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PALIMPSESTO ISSN 2174-7601 2.0


• Grupo palimpsesto 2.0 SL • En Sevilla, a 30 de Noviembre de 2012 • Diseño de marcapáginas conmemorativos de Como Lo Oyes: David Escanilla /QH Design. • Todos los derechos de los textos y obras publicadas en estas páginas pertenecen a sus autores. • Esta edición esta bajo licencia Creative Commons (CC), Reconocimiento-NoComercialSinObraDerivada 3.0


Cuaderno de creación

11

Año uno, 2012 Publicación trimestral Poesía Narrativa Fotografía Ilustración Traducción Ensayo Artículos

Grupo palimpsesto 2.0



TEXTURAS • • • • • • • • • • • • • • • • •

Definición de Jean Dézert Chamana [Ilustración] Dragón [Ilustración] “Coloque el bisturí en la escotadura” “Bate sus alas el pájaro preso” “Lloramos por nuestros hermanos” Las agujas del ojo La bella y lo bestia Un parchís en la mochila Al otro lado un sueño Aire Aire Aire Tornillo enamorado La hija de Pavlov Sogno di un nichilista Puzzle primero Aquellos homicidas años Silencio: se comparten palabras [Reportaje] • La huella del Quijote en Huckleberry Finn [Artículo escogido] • Estrictis [20]



DE

DEFINICIÓN

JEAN DÉZERT

[Jean de la Ville de Mirmont]


[Traducc. Anaïs Moreno]

“Del linaje plebeyo no tengo que decir sino que sirve solo de acrecentar el número de los que viven.” Miguel de Cervantes

A este joven, llamémosle Jean Dézert. A no ser que tropezara con él por casualidad, no lo distinguiría entre el gentío, de lo incoloro que es su atuendo. Lleva un falso cuello demasiado ancho y una corbata cualquiera. Los perniles de su pantalón, así como las mangas de su chaqueta, se pliegan por sí mismas en rodillas y codos. Sus pies se mantienen cómodos en unos zapatos cansados. ¿Qué más decir para retratarlo?, sino que en su largo rostro, de mejillas cuidadosamente rasuradas, sólo asombran sus grandes bigotes. Es difícil imaginar su rol, incluso su utilidad, en una fisionomía de aspecto tan discreto. La delgadez de Jean Dézert explica que no haya servido a su patria. Hace, de hecho, bien poco ejercicio físico al ser empleado del Ministerio de Fomento del Bien (Dirección de Material). Su vida —de la que quizás obtengamos útiles informaciones de aquí en adelante— no ofrece nada que no sea muy ordinario, en apariencia. Se aloja en la calle du Bac, en la quinta planta, frente al “Petit Saint Thomas” —ésto sin idea preconcebida alguna—. Una limpiadora barre su cuarto y su vestíbulo, hace su cama, cepilla su ropa, sacude su alfombra en el patio común del edificio. Se llama Angèle. Es viuda. La única originalidad del piso consiste en la poca altura de sus techos. Si Jean Dézert se subiera sobre una silla, se vería obligado a agachar la cabeza. Pero el deseo de tentar tal experiencia, como el de tantas otras, no le ha sobrevenido nunca. Personas de imaginación fácil creerían, al entrar en su casa, estar en el entrepuente de un velero. Pues la inclinación transversal


del suelo —imputable más bien a la vejez de la casa que al movimiento del mar— parece confirmar la hipótesis. Gracias al mobiliario, todo entra, afortunadamente, dentro de lo normal. Hay incluso una pandereta sobre la chimenea y dos vistas de suiza colgadas en una pared. Además, Jean Dézert puede, si se aburre en casa, explorar desde su ventana la calle du Bac hasta el bulevar Saint Germain. Abajo, el gentío circula comercial y apresurado. En los días de aguaceros y barro no se divisa más que el oleaje monótono de sus paraguas anónimos. Pero, haga el tiempo que haga, los coches de reparto pelean contra los demás vehículos por el control de la calle. Bien entrada la noche, Jean Dézert percibe, a través del sueño, el tintineo de un cascabel y el pobre trote de un caballo. Luego, el estallido del claxon de un automóvil, de vuelta de los barrios donde se festeja hasta tarde. Jean Dézert se levanta a las ocho. Se prepara él mismo su café con leche, en el hornillo de gas. A las nueve en punto llega a su oficina en la calle Vaneau. Sus comidas las toma distraídamente en una lechería. Apenas le acontece el cenar con sus colegas de trabajo alguna vez, pues no le gustan ni los juegos de cartas ni la política, y no sabe conversar. Su trabajo ocupa a duras penas su mente. Consiste en rellenar impresos, comunicar o transmitir, según el caso, documentos a otros departamentos. Y además no hay que olvidar la gran diferencia existente entre las fórmulas “dar a conocer” y “hacer saber”. La fantasía combina bien fuera del horario laboral, y principalmente con el domingo. El domingo es toda su vida. Aprecia ese día que tan pocas personas comprenden. No se cansa en absoluto de recorrer y errar por los grandes bulevares. De estar casado, empujaría un carrito de bebé frente a sí, como cualquier otro. En los tiempos de los omnibuses, se deleitaba, sentado en la jardinera1, en recorrer los itinerarios desde el punto de partida hasta su término. De este modo, ha leído un número considerable de letreros y meditado sobre los nombres de numerosos industriales. 1 Jardinera: Coche de tranvía que se usaba hace años, arrastrado por otro, sin paredes laterales, de modo que se subía directamente a cada compartimiento de asientos o a estos mismos cuando consistían en dos bancos colocados en sentido longitudinal y adosados por los respaldos.


Tales son sus pasatiempos. Tiene todo el derecho a elegirlos. En cuanto a sus pasiones amorosas, las mantiene bien en secreto. Como mucho confesaría que en el alba turbia de su nubilidad amó a una institutriz alemana y cortejó a una tendera. Incluso (añade por modestia) el azar se encargó de todo: sin la concurrencia de las circunstancias, una dactilógrafa o una profesora de piano hubiesen podido tener el mismo rol en su ordenada existencia. Jean Dézert no habla nunca de su familia. Supe que vino al mundo en una gran ciudad del Suroeste. Su padre era el subdirector de la fábrica de gas. Al otro lado de la calle, había un cementerio protestante. Llovieron cantidades de carbonilla sobre una infancia limitada por un horizonte de ciprés. Esta información nos sería preciosa para un estudio de personalidad de Jean Dézert. Al menos nos ayudaría a comprender la paciencia y la resignación de su alma, la modestia de sus deseos y la pereza triste de su imaginación. Pues, téngalo bien en cuenta, Jean Dézert no ha hecho nunca ningún largo viaje en sueños. ¿Piensa si quiera que existe una estrella en la que se ame de por vida? Sus ojos nunca pierden de vista el suelo, sus miradas no se elevan más allá de este mundo, donde, si algunos son actores y otros espectadores, él no es más que un figurante. ¡Le daría lo mismo estar disfrazado de campesino suizo, de gentilhombre hugonote o de guerrero egipcio! Se parece, de hecho, a esos coristas de los teatros de ópera que, mientras piensan en sus asuntos personales, abren la boca al mismo tiempo que los demás para que parezca que cantan al unísono. Ejecuta todo los gestos necesarios y no recula ante ninguna concesión. Cuando llueve, abre un paraguas y se remanga los bajos de los pantalones. Evita los coches y no contesta a las palabras un poco exaltadas de los cocheros. Saluda a su conserje y se interesa por su salud. Se mezcla con los grupos de personas que rodean a buhoneros y organilleros. Ha sido en varias ocasiones testigo en accidentes de tráfico. Pero sobre todo, Jean Dézert ha hecho suya una gran virtud: sabe esperar. Durante toda la semana, espera el domingo. En su Ministerio espera un ascenso, mientras espera la jubilación. Una vez jubilado, esperará su muerte. Considera la vida como una sala


de espera para viajeros de tercera clase. A partir del momento en que ha tomado su billete no le queda más que, sin moverse demasiado, ver pasar las cuadrillas por el andén. Un empleado de ferrocarril lo avisará de la partida del convoy; aunque ignora aún hacia qué otra estación. Jean Dézert no es ambicioso. Ha comprendido que las estrellas son innombrables. También se ciega, a falta de algo mejor, en contemplar las farolas de los muelles, las tardes de hastío. Jean Dézert no es envidioso, ni siquiera de aquellos que detentan la verdad. Podría, sin embargo, envidiar a su amigo Léon Duborjal (una cabeza bien amueblada), galardonado por la escuela Pigier, que sabe de estenografía, progresa cada día más en esperanto, sabrá aprovechar las cosas buenas de la vida y tendrá éxito en los negocios. Sí, Jean Dézert es un resignado. Ha recorrido —sin mayor prisa— sus dominios y perdido toda ilusión sobre la vastedad de su jardín, la fertilidad de sus macizos florales y lo pintoresco de sus perspectivas. Se conforma con ello y una vez hastiado de escupir en el estanque —para distraerse— paseará, las manos en los bolsillos, a lo largo de los arriates, sin preocuparse del resto y sin pensar mal.

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[

Primer capítulo de la novela Los domingos de Jean Dézert, que está incluida dentro de nuestra próxima publicación El horizonte imposible, que recoge la obra del escritor francés Jean de La Ville de Mirmont dentro de la Colección de_Sastre.


[Ana Herrera]

na

Ch

a am


drag贸n


[Patricia Aguilar]

C

oloque el bisturí en la escotadura Ejerza presión y horade la carne

Nota: apoye el índice sobre la hoja Espere la sangre Si aún hay riego NO PROSIGA Los cadáveres no sangran Si no lo hay Proceda como se indica a continuación Incisión continua a lo largo del tórax El esternón es un hueso fuerte Los órganos se separan en bandejas de aluminio Estériles Órgano y bandeja.


