Jardin de Letras 06

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Revista Digital, número 6, mayo 2015

El Poeta es semejante al príncipe de las nubes que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero; desterrado en el suelo en medio de los abucheos sus alas de gigante le impiden caminar. (Charles Baudelaire)

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Un día común

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Yesica Aguilar Hernández

Editorial

COLABORADORES

Yesica Aguilar Hernández Generalmente se cree que escribir sólo es labor del literato, pero no es así, pues escribir, como leer y hablar son habilidades de la lengua que todo individuo debe tener. Por ello cada año escolar insisto para que los jóvenes fortalezcan estas destrezas. Son arduas las tareas que se llevan a cabo para lograrlo y los resultados cada vez más interesantes. Los textos que podemos leer en Jardín de Letras son el reflejo de una sociedad y estilo de vida vigentes. En este número, Jardín de Letras está dedicado a la narrativa. Nuevos integrantes del Taller Jóvenes escritores nos dejan sus textos; en su despedida de la preparatoria Yesica Aguilar nos comparte un texto muy especial que nos hace recordar a dos grandes de la literatura: Carlos Fuentes y Julio Cortázar, el cuento es “Un día común”; así también Blanca Juárez y Salma Quiroz como un adiós nos dejan textos de un pasado que nos negamos a olvidar así como anécdotas de la vida cotidiana. A pesar de una ausencia de seis meses, Jardín de Letras reaparece con grandes bríos y esperanzas. Disfruten el número

Amaranta Bautista Zepeda Blanca del Carmen Juárez Rangel Celia Lisset Ortiz Hernández Tayen Balam Ortiz Ortega Salma Evelin Quiroz Figueroa EDITOR DE IMAGEN

Fernando García Álvarez

Era un día de otoño, el clima estaba frío como era de esperarse en la época del año en que el viento sopla tan fuerte que los árboles terminan por pintar las calles de pardo y ocre, colores tan característicos de sus hojas que alguna vez los cubrieron. Y ahí en medio de aquel paisaje, estabas tú, sentado en la banca de siempre viendo a la gente pasar, esperando algo que conocías muy bien y que casualmente siempre encontrabas ahí, en ese lugar. Esta no sería la excepción y cuando menos lo imaginaste, apareció. Decidiste que era tiempo de volver a casa y comenzar antes de que se desvaneciera. Al llegar a tu casa, decidiste preparar un té de azahares y otras yerbas que sólo tú

conocías. Preparaste con especial atención el único lugar donde te sientas frente a tu laptop que ocupas únicamente para hacer algo y sólo eso: escribir tu novela. Al principio, tardaste en recuperar el hilo de la narración. Empezar fue difícil, pero después de un tiempo parecía que tus dedos pensaban por sí solos, como cuando pasabas las tardes tocando el viejo piano de tu padre. Cuando menos te diste cuenta, ya habías terminado la historia. Aquella historia que trataba sobre un día común de otoño, cuando las hojas de los árboles pintan de ocre las banquetas, y él sentado en una banca del parque viendo a la gente pasar, esperando algo que ya conocía muy bien

DISEÑO Y FORMACIÓN

Jonathan R. Valadez Téllez

Jaquelina Rodríguez Ibarra

Directorio Colegio de San Ignacio de Loyola (Vizcaínas)

Honorable Patronato del Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas

Biól. María del Rocío Téllez Estrada Directora Académica

Lic. María Ángeles Galdeano Bienzobas Directora Administrativa

Jardín de Letras es el resultado del taller Jóvenes escritores y las materias de Literatura del Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaína

