Cuaderno de Creación nº16

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16 “[...] a pesar de las apariencias, no se trata de un juego solitario: cada gesto que hace el jugador de puzzle ha sido hecho antes por el creador del mismo; cada pieza que coge y vuelve a coger, que examina, que acaricia, cada combinación que prueba y vuelve a probar de nuevo, cada tanteo, cada intuición, cada esperanza, cada desilusión han sido decididos, calculados, estudiados por el otro.” Georges Perec (La vida instrucciones de uso: Preámbulo)


• Todos los números de esta revista están dedicados a la memoria de Inmaculada MiguelSanz Aragón, nuestra primera lectora, fallecida en 2012.

• Edita, palimpsesto 2.0 • ISSN 2174-7601 • Director editorial, Juan Luis Gavala • Editor literario, Víctor Manuel Domínguez Calvo • Editor de sección “Traducción”: colectivo Seven Crossways. • En Sevilla, a 15 de Marzo de 2014 • Los derechos de todas las obras publicadas en estas páginas son de sus autores que los ceden para su difusión. • Esta publicación esta publicación está bajo licencia Creative Commons (CC): Reconocimiento - No comercial




Uno poco de historia Esta revista nació en 2010, con una única misión: difundir abiertamente propuestas creativas. En un formato digital rudimentario fuimos dándole forma en una clara apuesta por el ensayo y el error, que es la característica principal que la define hasta el día de hoy, cuando seguimos desarrollándola en dos formatos distintos (digital y papel).

Ensayo y error Con ensayo y error queremos decir exactamente eso. Al igual que con esta revista ensayamos la puesta en marcha de lo que hoy es la editorial palimpsesto 2.0, tanto en forma como en fondo, queremos que los autores la utilicen para exponer sus propios ensayos artísticos. No es una revista fundamentada en la obra acabada, aunque también cabe, sino que lo que quiere fomentar es la búsqueda, la experiencia, la experimentación, con sus aciertos y sus fallos, que realizan los escritores, fotógrafos, ilustradores, traductores, etc., creadores en definitiva, para desarrollar y enfocar su obra hacia uno u otro camino. De ahí que solicitemos inéditos principalmente. Para nosotros, también es un campo abonado a la experimentación con formas y formatos: de papel, de códigos, de encuadernaciones, de diseño, de comunicación, etc., y a su vez, nos sirve de observatorio.


La revista, fondo editorial Los Cuadernos de creación forman parte del catálogo editorial. Son el núcleo sobre la que se construye la misma. La mayoría de los autores que tienen obra publicada con nosotros han bregado en sus páginas. Este va a ser uno de los requisitos, a partir de ahora (sugerencia antes), para publicar con nosotros una obra individual. Creemos que exponerse colectivamente es beneficioso para la obra personal. Creemos que la heterogeneidad de estilos fomenta intercambios y enriquece al artista y al lector-observador. Creemos que esa diversidad de estilos que planteamos es el genoma de nuestra Colección de_Sastre, así como su espíritu colectivo y de colaboración, es el espíritu de la Colección sYmbionte.


POESÍA

: Aitor Francos : : Mar Domínguez : : Alicia Villares Frías : : José Manuel Díez : : Raúl Alonso : : Fernando Sarría : : José Ángel Garrido Cárdeno : : Patricia Luque : : Marta Felipe Soria : : Felipe Zapico Alonso : : Juanfran Molina : : Alberto Quero : : David González Lobo :



[Aitor Francos]

Pirandelliana [in茅dito] Mis heter贸nimos escriben sonetos de bienvenida a un mundo peculiar e intransigente. Son uniformes, un rastro de aplastados paquetes de cerillas en la cuneta. Aplauden a la vida trajeada. Todos vuelven (al contorno interior) como textos para nadie, nunca representados.


Vue de l`atelier de l`artiste [inédito] No: tienen color y forma /y existencia solo. Fernando Pessoa

Ha dispuesto los componentes básicos. Escribe varias anotaciones en un cuaderno de arandelas. Comprueba de nuevo la textura mientras un cuerpo reafirma su oscuridad ocupándola, un cuerpo que hace que nada lo separe de la noche y que el color toque el fin del poema.


[Patricia Luque]

A las sombras [inédito] Pasan las sombras a las dos de la tarde y se quedan como muertas observando las ventanas. Se preguntan si nacerá allí sol que las defina eternamente. Pasean con velos negros ceñidos al cuerpo, y se dilatan en el escalón. Parecen sentarse. Ellas no hablan nunca, gustan de las cuestas descendientes donde se alargan y se mecen vibrando al paso lento. Y es en la pausa donde a veces te miran, y no sabe uno adivinar si acaso pudieran escuchar las penas de un transeúnte que pisa una a una, en sus paseos, … las miserias…


Un silbar contemporáneo [inédito] Si buscas el saber, la tarde tiene más saberes que contarte. Que enajenado yo apenas sé silbar a aquello que la tarde arropa. Escucha el aleteo de las máquinas mientras el silencio se expande; bajo el metrónomo la avispa bebe en la charca en que se ahoga, y el calor muere allá donde los gatos entierran su amargura. Los nichos se amontonan en silencio plegándose en la soledad de uno; uno al que el sol abre sus puertas. Sin saber, veo en esa tarde a un hombre, a las líneas de un hombre, pensando en universos, y es la tarde la que esclarece la sombra de otros mundos


que quizás ella sólo sueñe como un laberinto de unidades. No sabría mostrarte, mente curiosa, apenas un desván cansado de un silbar contemporáneo. Quizá no exista el universo, no se advierta que duerme entre hileras de un cielo abarrotado; Pero la tarde, aunque a veces oscurezca, me dijo atolondrada que podía durar eternamente; yo que nunca en mis días acaricié inmortalidad alguna… Aunque sí me pensé parado y descalzo en el tiempo. Jugar a ser tarde en un sueño llega a ser tan doloroso en la vigilia del hombre limitado en sus mismos huesos…


[José Manuel Díez]

Intento de definición [de “42”] Estos son los poetas: se les llena la boca de metáforas, procuran sonreír cuando se encuentran reunidos en tertulia, pero a solas son tristes como cáscaras de plátano y escriben versos que si divulgaran les tomarían por locos de remate. Estos son los poetas: heroicos personajes que, a su modo, prefieren enfermar a estar callados.


Lección de muerte [de “La caja vacía”] Yo supe de la muerte por los libros; Lorca la disfrazaba por colores. La vi en las bibliotecas, su ceniza mancillaba los textos de amor, las narraciones lentamente infelices. Después se me mostró en los fotogramas de las tristes películas de cine francés, en la mirada de un gato atropellado por un coche. Y en los geranios secos, y en los niños raquíticos de Uganda, y en el napalm palmítico, y en el cenceño rostro de un zorro disecado en un museo. Yo supe de la muerte por la vida (mis padres y maestros desde niño, intentaron sin éxito ocultármela). La escuché susurrarme en los poemas


de Antonio Gamoneda y Blas de Otero. Tuve también noticias de su tonalidad gris y frecuente por los telediarios y la prensa, por la oración sin ecos del proscrito, por el pez que flotaba, por el gesto de adiós que los soldados dejaron para nadie. La vi en los diccionarios y en las enciclopedias mal definida y falta de congoja, en las otras menores muertes de los sinónimos: fallecimientos, trances, defunciones, terminaciones. Supe de su norma común, de su tragedia por los padecimientos y distancias que me causó en los otros, de sus síntomas, mirándome al espejo, cuando al fin comprendí que era yo mismo —con mi pequeño nombre y con mi sombra, con mi altura y mis manos, con mi amor tan humilde— quien se estaba muriendo a cada instante.


[Felipe Zapico]

[inédito] Ventosas que arrastran bajo tu piel madrugadas inhóspitas en el extremo de la barra de la cantina de la estación cuando el último expreso está por llegar y también por partir. Ausencia de vísceras clandestinas desalojadas a la fuerza por decisión impropia. Lamentos nocturnos lejos del penal en la planta octava donde cada noche se aúlla desesperadamente intentando confundir a la muerte.


[Alicia Villares Frías]

El francotirador [inédito] Hay noches que saco mis miserias al balcón. Me fumo la falta de talento cosiéndola negra a los pulmones para que tiren los puntos cuando respire, respirar como dolor o asfixia, respirar como memoria más eficaz que la de este encéfalo selectivo y arrugado. Me siento sobre el pudor de los teléfonos que no vendí. ‘Buenos días, mi nombre es Alicia Villares, le llamo de MoviStar con una promoción exclusiva para usted…’ No eras un puto elegido sólo base de datos y yo vergüenza sin espíritu de mercader. Hay un francotirador en


el monte de enfrente y me apunta. Su mierda y la mía juntas en el mismo valle. Le miro con el pitillo suspendido entre los labios, con ese gesto que bautizaron como intenso a los dieciséis, en realidad es el jodido humo que se me mete en los ojos pero él no lo sabe, no lo sabe y le tiembla el pulso, el rifle. Doy una calada, cada vez estoy más muerta, no por el tabaco, es el tiempo quien me va matando y ese cabrón me tiene en su mirilla sin rematar. Creo que duda entre pecho y cabeza. Si él supiera… que con la bala entre las cejas acertaría el corazón…


Abandono la colilla sin destellos, el balcón, el tirador indeciso, mi ponzoña, el frío. Hoy no era día de morir, habrá que hacer la cena.


La infanticida [inédito] En los poemas no cabe la posibilidad de aborto: no da tiempo. Una vez nacidos es cuando ejerciendo de Juez, de Dios o de Diablo —que se jodan Leyes e Iglesias— los mato. No todos merecen vivir… Asesino los versos por su condición de homicidas en primer grado y después los acumulo en el cementerio de pelusas… y los llamo por tu nombre.


[Fernando Sarría]

[de “Silencio (por favor)”] A veces pronuncias la palabra agua y eres tú, otras veces dices hielo y también eres tú. Sostener una mirada cuesta más que besar unos labios. Encender el amanecer desde las sombras solo se consigue con el silencio habitado por el canto de un pájaro. Tener la vida sin respuestas es lo cotidiano, también lo es estar solo, en medio de una mirada y su respiración. Nunca la vida nos reserva un tiempo de espera, aunque es cierto que cuando el mundo se silencia, un corazón, a veces, no puede soportar la soledad.


Epílogo [de “Babel en las manos”] Entonces Borges dormía con los ojos abiertos y alimentaba su melancolía respirando la noche. Era verano en el Hemisferio Sur, él soñaba con el frío de Ginebra o con la humedad implacable de Dakar. Era verano en Buenos Aires y el mundo le parecía un Atlas propio donde podía dibujar sus viejas pasiones y sus viajes. Sus dedos pasaban lentamente sobre los mapas, se detenían en un lugar señalado en rojo, una punzada, un río de palabras y de imágenes, el hombre ciego recordaba, hurgaba en su memoria el tiempo, deshacía una a una las páginas escritas de su vida.


[Marta Felipe Soria]

Fragmentos [inédito] Con ansias de geógrafa ayer deseé hacer de ti un mapa tridimensional, que me permitiera sobretocarte con sólo desplegarte… pero tú eres el hacedor de los mapas. Aspirando entonces a ser tu anatomista hoy he llegado hasta ti fragmentándote. He recalado en tu cadera, mi columpio favorito, buscando entre las sábanas algo tuyo que follarme: daba igual tu cuerpo daba igual tu mente,


ambos me encajan —todo el tiempo— como piezas de un mismo juguete. Después he mirado tu ojo en blanco y negro —que no me mira— y al hacerlo he reconocido el trance en el que entro cuando me escribe, despierta o masturba. Me he declarado surcada por tu lengua vertiginosa que despliega mis cantos de sirena desde el barco en el que viaja: esos labios desmedidos que me diluvian que dejan señales rojas a su paso y que han ido perfeccionando sus trucos en mis mares


ya no tan ignotos. He pasado a tu boca prestidigitadora que sabe bien y sabe que mi casa tiene dos timbres y es grande recibiéndome con uvas para mis labios y palabras para mis oídos. De tus dedos de ilusionista es del fragmento del que surgen más prodigios; sólo por ellos me nacen alas de mariposa, con ellos me mides, me hojeas, me descubres, porque eres también tan bien el lector pausado de mi cuerpo.


Agosto mitológico [inédito] Este verano me he perdido entre las ruinas romanas y las rúes de París, de turismo mitológico, buscándonos. He tocado estatuas con magníficas grupas y al acariciar el mármol pulido mis dedos se han acordado de ti. He volado entre tormentas deseando hacerme Zeus, y colarme por el quicio hasta lloverte. He mirado tu ojo ciclópeo y he jugado al escondite con él queriendo hacerme invisible. Y tras todo este viaje fabuloso he querido mandarte una postal pero no he encontrado una sola imagen


de una centaura hermafrodita y dual que nos represente galopando. Eres una prolongación de mí. Tócate, tócate, tócate, me susurra tu parte de caballo… Al trote y dentro de mí te conviertes en mi espina dorsal mientras tus manos desaparecen atadas a un cabecero imaginario. Pídeme ambrosía, que yo te daré vino de mi boca bacante a tu boca y a horcajadas. Seamos mitología en movimiento.


[Raúl Alonso]

Doble orilla [de “Temporal de lo eterno”] La vida es una orilla pero no existe sola. Nunca la vida es sólo una. Cada vida son dos, una en la otra. Orillas que se tienden frente a frente. Tienen rumor distinto que al unirse son un mismo rumor. No se tocan del todo. Se contemplan. Algunas veces funden su oleaje en instante de amor o de universo. Porque una vida es dos. Las dos vidas reales. Verdaderas. Una no está en la otra. La otra sí.


En la laguna [de “Temporal de lo eterno”] El viejo palpa el junco. Lo recorre con sus yemas augustas. Y lo arranca. Repite el ritual con otros pocos en la laguna donde están las garzas. Él las contempla. Su corazón tiene un poso amargo que no toca el agua. Pero le gusta ver sus vuelos rasos en la serena superficie lánguida. Con los tallos fabricará una cesta y meterá entre paños su nostalgia para soltarla luego a la deriva.


[José Ángel Garrido Cárdeno]

[de “DAME MI ALMA Y DÉJAME EN PAZ]

Envuelto entre sábanas de pasado ordeno borradores y repaso apuntes de nostalgia. Tacho. Lo erróneo lo tacho. La prudencia en mi mesita de noche, los dos dedos de más en el vaso del orgullo, el recibo devuelto por el banco de tu aprecio, la sopa caliente de miradas en el agosto de tu cuerpo. Los tacho. La voluntad cobarde de disparar frases de fogueo. Tacho la primera persona del plural en cada página de lo vivido. La mancha de humedad en el techo con tu cara mirándome. Lo absurdo lo tacho.


El subir las escaleras al revés
 para simular que me marcho.
 Esperar que sople el viento de poniente en el trastero y que navegue tu recuerdo. Escuchar detrás de la puerta una canción muda y no gemida. Lo reincidente lo tacho. El trueque de relojes, la sacarina en tus besos, los platos de compasión, el vertido tóxico de tu risa, el desierto por cruzar de tus caderas, la pasión andando descalza y de puntillas. Las treinta y dos canciones dedicadas y este poema. Los tacho.


[Alberto Quero]

Los días menos abrumadores [inédito] amanecer Poco permanece de mis antiguas batallas y de sus interminables superficies, sólo pasos tórridos y muchas procesiones falsas que ingenuamente puedo recordar. Hace tiempo absorbí esta carencia y la llamé mía; traté de no sucumbir, de no capitular pero he concedido, porque algunas guerras se ganan gota a gota, fuego a fuego: pasé frente a tantos espejos y todos mintieron. Real o eterno, mucho abandoné porque el mundo no difiere de cuanto sujeta. Ninguna cifra dejé, ninguna clave propuse y mis emblemas fueron grilletes. Veo siglos detrás de mi juventud, justo cuando mi pasado se desmorona y el tiempo lastima ciegamente.


Muy poco he logrado, pero todavía acecho algo: aprendí el arte de la invisibilidad y por eso he tenido más nombres de lo que jamás soñé. Como enmascaré continuamente mi verdadera figura di y recibí perdones y juramentos pero también furias y hachas; al mismo tiempo perfumes y vómitos, abrazos e iniquidades partieron desde mí y hasta mí volvieron: supe de besos y de odios. Fui conocido por tantas etiquetas y todas ellas fueron espirales, no otro fue el terrible aprendizaje que heredé de mis rasgados disfraces. Sin embargo, fui inofensivo y prevalecí tercamente porque todas esas maniobras mías de alguna manera repitieron hasta mis más nimios trazos: el tiempo dejó una marca incesante y sin fondo sobre los senderos que hace tanto conocí, y ella fue un signo en el cual confié infinitamente. Esta mañana, supongo, fue distinta


precisamente por no serlo: fue apenas una revelación, como las que ocurren los días menos abrumadores.

mediodía Este mediodía ha llegado lentamente y ha quebrado mis flechas y mis espadas, solo artificios y espejismos insignificantes contra este mundo, fácil y enorme, contra sus hedores y su apetito por la ira. Tampoco mi escudo ha sido tan poderoso como una vez lo supuse; aún es amorfo, blando y no protege mis heridas: un terrible sol me ha calcinado, su despreciable brillo ha taladrado mi frente y más de una vez me ha derrotado. Mi escudo, en efecto, no ha tenido demasiados poderes pues mis costras y cicatrices


se han hecho abundantes. El tiempo no ha sido sino una frontera maleable un eco, una voz imposible; nunca lo vi como tal, así que he estado haciendo malabarismos sobre su estrechez: para mi gran sorpresa, ahora descubro que he sido un acróbata o un predicador Este mediodía he decidido no ofrecer más disculpas porque me doy cuenta qué terrible fue ser manso y dúctil: he caminado a través de tierras ardientes, entre laberintos: mucho abarca este letargo y tantas veces me he hundido en él; nunca he olvidado la presencia del hado y quizá por eso no le temo. Una vez me bauticé con polvo y soledad fue mi primer seudónimo, después éter y barro, hasta que me convertí en piedra innumerable. Ahora me llamo nómada pero quizá sólo soy el que conspicuamente se enmienda, ahora me llamo viento o humo o quizá litoral y nieve, en una letanía olvidada,


ahora conozco la muerte, y ya no me es extraña porque verdaderamente pesa menos que la vida.

ocaso ¿Por qué no todos los días son como este nublado atardecer dominical que, seguramente, nadie sino yo está contemplando, deseando que dure para siempre? ¿Por qué no todos los días son como éste, devastadoramente silencioso y gris, tan ampliamente gris como si suyo hubiera sido el último mediodía? Me descubro preguntándome dónde abunda el amor, si realmente está hecho de amatista, si es un reflejo compartido o si no fatiga tanto como los caminos por los cuales he andado hasta ahora. Me pregunto si sólo será otro demonio que me domará nuevamente o si alguna vez aparecerá


en medio de un viento frío y alejado de esta luz despedazada. Ahora el silencio alivia el olvido: he aprendido a desvanecerme y a persistir, a ignorar y a hallar, a permanecer sobre el filo mismo de la soledad y de otras parsimonias; en este momento mis huellas se derriten sobre caminos inmensurables, mi mirada se desata y yo le permito deambular entre las nubes. Si el tiempo y la vida deben cesar, en este instante lo digo, si cada exhalación ha de detenerse que el final sea tan soñoliento como esta puesta de sol, lento y brumoso: si los paréntesis terminan, poco importa lo demás. Que todo se convierta en quietud y sigilo, lo imploro, que la levedad del destino sea clara, sus círculos y sus espirales y nadie lo llame llanto ni pérdida sino sonrisa indemne. Que nada duela,


como este atardecer. Por mi parte, yo me rendirĂŠ ante un nuevo silbido seguro estoy que alguno finalmente me convocarĂĄ.


