DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com AÑO 10 NÚMERO 76
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JUNIO 2016
THE WHO EN VIVO - MAD COOL FESTIVAL, MADRID (16.06.2016)
ETERNA VIDA A THE WHO ESCRIBE: CONX MOYA FOTOS: ÁLVARO PÉREZ PINTOR & CONX MOYA
he visto decenas decenas de veces.
Como dice mi amigo Elvis, esta es una “ResaCrónica”, empezada con dolor de cabeza y cansancio pero también con emoción y escalofrío. No quiero comparar rock con religión, mesianismo ni nada por el estilo pero pocas cosas pueden elevar más alto que los cincuenta años de “Maximum R&B” de una banda más que mítica, The Who, la banda de mi vida. Les sigo desde el ya tan lejano 1990, cuando les descubrí con diecinueve años gracias a Quadrophenia, en aquellos tiempos pre-internet en que para saber sobre un grupo había que comprar libros y revistas, cuando escuchábamos los vinilos hasta que echaban humo, cuando aún no teníamos CDs y nos grabábamos los discos en cinta de casete.
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Las canciones de The Who, más grandes que muchas vidas, hablan de angustia juvenil, de esa incomodidad que te asalta por no encontrar tu sitio en el mundo, cuando nada te sale bien y no tienes los mecanismos para superar con relativa facilidad las frustraciones, fracasos y decepciones inevitables en toda vida; hablan del amor como una catástrofe, como un enigma incomprensible e ingobernable. Las canciones, muchas ya himnos, de The Who nos han acompañado desde nuestra adolescencia, han calmado nuestras inseguridades y miedos, han aliviado el dolor de vivir, nos han inyectado energía, nos han hecho arder y nos han enamorado para siempre y sin remedio.
Acaparaba instantes y tesoros como mi preciado pin de The Who, que compré en unos puestos en mi época universitaria y que hace años que no me pongo por miedo a que se me pierda, o un libro de ediciones Júcar sobre la banda, mis vinilos, mi copia en VHS del mítico documental de 1979 ‘The kids are alright’, mis pelis de Quadrophenia y Tommy (aquella locura de Ken Russell), y un concierto épico de 1989 celebrado en EEUU, cuando aún eran tres, que
Aún hoy, cuando ya estamos afrontando la madurez, siguen con nosotros y no han perdido un ápice de frescura y autenticidad. No está mal para unos chicos salvajes de Londres, deslenguados y procaces, convertidos en mito gracias a un puñado de canciones redondas, de explosivos directos y de unas vidas al límite que manejaron como mejor pudieron. El pasado mes de marzo saltaba la noticia de que la banda de
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Daltrey y Townshend regresaba a Madrid diez años después de su última actuación, que yo tontamente me perdí en un momento de mi vida en que tenía la música un poco abandonada. No era cuestión de desaprovechar una ocasión que podía ser la última, así que nos aseguramos las entradas lo antes que nos fue posible. Y por fin el jueves 16 de junio nos pusimos en marcha hacia la Caja Mágica, donde se celebraba el Mad Cool, ese macrofestival que intenta paliar la falta de grandes eventos musicales en Madrid. Pocas cosas me podían apetecer menos que acudir a un festival mastodóntico, romperme la cabeza para activar las pulseras para entrar, echar cuentas sobre cuántos euros meter en un modernísimo sistema de pago para las consumiciones, pensar en cómo llegar hasta un lugar desangelado y con sospechosa comunicación en transporte público (luego resultó no estar tan incomunicado), tener claro que iba a ver el escenario muy, muy lejos… Yo soy de disfrutar de la música en directo en recintos pequeños pero la ocasión de tener a The Who en Madrid merecía todas las incomodidades e inconvenientes.
