Cuaderno de CREACIĂ“N
12
palimpsesto 2.0
ISSN 2174-7601 Grupo palimpsesto 2.0 Todos los derechos de las creaciones aqu铆 expuestas pertenecen a sus autores. Esta edici贸n se encuentra bajo licencia Creative Commons [C.C] Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0
www.palimpsesto2punto0.com
Cuaderno de creación
nº
12
Año dos, 2013 Publicación trimestral Poesía Narrativa Fotografía Ilustración Ensayo Artículos
TEXTURAS
• • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •
No me taches de TU abecedario Tu sonrisa mi paisaje Dikter [selección] Cara [Ilustración] Relato para cinéfilos Mensaje en una botella Subasta de recuerdos Alone Toulouse Lautrec [Apunte] Nominando El vuelo de la gallina Muerte y vida El sol y la vida Trazos de un poeta desconocido Sextina concesiva Cara lírica nada duele La influencia cubista en la poesía de Oquendo de Amat [Artículo escogido] Nunca nadie dijo nosotros... A veces... El centauro Entrevista con el Diablo Huellas Holocausto
[Gustavo Vega]
1916
DIKTER
[selecci贸n]
[Traducci贸n del sueco de Neila Garc铆a]
Edith S枚dergran
Vi un árbol... Jag såg ett träd...
Vi un árbol más grande que todos los demás y rebosante de piñas inaccesibles; vi una gran iglesia con las puertas abiertas y de donde todos salían pálidos y fuertes y listos para morir; vi a una mujer sonriente y maquillada, jugaba a los dados su fortuna, y vi cómo perdía. Había en torno a aquello un círculo que nadie cruza.
La noche estrellada Stjärnenatten
Innecesario el sufrimiento, innecesaria la espera, el mundo está vacío como tu risa. Caen las estrellas, noche fría y espléndida. El amor sonríe bajo el sueño, el amor sueña con la eternidad... Innecesario el miedo, innecesario el dolor, el mundo es menos que nada, desde la mano del amor y hacia el abismo se desliza el anillo de la eternidad.
Amor Kärlek
Mi alma era un traje celeste como el cielo; lo dejé sobre una roca junto al mar y desnuda fui hasta ti y parecía una mujer. Y como mujer me senté a tu mesa y bebí una copa de vino y aspiré el aroma de unas rosas. Me encontraste bella y semejante a algo que habías visto en sueños, olvidé todo, olvidé mi infancia y de dónde venía, sólo sabía que tus caricias me tenían cautiva. Y, sonriendo, tomaste un espejo y me invitaste a mirarme. Vi que mis hombros estaban hechos de polvo y se deshacían. Vi que mi belleza estaba enferma y no tenía más voluntad que desaparecer. Aferráme entre tus brazos tan fuerte que ya no necesite nada más.
Al atardecer refresca el día Dagen svalnar...
I
Al atardecer refresca el día… Bebe el calor de mi mano, mi mano tiene la misma sangre que la primavera. Toma mi mano, mi pálido brazo, toma el anhelo de mis hombros menudos… Qué insólito sería sentir, una sola noche, una noche como ésta, el peso de tu cabeza contra mi pecho.
II
Arrojaste la rosa roja de tu amor en mi pálido pecho, entre mis febriles manos aferro la rosa roja de tu amor que pronto se marchita… Y tú, soberano de gélidos ojos, acepto la corona que me tiendes, que me dobla la cabeza hacia el corazón...
III
Hoy vi a mi dueño por vez primera, temblando, al instante lo he reconocido. Ahora siento su pesada mano, pura, sobre mi ligero brazo… ¿Dónde está mi sonora risa de doncella, mi libertad de mujer de cabeza erguida? Ahora siento sus firmes brazos, puros, en torno a mi estremecido cuerpo, ahora oigo el grave estruendo de la realidad contra mis frágiles, frágiles sueños.
IV
Buscabas una flor y hallaste un fruto. Buscabas una fuente y hallaste un mar. Buscabas una mujer y hallaste un alma: estás decepcionado.
[Ana Herrera]
CARA
lรกpiz
[Carlos Fortea]
Relato PARA CINÉFILOS
Yo ya era una arquitecta con muchos contratos cuando él reformaba guiones para la compañía de Capra, y venía a casa refunfuñando porque no creía en el buenismo dulzón de aquellas películas. Por entonces aún era un hombre delgado de mirada vivaz, con un bigote fino como el que solían lucir los galanes de la época y una idea del mundo en la cabeza. Más tarde engordaría, perdería gran parte de la vivacidad, pero mantendría su idea del mundo. Mi memoria conserva la imagen distorsionada, como vista a través de una botella, de aquel otoño del 51 en que lo llamaron a declarar ante el comité de las brujas, el mismo que el año anterior había encarcelado a Herbert Biberman y Ring Lardner, a Alvah Bessie y a Dalton Trumbo. Me estremece el sonido distorsionado, como escuchado a través del agua, de su voz respondiendo a mi pregunta qué vamos a hacer con una frase escueta: Zelma, cualquier cosa menos ser un bellaco.
