciones laceradas gimen por los peces muertos, en la simetría de mi cráneo, una daga inscribe mi oscuro desacierto. El mundo muestra la herida y clama por su cicatriz.
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Orietta Lozano
—Atravesaré la noche errática y estaré siempre contigo, en mi costado se revelan las heridas y en la tierra la grieta de tu llanto. No inflames más mis llagas, no indagues por la ruta de las horas, llego a sentir el fuego que arde pero no ilumina, sus llamas saltan sin voz para clamar, es el infierno que extravía las llaves del encuentro. Estoy aturdido, atravesando la pavorosa eternidad, precipitándome en el abismo de la desolación y el desatino. Mi incertidumbre se sacia, se ahoga, triunfa mi fiebre en la sangre del amor, mi visión se aflige en un lugar retirado donde el gusano no muere y la tristeza no se extingue, enardezco, estoy sin peso, sin estatura ni equilibrio, hay palabras que han sellado mi destino, siempre, nunca, eternidad. Recordaré las regiones donde no alcanzan las miradas y estaré 42
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en la mesa donde restallará el grito furibundo en el oído de la piedra que se levantará sin abrir los ojos, sin lavarse la manos para unirse a la multitud sin rostro. El látigo retumbará sin lastimar, la hiel arderá sin quemar, y tú, Magdalena, abrirás tus manos y borrarás de la faz de la pizarra la palabra olvido y volveré mis ojos a tu antigua fuga.
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MENSAJE EN CLAVE VI —Que no te duela el corazón, que no te duelan los costados, las manos y la lengua, extenderé mis brazos y por siempre dormiré en tus ojos, lavaré con mis cabellos, la inclinada nostalgia el agua yerta, te acompañaré por laberintos tenebrosos y con mi alma descarnada, añadiré años a años, siglos a siglos, para retornar a la nada antes del primer suceso, y retirarme en la trémula gota de su luz. En la lluvia del tiempo inscrita está la obstinada alianza, mis lágrimas son luces de pena en movimiento, sollozo como una Magdalena. Te vislumbraré como al jardinero, y mi fuga reposará bajo el cristal de tu jardín. En la yema del tiempo, dormida está la soledad por siempre, por una eternidad.
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—Desde ya el agua sonríe, sácame el veneno de mi carne, ciérrale la puerta al adversario atroz, abrevia la conversación con los terribles huéspedes, entonces los ojos, los oídos, la lengua, dejarán de padecer, y ya no habrá tribulación alguna. Descansemos; es la hora en que se juntarán las águilas, la hora en que se cierran los tres ojos del día, la hora del crujir de dientes; acércame a tu orilla y volvamos ciega nuestra noche, que tu aliento recorra mi palabra clandestina. Estamos sin retorno, somos hombres penitentes, somos solo tristes hombres. —Vuelve la boca del viento a la palabra; alerten los ojos de la piedra al firmamento, sacuda el temblor la firmeza de la roca. Alégrame, es la hora que la flecha esquive tu morada. Dejo en tu puerta mis ofrendas, 45
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y en tu cuerpo mis anémonas entran en ti, y en ti se quedan. Yo, extranjera, adúltera, desterrada, velo tus lunas de agonía, me invento otro paraíso donde se arrojen gozosos los frutos a la tierra. En tu círculo más íntimo me nombraste la elegida, por ti abandoné mi casa y mi comarca, te seguí al monte, a la ciudad, te cuidé en un país dolorido en la frontera del desierto y en el cúmulo de nieve, entre el grito y la sordera clamaré por siempre la vuelta de tu cuerpo, para mirar por dentro, una y otra vez la forma de tu alma.
