Lic. Edmundo Zea Ruano
Título: Las Ramas del árbol Autor: Edmundo Zea Ruano Fotografía y diseño: Pablo José Zea Marroquín Agradecimiento especial a Cementerio Las Flores, por el apoyo del uso de las instalaciones para la reproduccion de las fotografías. Impreso en Guatemala Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en toda ni parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnética, electro óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito de la editorial.
Este libro va dedicado a la memoria del Licenciado Edmundo Zea Ruano, que con gran ímpetu es una leyenda viviente entre sus familiares y allegados, una vida llena de logros y recuerdos e historias que nunca tendrán fin, puede que ya no estés en este mundo carnal y ya no te atormente la mortalidad, y goces junto a tu esposa Rosa Yolanda de Zea en la eternidad, pero nosotros te recordamos con cada palabra, verso, poema o simplemente con anécdotas de tu vida en la tierra. Dedicado a tu vida como poeta, como padre y como abuelo. Cada palabra escrita en cada uno de todos tus libros es un recordatoria de un legado, de tus pensamiento y sentimientos que trascienden a lo largo y ancho del tiempo. Desde aquí te mandamos un saludos al infinito.
Prefacio........................................................................................................... 7 Existe el dolor sobre todas las cosas..........................................................14 Todos andamos por el orbe ciegos de la locura.......................................16 Las cuevas del llanto esta soledad pegada................................................18 Tiene sangre de mรกrtir el corazรณn del hombre........................................20 Caudales de fuego inundan el espacio......................................................22 Cuando nadie recuerde nuestra sonoridad volcรกnica............................24 Lo que persiste del hambre es su cruel mordedura.................................26 Estamos perdidos en las regiones turbulentas.........................................28 Que nadie cierre las rutas que en el espacio vibran................................30 Es precico que surja en nosotros la fuerza de los vientos......................32 Vivimos sobre ecuaciones sin destino......................................................34 No hay que olvidar lo que fuimon antes de las cenizas..........................36 Estamos mรกs halla de las cosas que a diario nos rodean........................38 No sabemos que rumbo siguen nuestros pasos.......................................40 Y ahora ya no estamos sumidos en la niebla...........................................42 Es para decir que somos del alba su presentido cielo.............................44 Vertimos nuestra sangre en muchas jornadas dolorosas.......................46
Ante la obra de poesía conjunta de Edmundo Zea Ruano Edmundo Zea Ruano nació el 21 de febrero de 1920, en Chiquimula, del hogar de los educadores: Pedro Antonio Zea y Juana Ruano de Zea. Fundador y propulsor de la renombrada “Generación del 40” que ha dejado huellas de relevante valía en las letras del país. Los jóvenes de ese grupo presentaron todo su entusiasmo con su pluma y otros contingentes cívicos al triunfo y desarrollo de la revolución del 20 de octubre de 1944; aun antes se caracterizaron por su preocupación no sólo literaria, sino que, responsables de su tiempo, pusieron su talento en los asuntos sociales. Durante los primeros años de la revolución, el poeta Zea Ruano sirvió en el periodismo. Desde luego, la poesía era cultivada por él con el fulgor radiante de su juventud. Su labor quedó diseminada en revistas y periódicos de la época; el intento de editar un libro se quedó frustrado por las limitaciones del medio. Enseguida, Edmundo corona sus estudios de abogacía y notariado en nuestra Universidad de San Carlos. En 1960 aparece “El hombre en la tierra”, su primera obra formal de poesía, signada por la experiencia y la expresión definida. ¿De dónde viene este título? Nace de una realidad consciente, de su latente mundo del agro de su país natal. Poemas descarnados, no depurados aún en su forma, pero de auténtica poesía. Los temas eternos y universales tienen aquí también su cita con el tiempo, en una sensibilidad que recoge los motivos y los transforma, los revela, los vierte en imágenes que se suceden con precipitado vocabulario, con suavidad sugerente. En este primer libro, el poeta realiza con toda libertad el verso blanco, dejando como un recurso complementario el ritmo de la música. Fuera de ligaduras tradicionales, busca expresar su mensaje en forma descriptiva, contemplativa. Con fuerza lírica interpretar la realidad, con efluvios de toda intermitencia, iluminados sus impulsos con vertiginosos poemas. Bulle una inconformidad con el orden externo, un debate, un optimismo de que el hombre conquistará sus anhelos:
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“…y sin embargo, el deseo crece porque la esperanza sea un nuevo horizonte que proclame la cordialidad entre los hombres”. “El hombre en la tierra”, tuvo resonancia y éxito en nuestro medio tan ausente de reconocimientos para la labor de los intelectuales. El humanismo proclamado y realizado en la poesía de esa obra, es recibido con beneplácito. En 1961 aparece “Estatura en el sueño”, libro de corte lírico que avanza del anterior en cuanto la depuración del lenguaje y la diversidad de temas que le constituyen. La soledad, la angustia, como una llamada oscura, perfilan aquí cantos insomnes, tocados de lo angélico, de lo edénico. Una libertad de creación y abandono de las reglas musicales rigen esta obra. Los títulos enuncian objetivos. También su preocupación por el destino del hombre se erige en un fondo central de su poesía. “No. Es la hora en que todos los crepúsculos se agiten enardecidos, porque está naciendo el sueño capaz de liberarnos de esta enorme pesadilla, para que un nuevo cielo de extensa claridad nos ilumine”. Una conciencia social y un aliento vindicatorio presiden estos cantos, aunque el poeta aborda toda suerte de motivos. Habríamos querido en él la misma hondura de sus lamentos para su lenguaje poético, pero ello aparecería en los intentos por hallar su verdadero e inconfundible tono poético, aunque él participa del criterio orteguiano de la deshumanización del arte ante la desmesura actual. Hacia 1964 aparece “La noche en los ojos” que es un canto a la gran noche, es una denuncia de cuanto ocurre en la oquedad oscura de la nocturnidad del hombre, pero siempre con fe en el porvenir. La personal cede a lo colectivo. El poeta canta en voz alta, proclamando dignamente calores vindicatorios: “¿por qué en los nocturnos salones la risa incesante se prolonga, mientras los niños se quedan en las puertas durmiendo la nostalgia? Sigo en el silencio auscultado el desvarío De la noche que en las sienes tiene El cáncer que lleva el corazón hacia la muerte”.
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Un aliento conflictivo informa estos cantos, en donde el poeta utiliza clamores colectivos, aunque no falta su bengala amorosa en más de un poema. Todos los poemas son un nocturno inmerso, interminable. Conozco bien el proceso de poesía, las motivaciones que al poeta le han tornado a cantar, aunque a veces siento no identificar cuáles son las razones de algunos poemas. Las transmutaciones ideales que sufre son, por una parte, el meollo de muchas soluciones que alientan algunos poemas. La hondura de su vida no está signada que por una conmoción, un estremecimiento de cuanto él ha visto en su diario transitar, como hombre que lo es, como profesor universitario, como juez, y sobre todo, como poeta. Junto a una postura iconoclasta y el rompimiento con valores tradicionales en que todavía insisten muchos, se alza una voz por la angustia del hombre y la resonancia de los grandes problemas de nuestra época. Y a más de ellos, la bien administrada, rica y afilada lírica, proclamando una genuina postura humana, viril, con temblor y energía, que hace despertar las entrañas de la dormida poesía que ha galopado siglos y siglos como pan para los eruditos y no para las grandes masas que ahora leen y luchan por conocer todo producto del hombre. Poesía, digamos imperfecta, pero convincente como esta de Edmundo Zea Ruano, que llena de sol la flor y de optimismo los pesares, dispara ideas y conquista verdades con una visión que no tiene comunidad con lo inerte; poesía que se entiende y nos hace entendernos. Con ello, me refiero a lo genérico de lo mucho que hace meditar la obra anterior y la presente de Edmundo Zea Ruano, y que espero se siga abriendo paso, pero a la vez aborde la ruta de la renovación y del movimiento. Ahora me referiré concretamente a “Las ramas del árbol”, a lo que he denominado “poesía conjunta” porque en realidad reúne la labor incesante de Edmundo Zea Ruano, de varios años atrás (1962 a 1969 aproximadamente), conformando cinco libros que vienen a darnos un volumen considerable de poesía. Aquí los numerosos cantos son un todo existencial, pero no escapan a encerrarse cinco temas capitales o centrales: en “El alba del futuro” está por un lado “la muerte como un temor colectivo” y “un futuro de libertad” que nos redimirá como la luz al día:; en “El pan sobre la mesa” son cantos contra el hambre y la barbarie, pero “Sobre la mesa del mundo el pan