Lo veo, agigantado como a través de un cristal de aumento, ante aquel grupo de perros de presa borrachos de poder, diciendo con voz neutra mientras se me erizaba el pelo de los antebrazos que se acogía a la Quinta Enmienda de la Constitución, y que no pensaba contestar si era o no miembro del Partido Comunista, y menos aún dar nombres de otros compañeros. Tenía las manos entrelazadas sobre la mesa, el rostro serio, y no movió un músculo cuando el dominico encorbatado que presidía la sesión lo calificó de “testigo inamistoso”. Lo veo, aún incrédula, menos de seis meses después, cuando subió el 20 de marzo al escenario del Teatro Pantage RKO para recoger el Oscar al mejor guión adaptado por Un lugar en el sol. Al salir juntos del teatro, bajo la lluvia de los aplausos, llegamos a creer que no pasaría nada. Llegamos a creer en la justicia. Me invitaron a hacer el papel de Esperanza Quintero, y al leer el guión me fascinó que aunque había sido escrito por un gringo contenía las palabras de mi gente: había parte que estaba en español, y era tan sencillo, contaba cosas tan verdaderas, que me quise enterar de cómo habían escrito aquello. Me dijeron que un hombre delgadito de bigotito fino y ojos muy abiertos había estado entrevistando a las viudas y los supervivientes de la huelga de la Empire Zinc Company, y que la película la iban a hacer varios grandes de Hollywood que estaban para entonces en una lista negra. No sabía al aceptar lo que me esperaba, pero igual lo hubiera hecho. Fuimos a Nuevo México, y mientras rodábamos nos pasaban rasantes aviones del ejército que rompían el sonido de la
película con su trueno, y gentes armadas rompían por las noches los cobertizos del material y se llevaban cosas, y un día vinieron unos policías y me preguntaron, como si no lo supieran ya, si yo era Rosaura Revueltas, y cuando dije que sí, me detuvieron por infringir las leyes de inmigración y se me llevaron de vuelta a México, y entonces Biberman, y su mujer, y el escritor de ojos muy abiertos, aparecieron en mi país con la cámara al hombro y la terminamos, y la estrenamos, y pagamos un precio. Un precio largo. Pero da igual. Qué no lo tiene. Cuando se estrenó La sal de la tierra echaron a mamá del despacho de arquitectos en el que trabajaba, y papá se pasó dos años escribiendo sin contrato películas que no le dejaban firmar. Metía los guiones en una bolsa de papel, como si fueran donuts, y se los daba a un intermediario, que más tarde le hacía llegar el dinero, y a mí me parecía como si nuestra vida también fuera un relato de espías. Un día se hartó y nos fuimos a vivir a Francia. Roxanna y yo éramos pequeñas, y ya no volvimos a casa hasta los veinte, porque nos retiraron el pasaporte nada más salir del país. Los hombres se pelean. Se meten en combates de papel que no matan pero sí destruyen, y yo no comprendía las batallas de papá, que siempre perdía, no entendía aquel juego de animales, no entendía por qué él, tan cariñoso, peleaba en aquel ring para dementes. Nunca he entendido a los hombres. Pero ya entiendo a los animales. Si no les dejan más alternativa que el sometimiento, se ven forzados a pelear.
En el 56, a papá le pidieron que escribiera una historia sobre una de esas peleas. La tituló El puente sobre el río Kwai, y cuando se estrenó tampoco le dejaron firmarla, y lloró en el estreno en París cuando no vio su nombre. He visto una y mil veces esa película, en la que Alec Guiness se parece a papá en las fotos de cuando era joven, delgado y correoso, y me he emocionado al darme cuenta de que era él, aguantando, escribiendo en su celda de castigo, apremiado por una de las peores torturas para un artista: el anonimato. Para entonces ya estaba entrado en carnes, con los ojos un poco entrecerrados, más cabreado que animoso. A veces, me parece que le veo la fusta de Alec Guiness debajo del brazo, convertida en pluma de escribir. Después de El puente, David Lean estaba tan feliz que le encargó a Mike escribir el guión de su biografía de Lawrence de Arabia. Y él trabajó el texto durante 15 meses, planificando y cimentando, colocando ladrillos, tendiendo vigas, construyendo la historia tal como yo construyo un edificio. Y entonces, cuando ya estaba hecho, discutió con Lean. Mike había dado a Lawrence una visión política, y a Lean le interesaba más el carácter del personaje, explorar sus aspectos psicoanalíticos, indagar en su homosexualidad. Así que le encargó a otro escritor reelaborar el texto. Al recibir la copia, Mike se indignó. Habían cambiado todos los diálogos, pero la estructura, la invención, la trama, la selección de los personajes, seguían siendo los suyos. Le habían dado una mano de pintura a la casa y querían venderla como nueva.
Llevamos el caso ante la Asociación Británica de Guionistas y lo ganamos, pero la industria se impuso, y aunque Mike ganó el premio de la asociación al mejor guión dramático, su nombre no salió en los títulos de crédito. Fue entonces cuando me hice la pregunta que recorre la Historia, la pregunta eterna, la pregunta que niega los dioses y las religiones, la pregunta que deja a los humanos sólos ante sus propias convicciones. Me pregunté cuánto más podríamos aguantar. Me asusté. Es una tontería, pero desde que Becca y yo éramos pequeñas todo salía mal, y por eso, al terminar de leer el guión que papá me había dejado para que le dijera qué me parecía, me asusté. Aquella escena en la que la estatua de la libertad sobresalía medio enterrada, con la corona rota, mientras Taylor caía de rodillas y gritaba: “¡Malditos! ¡Lo habéis destruido todo! ¡Todo!”, era algo muy fuerte solamente cuatro años después de salir de la lista negra y volver a casa. Temí el castigo. Ahora temería más haberme convertido en un perro bien enseñado, pero entonces temí el castigo. Cuando me preguntó, le dije que no estaba segura. Y él me miró con aquellos ojos entrecerrados y aquel ceño fruncido que se le había puesto, con las largas ojeras marcadas en el rostro en el que todavía el bigote blanco marcaba la línea de la voluntad, y sólo dijo: “Es cierto. Tal vez me he quedado corto”. Me duele el pecho. Me duele el pecho y veo cosas. Qué historia tan imbécil, dicen que cuando te mueres te pasa por la vista tu vida entera, y a mí me duele el pecho, me duele y se me extiende por
el brazo y me aprieta muy fuerte la muñeca, y lo que veo no es mi pasado y mi vida sino a Zelma llorando ante mi tumba, lo que veo es a Gale Sondergaard, la viuda de Biberman, contestando a la prensa cuando le preguntan acerca de la muerte de Michael Wilson, y a Zelma entre los flashes de los fotógrafos recogiendo un Oscar por el guión de El puente sobre el río Kwai, al final me lo dieron, treinta años les ha costado, veo cosas, veo el guión de una historia en la que vuelven a cazar brujas, no se cansan nunca, no se dan cuenta de que es inútil, en mi guión sale una historia española de una mujer que entierran sin haberle cumplido una promesa, y su mano emerge, por más tierra que le quieren echar no se cubre, todavía no sé cómo termina, pero creo que no van a enterrarla nunca. Tengo que contárselo a Zelma.