M. en E. Consuelo Piña Peaña

Directora Técnica de Preparatoria

Lic. Jaquelina Rodríguez Ibarra Coordinadora Editorial

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Bajo la cama Tayen Balam Ortiz Ortega observar la procedencia de sus cortadas. Al final del día, cansado de esperar, no sucedió lo esperado. Eso tampoco era tonto y no iba a permitir que lo vieran. Esa misma noche, Thomas se quedó en vela, nuevamente esperando ver cómo sucedía. En el fondo, Thomas estaba aterrorizado por lo que pudiera encontrarse. Para su buena suerte, aquella noche tampoco apareció Eso. Sin embargo, Thomas se sentía observado, sentía cómo unos ojos fríos y vacíos lo absorbían dentro de la nada. Pasaron los días y no hubo más cortadas, sin embargo, las miradas se sentían cada vez más cercanas. Thomas pensó que no iba a librarse tan fácilmente de Eso. Transcurrieron los días apacibles, sin novedad. Pero en una ocasión, al caer la noche, cuando Thomas yacía en su cama,

Thomas era un niño al que le gustaba reír y jugar en el parque. A este pequeño niño lo acechaba algo que solía esconderse bajo su cama. Por las noches, Eso salía, se posaba en la cabecera, y silenciosamente lo veía dormir, mientras con su mano de uñas largas le hacía rasguños a lo largo de su abdomen, cara y brazos. Thomas es el único niño en el orfanato al que le pasa esto, él no sabe la procedencia de tan extrañas cortadas. Thomas siempre ha sido un niño retraído, no hablaba. Cada mañana Thomas observaba su cuerpo en busca de nuevas cortadas, y siempre encontraba una más, algunos días más de una. Thomas era un niño muy listo al que siempre le apasionó la anatomía y la ciencia. Un día, decidió hacer un experimento, no salió al parque a jugar y estuvo inmóvil para 4

abrió de golpe los ojos, sintió que algo andaba mal esa noche, esperó a que saliera, él sabía que Eso estaba en el cuarto con él, sabía que lo observaban. Fue entonces cuando decidió asomarse bajo la cama, el error más grande que pudo cometer. Al levantar la cabeza Thomas pegó un grito y salto despavorido de la cama, corrió hacia uno de su compañeros y al tocar la cama sintió que estaba húmeda, corrió hacia otro de sus compañeros, pero nuevamente, al tocar su cabeza notó que también estaba húmeda y con la poca luz que entraba por el ventanal del cuarto, logró ver que la sangre de su compañero corría por sus manos. Todos estaban muertos, entonces se apresuró a llegar a la puerta, pero no tenía escapatoria, estaba cerrada. Fue ahí cuando lo vio, Eso lo miraba desde el otro lado de la habitación, a través de la luz de la luna lo veía. Thomas por fin lo pudo ver, era un hombre alto, grande, vestía de blanco. Eso sujetó a Thomas, pero él con sus pequeños piecitos lo pateó y se escabulló bajo la cama más cercana. El hombre vestido de blanco no tardó mucho en encontrarlo, Thomas se arrastró y llegó a la ventana, su esfuerzo fue vano, el hombre logró sujetarlo del tobillo y lo levantó, le tomó los brazos y lo sujetó con tal fuerza que grabó sus dedos en su piel, lo obligó a ponerse la camisa y cosió

las mangas. Una vez que terminó, volteó a ver a Thomas a los ojos, y al oído le dijo: “No volverás a hacer daño a nadie más, ni siquiera a ti mismo”. El pequeño Thomas se encuentra aquí, en esta habitación, a salvo de sus propios demonios y ya no puede lastimarse ni lastimar a otros 5


La región más transparente Celia Lisset Ortiz Hernández

ojos, había un cielo lleno de estrellas, constelaciones y una luna blanca a reventar. Pero entonces, Nicolás tuvo que regresar su mirada a la realidad, y jamás pudo ver de nuevo las estrellas

Nicolás viajaba en un barco que lo llevaba de una ciudad a otra. Y una noche, volteó su mirada al cielo y se encontró con una maravilla que era casi imposible de ver en las grandes ciudades de nuestros tiempos. Frente a sus

