DISCOS Y OTRAS PASTAS www.discosyotraspastas.lamula.pe AÑO 8 NÚMERO 56
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FEBRERO 2014
BRUCE SPRINGSTEEN - HIGH HOPES (2014)
VOLVIENDO DE NEBRASKA afirma a los cuatro vientos tener grandes esperanzas, aún en estos días en los que todo se compra con dinero.
En High Hopes Bruce Springsteen recorre el camino de regreso desde Nebraska (1982), un trabajo en el que los demos, sin más aditivos que su guitarra, se convirtieron en versiones definitivas. En cambio, en su nuevo disco hay reversiones, covers y outtakes que encuentran un denominador común en el hallazgo de un sonido instigador (la guitarra de Tom Morello) que justifica la necesidad de revisitar algunas viejas canciones bien maduradas en el estudio de grabación.
La relación del músico de New Jersey con la literatura y el cine ha sido esporádica pero consistente. “The Ghost of Tom Joad”, suerte de moderno breviario de “The Grapes of Wrath” (John Steinbeck), es la pieza central de la conexión Springsteen - Morello. La canción renace con inusitada fuerza sacudida por las descargas eléctricas del guitarrista de RATM, quien también presta su voz en algunas estrofas. Morello, que viene colaborando desde Wrecking Ball, logra integrarse naturalmente a la labor de la E-Street Band. Aunque algunos de sus aportes pueden aparecer como meras intervenciones sobre una obra acabada, el efecto es siempre demoledor.
El contraste con Nebraska -un vinilo cargado de sordidez y dramatismo- no solo aflora en el proceso creativo. High Hopes está imbuido, y así lo anuncia desde el título, de un espíritu que luce, al menos, enérgico y expectante. El punto de retorno está justo entre el final de Nebraska y el inicio de High Hopes. Aquel álbum concluía con “A Reason to Believe”, un relato en cuatro escenas donde el músico señala con cierto tono escéptico la fútil ilusión de los desamparados. En cambio, en la canción que da nombre a esta nueva placa, Springsteen, con letra y música de Tim Scott McConnell (Havalinas),
Springsteen muestra sus influencias, pero también ha dejado su impronta en otras expresiones artísticas. El protagonista de Nebraska (¡homonimia a la vista!), el último film de Alexander Payne, parece transportado desde los surcos de “Born To Run” directamente al 1
Las “nuevas” canciones son, en gran parte, cosecha de la etapa de “The Rising” (“Harry´s Place” y “Down In The Hole”) o, como es el caso de “Heaven's Wall”, parte del Proyecto Gospel que terminó abandonado (?) por Wrecking Ball. High Hopes es también una buena excusa para volver a escuchar a Clarence Clemons y Danny Federici, dos sentidas pérdidas de la E-Street Band que dejaron su huella en este material. En todo caso habrá que desterrar cualquier intento por tildar a este álbum como una colección de descartes, la calidad del material está a la altura del intérprete. Springsteen, lejos de recostarse en el pasado, busca desafiarse a sí mismo cediendo protagonismo a los músicos que lo conmueven, a sabiendas de que nadie nunca olvidará quién es El Jefe. JORGE CAÑADA
celuloide. Un perdedor sin remedio buscando su destino en las rutas del Medio Oeste americano. Un hombre que aún cree en la palabra. Badlands (1973), la película de Terrence Malick que también coincide con el título de un tema que Springsteen incluyó en “Darkness on the Edge of Town”, relata la historia del asesino múltiple Charlie Starkweather, que a su vez inspira la canción que da nombre al disco Nebraska. Allí se cierra el espacio en el que se recluyen los personajes que Springsteen ha querido retratar durante toda su vida. High Hopes ofrece otros dos covers memorables. "Just Like Fire Would", de The Saints (pioneros del punk australiano), está hecha a medida de la E-Street Band y "Dream Baby Dream”, de Suicide, ofrece el clima ideal para el cierre.
