Petronella Fortuna. Historias de la naturaleza

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Naturalmente, siempre la acompañan su perra Cordel y su amiga Claudia. www.panamericanaeditorial.com ISBN 978-958-30-5401-3

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L A L E N O R ET RT U N A O F

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Historias de la naturaleza

Petronella Fortuna

¡Con Petronella siempre ocurre algo!

Dorothea Flechsig

¡Petronella, la pequeña investigadora de animales, vuelve a hacer descubrimientos inusuales! Animales grandes y pequeños son investigados con perspicacia infantil. Petronella acoge gallinas en el invierno, salva a una abeja reina y sorprende a sus padres con grillos en la sala de la casa. ¿Pueden las sanguijuelas aliviar dolores de rodilla? ¿Y dónde tienen las orejas los topos?

Dorothea Flechsig

Historias de la naturaleza

3/24/17 4:52 PM


Dorothea Flechsig trabajó varios años como periodista para diversos periódicos y revistas. Ahora está dedicada a escribir historias para niños. Se graduó de guionista y dicta talleres de escritura creativa para adultos y niños.

Katrin Inzinger es ilustradora, creadora de personajes, dibujante de películas animadas y guionista gráfica. Vive en Berlín con su familia. Las ilustraciones de la carátula y de las páginas 3, 53, 89 y 108 son del artista hamburgués Christian Puille.


Dorothea Flechsig

Petronella Fortuna Historias de la naturaleza

Ilustraciones: Katrin Inzinger


Flechsig, Dorothea Petronella Fortuna. Historias de la naturaleza / Dorothea Flechsig ; ilustraciones Katrin Inzinger ; traducción Luis Carlos Henao de Brigard. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2016. 112 páginas : ilustraciones ; 19 cm. Título original : Petronella Glückschuh-Naturforschergeschichten ISBN 978-958-30-5401-3 1. Cuentos infantiles alemanes 2. Animales - Cuentos infantiles 3. Historias de aventuras I. Inzinger, Katrin, ilustrador II. Henao de Brigard, Luis Carlos, traductor III. Tít. I833.91 cd 21 ed. A1556703 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Primera edición en Panamericana Editorial Ltda., marzo de 2017 Título original: Petronella Glückschuh – Naturforschergeschichten © 2014 Glückschuh Verlag © 2015 Panamericana Editorial Ltda. Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57 1) 3649000 Fax: (57 1) 2373805 www.panamericanaeditorial.com Tienda virtual: www.panamericana.com.co Bogotá D. C., Colombia

Editor Panamericana Editorial Ltda. Autor Dorothea Flechsig Ilustraciones Katrin Inzinger, Christian Puille (páginas 3, 53, 89 y 108) Ilustración carátula Christian Puille Traducción del alemán Luis Carlos Henao de Brigard Diagramación Martha Cadena

ISBN 978-958-30-5401-3 Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor. Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A. Calle 65 No. 95-28. Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008 Bogotá D. C., Colombia Quien solo actúa como impresor. Impreso en Colombia - Printed in Colombia


CONTENIDO La mejor medicina

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¡Hola, Hansi!

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Petronella le muestra el mundo al topo

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Concierto nocturno

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Vuela, vuela, abeja reina

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Cuando el gallo canta en la mañana

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Datos útiles sobre las abejas

¡Petronella tiene casi tu misma edad!

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La mejor medicina —¡Ay, qué susto! Petronella conoce muy bien ese ruido. El motor del microbús de los Fortuna hace un ruido muy particular. Petronella sale rápida­ mente del agua y se esconde bajo el puente de piedra. Durante el desayuno, su padre le había prohibido expresamente que fuera sola al arroyo. El agua estaría fría y podría resfriarse o herirse con alguna piedra. El auto se detiene justo en el puente. Petronella escucha abrir una puerta y unos pasos que se acercan. —¡Es papá! —dice Petronella asustada—. ¡Ojalá no me vea! —Petronella cae en la cuen­ ta de que las cosas que ha dejado en la orilla la delatarán. —¡Sal inmediatamente del agua! —escu­ cha que dice su padre con voz grave. ¡Atrapada! Petronella se hace la sorpren­ dida y sale de bajo el puente. 7


—¡Ah! ¡Hola, papá! Estaba justo yendo a casa. —¡No me digas! ¡El almuerzo está servi­ ­do! ¡Apúrate! —le ordena su padre. —¡Sí, sí, voy volando! —Petronella corre directamente hacia donde está su bicicleta, se sienta en el pasto y forcejea con sus calce­ tines, pues los pies mojados le dificultan po­ nérselos. El padre de Petronella se adelanta en el microbús. Petronella mira pensativa dentro de su balde. —Dos son demasiado poco. —Justo cuan­­do quiere ponerse los tenis deportivos, 8


descubre en el arroyo una enorme sangui­ juela oscura. —¡Espera, también voy a cogerte! —In­ mediatamente se vuelve a quitar los calceti­ nes, se remanga el pantalón y se mete en el agua para atraparla. No es tan fácil, pues la sanguijuela se es­ cabulle velozmente buscando el lugar más profundo del arroyo. Cuanto más se acerca