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La hija del guerrero jaguar Blanca del Carmen Juárez Rangel

que no sabía era que encontraría otra entrada al cenote, una que nunca antes había visto y que por el hecho de cambiar el camino, su vida cambiaría por completo. La niña entró por esta pequeña entrada, pensando que llenaría el jarrón y se marcharía a casa, como cada vez que lo había hecho en su vida, pero no. Ella se detuvo observando el agua, como si ésta tratara de decirle algo que ni ella misma comprendía. El agua la cautivó cada vez más y se acercó tanto que cayó en ella, y en vez de flotar se hundía cada vez más, pero no se sentía desesperada, perdió la conciencia y cuando despertó estaba en una cueva subterránea. Hasta ese momento ella empezó a sentir miedo ya que no comprendía lo que estaba sucediendo, veía el agua por encima de ella, como si estuviera en un túnel, pero por alguna razón el agua no llegaba hasta ella, algo la detenía. Cuando estaba a punto de tocar el agua una voz la detuvo, era una voz grave que, por alguna razón la tranquilizó. —Belem, no tienes nada que temer, lo único que quiero hacer es protegerte y hacerte saber que serás una persona importante para nuestro pequeño pueblo. Belem no veía a nadie cerca, así que se puso de pie y comenzó a buscar al dueño de esa agradable voz. — Hija mía, aunque me busques no podrás verme. — ¿En dónde estamos? ¿Cómo llegué aquí? ¿Quién eres? –eran muchas las preguntas que la niña tenía y ansiosamente esperaba una respuesta, pero la voz la interrumpió. — No temas, estamos en un lugar al que sólo tú puedes llegar. Llegaste aquí porque yo te llamé, tenemos un lazo muy fuerte Belem, yo soy el Guerrero Jaguar y tú

Belem nació a orillas de la costa celeste de Yucatán, según su madre, esa noche era cuando Saturno se veía más grande desde la Tierra, y aunque nunca se lo dijo, como cuando ella nació. En sí, Belem era una niña bastante querida por los habitantes del pueblo debido a que a su corta edad ya sabía desarrollar perfectamente varias actividades necesarias para sobrevivir en el pueblo. — ¡Belem! ¡Necesito que vayas al cenote por más agua! –gritó su madre desde adentro de la casa. La niña sabía que en su familia, sus hermanos eran los que se dedicaban a conseguir la comida y explorar, mientras que ella y su madre hacían el trueque en los mercados y cocinaban lo que los hombres llevaban a la casa. Ella no estaba de acuerdo del todo con esto, ella prefería salir a explorar la selva, entrar a las cuevas cerca de los cenotes e intentar pescar algún pez. Estar encerrada la mayor parte del día en casa no era lo de ella. Y esto, su madre no lo veía bien, porque ya había visto demasiadas señales de que su hija no pasaría desapercibida en la región. — ¡Belem! –se volvió a escuchar la voz de su madre. — Estoy en eso madre –dijo la pequeña con la voz un poco débil debido a la jarra llena de agua que llevaba sobre el hombro. — Disculpa hija, creí que te encontrabas demasiado lejos como para escucharme la vez primera. — Está bien mamá –dijo la niña mientras subía a su hombro otro jarrón para llenarlo con agua. El camino al cenote no estaba lejos de su casa, lo que lo dificultaba eran las rocas altas que había cerca de ahí, por lo que Belem decidió rodear esta vez ese camino difícil. Lo 7


Belem, tú eres mi hija. Belem no tenía palabras, no daba crédito a lo que estaba escuchando. —El motivo por el que te he llamado es porque debes saber que tienes una misión importante en tu vida, al ser mi hija tienes el poder de ayudar al pueblo al que en su momento yo pertenecí. Tu vida no será como antes, deberás luchar y defender las tierras que poseemos. Después de eso, Belem despertó a la orilla del cenote, su hermano la había rescatado de morir ahogada. Ella pensó que todo lo había imaginado debido al agua que tragó y a que estaba inconsciente, por lo que pensó que su vida seguiría siendo normal. A los pocos meses, poco antes del equinoccio de verano, un pueblo bélico trató de someter al pequeño pueblo de los mayas. Belem se espantó al saber lo que sucedía y recordó el sueño que había tenido el día que cayó al cenote. Afortunadamente el pueblo supo cómo defenderse y salió victorioso de aquel encuentro. Mientras la niña jugaba con la arena, volvió a escuchar la voz de aquel “sueño”. —¿Lo ves Belem? Esto sólo fue algo pequeño de lo que podría ocurrir si no ayudas a tu pueblo. —¿Y qué pasará si fallo? –preguntó la pequeña. —No fallarás, eres mi hija y contarás con mi ayuda en todo momento. El Guerrero Jaguar tenía razón, los ataques cada vez eran más seguidos y fuertes, el pueblo no aguantaría por más tiempo. En ese momento fue cuando Belem decidió actuar, y cuando vio que el próximo ataque sería pronto trató de organizar al pueblo.