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ha de servirse como simples rodajas de luceros” ; “El dolor del mundo” (1968), es una intensa elegía por el doloroso destino de la humanidad, en donde el poeta continúa su digna actitud de protesta para que el hombre se ponga de pie por lo que ocurre a su hermano. Está escrito sobre valores ciertos, sobre lo que se incendia en su conciencia como una llama motiva, lo incandescente de la verdad , lo cierto y lo cotidiano. Edmundo Zea Ruano se recrea aquí son su elegía, pero al final de cuentas es un libro alentador, optimista por que “hay luceros en la frente de la aurora” , porque “qué clara es la vida”, y aunque “los muros están manchados de inclemencia”, prevalece la fuera indómita de la esperanza. Hay búsqueda, hay humanismo, hay protesta. Es un canto extenso, valeroso que canta con novedosos juegos líricos; y en “El canto de la vida”, son poemas de plenitud que muestran diversos temas frecuentados por un hombre que ha calado todo un cúmulo de vivencias, enriquecidas por el ímpetu de una creación con plenos poderes. Esta obra representa el trabajo sencillo y espontáneo de un alquimista moderno, ayuntando el con la belleza, el amor con la soledad, y la palabra con la protesta, que se nos presenta con desbordante riqueza temática, cada vez más solar, más cósmica. “Las ramas del árbol” no tiene elaboraciones superficiales, son cantos directos llenos de gracia, de artesanía poética, de oficio poético, con la seguridad elemental de un árbol que crece con su fuerza adentrada en las raíces de la tierra, sitio del hombre lleno de paisaje que se colma de oleaje humano cuando sale la hermosura escondida y palpitante de la voz del poeta. “Las ramas del árbol” me parece un título simple, pero tiene en sí un contenido profundamente poético, de amplio y vario significado, y es precisamente un libro que esperábamos de su autor, por muchos motivos. Ahora trasciende el poeta dentro del camino que ha recorrido Edmundo Zea Ruano, me refiero a una ruta traspasada de poesía, en donde fulgure el meollo de toda una entrega generosa al bien de la poesía misma, como alimento de quienes se han dado a cantar en los ríos de la pasión que extraña esa responsabilidad humana y estética. Este es un libro lleno de pasión por la vida, por el amor, por los temas hondos que siempre han impulsado al hombre a conmoverse y al poeta a cantar; que rebosa de elementalidad y complejidad, bajo un tratamiento de alto vuelo. Las preferencias quedan al lector atento y solidario que busque en sus páginas el placer de hallar una poesía actual, revelada ante el mundo moderno que dialoga entre la angustia, la desesperación,
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la esperanza, la conciencia de que en el hombre vive un espíritu que transvasa la experiencia máxima de la vida. Es una poesía llena de vida, de vivencia y acaso descarnada de formalismo. En algunos temas, como por ejemplo el amor, se nos da como oleaje; como un canto de pájaros, como un ruido de cascada; en otros como un mensaje, por ejemplo cuando habla del pan del futuro. Estamos pues, en presencia de un libro que será útil a la literatura de Guatemala, por los valores que encierra, aunque no por su mero espíritu de innovación, y servirá de peldaño para otro escalón más en la vida y la obra de Edmundo Zea Ruano, en cuyas ramas de su árbol nos hemos cobijado y esperamos recibir toda la luz del día y la frescura y a diafanidad de su poesía que está orquestada por su vida tan llena de honor y responsabilidad. Espero cantar con él las glorias de sus cantos, para que su árbol siga ramificando las creaciones de su existencia. Y, finalmente anudo estas frases a los poemas que siguen hasta la eternidad. Por Iván Barrera.
