OBITUARIO #13

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Kurt Cobain 1967-1994


Fidel MartĂ­nez


LA MÁQUINA DE CAPTACIÓN SONORA DE ALMAS Era la última parada en mi largo viaje. Cualquiera que se imaginara las razones de mi visita estaba equivocado. Yo venía en busca del alma del personaje. Algo que a los medios y al público parecía tenerlos sin cuidado. Algo que me había hecho detenerme en mi búsqueda por muchos años, dejándolo a él en la última estación. La que ahora por fin visitaba. Se lo debía a Toni Campos, que se había dejado los cuernos en una novela para poder plasmar el sentimiento que entre sus contemporáneos había inspirado aquel muchacho mal peinado. Las canciones son sobre conflictos en las relaciones, situaciones emotivas entre seres humanos.

Me dirigí silencioso hacia la habitación del motel que había reservado para la ocasión. Extrañamente, no se oían las distorsiones que habían hecho famosa a la ciudad en todo el mundo. Allí, en mi deprimente habitáculo, imagine su cotidianidad antes de la fama mientras desenvolvía mi preciado tesoro de la maleta: LA MÁQUINA SONORA DE CAPTACIÓN DE ALMAS. Difícil iba a ser conseguir algún rastro de un tipo que había fallecido hacía una década. Pero tenía que intentarlo. Así que al día siguiente me levanté temprano y me fui a charlar con mi contacto. Se trataba nada menos que de Krist Novoselic. —No creo que pueda serle muy útil —me dijo mientras ambos tomábamos café con huevos y bacon en la barra de un bar cercano a la antigua vivienda de mi objetivo—. Hace ya mucho tiempo y apenas si recuerdo cosas. Tan sólo me queda esto. Y en un lento movimiento arrastró algo extraño sobre la barra. Se trataba de una cosa tan inusual en estos tiempos como una cinta _


magnetofónica. Uno de esos artilugios desfasados con que los jóvenes escuchaban música allá en los noventa. Pero era algo más: la última maqueta que grabó Nirvana por puro entretenimiento. Recuerdo sentirme avergonzado por alguna razón. Estaba avergonzado de mis padres. No podía mirar a la cara a algunos de mis amigos porque necesitaba desesperadamente tener la clásica familia: Madre, padre. Necesitaba esa seguridad, por lo que estuve resentido con mis padres por unos cuantos años a causa de eso.

Ni que decir tiene que salí corriendo hacia la habitación del motel después de despedirme apresurado de Novoselic. Tenía que probar mi MÁQUINA con ese artilugio auditivo, esa maqueta. Recuerdo que instalé toda la parafernalia que acompaña a la captación sonora sobre la cama del motel. Iluso de mí. Resultó un fracaso. No sabía que esas cintas magnetofónicas se llamaban así porque requerían de algo llamado magnetófono. Un aparato tan complejo que necesitaba de un motor para hacer girar la verdadera cinta que se escondía dentro de la mal denominada cinta magnetofónica, y después traducirla a sonidos a través de las señas magnéticas impresas en el artilugio. Sabía que era diferente. Pensé que podía ser gay o algo así porque no me podía identificar con ningún tío. A ninguno de ellos les gustaba el arte o la música, sólo les gustaba pelear y follar. Esto fue hace muchos años, pero me proporcionó este verdadero odio por el macho americano medio. Tardé semanas en encontrar un aparato parecido. Ya me dirán. En Seattle esas cosas ya no están a la venta. Todo son mecanismos de la manzana o sus rivales para escuchar música como el que hace _


surf en la playa, de una forma suave y soft. Por suerte, dos días antes de mi vuelo de regreso encontré algo parecido en una tienda de artículos de segunda mano. Walkman me dijo el vendedor que lo habían llamado sus fabricantes. Me pareció una solemne estupidez ponerle «hombre que camina» a un aparato que sirve para escuchar música. Para colmo, funcionaba con pilas antiguas. Soy un tipo más feliz de lo que mucha gente piensa que soy. El caso es que yo mismo me puse a caminar por la habitación del motel mientras probaba la cinta en el aparato. Estaba nervioso por lo que aquel objeto me pudiera revelar. Resultó un desastre. Aquel día descubrí que estaba empezando a quedarme sordo. Pero lo peor fue que nunca se me ocurrió consultar el display de la MÁQUINA SONORA DE CAPTACIÓN DE ALMAS.

