DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com AÑO 11 NÚMERO 79
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JUNIO 2017
CHRIS CORNELL (1964 - 2017) Segundos antes de que comenzara el 5 abril de 1994 no podríamos haber imaginado un epílogo más triste para el grunge. Hoy, a un cuarto de siglo de su eclosión, la pacífica revolución de la generación de la desesperanza, o lo que paradójicamente encarnó su único anhelo de posteridad, naufraga casi sin dejar sobrevivientes entre sus portavoces. Lo que queda de ella, se desvanece lenta pero consistentemente, dejando una sensación más amarga que el peor de los pronósticos. La inesperada muerte de Chris Cornell, no solo deja a Eddie Vedder como el incómodo postrero sucesor de un trono vacante que el cantante de Pearl Jam nunca miró con lujuria, también parece sellar el final de la última rebelión de pelo largo que vio el siglo XX.
de los seminales Skin Yard (que cobijaron a Matt Cameron y a Greg Gilmore) y Gruntruck, Kristen Pfaff (Hole), Mike Starr (Alice in Chains), Jonathan Melvoin (The Smashing Pumpkins) y John Baker Saunders (Mad Season). Demasiados nombres para una lista de gente que en el mejor de los casos apenas llegó a cruzar la cincuentena. La figura de Cornell al frente de Soundgarden en el video de “Jesus Christ Pose”, cual nazareno recién descendido deambulando por el desierto de Mojave, justamente el tipo de explotación de imagen que la propia canción intentaba amonestar, quedará como la más icónica estampa de ese hálito final del rock que supuso el grunge.
Cornell siguió el camino de Andy Wood, Kurt Cobain, Layne Staley y Scott Weiland, las muertes más resonantes del grunge. Pero la cuenta, ya suficientemente extensa, no termina allí: Ben McMillan
Ni las peripecias de Vedder jugándose la vida colgado de las alturas en el festival Pinkpop, ni los reiterados arrebatos de Cobain demoliendo escenarios, tuvieron semejante impacto. 1
Instantáneas que registraban la pura inocencia de un momento en que el futuro y sus daños colaterales por venir, aún eran una incógnita. Sentado frente a los parches, Cornell ya destacaba como una voz distinta. Una vez asumida su condición de frontman, se convirtió en el registro más versátil y potente de su camada. Desde ese lugar, fue piedra fundamental para que Soundgarden, pioneros de la movida de Seattle y una de sus primeras bandas en fichar para uno de los grandes sellos discográficos, se anticiparan un lustro a su tiempo. Más que unos simples adelantados, los Soundgarden son una suerte de eslabón perdido entre el rock de los setenta, que en algún punto reivindicaban en la figura de Black Sabbath y Led Zeppelin, y el rock alternativo americano del que Sonic Youth y R.E.M. fueron quizás los máximos exponentes.
de un rock potente, a la antecedentes de sus autores.
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La vuelta de Soundgarden no nos devolvió la juventud. Tampoco resolvió nuestras angustias de eternos adolescentes. Los temores que nos acuciaban hace veinticinco años son los mismos que hoy nos quitan el sueño como padres de niños que probablemente descubran “Smell Like Teen Spirit” en el Guitar Hero antes que en Nevermind. Dos generaciones ya dejaron atrás el breve sueño inconcluso de la Generación X, un esfuerzo tan genuino como artísticamente valioso: matar al rock para que el rock renazca con su fuerza original. Una búsqueda que no requería cobrarse víctimas. Ni el rock, ni sus fans necesitábamos semejante entrega. No es cierto que sea mejor quemarse que apagarse lentamente, al menos no es una verdad absoluta. La lírica de Neil Young (“Hey Hey, My My”) podrá ser una romántica frase para intentar justificar la triste despedida de un alma torturada, pero me niego a que sea el slogan de nuestra generación. Prefiero ser la generación escondida de Douglas Coupland a una prole que decide irse de este mundo antes que sus propios padres.