B

ate sus alas el pájaro preso Bate sus alas se agita levanta viento Tiembla la casa Cae el templo Hemos dicho adiós a sus ídolos y ellos nos han despedido Con coronas de flores en tumbas recién cavadas Y sigue el pajarillo batiendo sus alas Y se retuerce Y un descarnado piar en gargantas quebradas Astillas que fueron huesos de pequeños vertebrados Carroña de nuestros hermanos Esta ciudad mía que se derrumba que rebosa pestilencia Heces vómito semen Qué fue de nuestros hermanos Qué del ave que bramaba golpeando el esternón Animalillos enquistados en úteros macilentos.


L

loramos por nuestros hermanos Lloramos como lloran los niños hambrientos Buscando el pecho de sus madres Lloramos por la vida más que por la muerte Porque aquella era implacable y esta diáfana Como una ráfaga que llena los pulmones y los estómagos vacíos Los estómagos arrugados plegados sobre sí mismos Los vientres hundidos Rugen como bestias famélicas La carne exprimida bajo la piel La piel descamada sobre el hueso El hueso apolillado Y la caries en el cerebro de lagarto.


[Ferran Destemple]

REESCRITURAS EN “DERIVA” SOBRE LOS POEMAS DE EL OJO DE LA AGUJA DE CARLOS BOUSOÑO









[Alberto Guillén]

LA BELLA Y LO BESTIA ELLA contra las pegas meteorológicas a los mandos de su manta térmica días y noches irrefutables hasta quitarnos de encima al más gélido y morrocotudo de los últimos veintisiete inviernos y abonando la tierra desde temprano con una camiseta sudada del Grupo de Expertos Solynieve y comprobando las gomas de riego por la tarde como otra pandillera del amor y oliendo a orange blossom special antes de cenar y trayendo a casa tomates y apio y una barra de pan integral más grande que hoy y mañana y calculando los kilómetros que separan Lepe de La India y estrellando las tazas del café contra la pared con una sonrisa más esponjosa que dos hectáreas de fresas y jalonando los caballos de la revolución caliente —relinche bucólico para los dientes— y quitando de mi alcance las botellas raras de plaguicida y haciendo del amanecer una fiesta de fin de curso y prefiriéndome sano y salvo y sí mejor quietecito…


UN PARCHĂ?S EN LA MOCHILA

JOROBA pensar que el futuro no pueda ser un cubilete de colores.


[Gustavo Vega]



[Luis Perozo Cervantes]

Estos textos forman parte del libro Semántica de un tornillo enamorado, título de próxima aparición en España gracias a Suburbio Editores. Este poemario lo podréis leer por entregas en estas páginas. La primera parte —Semántica del abandono— ya fue publicada en el Cuaderno de creación nº8 del pasado mes de Mayo. Aquí os traemos la segunda parte que lleva por título El tornillo enamorado. Estos textos son un ejemplo de lo que más me gusta de Luis, ese Luis que espero desde hace un tiempo, y que empieza a vislumbrarse en estos textos. Más maduro, más lírico, más car- nal, más hermético, más trabajado. Ese Luis del que él mismo parece querer huir, incluso en este texto. Estamos ante algo más que un himno metapoético, o una poética, estamos ante una herida abierta por donde se derrama pulsátil, su propia voz.

EL TORNILLO

ENAMORADO


[Situación metafórica]

I

Entiéndeme que la hora de dormir no complace todas las fantasías de los oyentes. Entiende, no es tan complicado verse en un espejo. La disminución del sueño volverá a ser acierto de duelos. Entiéndeme, soy apenas un obrero en todo este incomprensible metal, en todo este indolente artificio del amor. Un escándalo no bastará para mostrarnos el camino, necesitamos más que una estampida, más que el cataclismo ordinario de la vida.

II

Venga pues, a enfrentar un lenguaje que no se cansa de copular. Le ha agarrado el gusto a la piel. Su apetencia de sudor puede llegar a ser grotesca. Este lenguaje bulle, he allí el problema, cuando a borbotones rompe la cruz vulgar de las creencias. Este lenguaje no teme, en definitiva, a los hallazgos inauditos de la palabra. Este lenguaje se ha vuelto devorador de hombres. Sed de suplencias y sangre. Súbita sed de cuerdas vocales.


III

Canta, esta lengua, canta. A cuidarse, entonces, de su marca personal. El común estampado de los puertos. Esta necesidad tuya debe ser suplida con urgencia, el azogue de tu lengua se presenta como la amenaza más fónica del cosmos. Ven, desnúdate. Mitiguemos tu voz, con su salación de amores. Rompamos todo lo que en tu cuerpo haya, no tengas miedo, ya sé que jamás fuiste virgen, y de eso no quedan estragos. Abre tu puerta, no quedará rastro de la pesadilla. Abatiremos la sombra de esta lengua forajida; a socavarla vamos. Y la leyenda, vivirá, como siempre, en los gemidos.

IV

De límite terminarán acusándote, porque la incomprensión se vuelca en el colmo. Sencillo, como la ausencia, me alivio en la insensibilidad del motivo. Esta lumbre que has encendido no tendrá más recuerdo que tus ojos, ese marrón misterioso, temblando, como la llama, en mis asuetos de temor. Seamos el límite mismo del terror. Seamos la angustia del silencio. Aquel desvelo de la luna. El dolor de lo inexplicable.

V

Es un simple asunto de voluntad. Cada tuerca conoce los pormenores de su yunta. Dejemos que caiga, entonces, hasta sus últimas consecuencias esta forma de muerte. Este doblenacimiento. Este artificio de luna sobre lago. Hay que tener cuidado con el pobre acierto, con el más pequeño de los hallazgos, el más débil, tenue, de los infartos. El temor a la dureza no es suficiente, con su color mate no se libra de las sombras. ¿Qué tibieza puede entreabrir este letargo, esta conmiseración? Desnúdate, no hay mejor discurso que la rosca.

VI

Estragos, con eso será suficiente. Una olla de estragos hace falta para nuestra explosión, para la eliminación fatal de los amores. Qué puede olvidar un grito cuando de cuerpo solo queda la sombra. Un rito, con sus comas y sus eses aspiradas, su contun-


dente acento, el eco típico del templo. Vulnerable, al fin, el idioma de los búhos se nos adelanta en esta muerte: ya vendrá la hora de rendirle cuentas al reloj, padecer los sonidos guturales de su marcha. Date prisa, la espera nunca basta. La hora definitiva de los adioses es una promesa contraída con la zozobra. Amar es un naufragio de deudos. Limítate ya a la partida puntual de los aciertos.

VII

Quizá el destino común de un tornillo no sea amar. El tornillo está en otras displicencias. Sus alquimias no conocen más que la herrumbre prometida. Pero el tornillo no aguanta más los latigazos de hielo. El tornillo es vida. El tornillo prendará de las bocas una lengua que le baste para romper su metaleria. Lo afuera, presente, del tornillo, lo detiene. No dejan hablar a sus poros. La madera, la tuerca, lo comprimen. El tornillo padece de estar atornillado

VIII

El desatino ha perdido las fronteras. El cuerpo quiere dejar de ser cuerpo, para otro cuerpo, en otra lengua, en el idioma de los forjadores. Se bate contra las rocas buscando la resonancia del hielo. La ruptura propicia para hacer del cascaron un cielo. Lucha contra la ciencia estática de las cosas: su cosa que es. Se alude en otro tiempo, con otro verbo conjugado, buscando la conjugación irregular del pretérito pasado. Pero en la lucha misma se define: es esclavo de la forma. Es hijo del candado.

IX

El metal, para librarse, desarrolla pulso. Late el metal, cuando la tuerca, la madera, lo oprime. El metal derrama la sangre del hierro. El pulso de plomo. Tiembla, entonces, el metal vivo, para zafarse de la vida. Para morir en el extravío. Metal: la cura es diapasón. La libertad, el extraño dolor de lo perdido. Queda la duda metódica del objeto inanimado. Queda la cura metódica del milagro.


X

Cuando el tornillo siente la necesidad de trascender, sobra la carne para envolverse. El metal y los escrúpulos de la ley, deben hacer cola en la locura. Un puerto tan amplio como el poema, debe esperar la pausa de la metamorfosis para cruzar la luz del cuerpo. Todo tornillo, es placer adelantado.

XI

El eco puebla la nada común de los hallazgos. El pacto no es morir, sino creer en la posibilidad inmortal del verbo. Por eso la dureza se ha vuelto acierto. Por eso el repentino resplandor es una sed de luciérnagas. Atento, muerto, la modernidad del sueño, la vicisitud del desaliento.

XII

La luna promete un paraíso incumplido: uno que la luminosidad del acierto no conoce. El peligro de ese miedo entretentando la muerte más allá de lo posible, para contener los sueños de otra realidad, más dolida, más animal en sí, más tuétano a ciencia cierta. ¿Qué esconderá finalmente el miedo que tiene la prudencia? ¿Un computo de gloria? ¿Un hallazgo de la hecatombe? ¿A dónde los hombres de metal que siempre han querido corazón?

XIII

En esta actitud corriente de la normalidad, los miedos valen la pena de muerte. ¿Qué contradicción más elemental que la libertad? ¿Puede el dolor dar más amor que la locura? ¿Puede esta contentura morir en una copa? ¿El lenguaje aguanta la contradicción de los sueños? ¿Habrá presente más severo que la ruina? Por eso el verbo se conjuga: para huir de las respuestas.


XIV

El tornillo ha muerto. Y en su rosca los sollozos de las damas: las palabras. El tornillo ha dejado a la madera, a la tuerca, con una seca sensación de olvido. Amar, en su modelo, en su talla rústica y dolorosa, en su conjugación regular y recurrente: ha roto las filosas cárceles del alambre. Porque morir no es condición del metal. Porque para ser carne viva, sentir es una vocación necesaria. Porque para que un tornillo que se enamore, no bastan las razones, sino los pulsos de la lengua.

