2 Sus poderes a veces desaparecían durante dos o tres días, y a continuación se iniciaban sin previo aviso.
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ngélique Cottin era una niña inglesa, campesina, de baja estatura, que al parecer ejercía un extraño efecto sobre las personas y las cosas, que hoy en día se conoce como psicoquinesia o telequinesia. De hecho, los fenómenos psíquicos que ella producía son muy similares a los que normalmente se asocian con los poltergeists. A Angélica se le conocía como la Chica Eléctrica o la Chica Poltergeist, y su caso, aunque no único, fue uno de los primeros fenómenos paranormales investigados científicamente. Como tal, Angélique merece una seria atención, no sólo por parte de los parapsicólogos y los entendidos en la materia. Los extraños fenómenos en torno a esta niña comenzaron a suceder en la ciudad de La Perriere, en Francia, el 15 de enero de 1846, cuando Angélica contaba con 14 años. A las 8 de la noche, Angélica junto con otras chicas, estaba tejiendo guantes de seda, cuan-
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EL MISTERIO DE LA NIÑA ELÉCTRICA
do, de repente, la rueca que usaban comenzó a temblar como si estuviera viva. Las niñas intentaron contarlo a sus vecinos, pero éstos no les creyeron y les obligaron a continuar con su trabajo. Una por una volvieron lentamente de nuevo al taller, que se mantuvo tranquilo hasta que Angélica llegó a él. En ese momento, las ruecas comenzaron de nuevo a moverse misteriosamente. Todas las niñas gritaban de pánico, menos Angélica, que sentía una extraña sensación de atracción hacia las ruecas. Cuando los padres de Angélica se enteraron del incidente, pensaban que
su hija debía estar poseída. Así que la llevaron a la iglesia del pueblo, a fin de que fuera exorcizada. Sin embargo, el cura pretendía primero presenciar el extraño fenómeno por sí mismo, para convencerse del extraño suceso, y aconsejó a sus padres que llevaran a la niña a un médico. Mientras tanto, las sensaciones extrañas de Angélica continuaron. Cuando la niña trataba de sentarse en una silla, ésta la empujaba hacia fuera, y era tal la fuerza del poder que ni siquiera un hombre la podía sentar sobre ella. Si dormía en una cama, ésta se sacudía, y el único lugar en el que podía hacerlo era sobre
una gran piedra recubierta de corcho. Los objetos se acercaban a ella, incluso sin contacto físico aparente. El simple toque de su mano, incluso sobre muebles pesados, hacía que éstos rebotaran y saltaran de arriba a abajo. Las personas que estaban cerca de ella podían tener con frecuencia descargas eléctricas. Cuando esto sucedía, el corazón de la niña latía a 120 pulsaciones por minuto, y a veces venían acompañadas de convulsiones. Lo curioso del caso era que los metales no se veían afectados por su poder, lo que indicaba que, si fuera un poder eléctrico, sería un poco raro. Sus poderes a veces desaparecían durante dos o tres días, y a continuación se iniciaban sin previo aviso. Cuando ella se encontraba cansada, por ejemplo, los efectos se reducían. La niña fue llevada a París para que fuera sometida al estudio médico. Allí fue examinada por el doctor Tanchou, que fue testigo de sus poderes. Precisamente, en muchas ocasiones, el sofá en el que se sentaba la niña se movía por la sala de consulta. El médico, sumamente impresionado, requirió los servicios del famoso físico y astrónomo, Francois Arago. El físico llegó a la conclusión que los fenómenos eran
reales y publicó un informe en febrero de 1846. Arago pensaba que el poder de Angélica se debía al electromagnetismo. Señaló que el lado izquierdo de su cuerpo, concretamente sobre su mano izquierda y la pelvis, se hallaba más caliente que la parte derecha cuando se producían los fenómenos de la niña. Además, los fenómenos no se producían continuamente, sino sobre todo de noche, entre las siete y las nueve. Arago se inclinó aún más hacia su teoría del electromagnetismo cuando descubrió que la niña tendía a lanzar los objetos que se movían a su paso hacia el norte, incluso la propia Angélica actuaba como una brújula, ya que siempre lograba acertar dónde se encontraba el norte de algún lugar en concreto. A pesar de la imprevisible naturaleza de los fenómenos, la salud de Angélica era excelente, aunque se sugería que alguna enfermedad nerviosa era lo que podía haber provocado el origen de los fenómenos. Los padres de la chica, pobres y viendo la sugerente oportunidad, decidieron, en contra de Arago y los médicos, realizar en París una exposición con la niña, para que la visitaran los turistas previo pago.
Sin embargo, el 10 de abril de 1846, los fenómenos paranormales desaparecieron, y ya no volvieron jamás. Un caso más que insólito en los anales de lo inexplicable.
