DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com AÑO 9 NÚMERO 67
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ABRIL 2015
Bob Dylan - “Shadows in the Night” (2015)
DYLAN SE RETA A SÍ MISMO cincuenta del siglo pasado y a compositores clásicos como Irving Berling y el grupo del Brill Building, utilizando a Sinatra como un acertado hilo conductor, centrándose en su primera etapa de estrellato, aquella en la que un joven italoamericano deleitaba a EE.UU. con sus canciones románticas y se encaramaba al primer puesto entre los cantantes melódicos. Mucho antes de que enloqueciese con el swing y de que experimentara con ritmos
No voy a negar que cuando se anunció que el nuevo proyecto de Dylan iba a ser un álbum de versiones de Frank Sinatra me invadió la sorpresa. Antes hubiera imaginado un disco de revisiones de Hank Williams o de cualquiera de sus amados ‘bluesmen’ añejos, pero, ¡¿Sinatra?! El reto era mayúsculo: uno de los mejores compositores de la historia contra uno de los mejores intérpretes y recolectores de temas ajenos de todos los tiempos, el murmullo ronco y casi inaudible del de Duluth contra la virtuosa garganta de ‘Ojos Azules’, el irascible y furioso defensor de su intimidad contra el mejor embajador de los locales nocturnos de Las Vegas, el destructor de esquemas establecidos contra el yerno canalla más deseado por las madres. EL GENIO contra EL GENIO. No voy a negar que me extrañó, pero tampoco que ardía en deseos de escuchar el material resultante.
brasileños. Dylan aclara todo lo posible su voz y se reúne con sospechosos habituales como Tony Garnier, Charlie Sexton y Donnie Herron para reducir hasta el hueso unas canciones caracterizadas por sus ostentosos arreglos, trasladándolas a un minimalismo sombrío y nocturno, con una slide guitar que se encarga de emular a las orquestas originales, beneficiándose de una duración de lo más adecuada -treinta y cinco minutos- para que no llegue nunca a cansar. El tratamiento escogido no es infalible -de hecho en la versión de un clásico como “Autumn Leaves” se queda muy lejos de la fastuosidad alcanzada por Sinatrapero sí absolutamente acertado para lograr al mismo tiempo respetar el legado del jefe del ‘rat pack’, darle una agradecida vuelta de tuerca y ser absolutamente congruente con la carrera de Dylan.
Que nadie espere a Dylan vestido de traje y en modo ‘impersonator’ cantando “Strangers in the Night”, este no es el terreno de Michael Bublé. En realidad, Shadows in the Night se ajusta mucho más de lo esperado a la reciente trayectoria del viejo y no deja de ser una nueva muestra de su amor, como ya lo era el programa ‘Theme Time Radio Hour’, hacia las canciones populares de los años cuarenta y
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De hecho, las revisiones logran igualar las prestaciones de las originales tanto en temas míticos como la entrañable “Some Enchanted Evening” y la archiconocida “That Lucky Old Sun”, en la que Dylan logra con solo algún arreglo extra a los habituales acercarse a la inalcanzable versión del homenajeado, como en canciones mucho menos sobadas como las preciosas “The Night We Called it a Day” y “Where are You?” y, sobre todo, en dos de las cumbres del disco, la inicial “I am a Fool to Want You”, tan original, tan dramática, tan fantasmagórica, y esa absoluta maravilla de Berlín que se llama “What’ll I Do”, en la que el de Minnesota hace una de las mejores interpretaciones vocales que se le recuerden, ampliando su registro y sonando extrañamente cálido y pleno de ‘feeling’.
