Discos y otras pastas 78(marzo2017)

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DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com AÑO 11 NÚMERO 78

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CHUCK BERRY…and roll (1926 - 2017) Berry fue un guitarrista de referencia y gran originalidad, así como uno de los mejores letristas de la historia del rock and roll.

fuerte martilleo rítmico de fondo, hasta la sinuosa potencia muscular de su forma de tocar la guitarra eléctrica y la descarada y masculina carnalidad de sus actuaciones sobre el escenario. Cuando padres, profesores y ancianos religiosos se alarmaron por la nueva y extraña vena de la emergente música pop de los años cincuenta, Chuck Berry era la personificación de todo lo que temían y desconocían: un carismático hombre de color que alteraba a los adolescentes de todas las razas y clases. Al tiempo que el movimiento a favor de los derechos civiles tomaba fuerza, con el debate en los medios sobre la segregación en las escuelas y las restricciones de alojamiento, Berry desató y avivó los miedos más antiguos a las posibilidades de la integración, mediante mensajes bailables que escuchaban millones de adolescentes.

Sexualidad y poesía: la primera era radical, emocionante, y a veces inquietantemente explícita en la música de Chuck Berry, el influyente precursor del rock and roll, fallecido a la edad de 90 años el pasado 18 de marzo. La segunda se hizo patente con mayor lentitud, mediante un proceso de destilación, pero quizás con incluso mayor vigor en su obra. Las canciones que escribió y cantó, en una época en que la autoría de la música era en sí algo extraño entre cantantes de pop, veneraban al eros como un premio tabú por sufrir las tribulaciones de la vida adolescente durante los años centrales del siglo pasado en los EE. UU. Era el premio que esperaba en los asientos traseros después de un día de clases aburridas, profesores carcas y empleos por las tardes. Con todo, había arte en ello: desde el chico que babea durante las clases descrito en las letras y el

Berry fue arrestado y encarcelado por haber violado la ley Mann al trasladar a una joven de catorce años a través de las fronteras del estado. 1


con veracidad sobre las preocupaciones comunes de jóvenes normales. Escribió sobre acudir a la escuela y odiarla, sobre la emoción de hacer novillos en un descapotable trucado, conduciendo con la radio sonando, sin un lugar concreto al que ir. Solo Berry podía conjurar una escena de unos jóvenes recién casados con la precisión de los versos de ‘You Never Can Tell’: “Amueblaron su apartamento con muebles de rebaja comprados por correo. Y la nevera estaba repleta de refrescos y comida precocinada”.

Las informaciones parecían validar la incomodidad de los críticos de Berry y el carácter casi pedófilo de canciones como “Sweet Little Sixteen”, si bien no había nada cuestionable en que una fan de 16 años acompañase cantando esa canción, resultaba diferente al oírla de la voz de Berry, que tenía 31 años por aquel entonces. Cuando resurgió en 1972, tras varios años alejado de los carteles de los éxitos del pop, alcanzó el primer y único "número uno" de su carrera: la novedosa canción “My Ding-aLing”. No sorprendió escuchar a Berry hacer bromas soeces sobres sus genitales.

En aquellos primeros años del rock and roll, Berry a menudo parecía el único capaz de escribir cosas como los insolentes pareados de ‘Too Much Monky Business’: “Trabajar en la gasolinera, demasiadas tareas que hacer. Limpiar las ventanas, comprobar los neumáticos, revisar la gasolina”. Se puede percibir el origen del hip-hop en esas breves palabras y es imaginable pensar en un joven Bob Dylan emocionado con el efusivo, agitado y perfectamente imperfecto lirismo callejero de las canciones de Chuck Berry, mucho antes de que escribiese algo como “Subterranean Homesick Blues”.

