PELDAテ前S DE AGUA
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O RIETTA LOZANO
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PELDAテ前S DE AGUA
Orietta Lozano
PELDAテ前S DE AGUA (Antologテュa Personal)
Caza de Libros 3
O RIETTA LOZANO
Colección: Caza de Libros - Club de Lectores © Orietta Lozano devociondelagua@yahoo.es © Caza de Libros 2009 - Club de Lectores ISBN Primera Edición: Caza de Libros 2009 Dirección General: Pablo Pardo Rodríguez Dirección Editorial: Paola Hormechea Cuéllar Caza de libros cazadelibros@gmail.com www.cazadelibros.com Impreso en Colombia Talleres de Caza de Libros Ibagué. Carrera 7A # 19 - 41 Teléfono (57) 3108590495 Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
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LA Rテ:AGA Y EL ESPEJO
...Suavemente mi futuro sube la escalera,... Emily Dickinson ...Se llenaron de amor los grandes estanques... como si no hubiera en el mundo tentaciテウn alguna como si no existieran todavテュa los cuchillos... Odiseas Elitis
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Tejedor de vientos Mezclado con el cáliz del azufre y el peligro, el ignorado, el que no tiene gracia ni dulzura, vendedor de agujas y alfileres, cuidador de las aves de rapiña; el que hace esclavos a sus hijos, guarda en su alfanje círculos de fuego sin fin y sin principio; mezclado de sales y agonía, diezmado, abandonado, brama, relincha, turba y muge. Como una ínfima langosta, mora en los peñascos, donde no danzan los vientos. El diestro en artificios y en engaños, trasquila en la noche las ovejas, y hace descender la luna, con encantos, con hechizos, y con encantos y amuletos quebranta la culebra, en el solsticio del estío. El guardián de su colmena, retorna a su primera condición, la del tiempo de inocencia. He aquí que el iracundo, es un triste solitario, y el diestro en artificios, se inventa un horizonte de torres y de aguas, y el que muge, brama, relincha y turba, 6
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es el maestro del silencio. El que se guía por su voz, lo escucha dulce; el que hace descender la luna y quebranta la culebra, reposa sedentario en el árbol de la vida. El mezclado con veneno y con azufre es lavado con el cáliz de los cardos; el ladrón de bestias acaricia y retiene al caballo que se espanta. El que hace esclavos a sus hijos, es el indulgente que convida a su mesa, para ofrecer peces vinos y delirios; el que ayuna, el que exhorta, erige un horizonte de jardines y semillas, es él, feliz por el legado del azar y la fortuna.
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La doncella de arena Habla del fuego como si se tratara del agua. Oculta su rostro en la ceniza de las sombras, en la máscara del aire. Desdibuja con su mirada oblicua la tierra que le fue otorgada. Las mensajeras no duermen mientras sueñan con alguien de su membresía. Piedra de azufre, doncella de piedra, piedra pagana. Suspende su sueño en el columpio de la nada; es el témpano de hielo, es un virus. Cercana a los espejos, a las flechas de obsidiana, al crepúsculo, al ocaso, con la turbulencia y la fe de los que suplican un milagro, espera el juguete despiadado en la húmeda oquedad de los abismos, en las agujas del recuerdo, en el tiempo del estigma y de la espera. Piedra perdida, doncella de piedra, piedra callada. Ella sentencia el agua que emerge del pozo como inmemorial anfibio y ofrece el canto sin retorno 8
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al denso reflejo de la noche. Configura el tiempo primigenio, la tibia cueva, los bufidos del ocaso, el primer latido, el primer regreso, el primer salto contra marea y viento. La belleza toca la campana y la hace llegar hasta el peligro. Olvidada entre el crepúsculo, dormida bajo un árbol desolado, siente la malegría, la felizgoría, el plarror, la malinconía, lengua críptica feliz manía de subir al tren, estupor de perro hambriento, flor petrificada radiante de tristeza. Piedra bastarda, doncella de piedra, piedra de estaño. Yace solitaria en la noche de los lápices, ovillada entre cortinas milenarias contemplando buitres en el monasterio. El tiempo es un abismo, es un círculo, un cristal tornasolado, el alto monte de la espera. Noche errática retén el incipiente balbuceo, el círculo de hormigas, el rapto de una visión de ciervos hechizados, el caos precoz, la lengua del silencio que se adhirió a su estirpe. Piedra de plomo, doncella de piedra, piedra sombría. 9
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El ciervo y la coraza Yo soy la guerra roja y sucia, dijo ella: la caldera hirviendo la tristeza, la desolada, la de ceniza y ruina, la que viene con el rebaño muerto y reposa en el jardín de los tristes alfileres; soy la que tañe la lira solitaria en catedrales y sepulcros, en el horizonte danzo entre los muertos, dejando en sus labios el beso de la ortiga y del azufre; aúllo cuando alguien llora y cuando miro atrás de muchos tiempos, tiemblo al recordarte tan limpio, tan afligido, tan desnudo. Yo soy el mundo, el grande, el silencioso, el desgarrado, sobre los caminos de las orillas altas que miran hacia los abismos, gimo por la roja, por la sin aguas y sin peces, por la extraviada. Convoco la luz sedienta de una ráfaga, la conspiradora arma, el encendido horno, un hacha de tortura, la cadena. Ven, llégate acá hasta la muralla de la escalofriante torre, 10
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hasta la tea agonizante y el fuego negro y hondo, que aletea como el cuervo. Somos el mundo amenazado, el soberbio, el inesperado, el arrogante. Tras la repentina campana que anuncia el resurgir del fuego y el estruendo, nos arrojamos con la espalda corva y tocamos la aldaba encarnada en los murmullos de agonテュa, barajamos las cartas, buscando la cabeza del ahorcado, el amuleto del amante, el cristal de un as inesperado. Salven al hombre la mariposa y la serpiente, el mテュtico aceite, el テゥbano y la uva el mutante viento y el descenso misterioso de los acantilados, los jardines, las cigarras, derramando plegarias al paso de las aguas.