[Fin de la segunda parte]


[Eva

La hija de Pavlov

Gallud]


¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!

¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!

¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!

¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!

¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!


Empiezo a salivar. Estoy salivando. ¿Por qué estoy salivando? «Ha sonado la campana.» No he oído ninguna campana. No oigo ninguna campana. ¿Dónde está?

«¡Está sonando!» «No es una campana. Es un corazón de vaca muerto escondido en un buzón.»

«¡Corre! Recupera al poeta de los puños sangrantes.» Ya lo hago ¿no ves cómo salivo? Pero ¿por qué en el buzón? ¿por qué un corazón de vaca? ¿por qué muerto si palpita? «Toma. Mira. Es un papel. Al cartero le dio pereza subir los ciento cuarenta y tres escalones.» ¿Y el corazón de vaca? ¿Dónde está mi corazón muerto?


[Emiliano Corlito]

SOGNO DI UN NICHILISTA “Ho visto tutte le opere che si facevano sotto il sole, ed ecco, ogni cosa era vanità”. (Ecclesiaste 1:14).

Ero sulla strada che mi avrebbe condotto a casa, ma senza un passaggio, non sarei mai arrivato. Così, allungavo il pollice ad ogni automobile che passava. E via, dieci, mille vetture transitavano sulla via, senza sosta, mentre continuavo a dirigermi verso la mia meta. Era freddo. Le stelle, con la luna, rifulgevano una luce funerea, che sconfortava il cuore. L’astro d’argento, nel suo pallore, era offuscato da una luce oscura. Ed allora volgevo lo sguardo alle case. Appena si scorgevano, cinte da palizzate e nascoste da alte siepi. E le persiane, chiuse, a guisa di grate, non lasciavano filtrare il benché minimo bagliore. Ed ancora. Cani di ceramica, anfore di plastica, con edere e crisantemi di seta, gigli e serpenti di vetro e creta. Comignoli di fornaci, dai quali si levava un denso fumo. No....era solo un’ombra. Fuoco che non scalda. Acqua che non disseta. Sonno che non ristora. LA VITA. Dov’era quella vita che intravedevo nei cartelloni ingialliti, e che sognavo di scoprire dentro quelle automobili che, in lenta processione dinanzi i miei occhi, avanzavano coi fari spenti? E dove era l’amore.... Nascosto in quelle dimore mute, forse? E dove era casa mia? Si fermò un motociclista accanto a me. Gli chiesi dove fosse diretto. Lui rispose che non lo sapeva. Mi fece salire.

E mi parlò di niente, forse con troppe parole.


[Traducc. María Rondón]

SUEÑO DE UN NIHILISTA

“He visto todas las obras que estaban bajo el sol, y he aquí, todo era vanidad”(Eclesiastés 1:14)

Yo estaba en el camino que me llevaría a casa, pero sin un pasaje nunca llegaría. Así, mostraba mi pulgar a cada coche que pasaba. Diez, mil autos cruzaron la vía, sin detenerse, mientras seguía caminando hacia mi meta. El ambiente era frío. Las estrellas, y la luna, brillaban con luz fúnebre, que desolaba el corazón. La luna, en su palidez, se fue ensombreciendo por una luz oscura. Y entonces, dirigí mi mirada a las casas. Apenas se vislumbraban rodeadas de palizadas y ocultas por altos setos. Las persianas, cerradas, a modo de rejillas, no dejaban filtrar un mínimo rayo de luz. Y más. Perros de cerámica, ánforas de plástico, con hiedras y crisantemos de seda, azucenas y culebras de cristal y arcilla. Las chimeneas de los hornos, de las cuales se elevaba un denso humo. No… era sólo una sombra. Fuego que no calienta. Agua que no sacia la sed. Sueño que no restaura. LA VIDA. ¿Dónde estaba la vida que entreveía en los carteles amarillos, y que soñaba con descubrir dentro de los autos que, en lenta procesión ante mis ojos avanzaban con los faros apagados? ¿Y dónde estaba el amor?... ¿Escondido en aquellas casas mudas, tal vez? ¿Y dónde estaba mi casa? Se detuvo un motociclista a mi lado. Le pregunté a dónde iba.

Respondió que no lo sabía. Me hizo subir.

Y me habló de nada, quizás con demasiadas palabras.


[Vidal Vega Gil] “Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente que regando encerrada bellos miembros extremos siente así los hermosos límites de la vida”

Vicente Aleixandre

Este puzzle se terminó de construir entre 1999 y 2000 y esta especialmente dedicado a Inma MiguelSanz.

Y

o soy dos ojos mis ojos abiertos solos hacia ti que eres intocable por la luz ignorante ciega a tu sangre: amor y fe: agua y sed caen sin gestos entre el vacío seco de mis dedos hueco extenso manchado de carne de tu sangre vertida en todas partes por mis ojos mis dos ojos desiertos… Cuando el cansancio se deja la vista bajo la negación de los párpados como dos labios cerrados a la vida, tú, tú, clavada, beso crucificado sobre mi resignación, copa fría, cáliz de lágrima y orgasmo.

Pieza

uno

PUZZLE PRIMERO


Y

o soy la voz que se viste de aire que se desnuda despacio de cuerpo que te recuerda tu piel en silencio como te recorre un dedo y te invade. Así, la voz, queda, sobre tu carne. Mas tu sangre, alma, cuerpo secreto que en su fluir mágico y concreto te extiende cada gesto, inabarcable tú, que como un latido vives breve prolongándote en su eco como humo, invisible a mi tacto que retiene entre sus dedos de aire el fruto desolado y vacío: beso inerte, paisaje de amor de nada y difuso.

Pieza

dos

PUZZLE PRIMERO


Y

un paso deja las huellas muy lejos, donde mi vida se asomó, allá, y cae inmerso-olor-sirenas-en-el-aire esencia-de-mar-tacto-casi-cuerpo. Y un paso me acerca casi al beso donde se asoma toda tu sangre casi labio casi amor casi aire casi ola casi orilla casi yo, y lejos. Tú me presientes ya piedra segura inminente espiración de acantilado inspiración tuya que inunda los pulmones con sal y sin brazos, casi tú casi arena casi espuma yo, cerca, muy cerca, y derrotado.

Pieza

tres

PUZZLE PRIMERO


Y

derrotada, tus labios y olvido. Un sinfín de chapoteos infelices, de risas abatidas cicatrices mecidas por las olas, sin sonido. Y derrotado, beso sin sentido; un sinfín de castillos sin perdices, de huellas vacías: de beatrices de arena, de barro, de olvido. Y derrotados, pero ya desnudos, intactos de nuevo como siempre, piedra con piedra enlazados, mudos entre el dolor de la piel siempre del amor siempre, cobarde y desnudo, siempre follando, siempre, siempre‌

Pieza

cuatro

PUZZLE PRIMERO


Y

o tengo un ejército de sexo. ¿Y la sangre? Amor mío, ¿y mi sangre? ¿Y tu sangre, amor mío? ¿Y la sangre? Tú tienes un ejército de sexo. Tú tienes un ejército de sexo. Sangre sangre bajo mi piel más sangre más sangre sangre bajo tu piel más sangre. Yo tengo un ejército de sexo. Pero no quiero esta piel tan blanca, pero tus balas no son besos ni hieren y tienes un ejército de sexo. Pero no quieres esa piel tan blanca, pero mis balas no son besos ni hieren y tengo un ejército de sexo.

Pieza

cinco

PUZZLE PRIMERO


[Pedro Padilla]

AQUELLOS HOMICIDAS AÑOS “Antes todo era un poco más salvaje” Roberto Iniesta


T

eníamos dieciséis o diecisiete años. Una mayoría de edad que no recogían nuestros documentos de identidad. En cambio, la frontera de años franqueada nos permitía, o más bien nos exigía una vida 100% fungible. A saber: que los dictados que emergían de ese etéreo, -que podrían ser nuestros genes o tal vez nuestros andrógenos adolescentes- nos condujeran por las mismas carreteras sin destino, por los mismos abismos insaciables. Y en aquella soledad tan abrupta sólo contábamos con lo que no teníamos. Tal vez por ello, sobre todas las cosas que no se hallaban a nuestro alcance, nos sentíamos atraídos, -irremediablemente atraídos-, por las mujeres. Debíamos perseguirlas como si fueran la estela de un sueño. Al mismo tiempo, debíamos correr detrás de los sueños como si despertaran horribles; -exactamente-, igual que las más hermosas de las mujeres. En pos de alcanzar tal fin apenas contábamos con nuestra fe. O lo que es lo mismo: creíamos de forma religiosa en la triada en vaso transparente de plástico de alcohol, cubitos de hielo y Coca-Cola. Aún, cuando las veces que aquel brebaje obraba como solución eran proporcionales a las que acababa convertido en obstáculo insalvable para nuestros propósitos. Para las ocasiones en que fallaba y para las ocasiones en que no lo hacía estaba nuestra fe, -nos consolábamos-. Y seguíamos creyendo en él. Y cuando nos fallaba, nos aferrábamos a él. A nuestra edad poco era lo que se esperaba de nosotros. a) Que cada noche del viernes y cada noche del sábado, lloviera, ventease, hiciera su terrorífica aparición Godzilla o pasara lo que pasara, nos presentáramos en la zona donde se reunían los chicos de nuestra edad como una manada de zombies hambrientos. b) Que cada veinte o treinta minutos nos enamoráramos perdidamente, apasionadamente, desenfrenadamente. Con las entrañas, con las lágrimas, con letras de recortes de periódico bajo las uñas, sacándonos los ojos. Como, al fin y al cabo, sólo los adolescentes más extraviados alcanzan en la facultad de castigarse a sí mismos. Y c) Que, a pesar de los altibajos y de las resacas que empezaban a darnos presa tras algunas unas esquinas, mantuviésemos en equilibro el alambre de los estudios. Aseguraban los profesores y nuestros padres y los padres de nuestros amigos, que los estudios debían de servirnos para muchas cosas; para abrirnos muchas puertas, para facilitarnos una infinidad de salidas. Nunca nos preguntaron. Nunca nos escucharon. No quisieron saber lo que ellos mismos a