Aun así, si Chuck Berry no fuese más que un ejemplar supremo del pop lascivo, sería tan solo otro Hank Ballard e histórico, solamente, por ser precursor de Marvin Gaye y Prince. Pero Berry fue mucho más: un maestro en múltiples artes, un guitarrista de gran influencia y originalidad, un intérprete tan dinámico que su presencia podía trascender con contundencia la música de las bandas que lo acompañaron de manera exclusiva durante décadas y uno de los mejores letristas que haya dado la historia del rock and roll. Las letras de Berry eran puramente poéticas: vívidos relatos de sus años de juventud, llenas de humor y disparatados juegos de palabras, enraizados en la concreción pero, a la vez, suficientemente universales para ganarse a un público amplio. Sumergiéndose en sus propias memorias, Berry solía escribir DISCOS Y OTRAS PASTAS

La sexualidad en la música de Berry era ocurrente y divertida, y también algo inquietante, pero su poesía perdura. DAVID HAJDU Traducción: José Manuel Sío Docampo 2

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BOB DYLAN (1962): DEL DESENCUENTRO A LA EMOCIÓN (PRIMERA PARTE) Escribe: ROGELIO LLANOS mi corazón melómano. Y allí empezó todo. Porque el siguiente paso, aparte de adquirir el álbum triple de la banda sonora del film, que llegó milagrosamente a Lima poco después, fue buscar entre los vendedores ambulantes algunos discos del que más adelante sería para mí el compositor y cantante bien amado. El primer vinilo de Dylan que tuve en mis manos fue un Greatest Hits. El quinto track del lado A fue todo un directo al corazón que me catapultó a una búsqueda discográfica y bibliográfica, que aún continúa con la misma pasión con que viví el descubrimiento de este hito esencial en la historia De la música. La búsqueda, sin embargo, no estuvo exenta de dudas, incomprensiones y rechazos. Y es sobre todo ello de lo que deseo hablar ahora. Porque luego de escuchar varias veces el quinto track del Greatest Hits, mismo infante seducido por la fantasía del cuento conocido, sólo quería que me repitieran la historia, una y otra vez. Y el primer disco de Bob Dylan está muy lejano de ese quinto track, llamado “Like a Rolling Stone”, la mejor composición rock de todos los tiempos. Y que lluevan sobre mí los denuestos por ser tan categórico en mi afirmación. Aunque, todo hay que decirlo, me reconforta que la revista Rolling Stone así también la considere en la selección que efectuó hace ya algún tiempo. Pero no me desviaré más del asunto que me trajo a pelear con la página en blanco. Dije que iba a hablar de mis vacilaciones iniciales y de mi vamos a decir, no sin cierta desazón y casi vergüenza- desilusión ante la ópera prima de Dylan y eso es lo que voy a hacer. Pues, sí, para mi desventura, el siguiente disco que adquirí en ese mercado ambulante que existía en la avenida La Colmena de los años ochenta -frente a la

No recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché hablar de Bob Dylan. Quizás supe de él a través de alguna publicación sobre el rock o sobre The Beatles. No lo sé. No lo recuerdo. Pero era un nombre. Solo un nombre. Nunca había escuchado su música, ni nunca me había interesado en saber más de él. Hasta que una noche, en casa de mi antiguo amigo Gonzalo Tapia, escuché algunas canciones que él tenía grabadas en un casete. Esa noche, sin embargo, más le presté atención a otro intérprete, Cat Stevens, cuya música también provenía de un casete de Gonzalo, y que era sencillamente notable: el “Catch Bull at Four”. Ambas cintas me las llevé a casa en calidad de préstamo, pero, debo admitir que apenas puse el de Dylan lo retiré del equipo y puse en su lugar el de Cat Stevens, que lo disfruté una y otra vez. Ambos casetes se los devolví semanas después. Eran los últimos años de la década del sesenta. Poco tiempo después, gracias a Hablemos de Cine, se exhibió en calidad de pre estreno The Last Waltz y el mundo cambió para mí. Porque, además, allí estaba Bob Dylan, nunca mejor fotografiado que en ese film de Martin Scorsese. El nombre iba acompañado ahora de una imagen…y esa imagen, la del Dylan con sombrero y pluma al costado, barba crecida, camisa saturada de dibujos de círculos pequeños, casaca de cuero, guitarra en ristre y una vitalidad sorprendente, impulsada por la alegría de compartir escenario con su banda de años gloriosos, esa imagen, decía, es la que se quedó grabada en mi cerebro y tomó por asalto