[Vito Domínguez Calvo]
Mensaje en una botella
Hunde tu casa en la orilla del mar y con paciencia espera; espera que tu pelo crezca como las algas y que la salidulce esencia de la brisa te envejezca la cara, la voz, los recovecos donde duerme el veneno que pudre nuestros días. Y una vez instalado con la avidez del buitre que busca su carroña elige tu botella, abrázala en tus manos -tentáculos de anémonas cansadas de tocar la piel enmudecida de las cosas, los senos emergentes de la nada, la intimidad más gris del artificio-. Y la trampa consiste que, entre aullidos, despacio tus dedos la descorchen como si fuera fruto de lo auténtico para llenar de agosto el corazón
de octubres invadido. Pero recuerda que este brebaje siempre es para dos, que a solas no es mĂĄs que otro veneno de la vida. La poesĂa es un jardĂn en alta mar y a la deriva. Nada sabe el que llega, nadie pretende a solas regresar.
Subasta de recuerdos
El río siempre acompaña a quien pasea a su lado. En su orilla la sombra subasta sentimientos. Tocar esa penumbra, sentir la frescura que regala, notar la lentitud con que se mueve y el silencio que habita en sus rincones; porque hay trozos de noche anclados en el día y nadie los reclama -sombras que se hacen luz cuando hay tristeza-. Aquí en el río se puede envejecer con el reloj dormido en la muñeca: Sin prisas supuran nuestros poros manecillas de escarnio, cometas de metal que abren la carne, que dicen que es otoño y que estas aguas también mojan el alma. Más allá de los ojos se seca a lo lejos la ropa interior
de algĂşn deseo desnudo; hay quien los ignora con la corteza clara de los escorpiones, pero nada les grita tan fuerte como ellos. Luego entre ĂĄlamos nace el vuelo de un milano y todo se complica... La sombra de la orilla subasta sentimientos y tĂş has pujado fuerte. A unos metros la vida parece ir por otro lado.
ALONE
[Apunte]
Toulouse
Lautrec
La obra de Toulouse-Lautrec se caracteriza por su estilo fotográfico, al que corresponden la espontaneidad y la capacidad de captar el movimiento en sus escenas y sus personajes, siendo el suyo un estilo muy característico. A esto hay que añadir la originalidad de sus encuadres, influencia del arte japonés, que se manifiesta en las líneas compositivas diagonales y el corte repentino de las figuras por los bordes. Poseía una memoria fotográfica y pintaba de forma muy rápida. Sin embargo, su primera influencia fue la pintura impresionista y, sobre todo, la figura de Degas, de quien siguió la temática urbana alejándose de los paisajes que interpretaban Monet o Renoir. Fue la vanguardia del modernismo y del art nouveau.
[Cordelia]
NOMINANDO
Cielo, árbol, pájaro, rosa, montaña, río, agua, y así durante días. Desde que Adán le propusiera nominar todo lo que existía en aquel Edén ni siquiera le había permitido parar para comer o dormir —a eso, le dijo con mirada paternalista, había decidido llamarlo obstinación y sería, añadió, una de sus virtudes—. Cuando decidió que todo tenía ya su nombre pudieron descansar y comer a la sombra del manzano. Entonces, Eva se percató de que había olvidado nombrar de alguna manera la relación que ambos tenían. Bueno, bueno... — decía el obstinado Adán moviendo las manos en un gesto de espera ante la pregunta de la mujer— tampoco creo que sea necesario ponerle nombre a todo con tanta prisa.
EL VUELO DE LA GALLINA
Quiso la gallina formar parte de aquel bello espectáculo de colores y plumas que, sobre su cabeza, se había formado en el cielo. Aleteó y aleteó logrando elevarse tan sólo la altura suficiente como para que el fallido aterrizaje fuese más que doloroso. Quizá desde la perspectiva de aquellas de allá arriba -águilas altivas, ¿qué sabrán ellas?- su vuelo no fue más que un fracaso. Sin embargo las otras gallinas, que desde el corral observaron atónitas la hazaña de su compañera, cacarearon y la ovacionaron. Hasta las más viejas -que decían haber visto de todo- aseguraban que jamás gallina alguna había logrado volar tan alto.
[Jose María Blanco White]
Muerte y vida
Al ver la noche Adán por vez primera que iba borrando y apagando el mundo, creyó que, al par del astro moribundo, la creación agonizaba entera. Mas, luego, al ver lumbrera tras lumbrera dulce brotar y hervir en un segundo universo sin fin..., vuelto en profundo pasmo de gratitud, ora y espera. Un sol velaba mil: fue un nuevo Oriente su ocaso, y pronto aquella luz dormida despertó al mismo Adán pura y fulgente. ...¿Por qué la muerte al ánimo intimida? Si así engaña la luz tan dulcemente, ¿por qué no ha de engañar también la vida?
El sol y la vida
¡Oh noche! Cuando a Adán fue revelado quién eras, y aun no vista, oyó nombrarte, ¿no temió que enlutase tu estandarte el bello alcázar de zafir dorado? Mas ya el celaje etéreo, blanqueado del rayo occidental. Héspero parte; su hueste por los cielos se reparte, y el hombre nuevos mundos ve admirado. ¡Cuánta sombra en tus llamas ocultabas, oh Sol! ¿Quién acertara, cuando ostenta la brizna más sutil tu luz mentida, esos orbes sin fin que nos velabas? ¡Oh mortal! Y ¿el sepulcro te amedrenta? Si engañó el Sol, ¿no engañara la vida?