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NIEVE EN OTOÑO AUTORA: IRÈNE NÉMIROVSKY (FRANCIA) Novela corta pero contundente. La tercera de esta notable autora del siglo pasado, después de “David Golder” y “El Baile”. Es la historia de desgracias y exilios de una noble y rica familia de la Rusia de los Zares. Tiene como eje a un personaje entrañable: a la fiel nana, la vieja y querida Tatiana Ivanovna. Ella hará hasta lo imposible por proteger a sus patrones y mantener a Rusia en el corazón sin importar el país en donde estén. Muy amada por su “familia” al principio del exilio, pasa luego a ser un recuerdo viviente y doloroso de la vida acaudalada que tenían en Rusia, lo que les impide voltear la página y asumir que en Francia son simples obreros y comerciantes. A pesar de la poca extensión de los textos, Némirovsky no descuida los detalles de sus personajes, con la precisión de un cirujano encuentra las palabras adecuadas y justas para describir lo que piensan, sienten y de lo que son capaces de hacer para sobrevivir. No hay duda que “Nieve en Otoño” es el preludio de su monumental “Suite Francesa”. HENRY A. FLORES
HOMBRE LENTO AUTOR: J. M. COETZEE (SUDÁFRICA)
Un hombre de sesenta años, divorciado, fotógrafo retirado y deportista, que vive cómodo y tranquilo en su lujoso departamento, de pronto, ve sacudido su statu quo cuando pierde una pierna en un accidente automovilístico. La negación da paso a la resignación y al abandono; y el tiempo que ahora dispone, postrado en su cama o en el sofá, le obliga a repasar su vida: no tiene hijos (se lamenta), nunca mantuvo una relación de afecto duradera, se siente solo. La presencia de una enfermera croata, casada, le insufla deseos de vivir, se enamora, no es correspondido, pero su situación es tan patética que incluso está dispuesto a pagar la universidad del hijo de ella con tal de que siga siendo su enfermera. Quiere una familia a toda costa, así sea alquilada. Y de repente, la figura de Elizabeth Costello -la escritora- irrumpe en su vida para animarlo a hacer algo por él mismo. Sea bueno o malo, sea lo mejor o lo peor, la anciana está empeñada en que este hombre retome el control de su vida. Pero, el dejar que la vida continúe, así como está, hasta el final de los días tampoco es una mala opción. HENRY A. FLORES
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LA GUERRA DEL VOLUMEN Y ALGUNAS DE SUS VÍCTIMAS ESCRIBE: HENRY A. FLORES exitoso What’s The Story Morning Glory de Oasis, lanzado en 1995 con una mezcla inédita para la época. Y el título del “álbum más ruidoso de todos los tiempos” lo ostenta el Dead Magnetic (2010) de Metallica. Para vergüenza de la banda, este álbum es una muestra del abuso descabellado de la compresión del rango dinámico para asegurar un “producto” que llame la atención del consumidor sin importarle como el artista quiso que se perciba su obra.
Todo aquel que sigue con interés los aciertos y desaciertos de la industria musical, ha escuchado hablar sobre como en los últimos quince años los discos son cada vez más ruidosos y distorsionados. Es decir, una vez que los ingenieros de sonido graban las canciones de un artista (designando los canales respectivos a los instrumentos y voces empleadas), al momento de mezclarlas y masterizarlas, para obtener el álbum a comercializar, lo hacen de tal forma que todos los instrumentos y/o las voces suenan con el mismo nivel alto de volumen, pretendiendo capturar la atención del oyente desde la primera escucha. Para ello utilizan, en exceso, una técnica denominada compresión del rango dinámico, la cual reduce la diferencia entre los sonidos más bajos y fuertes de una canción.
Para ver hasta donde ha cobrado victimas esta “guerra del volumen”, ni siquiera los antiestablishment Pearl Jam salieron ileso de ella. A inicios del 2009, cercano a cumplirse los veinte años de su explosivo y seminal álbum debut, Ten (1991), el quinteto de Seattle lanzó un box set especial de dos discos: el Ten remasterizado y el Ten remezclado que incluía bonus tracks. En cuanto al primer disco el sonido es igual al original, simplemente se hizo un nuevo máster de las mezclas de aquel entonces, pero, se sabe que los Pearl Jam nunca estuvieron del todo conformes con aquellas mezclas originales e iban a aprovechar la ocasión para que el ingeniero Brendan O’ Brien remezclara el álbum con el sonido que siempre habían querido, así que el segundo disco da testimonio de aquella “lavada de cara”. Si bien esta remezcla suena novedosa y hasta más potente en algunas canciones, lo que las opaca es el abuso de la compresión del rango dinámico. Los nuevos matices logrados no se perciben a plenitud, y en comparación con el original hasta se ha perdido emotividad; por ejemplo: en la canción “Even Flow”.