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Universidad Federico Villarreal- fue el “Bob Dylan”, aquella primera aventura musical que Dylan emprendió en noviembre de 1961. Las innumerables historias sobre Dylan y su discografía indican que fue grabado en tres sesiones y que la oportunidad que tuvo el aventado mozalbete que había dejado su Minnessotta natal para ir al New York bohemio se la dio un audaz, intuitivo y empeñoso productor llamado John Hammond, quien trabajaba para la Columbia Records y que, según se dice, tuvo como una epifanía cuando vio tocar la armónica al jovenzuelo que había sido convocado por Carolyn Hester para que la apoyara en la grabación de su disco. A comienzos de los ochenta, mi conocimiento del blues, del country o del folk se reducían a algunas tonadas que había capturado viendo películas norteamericanas como parte de ese amplio menú que mi cinefilia voraz exigía. Pero más allá de las bandas sonoras, debo admitir que en esos años ningún disco de esos géneros honró mis tornamesas. Así que cuando puse la flamante aguja de diamante de mi equipo sobre el primer surco del Bob Dylan, me quedé totalmente frío. La canción del bluesman “Jesse Fuller, You’re No Good”, me presentaba a un Dylan nervioso, ágil y que cantaba con una premura como si lo estuvieran persiguiendo. Cuenta la historia que un bluesero de renombre, Sonny Boy Williamson le dijo: “Hey, muchacho, ¿conoces la versión tranquila de Jesse Fuller? ¿No te parece que te estás excediendo? ¿Quién te apura?” Cuando me enteré de esta anécdota, no pude evitar una sonrisa irónica. Lo que el bluesero había expresado era toda una premonición. Sonny Boy Williamson no tenía una bola de cristal para saber que el apuro de Bobby se debía a su apetencia juvenil e impaciente por llegar a la cumbre del éxito. Pues, ahora ya lo sabemos. Pero también sabemos que el jovenzuelo tenía sus grandes ambiciones. No por algo, había llenado su mochila de tantas canciones pertenecient es a sus intérpretes amados.

primer disco, ni corto ni perezoso, el joven Dylan se arrancó con diecisiete temas entre propios y ajenos. Y propios tenía varios, pero para este primer disco, sólo incluyó dos temas originales: “Talkin’ New York” y “Song to Woody”. Los demás temas le permitirían a él mostrar que no sólo era un profundo conocedor de la música tradicional americana, sino que, además, hacía posible que el resto se enterara de que él era capaz de hacer versiones no sólo diferentes sino también mejores. En cuanto a “Talkin’ New York”, su primera grabación original, también me desconcertó. Esta vez Dylan casi no cantaba. Hablaba más que cantaba. Yo qué iba a saber de toda esa tradición de blues hablados que popularizó Woody Guthrie, uno de los grandes héroes de Dylan. Tuvo que pasar mucho tiempo antes de que yo me enterara de que estos blues hablados fueron creación de un tal Christopher Allen Bouchillon. Y, bueno, pues, sólo con el tiempo y la familiaridad con la música de Dylan pude captar toda la ironía que recorre esta composición sencilla y cariñosa que recuerda los avatares del joven buscafortunas en un New York invernal. “In my time of Dyin’” me gustó menos todavía. Dylan adopta aquí un tono tan quejumbroso que me descolocó y me alejó aún más de este álbum que presentaba en la contra carátula una nota extensa y celebratoria. Yo no entendía cuánta influencia de los espirituales y del blues tenía el joven Dylan. No llegué a captar en ese momento la tensión con la que cantaba Dylan y que, a mi modo de ver, era una suerte de desafío por hacer una versión muy personal a partir de aquellas otras versiones revisadas por gente connotada como Charley Patton, Josh White y Doc Reed. En el texto leí, además, que, de manera original Dylan utilizó el capuchón metálico de Suze Rotolo, su noviecita, a manera de slide. Una última publicación sobre la música de Dylan sostiene que eso no es cierto. Bueno, de este tema, del que hui cuando lo escuché por primera vez, hay una versión notable de Led Zeppelin que aparece en el álbum de 1975 Physical Graffiti. (CONTINUARÁ)

