OBITUARIO #42

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Akira Kurosawa 1910-1998


NIEVE Ni una espada, ni una lucha, ni un samurái. Fue la nieve la imagen primeriza y poderosa que tuve de lo que significaba el cine de Kurosawa. Y esa primera imagen, en realidad hecha de tres momentos, es la que permanece con más fuerza. Dersu Uzala siendo enterrado bajo la nieve fue el primer paso. Una nieve que sigue cayendo sobre su vara para andar, clavada junto a su tumba. Era el final del camino para el personaje. Kurosawa una vez describió el suyo como un sendero tortuoso continuamente azotado por vientos y nieve. Cuánta nieve, cuánto viento y cuánta lluvia observó también John Ford. ¡Cuántas personas poblaban sus películas! Para Dersu Uzala, la nieve, al igual que el viento o el agua, era «persona». Muchas de las películas de Kurosawa son un grito que insiste en que no olvidemos que formamos parte de la naturaleza. No hay más que ver sus Sueños para ver ese grito. La naturaleza y la memoria: ahí está el aliento de su imaginación; de su cine al fin y al cabo. La nieve volvió enseguida a mí en los mismos términos. Esta vez era el señor Watanabe que terminaba sus días columpiándose bajo la nieve con semblante feliz y cantando con melancolía. Morir en movimiento intentando congelar ese instante cuando había estado viviendo como una momia. Eso es visionar Vivir. La nieve puede convertir en escultura aquello que entierra con su peso liviano. Kenji Watanabe moría al aire libre, moría en comunidad y moría en positivo. Ya mi querencia hacia Kurosawa adquiría las etiquetas de director ecologista


y humanista. El tercer encuentro fue la declaración total. Leí un guión suyo que no llegó a rodar que se llamaba justamente Nieve. Nieve estuvo a punto de ser su primera película. No lo fue porque la idea práctica que sustentaba el guión desapareció de la realidad y no pudo dar vida a esos bandidos blancos que atacan. Por una vez no fue culpa del presupuesto, de la censura o de algún productor. Ese pequeño chaval con personalidad de girasol además empezó a trabajar en el mundo del cine el día que hubo una gran nevada que tapaba los estudios. Mi vinculación primera con Akira Kurosawa parece no ser entonces forzada. Ahora, ya, puedo dejar que vengan todos los samuráis que quieran.

Ana Calpena Santana


AUTOBIOGRAFÍA 1. Abres la boca automáticamente. Prestas tu mirada a las imágenes que se suceden en la pantalla. Miras el plato, ahora casi vacío. Algunas patatas fritas aguardan destino entre un collage de mostaza y kétchup. Las comisuras de tu boca mantienen la grasa del aceite. Y tus dedos. Debe ser por el calor que desprendes. Vuelves a mirar el plato y el resto de recipientes vacíos, que lo acompañan, esparcidos sobre la mesa. Hace mucho que dejaste atrás el control sobre lo que engulles. Los problemas de salud te asedian: rodillas, tobillos, muñecas. Lumbares, cervicales. La sangre muere en los estuarios de tus piernas y nalgas. La sangre se acumula, como el mal aliento que asfixia tu garganta. Eres repugnante. Te metes en la boca la última patata frita. Observar tus movimientos resulta agotador. Toses, trozos de patatas manchan la pantalla de 32 pulgadas. El mayor ha caído sobre el rostro ensangrentado de un niño sirio, un niño nacido en la guerra, que no saldrá de ella. Un nudo apresa tu cuello. Lo miras mientras coges la patata que cubre parte de su rostro. La introduces en tu boca y te chupas ambos dedos. El presentador pasa a la siguiente noticia. Y a la siguiente. «Como si se tratara de un bufet». La ocurrencia te hace reír. Abres la boca y una carcajada explota en el salón. Te encantan esos pensamientos ingeniosos, siempre hirientes. Lástima que la gente no los aprecie. Parece que mañana lloverá. Una lluvia torrencial abrigará toda la -


ciudad. Una lluvia que no logrará arrancar la suciedad incorporada a las arterias de las aceras, de la calzada, pero que, al menos, arrasará con su capa epidérmica, con el olor que desprende. La lluvia promete renovar el aire. Quizá mañana, si te encuentras de mejor humor, abras la ventana. Esto, querida, se merece otro cartucho de patatas fritas. Devorar hasta morir. Porque, no nos engañemos, eso es justo lo que te mereces. 2. Tres años en Aleppo. Tres años testimoniando una guerra asimétrica. Testimoniando el olvido y su horror engulle vidas. Observas, todavía con la respiración golpeando tu estómago, cómo un enfermero soporta el cuerpo de un pequeño, un pequeño nacido en la guerra, hecho en el miedo, en el hambre. Eres el primero en colocarte frente a la ambulancia donde lo ha dejado. Varios disparos. Lo tienes. Para eso estás aquí. Esta es la foto que muchos esperan. Carne de redes sociales. Te conviene recordar para qué estás aquí, querido. No olvides el motivo, el origen primero. El rostro del niño observa la manada de hombres que lo acechan. Su mirada se posa sobre la tuya. Miras al cielo, desorientado, de repente, como si hubieras visto ese cielo por vez primera; algunas nubes dibujan otra posibilidad de paisaje. Parece la lluvia. Te despides y te repites el itinerario. Antes de mirar, una vez más al cielo, observas la ambulancia. Recuerdas el rezo, «nadie puede ver lo que ve el otro. Nadie puede ubicarse en lugar del otro», Y, por un instante, deseas no estar allí, deseas no pertenecer a ese ecosistema. Hasta el horror .


