DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com AÑO 12 NÚMERO 82
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JUNIO 2018
ARCTIC MONKEYS - “Tranquility Base Hotel + Casino” (2018)
EL NUEVO PLANETA DE LOS MONOS debido al sonido más oscuro y a esas letras más intrincadas en algunas piezas, o tal vez huela al pop dulce de “Suck It And See” en alguna composición, pero el salto que han dado los monos con este álbum es el más grande hasta la fecha, incluso teniendo en cuenta al sorprendente “Everything You’ve Come To Expect”.
Sabemos que un buen (o mal) día a Alex Turner le regalaron un piano por su cumpleaños y se olvidó de la guitarra para componer, sobre los teclados, de forma solitaria un puñado de canciones que no sabía si podrían encajar con los Arctic Monkeys, pero sus compañeros lo convencieron y juntos trabajaron en ellas. Se habla de “Tranquility Base Hotel & Casino” como un trabajo conceptual, y aunque no fue concebido como tal, podríamos decir que sí lo es y que también es el disco más homogéneo de la banda desde su debut (con el que no tiene absolutamente nada que ver). Es un disco difícil de describir, incluso más que de escuchar: suena añejo pero a la vez actual y posee una identidad propia muy característica. Las referencias a otros artistas son constantes (Leonard Cohen, David Bowie) y al mismo tiempo el carisma de Turner se antepone a cualquier parecido que queramos encontrar, incluso si miramos a los propios trabajos de la banda. Quizás podemos percibir cierto toque a “Humbug”
Olvídense de aquel grupo de indie-rock guitarrero de los primeros discos y de los riffs pesados de “AM” porque aquí no los van a encontrar. La sensación es que estamos ante un disco de ‘Alex Turner & Arctic Monkeys’. ¿Significa eso que la instrumentación no es destacable? Para nada, pero la parte vocal toma las riendas por completo gracias también a las letras. Si hay un elemento que aporta cierto carácter unitario es la referencia al espacio. Además, nos revelan por primera vez a un Alex Turner que se atreve a reflexionar sobre la sociedad actual, las nuevas tecnologías, la alienación, el neoliberalismo y sus demonios internos, con multitud de referencias a la cultura pop y a un universo no deseado. En resumen, “Tranquility Base Hotel & Casino” es un viaje a la Luna dirigido y orquestado por Turner, quien una vez instalado dentro de su propia suite en el satélite se dedica a jugar al escapismo, a confundir al oyente con letras aparentemente inconexas, composiciones cuyas estructuras no responden a la canción pop que podríamos esperar de los Arctic Monkeys y una instrumentación que utiliza sonidos del pasado para incorporar un carácter distópico, apocalíptico y espacial. FERNANDO PÉREZ
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Visita al museo del Salón de la Fama del Rock and Roll
TIEMPOS DE PEREGRINACIÓN ROQUERA ESCRIBE: HENRY A. FLORES
Salto de mi asiento cuando veo al inmenso Prince, y a todo volumen, apoderarse del solo de guitarra del “While My Guitar Gently Weeps” de los Beatles. Lo veo dejarse caer mientras algo lo posee. Después cierra los ojos y mueve la cara frenéticamente a la misma velocidad de sus manos para luego lanzar por los aires y sin retorno a su Telecaster, como si el mismísimo George Harrison la hubiera recibido en el cielo. Perfecto final para esta proyección que compila los mejores momentos de las ceremonias de inducción al Salón de la Fama del Rock and Roll. Se prenden las luces y todos aplaudimos y vitoreamos. Me acordé de aquellos sábados por la tarde, en San Miguel, viendo estos conciertos completos del Salón de la Fama en el depa de mi viejo y querido amigo, el Inge Llanos. Muchos sábados, hasta el anochecer, condensados en un filme de doce minutos. Sin embargo, a la salida del Connor Theater (ubicado en el cuarto nivel del museo) otra sorpresa me aguardaba: en un pasadizo poco alumbrado y en fila india, mientras observaba a mi derecha las fotos de los performers del film (mi tío Neil, Macca, Eddie, Eric, Bobby, Chuck, George, Tom, Ringo, Bruce) y a mi izquierda algunos de los instrumentos y ropas que usaron, de repente quedo petrificado cuando veo el traje y el sombrero rojo de Prince. Con esfuerzo salgo de la fila y me acerco lo más que puedo. La vitrina queda empañada con mi aliento.