nuestra edad veneraban: nuestra pretensión consistía en no avanzar hacia ningún lugar. Si el rumbo que tomaran nuestras vidas en algún momento hubiese dependido de nosotros, toda la vida habríamos seguido aferrados al ancla de aquellos días. Ni que decir tiene que nadie más que nosotros esperaba algo de nosotros mismos. El Mandy, el Tarú, el Slaughter y los hermanos Terry seguían los imperativos de los puntos a), b) y c). El Mandy, el Tarú, el Slaughter y los hermanos Terry eran mis amigos. Y cuando digo amigos quiero decir familia. Del mismo modo que cuando decía familia hacía referencia a los seres que, por la casa en que vivía, se paseaban como sims. Del salón a la habitación, del frigorífico al televisor. Bien por haberla superado, o bien por constituir mi edad aún una meta en la distancia, los miraba/me miraban con la esperanza de jamás convivir en el mismo plano. a) Nos gustaba perder un poco los papeles. En nuestro caso aderezando la vista con whisky. Vat 69 o Continente (este último más tarde pasó a llamarse Carrefour; sabía igual de mal, pero indudablemente en el proceso de metamorfosis se había deshecho de cierto encanto). b) En nuestras cabezas ebrias de vetas de adolescencia desfilaba de forma incesante un carrusel de mujeres, la mayoría de ellas, -como reclamaba nuestra edad-, inaccesibles. Irresistibles, he dicho. c) Todos nosotros acudíamos a clase. Casi nunca todos los días. Casi nunca a todas las horas lectivas. El instituto jamás llegó a ser un lugar para aprender, sino para que los demás tuvieran cierto conocimiento de nuestra existencia. El cumplimiento de aquel cliché generacional era el sustrato, el campamento base desde el que partíamos en nuestro viaje hacía lugares insospechados. Por eso, el Mandy, el Tarú, el Slaughter y los hermanos Terry huían de su tiranía: a) Las noches de viernes y sábados se presentaban en mi casa. Aparecían ellos y otros chicos. Circunstanciales, transitorios. Actores de reparto. De los que mueren 6 o hasta 7 veces en las pelis de Van Damme o Steven Seagal. Por motivos logísticos habían convertido mi casa en el punto de encuentro. De allí partíamos en algo que imaginábamos como una procesión, pero que tenía más semejanza con una manada de perros callejeros, -perros hambrientos-, que corrieran despavoridos, sin rumbo. Poco antes de alcanzar la


meta, deteníamos nuestro peregrinaje junto a una tienda que contaba con un cartel con letras rojas sobre fondo azul. 24 horas rezaba. Nada más falso. Todos sabíamos que, desde las 5 de la madrugada y hasta las 12 del mediodía, la tienda permanecía cerrada a cal y canto. Y aquello, por ser totalmente incomprensible era lo hermoso. Cada uno de nosotros aportaba a un fondo común. Trescientas o cuatrocientas pesetas. No más. Era suficiente con aquel pequeño aporte para aprovisionarnos de whisky, hielo y Coca-Cola. Triada en camino. En espeluznantes y endebles bolsas de plástico, de blanco translúcido, transportábamos la provisión hacia el descampado. Otros grupos de chicos aguardaban nuestra llegada dedicándose a fortalecer el mismo patrón. Un elegido, o un impaciente -casi siempre yo, que cumplía de sobras con ambos requisitos-, separaba los cubitos del trozo madre de hielo, rellenaba los vasos de whisky. La Coca-Cola tenía la misma función que la tinta china en la confección de una viñeta de manga: aportar color. Llegaba entonces el momento de encontrarlas. Desfilaban ante nosotros como bancos de peces inasibles como espectros. En nosotros radicaba el error. Las buscábamos afectos de tal dosis de devastación que lo único que conseguíamos era quedarnos parados. Beber y charlar. Rara vez se aproximaban a nosotros. Y cuando lo hacían éramos escollos a los que esquivar. Dejaban tras de ellas una especie de motitas. Parecía un polvo brillante. Como si de hadas se tratasen. No podíamos culparlas por mostrarnos invisibles para sus ojos. De ahí que, por tenerlas como un imposible, apenas prestábamos la atención que habrían exigido como tributo. Transcurrían las noches, mientras hablábamos casi todo el tiempo de realidades que para nosotros no lo eran, de la música que oíamos; una música que por otro lado, y salvo honrosas excepciones como Extremoduro, Platero y tú o Mägo de Oz (a los que a la postre odiamos con la misma devoción con la que les rendimos pleitesía), prácticamente estaba compuesta por canciones de un tiempo en el que no podíamos sumergirnos sin sentirnos como arqueólogos cubiertos de óxido. Y lo hacíamos de la mejor manera posible. Sin llegar a ser jamás conscientes del calibre de cuanto experimentábamos. El Mandy, el Tarú, el Slaughter y los hermanos Terry se tomaban una copa. En ocasiones dos. Ejecutaban inmersiones de Doritos en el cubata. Se los llevaban a la boca. Cometían estupideces que eran como zigurats. Reíamos desarbolados. A punto de de


que nos doliera bajo las costillas que nos arrancábamos para soñar. Cantaban. Simulaban sostener el mástil de una Fender flying V o una Gibson Les Paul de colores llameados (en ningún caso cualquier guitarra eléctrica). Danzábamos como guitar heroes. Comportamientos todos de lo más demente, y también de lo más cotidiano. Sin embargo, nada se clavaba tan profundo como la caducidad de aquellas risas. Al poco de que habíamos desplegado la base donde plantar nuestros sueños, viraban en su comportamiento. Dirigían miradas hacia el reloj. Luego volvían a la charla, a la copa, a las bromas. Pero ya había sido colocada la primera piedra para convertir el botellón, la fiesta, la esperanza en una jodida cuenta atrás. Ellos eran los primeros en desaparecer. Sólo se evacuaban antes los chicos a los que los padres no les daban permiso para perderse en los descubrimientos a los que iba aparejada la noche. Los apestados. Los que no sabían engañar. Los que no demostraban ningún tipo de hambre. Amebas, los llamábamos. El Mandy, el Tarú, el Slaughter y los hermanos Terry no pertenecían a esa estirpe. Aunque se comportaban como si aspiraran a serlo. No abandonaban el lugar para dirigirse a sus casas. Nunca los hubiese imaginado sentados al abrigo de la mesa camilla. Comiendo pipas con los dedos momificados en sal. Las piernas pegadas al brasero. En la tele el programa de José Luis Moreno. O cualquier otra jodienda familiar de sábado noche. No, eso nunca. Simplemente odiaban la inercia. La temían más bien. Por eso, la olfateaban, la palpaban, se la llevaban a la boca a veces. Pero jamás disfrutaban con su sabor, con la tranquilidad que suponía el mero hecho de dejarse llevar. A veces, cuando se marchaban me dejaban la compañía de la botella de whisky. Casi entera. Entonces, si es que seguían con vida, recurría a los actores secundarios. O buscaba a otros con los que compartirla. Amigos de circunstancias que jamás llegarían a ser mis amigos. Troquelados para recortar, doblar por su peana como de papel de fumar y con cola adhesiva incorporarlos a donde fueran necesarios. Cumplían con su función. Pero no eran amigos. No se mantenían en pie el tiempo requerido. A las 3 o 4 de la madrugada se les acababa la cuerda. La hora en que llegaba el turno de acudir en masa a las discotecas. El ahora o nunca para la noche de los fracasados sonaba en forma de temas sampleados, sudor, humo y pirulas. Mis principios eran flexibles. Hasta que se topaban con ese muro. El trapicheo con drogas no me afectaba. Tampoco el mercadeo carnal. Sencillamente me resultaba imposible soportar


aquella música que no lo era. El chunta-chunta. Optaba por regresar a casa vagando por las calles. Trazando un camino semejante al que compondría el último soldado con vida de las ruinas de un ejército. Doblemente derrotado. Por la guerra y por la muerte. PacMan franqueado por fantasmas caníbales. Desprovisto de amigos que no eran amigos porque no había una botella que hiciera de nexo entre ambos. O de puente entre aquellos mundos irreconciliables. El epicentro no estaba en mi apariencia regresando a casa en soledad. Trascendía esa frontera. Aquel camino, aquella soledad volverían innegablemente a reproducirse. Y lo peor era que hurgaba con el dedo en mis heridas sin saber concretar en qué error radicaba mi fracaso. Había veces en que los tonos grises se volvían más afilados. El Mandy, el Tarú, el Slaughter y los hermanos Terry me arrebatan el ítem. En su resaca arrastraban la botella y entonces la situación era, sin lugar a dudas, insalvable. b) No todas eran unas putas. Mujeres desfilaron por nuestros órganos blandos como piojos por las cabezas de una hueste de parvulario. Saltando de uno a otro. Regresando cada vez que las dábamos por perdidas. Olvidándose del lugar donde habitaron justo en el momento en que más crítica era la sensación de echarlas en falta. Las había que oscilaban entre poco menos que el escarceo ocasional. Lo que las hacía pasar por poco menos que fulanas. O lo que es lo mismo: putitas amateur (de poner la cama y no ver un céntimo). Mientras que en el lado opuesto se situaban las que habían alcanzado el mayor nivel en su evolución. Una consideración a la que no era nada fácil de acceder. Requería una dedicación, si no espartana, sí al menos que traspasaba la barrera del mero pasatiempo. Éstas eran las profesionales, qué carajo. Como no podía ser de otra manera, la cúspide de la pirámide era territorio reservado para las más aristocráticas de las prostitutas. Entre un polo y otro, entre el cielo y la tierra del putiferio se circunscribía un limbo de luces rojas en el que había hueco para los distintos grados de una jerarquía en la ambición por hacernos sufrir, de introducir sus dulces y tiernas manos en nuestros pechos con un solo fin: juguetear con sus deditos en el jugo que envolvía los órganos que flotaban en nuestro interior. A diferencia de la mayoría de chicos de dieciséis o diecisiete; nosotros cimentamos nuestra amistad en las mujeres por las perdimos la cabeza. Mujeres, por otro lado, que pisaban a las otras,