salvaje del rock; las pantallas nos lo mostraban vestido con una camisa oscura y entallada, gafas de sol azules y aún con buena mata de pelo rizado, aunque ya nada que ver con la que lucía en la época de Tommy. Pete Townshend, abrigado con una cazadora Harrington azul marino y gorro de lana, también se protegía con gafas oscuras. Rodeados de verde y árboles escuchamos los primeros compases de su primer éxito ‘I Can't Explain’, la locura; una canción de 1964 que sigue de actualidad plena. En la gigantesca pantalla situada detrás de la banda pasaban imágenes de unos Who con veinte años, pelo corto, impecable elegancia mod: Daltrey, Townshend más Moon y Entwistle, los dos miembros que tristemente se quedaron en el camino. El concierto continuó con otros temas de su primera época como ‘Substitute’, ‘The Kids Are Alright’ o la icónica ‘My Generation’, los mitos indiscutibles pueden permitirse sin problemas cantar aquello de «I hope I die before I get old» con más de setenta años, vi a través de las pantallas al ahora entrañable Roger Daltrey sonreírse mientras lo decía. Él y un todavía fiero Townshend son mitos andantes, aún en pie de guerra aunque falten Keith y Entwistle. La actuación pintaba bien, se les veía a ambos con mucha energía, entrega y buena forma, la banda sonaba a la perfección y la escenografía resultaba espectacular. Además para esta gira Daltrey y Townshend se acompañan de magníficos músicos como, entre otros, Pino Palladino al bajo, Simon Townshend a la guitarra o el maravilloso Zak Starkey, sí el hijo de Ringo, a la altura de un grupo con batería de leyenda, el inconmensurable Keith Moon, que fue quien regaló su primera batería a Zak. Es una locura elegir hora y media de
Aún brillaba el sol en un cielo de Madrid cubierto de nubes cuando un “Manténgase tranquilos. Aquí viene The Who” daba paso a los señores Daltrey y Townshend. Da igual que hayan superado los 70 años o los huracanes que les han pasado por encima en sus azarosas vidas, 50 años de carrera con insuperable brillantez les contemplan. Mientras rugíamos de gusto y celebración los músicos se situaban en el escenario. Por primera vez encontré a Roger Daltrey algo mayor, ha tenido una madurez espléndida de tipo que ha debido cuidarse mucho, fuera de las adicciones y trampas que tiende la vida
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canciones cuando se tiene un repertorio como el de The Who. Sonaron la psicodélica ‘I Can See for Miles’, o dos temas que no me esperaba, ‘Join Together’ y ‘You Better You Bet’. Inolvidables momentos como la estremecedora ‘Behind Blue Eyes’, «My love is vengeance», con un enorme ojo azul proyectado en la pantalla. También nos regalaron un repaso a las dos óperas rock del grupo, Quadrophenia y Tommy, con imágenes que rememoraban la película, convirtiendo el recinto en un clamor al sonar ‘Pinball Wizard’. El final del concierto, un tanto abrupto, con la presentación de la banda a cargo de Townshend y sin bises, llegó con las épicas ‘Baba O'Riley’ y ‘Won't Get Fooled Again’.
Sobre el escenario principal del Mad Cool disfrutamos de un concierto montado con absoluta inteligencia. Sonaron sus canciones más conocidas, disfrutamos de un montaje espectacular pero sin abandonar jamás el buen gusto, el grupo se acompañó por una banda solvente y espléndida, interpretando su repertorio con maestría, elegancia y energía, sin efectismos, con la calidez frente a un público entregado, sin gestos de estrellas. Músicos de su talla y con su historia no necesitan de tonterías. Vimos una banda viva, llena de fuerza, tocando temas redondos con gusto y con ganas, compartiendo su leyenda con total generosidad. No podían defraudarnos, no lo hicieron. Larga, eterna vida a The Who.
Set list: I Can't Explain; Substitute; Who Are You; The Kids Are Alright; My Generation; I Can See for Miles; Behind Blue Eyes; Join Together; You Better You Bet; I'm One; 5:15; Love, Reign O'er Me; Amazing Journey; Pinball Wizard; See Me, Feel Me; Baba O'Riley; Won't Get Fooled Again.
LIBROS
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TERCER MUNDO AUTOR: JUAN PABLO MENESES (CHILE) Meneses recorre los lugares menos pensados para hacer turismo. Desde su visita a Bolivia para asistir a las peleas de lucha libre protagonizadas por las mamachas hasta una simulación turística -incluyendo suveniresde la guerra de Vietnam en Camboya y de paso comer carne en el país más pobre del mundo.