[Mar Domínguez]

Crónica de la vergüenza [de “DAME MI ALMA Y DÉJAME EN PAZ] ¿Sabes? Aquí, el frío abraza los tejados besa cada grieta y trae canciones silbadas que calan hasta los huesos. ¿Sabes qué pasa? Que en el mercado las cestas diagnostican falsas anorexias y se retuercen desnudas, frágiles. Desprovistas de razón de ser. Que los días hacen eco en la sopa que en la calle no quedan bancos libres. Que la fragilidad se ha vuelto cotidiana y adiestrar la mirada hacia otra parte el Prozac de los felices. Que los cuentos con moraleja ya solo son para hijos pobres.


¿Los veis? Hay pequeños grupos de críos apretando las manos a sus madres que se arremolinan al lado de los columpios hoy, las palomas dan de comer a los niños migas de pan duro, en el comedor de la vergüenza. ¡Vergüenza!, de los que miráis con los pies calientes. ¿Sabes qué pasa? Que no nos quedan fuerzas para cargar más cruces, ni panes ni peces ni mejillas por poner. Que los gatos viejos y cansados ahora duermen sobre cartones mojados tiritan fiebre y vidas en ruinas pequeñas muertes vacías de paz. No quedan recetas para una muerte genérica.


¿Acaso no escucháis las voces buscando refugio? No hay trigo para hacer trincheras salimos a pecho descubierto desprotegidos como niños huérfanos. Vergüenza. Por los que os quedáis mirando el holocausto ignorando el hedor en la montaña de cuerpos. ¿Sabes qué coño pasa? Que salimos a la calle a gritar futuros contra ventanas cerradas a la guerra perdida de orgullos pisados a dar puñetazos al aire que abandera costumbre. Mientras, en el foro de los listos con los pies calientes arregláis el mundo hablando de no sé que mierdas dejando a mis hijos sin libros y firmando desahucios. ¿Sabes lo que a mí me pasa?


Que tengo helados los pies, que me duele la boca de decir no se puede, que estoy cansada. Y que cada dĂ­a este puto camino que dibuja la cuesta hasta casa es mĂĄs cuesta y menos casa.


[Juanfran Molina]

Azucarero lleno [inédito] Esta es la foto tras tu muerte: Las zapatillas unidas a los pies de una cama hecha con vocación de eternidad. Tu pijama bajo la almohada. El azucarero lleno. Dos tazas esperando en el fregadero. El CD inmóvil. Un artículo a medio subrayar. El espacio callado. Aquel olor, resurgido tras devorar todos los aromas que fueron decayendo. Esas pequeñas cosas que perdiste y que nunca encontraste, susurrantes y escondidas, aún perdidas, aún expectantes, y que ya a nadie interesarán. Tu bota derecha, llena de pie, negra y arruinada, con la mirada clavada en la luz que se cuela por tu ventana. ya solo son para hijos pobres.


[David González Lobo]

[inédito]

Tú tiemblas. Te tiembla la voz, la boca y la camisa, tiemblas en el cuaderno. Tú buscas en el agua. Tú buscas en el espejo. Tú buscas en el lecho. Tú das hielo y fuego como si fueras una historia que tu madre recuerda. Tú das imán y vuelo como si fueras la demencia de tu padre llamando a sus muertos. Tú das tu cuerpo y recibes otro como la madre de tu madre y las madres todas. Recomienzas, con un dejo de ternura, a buscarlo.



ENTREVISTA Diletantes y Destemplado 1.1 Ferran Destemple VS Ceferino Galรกn



A B

> A BE C E DA R IO I NSU L A R : Una entrevista a Ceferino Galán.

> En este artículo no voy a loar ni los premios, ni la originalidad, ni la dedicación, ni el respeto que se ha ganado El naufraguito. La leyenda es conocida y se puede encontrar fácilmente en su web (en web link a http://elnaufraguito.com/). Intentaré, por tanto, otra táctica procurando indagar en sus inquietudes artísticas, en la visión personal de lo que le rodea, en su imaginario creativo.

C

> El Naufraguito es un fanzine que va a cumplir el centenar de números, cosa nada frecuente en este tipo de publicaciones. El Naufraguito tiene una identidad propia, constante, determinada, es una publicación tamizada por la primera persona. El Naufraguito tiene la capacidad de sorprender, de captar la atención de todo tipo de personas pero, no nos engañemos, debajo de su apariencia divertida, alegre, juguetona, subyace un pensamiento un tanto desencantado, incorrecto, irónico que nos muestra una concepción de la realidad donde reina a sus anchas el Padre Ubú.

D E

> Veamos lo que nos dice Ceferino al respecto:

> ¿Tiene El Naufraguito una visión de la realidad cercana al absurdo? Es posible. El Naufraguito pretende ser didáctico y racional aunque para ello tenga que usar herramientas diferentes para hacerse entender.


F

> ¿Utiliza la ironía como método para cuestionar lo políticamente correcto? Sí, la ironía, el sarcasmo, el escepticismo… intentando explicar que existen otras maneras de ver la vida.

G

> ¿Algún tema tabú? No nos han gustado nunca los temas sados, masoquistas o similares. Y aunque hemos hablado de la muerte, del crimen o de la tristeza siempre queremos dar un tono positivo.

H

> ¿Cree que nos salvaremos, que sobreviviremos a la estupidez, o tendremos que refugiarnos en alguna isla? Aquí no se va a salvar nadie. La fuerza que la sociedad ejerce sobre los seres humanos es tan fuerte y tan demoledora que el pensamiento ingenuo de la salvación nos provoca ternura.

I

> ¿Ceferino Galán vive en una isla como El Naufraguito, o le preocupan las cosas que suceden en la península? Nos preocupa casi todo pero siempre desde la distancia y siendo conscientes de nuestra inutilidad.

J

> Sobre la sociedad en la que vivimos, advierto que tienes un sentimiento de profunda resignación, ¿o es quizá escepticismo? Creo que la resignación y el escepticismo van unidos y que una y otro son provocados por nuestra debilidad y nuestra desconfianza.


K

> ¿Utilizas el arte como refugio, como punto de apoyo, como resistencia o como divertimento? Quiero creer que como un divertimento que se convierte en excusa para estar aquí. Además hay que recordar aquello de que hacer arte es una forma adulta de jugar.

L

> ¿Crees que con el juego se puede cambiar las actitudes de las personas? Sí, sí, el juego es elemento necesario para vivir y para saber relacionarnos con los demás.

M N

> ¿Qué te ha dado y qué te ha quitado El Naufraguito? Me ha dado vida y me ha quitado tiempo.

> ¿Consideras el fanzine como un lugar donde experimentar, donde todo es posible, un lugar donde ejercer de protagonista? Sí, un fanzine es y debería ser un experimento continuo. Y muchos no son así. Muchos parecen una revista sin más. La corta tirada que tiene un fanzine nos ha de facilitar libertad y creatividad. Libertad porque si nos lee poca gente nuestra repercusión es mínima y no hay que preocuparse de lo que digas; y creatividad, porque si tienes que hacer pocos ejemplares puedes deleitarte más en su confección.

Ñ

> ¿Qué protagonismo tiene el “YO” en tu fanzine? Mucho. Desde nuestro punto de vista un fanzine es una dictadura en el que el editor tiene que imponer su visión de la vida.


O

> ¿Qué papel juega la originalidad en El Naufraguito? No lo sabemos pero creemos que un fanzine tiene que sorprender y para eso tiene que ser original.

P

> ¿Desde un fanzine cómo se entiende el concepto de único u original y copia? ¿No crees que en los tiempos que corren lo seriado, la transmisión del arte está por encima del objeto único, del fetichismo museístico? Ah, el fetiche. El fetiche es consustancial con el ser humano, con el primitivo ser humano y nunca será erradicado de nuestros genes. Por otra parte, un fanzine está considerado tan poca cosa que no está en esos circuitos de arte-original-copia-museo, etc.

Q

> ¿Cuál es la relación con tus lectores? Profunda y fecunda. Hay que recordar que los naufraguitos están hechos por los náufragos de todo el mundo que nos confían sus testimonios más secretos.

R

> ¿No te preguntaré por la muerte y ascensión a los cielos de El Naufraguito, pero tienes otros proyectos en mente? ¿Quizá, como has hechos otras veces, editar algún libro de poemas experimentales? ¿Quizá mostrar tus esculturas? De momento no sé nada. El Naufraguito morirá en el nº 100 y en el 101 subirá a los cielos y no sabemos nada más. Y hacer otras cosas ¿para qué? Sólo la insatisfacción nos empuja a hacer cosas y la insatisfacción nos demuestra que ¿para qué?


S

> ¿Te consideras un artista outsider, un artista que actúa en los límites de lo que, convencionalmente, se considera arte? No me considero artista, pero sí outsider.

T

> ¿Cómo editas un naufraguito: eres metódico en el trabajo, lo planificas todo concienzudamente, o por el contrario te dejas llevar por del caos? Cuando edito El Naufraguito suelo ser caótico en la creación y metódico en la elaboración.

U

> ¿Cuáles serían, entonces, tus influencias estéticas a la hora de confeccionar El Naufraguito? ¿Son influencias, digamos de la alta cultura, o rebuscas en los cajones de lo marginal? Principalmente de lo marginal, de lo kitsch reconvertido, de la televisión, de la calle… y todo esto pasado por un tamiz de filosofía, poesía y buenas costumbres.

V

> ¿Eres un manitas, lo haces todo tú, o tienes ayuda para la realización del fanzine? Nuestra historia oficial cuenta que tenemos una redacción de veinte personas que hacen posible nuestro fanzine. Y que yo sólo soy el editor. Y que tengo un despacho acristalado. Con una secretaria de melena negra. Eso cuenta nuestra historia.

W

> ¿Es la ficción un modo de vida? Claro, hay que saber engañarse para poder vivir.


X Y

> ¿EPÍLOGO O NO?

> He intentado ofrecer una visión del fanzine y de su editor un tanto alejada de su leyenda y de la mitomanía e idealización de aquello que se denomina “minoritario”. No he hecho ninguna distinción entre lo que se denomina “alta cultura” y “baja cultura”, y creo que cualquier acto creativo merece el estudio y la atención por parte de la persona que intenta comprenderlo. Quizá y sin pretenderlo, este fanzine pueda percutir en la cultura con mayúsculas y sentar un precedente, eliminando aquellos prejuicios que la gente corriente siente con respecto de todo aquello etiquetado como underground.

Z

> Quizá sí, quizá no.


VISUAL

: Valero Cortadura : : Antonio Alcรกntara Carballido : : Carlos Godot : : Carmen Ordaz :



[Valero Cortadura]



[Antonio Alcรกntara Carballido]




[Carlos Godot]



[Carmen Ordaz]




La traducción de un mundo en codificación continua

TR ADUCCIÓN

: Taha Adnan : : Alfredo Crespo : : Rosa Ausländer : : Rogelio Mohigefer : : Philip Levine : : Juan Fernández Rivero : : Victor Oliveira Mateus : : José Ángel García Caballero : : Flavia Cascio : : Jean Sprackland : : Ezequiel Moreno : : Dominique Grandmont : : Ana Correro :



Visiones de lo contemporáneo en la poesía actual Every language is a world. Without translation, we would inhabit parishes bordering on silence. G. Steiner

La poesía se ha convertido en la herramienta última de codificación artística. En un mundo continuo, en el que nada aguanta ya la restricción de una frontera –física o lingüística–, el lenguaje como tal se ha dilatado. El creador, lejos por fin del viejo mito de la producción ex nihilo, se nos presenta ahora como el intérprete de un mundo globalizado, en el que la transmisión de información ha dejado de ser un factor secundario para convertirse en el motivo mismo de la obra literaria. Crear es traducir, y es a menudo traducir un mundo incómodo y cambiante, cuya neurosis fuerza a los artistas a expresarse de una forma dinámica y llena de huecos.


En esta coyuntura, el papel del traductor propiamente dicho está íntimamente ligado al proceso de recodificación del lenguaje que producen los autores, y se convierte en una labor indispensable tanto para la creación misma como para la comprensión del mundo. Desde este punto de vista, la traducción de la poesía contemporánea se erige como una tarea ambiciosa y exigente, cuya realización sustenta a su vez la creación de nuevas formas y modelos. Las visiones características de este mundo se manifiestan a través de su traducción, que a su vez tiende un puente que transgrede las fronteras literarias. El tema seleccionado para esta primera colaboración con la revista responde precisamente a este planteamiento, e igualmente lo hace el hecho de que los poemas traducidos no se identifiquen con única visión de nuestra realidad, sino con la compleja dimensión que esta adquiere en su conjunto.

Alfredo Fernando, Ana Correro y Juan F. Rivero, dirección de Seven Crossways | Lit. Translation


Sevencrossways.com es un portal dedicado a la difusión de la literatura extranjera en lengua española. Fue creado en enero de 2014 y, desde entonces, ha publicado numerosas traducciones de textos narrativos, líricos y teatrales, partiendo de lenguas tan dispares como el inglés, el francés, el italiano, el alemán o el árabe. Cualquier interesado en colaborar con la web puede enviarnos sus propuestas y/o traducciones a la dirección de correo editorial@sevencrossways.com. También en Facebook y Twitter @ 7 crossways.


[Taha Adnan]

Your smile is sweeter than the national flag Your mobile’s dead your landline’s not responding; on Facebook your picture’s gone away, the national flag draped down over your smile, over the gleam in your eyes. I move along the wall: your wall, I scrutinize it, clicking and updating, I brush from it the dust of grief and stillness. The clouds above the country could clear; the wall might split open on your captive face. As though it truly mattered I brooded fretfully and weighed it up: has revolution swept the land? Has spring, a whirlwind, passed through


[Traducción. Alfredo Crespo]

Tu sonrisa es más dulce que la bandera nacional Tu móvil está muerto tu fijo no responde; en Facebook tu foto ha desaparecido, la bandera nacional acomodada sobre tu sonrisa, sobre el brillo de tus ojos. Me desplazo por el muro: tu muro, lo escudriño, cliqueando y actualizando, le quito el polvo de la pena y la calma. Las nubes sobre el país podrían despejarse; el muro podría partirse por la mitad en tu cautiva cara. Como si realmente importara me preocupo inquietamente y lo sopeso: ¿se ha extendido la revolución por la tierra? ¿Acaso la primavera ha pasado como un torbellino a través


for your absence to flourish in autumn? Or have I missed the train to remain right here: an indifferent witness? I lit up Al-Jazeera where coddled Arabs set revolutions ablaze in sister states, frame hearts and impetuous scenarios and compose ad lib laments sung by a turbaned chorus to the strains of an orchestra coached to mourn. Nothing new in Arabism: killing is the order of the day and blood up to the knees. There, on the revolution’s stage tragedy is comedy,


de tu ausencia para florecer en otoño? O, ¿acaso he perdido el tren para permanecer justo aquí, como un testigo indolente? Enciendo Al-Jazeera donde árabes mimados desarrollan apasionadas revoluciones en estados hermanos, enmarcados corazones e impetuosos escenarios donde se componen improvisadas lamentaciones cantadas por un coro de turbantes al compás de un orquesta entrenada para el réquiem. Nada nuevo en el mundo árabe: el asesinato está en el orden del día y la sangre hasta las rodillas. Allí, en el escenario de la revolución la tragedia es comedia,


rulers vampires, and the people a clutch of fools careering after a tattered rag they think a flag and like a crowd of extras chanting: “The people want . . .” With trembling fingers I pluck up the remote and put out the revolution that your smile might flutter in my mind and I rally, sleepwalking, to your banner. You are my flag and my revolution and I am your loving people, your beloved leader. I take up the receiver (the heart wants it so): your mobile’s dead and your landline’s ringing, Ringing . . . but no answer. On Facebook the homeland’s colours hide your smile.


los gobernantes vampiros y la gente un puñado de idiotas yendo tras un trapo hecho jirones pensando que es una bandera y como un montón de extras entonando: “La gente quiere…” Con dedos temblorosos agarro el mando a distancia y apago la revolución que tu sonrisa podría agitar en mi mente y me recobro, sonámbulo, hacia tu foto. Tú eres mi bandera y mi revolución y yo soy tu pueblo enamorado, tu amado líder. Cojo el auricular (el corazón así lo quiere): tu móvil está muerto y tu fijo suena, suena… pero no respondes. En Facebook los colores de la patria ocultan tu sonrisa.


Your smile is sweeter than spring, than all the seasons; your smile is more magnificent than the crowds in full cry, more radiant than the people when they rise up and sing, “My country”; your smile, a joy at every gathering, your smile, God’s protection settled in my heart, your smile – O beat of my heart – exalted above every banner, sweeter than the national flag.


Tu sonrisa es más dulce que la primavera, que todas las estaciones; tu sonrisa es más excelsa que la muchedumbre en pleno lloro, más radiante que la gente cuando se levanta y canta, “ My country”; tu sonrisa el júbilo en cada reunión; tu sonrisa la protección de Dios establecida en mi corazón, tu sonrisa – Oh latido de mi corazón– exaltada sobre toda pancarta, más dulce que la bandera nacional.


[Rosa Ausländer]

Blinder sommer Die Rosen schmecken razing-rot es ist ein saurer Sommer in der Welt Die Beeren füllen sich mit Tinte und auf der Lammhaut rauht das Pergament Das Himbeerfeuer ist erloschen es ist ein Aschensommer in der Welt Die Menschen gehen mit gesenkten Lidern am rostigen Rosenufer auf und ab Sie warten auf die Post der weißen Taube aus einem fremden Sommer in der Welt Die Brücke aus pedantischen Metallen darf nur betreten wer den March-Schritt hat Die Schwalbe findet nicht nach Süden es ist ein blinder Sommer in der Welt.


