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irectorio Número 9 / Octubre del 2015
Jermán Argueta Director General
Laura Dippólito
Directora en Argentina
Pep Bruno
Director en España
Martín Céspedes
Antonio González Beltrán
Director a perpetuidad en España y norte de África
Alexander Díaz Gómez M.G.
Director en Bolivia
Director a perpetuidad en Colombia
Diseño e intervenciones gráficas: Juana Araceli Ordaz “El Ánima Sola”
Revista Oralidad y Cultura cronicas_leyendas@hotmail.com jermanargueta@hotmail.com Tel. 55422899 en la Cd. de México
Leyendas Mexicanas http://issuu.com/oralidadycultura http://www.cronicasyleyendasmexicanas.com.mx/
Edita
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ontenido 4 5 7
Preรกmbulo Editorial La Llorona
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La machincuepa
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El Diablo y la Cruz
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La Planchadita 3
p
reámbulo
Las legendarias leyendas tienen su esencia en el leer re latos mágicos, milagrosos y sobrenaturales. Abrevan en nuestro patrimonio cultural que habita en este cosmos que nos da cobijo, imaginación y sustento. Va para ustedes una pequeña muestra de lo más repre sentativo de nuestras leyendas en México. Va para uste des este patrimonio de lo imaginario que abreva luego en realidades y luego en la imaginación. La leyenda es parte de nuestro mundo simbólico. Signo que habita nuestras imágenes en la mente y significado y significante para decir “Era el año de 1556, cuando la ciudad de México vivía totalmente tranquila”… O “di cen y cuentan que nuestro general Zapata aún cabalga allá por los pueblos de Milpa Alta y Xochimilco”. O qué tal: “Esta leyenda que les vamos a contar sólo existe en los hospitales de tradición, prosapia y prestigio: La Plan chadita. Dicen que es una enfermera que se le aparece por las noches a los pacientes para atenderlos de sus males. Siempre su vestido está muy planchadito y pulcro, por lo que al caminar se escucha un murmullo en los pliegues de su blanquísimo atuendo”.
Queridos amigos y amigas, las leyendas que contiene este número de Oralidad y Cultura, pertenecen al libro Leyendas Mexicanas para contar y para cuenteros, de su servidor, Jermán Argueta, editado por Crónicas y Leyendas Mexicanas con el apoyo del FONCA. De ahí hemos traído algunas páginas. El libro, con estas y otras leyendas y sucedidos, lo pueden comprar en librerías EDUCAL de todo México.
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e
ditorial
El cuento es un recuento de lo que vemos, acontece o imaginamos. Lo más bello del ser humano es reflexionar y ver nacer su palabra desde dentro del alma o de la imaginación para entregarla a quien lo escucha. Ésa es la vocación de la palabra, contar y contar. Y más aún, en el acto de contar lo que nos acontece uno evoca ese tiempo alegre, duro o memorable. Y la palabra que cuenta ese episodio (he aquí la bondad de recordar) nace por la boca articulando consonantes y vocales. Juguemos con la raíz de la palabra: Evocar es volver a vivir lo vivido para contarlo. Pues bien, lo aquí escrito es para que todos ustedes, lectores y narradores, cuenten estas leyendas como mejor les apetezca. Vale decirles que este material, en gran parte, me ha acompañado en mis funciones de narración oral, ya sea en foros o en la juglaría de calle. Es mi propia dramaturgia en el escenario. Pero hoy se las comparto en este libro porque lo más bello es compartir lo que nace de la tradición oral o de la imaginación nuestra. La premisa nos lleva a decir que si la palabra es un hecho colectivo y en libertad (porque la palabra es un hálito de viento que nace en libertad) pues entonces debe ser un bien para todos. Sí, la palabra, y lo que nace de ella, debe ser patrimonio colectivo, pero eso hay que apropiárselo. Así los cuentos, cuando se narran, son nuestros, son una adaptación de lo que uno escucha o de lo que uno lee. No hay nada más honorable que escuchar un cuento o una leyenda en voz de otros narradores. Y más si son buenos artistas de
