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Herencias Adriana Delgado Román
Rompí la tetera con flores dibujadas.
Buscaba el azúcar mascabado oculto en algún frasco reciclado de chiles en vinagre, mayonesa o café soluble. Vi los tallos de las flores desprenderse.
Sostuve los pétalos de porcelana, fríos.
¡La tetera que te heredó tu tía Petra, no! Sí, mamá, lo siento.
Barrí el resto de las flores y callé, una vez más, todos los secretos rotos: la cazuela de barro, el salero de los quince años de Ale, la canasta de mimbre de la tía María, el especiero italiano de tía Luisa, el juego de té en versión mini de abue. No, no son simples chacapes viejos. No, no son reliquias que me dejaron los muertos, no son cenizas. Cada traste es un camino un momento marcado en esta línea —no tan recta—que habito.
Sí, sí hay una sartén exclusiva para los hotcakes, sí, porque en ese los hacía abue.
Sí, también una olla única para los frijoles negros, para los rositas y los de mayo, porque cada tía los preparaba en la olla heredada (tal vez robada) de la familia de sus esposos.
No, no es un orden compulsivo, no es una chocantería: es un ritual aprendido. Es un manual que no se ha escrito, pero se asoma entre mandiles y mantas bordadas que absorben el vapor tibio de las memelas, que sustituyen tapas de vaporeras y sartenes huérfanos, mantillas redondas; protectoras de vasos acosados por moscas y vitroleros sin sombrero. Hay una cuchara para la miel y otra para la sal, una para la salsa verde y otra para la roja. No, no buscamos imitar las costumbres de mesas otras, de cubiertos en exceso, de manteles y copas.
La miel permanece en contacto cero con otros cucharones, no caen migas de pan dentro de su frasco impoluto.
La sal debe servirse con audacia, mesura y cuchara para evitar la humedad en los dedos, el borrado de las huellas. La salsa verde lleva ajo, serrano y aceite, la roja; cebolla y chipotle no deben mezclarse los sabores en el taco, en el chileatole, tlayudas y tostadas.
Sí, también una cuchara para el queso fresco, la crema, las mermeladas, los atoles de ciruela, de calabaza, el de elote con panile.
Sí, la lista es casi interminable. Cada nuevo delantal izándose sobre el fogón lleva en sus costuras un nuevo mandato una forma de apropiarse de los trastes, designarles oficio, espacios.
Sí, un nuevo regaño ha de sumarse, también la complicidad y risas.
Una manera de barrer las flores, los pedazos de esta herencia en porcelana porque sí, también hay escobas —específicas— para cada rincón de esta casa.