Carlos Gámez


David Durรกn


IN UTERO Me gusta escribir canciones cuando el amanecer es una manada de lobos.

Me subo a los tejados de las casas de mis vecinos y me pincho las venas, como un Piscis cuando está débil. Anoche buceé en el Lago Washington y vi peces llenos de colores extraños. Ahora me siento encerrado en una caja de cerillas, diminuta y fea. Hoy he sacado las pistolas y he jugado a la ruleta rusa. Me quito el drenaje, escupo la rabia adolescente y me miro en un espejo agrietado. Odio las meadas territoriales y los abogados con corbata. Dicen que escribo canciones provistas de árida belleza, y que soy frágil y enfermizo. Pero lo único que quiero es subir al ático que me espera desde mi infancia y mirar los atardeceres sobre mis soles. Y coger mi guitarra y hacer un poco de ruido, como águilas distorsionadas comiéndose mis entrañas, como buitres devorando el hígado a Prometeo. No sé a dónde voy. Tal vez al útero. Mientras tanto, en la habitación contigua, permanece un televisor encendido.

Carlos Huerga


Victoria Maldonado


YA VAN VEINTE AÑOS DE NEVERMIND y no ha pasado nada: todo sigue, aunque envejecido, igual que entonces. Yo sigo recorriendo las habitaciones más oscuras de la noche, esas en que mis canas prematuras destacan más cada día, y tú, todavía insomne, prendida a la pantalla conviertes en unos y ceros la amistad.

El mundo continúa quizá peor pero no mucho más que entonces. Ahora los meseros ya no usan "joven" para dirigirse a nosotros y dicen "señor" y "señora" mientras los desconocidos confunden los hijos de nuestros fallidos matrimonios como si fueran nuestros.

Y el twitter y los blogs replican lo felices que fuimos entonces. Todo sigue igual. Nevermind. O quizá Nevermore.

José Luis Justes Amador


Sonia Marpez


TO BODDAH —Se ha muerto ese cantante que te gusta —me dijo mi madre. —¿Quién? —Pues… no me acuerdo del nombre. Uno rubio, con el pelo largo. —¿Kurt Cobain? —Sí, creo que sí —dijo. Puse el teletexto (no había internet entonces). Era cierto: Kurt Cobain, el cantante de mi grupo favorito, se había suicidado. Recuerdo que fui a mi cuarto a escuchar In Utero. Ya no habría más canciones. Ya nunca podría ir a un concierto de Nirvana. Pensé en su hija de corta edad. En la bruja de Courtney Love (todos odiábamos a Courtney Love). El lunes, en el instituto, las chicas cantaban cosas de Nirvana (del Unplugged, claro, que ese fin de semana lo habían emitido varias veces), cuando antes no habían mostrado ningún interés. Era un grupo para chicos, decían. La muerte le hacía respetable a uno, pensé. Quizá, me dije, si yo muriera, existiría para las chicas. Pero no compensaba demasiado. Morir a los quince para gustar a las compañeras de clase. No, no era una gran idea. Era abril de 1994. Quedaba todavía lo peor de los noventa.

Gabriel Noguera



EL GLOBO Es inevitable, es la gravedad. Todo lo que sube, baja. Puedo nombrar una docena de culos que lo demuestran. Es una faena, lo sé, pero no es algo que haya inventado yo. Llegados a una cierta altura, seguir subiendo deja de ser una opción a tener en cuenta. Por eso, y porque el suicidio prematuro tiene un encanto romántico que ya lo quisieran las primeras citas, me he montado en este globo aerostático con el que ahora me dirijo hacia más allá de la termosfera. Que las leyes de la física hayan decidido truncar mi ascenso meteórico sin consultarme no me molesta tanto como el hecho de no poder percibir la caída hasta que ya esté demasiado cerca del suelo como para maniobrar con éxito. Así que le daré fuerte al propano y subiré y subiré, esta vez literalmente, y en el cenit de mi ascenso saldré gateando de esta cesta de mimbre enorme y saltaré al vacío con los ojos bien abiertos e intentando tragarme la menor cantidad de insectos posible. Y entonces, por una vez, seré yo y no el mundo el que decida cuándo debo desplomarme. Alguno me llamará rebelde y/o retrasado pero es que si llevo los pantalones rotos y no he contratado el seguro al alquilar el globo, será por algo.