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xiste el dolor sobre todas las cosas. En vano el hombre pretende dominar la sombra, si la fatalidad crece con la muerte como una profunda huella de quemadura insomne. Solo las cenizas vuelan en la nostalgia de fría transparencia. En medio de la oscuridad caída de rodillas como un viejo parpado herido en silencio, los álamos duermen su millonario asombro. Después de hundirnos sin amarras en el fondo eterno como una estrella en la marea esbelta que el viento en su agonía empuja hacia el olvido; ya no queda de nosotros sino la costra amarga de viejo encino, acaso porque en el mundo los huracanes arrasan con la vida que un día puso meteoros de felicidad en sus costados. No es el dolor que nos mueve en su tormento de noche sin control en el espacio, sino la propia realidad de ser comidos por el fuego cuando surgen violentamente temperaturas en la tierra. Que el alba llame a las puertas de permanente angustia ahora que los hongos impulsan el espanto. Si quieta se ha quedado en los bosques de la guitarra; si el palpitar del aire llora ausencias de clorofila; si los ojos no sienten de la hierba su frescura; si el mineral que nos domina se quedó en el alma como semilla que nacerá mañana con vigoroso aliento: que el alba llame a las puertas de permanente angustia.
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odos andamos por el orbe ciegos de locura con fiebre que traspasa paredes de músculos macizos, las manos tristes, caídos los hombros, y el corazón desalojado de alegría porque una soledad congelada nos deprime, como si una lluvia glacial encima nos cayera hasta dejarnos disueltos en la nada. Las ventanas ya no tienen el mismo color de la mañana, ni el pecho respira con profundidad de ola emancipada, ni el pulso tiene la normalidad constante del crepúsculo. Lo que se haga por la vida es solo una esperanza porque la agonía es piedra cauda sobre el sentimiento, porque nadie piensa en la bondad del sueño que por las ramas del alma vuela, como si fuera una alondra de garganta inmaculada que pone en cada vena el entusiasmo ardido. Todo es ahora el pensamiento que la muerte lleva. En vano los ojos miran con persistente asombro lo que un día fue medalla de júbilo en el pecho, si todo el amor quedo en los surcos clausurado porque de pronto una explosión nuclear cayó como un demonio infame, destruyendo del humus su vitalidad por los siglos conquistada. Nosotros que hemos buscado en el aire los metales o junto a la aurora plena el corazón del aire, o el espejo del día cuando principia por el agua pura, y lentamente, se nos ha ido metiendo una fuerza de arbórea (consistencia, pensamos que el mundo conquistará de nuevo su eternidad de fruto cuando tengamos la fe inquebrantable de los ángeles.
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l rostro se nos quema, hunde su proa en la tiniebla con tanta radicación aérea. Parece un escombro que no encuentra alivio, un lugar lleno de brisas para calmar el sofocante calor que lo rodea. Y la infinita sed intacta permanece como vidrios rajados que en la garganta viven sangrándonos por dentro, ciñendo el aire con una soga de coágulos amargos, mientras los hombres públicos discuten el futuro del mundo con el olvido a cuestas, la paz artificial que el viento quiebra. Y el hambre sin embargo y el dolor de todos, con las fronteras abiertas se mantienen, aniquilando la elemental sustancia que el corazón impulsa, como un arroyo que llena de ternura los bosques o que prende fulgor de aliento en las flores (trasnochadas. Y nadie escapa de este sitio invulnerable si no es con la linterna de un lucero, guiador supremo de nuestra propia esperanza. En las cuevas del llanto esta la soledad pegada como (una costra ciega. Quienes la tocan son únicamente los desconsolados, los qe viven poblados de miseria sin remedio alguno. Pero habrá de todas maneras el día de la gloria, el único y definitivo que arrastre la podredumbre hacia los oscuros abismos del silencio.