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LA BUSQUEDA DEL SANTO GRIAL L
De ese Santo Grial se ha teorizado conque podría tratarse incluso de la matriz de María Magdalena.
a búsqueda del Santo Grial es uno de esos mitos que perduran siglo tras siglo; una creencia entre mística y popular que se originó allá por el siglo XII y que no se ha abandonado hasta el día de hoy. Y como suele ocurrir en historias de este tipo, su leyenda se ha ido engrandeciendo con el tiempo y haciendo que cada vez se presente más difusa esa extraña barrera entre la ficción y la realidad. Pero ¿qué es realmente el Santo Grial? La creencia popular siempre pensó que era el cáliz de Cristo, aquel que utilizó en la Última Cena, la copa con la que posteriormente José de Arimatea recogió la sangre del Hijo de Dios mientras estaba crucificado, y quizás por ello, se le atribuyen poderes misteriosos.
CHRÉTIEN DE TROYES El primer autor en mencionar al Grial es, entre 1181 y 1191, el poeta Chrétien de Troyes en su narración Perceval —también llamada Le Conte du Graal—. La obra, presentada como tomada de un libro antiguo, habla de la visita de Perceval —quien aspira a ser caballero del Rey Arturo— al castillo del Rey Pescador, en el cual le es mostrado un grial. Dentro del mismo hay una especie de oblea que, milagrosamente, alimenta al herido padre del Rey. Perceval no pregunta por el significado de este objeto, lo cual le es reprochado más tarde. Aunque posee un claro simbolismo cristiano, Chrétien no explica en qué consiste el grial, y la obra se interrumpe bruscamente. El autor no lo denomina «santo», ni lo designa como «el grial», sino simplemente como «un grial» y considera más importante su contenido —la hostia consagrada del catolicismo— que el recipiente.
LA BÚSQUEDA SE INICIA Con el paso del tiempo, aquella búsqueda de ese Sagrado Cáliz, a la que se ha asociado a los Caballeros Templarios e incluso hasta al Tercer Reich alemán, se ha convertido en algo más que la propia física de una copa de madera. De ese Santo Grial se ha teorizado conque podría tratarse incluso de la matriz de María Magdalena a la que determinados escritos (supuestamente escondidos por la Iglesia) asocian con la esposa de Jesús, con el que probablemente tuvo descendencia. Y es a partir de esa teoría cuando se comienza a relacionar el encuentro del Santo Grial con la búsqueda de la descendencia de Cristo. Un primer documento, del año 1010, menciona por primera vez en latín medieval, la palabra “gradales”, de la que derivó posteriormente “graal” (en francés), “grail” (en inglés) y “grial”, en español. En España, por Grial se designaba en épocas medievales a ciertos recipientes en forma de copa de uso doméstico. Una forma más, ésta, de relacionarlo con la búsqueda del Cáliz. Pero los que defienden la teoría de la descendencia, hacen hincapié que la derivación de aquel “gradal” inicial a “graal”, no fue correcta. No fue el “San Graal” lo que se trasladó, sino el “Sang Raal”, se decía, la Sangre Real. Puede que, según esta teoría, lo que se traslada-
ra de Asia a Europa no fuera entonces una copa de madera, el Grial o cáliz de Cristo, sino la Sangre Real, el linaje y descendencia de Cristo. Obviamente, un descubrimiento así podría suponer un auténtico terremoto para las creencias religiosas cristinas, y podría suponer daños irreparables para la Iglesia Católica. Quizás por ello se han asociado distintas facciones misteriosas que luchaban a lo largo de los siglos por defender ese sagrado cáliz y mantenerlo oculto y otros por lo contrario, sacar la Historia a la luz. Nombres como el del Priorato de Sion, o el de los Illuminati se han
asociado con su búsqueda. Sin embargo, hubo un hecho que reforzó la leyenda. Fue en un perdido pueblo francés, allá por el siglo XIX, de nombre Rennes-Le-Chateau. Desde el siglo XII diversos escritos comenzaron ya a hablar de la leyenda, relacionándola con el Rey Arturo y sus caballeros. Eran los años en que los Templarios dejaron atrás Jerusalén. Un siglo después, un poeta alemán, Wolfram von Eschenbach, dejó escrito que los templarios custodiaban y ocultaban aquel objeto sagrado. Investigaciones realizadas en pleno siglo XX sacaron a la luz teorías (que no pruebas) de que durante siglos hubo una conspiración eclesiástica apoyada por los reyes de Francia de aquella época para mantener oculto un terrible secreto. Aquellas teorías que se plasmaron en un polémico libro, El Enigma Sagrado (1982), y El Legado Mesiánico (1886), que concluía afirmando que la búsqueda del Santo Grial era la búsqueda de todo el linaje de David con el que se entroncaba el de Jesucristo, fueron las que sirvieron de base para el libro de Dan Brown, El Código da Vinci, el que finalmente le ha dado la fama necesaria a un caso que se mantuvo durante siglos, sino oculto, sí en las sombras.