A esta tendencia se le conoce como “la guerra del volumen”. Muchos sellos discográficos y productores, en contra de la mayoría de los artistas, nos han privado de muchos detalles sonoros. De escuchar, por ejemplo, a un teclado tímido matizando el solo portentoso de una guitarra, o a un cantante susurrar en los estribillos para luego reventar en los coros y llenarnos de emoción. Al poner todo al mismo volumen se pierde emotividad, el elemento sorpresa, el impacto. Se pierden los prolegómenos necesarios para el orgasmo musical. Uno de los primeros “discos ruidosos” de rock fue el
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Aquí tenemos la forma de las ondas sonoras del “Even Flow” original (1991):
Para percibir mejor esta pérdida de tonalidades y emociones. Escucharemos y compararemos ambas versiones a partir del minuto “3” hasta el minuto “4”. En el original se escucha el solo de guitarra de Mike McCready acompañado, con menor potencia, de un rasgueo entrecortado de la guitarra rítmica (Gossard) y el bajo (Amment) y la batería (Krushen). En un momento dado el solo se hace más corto y menos intenso, pero el bajo y la batería continúan en ebullición. Luego, la primera guitarra vuelve a asomar de a pocos, con solos esporádicos de bajo volumen y a medida que pasa el tiempo se van haciendo más fuertes al igual que el bajo, es decir, la intensidad y la emoción aumentan en dosis, cada vez mayores, hasta que cerca del minuto “3:55” Eddie Vedder estalla en los coros logrando el clímax de la canción.
Vemos algunos picos más altos que otros, según como avanza la canción, debido a las fluctuaciones de la intensidad de los instrumentos y las voces. Y así lucen las ondas sonoras del “Even Flow” remezclado (2009):
Otra cosa distinta es la versión remezclada. Aquí, la rítmica le quita protagonismo a la primera guitarra porque ambas están al mismo volumen. El crescendo del bajo con los solos de McCready casi ni se percibe, y Vedder no consigue aplastarnos. Esta remezcla dio un sonido más potente pero plano, quitándole matices al “Even Flow” de los noventa. (Continuará)
Un 90% de los picos tienen la misma altura, es decir, casi todo está con el mismo nivel alto de volumen.
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LO BUENO, LO MALO Y LO FEO DE:
BROTHERS: A TALE OF TWO SONS CONSOLA: XBOX 360, PC, PS3 AÑO DE LANZAMIENTO: USA, E.U. (2013) GÉNERO: aventura, puzzle
LO BUENO La historia de este juego se centra en dos hermanos, Nyaa y Naiee, huérfanos de madre y que -por avatares del destino- se ven en la obligación de iniciar un viaje en la búsqueda de un brebaje que salve a su padre enfermo. El argumento de Brothers nos lleva por un viaje mágico, con elementos mitológicos y fantasiosos. Visitaremos todo tipo de locaciones y conoceremos personas y entes que difícilmente olvidaremos. El componente emotivo también está
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presente con momentos pico que invitan a la reflexión. La ambientación es sublime, llevándonos desde la pequeña villa en la que viven los protagonistas, pasando por cementerios, bosques encantados, castillos abandonados, etc. Tal vez el estilo del juego recuerde un poco a la saga Fable, pero solo en este apartado. A nivel jugable, podría catalogarse como un cooperativo para un solo jugador. Así, controlaremos a los dos
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hermanos al mismo tiempo pero de manera separada. El hermano mayor se controla con el análogo izquierdo y el menor con el derecho. Además, tenemos un botón de acción para cada hermano y dos comandos para mover la cámara. Nada más. No necesita más. No se siente que falten comandos, logrando un concepto único, al que -admito- posiblemente cueste un poco adaptarse. El juego se luce cuando debemos trabajar en equipo. Mientras Nyaa (el hermano mayor) es más fuerte, Naiee es ágil y puede infiltrarse en lugares más pequeños. Aprender estas diferencias y saber combinarlas será la clave para superar los retos que se nos presenten.