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iene sangre de martirio el corazón del hombre. Ahora la muerte es un temor colectivo. Como relámpagos que despedazar los sueños nos hundimos en los vientos nocturnos. En medio de las calles que agonizaban de espanto la dicha se pierde como un acordeón sonámbulo. Y el anhelo celeste se nos muere en las manos como una hoja celeste se nos muere en las manos como una hoja triste que lleva nuestros nombres, como un objeto cualquiera de abrumado olvido. El lugar de las penas tiene puñales de angustia. tantos hombres han muerto en las orillas del mundo y es poca la tierra para cubrir su recuerdo. En la niebla se esconden los latidos del pecho, su rumor de cascada, su violento estallido. Es tan fuerte la lucha por la luz del espacio que tiemblan de congoja los astros y la luna, y en el horizonte asoman su perfil sudoroso las estrellas que nos llaman con la paz del silencio. En nosotros despierta el desvelo inquietante como lámparas de fulgor implacable. No sabemos en qué sitio florecerán nuestras vidas después de que se quiebren montañas y volcanes. Pero aún después de todo, en el alma nos queda el arcangélico aliento de la brisa, el calor que la tierra nos da en el pan cotidiano.
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audales de fuego inundaran el espacio. Como pájaros tristes contaminados de muerte volaran de las nubes iracundos destellos. En las llagas abiertas no habrá más que silencio y dolor de ausencia en los buenos sonámbulos. Nadie tendrá sonrisas en los ojos ni en la boca: solo el hondo vacío del grito en el abismo. Los fluviales albergues se quemaran con el viento. la savia se ira doblegando como flor marchita en el verano. De rodillas pondrán las selvas su excelsa cabellera. una sombra cubrirá de aguda soledad sin tiempo, el sitio en el que el martirio será más hondo que una puñalada. Sentiremos entonces los deslaves humectantes que irán destruyendo nuestra antigua corpulencia en las horas de crepúsculo, a quienes luchamos un día por la felicidad del sueño. ¿Y que seremos después que la desolación habite, como terrible angustia, las tierras en el que el trigo fue floración fecunda? La vegetación marina sucumbirá también ¿o subsistirá, acaso, para darnos las nuevas energías?
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uando el desprecio golpea nuestras costas sencillas que han sentido el húmedo afecto de la hierba, la cálida savia que nos mueve en el tiempo retumba, como trueno lejano, y se derrama hasta dejar constelados los brazos de los árboles. No existen derrumbes ni tinieblas que cubran de los hondos recintos su milenaria esencia ni su tejido fecundo, que soporta embestidas de ciclones que dejan palidez de martirio en la cara del hombre. Cuando nadie recuerde nuestra sonoridad volcánica, fuegos de metralla mutilaran los sentidos. Cuando de las manos se nos vaya todo el calor sensible, cuando nos separamos identificar nuestros nombres porque el olvido nos quemó la memoria para siempre; cuando el viento recoja las palabras en medio verano, partiremos, quien sabe, hacía que meridianos turbulentos donde solo la helada presencia de la muerte subsista. Como fumarola eterna de consiente lumbre que en olajes nos lleva por caminos de asombro, nuestra espontanea generación de glóbulos se desmorona, como pan generoso, que levanta de los cimientos la estructura del sueño en las canteras fértiles del mundo.
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o que persiste del hambre es su cruel mordedura. Muchos deambulan con el pecho rajado y en los ojos la inclemencia de saberse perdidos, y el dominio del aire consumido en el tiempo. De todas maneras, las puertas se cierran, y en el espacio se queda la mano tendida; y suplicante en las ramas el pájaro canta por el agua bendita. Cuando los músculos se desgajan por dentro, el latido se pierde como lento sonido. Y en las tierras estancias, abrumadas de frio, el dolor habla siempre por la boca del miedo. No hay nadie que pueda calentarnos el cuerpo, si nos ponen de frente el espacio brumoso. Es tan honda su fuerza que parece invencible, como la estirpe dura de las piedras antiguas que soportan violentas marejadas de fuego, mientras tiembla la vida con las hojas del viento. Muchas veces la pena se revienta de olvido y su escombro parece una herida latente. Se propaga su angustia como brasa encendida consumiendo los últimos vestigios del sueño. La voluntad se repliega aterida de espanto, porque ya de nosotros una cascara queda que tuvo del humus su jovial jerarquía. Si vivimos oscuros con el alma partida como viejo tronco con el sabor de agonía, será porque el olvido se comió de nosotros el vigor de sentirnos como estrella infinita. Sin embargo, nos queda todo el mar por delante que rompe de lleno con sus truenos profundos, las cuevas donde habita el sudor de la angustia; y livianos de penas y de sed sin reproches, renacemos tan fuertes como el sol invencible.
