Academia Darke
Lazos de sangre
Poole, Gabriella Academia Darke. Lazos de sangre / Gabriella Poole ; traducción Alejandra Muñoz Solano. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2015. 256 páginas ; 23 cm. Título original : Darke Academy - Blood ties. ISBN 978-958-30-5097-8 1. Novela juvenil inglesa 2. Magia - Novela juvenil 3. Fantasía - Novela juvenil 4. Historias de aventuras I. Muñoz Solano, Alejandra, traductora II. Tít. 823.8 cd 21 ed. A1516091 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
Primera edición en Panamericana Editorial Ltda., septiembre de 2017 Título original: Darke Academy - Blood ties. © 2010 Hothouse Fiction Ltd © Gabriella Poole © 2015 Panamericana Editorial Ltda., de la versión en español Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57 1) 3649000 Fax: (57 1) 2373805 www.panamericanaeditorial.com Tienda virtual: www.panamericana.com.co Bogotá D. C., Colombia
Editor Panamericana Editorial Ltda. Traducción del inglés Alejandra Muñoz Solano Diseño de carátula Rey Naranjo Editores Fotografía de carátula © Hothouse Fiction Ltd Diagramación Martha Cadena
ISBN 978-958-30-5097-8 Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor. Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A. Calle 65 No. 95-28. Tels.: (57 1) 4302110-4300355. Fax: (57 1) 2763008 Bogotá D. C., Colombia Quien solo actúa como impresor Impreso en Colombia - Printed in Colombia
Academia Darke
Lazos de sangre
Gabriella Poole TraducciĂłn A lejandra MuĂąoz Solano
Prólogo
—¡H ey! Chiquita. ¿No te estamos dejando dormir? La voz sonaba familiar, pero ahogada y distante, como si proviniese del fondo de un pozo. Con mucho esfuerzo, Cassie Bell se obligó a abrir los ojos y parpadeó varias veces, tratando de despertarse ante el panorama que tenía enfrente. La mesa tenía trece puestos. En el centro reposaba un pavo de apariencia seca, evidentemente apenas suficiente para ocho comensales. Galletas saladas de alguna marca de supermercado cualquiera y coles cocidas de manera exagerada. Así era la Navidad al estilo Cranlake Crescent. ¿Era posible que hace apenas tres semanas Cassie estuviese comiendo exquisiteces de la cocina francesa sobre fina porcelana y cristal en la elegante sala de comedor de la Academia Darke? Parecía que había pasado una eternidad. ¿Qué sucede? Cassie se enfocó de nuevo en la persona de pelo castaño del otro lado de la mesa. Ah, sí, Patrick. Su tutor. Su presencia era lo único que hacía soportable volver a su hogar de menores. Cassie logró sonreír. —¿No tienes hambre, Cassie? —exclamó Jilly Beaton desde el otro lado de la mesa. —Me extraña. Te has comido todo lo que hay en casa durante las últimas dos semanas. Es decir, desde que llegaste.
6 Cassie se enterró las uñas en las palmas de las manos. Los comentarios antipáticos de Jilly habían comenzado a aumentar desde que Cassie había regresado de París. Normalmente no se lo habría dejado ver, pero cada día se sentía más cerca de explotar. —Sí, bueno, pues perdí el apetito —dijo con molestia mientras empujaba hacia atrás la silla para ponerse de pie—. Con permiso. —Cassie Bell, no te puedes ir —dijo Jilly, pero Cassie ya estaba fuera del comedor. Patrick la alcanzó al inicio de la escalera, con cara de preocupación. —Cassie, ¿qué pasa? —dijo—. Te has portado rara desde que regresaste de París. Cassie hizo una pausa. ¿Por dónde tendría que comenzar? ¿Hablar del misterioso grupo de estudiantes llamados los Elegidos y de su oscuro secreto? ¿Sobre los espíritus antiguos que habitaban sus cuerpos, infundiéndoles poder y belleza, pero reclamándoles a cambio la energía vital obtenida de sus compañeros de habitación, humanos comunes y corrientes? ¿Podría contarle lo que le había pasado en el recinto oscuro bajo el Arco del Triunfo, el ritual interrumpido que le había dejado parte del espíritu que había ocupado el cuerpo de Estelle Azzedine y que ahora habitaba su propia mente? ¿Podría contarle sobre la extraña y poderosa hambre que había estado creciendo en su interior desde entonces, y de cómo estaba segura de que ni un pavo o unas salchichas iban a aplacarla…? Imposible. —Es que extraño a mis amigos —dijo entre dientes—. ¿Sabes?