Xavi Lázaro


Iratxe Gonzรกlez


ESPÍRITU ADOLESCENTE Se cargó de munición, los colegas a su lado. Mola perder, se dijo confiado. Y también fingir. Ella no podía aburrirse más, pero se sentía más segura que nunca. Una palabrota se multiplicó dentro de su cabeza; la saludaba repitiéndose por debajo del resto de sus pensamientos. Se le ocurrió que apagando las luces sería menos peligroso. Y eso hizo. Apagó las luces —Aquí estamos— y le miró desafiante. Entretennos. Se sintió estúpido. Y contagioso; haciéndole frente estaban ellos. Entretennos. Un mulato, un albino, un mosquito, su libido. Asintió con la cabeza; y él estiró las letras de su afirmación. ¡Seeehhh! Lo que mejor hacía era lo que peor le salía, y se le ocurrió que aquello podía ser una bendición. El pequeño grupo del que formaba parte era, y siempre sería, una tribu. Seguiría siéndolo hasta el final. Y el saludo no dejaba de repetirse, por lo bajo, en su cabeza. Por un momento olvidó la razón de su propio tacto y una sonrisa —difícil de encontrar— se instaló despreocupada en el solo de guitarra que allí sonaba. Como sea, qué más da. El saludo —más bajo todavía, un susurro— se repitió tres veces. —Niégalo si te atreves. Lo negaba. Nueve veces.

Álvaro Domínguez


Lola MarĂ­n


I love you, I love you «Es mejor explotar que ir desvaneciéndose», escribe Kurt, el niño y viejo Kurt que apenas puede escribir sin que le tiemblen los dedos y le suden las manos. Tiene el pulso rápido y la boca seca pero aún puede pensar en Frances y en esos preciosos ricitos rubios que florecen por su cabeza. Son las jodidas tres de la mañana y su pequeña estará llorando en cualquier habitación de hotel, añorando una piel protectora, los susurros de una nana triste, la voz desquebrajada de su padre «no todo está perdido, no todo está perdido». Son las jodidas tres de la mañana, piensa, y escucha a Frances gritando auxilio, desesperada, desde cualquier ciudad de este maldito país. «I love you, I love you», sentencia, como si ese asqueroso folio fuese a tranquilizar a su bebe a estas horas de la noche. la misma generación que mató a Kurt nos está matando a todos no queríamos huir, ni construir un presente tan lejos que fuera pasado demasiado pronto.

no queríamos empezar corriendo y acabar cansados mucho antes del final ni tampoco nos gustaba la idea de permanecer escondidos tanto tiempo que, al final, nadie nos recordase. no queríamos huir, y lo escribíamos en el techo de la cocina por si alguien lo descubría algún día. queríamos la vida, el amor, todo eso que buscas a la salida del cine un domingo queríamos la eternidad, el infierno, la salvación. Patricia Poulain


テ]geles Muテアoz


En mi veintiocho aniversario Si yo fuera Kurt Cobain ya estaría muerto. Un manto de flores amarillas ornaría mi tumba y frágiles adolescentes, desnudos en una húmeda tarde de otoño, entonarían mis versos con un estertor de ira en su mirada. En esos días, en algún lugar ignoto, alguien alabaría mi obra, un diario local celebraría la efeméride de un paso perdido y una chiquilla, con la gélida belleza de aquel que lleva la muerte consigo, tatuaría en su cuaderno dos nombres imposibles. Esa noche, aquel que fue idolatrado y pasea aberrante su juventud [impostada, escribirá graves ofensas —incipiente y sobrevalorado—, mientras un joven asiático hilvane ajeno un rostro de ceniza.