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la palabra. Y vale decir que la vocación de la literatura y de las tradiciones orales es que tomen el camino del viento y que vuelen en muchas otras voces y que lleguen a teatros, foros, plazas, a la radio, a la televisión y al cine. Sí, porque la palabra es también ese hálito de viento tibio que nos permite hacer comunidad y ennoblecer la vida y desde ella vivir la memoria, la identidad, la fraternidad y construir la paz en el mundo. Sí, porque cuando la palabra nace desde lo más profundo de nuestro cuerpo entonces nace en libertad, y en la libertad debe vivir… Porque cuando nos obligan a callar, nos cercenan la libertad. Estas leyendas son para ustedes y nada me hará más feliz que escucharlas con la adaptación que ustedes deseen; nunca un cuento será el mismo cuento o leyenda cuando se cuenta porque cada quien le agrega los lenguajes de su cuerpo y el tono y ritmo de su voz. Dicho sea con otra metáfora, un cuento es como un perfume que ya cuando penetra por nuestro cuerpo se da la simbiosis para hacernos únicos en cualquier espacio que tocamos. Y desde ahí el lenguaje del cuerpo tiene su propias “fragancias”, su propia personalidad. Porque es bien sabido que cuando un cuento o una leyenda narrada pasa por el tamiz de nuestro cuerpo, entonces éste adquiere su propia personalidad. La palabra es una vírgula que florece en nuestro cuerpo. Y las flores tienen polen que vuela a otros vientos para florecer en otros cuerpos. Así la palabra, las leyendas. Por último. Es importante decirles que algunas de las leyendas que aquí encontrarán son parte de mi investigación y trabajo literario para compartirlas con ustedes. Las más, son leyendas que en mi escritura no son más que un gusto por reescribirlas para que nunca se olviden. Ustedes se encargarán de ello. Y será un lujo, para mí, que lo compartan con sus alumnos, la pareja, los hijos, los nietos. Y ya en la catarsis del arte de la palabra pues lo lleven a todos los escenarios posibles o por inventar.
Jermán Argueta
Director General
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Leyenda de la PLAZA MAYOR (Zócalo de la Ciudad de México).
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mediados del siglo XVI (1556, año para ubicar nuestra leyenda) la extensión de la Ciudad de México era la misma que tenía la antigua ciudad de Tenochtitlan, una pequeña isla que estaba unida a tierra por las calzadas a la Villa de Guadalupe, al norte; al sur por la calzada a Iztapalapa y al poniente por la calzada a Tacuba. Hacia el oriente sólo se llegaba a Texcoco por canoa.
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Gobernaba la Nueva España el virrey Luis de Ve lasco, quien tenía muy buenos caballos y trajo buenos toros, que se toreaban en la Plaza Mayor. El arzobis pado estaba en manos del ladino dominicano Fray Al fonso de Montúfar, el que negociaba con las velas que llevaban y entregaban los indígenas en los bautizos, el mismo que mandó torturar al pintor Simón Pereyns; sí, el que pintó la Virgen de la Natividad del altar del Perdón de la Catedral para salvarse de morir en la ho guera. Por las calles de la Ciudad de México, polvorien tas o anegadas, según la temporada, caminaron en ese siglo los hijos de Hernán Cortés, ambos llamados Mar tín Cortés; uno, hijo de Juana de Zúñiga y el segundo, hijo de doña Marina, la Malinche. Pero vayamos a la leyenda…
ra la noche del día primero de julio del año de Dios de 1556, cuando la Ciudad de México dormía totalmente tranquila. Apenas y unas lamparillas de aceite alumbraban las puertas de los conventos y parroquias de lúgubres muros. Sólo se escuchaba aquel que avanzaba con el paso de las horas:
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Apacibles en sus sueños, los niños dormían en sus camas abrigados con sus cobijas. Las mujeres, las sirvientas, en los menesteres de la cocina. Los caballeros, separando el oro y la plata, contando sus reales, sus ducados y maravedíes. Cuando de pronto se dejaba escuchar por los aires y calles oscuras de la Ciudad de México Tenochtitlan un grito que venía de lo más profundo de la noche, de la pena, de la penitencia: ¡Ayyy, mis hijossss! ¿A dóndee están misss hijoosss? En ese momento, los niños se metían debajo de la cama. Las sirvientas decían, ¡Ave María purísima!… ¡Sin pecado concebida! Los caballeros, asustados, ¡Voto al diablo! ¡Es el alma de esa mujer que anda penando por las calles! Y de inmediato guardaban en el baúl el oro y la plata; los reales, ducados y maravedíes y se iban prontamente a la cama, a la panza calientita de sus mujeres, abrazándolas. —Mujer, que afuera gritan ¡Ayyy, mis hijos! —Largaos de aquí, caballero, que no hemos rezado. —Que afuera gritan ¡Ayyy, mis hijos! —Largaos caballero, que no hemos rezado… Mmmm… Eso pasaba día con día, especialmente las noches de luna llena.
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Era la noche del día primero de julio del año de Dios de 1556, cuando la Ciudad de México dormía totalmente tranquila.