veces tuve que reiniciar desde el último checkpoint debido a que uno de los hermanos quedó atorado en el escenario. Nada grave, pero vale la pena mencionarse. Tal vez sea por un tema de la historia, pero los hermanos no pueden estar muy alejados uno del otro. Así, apenas nos alejemos un poco saltará una animación en la que ambos se llaman, cortando las acciones que estemos realizando. Lamento la poca duración de la campaña. La primera vez que pasé el juego me demandó poco más de dos horas y media. Además, salvo la posibilidad de desbloquear los trofeos, no hay mayor incentivo para volver a jugarlo. Podría decirse que Brothers no representa un reto mayúsculo. El enfoque del juego hace que, contra los enemigos más fuertes, utilicemos elementos del escenario para derrotarlos, algo que francamente no es muy complicado. Lo puzles también son de simple solución y no hay coleccionables que buscar.
La banda sonora es bella y precisa. Sabe subrayar los momentos que vivimos en el juego, dándole más emotividad a nuestras acciones. Los efectos sonoros, si bien no descuellan, sí cumplen su cometido a lo largo de toda la campaña. LO MALO Starbreeze Studios utiliza el manido Unreal Engine 3, lo que puede resumir bastante el nivel del aparado gráfico de Brothers. Si bien se ha hecho un trabajo aceptable con este software (sobre todo en la iluminación), hay detalles endémicos del motor gráfico, como texturas simples y que cargan lento. En la misma tónica, me encontré con algunos bugs y hasta un par de
LO FEO Lamento sobremanera que Brothers no haya llegado en formato físico. El juego de Starbreeze Studios solo está disponible para PlayStation 3, Xbox 360 y PC vía descarga online, algo que para un coleccionista suena a poco. Con un juego tan bueno entre manos y con tan sobresalientes referencias de la prensa especializada, espero que pronto se animen a sacar la versión física. Yo la compraría sin dudarlo un segundo. CONCLUSIÓN: No hay duda que Brothers: A Tale of Two Sons es uno de los mejores videojuegos del 2013. Su historia -llena de momentos para el recuerdo-, su ambientación y esa jugabilidad única hacen de este título un imprescindible para cualquier gamer.
FERNANDO CHUQUILLANQUI http://blog.rpp.com.pe/masconsolas/
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LA GENERACIÓN DEL 70 DEL CINE NORTEAMERICANO SE JUBILA ESCRIBE: ÓSCAR CONTRERAS Hace cuarenta y cinco años se proyectó mundialmente Busco mi destino (Easy Rider, 1969) una película que lleva la firma del actor Dennis Hopper y que es fruto del sentimiento rebelde y contracultural de un puñado de productores hippies, con Bert Schneider a la cabeza. Éste y también Warren Beatty, Bob Evans o John Calley dispararon el tiro de gracia sobre la política de estudios del Hollywood de mediados de los sesenta. Porque el cine norteamericano no siempre fue John Ford o Nicholas Ray, sino también Norman Taurog, las comedias con Rock Hudson y Doris Day y el rush más industrioso de Robert Wise. En ese decurso, la generación que había inventado el cine (frisando los 80 o 90 años) seguía gerenciando los principales estudios con sus ideas periclitadas y difícilmente conectaba con el sentimiento de los auditorios jóvenes, diversos, masivos, inquietos por una nueva configuración política y social en los Estados Unidos, abrumados por la derrota en Vietnam e inspirados por los Beatles, el LSD y Jean-Luc Godard. Los nuevos productores de los sesenta eran universitarios del llamado baby boom o generación de la segunda posguerra, gente de izquierdas, inconformes, "hijos de papá", casanovas o nerds visionarios; en su mayoría sujetos de perfil bajo (cuando no sediciosos en potencia) que terminaron por hacerse con el poder y que se liberaron al influjo de las drogas, el rock n roll y el sexo.
