IV CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO República Dominicana 12-28 de Octubre de 1992
SANTO DOMINGO NUEVA EVANGELIZACION, PROMOCIÓN HUMANA, CULTURA CRISTIANA "Jesucristo ayer, hoy y siempre" (Hebreos 13,8)
CONCLUSIONES Primera Parte: JESUCRISTO EVANGELIO DEL PADRE |p1 1. Convocados por el Papa Juan Pablo II e impulsados por el Espíritu de Dios nuestro Padre, los Obispos participantes en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, reunida en Santo Domingo, en continuidad con las precedentes de Río de Janeiro, Medellín y Puebla, proclamamos nuestra fe y nuestro amor a Jesucristo. Él es el mismo "ayer, hoy y siempre" (cf. Hb 13,8). Reunidos como en un nuevo cenáculo, en torno a María la Madre de Jesús, damos gracias a Dios por el don inestimable de la fe y por los incontables dones de su misericordia. Pedimos perdón por las infidelidades a su bondad. Animados por el Espíritu Santo nos disponemos a impulsar con nuevo ardor una Nueva Evangelización, que se proyecte en un mayor compromiso por la promoción integral del hombre e impregne con la luz del Evangelio las culturas de los pueblos latinoamericanos. Él es quien debe darnos la sabiduría para encontrar los nuevos métodos y las nuevas expresiones que hagan más comprensible el único Evangelio de Jesucristo hoy día a nuestros hermanos. Y así responder a los nuevos interrogantes. |p2 2. Al contemplar, con una mirada de fe, la implantación de la Cruz de Cristo en este continente, ocurrida hace cinco siglos, comprendemos que fue Él, Señor de la historia, quien extendió el anuncio de la salvación a dimensiones insospechadas. Creció así la familia de Dios y se multiplicó para gloria de Dios el número de los que dan gracias (cf. 2 Co 4,15; cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural, 3). Dios se escogió un nuevo pueblo entre los habitantes de estas tierras que, aunque desconocidos para el Viejo Mundo, eran bien "conocidos por Dios desde toda la eternidad y por Él siempre abrazados con la paternidad que el Hijo ha revelado en la plenitud de los tiempos" (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 3). |p3 3. Jesucristo es en verdad el centro del designio amoroso de Dios. Por eso repetimos con la epístola a los Efesios: "Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo" (Ef 1,3-5). Celebramos a Jesucristo, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4,25), que vive entre nosotros y es nuestra "esperanza de la gloria" (Co 1,27). Él es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura en quien fueron creadas todas las cosas. Él sostiene la creación, hacia Él convergen todos los caminos del hombre, es el Señor de los tiempos. En medio de las dificultades y las cruces