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VIAJE EN TREN CON UNA CARTA
Distante, un triste tren, silba su recuerdo en un cielo distante. ¿Dónde suena la campana de bronce? ¿Quién trae la bandeja repleta de espejos? Voy llegando a la sed de la fuente; detén la película, justo allí, en el beso, en el blanco y negro de la noche, en el centro de la carta. Camino en puntillas, leve, por la plataforma de tu calle, y en el ático de tu umbral, tal vez, mi velocidad
no alcance tu destino. Y como ruinas de metales flagelados, como el cuerpo—peldaño, que está por descubrirse; tu solar y la espera, ahora son el cúmulo, que precede a mi memoria, el íntimo susurro de la luz insomne donde no cesa de viajar mi sueño; desfallecen tus axilas en la proa como faros, y la luna cae fría, como la palabra aguja. Quítame el paréntesis, la palabra abajo, la sin fondo, vasija, foco, utopía, que sin cesar deambulan; y detén su barca con tus labios. 47
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Toma la música del agua. Toma el agua de mi boca, y vuélvela arcilla, sonido, aleteo. Suena, como una súplica,
una letanía, un ruego de besos, ese llanto desnudo del aguamanil, ese solitario perfume de hojalata; como cuando en otro tiempo, una boca, indeleble, abstraída, de puerta en puerta susurrando un nombre, anunciaba el paraíso. Sin tu clave, sin tu sello, sin tu signo, no hay aurigas, no hay caballos ni columpios. Y para encontrarme, voy a la cima de la nieve y en el crujido de la noche, aúllo como un lobo herido de cristales. Toma esta carta y esta llave que se posan como un buitre triste, a la diestra de mi mano. Preparo la valija para caer ilesa entre los mirtos de las aguas; para que mi cal y mi barro no me reconozcan en la piedra grabada como guirnaldas de aguacero golpeando las ventanas. Porque te encontré, perdí los caminos solitarios, y la escritura se volvió tu cuerpo. Y tu cuerpo, rizoma, raíz, guijarro, que me ofrendaba cigarras, espuma, el escollo de una quilla 48
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que me anclaba cargada de peces en la página escrita, en el cuello del mundo. Pensé lejana en la palabra ocaso; en el aire, en las dunas ausentes, y levemente me ovillé, donde se inclina su sombra. Una muchacha recoge su antifaz de niebla, y sobre mi hombro, hendiendo un desierto, un árbol, un puente, el clamor de una mano. Ese fulgor innombrable, esa conmoción del vértigo, como una bruma se esconde y como la aurora se abre, para temblar en el tren del recuerdo, para calcinarse, en la férrea vía del olvido.
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Orietta Lozano
ESTRELLAS EN LA NIEBLA
Me vestí con el mismo traje de tu muerte, y tal vez más desquiciada, queriendo hallar doble recuerdo, tomé la mano de mi hija y la ovillé como si fuera un hongo o una hoja de papel, en la que no alcancé a escribir; me hundí con ella en el leve vapor del horno que me legaras en la mañana de un invierno. Cerramos los ojos, y el mundo siguió hurgando, buscando gusanos de zafiro. Del cuervo y la multitud te salvo, Sylvia Plath, sé que quieres escapar de las promesas, encontrar tu agua oscura y venir a mi legítimo silencio. Yo, Aissa Wevill, esta mañana, he cambiado la abyecta hora del reloj, ahora estoy subiendo las escaleras de tu aldea, ¡vamos, Sylvia, dispárame! hallarás tus ovejas en la niebla.
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ESQUIRLAS DE AIRE
Escribo, para que el agua envenenada pueda beberse. Chantal Maillard
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MÚSICA DEL AGUA
Debajo del agua, música y en la música, ella duerme y se levanta con el rostro de un ángel soñoliento.
Leve, moribunda, temblando se levanta. Su espíritu es un río donde ruedan alcoholes, ausencias, gemidos, un polo que imanta la desolación de la escritura.
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CAMINOS A Copito
El camino es una flor de piedra contempla imperturbable y en silencio cómo cae el cristal plateado de la espera, repite las palabras del que en silencio lo recorre. En las arterias de los puentes se detiene, en los vagones desolados, en el rostro de las lápidas se ovilla, en el corazón de las aguas se bifurca. En el camino, alguien se detiene en el lugar de la esperanza a cambiar sueños por dorados candelabros, y tal vez se haga menos denso el recorrido de este viaje. El camino es anfibio, es anónimo, secreto, contempla trémulo y en silencio, cómo se van hilando y fragmentando las pasiones de los hombres. El camino es una cofradía de piedras que susurran como niñas.
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Su garganta es un glacial, un círculo de fuego, busca el faro, una campana, el crepitar de los espejos, es eco, es letanía, es cantinela.
Palpa la yegua azul de la innominada muerte, recuerda que el amor tiembla como la luz del alba y huérfano espera cabizbajo con la luz del candelabro, señalando la pradera del descanso.
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ORFANDAD
En la orfandad del silencio no espero la respuesta, hurgo, como el águila hurga el aire de su vuelo, porque la palabra que retorna, es el cristal donde la luz restalla, déjame decir en el solar del árbol, dos sílabas de pájaro temblando. Acaso estás tan ausente en mis tendones, tan herido de las yedras de mi pausa, tan silencio en la espina dorsal de mis palabras, tan ido de mi lado, tan éxodo por mí, tan encallado en mí como ramas temblando de granizo.
Y un día, después del ayer y antes del mañana, nos podamos encontrar para arribar por siempre en la azul orilla de la aurora. Por ahora, sueño la tortuga que arrastra la casa hacia su piedra, los lobos en cardumen, los peces en jauría; el cuerpo vuelto arcilla, en la epidermis de la esfera. Escribo como se traza un mapa de membranas, para que mi aurícula no se piense rota, y mi hueso sacro no delire espera; porque de migajas se hace el pan, 56
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reclamando migajas, escribo delante de nueve cartas que se juntan, hacia atrĂĄs del tiempo en contravĂa, a unas horas de regreso, en las maĂąanas antiguas del futuro; como la yedra que hoy se inicia y empieza a recordarnos.