Cimino, Paul Schrader, Robert Towne, Brian De Palma y Terrence Mallick. En 2006, cuando el cine norteamericano atravesaba una de sus peores crisis creativas y económicas, la generación del setenta aparecía jubilada ¿Cómo es que los extraordinarios cineastas del setenta se fueron alejando de la realización y otros perdían los reflejos? O mejor dicho ¿Por qué no se produjo un recambio generacional? ¿Por qué no sucedió lo de inicios del setenta, cuando Sam Peckinpah, Sidney Lumet, Stanley Kubrick, Don Siegel y John Huston sintieron la libertad, se acoplaron a los nuevos e hicieron sus mejores trabajos? ¿Por qué la ola cinematográfica del siglo XXI es tan baja? y lo más grave de todo ¿Por qué no se buscan otras orillas, otros destinos? Esta crónica pretende pasar revista por la actualidad de esos directores extintos; rendirles homenaje y, claro, responder a las preguntas. I'VE HEARD THAT SONG BEFORE Los artistas desaparecen de escena cuando ya no tienen más que decir. Se presume que, iluminados por algún dios, enfrentan el fantasma de la muerte inesperado, irrepetible y, entonces, caen en la cuenta de que su tiempo ha terminado. Sin perjuicio para nadie. Como en el caso de los músicos de rock, las facultades para ejecutar los instrumentos se van perdiendo con los años. Es muy distinto escuchar a Eric Clapton con Cream -cuando para 1968 coqueteaba con la heroína y se sentía dios- en el Round House de Londres o en algún lugar en San Francisco que escuchar al Clapton de ahora que prefiere los estudios de grabación a los conciertos,
Primero con Easy Rider, una película de motociclistas demasiado inteligente y rendidora en taquilla y luego con éxitos como El Padrino, Tiburón o La guerra de las Galaxias, por citar tres ejemplos. Los "jóvenes turcos" o mejor dicho "los diletantes hijos de Mao" redefinieron el negocio del cine creando las condiciones necesarias para el desarrollo de la obra personal a partir de nuevos criterios de distribución y exhibición, aupando blockbusters a la vez que apadrinando las carreras de directores personalísimos como Peter Bogdanovich, Francis Ford Coppola, Warren Beatty, Mike Nichols, Woody Allen, Dennis Hopper, Bob Fosse, Robert Benton, Arthur Penn, John Cassavetes, Alan Pakula, Paul Mazursky, Bob Rafelson, Hal Ashby, William Friedkin, Robert Altman, Sidney Pollack, John Boorman, Richard Lester, Roman Polanski, Milos Forman, Martin Scorsese, Steven Spielberg, George Lucas, John Millius, Michael
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WORKING CLASS HERO IS SOMETHING TO BE… Francis Ford Coppola y Martin Scorsese son dos realizadores italoamericanos más o menos contemporáneos, exitosísimos, distintos, unidos por la continuidad en el oficio y por una amistad duradera. Entre los dos urdieron las películas más importantes de la década del setenta, a saber, El padrino (1972), El padrino II (1974), La conversación (1973), Apocalypsis ya! (1979) y también Calles peligrosas (1973), Alicia ya no vive aquí (1975), Taxi driver (1976), New York, New York (1977) y El último rock (1978).
apuntando con mayor dificultad a los trastes y a las cuerdas -aunque sigue sonando genial-, llevando gafas y distinguiendo como es que se multiplican jóvenes "slow hands" como él, fruto de la teorización pedagógica de su particular estilo de tocar guitarra. Con esto no quiero amortajar a los viejos rockeros y para muestra un botón: Paul McCartney lanzó en 2005, a los 63 años, uno de sus mejores discos desde que se separó de The Beatles: Chaos and Creation in the Backyard.