Así pues, cuando John Hammond le dio la oportunidad de grabar su

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KONG: LA ISLA DE LA CALAVERA (2017) DIRECTOR: JORDAN VOGT ROBERTS programaciones dominicales de matiné de hace ochenta años, sin renunciar a un rigor y a un ideal dramático, narrativo, visual e ideológico propio de la modernidad y la postmodernidad; dando una vuelta de tuerca a la franquicia KING KONG que iniciaran en 1933, de manera brillante Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedesack. Se identifican rastros de las seriales (v.gr. “Los peligros de Paulina”), de la literatura de viajes y aventuras, por cierto (desde Conan Doyle, Rice Burroughs, Kipling, Stevenson hasta Conrad) y sus contrapartes en el cine (no necesariamente las anteriores King Kong, de John Guillermin y Peter Jackson, esta última sobresaliente) como por ejemplo “Chan: un drama de salvajismo” (1927) y “Rango” (1931) ambas de Cooper y Schoedsack y “Moana” de Flaherty. Y también las expresiones originarias del Cine Serie B: “El Monstruo del mar” (1953) de Eugene Lourie, “Them!” (1953) de Gordon Douglas, “Tarantula!” (1955) de Jack Arnold, “Surgió del fondo del mar” (1957) de Robert Gordon, “El valle de Gwangi” (1969) de Jim O Connolly; y el gran legado de la fábrica japonesa Tsuburaya (Godzilla, Mothra, Gamera, la serie Ultra, etc). Ni que hablar de “Infierno en el Pácifico” (1966) la grandiosa película de John Boorman que influye en el pregenérico de la cinta.

En los años sesenta, en Londres, se podían leer inscripciones en las paredes del metro que decían: “Clapton is God” (Clapton es Dios). Y es que desde su aparición en la escena londinense (con Los Bluesbreakers, con Los Yardbirds, Cream y Blind Faith) Eric Clapton se convirtió en el favorito del público por su excepcional estilo de tocar la guitarra: pausado, relajado, siempre en el estandard blusero, lastimero, con mucho buzz, improvisando, imprimiendo feeling, tomando riesgos, recusando la velocidad o la agresividad. Con los años, el estilo de tocar la guitarra de Clapton fue objeto de una "metodologización", si cabe el término, materia de enseñanza en las escuelas de música, universidades, clínicas, seminarios, etc. Si en los sesenta, "Slowhand" era dios, un músico sui generis, en 2017 lo sigue siendo y gracias a la difusión de su estilo y técnica ahora existen miles de guitarristas que suenan como él.

Y el joven director de “Kong: la isla de la Calavera” también le rinde homenaje a Spielberg, plantea mentadas explícitas a “Apocalipsis ahora” de Francis Ford Coppola y al bestiario de Miyazaki. Pero no todo es retro u oldie; en todo caso el buen humor, la emoción, el peligro y la mirada crítica se plantean desde el pasado hacia el presente. Y hay una desconfianza natural hacia el militarismo reaccionario y una confianza en el romanticismo aventurero; que al final tienen el mismo origen. Kong es divertida, entretiene, no decae nunca, administra los efectos digitales en el marco del arte del cine y el drama no apela a motivaciones rebuscadas ni a pretensiones fuera de lugar. Hay que ver Kong. ÓSCAR CONTRERAS