Cuando de pronto se dejaba escuchar por los aires un grito: ¡Ayyy, mis hijossss! ¿A dóndee están misss hijoosss?
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Un día el Conde del Valle de Temascalcingo, Insigne Limosnero Titular de la Catedral Metropolitana, Marqués de las Aguas Extintas del Lago de Texcoco, Capitán de las Tropas de Asalto del Barrio de La Merced, Capellán del Hospital de Bubas del Amor de Dios… estaba en una taberna con unas mujeres de muy buen ver y mejor tocar, que habían llegado de allende el mar. Y bailaban y gozaban. Y el Conde bailaba y gozaba. Y bailaban los parroquianos con las mujeres. Y bailaba el Conde con una moza, cuando de pronto escuchó que unos parroquianos comentaban: —Sí, dicen que espantan en la Ciudad de México. —Sí, y que es una mujer que vuela por los aires y que grita ¡Ayyy, mis hijos! —¡Mentira! Dicen que es una mujer que ahogó a sus dos hijos en el Lago de Texcoco, niño y niña —apuntó otro parroquiano con el miedo en los ojos. —¡Callad! Dicen que es una mujer que se quedó esperando a que regresara de allende el mar aquel que la iba a desposar y que se fue a pelear a Flandes por el Rey Felipe II. Y que por allá lo mataron. Y ella se quedó vestida de blanco y murió de tristeza.
—Mentira… Dicen que es una mujer que mató al marido —agregó otro parroquiano. —¿Y por qué lo mató? —preguntó la mujer de buen ver y mejor tocar. Mas reflexionando, al momento sentenció— Buen motivo debió tener. —Pues porque la engañaba. —¡Bien hizo! ¡Bien hizo! —dijo la mujer de mejor ver y mejor tocar. —Largaos de aquí, manceba. —¡Bien hizo! ¡Bien hizo! —¿Y por qué bien hizo? —preguntó el Conde. —Pues porque cuando el hombre engaña a la mujer, ¡no pasa nada! Pero cuando la mujer engaña al hombre… ¡que sí pasa…! —¿Y qué pasa? —inquirió el Conde. —Que cuando una mujer engaña al hombre… pues que a éste le crecen los cuernos y ya no le entra el sombrero. —¡Largaos de aquí, manceba! ¡Largaos! —gritó el Conde. Y señalando a varios de los parroquianos con su dedo índice y alzando la voz, les dijo.— ¡Escuchad, sólo ustedes que tenéis cara de pecadores creen en espantos!
—Sí, dicen que espantan en la Ciudad de México. —Sí, y que es una mujer que vuela por los aires y que grita ¡Ayyy, mis hijos!
—¡Mentira! Dicen que es una mujer que ahogó a sus dos hijos en el Lago de Texcoco, niño y niña —apuntó otro parroquiano.
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—No, Conde, que es una mujer que vuela por los aires, con el cabello despeinado, y grita ¡Ayyy, mis hijos! —¡Mentira, mentira! Seguramente esa mujer lo que anda buscando es un apuesto caballero de larga y ensortijada cabellera. De muy buen ver y… —Y mejor tocar... —respondieron a coro los parroquianos, soltando estruendosas carcajadas. —Saldré —dijo el Conde— porque seguramente esa mujer quiere dormir abrigada y calientita. —Pero ésa es una tontería, Conde. —Saldré. Pero antes, tabernero… ¡vino para todos estos malandros y malandrines, mancebas e hijos de... de Hidalgo, hijos de, de nombradía! Tabernero, servir vino, ¡servidme a mí! —Y el Conde empezó a beber su vino de buena cepa en copa de plata, hasta que sorbió la última gota. Y cuando hubo terminado, se acomodó del lado izquierdo su espada. Del lado derecho su puñal con el escudo de armas. Se acomodó capa y sombrero de ala ancha con una gran pluma. Y saliendo de la taberna, sentenció: —¡Mañana os veré! —¡Pero Conde, que eso es una tontería! —gritó Juan, un viejo soldado que en sus haberes había perdido el ojo derecho y el brazo izquierdo.— Que es eso una tontería. ¡Regresad...! Mas el Conde ya no escuchó. Salió de la taberna La hija del Cuervo, que estaba en la calle de Zuleta (hoy Venustiano Carranza), dio vuelta
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por donde estaría en el tiempo el Colegio de Niñas (hoy Bolívar). Dobló por la calle de Coliseo Viejo, más adelante llamada del Espíritu Santo, más adelante llamada de El Refugio, más adelante llamada de Tablajeros (hoy tiene sólo un nombre, calle 16 de Septiembre). Entró a la enorme Plaza Mayor, y ahí miró la vieja Catedral que había mandado hacer el conquistador don Hernán Cortés (construida después del año de 1524 y destruida en 1626, para mirar la que hoy conocemos). Se erigía de oriente a poniente. Su puerta principal estaba casi enfrente de la calle de Plateros (hoy Madero). En el costado norte tenía un cementerio con muchas tumbas. El Conde avanzó la Plaza Mayor y a lo lejos se escuchaba aquel que avanzaba con el paso de las horas: ¡Laaass onnnnceeeee y sereeenooo y todo en caaalmaaa! Los perros le ladraban al eco: calmaaaacalmaaalamaaaaa.