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El callejón de estaño Yo la desquiciada, albacea de las astillas de la noche, con mi pecho de sombría leche amamanto la balanza de los sombríos valles, la máquina de guerra que cercena el dulce cuello de los ríos y los acueductos del insomnio, el claroscuro de los sótanos, los muros, los áridos mercados. Penetro silenciosa y por los agujeros vocifero. No persigo nada y todo lo aniquilo. La inmensa obra siempre está por concluir. El hombre me ha elegido como una luz futura y yo traiciono, quebranto, bufo y bramo, ante la luz de una cuchilla, rígida y mortífera. Mutilo la memoria y me fijo en el ojo ciego de los tiempos. Yo el mundo, el dividido, el fragmentado, el desviado. La atroz plaga con su cabeza de las mil serpientes, 12
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ruge, rueda y su cuerpo de lepra se pudre en la secreta arboleda donde expande su simiente el árbol elegido, el vínculo de las aguas, el vértigo de las tribus y colmenas. Salven al hombre la pirámide y el papiro, la línea plateada del desierto y la metrópoli, la luz de la luciérnaga y la luz de la escritura, el bosque de los ciervos, los brazos de la aurora, las cavernas donde se albergan las raíces y los vientos. Yo soy la milenaria, la ilusa, la que se despierta y ruge sobre el hechizo de las fuentes, sobre la ciudad dormida y los dormidos mares, estoy dotada con los restos del fuego y el metal, con la hoja del acero y la coraza, con el frío de los alambres de púas y el agua putrefacta. Bajo los anillos de las ráfagas y los gritos frenéticos de las sirenas, con los ojos sin pupila, con la hermética plegaria me abro paso, ávida, y construyo mi nido sobre abismos de ceniza y después de la insoportable caza, 13
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padezco el luto de los pájaros mudos y las flores muertas, la sequedad de la sequía y el quejido de hojalata, el musgo quebrantado en la lágrima del rostro. No me abandones en este valle reseco, donde me he arrancado los ojos. Guíame a las verdes veredas extraviadas, al espíritu del trigo y de la higuera, al dulce cisne y a su canto solitario.
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La ráfaga y el espejo Yo soy él, el mundo, el de eclipses y fulgores, el inmenso, el pequeño. Ha llegado la hora en que se guía el carruaje, en que se derriba el muro, y sobre el agua en que transita el navío, el náufrago y el pez, y sobre el Apocalipsis que serpentea con sus afilados dientes de púrpura y arcilla, la visión aparece como una calma inmutable: no hay vencedor ni vencido. Amalgama violeta de voces y de gestos, confusión de lenguas y horizontes, temblor del bosque en la huída. El mirto se abre y flota la ansiedad, el hierro en la entraña de la tierra, se hace aire en las alas transparentes de un pájaro, que dibuja el paisaje alucinante. Yo soy la invitada, la piedra de la encrucijada, la airada, la que aturde, la siempre soñada en la voz que no redime, en el canto que tienta, confunde y ejecuta imperturbable el cruel mensaje de la trompeta y la terrible orden; 15
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de un lugar a otro, desde la tienda en el frío campamento, hasta la resequedad del barro, mezclado con el lamento de un Jacinto, todo se mueve con el zumbido de las abejas de la guerra. Aquiétame, enmudece mi boca que brama, con la espuma aniquiladora del estrépito; detén la andanza de mi decrépita ceguera, la procesión de mi espalda jorobada; déjame dormir en lo profundo de los sueños, guíame a las azuladas estepas del abismo, al cristal avizor de los ojos de la tierra, a la entraña inescrutable del oasis, del volcán y el espejismo. Yo el mundo, afligido y huérfano, giro el reloj y lo retengo, en la hora de la penúltima contienda y en la red de las palabras, que, por un instante, desata el nudo del lívido tejido. Todo parece tan simple cuando la visión se extiende hasta los crepúsculos dorados, sin el filo del hacha y sin la soga, sin el frío del cuchillo; la noche de la danza de abejas y de lobos, de la carne de la luna sobre la plata de la hoguera, el descenso de la lluvia sobre el campo del jazmín y el abedul. 16
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Todo parece tan simple en la alucinante mテコsica del navテュo, cuando viaja hacia el centro de las aguas prometidas. Salven al hombre la alquimia de las aguas, la imperturbable piedra, el misterio del espejo y la pupila, el canto que precede a la venida de los peces y los vinos.
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El círculo blanco Una mujer reza y otra llora, y un niño como un dios harapiento en medio de la plaza, mira fijo a la del beso sangriento, a la roja, a la cubierta del tembloroso alambre, a la de grandes tinieblas, a la del deshecho de los días; y la reta y la sacude, ante la mirada impávida y confusa de este mundo el grande, el indómito, el pequeño. Somos náufragos de estas aguas imposibles, clamando contra la costra ardiente, contra la bestia de los ojos ciegos. Detén tu marcha, que tus raíces se quebranten hasta agotarse en un quejido tan ínfimo como el crujir de una oruga; ya nada inquiete, aunque todo lo confunda, el ladrido del hambre y de la libertad, se mezcle en la entraña del destello de la harina, del fulgor del canto de la piedra, de la viscosa mezcla del agua y del aceite. Contra ti, los muros se yerguen con las líneas lacerantes de la fe de una escritura, contra la pus de tu herida, contra tu sorda y seca cabellera, 18
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contra tu atroz pisada, contra tu penúltima barbarie; bebemos los destellos de la luz alucinante de las aguas, que chocan contra los dulces andamios y las plumas blancas de las aves de los montes. Salven al hombre, el almizcle sereno de la tierra, la línea de la lluvia, el círculo de la cebolla blanca, la estepa y el guijarro, el cuerpo celestial de una lámpara, la infinita urna del mar, la lengua de la hormiga, la burbuja que emerge del éxtasis del agua.
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El ángel de fuego Yo, el ángel exterminador, tengo sueño. Déjame dormir sobre los mares profundos del decreto extraño de los peces, sobre las agujas de los desfiladeros, sobre el espasmo sereno del desierto. Creo presentir mi último estertor, la danza final que sacude el ser del universo, porque también tengo tu rostro, el de los olvidados y extraviados, el de los tristes desolados; porque al fin y al cabo estoy hecha de tu carne y de tu sangre. Soy tu hija, la que ha devorado a tu madre y a tu hermana, la que ha desollado a tu padre y a la descendencia de tus hijos, y junto a la insoportable ruina, contemplo al primero y al futuro, al incipiente huevo, a la piel de la ceniza y a sus genes, derramando el agua que se choca, contra la alta torre de la piedra, sostenida sobre la costilla de otra piedra. Detén tu memoria de colono imperturbable, detén el gesto helado de insondable tirano; guíame a la huerta del ciprés, al solar milenario de la viña, a la flor blanca de la sal. 20
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Salven al hombre la boca sembrada de heliotropos, la escarcha alucinante, el legado del día primero, insuflando cuerpo a la palabra, la migaja blanca de la harina, flotando en el aterido viento, la muchedumbre, derribando puertas de lirios y de hierro. Ha llegado la cofradía del agua que lava los pies de la tierra. Yo el mundo, el prófugo, el muerto, el vuelto a nacer, el resucitado, el de la perenne cicatriz, el inconmensurable, el perplejo, inclino mi rostro hacia la palidez verde del sauce, hacia la escritura, que flota en el misterio de los vientos; hacia el silencio de las grandes tinieblas de los tiempos, hacia el esplendor de las aguas, de las algas y los peces. Ha llegado la hora, en que se levanta la tierra, como un jinete que eclipsa. Salven al hombre, el rayo que se mezcla en el centro de las aguas, la dulce congregación de la aldea, 21
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la ascensión del soplo del aire, el verbo y la letanía inscrita en la muralla de los días. Salve la grieta olvidada, donde resurge un jardín que redime. Aquí una sola raza delira, una sola torre se yergue.