7 Una expresión de alivio apaciguó la cara de Patrick. —Claro que los extrañas. ¿Has hablado con alguno de ellos hoy? —Recibí un mensaje de Isabella anoche. Y uno de, ejem, Ranjit. —¿Quién es Ranjit? —Eh, un chico de la Academia —respondió Cassie, con nerviosismo—. ¿Por? La sonrisa socarrona de Patrick se hizo más grande y sus ojos azules brillaron. —Porque te sonrojas cuando dices su nombre. —Ay, ¡no sigas! —dijo Cassie dándole un empujoncito. —¿No es tu novio entonces? —No, no es mi novio —se apresuró a responder. —Ja, ja. —No. En serio. —Cassie retorció los dedos en el suéter de cachemira que Isabella le había enviado de regalo de Navidad. —Es… complicado. ¡Ja! Ese era el eufemismo del siglo. Los escasos y arrebatados momentos junto a Ranjit al final del semestre no les habían alcanzado para definir la relación. Todo lo que sabía era que su estómago se retorcía de deseos cada vez que se le cruzaba por la mente, pero él estaba en su casa en la India. A miles de kilómetros de distancia. Tendría que soportar extrañarlo tanto, extrañarlo como si pudiera morir por eso. El sentimiento era tan fuerte que casi le tomaba por sorpresa. Absorta en los recuerdos, se sobresaltó al oír el timbre del celular. Al tratar de sacarlo del bolsillo de los jeans, casi se le cae de las manos cuando vio en la pantalla el nombre. Sintió la sangre que le subía a la cara de nuevo.
8 —Hablando de diablillos… —Se regocijó Patrick mientras bajaba por las escaleras hacia la sala del comedor. Cassie se estremeció ante la elección de palabras. Aún no entendía quiénes eran realmente los Elegidos. Quién era realmente Ranjit. Dioses y diablos, bromeó él amargamente. ¿Cuál de los dos era? Cassie no lo sabía. Y no estaba segura de que él lo supiera tampoco. Haciendo las preocupaciones a un lado, apretó el celular contra la oreja como si fuera de vida o muerte. —¡Ranjit! Él debía alcanzar a percibir la estúpida sonrisa que se le escapaba, incluso con medio mundo de distancia. —Cassandra. —La suave y cálida voz hizo que toda la nieve se descongelara, incluso, por un instante, el hambre feroz—. Feliz Navidad. —Lo mismo para ti. —Sin aliento, se sentó en la escalera. Era casi un crimen lo mucho que lo extrañaba. Un delito muy inapropiado—. Oh, es grato saber de ti. —¿Estás bien? —Sonaba preocupado. —Estoy bien. Bien. Solo un poco… —El hambre está creciendo, ¿cierto? Cassie guardó silencio por un momento. Era un alivio hablar con alguien que entendía por lo que estaba pasando. Ranjit ya había sentido esto. —Sí —dijo por fin, con una risa temblorosa—. Exacto. —No falta mucho, Cassandra. Una semana y media. ¿Estarás bien? —Estoy bien. De verdad. Solo que… —dudó, luego se atrevió— te extraño. Mucho. —Yo también. —La vehemencia de su voz era impactante, sobre todo viniendo de alguien tan sereno y
9 templado como Ranjit Singh. Casi sonaba aliviado—. Te extraño y estoy preocupado por ti. ¿Has vuelto a... a... oír a Estelle? Cassie pasó saliva. Ranjit era la única persona que sabía que el antiguo espíritu a veces le hablaba en su cabeza, algo completamente nuevo entre los Elegidos. —Una o dos veces. Pero la vieja ha estado tranquila últimamente. Espero que se haya extinguido y muerto de hambre. —No creo que eso vaya a pasar, Cassie. —Sí, ya sé. —Cuídate, por favor. Ella sonrió. No podía evitarlo. —Por supuesto. Te veré pronto. —No puedo esperar —dijo con gracia—. Oye, me tengo que ir. Te llamo de nuevo cuando pueda. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su estómago se retorció de nuevo. —Adiós, Ranjit. Feliz Navidad. —Para ti también, de nuevo. Cassie colgó el teléfono antes de que comenzara a perder el control. Se cubrió la cara con las manos. Ay, esto era de verdad ridículo. Se suponía que debía ser ruda. Lo iba a superar. Las ansias de alimentarse, las ansias por Ranjit… Para. Para. El problema es que estaba famélica. Dominada con un hambre desesperante, agobiante por algo que no era comida. Pero no había nada que pudiera hacer, excepto esperar a que el nuevo semestre comenzara. Entonces podría encontrar respuestas. Y quizá la espera podría ayudar. Demonios, si evitaras el chocolate por un tiempo prolongado,
10 las ganas de comerlo desaparecerían. Si aguantaras algunas semanas sin cigarrillos, dejarías de desearlos. Sí, y si dejaras de respirar un rato, ¡perderías el gusto por el oxígeno! Cassie se quedó inmóvil. Bueno, de verdad, querida, ¡me haces reír! Ignórala, se dijo Cassie. Ignórala. Más fácil decirlo que hacerlo. Solo el sonido de la voz de Estelle en su cabeza era suficiente para hacerle sentir el hambre recorrer el cuerpo con fuerza renovada, casi hasta hacerle perder el equilibrio y tropezar hacia delante. Escuchó una puerta abrirse y cerrarse. Pasos. Una voz… —¿Cassie? ¿Estás bien? —La voz de Patrick se notaba preocupada. Se puso de pie de un brinco, con los puños cerrados. ¿Bien? ¿Por qué no dejaba de preguntarle eso? ¡Por supuesto que estaba bien! Ese constante revoloteo sobre ella estaba comenzando a exasperarla. Debería hacerse a un lado, si tan solo supiera… ¡No! ¿Qué le hacía pensar eso? Patrick solo estaba intentando ser considerado; había hecho mucho por ella. El susurro de Estelle era como la caricia de una serpiente. Y podría hacer mucho más por ti, querida. Patrick estaba nervioso bajo la mirada fija y febril de Cassie. Sí. Estelle tenía razón. Un amigo cercano como Patrick siempre se entregaría. Ella podía contar con él. Era fuerte, joven, seguro de sí mismo. Lleno de vida. Perfecto. —¿Cassie? Tenía tanta pero tanta hambre… sus labios se tensaron en una sonrisa inquietante.
11 —Estoy bien. No hables. Deja que se acerque. Puedo olerlo… Patrick dio un paso hacia atrás y a ella le pareció que se estremecía. —Deja de hacer tonterías, Cassie. Se te va a enfriar la cena. Tú pareces estar bien tibio. —Vale. Lo siento. Te dejaré en paz. —Estaba por irse—. Vuelve cuando estés lista. ¡PARA! Se abalanzó desde el escalón, casi que volando hasta él. Lo atrapó por el cuello, halándolo hacia atrás y haciéndolo girar. Sus dedos encontraron la yugular, aferrándolo fuertemente, tirándolo hacia ella. Él intentó apartarse, pero no tenía la menor oportunidad. Desde el ritual, ella era más fuerte que nunca. Con la fuerza más que suficiente para dominar a este… mortal. Cassie despidió una carcajada. Los ojos de Patrick estaban aterrorizados, resoplaba con pánico, en la cara de Cassie. Ella podía olerlo de nuevo: ¡oh, la vida que emanaba de él! De repente Cassie enfocó una figura reflejada en el vidrio de la puerta principal. Por un instante, su corazón pareció detenerse, se puso rígida y gruñó desafiante. Un rostro le respondió el rugido, aún más salvaje y demente, como un animal rabioso. Y entonces, con un impacto asqueado en la garganta, entendió. No era un monstruo tratando de invadir la casa. Era su propio reflejo. —¡Basta ya! —soltó a Patrick tan instantáneamente que lo tumbó al suelo. Ella retrocedió torpemente, alejándose de él.