[Traducción: Rogelio Mohigefer]

Ciego verano Las rosas saben rojo-rancio es un amargo verano en el mundo Las bayas se rellenan de tinta y el pergamino carpa la piel de cordero El cóctel de frambuesa está apagado es un calcinado verano en el mundo La gente camina arriba y abajo con los ojos bajos junto a la rosada orilla herrumbrosa Aguardan al correo de la paloma blanca de un extraño verano en el mundo El puente de meticulosos metales permite sólo el paso al que marcha La golondrina no encuentra el sur es un ciego verano en el mundo


[Philip Levine]

Out by dark If you take the two-lane highway from Tetuan to Fez you’ll come to a crossroad near the halfway mark where the signs are in Arabic and the numbers have disappeared. If a man with a shepherd’s crook squats under a cedar tree and spits out the shells of sunflower seeds, you have come to the rigth place. Go down on your knees until you feel the cold rising slowly through your thighs to settle in your hips. The sunlight burns along the nape of your neck urging your head downward and forward until you’ve assumed the posture of a prayer. It’s an hour past noon early in the year, and already the shadows darken in the yellow grass and fill the canyons carved by truck tires. You’re too tired. You drove all night through the sleeping Roman towns, Tarragona, Alicante, the white village of Lorca, where the bread tasted of nickel and phosphate. You slept outside a cave with painted eyes and spoke only to yourself, you crossed the straits, your face into the wind;


[Traducción: Juan Fernández Rivero]

Antes de que anochezca Si coges la autovía de Tetuán a Fez, cerca de la mitad del recorrido alcanzarás un cruce donde los letreros están en árabe y los números han desaparecido. Si un hombre con un cayado de pastor se agacha bajo un cedro y escupe cáscaras de pipas de girasol es que has venido al lugar indicado. Arrodíllate y espera a sentir el frío levantándose despacio entre tus muslos, para asentarse en la cadera. La luz del sol te arde a lo largo la nuca e incita tu cabeza a desplazarse hacia adelante y hacia atrás, hasta que has adoptado la postura del que reza. El año todavía es joven, ha pasado una hora desde el mediodía y las sombras ya negrean en la yerba amarilla y llenan los surcos escarbados por los neumáticos de las camionetas. Estás muy cansado. Condujiste toda la noche entre las dormidas villas romanas de Tarragona y Alicante, del pueblo blanco de Lorca, en donde el pan sabía a níquel y a fosfato. Dormiste junto


the salt water filling your ears like so much music beaten out on a wet rock. The truth is you don’t want the truth at all. Listen at last in silence to someone who is not wise, ´to someone more lost than you: Under a leaking, pewter sky in the mountain town of Moulay Idriss, I stopped a tall stranger robed in the ragged cloak Esau fled God in and asked where I might buy a bottle of rain water or red wine. He nodded slowly. “This is a holy city,” he said. We stood face to face on the single mud street that vanished ahead among seven brown earthen shacks, each with a door closed on the screeching of black birds. “So?” I said. “So”, he said in perfect English, “If you’re not out of here by dark I’ll cut your throat,” and he smiled as he drew the wound across the small space that separated us. So, I ritched a ride to Ceuta with a German couple who dealt in rare pollens that singed my nostrills. Near the parched beaches of the Passaic I took up electronics and made my peace with obsolescence. If you can’t hear me at least listen to the earth’s prayer that gives off the perfume of birth and worms or the psalms of dark wet wings. Those are the magpies. They’re settling around you


a una cueva con ojos pintados y conversaste solo para ti, atravesaste los cañones con el rostro al viento, con el agua salada colmando tus orejas como un chorro de música batiendo sobre roca húmeda. La verdad es que tú no buscas la verdad, en absoluto. Calla y escucha finalmente a alguien que no es sabio, a alguien más perdido que tú: bajo un cielo de peltre lluvioso, en el pueblo de montaña de Mulay Idrís, detuve a un extraño alto y envuelto en la capa raída con que Esaú huyó de Dios, y le pregunté dónde podía comprar una botella de agua de lluvia o vino tinto. Él negó con la cabeza lentamente, y dijo: “Esta es una ciudad sagrada”. Los dos permanecimos cara a cara en aquella solitaria calle de barro que se desperdigaba en siete chozas de arcilla marrón, cada una con su puerta cerrada al rechinar de los pájaros negros. “¿Y?”, dije. “Y,” me respondió con un inglés perfecto, “si no te has marchado antes de que anochezca, te cortaré el pescuezo”, y luego sonrió trazando una herida sobre el escaso espacio que nos separaba. Así que hice autostop hasta Ceuta con una pareja alemana que comerciaba con un extraño polen que me quemaba la nariz. Cerca de las playas secas de Passaic, me dediqué a la electrónica y me labré una paz de obsolescencia. Si no puedes oírme escucha


pretending there are grains of wheat in the pig grass, seeds in the weed thick mounds, pretending they came of their own accord or because they were curious, pretending the rain keeps its promises. By half-past seven tonight the world you lost will be one darkness, a feather of velvet closed down, an eyelid of magpie.

ExtraĂ­do de The Simple Truth (1995).


al menos a quien reza en la tierra, a aquel del cual brota el perfume del nacimiento y los gusanos, o a los salmos de alas oscurecidas y húmedas de las urracas. Ellas se instalan a tu alrededor fingiendo encontrar granos de trigo entre los espinillos1, semillas en los espesos montículos de yerba, fingiendo que vinieron por su cuenta o porque sintieron la curiosidad, fingiendo que la lluvia mantiene sus promesas. A las siete y media, esta noche, el mundo que perdiste será una sola oscuridad, una pluma de terciopelo cerrado, un párpado de urraca.

1 Pig grass es uno de los nombres comunes que en inglés recibe la Synedrella Nodiflora, planta mesoamericana que en español recibe diversos nombres en función de la región en la que la encontremos (cerbatana, espinillo, flor amarilla, etc.).


[Víctor Oliveira Mateus]

O que dói não são as ruturas, o afastamento, a incapacidade a minar como um cancro oculto e certeiro. O que dói não é a pouca solidez com que se disse esta ou aquela palavra, esta ou aquela frase; com que se insistiu, apesar de receios vários, na grotesca encenação do que se previa muito aquém de qualquer futuro. O que dói não é a viscosidade das emoções a grafar-se em algum mapa antecipadamente condenado, nem tão-pouco a insistência de uma insolúvel lembrança a fugir. O que dói verdadeiramente é acordarmos um dia e descobrirmos que nada disso teve importância alguma.


[Traducción: José Ángel García Caballero]

Lo que duele no son las rupturas, el alejamiento, la incapacidad minando como un cáncer oculto y certero. Lo que duele no es la poca solidez con que se dijo esta o aquella palabra, esta o aquella frase; con que se insistió, a pesar de recelos varios, en la grotesca escenificación de lo que se preveía muy próximo a cualquier futuro. Lo que duele no es la viscosidad de las emociones inscribiéndose en algún mapa anticipadamente condenado, ni tampoco la insistencia de un indisoluble recuerdo escapando. Lo que duele verdaderamente es despertar un día y descubrir que nada de eso tuvo importancia alguna.


[Flavia Cascio]

Traducción inversa y traduzione attiva: un contraste de terminología El término traducción (del latín traductio) describe en su origen etimológico la idea de una acción que se dirige de un lado a otro. En el proceso traductor, de hecho, pueden producirse dos clases de cambios según la función del individuo y según la dirección de la labor de traducción. En este artículo nos centraremos esencialmente en la direccionalidad del acto del traducir, tarea que desde hace siglos se ha sometido a numerosos análisis pasando incluso por su teorización académica. En este sentido surge la distinción entre traducción directa (traduzione passiva) e inversa (traduzione attiva): por un lado, una traducción vertida de un idioma extranjero a la lengua materna, y, por otro, aquella que sigue el proceso contrario. Esta diferenciación se fundamenta en el grado de conocimiento del idioma y depende del dominio de expresión de la lengua que el sujeto traduce. La referencia intencionada al “sujeto” de forma general se aplica como una forma de evitar la restricción a la figura del profesional de la traducción y aludir igualmente al perfil de traductor por afición de nuestra sociedad contemporánea.


Así, el proceso de re-expresión puede encontrar una serie de obstáculos que bloquean al traductor acuciado por la falta de recursos: “(...) Il problema del tradurre è in realtà il problema stesso dello scrivere e il traduttore ne sta al centro, forse ancor più dell’autore. A lui si chiede (...) di dominare non una lingua, ma tutto ciò che sta dietro a una lingua, vale a dire un’intera cultura, un intero mondo, un intero modo di vedere il mondo.” (da I ferri del mestiere, Fruttero e Lucentini, Einaudi, 2003) Es decir, el traductor tiene que devolver el sentido del texto original de forma precisa y respetando las normas gramaticales y estilísticas de la lengua del lector. Primero habrá de pasar por una fase de comprensión del enunciado, acercándose a su significado y matices para luego expresarlos en la lengua de destino de forma fiel y natural. La llamada traducción inversa ha sido origen de varios debates desde el siglo XVI cuando ya se traducía en ambas direcciones quizás por la excepción que representaban los estudiosos de idiomas en aquel entonces, una época en la que quien estaba interesado en el estudio de las letras se centraba en el aprendizaje de varios idiomas en lugar de uno solo. Esta realidad explica que fuera una única persona quien asumiera la transcripción de los manuscritos de forma bidireccional y que la diferenciación se ejerciera esencialmente entre traducciones religiosas y profanas.


En este sentido, existen actualmente varios expertos que critican la traducción hacia la lengua extranjera o segunda lengua, llegando incluso a declarar la imposibilidad de la traducción inversa. Sin lugar a dudas, son los anglosajones quienes destacan más en esta apreciación; de Reino Unido y su Institute for Translation and Interpreting procede, de hecho, la prohibición de la traducción inversa. La idea, además, es compartida tajantemente por la UNESCO que, en el artículo 14d de la “Recomendación de Nairobi” (1976) declara: “en la medida de lo posible, el traductor debe traducir a su lengua materna o a un idioma que domine como su lengua materna”. En español se denomina traducción inversa a lo que se conoce en italiano como traduzione attiva, destacando así su carácter inusual, mientras que en inglés se alude al “service translation” como una actividad secundaria y práctica. En ambos casos, el propio término acarrea una connotación negativa, testigo de la opinión difundida en el ámbito de la traducción, que considera la traducción directa como el único proceso traductor puro. Los conceptos de “traducción directa” y “traducción inversa” pueden ser considerados como caricaturas de la realidad, simplificaciones abusivas que distorsionan la actividad profesional y la formación de los traductores. La“traducción directa” y la “traducción inversa”, así como la idea de perfección en traducción provocan que se malogre un enorme potencial laboral que el traductor tiene a la hora de trabajar hacia una lengua B de forma satisfactoria respondinedo a la demanda del mercado.


Provoca una sensación de frustración en los traductores, que dejan de sentirse capaces de desarrollar esa actividad porque su imagen se ve menospreciada por la sociedad. Inevitablemente, el cliente sentirá rechazo hacia estos profesionales, inhabilitado para aceptar su capacidad para traducir en ambos sentidos y dejará de sentirse obligado a contratar a varios profesionales para una tarea que se considera como única. Esto mismo lleva a recurrir a personas bilingües para que escojan como lengua materna una entre las que dominan. Por mi parte y desde la experiencia de una futura traductora italiana que, de momento, se dedica a la traducción sólo como afición y, en cierta manera, como mero ejercicio. Mi aportación a la web de divulgación literaria Seven Crossways se basa en la traducción inversa de textos en lengua italiana, mi lengua materna desde hace ya veintidós años, al español, lengua con la que trabajo desde hace seis años y que domino con cierta destreza desde hace tres años, tiempo en que se ha convertido en la lengua en la que me comunico, escribo y pienso todos los días. A la hora de traducir un texto de mi lengua materna a una segunda lengua noto claramente la facilidad y prontitud de comprensión del texto original en cada uno de sus rasgos, me resulta sencillo y del todo natural captar el concepto general que se quiere transmitir y el mensaje específico que el autor italiano desea trasladar al lector. Sin embargo, cuando efectúo un primer acercamiento a un texto en lengua extranjera, aun teniendo un conocimiento óptimo del castellano, es posible que no capte todos los matices expresados por el escritor y necesite recurrir


a herramientas externas, además de pedirme un notable aumento de esfuerzo y tiempo de análisis del mensaje. Así, es evidente que al menos en la fase de comprensión del texto es preferible partir de la lengua materna, en cuanto a captación de la complejidad de datos. ¿Qué decir, entonces, de su traducción a la lengua extranjera? Es cierto que el punto débil de la traducción inversa residirá concretamente en esta parte, puesto que a excepción de los casos de bilingüismo será difícil producir un texto con la misma fluidez con la que se escribe en la propia lengua materna. Puntos de vista. Mi consideración personal es que todo depende de factores externos que influyen a la hora de asimilar una lengua extranjera y al uso que se hace de ella. Es lógico que el uso puramente oral y cotidiano de un idioma no concederá los requisitos necesarios para un conocimiento certero de la lengua, aunque, si el traductor adopta su lengua B no sólo para comunicarse oralmente sino también de forma escrita, es posible que llegue a adquirir un amoldamiento y dominio del idioma que permita incluso superar la calidad de redacción en el propio idioma materno. Aun siendo un pilar fundamental de la reflexión en torno a la traducción y la formación de traductores, la distinción entre traducción directa e inversa ha sido continuada pero nunca se ha sometido a contrastación. Es necesario actualizar sus premisas teóricas sin caer en la mera creencia exenta de fundamento, que lleva a la confusión y el caos. Es más, tal vez en la sociedad renacentista el mundo de la traduc-


ci贸n era m谩s elitista, pero el contacto entre lenguas del mundo en el siglo XXI ha incrementado notablemente tanto en variedad como en intensidad y la recodificaci贸n interpretativa (o dicho de otro modo: la traducci贸n) resulta sin lugar a dudas indispensable.


[Jean Sprackland]

Sleeping keys Printed with old roses or tartan and thistle, there’s a biscuit tin like this in every house. Prise off the lid and catch the flinty scent of old keys, decommissioned and sleeping. Like unspent francs, deutschmarks and drachmas they accumulate here, inert and futureless, though each in its time was powerful: precision-cut on a wheel of sparks. Tip them out on the table in the empty kitchen and rake through them one last time. The mortice for the first front door, The yale for the porch, replaced ten years ago (never a good copy, it balked at the turn). These antiques were for internal doors, this one perhaps the old bathroom where he knocked softly, and you stepped out of the bath


[Traducción: Ezequiel Moreno]

Las llaves que duermen Estampada con viejas rosas o tartán y cardo, hay en cada casa una caja de galletas como ésta. Quita la tapa y absorbe el fuerte aroma a viejas llaves sin uso y durmientes. Como francos, marcos y dracmas que no se gastan, se acumulan aquí, inertes, sin futuro, aunque cada una en su época era poderosa: corte de precisión en la rueda de chispas. Vuélcalas sobre la mesa en esta cocina vacía y amontónalas por última vez. La ranura de la puerta de entrada, la cerradura del porche, sustituida hace diez años (no resultó una buena copia, se atascaba al girar). Estas antigüedades fueron para las puertas interiores; ésta quizás para el viejo baño donde llamó suavemente y saliste de la bañera


and printed the bare boards with your feet as you hurried to unlock and let him in. Padlock keys for sheds and bikes, and a set with a jaunty tag for the house next door, though the people are different now and you can’t imagine popping round and watering the plants. Count out their obsolete treasure on the table, puzzling as your grandmother’s brooches and hatpins and with the same residual gravity– the shiny, the worn, the ones threaded on strong or paperclips, or marked with Tipp-Ex, the miniatures for medicine cabinets and pianos– then scoop the lot into the bin, because not one will ever spring a lock again to let him into your space, or you to his. No more the easy click of the blade engaging and nudging the bolt aside, or his grin as he entered the room of steam, already slipping off his shirt.


y marcaste las losas desnudas con los pies, así te apresurabas para abrir y dejarlo entrar. Llaves de candados de casetas y bicicletas, y un juego de alegre marbete para la casa de al lado, aunque la gente es diferente ahora y no la imaginas dando vueltas y regando las plantas. Cuenta su tesoro inservible sobre la mesa —desconcertante como los broches y alfileres de tu abuela y con la misma seriedad remanente—, las brillantes, las desgastadas, las estropeadas a fuerza o clips o señaladas con Tipp-Ex —las miniaturas para botiquines y pianos—. Vacía luego el montón en la basura porque nadie jamás volverá a abrir un candado de nuevo para dejarlo entrar en tu espacio, o tú en el suyo. Nunca más el fácil clic de la hoja adentrándose y girando el cerrojo a un lado, o su sonrisa cuando entró en la habitación de vapor, quitándose ya la camisa.


[Dominique Grandmont]

Immeuble II Paris 1970 ou 1973. Les chiens, les titres de journal, le klaxon répété d’une voiture dans le passage et les mariés dans un taxi. La fenêtre n’est qu’entrouverte et toutes les transparences grandissent quand la porte, toutes les portes se referment. Ou est-ce simplement le bruit des clés jetées sur une table et la cigarette qui se fume toute seule, comme ici. On aperçoit au fond cette horloge arrêtée des scènes de théâtres, quand l’acteur ne sait plus ce qu’il faut dire ou comme si, dans un couloir, il regardait soudain qui peut bien le suivre, devant un miroir qui le refléterait alors qu’il n’y a rien en face de lui, devant un miroir oublié d’instants morts plus forts que la mort, et peut-être y a-t-il quelqu’un d’immobile sur un lit et peut-être est-il en avance à un rendez-vous que personne ne lui a fixé. Des pas s’éloignent: ils s’approchent. On parle aussi dans l’escalier. Un talon claque. Des verres traînent sur un plancher.


[Traducción: Ana Correro]

Edificio II París 1970 o 1973. Los perros, los titulares de periódicos, el claxon reiterado de un coche en el pasaje y el matrimonio en un taxi. La ventana apenas está entreabierta y todas las transparencias aumentan cuando la puerta, todas las puertas se vuelven a cerrar. O será simplemente el sonido de las llaves al lanzarlas a una mesa y el cigarrillo que se fuma solo, como aquí. Se atisba en el fondo ese reloj parado de las escenas de teatro, cuando el actor olvida lo que tenía que decir o como si, en un pasillo, mirara de repente a quien pueda seguirle, delante de un espejo que le refleje aunque no haya nada frente a él, delante de un espejo olvidado de instantes muertos más intenso que la muerte, y quizás haya alguien inmóvil en una cama y quizás llegue temprano a una cita que nadie le haya fijado. Unos pasos se alejan: se acercan. También hablan en la escalera. Suenan unos tacones. Ruedan unos vasos por el suelo.


(Dimanches clairs et vides ou, qui sonneraient à l’envers, des heures mal comptées, trop lentes. Et des points de repère réels, mais provisoires, des avions, des banlieues, mais tout cela n’est pas certain). Seulement quand un métro passe on sent parfois trembler les vitres et la force du monde ou quelque chose d’abord comme un pas lourd sur un parquet tremblant, presque des mots. Martèlements qu’on n’entend pas. On n’entend pas ce qui est enfermé dans de la peau brûlante, le temps dehors, les voix debout. En face les grues sont comme dessinées sur le ciel et tout paraît si neuf et la proximité si grande qu’un souffle aussitôt les efface. Le ciel est un peu gris, les choses plutôt jaunes à cause d’un midi d’automne. En bas quelqu’un regarde une moto en mâchant un sandwich. Un Noir au long manteau, près de l’arrêt de l’autobus, arrange sur le sol des bibelots, des ceinturons, des masques, et s’assoit sur le banc, le dos tourné. Il a un bonnet de laine et les passants de tous les jours ont tous le même corps, les mêmes bras, les mêmes jambes. Mais on ne sait pas s’ils vont ou s’ils viennent, on ne sait plus à quel moment c’était. Le doigt de la mendiante, sur sa canne d’aluminium


(Domingos claros y vacíos o, lo que parece lo contrario, horas mal contadas, demasiado lentas. Y puntos de referencia reales, pero provisionales, aviones, extrarradios, aunque nada de esto sea seguro). Sólo cuando pasa un metro se siente a veces cómo tiemblan los cristales y la fuerza del mundo o algo que al principio parece un paso fuerte sobre un parqué tembloroso, casi palabras. Martilleos que no se oyen. No se oye lo que está encerrado en la piel ardiente, el tiempo afuera, las voces alzadas. Se diría que las grúas de enfrente estén dibujadas en el cielo y todo parece tan nuevo y la cercanía tan grande que un soplo las borra de repente. El cielo está un poco gris, las cosas más bien amarillas por el mediodía de otoño. Abajo alguien mira una moto mientras mastica un bocadillo. Un negro con abrigo largo, junto a la parada de autobús, coloca en el suelo adornos, cinturones, máscaras, y se sienta en el banco, de espaldas. Tiene un gorro de lana y los transeúntes de todos los días tienen el mismo cuerpo, los mismos brazos, las mismas piernas. Pero no sabemos si van o vienen, no recordamos en qué momento pasó. El dedo de la mendiga, con su muleta de aluminio


—quand elle s’arrête titubante pour injurier les magasins— est potelé, bruni par la crasse et par la terre. Les arbres sont poilus et font des gestes incompréhensibles jusqu’au troisième étage des immeubles aux lourds frontons de pierre. La gare droite comme un temple marque l’heure un peu plus loin, entre les colonnes doriques de fonte noire et les affiches on voit encore les drapeaux sur une voiture comme des enfants qui courent, mais c’est tout. La lumière cette fois recule et jusqu’à l’horizon, on n’entend, de nouveau, que le bruit de la ville.


—cuando se para titubeante para increpar a las tiendas— es rollizo, ennegrecido por la mugre y la tierra. Los árboles están pelados y hacen gestos incomprensibles hasta el tercer piso de los edificios con gruesas fachadas de piedra. La estación derecha como un templo marca la hora algo más allá, entre las columnas dóricas de hierro negro y los carteles aún se ven las banderas en un coche como niños corriendo, pero eso es todo. Esta vez se repliega la luz y hasta el horizonte, sólo se oye, de nuevo, el ruido de la ciudad.