Y Temple of the Dog, un prematuro supergrupo del grunge antes de que este fuera conocido como tal, mostró la faceta más sensible de Cornell y propició la primera grabación editada de los integrantes de Pearl Jam previa al fenómeno de Ten. Cuando el grunge comenzó a perder fuerza, un proceso que pareció irreversible a partir de la muerte de Cobain (aquel 5 abril de 1994), Soundgarden fue una de las primeras bandas en acelerar el final. Entonces, Cornell no encontró límites en la escena de Seattle. Junto con Mark Lanegan de Screaming Trees, para quienes produjo el álbum Uncle Anesthesia (1991), tal vez hayan sido los únicos hombres del grunge en consolidar una carrera solista. En la primera mitad de la década pasada, antes del reencuentro de Soundgarden, Cornell se dio el gusto de triunfar con Audioslave. Con Tom Morello como cómplice, rescató a los Rage Against the Machine del abandono de Zack de la Rocha, para desmarcarse con tres discos
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Martín Caparrós se repetía retóricamente una vieja pregunta: “¿Los que definen una generación son los pocos que actúan, no los muchos que no?” Si así fuera, el último acto que nos represente como generación será una triste despedida con sabor a frustración y desencanto. Quizás, con algo de modestia tengamos que desdramatizar nuestra existencia, aceptar que el tiempo aún está de nuestro lado, y que es solo rock and roll… pero nos gusta.
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BOB DYLAN (1962): DEL DESENCUENTRO A LA EMOCIÓN (SEGUNDA PARTE) Escribe: ROGELIO LLANOS escucho, siento que la atmósfera sombría creada por los tracks precedentes, se relaja, se aligera. Y no es que cuente una historia precisamente alegre. La composición original, que viene de Escocia, es una historia turbulenta de amor entre una joven y un soldado, pero Dylan, en la mejor tradición de Guthrie, la versiona con ironía: le sugiere a Peggy que disfrute de la vida mientras sus pretendientes no están. Greatful Dead tiene también una versión de este tema, que fue toda una sorpresa cuando lo escuché por primera vez. “Highway 51” con el que se cierra el lado A del vinilo es considerada por algunos autores como la primera canción folk rock. Escucharla hoy, con un Dylan de voz juvenil y agresiva, es estimulante, y me hace pensar en las múltiples voces de Dylan a lo largo de su vida. Hoy día es posible escuchar este disco y sentirlo como el paso de un viento fresco, aun cuando la temática de sus canciones aborden universos lúgubres o destilen pesimismo.
La verdad es que “Man of Constant Sorrow” no me disgustó, aun cuando un Dylan de voz juvenil y fresca, acudía a los tonos quejumbrosos. Había cierto sentimiento en la canción que hizo que yo tuviera mejor disposición para aceptarla. Aquí, Dylan, como ha hecho muchas veces a lo largo de su discografía, utilizó algunos versos para ajustarle cuentas a la mamá de su noviecita, que no lo toleraba porque lo veía como un vagabundo, sin futuro. No era para menos. Claro, la mamá de Suze Rotolo jamás se iba a imaginar que este seguidor de Woody Guthrie algún día llegaría muy lejos.
El lado B del vinilo se abre con un tema que hace referencia al evangelio de Lucas. Aun cuando “Gospel Plow” no sea una composición suya, creo que es posible decir que con ella Dylan inaugura aquella corriente de canciones con temática religiosa, lo cual era algo totalmente extraño para mí. La versión de “Baby, Let Me Follow You Down”, que yo había escuchado en The Last Waltz fue tan arrebatadora y vital que quedó como la definitiva. Cuando escuché la versión que aparece en este primer álbum de Dylan, la sentí tan pobre en su sonoridad y tan desvaída, que sufrí una gran decepción. No hay duda de que ese sentimiento negativo hacia esta canción de toques delicados de guitarra, voz y armónica, era generado por esa falta de ejercicio auditivo de una música de cortes tradicionales y lejanos que jamás había escuchado. Hoy día, escucho esta canción atribuida al reverendo Gary Davis, y no dejo de sentir por ella ese afecto
Muchos que conocieron al joven Dylan tampoco se lo imaginaron. Y más bien no faltaron quienes pensaron que había una gran contradicción entre el osado joven y la temática que abordaba en sus canciones: el entorno agresivo y la muerte. Yo entre ellos. Porque escucharlo cantar, forzando la voz, “Fixin’ to Die, Fixin’ to Die”, como que me golpeaba, sobre todo porque no era precisamente una canción que pudiera aliviar mi depresión. Esa canción hablaba de prepararse para morir. Sí, era una canción bastante depre, pero la interpretación de Dylan rayaba en la exaltación. Yo ya no sabía qué hacer. Recuerdo haberla repetido varias veces ¿Me gustaba o no me gustaba? ¿Me estaba obsesionado con ella? Debo admitir que esta canción se me quedó grabada por mucho tiempo y la tonadilla y la voz de Dylan siempre volvían a mí. Y no necesariamente porque me gustara en ese tiempo. Hoy en día, la considero una de las mejores piezas del álbum. Un tremendo homenaje a Bukka White, el bluesero enrejado en Mississippi por peleador y temperamental. Dicen que la versión se acerca más a la de van Ronk, que un Dylan ambicioso no tuvo reparo en apropiársela. En cambio “Pretty Peggy-O”, me resultó divertida. Y hasta ahora, cada vez que la
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especial que proviene de tomar contacto con los orígenes de una composición que fue la tarjeta con la que Dylan se presentó ante mí en The Last Waltz.