necesita enemigos con vocación de aliados. 3. Observas a la gorda sentada junto a la puerta. No para de sudar. Te da tanto asco. Podrías abrirla en canal como a un cerdo. Es lo que te pide el cuerpo. Pero debes esperar, todavía no has llegado a la parada indicada. La gorda se rasca los brazos y te mira de reojo. Está nerviosa. Venga, juega un poco, acércate sin desvelar lo que ocurrirá en unos minutos. Eso es. Siéntate frente a ella. Miras el televisor, la imagen del niño recorre todos los canales, no olvides quién eres, de dónde vienes. Europa merece ser castigada, merece desangrarse. Metes la mano en tu bolsillo derecho. Está ahí. Sólo quedan dos paradas. Te has metido lo necesario. Podrás con ello. Vuelves tu atención al televisor, Trump, menudo cabrón gordo, proclama a Obama como fundador del ISIS. Te descojonas. No es para menos… menudo idiota. Ojalá puedas abrirlo en canal, algún día, ¿lo imaginas? Buah, menudo subidón. La parada. Venga, empuña el cuchillo. Has tenido suerte, cabrón. La gorda se baja aquí. Ya sabes cómo hacerlo. Te aproximas a ella, levantas el brazo, con el cuchillo en la mano, mientras una mujer grita, pero ya es tarde, al menos para los elegidos. 4. Rashômon. ¿Qué ha dicho ese tío? Ese enano de mierda con pinta de maricón te acaba de insultar en tus propias narices. A ti, al futuro presidente de los EE.UU. A gente como ésta es a la que hay que poner -


freno. ¿Para qué mierda te pregunta por la política internacional y acto seguido por si conoces el cine de un puto japonés? Pero qué mierda de primera es ésta. ¿Japonés?, le has respondido con esa mueca tan tuya, esa risa socarrona. Hasta se te ha movido la grasa del culo. Pero ¿a esa gente no la arrasamos en el siglo anterior? Obama tiene la culpa de haber convertido este sagrado país en el estercolero del planeta. Mires donde mires sólo se ven hispanos, maricones, negros,… pero todo esto terminará el día que empiece tu mandato. Nos esperan años de gloria, bombas y amor a Dios. God bless America

Cristina Consuegra


Pigeon P


EL OCTAVO SAMURÁI Más allá de la ingenuidad marchita se alzan nuestras almas en pie de guerra. Eres el último héroe de la batalla, octavo samurái, alto tallo caído. Recojo tu silencio, tu saber estar, tu deseo de huir. Lo empaqueto en pequeñas dosis de realidad y lo consumo con los ojos cerrados.

Luego te vuelvo a deslumbrar con mi lanza de acero y tú, estrellas, cegado, sinceras palabras transformadas en locura. No alcanzas a dar en el blanco. No llegas a percibir el deseo. Pero mis súbitas necedades me columpian en un eterno desasosiego. Voy y vengo. Los soldados son duros y fornidos caballeros. Luchan portando el estandarte de la ignorancia. Yo les venzo con pasividad inconclusa. Yo les miro, atónita, y veo como tropiezan con su propia muralla. Te reclamo. Te reclamo a gritos cuando menos parece escuchar. Por no creer que en tus labios aún quedan destellos de melancolía. Tú siempre sonríes, tal vez sabiéndote ganador. Tal vez deseando no volver la vista atrás.

Belén Cuesta


RASHOMON Un árbol, una respiración bajo cada uno. Cada quién mendiga su piel y su mirada, nada fuera o más lejos de su tacto. Cada ojo acumula su historia en el árbol, la tierra, la daga, la luz. Los perfiles se esconden

en la montaña, cada cual a su cobijo. El cuello joven bajo el sombrero, con un velo tan blanco, sustenta el deseo en la levedad de su pulso. Cada mirada guarda una boca aún más grande con la que arropar su cielo, su miseria. *** Las palabras de los muertos no sirven por labios del vidente sin amuletos, sin juez para todo.

Desde la puerta de Rashomon se ve el infierno, algo peor que no entender la lengua de los demonios. Ellos temen a los hombres. Pero lo nacido al llanto imanta la piedad desde la lluvia.