12 Sus ojos aterrorizados estaban fijos sobre ella, el azul encendido dilatado hasta casi volverse completamente oscuro. No era para menos. Pero nunca podría haber imaginado las palabras que salieron de su boca. —¡Por Dios, Cassie! ¿Por qué tú? ¿Qué? Se puso de pie rápidamente, las manos sobre la boca, la mirada fija sobre Patrick. Entonces se dio media vuelta y huyó. No se detuvo por las escaleras, saltando de a dos escalones, irrumpió en su habitación, tomó furiosamente una silla, la recostó sobre la puerta bloqueando la manija. Ahí. Era lo más seguro que podía estar… él. Cassie se dejó caer al suelo, exhausta. Pudo haber sido peor, se dijo, mientras los latidos de su corazón se aplacaban. Mucho peor. ¿A quién intentaba engañar? Había perdido el control. Habría podido herir a Patrick. Incluso matarlo. Con el puño cerrado en la boca, Cassie se mordió hasta sangrar. Unos pocos días más, eso era todo. Unos pocos días y estaría de nuevo en la Academia. De nuevo cerca del misterioso director. Sir Alric Darke. Él debía poder ayudarla a combatir esto. No vería a nadie hasta que… Pero Cassandra, querida, ¡debo alimentarme! La voz quejumbrosa y enfadada hacía eco y rebotaba en su cráneo, que se sentía ligero y vacío. Estaba mareada por el hambre. Pero esto lo controlaría. Solo unos pocos días. Era una cuestión de tiempo… ¡Exacto! Solo es cuestión de tiempo. En el recinto cerrado de su cabeza, Estelle resonaba vengativa y hambrienta, pero triunfante. ¡Oh, sí, Cassandra, mi más adorada niña! Es cuestión de tiempo…
Capítulo 1
L a cinta transportadora cobró vida justo cuando una maleta disparada cayó encima. Cassie permanecía suspendida entre la multitud, abrumada con el ruido ensordecedor y el ajetreo del Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, buscando desesperadamente avistar su maleta raída para salir de allí cuanto antes. Un hombre de negocios alto y sudoroso de un lado, una señora mayor y parlanchina del otro, ambos dando empujones y manotones, abalanzados como buitres sobre la cinta del equipaje. Ninguno clasificaba como óptimo candidato alimenticio, pero a buena hambre no hay pan duro… Oh, no. ¡Para con eso! Cassie quería llorar, pero no tenía las fuerzas. Bien amarrada al asiento y mirando por la ventana, evitando mirar al pasajero que estaba a su lado, había visto la salida del sol sobre la estatua de la Libertad, mientras el avión planeaba en círculo, pero no le había importado. No se había percatado del simbolismo: este era el amanecer de su propio Nuevo Mundo. No se había percatado de la hermosa simetría del horizonte que dibujaba la ciudad. Lo único que deseaba era que el avión aterrizara para tomar aire fresco, un aire que no estuviera impregnado de los pulmones de la gente, un aire que no tuviera ya ese sabor. Simplemente quería apartarse de esa acumulación de humanidad, apiñada en la cabina como un desordenado bufé de fuerza vital.
14 Bueno, al menos había controlado su apetito. Siete horas. Eso era algo enorgullecedor, ¿no? Eso era un logro. Por supuesto, querida mía. Tienes toda la razón. Me alegra que nos hayamos contenido. La comida de avión es tan seca e insípida. Cassie sonrió notoriamente, a pesar de tratar de contenerse. —Linda, ¿quieres moverte de ahí? —El hombre de negocios estaba empujando un poco a Cassie para quitarla del camino y alcanzar una maleta. De no haberse apoyado de lado sobre la anciana resentida, se habría caído. Ahora sentía su cuerpo tambalearse, con las reservas de energía casi extintas. La traspiración rancia del hombre era avasallante. El hedor agrio y salado le dilató las fosas nasales. Era sudor, pero estaba impregnado de su vitalidad. Tenía calor, se notaba que el corazón le latía con fuerza: Cassie podía escucharlo, sentirlo. Rezumando de cada uno de sus poros, la esencia le entraba por las fosas como… un plato de papas fritas. Sí, así de sabroso. Cassie se relamió las comisuras de los labios, se fijó en las del hombre, observaba cómo entraba y salía su aliento. Maldiciendo, le dio un empujón, golpeándole una canilla con la maleta, y finalmente se marchó. Cassie había perdido esa oportunidad. Las lágrimas brotaron de sus ojos, y no sabía si eran lágrimas de alivio o de furia. ¡Lo dejaste ir! ¡No! ¡Lo perdimos! Estelle estaba perdiendo la razón. Encuentra a alguien. ¡Encuentra a alguien YA! Vagamente, Cassie había notado que su maleta ya había pasado, la reconocía por la cuerda elástica de Patrick, pero no le había prestado atención. Hambrienta, examinaba a la multitud, sin pensar en otra cosa. Hasta que…
15 ¡Esa cosa! ¡Esa, rápido! Sosteniéndose con dificultad, se empinó, y ubicó a la figura que Estelle señalaba: una mujer joven y fuerte. Delgada pero tonificada, y atractiva en esa intrigante manera mediterránea. Tenía un niño pero lo entregó a los brazos del padre con un beso, una palabra y una sonrisa. Entonces la mujer joven y fuerte se dirigió con un clic clic clic de tacones hacia el baño. “¡Es un ser humano!”, se decía Cassie para sus adentros. “Es una persona…”. Sí, sí. Como sea. Rápido, tras ella. ¡SE NOS ESCAPA! Retrocediendo velozmente, el hambre trepidante y el furor producido por la persecución corriéndole por la venas, Cassie se abrió camino entre la multitud y siguió el clic clic clic. Era curioso que pudiera escucharlo tan nítidamente entre el ruido y el tumulto y los anuncios públicos interminables y distorsionados. Era como si todo su ser estuviese concentrado en el sonido de los tacones, cada nervio de su cuerpo estaba amarrado a esa mujer. Un poco más adelante, la mujer abrió las puertas de los baños. Clic clic clic. Cassie aceleró el paso, sigilosa en sus tenis muy usados. Ya casi llegamos, ya casi. ¡APRESÚRATE! Sí, Estelle, nos vamos a alimentar. Lo lograremos. —¡Cassie! El alarido desvió su concentración. —¡Cassie Bell! ¡Cariño! Un mosquito. Zumbando y estorbando. Quería espantarlo, matarlo. Déjame sola, quería gritar. Yo necesito... necesito...
