Charles Baudelaire 1821-1867
Marina Alcolea
REFLEJO DEL «SPLEEN DE PARÍS» SOBRE UN ESPEJO «No a todos les es dado tomar un baño de multitud; gozar de la muchedumbre es un arte; y sólo puede darse a expensas del género humano un atracón de vitalidad aquel a quien un hada insufló en la cuna el gusto del disfraz y la careta, el odio del domicilio y la pasión del viaje». Charles Baudelaire, Las Muchedumbres (El Spleen de París) Cada noche el poeta se arroja a las húmedas calles, el cuerpo inflamado de absenta y éter, los ojos nublados por el hollín de la amapola. Deambula solitario por los callejones y las sombras verdes, entre las esquinas de alquitrán y las incandescentes fumarolas. Sobre los adoquines regados de orina una estela de metal se ahoga; es el fulgor espectral de una estrella lejana llamada Ajenjo. La luz de gas cobriza, el óxido sacramental del sexo, el sabor de herrumbre tóxica, el ántrax sobre los párpados de musgo polvoriento. Las letrinas de la burguesía evacuan sobre riveras y calles; someten las superficies vulnerables mientras el aura de una rosa palidece. Quejidos de una ciudad siniestra; es el decorado de un teatro de marionetas con sus palacios, iglesias, cárceles y fuentes. El poeta percibe la angustia, las risas desbocadas de la gente. De esa muchedumbre alucinada con sus formidables ecos. Transustanciación de la lluvia en vino bajo los puentes: las alimañas nutriéndose de despojos, adormecidas como tiernos cachorros que lamen y devoran una pila de dilapidados huesos.
De pronto lo invade todo el dulzón aroma de las flores putrefactas sobre una mesa, las sábanas sucias del burdel y la taberna. Petrificados, los cuerpos tendidos en la cama como muñecas mientras la sífilis va trepando por sus miembros. El treponema trepanando en los espacios una red de galerías y huecos. El infierno es una partida de dados amañada o el azúcar amargo hirviendo sobre una cuchara somnolienta. Al bajar las escaleras que conducen al embarcadero, el cadáver de una puta cubierto de medusas, de viscosidad sucia y lechosa: es el flujo lento y suave que se derrama por las fosas. De su boca abierta pintada de rojo brota el gorjeo de un estornino. Las aves que expiraron las musas son las que mejor cantan y reciben su don de los muertos. El poeta pregunta en voz alta: «¿Alguna vez Satán descifró las oscuras letanías talladas en sus cuernos?» El Sena desde su orilla izquierda responde: «Mis aguas negras, mi seno de lodo hambriento te conducirán directo al infierno».
Manu Lechuck
Que la retórica, la poética y la lírica fueran el paso hacia el whisky y las putas. Francia, bohemia, cristal de bohemia, vasos sucios de manos con guantes de plástico. Cantos de sirenas y demás funcionarios del Estado, que un día quisieron ser revolucionarios. Libre, libertino o libertinaje; libertad, ¿para quién?, para el burgués y la figura femenina, esa cuál reside en un vaso lleno de líquido lubricante; esperando a cuatro patas en un salón decorado con lámparas de araña. La viuda y la negra, dejar de estudiar no por convicción, sino por desarraigo veraniego con chaqueta y pañuelo; aunque en la cruz de la farmacia pusiese: 41º C. B, a, u, d, e, l, a, i, r, e.
Marygarlic
BAUDELAIRE NO COMÍA CARNE Baudelaire no comía carne. Caminaba con cierta locura por las calles desnudas de París buscando flores mustias como si fueran el mal. Al verlas las arrancaba para, acto seguido, masticarlas lentamente y tragarlas hasta vomitar, Era entonces cuando escribía, en las noches desnudas de París, con las manos marchitas y el estómago vacío, con la sonrisa inmoral y la certeza única de que escribir, igual que la muerte, le haría inmortal.
David Durán
Jess B
Agosto es el abismo entre tus muslos-acero Belleza salpicada en los pezones-velas y el tropel de condenadas acompañan a Satán en la oración de la desnudez El poeta mastica la orquídea carnal de la muerte para embriagarse de infinito y una daga manosea la herida de la eternidad grita a coro: Ô mon cher Belzébuth, je t´adore!