Al principio la gente se burló de ella, ¿cómo era posible que una niñita les dijera qué hacer en un ataque tan grave? La niña por poco se rinde cuando unos jóvenes se acercaron a ella diciéndole: —Nosotros creemos en ti Belem, sabe8

Ella sintió la ayuda que su padre le había prometido y decidió luchar con los pocos que eran, y si fracasaban, le consolaba saber que por lo menos lo habían intentado. Al ver que la táctica de la pequeña funcionó, la mayor parte del pueblo se unió a la pequeña y después de un gran tiempo en batalla, de casi morir y perder sus tierras, resultaron victoriosos. Ese pequeño pueblo que tenía tierras pequeñas creció. Habían logrado conquistar y adueñarse de las tierras del otro pueblo, aquel pueblo que había creído que podía acabar con ellos. El pueblo de la niña no podía creer lo que había pasado, no tenían respuesta a todos los sucesos, era muy pronto para comprenderlo del todo, y después de unos meses, le preguntaron a la niña cómo había sabido que su método resultaría útil. —Un día, al ir por agua al cenote, pensé que había imaginado la voz que me decía ser hija del Guerrero Jaguar, esa voz me dijo que tenía una misión importante en mi vida. Al principio yo no lo creí, pero después mi padre dijo que siempre estaría conmigo y que no tenía por qué temer a la batalla. Así fue como tuve el valor de alzar la voz y decir lo que el Guerrero Jaguar tenía que decir, él era el que sabía qué hacer, yo solo seguí sus órdenes, mos que tú si ganamos la batalla fue gracias a él. Todo el pueblo quedó conmocionado al podrás ayudarnos a salvarnos. oír tales palabras. Nunca pensaron que la Hace poco oímos una historia del Guerrero Jaguar fuera cierta, y voz que nos decía que mucho menos, que se realizaría por medio de en el pueblo había un pequeño su hija, así fue como la pequeña Belem fue guerrero, sólo que al ver que casi per- una gran gobernante de su pequeño pueblo demos las batallas pasadas pensamos que y del otro no tan pequeño que habían podido conquistar todo lo habíamos imaginado. 9


La cita

Amaranta Bautista Zepeda Leonor, inquieta, sacudía la pelusa de su ropa, mientras esperaba sentada su turno. Observó a las personas detrás del mostrador, una afroamericana robusta reía con su compañero de la derecha, un caucásico de mediana edad con los dientes disparejos. En general ningún empleado ejercía ni un poco de intimidación sobre ella. Lo que le tenía sudando las manos era el cómo la afectaría la decisión que cualquiera de ellos, ganándose honradamente su salario, pudiera tomar. Por tercera vez, desde que sufrió el asalto hacía medio año, estaba ahí, en espera de obtener su visa americana. Todos le decían –¡Basta con que te cambies de

casa! Pero ¿cuál casa? No dejaron casa alguna. Qué frustración sentía al recordar. Caminaba sola de regreso a su hogar, su mente divagaba entre la espesa niebla de sus consultas psiquiátricas. Pensaba en asesinar al Doctor Santana, claro que en broma, incluso reía por dentro cuando lo imaginaba… De pronto escuchó por primera vez el sonido de un revólver al alistarse para disparar, provenía de sus espaldas; por un momento le pareció cómico, como si le estuvieran leyendo la mente y le fueran a otorgar el arma para cometer el delito. Sin embargo, al voltear, su mente aterrizó como un bloque de mármol sobre el asfalto. El revólver apuntaba hacia ella.