16 Algo cayó disparado sobre Cassie haciéndole perder el equilibrio y envolviéndola en un abrazo, un abrazo con aroma a perfume caro. —¡CASSIEEEE! Por una fracción de segundo Cassie evitó el abrazo, dejando escapar la mirada ansiosa hacia la puerta del baño mientras ese humano y su energía vital se encerraban dentro. Entonces volvió en sí con un sobresalto que fue casi doloroso. ¿Qué había hecho? ¿Qué había estado a punto de hacer? —¿Isabella? —Casi llorando, Cassie le correspondió el abrazo, aferrándose a su mejor amiga como si fuese lo único que podía mantenerla sana. ¡Sí, entonces será esta! ¡Ella nos basta! ¡Ella basta, te lo aseguro! ¡NO! Su determinación era lo suficientemente feroz como para callar a Estelle. Por ahora. —¡Oh, Isabella! Me alegra verte. —¡Y a mí a ti! ¿Llegaste del vuelo de Londres? ¡Aterrizó cinco minutos antes del vuelo de Buenos Aires! ¡Qué coincidencia! ¡Maravilloso! “La chica todavía hablaba en constantes signos de exclamación”, pensó Cassie con afecto mientras Isabella se acomodaba su melena brillante de pelo castaño. —¡Y Jake nos está esperando! ¡Le envié un mensaje de texto, está ahora en la terminal! —¿Y tú hiciste una parada para saludarme? —Cassie levantó las cejas levemente—. Me halaga que no me hayas atropellado para correr a buscarlo. Isabella se había fijado en el apuesto neoyorquino desde que él había entrado en la Academia. Cuando
17 finalmente se hicieron más cercanos al final del semestre pasado, la pareja tuvo menos de una semana de estar juntos antes de que Isabella regresara a Argentina (en primera clase, por supuesto). Que estuviera impaciente por encontrarse con Jake ahora no era nada inesperado. —¡Oh, Cassie! —Se rio Isabella, pero su mirada se ensombreció un poco al tomar a Cassie por el hombro y observar su cara—. Estás hermosa. ¿Muy delgada, verdad? Pero muy, muy hermosa. —Cielos, gracias. Echar flores te lleva lejos —dijo ella con una sonrisa tenue. Su cabeza estaba completamente perdida. Es la emoción, se dijo a sí misma. Y el cambio de horario. Como sea. Necesitaba calmarse un poco. Pero Isabella se reía de nuevo y no paraba de rebosar entusiasmo. —¡Casi no puedo esperar a que estemos todos juntos de nuevo! ¡Tú y yo, y Jake! ¡Vamos, deprisa! —Se separó abruptamente de Cassie. —Claro… vamos… Pero era más fácil decirlo que hacerlo sin que Isabella la sostuviera de un brazo. Cassie se tambaleó, sintió que las rodillas le cedían. Se habría dado contra el suelo de no ser porque Isabella la tomó por un codo con su fuerte agarre de jugadora de polo. —¿Cassie? ¿Cassie? Cassie frunció el ceño. La voz de Isabella parecía haber perdido su tono divertido durante la Navidad. Extraña. Distante. Borrosa. O tal vez era Cassie quien había cambiado. Sumida ahora en la oscuridad. En un vacío negro y frío.
