Obituario #2

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Boris Vian 1920-1959


JosĂŠ Lui s Val verde


El hombre que mató a Vernon Sullivan SEÑORAS Y SEÑORES, no nos engañemos: la piel del glande no es muy resistente (Boris Vian)

Boris Vian, el polímata de los mil nombres, murió un día cualquiera de junio, un día como hoy, a los 39 años, dejando tras de sí un reguero de sangre y cadáveres de todos los colores. Se llevó por delante a sus anagramáticos –deformes y derivados– Navis Orbi, Baron Visi, Bison Ravi, Brisavion, Bison Duravi y Boriso Viana; a los jazzísticos Andy Blackshick, Butagaz, Agénor Bouillon, S. Culape, Fanaton, Zéphirin Hanvélo, Onuphre Hirondelle, Otto Link, Jean Berdin, Eugène Minoux, Lydio Sincrazi, Jacques K. Netty, Josèfe Pignerole, Vernon Sinclair y Honoré Balzac. No contento con tamaña masacre, también arrastró al Infierno con él a los articulistas (y críticos) Xavier Clarke, Aimé Damour, Amélie de Lambineuse, Gédéon d'Éon, Michel Delaroche, Gérard Dunoyer, Jules Dupont, Hugo Hachebouisson, Odile Legrillon, Gédéon Mauve y el Dr. Gédéon Molle, Adolphe Schmürz, Anna Tof de Raspail y Claude Varnier. Y a los escritores de distinto pelaje, Grand Capitaine, Charles de Casanove, y Joëlle du Beausset. Y, por delante de todos ellos, mató –con la misma falta de compasión– al brillante Vernon Sullivan, al inexistente y genial Vernon Sullivan. Al falso autor americano del que dijo traducir, entre los años cuarenta y seis y cuarenta y ocho del siglo pasado, obras como «Escupiré sobre vuestra tumba», «Que se mueran los feos», «Con las mujeres no hay manera» o «Todos los muertos tienen la misma piel». Decía el también pronto malogrado Félix Romeo que Sullivan había sido su puerta de entrada al universo vianesco y el rincón de su obra donde más cómodo se sentía como lector. Lo mismo me ocurrió a mí. Puede que porque, como Vernon, yo también quise ser americano alguna vez. Bromas aparte, cabe preguntarse, aunque sea una pregunta estúpida, si Vian no murió demasiado pronto. La respuesta nos la ha dado el tiempo. Para Vian la vida no fue más que una partida intensa; y la jugó con pasión hasta el último minuto. Vivió, creó, disfrutó y aún le dio tiempo a encender la chispa de Serge Gainsbourg. ¿Qué más se puede pedir a una vida?

Plus rien, madames et monsieurs. Hugo Izarra



Si Boris Vian levantara la cabeza. ―Ha llorado. ―Sí ―susurró Ángel, que continuaba inmóvil. ―No hay que llorar por una chica. No se lo merecen. ―No lloro por ella, sino por lo que ella era y por lo que será. (Boris Vian: Otoño en Pekín) El padre de familia, que lo leyó cuando era joven, piensa que si Boris Vian levantara la cabeza, hoy día, lo mismo se volvía a morir, del asco. Por una parte, deduce que la contemporánea corrección (no sólo política) no permitiría la publicación de libros tales como «Con las mujeres no hay manera», donde los protagonistas son guapos, machistas, violentos, homófobos y violadores a tiempo parcial. Por otra, comprueba un tanto entristecido que ya no nos sorprende casi nada. El surrealismo de la estructura de nouvelles como «A tiro limpio» u «Otoño en Pekín» podrían ser vistas, hoy en día, como devaneos de un escritor sin oficio que no corrige ni una línea una vez escrita, y no como el asalto a lo común que la publicación de esas obras supuso en su momento. El padre de familia llega a esa conclusión, pero es muy probable que se equivoque. Tal vez un Boris Vian redivivo, sacudiéndose de su elegante chaqueta de mil rayas la tierra de su sepultura, alzaría una ceja con sorpresa y mucha guasa, tomaría bajo el brazo su dorada Martin Committe, y caminaría desde el cementerio hasta una de esas regiones bulliciosas donde reina una sed continua (vulgo bar), para aclararse la garganta, y empezaría por no pagar su copa a base de marear la perdiz tocando la citada trompeta, seduciendo a la camarera o haciéndose amigo de algún parroquiano. Porque un genio lo es siempre, nazca en la época que nazca, y a saber qué carajo habría inventado Da Vinci de haber nacido ahora.

Ignacio Moreno (Microalgo)


Cuentan que Vernon Sullivan, legendario escritor underground, viajó de Estados Unidos a Francia expresamente para el funeral de su amigo y traductor Boris Vian, fallecido de un infarto en la proyección de Escupiré sobre vuestra tumba, adaptación cinematográfica de la novela homónima del autor afroamericano. «Tendría que haber sido yo y no él», dijo desconsolado a la joven viuda.