Irán Infante
Francisca Pageo
EL MUSGO DE LO REGULAR Que la jardinería es una disciplina artística superior a la media es un hecho que asume todo el mundo. Todo el mundo menos mi padre, claro. Todavía no sé exactamente cuándo empezó a urdir su complot para boicotear mi carrera de floricultor, pero lo consiguió. Fundó un ministerio de infamias contra mi persona, y lo hizo tan solo porque se aburría y porque me negué a seguir sus pasos como poeta. El caso es que lo consiguió. Consiguió que mi pareja me abandonara por nenaza, que mis amigos se distanciaran de mí por hippie, que mi perro se escapara de casa para huir de la alergia primaveral. Consiguió incluso que me encarcelaran por brutalidad vegetal. Mi pasión era regar y podar, cultivar y plantar, y de repente me vi abandonado por mis allegados y con una orden de alejamiento de doscientos metros sobre cualquier bonsái. Pero eso no me paró. No. Eso no me hizo empezar a recitar. Condensé todo mi rencor en una semilla y la metí dentro de una maceta. Quizás fue por utilizar uranio como fertilizante, quizás fue por regarla con lágrimas, no lo sé, pero unos meses más tarde germinó el musgo de lo regular. Y este será el instrumento de mi venganza. No quisiera alardear de mi triste creación, pero lo cierto es que ahí por donde se extienda este musgo mutante ocurrirán desgracias de una intensidad moderada. No hablo de muerte o enfermedad, hablo más bien de picores intermitentes e irritaciones leves. Me vengaré tanto de mi padre como de todos aquellos que tan alegremente aceptaron sus tretas, y lo haré de la manera más cruel que conozco: haciéndoles gastar un dineral en crema hidratante.
Xavi Lázaro
Paloma P.
El agua sucia pasa apuros hasta encontrarse a sí misma Baudelaire folla en el invernadero para no romperse la cabeza con la propia conciencia desquitarse requiere técnicas contemplativas los planes gimnásticos poseen argucias guardados en contra del tiempo hallado el mínimo común múltiplo de éstas cerezas queda prohibido el uso de flash en las galerías profundas el lunes no es mal día el martes comienzo la imaginación común contiene trazas de religión no es de obligado cumplimiento que un libro viejo sea una edición antigua lo mismo ocurre con la piel de los puteros del romanticismo
Mario Quintana
MUJERES Observa la luz que golpea mi cuerpo en este instante. Que amanece en nuestras bocas, entibia la piel, seduce nuestras voces y encuentra las manos cerradas, decrece en las piernas como un hilo de vida que tiembla y se consume. Sarah, dijiste que el placer era una cárcel. Tu sexo era el emblema de la liberación, tu angustia era mi auspicio, tu regio quejido derramaba el dolor de un paso que seguía a otro paso y a otro más conduciéndome a la muerte, tú, heredera de la conciencia enferma. Luego vinieron otras. No llevaban tu nombre pero sí el mismo olor, la misma culpa extática inyectada en su aroma. Jeanne, Marie, Aglae. Un perfume de encuentros, de ardores, de idas y vueltas, de arañazos microscópicos, de belleza vislumbrada en la plenitud de un vientre, de soledad a ambos lados del espejo, donde no mira nadie.
Se ha apagado la luz, ya no responden mis plegarias, de qué manera buscar lo femenino en esta gloriosa esencia que queda tras de ti; la salvación no está en un barrio judío sino en la oscuridad que vierte sobre mí la ausencia de vosotras: féminas de rostro cadavérico, sombras que atesoran mis pasado, almas que me aguardan en el lecho hasta impregnarse de mi aliento.
Rosa Berbel
Ă lvaro Gastmans
De estos ojos tan tiernos y fervientes Charles Baudelaire LOS OJOS DEL ALBATROS Quería escribirle un poema al color de tus ojos. Quería escribirle un poema al color de tu sangre, a la palabra que fluye entre la fosforescencia clorofílica de las flores. También pensé en ocupar tu nombre, en la semilla que contiene la majestuosidad de la secuoya roja, [Una hoja es una letra en el versículo bosque] en la guerra repitiendo sus cadáveres, en el humo de las casas y los párpados, en el hombre que busca y nunca encuentra, [Su tenacidad es su martirio] en el color azul del silencio visto. Quería escribirle un poema al color de tus ojos y acabé hablando de mí con la escisión social de tus palabras.