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El museo del Rock and Roll Hall of Fame queda en pleno centro de Cleveland (Ohio) en una zona llamada North Coast Harbor, que es el lugar donde la ciudad se encuentra con el gran lago Erie. Mi primera visita fue en un día lluvioso y la segunda, una semana después, en un día soleado. En plena lluvia, el paisaje alrededor es deprimente y solo quieres ingresar cuanto antes a la gran pirámide que alberga al museo. Cuando el sol reina, aquel pedazo de bahía cobra vida y hasta dan ganas de subirse a cualquiera de las embarcaciones y dar un concierto de rock al aire libre. En el nivel cero (galería Ahmet Ertegun), varias salas repletas de instrumentos musicales, ropas, artículos personales, pósters, letras de canciones, sonidos, videos, etc., intentan contarnos la historia del rock: desde sus raíces (country, folk, bluegrass, blues, góspel, R&B) hasta algunos actos de la década presente como los Alabama Shakes. Estar frente a la consola con la que Jimi Hendrix grabó y mezcló su seminal “Are You Experienced?” (1967) presagia la inundación que mis ojos sufrirán. Llego a la sección dedicada al grunge -el furioso rock de principios de los noventa- y una guitarra rota de Mike McCready (Pearl Jam) me da la bienvenida; veo muñequitos de Alice In Chains, afiches de Soundgarden, Nirvana, Mother Love Bone, Green River (la primera banda grunge de la historia) y Mudhoney. Ya no resisto más al ver la letra de “Indifference” tipeada por Eddie Vedder. El “Ten” y el “Vs.” sonando en mi walkman una y otra vez. La segunda inundación es británica con la sección dedicada a The Beatles y su más preciada joya: el mellotron con el que McCartney compuso y grabó el intro y acompañamiento de “Strawberry Fields Forever”…nothing is real. Entre este nivel y el segundo, mis ojos ya no
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sabían dónde posarse: las guitarras de Muddy Waters, Stevie Ray Vaughan, Slash (con su sombrero de copa incluido), Pete Townshend, los bajos de Rick Danko y John Paul Jones, la acústica con la que Eric Clapton grabó su ya clásico unplugged, la Mosrite de Johnny Ramone, el uniforme scout del niño Jim Morrison, el uniforme escolar de Angus Young, el traje que usó Meg White para la portada del “Icky Thump”. La lista es interminable, hay de todo y para todos. Y ese todo es parte de la historia de la música popular y de mi historia personal. En el nivel tres se exhiben las placas con los nombres de los ingresados al Salón de la Fama del Rock and Roll desde 1986 hasta el año pasado. Además, hay un salón dedicado a los que han ingresado en este año como Bon Jovi, Nina Simone y Dire Straits. También puedes votar electrónicamente a través de unas pantallas táctiles para sugerir candidatos; voté dos veces por Soundgarden. En las estadísticas de ese día Rage Agaisnt The Machine estaba en el primer lugar. Luego me puse a buscar los nombres de mi héroes como The Beatles, Pearl Jam, The Who, The Band, Guns N’ Roses, Paul McCartney, Neil Young, Ramones, Bob Dylan, George Harrison, The Beach Boys, Lou Reed, Van Morrison, Patti Smith… y cuando llegué a la placa de Leonard Cohen, inconscientemente la toqué y me persigné.
comida variada (para el tipo heavy, sus buenas hamburguesas; y para siluetas emo, sus verduritas y refrescos sin azúcar) y la tienda de suvenires está bien surtida pero es cara, recomiendo no comprar los discos ni los libros a menos que seas un ‘sugar daddy’. También ingresé a una curiosa cabina donde te filman mientras respondes preguntas sobre el rock; al terminar ingresas tu email y al día siguiente ya tienes el video del recuerdo en tu bandeja.
