Juegos mentales
Schmöe, Friederike Juegos mentales / Friederike Schmöe ; traductora Marta Kovacsics M. -- Editor Javier R. Mahecha López. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2015. 248 páginas ; 23 cm. Título original : Mind games. ISBN 978-958-30-4908-8 1. Novela juvenil alemana 2. Novela psicológica 3. Novela de suspenso I. Kovacsics M., Marta, traductora II. Mahecha López, Javier R, editor III. Tít. 833.8 cd 21 ed. A1488075 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
Primera edición en Panamericana Editorial Ltda., agosto de 2015 Título original: Mind Games © 2012 Franckh-Kosmos Verlags-GmbH & Co. KG, Stuttgart, Alemania © 2012 Friederike Schmöe © 2013 Panamericana Editorial Ltda. de la versión en español Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 1) 3649000 Fax: (57 1) 2373805 www.panamericanaeditorial.com Bogotá D. C., Colombia
Editor Panamericana Editorial Ltda. Edición Javier R. Mahecha López Traducción Marta Kovacsics M. Diagramación Martha Cadena Diseño de carátula Rey Naranjo Editores
ISBN 978-958-30-4908-8 Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor. Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A. Calle 65 No. 95-28, Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008 Bogotá D. C., Colombia Quien solo actúa como impresor. Impreso en Colombia - Printed in Colombia
Juegos mentales
Friederike Schmรถe Traducciรณn marta kovacsics m.
Capítulo 1
Sábado K ris pedaleaba con fuerza. Unas nubes de color violet a se agolpaban sobre el cielo. Las correas de su mochila le hacían daño en los hombros. Tenía frío y quería llegar a su casa. Los integrantes del curso del colegio habían llegado temprano en la tarde a la estación central de trenes. Jon había propuesto festejar la libertad por el inicio de las vacaciones de verano, después de haber pasado las últimas dos semanas en retiros de proyectos con el colegio. Jon, Val y Kris fueron a Starbucks. A Val le encantaba ir allá y apenas llegaron ella se hundió en una poltrona algo polvorienta, abrió su tableta y comenzó a bloguear y a tuitear sin parar, tanto que Kris se preguntaba quiénes eran las personas que iban a leer todo eso. Jon se sentó junto a Val, y ambos se veían en sus plataformas: Skype, Facebook y todo eso. Kris se sentía excluido. Esta tonta y extraña sensación de no pertenecer a ellos, por lo menos no de verdad, lo había perseguido todo el tiempo en las dos semanas pasadas. Su curso había participado en un proyecto llamado “Alumnos de Berlín investigan para el futuro”, y también así se llamó su estadía junto al mar Báltico. Había varios temas para escoger. Mientras que Val y Jon escogieron la informática, Kris se decidió por un curso sobre medicina. Su grupo
6 se ocupó de las enfermedades y sus posibles terapias en el siglo xxi, como el síndrome de fatiga crónica, la psicosis y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Al tercer día, Kris estaba saturado, pero ya era muy tarde para cambiar de curso. “Retiro de proyectos” no eran palabras amables en la memoria de Kris. Pero probablemente había descartado la informática porque no quería pasar veinticuatro horas viendo cómo su mejor amigo se acercaba cada vez más a Val. De hecho, Jon lo hacía con suma delicadeza y con bastante inteligencia. Simplemente se sumía en la pasión de Val por el ciberespacio. Aún quedaba un año de colegio y luego había que tomar una decisión. Val quería estudiar Informática y Jon quería ser periodista, se moría por esta profesión. Kris no tenía ni la menor idea de lo que quería estudiar. Comenzó a gotear y lo alcanzó una fuerte racha de viento por el costado. Su bicicleta comenzó a colear y Kris la logró estabilizar a último momento. Berlín ya se encontraba tras de sí. Como siempre, se había bajado en la estación de metro Wilhelmshagen, donde lo esperaba su bicicleta. Al adentrarse al canal del Spree dejaba rápidamente el suburbio de Hessenwinkel. Aquí, al sureste de Berlín, solo había bosque, caminos forestales, de vez en cuando una casa y el canal de Gosen, que iba directamente hasta el lago Seddinsee. Kris condujo su bicicleta a través del puente y comen zó a pedalear con fuerza por la ciclorruta. Un carro lo pasó y le pitó con impaciencia. —Relájate —murmuró Kris. El pájaro, definitivamente, vio demasiado tarde al bmw. El animal con manchas blancas y marrones, venía