HIROSHIMA AUTOR: JOHN HERSEY (USA) Hermosa en su escritura, didáctica en su contenido y cruda en los hechos. Son los tres primeros calificativos que llegan a mi mente cuando recuerdo la lectura de este estupendo reportaje escrito por Hersey sobre el bombardeo atómico por parte de Estados Unidos sobre la ciudad de Hiroshima (Japón), ocurrida el 6 de agosto de 1945 durante la Segunda Guerra Mundial. A través del testimonio de seis sobrevivientes (un sacerdote, un pastor protestante, una oficinista, dos doctores y una costurera) Hersey interpola lo que las victimas de Hiroshima sufrieron y padecieron: quemaduras, fracturas, heridas de consideración, mutilaciones, hambre, enfermedades posteriores a causa de la radiación, traumas, discriminación, etc. Incluso el periodista va más allá, porque 30 años después va en busca de sus testigos para saber cómo les ha ido y con ello redondea su obra maestra: las consecuencias y secuelas de un cataclismo provocado por el hombre. Uno de los peores crímenes de la humanidad narrados con maestría, serenidad, con la distancia debida, sin tomar posición alguna. Como si un médico nos diera una clase de anatomía practicando una autopsia: así de crudo, así de didáctico, así de bello. HENRY A. FLORES
Con un lenguaje ameno, directo, a veces descarnado, en otras desenfadado, asistimos a una proyección en primera fila de algunos de los lugares y/o países del aún llamado “tercer mundo”, testigos privilegiados gracias a la didáctica prosa del buen Meneses. Aunque hay algo que sí me ha incomodado: las repeticiones excesivas y con frecuencia de algunas palabras en todas las crónicas -es probable que Meneses haya estado leyendo a Andrés Caicedoestorban por momentos la fluidez de la narración y se siente claramente que está impostando una voz. Quizá sea una tomadura de pelo a su lector habitual. HENRY A. FLORES
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OSWALDO REYNOSO (1931 - 2016) cerca de mi hogar y de mi mundo. Sin duda, la incomprensión que padeció en los sesenta, dio paso con el tiempo a su reconocimiento como un autor original y cuya escritura gozaba de una sana y plena libertad.
El 24 de mayo murió Oswaldo Reynoso.
Mucho tiempo después, con la serenidad que dan los años transcurridos y las incontables horas dedicadas a la lectura, pude reencontrar a este escritor y deleitarme con su prosa sensual. Me he permitido hoy robar un extracto de un texto suyo. Lo incorporo aquí, con mucho respeto y con no poco cariño en su homenaje: “Ahora, que escribo este texto, vuelvo a revivir, después de casi setenta años, el delicioso estremecimiento que sentí al ver los rostros de los chiquillos mollendinos que se reían corriendo al encuentro de las olas. Eran rostros de un dulce quemado de miel de caña que resaltaba, en contraste, con la blancura de sus dientes. Luego que salían del mar embravecido, se tendían sobre la arena caliente, cara al sol, abrían, desmesurados, sus ojos negros para quitarse la sal y después los cerraban tiernamente y entonces sus rostros adquirían una tranquila expresión de goce intemporal. Y sus hermosos cuerpos broncíneos destellaban en gotitas blancas de espuma y de límpido sudor en esa tarde de sol y de mar. Pero aún no había descubierto las delicias del infierno. Mis amigos, ya de vuelta, se esforzaban por llevarme a ver de cerca el Castillo que se erigía sobre una gran roca. No, les dije, y me quedé sentado sobre la arena gustando de lejos la delicia de los rostros adolescentes entre la llamarada azul del mar. Creo que ahí descubrí la secreta pasión de mis viajes: la contemplación mística, sensual, de los rostros: el verdadero paisaje de mi país”. Descanse en paz, maestro. ROGELIO LLANOS