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LAS BRUJAS AREQUIPEÑAS, TESTIMONIOS
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A CCAJCA Por: Tania Alarcón Motta. Éramos niños cuando mi tía nos contaba, a mis primos y a mí, sobre la existencia de las ccajcas, éstas eran mujeres que practicaban la hechicería en el pueblo de Cotahuasi. Decía que hacían trabajos por encargo para hacer daño o brujería en contra de las personas prósperas o que tenían el mejor ganado; para ello, la Ccajca, previamente realizaba todo un ritual de oscurantismo, había un día a la semana propicia para la práctica de la magia negra y el cementerio era el lugar ideal. Decía mi pariente que en medio de la noche, la Ccajca se tendía en el piso, boca arriba, rodeada de muchas velas, cráneos de esqueletos y otros objetos de santería e invocaba al demonio. Finalmente ella lograba desprender su cabeza del cuerpo, el cual abandonaba, y solo la cabeza con el cabello suelto, muy largo, a manera de alas, emprendía vuelo para dirigirse al lugar pactado a dejar el hechizo o a chupar la sangre del ganado hasta
7 Las brujas y la brujería llegaron al Nuevo Mundo con los conquistadores españoles, y pronto crearon sus propias creencias y ritos en nuestra tierra. dejarlos moribundos y casi de inmediato, siempre antes del amanecer, tenía que volver al cementerio para nuevamente unirse a su cuerpo. Contaba, asimismo mi tía algo que le había sucedido, estaba ella volviendo a casa muy de madrugada, aún había dejado a mis otros tíos regando las chacras, pues la junta de regantes les había asignado el turno para esa noche y como quedaba lejos del pueblo habían dormido en la chujllita que tenían para quedarse. Sin embargo ella decidió volver al pueblo más temprano, todavía oscuro; caminaba tiritando de frío, alumbrando el sendero con la luz tenue del mechero. Ya casi a mitad del camino de pronto escuchó que la llamaban: Imelda... Imelda...
por favor Imelda. Mi tía detuvo el paso, el corazón lo tenía acelerado pero con voz envalentonada respondió: ¿Quién eres? ¿Qué quieres? y como respuesta solo se oía ccaj, ccaj ,ccaj, un sonido fuerte y persistente que se repetía una y otra vez. Mucho más asustada y corriendo mi tía se alejaba del lugar y nuevamente la volvieron a llamar, seguidamente con voz suplicante alguien le decía: Ayúdame, Ayúdame... Fue un momento de espanto, aun así ella se volvió, buscó de donde venía aquella voz y fue tal su asombro cuando vio enredada en un árbol la cabeza de una conocida suya... Si luego pudo desenredarse, si alguien la ayudó, si volvió a unirse a su cuerpo, mi tía nunca lo supo, nunca más volvió a ver a su conocida en el pueblo... Aún hoy, en mis salidas al campo, cuando escucho un paccpaco, un tucuuu tucuuu, o un ccaj, ccaj me invade el miedo, lo asocio con los relatos de mi infancia.
EL CERDO NEGRO -Por: Catherine Bustamante. Mi abuelo Juan me contó que había una señora muy extraña por su calle que vendía chicha de jora y que todos los del barrio la llamaban bruja, al parecer seria hipócrita y vengativa, asustando y causando infortunios a quienes hablaban mal de ella o a quienes le hacían bromas pesadas. Una vez él, en son de burla y entre carcajadas le dijo: Comadre, me han dicho que Usted es ave de mal agüero. De regreso y ya en casa él le conto a mi abuela que le había hecho una broma de mal gusto a lo que ella solo dijo: No debes enojar a una bruja Juan, no lo hagas de nuevo. Esa misma noche mi abuelo saldría a traer agua de la acequia, montado en su burro, cuando se encontró con un enorme cerdo negro que se metió bajo las patas del burro, haciéndolo asustar y tirándolo al suelo, entonces el cerdo quiso envestir y cuando ya se encontraba encima de mi abuelo, el cogió unas piedras y golpeó al animal en la cara, repetidas veces, hasta que consiguió levantarse y alcanzando al animal que huía logró patearlo tan fuerte que el cerdo escapó entre quejidos. Decidió no ir a casa a dormir y se quedó a descansar en una fonda cercana, pues su intención era que la señora abriera su puesto y así poder enfrentarla. Cuando ella se disponía a abrir, mi abuelo la intervino y para su asom-
bro la encontró con un moretón cerca del pómulo a lo que le preguntó. -Comadre. ¿Qué le pasó? ¿Por qué está Usted con la cara verde? Ella respondió. Nada compadre, es que me caí. Ya con la certeza de que era una bruja, mi abuelo regresó algo tarde a casa y mientras mi abuela recalentaba la cena él le contaba lo que le había pasado la noche anterior. -¡Olga! ¿Por qué no me miras, por qué no me dices nada? Te digo que sí es una bruja. Mi abuela volteó de pronto, mirando seriamente a mi abuelo, mostrando un rostro golpeado, magullado y con la piel del cuerpo y los brazos lleno de moretones y raspones…
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TRAS LAS HUELLAS DEL YETI
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ace no mucho, unos exploradores japoneses regresaron de su expedición en el Himalaya afirmando haber visto las huellas del Yeti: “Se parecían a huellas de humanos, pero de más de 20 centímetros de longitud; es imposible que una persona caminara descalza por la nieve en esa montaña”, declaró uno de los nipones. ¿Sabrían estos japoneses la maldición que cae encima de los que ven al Hombre de las Nieves? Dicen que si lo ves, tres años después mueres. Pues quizás sería cuestión de avisarlos, apreciado lector; en todo caso... ¿investigamos qué se ha dicho de tal criatura mitológica a lo largo de la historia? En 1921 unos científicos ingleses consiguen el permiso del Dalai Lama para entrar en el remoto y misterioso Tibet e intentar el ascenso al Everest.