T GABRIEL NOGUERA I SILVIA GRAV



Lucía Marpez


Sistemáticamente por

Álvaro Domínguez El lastimero lamento de una trompeta me dio la bienvenida al entrar en el club, una vez superada la prueba visual del monolítico portero. La desesperación parecía filtrarse por entre los pentagramas invisibles, afectando como un gas tóxico a los recién llegados nada más abrirse la puerta. No había ninguna mesa libre, así que me acerqué a la única ocupada por un hombre solo. Un puntito de luz anaranjada marcaba su posición como una estrella en cielo abierto: estaba fumando. ―¿Le importa que me siente? ―La mesa no es mía. ―No era desprecio lo que modulaba su voz, sino total desinterés―. Yo solo estoy ocupándola. Siéntese. Me senté. ―Me han traicionado ―añadió casi de inmediato, adivinando que me había llamado la atención su falta de compañía―. Me ha traicionado la literatura y me ha traicionado mi mujer. Entonces fue cuando caí en la cuenta. Era él. El artista. ―La música es la única que me ha sido fiel. ―Continuaba hablándome, o «hablándose», porque no era a mí a quien se dirigía, sino a alguien que se parecía a él: su propio reflejo en el fondo de un vaso vacío, que no tardaría mucho en llenarse de nuevo. Así como los demás clientes parecían sudar falsedad como actores mediocres, el comportamiento del artista era pura naturalidad, tan improvisado como lo que tocaba la banda en el escenario. ―Precisamente he venido a este sitio por la música ―atajé, esperando ganarme el favor del artista, sin renunciar por ello a la sinceridad. ―Es deprimente ―respondió él de forma ambigua. Era deprimente. ―No estoy amargado ―apuntó, descartando esa idea al mismo tiempo que la daba por supuesta―. Tan solo estoy triste. Teníamos algo en común. Empecé a beber, y, justo cuando el primer trago empezaba a difuminar la sorpresa de haber conocido al artista, este se puso a tararear la irónica melodía de una de sus canciones más conocidas. Él trataba de acercarse a mí; pero yo, o mi admiración por él, le alejaba inevitablemente. Sistemáticamente. FIN


Mar铆a Sim贸


El doctor Jacquemort llama a la puerta, que se abre enseguida. —Buenos días —dice—, ¿necesita usted un psiquiatra? —¿Qué manera es esa de hablarle a una dama? —Pero si es usted un hombre. —Sólo en este universo. Pero pase, pase y cuénteme lo que la psiquiatría puede hacer por mí. Jacquemort entra en la habitación destartalada, retira del sofá una cucaracha muerta (lo que entorpecerá la investigación criminal) y se sienta. —Yo es que fui envasado al vacío de pequeño, ¿sabe? Pero no todo el rato, sólo cuando mis padres salían. Eso ha afectado a mi desarrollo, aunque trato de leer a Jean-Sol Partre para formarme. —La filosofía es malísima para la salud mental —responde Jacquemort. —¡No me diga! Entonces es Jean-Sol Partre el culpable de mis problemas. ¿Usted cree que podría querellarme contra él? —Iba a proponérselo ahora mismo. Si quiere, puedo testificar en el juicio. —Es usted muy amable. ¿Cuánto me costaría? —Cien doblezones. —Sólo tengo tres. —Trato hecho, pero me debe noventa y siete. —Se los sacaremos a Jean-Sol Partre, junto con los años perdidos de la infancia. ¿Usted cree que me los devolverá? —Ya no le sirven de nada, que es adulto. —Pero puedo especular con ellos. Negociar con niños que no quieren crecer. Peterpanear. —Sí, eso sí.

Gabriel Noguera


Escondido el hueso del lenguaje Infantil y caliente en lo infinito: Me piden que me calle como un jardín o como algo bello, su perfume a mentira inexacta, precisando El perfil de la ciudad; su música eléctrica.

Laura Rosal


(Musique Mécanique, escrita por Boris Vian, interpretada por Juliette Gréco)

Quand vient l'été, à la fenêtre, on rêve à deux Et chaque soir, monte vers nous la musique La jolie Musique mécanique

p.strange



No quisiera vivir ahora, lejos de los perros negros de México que duermen sin soñar. No quisiera vivir en silencio. No quisiera vivir sin mirar a mujeres bonitas y, a veces, tocarlas. No quisiera vivir sin perderme en una ensoñación. Y en otra. Y en otra. Y en otra.

Bruno Benjamenta




«En realidad, sólo existen dos cosas importantes: el amor, en todas sus formas, con mujeres hermosas, y la música de Nueva Orleans o de Duke Ellington». Boris Vian




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