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Hiedras de la niebla En el amorfo vacío y la primera duda, se mueven lentamente, en la matriz de la nada, los grandes abismos, los bramidos del fuego y las hiedras de la niebla. Hubo entonces un día y también hubo la noche, el flujo del espíritu palpitó, en la incertidumbre de las aguas. No había nadie, sólo el aliento de pálido semblante, que tenía el acento de este mundo, la piedra lumbre y el candil, los grandes mares y las grandes dimensiones. Grandes pactos se sellaron en los anillos hermanados de las serpientes y los peces, y todo se movía en el reino de la nada. Aún lo que estaba quieto se movía, la tierra, las estrellas y las grietas, en los círculos y los siglos de cristal. La bestia de liquen y de lodo, de cuando en cuando se afligía, y de un lugar a otro, hermética, fluía la gran simiente de las aguas. La tinta de los cuatro tréboles de un río regaba con su paso líquido 23
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el jardín del dolor y la delicia. En la primera cacería, de la innominada noche, la matriz se contrajo en la música del parto en el que se erige la memoria, y desde esa noche, la primera, hasta esta noche, la penúltima, la tierra ha movido su lengua y su palabra, y con ellas la íntima y estrecha comunión de las especies. La mirada que no nace ni muere vio en la tierra, entrar en ella, la matriz del enjambre y de la gran red, la piedra en que la muerte resucita, el anatema y la unción, la hermética simiente, la sellada desazón. Con el santo y seña de quien da la orden de partir, los animales limpios, las bueyes, los ciervos, los cachorros de leones, jadeaban a la hora de los partos, queriendo huir, hacia las alas de los montes y cada huevo quería engendrar, en el ala de los montes. A cada cual su pabellón, su fuga y su arma redentora.
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Los anillos del agua El rey de la arena y de los pájaros, y el rey del sigilo y de los vientos movieron guerra contra el rey de las dunas y los topos, el rey del silencio de los silenciosos, y el rey de la oscuridad de los oscuros. Todos se juntaron en el valle de la selva y probaron la sal del mar salado. Así los jardineros, los leñadores los que pescan, los que ordeñan, los cuidalunas, los labratierra, los que sueñan, los anfibios, los bambúes y geranios, avanzaban sin acortar camino hacia la orilla, donde el agua rugía y se hacía dulce. Aquí la vasija para la leche de la oveja, el vaso para el vino de la sed, y la descendencia para el triunfo del laurel; aquí, la mujer configurando la arcilla y la palabra milenaria, y aquí en la tienda, el mercader, contemplando la salamandra y las agujas, los víveres y el arco iris en la plenitud de los ocasos. Aquí la primera piedra y la última palabra de la red, 25
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el frasco prisionero del veneno y del antídoto, el lavatorio donde se lava la sangre, la máscara que toma todo el rostro que es suyo, y el rostro que arrebata la parte que le queda. Se iniciarán todos, alrededor de la gran mesa líquida, donde la sal del pez se hace presente, y todos se sentarán, sobre el bramido de la tierra. Mil de aquellos y mil de los demás beberán juntos la primera lluvia que se desborda en la boda blanca, entre los bienes de la noche en la más secreta máscara que oculta la airosa dicha y lo sublime del dolor.
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LA LÍNEA PÚRPURA
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La escritora Ya clavé el puñal a mi fantasma, corté mi larga cabellera, y la di de comer a mis hambrientos tigres. Deshice la herencia de los que murieron de tristeza, y de un solo trago bebí el dolor del agua, atravesé el bosque ardiente, me sembré como una lila, agonicé con la raíz del vientre entre las manos, caminé con la dulce tos de la nostalgia, y el cansado espejo que refleja la turbiedad de mi costado. Con cuanta suavidad suspiro aún, en el misterio y la palabra calma, en el grito de la campana que despierta a las pequeñas luciérnagas, que tan hondo cavan en el centro de mi espalda.
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La piedra y el aullido Yo dormí en la pupila de un portal, en una sombra, en un muro y en la nada, y en la línea que se inclina hacía la ilusión de la ascensión. Ya ni el ancla, ni el alfiler ciego, ni los columpios de las mariposas, apaciguaban la inquebrantable espera. Soy el escalofrío del cuchillo, un cúmulo de nieve, una hormiga mutilada. Estoy abstraída, desterrada, y entre el grito y la sordera, acechan los ojos de lobo de la tierra, y su lengua de lagarto olfatea los carcomidos peldaños, la inexorable caída. ¿En qué círculo gira el último estertor del viento? ¿Qué gruta se apoderó de las raíces de mis noches, y del desquiciado aleteo de un pájaro en la nieve? Presiento que va a llover y va a temblar, más de lo que tiembla el frío y delgado alambre de la vida. El mar va a desbordarse, y vendrá caminando a toda prisa, hasta la mancha de mi córnea. El mar devora la simiente, la flor petrificada, el vapor, el aro rodando entre la niebla, 29
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y engulle el cráneo de la tierra. Me bastan los brazos de una piedra y el aullido largo del silencio. Todo es negro, hasta el intenso filo de la luz que, desbocada, huye hacia el dolor del agua y a su silencio inmemorial. La piedra, es una corona gris y ensimismada que corona los caminos. El tren no parte, ni regresa, es un pedazo de metal, que transita mi memoria, una, y otra vez, como un amorfo aullido. El mundo es una cortina negra, la escritura es la sangre que se desborda ilegible, agonizante como el dolor de mis arterias. Me encerré los días con sus noches, en un rostro nacido del rostro de la nada. Toqué el timbre del infierno, del matadero, de la montaña blanca, y un ejército de lobos, aullaba alrededor de mi garganta. Yo perdida, yo mutante, tengo bastante con el hueso milenario de las piedras que apacible se derruye, en este sueño largo y taciturno, donde los gestos se marchitan, en el desquiciado jardín de un marchito manicomio. 30
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Azul casi púrpura A Andrés Ossipovich