Un Lama no sólo les da la razón, sino que dice saber dónde viven esas extrañas criaturas y afirma saberse capaz de capturar alguno. La expedición no conquista la preciada cima, pero pasa igualmente a la historia: regresan de las gélidas cumbres y cuentan a quien les escucha una leyenda de la zona: el mito del “abominable Hombre de las Nieves”. La leyenda causa furor y el mito queda forjado para siempre. Desde aquellos días, son muchos los científicos y aventureros que han querido probar la existencia de la criatura. Uno de los primeros fue, de hecho, el hijo de Roosevelt, el joven Kermitt, quien en 1925 emprende una expedición “para capturar animales raros”. En 1953, Sherpa Tensing y Edmund Hillary coronan el Himalaya. Hillary planta la bandera inglesa, Tensing deja unos bizcochos para los espíritus que moran en la cumbre sagrada y los dos regresan contentos con su triunfo. En el reportaje donde narran la hazaña dejan a todo el mundo atónito con sus declaraciones: “El yeti existe”, aseguran.
Y cuatro años más tarde, en 1957, un Lama no sólo les da la razón, sino que dice saber dónde viven esas extrañas criaturas y afirma saberse capaz de capturar alguno. Al menos uno de pequeñito: “No es posible capturar vivo a un Yeti maduro, porque, generalmente, tiene una altura de tres metros y la fuerza de diez hombres, pero puedo capturar vivo a una cría”, asegura el Lama. Definitivamente, y en plena guerra fría, se desencadenó la carrera por la captura del Yeti. Primero son los rusos quienes toman la delantera: en 1958 consiguen catalogar taxonómicamente al Hombre de las Nieves y afirman que en un remoto templo tibetano existe un ejemplar momificado. Lo afirman pero no lo enseñan. Estos hechos espolean a nuestro amigo Edmund Hilllary, que emprende de
nuevo una expedición. Curiosamente, mientras Hillary explora las laderas del Pamir, los rusos se retractan y de repente afirman que todo es mentira, que el Yeti no existe. “No lo encuentra la expedición rusa que lo ha buscado”, dirá el cauto titular. Pero Hillary es tan tenaz como tozudo y en 1960 reaparece glorioso mostrando al mundo una cabellera de Yeti que le han prestado unos monjes tibetanos. Con esta prueba consigue ser portada en periódicos de todo el mundo pero él sigue con su obsesión y parte de nuevo a Nepal para hallar más pruebas. La credibilidad de Hillary – y con ella, el mito del Hombre de las Nieves- se pondrá en entredicho en 1961: tras algunas comprobaciones se descubre que la famosa cabellera que elevó al Yeti al estatus de criatura real no es otra cosa que piel de cabra. “¿Hilary es un falsario?”, titularán sin piedad los medios escritos. A pesar de eso, las expediciones seguirán partiendo y las tesis sobre si existe o no, y qué es lo que existe realmente, se seguirán sucediendo. En 1962 unos suizos dirán que las huellas que tantos expedicionarios han documentado son, en realidad, huellas de oso. En 1963, los rusos matizarán: el Yeti fue real en tiempos pasados, ahora es una especie extinta. No es hasta 1972 que una expedición japonesa aporta nuevas pruebas de la existencia del Yeti al afirmar haberle oído: “Era como una llamada de voz humana”, declaran. Y el mito revive.