NAR R ATIVA

: Javier Mariscal González : : Alejandro Lapetra : : Pedro Luis Ibáñez Lérida : : Pedro F. Padilla :



[Javier Mariscal]

Un cuadro en blanco y negro semifuso [inédito] merche era asturiana, comunista empedernida y tenía unas caderas estrechas que hacían juego con su pelo corto y sus pestañas largas. el día que murió franco se emborrachó como todos, folló con un compañero de partido y quemó todos los sujetadores que guardaba en el tercer cajón del armario. pero esta no es su historia. conoció a josé antonio en 1984 en una reunión sindicalista a la que también acudieron representantes de toda europa. vivía en suecia, aunque nació en zaragoza al bostezar la década de los treinta. su padre, falangista, seguidor de primo de rivera, encadenó para siempre su nombre, y el recuerdo de esta admiración totalitaria, a su dni. el destino, es decir, el destino cabroncete, estuvo condenando a su familia a llevar una vida errabunda. al estallar la guerra civil se encontraban en barcelona, en territorio republicano, así que guardaron algunos cachivaches y cruzaron la frontera sin pausa hasta recalar en un pequeño pueblo belga, en los alrededores de bruselas. la patria tiraba más que la ideología, y en los arduos años de la ocupación nazi, sin hacer preguntas, los gonzález pla acogían a los milicianos españoles que habían escapado de la represión en la península y luchado en la resistencia francesa. hastiados de hambre, sordos por el zumbido de tantas balas sin nombre, buscaban un salvoconducto, una


huida, hacia cualquiera de los países escandinavos. poco antes de finalizar la segunda guerra mundial, para evitar el riesgo de acusaciones de colaboración con los alemanes y ejecuciones gratuitas, josé antonio tuvo que anotar en su diario un nuevo destino para la familia, lund, una coqueta ciudad universitaria al sur de suecia. allí aprendió a vivir. estudiar derecho le proporcionó la seguridad de un trabajo cómodo, pero también un hijo con su primer amor universitario, cathy, inestable como un flan royal y con pocos pájaros en la cabeza; todos estaban en la de josé antonio, que comenzó a impartir clases de lengua y cultura española en la facultad mientras ponía fin a cuatro años de relación y engaños. muchas alumnas fueron conociendo su casa de la calle raumer, su cocina con grifos antiguos, su salón desordenado de cortinas rojas, su cuarto de estudio con el escritorio que le regaló el profesor seinfeld y su habitación con una cama litera frente al ventanal que daba al patio interior del edificio. le encantaba tener la posibilidad de dormir cada noche arriba o abajo, según le apeteciera, y contemplar su cuarto desde diferentes puntos de vista mientras se ensoñaba con los libros que leía al abrigo de las mantas. no era el lugar idóneo para hacer el amor, aunque el resto del piso ofrecía demasiadas pistas a la imaginación como para desaprovecharlas. estas fugacidades, estas relaciones dibujadas a carboncillo sobre la piel, salvajes algunas, tiernas otras, breves todas, trazaron el camino hacia mabel. dulce, sensible y veintidós años más joven, tampoco pudo hacerle un torniquete a una pasión que sobrepasaba lo sexual y derrapaba y salpicaba y describía rumbos inauditos. un


día empezó a llorar con la mejilla pegada a la ventana y al siguiente ya no la encontró josé antonio al despertar, permaneciendo así, mirando su lado de la cama, ausente, como el hueco en las sábanas, todo el lunes, y el martes, y luego el miércoles, pero ya con una botella de vodka en la mesilla de noche, en las venas, adormeciendo el recuerdo. algunas cartas llegaron, también algunas explicaciones, pero no servían para estrangular un vacío insolente instalado ya en cada una de las horas en las que echaba de menos sus huellas. este tiempo amargo, estos años de intemperie y claustro, le llevaron a españa, a oviedo, a merche, en un marzo lluvioso de 1984. un accidente campestre, una rama mal fijada al tronco de un envejecido nogal, dio con sus huesos en el suelo, y luego en la cama de su amigo ernesto, marido de merche. durante la convalecencia ella no dejaba de escuchar con un brillo especial en sus ojos los viajes de josé antonio a cuba o las peculiaridades de una suecia donde la civilización abandonó el intento de domar a la naturaleza helada y boreal. fueron tardes inolvidables en las que se quedaban solos, la lluvia chispeando y desafinando en las ventanas, dos soledades hablando en morse y la lumbre de una hoguera endeble iluminando unas tazas de té que se iban acercando cada vez más, luego las manos, después los labios, también los cuerpos. escaparon a lund y josé antonio se enamoró por primera vez. se aislaron del mundo en la pequeña cabaña de hasselholm, junto a los lagos, plantando de hortalizas el jardín, bailando desnudos en las noches templadas y deteniendo un poco el mundo para que todo durara más, como el aroma de frutos silvestres maduros


de un buen ribera del duero en el paladar. ahora merche anda en el pueblo comprando provisiones antes de que una nueva nevada obligue a cortar la carretera y nos vuelva a dejar incomunicados. y yo le estoy preparando un café a josé antonio y pensando en qué libro le leeré en voz alta para que su alzheimer se vaya al infierno por un rato.


[Alejandro Lapetra]

A la sombra de los cipreses (Tragicomedia en tres escenas) [inĂŠdito]


P E R S ONAJ E S

Leo, el hipocondr铆aco Ram贸n, el amigo ChESTER, el espectro EVA, el alma en pena


ESCENA PRIMERA

Verja cerrada de un cementerio. Pasan de las once y media de la noche. Dos farolas, una de las cuales parpadea cada varios segundos, iluminan la escena con su pobre luz amarillenta. Al fondo, dentro del camposanto, las siluetas puntiagudas de los cipreses se ciernen oscuras. Se escuchan pasos y al poco aparece LEO entrando por la izquierda. Le sigue RAMÓN. LEO viste un polo amarillo y RAMÓN una camisa azul remangada hasta los codos. Ambos son de estatura mediana y treintañeros, pero mientras RAMÓN camina con paso firme y seguro, LEO se mueve a trompicones y parece sumamente abatido, angustiado. Se detiene frente a la verja. RAMÓN.—¡La madre que te parió, Leo, por fin echas el freno!… (Mira con disgusto hacia el cementerio.) Aunque vaya sitio has elegido. LEO.—No puedo más, Ramón, te lo juro. Y no tenías por qué seguirme. RAMÓN.—No, claro, ¿a ti te parece que esas son formas de largarte del bar? ¡Venga ya, hombre! Voy al servicio un momento y sales escopetado, con la cerveza medio llena y sin haber probado la tapa. ¿Pero qué narices te pasa?


LEO.—No sé…, te has levantado, he empezado a darle vueltas a la cabeza y me ha entrado el pánico. Necesito… Necesito tranquilizarme. (Se masajea las sienes, entorna los ojos y apoya la espalda contra la verja.) RAMÓN.—Tío, una cosa, ¿no podemos seguir paseando y hablar en otra parte? Anda que tú también pararte aquí… LEO.—¡Caray, qué más da! Después de todo aquí para todo el mundo, ¿no? Más tarde o más temprano… Y en mi caso va a ser muy pronto, estoy seguro. RAMÓN.—Desde luego, eres el rey del drama. ¿Pero qué tonterías estás diciendo? Ya te ha explicado el cardiólogo que no hay motivo de alarma, que no te pasa absolutamente nada y que te tranquilices. ¿Quieres hacerle caso al médico por una vez? LEO.—(Mientras da vueltas en círculos, nervioso.) Los médicos no saben nada, Ramón. Cuántas veces tendré que repetírtelo. A los de ahora lo único que les interesa es embolsarse un buen sueldo. Eso y despachar al rebaño diario de pacientes lo antes posible para poder irse a casa a ver el fútbol. ¡Y a los enfermos que nos den por saco! RAMÓN.—Estoy harto de tu cinismo, Leo. De tu cinismo y de tu hipocondría. LEO.—Esta vez es real, Ramón. Lo creas o no tengo todos los síntomas: me mareo varias veces al día, sudo en la cama, me cuesta respirar y siento una presión intensa en el pecho, como si un puño enorme me estuviera retorciendo el corazón. RAMÓN.—Pues naturalmente que los tienes… ¡Si te los provocas tú!


Llevas media vida montándote estas películas. Madre mía, siempre crees que estás enfermo. ¿Te acuerdas de cuando pensabas que tenías un tumor cerebral porque te zumbaba el oído? LEO.—Bueno, era un zumbido muy inquietante… RAMÓN.—Leo, era un tapón de cera. LEO.—Ya, pero esto… es distinto. (Se pellizca el labio, preocupado.) RAMÓN.—Sí, eso dijiste también la última vez, cuando te hormigueaba el estómago y te convenciste de que tenías cáncer de colon. Al final resultó que era una irritación del intestino causada por tu propia ansiedad. LEO.—¿Cómo iba a saber yo que podía provocarme semejante cosa? (Hace una pausa.) De todas formas… De verdad que esta vez es diferente. RAMÓN.—Sí, sí, muy diferente, qué duda cabe. Pero te recuerdo que de lo que te quejabas en principio era de una punzada en el pecho, y solo desde que el médico te ha dicho que lo que se siente en realidad es una presión has empezado a notarla. (Lanza una mirada de desaprobación hacia el cementerio.) Anda, vámonos de aquí, que te me sugestionas. LEO.—(Alterándose.) Me da igual lo que pienses, Ramón. El caso es que eres mi mejor amigo y no me estás ayudando nada. ¿Sabes el pánico que tengo? Me cuesta… RAMÓN.—(Lo interrumpe, con voz cansina.) Ya, por eso te digo que nos vayamos. LEO.—¡No me interrumpas, por favor!… Como te decía, me cuesta horrores levantarme por las mañanas. (Suspira.) Y luego me planto en la


tarima, delante de todos esos chavales, y no me quito de la cabeza que ellos tienen toda la vida por delante… Mientras que la mía va acortándose a cada paso que doy. (Se mordisquea los padrastros.) RAMÓN.—Lo que hay que oír… Tus alumnos son de bachillerato, Leo; apenas tienen quince años menos que tú. ¡Si hasta podrás darles clase a sus nietos, si me apuras! (Resopla.) De verdad que no entiendo por qué te pones así. LEO.—¿Y cómo quieres que me ponga? Tengo los síntomas clásicos de una cardiopatía severa. Es lo peor que podía pasarme. (Hace una pausa para calmarse y tomar aire.) A ver, tú trabajas en la construcción. Imagina que sufres un accidente. ¿No tendrías miedo de morirte? RAMÓN.—¿Y por qué iba a tener miedo? LEO.—Pues porque dejarías de existir. RAMÓN.—¿Y qué? LEO.—¿Esa idea no te aterra? RAMÓN.—¿Quién piensa en esas tonterías? Ahora estoy vivo. Cuando esté muerto, estaré muerto. LEO.—(Atónito.) No lo entiendo, ¿no tienes miedo? RAMÓN.—¿De qué? Estaré inconsciente. LEO.—En serio, Ramón, contigo no hay manera. No te planteas nada…, no te preocupa nada… Eres un superficial. RAMÓN.—(Irritándose ante la ofensa.) ¡Ya estamos con la historia de siempre! Tú en cambio entiendes mucho de todo, ¿no? Después de estudiar filosofía cinco años seguro que tienes montones de respuestas.


¡Joder, por eso se te ve tan de maravilla! Se nota que te ha servido para solucionar tus problemas. (Para tranquilizarse, RAMÓN saca un paquete de Chesterfield y enciende un cigarrillo. Da un par de caladas.) LEO.—Bueno, por lo menos yo puedo decir que tengo inquietudes sobre… (Clava la mirada en el cigarrillo.) ¿De verdad vas a fumarte otro? Es increíble el poco respeto que sientes hacia tu cuerpo… ¿Has visto alguna vez la foto de los pulmones de un fumador? El otro día estuve mirando en varias páginas de Internet: se vuelven morados, y como salpicados de tinta negra… (Pone cara de repugnancia y acompaña su explicación de gestos con las manos. La paciencia de RAMÓN se va agotando.) ¿Sabes? parece como si les hubiesen reventado un bolígrafo encima… No entiendo cómo puedes vivir tranquilo teniendo dentro una porquería infecta que hasta podría provocarte… RAMÓN.—(Perdiendo por completo los papeles.) ¡Se acabó! ¡Tú eres quien me provoca! ¡Me da enteramente lo mismo si mis pulmones se ponen morados, verdes o… estampados con margaritas, Leo! ¡Por mí como si les crecen alas y una trompa! ¡Estás loco, zumbao!… ¿Sabes lo que te digo? Que no me extraña que Irene te mandase a hacer puñetas. LEO.—(Sin dar crédito.) Qué estás diciendo, joder. A ver qué tendrá que ver Irene con todo esto. RAMÓN.—Estoy diciendo lo que oyes. Que en su día te apoyé con el


temita pero solo porque eras mi amigo. ¡Que llevaba razón ella, no tú, a ver si te enteras ya de una vez por todas! Te lo ganaste a pulso, maldita sea. (Arroja el cigarrillo.) Demasiado aguantó, la pobre. LEO.—(Muy afectado.) Eres un bestia, Ramón. No debo de importarte en absoluto cuando eres capaz de soltarme eso. Te da igual cómo me sienta yo. RAMÓN.—¿En serio? ¿Tú crees que me da igual? Dime una cosa, Leo, ¿cuántos amigos te quedan aparte de mí? (Pasan unos segundos, pero LEO no responde.) Me atrevería a decir que poquitos. ¿Te ha preocupado alguna vez cómo nos sentimos los demás? Cada vez que nos vemos te falta tiempo para contarme tus historias, pero nunca me preguntas cómo me van a mí las cosas. Como mucho tratas de convencerme de que abandone malas costumbres. Sobre todo si pueden afectarte en algo a ti, como el humo del tabaco. Pero nada más. (Pausa.) Dime, ¿acaso eras distinto con Irene? ¿Te preocupaste de saber si ella era feliz? (Enfatiza.) ¿Te has preocupado alguna vez por alguien que no fueras tú mismo? (Se hace un silencio. LEO se tambalea. Pasan varios segundos. Al cabo, RAMÓN habla para sí, consciente de haber ido tal vez demasiado lejos.) Mierda, no tenía que haber dicho nada de Irene… Esto me supera. Por mucho que me esfuerce, no hay forma de… LEO.—Ramón, te has pasado. Haz el favor de largarte. (Se agacha, como mareado.) Caray, me encuentro fatal.


RAMÓN.—(Ya más sosegado y arrepentido de la ferocidad de sus palabras.) Lo siento, lo siento, ¿vale? Llevas razón, me he calentado y he empezado a decir burradas. Pero es que a veces… (Mira a LEO con lástima y preocupación.) No te quedes agachado ahí, hombre, que mea todo el mundo. Anda, deja que te ayude. (Pese a que opone resistencia, logra ayudarlo a ponerse en pie de nuevo. LEO tiembla y se agarra nervioso a las rejas de la verja con las manos por detrás de la espalda. Le cuesta sostenerse.) LEO.—Muy bien, disculpas aceptadas. Pero ahora márchate, ¿quieres? Necesito estar solo un rato. RAMÓN.—Tío, no pienso dejarte aquí, de esta manera. LEO.—Vete, por favor. Además, Silvia estará preocupada. No le gusta que llegues tarde entre semana. RAMÓN.—No, no puedo irme. ¿Has visto cómo estás? Mira, ¿por qué no hacemos una cosa? Hoy es mejor que no pases la noche solo, así que te vienes a nuestro piso y puedes dormir en el sofá. Ya dormiste allí en una ocasión, ¿te acuerdas? Es bastante cómodo. (Hace una pausa para cambiar de registro.) Hay que ver la curda que llevábamos aquella vez, ¿eh? (Intenta bromear, se ríe de manera forzada para restarle hierro a lo ocurrido.) LEO.—(En tono de advertencia.) En serio, Ramón, vete. RAMÓN.—No.


LEO.—(Enfureciéndose gradualmente.) Haz el favor, te digo. RAMÓN.—No, de aquí no me muevo si no vienes conmigo. LEO.—(A punto de estallar, pero angustiado al mismo tiempo.) Mira, quiero estar solo. En mi estado no conviene irritarse y por eso te lo he dicho unas cuantas veces por las buenas, pero como tenga que repetírtelo otra más, Ramón, te juro que la tenemos. (RAMÓN niega con la cabeza. LEO estalla.) ¡Que te parto la cara, maldita sea! (Hace ademán de abalanzarse sobre RAMÓN, quien, al no esperarse el ataque, lo frena como buenamente puede.) RAMÓN.—(Indignado.) ¡Muy bien, muy bien! ¡Tú ganas, capullo! Ya has demostrado lo desquiciado que estás y no pienso soportarlo. ¡Ahí te quedas! (Camina hacia la derecha, pero antes de salir de escena se detiene, se lleva las manos en la cintura, niega con la cabeza y se vuelve un momento hacia su amigo.) Haz lo que te dé la gana, pero cuando llegues a tu casa dame un toque al móvil para saber que estás bien, ¿okay? LEO.—Sí, lo que sea, pero vete ya. (RAMÓN se marcha y LEO se queda solo ante la verja del cementerio. Se le ve cada vez más angustiado, se agita nervioso y le tiembla todo el cuerpo. Pasea de un lado a otro para calmarse. Inicia un monólogo interior, por lo que se escucha su voz sin que mueva los labios.)


Tranquilo, Leo, no te va a pasar nada. Relájate. Que no cunda el pánico. (Respira hondo y echa el aire por la boca. Se toma el pulso aplicándose un par de dedos a la muñeca.) No te vas a morir así, de repente. No tendría sentido desaparecer sin más. Seguramente lleva razón Ramón y no es más que sugestión, solo eso… (Hace una pausa, como notando algo.) Pero entonces… (Se sobresalta.) ¿Por qué me duele tanto la mandíbula? (Se la toca.) ¿Y la clavícula? (Se la toca también.) ¿Y qué es esta presión terrible en el pecho? (Se aprieta con fuerza la zona del corazón. Esboza una mueca de dolor.) ¡Me muero! ¡Me muero! (Se agarra a la verja con la otra mano, pero aun así cae de rodillas. Poco a poco, la mano va resbalando.) No puede ser… Todo se acabó… Se acabó… (Pone los ojos en blanco y finalmente se desploma. Tras convulsionar unos segundos, el cuerpo queda en reposo, tendido boca abajo en medio del lúgubre escenario.) (Oscuro.)


Escena segunda

Interior del cementerio, plagado de lápidas. Noche cerrada. Atmósfera sobrenatural, muy distinta a la de la primera escena. Niebla a ras de suelo. De pronto, comienzan a escucharse golpes y gritos de socorro provenientes de una de las tumbas de la izquierda. Al otro lado del escenario, un ser misterioso surge de entre la niebla y se desliza lentamente hacia el lugar de donde proceden los ruidos. Es alto, extremadamente delgado y con el rostro muy pálido, casi azulado. Se mueve de un modo extraño, danzando alrededor de las lápidas a medida que se acerca y contorsionando el cuerpo como si no tuviera huesos; o como lo haría un reptil. Cuando por fin llega a la tumba de los alaridos, levanta sin demasiado esfuerzo la losa y la tapa del ataúd y se asoma al interior, ladeando la cabeza. Habla. CHESTER.—(Con un marcado acento francés.) Oh là là! ¿Quién anda por ahí? ¿Eres el nuevo? (Silencio. No obtiene respuesta.) Te has quedado sin habla, ¿eh? No importa, te ayudaré a salir. (Se acuclilla, introduce el brazo en la fosa y saca a su ocupante de un tirón, asiéndolo por la muñeca. Una vez


fuera, este cae de rodillas en estado de shock.) Levanta, muchacho, levanta. No me obligues a abofetearte, detesto la violencia. (El joven se levanta, con las rodillas temblando y mirando aterrorizado a C H EST ER , que no le suelta la muñeca. Se nota que hace esfuerzos por hablar.) Así me gusta. LEO.—(Por fin.) ¿Do-dónde estoy? CHESTER.—¿Tú qué crees? LEO.—(Con la voz entrecortada.) No sé… Yo… Ramón se fue y después… sentí un dolor fuerte en el pecho. Y ahora estoy… (Mira a su alrededor, sin comprender.) ¿Dónde estoy? CHESTER.—Cara a cara con la eternidad, évidemment. Pero por favor, no dramatices. LEO.—¿Qué? ¿Qué has dicho? CHESTER.—Que no dramatices, s´il te plaît. Me harías sentir incómodo. LEO.—No, antes de eso. CHESTER.—¿Cara a cara con la eternidad? LEO.—¡Dios mío…! No puedo estar… No puede ser que esté… (Silencio.) CHESTER.—(Sonriendo con malicia.) ¿Síii? LEO.—¡…Muerto! CHESTER.—En efecto, mon ami, muerto y enterrado. LEO.—Pero no puede ser, no es posible que ocurriese realmente. ¿De verdad estoy muerto? CHESTER.—Más muerto que un clavo de puerta. La prueba, garçon, es que estás hablando conmigo. LEO.—Tú…, tú entonces debes de ser… (No se atreve. Silencio.)