Garth Hudson (The Band) dijo alguna vez que los músicos son los sacerdotes del alma. Pues, miles de vidas han sido de alguna manera aliviadas o transformadas por las canciones de estos héroes reunidos dentro de esta gran pirámide, todo un centro de peregrinación para el melómano roquero. Gracias José por unirte en la primera aventura, gracias Sandrino por la segunda oportunidad y gracias Silvia por animarme a hacerlo. Parte de lo que soy y de cómo me relaciono con el mundo viene de aquí.
El último nivel (el quinto) es utilizado para exposiciones temporales. Me tocó ver la muestra por los cincuenta años de la revista Rolling Stone y sus más de cien emblemáticas portadas, mientras una linda DJ trasmitía en vivo su programa de radio en una cabina instalada para la ocasión. En el primer nivel, el restaurante tiene
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JUKEBOX DESDE EL OTRO LADO
ESCRIBE: CONX MOYA
RENDICIÓN: LA MADUREZ LITERARIA DE RAY LORIGA Una foto de Ray Loriga con melena, cazadora vaquera, botella de cerveza y enormes anillos componía la portada de su novela “Héroes” (1993). Por entonces otra foto del escritor madrileño decoraba el interior de uno de mis cuadernos, en los que recogía citas, fragmentos de lecturas y canciones. Entonces leí alguna de sus primeras novelas, pero no me identificaba con los personajes que poblaban aquellas historias. Veinticinco años más tarde una sesión del Gabinete de Lectura de La Central me ha permitido reencontrarme con aquel héroe literario de los noventa. El encuentro con un Loriga maduro no ha sido decepcionante, más bien al contrario. “Me he vuelto un antiguo” (El Confidencial, 2017), afirmaba en un titular. Reposado y serio, según avanza el Gabinete se le escapa un fino sentido del humor y un travieso reírse de todo, incluso de sí mismo. Más bajo de lo que esperaba, viste chaqueta de punto azul marino con cremallera, sobriedad que cubre, como en una metáfora, el colorido atuendo interior, un polo de manga larga a rayas y un pañuelo de cuello verde esmeralda con flores rojas y fucsias. Durante el gabinete se arremanga en ocasiones, dejando al descubierto dos enormes tatuajes de tinta desvaída por el tiempo (Loriga y sus tatuajes, en una época en que casi nadie los tenía), una especie de tribal que acaba en algo que me recuerda a la cola de un lagarto y un contundente “Christina” en el otro brazo. Nos regala frases directas y pensamientos lúcidos durante toda la sesión del Gabinete que compartimos con él. “Rendición” es el doceavo libro de Loriga, en una carrera de veinticinco años. Al ser una novela con una única voz, nos cuenta que tuvo miedo a que la voz se le fuera, “a veces pensaba que estaba hablando yo en lugar del personaje”. Después de finalizar “Za Za…” retomó el texto con “la mirada más limpia, las ideas más claras y más entusiasmo”, poner distancia le hizo bien. Loriga nos confiesa que las primeras páginas de la novela son las únicas que no han variado. El libro comenzó con “una sensación, un tono”, tenía claro que sería una novela de una sola voz, todo llegaría “a través de los ojos y
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el conocimiento” del protagonista. El tono era muy delicado y temía perderlo, de ahí el parón de varios años. Buscaba una fábula que estuviera construida con elementos realistas, futuros que pueden resultar creíbles. La novela fue ganadora del Premio Alfaguara 2017. “Me gusta los premios cuando me los dan a mí”, dice entre risas. Trata sobre el proceso de traslación personal y de “diáspora mental”, y de cómo afecta ese proceso a lo que pensamos que somos. El protagonista es un hombre maduro, con una vida hecha, que tiene la sensación de “saber quién es”, en ese contexto llegan las preguntas sobre quién fuiste y quién llegarás a ser. Loriga opina que la sensación que tenemos sobre nosotros mismos “viene de nuestra relación con los demás”, amor, amistad, familia, trabajo, posición; “cuando eso se empaña, ¿cuánto queda de uno mismo?”, se pregunta el autor, que