En 1984 sale a la luz una nueva revelación. Se trata de algo que pasó unos años antes pero de lo que no se había tenido constancia: una expedición china halló al Yeti y lo abatió. Pero… no era un Hombre de las Nieves. Era una mujer. El problema está en que dejaron el cadáver allí donde fue abatido (perdón: abatida) y ahora no lo encuentran. Seguimos sin pruebas. Así que no es extraño que sigan tomando fuerza las teorías de la no existencia del Yeti. Como tampoco es extraño que sigan saliendo expediciones en su búsqueda. El mito sigue siendo sólo eso, un mito. Pero sigue vivo. Tan vivo que incluso hay quien, muchos años más tarde, en 1997, hace llamamientos a la comunidad científica para que no paren de buscar. “No sólo es un error abandonar su búsqueda y asegurar su supervivencia, sino que cerrar los ojos ante su existencia puede considerarse un delito ecológico contra la humanidad y su variedad genética”, afirma tajante el ruso Trajtengertz, presidente de la Sociedad Rusa de Criptozoologia. El mito del Yeti parece que seguirá para siempre vivo. Siempre habrá huellas gigantes en lugares recónditos de mundo. Porque, así somos los humamos: siempre queremos soñar con criaturas extrañas. Si no son Yetis serán otras.
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LOS ORÍGENES DEL DIABLO Un relato histórico en la historia de Arequipa que también presenta su lado de leyenda, amor y muerte
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LA TRAGEDIA CRISTIANA ay una tragedia que tuvo comienzo en el comienzo del tiempo y que aún no ha llegado a su término. Una inmensa y misteriosa tragedia que cuenta, aún entre los cristianos, con pocos espectadores. Tiene tres grandes únicos escenarios: el Empíreo, la Tierra, el Abismo. Tiene sólo tres protagonistas: Dios, Satanás, el hombre. Consta, como todas las tragedias, de cinco actos. Acto Primero: Satanás se rebela contra el Creador. Acto Segundo: Satanás es derrotado y precipitado en el Abismo. Acto Tercero: Para vengarse, Satanás seduce al hombre y se convierte en su “amo”. Acto Cuarto: El Hombre-Dios vence con su encarnación a Satanás y suministra a los hombres las armas para que, a su vez, lo derroten. Acto Quinto: Al fin de los tiempos, Satanás intenta su desquite por medio
Por: Giovanni Papini.
del Anti-Cristo. Todavía estamos en el Quinto Acto, tal vez en las escenas iniciales. De los tres protagonistas, el hombre es el más débil y efímero. Y sin embargo es precisamente él, el Hombre, la suprema apuesta de estas larguísimas y múltiples vicisitudes de la guerra entre el Creador y el Destructor, entre el Amor y el Odio, entre la Afirmación y la Negación. Satanás sustrae el hombre a Dios; Cristo se lo arrebata a Satanás; pero Satanás trata, por todos los medios, de recuperarlo, y por momentos parece que lo consigue; hará una última tentativa y quedará vencido, vencido para siempre. ¿Vencido por el hecho de quedar encadenado eternamente en su abismo, o vencido por la omnipotencia del Amor que lo devolverá a su sitial en los cielos? Nadie, en la tierra, puede decirlo. Pero el hombre, el más inerme de los protagonistas, habrá de decir su palabra antes de que la tragedia llegue a su fin.
EL DIABLO, AMO DE LOS HOMBRES No quiero que se me acuse de exagerado. Copio, pues, textualmente, las palabras escritas por Matthias Joseph Scheeben, uno de los más famosos teólogos católicos modernos, en su conocidísimo libro sobre Los Misterios del Cristianismo. “Es doctrina de fe —escribe Scheeben— que la humanidad se convirtió, por el pecado de Adán, en prisionera y esclava del Demonio. Como en su totalidad fue vencida por el Diablo —o, mejor, lo fue en su jefe Adán, que siguió sus sugestiones—, quedó separada de su unión con Dios; y ahora está sujeta a él, le pertenece y constituye su reino sobre la tierra. Y está tan estrechamen-
te ligada a él que no puede de ningún modo recobrar por sí misma la perdida libertad de los hijos de Dios, ni volver a obtener la sublime perfección desde la cual se precipitó. Prescindiendo de la redención del Hombre-Dios, su prisión es absoluta y total...” Para confirmar sus afirmaciones Scheeben remite a varios pasajes del Nuevo Testamento que no dejan duda alguna acerca de nuestra terrible condición de prisioneros y esclavos del Diablo. A los espíritus simples les parecerá inaudito que un Padre, un Padre amoroso y misericordioso, entregue en poder de su peor enemigo a quienes sin embargo fueron creados por Él y destinados a la salvación. Se asombrarán de que el pecado “personal” de un padre y de una madre, aunque resulte enorme, haya de ser pagado colectivamente,
por toda su posteridad y a través de generaciones y generaciones, durante millares de años. Y se escandalizarán aún más al pensar que el Rebelde, el Adversario, el Maligno, en vez de quedar confinado en el Abismo, haya recibido, en propiedad absoluta, en calidad de siervos y de rehenes, a todos los hijos del hombre que por culpa de él y a su instigación cayó miserablemente. Pero los textos sagrados y las enseñanzas de la dogmática no admiten tergiversaciones. El estupor de la gente ingenua carece de todo valor frente a los misterios de los inescrutables decretos divinos. M. J. Scheeben lo dice explícitamente: “es doctrina de fe que la humanidad... es prisionera y esclava del Demonio”. Pues la Redención no ha suprimido de manera efectiva esta nuestra prisión y esclavitud.