a aquellas que hicieron añicos los corazones de los otros chicos. Y lo hacían con las suelas de sus zapatos afiladísimos de tacón. No pertenecían a la escala social del instituto. No podían ser halladas de improviso en la parada del autobús, ni entre los pasillos de la biblioteca. Sin discusión posible para el Mandy, el Tarú, el Slaughter y los hermanos Terry, la madame de entre todas las mujeres, el malvado invencible que aguardaba al final de la última fase no podía ser otra que Diana, la lagartona de V. Una MILF1 como dios manda. A su lado, el resto de rameras, fulanas, meretrices, busconas, furcias, coimas, pelanduscas y hetairas no alcanzaban más que para conformar un grupo de novicias descarriladas. Como su lugarteniente, como la segunda a bordo habíamos designado a una mujer de la calaña de Elvira. Recostada al modo de las prostitutas romanas sobre un sofá se convertía en la Emmanuelle de los tipos raros y oscuros. Cualquier mujer no contaba a priori con la virtud de hacernos sufrir. Era una facultad que tenían que ganarse a pulso. No les bastaba con que el cromosoma par 23 fuese XX. O que corrieran juntas al baño. O que no de ninguna manera fuéramos capaces de comprender las ecuaciones de su lógica. O que se pusiesen jerséis ceñidos bajo los cuales despuntaban un par de tetitas dulces. Era imprescindible algo más. Formar parte del bando enemigo era considerada una opción verdaderamente irresistible. Por eso nos hubiésemos dejado matar cuantas veces fueran necesarias por Pris, la replicante de Blade Runner, toda una ramera. Evil-ly, de Masters del universo, una cortesana como pocas. Sin olvidar el zorrón de la Baronesa, destripadora implacable de G.I. Joes. Junto a ellas tenía su propio hueco Shaina, la mala malísima de Saint Seiya. Una hetaira, como no podía ser de otro modo, pero sobre todo un enigma irresoluble con sus apariciones propias de actriz porno mascarada. Sólo en furcia hubiese quedado la teniente Ripley si Alien se hubiese contenido entre los muros de una trilogía. Pero apareció Rebirth. La muy zoofílica se cruzaba a las filas de los enemigos para flirtear con los bichejos. Y ya no sabíamos a qué atenernos: si furcia o prostituta. Frío como el acero se nos antojaba el corazón de Afrodita A, una meretriz voluntariosa como pocas. Una característica que compartía con la autobot Arcee. Aunque no es menos cierto que ésta 1 Acrónimo. Mom I´d Like to Fuck.


era más ambigua. E igual que podía ser tenida en cuenta como una meretriz, su confusa sexualidad la convertía en todo un gigoló, en una virtud del vicio a la que le gustaba que la llamaran papito malote. En cambio, no había asomo de duda en cuanto al carácter de ramera irreprimible de Cheetara, la gatita melosa y nociva de Thundercats. Sin apenas darnos cuenta íbamos quemando etapas. Cada vez nos volvíamos más fetichistas, más frágiles ante los imperativos del cuero negro, reluciente y pulido. Más si cabe, si aparecía acompañado de algún artilugio. Nos moríamos imaginándonos en estas lides, muy juntitas, casi como un par de siamesas, a Trinity de Matrix y a la Viuda Negra de Los Vengadores. Ambas unidas por un dildo. Pupila y zorra mayor del reino, respectivamente. Tormenta y Pícara de X-Men no se quedaban a la zaga. Se convertían en las coimas perfectas para montar un threesome. Una se hacía presentar como inerme, la otra como nena desvalida. Aún más desgarradora era la imagen que nos regalábamos con el pause en el VHS. La princesa Leia elevada a los altares de las ninfas. Lo había conseguido previamente con su carácter indómito de yegua desbocada, pero superó sus propios límites cuando abandonó los trajes grises y burocráticos por el modelito de concubina estelar. El éxtasis tenía su silueta. Concretamente cuando se dejó encadenar como si se tratara de una fiera salvaje. Todo por conseguir a un hombre. A nada en el mundo hubiésemos aspirado más que a ponernos en su lugar. Que nos esposara. Que nos amordazara. Que nos vendara los ojos. Y que ataviada de furcia rebelde nos hiciera sentir el placer extremo del dolor. A ese ámbito lesivo donde las mujeres no sólo nos castigaban nuestros corazones, sino también la parte de nuestro cuerpo que se les viniera en antojo, pertenecían también Chun-Li de Street Fighter II, una furcia exótica; Hannah Dundee de Cadillacs & Dinosaurs, toda una buscona con argollas perforando sus pezones; Jill Valentine de Resident Evil, meretriz arriscada y la fiera indomable con tanga de hilo dental de Lara Croft de Tom Raider. Procedente de Mortal Kombat, Kira más que una ramera, con su actitud de pelandusca, alcanzaba la categoría de cortesana irreducible. Lo más lacerante provenía de lo invisible, de lo que quedaba latente bajo la cara más superficial. Nos castigábamos fantaseando con el carácter de puta inconsolable que las más mojigatas debían de guardar más allá del propio del personaje. Las hormo-


nas alcanzaban ebullición con aquellas caritas de no haber roto jamás un plato. Intuíamos en ellas el corazón de una prostituta y el alma de una fulana. Bulma de Dragon Ball; Buttercup, la princesa prometida, Sheila de Dungeons & Dragons, o la elfo de El Señor de los anillos, Galadriel, encajarían a la perfección en esta clasificación. A decir verdad, Galadriel igualmente podría ser elevada a la categoría de emperatriz Mesalina de la Tierra Media o incluso diosa meretriz. Un título, que de existir, habría arrebatado a la traicionera Jessica Rabbit. Análisis aparte merece el peligro al volante y en la cama. Penélope Glamour. El caso paradigmático de niña-de-papá. Remilgada. Pija de compras con dólares en tiendas de lujo y viaje bimestral a broncearse y lucirse en las playas de Miami Beach. Cocaína para desayunar. Pero de seguro una Paris Hilton pixelada que sólo podíamos imaginar con lencería de leopardo y hasta con el menos pintado todo un putón desorejado. Eran mujeres hirientemente hermosas. Lindas piernas. Ojos para perderse. Senos como dunas en el desierto. Pero había ocasiones en que la soledad nos acosaba de una manera más implacable. Y nosotros nos veíamos abocados a perseguir a las mujeres como afectos de rabia. Daba igual de donde procedieran. De la pantalla del ordenador, de la TV, o de las páginas de un libro o un cómic. Era el momento oportuno para caer rendido a los pies, o mejor dicho, a la vulva de lolita de Arale. Y agarrados a sus tobillos, cubiertos de calcetines a franjas de colegiala, erigir la cabeza como si delante de nosotros se encontrara una belleza vestal. Las rodillas esponjosas. Más arriba la falda tableada. La oscuridad de sus orificios convertida en el calor más tibio y más primigenio. Y todo cuando pasara a nuestro lado era susceptible de quedar en el más estricto suspenso. La muerte dulce. Marcharse lentamente, mientras se revive instantes de un cobijo que sólo habríamos sentido en el interior del seno materno. c) En lo concerniente a los estudios tal vez lo más apropiado sea posponerlo para una futura ocasión. Los cogí totalmente por sorpresa una noche. El Mandy, el Tarú, el Slaughter y los hermanos Terry estaban a punto de marcharse del botellón apenas iniciado, cuando les dije que me iba con ellos. Creyeron que se trataba de una broma. Y lo era. O lo había sido en su origen. Pero precisamente porque no me prestaron


la más mínima credibilidad no me podía echar atrás. Así que nos apuramos el contenido que quedaba en los vasos, agarramos la botella de Vat 69 y juntos emprendimos la marcha. Ni 10 minutos habían pasado cuando llegamos a las puertas de un Cibercafé. Aquella noche habían decidido que tocaba Half-Life. Siempre he tenido predilección por otro tipo de Shoot´em up subjetivos. Algo más acorde con Medal of honor o Call of Duty. En esencia eran lo mismo. Matar. Matar. Matar. Pese a ello, prefería aquellos juegos que tenían su desarrollo en un escenario de la IIGM, con un máuser un C-96 de 9mm o un MP40. Había, cómo decirlo, cierto aire deportivo, melancólico o al menos ético en sucumbir al homicidio en un marco perteneciente al pasado. A decir verdad, limpiar el mundo de nazis reducía las complejidades, ahogaba los dilemas. Aún cuando los personajes nazis objetivo de las balas fueran tus propios amigos. Sin embargo, el juego que empezaba a cargarse simultáneamente en los ordenadores, -Half-Lifeplanteaba una sociedad distópica en la que, los unos acabábamos con los otros, sirviéndonos del fuego de diversas armas futuristas y por lo tanto capaces de una devastación casi ilimitada. Un futuro, por otro lado, que si llegaba dar cobijo aquellas armas resultaba de lo más desalentador. De la manera más arbitraria o más lunática posible nos repartimos en dos equipos y, perdidos por los restos de las calles de una ciudad post-apocalíptica, nos dejamos llevar por una vocación homicida que probablemente ninguno de nosotros entendía como propia. O lo que es lo mismo: nos disparamos, lanzamos explosivos y perseguimos sin conocer la frontera que tal vez hubiese significado la palabra tregua. Celebrando con vítores y alaridos cada muerte que nuestra mano, sobre el ratón y el teclado, obraba. Hacerlo era fácil. Ser un jodido shooter despiadado era peligrosamente fácil. Al fin y al cabo, era la rabia la que apretaba en última instancia el gatillo. Y puesto que los personajes que nos representaban en la realidad virtual, tras ser masacrados, aniquilados y -cuando se daba el caso-, rematados; volvían al cabo de unos instantes a reaparecer, seguíamos tratando de matarnos, conforme pasaron las horas, con mayores dosis de odio, si es que cabe. De forma paralela a cómo se vaciaba el cargador de las armas con las que sembraba la devastación, mi cuerpo –el real (¿lo era?)- se iba a su vez descargando, o desinflando, como si cada bala que vomitaba hubiese sido un virus que campara a sus anchas por