Es la más luminosa forma de la gracia, penetra la redondez vacía de la nada, la grácil curva de la piedra, la hondura feroz de la caverna. Todo cae en el fulgor de su pantalla. Coronada en la tierra trémula, se inmola en alimento como la líquida raíz casi azul, casi púrpura, cubierta con su túnica larga y extraviada. Esta vez irá por los confines donde no se nombra a Dios. Atravesará en el lomo del tritón la inocencia, la mentira, el diluvio que trae consigo la estatura de la lluvia. En un tiempo sólo estaban ella y su palabra; sosiego brotando en el jardín tibio de la tierra. Perdida, negada vio rodar su gracia, obligada a subir la cuesta del olvido, aceptó vestir su riqueza con harapos. 31
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Burdas hordas, cínicos avaros ejércitos voraces arrebataron su caricia líquida, el horizonte de su lágrima, el viento que cabalga en su espalda. Su palpitar apaga el ansia de la gran boca de fuego, ahoga el grito destrozado, deambula en siniestros territorios. El azahar de un día luminoso la ha despertado bajo el influjo del olvido. Agua densa de la ira, irisada agua del deseo, yerta agua de la luna muerta, agua circular y vaporosa del pantano que se fuga y se borra entre el presagio de un cuchillo; agua oscura casi blanca que espera entre las manos, agua del temor que se esconde y precipita, agua de la oblicua culpa, de la memoria de la espina, agua sorda sobre el rostro del silencio, agua ciega sobre la escritura del espejo; agua que lava las heridas, que repara, que abraza y configura la forma de los cuerpos, el peso de la muerte. 32
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Los otros La luz opaca, penetra en el susurro descarnado de la pequeña estancia. Es allí donde despierto, y sé que detrás de la puerta esperan los otros. Son tantos, que abruma su presencia, la fila es interminable, para tocar el nostálgico infinito y mezclarse con su sombra. Nadie percibe la proximidad del otro, todos están por adherirse a la luz del horizonte. Más allá de la cicatriz, más acá de la herida, los contemplamos dibujando pétalos en la intocable línea de la niebla, abriendo páginas en los libros olvidados, configurando a través de la ventana, su último crepúsculo, su última promesa. A veces de reojo, entre las brumas, miramos absortos a los otros, caminar sin prisa por el largo corredor. Los otros son ellos, los que aún encienden el candil de la noche que enceguece 33
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y se entregan sin preámbulo, a los rieles quebrantados del tren de la esperanza. Ocultan su semblante entre el aullido gélido del viento. Los otros detenidos en la estancia, ya no encienden la hoguera del árbol de las ansias. Sin tregua el tiempo pasa, cubriendo su rostro con el velo de la nada. Recogen del jardín las flores del olvido, y entre cenizas del recuerdo más amado, miran hacia la luz de su morada, y detrás de las puertas, susurran lo indecible, callan su voz y su deseo. Sigilosos, ocultan su sombra en el lugar más recóndito y oscuro. Allí reconciliados en la fe y en la intemperie, esperan hasta que el silencio se haga llaga en el recuerdo; hasta que la yegua solitaria los conduzca, a la luz sin movimiento, para luego levantarse y de reojo, espiar a través de la ventana, y vislumbrar al nuevo huésped; ver de frente su mirada, sentir sus pasos por la vía del desierto nebuloso, viniendo sin prisa, hacia la estancia, para unirse con nosotros. 34
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La amiga A Liliana Gamboa
Salve a ti, la innombrable, la innominada; las muchachas errantes que no piden consuelo y temblorosas naufragan cada noche en la isla de la nada, y en el agua oscura y silenciosa lavan los pies de su amargura. La ausente, la lejana, absorta en el insomnio y la neblina, renuncia a su arco en erosión, a sus túneles de bruma, a su alucinado talismán. Salve a ti, la profética que esculpió en tu desierto la hiedra de la espera Tu cabeza huérfana fue acariciada con deseos y guirnaldas y en el perfume de las lámparas, se te olvidó el tiempo del frío, y el temblor de la tristeza. Por enormes balcones derramaste la fragancia, de tus abejas y flores. Salve a ti, la fatigada, que por cada cabello en tu cabeza, 35
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creaste un coro para cada amante. Ven a este llamado de ballena blanca, habitante de sueños y de duelos, guárdame en la tentación del filo de tu espada, ¿Por qué temblor temblamos? Mira bien la marea, hasta donde desaparecen los últimos guijarros, y el agua que apenas roza las catedrales de arena. Nada cuesta volver a lo mismo, y por lo mismo comenzar de nuevo. Salve a ti, la solitaria, que se anuda a su garganta la solitaria soga ante los felices invitados. Guardaste escarabajos en la escarcha del invierno, y en la yerba dulce de la noche descansan tu túnica y tu espalda. Yo te alejo de mis ortigas ciegas, del vértigo de mis auroras, de mi oro envejecido. Otros ojos que parecen los mismos, repasan la fisura de todo lo imposible. Nos llamaremos cuando ceda el nudo, y los mismos ojos, vueltos otros ojos perciban el último reflejo que se esparce en mil astillas. 36
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Jardín innombrable Desearía que no hubiera afuera, sólo adentro, la silla, el escritorio, el delirio en pleno impulso, el patio, las hojas, la cocina, el agua de los sueños, entre el agua de la esfera. Desearía después de la puerta y la ventana, niebla blanca, vaporosa, para contemplar el mundo, como un letargo, dormido, imaginado, cerrado como el nudo del silencio. El adentro me penetra, me hace inexistente, sola, el afuera aturde, asfixia, desemboca en mí como un oscuro alud y me derrumba. Desearía el umbral de éter y de niebla de cristales custodiados por muros, de la gran primera piedra, el rostro del agua, no el espejo; sentarme en posición perpetua y ver crecer mis algas entre el corcel del silencio, del sueño del pez y de la piedra. Un día ser Susana, otro, Lucía, un día la primera, otro, la última mujer; mutar, abrir, desatar, salir hacia el adentro, 37
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lugar en que se libra la más grande batalla, una contra mí misma, la otra que soy yo, contra el otro que son todos. Estar en la cofradía del solo, el silencioso, ser la sierva que vela en la puerta, de la cámara del sueño, que arde adentro, y como hija del alba y de la noche, inclinarme y rasgar el velo de la luna, cazar como un lobo entre la lumbre, arrojarme yo misma hacia mí misma, alabar el silencio de los silenciosos animales, ir hacia la nave del adentro, la que calma, la que salva, la hiedra de la suerte. Hacia adentro me empujo, me contraigo, muero y nazco paralela a la orilla de la culpa y del indulto, a la diestra del jardín de lo innombrable.