el penúltimo track del lado B del vinilo, “Song to Woody”, Dylan aparece cantándole a su héroe, Woody Guthrie, las razones por las cuales él ha venido de tan lejos para verlo. Ha venido, le dice en versos sencillos y cariñosos, sólo para rendirle homenaje y mostrarle todo lo que su música ha hecho por él. La satisfacción de Guthrie, que reconoció de inmediato al artista talentoso, residió quizás en el hecho de constatar cómo su vida y obra tenían ahora una continuidad. El disco se cierra con una composición de Blind Lemon Jefferson, “See That My Grave Is Kept Clean”, que el autor la pensó alegre y plena de energía, pero Dylan, gris y pesimista, hizo otra cosa: la llevó por predios oscuros, lóbregos. Y me dejó en esa audición de los ochenta totalmente desconcertado y enfrentado a un cantante al que no comprendí en ese tiempo. Tuvieron que pasar varios años y muchas audiciones del Highway 61 Revisited, el Blonde on Blonde, el Blood on the Tracks, el Desire, etc. para que yo volviera con otros oídos y otra actitud hacia este disco que ahora escucho con mucho cariño.
Mayor decepción me causó escuchar el lamento dylaniano de “House of the Rising Sun”. Yo había oído muchas versiones, entre ellas la de The Animals y la instrumental a cargo de The Ventures. En la primera, la potente voz de Eric Burdon es estremecedora; en la segunda, la instrumentación de The Ventures es elegante, rica en matices y llena de vitalidad. Al lado de ellas, la de Dylan aparenta ser una versión muy pobre. Y así la consideré en aquella primera audición del disco. Hoy en día, si bien no dejo de admirar las versiones de las bandas mencionadas, sin embargo, la de Dylan me entusiasma, precisamente por su sencillez, por ese leve toque de guitarra que acompaña a la voz quejumbrosa de un Dylan que no dudó en robarle la versión a su amigo Dave Van Ronk que se preparaba para incluirla en su propio álbum. “Freight Train Blues” es ligera, desaliñada, y tiene un ritmo que transcurre vertiginoso evocando las viejas imágenes de infancia de John Laird, el autor de la canción. No fueron, precisamente, los gritos de un joven Dylan, entusiasmado con esta melodía tradicional, lo que me impresionó de esta canción. Con el paso de los años, lo que me impresiona favorablemente es la audacia del joven de abordar canciones con tanta tradición encima y salir bien librado de tamaña ordalía. En
Hoy sé que Dylan siempre fue un hombre de muchas máscaras, un mentiroso irredento. Todo un actor. Y en su primer disco, Dylan, aún muy joven, actuó ya como un maestro. Estaba poseído por el espíritu de los grandes blueseros, de todos aquellos trovadores que hicieron del camino una forma de vida. Dylan, ¡qué duda cabe!, es un sobreviviente. Y él bien lo sabe. BOB DYLAN - BOB DYLAN (1962) 1. You’re No Good 2. Talkin’ New York 3. In My Time of Dyin’ 4. Man Of Constant Sorrow 5. Fixin’ To Die 6. Pretty Peggy-O 7. Highway 51 8. Gospel Plow 9. Baby, Let Me Follow You Down 10. House Of the Risin’ Sun 11. Freight Train Blues 12. Song To Woody 13. See That My Grave Is Kept Clean
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ROSA CHUMBE (2017) - DIRECTOR: JONATAN RELAYZE
¿UN MUNDO ORIGINARIO? ¿La barbarie habita en Lima? ¿Aquí afloran todos los atavismos, pulsiones e infiernos que anidan en el hombre desde la noche de la Historia? ¿El "mundo originario" entre los pobres de Lima? Esa es la cuestión de fondo. Esa es la base de mi argumento en contra de Rosa Chumbe y el fundamento de quienes ven en ella una película lograda.