CHESTER.—Un espectro, naturellement. Chester Togott, para servirte. (Le suelta la muñeca y le tiende la mano. LEO se queda mirando, pero no se la estrecha. Al cabo de unos segundos, la retira.) ¡Oh! ¡Qué maleducado! LEO.—(Reaccionando.) Lo siento, esto es demasiado. No me lo trago. Probablemente me he desmayado y estoy sufriendo una alucinación… Sí, tiene que ser eso. (Se autoconvence y trata de cambiar de actitud.) CHESTER.—¡Oh! Cuánto lamento que pienses así. ¿Acaso no resulto convincente como espectro? LEO.—Hombre, no sé muy bien qué decirte…Yo suelo tener sueños bastante raros, ¿sabes? Y ese acento tuyo es un poco… ¿De verdad eres francés? CHESTER.—No he dicho que lo fuera. LEO.—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué hablas así? CHESTER.—¡Es divertido! (Señala a su alrededor.) Y aquí no es que tenga uno mucho con qué entretenerse, como podrás imaginar. LEO.—(Aliviado.) Vale, ya puedo respirar tranquilo. Definitivamente esto es una pantomima. No tendría ni que haberme asustado. ¡Menudo espectro estás tú hecho! CHESTER.—(Mirando hacia otra parte y como dejándolo caer.) Vaya, ahora andas muy sobrado para ser alguien que se ha pasado la vida cagado de miedo. LEO.—(Sorprendido.) ¿Cómo dices? CHESTER.—Oh, no he dicho nada, olvídalo. Qué descortés por mi parte. LEO.—¿Por qué lo has dicho?


CHESTER.—Por nada, mon ami, por nada en absoluto. LEO.—(Receloso.) Tú me conoces, ¿no? CHESTER.—Bueno… Conozco a los seres humanos. LEO.—Pues ahora no tengo miedo, como verás. CHESTER.—No me extraña. En principio no tienes por qué. El miedo siempre suele referirse al futuro, a lo desconocido. Y para los muertos solo hay pasado. LEO.—(Muy convencido.) Ya, pero yo no estoy muerto. CHESTER.—Ah, sí, olvidaba tu teoría. De nuevo, discúlpame. LEO.—No es ninguna teoría. Simplemente, no me creo que esto sea lo que hay después. CHESTER.—¿Después de qué? LEO.—De… la vida. CHESTER.—Ah, la vie! ¿Y qué hay entonces después de ella, si me permites el atrevimiento? LEO.—Pues absolutamente nada. El cese de la existencia; lo más terrible que le puede ocurrir a uno. CHESTER.—Oh, ya entiendo. Pero eso no es ni mucho menos lo más terrible, mi ingenuo amiguito. LEO.—¿Ah, no? ¿De verdad crees que existe algo peor? CHESTER.—Pues muchas cosas, en realidad. LEO.—¿Por ejemplo? CHESTER.—Bueno, pues… (Silencio. CHESTER se fija en que LEO, mientras aguarda respuesta, se ha aplicado un par de dedos a la muñeca y trata


de tomarse el pulso.) ¿Qué estás haciendo, mon ami? No esperarás notar latidos, supongo. LEO.—También es verdad. Pero es más que nada un tic. Resulta difícil abandonar viejas costumbres, ¿sabes? CHESTER.—(Ladeando la cabeza.) ¿Viejas costumbres? LEO.—Antes siempre solía creer que estaba enfermo, y me tomaba el pulso con frecuencia. CHESTER.—¿Antes cuándo? LEO.—(Sarcástico.) Cuando podía estarlo, ¿no? Porque ahora estoy muerto, según me has explicado. ¡Una cosa menos de la que preocuparme, mira tú por dónde! CHESTER.—(Haciendo caso omiso del sarcasmo.) Entonces, por fin has aceptado que estás muerto. LEO.—Pues… la verdad es que no. Pero he decidido entrar en tu juego; o mejor dicho, en el juego que mi propio subconsciente me propone. Es genial cuando uno se da cuenta de que está soñando, porque puede hacer de su sueño lo que le apetezca. CHESTER.—(Como distraído.) Creo que aquí es justo al revés. LEO.—¿Cómo dices? CHESTER.—Oh, nada, nada. LEO.—Pero oye… Chester, ¿verdad? (El espectro asiente.) Dime una cosa: ¿por qué tendría que creerte? CHESTER.—Los muertos no podemos mentir. LEO.—¿Qué muertos? (Mira a su alrededor.) Yo solo te veo a ti. ¿Podría


hablar con alguno más? CHESTER.—Todavía es pronto. LEO.—¿Pronto para qué? CHESTER.—Todavía no se han levantado. LEO.—¿Y tú? CHESTER.—Yo soy insomne, mon ami. LEO.—(Sarcástico de nuevo.) ¡Anda, mira qué bien! ¿Pues sabes qué te digo? Que ojalá yo también lo fuera. Así no tendría que estar aguantando estas paridas. CHESTER.—¿Paridas? LEO.—¡Sí, paridas! Y deja de repetir mis palabras en forma de pregunta. (Silencio.) Oye, mira, me estoy aburriendo. Aquí no pasa nada de nada, y tampoco le pillo la gracia a esta charlita. Te aseguro que lo que más me apetece en este momento es despertar. CHESTER.—Pero no puedes. LEO.—¿Por qué? CHESTER.—Porque estás muerto. LEO.—¡Vaya por Dios! Ese sí que es un contratiempo, ¿eh, Chester? CHESTER.—Me recuerdas a mí. También yo utilizaba el sarcasmo para vencer mi inseguridad ante los demás. LEO.—Probablemente es porque somos la misma persona. Ya lo decía Freud: uno es al mismo tiempo todos los personajes de sus sueños. CHESTER.—Oh, eso es muy grosero. ¡Poner mi autonomía en tela de juicio de ese modo! ¿Cómo te atreves a…?


LEO.—(Llevándose el índice a los labios.) ¡Shhh! ¿Qué es eso que se escucha? (Se oye un gemido en otro punto del cementerio, hacia la derecha. Poco a poco va subiendo de volumen y finalmente se transforma en llanto.) Parece que hay alguien más levantado. ¿Nos acercamos? CHESTER.—(Todavía ofendido.) Si es lo te apetece… LEO.—Puede que se esté poniendo interesante el sueñecito. CHESTER.—Yo que tú me andaría con cuidado. (Caminan despacio sorteando las lápidas. CHESTER lo hace danzando, contorsionándose y enroscándose alrededor de ellas, igual que al principio, mientras que LEO se limita a andar con sigilo. Por fin, descubren entre la niebla a una mujer de blanco, sentada sobre una tumba abierta y con la cara oculta entre las manos. Su llanto resulta estremecedor. Se detienen a una cierta distancia, para que no perciba su presencia.) LEO.—¿Quién es ella? ¿La conoces, Chester? CHESTER.—(Sarcástico.) Supongo que también debes de ser toi. LEO.—En serio. CHESTER.—Creo que se llama Eva. LEO.—¿Y por qué llora de esa forma? CHESTER.—Seguramente preferiría haber hecho las cosas de otro modo, como tantos otros.


LEO.—Qué más dará eso a estas alturas. CHESTER.—Más de lo que imaginas, mon ami. Más de lo que imaginas. LEO.—Un momento… No irás a ponerte a hablarme de Dios, ¿verdad? Porque no te pega nada. CHESTER.—En absoluto. Si acaso existe, yo a monsieur no lo conozco, te lo puedo asegurar. LEO.—Vale, es que por un momento me había parecido… (Sin que ninguno de los dos se percate, EVA se pone en pie de un salto y se abalanza súbitamente sobre LEO, quien no tiene tiempo de reaccionar. Lo agarra por las solapas con sus manos espectrales y lo sacude con una fuerza sobrehumana. En su rostro pálido como el mármol exhibe una mueca de dolor palpitante, y las negras lágrimas forman surcos en sus mejillas. Sus gritos son desgarradores.) EVA.—¡Pobre desgraciado! ¡No se puede cambiar nada! ¡Nada! ¡La esperanza aquí no existe! ¡No te dejes engañar! ¡Lo que pasó pasará siempre y la muerte es tan horrible como la vida! ¿Me oyes? Solo que llevada al infinito. ¡Al infinito! ¿Me oyes, maldito desgraciado? ¡Al infinito! ¿Me oyes? ¡Al infinito!… (EVA se halla fuera de control y LEO demasiado aterrado para ofrecer resistencia alguna. Las extremidades no le responden y es CHESTER quien interviene para liberarlo de las manos de la difunta. Cuando por fin lo


consigue, LEO cae al suelo de espaldas. CHESTER, por su parte, intenta calmar un poco a EVA.) CHESTER.—(Colocándole las manos sobre los hombros.) Vamos, madame, tranquila. Ya pasó, ya pasó. Piensa que ahora tienes toda la noche para descansar. ¿Por qué no das un buen paseo y te despejas? Yo estoy matando el rato con uno nuevo. (Señala a LEO con un gesto de cabeza.) Me lo has dejado hecho unos zorros, por cierto. EVA.—(Algo más sosegada, intentando hablar en voz baja.) Pe-pero no se lo irás a hacer pasar mal, ¿verdad? Por favor, no permitas que crea… No permitas que ese desgraciado crea que… CHESTER.—Shhh… Calma, preciosa. Tú date una vueltecita y no pienses demasiado, d´accord? EVA.—Sí…, bueno…, haré lo que pueda. CHESTER.—Hasta pronto pues, madame. EVA.—Adiós, Chester. (EVA da media vuelta y se aleja deslizándose hasta que su blanca mortaja se funde con la niebla y desaparece. CHESTER se gira entonces hacia LEO, que permanece en el suelo boca arriba, con los codos apoyados y las rodillas flexionadas. Tiembla de pies a cabeza.) LEO.—(Muy alterado.) ¿Qué…? ¿Qué narices acaba de pasar? CHESTER.—Que has conocido a Eva. Te recuerdo que fuiste tú quien


quiso acercarse, en busca de emociones fuertes. LEO.—Pero… ¿Por qué se me ha echado encima de esa forma? ¡Yo no le he hecho nada!… ¿Qué diablos quería decir con todo eso? Dios, todavía me zumban sus palabras en los oídos… (Al tiempo que habla, hace esfuerzos por ponerse en pie, pero no lo consigue.) Nada… No hay manera. Cu-cuando me entra el pánico no me responden las piernas. ¿Me-me ayudas, Chester? CHESTER.—Faltaría más, mon ami. (Le agarra la muñeca izquierda y lo levanta de un tirón, como al sacarlo del ataúd.) ¡En pie, soldado! LEO.—¡Uf! Podrías ser menos brusco la próxima vez. Casi me dislocas el hombro. (Se lleva la mano a la clavícula. Pone cara de dolor. Se tambalea.) CHESTER.—Discúlpame, te lo ruego. Pero quizás sería mejor que tomaras asiento. Tu estabilidad no parece muy buena. LEO.—(Sentándose sobre una tumba lo suficientemente alta como para estar cómodo.) ¿Sabes, Chester? Ya no aguanto más. Después de lo de tu amiga, tengo la impresión de que mi sueño se está transformando en una pesadilla. Y me quiero despertar. (Se lleva las manos a la cabeza y mueve el tronco hacia delante y hacia atrás, angustiado.) Me quiero despertar, ¿entiendes? ¡Antes de que empeore! CHESTER.—Pero no puedes. LEO.—¿Por qué? ¿Por qué no puedo? CHESTER.—(Ladeando la cabeza y mirando fijamente a LEO.) Porque estás muerto.


(Se hace un silencio.) LEO.—(Muy asustado, de repente.) No… No lo estoy, ¿verdad? CHESTER.—¿Tú qué crees? LEO.—No lo sé… Yo ya no sé nada. (Silencio. Deja caer los brazos, abatido. Mira hacia el suelo. Al cabo de unos segundos, encuentra las fuerzas y vuelve a levantar la vista.) ¿Qué significaban las palabras de esa mujer? ¿Por qué me ha dicho esas cosas? CHESTER.—Te ha dicho la verdad. LEO.—¿Pero, qué verdad? Ni siquiera he podido entenderla bien. ¿A santo de qué me atormenta con eso de que aquí no se puede cambiar nada, con que la esperanza ya no existe? CHESTER.—¿Realmente quieres saberlo? LEO.—Pues sí, sí que quiero, ¿sabes? Quizá eso me ayude… Ahora mismo me siento muy perdido. CHESTER.—D´accord, como gustes. Tendré entonces que explicarte el funcionamiento del cementerio. (Hace una pausa. Mira hacia el cielo, oscuro y sin estrellas.) Como habrás deducido tú mismo, ahora es de noche. Dentro de poco, los muertos comenzarán a despertar. Eso es lo que ocurre por las noches, mon ami. Sin embargo, ¿no te has preguntado qué hacemos durante el día? LEO.—Entiendo que dormir. Por lo que he visto, tampoco es que se pueda hacer mucho más. CHESTER.—¡Oh! Es mucho más complicado de lo que piensas. Vea-


mos…, antes has dicho que creías que esto era un sueño, ¿verdad? Pues eso es precisamente lo que hacemos los muertos durante el día, cuando los cipreses proyectan su sombra sobre nuestras tumbas. Soñamos. LEO.—Ya, bueno, ¿y qué tiene eso de particular? Todo el mundo sueña cuando duerme. CHESTER.—(Con aire enigmático.) Pero nosotros soñamos con nuestras vidas, mi joven amigo. Y mientras soñamos no sabemos que estamos muertos. ¡Porque se trata de sueños tan reales!… Mucho más reales que los que jamás hayas tenido. (Hace una pausa y clava su mirada en los ojos de LEO.) ¡Es al despertar cuando lo recordamos todo! (Se hace un silencio. LEO reflexiona sobre las palabras del espectro.) LEO.—Si lo que dices fuera cierto, significaría que la muerte no es tan terrible al fin y al cabo. Si se pudiera volver a la vida cada día… CHESTER.—No seas ingenuo, muchacho. Eso puede ser lo peor de todo. LEO.—No te entiendo. CHESTER.—¡Claro! Porque no he terminado. (Hace una pausa antes de proseguir.) La vida que experimentamos al dormir es una síntesis demasiado fiel de nuestra existencia terrenal. ¿Y sabes lo que significa eso? Significa que no podemos cambiar nada. ¡Nada! (Se hace un silencio. LEO mira a CHESTER, atónito.) No me malinterpretes. No quiero decir que las situaciones o las vivencias vayan a ser idénticas, pero sí lo será la


forma en que tú solías comportarte ante ellas. Los sentimientos, mon ami. Eso es lo que no se puede cambiar. LEO.—(Todavía sin comprender.) ¿Lo-los sentimientos? CHESTER.—Oui, les sentiments, ya sabes: optimismo, pesimismo (Al tiempo que habla, histriónico, trata de representar con mímica cada uno de los sentimientos.), generosidad, avaricia, fortaleza, miedo, angustia, pánico… Las personas, según su forma de ser, acostumbran a inclinarse por unos más que por otros. LEO.—(Con urgencia.) ¿Y qué demonios pasa con todo eso? ¿Qué ocurriría conmigo si resulta que de verdad estoy muerto? CHESTER.—Pues que el sentimiento dominante con el que hayas vivido tu primera vida, la terrenal, la auténtica, será el que impregne por completo las siguientes, las soñadas. (Enfatiza y se recrea en cada palabra.) A la sombra de los cipreses, el avaro —que seguirá siéndolo—, se sentirá solo y olvidado; el pesimista, sin fuerzas para cambiar de mirada; el cobarde, incapaz de dar un solo paso. (Se hace un largo silencio.) LEO.—(Entre indignado y temeroso.) Pero… Pero uno no es dueño de cómo se siente durante su paso por el mundo. Se puede ser muy pobre o desdichado, y no tener la culpa… Es la vida misma la que nos lleva y nos hace sentir de una forma u otra. ¿Es que eso no se entiende aquí? CHESTER.—Prefieres pensar así sobre la vida, ¿eh? No me extraña.


(Breve pausa. Por primera vez, hace visible su infelicidad.) Sin embargo, muy a pesar mío, tengo que decirte que esos que llamas desdichados suelen ser después los que traen aquí sentimientos más llevaderos. Los que mejores sueños tienen. Uno no elige la vida que le toca, pero por lo visto sí que elige cómo quiere vivirla. (De repente, escupe.) ¡Cuando no podemos elegir es ahora! LEO.—(Sorprendido.) ¿Acabas de escupir? Creía que nada podía alterarte… ¿Qué es lo que se supone que sueñan esos para que les tengas tanta inquina? CHESTER.—Mejor que no lo sepas, mon ami. LEO.—(Insistiendo.) En serio… ¿Qué sueñan? CHESTER.—¿Has visto alguna vez una pareja de enamorados, de esos que se miran con cara de bobos como si compartieran una burbuja de estupidez? Resultan empalagosos, ¿verdad? Sobre todo cuando uno de ellos viene y te cuenta que al abrazar al otro se sentía flotar, o algo parecido. (Escupe de nuevo.) ¡Qué asco! ¿A ti no te produce arcadas esa gentuza? LEO.—(Poniéndose en pie con cierto esfuerzo.) Bueno, está claro que sigues con tu pataleta, pero no veo que respondas a mi pregunta. CHESTER.—La gente por la que me has preguntado es de ese tipo. En el cementerio son los últimos en levantarse, poco antes de despuntar el alba. Pero cuando lo hacen se empeñan en darle a uno la paliza con sus historias, sus ilusiones y sus tonterías. No les basta haberlas vivido. Necesitan hablar de ellas. No les basta con estar muertos. (Hace una pausa.


