la trucha y el torrente Alvar Aalto, 1947
Por ser yo mismo un artista en activo, me resulta difícil escribir con naturalidad sobre las cuestiones artísticas, como lo haría un crítico o un teórico completamente externo a la profesión. Ante las creaciones de su tiempo y ante sus colegas, el hombre de oficio tampoco tiene la objetividad de un historiador del arte. Las reflexiones que siguen girarán, pues, sobre todo, en torno a mi propio trabajo.
La cuestión del vínculo entre la arquitectura y las artes liberales nunca ha dejado de estar a la orden del día. Casi siempre en forma de deseo: el de añadir a la arquitectura más escultura y pintura. Hasta se han llegado a formular diversas propuestas en aras a coordinar estas “tres artes”…incluida, tal vez, la propuesta de reunir algo así como un “congreso de curas y médicos”.
Con mucha frecuencia, la reivindicación se ha formulado así: “¡Tendría que haber más pintura monumental en los edificios públicos!”. Lo que es curioso es que este tipo de experiencia apremiante sólo rara vez emana de artistas importantes; en la mayoría de los casos, provienen de sectores de opinión más amplio; en el mejor de los casos, se trata de iniciativas emprendidas por asociaciones artísticas o similares.
No me opongo de ninguna manera a estos deseos, ni mucho menos, El país por el que siento más atracción es Italia, tierra por excelencia de la unidad de las Bellas Artes. La noticia de la destrucción de la pequeña capilla de Mantegna en la Chiesa degli Eremitani me causó un dolor personal. Creo, sin embargo, que la cuestión de esta unidad debe plantearse a un nivel mucho más profundo. Un enfoque cuantitativo de las tres disciplinas no lleva de ningún modo al núcleo del problema.
Cuando Ernesto Rogers me pregunta sobre el vínculo entre la arquitectura y el arte abstracto (el “arte concreto”), tengo la sensación de que, por este camino, se debe poder llegar más lejos, acercarse más al punto profundo en el que se establece esta relación. En primer lugar, las formas artísticas abstractas han dado a la arquitectura de nuestro tiempo impulsos, indirectos ciertamente, pero innegables. Por su parte, la arquitectura ha aportado materiales al arte abstracto. Arquitectura y arte abstracto se han influenciado recíprocamente. Henos pues aquí: también en nuestra época las artes tienen raíces comunes y esta constatación es de gran alcance.
Personalmente, cuando tengo que resolver un problema arquitectónico, casi siempre encuentro un obstáculo difícil de superar, una especie de “valor de las tres de la madrugada”. Ello obedece creo yo, al agobio lamentable y complejo que resulta del hecho de que la proyectación arquitectónica opera con infinidad de elementos contradictorios. Exigencias sociales, humanas, económicas y técnicas que se añaden a los problemas sicológicos; afectan al individuo y al grupo; influyen en los choques y en los movimientos tanto de masas como de individuos; y forman con ello una maraña imposible de desenredar por medios simplemente racionales o mecánicos. El inmenso número de necesidades y de problemas se convierten en un escollo que la idea arquitectónica de base apenas puede superar. Entonces procedo - a veces de manera completamente instintiva - de la manera siguiente. Después de que la idea de mi tarea y sus innumerables imperativos han quedado bien grabados en mi subconsciente, olvido durante un tiempo la marea de problemas. Paso a un método de trabajo que se parece mucho al del arte abstracto. Dejándome llevar únicamente por el instinto, dibujo, no algunas síntesis arquitectónicas, sino a veces composiciones francamente infantiles, haciendo así que poco a poco, a partir de una base abstracta, se desprenda una idea maestra, una especie de idea general, gracias a la cual los numerosos problemas parciales contradictorios podrán ser armonizados.