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Conoce la historia con GM2 -El día en que el ciclismo perdió su inocencia
Conoce la historia con El día en que el ciclismo perdió su inocencia
Transcurría el 13 de julio de 1967, cuando se disputaba la 13ª etapa del Tour de Francia. Los 215 kilómetros que separaban Marsella de Carpentras presentaban un obstáculo casi insalvable, el Gigante de la Provenza, el monte que encandiló al poeta y precursor del humanismo Francesco Petrarca. Los 1.912 metros de ascensión al temido Mont Ventoux, con sus rampas casi verticales, sus punzantes rachas de viento de mistral y su característico paisaje desértico, presagiaban una jornada de ciclismo épico. Y así debió ser cuando a pocos kilómetros de coronar la mítica cima, el abulense Julio Jiménez, originario de una tierra que es sinónimo de grandes escaladores, lanzó un furibundo ataque que dejó atrás a todos sus rivales. Sin embargo, aquel día no sería recordado por la gesta de nuestro Julito, sino por una tragedia que cambiaría el ciclismo para siempre y que tuvo como desgraciado protagonista al ciclista británico Tom Simpson.
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Nacido en Haswell, localidad a la que su familia se trasladó al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en sus inicios compaginó el ciclismo en ruta y pista, especialidad en la que comenzó a destacar, e incluso consiguió una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de 1956, celebrados en Melbourne. Simpson tenía únicamente 18 años y vislumbraba un brillante futuro en el mundo del pedal. No tardó en dar el salto al ciclismo en carretera y en sumar sus primeros éxitos. En 1960 debutó en el Tour de Francia y en los años venideros saboreó las mieles de la gloria en pruebas tan exigentes como el Tour de Flandes, la clásica Milán-San Remo o el Giro de Lombardía. Y muy especialmente en el Campeonato del Mundo de Ciclismo en Ruta de 1965, competición en la que ganó la medalla de oro. 1967 debía ser su año. Tras haberse convertido en el primer ciclista británico en lucir el maillot amarillo, llegaba al Tour de Francia como jefe de filas del equipo de la Gran Bretaña y uno de los principales favoritos para subir a lo más alto del podio en la capital francesa. Sin embargo, desde el inicio de la competición, Simpson se vio seriamente mermado en su condición física por una infección estomacal que le había hecho ceder un valioso tiempo en las etapas iniciales. Un ciclista osado como Simpson, no podía darse por vencido sin presentar cumpliada batalla. Insensato él, creyó que la ascensión al Mont Ventoux era el escenario idóneo para recuperar terreno. Más aún, cuando horas antes de iniciar aquella etapa, recibió en su habitación de hotel la visita del director de su equipo, quien le habría amenazado con no renovar su contrato si no finalizaba el Tour entre los cinco primeros clasificados. Como era de esperar, el temperamental Simpson no recibió de buen agrado aquellas palabras y tomó una decisión a la desesperada. Horas más tarde, dos misteriosos hombres se personaron en aquella habitación y le entregaron, a cambio de
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una generosa recompensa económica, Una sospechosa caja de reducidas dimensiones, cuyo contenido quedó desvelado tras conocerse el desenlace de aquella fatídica etapa.
A falta de escasos kilómetros para coronar la cima del Mont Ventoux y bajo un calor soporífero, Simpson, que había intentado sin éxito seguir el ritmo endiablado de Jiménez, comenzó a cabecear de un lado a otro de la carretera. Su imagen era inquietante, sudando abundantemente y con la mirada perdida. Pero una fuerza interior le impedía poner pie a tierra. La vida se le escapaba y, sin embargo, continuaba pedaleando inexorablemente hacía el cielo. Se caía y se levantaba, ayudado por sus mecánicos. Una y otra vez. Hasta que su cuerpo dijo basta. Los médicos, raudos y veloces en su actuación, le practicaron maniobras de reanimación mientras Simpson seguía agarrado al manillar. En su foro interno y a pesar de la escena dantesca, la carrera no había terminado y todavía luchaba contra el Gigante de la Provenza. Sin embargo, tuvo que claudicar, fue evacuado en helicóptero, pero al llegar al hospital su alma ya había abandonado su cuerpo.
La causa oficial del fallecimiento fue una fuerte deshidratación que, en combinación con un tremendo golpe de calor, le acabaron provocando una insuficiencia cardíaca. Sin embargo, había más. Aquella misteriosa caja contenía dos frascos de anfetaminas, las cuales Simpson había ingerido con alcohol de alta graduación, instantes antes de comenzar la ruta. Las posibilidades de sufrir un colapso cardíaco eran muy altas y, esta vez, las matemáticas no fallaron.
Semejante desgracia y, además, retransmitida en directo por televisión conmocionó a los aficionados de todo el mundo. Y, como no podía ser de otra manera, al pelotón. Sus integrantes demandaron a la organización la suspensión de la prueba, pero los intereses económicos ya primaban en el deporte y se tomó la decisión de continuar hasta París. Como condición, la siguiente etapa la ganaría un ciclista británico y así fue, el honor recayó en Barry Hoban. Thomas Simpson pudo haber pasado a la historia como uno de los mejores ciclistas de su país, junto a los ganadores del Tour de Francia Bradley Wiggings y Chris Froome, este último en cuatro ocasiones. Sin embargo, su nombre nos hace recordar que fue el primer ciclista que falleció por dopaje. Las consecuencias no se hicieron esperar. A pesar de una cierta oposición de algunos mejores ciclistas del momento entre los que se encontraba Eddy Merckx, la Unión Ciclista Internacional impuso los análisis de orina a partir de la siguiente temporada. Simpson se convirtió en un mártir del ciclismo y con él comenzó todo. Quedó a la intemperie el lado más oscuro de un deporte sublime y salvaje como pocos, un deporte tal vez hijo de un Dios furioso.
____ Juan Manuel López Fuentes
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