Shadows in the Night no solo se queda ahí, sino que tiene el atrevimiento de enmendar la plana a Frankie en determinados momentos y llegar a mejorar algunos de sus temas. Así ocurre con “Stay with Me”, “Why Try to Change Me Now” y “Full Moon and Empty Arms”, tres canciones muy genéricas de los comienzos de Sinatra, demasiado ahogadas por la potencia de sus arreglos orquestales, que, sesenta años después descubrimos que requerían de un tratamiento mucho más sutil, de dejarlas respirar. Resulta paradójico leer encendidas críticas de cinco estrellas o de cien sobre cien cuando hace solo unos meses tantas voces tiraron de maliciosa ironía ante el anuncio del disco. Resulta un tanto exagerado considerar a Shadows in the Night una de las más altas cumbres de un autor, pero no cabe duda que Dylan ha sido capaz de imponerse un durísimo reto y ganar por goleada, manufacturando el que será uno de los grandes trabajos del año. Uno ideal para escuchar en penumbra y una buena copa de vino mientras nos alejamos del mundanal ruido. ALBERTO LORIENTE
NOVEDADES DISCOGRÁFICAS Volviendo a las escenas del concierto en la KEXP-FM, las respuestas del cantante Steve Ciolek te sumergen en esas litografías de Escher de geometría imposible, como espejos retrovisores que te acercan la imagen acrecentada de lo que vas dejando atrás. Allí, mientras los Sidekicks parecen alejarse de su infancia, están en realidad regresando a ella con una obstinación que contradice la letanía flamenca de Félix Grande: “Donde fuiste feliz alguna vez/ no debieras volver jamás: el tiempo/ habrá hecho sus destrozos, levantando/ su muro fronterizo/contra el que la ilusión chocará estupefacta”. JORGE CAÑADA
THE SIDEKICKS RUNNERS IN THE NERVED WORLD Cuando ves la filmación del concierto de The Sidekicks presentando Runners in the Nerved World en los estudios de la KEXP-FM de Seattle, te invade la sensación inevitable de estar frente a una pandilla de amigos en permanente transición a la adolescencia. Al mismo tiempo, como una imagen que va quedando atrás, se aleja la infancia tal como la revivió J. M. Coetze en su traje de niño, como un tiempo en el que se aprietan los dientes y se aguanta. Agrego: una época de felicidad inocente. Hay excepciones, está claro. La banda de Ohio no perdió el brío de los chicos que quieren abandonar los pantalones cortos mientras juegan a encarnar a sus ídolos del R´N´R. Es la última frontera de la niñez. También es el momento más excitante de esa carrera hacia el futuro. Todo está por delante, incluso las mordidas de polvo. En esa búsqueda, el punk te ayuda a disimular las carencias con actitud.
BRIAN WILSON NO PIER PRESSURE Cuando Brian Wilson está al mando de un estudio de grabación suceden cosas maravillosas, las melodías adquieren incluso el poder de curar el alma. Lo demostró en Pet Sounds (1966) o, sin ir muy atrás, en su magistral homenaje a los hermanos Gershwin. Aquí en No Pier Pressure el genio comparte los controles con el productor Joe Thomas, quien invita a diversos artistas para que colaboren en las voces, e incluso algunos llegan a meter mano en las mezclas. Como consecuencia, el álbum carece de dirección. A veces lo ecléctico se convierte en magistral, pero este no es el caso. La discotequera “Runaway Dancer”, por ejemplo, no tiene absolutamente nada que ver con la estética de Wilson. También hay momentos sublimes como “On the Island” (junto al famoso dúo She & Him), momentos clásicos en “The Right Time” gracias a la dupla en voces que forma con el ex Beach Boys Al Jardine- y altísimos estándares como la melancólica “The Last Song”. Tengo en mis manos la edición ‘Deluxe’ con dieciocho canciones. Si tuviera la edición simple, tendría la sensación de que Brian Wilson se convirtió en un invitado más de su propio disco: de las trece canciones, solo tres lo tienen como protagonista. Al genio se le respeta. HENRY A. FLORES
Luego de avanzar por un camino de ligeras sinuosidades, la pulsión púber de los Sidekicks recaló en las manos y el arte de Phil Ek, artífice sonoro de unos Band of Horses cuya influencia resulta evidente desde los primeros acordes de “Hell is Warm”, la canción que abre el disco, con una diatriba existencial de estilo cuasi haiku. Ni Ek les hizo dejar el punk, ni los Sidekicks decidieron dejarlo. Es el punk el que los ha ido dejando a uno y a otros. Estas canciones tienen la tracción del punk bien reposado, a la manera de los Lemonheads de Varshons, y aunque puedan pecar de cierta uniformidad melódica (una acusación que al menos “The Kid Who Broke His Writ” podría desmentir), también es cierto que esa imputación podría caberle al punk en sí mismo.
