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Opinión

Sara Abil

La comunicación audiovisual se lleva en el interior

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Hace tan solo dos años, yo era una joven despreocupada e ingenua, poco formada en el séptimo arte. En mi tiempo libre, considerablemente mayor al de ahora, me gustaba ir al cine. Gozaba viendo cientos de películas, disfrutaba siguiendo el hilo del argumento o babeando por el protagonista, acción que, aunque me pese aceptar, sigo haciendo. Bendita ignorancia. Fue empezar a estudiar Comunica otros ojos. Ahora, voy al cine o veo la tele y no hago más que ver picados, contrapicados, planos americanos, panorámicas, travellings… Más de una vez, en medio de la sesión exclamo vulgarmente, con un tono más apropiado al de un bar que al de una sala de cine, expresiones del tipo: “¡Mira! Sigue la regla de los tercios” o “Pero ¿cómo han podido dejar ese pedazo de negro ahí?” La gente a mi te, algunos asustados por mi repentina locura, otros enfadados por no dejarles seguir el argumento. A estos últimos, los suelo observar con una pizca de nostalgia, pues yo era como ellos en un tiempo no muy lejano. Hay ciertas personas que, en estos momentos de euforia audiovisual, me contemplan con una pícara sonrisa en su rostro (otros comunicaudios, pienso, o eso me gusta creer). Lo paso mal, pero mis amigos mucho más. Es tal la vergüenza ajena que les invade, que pocas veces deciden acompañarme al cine. He de insistirles y prometerles que me comportaré como ellos. Es imposible. La comunicación audiovisual se lleva en el interior, forma parte de mí. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la tecnología es: un conjunto de los instrumentos y procedimientos industriales de un determinado sector o producto. Pero la tecnología va más allá de una simple enunciación lingüística, es sinónimo de progreso, una pieza fundamental en la sociedad, es “magia”, y habría sido considerada “brujería” en otro tiempo. La tecnología son los videojuegos, las infraestructuras, las compañías aéreas… ¡Compañías aéreas! Qué “buenos” servicios prestan... Poseen las últimas infraestructuras tecnológicas, hoy en día nadie va al aeropuerto a comprar su billete; Internet ha monopolizado este negocio. Pero el cliente siempre debe ser la primera prioridad, o ese suele ser el eslogan

Interdeath: tecnología a banda ar mada Alejandro Montoya que se nos transmite en todos los ámbitos de la vida diaria; el cliente siempre tiene la razón. El cliente consume, es tratado con respeto…y también tiene derecho a cometer errores; el ofertante no debería cometer errores y achacárnoslos a nosotros, los consumidores. Mucha tecnología y mucho progreso; pero, ¿de que nos sirven todos estos avances si cuando hemos desembolsado el dinero ya no se tiene en cuenta? No importa que hablemos de compañías aéreas, telefónicas, productores alimenticios…el dinero manda, y suele ser apreciado por encima del bienestar del consumidor. La próxima vez que haga una transacción vía Internet, levantaré las manos, porque me volveré a sentir atracado. Tecnología sí, pero ¿a qué precio?

La new wa ve del romanticismo

Miranda Latorre

No hace mucho me dejé convencer para ver una de esas comedias románticas tan típicas del celuloide hollywoodiense. Nunca fueron santo de mi devoción, por lo insulso de la trama y lo previsible de la relación entre la mujer ideal y el hombre modelo, que los guionistas nos hacen pasar por normal y común. Para pasar el rato, está bien. Pero, ¿qué encuentra la típica desorientada mujer moderna, en este mundo deshumanizado, cuando sale del cine y se pone a buscar a su príncipe azul-un licenciado en Harvard, claro- y a su metálico corcel entre la multitud? Esta hipotética mujer encuentra de todo: hombres que buscan una segunda madre, que les limpie y les cocine, pero que también les de sexo placentero; hombres que se limitan a pedir sexo, sin mayores condiciones salvo la exclusividad marital; también encontrará al típico “macho ibérico”, que cree que puede ligarse a cualquier mujer y no aceptará a ninguna por debajo del estándar de Scarlett Johanson; y un largo etcétera de personajes que parecen sacados de un cuento de terror, pero ningún príncipe azul. Pero hasta las comedias románticas tan clásicas como frívolas de Hollywood están cambiando. En una de sus últimas creaciones, La cruda realidad, protagonizada por el espartano Gerard Butler y la televisiva Katherine Heigl, es una de esas comedias de la nueva era. El protagonista masculino es cáustico, políticamente incorrecto, pero muy sincero. Ella, una maniática del control que acumula un impecable historial de fracasos románticos. ¿Qué tiene de nuevo? Que no son perfectos. La industria del cine ha abierto los ojos y ha empujado sus guiones un paso más allá de lo típico: no existe la pareja ideal, ni el hombre y la mujer perfectos. ciedad ha dado un paso y ha escapado del molde de la perfección humana? Quizás sí. Pero todavía nos queda superar esa insufrible tendencia de las mentes más blandas a creer cuanto ven en la televisión. Vivimos rodeados de infantiles modelos de conducta que no conducen a ninguna parte. Vemos día a día en las marquesinas de las ciudades las fotos de esos seres “perfectos” que todos aspiramos a ser; y parece que el cine ahora pretende aleccionarnos transmitiendo que: dentro y fuera de la pantalla, las encantadoras imperfecciones son, realmente, la perfección.

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