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Lo que sucedió después quedó bloqueado por su ego. Ella misma los llevó a las puertas de la enorme casa que le compró su padre antes de ser encarcelado por fraude, de lo poco que pudo conservar. Los asaltantes, cuyas caras Leonor borró por completo, entraron y comenzaron a despojar los cuartos, uno a uno. Ningún vecino acudió. Nadie llamó a la policía, ni si quiera ella lo intentó. Es probable que mientras saqueaban su hogar, ella horneara unas palomas de maíz y se sentara en las escaleras a verlos, quién sabe. En pocos minutos no quedó nada. Llenaron varios camiones, los vecinos más cercanos seguramente creyeron que se mudaba de por vida al

hospital. –Será lo mejor para Leonor -dirían. No tenía dinero para reparar su casa, su jaula; el poco que le quedaba lo seguiría ocupando para tramitar la visa. Su país la dañaba, los malos recuerdos la abrumaban al estar tan cerca del lugar de los hechos y la hacían tener ataques de histeria. Lo mejor era irse a Wyoming, ahí sí que encontraría la paz. Cambiaría de nombre y conseguiría empleo de mesera en una lonchería por las montañas. Sintió que alguien le tocaba el hombro, sacándola de su ensimismamiento; le avisaban que era la siguiente. Se levantó y caminó hacia el último mostrador de la izquierda donde un latino revisaba papeles con indiferencia, en su placa se leía “Michael Sánchez”. Un nombre de risa, pensó Leonor. ¿Qué podía esperar de un Michael Sánchez? Sin embargo, el sujeto no sonreía. Cuando tuvo a Leonor enfrente le hizo ciertas preguntas, le pidió ciertos papeles, anotó unas cuantas palabras en formatos y le concedió la visa. No. La verdad no se la otorgó, no lo hizo porque en su historial pudo observar los tres años de enclaustramiento en un psiquiátrico, el diagnóstico de esquizofrenia, alucinaciones severas, paranoia agresiva, automedicación, además de varios intentos de suicidio. Claro, cómo se la iban a dar, no podían, para qué se molestaba en ir de nuevo a regalarles dinero… Le dio las gracias a Michael y tomó sus papeles, los rompió y aventó los pedazos por el aire. Después sacó de su bolsa una botella con gasolina que fue derramando en el suelo, prendió un cerillo y la sala de espera comenzó a arder. La gente corría a su alrededor y todo se fue opacando. Despertó sana y salva con su familiar bata blanca en su familiar cuarto blanco. Al momento supo que ahora le sería más difícil escapar r

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Un recreo lleno de encantamientos Salma Evelin Quiroz Figueroa

El ingenio infantil rompe lo cotidiano. Los niños aprenden más de aquello con lo que juegan, se ensucian y lloran (actividades que aburren y causan temor en los adultos). En sus vidas hay múltiples oportunidades y no existe algo imperecedero pues todo se transforma, se funde y se enlaza. Para ellos comprar un dulce no sólo es el intercambio de una moneda por un objeto de sabor amigable. De eso me di cuenta durante un mediodía escolar. En ese instante donde los lápices de colores, lapiceras y cuadernos toman su merecido descanso, los niños se disponen a comprar algo que les deleite el paladar. Mis compañeros y yo sólo esperábamos el monótono intercambio monetario acompañado de frases amables, cuando una niña de cabello corto y ojos inteligentes se acercó a la mesa donde colocamos los dulces: -Salten la cuerda contra nosotras. Si mi equipo gana, ustedes nos regalan un dulce caro, por el contrario, si perdemos compramos uno –dijo la chica. Mi compañera Daniela aceptó la contienda; con una sonrisa de satisfacción generalizada predecíamos la victoria. Ya en el patio de juego y entre toda la algarabía, los pasos firmes de Daniela fueron escudriñado por la niña de cabello corto, quien sólo se dedicaba con sus compañeras a discutir en suaves murmullos cómo y quiénes girarían la cuerda. De un momento a otro el duelo comenzó y el mecate trazaba sombras elípticas alrededor del cuerpo de la joven preparatoriana. Ella sin mucha preocupación evitaba el contacto de su cuerpo con la cuerda, siempre probable, mientras las niñas cómplices, que se encontraban presenciando junto a mi equipo el evento, agitaban sus manos, sonreían con burla pueril y es12