recalca en varias ocasiones que le interesa la reflexión del lector, “no quiero imponer dogmas sino presentar posibilidades”, evitando moralismos. Y lo consigue, la novela es un libro que presenta continuas “paradojas y conflictos” al lector, hace pensar constantemente, nos planta ante las diferentes encrucijadas que se le plantean al protagonista; llegamos a entenderle, a exasperarnos con él, a sentir su miedo y su incomodidad, a enfadarnos de su fanfarronería y de sus momentos de cobardía, le apoyamos en sus dudas y su disensión. El propio Loriga ha definido a su narrador en alguna entrevista como “un estorbo del futuro, un estorbo del progreso”. También hay lugar para el cine en la conversación. El séptimo arte es muy importante en la obra de Ray Loriga, no solo por haber escrito guiones y dirigido películas. Lo considera como “escritura para otros”, en ocasiones por encargo, que le sirve “para desoxidar y combatir el solitario oficio de escribir”, ya que es un trabajo en equipo, donde hay que considerar más ideas. De alguna manera su escritura es muy cinematográfica. Así, confiesa haber tenido en la cabeza durante la escritura de “Rendición” a Andréi Tarkovsky y la aclamada película “Hasta el fin del mundo” de Win Wenders (1991).Un gran reencuentro con un gran Loriga. Que veinticinco años no son nada.
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Memoria improbable del show de QUEENS OF THE STONE AGE & FOO FIGTHERS en Buenos Aires
EL ARTE PERDIDO DE MANTENER UN SECRETO ESCRIBE: JORGE CAÑADA Los sismos producen ultrasonidos de baja frecuencia, ondas sísmicas muy leves que anteceden al terremoto. Cuando un sismógrafo capta estas frecuencias, envía una señal a la velocidad de la luz a una central encargada de emitir alarmas. La señal de alerta llega antes que las ondas sísmicas producidas por el terremoto, pero nunca logra detener lo inevitable. ¿Será esa oscilación acústica, imperceptible para el oído humano, el Sonido del Fin? Ese soundtrack del apocalipsis que algunos sabios trasnochados atesoran como el secreto mejor guardado por siglos. La vana vibración que resistirá flotando en el viento cuando ya nada ni nadie quede. * * * Esta tarde de marzo en Buenos Aires todo presagia el final de algo. Un ruido blanco custodia el vacío. Se parece demasiado a esa resonancia que anuncia conmociones, pero pasa desapercibida para muchos. Todo sigue su curso con la cadencia de un día más, aunque una legión que se cuenta por miles no es ajena a un llamado sónico que viaja a través del tiempo. Son los dueños de un secreto que trasciende las barreras del sonido. Un ejército de autómatas que avanza dejando un rastro de latas de cerveza que traza el camino de vuelta. Los guía el rumor filtrado por un amplificador de bajo que viene progresando desde el patio trasero de Palm Springs. Una música de abismos de arena y soles rojos que recuerdan la muerte en delay de una estrella a millones de años luz. Esa repetición de acordes que hace perder la noción del tiempo cruzó Sky Valley arrastrada por
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una masa de aire caliente, pasando por el Rancho de la Luna, para aterrizar con su estallido valvular en el estadio de Vélez. De repente se cumple la sentencia de Borges: el milagro tiene derecho a poner condiciones. A los muchos que siguen formando fila del otro lado de las tribunas, la puntualidad del show esta vez les arrebata el ingreso de Queens of the Stone Age al ritmo prestado de “Walk the Night”. Abren fuego con “My God is the Sun”, y en pleno atardecer de un verano en retirada los QOTSA proyectan un insinuante cono de sombras, un eclipse clandestino que oscurece todo antes de tiempo. Es música nocturna que abre fisuras bajo tus pies. Homme lidera forzando el gesto empático, es áspero, austero en el trato, concentrado en su rol. A pesar de su fingida arrogancia y estilo pendenciero no te abandonaría en el desierto, pero te ofrecería un whisky en lugar de agua. Es de los que echan nafta al fuego. La luz crepuscular que