Trazos de un
poeta desconocido
[Yousuf Karsh]
Ernest Hemingway
La poesía de es una asignatura pendiente para la mayoría de los lectores hispanohablantes. Desconocida u olvidada, incluso deliberadamente ignorada por diversas consideraciones, la edición completa de sus poemas, vio la luz póstumamente en el año 1979. Titulada 88 Poems, y editado por Nicholas Gerogiannis, el libro es una compilación de todos los poemas conocidos de Ernest Hemingway, que incluye desde una pieza juvenil escrita en un álbum de familia, hasta un poema fechado en al año 1956. Cualquier traducción al español que se haya verificado a partir de esa fecha, es verdaderamente, una rareza editorial. Hemingway, de sobras conocido por su producción narrativa, fue también ese poeta primitivo que forma parte de todo escritor. Y que en su caso, como en el de muchos grandes de la literatura, siguió latiendo durante toda su vida. De cualquier modo, ya desde sus primeros atisbos poéticos, su producción lograba convencer a voces ya reconocidas en el mundillo literario del París de los años
veinte, como Gertrude Stein y Ezra Pound, para quienes aquellos tempranos poemas de post-guerra “tenían la marca del poeta”. Por aquel entonces, ya había dado a las prensas algunos textos, publicados en Poetry, un conocido diario poético donde ya se habían publicado escritos del propio Pound y de Wallace Stevens. Unos versos de este período ilustran muy bien lo ya expresado, se trata del poema Champs d’Honneur, donde según el crítico e investigador Robert Fleeming “conmemora la muerte de la Primera Guerra Mundial, no en los términos glorificadores que usaría un orador, sino con la auténtica miseria de sus muertes, atrapados en fangosas trincheras, mientras el gas se difuminaba para finalmente asfixiarlos”.
Champs d´Honneur Soldiers never do die well; Crosses mark the places, Wooden crosses where they fell, Stuck above their faces. Soldiers pitch and cough and twitch— All the world roars red and black; Soldiers smother in a ditch, Choking through the whole attack.
[Traducción del Inglés, Ana Asuero]
Campos de Honor
Los soldados nunca mueren bien; las cruces marcan los lugares, cruces de madera allá donde cayeron, clavadas sobre sus caras. Soldados que se tambalean, tosen y convulsionan: el mundo ruge en rojo y negro; soldados que se asfixian en una trinchera, ahogándose durante todo el ataque.
Este texto apareció publicado en el conjunto titulado Three stories and ten poems, en 1923, con una tirada privada de 300 copias. A continuación, reproducimos dos textos incluidos en esa publicación, que esperamos que os sirvan como unos primeros trazos hacia una segunda aproximación.
Cautivos Algunos vinieron encadenados sin remordimientos pero cansados. Demasiado cansados y tropezando. Pensar y odiar se había terminado Pensar y luchar se había terminado Replegados y esperando, estaban acabados. Así cura una larga campaña, haciendo fácil la muerte.
Captives
Some came in chains /Unrepentent but tired. /Too tired but to stumble./Thinking and hating were finished /Thinking and fighting were finished /Retreated and hoping were finished. /Cures thus a long campaign,/Making death easy.
Título de Capítulo
Porque hemos pensado los pensamientos más largos y tomado el camino más corto. Y hemos bailado al son de las melodías del diablo, estremeciéndonos hasta casa para rezar; y así servir a un señor por la noche, y a otro durante el día.
Chapter Heading
For we have thought the longer thoughts /And gone the shorter way. /And we have danced to devils’ tunes, /Shivering home to pray; /To serve one master in the night, /Another in the day.
[José Manuel Velázquez]
Sextina concesiva
Aunque tu piel se erice entre mis manos y en ese instante en que cierras los ojos no dé a tu cuello lánguido mi boca, dirija al abordaje de tu nombre los garfios temerarios de unos versos que surcan su poema hacia la nada. Aunque ceniza seas de la nada, fulgor que crepitabas en mis manos, y el vagabundear entre estos versos presagie el extravío de mis ojos, —dudoso laberinto hacia tu nombre— y el bárbaro destino de mi boca. Aunque tu boca arranque de mi boca retórica deriva. Si de nada me salvan las palabras y tu nombre naufraga sin la calma de mis manos. Aunque la orilla triste de tus ojos, no sea el horizonte de estos versos.
Aunque esta negra tempestad de versos no valga los silencios de tu boca y aunque esta luna fúnebre en tus ojos refleje el brillo inmóvil de la nada y añicos de una máscara mis manos derramen a los pies de un falso nombre. Aunque ansíe el mosaico de tu nombre la lírica ruina de mis versos y no consigan profanar mis manos la inánime tesela de tu boca y brasas polvorientas de la nada sepulten tu esplendor ante mis ojos. Aunque incendie la noche de tus ojos y el mar de luminarias que tu nombre alumbre desemboque en esta nada, dinamité en la mina de mis versos la veta de los besos de tu boca y el oro impronunciable de tus manos. Aunque tus ojos dieras a mis versos y te busquen mis manos en la nada y tu boca no diga ya mi nombre.
Cara lírica
Cuando la poesía se demora oteo el horizonte por si acaso se la llevó de copas el ocaso y se acostó borracha con la aurora. Y allí donde la noche no atesora sino la bruma lírica de un laso deslumbramiento, creo oír el paso titubeante que mi frente escora. Pero en vano es prenderla al abordaje —su belleza ardería ante la espada temblorosa del gélido poeta—, sólo al brillo harapiento del lenguaje se entregará desnuda, inesperada, como una amante lúbrica y discreta.