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on las manos hundidas no es posible agarrarnos del crepúsculo, ni de una estrella siquiera, ni del parpado somnoliento de la madrugada, ni del rocío que principia a cuajar su piedra de fulgor clamoroso, ni de las hojas que el viento arranca en su intenso desvarío, ni de las horas que saben del misterio de las formas que en la noche van cayendo al olvido. Estamos perdidos en las regiones turbulentas sin que nadie nos encuentre, y sin un poco de agua para la sed que nos destruye con su nudo de raíces. No hay tiempo para pensar ahora cual sitio es preferible para el descanso inefable de nuestras decisiones. Lo que nos queda es el sabor telúrico diseminado en el cuerpo, después de haberlo aspirado con los pulmones abiertos. Y es como si tuviera el resplandor interno de fogatas tan altas como las móntalas del fuego. ¿Es acaso esta vida llena de explosiones la que nos obliga a colocarnos junto al pavor tremendo? No desperdiciemos el impulso que nos empuja hacia las latitudes más claras del mañana: porque allí construiremos los nuevos caminos de la felicidad eterna.
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ue nadie cierre las rutas que en el espacio vibran y las desafiantes formas de lo arcano cruzan, porque serian como decapitar el pensamiento que en sus cauces de fulguración sensible, brilla el deseo de conquistarlo todo: de saber el contenido de esa augusta dimensión sin tiempo, que sin cesar a nuestras puertas cerebrales llama con un sonido de trueno confundido en el ocaso; de gota de silicio que en la gruta adquiere la elocuente figura de la estrella, o lámpara que nos lleva al fondo de su entraña, que tiene de la vida el halito fecundo. Todo lo que arriba de nosotros brilla es impecable, porque está lleno de sustancia de alborada y construye en el hombre la inquietud de volar más allá del silencio, y adquirir de los astros el dinámico aliento. Vendrán días mejores de infinito gozo con alas desplegadas de esplendidos afectos, con jugos encomiables para la madurez del cuerpo, con paz tan jubilosa como la del alto cielo, que es un enjambre místico en el nuevo despertar del mundo.
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espertamos, a veces, rodeados de convulsiones (cósmicas, volcán que encierra violencia de cataclismo que hace temblar en el fondo del mineral que permanece mordido por la tierra, sin que podamos abrir las ventanas del consuelo, porque ciegos en la bruma solo el alma sabe donde coloca su pecho rutilante, para sentirnos en la hierba como célula fresca en este mundo cubierto de cicatrices nucleares. Somos para siempre la suprema actividad en llamas como multánime esencia que domina nuestros pasos, y el deseo muy hondo de quebrar la nostalgia. Somos el centro innegable que la luz vigoriza, cuando en el cielo se despeja la corteza sensible, la voz que atraviesa barrancos para anunciar el día. Que nadie se acerque al precipicio de la noche con el dolor sobre los hombros ni llore por la soledad que se lo come como fiebre intensa, ni espere que alguien lo llame desde el fondo de la muerte. Es preciso que surja en nosotros la fuerza de los vientos, su dominio sobre todas las cosas, porque entonces tendremos resistencia en la lucha por lograr del crepúsculo el corazón quemado la miseria. Esperamos con júbilo de victorioso asombro la voz que atraviesa barrancos para anunciar el día.