7 directo del bosque de pinos y voló a muy baja altura hacia la carretera. Kris no oyó el choque, solo vio un bulto de plumas que volaba por los aires y luego caía sobre el asfalto para quedar inmóvil sobre la calle. El bmw siguió como si nada hubiera pasado. Kris frenó y se bajó de la bicicleta. Los ojos del pájaro ya estaban vidriosos. Con un cierto escalofrío, Kris lo alzó y lo puso con cuidado en la grama al borde de la carretera. Las ráfagas de viento estremecían los árboles. Kris se limpió las manos en sus jeans, agarró su bicicleta y comenzó a pedalear con fuerza. Durante todo el año, iba con su bicicleta a la estación del metro. En este recorrido junto al río podía ponerse a pensar sin contratiempos. Sobre Val, sobre Jon y Val y sobre su futuro. Aki lo alentaba para que estudiara Medicina: —Con seguridad podremos buscar el dinero para eso —decía siempre—. ¡Y yo quisiera estar orgullosa de mi hermanito! Aki le llevaba ocho años. Desde la muerte de sus padres vivían juntos en la casa bote. Aki, para ganar dinero, trabajaba con esfuerzo como publicista independiente en una agencia de publicidad. Pero, en el fondo, quería ser actriz. Hacía algunos días la habían invitado para una audición. Kris estaba ansioso por saber qué podría suceder con eso. Después de un cuarto de hora, Kris se salió de la ciclorruta y comenzó a caminar agachado junto a su bicicleta por un camino que él mismo había labrado entre los arbustos agrestes. Las ráfagas de viento arreciaban cada vez más y las hojas secas volaban alrededor de su cabeza. Muy cerca de él se rompió una rama, Kris la esquivó con
8 agilidad. Finalmente apareció en el horizonte el Susanna, su bote, y preciso en ese instante comenzó a llover torrencialmente. Totalmente empapado, empujó la bicicleta por la escalerilla del bote. Pero ya no importaba. Lo había logrado: ¡estaba en casa!
Capítulo 2
—¿A ki? Su hermana se encontraba acostada en el sofá del ca marote, tapada con una cobija que había cosido su madre. Cada vez que Kris veía esa manta, le daba una punzada en el corazón. —¡Aki! —Con impaciencia golpeó el marco de la puerta—. ¿Estás leyendo o durmiendo? Aki trabajaba mucho para la agencia de publicidad y a veces se quedaba dormida leyendo un guion. —¡Ah, Kris! —Aki se levantó. Era tan alta como su hermano, pero su pelo no era color marrón, sino negro como el plumaje de un cuervo. Sus pómulos altos y sus ojos algo rasgados le daban un toque oriental. Los amigos de Kris admiraban a Aki por su buena figura y por su inagotable energía. De hecho, no todos tenían una hermana que practicaba paracaidismo y kite surfing en el mar Báltico, pensaba Kris con orgullo. Solo que muchas veces faltaba el dinero para poder hacer esas excursiones a la costa. Aki muchas veces aprovechaba su estadía allá y ganaba un dinero extra dando clases teóricas de paracaidismo. —¿Cómo estás? —Kris se quitó la camisa empapada. Se sen tía mejor con una seca, además traía un hambre feroz. Fue hasta el refrigerador y sacó una bolsa de leche. Susanna era todo menos un bote de lujo. Cocinaban en un
10 estrecho camarote, Aki estudiaba sus papeles y hacía su trabajo para la agencia de publicidad en un computador portátil sobre una diminuta mesa. Kris comenzó a preparar su litera que se encontraba arriba del sofá cama. Sus útiles escolares, libros y cuadernos estaban guardados en un baúl. Aki dormía en un pequeño compartimento ubicado entre el camarote y el cuarto de máquinas, donde ahora se encontraba el sistema de suministro de agua potable y de aguas residuales. Enfrente estaba el baño, si es que se le podía decir “baño”, pues tenía un lavamanos, un inodoro y una ducha microscópicos. A Kris le gustaba. —Estoy bien. —Aki se arropó suspirando. Se veía pálida—. Perdón, pero estoy de verdad exhausta. —No es que me hayas extrañado mucho. Aki encogió los hombros. —¿Cómo te fue en la audición? —¿Eso? —Aki hizo un gesto de resignación con la mano—. Nada que valga la pena. Kris se sorprendió, por lo general Aki siempre le contaba con lujo de detalles sobre sus audiciones. La madera crujió un poco, y Kris sintió los movimientos familiares de la casa bote sobre el agua que fluía con pereza. Las gotas de agua caían con fuerza sobre la claraboya y también sobre la cubierta para llegar, después de un largo recorrido, al canal. En el camarote hacía un frío inusual. Kris tomó un suéter del armario. —¿Cómo te fue en los días de proyectos? —Se escuchó debajo de la cobija. —Escogí Medicina. No estuvo tan chévere. —¿Por qué?