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Juego de Luciérnagas Mañana cuando regrese de las aguas, me iniciaré en la semilla del árbol de la vida. Esta tarde tengo trece años y me regocijo en la ventana, vislumbrando caballos blancos y bisontes, y un deseo oscuro en mitad de la montaña. En esta tarde en que iluminan trece lunas, estoy contemplando este camino tan largo y tan profundo; el que se bifurca, el que se confunde, el que me provoca y se extingue entre la niebla. ¿Dónde iré? Casi estoy perdida y casi, ya triste me detengo, ¿Qué camino escojo? ¿A dónde me dirijo? Mañana cuando tenga trece años, veré en mi rostro la larga travesía y la inefable línea de su historia, en el umbral de los jardines. Todavía me aferro a jugar con las luciérnagas que en mis manos son astros, dolorosamente extraños, y extrañamente luminosos. Esta tarde miro fijo a la otra niña, y al hombre que también la mira. Frente al espejo me detengo, con aquel rostro desconocido que todavía permanece en mi memoria. 39
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Noche de luna azul A mis padres
El reloj marca el instante de la eternidad y atraviesa el puente de las águilas. Un ojo demente y circular permanece entre el letargo del jardín de los desvelos. La noche canta como las mandrágoras y permanece con el sabor amargo del olvido. El ojo mira a través de los espejos y crea un espejismo, un instante encendido de delirios, la aurora guardada entre la niebla. Hay un jardín y un insomnio, el tiempo deshace su rostro, se transfigura. Es una red rota un guante ajado, una gota de lluvia una desgastada soga, la inicua nostalgia de una carta; es la abolición, la caída, se ha vaciado, desgarrado, finge que está muerto. No hay promesas ni ofrecimientos, el azul deseo de la luna atraviesa la ruta en contravía, el borroso mapa, la cifrada huella, el tiempo es un presagio, una quimera, 40
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una piedra que se inclina hacia el sauce y hacia el fuego, una piedra que se fuga hacia la sombra y la belleza.
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Visiones Ahora duermo, y tú me deliras sobre el rostro: la visión del matadero y su crepúsculo infernal, de la plateada escarcha y una horda de molinos, de un nido de hormigas en un árbol de alfileres, de un libro abierto sobre la arena desolada, de la raíz de la datura y de la danza, del remolino de las zonas prohibidas, de la bitácora flotando en la memoria de la nieve, del frasco del azufre y la líquida montaña, del mástil de un barco a la deriva, de los mercaderes de los miedos y los sueños, y de una solitaria muchacha girando en la triste rueda de la noche. Somos hermanas en la hermandad del fuego. Ahora duermes, y yo deliro en tu costado, un abismo de fósforos bajo un puente solitario, un río azul de nieve que forma la ventisca, una ventana ciega, un desfiladero de luciérnagas en el camino largo de la lluvia; un pararrayos atrapando un timbre, un campanario, una cúpula y el rayo, los graneros desolados, los pinos, las estacas, las calabazas de arroz y los guijarros. Somos hermanas en la hermandad del agua. Ahora dormimos en las catedrales de monedas falsas, en la máscara del águila, 42
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en el sermテウn del acantilado y del abismo, en la cuchilla y en el pulso calmo, para atrapar la lテ。grima del tiempo; en los zapatos desolados de la nieve, y en una vieja alforja, en la peste del desierto y la sed de la serpiente, en el ojo de una aguja contemplando la neblina, donde se congrega el primer pez en el テコltimo celaje. Somos hermanas en la hermandad del caos.
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Boda Blanca En mĂ laten el aliento del espejo, el poeta que cava su agujero, y el flujo iluminado que derrama la herida de los siglos. La belleza es un lirio, Dios, una niĂąa enferma, el amor, el resplandor de una fisura.
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La huerta de los sueños A Diana Cristina
Detrás de las buhardillas, tras los trenes y las infinitas rejas, de herrumbre y de nostalgia, tras las ventanas oscuras, y las puertas quebrantadas, alguien nos escucha. Perdidas entre jardines, extranjeras, extraviadas, muchachas con boinas y corbatas, con la máscara del agua, con el antifaz del fuego, desnudas bajo el árbol más espléndido, en coro, a hurtadillas, en la aldea, o en una caza azul; con heridas que tal vez no cicatricen, sosteniendo en el vientre un aullido, nosotras en el centro de la nada, añorando el mercader de agujas, y el mercado de alfileres, la tierra limpia, el lavadero del infierno, el caballo alado de un príncipe caído; nosotras en el cementerio, escuchando despertar a los poetas, cayendo dulcemente en el umbral de la cascada. ¿Será posible el perdón a la imperdonable indiferencia? 45
O RIETTA LOZANO
La fiesta atrozmente ondulante enciende la zarza de la herida, y sofoca el aire con el humo de los animales incinerados en los muros extraviados. En el muelle el viento de lo incierto, se apresta a quebrantar la placidez del agua. Un barco pálido que arremolina abetos, y una muchacha con la verdad debajo de la axila, devolverán el agua tranquila a esta región de sueños y sutiles movimientos.