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13 y muy cierto— ¿a qué se debe que los esclavos y los prisioneros del Diablo se preocupen tan poco por conocer y estudiar la naturaleza y la figura de su amo y carcelero? Nos parece que un estudio de ese tipo es esencial, improrrogable, de urgente necesidad, sobre todo para los cristianos. Para quienes aún se acuerdan de que tienen un alma, lo que importa es, ante todo, el amor de Dios.
Antes de la venida de Cristo, todos los hombres eran, necesariamente, prisioneros y esclavos del Demonio. Después de la venida del Hombre-Dios sólo han sido redimidos, rescatados, liberados, los que están íntimamente ligados a Cristo, los que, por la fe y por las obras, han llegado a unirse íntimamente a Él. Pero los cristianos todavía constituyen en la tierra una minoría; y entre los mismos que se llaman cristianos ¿cuántos hay que sólo lo son de nombre o por algunas ceremonias exteriores? Merced al agua del bautismo, todo cristiano declara “renunciar a Satanás y a sus
pompas”, y queda virtualmente lavado de la mancha del pecado original. Pero al llegar a la edad adulta la mayor parte de los bautizados dejan de mantener la promesa que en su nombre ha hecho el padrino en el bautismo, y cede en una u otra forma a los halagos y a las tentaciones de Satanás. Son muy pocos, muy raros, quienes, aun entre los cristianos, consiguen conservar intacta la virtud de la lavadura bautismal. Muy pocos, muy raros son quienes llegan a identificarse con su Salvador, a unirse a Él en los dolores de su Pasión y en el fuego de su Caridad y, con ello, a verse realmente liberados de la sumisión al Diablo. De ello se sigue que aún hoy la casi totalidad del género humano —todos aquellos que no aceptan a Cristo, más la mayor parte de los llamados cristianos— es esclava y prisionera de Satanás. No lo ignora el mismo Scheeben: “ahora está sujeta a él, le pertenece”. Aún después de la redención, el espectáculo de la vida humana confirma, y espantosamente, esta tremenda verdad de la teología católica. Lo sabía San Agustín cuando afirmaba que el mundo está positus in Maligno; lo confirma mil y mil veces lo que hoy sucede en la tierra, donde ya han aparecido los heraldos y los estafetas del Anti-Cristo. Pero si eso es cierto —como que lo es,
¿SATANÁS CREADOR DE SI MISMO? En una de las obras menos famosas del famoso poeta cristiano español Aurelio Prudencio Clemente —que vivió entre los siglos IV y V— hallamos una extrañísima teoría acerca de la inaudita presuntuosidad de Satanás. En el pequeño poema Hamartigenia, dedicado al problema del origen del mal, Prudencio afirma —y que yo sepa es el primero en afirmarlo— que el Diablo trató de hacer creer a los demás Ángeles que él era el autor y creador de sí mismo y que, por lo tanto, no debía a Dios su existencia. Hasta agregó — siempre según Prudencio— que se gloriaba de haber, creado la materia sacándola de su propio cuerpo. Esta opinión fue retomada en el siglo XI por Ruperto de Deutz en su tratado De victoria Verbi Dei, pero sólo en lo que se refiere a la primera parte — es
decir, que Satanás era el creador de sí mismo. Pero por el texto de Prudencio se entiende con claridad que Lucifer no creía realmente en sus jactancias; no era tan insensato y ofuscado como para no saber que, a semejanza de todos sus hermanos, era una criatura que el Creador había sacado de la nada. Aquellas sus absurdas afirmaciones — si en verdad las hizo, como creía el poeta Prudencio— no eran sino mentiras impúdicas para aumentar el número de sus partidarios y para justificar ante éstos su ingratitud hacia Dios y su rebelión. En ese caso el Diablo hubiera demostrado una perspicacia mucho menor que la que la tradición le atribuye; habría confiado demasiado en la estupidez y en la credulidad de sus compañeros. ¿Es posible que los Ángeles, dotados de tanto poder espiritual, creyesen en las orgullosas fábulas de Lucifer? ¿No sabían también ellos, con certeza, que había sido creado por Dios, lo mismo que ellos? Si muchos Ángeles lo siguieron, eso no se debió seguramente a que aquellas jactancias los hubiesen convencido. Jactancias que probablemente son fruto de la férvida fantasía ibérica del antiguo rector Prudencio. Únicamente los Gnósticos que veían en el Demiurgo del Antiguo Testamento una potencia maligna y demoníaca hu-
bieran podido creer que Satanás había sido el creador de la materia. ¿EL DIABLO ES HIJO DEL HOMBRE? En uno de sus cuentos de la vida real, Máximo Gorki hace hablar así al viejo Stefan Ilich: “El Diablo no existe. El Diablo es un invento de nuestra razón perversa. Lo han inventado los hombres para justificar su abyección, y también en interés de Dios, para no echarle la culpa de todo. Sólo existen Dios y el hombre y nadie más. Todo lo que se parece al Diablo —por ejemplo Caín, Judas, el zar Iván el Terrible— es siempre una invención de los hombres; lo han inventado para endilgar a una sola
persona los pecados y las fechorías de la multitud. Créanme. Nosotros, picaros, nos hemos equivocado al imaginar que hay algo peor que nosotros, como el Diablo, etcétera.” Esta opinión no es nueva, pero es escandalosamente simplista. Si sólo existen Dios y el hombre, y el hombre es corrompido y perverso, forzosamente ha de concluirse que Dios creó malo al hombre, que Dios es el primer responsable y responsable directo de los pecados de los hombres. Quien niega o ignora el Pecado original está obligado a hacer de Dios un sinónimo de Satanás. Pero claro, eso está mal entendido.
