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El último día de Tenochtitlan

Por: Miguel Ángel Landeros Bobadilla

“¿Tan lejos quedaron esos 21 meses, cuando los españoles llegaron por vez primera a los límites de la ciudad? ¿Esa vez que ellos y sus aliados indígenas se presentaron ante el todo poderoso Moctezuma y fueron bienvenidos?”

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Es de noche y empieza a llover de nuevo sobre México-Tenochtitlan. O más bien, en lo que queda de esta ciudad, ahora sin techos, con su mercado, jardines, chinampas, templos y palacios destruidos. Y sobre todo, con montones de muertos en las calles y flotando en las antes cristalinas aguas de los canales en medio de una nube de hedor. ¿Tan lejos quedaron esos 21 meses, cuando los españoles llegaron por vez primera a los límites de la ciudad? ¿Esa vez que ellos y sus aliados indígenas se presentaron ante el todo poderoso Moctezuma y fueron bienvenidos? Menos de dos años, y ahora todo ha terminado.

Ese día, el 8 de noviembre de 1519, el pequeño ejército español, con Cortés a la cabeza y seguido de sus capitanes Alvarado, Velázquez de León, Olid, Ávila y el joven Sandoval, entraron con sus armaduras que no se quitaban ni para dormir y que apestaban a sudor. Llegaron seguidos por cientos de indígenas rivales de los tenochcas, sin disimular su alegría por entrar en la ciudad de sus odiados enemigos.

Los habitantes mexicas se acercaban curiosos para observar mejor a esos hombres barbados, con el pelo largo, algunos rubios y otro de cabello negro, y montando esos animales que confundían con venados gigantes. Se acercaban cautelosos, porque se decían que eran dioses, que habían ido derrotando a otros pueblos por su paso. Desde las canoas y las azoteas también vieron llegar al tlatoani Moctezuma, con su manta de hilos de oro, joyas y sandalias recubiertas de hermosas piedras. Y cuando Cortés quiso abrazarlo lo detuvieron porque no se podía tocar al emperador. Pero aun así todos fueron bien recibidos y entraron a la ciudad.

Ahí empezó la tragedia.

A los pocos días, Cortés hizo prisionero a Moctezuma culpándolo de conspiración, quien no aceptó la acusación pero toleró permanecer bajo el cuidado de los españoles. Eso nunca se había visto con ningún otro tlatoani. Y siguió que los españoles vivieron dentro de los muros de la urbe durante meses, inspeccionando cada rincón, revisando sus calzadas que conectaban al islote con tierra firme, paseándose por el mercado. También se horrorizaron con los sacrificios humanos y de los tzompantli, las calaveras unidas con argamasa. Pero sobre todo, investigaban dónde estaba el oro y las riquezas. Se admiraban de la belleza de Tenochtitlan y, en secreto, planeaban conquistarla.

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Fue por entonces que Cortés tuvo que salir por una emergencia y a cargo quedó Pedro de Alvarado. Le decían “Tonatiuh”, por su cabello dorado como el sol, y se había ganado la confianza de Moctezuma con sus bromas y comentarios. Cuando Cortés se fue, los habitantes le pidieron permiso para festejar el tóxcalt, la festividad en honor a Tezcatlipoca. Sucedió que, mientras los mexicas bailaban desarmados, Alvarado ordenó la masacre que inició cuando le cortaron las manos a un indígena que tocaba el tambor. Mataron sin aviso a los mejores guerreros, a los jefes militares, a los espectadores. La furia tenochca se desató y los españoles y sus aliados fueron aislados dentro del palacio y amenazaban con asesinarlos.

