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Anka Moldovan
Nacida en Cluj, Rumanía, la influencia de su pasado y su entorno han moldeado a una pintora diferente, que desde muy pequeña hacía dibujos y siempre tenía más lápices de colores que muñecas. Creció rodeada de las enormes pinturas del interior de iglesias y monasterios. Algo normal al ser hija de un sacerdote ortodoxo, pero atípico cuando se compara con cualquier otro niño. Su entorno, tan inspirador para dedicarse al arte, le llevo a sufrir más de una bronca que no llegaba a comprender, como cuando perfilaba las sombras proyectadas por las velas en las paredes de la casa de su abuela cuando hacía falta encenderlas porque se había ido la luz.
En la actualidad Anka vive en un pueblo del Concejo de Salas, en Asturias, junto a su pareja. Con él decidió tomar un nuevo rumbo que le permitiera dedicarse exclusivamente a crear, apartándose de los estímulos laborales que anteriormente han marcado su carrera profesional.
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Ante las preguntas, ¿Influye en el proceso creativo el lugar donde te ubicas? ¿Qué te aporta esta nueva ubicación? Nos dice lo siguiente: “Influyen muchos factores. Por suerte, ahora tengo el tiempo y el espacio para pintar. A partir de ahí, todo va sumando. Dispongo de silencio, de tranquilidad, de tiempo para pensar, para experimentar… Además, tengo la suerte de disfrutar de un entorno que de vez en cuando se ve envuelto en nieblas rotas de luz, que me resultan muy inspiradoras para mi pintura. El clima de Asturias es una maravilla. Otra de las cosas que me fascina de vivir aquí es la inmensidad de colores que te ofrece el campo. Tonos, matices, luces… tormentas que dejan a su paso un brillo nuevo.”
Viene de pasar siete años trabajando junto a Valerio Lazarov, cuyas indicaciones, tanto en composición de escenas como en iluminación, han influido en su manera de comprender el arte aflorando en ella nuevas ideas para llevar al terreno pictórico.
Después pasó otra etapa trabajando en la Consejería de asuntos sociales de la Comunidad de Madrid y, posteriormente, como diputada en la Asamblea del parlamento madrileño, lo que le permitió trabajar por y para las personas. Unas experiencias que ahora trata de trasladar a su pintura.
Por el momento no se plantea volver a vivir en una gran ciudad, aunque las ciudades le gustan. Y sobre todo Madrid, a la que va de visita de vez en cuando. Sus amigos están allí, las galerías, las ferias, los inversores de arte y las propuestas artísticas más novedosas. Eso sí, cuando va es para luego volver al campo, que es donde se reactiva.
Anka es historiadora del Arte y cursó sus estudios en la Universidad Autónoma de Madrid. Durante su periodo como estudiante obtuvo un conocimiento que la ha ayudado a entender mejor la evolución de la sociedad a
través del arte y sus cambios, pero la práctica artística es otra cosa. Cada artista tiene un estilo propio, que puede estar influenciado por los conocimientos que se obtienen previamente con el estudio, pero que al final es algo muy personal y propio de cada uno. Ella lo cree así.
La técnica de Anka es especial: pinta sobre tablas, que trata directamente. Aquí se refleja una de sus influencias desde el punto de vista técnico y estético: las pinturas bizantinas. Explica que el proceso de la pintura de los iconos Bizantinos es muy laborioso, casi artesano. Hay que preparar bien la madera con múltiples capas de imprimación, que se van lijando una a una. Al añadir nuevas capas se permite la unión entre la madera y la pintura. Con el tiempo ha ido experimentando con texturas diversas para invitar al tacto a formar parte del cuadro y así pasar de lo sagrado a lo profano.
Pinta al óleo. Entremezcla múltiples capas de veladuras que permiten vislumbrar escenas bajo una abstracción figurativa. En sus pinturas hay atmósferas vibrantes. Hay una mezcla de color, texturas y luz donde se percibe también su fascinación por el agua, por cómo es su naturaleza. Tanto el agua como el aire están muy presentes en su pintura. Conforman nieblas, brumas matinales, lluvias otoñales y crean reflejos bajo sus personajes. Para ella lo bonito de pintar el agua y el aire es la posibilidad de llegar a límites de pura abstracción.
La obra de Anka Moldovan muestra escenarios plurales e indefinidos, nieblas rotas y no lugares por donde transitan personajes sin identidad ni relación. “En ellos el hombre no pertenece, es uno más no diferenciado. Apenas se percibe un furtivo cruce de miradas entre personas que nunca más se encontrarán. Callados, anónimos, solos, se envuelven en su individualidad para seguir pensando más allá de otros lugares.
En los No Lugares, al igual que en toda mi pintura, el ser humano es el tema principal. Unas veces se insinúa en forma de silueta desdibujada, otras, aparece bajo una tenue belleza o escondido en un espanto estremecido…”
Sus influencias provienen de disciplinas diversas. Le llegan del teatro, del cine o de la fotografía.
De conceptos como la soledad o la belleza. Si nos referimos a lo meramente pictórico se abre una inmensidad de referentes que explica de forma minuciosa: los brillos y tejidos de Velázquez; la violenta belleza de Ribera; la locura inquieta de Corneliu Baba; la inmensidad cromática de Rothko; las pasiones de Bill Viola; el viento, lluvia y velocidad de Turner; el desgarro de Francis Bacon; el arte bizantino; la pintura pompeyana; el pictorialismo y un largo etcétera.
Siempre es buena idea dedicar tiempo a ver la obra de esta artista.
____ One Percent Magazine
° Samuel de Román