Esboza una sonrisa malévola y mira directamente a LEO, ladeando la cabeza de un modo casi sobrenatural.) Personnellement, prefiero escuchar lamentos. Es mucho más divertido. LEO.—Por eso te levantas antes que nadie, ¿no? Para evitar a los otros. CHESTER.—Yo soy insomne, mon ami. LEO.—Es cierto, ya me lo habías dicho. (Hace una pausa. Suspira.) ¿Sabes, Chester? Ahora que te conozco un poco mejor, creo que preferiría darte asco. (Silencio.) Pero no es el caso, ¿verdad? CHESTER.—¿Tú qué crees? LEO.—Creo que das por supuesto que no soy más que otro desgraciado como tú, que no ha sabido aprovechar su vida hasta que finalmente se le ha hecho demasiado tarde. CHESTER.—¿Y no es así? LEO.—Bueno… En realidad hubo momentos muy felices. (Se pasea mientras habla.) Tuve una gran infancia, ¿sabes? Mi trabajo me gustaba… Y luego estaba Irene… Mi Irene, que me quiso como nadie en toda la vida. CHESTER.—¿Te quiso? ¿En pasado? LEO.—En fin, ya sabes lo que dicen: nada perfecto dura para siempre. CHESTER.—(Muy interesado.) ¿Por qué no? LEO.—Tarde o temprano, alguien lo echa a perder. CHESTER.—¿Quién? LEO.—Pues… Pues… (Muy sorprendido ante la única respuesta que es capaz de articular.) Yo. (Se detiene. Abre mucho los ojos.) Yo lo eché a perder. ¡No fue ella sino yo! (Silencio. Continúa en voz más baja.) Qué raro… Esa idea


había rondado mi cabeza en alguna ocasión, pero nunca había querido tomarla en cuenta ni lo había reconocido ante nadie. De hecho, ni siquiera ante mí mismo. Y tampoco pensaba hacerlo ahora. CHESTER.—(Muy divertido.) Ya te advertí que los muertos no podemos mentir. LEO.—¿Por qué? ¿Por qué no podemos? CHESTER.—Porque si pudiéramos, seríamos capaces también de inventar vidas que nunca tuvimos, y disfrutaríamos contándolas a los demás o imaginándolas para evadirnos de todo esto. Es por eso que se nos impide mentir. Solo somos el eco de nuestro pasado, mon ami, de nuestra verdadera existencia terrenal. No podemos forjar nada nuevo. Nada distinto. (Se hace un silencio. LEO, reflexivo, trata de asimilar el alcance de lo que ha escuchado. Al cabo de unos segundos, esboza una sonrisa y se pronuncia por fin.) LEO.—(Suspicaz.) Oye, Chester, ¿por qué hablas con acento francés si no lo eres? CHESTER.—Creí haberte respondido antes a eso: sencillamente, me divierte. LEO.—(Mirándolo fijamente.) Ya sé que te divierte, pero no es tu único motivo. No eres tan pueril. Me atrevería a decir que lo haces porque es lo máximo que puedes cambiar sin caer en la mentira, ¿me equivoco?


CHESTER.—(Comienza a aplaudir despacio, al tiempo que dibuja en su pálido rostro una espectral sonrisa.) Voilà! Realmente sagaz, mon ami, realmente sagaz. No esperaba menos. Aun así, si alguien me pregunta, no tengo más remedio que admitir que el acento es fingido. LEO.—Un español difunto que habla todo el tiempo con un falso acento… No tiene demasiado sentido, ¿no crees? Debes de estar realmente desesperado, Chester. CHESTER.—A decir verdad, mon ami… Ni siquiera soy español. Nací en Röcken, un pequeño poblado al sur de Leipzig, en el estado de Sajonia-Anhalt. Llegué a España muy joven y enseguida me hice con el idioma. En cuanto al français… Apenas lo controlo, solo algunas palabras. Pero suena hermoso, ¿verdad? El alemán y el español son tan bruscos… LEO.—Es completamente absurdo… ¿Por qué haces esto, Chester? CHESTER.—Es mi petite rébellion, muchacho. El único modo que he encontrado de pitorrearme de unas leyes que llevan mortificándome sin tregua desde el día en que vine a dar con mis huesos a este lugar. LEO.—Debe de ser terrible tu condena si hallas consuelo en algo tan insignificante como un cambio de acento. CHESTER.—Las hay peores. Pero yo al menos hago cuanto puedo para burlarme de todo esto. Según he descubierto, es el único objetivo que se me permite tener. Y ya no soy ningún principiante, ¿sabes? (Silencio.) A propósito, ¿cuál va a ser tu petite rébellion, mon ami? Quizá no te sentaría mal un acento ruso… ¿Conoces algunas palabras en ruso? O tal vez yo


podría enseñarte algunas en alemán… LEO.—(Con determinación.) No te ofendas, pero creo que mi rebelión va a ser un poco más radical que la tuya, Chester. (Aprieta fuerte los puños.) Voy a despertar. ¡Voy a largarme de aquí! CHESTER.—¿Que vas a largarte? LEO.—Eso es. CHESTER.—Pero si no puedes. LEO.—¿Por qué? CHESTER.—Porque estás muerto. LEO.—Eso lo dices tú, pero yo no lo creo. CHESTER.—¿Y qué crees entonces? LEO.—Creo que lo que está ocurriendo aquí —lo que me cuentas, lo que veo— es una especie de señal para que entienda el resto de mi vida como una segunda oportunidad. Y no pienso desaprovecharla si es así. He aprendido muchas cosas esta noche, Chester. CHESTER.—Oh là là! Y las que te quedan. LEO.—No, ya está bien. Me he pasado la vida entera obsesionado con la muerte y, curiosamente, ahora que por fin tengo una idea sobre cómo podría ser, no hago más que rememorar la vida. La angustia, el pánico, el terror al abismo…, han sido sentimientos que han marcado mi existencia, no lo niego. Yo estaba obcecado. Pero ahora, por primera vez, me siento capaz de tomar un rumbo distinto. ¡Y nada ni nadie me lo va a impedir! CHESTER.—¿Seguro que podrás hacerlo? ¿Después incluso de haber


mirado dentro del abismo? Ya sabes lo que dicen: que si miras en él, el abismo te devuelve la mirada. LEO.—(Esbozando una sonrisa.) Eso es de Nietzsche. CHESTER.—¿Cómo dices, mon ami? LEO.—Digo que esa frase es de Friedrich Nietzsche, el filósofo. CHESTER.—Ya veo que lo conoces. ¿Acaso estás familiarizado con su obra? LEO.—Soy profesor de filosofía, Chester, así que estoy tan familiarizado con la obra de Nietzsche como tú mismo. O mejor dicho, exactamente igual que tú, dado que somos la misma persona. CHESTER.—¿Nietzsche y tú sois la misma persona? LEO.—Por favor, no te hagas el estúpido. Tú y yo lo somos. CHESTER.—¿Ambos somos estúpidos? LEO.—Hombre, mira, de eso no me cabe la menor duda, puesto que somos el mismo. CHESTER.—¿Nietzsche y tú? LEO.—¡Tú y yo, maldita sea! CHESTER.—¡Ah! Entiendo… ¿Ya estás otra vez con eso? Creí haberte dicho que es muy ofensivo pour moi. LEO.—A mí tampoco me hace ninguna gracia, pero es la verdad. Hay varios detalles que me lo confirman: para empezar, has citado a ese filósofo tan especial para mí; además…, dices que naciste en Röcken, ¿no? Curiosamente, él también; y por si fuera poco, lo que me has contado sobre cómo funciona este sitio me recuerda horrores a su teoría


del eterno retorno. Resumiendo, yo diría que no eres más que una proyección de mi subconsciente que trata de ayudarme a cambiar para no desperdiciar la vida. Para no terminar aquí. O en algún lugar parecido. CHESTER.—(Haciéndose el sorprendido.) ¿En serio crees que trato de ayudarte? LEO.—Pues sí. En realidad hace rato que te he descubierto. Llevas todo el tiempo esforzándote en que no se note, con ese cinismo tuyo tan irritante. Pero al fin y al cabo, yo también he sido un cínico casi toda la vida. Supongo que necesitaba verme desde fuera para comprender lo patético que resulta. Gracias por ser mi espejo, Chester. CHESTER.—¿Patético? ¿Tu espejo? Veo que ya no te cortas un pelo con los insultos, mon ami. Espero que el abismo te coloque donde te corresponde. LEO.—(Revolviéndose impaciente.) Ha sido un verdadero placer a ratos, Chester, pero creo que va siendo hora de irse. Ya estoy listo. CHESTER.—¿Y exactamente, cómo esperas abandonar este sitio? LEO.—(Señala su propia tumba.) Creo que los dos sabemos dónde está la salida. (Camina hacia el lugar indicado. CHESTER lo sigue e intenta retenerlo sujetándolo por la muñeca.) CHESTER.—Espera, mon ami. No te vayas aún. ¿No te gustaría conocer a nadie más? Ya deben de estar a punto de levantarse. LEO.—(Deteniéndose junto a la tumba y girándose hacia CHESTER, con una sonrisa.) No, amigo mío. Como tú bien dijiste, todavía es demasiado pronto. Al menos para conocer espectros. Y yo ya he visto y oído cuanto necesitaba.


CHESTER.—Quizá tengas razón. LEO.—Aunque parezca de locos te voy a extrañar, Chester. Sobre todo la ironía y el sarcasmo. El miedo no creo. CHESTER.—(Con gesto apesadumbrado.) No tienes la menor intención de llevarme contigo, ¿verdad? LEO.—No, amigo. Ambos sabemos que para que yo pueda cambiar y arreglar las cosas allá arriba, tú debes quedarte aquí. CHESTER.—Supongo que este es mi lugar, después de todo. Pero yo también te voy a echar de menos, mon ami. Este sitio es muy aburrido. (Se hace un silencio.) LEO.—Nunca me había despedido de mí mismo… No sé muy bien qué hacer… ¿Estaría fuera de lugar que…? (Le tiende la mano.) CHESTER.—¿Ahora sí quieres estrechármela? Hace un rato la rehusaste. LEO.—Han cambiado muchas cosas desde entonces. CHESTER.—(Sonriente.) En eso no podría estar más de acuerdo. (Le da un buen apretón de manos.) LEO.—(Retirando la mano y masajeándosela con un leve gesto de dolor.) ¡Auuu…! Pero tú sigues siendo igual de bestia. CHESTER.—(Guiñándole un ojo.) ¡No todo puede cambiar! (Ambos rompen a reír.) LEO.—Bueno… Va siendo hora de soltar amarras. (Señala la fosa con un movimiento de cabeza.) Tengo que bajar ahí. Creo que me toca dormir. (Se introduce en el agujero y desaparece a la vista del público. CHESTER se


sienta junto a la tumba abierta con las piernas cruzadas y se asoma ladeando la cabeza.) CHESTER.—¿Quieres que me quede aquí hasta que te duermas? LEO.—Si no te importa, me gustaría. CHESTER.—Faltaría más. Para mí no es molestia. (Se hace un silencio de varios segundos. C H EST ER se queda pensativo. De pronto, se le ocurre algo.) Refréscame la memoria, mon ami: ¿qué es lo que decía aquella teoría de Nietzsche que has mencionado antes? La del… eterno retorno. LEO.—Que la vida que vivimos la vamos a vivir una y otra vez exactamente de la misma forma durante toda la eternidad. ¡Como si no lo supieras! CHESTER.—(Hacia el público.) Realmente sugestiva, sí señor. Desde luego da qué pensar. LEO.—Oye, no creo que pueda dormirme si no dejas de cotorrear. CHESTER.—Pardón, ya me callo. LEO.—Bueno… Hay una última cosa que sí me gustaría pedirte. ¿Podrías cantarme algo para conciliar el sueño? El silencio de este sitio me altera un poco. CHESTER.—¿Te refieres a una nana? Por supuesto. ¿Alguna en especial? LEO.—No sé… ¿Cuál se te ocurre? CHESTER.—Me sé una muy bonita en français. LEO.—Esa. Cántame esa. (Silencio.) Buenas noches, Chester. CHESTER.—Buenas noches, mon ami. (Se aclara la garganta y comienza a cantar, con voz susurrante y sobrecogedora entonación de nana, la canción de


Luc Plamondon Le fils de Superman.) “Tout comme son père, le petit Jean-Pierre etait un fan, un fan de Superman. Il collectionnait toutes les bandes dessinées où il pouvait voir son héros voler comme un oiseau. . Jean-Pierre devait avoir huit ans hier, et ses parents en étaient tellement fiers qu’ils décidèrent de faire pour son anniversaire un voyage éclair à New York, la ville de Superman.

“Igual que su padre, el pequeño Jean-Pierre era un fan, un fan de Superman. Coleccionaba todos los cómics donde pudiera ver a su héroe volar como un pájaro.

De leur chambre d’hôtel, au cinquantième étage du Waldorf, la vue était si belle que leur première soirée ils la passèrent à regarder les lumières de Manhattan.

Desde su habitación del hotel, en la planta cincuenta del Waldorf, la vista era tan bonita que su primera noche la pasaron mirando las luces de Manhattan.

Le lendemain,

Al día siguiente,

Jean-Pierre debía hacer ocho años ayer, y sus padres estaban tan orgullosos que decidieron organizar por su cumpleaños un viaje rápido a Nueva York, la ciudad de Superman.


ils marchèrent sur Broadway main dans la main, comme dans un conte de fées. Et dans un magasin, où l’on vend de tout de rien, Jean-Pierre se fit offrir par son père un costume de Superman.

pasearon por Broadway cogidos de la mano, como en un cuento de hadas. Y en un almacén, donde vendían de todo un poco, Jean-Pierre hizo que su padre le regalara un disfraz de Superman.

Dès ce soir-là, il voulut le porter comme pyjama, pour pouvoir mieux rêver. Mais quand ses parents se furent endormis, tout près de lui, dans le grand lit, il se leva sans bruit, il ouvrit la fenêtre, et quand il vit soudain apparaître les lumières de Manhattan, il voulut s’envoler dans la nuit étoilée comme un oiseau qui plane.

Desde esa noche, quiso llevarlo a modo de pijama, para poder soñar mejor. Mas cuando sus padres se quedaron dormidos, muy cerca de él, en la cama grande, se levantó él sin hacer ruido, abrió la ventana, y al ver aparecer de pronto las luces de Manhattan, quiso levantar el vuelo en la noche estrellada como pájaro que planea.

C’est justement hier qu’on a porté en terre Jean-Pierre, le fils de Superman.”

Fue precisamente ayer que dieron sepultura a Jean-Pierre, el hijo de Superman.”


(Al terminar, comprueba que LEO se ha dormido y coloca la tapa del ataúd y la losa.) Joyeux abîme, Léonard. À bientôt! (La niebla se hace más densa y CHESTER se desvanece en ella.) (Oscuro.)


ESCENA TERCERA

Verja cerrada del cementerio al amanecer. Son alrededor de las siete y media de la mañana. El mismo lugar que en la primera escena, pero con una luz muy distinta. Ya no son las farolas sino el sol el que ilumina la calle. Al fondo, dentro del camposanto, los cipreses proyectan una tenue sombra sobre las tumbas. Fuera, a los pies de la verja, el cuerpo de LEO permanece inmóvil, tendido en el suelo boca abajo, en la misma postura que después de sufrir el ataque. De repente, se escucha la voz de RAMÓN gritando su nombre. RAMÓN.—(Entrando por la derecha, por donde se marchó.) ¡Dios mío, está aquí! ¡Leo! ¡Leo! ¡Leo! (Se acerca al cuerpo y se arrodilla junto a él. Le da la vuelta con esfuerzo. Lo sujeta por los hombros y lo zarandea, desesperado.) ¡Leo, despierta! Por Dios, ¿qué te ha pasado? ¡Despierta! ¿Me oyes? ¡Despierta, por favor! (Por fin, LEO reacciona a las sacudidas y se mueve un poco. Abre los ojos.) Gracias a Dios, Leo. ¡Qué susto! ¡Joder, qué susto! Te juro que creía que estabas… LEO.—Ra… Ramón… ¿De verdad eres tú?


RAMÓN.—(Abrazándolo.) ¡Pues claro que sí! Tú tranquilo, ¿vale? Estoy aquí, estoy aquí… LEO.—(Emocionado, mirándose las manos por encima de los hombros de RAMÓN mientras este lo abraza.) No es posible… Ha ocurrido de verdad. RAMÓN.—¿Cómo dices? LEO.—Nada…, es igual. No me creerías. RAMÓN.—(Sin prestar atención a LEO.) Tío, ¿estás bien? ¿Qué te ha pasado? ¡Estabas inconsciente! LEO.—Pues la verdad es que estoy realmente bien. (Se vuelve a mirar las manos, alucinado. Mueve los dedos.) ¡Muy pero que muy bien, qué caray! RAMÓN.—La madre que te parió, Leo, me tenías preocupadísimo. ¿De verdad te encuentras bien? Estabas desmayado. ¿No quieres que vayamos a urgencias? LEO.—Ramón, ¿por qué has vuelto? Después de cómo te traté ayer… RAMÓN.—Eso da igual ahora. Prometiste darme un toque y no lo hiciste. Tuve un mal presentimiento, ¿sabes? Me desperté sobresaltado a las tres de la mañana. Telefoneé a tu casa y no lo cogías. Luego te llame al móvil. Y nada. Con el susto, hasta desperté a Silvia y todo. Al final me vestí y cogí el coche. Me he pasado toda la noche buscándote, recorriendo todos los tugurios a los que solemos ir, y en ninguno te habían visto. ¿Cómo puñetas iba a imaginarme que seguías aquí, en la puerta del cementerio? LEO.—(Sonriendo mientras se levanta.) Ya te advertí que quería quedarme. En realidad, ni yo mismo era consciente de cuánta falta me hacía.


RAMÓN.—(Sin comprender.) ¿Pero qué dices? ¿Y por qué sonríes? ¡Estás rarísimo, Leo! LEO.—Estoy bien, Ramón. (Se sacude con las manos la suciedad del pantalón.) Bien por primera vez en mucho tiempo. Eso es lo que te resulta raro. RAMÓN.—¿Seguro? Te recuerdo que has estado inconsciente. LEO.—Verás… Anoche sufrí una crisis. La mayor de todas las que he sufrido. Pensé que me estaba dando un ataque al corazón. Creí que me moría, que todo terminaba. Pero solo me desmayé. RAMÓN.—Mierda, Leo, no puedes seguir así. ¿Sabes qué me dijo Silvia anoche? Que con tantísima angustia uno puede hasta provocarse un ataque de verdad. ¡No querrás que te pase a ti! A mí te juro que me metió el miedo en el cuerpo, y cuando te he visto aquí tirado… (Hace una pausa. Vuelve a fijarse en la sonrisa de su amigo.) ¿Pero por qué estás tan contento ahora? No lo entiendo. ¿Es que te has vuelto loco del todo? LEO.—Gracias, Ramón. Gracias por preocuparte tanto por mí. A veces está uno tan centrado en mirarse el ombligo que no se da cuenta de la suerte que tiene con los que lo rodean. RAMÓN.—(Emocionándose.) ¡Venga ya, hombre! Seguro que tú harías lo mismo por mí si yo estuviera… en fin, tan chiflado como estás tú. (Hace una pausa.) Pero oye, en serio, ¿qué ha cambiado tanto desde anoche para que estés así de contento? LEO.—Nada, eso es lo de menos. Un sueño que he tenido estando inconsciente. Lo que importa es que ahora me siento con fuerzas para


darle sentido a mi vida como nunca antes he sabido hacerlo. (Pausa.) No sé… Incluso puede que llame a Irene para tomar algo con ella, y ver qué pasa. RAMÓN.—¿En serio estás pensándolo? LEO.—Ya sé que te sorprende, pero sí. Quiero hacerlo. RAMÓN.—Pues hablando de eso… Vas a tener que perdonarme, pero esta madrugada estaba tan asustado por ti que la he llamado, para ver si ella sabía algo. Como anoche la mencionamos y te afectó tanto… LEO.—(Muy interesado.) ¿Que has hablado con ella? ¿Y cómo estaba? Hace meses que no tengo noticias suyas. RAMÓN.—Bueno, no sé cómo estaba. Solo hablamos de ti. Aunque una cosa sí te digo: deberías aprovechar y llamarla cuanto antes, porque se quedó muy preocupada. LEO.—¿En serio? ¿Preocupada por mí? Hombre, Ramón, gracias por facilitarme una excusa. RAMÓN.—¿De verdad la vas a llamar? Vaya, no sé qué narices habrás soñado, pero me encanta verte con esos ánimos. Hacia tanto que no estabas así… LEO.—Ya te he dicho que las cosas van a cambiar a partir de ahora. ¡Venga, te invito a desayunar! Que es sábado y no has dormido nada por mi culpa. RAMÓN.—(Risueño.) Mira tú por dónde, creo que te voy a aceptar la invitación. Estoy muerto de hambre. (Rebusca en los bolsillos. Saca el paquete de Chesterfield y el mechero.) ¿Te importa que fume?