tiñe el escenario acentúa el costado melancólico de esta música prehistórica. Melodías que se vuelven aún más sombrías cuando empiezan a terciar las canciones de Villains. “Feet Don’t Fail Me” tiene un corte cinematográfico y es un punto álgido en ese recorrido enigmático que propone QOTSA. Poco importa que se omitan los primeros discos. Podrían tocar cualquier canción a esta altura. Cuando su set encara el final, la imagen de un páramo se instaló definitivamente en este arrabal porteño. El blues que antaño llenaba las sesiones del desierto hoy ocupa todos los resquicios, repta hacia las plateas, y se arrastra por el campo para terminar escurriéndose por las alcantarillas. El circo deja el pueblo…
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Cuando los Foo Fighters entran en escena con “Run”, se esfuerzan por sacarle brillo a una noche que venía modelada por la espesura de los QOTSA, como si Grohl asumiera una deuda vitalicia con las huestes locales desde aquel fallido show de Nirvana, hace más de un cuarto de siglo, cuando él se escondía detrás de una batería y el que cargaba la guitarra era un rubio desgreñado, malquistado por el desaire sufrido por sus teloneros. Grohl tiene el espíritu de quien no repara en rencores ni cuentas pendientes. Parece dueño de la posverdad. Un hombre empeñado en aliviar la realidad a cualquier precio. De eso trabaja. Si Homme juega al ocultismo (“Hagas lo que hagas, no se lo digas a nadie”), Grohl elude todo misterio. Desoye desafiante una máxima de corte maquiavélico ("Si vas a decir qué, no digas cuándo, y si vas a decir cuándo no digas qué”). Cada uno de sus pasos anuncia el siguiente. Todo sin disimulo, ni eufemismos. Es un hombre viviendo un paso delante de su propia vida. Así es la música de Foo Fighters. Adrenalina programada.
ofrenda perfecta / hay una grieta en todo, así es como entra la luz." Al llegar “Dirty Water”, el ambiente se vuelve premonitorio: "Siento la llegada de un terremoto, siento el metal en mis huesos, porque soy un desastre natural, sos la mañana después de todas mis tormentas". “Everlong” parece ser la elección más apropiada para una despedida que Grohl no termina de clausurar, incluso cuando negocia el número de bises. Parece cubrir la sigilosa retirada de algo o alguien, ¿la reverberación de su propia enésima arenga antes de abandonar el escenario, el penúltimo estertor de la guitarra de Josh Homme, que acopla un acorde perdido, o el eco de los pasos de los fans que ya dejaron el estadio?
Como un artesano de Kintsugi, esa carpintería japonesa que se ocupa de reparar con laca y oro en polvo las grietas de la cerámica rota, Grohl reconstruye los estragos de aquello que los QOTSA jugaron a despedazar con estilo deliberado explotando el contorno anómalo de las cosas, porque los de Homme saben que lo auténtico es defectuoso por naturaleza. En uno y otro caso, las cicatrices se convierten en aquello que debe exhibirse, ya sea como recuerdo de la imperfección o como ejemplo del renacimiento. Resuenan las estrofas del himno de Leonard Cohen: “Toca las campanas que aún puedan sonar / olvida tu
* * * Perdura cierto aturdimiento, esa onda expansiva que llega a tus oídos la mañana siguiente a un concierto, como el sonido del mar que guardan los caracoles varios años y kilómetros después de haber sido arrancados del océano. La noticia habla de vibraciones geológicas equivalentes a temblores volcánicos en un lugar del hemisferio sur. "El suelo se sacudía tres veces por segundo en una cadencia rítmica", explicaron los geólogos. Los registros fueron tomados en dos estaciones de monitoreo ubicadas a más de un kilómetro del predio del recital.
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Sea lo que sea el Sonido del Fin, cada una de esas imágenes sonoras, o su conjunto, componen un relicario de memorabilia roquera de connotaciones místicas. La exageración perdería crédito como tal si hubiera forma de medir la energía liberada hace instantes en el campo de Vélez. Nada ni nadie devela el secreto.