¿A qué viene esta introducción o paráfrasis al comentario de “Kong: la isla de la Calavera” (2017) de Jordan Vogt Roberts? A que los grandes estilos de realización cinematográfica en los Estados Unidos, como el de Steven Spielberg en los años 70 (con su preferencia por el cine de segunda unidad); o el de Francis Ford Coppola construyendo poderosos relatos, basados en grandes guiones, en grandes actores, para representar el poder, la megalomanía, la aventura, como metáfora del descontento; han encontrado dignos cultores y representantes en las nuevas generaciones de directores, luego de su "metodologización" y enseñanza. A eso habría que sumar la cinefilia, que sigue siendo el gran fermento para la aparición de grandes realizadores. En ese sentido, la digitalización abre una ventana de oportunidades para sostener la cultura cinefila. “Kong: la isla de la Calavera” es un filme de aventuras en el sentido clásico, que sintoniza con el espíritu relajado de las

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JUKEBOX DESDE EL OTRO LADO

ESCRIBE: CONX MOYA

TINO CASAL Y EL ARTE DE SER EXCESIVO “Me miran de arriba abajo. A la gente le da envidia cómo me visto” (Tino Casal).

obligó a una larga convalecencia, y el accidente de coche por el que perdió la vida hace veinticinco años. Entre sus éxitos se encuentran “Champú de Huevo”, “Embrujada”, “Bailar hasta morir”, “Pánico en el edén” (sintonía de la Vuelta ciclista a España en aquellos años en que la música techno y el grupo Azul y Negro acompañaban a los ciclistas mientras pedaleaban) o “Eloíse”, la majestuosa versión de la canción de Barry y Paul Ryan, que también interpretaron The Damned.

Para nosotros, niños en los años ochenta, Tino Casal (José Celestino Casal Álvarez. Asturias, 1950 - Madrid, 1991) se convirtió en un personaje habitual de Aplauso, Tocata y Rockopop, programas musicales de aquellos tiempos que a mí me fascinaban. Artistas como Tino Casal colorearon la antigua tele franquista de años pasados y cambiaron por chupas rosas los trajes gris marengo de los tecnócratas del régimen. Solo por enseñarnos que la vida podía tunearse merece la pena Tino Casal, todo lo demás es un plus.

Tino traspasaba sus estilismos a los músicos que le acompañaban en las actuaciones televisivas y en los conciertos, siempre rodeado de unas escenografías barrocas y delirantes muy en su línea. Zapatos, pendientes, broches, brocados y encajes, pieles, “cebrerío y serpenterío”, chaquetas de hombreras imposibles, ropa arquitectónica, chupas de cuero pintadas a spray, pantalones estampados. Cuidaba al milímetro el peinado, el tinte y el maquillaje. Acumulación, superposición y exceso, Tino elevó el glam a la enésima potencia. Colaboró con los más pintones de aquella época. Fue modelo de las pinturas de Costus, le fotografiaron Pablo Pérez-Mínguez, Juan Nebot, Álvaro Villarrubia o Miguel Trillo. Pintó al alimón con MacNamara y colaboró con importantes modistos como Francis Montesinos y Antonio Alvarado.

“El arte por exceso” es el nombre de la exposición compuesta por 200 piezas que le ha dedicado el Museo del Traje en Madrid. El visitante es recibido por el enorme cuadro de Costus “Caudillo”, en el que aparece Tino vestido de cuero y con melena llameante al viento ante el Valle de los Caídos. Dentro esperan ropa, cuadros, esculturas, complementos, zapatos y objetos personales del cantante. Porque Tino Casal fue mucho más que música. Convertido en una especie de Bowie patrio, creó con tesón su propio personaje. Pintor, escultor, decorador, productor, diseñador de moda, estilista, escenógrafo.

Tenaz, excesivo, audaz, inquieto, precoz, teatral, dandy, fetichista, elegante, una suerte de Diógenes para acumular objetos barrocos. Estos titulares aparecidos en la prensa española dan cuenta de su dimensión: “Cada día estoy menos loco”, “No me gustaría ser una petarda de mayor”, “He visto la muerte de cerca y tenía mi cara”, “Soy bastante mejor de lo que esperaba”.