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VICIOGAMES
LO BUENO, LO MALO Y LO FEO DE:
VALIANT HEARTS: THE GREAT WAR LO BUENO Valiant Hearts: The Great War narra la historia de varias personas, cuyas vidas se ven afectadas negativamente por el inicio de la Primera Guerra Mundial. Los devenires de estos personajes con el conflicto bélico como telón de fondo conmoverán hasta el corazón más valiente. Todo comienza en Francia, cuyo gobierno empieza a deportar a todos los ciudadanos alemanes. Karl es uno de ellos y es forzado a separarse de su esposa, Marie, y su recién nacido hijo, Victor. Karl es enlistado en el ejército alemán, teniendo que enfrentarse a su propia familia. Y es que Emile, padre de Marie y, por ende, el suegro de Karl, es enlistado en el ejército francés. Una familia enfrentada sin desearlo por el inicio de una guerra, la sinrazón del ser humano en su máximo esplendor.
no ser exigente con el jugador. Los puzles son de fácil resolución, pese a que algunos necesitan el trabajo en equipo con nuestro fiel acompañante, un perro que rescatamos del campo de batalla. Para colmo, si nos demoramos algunos segundos en avanzar, aparecerán palomas mensajeras que nos darán pistas sobre cómo resolver los puzles. Son opcionales y se pueden dejar pasar, pero en mi opinión no deberían existir. En las fases de conducción (que las hay), en las de infiltración y en los enfrentamientos a los jefes, también noté todo muy sencillo, muy guiado si cabe la expresión, al punto que pasar el juego no significa un reto mayúsculo, salvo que quieras descubrir todos los secretos (que ya dije líneas arriba no es muy complicado). La experiencia de jugar Valiant Hearts es notable, pero dura poco más de cinco horas. Algunos lectores me hicieron notar en las redes sociales del blog que el juego viene solo en inglés. Poniéndome en los pies de aquellos que no manejan el idioma de Shakespeare, creo que sería ideal agregarle al menos los subtítulos en castellano.
Echando mano del UbiArt Framework -el motor gráfico que hizo su debut con Rayman Origins-, la gente de Ubisoft Montpellier hace gala de un apartado artístico bellísimo, con animaciones con un estilo cómic de gran detalle. Valiant Hearts tiene gran cantidad de objetos por encontrar, aunque debo reconocer que no es muy complicado dar con la ubicación de todos. Pero lo que más resalto es que cada objeto que encontramos tiene una historia, un por qué. Y acá quiero destacar el componente didáctico de Valiant Hearts, ya que mientras avanzamos se van desbloqueando datos históricos que contrastan lo que vemos en el videojuego con lo que en realidad pasó durante la Primera Guerra Mundial. Conocer cómo era la vida en las trincheras, la utilización de canes, el uso indiscriminado de armas tóxicas. Tantas cosas que uno tal vez estudió en el colegio someramente se ven graficadas en un videojuego que no solo entretiene, sino también enseña. Además, quiero resaltar la música del juego: precisa, tierna, hermosa. Las piezas elegidas se me han quedado grabadas en la mente, al punto que recordar algún pasaje del juego me es imposible sin la música de fondo. Muy buen punto a favor.
LO FEO Desierto. No encontré algo como para incluir en este apartado del análisis. El trabajo de Ubisoft Montpellier ha sido muy bien cuidado en sus aspectos principales y las falencias no opacan sobremanera el producto en su conjunto. CONCLUSIÓN: “Valiant Hearts: The Great War es un videojuego único, entretenido, tierno, didáctico. Tal vez la compañía francesa Ubisoft debió darle más publicidad a este título en detrimento de lanzamientos que una vez en el mercado terminaron decepcionando. Jueguen Valiant Hearts: The Great War, no se arrepentirán.”
LO MALO A nivel jugable, podría decirse que estamos ante un juego de aventura/puzle en 2D. Valiant Hearts cumple con un control sin muchas exigencias, pero peca en
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FERNANDO CHUQUILLANQUI http://blog.rpp.com.pe/masconsolas/
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JUKEBOX DESDE EL OTRO LADO
ESCRIBE: CONX MOYA
“PRIDE”: EL ORGULLO DE LOS OPRIMIDOS Las malvadas políticas de la Dama de Hierro, la tremenda Margaret Thatcher, son una inagotable inspiración para multitud de músicos, escritores o cineastas. A la para mí indiscutible “musa del punk” le han compuesto infinidad de canciones en las que se le deseaban todo tipo de males y se le dedicaban los peores epítetos, en consonancia con lo poco que se cortan los británicos para la crítica. Una muestra muy reciente del fantástico cine social británico basado en aquella dura época es la película ‘Pride’, del director Matthew Warchus, que cuenta con vibrantes interpretaciones de veteranos y solventes actores británicos como Bill Nighy o Imelda Staunton, junto a prometedores actores jóvenes.