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WIÑAYPACHA (Perú, 2017) – Director: Óscar Catacora
TRIUNFANDO EN AYMARA
Estamos ante un filme sin precedentes en la historia del cine nacional. Catacora despliega una narración y puesta en escena inmensa, cósmica; utilizando un argumento concreto y simple: la desgracia que sobreviene a dos ancianos aymaras, marido y mujer, pastores, que invocan el regreso del hijo ausente que vive en la ciudad. El presagio, el presentimiento, el culto a la naturaleza (a la tierra y los animales), la rutina pastoril, la añoranza y la puna escarpada, son los términos de referencia de la película; y el sustrato dramático de los personajes (los maravillosos Wilka y Phaxsi) que tienen un objetivo, una identidad y un problema dramático que enfrentar, desde la soledad y desde la inmensidad; porque la ira de Dios los aporrea luego de mentar al hijo ingrato y pedirle al viento que lo traiga de regreso. Como si naturaleza -y el destinorenegaran de la ciudad y de sus vilezas.
LIBROS
WIÑAYPACHA es una cinta localizada, nativa, específica; pero no costumbrista. Al contrario, es universal, conecta con la gran narrativa y dramaturgia del mundo, desde Sófocles y Shakespeare pasando por Rulfo, Hamsun y otros. Y también con el gran cine de Sokurov, Bela Tarr, Kurosawa, Tarkovski, las primeras películas de Zhang Yimou y Chen Kaige, Lisandro Alonso y Carlos Reygadas. WIÑAYPACHA es una película distinta, exigente, legible, hermosa; quizá una de las mejores películas peruanas de todos los tiempos; un triunfo cultural de la nación aymara a partir del esfuerzo de Óscar Catacora y su equipo; que guarda correspondencia con este viejo, dolido y maravilloso país que es el Perú.
ÓSCAR CONTRERAS
LIBROS
LA CASA DE MATRIONA / INCIDENTE EN LA ESTACIÓN DE KOCHETOVKA AUTOR: ALEXANDR SOLZHENITSYN (RUSIA) En ambos relatos, basados en la vida real, la recreación de los hechos es como un documental fílmico. El Nobel ruso usa un lenguaje simple pero muy detallado en sus descripciones. Las lecciones que sacamos son poderosas: la anciana Matriona es la representación del pueblo soviético fuera de las grandes ciudades, el que no comprende qué significa pertenecer a un país inmenso, tratando de adecuarse a las reglas sociales y económicas de la patria socialista, que solo viven el día a día, sus vidas son simples, intrascendentes y sus muertes trágicas pero olvidables. Sobre estas personas se sostiene el sistema, son los verdaderos héroes de la revolución. En el segundo relato, un militar bien intencionado logra simpatizar con un actor y le brinda su ayuda desinteresada, pero basta que este último olvide el nombre antiguo de Stalingrado para que pase de ser un tipo admirado a sospechoso de ser un espía de los alemanes y que debe ser capturado por el servicio de inteligencia. Falso patriotismo, ciego y paranoico, que arrasa al individuo.
LIBROS
NOCTURNOS AUTOR: KAZUO ISHIGURO (JAPÓN, UK) Conjunto de cinco historias atravesadas por la música, la nostalgia y la tirantez. Aquí Ishiguro despliega su habilidad para crear tensión hasta en las situaciones más irrelevantes y cotidianas, en las que el lector queda atrapado y a veces sofocado, esperando un final, una explosión, una válvula que alivie. Dos de estos relatos parecieran quedar inconclusos, llegando a frustrarnos. Incluso en los otros tres donde se aprecia un final, nos queda la sensación de que continuarán. “El cantante melódico” y “Nocturno” son los más logrados: el mundo de los famosos expuesto de una manera tan desconcertante, sin glamur, tan corrientes y chabacanos. Ishiguro no descuida el más mínimo detalle, el gesto, la puesta en escena. Hay situaciones en las que uno quiere saber por qué las cuenta, de qué manera contribuyen a la historia, qué de interesante o atractivo tienen. Creo que la respuesta está en que así es la mayor parte de nuestras vidas.
DIRECTOR: HENRY A. FLORES Discos y Otras Pastas no se hace responsable del contenido de los artículos y agradece a sus colaboradores por la exclusividad otorgada.
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