se añadieron naturalismo, más realismo mágico, más populismo kitsch; y se obtuvo un puchero heterodoxo, posmoderno, donde se admite todo aquello que conduzca a una representación hiperbólica de la miseria. A eso, se le añade la etiqueta de "mundo originario". Corresponde señalar las incompatibilidades morales -no tanto expresivas- entre naturalismo, realismo mágico y populismo kitsch; y cómo éstos contribuyen a una representación contrahecha de Lima y de su pobreza; sin considerar que, desde hace varios años, el país experimenta una gran movilidad social y económica, por ejemplo.
Rosa Chumbe no necesita potabilizarse o morigerarse. Es un filme que elige ser duro, abigarrado, enrarecido. Y está bien, es una opción legítima que emparienta a esta película con la obra del mexicano Arturo Ripstein, por ejemplo. Pero, a diferencia de Ripstein, el director de Rosa Chumbe incurre en la tergiversación y en la malversación de la pobreza limeña; quizá porque el timing de la cinta -y el timing de sus personajes- es quejumbroso, superficial, preconceptual. Porque no se conoce la pobreza ni tampoco las condiciones y las circunstancias del desarrollo humano. Y, finalmente, porque aludir a la pobreza es una cuestión moral. En Rosa Chumbe no hay posibilidad de distinguir el mundo originario del mundo real. El primero fagocita al segundo. Pregunto, Rosa Chumbre ¿Es una película realistamágica? ¿La primera experiencia de realismo-mágico en el cine peruano? Lo que de suyo no está mal. Haciendo las cuentas finales, en el caldero creativo de esta película
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Y volvemos al punto de partida. Se quiere trascender el naturalismo, rozar el realismomágico, transitar la estética kitsch, para representar el "mundo originario" de los pobres, donde todo es excrecencia. Porque las condiciones artísticas, porque la dinámica de las estructuras mentales, porque la vida después de la modernidad, lo permiten. Cuando debiera tenerse presente que los grandes autores del cine hablaron de su tiempo; pensaron, vivieron, criticaron, ponderaron, reflexionaron y entendieron su tiempo; no a partir de impresiones, no a partir de una alquimia representacional más o menos exótica; sino como resultado de lecturas, vivencias, ideologías, posiciones políticas, filosofía, sistemas de trabajo, actitudes; y el desarrollo del oficio. ÓSCAR CONTRERAS 5
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JUKEBOX DESDE EL OTRO LADO
ESCRIBE: CONX MOYA
SOLEÁ MORENTE Y TODO LO QUE NOS GUSTA
tú fueras mi novio” con Los Evangelistas. Soleá, cuyo primer álbum Tendrá que haber un camino fue publicado a finales de 2015, se ha hecho en estos pocos años de carrera con un bonito repertorio de canciones como “Todavía”, “La ciudad de los gitanos”, “Dormidos”, “Vampiro” o “Dama errante”.
En esta casa queremos mucho a los Morente. El patriarca, el gran Enrique Morente, fue un prestigioso cantaor flamenco, de espíritu roquero, hombre avanzado, valiente y solidario con muchas causas. Al gran Morente los hijos le salieron artistas. Estrella fue la primera, revelándose como una poderosa cantaora, en la senda de su padre. Eran los tiempos de la grabación de Omega, el mítico disco que llevó al límite la experimentación, mezclando flamenco puro con punk rock y que originó una explosión nuclear en la década de los noventa. Por entonces Soleá Morente era una niña que soñaba con escribir. El desaparecido músico y periodista granadino Jesús Arias, compadre de Joe Strummer y cronista de treinta años de rock en la ciudad andaluza la definía como “la más entrañable de la familia, la más tímida, tal vez la que tiene mucho más mundo interior”. Soleá se mantuvo a la sombra y fue tras la repentina muerte de su padre cuando se decidió a iniciar su carrera musical.