Comenzó su carrera musical a la temprana edad de trece años, pasando por varias bandas en la década de los sesenta como Los Zafiros Negros o Los Archiduques, donde practicaba un pop muy de la época con pinceladas folk. A mediados de los setenta se marchó a Londres, donde reafirmó su poderosa estética. De vuelta a España consiguió un contrato discográfico y se dedicó a tiempo completo al espectáculo. Solo pudieron retirarle del escenario un problema de necrosis en una pierna, que le

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UNA CANCIÓN DE BOB DYLAN EN LA AGENDA DE MI MADRE AUTOR: SERGIO GALARZA (PERÚ) Lo que comenzó como un testimonio en la revista Etiqueta Negra fue tomando forma y volumen, alimentándose del “bolso” de los recuerdos, hasta convertirse en una supurante novela. Galarza “salda cuentas” con su madre convirtiéndola en un personaje literario. En cada página espetada, uno tiene la sensación de que este homenaje busca de alguna manera compensar su mal comportamiento como hijo sin justificarse, por lo tanto, honestidad es lo que más le sobra a este escrito. El cáncer, la agenda de la madre, la revisión de las fechas en las que pasaron juntos una breve estadía en España, la letra de una canción de Dylan (la clásica y ya cansina “Blowin’ in the Wind”), imágenes de una niñez y adolescencia pendencieras, la madre fuerte, protectora, culta, la madre moribunda, la ingratitud, la relación amor – odio. Todo sirve para esta catarsis. HENRY A. FLORES

CÓMO ENTREVISTAR A UNA ESTRELLA DE ROCK Y NO MORIR EN EL INTENTO AUTOR: FERNANDO GARCÍA (ARGENTINA) Fernando García, es un periodista que ha entrevistado a algunas estrellas de rock a lo largo de dos décadas. En este libro, más que una selección y reproducción de las entrevistas, el autor nos entrega crónicas sobre el antes, durante y después de cada encuentro con el artista. En algunos casos, de una simple anécdota logra elaborar una historia atractiva y graciosa (por ejemplo: la seudo entrevista a Paul McCartney), en otros la burla camuflada o la ironía que hace sobre determinado entrevistado es toda una delicia (Bono o Noel Gallagher) y también hay lugar para el homenaje, para realzar la figura de los que ya no están (Lou Reed y David Bowie). El éxito de García está en mostrarnos en primera persona el modus operandi y las anécdotas de un rock journalist, el saber qué se siente y se piensa mientras se entrevista a una estrella de rock. Poco revelador en cuanto a los entrevistados, pero disfrutable de principio a fin. HENRY A. FLORES

RUIDO AUTOR: ÁLVARO BISAMA (CHILE) Un pueblo en medio del desierto y un cerro en el extremo del desierto, unidos por un camino de peregrinación: la virgen María se le aparece en el cerro al jovencito prístino que vive en el pueblo. El joven santo que será tratado como un dios, el inmaculado, el profeta y que al final de sus días terminará como un alcoholizado transexual, siempre solo y siempre rodeado de fieles. Por otro lado la música estridente, las tribus roqueras, el heavy metal, la música “comercial”, el underground luchando contra el mainstream. “Ruido” es una novela palpitante y nostálgica que establece un paralelo entre la religión y el rock cuyo punto en común es la decadencia a la que se llega después de unos años, cuando se madura o se envejece y todo se va a la mierda. Muchos escritos de Bisama están inspirados en el rock -a veces impregnado de satanismo- y son historias individuales a pesar de que sus personajes pululan en manadas, pero “Ruido” va más allá, estamos ante el relato de una comunidad en pasado y presente. No hay futuro. HENRY A. FLORES