LEO.—(Observando divertido el cigarrillo que Ramón acaba de colocarse en la boca y que se dispone a encender.) Otro Chester, ¿eh? ¡Disfrútalo, amigo mío! (Le da una cordial palmada en la espalda.) Solo te pido que te lo termines antes de que lleguemos a la cafetería. No quiero que me eches todo el humo en las tostadas. RAMÓN.—Lo tendré en cuenta. (Echan a andar hacia la izquierda. Mientras caminan, LEO se lleva la mano al cuello, palpa distraído bajo una oreja, se sobresalta de repente y se detiene en seco.) LEO.—Oye, Ramón, espera un momento. Mira esto. (Estira el cuello y señala con el dedo donde se acaba de tocar.) ¿No me notas más inflamado este ganglio de aquí? RAMÓN.—(Dudando sobre si su amigo bromea.) ¿Qué ganglio? ¿Qué dices? LEO.—Sí, hombre, este de aquí, el que hay justo debajo de la oreja. Mira, tócalo, verás cómo está inflamado. (Intenta cogerle la mano a RAMÓN para que le toque el cuello.) RAMÓN.—(Apartando la mano con brusquedad.) Joder, Leo, ¿ya estamos otra vez? ¡Qué poco te ha durado! No sé cómo he podido tragarme lo de que ibas a cambiar. LEO.—En serio, Ramón… Además no me duele. Porque si me doliera podría ser por una infección, pero si la inflamación es indolora he leído que puede ser un síntoma de linfoma. ¡Y eso es cáncer, Ramón! ¿Me oyes? ¡Cáncer!


RAMÓN.—(Hastiado.) Te oigo, Leo. Siempre te oigo, pero procuro no escucharte. Es mejor para mi salud mental. Anda, vamos a desayunar. LEO.—Vale… Pero esta tarde no puedo olvidarme de llamar al médico para pedirle cita. Si es un linfoma habría que tratarlo cuanto antes. ¡Qué horror!… ¡A lo mejor tienen que hacerme una biopsia! ¿Tú crees que tendrán que hacerme una biopsia, Ramón? Si me la hacen es porque piensan que la cosa puede ser grave. ¿Tú crees que será grave? Madre mía, qué mal cuerpo se me está poniendo… ¡Ea, ya se me han quitado las ganas de desayunar! (Continúan caminando. RAMÓN con paso firme aunque cansino y LEO angustiado y palpándose el cuello compulsivamente. Desaparecen por la izquierda y el escenario queda desierto. Al fondo, dentro del camposanto, la sombra que proyectan los cipreses sobre las tumbas se torna más negra. Luego, poco a poco, todo el escenario se va apagando y se hace el…) (Oscuro final.)


[Pedro Luis Ibáñez Lérida]

Versiones de lo eterno a 45 rpm. [inédito] —He dicho que no te quiero ver holgazanear. Ponte a tu trabajo. Haz poesías para postales y no descuides el oráculo. El libelista Benito. Ignacio Aldecoa.

Insomne soledad Zumbaba el tiempo con la perseverancia de lo irrenunciable. Era como aquel viejo ventilador que reparó su padre tras rescatarlo de la basura. Las aspas giraban vertiginosamente, mientras el suave movimiento de la cabeza motora volvía una y otra vez a hacer danzar la cortina del pequeño salón con la elegancia de un vals, y los visillos, frágiles y transparentes, como si de un electrizante tango se tratara. El mecanismo parecía vivir una segunda vida. Él permanecía allí, en la más completa oscuridad, mientras, afuera, la tarde de julio ardía en llamas. El recogimiento le sumía en una lánguida pesadumbre. El tictac del reloj vencía el gesto huraño del péndulo de metal que brillaba desconsoladamente en su vaivén, y se acompasaba al pulso de las sienes con cadencia aliviadora. Lo sentía al dejar reposar sus dedos índice y corazón, a modo de inconsciente auscultación de la conciencia. Era entonces cuando cerraba los ojos perlados por la irrefrenable emoción, y veía


avanzar a su madre extendiendo sus brazos hacia él. La evocación de su infancia principiaba siempre por aquel retazo. La vejez crujía en su interior con voz de niño. Pasión de amarga ciencia Recita entre dientes, “Llena, pues, de palabras mi locura...” La habitación del hospital es de cera. Se asemeja a una gran vela ardiente de la que escapa la pesarosa existencia. El hilo caliente que asciende invisible hacia la nada. El grito de la luz vencida. Aunque también, a veces, torna en reflejos huidizos que se proyectan en el techo. Son como pequeñas luminarias, titilantes mariposas que flotaran sobre untuoso aceite. Prosigue la íntima entonación, “...o déjame vivir en mi serena...”. La verticalidad del sol atraviesa la transparencia del día enmarcada en el cristal de la ventana. Derrama sobre la estancia su bienhechora presencia. Su intensidad duele en la mirada como hormigas enfebrecidas de ira por menudas manos que sondan con ramitas la profundidad de sus túneles o ciegan la entrada sin compasión. El soneto es mortecino y medido acento de lluvia que fenece como el canto del cisne. El lector por horas apura el último verso. Sobre la mancillada cama el yerto e indolente cuerpo rinde tributo al amor dormido entre las sábanas. Acerca su mano. Toma la de aquel, fría como el jaspe, y entona el dolor como rezo. Las palabras completan la ausencia, “...noche del alma para siempre oscura.”.


¿o son podencos...? La punzante frialdad del albor es tijera que recorta la figura inerte y bamboleante. Cuelga su cuerpo como el poema nunca leído y ajado en la hoja escrita que duerme en el olvido. La madrugada ha sido pavorosa en las manos asesinas, que consagran su macabro tacto a la horca o a la inyección de lejía. El rostro de lo innombrable tiene faz de crueldad infinita. Su estilizada carrera en pos de su sino maldito es cuenta atrás. Nadie los verá viejos ni servirán de compañía. La sentencia de muerte se aproxima en cada zancada. En su glorioso atributo también se halla su estigma. Grácil sombra de la sombra que rumia el ocaso a dentelladas. Por allá van los galgos, ¿o son podencos...?


[Pedro F. Padilla]

Life on Mars [inédito] 3. EXTERMINIO Lo que ha sucedido, cuanto en este preciso instante está teniendo lugar, lo que vendrá más tarde. Todas las manifestaciones se encuentran recogidas en Las Escrituras. El Tiempo forma parte de una sola unidad. Somos nosotros los irremediables, los imperfectos. Los incapaces de contemplar varios tiempos al unísono. De ahí que Ellas establecieran lo que nosotros entendimos como un principio, un intermedio, un después. Resultamos de una juventud tan manifiesta que necesitamos desgajar el pasado, el presente y el futuro. Como si no fuesen lo mismo. Como si los hechos pasados no pudiesen seguir generando efectos una vez transcurridos. Como si el presente existiese más allá de una ficción. Como si el futuro resultara inabarcable en todos sus efectos. Quien redactó Las Escrituras se compadecía de nuestra visión limitada. Por eso, fijó las bases de lo que tarde o temprano tendría lugar. Un día aparecerían. Nosotros no los conocemos. Sabemos, no obstante, quiénes son. Lo sabemos al menos tan bien como ellos mismos. Somos el reflejo de un espejo en la oscuridad. Los visitantes procederán del firmamento. Unas luces así los anunciarán. Ese día se desencadenará lo que cono-


ceremos como el final. No habrá salvación posible. Las Escrituras así lo recogen. Faltan palabras. Hay trozos deteriorados e ilegibles. Pero Las Escrituras no dejan lugar a la duda. Aun cuando callen, aun cuando obvien los hechos. Lo verdaderamente importante es que Ellas nunca se equivocan. En el horizonte las luces son cada vez más intensas. Nosotros no los conocemos. Hemos crecido, no obstante, junto a ellos. Compartimos sus lágrimas cuando Elliot se despedía de E.T. Nos creímos uno más de los Joad. Bailamos stuck in the middle with you al tiempo que realizábamos una amputación de oreja. Sentimos todo el odio posible hacia la ballena blanca. Mostramos la palidez de nuestro culo a un ejército de soldados ingleses. Conocimos los avatares del linaje de los Buendía. Galopamos a lomos de proyectil que destruiría el planeta Tierra. Recorrimos todos los sinsabores que separan Troya de Ítaca. Nos enamoramos de un actor que brotó de la pantalla de un viejo cine de barrio. Probamos todas las drogas, todo el alcohol, todo el jazz que los garitos de California eran capaces de cobijar. Pretendimos luego que nos borraran ese trozo malgastado de memoria del cerebro. En el horizonte las luces son cada vez más intensas. Las Escrituras establecieron el final. Dios las dejó como testimonio para su profeta, Mumo. El Comandante, que es el nombre de Dios previo a su deificación, quiso que supiéramos quiénes éramos, somos y seremos. Fuimos creados a imagen y semejanza del Comandante. En cualquier caso, no resulta sencillo seguir lo establecido por Las Escritu-


ras. Exigen una gran determinación. Algunos no llegaron a dudar. Siguiendo las palabras de Dios, pero sobre todo, su ejemplo, fueron arrebatándose la vida. De estos, hubo quienes actuaron la determinación precisa conforme despertaban. Otros debieron aceptar la Verdad. Precisaron de horas, días, semanas o años. Fueron perdonados. Así como fueron perdonados por el Comandante los débiles. Son los conocidos como vigilantes. Los encargados de salvaguardar su legado. Los que cumplieron los quehaceres que en un primer momento se habían destinado a este y de los que renegó quitándose la vida. ¿Acaso podíamos hacer algo distinto? En el horizonte las luces son cada vez más intensas. Los puntos son cada vez más visibles. Las naves se asemejan a un enjambre de abejas. Su color, no obstante, es indeterminado. Difícil de precisar. Sus cañones nos enfilan. Saben qué han de hacer.

2. DESCIENDE EN HORIZONTAL LA NIEVE EN MARTE Lo primero que hizo fue llamarse a sí mismo Yo. Creyó que aquella decisión solucionaría sus problemas. En el peor de los casos, lograría mitigarlos. Acababa de despertar. Estaba desnudo. Estaba hambriento. Todo aquello, sin embargo, carecía de verdadera importancia. Lo que lo hacía sentir profundamente desamparado era la ausencia de un


nombre, de una manera con la que llamarse a sí mismo; una conjunción de sonidos por la que otros lo llamaran, lo describieran, lo recordaran. Se aferraba a la esperanza de que él también había tenido un nombre. No le cabía la posibilidad de lo contrario. De alguna manera, aquella privación constituía la antesala de la inexistencia. Por ello, rastreaba una y otra vez en los yermos parajes de su memoria. Siempre sucedía lo mismo. No encontraba nada. No tenía pasado. No tenía recuerdos. No sabía qué objetivo había establecido en su vida: si huía de algo o alguien o, si por el contrario, su destino consistía en esperar. Su universo estaba compuesto por un abismo de incertidumbres. Aunque ninguna de la magnitud del vacío de identidad que anticipaba el hecho de no tener un nombre. Debía de haber sufrido un ataque de amnesia. Un ataque rotundo. Y aun así estaba seguro de que nunca había experimentado una situación similar a aquella. No necesitaba de su memoria para confiar en esa certeza. Había despertado en un lugar frío, sin ventanas. Decorado como el plató de un estudio en el que se rodaba una escena hospitalaria. Sabía que no podía ser un hospital. Respiraba con intensidad y, a pesar de ello, no percibía un solo ápice del olor característico de los hospitales. Ese olor a enfermedad que emana de las entrañas de los hospitales y de los centros médicos antes incluso de que abran sus puertas. Un olor que, pese a que es la seña de los productos antisépticos, es realmente el anticipo de la enfermedad y de la muerte. Yo había gritado hasta que la garganta había alcanzado su límite. Desprovisto de nombre y de voz,


habría querido lanzarse a llorar. Algo en su interior le había dejado claro que de esa forma no solucionaría nada. Una especie de resorte para momentos de emergencia. Así que lo que hizo fue dedicarse a inspeccionar la habitación. Entonces encontró los papeles. Aparte de diversos equipos electrónicos, de los que desconocía el funcionamiento, la sala destacaba por un minimalismo atroz. Un lugar para que los dementes pudieran sentirse como en casa. Afortunadamente, estaban los papeles. Podría decirse que eran eso. Realmente se parecían a hojas como de cartón, sólo que no eran de cartón. Alguien había escrito en ellas con un lápiz. Una grafía pequeña como un ejército de miles de hormigas, colocadas en fila con extrema minuciosidad. Algunas palabras resultaban ininteligibles. Por suerte, no impedían que pudiese comprenderse el sentido íntegro del texto. Parecían las memorias de un náufrago. Yo leyó los papeles y se sintió de pronto invadido por una profunda tristeza. Si bien es cierto que no conservaba ningún recuerdo, albergaba una irrefutable consideración de sí mismo. Como no podía ser de otro modo, tenía que ser una persona resuelta, audaz. A fin de cuentas, no existían pruebas de lo contrario. Yo comenzaba a encontrar la parte positiva de haberse liberado de la tiranía de la memoria. Tenía la oportunidad de comenzar de nuevo. Nadie, ni siquiera él mismo, podía establecer quién era. De alguna manera, había sentido una suerte de renacer. Podía enmendar sus propios errores, partir de cero si así se


lo proponía. Y sin embargo, la lectura de los papeles producía en él que algo se resquebrajaba. No se trataba tan sólo de sus expectativas con respecto a sí mismo. En su interior sonó un estallido de cristales. Los papeles resultaron ser una carta. Pese a los subterfugios, el destino de la carta parecía obvio. Yo no pudo evitar compadecerse por su destinatario. Los papeles no sólo desvelaban que se trataba de un ser clonado, sino que la carta impelía a su suicidio. No tardó, sin embargo, en desechar la compasión que había experimentado hacia aquel desafortunado ser. De alguna manera, que ni él mismo lograba comprender, sintió una punzada de envidia hacia él. Aquel tipo, que no era más que un ser de probeta y al que los papeles estimulaban a que diera fin a su vida, tenía algo que Yo anhelaba. Algo que Yo codiciaba por encima de cualquier presente. El tipo tenía un nombre y con eso bastaba. El nombre lo era todo. Constituía las ideas previas, era la forma preconcebida. La carta lo dejaba claro desde sus primeros compases. El tipo se llamaba Mumo. A pesar de haber concluido la lectura, Yo mantuvo los papeles durante unos segundos en una posición que parecía continuar leyendo. Realmente no era así. Cavilaba. Aquello no podía ser cierto. Debía de tratarse de una broma. La misma carta mencionaba la existencia de ciertos relatos de ciencia ficción. Diversas historias protagonizadas por el último superviviente humano a una debacle atómica. ¿Y si la carta no era más que un juego literario? Una metaficción, que en sus manos, pero sobre todo en su mente amnésica, cobraba cierto matiz diabólico. Y por


si fuera poco, a pesar de que no tenía recursos en su memoria para refutar tal posibilidad, Yo no creía que fueran posibles tales progresos en cuanto a la clonación. Tal vez clonar ovejas, o terneritas. Pero clonar dinosaurios o humanos no debía ser algo tan sencillo, ni siquiera ético. Bajó los brazos. Dejó caer los papeles al suelo. Dio unos pasos al frente. Yo no hizo nada por evitar que sus pies descalzos los pisaran. De pronto recordó que estaba desnudo y hambriento. Cada vez se sentía más confuso. La memoria sin embargo se mantenía vacía. Decidió salir de la habitación. Abrió la puerta y salió al exterior de la sala donde había despertado. Recorrió los pasillos claustrofóbicos. Sus pasos eran cautos. Temía enfrentarse a alguna nueva sorpresa. Sin embargo, no fue así. Se encontró con una puerta cerrada. Tras sobrepasarla llegó a una sala aún más pequeña que desde la que inició su incursión. Casi toda ella se veía ocupada por una maquinaria desprovista de motor. Sus brazos podían moverse aplicando una serie de resistencias y poleas. Yo no tardó en comprender que, a pesar de su apariencia insectiforme, se trataba de una máquina para fortalecer y tonificar la musculatura. En la sala se encontraban esparcidas una serie de mancuernas de diversos pesos. Turbado, salió. En la carta se mencionaba que su destinatario tenía a su disposición una máquina con esas características. Yo trató de calmarse. Podían ser casualidades. Pese a ello, algunas ideas comenzaron una invasión lenta y cruel de su cabeza. Yo hizo todo lo posible por rechazarlas. Prefirió continuar con la inspección del lugar.


De nuevo, Yo volvió a recorrer los pasillos. Esta vez caminó en dirección al lugar opuesto. Arribó a otra sala. Sin embargo, al igual que sucediera en la anterior, un solo artilugio prácticamente la rellenaba. En este caso se trataba de un ordenador y de sus diversos periféricos. Más allá de las posibilidades del ordenador, fue algo distinto lo que cautivó su atención. A diferencia de cuanto había recorrido, en esta sala sí existía una pequeña ranura en la pared. Minúscula, pero parecía cumplir las funciones de una ventana. Yo se aproximó hacia ella. Sus pasos resultaban dubitativos. Tras la ventana no podía divisar nada. Nada en absoluto. Yo pegó sus manos al cristal. El resultado sin embargo fue el mismo. Ni siquiera con la sombra que las palmas de sus manos producían consiguió distinguir lo que sucedía al otro lado del cristal. Era obvio que no se trataba de un problema de diafanidad. El cristal cobijaba tras de sí la más rotunda oscuridad. Yo dejó de pensar con claridad. Comprendió que debía huir. Debía hacerlo por cualquier medio pero no sabía cómo. Haciendo uso de la fuerza bruta trató de abrir la ventana. No tardó sin embargo en desistir de esa idea. La ventana no contaba con ningún cierre, ni gozne, ni bisagra. Ni siquiera parecía tener oculto un medio remoto de apertura. Yo se marchó de la sala. Esta vez sus pasos eran seguros y largos. Ahora sabía lo que quería. Regresó sosteniendo una mancuerna en la mano. Se encaminó hacia la ventana e inició un constante golpeo al cristal. Pese a la rabia con la que Yo se desahogó el cristal se mantuvo indemne tras la descarga de golpes. Ahora sí. Yo comenzó a llorar.


Aún con las lágrimas en las mejillas se dirigió hacia el ordenador. Sabía que aquella era su última posibilidad. Tal vez pudiese comunicar con el exterior, enviar un mensaje de S.O.S. No hizo más que poner la mano sobre el ordenador cuando el sistema operativo de este arrancó de forma precipitada. El ordenador inició un programa de vídeo. Yo trataba de recuperar el control, golpeaba el teclado, pulsaba atropelladamente las teclas del teclado pero nada parecía surtir efecto. El vídeo mostró a un tipo de unos 60 años sobre el fondo de una bandera de los EE.UU. Vestía traje civil. Iba bien peinado. Comenzó a hablar con lentitud. Sus palabras eran hermosas. Yo sin embargo las notaba vacías. Un rótulo apareció sobrescrito. El que hablaba, el Presidente de los Estados Unidos de América. Su discurso se centró en el reconocimiento de las igualdades entre seres humanos y sus clones. Habló de los sueños y habló de Marte. Terminó su discurso mostrando el agradecimiento de todo el pueblo americano. De inmediato comenzó la reproducción automática de otro vídeo. Esta vez quien aparecía en pantalla era un tipo uniformado. Igualmente bien peinado. Sus maneras un tanto más hoscas. Llevaba diversas medallas. Yo leyó el rótulo sobrescrito. Se trataba del Presidente de la NASA. Su alocución se centró el Project Island. En los sacrificios que había supuesto, para el pueblo norteamericano, poder mantener una estación permanente en Marte. El Presidente de la NASA se dirigía a Yo y al mismo tiempo a Mumo. Expresaba su respeto y admiración. Les informaba de la importancia de su misión, los beneficios que supondrían a largo plazo para toda la humanidad.