Capítulo 2
—¿Cassandra? ¡Cassandra! Otra voz familiar. No podía ubicarla, pero era poderosa y reconfortante. Ahora estaría bien, lo sabía. Quizá porque ya estaba muerta. Debía estar muerta, porque el alboroto del aeropuerto se había desvanecido y ahora estaba flotando en una serena burbuja de calma. —¡Cassandra! —El tono grave de la voz era ahora más insistente. Una mano le dio una cachetada suavemente, y luego otra—. Cassandra, regresa. Contra su voluntad, abrió los párpados con esfuerzo, gimiendo. La cara desenfocada era tan familiar como la voz. Austero, intensamente guapo, y con el ceño fruncido con preocupación. —Sir Alric… —Sí. Despierta. Parpadeando ante la luz molesta, Cassie se incorporó sobre unos cojines para apoyarse. Un sofá. De cuero, enorme. Por un momento pensó que realmente estaba muerta, y en un más allá sumamente cómodo, porque no podía ver más que kilómetros de cielo azul. Luego pudo distinguir los ventanales que la rodeaban, los rascacielos destellados por el sol de la mañana, las copas de árboles en invierno… —¡Central Park! Sobre los árboles el cielo era azul diamante, atravesado por trazos blancos marcados por algún avión. Sintió
19 un leve suspiro de alivio, Isabella estaba junto a ella de nuevo, recostada a su lado y abrazándola. Cassie echó un vistazo anonadado a la oficina lujosa y moderna. —¡Qué susto me diste, Cassie! ¡Oh, Cassie! Finalmente, sus compañeros comenzaban a hacerse nítidos. Isabella, por supuesto, y Jake, de pie muy cerca, con una mirada de alivio y algo intimidado por el lugar donde se encontraba. Cuando su mirada se cruzó con los ojos castaños de Jake, él le sonrió levemente. —Hola, Cassie. Qué bueno verte de nuevo. Para ser más exactos, Cassie estaba más que contenta de verlo de nuevo, estaba absolutamente aliviada de que así fuera. El semestre pasado Jake había descubierto más secretos de los Elegidos que cualquiera que no fuese un Elegido querría saber, por su propio bien. Cassie no estaba segura de que él fuera a volver a la Academia tras haberse enterado de que su antigua compañera de clase y objeto de sus afectos, Katerina Svensson, había asesinado a su hermana Jessica. La tentación de acusar a la institución que había encubierto ese crimen y permitido que esa Elegida recibiera apenas el castigo de la expulsión debía haber sido abrumadora. Pero aquí estaba, de pie en la oficina del director. ¿Qué lo había hecho regresar? ¿Su cariño por Isabella? ¿Una lealtad de hermano transferida a Cassie, la niña que todos decían se parecía tanto a su hermana muerta? ¿O había regresado para enfrentar los asuntos pendientes de los que había hablado al final del semestre pasado? Su sonrisa débil hacia Jake se desvaneció al mirar, un poco a regañadientes, a sir Alric. No había cambiado: sus rasgos apuestos eran más atractivos que nunca. Había algo
20 de tensión en sus ojos grises, no sonreía, pero tampoco parecía enfurecido. —Espera un momento… ¿cómo…? —Cassie se frotó la frente con vigor. Lo último que recordaba era el equipaje avanzando, el olor a sudor humano, la multitud y el calor. Y la necesidad de algo. Una necesidad tan fuerte que podía hacerla abandonar… —¡Mi maleta! ¡La dejé! No me di cuenta… —Está bien —Isabella sacudió una mano de forma despectiva—. Yo la recogí por ti. —Pero cómo sabías… —Es la tuya, no te preocupes —se rio Isabella—. Sé cuál es la tuya. Reconocería esa cosa desajustada en cualquier parte. Cassie meneó la cabeza, perpleja por un momento. —Querrás decir “desvencijada”, Isabella. Mi maleta desvencijada. ¿Y los controles de seguridad? ¿Inmigración? ¿Cómo lograron…? —Cuando te desmayaste, Isabella me contactó de inmediato —explicó sir Alric—. Tengo conexiones en el Departamento de Seguridad Nacional que nos ayudaron a agilizar el trámite. —Se giró mirando a Jake con sigilo, como si temiera revelar demasiado—. Bueno, supongo que quieres estar con tus amigos, pero antes tenemos asuntos que atender, tú y yo. Isabella y Jake, por favor. Debo hablar con Cassandra. A solas. Isabella y Jake se miraron de manera sospechosa. Cassie intentó mirar hacia arriba para darles una seña de aprobación, pero solo ver a sus dos amigos era suficiente para provocar que el hambre se le atravesara como una lanza, robándole el aliento con voracidad. Las manos de sir