Jorge Ortiz Robla
A単eta Martin
Baudelaire abre un animal como si fuera un fruto, los insectos entran y salen del tejido roto, como una música. Baudelaire hunde su cabeza y mastica la carne aún caliente. Ahora es una mancha de sangre negra que respira, sólo sus ojos y su boca delatan que es humano y que lo humano es sólo eso.
Raúl Quinto
Raquel Agea
Las marcas de piel en la piel qué señalan. Silencio denso de nadie la enfermedad en los rincones donde llega
el cuerpo a ser cuerpo de nadie, tedio, abandono o vida.
Federico Ocaña
Mar铆a Sim贸
LAS FLORES DEL MAL
Me gustan aquellas que florecen de noche las más oscuras y tiernas flores. Las flores del mal provocan mi bienestar. Ni azules, ni fucsias, ni amarillas —flores de discoteca— flores pálidas que destiñan el tiempo flores asesinas, flores suicidas flores reconvertidas a ninguna religión. Donde arrancar un sí de un pétalo vale no, negativo/positivo, la fragancia despierta siempre en una espina. Y así se deduce que del amor siempre algo del dolor escondido en forma de flor nos acecha, tierna, oscura, melancólica y nocturna.
Crista Smith
Estoy caída en la cama. Soy y no la mártir de Baudelaire y la puta de cualquier pseudopoeta que ansía malvender versos por el beso de unas musas que le asustan. Estoy caída en la cama y por mi mente concursan mil pensamientos hacia una meta que se aleja sutilmente y a la que nunca llegan miro alrededor y veo una cárcel cotidiana compuesta de barrotes con los que me he flagelado y un candado que yo misma me encargo de cerrar. Estoy caída en la cama. Exhausta y moribunda, pero superviviente de otra paliza sentimental contra mi sombra por mis muslos la sangre aún ardiente
se desliza tras haber nacido en la cascada inspiradora de sus estrofas que la confundían con la fuente de la eterna plenitud. Estoy caída en la cama y aún noto el tacto de unas manos que me tratan con el odio más delicado, que arañan un territorio ya marcado, que me agarran un cuello que ya se ha colgado de muchas nubes y también siento la caricia de una guadaña que se desliza por mis labios, que me invita al suburbial intercambio del sufrir y el no sentir. Estoy caída en la cama. Y si no he cumplido horrores es por concederte los honores de matarme lentamente y nutrirte de mi sangre de ahora en adelante, amado Charles.
Marta Peñalver
Gloria JimĂŠnez
Fidel MartĂnez
«No amamos a otro; amamos las sensaciones agradables que otro nos suscita» Nietzsche «En tus ojos hundidos hay fantasmas nocturnos y descubro en tu tez unas veces locura y otras veces terror, taciturnos y fríos» Baudelaire
TROUBLE Siquiera puedes mirar su rostro. Su figura jadeante, de sufrimiento extremo. Observa las llagas. Observa la sangre que llega hasta su barbilla. Los ojos desencajados, buscando el cielo. Una mirada de péndulo que oscila entre dos edades, de niño a hombre, y a la inversa. Y tú, cobarde enclenque, regresas a él para implorar perdón. Piedad. Misericordia. Te habías prometido que esto no volvería a pasar, que debías invertir tu aliento en tu familia, hacia aquellos que han soportado desvaríos y excentricidades. Pero eres débil. Y esa debilidad alimenta la capacidad para engañar, para alterar el orden natural de las cosas. Pero, reconócelo, eso te excita. Estar a merced de la emoción que late en un corazón negro, tan negro como el miedo primerizo. Sí, todo esto te excita. Esa suerte de nudo que resulta del dolor, el placer y la belleza más sublime. Y de la vergüenza. Del exhibicionismo propio, único. Intransferible. Conoces bien la sensación. Un leve jadeo que seca tu garganta. El sudor en la sien, en las axilas. En las ingles. Sabes que ante los primeros síntomas deberías salir corriendo, abandonar esa geografía que te hace vulnerable ante su figura, ante la historia del ser humano..