los propios rincones de mi organismo. Por extraño que pudiera parecer practicando la muerte me iba curando de una enfermedad que no sabía que me afectaba. De este modo, me fui liberando mientras cada equipo trataba de imponer su afán homicida al otro. No sé si he dicho que se proclamaría vencedor el equipo que, tras acceder a los márgenes del territorio del rival, mayor número de banderas le arrebatara. Basicamente ganaba quien matara más, y sobre todo mejor. Era una madrugada extraviada cuando emprendimos el camino a casa. Habíamos rebasado la frontera de las 5 a.m. Y lo habíamos hecho saboreando cada instante como pocas veces nos habíamos detenido a disfrutar. En los rescoldos de lo que quedaba de noche y hasta que hizo aparición el alba apenas llegué a dormir. Cada vez que cerraba los ojos discurrían por mi imaginación los avatares con los que habíamos emprendido la lucha sin cuartel. No sólo eso. Alcanzaba a vislumbrar la punta de un iceberg que en su mayor parte permanecía ahogado en una profundidad oscura y opaca como Brent y de la que no llegaba a comprender nada en absoluto. El siguiente viernes por la noche cuando aproximadamente era la 1 de la mañana y la botella de whisky apenas tenía un par de mordidas, el Mandy, el Tarú, el Slaughter y los hermanos Terry se miraron entre ellos como esperaba que lo hicieran desde unos minutos antes, o tal vez horas antes, o puede que incluso desde que una semana atrás tratara de dormir y todo lo que conseguía era, desde todos los ángulos posibles, abarcar asuntos incomprensibles. De inmediato dirigieron sus ojos hacia mí. Más bien sus ojos se arrastraron hacía mí, como si con aquella mirada pretendieran decir multitud de cosas que no era necesario hablar. Al cabo de unos minutos ellos se marchaban con destino a su partida nocturna de Half-Life o tal vez de Quake 3. A aplacar sus urgencias de homicidio virtual. Por el contrario, yo tomé la botella de whisky y me dispuse a buscar entre la multitud alguien con quien acabarla.


[Texto: Miguel Sánchez Ibáñez

Fotografías: Irene Sánchez Ibáñez]

SILENCIO: SE COMPARTEN PALABRAS. La Facultad de Traducción y Documentación de la Universidad de Salamanca consolida sus lecturas literarias como punto de encuentro para traductores, creadores y estudiantes.


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asan cinco minutos de las siete de la tarde cuando se hace el silencio entre las butacas. El salón de actos de la facultad de Traducción y Documentación está lleno de alumnos, profesores y algún que otro entusiasta. Pero hoy no hay clases magistrales, ni conferencias, ni defensas de tesis doctorales. La razón por la que el público aguarda expectante las palabras de bienvenida de la decana es la celebración de Como Lo Oyes, una singular iniciativa que ya lleva dos años aunando a autores, traductores y estudiantes del entorno universitario salmantino a los que dar voz y público en un entorno a medio camino entre lo académico y lo literario. Dos veces por trimestre, Como Lo Oyes reúne, como mínimo, a un autor, un traductor y un estudiante del Grado en Traducción e Interpretación para que compartan sus creaciones y re-creaciones literarias con cualquiera que esté interesado en escucharlas. A lo largo de las

[Como Lo Oyes]

ediciones se ha podido escuchar poesía, narrativa, prosa poética o textos teatrales, y ejemplos de todos estos géneros traducidos de lenguas tan dispares como el chino, el sueco, el griego moderno o el neerlandés. Hoy la cita tiene, además, algo de especial y conmemorativo, pues está enmarcada en los actos conmemorativos de los primeros veinte años de andadura de esta facultad universitaria, una de las más jóvenes y dinámicas del campus charro. La lista de participantes es más nutrida que de costumbre, y en ella encontramos a poetas como Andrés Catalán o Ben Clark, escritores como Víctor Balcells, traductores (y profesores) como Fernando Toda o Goedele de Sterck, e incluso alumnos del grado en Traducción e Interpretación, como Neila García, entre muchos otros nombres. Y es que uno de los logros más llamativos de Como Lo Oyes es haber conseguido difuminar los límites entre los distintos esta-


mentos de la comunidad uni- compartirlas con un público puversitaria, de tal manera que el diera hacerlo. De hecho, fue allí resultado es una iniciativa fresca donde conocí el trabajo de auque deja atrás la rigidez acadé- tores que luego han colaborado mica para aden¿Por qué no ofrecer la activamente con trarse en terreComo Lo Oyes, oportunidad a autores como Ben Clark nos más lúdicos y creativos, sin y traductores para que o Andrés Caperder por ello pudieran leer sus textos, talán. Me daba el marchamo de en un ambiente distendi- la sensación de una institución do pero académico?” que existía un tan reconocida circuito de gencomo la Univerte vinculada de sidad de Salamanca. una u otra manera con la universidad a la que esta instituPara que Como Lo Oyes echara ción no les facilitaba un espacio a rodar hizo falta que a una in- en el que compartir su trabajo quieta estudiante del doctorado literario. Por otra parte, en la faen Traducción se le ocurriera la cultad se respiraba un ambiente feliz idea de proponer la posibi- de creatividad, se notaba que lidad de organizar unas lecturas había alumnos con ganas de que animacontar cosas, y ran la vida que tampoco literaria de encontraban un la facultad y, cauce para dar por extensión, a conocer sus de la capital textos, así que salmantina. pensé ¿por qué Claudia Toda no ofrecer la no se lo pensó oportunidad de dos veces “yo que tanto unos ya había visto como otros pueen Salamanca dan leer, en un iniciativas similares, como los ambiente distendido pero acaMicros Abiertos, o las Jam Ses- démico, sus textos?”. sions que organizaban algunos bares de la ciudad para permitir Una vez que tuvo la idea, conque los jóvenes escritores o cual- fiesa que no le fue nada difícil quiera que tuviera inquietudes llamar a ciertas puertas para literarias y un mínimo interés en que el proyecto empezara a


tomar forma “nunca olvidaré cómo la bombilla se me encendió durante una clase de Gramática Alemana, la rapidez con la que acudí esa misma mañana al despacho de Carlos Fortea (profesor de traducción literaria y reconocido traductor), mi director de tesis y en ese momento, el decano de la facultad, y el entusiasmo con el que recibió la idea. Sin duda, una de las claves de que Como Lo Oyes lleve ya dos años de andadura es el apoyo incondicional que le ha brindado el decanato de esta facultad. Nunca hemos tenido ninguna traba para utilizar el salón de actos, o para publicitar las lecturas en el centro”. Una vez que tuvo el permiso y el apoyo de la facultad, Claudia “tiró de contactos” para poner en marcha las primeras ediciones. “Acudí a la gente a la que había conocido en los Micros Abiertos y poco a poco fuimos enlazando participantes... en general la respuesta está siendo muy positiva. Quizá a los que más cueste convencer es a los alumnos, pero los de los cursos superiores van perdiendo el miedo y dejándose ver. Además, para ellos Como Lo Oyes es un revulsivo muy importante: les ayuda a ver que es posible vivir de esto y que hay traducción literaria más allá de las

asignaturas que tienen a lo largo de la carrera”. En definitiva, Claudia está convencida de que su idea “añade frescura al plantel de actividades que una facultad como ésta puede presentar frente a la comunidad universitaria: en Como Lo Oyes no hay presentaciones académicas, ni rigideces de ningún tipo; es un espacio para la creación que pretende hacer de la Literatura algo divertido, alejado del tópico de aburrimiento y estatismo al que se le suele asociar cuando se habla de ella en contextos universitarios.” Tampoco olvida la singularidad que supone el hecho de que sean unas lecturas literarias “en España no tenemos la tradición de disfrutar de la lectura de una manera oral, compartiéndola con otros, algo que sí sucede en otros países europeos, como Alemania. Como Lo Oyes también permite disfrutar del encanto de la narración oral, de la escucha de textos leídos en un contexto muy propicio para el enriquecimiento de público y participantes”. Cuando se le pregunta por el futuro, Claudia es consciente de que la continuidad de Como Lo Oyes pasa por “la implicación de nuevas personas en su organización. Yo terminaré el doctorado en breve, y es necesario que alguien recoja el testigo.