21 Alric se posaron sobre sus hombros en lo que podría haber sido un gesto amable —de no haber sido porque sus dedos la aferraban con tanta fuerza que le estaban dejando una marca—. Cassie apenas notó el dolor; podía sentir la tensión en sus propios músculos, tensionados como un resorte por la desesperación, y sabía que sir Alric, de hecho, la estaba ayudando, la estaba conteniendo. —Ahora, Isabella y Jake, por favor, salgan. Jake se molestó y frunció el ceño ante el tono cortante del director. —No estoy seguro… —dijo. —Está bien, chicos. —Cassie se estiró para alcanzar las manos de Isabella, apretándolas un tanto más de lo normal—. Estaré bien. Nos vemos pronto. Lo prometo. —¿Estás segura? —preguntó Jake, lanzando una mirada abiertamente hostil hacia sir Alric. —Seguro. —De hecho, quería que se fueran, ya. No estaba segura de cuánto más tiempo sería capaz de aguantar antes de abalanzarse sobre alguno de los dos—. De verdad, Jake. Por favor, vete, está bien. Tomando aire. El joven estadounidense tomó la mano de Isabella. —Estaremos afuera. Te vemos pronto, Cassie. —Sí —dijo ella con debilidad, forzando una sonrisa. ¡Por favor, váyanse ya! Miró por última vez el gesto de preocupación de Isabella mientras se cerraba la puerta detrás de sus amigos, y luego cerró los ojos, tambaleándose del hambre. Cassie sintió la mano de sir Alric apoyándola de nuevo contra el sofá, y entonces consiguió mantener abiertos los párpados y divisar al conserje siniestro y feo de la
22 Academia, Marat, caminando hacia ella con una pequeña caja de cuero en las manos. —Necesitas alimentarte, Cassandra. —La voz de sir Alric parecía hacer eco en la habitación mientras Marat ponía con gentileza la caja de cuero sobre la mesa de centro que estaba frente a ella. —No puedo. —Has pasado semanas sin alimentarte. Estás muriendo. No debí haberte dejado partir al final del semestre, pero no esperaba esto. No entiendo por qué el hambre ha crecido tan rápidamente en tu interior, pero así es. Y tienes que satisfacerla. Demasiado débil para llorar, ella puso la cabeza entre las manos, gimiendo. —No puedo. —Tienes que hacerlo —replicó sir Alric con firmeza—. Crees que estás siendo altruista, pero te estás excediendo. Siento mucho lo que te sucedió, Cassandra. Siento que te hayan metido en esto. Pero tengo la misma responsabilidad hacia ti que la que siento hacia el resto de los Elegidos. —Asintió mirando a Marat, quien abrió la caja con una llave de plata. Con vacilación, Cassie siguió los movimientos del conserje. La tapa de la caja llevaba un símbolo que ella reconoció inmediatamente: un adorno de cinco centímetros, líneas entrecruzadas que había visto antes, grabadas en la piel de ciertos estudiantes selectos de la Academia Darke —como la que tenía ella, algo borrosa y sin terminar en su propio omoplato—. No sabía qué podía significar el dibujo, pero sabía lo que denotaba. Era la marca de los Elegidos.
23 Marat levantó la tapa y sir Alric se acercó con cierta reverencia hacia el contenido: ampollas de cristal alineadas. Cada una de las ampollas también estaba grabada con la marca de los Elegidos y exultaba belleza propia, pero el contenido traslúcido brillaba como líquido perlado, expidiendo destellos a través del delicado cristal. Por un momento, Cassie estaba tan fascinada que olvidó su hambre rabiosa. Sir Alric asintió dirigiéndose al conserje de nuevo. El pequeño contenedor que Marat sacó del bolsillo no podía ser más diferente de la caja preciosa: una caja de plástico blanco. Mientras se ponía guantes de látex, lo abrió sin ceremonia y extrajo un paquete sellado de plástico. Los ojos de Cassie se abrieron. —¿Qué es eso? Sir Alric también llevaba guantes, y ahora estaba sereno y concentrado en su labor. —Considéralo una medida provisional, Cassandra. Delicadamente, sir Alric insertó la aguja en una de las ampollas y sacó una pequeña medida del líquido perlado. —Debes aprender a alimentarte. Pero esto —dijo, levantando la jeringa— nos dará algunos días de alivio. —¿Qué es? —Mirando la aguja con pavor—. ¿Qué es eso? ¡No dejaré que me metas esto! Al intentar hacerse a un lado, Cassie sintió unas poderosas manos sobre sus hombros, presionándola contra el sofá y manteniéndola en su lugar. Era Marat. Se había hecho detrás de ella y la tenía inmovilizada. Cielos, era muy fuerte, la apretaba con tal firmeza que era imposible escapar, pero ella se resistía con violencia mientras sir Alric se acercaba más. Por un instante creyó ver simpatía y arrepentimiento en su rostro, pero luego se puso serio.