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ivimos sonámbulos en la noche aérea y multiforme, fuera de las orbitas celestes. La camisa rajada como quien llora las tristeza, los pies sin regreso en la inútil fatiga de encontrarse. Vivimos sobre ecuaciones sin destino, a la orilla de un lugar cualquiera y sin retratos, con música de cascada somnolenta, como playa que se pierde en el fondo del martirio. Vivimos equipados de soledad, con los pulmones como espenjas torturadas, y ya no somos entonces grueso bastion del viento. Nos rodea la multitud que en su locura nos vuelve pedazos de tronco sin sentido. Sin embargo, allí encontraremos el clamor profundo de las fuerzas del mañana, el tejido vibrante del humus remojado, la huella que en el horizonte busca sembrar la sangre pura como geranios vivos. Vamos ahora rumbo a un continente sin naufragios, con los espejos de claridad condecorados, sin que nos persiga el llanto. Somos la cumbre de rebeldes espejismos el material con que elabora la esperanza el sueño del futuro, la paz que en e cielo brilla, el poder de la fecundidad que rompe las costras de la noche, y abre para la vida el alba purificada en el esplendido subsuelo de los hombres.
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o hay que olvidar lo que fuimos antes de las cenizas, nuestra consistencia de evolución magnamica que persistirá en la eterna realidad del mundo. No hay que olvidar de la antigüedad su flor de oscuro mármol derribada, que vibra en el eco lejano del silencio como campana en los túneles ocultos. No hay que olvidar del espacio el brillo que la noche encierra, como la esponja de corales vivos que en submarinas tierras propaga. Todo parece como si nuevos horizontes impulsaran el prodigio del sueño, su caliente dominio, las agujas que marcan la fiebre del tormento. Porque hay algo intenso que nos empuja como bólido sobre las entrañas siderales, a buscar con el cerebro cubierto de lámparas azules, el renacer del pensamiento en las estrellas. No hay que olvidar que las tempestades cierran del crepúsculo de las puertas encendidas. Y es como si dentro de nosotros mismos sintiéramos las vibrantes fugas de3 la sangre, hacia lugares aun sin conquistarse. Y nos queda el sabor de extraños minerales metido en el subsuelo donde el optimismo crece, como si de pronto encontraramos la invencible llama que nos mantiene claros frente a la paz futura.
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as ciudades se quedarían con los pulmones vacios sin que de las fértiles estaciones infinitas desciendan manos suaves que puedan consolarnos. La desolación erguida levantara el llanto hacia las inexplorables alturas del silencio, las olas de nostalgia quemadas en las brasas. Ni una voz siquiera de los bosques extraída como lenta destilación de savia, nos incita a mojarnos de frescura. Somos la herida que el dolor mantiene en las oscuras resonancias del agobio. Somos la esbelta geografía de volcanes y montañas que lucha porque el sueño la luz derrame, en las sudorosas regiones del hambre y la congoja. A pesar de que los perros de la adversidad nos muerdan, de que vibrante de soledad el alma se derrumbe sobre el pecho en los abismos, sentimos que somos un puñado de pulsaciones grávidas que habrán de florecer con el invierno prospero como esplendida cosecha en el crepúsculo Estamos mas allá de las cosas que a diario nos rodean con el pensamiento hecho una armazón de truenos y relámpagos, con la esperanza de que pronto seremos la razón del alba, como racimo de meteoros rutilantes que en el futuro intuyen en la frente del mundo.
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o sabemos que rumbo siguen nuestros pasos en esta hora de miedo. No sabemos quien nos incita a estar siempre con los sentidos despiertos. No sabemos quien nos llama de lejanos sitios con la voz del oscuro barranco inconquistado. No sabemos por que se nos ha ido rajando el horizonte después de habernos puesto en el pecho un fogonazo caliente; ni porque andamos con la tristeza metida en los zapatos, ni por que lloramos cuando la niebla crece como los arboles con la fuerza del invierno, ni porque nos cae de pronto, en la cabeza, un pedazo de cielo con vibraciones distantes. No sabemos que martirio nos espera, si en el sollozo vivimos poblados de miseria con celeridad de anemia en las entrañas. No sabemos que ceniza nos dio la pulpa del aliento, para resistir los malecones que a diario nos empujan al borde de la muerte; ni por que se nos despoja, con brutales atropellos, de la tierra mas simple en la que vivimos juntando nuestra sangre con el surco para que el fruto tenga sabor de pueblo. Cuando del cielo se desprendan las estrellas como luz colectiva que nos moje, el corazón que resiste el verano de la angustia. Pero de tanto pensar en las cosas amargas como a la levadura del pan tirada al olvido, se despierta el pájaro del alba que anuncia las regiones de la dicha que llegaran un día, a llenarnos de un claro optimismo irrenunciable.