Muchos recuerdan, con no poca nostalgia, las sensaciones que experimentaron cuando leyeron, siendo aún muy jóvenes, Los Inocentes (1961). La historia de un grupo de adolescentes rebeldes, contada con un lenguaje crudo y directo, no la hacía, precisamente, atractiva para los adultos de los viejos años sesenta. Era un libro que había que leerlo a escondidas. Pero de ello me enteré mucho tiempo después. Yo encontré el libro de Oswaldo Reynoso en la biblioteca de mi padre, al lado de otros que también eran mal vistos o prohibidos por el clero y los sectores conservadores: los de Vargas Vila. Yo lo leí con total impunidad. Nunca tuve que pedir permiso para explorar la biblioteca de mi padre. Es más, la desvalijé sin piedad alguna e inicié mi propia biblioteca. Encontré allí muchos tesoros y uno de ellos fue Los Inocentes, cuyo lenguaje me impactó sobremanera. Tiempo después leí En Octubre No Hay Milagros (1965) y allí la potencia de su expresión -“Olor de puta morena... Olor de procesión”- hizo que ya jamás olvidara su nombre. A comienzos de los setenta, Oswaldo Reynoso conmovió con su historia y con su lenguaje al ingenuo adolescente que yo era. Ante mí aparecía un mundo violento y descarnado muy lejano al cómodo espacio en el que yo habitaba. En el universo del escritor la composición de las frases, insolentes y provocadoras, en lugar de atenuar o dulcificar el entorno y su circunstancia, más bien contribuían a hacerlo más duro, más cruel. Y también más extraño porque esa lectura, tan diferente a los clásicos de Dumas, Verne o Salgari, era como una ventana abierta a un medio del cual sabía que existía en algún lado, pero no tan
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VICIOGAMES
KIRBY: PLANET ROBOBOT cual le pone más reto a los niveles, y le da en la yema del gusto a aquellos que les gusta coleccionar… todo. Es una pena, entonces, que el juego lo limite a uno a ponerle solo dos stickers a su robot, especialmente considerando que hay más de doscientos. Al igual que la mayoría de títulos de la franquicia, Planet Robobot es un juego de plataformas estilo 2D (pero con gráficas en 3D en este caso) y en ese sentido funciona de maravilla. Kirby se controla tan bien como siempre, suavemente y con sus habilidades (como la de flotar) intactas. El diseño de niveles es sublime, de hecho, el juego es uno de los pocos en el catálogo del 3DS que aprovecha el efecto 3D al máximo. Gráficamente, el juego es cumplidor. El diseño de los personajes, tanto de los enemigos como de los jefes es exactamente lo que uno esperaría de un juego de Kirby: colorido y memorable. Los niveles son variados; tenemos desde ciudades hasta fábricas hasta niveles de agua, los cuales se controlan bastante bien y no resultan frustrantes.
Al igual que la mayoría de títulos de la franquicia, Kirby: Planet Robobot es sencillo pero muy divertido. El “chiste” del juego no está en la dificultad, sino más bien en lo interesante que puede resultar el diseño de los niveles, los coloridos y poderosos que son los poderes que puede adquirir la famosa bola rosada y, en el caso específico de este juego, lo casi invencible que uno se puede volver al utilizar robots gigantes. Sí, como el título da a entender, en Planet Robobot Kirby puede manejar robots gigantes en ciertas situaciones. En un principio, esta nueva característica podría parecer como algo fuera de lugar en un juego de Kirby, un gimmick innecesario, pero felizmente no es nada de eso. Combina estos mechs con sierras eléctricas, lanzallamas, bloques movibles y destructibles, y un diseño de niveles muy original, y obtienes un juego verdaderamente divertido. Lo más interesante del juego, más que la historia básica o los personajes, está en todos los secretos y coleccionables que uno tiene que encontrar. Para empezar, cada nivel contiene tres cubos de información escondidos. Para poder acceder al jefe final de cada mundo, es necesario obtener cierto número de estos cubos. Al principio del juego, son bastante fáciles de encontrar, pero mientras uno va avanzando, los puzzles para descubrirlos se van haciendo más específicos y complicados, por lo que llegar a obtener todos los cubos de todos los niveles se va haciendo más difícil. No me tomen a mal, no se trata de un reto imposible -Kirby no es una franquicia famosa por su dificultad- pero al menos hace que el juego no sea demasiado fácil de completar al 100%.