Si yo fuese él, nada diría. El blanco encalaría un pequeño pueblo escarpado, el azur irrumpiría en el sueño de un muchacho huidizo, y al atardecer, frente al rumor del oleaje, todo habría acabado.

Toni Quero


M채tt


VIRGO Jugué a ser Kurt Cobain desde que tenía 9 años hasta los 27 en la MTV pirateada vi cómo quemaban un instituto unos travestidos con una A en el pecho y luego yo fui a un instituto y un compañero me trajo unas cintas y luego leí a Burroughs y a Bakunin y en la universidad escuché a Leonard Cohen sentado y bebiendo muchas veces no encontré una Courtney pero sí a alguien lo que ocurrió fue que yo no era un piscis, sino un virgo y luego seguí oyendo a Kurt Donald con las luces apagadas, sentado y bebiendo y llegó un día en el que cumplí 27 y al siguiente 28 y entonces decidí dejar de jugar

M. Onetti



LA DEPENDIENTA DEL BERSHKA La dependienta de Bershka no sabe quién era Nirvana ni por qué Kurt Cobain se quitó la vida en una buhardilla un día de lluvia. Aunque mañana tiene que colocar en la primera batea a mano derecha una pila de camisetas con su logo, ella no sabe quién era Nirvana. No le suena de nada. Pone cara de póquer cuando le pregunto y ataca por el interfono: «Vanessa, tú conoces las referencia de la camiseta de...» Y me interroga con la mirada y yo le repito «Nirvana» y le apunto que es blanca y negra y me pregunta la talla. Y yo me pregunto si no sabe que aquel verano bailar Lithium —con los ojos cerrados, con aquel vestidito de florecitas— una y otra vez, una y otra vez hasta que me dolían los pies —más que el alma, más que el mismo dolor— era la única playa habitable. La dependienta de Bershka me da la camiseta. Doce euros me dice la cajera. Y yo me llevo la revolución —perfecta y doblada— en una bolsa de plástico. Carmen Ramos Pérez


Leticia G贸mez Aguado


Abril de 1994. Es una habitación cualquiera. Llena de cosas cualquiera encima de otras cosas cualquiera. Mediocre. Una habitación de esas que no merece la pena ni mirar dos veces. Que miras una y ya se repite. Una habitación sin más. Encima del suelo, debajo del techo. Y cómo ahoga. Joder. Cómo aprieta. Es una habitación cualquiera y parece la cima de la montaña el escenario el borde de un precipicio. Y se me empieza a dar de vicio no tener vértigo a morir. Cuando has huido de todo y no eres capaz sólo de salir a la calle y ser una persona normal. Cuando tu música sabe a puta barata y la han violado tantas veces que ya no la puedes mirar a los ojos poesía ingrata miseria escucha otra vez la canción. De memoria. Desbarata. Lo he olvidado todo.


Cuando estás metido en la mierda tan profundo que piensas que todo el mundo tendría que darse cuenta. Tengo ganas de vomitar y de vivir más despacio. O más deprisa. Devolver a vivir de verdad. Mira al suelo y nos retrata. Cuando los focos te apuntan en plena cara burda máscara de luz. Y cualquiera ve nada pero no dejes de ahogarte los gritos de ayuda en una mirada que nadie quiere sostener regálame tu vida pero no me la cuentes. Y así se muere. Y así te mata. Has contado los acordes de una generación que ahora cierra los ojos y ábrete la cabeza


con lo primero que encuentres. ¿Alguien lo iba a notar? Courtney llámalo amor desde las entrañas llámalo muerte Frances se merece un mundo diferente. Y gritas todo lo que puedes con una escopeta en la mano cantas vuelves a existir sin decir una palabra. Es una habitación cualquiera y parece un ataúd. "I'm so happy 'cause today I've found my friends They're in my head" Ojalá hacer que desaparecieran. Conmigo.