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El conde se acomodó capa y sombrero de ala ancha con una gran pluma. Y saliendo de la taberna, sentenció: —¡Mañana os veré!
¿Pero qué tal si a la mujer la persigue el marido o un hermano celoso?” Y mejor decidió caminar unos pasos más.
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ÂĄLas onceee y serenooooo y todoo en calmaaa! En calma estaba la ciudad.
Tann, tan, tannn, tan, tannn, tantann‌
Mientras la luna llena dejaba caer su brillante luz sobre la techumbre de dos aguas de la Catedral...
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Los pasos del Conde eran sordos en tanto avanzaba sorteando las tumbas.
Cuando la mujer lleg贸 frente a la vieja Catedral, lentamente se hinc贸 mientras lloraba y rezaba.
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Leyenda de la 3a Calle de La Soledad (atrás de Palacio Nacional).
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l mediodía del 20 de diciembre de 1730, don Mendo de Quiroga y Suárez, marqués de Valle Salado recibía una fatídica carta, fechada el 27 de septiembre, en Madrid. Escrita con mala caligrafía, anunciaba la muerte de su hermano Jacinto. Con rostro imperturbable, don Mendo de Quiroga escuchó dos veces el contenido de la misiva.
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Después se hizo un silencio frágil, sostenido sólo por la mirada evanescente y acuosa del viejo conde. Mientras él era un nudo de recuerdos, las sirvientas y el cochero salieron a la calle para esparcir la noticia por la Plaza Mayor, pretextando una necesidad de leña y el cambio de estribo para el carruaje. Y de ahí, como todas las noticias que tienen pies y alas, ésta tomó su viento de caracol y voló para irse por todas las calles, casas y plazuelas de la ciudad. En ese momento, todos los escuchas eran correos ambulantes: “¿Un hermano?, ¡jamás lo habéis mencionado!” “¿Que don Mendo ha perdido a un hermano que vivía en Madrid?” “Que guarde Dios en su regazo al hermano y serene al pobre de don Mendo, que bien merece la calma por lo avanzado de su edad, y por las enfermedades que lo martirizan” “Dios, en su santa e infinita misericordia, sabe lo que hace”. Dos eran los sucesos que andaban en boca de la gente que caminaba por las calles y plazas de la ciudad: uno, la fiesta del nuevo arzobispo, el excelentísimo don Juan Antonio de Vizarrón y Eguirreta, patriarcal de Sevilla y sumiller de Cortina de su majestad, quien era agasajado con un banquete en la Villa de Guadalupe. El otro, una muerte, que siempre trae el recuerdo de tierra húmeda, fresca, que es cobijo a perpetuidad.
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Dos eran los sucesos que andaban en boca de la gente que caminaba por las calles y plazas de la ciudad.
A todo esto, ¿quién era don Mendo de Quiroga y Suárez, marqués de Valle Salado?
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Y el tiempo sum贸 tambi茅n las enfermedades en el cuerpo del marqu茅s.
Nada lo aliviaba, ni la extracci贸n de sangre que le practicaban con sanguijuelas.
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Triste es la impotencia del enfermo y triste la situación de quienes deben soportarlo; cuantimás si el patrón es el doliente. Pero, por bienaventuranza, a veces el dolor es menos y a veces se pierde en el limbo de un rincón de la mente que mitiga o deja en un sopor el sufrimiento. En ésas estaba el marqués la noche del festejo del nuevo arzobispo, cuando recibió la terrible noticia, para misma nada, un que una sin forsirvienta tuna y alcanzó que si los a escugusanos char; se lo coque el mieron, hermano no fue de don mucho Mendo porque poco se era un bueno
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D. Jacinto de Quiroga y Suarez En Madrid, septiembre 27 del a単o de Dios de 1730.
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Siete meses después, llegaba al puerto de la Vera Cruz doña Paz de Quiroga.
Era orgullosa y despectiva. Al descender de la embarcación, no le extendió la mano al capitán.