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VESTIDA DE LUZ
¡No quiero dolerme más, sal de mi vientre Orietta! Voy a los ojos de la noche, al mapa de una lágrima,
a su aérea palabra. Cuerpo trilobites, frenesí de anfibios, castillo de escamas, de raíces, huesos de cristal, boca de arcilla, esquirla de silencio en la garganta, ojo que camina en el ojo del vacío.
Espera descubrirse en espirales de fuego, en un monstruo o una piedra que saca a escondidas sus patas, su cabeza, un lánguido tornillo de su historia, y empieza a caminar, tan sola como una estrella.
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MELANCOLÍA
Líquida, alabé las palabras en mi fuente. ¡Aleluya! Una niña con alas de hojalata, trae palabras de hojalata que crujen de amargura, palabras desnudas con dedos azules, palabras que perdonan. Las da de alimento a los corderos, las hunde en la carne del rebaño, les entierra un alfiler en las arterias, las vuelve alga, barro, mariposa, tristes en sus manos, suaves en sus huesos, oscuras, en su antifaz de pájaro, luminosas, brillan como espadas, caen como lluvia, se dejan ver entre la niebla, se arrojan como ráfagas desde un puente o una nube,
y ante el tridente ansioso, aúllan. A veces en el filo del cuchillo, se encuentra una palabra arrodillada. Palabras gusano de perlas en la vía láctea iluminando, cantáridas titubeantes, anidan como eco solitario en el abismo. 59
Orietta Lozano
La niña toma en sus manos el agua huérfana, que pide ser ángel, que pide ser lámpara, que pide ser llave. Cada palabra abrió su ojo, vertió su luz.
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CARRUAJE DE PALABRAS A Hugo Gamboa M.
Las palabras parecen estar cayendo, desvaneciéndose, agotándose, las saco del fondo de las aguas, hurgo el abismo de la tierra, araño la bóveda celeste y las arranco del infierno; de allí las nazco Las mezclo y las cocino todas en el mismo crisol, ofrendo su alquimia y se quebrantan con el rayo. Las llamo y las convoco, las elevo, las bajo, las envuelvo en agua, las trafico, las injurio, las embriago, las arrodillo, les digo mentiras, las traiciono y les pido perdón, las doblego, las acaricio, las peino; las pongo en la tinaja y suavemente las lavo, les curo sus heridas, les hurgo sus recuerdos, en la pesadilla las duermo y en la levedad las desvío, las abdico. En los corredores de sus infinitos tiempos, me deslizo y empujo el carruaje atascado en el hollín.
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PALABRA CERO
Retorno las palabras a su agua— origen, a su aldea tribal, a sus ancestros, las viajo en tren, las herrumbro, las quebranto, las incinero y las renazco; en la carencia del dolor las alimento, las sollozo, las blasfemo, las consagro, las enveneno, les entierro el cuchillo, devoro sus entrañas, vierto su sangre en el cuentagotas y las escribo. Les pongo un talismán, les rezo sortilegios, les prendo velas, les ofrendo lirios, les leo la noche, las insomnizo, las adivino, y las deliro; las lluevo, las desierto, las camino, las pongo al sol sobre mi espalda, las cultivo en el solar de mi vientre,
busco en el árbol de su fuego, el árbol de ceniza, Nos contagiamos, nos hastiamos, enigma y acertijo. Me dudan, me sumergen. Restalla su corona de laureles, su sermón y su legión.
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PALABRA ENIGMA
Palabras. Las vuelvo piedra, secreta cita, las suspendo en la tristumbre del poeta, cultivo su virus, su insensata tos, ungüento en el borde de la herida; las acomodo en el sofá como una niña impúdica y un gato. Pan hambriento y diario, las tajo, sed que va creciendo presintiendo muerte y renacer. Las devoro, las muto, las cuelgo como amorfas frutas, me sucumben, las presiento, las perfumo como animal hambriento, olfateo su olor blanco de todos los colores; las hago trinar, las cuelgo en las alas y las echo a volar, las reverencio, las deseo, las doblego, hasta que en una horda se subleven, me encierren en su sombra circular, me pidan que las suelte, las libere, las descanse. Rompe el cristal de la palabra sobre el cristal de la retina.
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LA CENA
El hombre llega sin su sombrero en la cabeza; es la hora de la última cena, todos se apresuran bajo el único árbol del desierto. La muchacha baja la palabra
y su boca, como un cuchillo rasga el aire taciturno; alrededor, los pájaros en círculos encierran la serpiente roja y emplumada; la muchacha se decide y corta su cabeza; la serpiente no se queja, se brinda feliz, como el crepúsculo a la tierra. El hombre sin su sombrero, deja su pensamiento, en aras de la noche.