Kirby: Planet Robobot es el juego perfecto para consola portátil: sencillo, divertido, fácil de jugar por breves períodos de tiempo (o como yo, durante viajes) y de retomar cuando provoque. No, no es particularmente profundo ni muy difícil, pero sí que es entretenido, especialmente si uno busca relajarse a través de un título bien hecho, gráficamente llamativo, con efectos 3D inusualmente efectivos y con controles que han sido refinados a través de los años. Podría tener un mayor reto; podría aprovechar más sus ítems coleccionables y podría presentar jefes más interesantes, pero en general, no me puedo quejar demasiado de Kirby: Planet Robobot. Después de todo, esta franquicia es de las pocas que realmente puede garantizar varias horas de inocente diversión. SEBASTIÁN ZAVALA
Por otra parte, uno también puede ir encontrando diferentes stickers a lo largo del juego, lo cuales pueden ser pegados en los brazos de los robots que Kirby utiliza. Se trata de un elemento interesante, el
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JUKEBOX DESDE EL OTRO LADO
ESCRIBE: CONX MOYA
‘CONTROL’ (2007) – ANTON CORBIJN
DESORDEN Y AISLAMIENTO DE IAN CURTIS Un joven anda por una calle residencial de Manchester, su ciudad, vestido con un chaquetón negro con el cuello subido, camisa blanca y corbata también negra. La cámara le sigue de frente. Pensativo, se detiene y enciende un cigarro mientras suena, machacona, una guitarra; la cámara se sitúa detrás de él y vemos algo que dinamita su formal atuendo, la palabra HATE escrita en mayúsculas y en blanco a su espalda. Es Ian Curtis en una impactante escena de ‘Control’, la película del holandés Anton Corbijn, fotógrafo y director de videos musicales, que se lanzó a la gran pantalla con esa película sobre el líder de la banda post punk Joy Divison.
angustia de un Curtis aquejado por graves problemas. Enfermedad, depresión, una situación familiar asfixiante, un matrimonio y paternidad que llegaron demasiado pronto y como remate su relación con una joven belga seguidora de toda aquella efervescente escena musical. Basada en el libro ‘Touching from a Distance’, las memorias de Deborah, viuda de Curtis, la película intenta mantener el equilibrio entre la parte musical, resuelta con brillantez, y la oscuridad y la angustia que atenazaban la vida personal del sombrío cantante. En la historia ocupa un lugar destacado la relación con Annik Honoré, secretaria de la Embajada de Bélgica, promotora de conciertos y realizadora de un fanzine, quien conoció al cantante cuando le entrevistó para su revista. Sofisticada, moderna, libre de ataduras, amante de la música, se rindió ante aquel joven talentoso y problemático. La falta de decisión del cantante ante su complicada situación personal, la intensidad de sus actuaciones, su descontrolada forma de vida y su confusión mental desembocaron en suicidio en su casa, días antes de iniciar una gira por Estados Unidos, “No llegues tarde”, le advertían por teléfono en la película. Era mayo de 1980, tan solo tenía 23 años y una breve carrera de dos discos, ‘Unknown Pleasures’ de mítica portada y el sombrío ‘Closer’, lanzado dos meses después de su muerte. Tras la desaparición de Curtis sus compañeros fundarían New Order, pero esa ya es otra historia.
La película recrea la vida de Curtis desde los inicios de la joven banda, sus primeros pasos en Manchester, su encuentro con Rob Gretton, que se convertiría en su manager y su relación decisiva con Tony Wilson, empresario, presentador de programas musicales y fundador del sello musical Factory, donde ficharía el grupo. La leyenda dice que Wilson firmó con su sangre el contrato con Joy Division. Rodada con una magnífica fotografía en blanco y negro y con una lograda ambientación de la época, la película está llena de presencias musicales: los Bowie y Reed a los que idolatraba Curtis en su adolescencia, los Sex Pistols y The Clash que triunfaban cuando Joy Division daban sus primeros pasos, o sus contemporáneos Buzzcocks. Aunque le falten los inquietantes ojos azul hielo de Curtis, ‘Control’ está protagonizada con solvencia por el actor y músico Sam Riley, líder de la efímera banda 10,000 Things. Una de las bazas de la película son los directos y grabaciones de la banda que aparecen en la cinta, que están interpretados por los propios actores, consiguiendo transmitir toda la electricidad de Joy Division, el punzante bajo de Hook, la potente batería de Morris, los poderosos riffs de guitarra de Sumner y la desesperación y
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Andrés Calamaro - “Romaphonic Sessions” (2016)
EL CAMINO DEL EXCESO Ni siquiera las 108 canciones de Obras Incompletas (2009), las 103 de El Salmón (2000) o las 37 de Honestidad Brutal (1997) supusieron un exabrupto tal como el que sobrevuela estas Romaphonic Sessions. No es la cantidad lo que abruma en este caso, ni el rol de crooner para el que a Calamaro le sobran personalidad y prestancia (ahí está El Cantante -2004- para acreditarlo), sino más bien cierta autoindulgencia que se hace evidente en buena parte del repertorio y erosiona una selección de canciones que con otro abordaje resultaría infalible.