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Petronella, más sube el nivel del agua por sus piernas. Los pantalones arremangados ya es­ tán mojados y se le adhieren a la piel. Sí, ella necesita urgentemente esa sangui­ juela para su abuela Anneliese, pues desde hace rato sufre de artritis y le duelen las ro­ dillas. Casualmente, esa mañana Petronella había escuchado en la radio a una mujer que decía: —¡Las sanguijuelas fueron para mí como un milagro! ¡Gracias a estas lombrices, recu­ peré la salud! Por suerte había escuchado atenta el pro­ grama, y afortunadamente Petronella sabe siempre dónde encontrar cosas. Se acerca en puntas de pies a donde está la sanguijuela. Se encuentra solo a dos o tres pasos, pero el sitio es muy profundo. “¡Mejor si me quito también los pantalo­ nes!”, piensa, pero entonces resbala y cae al agua. 10


Petronella se asusta y se quita el agua de la cara con las manos. Ahora sí está comple­ tamente mojada. —¿A dónde se fue la sanguijuela? —Ahora también puede meter la cabeza dentro del agua, abrir los ojos y encontrarla fácilmente. El agua está realmente helada. Petronella aguanta la respiración y busca en el fondo. El pequeño chupasangre se mueve junto a su pie derecho. Lo agarra con firmeza por detrás de la cabeza e inmediatamente sale corriendo del agua para meterlo en su balde. Petronella tiene frío. La ropa se le ha pe­ gado a la piel. Ni siquiera puede secarse sin toalla. Simplemente decide quitarse la ropa y pe­ dalear en zapatillas hasta la casa. El balde a medio llenar se balancea colgado del timón. El agua del arroyo se mece de un lado para otro. Cuando Petronella llega a casa, su herma­ na Philine está en la puerta del jardín: 11


—¡Te van a regañar! ¿Y qué haces andando así por ahí? Petronella no responde y lleva su bicicleta al sótano. Tira la ropa mojada delante de la lavadora. Luego se quita también los inte­ riores y pone el balde con el “curandero mi­ lagroso” en un oscuro rincón del sótano. Lo primero que quiere hacer ahora es co­ mer, e inmediatamente después darle una sorpresa a su querida abuela. 12


Sube corriendo desnuda la escalera y, jus­ to cuando quiere pasar desapercibida por la puerta de la cocina, tiene que estornudar muy fuerte. Su madre abre la puerta. —¡Petronella! ¿Por qué estás desnuda? Philine llega y mira riéndose. —Está chiflada. Hasta pedalea sin ropa por el pueblo. —¡Eso no es verdad! ¡Yo tenía puestos los tenis y mis interiores! —se defiende Petro­ nella. —¡Ponte algo abrigado y vuelve de inme­ diato a la cocina! —le dice su madre con ges­to serio. Petronella obedece. Cuando llega a la cocina, solo su plato es­ tá sobre la mesa. Petronella se acerca en si­ lencio y se sienta en la esquina de la banca. Su padre le alcanza una vasija con puré de papa. —¡Habíamos acordado que no llegarías tan tarde a comer! ¡No me gusta tener que 13


ir todos los días en el auto a buscarte! ¡Y el arroyo está prohibido! —Sí, bueno, pero… —¡Ningún pero! ¡Desde hoy vas a poner atención a lo que decimos! Petronella no consigue explicarle a su pa­ dre que solo estaba en el arroyo para ayudar a la abuela Anneliese. Algunas veces los pa­ dres pueden llegar a ser injustos. Petronella sabe que en realidad ha hecho lo correcto, pero prefiere callar antes de que su padre se enoje más. 14


Apenas sus padres salen de casa, Petrone­ lla va al sótano por el balde y pedalea hasta donde su abuela, que vive a solo dos cuadras en una pequeña casa de color blanco. No puede esperar a curarla. La puerta de la casa de la abuela Anneliese está siempre abierta. Solo se necesita empu­ jar con fuerza. —¡Abuela, abuela, tengo un remedio mi­ lagroso para ti! —Petronella sube corriendo y gritando por la escalera con el balde medio lleno. El agua se mece de un lado para otro y cae sobre los gastados escalones. Pero ¿dónde se habrá metido la abuela Anneliese? La abuela de Petronella está acos­ tada en el sofá de la sala y duerme. Petronella se inclina muy cerca de su cara y susurra: —¡Abuela, abuela, despierta! Mira que te he traí­do algo. —Pero la abuela Anneliese solo suspira de una manera extraña y se da vuelta. 15