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MÁS EXTRAÑO QUE LA FICCIÓN
EDGAR ALLAN POE
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n un caluroso día del verano de 1841 se halló el cuerpo de una joven flotando en el río Hudson, cerca de Mreehawken, Nueva Jersey. Era Mary Cecilia Rogers, de 21 años, una guapa joven conocida por escritores, actores y otras celebridades que se detenían a coquetear con ella en la tabaquería “John Andersou”, en la calle Liberty al sur de Manhattan. La prensa neoyorquina aprovechó el caso, publicando diariamente reportajes sobre las acciones policiacas para resolver el misterio de su muerte y especulando sobre la identidad de su asesino: era indudable que Mary había sido la indefensa víctima de un juego sucio. El primer sospechoso fue Anderson, el patrón de Mary, que frecuentemente la acompañaba a su casa por la tarde. Aunque no tenía una coartada convincente para el día del asesinato, Anderson fue liberado cuando la atención se fijó en el prometido de Mary, David Payne, que vivía en la casa de huéspedes de la mamá de Mary en Hoboken, Nueva Jersey. Payne admitió haber visto a Mary la mañana de su desaparición, tres días antes de que
¿Era posible que el autor estuviera involucrado en el asesinato de la vendedora de Nueva York?
se hallara su cuerpo. La primera evidencia del caso apareció en una zona boscosa cerca del río: una faja, un chal, una sombrilla y un pañuelo con las iniciales “M.R.” El pasto del lugar estaba pisoteado, como si hubiera ocurrido un forcejeo. Poco después, David Payne se suicidó en el lugar tomando una sobredosis de láudano. “Éste es el lugar”, escribió Payne en su nota suicida. “¡Que Dios me perdone por mi malgastada vida!” ¿Probaba esto que había asesinado a Mary? No, dijo la policía: Payne tenía una coartada. El caso de la hermosa muchacha muerta quedó sin solucionarse. LOS HECHOS SE VUELVEN FICCIÓN Uno de los lectores de las noticias de prensa era Edgar Allan Poe, de 32 años, cuyos seis libros de cuentos y poemas le habían dado cierta fama pero poco dinero. Mantenía a su esposa tuberculosa con su salario anual de 800 dólares como editor literario de una revista de Filadelfia y buscaba un tema para continuar su primer cuento policiaco, “Los crímenes de la calle Morgue”. En la historia de Mary
15 Rogers halló un crimen para su personaje, el inspector Dupin. Pero en el cuento de Poe, Mary recibió el nombre de Marie Roget, Nueva York se convirtió en París y el río Sena tomó el lugar del río Hudson. “Con la intención de mostrar cómo Dupin resolvió el asesinato de Marie, en realidad hago un muy riguroso análisis de la verdadera tragedia de Nueva York”, escribió Poe explicando su creación a un amigo el 4 de junio de 1842. “No omito ni un solo punto. Examine, uno por uno, los argumentos y opiniones de la prensa acerca del asunto y demuestro que ni siquiera se está cerca del tema. La prensa ha seguido una pista falsa. En realidad, creo que no sólo he demostrado la falsedad de la noción de que la joven fue víctima de una pandilla, sino que también señalé al asesino.” El cuento de Poe, “El misterio de Marie Roget”, fue publicado en tres números de una revista femenina, entre noviembre de 1842 y febrero de 1843. Con su impecable lógica, el inspector Dupin (es decir, Poe) demuestra que sólo hay un asesino, el “hombre de complexión morena”, un oficial de la marina con el que se vio a Marie (Mary) por última vez y con el que desapareció, tres años antes, durante varias semanas. Aquí terminaba Poe su cuento con lo que sería su peculiar estilo lleno de misterio y sordidez, sin dar el nombre del culpable, como acostumbraba hacerlo en sus relatos anteriores. Una nota editorial explicaba: “Por razones que no daremos, pero que para nuestros lectores son obvias, nos tomamos la libertad de omitir del manuscrito original pasajes como el seguimiento de la aparentemente débil pista obtenida por Dupin. Pensamos que es prudente declarar que, en pocas palabras, se logró el resultado deseado...” ¿En realidad este comentario era de los editores de la revista? ¿O era un recurso de Poe para ocultar evidencia del caso real? Cuando se publicó su cuento, la policía aún no había resuelto el asesinato de Mary Rogers. Poco después de la publicación de “El misterio de Marie Roget”, la gente comenzó a especular que tal vez Poe sabía más de lo que quería decir. ¿Era posible que el autor