A principios de los setenta el cine americano comenzaba a explayarse hacia dominios mucho más amplios e inventivos. La única regla era romperlo todo. Pero Francis y Marty amaban el cine clásico, los géneros, las programaciones de cine en TV, el oficio de cineasta, a los directores europeos y a la serie B. Y no querían romper con ello. Amaban a Godard y a Truffaut pero también a Walsh, Kazan, Minnelli y Hitchcock ante todo. De modo que estos dos consentidos de Pauline Kael -la influyente crítica norteamericana- iban por el mundo con una actitud
Se puede decir que algo parecido ocurre en el cine, específicamente con la generación americana del setenta. Algunos disimulan la imprecisión, otros se jubilan de manera honorable y no tan honorable y existe un grupo pequeño que continúa en la brega, diseñando estrategias de reinvención, a partir de la mudanza, la realización de proyectos pequeños (música de cámara tremendamente personal), comebacks terapéuticos o siendo Steven Spielberg. Woody Allen es una demostración palmaria de cómo un cineasta extraviado artísticamente, se ve en la obligación de dejar el hogar (Manhattan) para encontrar nuevos y mejores estados de ánimo en otros lugares. De cómo la neurosis (otrora un importante resorte creativo dentro su obra) ha devenido en una coartada, en un recurso desgastado, demasiado expuesto, que no permite vislumbrar momentos de inspiración sino solo mediocridad en sus últimas películas: Pícaros ladrones (2000), El ciego (2001), La maldición del escorpión de jade (2002), Muero por ti (2003), Melinda & Melinda (2004). Allen es el director norteamericano vivo con mayor continuidad en el oficio (una película por año) desde Robó, huyó y lo pescaron (1969) alternando proyectos pequeños con otros más ambiciosos; consolidándose como un autor respetable, con un mundo particular y a la vez dependiente de Bergman y Fellini. Sus mejores cintas La última noche de Boris Grushenko (1974), Dos extraños amantes (1977), Interiores (1978), Manhattan (1979), Zelig (1983), Hannah y sus hermanas (1986), Días de radio (1987), La otra mujer (1988), Crímenes y pecados (1989), Maridos y esposas (1992), Misterioso asesinato en Manhattan (1993), Balas sobre Broadway (1994) y El gran amante (1999) no resisten comparación con sus últimos filmes en los que claramente se percibe a un cineasta ya no confundido o en crisis sino agotado, sin emoción ni capacidad de convocatoria, que se repite a cada momento y mal. Como si el septuagenario Woody hubiera adquirido un aburguesado status de cordura y estabilidad afectiva y no tuviera nada más que decir.
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semi consciente, gastadora, cinéfila, a mil por hora dentro y fuera del plató-, cambiándole las agujas del reloj a Hollywood o echando un responso por el Código de Censura Hays, liquidado por Bonnie & Clyde y La Pandilla Salvaje. Scorsese y Coppola fueron -sí, fuerondirectores poderosos, megalómanos, apasionados, con un instinto para la aventura inversamente proporcional a su capacidad autodestructiva. Ambos remontaron la vorágine de las drogas duras, las enfermedades y el sexo libre y construyeron en el momento más álgido de sus carreras una torre blanca de cocaína por la que sobrevolaban las imágenes más nítidas y contundentes de la historia del cine, que los inspiraron sin duda alguna. Tras la tormenta llamada Golpe al corazón (1981), después del desconcierto generado por Apocalypsis ya! y el desplome de la productora American Zoetrope Inc., Francis tuvo que retraerse filmando durante los años ochenta pequeños proyectos -espléndidos en muchos casos- como La ley de la calle (1983) o Peggy Sue, su pasado la espera (1986). Nunca perdió los reflejos ni el sentido de la orientación en
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una frondosa selva de demandas judiciales, dispendios, embargos bancarios, traición y muerte; su gusto por el arte del cine -inquebrantable, insondablelo guio por el camino correcto. Después de un comeback esperanzador a principios de los noventa (El padrino III y Drácula de Bram Stoker) Coppola continuó con películas pequeñísimas, indignas de su prestigio como Jack (1996) y El poder de la justicia (1997), que eran rutinas geriátricas, artesanía pura. Desde entonces no dirige más. Hoy es un productor de filmes nuevos como los de su hija Sofía; es dueño de una vitivinícola vendedora y apenas guarda fuerzas para algún proyecto inesperado. Porque aquel filmmaker considerado una "vaca sagrada" en los setenta hoy se encuentra -en sentido metafórico- tanto o más tasajeado que el yak de la escena clímax de Apocalypsis ya!