[Raquel Egea]
nada duele
cuando afuera las culebras bailan las lagartijas de mi estómago callan del cielo al suelo caigo en un segundo entonces mis ojos se agarran a tus pies y nada duele cuando el eco se hace grito rojo el barranco se hace pequeño y los escorpiones dejan su nido para ocupar el mío nada duele queda todo por sufrir
incluso una vida
[Manuel Pérez]
La influencia CUBISTA
POESÍA
en la de OQUENDO DE AMAT
“El que no sabe poblar su soledad, tampoco sabrá estar solo entre una multitud atareada” Baudelaire, “La soledad”, Pequeños poemas en prosa.
“El Tiempo se ha salido de sus goznes” . Shakespeare, Hamlet, I ,5.
Como ocurrió con el resto de las vanguardias, la eclosión del cubismo fue tan rápida e intensa como su desintegración. Paradójicamente, el afán de ruptura, de novedad absoluta, convirtió a los ismos de principios del XX en movimientos fugaces, efímeros. Irrumpieron con la misma fuerza con la que se difuminaron, en parte por desarrollarse en una de las épocas más convulsas y violentas de la historia moderna. De todas maneras, su aportación es clave para entender el desarrollo que experimentaron las artes en ese crucial momento histórico. Quien más se aproximó a un intento de definición de la poesía cubista fue Apollinaire. Incansable estudioso de las innovadoras técnicas pictóricas de sus contemporáneos, el genial autor francés destacó dos características primordiales para delimitar, en la medida de lo posible, dada la cercanía de los diversos ismos entre sí, las peculiaridades del cubismo: la desaparición del sujeto y la multiplicidad sensible de la obra. Ambas nos conducen a la categoría fundamental, la simultaneidad. Desde el siglo XVIII, los críticos vienen planteándose la ya clásica disyuntiva entre lo simultáneo y lo sucesivo. Un cuadro es simultáneo en su percepción, aunque se emplee tiempo en su contemplación y análisis. Un poema está limitado por la sucesión de sus versos, aunque lo releamos una y otra vez. Y es aquí donde cobra capital importancia la aparición del cinematógrafo, que será decisiva en el desarrollo de la poesía en particular y de la literatura en general. Las coordenadas espaciotemporales sufren un cambio radical en la elaboración y percepción poéticas. Se rompe la estructura estrictamente temporal y surge une idea de espacio totalmente nueva, donde dialogan poesía e imagen.
A todo esto, tenemos que añadir la recuperación de un secular artificio literario, el caligrama, también de manos de Apollinaire, en su afanada búsqueda de innovaciones formales. Espacio visual, sujeto múltiple, espacialidad del poema y poética del silencio podrían definir, aunque no exhaustivamente, cómo están constituidos los caligramas. La disposición de los versos, el uso del silencio, los espacios en blanco como interrupciones del discurso no son gratuitos. Como señala Blas Matamoro: “Es lo que pasa, paralelamente, con los espacios en blanco. Van dibujando unas estructuras visuales que no son meramente decorativas (…) Son símbolos del silencio, en que la prosodia poética se acalla y respira y sobre los cuales el lector proyecta sus propios signos. El poema no es una comunicación autoritaria y unidireccional, sino que se convierte en un tejido hecho por varios tejedores simultáneos, incluido el lector” (Blas Matamoro: “Apollinaire, Picasso y el cubismo poético”. Artículo.) Ruptura temporal. El poema se convierte en un objeto sin fin, abierto, múltiple, no concluido. Un doble del universo, como señala O. Paz. Un ente vivo y circular que, en cada relectura, regresa siempre a su principio, aunque cada vez con nuevos y distintos matices:
“El poema es una secuencia en espiral y que regresa sin cesar, sin regresar jamás del todo, a su comienzo. Si la analogía ha del universo un poema, un texto hecho de oposiciones que se resuelven en consonancias, también hace del poema un doble del universo” (Octavio Paz, “Los hijos del Limo” (pág. 86). Seix Barral, 1993.) Analogía, o sea, la visión del mundo como un sistema de correspondencias y del lenguaje como doble del universo. Junto con la ironía, la analogía constituye el gran eje sobre el que bascula la poesía moderna desde el Romanticismo. Y la ironía es el amor por la contradicción que nos envuelve y domina y la conciencia de esa contradicción. Todo esto hace de la poesía moderna un objeto ambiguo y plural, lleno de contradicciones y paradojas. Carlos Oquendo de Amat (1905-1936) se ha convertido con el paso del tiempo en un poeta de culto. Autor de una única obra, 5 metros de poemas (1927), uno de los poemarios más arriesgados e innovadores de su tiempo, con el transcurrir de los años ha cobrado una capital importancia en el desarrollo de las vanguardias hispanoamericanas. Fuertemente influido por la experimentación poética de principios de siglo y por la llegada del cinematógrafo, Oquendo concibe su libro-objeto como los fotogramas de una película, como una sucesión progresiva de poemas que conforman un todo simultáneo, como una proyección integradora de la realidad,
o realidades, de su tiempo. Pero la forma en los 5 metros de poemas no es meramente ornamental: la dislocación sintáctica, las formas geométricas de los caligramas, están en sintonía con la estructura semántica. La poesía de Oquendo se caracteriza por la dualidad indigenismo/modernidad. La urbe deshumanizada está en perpetuo contraste con la naturaleza. De ahí el continuo uso de la ironía como crítica y rechazo de la sociedad capitalista que enajena al individuo. Esa fragmentación sintáctica supone también el cuestionamiento de la estética modernista precedente. El componente visual, junto al uso de metáforas y analogías, constituyen la base formal de su poesía. La ausencia de anécdotas y el uso de la elipsis aumentan la percepción de la imagen, que es otro rasgo característico del cubismo. A este respecto escribe Guillermo de Torre: “El poema queda así reducido a una sucesión de anotaciones, una presentación de estados de ánimo, sin visible enlace causal. Correlativamente, se produce un cambio de sujeto: el poeta se desdobla en otro y se interpela a sí mismo (…)”. (Guillermo de Torre, “Historia de las literaturas de vanguardia”. Pág. 249. Visor.) El lector se encuentra delante del poema como si estuviera delante de una postal, abarcando una realidad simultánea, llena de retazos y contradicciones, cristalino reflejo de una época convulsa. Se eliminan los nexos. Los versos aparecen aislados, independientes, pero componentes inseparables de conjunto, de una totalidad