Cortés llegó poco después para salvarlos. Convenció a Moctezuma para que, desde lo alto de un edificio, tratará de contener la ira. “Cobarde” le gritó su antes sumiso pueblo, y lo apedrearon, y murió a los pocos de una herida en la cabeza. O quizá fue asesinado por sus captores al ver que ya no les era útil. O a lo mejor se murió de tristeza. Los españoles tuvieron que salir huyendo dejando atrás hombres, armas y el tesoro robado. Dicen que el capitán Hernán lloró debajo de un árbol la derrota. Los tenochcas festejaron el triunfo, limpiaron la ciudad, sacaron los cadáveres de los que habían creído dioses de la aguas de los canales y se admiraron de que su piel fuera tan descolorida. Nombraron un nuevo Tlatoani, Cuitláhuac, quien estaba decidido a exterminar a los invasores.

Parecía la victoria pero llegó con un enemigo inesperado. Una enfermedad desconocida atacó la ciudad. Los habitantes enfermaban con granos y fiebres que los mataban. Las cosechas se perdieron y el hambre cundió. Murieron miles, entre ellos Cuitláhuac. Se nombró a un nuevo líder, el joven y valiente Cuauhtémoc. Nadie lo sabía, pero “Águila que cae” sería el último tlatoani.

Entonces los falsos dioses, los españoles, regresaron con más armas, aliados y soldados. De su tierra llegaron barcos con pertrechos, caballos, ballestas, arcabuces y pólvora. Hicieron nuevas guerras y ganaron más pueblos aliados contra Tenochtitlan. Construyeron embarcaciones, bergantines les llamaban, para controlar el lago con sus cañones de bronce colocados el frente. Su plan era simple: rodear Tenochtitlan, aislarla y matarla de hambre cortando sus contactos con la tierra.

Para eso, bloquearon las entradas a las calzadas principales, con el cruel Alvarado por Tacuba, Sandoval en Iztapalapa y Olid por Coyoacán. Rompieron el acueducto de Chapultepec para dejar sin agua bebible a la población, pues el agua del lago era salobre. Así inicio el asedio.

Con todo listo, comenzaron las primeras batallas por la ciudad. Avanzaban los bergantines destruyendo las canoas mexicas, los disparos de los arcabuces causaban horror. Cuauhtémoc dividió la ciudad en cuatro frentes para defenderla y ordenó que las mujeres tomaran las armas de sus maridos si éstos morían. También se cavaban zanjas por la noche para que los caballos no pudieran pasar, que los aliados tlaxcaltecas las volvían a rellenar de día y así en un círculo de destrucción. Igualmente, los españoles avanzaban y la ferocidad de los tenochcas los hacía retroceder, así como las pedradas y flechas que se lanzaban desde las azoteas. Cortés llegó a una conclusión, la única forma de ganar era demoler las casas para que no pudieran atacar desde lo alto. Los tlaxcaltecas aplaudieron con júbilo esta estrategia y comenzaron a derrumbar los muros sobre los pobladores de la ciudad. El líder español llegó a decir en sus cartas que le provocó mucho pesar destruir esa hermosa ciudad que soñaba tomar intacta. ¿Es cierto eso, Hernán? ¿En serio lloraste al ver la destrucción y muerte que, bajo tus órdenes, tus tropas