A mediados de mayo, las fiestas patronales de Madrid nos ofrecieron la posibilidad de disfrutar de Soleá en un concierto lleno de elegancia, delicadeza, corazón y sensibilidad. Soleá apareció en el espectacular escenario de la Plaza Mayor de Madrid vestida de flamenca, con flor roja en pelo, cazadora de cuero y la muñequera de pinchos que perteneció a su padre y siempre lleva puesta en su memoria. Se acompañó a los coros, las palmas y el baile de su madre, Aurora Carbonell y su tía, “La Globo”. La noche tuvo su “momento Cohen”, con la versión de “Esta no es manera de decir adiós”. Soleá contó en un tema con la presencia de La Bienquerida, cantante que ha compuesto tres canciones para el disco de Soleá, una de ellas “Nochecita Sanjuanera”, que también sonó en el concierto. Para finalizar, nos regaló una bonita versión de “El bello verano”, de Family, un grupo vasco de pop indie de los años noventa. Fue una noche llena de todo lo que nos gusta.
Su relación con diferentes roqueros españoles, miembros de Lagartija Nick, Los Planetas, Pájaro Jack o Napoleon Solo, le han granjeado el apodo de “La hija indie de Morente”. Mi interés por Soleá comenzó cuando en 2013 descubrí su canción “Si DISCOS Y OTRAS PASTAS
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THE BEATLES – “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” (2017)
UN SARGENTO CON NUEVO UNIFORME
Mientras McCartney elaboraba los sinuosos arreglos de “A Day in the Life”, se le ocurrió como final perfecto un sonido de piano potente, grave y prolongado en Mi Mayor. Para ello fue necesario tocar cuatro pianos simultáneamente, manteniendo la nota el mayor tiempo posible. A la señal del bajista, él junto a Lennon, Ringo y Evans tocaron las teclas con todas sus fuerzas; ya iban presionando poco más de cuarenta segundos cuando de repente el cansancio vence a Ringo y mientras cambia de postura hace chirriar uno de sus zapatos, filtrándose dicho sonido en la grabación. McCartney voltea hacía él y le lanza “una mirada asesina” de reprobación. Esta anécdota contada por el mítico ingeniero de sonido, Geoff Emerick, nos muestra un aspecto del liderazgo mccartniano que experimentó la banda en su segunda etapa, la más celebrada. En Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, Paul no solo concibió el concepto del álbum (una especie de banda álter ego de los Beatles), también aportó la mayoría de las canciones y arreglos, y sobre todo, consiguió posicionar al sonido de su bajo como el gran protagonista.
Hacer este lavado de cara fue una tarea complicada teniendo en cuenta que las tomas originales fueran grabadas en solo 4 canales. Giles, haciendo uso de todo su talento ampliamente demostrado en Love (2006)- y apoyándose en tecnología ‘state of the art’ logró armar un puzle nuevo de cada canción. Una novedosa mezcla en estéreo que mantiene parte de la personalidad del mono original, es decir, los sonidos no están diametralmente separados en los lados derecho e izquierdo, sino que se escuchan más “al centro”, con un balanceo casi milimétrico. Desde la primera canción uno se da cuenta que la batería y las percusiones tienen mayor volumen y que cada línea que dibuja el bajo se escucha más definida; por ejemplo en “Lucy in the Sky with Diamonds” prácticamente McCartney “canta” junto a Lennon. En las guitarras, prevalecen los sonidos medios: los riffs de “Getting Better” ahora tienen más cuerpo y los solos en “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (Repise)” y “Good Morning Good Morning” suenan más afilados y potentes. Y en cuanto a los arreglos de cuerdas, estos tienen un mejor efecto envolvente: la summa cum laude del disco, “She’s Leaving Home”, sale ganando en este aspecto. Pero no todo es favorable. Esta nueva mezcla sufre de uno de los peores males sonoros de nuestro tiempo: tiene una mayor compresión del rango dinámico. Un sargento forzado a entrar en la guerra del volumen.
Cincuenta años después, Giles Martin -hijo del productor George Martin- se atrevió a remezclar el Pepper. Cualquier fan audiófilo de los Beatles sabe y siente que la mezcla original en estéreo de 1967 -elaborada sin mucho esmero en pocos días- es muy pobre en matices, sin mucho detalle y con pérdida de varios sonidos; mientras que la mezcla en mono que tomó semanas en completarse porque era el estándar de aquella época- es muy superior y refleja lo que los músicos crearon en el estudio.