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hora se nos pone la frente llena de glóbulos serenos, porque las brisas llegan con gravidez de la esplendida mañana, porque ya no somos sustancia en el ocaso ni piedra si sentido, ni pensamiento a la deriva en el relámpago, ni albumina podrida por el cáncer, sino la esencia que la vida enciende en cada medula caliente. Los huesos se nutren de fortaleza prodiga. Las venas mantienen el vigor del crepúsculo, Y el corazón parece un potro rubicundo que no decae en la constante batalla, porque en el hombre exista la plenitud del fuego derretido, las ramas que la cordialidad extiendan por todas las regiones de la tierra. Las paredes que sostienen en el vértigo del sueño son altas como torres. Auscultan lo grandioso que sin cesar nos llama en busca de lo eterno en las formas telúricas del asombro y los reflejos que en las noches de jubilo del infinito caen, y vuelan como hojas, y como pájaros vibrantes el canto siembran en cada surco nuevo, y todo nos parece arrullo interminable que nuestros vasos llena de jovial ternura. Ahora ya no estamos sumidos en la niebla. Ahora ya no somos habitantes de la angustia, porque el tener en las manos el pan de cada día, nos vuelve luminosos como huerto en las alondras frutecido.
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ay en el barro la plenitud humana, el sentido del hombre que la humedad robustece. Después de haber dormido en el exuberante mundo de la noche, en el pensamiento las estrellas vuelan como si surgieran de a frente las infalibles gotas del rocío que proclaman la frescura congelada. Los oscuros callejones se los ha tragado el tiempo. No hay agudas pulsaciones de nostalgia ni sollozos de hielo congregado en las hondas cavidades del insomnio, ni martirios que nublen la mirada cuando la soledad se quiebra con el viento aciago, ni penas que consumen la luz del pecho porque la madurez tiene la fuerza del humus constelado. Solamente existe ahora la dulzura, su tejido de fruto que nuestra sed destruye. Es para decir que somos del alba su presentido cielo de claridad sin lagrimas, su nebulosa pura para modelar de nuevo los músculos del hombre, las venas que conducen la sangre a torrentadas, que estamos aquí despiertos sobre las prominentes formas de la tierra.
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ertimos nuestra sangre en muchas jornadas dolorosas. Apenas si nos queda el recuerdo desplegado como sombra crepuscular antigua. Queremos ser para siempre racimos de esperanzas que en los ojos del mañana refleja. Somos en las prosperas cordilleras arboles que tienen la húmeda de silencio que precede al milagro de la hora infinita, cuando nace la estrella en el corazón del mundo como insignia de la cordialidad proclama. Después del llanto la sensación de suavidad nos queda, así como los remansos del agua duermen en la sombra, tal vez porque han sentido la piel herida en los peñascos, o porque nucleares fuerzas el rostro les quemaran. Sin embargo en nosotros el mineral adquiere la potencial vigencia porque sentimos el cuerpo como roble que en madurez plenaria resiste hasta la muerte y ni el invierno crudo ni las heladas gruesas le quiebran la esplendida estructura. Esperamos la hora puntual de la alegría; y con la plena conciencia de la libertad maciza, lucharemos con la eternidad del canto, porque siempre nos condecore la ternura.
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Edmundo Zea Ruano nos ha traído una extraordinaria sorpresa: los originales de cinco libros de poesía que en diferentes épocas el poeta había preparado: “El alba del futuro”, “Pan sobre la mesa”, “El dolor del mundo”, “Las rosas de tu nombre” y “El canto de la vida”, pero con el propósito de sacar de lo inédito esos conjuntos o unidades poemáticas, bajo el título simple: “Las ramas del árbol”, con una significación obvio, porque las ramas son aquellos libros autónomos que se autor escribió y todas esas ramas constituyen un árbol, con todas sus raíces que están inmersas en la propia vida del poeta. El título pues, sólo enuncia una significación en donde cada hoja del libro es un poema, o varios si se quiere, dentro de un mundo que vive en cada imagen, en cada palabra vertida a la poesía, a lo bello y sus formas.