“Los españoles y aliados causaron? Ahora Cortés controlaba los accesos pensaron que solo y sometía a las ciudades que estaban a los lados del lago, como Mixquic. Se desfaltaba un golpe truyeron los cultivos, se quemaron las casas y templos, asesinaban a los meximás. Entonces, cas que descubrían pescando o cazando. Pero la resistencia seguía, y les aventalos valerosos ban a los españoles pedazos de cuerpos de sus prisioneros y se burlaban de los tenochcas, con tlaxcaltecas diciéndoles que los obligarían a reconstruir su ciudad.sus últimos A pesar de su valor, los mexicas tuguerreros águilas y vieron que retroceder a su último reducto, a Tlatelolco. Los españoles pensaron guerreros jaguares, que solo faltaba un golpe más. Entonces, los valerosos tenochcas, con sus últimos contraatacaron” guerreros águilas y guerreros jaguares, contraatacaron, los hicieron retroceder. Los invasores querían huir pero sus caballos caían en el lago y se ahogaban. Cortés debió morir, pero la obsesión de los mexicas de tomarlo con vida para sacrificarlo le permitió escapar cuando ya lo tenían agarrado. Esa noche, desde lejos, los maltrechos españoles oyeron la música, los tambores, los silbatos y ocarinas y los gritos de los sitiados. Vieron subir al teocalli a sus compañeros que habían sido hecho presos, cubiertos de plumas y obligados a bailar. También observaron, impotentes, como los sacrificaban, les arrancaban el corazón y aventaban sus cadáveres por la empinada escalera del edificio. Pero los mexicas no repitieron el ataque. La falta de comida y agua los debilitó, ya no había armas ni soldados. Empezaron las lluvias vespertinas y la resistencia menguó. Tenían que comer lo que hubiera: ratas, lagartijas, paja, yerbas y hasta tierra. Los cadáveres se amontonaban en las calles y el olor era insoportable. Los españoles intentaron acortar la guerra con

“Los conquistadores entraron a lo quedaba de Tlatelolco y ya no hubo resistencia. Encontraron montones de muertos, y los pocos defensores recargados en los muros esperando la muerte.”

un nuevo artilugio que incluso provocó la curiosidad de los agotados tenochcas. Construyeron una catapulta que, cuando la probaron los hispanos, la piedra voló y cayó unos pocos metros adelante. Los mexicas también buscaron la estrategia que cambiara su suerte. Vistieron a un guerrero del “Tecolote de quetzal”, quien cubierto de plumas causó pánico entre los tlaxcaltecas pero indiferencia en los españoles. Ambas armas fracasaron.

Todavía hubo algunas pláticas para pactar la rendición de la ciudad, pero fue inútil. La última noche de combate, en medio de una tormenta, se vio un remolino que lanzaba chispas y fuego, que se elevó y se perdió en el centro del lago. Era un último presagio.

Al día siguiente, 13 de agosto de 1521, antes de atacar, mujeres, ancianos, niños hambrientos salieron de la ciudad para no caer en manos de los vengativos tlaxcaltecas. En la ciudad todavía quedaban pobladores, soldados, sacerdotes, algunos señores dignatarios. Los conquistadores entraron a lo quedaba de Tlatelolco y ya no hubo resistencia. Encontraron montones de muertos, y los pocos defensores recargados en los muros esperando la muerte. A Cuauhtémoc lo vieron salir en una canoa junto con el señor de Tacuba. Fueron detenidos. Al ser llevado ante Cortés, Cuauhtémoc señaló el cuchillo que éste llevaba y le pidió que lo matara.

Con eso terminó la batalla. En 80 días de cerco, la ciudad fue arrasada. Se ordenó evacuarla para evitar una epidemia. Los pocos habitantes que todavía quedaban salieron rumbo al Tepeyac. Los soldados españoles revisaban a todos para que no llevaran oro escondido, hasta a los niños. Gritaban: “¿dónde está el oro? ¡Todo nos lo tenéis que entregar!”. Y escogían para ellos a las jóvenes más bonitas quienes, para evitar eso, se cubrían el rostro con lodo. Todos vestían harapos y tenían hambre. Así, la ciudad quedó desierta en medio de una tormenta.

A Cuauhtémoc lo torturaron buscando el tesoro que se perdió en las aguas del canal la noche que Cortés lloró la derrota. Cuando ya no les sirvió, lo ahorcaron. El capitán pensó qué hacer con la ciudad que tanto había ambicionado. Contra la opinión de sus consejeros, decidió construir ahí, encima, una nueva urbe estilo europeo. Con esta decisión quedó sepultada la grandeza de la orgullosa México-Tenochtitlan.

Ya no queda nada de aquello, de “la Venecia del Nuevo Mundo”. Ahora es de noche y empieza a llover. Igual que aquella vez que se perdió el imperio mexica.

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