manera. “Leer mis traducciones en Como Lo Oyes para mí supone un subidón de adrenalina importante: miro al público y veo a quienes han sido mis profesores, pero también a gente a la que yo misma he dado clase. Considero que el encanto de Como Lo Oyes reside precisamente María López Ponz es un claro en seo, en las sinergias que se ejemplo de lo difusas que son crean entre todos. Yo nunca halas líneas dentro de esta facul- bía participado en unas lecturas tad: en su día se sentó en sus literarias así, y he de confesar aulas como alumna, después que al principio me dio un poco de vergüenza fue becaria de investigación El traductor es una suer- leer en público, y dio clase de te de autor que, para pu- y precisamente traducción blicar, ha de fagocitar an- aquí, mis traducciones, pero económica y recientemente tes lo publicado por otro.” lo cierto es que la atmósfera se ha doctorado con una tesis sobre traduc- que se crea favorece mucho el ción de literatura chicana. Con contacto con los que se sientan ésta, ya son dos las veces que ha en el patio de butacas”. participado en Como Lo Oyes, en ambos casos en calidad de Asegura que Como Lo Oyes le traductora de poesía. En esta da “un feedback muy positivo ocasión, recita sus traducciones de mi trabajo. Es un lujo poder de varios poemas escritos por compartir mis traducciones en autoras chicanas: “Coatlicue’s este entorno en el que me sienLegacy - El legado de Coatli- to como en casa, después de cue” de Ana Castillo, o “Loose tantos años de estudio y trabaWoman - Descarada” de Sandra jo. Resulta muy reconfortante, Cisneros, entre otros, y afirma la verdad.” Considera que la “estar encantada” de poder par- evolución del proyecto pasa ticipar en un proyecto así. La por “la publicación de los textraductora considera muy posi- tos que se comparten. Es cierto tivo “que desde la universidad que todas las lecturas se graban se promuevan iniciativas que en podcasts que luego están fomenten la creatividad” de esta disponibles en la red, pero una Después de dos años ya tenemos una red de contactos bastante tupida, que hará que las cosas sean cada vez más fáciles, pero dar forma a una edición de Como Lo Oyes implica tiempo, dedicación y, sobre todo, don de gentes” advierte.


publicación daría aún más calidad a esta iniciativa, aunque el contexto de crisis en el que nos encontramos no sea el más propicio para lanzarse a aventuras de este tipo, pero en un futuro... ¿por qué no?”. De lo que sí está segura es “del empaque que da tener una institución como la facultad de Traducción y Documentación, y por extensión, la Universidad de Salamanca, detrás de una iniciativa tan fresca y novedosa”. Pero no se trata sólo de recibir el feedback del trabajo de los participantes. La conjunción de autores, traductores y estudiantes permite reflexionar acerca de las diferencias y similitudes del trabajo de cada uno de ellos “al final, en Como Lo Oyes vemos que autor y traductor son, en esencia algo muy similar: ambos, en definitiva, se dedican a poner una obra a disposición de un público, independientemente de que cada uno lo haga de acuerdo con unas coordenadas particulares. Personalmente me dedico a estudiar la traducción en el contexto chicano, donde la

hibridación es constante y la traducción resulta ser mucho más que un mero trasvase lingüístico de información, así que no me chirría considerar al traductor como una suerte de autor que, para publicar, ha de fagocitar antes lo publicado por otro”. Neila García es una de esas alumnas que han tenido la oportunidad de leer en público sus traducciones gracias a esta iniciativa: “descubrí Como Lo Oyes en calidad de espectadora y después de varias ediciones tuve la oportunidad de hablar con Claudia. Yo estaba muy interesada en una autora en especial, Edith Södergran, y me apetecía traducir varios de sus textos. Claudia me propuso que compartiera algunos de ellos en la siguiente edición y así fue”. La alumna de último curso del Grado en Traducción e Interpretación asegura sentirse “afortunada” por haber tenido la posibilidad de participar ya en dos ediciones. “Es agradable comprobar que en el seno de la facultad también se valora el


trabajo de los alumnos no sólo carga creativa, autora o traducdesde una perspectiva acadé- tora, Neila tampoco duda “tenmica. Además, gracias a Como go un poco de cada una de las Lo Oyes he podido conocer dos figuras: en Como Lo Oyes muchos colegas de profesión, y soy autora porque traduzco del profundizar en mi relación con sueco, que es un idioma desmucha otra gente”. conocido para la mayoría de la Neila participa en esta edición gente, así que soy la responsable especial con la lectura de va- absoluta de las imágenes que el rios poemas de Södergran, en- público se pueda forjar del oritre los que destacan “Vierge ginal. Sin embargo, también soy moderne”, de traductora; me De alguna manera, veo con autonotítulo homónimo en castellano; me siento dueña de mía y capacidad “Sorger” o “Pe- mi trabajo como tra- de decisión, pero nas; “Låt ej din ductora” en la obligación stolthet falla” o de mantenerme “No dejes caer tu fiel a la autora orgullo” y “Jag såg ett träd” o original, de refrenar mis conclu“Vi un árbol”. Cree que en su siones y evitar que las aportacaso, participar le aporta un ciones “de mi cosecha” adultedoble enriquecimiento “por un ren el resultado final. Creo que, lado lo considero como parte en definitiva, se trata de exprede mi formación; es un reto sa- sar con fidelidad y fluidez algo lir delante de un público y leer que ya existe”. tus traducciones literarias, sobre todo cuando no eres más que Queda claro que la riqueza de una estudiante y en las butacas estas lecturas literarias descanhay profesores, traductores pro- sa sobre los hombros de sus fesionales o incuso escritores, participantes, pero no se puepero por otra parte, el compo- de pasar por alto que Como Lo nente lúdico también es relevan- Oyes no tendría razón de ser sin te: soy yo quien escojo los textos el ya mencionado respaldo del que traduzco y decido aplicar lo decanato, que apoyó sin fisuras que aprendo en clase. De algu- el proyecto desde su primera na manera, me siento dueña de edición. A pesar de los cambios mi trabajo como traductora, y es que ha habido recientemente en una sensación muy positiva”. el organigrama de la facultad, Ante la disyuntiva de conside- la iniciativa sigue siendo una rarse, al trasvasar textos de gran apuesta firme para Teresa Fuen-


tes Morán, la nueva decana, quien asegura que “Como Lo Oyes representa la confluencia de inquietudes que tenemos todos los que formamos parte de Traducción y Documentación: profesores, alumnos y público compartimos intereses académicos que terminan por traducirse, y nunca mejor dicho, en cultura.” Este proyecto, del que Fuentes recuerda que “siempre se ha realizado de una manera altruista”, ha contado con “todos los medios y espacios que el centro ha podido poner a su disposición”. “Tampoco podemos olvidar otras iniciativas como el programa de radio de la facultad, Don De Lenguas (que, por otra parte, se encarga de grabar los podcasts de cada edición de las lecturas y colgarlas posteriormente en la red) y otros cursos o talleres que tienen lugar en el seno de nuestra facultad. Todas estas actividades hacen las veces de aglutinante para los que formamos parte de Traducción y Documentación y nos recuerdan algo muy importante: el verdadero valor del mundo académico ha de residir en su contacto permanente con la realidad, de tal manera que la formación que proporcionemos sea integral y permita engarzar lo personal y lo artístico en un todo que tenga sentido” remacha la decana. Sin duda, nos queda mucho por oír de esta iniciativa tan valiente como innovadora, que en sus dos años de andadura ha dado voz y animado a jóvenes,y no tan jóvenes escritores y traductores a compartir palabras y escritos y, en definitiva, a eliminar barreras, ya fueran entre los diferentes colectivos de la comunidad universitaria o entre los creadores y re-creadores. Como Lo Oyes se consolida, en el vigésimo aniversario del centro que la acoge, como una iniciativa pionera de la que extraer no pocas enseñanzas. Y es, como bien ha dicho Neila García al iniciar su intervención en la edición de hoy, “los profesores nos enseñan a traducir, pero también nos enseñan otras cosas”. Ojalá que el caudal de “otras cosas” que esta apuesta literaria arroja al panorama universitario de la traducción tarde mucho en agotarse.


[Pérez Pérez]

LA HUELLA DEL QUIJOTE EN LAS AVENTURAS DE HUCKLEBERRY FINN.


C

omo señala Roberto Bolaño en uno de los artículos de su libro Entre paréntesis, los escritores americanos, independientemente de la lengua que manejen, vislumbran dos grandes faros en el horizonte, dos obras fundamentales e idiosincráticas del continente que marcan dos argumentos, dos cosmovisiones. Uno es Moby Dick, de Herman Melville, el otro es Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain. El primero es un libro sobre la locura, sobre la enfermiza obsesión que el ser humano refleja en el otro; y el anhelo de la aniquilación del otro es una forma de suicidio. Sin esa otredad, la existencia de Ahab es injustificable. El segundo es uno de los libros de la felicidad, un canto poético y vitalista, a la par que irónico, sobre el sentido de la existencia. Ahab es un ser atormentado, Huckleberry es un muchacho idealista que encuentra en la imaginación el vehículo para superar todas las adversidades. Como El Quijote, Huckleberry Finn es un libro sobre la experiencia y el aprendizaje, al tiempo que un canto a la integridad del ser humano y un desprecio de la hipocresía. Podemos establecer cierta similitud con La línea de sombra, de Conrad, que simboliza ese paso de la adolescencia a la madurez, pero de una manera sombría, sin el vitalismo que refleja Twain. The adventures of Hucklerberry Finn, igual que El Quijote, es una obra sobre la amistad y la comprensión, sobre la complicidad de dos personajes a priori antagónicos, pertenecientes a mundos disímiles que, llevados por la adversidad, encuentran el uno en el otro su complemento. Don Quijote y Tom Sawyer representan la imaginación, construyen sus propios mundos a partir de la literatura y de la fabulación, antídoto para combatir la sociedad conservadora e hipócrita que les tocó vivir. Los libros son herramientas para interpretar la realidad. Se establece una profunda relación entre el libro y el mundo. Don Quijote necesita el refugio de la fábula para asimilar lo que de otro modo le resultaría incomprensible y vacío: “Hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y, ya que coman, se de aquello que hallaren más a mano; y esto se te hiciera cierto si hubieras leído tantas historias como yo; que, aunque han sido muchas, en todas ellas no ha hallado hecha relación de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores” (I,10,94)