del principal músico americano del siglo XX: Bob Dylan. BORN TO RUN Steven Spielberg es el realizador independiente más importante del cine norteamericano. Con sus montañas de dinero hace lo que le viene en gana, cuando quiere y como quiere. Y siempre lo hace bien. Extraordinariamente bien. Spielberg -a contravía de sus colegas de los setentase mantiene en constante actividad, convirtiendo en oro todo lo que toca, rompiendo la taquilla, superándose asimismo, año tras año, con cintas maravillosas como Jurassic Park, Rescatando al soldado Ryan o La guerra de los mundos. Cabría preguntar ¿Por qué un director como Spielberg siempre ha tenido el respaldo de Hollywood? Quizá, porque desde que tenía 21 años no quería saber nada de arte ni de libros ni de música ni de política. Solo del Box Office. Porque desde los días de Tiburón (1975) y Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) se mostraba como un tipo sin segundas intenciones y sin espíritu rebelde. El crítico de cine Peter Biskind en su libro Moteros tranquilos, toros salvajes - La generación que cambio Hollywood (Anagrama, 2004) define su personalidad setentera, idéntica a la de un niño (prodigio) judío, que sabe jugar con sus juguetes; que los comparte con los demás hasta que estos se sienten contentos; entonces se los quita y se marcha a casa. Spielberg siempre fue un tipo demasiado sano, sin pretensiones desbordadas, pero también un manipulador de primera, lo que no es un demérito en esta hora individualista.
La cuerda de Martin Scorsese se acabó más o menos con La edad de la inocencia (1993). No es que haya vivido de rentas desde entonces porque anduvo muy activo, pero todo sucedió tan rápido, sin resonancias, que con los años entendimos por qué comenzaba a repetirse en Casino (1995), a probarse en Kundun (1996); se confundía tanto con las órdenes de los abogados y de los players de Hollywood que quiso hacer el Taxi Driver de los 90 y le salió Vidas al límite (1999); se sintió explotado por Miramax en el rodaje de Pandillas de Nueva York (2002) claudicando con El aviador (2004), su filme más suntuoso pero también el más desangelado. La faceta más completa de Scorsese en los últimos 17 años corresponde a su trabajo como documentalista. Conviene recordar que ya en los setenta alcanzó a desplegar su talento y acervo en documentales personalísimos, nostálgicos, telúricos como Italianamerican (1974), El último rock (1978) y American Boy (1978). Funcionando como un viajero que regresa a territorios genéricos conocidos -cuando no encuentra respaldo para sus proyectos de ficciónMarty descubre su vena cinéfila, su condición de animador cultural vinculado a la conservación y restauración de filmes antiguos y se muestra como un apasionado oyente de música rock n' roll, a través de sus documentales. Ahí están Un viaje personal con Martin Scorsese por el cine americano (1995) codirigido con el crítico Michael Henry Wilson y Mi viaje a Italia (1999), recorridos eruditos, amplios, riquísimos a través del cine americano e italiano respectivamente, cinematografías que tanto influyeron en su carrera y compaginaron su vida. Y también Feel like Going Home (2003) -su viaje a las raíces del blues con todos los que tienen que estar a las orillas del Mississippi y en la lejana Mali, en África- o el No Direction Home: Bob Dylan (2005), excelente documental que repasa la primera etapa en la carrera
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Es probable que Spielberg nunca haya tenido presente el dicho "una película para ellos (los ejecutivos) y la otra será para ti". Porque todo en su obra (inclúyase la desastrosa 1941) ha sido para ellos: la invención de un star system, la manipulación de "los jefazos" y la posibilidad de hacer el cine que le gusta a la gente, sin desmedro de la exhibición, sin perjuicio de la publicidad masiva por televisión, aumentando los costos y la disminución proporcional de los riesgos. Hoy Spielberg está entero e ignora las puyas. El ex enfant terrible se siente orgulloso de ser judío, de haber sido alfabetizado por la serie B y ser el mejor director de segunda unidad de toda la historia del cine. Es el mismo Spielberg que recién mudado a Malibú en 1970 prefirió comprarse un Pontiac Trans Am color anaranjado con su primer cheque importante antes que un Mercedes Benz o un BMW. Hoy se traslada en su Jet privado a cualquier parte del mundo.