un clásico que puede sepultarte con la misma contundencia con la que perpetuó a Gardel. A esa altura terminamos de confirmar que los tangos le hacen daño a este disco, o mejor, respetando la doctrina del Salmón (“…acusar de maldad a una canción, buena oportunidad de callar…”), que Calamaro le hace daño a los tangos de este disco, porque en lugar de intentar darle un sello propio al registro, se inclina por forzar una inflexión arrabalera afectada que desluce cada uno de sus intentos. Como payo bien plantado que es, Calamaro obtuvo un resultado más meritorio y ajustado en sus aproximaciones al flamenco que el que arroja cada una de sus tentativas tangueras.
El disco es el fruto de un encierro de dos días (hace exactamente un año) en los estudios Romaphonic, retiro en el que Calamaro junto al pianista German Wiedemer, exploraron el repertorio para telonear a Dylan en San Sebastián (también de esto es responsable el bueno de Bob). Conformes con el resultado decidieron publicarlo y considerarlo el Volumen III de las “Grabaciones Encontradas”, sin un concepto demasiado claro que vincule esta secuela con sus dos antecesoras, que básicamente reunieron material raro y/o inédito de los años ochenta.
En el booklet que acompaña al disco se trata de justificar la continuidad de la saga de las “Grabaciones Encontradas” apuntando que nuestros discos predilectos pueden nacer de la casualidad o la equivocación, pero que la mayoría de ellos son fruto del trabajo y la perseverancia, de la acumulación de vivencias, y que en ese sentido ninguna grabación fue más “encontrada” que esta, aún sin haberse perdido nunca. Hombre muy afecto al refranero gauchesco, Calamaro supo hacer de sus maratónicas sesiones frente a la consola un rito y un estilo. Mate y guitarra en mano, los primeros rayos del sol varias veces lo sorprendiero n creando algunos de los mayores himnos de nuestra música popular, pero como decía el genial Ernesto Sábato, los adagios aciertan siempre. Uno dice: "Al que madruga Dios lo ayuda". Y otro: "No por mucho madrugar amanece más temprano". Claro, así es fácil. Si no acierta por un lado, acierta por el otro. JORGE CAÑADA
Ni “Mi Enfermedad”, ni “Paloma” pedían una nueva versión en plan despojado y “Milonga del Trobador” ya había recibido su justo homenaje en Tinta Roja (2006). Es recién a partir de la delicada versión de “Biromes y Servilletas” y la revisitada “Los Aviones” que el proyecto parece despegar. La pequeña obra maestra del inclasificable Leo Masliah, pone la poesía al servicio de la interpretación más austera de la que Andrés Calamaro es capaz, mientras que la bossa nova que estilizó el desborde emotivo de Honestidad Brutal (1997), sigue atrapándote desde el sarcasmo de su primer verso (“…es tarde, se hizo de día…”). El vuelo es corto. “Siete Segundos” es un valioso rescate de esa mitad de los noventa en que Andrés era Rodríguez, pero es condenada a cargar con el peso de una innecesaria versión de “El día que me quieras”,
DIRECTOR: HENRY A. FLORES Discos y Otras Pastas no se hace responsable del contenido de los artículos y agradece a sus colaboradores por la exclusividad otorgada.
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