Carmen Díaz-Maroto


El resto es silencio. WILLIAM SHAKESPEARE

ASAJI i el aliento se ulcera junto a las voces de los que están pero que no. gira el huso en jaulas de bambú, en heridas que inundan, que relinchan el desconcierto mientras es la niebla

dos

caballos

dos ii velas para limpiar la sangre

también desde tu espalda iii

soñaste un corazón en el fondo de un pozo, lanzas que atravesaban solas. aún tiembla en la noche un coro de aves, de voces enloquecidas en oración. pero sólo son tus manos agua daga

Carmen Crespo

y el agua rosa el agua carne el


KAGEMUSHA Corrían los años ochenta y la gente procuraba escapar a la monotonía existencial buscando otras maneras a las usuales, alejarse de las reuniones ruidosas y pensando más en su vida interior, se leía más y se veían películas extranjeras. Yo era ajeno a ese pensar, apenas un crío, el único sobrino, en donde tenía por parte de madre siete tíos varones, sólo estaban casados mi madre y también uno de sus hermanos, creo era el tercero, para mí todos eran adultos, aunque supongo ahora que tendrían entre dieciocho el menor y unos veinticinco el mayor, yo era su llavero, me llevaban a todas partes. Una tarde de sábado en casa de mis abuelos, a la hora del té, llegaron mi tío Luis y su mujer, Yolita; era una mujer de una gran personalidad que no dejaba indiferente a nadie, su voz ronca de risa fácil nasal la hacía irresistible, yo la amaba, por ella olvidé el amor que tenía por mi maestra. Se sentó a mi lado revolviendo mi cabello y me dijo al oído: «Si has olvidado lo aprendido, estás jodido». Rompió a reír, yo la adoraba. La discusión era sobre la película a ver esa noche, habían decidido que todos iríamos, salvo mis abuelos, al cine, alguien propuso Kagemusha, por esa época el cine japonés era novedad, uno de mis tíos dijo: —Vamos a ver una con Toshiro Mifune. Otro de mis tíos lo miró como un hermano puede mirar a otro y le espetó: —Cómo vas a comparar a tu Mifune con Kagemusha de Kurosawa. -

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Empleó mucho rato defendiendo la película y su sinopsis, que era lo único que sabía de ella y al fin por consenso todos iríamos a verla, mi madre se excusó porque quería ayudar a mi abuela a hacer la cena para después del cine y mi tía Yolita le juró que cuidaría de mí y me regresaría entero. Entrar a una película para mayores de dieciocho no es tarea sencilla para un infante, pero mi tía no se dejaba vencer muy fácil, pidió hablar con el gerente y poniéndome apretado contra su vientre y pecho le explicó que yo era un poco débil mental, que era hijo suyo y no podía dejarme solo en casa y mostró la mejor de sus sonrisas, me dejaron pasar con la condición que ella me tapara los ojos ante las escenas violentas y «de las otras», eran otros tiempos La película para mí fue una sucesión de fotogramas casi sin sentido, lo único que me interesaba era que estaba sentado junto a mi tía y que ella me tenía de la mano durante toda la proyección, para que no me asustase. Lo único que hubiera querido recordar es cuando el hombre que suplantaba al Shogun se reunía con los generales y les decía el lema del clan Takeda, pero era difícil para un niño, muy largo, creo que al final se me salieron las lágrimas cuando el río se lo lleva, muerto junto con la bandera. En la casa, sentados a la mesa, por supuesto la conversación tenía de tema Kagemusha y así pude comprender la confusión de escenas que había visto y de pronto mi tía se inclinó y al oído me dijo casi susurrando: —Rápido como el viento, tranquilo como el bosque, fiero como el fuego, inamovible como una montaña. Era el lema del clan Takeda, que aún hoy -


recuerdo mientras veo la película por enésima vez, no sé si en un tributo a Akira Kurosawa o a mi tía Yolita.

José Luis Rosas Guerrero


LA VENGANZA DEL SAMURÁI LOCO El veinticuatro de diciembre de 1968, los productores estadounidenses de Tora! Tora! Tora! despiden a Akira Kurosawa, encargado de dirigir el segmento japonés de la película. Oficialmente se anuncia que abandona la producción a causa de la fatiga, pero en realidad sus métodos de trabajo habían llevado a los productores a dictaminar que trataban con un loco. El veintidós de diciembre de 1971, tras un fracaso comercial e incapaz de encontrar financiación para nuevos proyectos, Kurosawa se corta

las muñecas y el cuello. Pero falla en su intento de suicidio y se recupera rápidamente de las heridas. Convencido de que quizá nunca dirija otra película, se refugia en la vida familiar. En diciembre de 1973 parte a la Unión Soviética para rodar Dersu Uzala, película que se convierte en un éxito internacional y que gana el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Quizá un episodio menor en la Guerra Fría, pero de gran importancia en la vida de un ronin.

Gabriel Noguera


«El hombre es un genio cuando sueña».

AKIRA KUROSAWA


COLABORADORES Ana Calpena Santana Cristina Consuegra Carmen Crespo Belén Cuesta Carmen Díaz-Maroto Gabriel Noguera Pigeon P José Luis Rosas Guerrero DIRECCIÓN Sonia Marpez Gabriel Noguera DISEÑO Sonia Marpez Obituario N.42 – Akira Kurosawa Publicado el 6 de septiembre de 2016 obituariomag.blogspot.com



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