La reproducción de ambos vídeos no alcanzó los 5 minutos. A pesar de haber concluido, Yo se mantenía ensimismado. No gesticulaba. No parpadeaba. Lo único que hacía era observar la pantalla. Las interferencias que emitía se asemejaban a una neblina o a una triste nevada que descendiera de forma horizontal. Ahora Yo tenía un nombre y sabía qué era lo que tenía que hacer.

1. NADA QUE PUEDA HACER Tu nombre es Mumo, aunque tú no necesitas un nombre. Has llegado a la vida hace unos minutos, unas horas a lo sumo. El revestimiento interior de la cápsula fue lo primero que tus ojos contemplaron. Una visión tristemente claustrofóbica. En otro punto, un corazón debió detenerse y, de pronto, la puerta herméticamente cerrada se abrió. Escapaste del coma como quien despierta de una siesta en una tarde tórrida de verano. ¿Soñaste mientras tanto con el desarrollo exponencial del vacío? Te encuentras desnudo. Afortunadamente tú no conoces la tiranía de los usos de la moral. Tienes tanto por descubrir, amigo mío. Los primeros movimientos debieron de suponerte un esfuerzo titánico. Desplazarte por la sala tan estrecha. Las paredes blancas, el suelo frío, una oscuridad impenetrable a través de las ventanas pequeñas, minúsculas. Acostúmbrate a los espacios reducidos, este es mi primer consejo. Estarás hambriento. La comida sabe a sobras de geriátrico. Por suerte, no tienes


con qué compararla. ¿Cuánto tardarás en dar con el reflejo de tu imagen en un espejo? Como a todos, te mentirán. Te dirán que tienes una edad biológica aproximada de 30 años. ¿Qué harás entonces? ¿Mirar a todos lados buscando una explicación? Probablemente no la encuentres. Sólo puedes contar con lo que tus sentidos te aportan. Tienes la sala que se parece a un quirófano, aunque no sabes lo que esto significa. Tienes todo el complejo de la estación, que realmente es una nave. Te tienes a ti mismo. Tienes estos papeles. ¿Cuánto tiempo has tardado en dar con ellos? Y bueno, me tienes a mí. El único problema que esto plantea es que yo estoy muerto. No creas que no asumo tu confusión. La sensación que experimentas ha de parecerse a la resaca de un sueño muy profundo. Un sueño del que pierdes cualquier noción con la realidad y del que requieres de unos segundos para determinar la ubicación espacio-temporal. Algo similar –supongo— a lo que yo mismo sentí. Sucedió muchos años atrás. El viaje de La Tierra a Marte implicaba demasiadas complicaciones para la resistencia biológica de un ser humano. Todos los procesos de la nave debieron ser automatizados. Los auxiliares quedaron mediante control remoto. Es por ello que los médicos de la NASA, previamente al despegue, inducían en los navegantes un estado de vigilia parecido al sueño. Lo llamaban hibernación aunque no lo era. En mi caso sólo había un navegante. Cuando desperté no sabía dónde me encontraba, cuánto tiempo llevaba dormido. Ni siquiera sabía qué demonios hacía en este mismo lugar en el que tú también has despertado. Debieron pasar unos


minutos para que fuese recuperando las nociones. Miré por la ventana. El más abrupto de los vacíos, la oscuridad más honda. Entonces lo recordé todo. Me vestí con un traje que torpemente se parecía al de un miembro de la tripulación del Enterprises y comencé a trabajar. Es lo mismo que tú harás. Ya lo verás. Antes de que te des cuenta habrás logrado desconectar el control automático de los procesos. Podrás cumplir a la perfección con el plan establecido. ¿Qué sentirás al retomar lo que otros comenzaron antes que tú? No te preocupes si al principio te supone alguna dificultad la bipedestación. No sólo te enfrentas a un inconveniente de gravedad artificial. Tu musculatura ha de estar atrofiada. Con un poco de esfuerzo por tu parte se desarrollará gradualmente. Para ello, cuentas en la bodega de la nave con una multiestación gymstatation pro cover. Antes deberás cumplir con el protocolo. El Presidente del Gobierno de los Estados Unidos y el Presidente de la NASA te darán la bienvenida a la vida. Sólo son un par de minutos de vídeo y audio. Con un lenguaje plagado de tópicos, te explicarán la finalidad del proyecto, los esfuerzos que fueron necesarios. Tras esta primera toma de contacto, es hora de que te confirme lo que probablemente sospeches. Eres un clon. Has sido creado genéticamente desde mi ADN. El ordenador nodriza de la nave estaba previamente programado. En el preciso instante, en que mi corazón se detuviese, tenía que dejar salir de su cápsula del sueño al primero de los clones (a lo mejor tienes la fortuna de ser tú). Cuando éste fallezca será el turno del siguiente. Así hasta que la nave agote su energía. Una


posibilidad que se me antoja remota. La nave está equipada con equipos de retroalimentación constante de energía, recursos y ADN. Sería por tanto más proclive afirmar que el proyecto en Marte se prolongará hasta el infinito. Tras tu extinción te sustituirá otro idéntico a ti… y a mí. Y luego otro, y otro. Los últimos adelantos en el campo de la genética permiten realizar el almacenamiento y posterior transmisión de la memoria procedimental. El estriado dorso-lateral y los ganglios basales conservan todo lo aprendido por el ser clonado a lo largo de su vida. Desde tu perspectiva tal vez no te parezca gran cosa. Pero tuve la fortuna de trabajar en el proyecto experimental. Al principio apenas sabíamos nada. Sólo que en caso de que culminara lograríamos cambiar el curso de la historia de la humanidad. Volvernos inconscientemente inmortales, convertirnos en celebridades. Palabras grandilocuentes, por supuesto. El caso es que este adelanto te permite recordar, aunque no hayas experimentado directamente el aprendizaje, todo los conocimientos que albergué; es decir, la forma de mantener el equilibrio, de caminar, el funcionamiento de un ordenador, conversar en varios idiomas (aunque esto no te servirá de mucho que digamos) y otras cosas que poco a poco irás descubriendo. En cambio, se te privó de la llamada memoria declarativa. Tanto de la semántica, lo que probablemente te impedirá comprender con exactitud la mayoría de las palabras que conforman esta carta, como de la episódica. El criterio de los expertos era que lo hacían por tu futuro bienestar. ¿De qué te serviría convivir con una batería de recuerdos que ni siquiera comprenderías? Serían como


las piezas de un puzle imposible de encajar. En la base de datos de tu ordenador personal cuentas con todo lo que puedas necesitar: manuales digitalizados, archivos con vídeos tutoriales con lo que a priori te pudiese suponer un mayor esfuerzo. Con el coeficiente intelectual de 136 que compartimos no tendrás demasiados problemas en aprender a manejar el software específico, a cumplir con tus obligaciones de vigilante y colonizador en Marte. Pronto descubrirás que, pese al sinfín de obligaciones que conforman tu rutina, te sobrará tiempo. Demasiado tiempo para encontrarte solo en una nave en mitad de la nada. Me planteo, si aun cuando compartes mi configuración genética, actuarás de forma similar a como yo lo hice. Al principio opté por utilizar los recursos de entretenimiento básicos. Hacía un poco de deporte, leía, escuchaba música, veía una película tras otra, mientras la oscuridad del exterior no parecía sufrir modificación alguna. Descubrirás que en la memoria de tu ordenador personal tienes a tu disposición más de un millar de obras, de todos los géneros y épocas. Incluso cuentas con vídeos pornográficos, que tendrás saber encontrar, pues no aparecen referenciados en la guía principal. Llegó sin embargo un momento en que caí en un profundo cansancio. Los refuerzos vitamínicos no servían. Las dosis de cafeína cada vez surtían menos efectos. Empecé a escribir pequeños relatos. La mayoría de ellos estaban protagonizados por un tipo que se quedaba solo en la Tierra tras una debacle nuclear. Un tipo que no tenía nombre. No eran grandes cuentos, lo reconozco; pero me servían para entretenerme,


para compartir mis angustias con alguien que, pese a no existir, era el único que podía comprenderme. No te molestes en buscar los relatos. Cuando comprendí que mi fin se acercaba, las eliminé de la memoria del procesador de textos. De todo lo que escribí sólo dejé esta carta. A diferencia de los relatos, la carta era necesaria. Quería que supieses quién fuiste, qué nos impulsó a emprender este viaje sin retorno. Yo no nací en el interior de una cápsula, sino en el paritorio del hospital de Saint Cloud, una pequeña ciudad del condado de Stearns, en Minnesota y de nada he estado más seguro a lo largo de mi vida que de que quería ser un astronauta. Sé que suena un poco a sueño de niño de los años 70 (como si tú pudieras comprender lo que esto significa), pero era así. De pequeño, pocos placeres encontraba que superasen a oír Space Oditty de David Bowie a todo volumen, soñar con los ojos abiertos. No fue fácil. Los requisitos físicos, y sobre todo intelectuales, para acceder al plan de adiestramiento de la NASA eran altamente exigentes. Aquello en cualquier caso lo era todo para mí. Por eso no cejé un solo instante en mi empeño. Conseguí las notas más altas del Estado, lo que me permitió elegir Universidad. Con apenas 18 años hacía el viaje más largo que nunca había hecho. Me dirigía en un autobús a la Universidad de Manitoba en Canadá. Aquel era el primer paso. Mientras tanto, la vida real proseguía. La Tierra, amigo, no es como la nave en la que vives. No estás solo. No todos los días son semejantes los unos a los otros. Tienes diversas distracciones. Existen los domingos, por ejemplo, en los que no tienes que trabajar, en la que puedes permitirte un res-


piro a los estudios. Los sábados por la noche los jóvenes salen, buscan diversión. Y los que no la encuentran acaban en la cama con una mujer y mucha cerveza. Tras la Universidad, accedí a los estudios en el Centro Espacial John F. Kennedy, al mismo tiempo que, sin querer ser del todo consciente, iba formando una familia. Tenía 24 años cuando alquilé un piso con Dorothy en Tallahassee. Otra diferencia de lo que sucede en La Tierra. Pese a su materialidad manifiesta, allí el tiempo transcurre a toda velocidad. Nada que ver con el espacio, donde pareces pertenecer a la eternidad, donde las luces provenientes de las estrellas se mantienen inalterables. Esto a pesar de que muchas de ellas se apagaron hace millones de años. Dorothy y yo nos habíamos conocido en una discoteca, nos habíamos gustado y habíamos follado. La disolución del tiempo se encargó del resto. En cualquier caso, todo parecía reversible. Hasta que un buen día Dorothy se presentó con un cachorro entre sus brazos. Lo habíamos hablado y yo había mostrado mi más rotunda oposición. Que te diga que las mujeres actúan de esa manera puede que no te aclare nada al respecto. Sólo que es así. Desde ese momento, Dorothy y yo tuvimos algo en común más allá del pago de las facturas y un mismo techo. El cachorro tenía ya un nombre. Se llamaba Mumo. El tiempo no sólo servía para sucumbir a lo irremediable, a lo que se nos escapaba de las manos. Me acercaba a mi propósito. El trabajo empezaba a dar sus frutos. Fui uno del puñado de candidatos finales para un proyecto que se había catalogado de altamente secreto. Project Island. Aquello al menos sonaba a misterio, a riesgo incluso. Era preci-


samente lo que quería. Los viajes espaciales ya no eran lo que habían sido, lo que fueron durante mi infancia. Si bien es cierto que se había colonizado la Luna, los viajes eran extremadamente seguros. ¿Y para qué? En la superficie lunar se erigían diversas instalaciones. Sin embargo, se habían convertido en poco más que un parque de atracciones y restauración temática para gente pudiente. Los viajes espaciales se limitaban al trayecto ida y vuelta a La Luna. No había expansión, no había riesgo. La aventura de las películas de ciencia ficción del s. XX había desaparecido por completo. No quedaba un solo ápice de Alien, ni de Star Wars, ni de Battlestar Galactica. Un viaje espacial se parecía en exceso al que hacía un autobús de línea o un vuelo en avión comercial. No era lo que yo había soñado. Por eso me agarré con toda la fuerza posible al proyecto secreto para el que había sido preseleccionado. Con el paso de las cribas de aspirantes fuimos conociendo los detalles. Se trataba de un programa de la NASA que pretendía la colonización de Marte. Las dificultades logísticas parecían salvarse con la genética. Elegirían a un solo individuo que en un viaje que solo sería de ida colonizaría el planeta rojo. Sus clones se quedarían en Marte como la descendencia de un farero. Las pruebas físicas y psicológicas resultaban cada vez más arduas. Mucho más duras de lo había imaginado. Mucho más duras de lo que estaba preparado. Llegaba a casa derrotado, viendo en peligro la materialización de mi sueño, precisamente cuando más próximo parecía. Apenas hablaba con Dorothy. Apenas tocaba la cena. No veía la tele. Me en-


cerraba en una habitación y oía una y otra vez Space Oditty. Cada vez sonaba más distante. Llegué entonces a comprender que, más que de una tragedia, hablaba de un imposible. Sólo Mumo parecía no rendirse. Tras la puerta ladraba con infinita tristeza, arañaba con sus patas como si tratara de salvarme de mí mismo. Mientras escribo, soy consciente de las horas que irreductible pasó junto a la puerta, como el mismo vigilante que en Marte yo añoraba ser. A veces me rendía a su obstinación. Abría la puerta y el perro asomaba meneando su cola. Traía en la boca algún juguete mordido y babeado. No era yo el que jugaba con él, sino el perro el que me entretenía para que mi mente lograra un poco de sosiego. Meses después mi sueño se cumplió. Los hechos se sucedían a toda velocidad. Adquirí el rango de Comandante. Fui el elegido. El Proyect Island me llevaría en un par de años a Marte. En ningún momento del proceso se me garantizó la permanencia de una comunicación con La Tierra. Sería el primer ser humano que pisaría su suelo pero moriría allí, en la más absoluta soledad. No sólo una vez. Infinitamente nacería y volvería a morir. Mis clones no estaban para hacerme compañía, sino para sustituirme en el momento de mi fallecimiento. En contra de lo que pudiese parecer, estos inconvenientes apenas me inquietaron. Sólo lograba pensar en el futuro inmediato. Mi objetivo no se limitaría a la mera permanencia en el planeta. Debería realizar continuos análisis astrométricos. Tal vez algún día la tecnología lograría superar la barrera, enviar una expedición de regreso. Mi descendencia clónica daría la


bienvenida a aquellos futuros terrícolas, les facilitaría toda la información almacenada durante décadas o siglos de estudios en Marte. Recuerdo la primera ocasión en que me invitaron a presenciar la nave que me llevaría hasta Marte, en la que viviría lo que me quedaba de vida. Parecía inmensa desde el exterior, nada que ver, por otro lado, con lo que cobijaba en su interior. Antes incluso de despegar, paseando por sus salas desnudas y a medio terminar, comprendí la diferencia existente entre los sueños y su materialización. El día antes de partir me despedí para siempre de mi familia, de mis amigos, de Tallahassee y de todos los rincones en que había vivido, de Dorothy y de Mumo. Fue una fiesta íntima y triste. Los invitados actuaban como si se encontraran en un funeral anticipado. Muchos de ellos trataban de sofocar la irrupción incontrolada de las lágrimas. Entendía sus sentimientos encontrados, pero yo no podía sentirme afligido. Estaba a punto de conseguir aquello que más deseaba. El despegue se asemejó en exceso a una mentira, a una de las tantas simulaciones que habíamos realizado durante el periodo de preparación. Las últimas palabras que oí me llegaron por radio. Hasta pronto, Comandante. Me tendí en el interior de una cápsula. Comprobé que se cumplían todos los dispositivos de seguridad. Entonces comenzó la cuenta atrás. Los números apenas pasaban. Cerré los ojos y cuando los abrí me encontré de bruces ante todo el peso de la oscuridad. No parecieron transcurrir más que unos segundos. Pero de un plumazo acababa de perder varios años de vida. Como ya te dije, Mumo, fue


difícil recuperar consciencia, regresar a la vida sensorial. Las toxinas de la droga que produce la hibernación (aunque no lo fuera) se aferran al sistema nervioso con especial virulencia. Durante unos minutos una sensación de profunda irrealidad se apoderó de mí. El primer recuerdo de la estación en Marte que conservo es el silencio. Un silencio atroz como un animal hambriento que recorría las salas y los pasillos, que a pesar de ser minúsculos se habían tornado infinitos. Tan rotundo resultaba que podía percibir el propio funcionamiento de mi organismo, oír cada latido de mi corazón. Como no podía ser de otro modo me coloqué unos auriculares, incrementé hasta el tope máximo el volumen y pulsé el play del reproductor mp3. Sonó Space Oddity y creí ser plenamente feliz por primera vez en mi vida. Conforme pasaron los días asumí toda la dureza del entrenamiento previo. Si bien, la actividad cotidiana no resultaba en ningún aspecto compleja, la estricta soledad, la incomunicación hacían que constantemente tuviese que recurrir a las pautas que había aprendido en el entrenamiento psicológico. En el botiquín contaba con algunos ansiolíticos. Su uso estaba previsto para los primeros días del asentamiento. Sin embargo, la rápida progresión de sensaciones que afloraban en mí de forma descontrolada me aconsejó un uso racional. Las semanas transcurrían y todo iba a peor. Ni las películas, ni los libros conseguían entretenerme. Lo más preocupante comenzó cuando noté algo hasta entonces inusitado: ponía Space Oddity y mi cuerpo se


mantenía inalterable. No experimentaba ningún tipo de sensación. Reconocía la calidad musical de la canción, pero algo se había secado en mi interior y me impedía emocionarme con la tragedia que narraba. Fue entonces cuando comencé a escribir. Me inventé un alter ego, que en lugar de en Marte, experimentaba las mismas sensaciones de frustración y soledad en La Tierra. Lo convertí en el último superviviente humano a una debacle atómica. Fueron días más sosegados. Vivir una vida que no era la mía, como había hecho con el personaje de Space Oddity, me salvaba. Pero pronto aquellos relatos mal escritos y nihilistas perdieron su condición de salvación. Entonces empecé a recordar, como si fuese una terapia en sí misma, los días perdidos en La Tierra. Pensaba en mis padres, en mis amigos y en todos los lugares en los que había vivido anhelando precisamente en el que me encontraba. Pensaba en Dorothy y en Mumo. Me castigaba imaginando la vida que habrían construido apenas se habían despedido de mí. Fue entonces cuando comencé a escribir esta carta. Antes de hacerlo comprendí que sólo podía ser manuscrita. Lo que fuese a escribir tenía que escapar al control de los automatismos del ordenador principal. Éste hubiese destruido cualquier elemento discordante, cualquier acción que según su criterio supusiese un peligro para la estabilidad del Project Island. Podría parecer increíble, pero lo más difícil resultó encontrar papel y lápiz. El inventario de la nave parecía contar con todo lo eventualmente necesario. Sin embargo, a la hora de la verdad no hallé ninguno de aquellos instrumentos básicos. Pasaban los días o las horas


y la sensación se volvía cada vez más profunda. El lápiz apareció perdido en el botiquín. El papel fue más difícil de obtener. Tuve que fabricarlo yo mismo de las cajetillas de cartón. La mayoría pertenecían a antibióticos y otros fármacos. Las introduje en un recipiente con agua. Batí la masa uniforme, añadí lo más parecido que encontré a un disolvente y tras un secado interminable pude contar con este papel irregular que tienes en las manos (por suerte no puedes compararlo con ningún otro). Entonces pude comenzar a escribir. Nunca había sentido una tristeza mayor. Cuando terminé la carta puse fin a mi vida. Segundos después se abriría la cápsula en la que tú dormías ajeno a todo. Ahora que conoces toda la historia, Mumo, ya sabes lo que tienes que hacer.





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