En un descuido, tu mirada lo observa. Notas cómo la erección roza la madera gastada. Debes intentar disimularlo. Imagina el escándalo. Al lado de tu familia. Carraspeas y, haciéndote el despistado, miras a un lado y a otro. La mujer de tu derecha te sonríe dibujando una de esas muecas de alma hierática y sexo yermo. Sonríes con la misma esterilidad y notas cómo el sudor recorre tus cejas. Tus manos. No dejes que se dé cuenta. El leve susurro en tu sexo, la mirada que pretende un cielo, el olor a incienso y servidumbre, los rostros monocordes, las voces de otro tiempo. Vas a volverte loco. Debes ir a limpiarte. Levántate con gesto apagado, arrastra los pies para evitar el color del sonido y llega hasta el baño. Lava tus manos. Con agua bien caliente. Eso es. Aprovecha para refrescarte el rostro. No, no solloces. No te arrepientas. Podría escucharte cualquier persona. Sólo él conoce lo que hay entre vosotros. Sólo él conoce la magnitud de tu presente. Y de tu futuro. Ya estás más calmado. Eso es. Acaricia la mano de tu mujer. Así, justo así. Os volvéis a levantar para abandonar el templo. Ella tardará siete días en volver, pero tú regresarás mañana. Y pasado mañana. Y al siguiente. Él te ha hecho eterno. Nunca olvides eso. Antes de dejar atrás la última huella, decides girarte. Observar la figura jadeante, de sufrimiento extremo. Sus llagas. La sangre que llega hasta su barbilla. Los ojos desencajados. Vuelve el sudor y el jadeo. Por un segundo, vuestras miradas se encuentran en el aire. Apenas se han rozado. Pero eso te es suficiente.
Cristina Consuegra
EL MAL POÉTICO
Mi mujer no entiende que soy así por Baudelaire, él es responsable de mis actos. Las prostitutas, las mulatas, las drogas (los paraísos artificiales), el alcohol (embriagarse de vino, poesía o virtud), la sífilis, todo eso me viene por sensibilidad poética, por los versos del más grande poeta maldito francés. ¿Quién soy yo para discutir con Baudelaire?, le digo a mi mujer, no soy digno, sería un desacato. No soy más que un jardinero cuya labor es cuidar de las flores del mal.
Gabriel Noguera
JosĂŠ Morillo
Henar Bengale
ENFERMEDAD DE LAS FLORES Agua en el vientre de un buitre. Lagañas rojas en los ojos del rey de los paraísos artificiales. Hermanas con los cráneos en sus sexos perfumados de jardines orientales. Algunas viudas sacan el pecho del poeta carne, escarabajos de plata y pastillas antidepresivas. Un rosario enredado a su coxis. Santa Beatriz cose sus genitales con hebras de oro. Cose el tigre con la noche. Belleza podrida en la retina inflamada de Dios. Enfermo de cáncer de la nada. Flores del desierto en mi vientre vacío. Baudelaire tiene el vientre vacío. Las pulgas chuparon la sangre de su falo. Sufre la enfermedad de las rosas. La serpiente es el juglar de sus venas de nácar veteadas por manchas de sífilis. Cucarachas invisibles en su boca de ángel caído. Claveles enterrados en su falo flácido de días. El cerdo devora el cadáver del sol y el vientre de su Madonna. Sus hijas limpian la carroña, el pus que él ha dejado en sus muslos. En sus costillas se encuentra el lenguaje del diamante sangrante y en la garganta dorada de su padre muerto, la flor del cerezo.
Patricia Úbeda
«Hay que estar siempre borracho. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua. Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos».
Charles Baudelarie
COLABORADORES Raquel Agea - Marina Alcolea - Jess B - Henar Bengale Rosa Berbel - Cristina Consuegra - David Durán - Álvaro Gastmans - Irán Infante - Gloria Jiménez - Xavi Lázaro Manu Lechuck - Añeta Martin - Fidel Martínez - Marygarlic José Morillo - Gabriel Noguera - Federico Ocaña - Jorge Ortiz - Paloma P. - Francisca Pageo - Marta Peñalver - Mario Quintana - Raúl Quinto - María Simó - Crista Smith - Patricia Úbeda
DIRECCIÓN Sonia Marpez Gabriel Noguera
DISEÑO Y PORTADA Sonia Marpez
Obituario N.17 – Charles Baudelaire Publicado el 31 de agosto de 2014 obituariomag.blogspot.com