heterogénea. Ruptura de la linealidad y rechazo de la mímesis. La obra de arte crea su propia realidad, el poema se convierte en una voz independiente y autónoma. Analicemos ahora uno de los poemas más representativos, y con más rasgos cubistas de la obra, “film de los paisajes”. Este travelling cinematográfico es, entre otras muchas cosas, un poema dinámico, un poema plural, un poema subjetivo y un poema de la soledad. La ciudad es una metáfora del vacío y de la incertidumbre. El paisaje deshumanizado, la despersonalización del individuo ante miles de rostros extraños. Se superponen las voces, ya que la ciudad, el paisaje que nos circunda, se convierte en el otro. La sociedad capitalista conlleva el aislamiento y la venganza de los objetos, constituidos en una multitud coral que compone una imagen simultánea, una instantánea donde, paradójicamente, el tiempo parece haberse detenido: “Las nubes son el escape de gas de los automóviles” Donde la naturaleza intenta inmiscuirse en un intento de humanizar el caos:
“Todas las casas son cubos de flores”
Tenemos ante nosotros un solo plano cargado de un sinfín
de imágenes simultáneas, donde el tiempo se disloca y parece querer retraerse, como en un intento de volver al origen, de ponerlo todo del revés para detener su irrefrenable marcha: “se ha desdoblado el paisaje
todos somos enanos Las ciudades se habrán construido sobre la punta de los paraguas (Y la vida nos parece mejor porque está más alta)”
Ironía y analogía, las claves de la poética moderna. Poema en espiral. Como señalaba Octavio Paz, hay un momento en que se quiebra el equilibrio, de ahí el intento de dislocar el tiempo. La angustia del ser humano en el siglo XX es la angustia del progreso, del fulminante transcurrir hacia la nada: “No obstante, hay un momento en que la correspondencia se rompe, hay una disonancia que se llama, en el poema: ironía, y en la vida mortalidad. La poesía moderna es la conciencia de esa disonancia dentro de la analogía” (O. Paz, “Los hijos del Limo”. Pág. 86. Seix Barral, 1993.) Mediante el continuo empleo de la sinestesia, Oquendo intenta humanizar un paisaje que poco a poco se va convirtiendo en
un objeto extraño y hostil: “un poco de olor al paisaje” Dicho paisaje se nos presenta como contrapunto del hierro y el acero metropolitanos. El campo se cuela en la ciudad como elemento vital y terapéutico. Carlos Germán Belli explica claramente esta dualidad característica de la poesía de Oquendo: “En cuanto al paisaje campestre oquendiano, hay una particularidad que lo diferencia de la concepción renacentista, y es que en este escritor contemporáneo se opera la abolición del beatus ille, o sea, se esfuma el campo como ideal de reposo o apartamiento del mundanal ruido, porque en sus versos aparece constantemente refundido con el más opuesto de los mundos, como es el de la metrópoli moderna.”(C. Germán Belli: “Oquendo de Amat panvanguardista”. Dedo crítico. Edición Monográfica Homenaje a Carlos Oquendo de Amat. Lima, 2005.) El hombre moderno, cansado de su condición de ser enajenado, intenta huir hacia los bordes, hacia la periferia, escapar del remolino que pretende engullirlo. El futurismo de Marinetti exaltaba ese vértigo que producía la moderna sociedad tecnológica, aunque de manera un tanto superflua. En cambio, la poesía de Oquendo,
debido en parte a sus concomitancias indigenistas, pretende humanizar de algún modo el absurdo cotidiano. La iluminación y la luz son fundamentales para esa humanización: “poema acéntrico En Yankilandia el cow boy Fritz mató a la obscuridad” Todo esto que puede parecer pesimismo, se convierte en un canto a la vida debido al poder de los colores. Dentro del caos de las grandes urbes todo es de neón: “somos buenos y nos pintaremos el alma de inteligentes” El poema termina con un poso de melancolía y resignación. Como al final de una película, sólo queda la pantalla en blanco: “Esto es insoportable un plumero para limpiar todos los paisajes y quién habrá quedado? Dios o nada”
Multitud y soledad, términos contradictorios pero dependientes. Como en el cuento de Poe, El hombre de la multitud, el individuo moderno busca la muchedumbre para huir de su aislamiento y, paradójicamente, rodeado de esa multitud es donde encuentra el desarraigo más absoluto, la angustia del vacío. Los caligramas dedicados a New-York y Amberes son significativos porque presentan una peculiaridad con respecto a otros poemas: el tono triste no tiene cabida, ya que son ciudades no vividas, recreadas desde la experiencia literaria del autor. “New-York” es un poema doble, puede leerse horizontal o verticalmente. La distribución silábica, como en todo el libro, está supeditada a fines visuales. La ciudad con sus vehículos, sus luces, la velocidad, el tráfico, el humo… Todos los elementos que al unísono conforman una enorme postal de la gran urbe del siglo XX. Y todo como en una película muda en la que, en un solo plano, podemos captar toda la esencia circundante: “Lo teléfonos son depósitos de licor
Diez corredores desnudos en la Underwood”
Movimiento, simultaneidad y montaje. El poema es un claro reflejo de la fascinación que Oquendo sentía por el cine, que se convierte en el instrumento adecuado para diseccionar la realidad y separar todas sus capas como quien pela una naranja. No olvidemos la advertencia con la que se inicia el libro:
”abra el libro como quien pela una fruta” Y su curiosa conexión con dos versos de Apollinaire: “La fenêtre s’ouvre comme une orange Le beau fruit de la lumière” Los versos de este poema reproducen gráficamente la imagen de un edificio con ventanas por las que el poeta mira el paisaje acelerado y plural de la ciudad. Carteles publicitarios, disposición fragmentada y simultánea del poema, todo contribuye a que el lector se sienta una figura más del tremendo mosaico urbano. Como en un gran mercado donde hasta la mañana se convierte en mercancía, en clara referencia al trasiego diario del capitalismo. Según Roy Kessey, el poeta realiza un viaje desde la inocencia a la experiencia. Y en el caso concreto de “New-York”, Kessey piensa que es un poema de escape, donde el narrador quiere desprenderse de lo que ha conocido. El tiempo se nos presenta de dos maneras aparentemente contradictorias. Por un lado, tenemos el tiempo dislocado: “El humo de las fábricas retrasa los relojes”
Y por otro, el tiempo en fuga constante, el lejano presente de la juventud: “Y la mañana se va como una mañana cualquiera” En resumen, la ciudad es un marco dialéctico. Es un reducto de aislamiento y temor al mismo tiempo que de libertad. El poeta es un “flâneur” que deambula sin rumbo por las calles, absorto por sus colores, olores, luces y sonidos. La poesía de Oquendo es profundamente sensorial, vertiginosa como las grandes metrópolis. Donde el tiempo se alarga y se estrecha a su antojo y, definitivamente, parece haberse salido de sus goznes.