Petronella ya conoce esto. Su abuela ya no oye muy bien, y puede dormir tan profun­ damente que incluso el padre de Petronella siente envidia. "¡Quisiera tener un sueño tan saludable como el de Anneliese!", suele decir. El año pasado la abuela Anneliese estuvo a punto de perderse la serenata de cumpleaños 16


con la banda del pueblo si Petronella no la hubiera despertado a tiempo. La banda tocaba justo bajo la ventana de la habitación de la abuela Anneliese. Una ban­da completa realmente hace ruido. Cu­an­­do sonó el último acorde, la abuela Anneliese se acercó un poco dormida a la ventana y agradeció amablemente por la ex­ celente interpretación musical. Petronella decide sentarse en el piso junto a su balde y observa unas veces a su abuela dormida, y otras, a las sanguijuelas. “Tal vez no sea tan malo si atiendo médi­ camente a la abuela mientras ella duerme”, piensa Petronella. “¡Entonces la sorpresa será aún mayor!”. Levanta cuidadosamente la frazada de la­ na de las piernas de la abuela. —¿Cuál es la rodilla que le duele? —dice pensativa. Petronella no está muy segura. Palpa ambas rodillas y la izquierda se siente un poco más caliente y grande. 17


Petronella deduce que esa debe de ser la rodilla enferma, pues las partes enfermas del cuerpo suelen inflamarse. Saca la primera sanguijuela del balde, la agarra con dos dedos y la pone sobre la rodi­ lla enferma. La sanguijuela apenas se mueve, pero la abuela Anneliese no lo hace. Solo respira acompasadamente y, al ha­ ­cer­­lo, resuella. Y luego vuelve a resollar con un largo resoplido. Petronella pone la segunda sanguijuela en la rodilla izquierda. Esta es más animada, se aferra firmemente y chupa con fuerza. 18


Entonces, la primera sanguijuela busca también un lugar apropiado y chupa con fuerza. Justo cuando Petronella está sacando la tercera sanguijuela del balde, Philine irrum­ pe en la habitación. —¡Huy! ¿Qué estás haciendo? —exclama aterrada—. ¡Chist! Le traje a la abuela Anne­ liese unas sanguijuelas del arroyo. —¡Oh! ¿Y qué quieres hacer con ellas? ¡Eso se ve asqueroso! —Philine debió hablar más alto que la banda musical, pues la abuela Anneliese se despierta. —¡Estás totalmente chiflada! —continúa riñendo Philine. La abuela Anneliese se sienta y mira a sus dos nietas. —¿Por qué están discutiendo? —pre­ gunta interesada y se frota los ojos. —¿Y qué cosas bonitas tienes en el balde? Petronella se dispone a explicar todo, pero Philine es más rápida. 19


—Una sanguijuela. ¡Y las otras están afe­ rradas a tu pierna! Philine señala con el dedo hacia las rodi­ llas de la abuela Anneliese y hace una mueca de asco. La abuela Anneliese mira hacia abajo asom­brada. —Ejem… esta es la rodilla equi­vocada —dice calmadamente—. ¡Pero no es una ma­la idea! —¡Achís! —Petronella tiene que estor­ nudar. —¡Y hasta pescaste un resfriado por causa mía! ¡Realmente eres una buena chica!


Entretanto, Philine se ha puesto cómoda en una silla junto al sofá. En realidad solo quería ver televisión tranquilamente donde la abuela, pero algunas veces piensa que su hermana pequeña es más emocionante que cualquier programa de televisión. Claro que nunca lo reconocería pú­bli­camente. —Las sanguijuelas chupan sangre, y su saliva ayuda a acelerar la curación de las he­ ridas —explica la abuela Anneliese—. Anti­ guamente se solía hacer con frecuencia. Y sé que este método también es bueno cuando se tienen várices. Philine se retuerce solo con oír la palabra várices. —¡Las sanguijuelas me parecen repug­ nantes y también las várices! —En la naturaleza todo tiene una utili­ dad y su lugar —responde la abuela Anne­ liese—. ¡Pero no sabemos por cuánto tiempo hay que dejar que la sanguijuela chupe y, además, es la rodilla equivocada! 21


Petronella, entonces, tiene que retirar con cuidado la sanguijuela y volver a ponerla en el balde. La segunda sanguijuela, más veloz, ha chupado bastante y en poco tiempo se ha vuelto un poco más gorda. —Creo que lo mejor es que las regreses al arroyo mientras tanto yo averiguaré con un médico cómo se hace todo esto de manera correcta. En las rodillas de la abuela Anneliese se ven ahora dos pequeñas manchas moradas, y hasta sangran un poquito. —¿Te duele? —pregunta Petronella preo­ cupada por su abuela. Pero la abuela Anne­ liese niega con la cabeza. —¡No, de ninguna manera! Solo tengo que limpiarme un poco. Mientras tanto, acuéstate en el sofá. Philine puede ver televisión, y la abuela Anneliese abriga muy bien a Petronella con unas frazadas gruesas. Luego se dirige al baño. 22


Cuando regresa, le trae a Petronella una infusión de sauco con miel contra el res­ friado, y una vasija con agua caliente y sal marina. Mientras la abuela le lava los pies a Petronella, le cuenta historias sobre antiguos remedios naturales y hierbas. —¡Achís! —estornuda Petronella, pero no realmente porque tenga que hacerlo, sino porque quiere un poco más de infusión de sauco y que la abuela la cuide antes de de­ volver las sanguijuelas al arroyo.


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