
1 minute read
Cuarentena
Ángela Sánchez Grandes
Llevo tanto tiempo en esta celda que ya no recuerdo a qué sabe la libertad. Vivo amordazada en mi propio hogar, cohibida en mi propia vida. Mi alimento diario es el miedo y la incertidumbre de lo que aún está por venir. Mis noches de sueños intranquilos están pobladas por ficciones vívidas y confusas.
Soy rehén de un Estado que actúa mal y tarde y de una sociedad hipócrita que te condena si te rebelas, y si no aceptas la sumisión de buena gana y con una sonrisa altruista. ¿Dónde quedan mis derechos, dónde queda mi salud mental?
El apoyo de los “amigos” brilla por su ausencia mientras me siento morir lentamente, a solas. Nadie oye mis gritos de agonía, a nadie le importan. Mientras tanto, la humanidad pone buena cara y habla de patrañas solidarias. Como si alguien se las creyera, como si algo fuera a cambiar.
Un nudo de ansiedad se arremolina en mi estómago, cuando mi subconsciente se alía al bando enemigo y me muestra pobres perspectivas de futuro. Mis esperanzas se deshidratan mientras veo mis planes de verano pudrirse ante mis ojos. Ilusiones perdidas, meses de vida perdidos, en prisión ante crímenes no cometidos.
Mi fuero interno grita suplicando la liberación. A pesar de que el exterior ya no es reconocible y resulta amedrentador.
No hay vida fuera de estos barrotes. Pero dentro es aún peor.