Bibliografía - Guillermo de Torre, Historia de las literaturas de vanguardia. Visor. - Octavio Paz, Los hijos del Limo. Seix Barral, 1993. - Rafael de Cózar, Poesía e Imagen. Ediciones El Carro de la Nieve, 1991. - Jorge Schwartz, Las vanguardias latinoamericanas. Cátedra, 1991. - José Luis Ayala, Carlos Oquendo de Amat: Cien metros de biografía, crítica y poesía de un poeta vanguardista itinerante. De la subversión semántica a la utopía social. Editorial horizonte, 1998. - Blas Matamoro: “Apollinaire, Picasso y el cubismo poético”. Artículo. - Eduardo Chirinos: “Vanguardia, mercancía y dandismo en Carlos Oquendo de Amat”, Cuadernos hispanoamericanos. Número 721-722, 2010. - Ricardo Virtanen: “La inspiración vanguardista de Carlos Oquendo de Amat”, Cuadernos hispanoamericanos. Número 709-710, 2009. - Alfonso Sánchez Rodríguez: “La inmolación perpetua de Carlos Oquendo de Amat”, Scriptura .
[Pedro Carrillo]
Nunca nadie dijo nosotros; estรกbamos solos, extraviados, cegados en la existencia olvidada del tiempo; enterrados, encerrados en la isla ausente de espejos. Reflejos negros de vidrio marcado de sangre silente ya negra en la espera de abrir en bocados una piel que respira y encontrar sepultados bajo el hueso los huesos que arrancamos, lanzamos esperando respuesta.
A veces, la luz late como un coraz贸n que se desangra luminoso y en silencio mientras calla este dolor de piel dormida y oscura.
[Juanfran Molina]
El centauro
Mudé de piel vigorosamente pero quedé en el lado viejo. El centauro prometió, con un gesto, llevarme tras el latido, pero no hace más que cruzar la calle arrastrándose, cabizbajo y molesto por las pocas garantías que le ofrezco de, por una vez, volver volando y sonriendo.
[Traducción del francés de Anaïs Moreno]
ENTREVISTA CON EL DIABLO,
de Jean de la Ville de Mirmont
Este cuento está incluido dentro de nuestro próximo título, El horizonte imposible.
Parece difícil, visto el nivel actual de nuestra civilización, imaginarse al Diablo de otro modo que no sea como un monstruo negro, de ojos llameantes y curvadas garras, disimulando unos cuernos de carnero bajo un sombrero rojo y una cola velluda en unas calzas altas. Sin embargo, ciertas tribus supersticiosas del centro de África que, si creyéramos en los relatos de los misioneros, lo veneran casi tanto como nosotros, le atribuyen el color blanco. En cuanto a los partisanos de la secta de Sintos, en Japón, siguen persuadidos de que este personaje adopta la forma de un zorro, y, curiosa coincidencia, los isleños de las Maldivas le sacrifican gallos y pollos.
A decir verdad, todas estas opiniones son igualmente falsas. El diablo no es más que un pobre hombre, de aspecto insignificante. Se parece a un profesor libre tanto como a un agente de puentes y calzadas. Casi querríamos que tuviese un aire más digno, o al menos más adecuado a las tendencias políticas de estas últimas generaciones. La primera vez que lo conocí, fue en París, como debe ser. Bebía un café solo en la barra de un bar del muelle de la Tournelle, sobre las once de la noche. Ambos estábamos un poco ebrios. Recuerdo sin embargo que el fonógrafo del establecimiento ejecutaba en ese preciso instante Le réveil du negre al banjo. El demonio me propuso primero una partida de ese juego de azar, derivado del zanzíbar, y comúnmente denominado “trou-du-cul”, porque en él sólo se cuentan los ases1. Rechacé el ofrecimiento, sabiendo que el tipo estaba fichado en diversos círculos y casinos de ciudades balneario. Me propuso entonces, muy cortésmente que le hiciera compañía sobre el muelle hasta la primera campanada de medianoche, instante en el que retoma su turno de trabajo. Dimos algunos pasos en silencio. Luego, como era de esperar, intentó ejercer sobre mí su poder de seducción, con el objetivo de apropiarse, a precio de ganga, de mi alma inmortal.
1 ... denominado trou-du-cul... : “agujero del culo”, porque en él solo se cuentan los ases (ass = culo, en el original).