bozaban en conjunto, la palabra ¡maldición! ¡Catorce, quince, dieciséis, diecisiete!..., la cuenta se detuvo y nos sentimos satisfechos por la gran actuación de Daniela. Ahora el juego cambiaba de turno, y una cabeza agitaba su suave cabello corto dentro de las sombras grises que formábamos con el mecate. En ella sus saltos eran más livianos, más naturales y los golpes en el suelo resonaban con cautela. Cuando capturamos el instante, después de contemplar los ya mencionados gestos de las otras niñas, los números nos dieron una gran sorpresa. Habíamos quedado atrás hacía mucho tiempo. La niña de cabello corto identificó el semblante en nuestro rostro y me miró fijamente; acompañada de una sonrisa el ritmo de sus pies desapareció. Iniciaba una nueva carrera y nos movimos a la misma velocidad sorpresiva hasta llegar a la posición de venta en la mesa. Aquella niña de cabello corto escogió uno de los dulces más caros y sus ojos brillaron de satisfacción mientras sus manos repartían el premio entre sus compañeras. Creo recordar ese momento con mayor detalle porque estábamos estupefactos... En un rápido análisis el sentimiento de inconformidad nos llevó a exigir la revancha. Con gusto ellas aceptaron, y una niña de cabello largo y ondoso tomaba la estafeta. Mi equipo se reunió. En decisión unánime un rostro nuevo nos representaba. Llegamos al campo de juego y ellas cambiaron las reglas: nos exigían a dos representantes para aumentar la dificultad del reto. Daniela salió junto con Blanca a enfrentarlas mas no tardamos mucho tiempo en reconocer esa lista de números que las niñas creaban tan ajena a la nuestra, declarán13


donos perdedores por segunda ocasión. Cuando nos reencontramos en la mesa de los dulces frente a frente un compañero nuestro mencionó que la técnica que ocupaban las niñas para ganar era distraernos con sus “maldiciones” pero una de ellas, la más callada y de etéreos ojos verdes, lo contradijo con plena seguridad: –¡No es mi culpa que ustedes no tengan poderes mágicos! Cada una de mis amigas tiene un poder distinto. La campana del recreo anunciaba su partida y sólo quedamos mis compañeros y yo sonriendo y mirando a la nada: contemplando a nuestros niños interiores quienes recobraran su vitalidad extinta no hace muchos años. Recordaré ese recreo de venta por siempre. De manera ingeniosa las niñas revalorizaban los dulces. El ejercicio físico, el reto personal y la diversión eran los elementos que cotizaban en su mundo. Hacían que

la vida recobrara la magia que la mayoría de los adultos pierden en la adolescencia porque creemos que sólo hay una manera óptima de realizar actividades, describimos el éxito con determinados adjetivos, y sólo nos preocupa recolectar objetos de alto valor sin importar el camino que nuestros pies trazan. En la actualidad hay gran interés en encerrar el espíritu infantil y evitar que en él se desarrolle una actitud inquisitiva similar a la de Alicia en su país de las maravillas. Causa desasosiego descubrir que el mundo donde vivimos es una locura y que nos hemos convertido en esos seres vacíos que tanto temíamos de niños. Venturosamente, siempre podemos hacer las paces con nuestro niño interior y recordarle que estamos disponibles para sonreír, llorar, jugar, estudiar, amar, viajar, escribir, practicar nuestro poder particular acompañados de él, encantados con su magia, hasta la muerterrr

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