La película muestra, por suerte sin caer en el pastiche, los sentimientos encontrados y a flor de piel que esta decisión produce. Muchos miembros de la comunidad minera se sienten incómodos y rechazan a los gays; la homofobia también está presente en aquellos hombres que luchan por la igualdad y la justicia social. Al mismo tiempo muchos miembros de la comunidad gay mostrarán su incomprensión y desacuerdo con los mineros, teniendo en cuenta sus propios problemas de exclusión y la terrorífica enfermedad, el SIDA, que empieza a aparecer causando los primeros muertos, además de las dificultades para salir del armario, en especial en el ámbito familiar. Al final, con el encuentro ambas comunidades saldrán reforzadas, aprendiendo unos de otros y comprendiendo que los perjudicados por las decisiones arbitrarias, las políticas ultra capitalistas y los prejuicios están en un mismo bando, sea cual sea su causa; que aquello tan viejo de que la unión hace la fuerza es cierto... y que nada anima tanto como una buena noche de juerga y baile con buenos amigos.
La historia, de contenido social y político con un toque de comedia, se desarrolla en los días de la conocida huelga de mineros que puso en jaque al gobierno de Thatcher entre noviembre de 1984 y marzo de 1985, aunque finalmente los mineros acabarían derrotados. Sin embargo, lo hace desde un punto de partida novedoso. Se centra en la historia verídica del grupo LGSM, Lesbians and Gays Support the Miners (grito de guerra que se escucha a lo largo de la película), que desarrollaron una potente campaña a favor de los mineros. A partir de la búsqueda aleatoria de un pueblo en Gales, la Liga decide dirigir a ellos todo el dinero que consiguen recaudar, como caja de resistencia para las familias de los mineros en huelga. Pero enseguida surgirá la confrontación. Mientras la Liga se limita a enviar dinero, son muy buenos recaudando, no surgirán problemas. Pero cuando los muchachos, por completo comprometidos, deciden ir al pueblo para conocer a los mineros los prejuicios saldrán a flote. Surgirá el entendimiento pero también las diferencias en las relaciones entre ambas comunidades, lesbianas y gays modernos y cosmopolitas que viven en Londres, frente a bregados mineros de un pueblo de Gales y sus familias.
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En cuanto a la banda sonora, no olvidemos que corre el año 1984, buena música discotequera de la época, junto con canciones tradicionales como ‘Bread and Roses’, o la “sindical” ‘There is Power in a Union’ del combativo Billy Bragg. VICTORY FOR THE MINERS. Y victoria para todas las causas justas de la Tierra que luchan por los oprimidos que, no lo olvidemos, en un momento dado podemos ser cualquiera de nosotros.