24 —Quédate quieta. Esta es la única forma. Es por tu propio bien, Cassandra. —La voz de sir Alric era completamente fría mientras se inclinaba sobre ella que se retorcía y pataleaba—. Y para el bien de todos los demás. Sintió el pulgar de sir Alric masajear un lugar de su brazo, luego el punzón ardiente de la aguja. Cassie creyó que había recibido una descarga eléctrica. Así es como debía sentirse, ¿no? Una corriente salvaje le atravesó el cuerpo, llenándola poderosamente de vida hasta impedirle el entendimiento. El frío recorrió sus venas, seguido de calor y fuerza. Encogiéndose de hombros para liberarse de las manos de Marat, se levantó de un brinco, su cuerpo estaba rígido, los puños cerrados. La terrible y desgarradora hambre se había desvanecido, sentía como si la hubiesen liberado de unas mandíbulas que la constreñían, pero su visión se había hecho absolutamente borrosa, con manchas que bailaban frente a sus ojos mientras perdía el equilibrio y de nuevo colapsó en los cojines de cuero, apretando los párpados para tratar de aclarar su visión. Cuando los abrió de nuevo, sir Alric estaba sentado en una poltrona, delante de ella, con la barbilla sobre los dedos entrelazados. Marat y la caja se habían marchado. —Pues bien, Cassandra, ¿cómo te sientes? El recuerdo explotó en su cabeza. Se sentó muy molesta. —¿Qué era esa cosa? ¡Dime lo que era! Él no reaccionaba ante el disgusto de Cassie. —Es una solución destilada de las lágrimas de los primeros Elegidos, obtenida hace más de miles de años. ¿Crees que se la ofrezco a cualquier persona? Considérate afortunada. Es extremadamente poderosa.
25 Cassie tomó aire, asimilando las noticias. No eran drogas. No era veneno. Quizá era algo que podía ayudarla… —Entonces puedo hacer eso en lugar de… ¿puedo inyectarme esa cosa en lugar de alimentarme de otras personas? —Sus ojos se levantaron llenos de esperanza. —No —dijo sir Alric abruptamente—. Esto solo sucede una vez. Lo que viste en la caja es todo lo que existe. No hay oportunidad de que sea solo para ti. Aprenderás a alimentarte. Como aprendimos el resto de nosotros. El desespero regresó duplicado por la breve ilusión aplastada. Aprovechando su silencio estupefacto, sir Alric se puso de pie. —No puedes dejar morir de hambre al espíritu que tienes dentro, Cassandra. Sin las lágrimas, estarías muy cerca de llegar a un punto crítico. Cuando el deseo de alimentarte se haga insoportable, perderás el control y atacarás a alguien. Esa persona podría resultar lesionada, incluso morir. Y podría ser cualquier persona. —Hizo una pausa para aumentar el efecto estremecedor—. Incluso a Isabella o Jake. —No lo sabía —sollozó—. No me di cuenta. —Por supuesto que no —respondió sir Alric, con su voz un poco más suave y tranquila—. Para eso es la Academia, Cassandra. Es mi deber enseñar a cada miembro de los Elegidos cómo alimentarse con precaución, sin correr peligro ni poner en riesgo a quienes lo rodean. Cuando sea el momento, haré lo mismo contigo. Pero, por ahora, la inyección que te puse te dará un tiempo para respirar. Creo que lo necesitabas mucho. Entonces te pregunto de nuevo: ¿cómo te sientes?
26 —Mejor —admitió Cassie—. Mucho mejor. ¿Me puedo ir ahora? —Por supuesto, tus amigos deben estar preocupados por ti. —Están afuera. Dijeron que me esperarían. Sir Alric sonrió irónicamente. —Me temo que has estado dormida toda la mañana, Cassandra. Tus amigos se fueron hace dos horas. Les expliqué que necesitabas descansar, aunque no fue fácil convencer al señor Johnson. Deben estar abajo en sus habitaciones, me imagino. Tienes mucho que discutir con ellos —hizo una pausa—. En especial con la señorita Caruso. —¿Qué quieres decir? —preguntó Cassie, con su voz haciéndose más aguda. —Cassandra, tu resistencia me asombra. Luchaste contra el hambre mucho más tiempo del que pensé que lograrías. Pero ahora el lujo de decidir si lo haces o no está eliminado. Excepto, quizá, en un solo aspecto. —¿Ah? —dijo Cassie levantando la cabeza. —Para aprender a alimentarte con precaución, necesitarás un compañero, una fuente de vida, por así decirlo. Por eso, a todos los estudiantes que son miembros de los Elegidos se les asigna un compañero de habitación que no es miembro. Entonces tienes que tomar una decisión, Cassandra. Puedes mudarte con un nuevo compañero de habitación, uno con quien no tengas un lazo emocional fuerte. —Sir Alric levantó las manos con un elegante gesto de impotencia—. O… —No lo digas —espetó Cassie. —Debo decirlo, Cassandra, lo siento. Debes aprender a alimentarte de Isabella.
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