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Letanía Por su espina dorsal como una estatua enorme emergen las sombras de una multitud que duda; reverbera el cristal de las escamas, recorre la desierta vía de la tierra y se destierra hacia las tempestades de una fosa abierta. El reloj se ha detenido y entre la cítara del aire clama al oído de la piedra. Retírale el jinete con su sombra de arlequín, la escalera donde el dolor asciende hacia el vestíbulo. Retírale la pestilencia, la lluvia de cuervos que entierra lentamente la inmensa salamandra del desierto. Arroja la higuera de su puerta; ciérrale el umbral a su adversario atroz. Retírale el espantapájaros, guardián de su jardín donde ángeles amortajados dulcemente cuelgan. Las huestes del miedo van llegando a su solar. 47
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Custódiala en tu casa, retírale la larga pesadilla de alfileres rodando por su cuerpo. Tiemblan las vértebras del día. Es la hora en que las águilas se juntan; la hora en que se cierran los ojos de la noche. El cielo rasga la vestidura de su amor. Borra en la pizarra de la tierra la palabra soledad. Reconoce sus manos en la luz de la libélula, en los bordes del cristal, en las pócimas dementes y en los ángulos del tiempo. Viene con un candil, quiere alumbrarte. El agua está rota y los sueños anidan en el árbol de ciruela. Sus lágrimas están rodando entre los mirtos de tristeza. Hay un ardid que cubre sus espaldas como una mancha de langostas y una niña como la nieve fría, con monedas de fuego contra monedas de plata apuesta por su suerte. La luz se apaga y el día pierde el equilibrio. El mundo sucumbe, hermoso, Incrédulo y soberbio. 48
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La Línea Púrpura Soy una cuerda, soy el círculo donde se aposentó tu balbuceo. Huelo el azufre, el olor de hombre quebrantado. He multiplicado el último pez de la noche. He vagado por la senda de la tentación y del silencio. La cesta está vacía, no tienes ningún pez en la red. Has soñado el milagro, has preparado la vía y ya jamás por siempre estaremos separados. Aguardaremos con nostalgia la inevitable estocada. Doy vueltas, giro y un aro de fuego me envuelve como una hormiga clavada en las entrañas. Las flechas se preparan. La idea es una herida, el pensamiento un dolor, el amor es un quejido, el tiempo una curva, el agua es una línea, 49
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la cloaca un paraíso, la espera está arrodillada ante tus pies, no caminan, no se mueven, están fijos. Ante el espectro del vacío la luna ilumina la sombra de la piedras, tocando cada médula los huesos del camino. Doy la espalda al gran desierto. Mis ojos sangran, mis manos oran y mi graznido arrebata el silencio de la noche. Soy el que toma por sorpresa, el que se yergue como una flor de noche. No pido clemencia no pido perdón, esa palabra aún no existe, está naciendo… yace inmersa en la oquedad de las tinieblas. Estoy atravesando el hilo más delgado, la línea púrpura de mi acero y de mi sangre.
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Corazón Allí está tan sin límites, extraviado, tan sin rumbo, solitario entre la muchedumbre perdido. Como una ráfaga, una cortina, como una piedra, como una ventana, una crisálida, como un derrumbe. Como un río petrificado, como un pájaro de fuego entre cenizas, como un remolino, un breve viento, como un alcatraz también sin rumbo inclinando su vuelo hacia el veloz velero. Como un sigilo de peces en el río, como la velocidad del viento en las montañas, profundo como un relámpago en la noche, como un desolado mirando a través de los cerrojos la desnudez de la tristeza en el vacío. Hermético secreto del fuego y la palabra, línea inquebrantable donde transita la mirada perdida en el horizonte de la nada. 51
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Como su hermana, la nieve melancólica, desciende por las arterias de los ríos, a veces callado en la altura del silencio; evoca grutas; dos pájaros gemelos, y en duermevela se fuga, se oblicua, se encierra y arroja la llave sobre la sombra de la noche hacia donde asciende su gélido crujido. A qué rescoldo llega su rojiza mancha, no hay espacio, ni tiempo, está congelado como la gota suspendida en la cueva de hielo, sin soplo, sin eco. Trémulo en la fiesta y en el duelo, mi corazón sin rumbo.
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CÁNTARO Y CORONA
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Almuerzo a las tres de la tarde Cuando recuerdo tu nombre, y contemplo tu postal en tono sepia, salgo al jardín a tejer un collar de flores secas y lloro por los sueños olvidados. Si pudieras cantarme una y otra vez, esa canción, tal vez dejaría de llorar para evocar el lago de los peces que derrama el alga de los sueños. Y me ausentaría una vez más en el país perdido para siempre y para siempre añorado. Mientras tanto corto una cebolla, para el almuerzo de las tres de la tarde, cuando el sol está cansadamente pálido, y parece envejecer a cada instante; pero no es el sol, son mis sueños, que atraviesan el laberinto infinito del espejo, donde solemos encontrarnos. Una vez más recorro el jardín, pero ya no corto las flores. Absorta las contemplo y luego regreso a ver dorarse la cebolla para el almuerzo a las tres de la tarde.
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El ángel jorobado Es siempre la primera en el último quejido, su olor a ungüento a dulce plomo, su asilo intemporal jardín del ángel encorvado, su luz dura, jorobada, alumbra la noche más larga que los días, y en la época en que el estiaje ocurre, vislumbra su próximo cortejo. Bálsamos, pócimas, vinos, narcisos, miel y vinagre, ella no tiene color y se parece al fuego. El mundo es un aterrante espejo, una multitud desbordada, una muchedumbre enferma. Sus anillos de agua lavan las manos, guían al ciego y lo conducen a su última morada. Artilugios, jarabes, péndulos, pesas y balanza bitácoras que flotan. Ha cruzado el umbral para convertirse en animal 55
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y con su propia sangre y sin recato reverencia al pecado siempre vivo. Tribulaciones, cribas y semillas, morteros, cáscaras, anaqueles y geranios; está inocente y solloza como un hermoso y cruel poema. Está condenada y excava las cuencas sin fondo de la tierra, hibernando en el desolado hueco de la piedra y como los hombres de madera salva su sangre de la terrible inundación. Con la paciencia de un sereno boticario, ofrece el amuleto y el conjuro, pequeño laboratorio, potasio y cataplasma antídoto y yoduro, sus cuadernos, ángeles blancos, velan su sueño y el dulce peligro, píldoras perpetuas y perlas de ostra, duermen a la diestra de su indolente jardín y la enajenan del mal de los vientos. La alquimista, la cocinera de remedios, recorre la noche de insectos de azufre, 56
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el camino de herradura, las tumbas y los olvidados trenes, el horno frío de las cataratas, las heladas, la sequía, la línea herrumbrosa de la carrilera, tejas y canales, umbrales y cornisas. Sin inmutarse mira a los heridos, a los acéfalos, a los tarados, a los caídos y prosigue indolente como el becerro en su destierro, configurando en el desierto su abismo prematuro. Con sus vestiduras de plumas de acanto, permanece en vigilia, permanece en ayuno y con la tercera túnica de su ojo pródigo prepara la amarga hierba en el recinto del coro. Se desvía de la ruta y sin recato, se posa en la vereda extraviada a escuchar las dulces aguas.
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La casa A Amparo Lucía
Suelo soñar mirando hacia el oeste, con el solar, el jardín y una hoguera donde se cocina el ansia. Oh flor oscura, serpiente en el camino. Suelo soñar con lámparas de luz de una mandrágora y una habitación donde a cuentagotas cae la palabra; con la soga del ahorcado, con la cisterna y la sortija, con una casa perdida en el agujero de una aguja y la cadena moribunda en el brocal del pozo. Oh hiedra blanca, pájaro en el cielo. Suelo recordar con el alma en vilo, el vuelo de un cisne, un alcatraz, y una casa ciega entre la coraza de la niebla, las velas alumbrando una partida y las cortinas afligidas llamando al horizonte. Oh urna amarga, arena movediza. Suelo soñar con la ceniza del graznido, en la esfera de la impalpable casa que se cubre con la capa del silencio, y cierra sus ojos a la hora del crepúsculo; suelo soñar con el blasfemo espejo, con la red de una promesa y el círculo de agua en el desierto de la casa. 58
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Oh anillo en el dedo, reloj de piedra. La casa se configura en hiedra, en pez, en cテ。ntaro, en pテ。jaro del tiempo donde la eternidad avanza, ceniza en la que antes de nacer, se estremeciテウ mi vientre.
