Tast viaje alrededor bay (int) ficciones

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Ficciones 1. Papito

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2. Dependencia

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3. ¿Tiene arrestos usted?

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4. Desafío

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5. Madurez

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6. Pasaje al fin del mundo

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7. Lucas

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8. Usted

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9. Terapia matrimonial

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10. Ella

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11. Ruptura

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12. Invitación

87

13. Cantante

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14. La mosca

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15. La gotita

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16. Memorias

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Ficciones

2. Dependencia Deseaba morirse. Que la tierra la tragase. Desaparecer. Su amor, ese chico en el que ella había confiado y depositado bastantes secretos y parte de su intimidad, aquel que ella había soñado y deseado en secreto desde hacía dos años, al cual le unía una amistad, pero que ella anhelaba en el fondo de su corazón que se convirtiera en una relación más íntima, ese amor, se fue con una pelandusca desde hacía dos semanas, donde lo único atrayente y mencionable de esa chica, era dos pechos siliconados adornado con una sonrisa postiza y atontada. “Pero será burro”, pensó ella. Mira que irse con esa insulsa, la cual conocía desde hacía tiempo y se caracterizaba por no tener ni dos dedos de frente: que la escritora Elvira Lindo pensase que era una compañera de tertulia de Belén Esteban, podía pasar, pero situar París en América era de ser mema. Pero por lo visto eso, a su adorado Mario no le importaba, ya que lo interesante era palpar esas pechugas rellenas de gel que le ponía como una moto. Lo mejor era olvidarle, y no caer en la tentación de odiarle, ni tenerle manía, ya que era concederle demasiada importancia a ese imbécil, que no lo merecía. “El olvido será su castigo” pensó. Cayó en la cuenta que él, nunca había hecho algo por ella: ¿Qué detalles había tenido? ¿Qué interés le había demostrado, durante esos dos años? Sabía perfectamente cómo se había comportado y aprovechado de su buena voluntad. Y desgraciadamente todos los datos apuntaban a que ese estúpido de Mario le gustaban las chicas pechugonas, simples y predispuestas. Ella vio que no tenía ninguna


oportunidad, por ser una chica corriente y de corte romántico, que no podía competir con esas chicas despampanantes y atrevidas que le fascinaban. Ni sobornándolo con sabrosos bocadillos que ella le preparaba amorosamente, ni con poemas que le recitaba, ni con amenas historias que le contaba, ni con invitaciones a pasear por la playa que él siempre declinaba, le daría esa oportunidad de poder estrecharlo entre sus brazos como ella soñaba. Había creado un ser ficticio, alimentado por sus sueños imaginarios. No quería albergar más ilusiones. Con frecuencia pensaba que había que evitar cualquier acercamiento. “Cuanto menos roces, mejor para la salud” pensó. No podía aguantar más esa situación, ya que Mario no sentía nada por ella. No valía la pena esperar algo de un ser insensible y borrego que iba con la lengua fuera por un par de tetas postizas. Se dio cuenta de que todo su esfuerzo fue en vano y había hecho el ridículo al entregar y ofrecer su cariño y su energía a un ser que no lo merecía, y eso era muy triste. “Está muerto, muerto, muerto” se repetía constantemente para exorcizarlo de su pensamiento. Acababa de enterrar para siempre a su amor. Flaubert dijo que llega un momento en que la persona amada ya no está con nosotros, y ese momento creyó que había llegado. Había que independizarse y desprenderse de esa pesadilla, pasar página y no estar todo el día pendientes de su carácter y anclada a una vana esperanza. “Es historia pasada. Que la alegría o la tristeza no dependa de ese merluzo” maduró. Había que darle una oportunidad a la vida, lejos de esa maldita dependencia: nuevas etapas, nuevas aventuras, nuevos encuentros que seguramente serían más placenteros y agradables. Encontrar alguna persona que supiera apreciar y estimar el mundo interior que ella tenía y no como el besugo de Mario que era un cegato total. Se culpaba a sí mima por haber sido tan idiota por dedicar una atención desmesurada a un ser tan frívolo y vulgar. A partir de ahora, ella regiría y llevaría