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El marquĂŠs feliz estaba con tener a su sobrina; ella, resignada de soportar las olfacciones del tĂo.
Pero a quien bien recibĂa la sobrina de don Mendo era al arquitecto Pedro de Arrieta.
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Doña Paz se negaba a atender a su tío, odiaba llevarle las medicinas.
—Sobrina mía, que han llegado a mis oídos vuestros rezos para que me muera...
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Sí, corría el año de 1732 cuando la muerte llegó triunfante en medio del llanto incon trolable de doña Paz de Quiroga.
“Mustia que es” “¡Pardiez!, si odiaba al tío.” “¡Y la fortuna que heredará”.
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La hora había llegado para enterarse de la última voluntad del marqués de Valle Salado.
¡Que se quede con su herencia, a ver si le sirve en el infierno!” gritaba doña Paz.
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Leyenda de la Calle de MADERO (antes de San Francisco, luego Plateros).
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ra el día 3 de agosto del año de 1537, la mañana traía en el viento un fuerte olor a humedades de la laguna que rodeaba
la isla de la antigua Tenochtitlan. Del trabajo en el huerto del convento venían platicando animadamente fray Antonio de San Antón y fray Gulmaro de Olmos. Aunque poco trabajo hicieron con el pretexto de los olores de la laguna que mareaban el estómago.
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Inventaron que después de cavilar sesudamente, sería muy bueno poner en el atrio del convento una enorme cruz pintada de verde.
Fray Martín les dijo que sí, que se dieran a la tarea de pensar en dónde encontrarían un enorme árbol para hacer la cruz.
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¡Tierra abajo! Así es que ese día, ya con dos grandes árboles de pino cortados, decidieron quedarse en el pueblo de Santa Fe.
Durante toda la semana estuvieron, primero, limpiando de ramas y corteza los árboles. Diez días después, con brochas de ixtle pintaron de verde los troncos.
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Y llegó la madrugada del domingo, y cuarenta indios y diecisiete frailes ya estaban en pie...
¡A pujar! ¡Y aprieten bien lo que haya que apretar para que no se os salga el aire! ¡A la una…! ¡A las dos…! ¡Y a las tres…! ¡A jalar!
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Pero la cruz apenas levantó un metro y medio y se vino para abajo dejándose escuchar un estruendoso golpe.
¡A ver, pujad más! ¡Bébanse otro jarro de pulque! Y al grito de: ¡Va mos, a la cuen ta de tres…! ¡Uno… dos… tres…! ¡Pujad!
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¡Y nada! Que se sumaron más indígenas y que pusieron más sogas en los brazos del Señor. Y que se sumaron más frailes. ¡Y nada!
—¡Tío, pero que esto no puede ser cierto! —¡Ni que fuera de hierro! ¿Qué pasa?
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Leyenda deL ANTIGUO “HOSPITAL JUÁREZ DE MÉXICO”.
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i nombre es Joaquín Linares Sotomayor. Tengo una hija, un hijo y tres nietas; cuarenta y nueve años de edad; no fumo, bebo con moderación,
a veces, y estoy bien con Dios y con el Diablo; nada debo y nada temo. En 1996 asistí al Hospital Juárez porque mi pobreza (si alguna vez tuve algo de dinero, bien me lo comí y lo disfruté)
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Setenta horas después estaba yo sobre la plancha de la sala de operaciones.
Me veía con el cuello degollado y la cabeza por un lado.
¿Dónde estaba aquel cuerpo invencible que me había acompañado desde siempre? desdesiempre?
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...el doctor abrió la caja y se llevó la última pastilla para el dolor, ¡se la robó!
¡Ayyyy, me duele! Así decía para mí porque no se acercaba nadie conmi go. ¡Ayyyy!
“Ya mi niño, ya no sufra. Le vengo a dar su medicina, su pastillita para que no sienta los dolores”.
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Me tocó el rostro y regalándome una bondadosa sonrisa, me quitó el sudor con sus tibias manos.
¿Quién te dio el medica mento si yo soy la única enfermera que tiene guardia nocturna esta semana?
Se me heló la sangre al recordar a la bella enferme ra de mirada bondadosa y manos tibias.
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Las leyendas que contiene este número de Oralidad
y Cultura, pertenecen al libro Leyendas Mexicanas para contar y para cuenteros, de Jermán Argueta, editado por Crónicas y Leyendas Mexicanas con el apoyo del FONCA. De ahí hemos traído para ustedes algunas páginas. El libro, con estas y otras leyendas, se vende en las librerías EDUCAL de todo México.
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