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Ocaso Se escaparán dos lágrimas de mis ojos, rodarán por impasibles muros, caerán en mi blusa y salpicarán la hiedra que me mira silenciosa. Yo limpiaré sus hojas como si fueran mis ojos, romperé el círculo del tiempo, resolveré el enigma y seré jinete de ballenas en el gran lago del llanto de la tierra. El ocaso se desvanecerá en mis manos. Contemplaré la tienda de máscaras, el rictus del bramido, el aro de tristeza y me despertaré despacio, como una piedra que bosteza, que se niega a tomar agua, que extiende los brazos para aferrarse al infinito. Me levantaré como un árbol que despierta, que ruge, que conduce sus raíces hacia un nido telúrico donde habitan los pájaros sin alas. Me esconderé en el silencio de la fuga que mortifica, que suplica, que enardece. Voltearé mi rostro hacia la desnudez del día y sabré que estoy sola como la cicatriz que abandonó la herida.
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La hoja A Edgar Arenas
En el dintel del fuego de los pozos, una leve hoja mira el filo de otra hoja, la hoja de las almas, tan ciega, tan pez, tan densa, tan sin fe, tan oscura como el topo, como una manzana tan azul. La hoja advierte en la levedad del aire, el sol negro, la piedra de tristeza, el abismo de las almas. La hoja de mi alma, tan águila, tan plomo, tan círculo, tan horda, tan vacía, como un sombrío siglo, tan antes de nacer.
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La visita oculta A Gilberto Cerón
El huésped caviloso con el agua hasta el cuello y su corazón un frío clavo de abedul, derriba el muro y la fija estaca y enseña el estandarte blanco. La hospitalaria lechuza petrificada balbucea el enigma leproso de la condenación, y en la torre derruida erige un nuevo linaje, una nueva raza. El patriarca cabalga por la nieve y asciende diáfano los muros de las nubes. Relinchan lenguas en la turbiedad de un monasterio. La espina de la palabra lame la ubre del tiempo. Bendecir, arrasar, quemar, desalojar de sortijas y coronas. La tribu en cuarentena es interrogada, escrita con tiza la acusación, la venda en el ojo, en la palabra; todo se contrae, el abismo, la raíz, el precipicio enmudecido, los mástiles, los cuchillos, los sarcófagos, los hocicos sesgados, el légamo, el testimonio irrevocable, la sentencia ciega. El rumor del huésped ordena la retirada por indescifrables señas, 62
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toma la casa, el barco y el anillo; un mensajero trae el recado, el estambre el cáliz, las escamas, las gavillas, la lumbre errática, el conjuro ominoso. El hospitalario huésped abre sus alas de lechuza, abre las puertas de la casa y lava la lepra del paladar del patriarca silencioso, le da de beber la negra leche y le enseña su legado, sana su mordida, hurga la herida, corre el nudo ámbar de su cicatriz, le declara su alianza y echa por la borda la sentencia, el préstamo, el enojo. La vía hospitalaria brilla como un súbito tumulto de flechas y de dagas y del buril de zafiro escancia el vino, nubes anudadas recorren la escritura, abandonada a la suerte de los dados. El labio susurra la estatura del abismo, la mano arroja la piedra y la moneda, el cristal del ojo hurga en la vigilia, testigo de la suerte y la miseria, el techo ácido gris de la abadía, irisa la lechuza y el cordero en retirada. Por sendas marchitas, huésped y patriarca, toman aliento y reman por hendidas urnas, de arena y remolino, para trepar el muro del castillo, donde el patriarca ebrio balbucea, 63
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al apesadumbrado huésped, la hora del retiro. El estrépito de un aletazo resuena en la inmensidad de un zaguán.
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Huida Derramamiento de semillas, de larvas, de guijarros, en las tiendas blancas de las noches nómadas, pléyades de estrellas, gusanos como perlas, polillas, huevos luminosos, titilan sobre la cabeza de la turba. Un cortejo de hombres, se despoja de sus mantos. Las bestias se aparejan, se encabrita la arena, el fuego se redime, la sal del desierto se despierta, la lumbre resplandece. Un cortejo de hombres recoge sus serenos mantos y abraza el horizonte. Se acata la subterránea orden, la fuga continúa imperceptible, eterna, inmemorial.
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Perdidos En el ápice del sueño, se aflige el rostro de la multitud; por toda vestidura un ramillete de olvido y de deseo. El hospedaje es inhóspito, se derrama la pócima, el mapa se extravía, se toma por casa, la alunada vía en construcción; la herrumbre de un tren cubre las hortalizas blancas; en las aguas dulces resplandece el plomo y en el aposento del abismo, una congregación de vientos sella un pacto. En los parajes se apuestan la sal, la daga, un dado, los postreros días, y se arriesga un sueño, un espejismo, el paraíso. La mariposa y la serpiente configuran un nombre, y descifran el texto que designará la ruta.
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Señal equívoca En las laderas y en las torres, en los costados de las sombras, y en el desfiladero de los días, columnas de azufre dan señales equívocas, en el tiempo que anochece. El cordero se ofrenda en la sal del desierto. El agua y el aceite se mezclan, y manchan el soplo luminoso de los siglos. El cordero se ofrenda en la traición de la alianza. El tiempo que precede al anatema, repele y se aferra a la estructura confusa del secreto, al antifaz y al desatino. Como un anzuelo hacia la trampa, todo se aniquila y con su propia entraña se devora. El cordero se ofrenda en el huerto de la nada.
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Azar Vacío el ánfora que sin fondo permanece, miro la noche, que ciega, mira hacia la luna. Azar propicio, hazte en mi cuerpo, hazte en mi sangre, líbrame de la zarza que arde sin quemarme, hazte líquido, sólido granizo, hazte plomo, aire inerme, viento solitario, vaso del silencio, hazte como una flor herida, y habita mi alma, en su sombra más profunda, en su lado más oscuro. Preserva para mí la noche solitaria, reserva para mí la luz del centinela. Orilla propicia para el sacrificio más propicio corderos oscuros, abedul, ciervo hechizado, álamo blanco, serpiente, brazalete. Azar propicio, hazte en mis ojos como laberinto luminoso, hazte en mis brazos como una legión de ángeles secretos, como la danza del sauce solitario, como una mujer que camina pulsando su mesura y su delirio. Líbrame de la herradura en el galope de mi fuga, de la marca en la corteza de mi árbol, líbrame del canto oscuro de la noche, hazte en mis sueños, como la aurora, en el milagro de su despertar.