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EL GUARDABOSQUES A Giovanni Holguín
Un desfile de hadas se presenta. Las ve caerse y suspenderse en la caída, danzar en los árboles sedientos, inclinarse en el ángulo más cristalino de la lluvia. Se nombran y evaden esos nombres, las ve titilar, fugarse y esconderse en parajes luminosos. El guardabosques calla, se oculta tembloroso. ¿Tendrá que hablarles? Son tan silenciosas y están tan transparentes.
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EL GUARDALLAVES A Clemencia Tariffa
Hay un jardín que canta en la flor del silencio y una mujer niña, buscando en el agua del estanque un pez, un caracol, el arco iris, la tarde de una breve lluvia, algo así, como la forma más simple de la dicha. El vestido blanco con encajes, yace transparente, roído, luminoso. El guardallaves, como el ángel del destierro la custodia desde lo alto del jardín del manicomio.
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LEVEDAD
Cuéntame algo así sencillo cotidiano leve, que no pese como la hierba que se asoma al día. ¿Ya le pusiste el desayuno al alba?
Agua en la espiga de la fuente y en la noche shhh shhh shhh el silencio de cuclillas cae bla bla bla la lluvia repetida insondable distante de cenizas balbuceante vuelta hacia ella misma innombrable.
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EN ALGUNA PARTE EL POEMA SUEÑA
A Rafael Bini
Lanza sus dados como rayos en la confusión de ángeles de arcilla, y con un rostro eterno de secretos inclina el poema, como una migaja ciega hacia las noches que curvan sus manos para retener como agua, el clamor del silencio. Su risa es la aguja que se introdujo en el punto exacto del desierto de mi espalda. Página escrita en la línea de la sombra. El índice de un ojo suspende el tiempo. Sobre el espacio frío signo y sello, luz de un ángel. Los dados caerán paralelos a la orilla del vacío.
Detrás del silencio, canta la lluvia como el ángel de la melancolía. La luz que sale del silencio, retorna al silencio. En el ensueño de la memoria, el poema es lluvia sobre las manos de la noche. 68
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BISONTES EN LA PUERTA
Delirando como una piedra enferma, desciendo hacia la ruina azul de la ceniza, he sentido náuseas de mi alma y de mi cuerpo, un ruido que brillaba en el silencio me distrajo, fue la cicuta y el antídoto, me apartó de mi pena, me hizo olvidar por qué me lamentaba.
En el silencioso ruido de los eslabones del silencio, tocan la puerta, sorpresa de un abrazo incongruente no sé si es Dios o un ejército de bisontes. La noche blasfema en la lengua del fuego sin tregua, la lágrima consume el fuego de la soledad, sin prisa, la piedra se vuelve hija del dolor y llora en el agua. Ante la presencia de un mundo innombrable indecible el hálito de lo incontenible de lo insoportable ensordece y calla. Deja de soñarse el mundo.
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FISURAS
La escritura es un espléndido banquete para los abatidos ángeles. Escribiré lo suave, lo iluminado si la flecha envenenada lo permite. Me dejaré caer en la fisura del silencio me extraviaré en la llama del candil. Lluvia de fuego, en el prisma de la lluvia, el poema refleja la luz de su dolor.
Tengo un caballo dentro de mí que despertó en el solitario paraje de la noche, un desierto aullaba su sueño, la sangre de la noche me contagió su virus, torbellino de sombras. Esta maldita costumbre de escribir, ¡bendita sea! Sigo nombrando las grietas, las piedras los cuchillos las espadas. Y en este valle de profusos espejos, voy recordando un nombre, incrustado en las esquirlas del aire.
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Orietta Lozano Nació en Cali, Colombia. Ocupó el cargo de Directora de la Biblioteca Municipal del Centenario en la ciudad de Cali. Reside entre Cali y Texas. Libros de poesía: Fuego secreto, Memoria de los espejos, El vampiro esperado. (Premio Nacional de Poesía: Eduardo Cote Lamus), Antología amorosa, El solar de la esfera, Peldaños de agua, Resplandor del abismo. Luminar (Novela). Alejandra Pizarnik (Ensayo). Poesía del Valle del Cauca (Antología). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, y el Premio al Mejor Verso Erótico convocado por la Casa de Poesía Silva (Bogotá). Invitada a Francia a la XIII Biennale Internationale des poétes. También es invitada por la Fondation Royaumont, -por Latinoamérica- al Seminario de Traducción de poetas extranjeros.
Este libro se terminó de imprimir en enero de 2015, en los talleres de Litografía Skrybe, para Cuadernos Negros Editorial, en Calarcá, Quindío, Colombia.
Gracias al aporte y a la autorización de la Poeta. publica, en formato digital-virtual, y difunde en
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