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YOU CAN'T ALWAYS GET WHAT YOU WANT
telefónica de Los Angeles. Porque no siempre se puede conseguir en la vida lo que uno quiere. Habría que preguntárselo a Peter Bogdanovich, el primer niño terrible del cine de los setenta; el prototipo del cinéfilo, lúcido crítico y realizador de grandes filmes como Last Picture Show (1971) -su obra maestra-, La chica terremoto (1972), Luna de papel (1973) o Saint Jack (1981). Bogdanovich lo tuvo todo: fama, riqueza, Oscares, prestigio, la rubia más esplendida de aquel entonces -Cybill Sheperd- y lo perdió todo también. Fácil viene, fácil se va. Se dice que hasta la vanidad hay que saberla administrar. Rodeado siempre de los viejos directores americanos que le dispensaron su amistad (Ford, Hawks, Wilder), Peter siempre quiso ser como Orson Welles, su gran amigo. Lo paradójico es que ha terminado como él: desempleado, olvidado, pensionado, solo. No siempre se puede conseguir en la vida lo que uno quiere.
El neoyorkino Paul Mazursky, el primer cineasta judío del "nuevo cine americano", autor de Bob & Carol, Ted & Alice (1969), Barrio bohemio (1974) y la notabilísima Los amantes de Venecia (1975), devino con el tiempo en un realizador de indistinguible estilo, despojado de elegancia y sofisticación; hoy es poco menos que un payaso filmando aventuras de ciencia ficción como aquella en la que un pepino gigante e intergaláctico (?!) invade la Tierra. William "Billy" Friedkin, el más francófilo de los cineastas americanos del setenta, autor de dos filmes básicos y oscarizados como Contacto en Francia (1971) y El exorcista (1975), quien se ganara el respeto de Francois Truffaut y el amor de Jean Moreau, está liquidado desde hace más de treinta años: su remake de El salario del miedo (1978) es un caso de obscena incomprensión. Nadie lo quiere emplear. La depresión de Michael Cimino, que sobrevino a la bellísima y catastrófica La puerta del cielo (1980), explica su opción por las drogas y de alguna manera liberó su homosexualismo. Cimino fue el director norteamericano más consecuente y dotado para la elegía fílmica (El francotirador, El año del dragón, Sunchaser). Otro maldito director terminado por el maldito sistema.
IT'S A HARD RAIN TO FALL La generación del setenta envejeció mal. Fue prisionera de su mesianismo, expuso sus armas con demasiada rapidez y vehemencia. No dosificó sus energías, viviendo al día, quemándose entera. Antes que inaugurar una primavera artística, el "nuevo cine americano" fue el pretexto para el repliegue estratégico de los viejos estudios y sus ejecutivos, quienes tan pronto se dieron cuenta de que su ganancias podían crecer geométricamente a partir del talento febril de esos chicos iluminados, lanzaron el
Nadie habla de Sydney Pollack, aunque desde la medianía de su obra sobresalga Un instante, una vida (1976), la más grande película romántica desde Algo para recordar (1955). Nadie habla del finado Alan Pakula, el director de la estupenda Klute (1971), Asesinos S.A. (1972) o Todos los hombres del presidente (1976). Como tampoco del buenazo de Hal Ashby (El ultimo deber, Shampoo, Regreso sin gloria, Desde el jardín) o Bob Fosse (Cabaret, Lenny, All that Jazz), todos cirróticos, todos decadentes. Los grandísimos Warren Beatty (Reds, Dick Tracy y también Bonnie & Clyde y Shampoo por qué no) y Dennis Hopper (Busco mi destino, La última película), ex playboy el primero, ex junkie el segundo, están viejos, cansados y extinguidos, sin fuerzas para activar un proyecto pequeño. Robert Altman y Bob Rafelson casi no existen en la guía
zarpazo destructivo, bestial y todo acabó en catástrofe, en azotainas y resaca. El contexto político y económico en los Estados Unidos de los 80´ y 90´ impidió una inserción funcional de esos talentosos directores. Hoy no existe posibilidad alguna de recambio. La década cero tiene sus realizadores consolidados (Tarantino, Eastwood, Cronenberg) y sus esperanzas (Gray, Gordon Green, Payne). No hay opción de tránsito para los viejos sino es portando el salvoconducto de la inspiración. De modo que Scorsese, Coppola, Allen, Spielberg, Lucas, Mallick y De Palma tendrán una nueva oportunidad, un segundo acto en la escena americana, solo a partir de su disciplina, del saber comedido, de la honestidad y de su apasionamiento total con el oficio. Es una corazonada, nada más.
DIRECTOR: HENRY A. FLORES Discos y Otras Pastas no se hace responsable del contenido de los artículos y agradece a sus colaboradores por la exclusividad otorgada.
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