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La “guerra del volumen” (Loudness War) consiste en elevar el volumen de una canción reduciendo su rango dinámico. Para ello se aumenta el volumen de los instrumentos que suenan más bajo, logrando que todos los elementos que componen una canción suenen con la misma intensidad. Esto se hace para “impactar más” al oyente, llamar como sea su atención sacrificando aspectos como la fidelidad, la naturalidad, el
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factor sorpresa y en muchos casos tirando por la borda lo que concibió el artista. ¿Cómo afecta esto al nuevo Pepper?, pues, se metieron con su gran protagonista: el bajo en algunas canciones ha perdido omnipresencia debido a que hay otros instrumentos compitiendo con él. En “Fixing a Hole” la guitarra se impone en algunos pasajes Pero la más perjudicada en esta guerra ha sido “Being for the Benefit of Mr. Kite!”; en la figura de abajo se observa la casi nula diferencia entre los sonidos bajos y altos de la versión 2017. “Being for the Benefit of Mr. Kite!” (mezcla 1967)
Al final, haciendo las sumas y las restas, tenemos un saldo favorable. El Pepper versión 2017 no supera a la mezcla mono, pero es muy superior a su padre estéreo y ofrece nuevas sensaciones. Como ejemplo de ello volvemos a “A Day in the Life”: en la versión original, luego del segundo crescendo orquestal, el último gran acorde se siente como una gran explosión cuyo impacto te hace volar por los aires. Pues ahora, también se sienten las esquirlas. Te mata sí o sí. HENRY A. FLORES Nota: esta nueva versión del Sgt. Pepper fueron disfrutadas y analizadas en vinilo con un tornamesa y parlantes Pro-Ject Audio, y en audio digital formato FLAC a 24 bits/44 KHz con un reproductor Fiio X3 y audífonos Audio – Technica ATH-M50.
“Being for the Benefit of Mr. Kite!” (remezcla 2017)
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Por este motivo, recomiendo el formato vinilo para disfrutar a plenitud de esta remezcla, ya que por limitaciones físicas este formato no puede contener canciones tan “ruidosas” como el audio digital.
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CUBA STONE AUTORES: JOSELO, SINAY & GAMBOA (MÉXICO, ARGENTINA & PERÚ) En marzo de 2016, The Rolling Stones, la banda de rock más grande del planeta y famosa también por su avaricia, dio un concierto gratuito en la capital de Cuba como colofón perfecto para su gira “América Latina Olé Tour”. Cuba Stone contiene tres crónicas bajo la supervisión y edición de la prestigiosa Leila Guerriero- que reflejan la magnitud de este acontecimiento. Para Javier Sinay, periodista argentino, el evento es un pretexto para hablar de Cuba, de su situación actual, de su historia, de cómo es la vida de los músicos roqueros. Todo bien escrito pero sin equilibrio -porque uno quiere saber más del concierto- y sin pasión. Él no es un fan, solo fue a hacer un trabajo sociológico. En cuanto a Joselo Rangel -guitarrista y compositor de Café Tacubasu relato es ameno, ilustrativo y muy revelador a partir de su experiencia personal como músico exitoso y fan de los Stones. Consigue ingresarnos al concierto, a disfrutarlo y también a sufrirlo. Sobresale con la jocosa descripción de los fans, de cómo se siente al ser un espectador más (tan acostumbrado a estar en el escenario o en zona Vip). También se da tiempo para hablarnos de este país bananero, pero sin perder el norte, sabiendo que de Cuba se puede escribir en cualquier momento, en cambio
de los Rolling Stones en La Habana solo tendrá esta única oportunidad. Y de yapa conocemos con él un poco del panorama musical de la ciudad. Una buena muestra de cómo hacer una crónica de un concierto. El último relato es del escritor peruano Jeremías Gamboa (ahijado literario de Vargas Llosa). En vez de una crónica parece una pequeña novela en primera persona, en donde su obsesión vargallosiana por la figura del padre está presente en cada línea; una evocación a su niñez y juventud relacionada con los cubanos inmigrantes. Gamboa sale airoso jugando a dos tiempos: en el presente mientras disfruta del concierto de los Stones, y en el pasado cuando era un muchacho de barrio cuyo parque de juegos se vio súbitamente “invadido” por los cubanos refugiados disidentes en 1980. Es el trabajo de un novelista con un final conmovedor. Tres crónicas, tres miradas diferentes, tres formas de abordar un concierto de la banda más longeva del planeta. Un libro muy didáctico y disfrutable. Ojalá hubieran más escritos como este relacionados con la música. HENRY A. FLORES
DIRECTOR: HENRY A. FLORES
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