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El tiempo del árbol Desde ahora te lloro como el agua arrodillada, que permanece, callada, inalterable y serena a los pies del roble. El agua tiene tantas lágrimas para la raíz quebrantada del infatigable árbol; lo roza sin que se estremezca; sabe que mira de frente al elefante y, como él, trae a su memoria desde la niñez toda su historia. Sabe que todo ha terminado, y sin embargo, siente que apenas comienza a caminar por el sendero. ¿Cómo caen los robles? ¿Como cuando se tienden las nubes en la tarde? ¿Como cuando conspiran los lobos en la noche? Tan secretamente, tan huérfanamente, sin pena, sin llanto, tan plácidamente, como una burbuja que danza en el solar del agua.
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Ciudad dormida Yo llamo a la puerta del acantilado, a la puerta de los pájaros en vuelo, a los perfumes que destilan las cloacas de los cielos, a los trenes y animales en huida, a la tristeza oculta en los espejos, a los gusanos, a las perlas que titilan en el fondo de la carne. Llamo a las cortinas, a las luces de las catedrales subterráneas, a los rostros desvelados, olvidados, clandestinos; llamo a las ventanas, a las puertas que se pierden en los secretos del pliegue de los vientos; llamo a los ángeles, que bailan, en la escalera del crepúsculo. Llamo, en fin, que da lo mismo, a la cortina, a la ventana, a la escalera, que en la sombra del ocaso se confunde con las perlas, los gusanos, el umbral de lo olvidado.
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La ausencia y el espejo Solo estamos dos, mi olvido y el espejo, alianza que crece en mitad de lo indecible. Me nombra como la primera y responde el eco telテコrico del テコltimo bramido.
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Cántaro y corona A Caravaggio
Mi rostro decapitado, quebrantado, oscuro, alfiler clavado en la ceniza de la piedra, sostenido por la triste mano de un sombrío ángel, desciende acongojado, paso a paso, cada ráfaga, cada corona, el hueso nupcial del arrecife donde se estacionan la luz y la tiniebla. Gélida antorcha que oscurece, no te alumbra. Mi rostro oblicuo, errante, devorado por el barro de la biliosa huella, desciende paso a paso, cada cántaro, cada flor de la piedad, la escalera enmudecida de la larga noche. Canto de la grieta, que te aparta, no te acerca.
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Mi rostro en vigilia, insaciable, como un reloj en la noche, escribe infinitas veces la memoria de la azulada turbiedad. Es la espuma, es el graznido del animal muerto, vuelto amargo. Es la angustia sin pテ。rpados, sin lテ。grimas窶ヲ es el crimen ciego que dicta su sentencia.
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La ebriedad y el viento Cuando en el delirio y el gozo, entregamos hasta el alma; cuando no sabemos si la noche cae, o se levanta el alba, erguimos las alas, no para ascender sino para caer. Como doncellas de arena, ateridas, en la tenebrosa noche juramos la promesa y convocamos el ayuno. Como un ĂĄngel temido, la encorvada aurora con su oscilante aullido nos despierta para confirmar el vacĂo innominado que nos legĂłel silencio.
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Recuerdo Nada en la eternidad un aro errante, nada en el tiempo, círculo, simulacro y vértigo, nada en la muerte, arterias de agua y vacío. Se arranca de raíz la flor del olvido y un lamento resplandece en la bruma. Un halcón vuela en la pradera azul y se posa frente al muro inmutable del recuerdo. El aire irisado arranca un sórdido canto. No se venera, no se profana, no se limita , no se encierra, no se libera. Vuelve una y otra vez para girar de nuevo. No se cae, no se levanta, no se suspende. Balbucea, tartamudea, vocifera. Su nube oscura restalla en el oscuro firmamento y un pequeño aullido sale de la nada y de la nada tan rápido, tan lentamente, repta por el túnel del recuerdo la húmeda corola de la soledad, que palpita sobre el corazón del tiempo desollado. Los ojos no se cierran, no se abren, no palpitan, no se asombran. Solamente el quejido gélido, la zarza ardiente, la sombra que reclama el árbol, la ceniza que se riega, el abismo que se hunde, la raíz que se resiste. 75
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De tanto en tanto, en el ojo de la piedra, se mira frente a frente la nostalgia. No recuerda, no olvida, no retiene, s贸lo estrecha el r铆o que ha cruzado.
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ÍNDICE La ráfaga y el espejo Tejedor de vientos ...................................................... 6 La doncella de arena ................................................... 8 El ciervo y la coraza ................................................... 10 El callejón de estaño .................................................. 12 La ráfaga y el espejo .................................................. 15 El círculo blanco ........................................................ 18 El ángel de fuego ....................................................... 20 Hiedras de la niebla ................................................... 23 Los anillos del agua ................................................... 25 La línea púrpura La escritora ............................................................... 28 La piedra y el aullido .................................................. 29 Azul casi púrpura ....................................................... 31 Los otros ................................................................... 33 La amiga ................................................................... 35 Jardín innombrable .................................................... 37 Juego de Luciérnagas ................................................. 39 Noche de luna azul .................................................... 40 Visiones ..................................................................... 42 Boda Blanca .............................................................. 44 La huerta de los sueños .............................................. 45 Letanía ...................................................................... 47 La Línea Púrpura ....................................................... 49 Corazón .................................................................... 51 Cántaro y corona Almuerzo a las tres de la tarde ................................... 54 El ángel jorobado ...................................................... 55 77
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La casa ..................................................................... 58 Ocaso ....................................................................... 60 La hoja ...................................................................... 61 La visita oculta ........................................................... 62 Huida ........................................................................ 65 Perdidos .................................................................... 66 Señal equívoca .......................................................... 67 Azar .......................................................................... 68 El tiempo del árbol ..................................................... 69 Ciudad dormida ......................................................... 70 La ausencia y el espejo .............................................. 71 Cántaro y corona ....................................................... 72 La ebriedad y el viento ............................................... 74 Recuerdo .................................................................. 75
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Peldaños de Agua (Antología Personal) de Orietta Lozano se terminó de imprimir en Julio de 2010 en los talleres de Caza de Libros (Ciudad de Ibagué, Tolima - Colombia) Impresión de 1000 ejemplares
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