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MANOEL DE OLIVEIRA: UN PEQUEÑO HOMENAJE ESCRIBE: ISAAC LEÓN FRÍAS Oliveira era un hombre de vasta cultura y de preocupaciones intelectuales, esas que vemos latir en el nuevo cine portugués de hoy, el que animan Pedro Costa, Joao Canijo, Miguel Gomes, Joao Pedro Rodrigues, entre otros. Sin embargo, de una forma más pronunciada que la de sus contemporáneos (que no coetáneos) en el cine de su país (Joao Cesar Monteiro, Paulo Rocha, Antonio Lopes Ribeiro, Antonio de Macedo) o de los más jóvenes que destacan en estos tiempos, Oliveira se nutría de esa vasta tradición literaria portuguesa (Camilo Castello Branco, Raul Brandao, Jose Regio o su amiga Agustina Bessa-Luis, considerada como la mejor novelista de su país en el siglo XX ) y francesa (Madame de La Fayette, Flaubert, Claudel), solo para mencionar las más notorias fuentes directas de sus películas. Esteta refinado, Oliveira es heredero directo de un linaje narrativo y teatral, pero también plástico y musical, de raíces clásicas que, no obstante, como hombre de su tiempo, sabe reprocesar en un lenguaje audiovisual muy propio, aunque encuentre correspondencias con otros autores contemporáneos. Uno de ellos es el chileno Raúl Ruiz, con el que sería interesante, si no se ha hecho ya, establecer algunos vasos comunicantes. La notable Misterios de Lisboa, de Ruiz, se enlaza en muchos trazos, más que ninguna otra seguramente, con el cine del portugués. Si, en una cierta medida, el melodrama viscontiano resuena en las imágenes de Oliveira, también resuenan, como para sofrenar al primero, la impronta de Dreyer y del primer Bresson. Con una clara tendencia a concentrar las escenas de sus films en interiores, con frecuencia elegantes y distinguidos, Oliveira hace ejecutar a sus intérpretes un particular juego de máscaras, como en un carnaval veneciano, aunque sin necesidad de que las máscaras sean visibles, como ocurría también en las películas de Joseph Mankiewicz.
Se ha venido insistiendo mucho desde hace una buena cantidad de años en la excepcionalidad del caso Oliveira. Cuando lo conocí personalmente en la Cinemateca Portuguesa en 1989, ya era una figura legendaria con 80 años a cuestas, a quien no se le reconocía esa edad, pese a su apariencia reposada, casi la de un diplomático cuajado y en el retiro, después de haber recorrido y conocido a fondo el mundo. Que haya empezado a hacer cine a fines del periodo silente, y que algunos años antes fuera actor en una película, y que terminara su carrera en el 2014, es decir casi 90 años de contacto con el cine. Que hiciera lo más importante de su obra – en cantidad y valor creativo- a partir de los 70 años. Que siguiera filmando – y qué películas- ya centenario, casi hasta ese final que le llegó a los 106 años. Todo eso, evidentemente, lo califican para la obtención de al menos tres records Guinness, si no más. Pero, con todo lo absolutamente atípico que es, y que de seguro seguirá siendo mencionado por su carácter único hasta ahora en la historia del cine (¿y también del arte?), no se puede perder de vista que lo más importante, para el análisis cinematográfico y para la propia historia del cine, es el aporte expresivo de la obra del cineasta portugués. Una obra absolutamente personal, al menos en el registro del largometraje y de todo lo que hizo después de los años sesenta, pues antes confeccionó, entre proyectos personales, materiales documentales de encargo que, de cualquier manera, habría que revisar, pues otros realizadores marcaron con su impronta incluso trabajos a priori desdeñables.
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Aún cuando los exteriores campestres alcanzaron en algunas de sus películas (El valle Abraham, Viaje al principio del mundo) acentos elegiacos, fueron los espacios cerrados, por amplios o, incluso, algo intrincados que pudiesen ser (en El convento, por ejemplo) los que favorecieron la
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práctica de un arte basado en la mesura. Sí, cortesía, respeto, circunspección, buenas maneras eran lo que caracterizaba la conducta de sus personajes que se desenvolvían con cierta ritualidad en escenas que tenían también en su conjunto un carácter parcialmente ritual. Las excepciones de Viaje al principio del mundo, Vuelvo a casa y algunas pocas más, con un tono más cotidiano y ‘azaroso’ son eso: excepciones en el tono general de su obra, donde el registro gestual y corporal lacónico se une a un fraseo muy eufónico del portugués cultivado que muy pocas veces sonó tan sugestivo como en los diálogos o las voces en off de sus films. Desde esos grandes frescos de época como Francisca y Un amor de perdición hasta Party, Palabra y utopía, La carta, Un film hablado o Gebo y la sombra, Oliveira moduló un registro de cierta atemporalidad cronológica. Muchas veces sus películas, adaptaciones de obras literarias o no, se situaron en el pasado, pero incluso en aquellas que se ambientaban en el presente contemporáneo se trasmitía una sensación de pertenencia a tiempos idos (por el diseño escenográfico, por la tonalidad rítmica, por el propio juego de las situaciones y la adhesión a valores o afectos muy profundos y arraigados) y una cierta desvinculación de los referentes de la actualidad. Sin embargo, no hay en ellas entonaciones nostálgicas o sentimentales. Ese ‘aire pretérito’ contribuye, por otra parte, a conferirle a los personajes una cierta dimensión espectral que, en algunos casos (Los caníbales, Espejo mágico, El principio de la incertidumbre) se hace algo más patente.