LA CARNE AUTORA: ROSA MONTERO (ESPAÑA) Novela corta sobre una mujer atractiva, ya sesentona, soltera, exitosa y solitaria. Que disfruta del calor de los hombres jóvenes y que aún es capaz de enamorarse (no quiere un amante, quiere un amado). Después de una ruptura amorosa su vida rutinaria cambia de repente, se ve interrumpida por la aparición de un escort que ella contrata solo para una noche y con el que termina involucrándose en una relación de amistad y sexo comprado, a veces obsequiado. El mérito de esta novela es la destacable interiorización que hace Montero de la mujer que reconoce que su juventud ya pasó -a pesar de los ejercicios, las cremas y el semen joven- y que la soledad que antes no era un problema, ahora la aterra en esta etapa de su vida. Novela por ratos trepidante, sin romanticismo impostado, con personajes que no se salen del molde, sin sorpresas, pero que ejecutan a la perfección su papel para que esta historia funcione. HENRY A. FLORES

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CHARLY GARCÍA – “RANDOM” (2017)

VÍCTIMA DE LIBERTAD, VÍCTIMA DE SOLEDAD “Los Amigos de Dios” donde las cosas van un poco más allá pero sin daños mayores. ¿Dónde están los límites cuando se trata de Charly García?

A esta altura nada hará que Carlos Alberto García Moreno caiga de su pedestal. Ese lugar de prócer maltratado que le ha tocado ocupar lo preserva del olvido. Ni Charly García, un personaje que él mismo creó y dejó habitar en su ajetreado cuerpo, pudo extinguirlo en su persistente afán por inmolarse. Muchos reconocen en Random un retorno del Charly ortodoxo, y unos cuantos de ellos ven en su período Say No More un largo y errático capítulo digno de olvido, pero un análisis objetivo probablemente demuestre que lo único que separa al nuevo disco de Charly de sus obras de los últimos veinte años es un mayor esmero por desarrollar y pulir las ideas, el gusto por mostrar las canciones que se esconden en ellas.

Apenas separadas por una canción, “Rivalidad” y “Lluvia” están en las antípodas estilísticas, pero comparten el beneficio de la perfección. La prueba irrefutable de un don indestructible que delega la mediocridad en los simples mortales. Con “Spector”, García no sólo rinde tributo a un nombre propio. Es un espontáneo homenaje a una concepción de la melodía que al mismo tiempo podía brillar o morir, atada a la suerte de unos arreglos de producción que fueron la última gloria del sonido monoaural. Ecos del encierro creativo de Brian Wilson.

Ni Rock and Roll Yo, ni el propiamente dicho Say No More, para citar dos de los hitos más significativos de su etapa oscura, carecen de ideas, por el contrario en ellos sobraba inspiración, pero la actitud de García y su Constant Concept (incluso el mentado Estereo Maravillizado) se encargaron de ocultar el bosque detrás del árbol. Random abre con “La Máquina de Ser Feliz”, una canción en la que se fusionan con absoluta naturalidad su propio “De Mi” y el “Nocturno Op.9 No.2” de Chopin. La remisión a un clasicismo que Charly se apresura a desterrar con los primeros acordes de “Ella es tan Kubrick”, en el que la transgresión sin caos aflora como un exceso programado, al igual que en “Otro” o en

El ícono del Rock Argentino está de vuelta una vez más. Quizá sea este su último regreso, aunque con Charly nunca se sabe. Él hizo de su vida una verdadera pieza del más puro rock and roll way of life, por eso es probable que Rock and Roll Yo haya sido su más sincera declaración de principios. Charly sabe que no estuvo solo en la carrera de autodestrucción y es consciente del lucro generado en torno a ella: "Ahora que estoy rehabilitado, saldré de gira y, otra vez, me encerrarán cuando se acabe, y roben lo que yo gané", recita en “Primavera”. En otras palabras, como dijo en ese disco producido por Dios: Quién te ama te hace daño. JORGE CAÑADA

DIRECTOR: HENRY A. FLORES Discos y Otras Pastas no se hace responsable del contenido de los artículos y agradece a sus colaboradores por la exclusividad otorgada.

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