Carlos Moreno


Marygarlic


Assa Trash


EL DISPARO ES LO DE MENOS «Odio cuando el grupo deja de tocar y tienes que decidir qué hacer el resto de tu vida» Se apagó la voz y se encendió la radio. Muchos perdimos las buenas costumbres, antes de la era internet, con Nirvana, cuando los amigos se reunían ex profeso para oír la cinta grabada del hermano mayor y se quedaban, nos quedábamos, mirándola girar, como imbéciles, en el estéreo. Con Rape Me vinieron los primeros acordes, las primeras caladas y el nihilismo adolescente potenciado por las letras de Kurt. Aprender inglés no era tan absurdo, después de todo. No era un virtuoso de la guitarra ni tenía la voz más precisa pero precisamente eso era lo terriblemente grande, emocionaba como nadie lo había hecho hasta el momento. Hablan de Kurt como un chico con rabia y sólo era un chico sensible. Es de Seattle, decía uno de nosotros, como si el resto hubiera veraneado allí toda la vida. Callábamos tratando de ubicar Seattle, sin éxito naturalmente, en nuestra idea quijotesca de lo que eran los Estados Unidos. Tenemos la misma edad que Kurt Cobain cuando decidió dispararse y, muchos aún conservamos diarios, cuadernos, maquetas y recortes de la Rolling Stone, nuestro referente musical, la única revista especializada, por llamarla de alguna forma, que llegaba a las pequeñas ciudades de provincia. Nos enteramos de la muerte de Kurt de la manera más natural, cuando ya nos sabíamos de memoria el disco Nevermind y logramos sacar de manera precisa los cuatro acordes de Territorial Pissings: Gotta find a way, Find a way. También nos enseñábamos canciones, recién compuestas, al teléfono los unos a los otros, como oímos que Kurt hacía con Krist Novoselic, idénticas canciones con tres frases y tres -


acordes que se repetían entre pedales de distorsión baratos y gritos durante tres minutos. Incluso éramos machistas sin saberlo y sin quererlo: lejos de aceptar el suicidio, la crucifixión de plomo, como algo natural, culpamos a Mademoiselle Courtney Love, nuestra generación tuvo hasta su propia Yoko Ono. Los más proféticos dijimos al oír los primeros discos de Hole que eran demasiado buenos incluso para ellos, que la viuda negra había robado maquetas y decenas de notas que tenía Kurt por su mansión para hacer un pastiche con el que seguir adelante de forma más o menos digna. Qué se yo. Alguno de nosotros, el más lento, preguntó cuándo volverían a sacar un disco de nuevo, el resto reímos. Hablábamos con el amigo del hermano mayor que juró haberse comido mil quilómetros en autoestop para verlos en la plaza de toros de Valencia y que mostraba la entrada como un tesoro, un trofeo o ambas cosas. A Kurt Cobain le encantaban las Jaguar, y las Mustang y las Stratocaster, llegó a diseñar hasta su propia guitarra con un resultado desastroso. Cuando gane un millón de dólares, todos los días lanzaré Jaguars enchufadas a un Marshall al aire para sentir el sonido al caer. Eso es poesía, tíos. Pura poesía. No somos los hijos bastardos de la historia, somos adolescentes cabreados sin ninguna intención de pedir disculpas. Escribo porque existe Nirvana. Éramos jóvenes hasta para saber que éramos jóvenes, mucho menos aún para echarlo de menos.

Salvador J. Tamayo


“Teenage angst has paid off well Now I'm bored and old. ” Kurt Cobain


COLABORADORES Álvaro Domínguez David Durán Basura Especial Carlos Gámez Leticia Gómez Aguado Iratxe González Carlos Huerga Salvador J. Tamayo José Luis Justes Amador Xavi Lázaro Victoria Maldonado Lola Marín Sonia Marpez Fidel Martínez Marygarlic Mätt Carlos Moreno Ángeles Muñoz Gabriel Noguera M. Onetti Paloma P. Patrica Poulain Toni Quero Carmen Ramos Pérez Assa Trash

DIRECCIÓN Sonia Marpez Gabriel Noguera

Obituario N.13 – Kurt Cobain Publicado el 5 de abril de 2014 obituariomag.blogspot.com

DISEÑO Y PORTADA Sonia Marpez



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