”¿Quiere usted volverse invisible?”, insinuó en voz baja, con el tono que los parisinos afectan habitualmente para vender postales transparentes a los ingleses en el atrio de Notre Dame. -¡Pues bien! Lleve sobre el brazo derecho el corazón de un murciélago, el de una gallina negra, o aún mejor, el de una rana de quince meses. Pero es más eficaz robar un gato negro, comprar un frasco nuevo, un espejo, un mechero, una piedra de ágata, carbón y yesca… No estaba de humor para dejar que siguiera recitándome el Petit-Albert o las Clavículas de Salomón, obras anticuadas de las había abandonado hace tiempo la lectura. -Me parece —le repliqué—, que en nuestra época de progresos sociales y económicos, su ciencia no está al día. Mademoiselle Irma (¿Acaso no fue ella mi primera maestra cuando leía el futuro en el poso del café, no lejos de la estación del metropolitano Réaumur-Sébastopol?) sabía tanto como usted al respecto. Por medio de una simple mesa giratoria de contrachapado de caoba, me ha procurado incluso una entrevista particular con el general Boulanger. Deseaba en aquella época que me eximieran del servicio militar. -Mi arte es eterno, hijo mío —retomó el Diablo—, y sus preceptos siempre buenos. Pero me doy cuenta de que, aunque escéptico y mimado por el espíritu de su época, posee usted algo de instrucción. Le colocaría sin mayor duda entre las filas de los intelectuales. Estas palabras, que me halagaron, me indujeron a pensar que mi compañero intentaba esta vez atraerme hacia el pecado de orgullo.
-Si le importa el que sigamos siendo amigos —le dije al fin—, no siga intentando jugármela. ¿Quiere usted mi alma? Está bien, se la cederé por lo que vale. Cese pues un instante de darme con el codo cada vez que nos cruzamos por la acera con una de esas impuras prometedoras que la miseria ha reducido a formar parte de su clientela. No le pediré más que una cosa a cambio de lo que desea de mi: que me entretenga. ¿Sabe usted, Diablo?, me aburro tanto como un hombre puede hacerlo en este planeta. Como se suele decir, tengo las ideas muy negras. Ya ni siquiera me interesan los crímenes pasionales de nuestros grandes periódicos; por cierto, que al final siempre pillan a los asesinos; la manilla, el juego de los cientos, o el juego del tonel, no tienen misterio alguno para mi. Los beneficios de la gimnasia sueca, o el resultado del gran premio ciclista, apenas bastan para satisfacer mis aspiraciones de lo ideal. Querría que me regalase con un espectáculo capaz de procurarme entusiasmo durante sólo diez minutos. ¡Mire! Por ejemplo, ahora, detrás de la Halle-au-vin, ¡una aurora boreal! Desencadene algún cataclismo inédito, haga sonar por sí solas las campanas de Notre Dame y que la torre Eiffel salga volando hacia el cielo como una flecha. Devuelva la libertad a las jirafas del Jardin des Plantes, después resucite a los muertos de Père-Lachaise y condúzcales ordenadamente, por rangos de edad y distinción , a través de los bulevares hasta la Concorde. Dé al menos un volcán a Montmartre y un géiser al estanque de Luxembourg. Si lo hace, renuncio para siempre a mi parte de vida eterna en el seno de Abraham. ¡Algo imprevisto! ¡Algo imprevisto! ¡Es por falta de improviso por lo que todos morimos una vez pasada la cuarentena!
-Hijo mío —me respondió entonces el Diablo con indulgencia—, piensa que existen en París y su extrarradio más de tres millones de habitantes. Si satisficiera todos los deseos de maravillas, vería producirse inmediatamente dos millones y medio de conversiones a diversas religiones (supongo que, evidentemente, alrededor de 5oo .ooo personas débiles de espíritu, morirían de miedo ipso facto). En consecuencia, considera la gran pérdida que tendría que soportar para contar con tu alma entre mis activos, que pensándolo bien, sería una más bien mediocre adquisición. Pero, puesto que me pones contra la pared, date la vuelta y mira. Y al decir ésto, el Diablo desapareció, pero sin dejar, contra toda previsión, el más mínimo olor a azufre. Obedecí a su recomendación y el espectáculo que se presentó ante mis ojos me partió las piernas de estupor. Había…Había dos lunas en el cielo. Dos lunas, dos lunas idénticas se elevaban juntas en el horizonte. Era, estaremos todos de acuerdo, más de lo que requería una noche de verano, ya de por sí tan poética, por cierto. Pensaba en el buen pretexto que este acontecimiento sin precedentes me procuraría, con idea de faltar a la oficina a la mañana siguiente, cuando un detalle me golpeó repentinamente. La primera de las dos lunas marcaba exactamente la medianoche. No era más que el luminoso cuadrante de la Gare de Lyon. Y he aquí como, una noche de embriaguez, vendí mi alma por un péndulo…
[Aymara Inafante]
Huellas
El mastranto dormita en los enseres del vacĂo
En el sorbo de la madrugada mis pechos se agrietan en el vacĂo de las paredes
Mis dedos de agujas traspasan tu alma transforman mi realidad
Tu silencio destituye la soledad lĂneas y artificios te orillas en la sonrisa
A IrĂĄn
[Irán Inafante]
Holocausto
“Cuando mueras tu sombra se poblará de hortensias y relámpagos.” Hesnor Rivera
Seré fantasma hálito de lluvia calcinada puño de dios oxidado convoco la tormenta de astros vomitados y tu nombre de siglos de llama ascendente brillará en la pielsol
Me borro la piel para beber la oscuridad de sus ojos
Mis venas lloran los mil nombres que me dio la muerte y a pedazos deshice la sombra de mi silencio
Mis pulmones chapotean en la nada suenan melod铆as-sangre y el coraz贸n adormece sus alas en los labiosllamas
Grupo palimpsesto 2.0
www.palimpsesto2punto0.com
Gustavo Vega : Edith Södergran : Neila García : Ana Herrera : Carlos Fortea : Vito Domínguez Calvo : Toulouse Lautrec : Cordelia : José María Blanco White : Ernest Hemingway : Ana Asuero : José Manuel Velázquez : Raquel egea : Manuel Pérez : Pedro Carrillo : Juanfran Molina : Jean de la Ville de Mirmont : Anaïs Moreno : Aymara Infante : Irán Infante