las riendas de su vida, recuperando esa alegría que antes de conocerlo poseía. Al rato sonó el teléfono y era la voz de Mario, que le dijo que quería hablar con ella por la tarde, para comentarle que se había cansado de esa tonta pechugona, y deseaba contárselo a su amiga del alma. Ella dudó un instante, pero entonces tuvo la corazonada de que esta vez sí que él empezaría a mirarla con nuevos ojos, con más deseo y quizá ahora, valorase la entrega y atención que le dedicaba. Su sonrisa volvió a florecer. —Claro Mario. Y te prepararé tu bocadillo preferido: tiras de pimiento y berenjena ya asada y limpia, con trozos de anchoas y aceitunas rellenas. ¿Qué te parece? 7. Lucas No me importa que para divertirse a veces, algunos niños se dediquen a tirarme piedras, o que incluso la gente me llame el tonto del pueblo, porque si lo dicen casi todos no creo que estén equivocados y debe ser cierto. A decir verdad, soy muy corto y bastante simple aunque mi madre, que en paz descanse, una vez me dijo: “Lucas, tú también eres hijo de Dios; no lo olvides” ¿No somos todos hijos de Dios? Pero la gente algunas veces no se acuerda, pero no me enfado. Ahora que lo pienso creo que nunca me he enfadado: de qué sirve estar malhumorado si no soy nada, un simple ignorante del que todo el mundo se puede reír. Y si uno se divierte burlándose de un idiota, qué le vamos a hacer. Mi madre me enseñó que no valía la pena enojarse por nada, ni por nadie, y yo siempre he sido un buen hijo que he intentado obedecerla en todo momento. Nunca tuvimos propiedades pero no me importa, ya que el monte es mi auténtica morada y tengo un trabajo privilegiado del que estoy orgulloso: ser el pastor del pueblo que


lleva el ganado de los demás a pacer por el monte. Siempre me ha gustado estar cerca de los animales. Cuando empieza a refrescar el ambiente, duermo en un corral abandonado que habilité un poco, para cocinar algo y poder dormir sin pasar frío, pero cuando hace buen tiempo, me gusta dormir al aire libre que es donde mejor se está. No conozco a mi padre y mi madre sólo me dijo que mi padre tiene una reputación que preservar. Pero gracias a ese fugaz encuentro nací yo, que según mi madre era su alegría y lo mejor que le había ocurrido. Algunos del pueblo se burlan diciendo que muchos podrían ser mi padre, pero yo no les hago mucho caso. A veces por las tardes, cuando tengo un rato libre, me llaman para que les limpie el corral o ayudo en diversas tareas que me dicen y nunca digo que no, porque luego me dan algo de comida y además, si veo que he ayudado en algo, me siento bien. No me gusta que me den monedas ya que ignoro su valor; prefiero que me den fruta, pan o algo de carne. Mi madre me indicó el lugar donde escondía unos papeles que decía eran valiosos y al fallecer de forma imprevista, fui a recogerlos y entré en la tienda de comestibles con esos papeles y cogí varias cosas: un pollo, huevos, aceite y un paquete de arroz. Y la tendera toda amable dijo que si le entregaba todos esos billetes, me daba esos alimentos, y yo le agradecí el intercambio. La gente es buena por naturaleza ¿no creen ustedes? Me he ofrecido a todas las solteras de este pequeño pueblo, pero todas me dicen que no me hago valer, que carezco de ambición, que no poseo absolutamente nada y que soy bobo. Si lo dicen, debe ser verdad, pero a veces, la noche es muy larga y me gustaría estar cerca de una mujer para poder abrazarla, pues aunque sea diferente, también tengo sentimientos. Una chica me dijo que la esperase al llegar la noche cerca del pozo ya que prometió que vendría. Estuve toda esa noche esperándola pero posiblemente se olvidó, o


no sé, ya que cuando la vi la otra vez, estaba hablando con unas amigas y se reían al mirarme. Quizá la próxima vez tenga más suerte. Yo lo único que tengo son mis manos, voluntad para trabajar, y un corazón que está dispuesto a entregárselo a una mujer. Pero se ve que no es suficiente. Qué le vamos a hacer. Así es la vida. Pero no pierdo la alegría pues mi madre una vez me dijo: “Lucas, la alegría es un don que Dios ofreció a los hombres y es un pecado no utilizarla, ya que si albergamos desprecio o rencor hacia los demás, se nos enturbia nuestro corazón y avergonzamos a nuestro Señor” y yo ya he dicho que siempre hago caso a mi madre e intento no perderla, a pesar de que ella lamentablemente ya no esté, porque el estar vivo, ¿no es todo un regalo, que hay que agradecer? Por eso doy gracias al cielo por ofrecerme unos ojos capaces de descubrir el paisaje de la montaña; un oído para escuchar los pájaros cuando camino con mis animales; unas manos para poder hacer estatuillas pequeñas de madera con la navaja cuando estoy aquí a solas en el monte, y este pobre y corto cerebro diciendo estas tonterías. Pero no me hagan ustedes mucho caso, porque ya he dicho que sólo soy Lucas: el tonto del pueblo.


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