Sus contrapuntos son Sancho Panza y Huck Finn, estereotipos del sentido común y la incredulidad ante las fantasías de sus compañeros de viaje. La primera y explícita inmersión del Quijote en la novela de Twain está en el capítulo III, titulado “Emboscada a los árabes”. Aquí encontramos la desbordada imaginación de Tom Sawyer frente a la incredulidad de Huck Finn. Tom expone ante la atónita mirada de Huck el hipotético asalto a una caravana de árabes y españoles, con camellos y elefantes que transportan diamantes y piedras preciosas. Huck Finn duda de la factibilidad de la empresa, pero el exótico cuadro descrito por Tom Sawyer despierta su deseo de participar en tan increíble aventura. Dice Huck Finn: “Yo no creía que pudiéramos vencer a semejante montón de españoles y árabes, pero quería ver los elefantes y camellos, de modo que no falté al día siguiente, sábado, a la emboscada (…) Pero no había españoles ni árabes, y no había elefantes ni camellos. No era nada más que una merienda de la escuela dominical, y aun de la clase de párvulos. La deshicimos y perseguimos a los chicos cuenca arriba; pero sólo conseguimos unos bollos y una mermelada, aunque Ben Rogers se hizo con una muñeca de trapo y Joe Harper con un libro de himnos y un folleto religioso (…) Yo no vi ningún diamante y así se lo dije a Tom Sawyer. Me contestó que, a pesar de todo, los había allí a carretadas; y dijo que también había árabes y elefantes y cosas. Yo le pregunté, entonces, por qué no podíamos verlos. Me contestó que, si yo hubiese leído un libro llamado Don Quijote, lo sabría sin preguntarlo (…) (cap.III). El cuadro descrito es paródico, el supuesto botín repleto de diamantes se ha convertido “por arte de magia” en unos bollos, una muñeca de trapo, un folleto religioso, etc. Cervantes y Twain fueron insuperables maestros del humor y la parodia. Precisamente por eso y por pertenecer al género novelístico, considerado menor en los siglos de oro, ambas obras tuvieron una escasa aceptación por parte de la crítica. Hemos mencionado el equilibrio contrapuntístico que se establece en las dos parejas de personajes, pero es necesario señalar un detalle importante: los personajes están vivos y, por tanto, sujetos


a cambios. La recuperación de la cordura de Don Quijote que lo revierte a Alonso Quijano es gradual, condicionada por los acontecimientos y por el trato con el resto de seres humanos que se cruzan en su camino, mención especial de su estrecha convivencia con Sancho. Por otro lado, tanto Sancho como Huck van transformando poco a poco su voz y sus actos, imbuidos por el idealismo visionario de Don Quijote y Tom Sawyer. Como por ósmosis y progresivamente, absorben la poderosa imaginación de sus compañeros y, en el caso de Sancho, la “locura” de Don Quijote. El modelo de vida que se autoimponen Tom y Don Quijote se encuentra en libros y leyendas. La literatura su vuelve fisicidad en manos de nuestros protagonistas, conviviendo en delicado equilibrio con el sentido común de sus acompañantes. Sutilmente transgresoras y subversivas, ambas obras construyen una crítica feroz de la hipócrita, retrógrada y deshumanizada sociedad de su tiempo. Digo sutil por una cuestión de peso: Cervantes es más comedido que Twain, su sentido del humor es menos ácido, aunque en ocasiones tan negro como el del americano, debido a la vigencia de la inquisición. Por cuestiones obvias, había que cuidarse de supuestas herejías. Twain, que descreía amargamente de cualquier religión, lanzó sus envenenados dardos contra la puritana y racista sociedad norteamericana. El gradual cariño y admiración mutua que comparten el negro Jim y Huck hacen tambalear los cimientos de una sociedad insostenible que desembocará en la guerra civil y en la abolición de la esclavitud. La toma de conciencia de Huck, la aceptación de que pertenece a una sociedad cruel, la encontramos explícitamente en el capítulo XVI, cuando miente por primera vez para salvaguardad la integridad, física y mental, de su amigo Jim. Se enfrenta al dilema dialéctico de seguir aceptando los injustos valores con los que se ha criado o defender a su compañero de fatigas al que considera un igual, además de su amigo. Todo este humorismo del que venimos hablando no sería más que un adorno si no ocultara algo más profundo, un mensaje, una cosmovisión, un apropiarse poco a poco, a través de la experiencia, de una calmada sabiduría, una tranquilidad de espíritu. Twain dedicó su vida y su mordaz literatura a luchar contra la hipocresía y la estupidez humana. Otro rasgo fundamental que comparten las dos novelas es el movimiento. Desde Homero, la literatura supone un continuo viaje, exterior e interior, hacia afuera y hacia uno mismo. El de Conrad


en The heart of darkness es un descenso al infierno, río abajo en el Congo; en la obra de Twain, el descenso es hacia la libertad. La aridez de La Mancha y el caudaloso Mississippi. Los dos parten de lugares provincianos, periféricos, para llevar a sus personajes al centro del universo. Un viaje al centro de la fábula, como diría Augusto Monterroso. Y todo viaje conlleva un aprendizaje y una transformación, paulatina pero irreversible. Ni Huck ni Don Quijote volverán a ser los mismos, tampoco Jim, ni Tom, ni Sancho. La claudicación de Alonso Quijano a seguir siendo Don Quijote lo lleva, indefectiblemente, a la aceptación de su destino. El fin de la fábula es la resignación ante el paso del tiempo. Por esto, la novela concluye de la única manera posible. Pasamos ahora a mencionar una similitud relevante y fundamental entre ambas obras: la literatura dentro de la literatura. En la segunda parte, Cervantes nos presenta a Don Quijote deseoso de conocer sus hazañas. En los capítulos II,IV y V Sancho le anuncia a Don Quijote que sus aventuras ha sido publicadas. El personaje se sale del libro para observarse a sí mismo. Curiosísimo este juego de espejos que a los críticos del siglo XXI les parece posmoderno, utilizando las expresiones de nuestro tiempo. En Las aventuras de Tom Sawyer, éste, Huck y Joe regresan a pueblo cuando todos los dan por muertos. Congregados en la iglesia, todos los habitantes rezan y lloran por sus almas, mientras los tres muchachos, en una hilarante y, a la vez, enternecedora escena, asisten al relato de sus vidas y a sus propios funerales para, enseguida, surgir de entre los muertos ante la atónita mirada de un pueblo supersticioso. Borges, en su ensayo “Magias parciales del Quijote”, resalta y elogia este artificio. Shahrazad “duplica y reduplica hasta el vértigo la ramificación de un cuento central en cuentos adventicios”. La magia llega cuando, en la noche DCII, el rey oye su propia historia. “Oye el principio de la historia, que a abarca todas las demás, y tambiénde monstruoso modo-, a sí misma” (Borges, “Magias parciales del Quijote”). Las mil y una noches se convierten en una noche eterna, infinita y circular. Me permito citar el final del ensayo de Borges: “Las invenciones de la filosofía no son menos fantásticas que las del arte: Josiah Royce, en el primer volumen de la obra The World and the Individual (1899), ha formulado la siguiente: “que una porción del suelo de Inglaterra ha sido nivelada perfectamente y que en ella traza un cartógrafo un mapa de Ingla-


terra. La obra es perfecta; no hay detalle del suelo de Inglaterra, por diminuto que sea, que no esté registrado en el mapa; todo tiene ahí su correspondencia. Ese mapa, en tal caso, debe contener un mapa del mapa, y así hasta lo infinito”. Y concluye Borges: “¿Por qué nos inquieta que el mapa esté incluido en el mapa y las mil y una noches en el libro de Las mil y una noches? ¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea espectador del Quijote y Hamlet espectador de Hamlet. Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios. En 1833, Calyle observó que la historia universal es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender, y en el que también los escriben”. Cervantes y Twain compartieron el uso del humorismo como arma para combatir la mezquindad y la hipocresía. Los dos retrataron, con inteligencia y sin espasmos, la crueldad de las sociedades en que vivieron. En la memoria de la literatura, el Mississippi bien podría ser un exótico trasunto de La Mancha.

BIBLIOGRAFÍA: - Mark Twain, Las aventuras de Hucleberry Finn, traducción de J. A. de Larrinaga. Mondadori, 2006. - Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer . Alianza editorial, 1998. - Jorge L. Borges, Otras inquisiciones. Alianza editorial, 2003. - Harold Bloom, El canon occidental. Anagrama, 2009. - Manuel Durán, “El impacto de Cervantes en la obra de Mark Twain”. Revista Ínsula, número 661-662(págs.19-23), 2002. - Miguel de Cervantes, Don Quijote de La Mancha. Cátedra, 2005. - Roberto Bolaño, Entre paréntesis. Anagrama, 2004.


Estrictis 20

[de Estrictis de la muchacha más cercana] —Próximo título en la Colección de_Sastre—


[Carlos Ildemar Pérez]

No estamos seguros si fue maldad o bondad sin embargo creemos en lo segundo nos besó y fuimos agua de no beber el sol se apiadó nos recogió por la punta del dedo gordo del pie y fue a depositamos al fondo de los ojos de la muchacha ojalá no llore y seamos borrón de pañuelo.



Pr贸xima edici贸n 28 de Febrero de 2013 Env铆a tus colaboraciones a: editorial@palimpsesto2punto0.com [+ info:] www.palimpsesto2punto0.com


en este número:

1 ºn

nóicaerc

o n r e d a u c

: Jean de la Ville de Mirmont : Anaïs Moreno : Ana Herrera : Patricia Aguilar : Ferran Destemple : Alberto Guillén : Gustavo Vega : Luis Perozo Cervantes : Eva Gallud : Emiliano Corlito : María Rondón : Vidal Vega Gil : Pedro Padilla : Miguel Sánchez Ibáñez : Irene Sánchez Ibáñez : Pérez Pérez : Carlos Ildemar Pérez :


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