estuviera involucrado en el asesinato de la vendedora de Nueva York? Poe, que visitaba Nueva York asiduamente, bien pudo haber conocido a Mary en la tabaquería y buscar en ella la satisfacción sexual que no podía darle su esposa enferma. ¿Pero, era capaz de asesinar? En ese periodo de su vida, al escritor lo oprimía la pobreza y la falta de reconocimiento literario. Luchaba, al parecer infructuosamente, contra su alcoholismo de toda la vida y su adicción a las drogas. Para sus familiares y amigos parecía estar física, e incluso mentalmente, enfermo de gravedad. El estado de Poe parece reflejarse en los egocéntricos héroes de sus cuentos. Permitió a sus personajes dejarse llevar por cualquier pasión, torturar para su placer y aun asesinar. Sus cuentos revelan que la muerte ejercía fascinación en el maestro de lo macabro. ¿Pudo sucumbir Poe, en un memento de frenesí, a los oscuros instintos que encerraba dentro de sí, pero a los que daba salida en los extraños y amorales personajes de su obra literaria? Los psicólogos de la conducta han demostrado que los criminales frecuentemente dan pistas que conducen a su aprehensión, sin darse cuenta de sus deseos inconscientes de ser castigados. ¿Acaso Poe hizo esto al hacer la decisiva alusión al asesino de Marie Roget? El escritor era moreno, con una cabellera negra que caía sobre su amplia frente. Aunque los detectives literarios siguen especulando acerca del papel que Poe jugó en el caso real que transformó en ficción.
PRIMEROS INDICIOS DE VIDA EXTRATERRESTRE EN LA LITERATURA En el siglo XVI y siguientes hubo un cambio dramático en el pensamiento con la invención del telescopio y el heliocentrismo.
U
na vez que quedó claro que la Tierra era meramente un planeta entre innumerables cuerpos en el universo, la teoría de vida extraterrestre comenzó a convertirse en un tema en la comunidad científica. Uno de los primeros fue el filósofo italiano Giordano Bruno, que argumentó que para un universo infinito en el cual todas las estrellas estuvieran rodeadas de su propio sistema planetario, habría otros mundos con “no menos virtud ni una naturaleza distinta a la de nuestra tierra” y, como la tierra, “contienen animales y habitantes”. La posibilidad de vida extraterrestre era una trivialidad del discurso educado durante el siglo XVII, aunque en el poema El paraíso perdido (1667) Milton empleó cautelosamente este tema cuando el ángel sugiere a Adán la posibilidad de vida en la Luna: “Sus huellas has visto, así como nubes, y las nubes lloverán, y lluvia producirán frutos en su suelo ablandado, para al-
gunos que los consumirán asignados allí; junto con otros soles, quizás, con sus lunas acompañantes, se marchitarán, comunicando sus luces masculina y femenina”. Fontanelle expandió la esfera creativa del Creador, en lugar de negarla, en su obra Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos. Y en La excursión” (1728), David Mallet exclamó: “Diez mil mundos resplandecen; cada uno con su carga de mundos poblados”. Otro ejemplo sería El otro mundo: las sociedades y gobiernos de la Luna, del poeta Cyrano de Bergerac, donde las sociedades extraterrestres se presentan como parodias humorísticas o irónicas de la sociedad terrena. En 1752, Voltaire publica el cuento corto Micromegas, que avanza muchas de las nociones que luego se ven expresa-
das de forma recurrente en la ciencia ficción incipiente y contemporánea. En particular, la idea de que los alienígenas pueden viajar entre las estrellas y venir a la Tierra (hasta llega a sugerir cierta propulsión luminosa, análoga a una vela solar), y que son distintos a los humanos de forma fundamental (en este caso, en talla, tiempo de vida y cantidad de sentidos). El género de la ciencia ficción se desarrolla durante el siglo XIX con Julio Verne en Alrededor de la Luna (1870), que ofrece una discusión sobre la posibilidad de vida en la Luna, pero con la conclusión de que es estéril, pero es con H. G. Wells en Los Primeros hombres en la Luna y La guerra de los mundos, con la que la idea de la vida extraterrena y también de la “invasión” llega a su clímax.