LIBROS
Para visualizar el universo de Oliveira, en esta breve nota de homenaje, escojo uno de sus títulos de más breve duración, Belle toujours), supuesta ‘segunda parte’ de Bella de día (Belle de jour), tributo declarado a Buñuel, situado prácticamente en un solo salón, entre el gran plano general de Paris del inicio y del final. El reencuentro de Henri Husson y Severine (Michel Piccoli, notable, y Bulle Ogier en remplazo de Catherine Deneuve) no deja de tener un lado fantasmal, por cuanto son las encarnaciones (o reencarnaciones) de dos seres que, de algún modo, se conocieron en una existencia anterior, ya de por sí algo fantasmática en Bella de día. El reencuentro, pautado por la extrema politesse de Henri y la muy tenue presencia de Severine, y en la escasa iluminación de la pieza, termina con una salida del escenario, separados ambos, que no conduce sino a la disolución de las figuraciones de los dos personajes, como si se tratara de ‘vampiros’ que dejan sus tumbas para un encuentro extraño y al final vuelven a ellas. Cierto, espacio de la representación, con entradas y salidas, ritualidad, aunque a la vez, por paradójico que suene, ‘naturalidad’, proporcionada especialmente por la actuación (y el personaje de Henri, claro) de Piccoli que, además, le otorga al film un toque de humor poco común en el cine del portugués. Esos dos últimos atributos señalados, hacen, a la vez, que Belle toujours tenga la ligereza de un sketch de lo que en Francia se conoce como el teatro de boulevard en su versión más llana. Como si Oliveira se desprendiera de los motivos más graves o ‘serios’ del común de su obra para hacer un divertimento, una pequeña pieza de humor, en nada incompatible con esa otra dimensión espectral. Es decir, el arte de un extraordinario cineasta ofrecido en un límite difícil de lograr, pero al que Oliveira accede como si lo hiciera con absoluta facilidad.
LIBROS
BAJO LA SOMBRA AUTOR: JACK MARTÍNEZ (PERÚ) Los muertos viven mientras los sigamos recordando. Y pueden vivir con mayor intensidad que los vivos según el corazón alojado. Joaquín tiene un padre muerto, una amante muerta, una madre “muerta” y se dedica a pintar ataúdes. Dice no saber mucho de cadáveres, pero lo poco que sabe de ellos configura su existencia, así lo quiera o no. ¿Y los vivos?, pues casi siempre se alejan de él. Estamos ante la soledad acompañada por los muertos. “Bajo la sombra” es una novela muy breve. Se disuelve rápido en la boca antes de la digestión. Jack Martínez escribe poco, pero bien, aunque nos deja la sensación de que algunos personajes dan para muchas, muchas líneas más. La parte “epistolar” protagonizada por el padre de Joaquín revela a un personaje cuya enorme riqueza apenas se atisba debido a que ya es un fantasma que solo “habla” a través de un cuaderno. Necesito otra novela con la historia del padre. He aquí a un corazón dispuesto a alojarlo. HENRY A. FLORES
LIBROS CINÉPATA AUTOR: ALBERTO FUGUET (CHILE)
¿Un libro sobre crítica de cine? ¿Una bitácora? ¿Una carta de amor? ¿Un manual de guiones? Andrés Caicedo, Truffaut, el osito Ted, Súper 8, ParaNorman junto a otras decenas de tópicos son metidos en la misma licuadora. Son más de trescientas páginas donde Fuguet demuestra que la erudición no tiene por qué estar divorciada de la pasión y que la crítica que trasciende es aquella que proyecta tu propia vida y que logra una conexión instantánea, tan fuerte como el ADN, con aquellos que como el autor comparten su maravilloso trastorno, que son cinépatas como él. Cómplices en el celuloide, cómplices en la tinta, cómplices en los cafés. Porque la cinefilia nunca es completa sino se comparte lo visto, lo disfrutado, lo odiado, lo vivido. HENRY A. FLORES
DIRECTOR: HENRY A. FLORES
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