11 —Barnfelder habló hasta la saciedad de las enfermedades del siglo xxi, de cómo prevenirlas, de cómo se desarrollan y cuáles serán los medicamentos que se necesitarán y bla, bla, bla… —Kris se estremeció, de alguna manera se sentía afectado. Val, además, había llevado anfetaminas. Algunos consumieron, Val, Jon y otros. Kris se negó a hacerlo. Prefería no sacar a relucir su mal genio a cambio de volverse un bobo que no para de reírse con la ayuda de esas capsulitas blancas. Obviamente, Jon sí participó, precisamente porque Val también lo hizo y no quería quedarse atrás. Kris estaba de verdad aliviado de que las semanas de proyectos hubieran pasado. Pensativo, observó a Aki, que estaba enrollada debajo de la cobija y miraba fijamente la nada. Seguramente no le había ido bien en la audición. El estómago de Kris comenzó a protestar. —¿Hay algo de comer en casa? —Se me olvidó hacer mercado. Kris volvió a abrir el refrigerador: había una caja de huevos que había traído de la granja de Traugott, justo antes de haberse ido al retiro hace dos semanas. —Traigo un hambre feroz. —Sacó los huevos y puso la sartén sobre la estufa. De su hermana no se oía ni media palabra. Kris estrelló los huevos y comenzó a batirlos con un tenedor. —¿También quieres? —No hubo respuesta y Kris miró hacia el sofá. Aki seguía acostada con los ojos abiertos y miraba fijamente la lluvia, que caía sin parar sobre el vidrio de la claraboya. Junto al lavaplatos había dos tomates viejos, Kris los cortó en pedazos pequeños para hacer huevos revueltos.
12 —¿Estás enferma, Aki? —Solo cansada. Kris dividió los huevos en dos porciones. —Ven a comer. —Deja así —dijo Aki—. No tengo hambre.
Capítulo 3
L a lluvia menguó durante la noche. Kris escuchaba atentamente las gotas que caían suavemente contra el vidrio de la claraboya como si se quisieran disculpar por la tormenta de antes. Kris pensó en Val. Val era súper. Solo que él no sabía por quién le latía el corazón. ¿Por Jon o por él? Uno nunca podía estar seguro con Val. En realidad era como una edición más actualizada de Aki, todo lo que hacía lo hacía con entrega. Aki había invitado a Val a una sesión de paracaidismo: hacer tándem en paracaídas era una delicia, le había dicho Aki. Kris se sintió un poco molesto, porque él no tenía ni el más mínimo deseo de saltar de un avión con una mochila al hombro. Aki podía tranquilamente arriesgar sola su vida, si eso era lo que quería, pensó Kris. Miró el reloj, era casi medianoche y no podía dormir. Resignado, se quitó la cobija, se levantó y se sentó frente al computador de Aki. Simplemente el de ella era más rápido. De pronto Val le había escrito un correo o le había tuiteado. Ella estaba las veinticuatro horas online. Kris prendió el computador e inmediatamente apareció un mensaje: “Usted no ha actualizado el programa de antivirus en los últimos siete días. ¿Quisiera realizarlo ahora?”. Kris se sorprendió, ¿hace siete días? Val había instalado este computador y les había dado un sermón sobre
14 la seguridad en el ciberespacio. Aki hasta había codificado sus datos cuando enviaba sus archivos a la agencia de viajes. ¿Por qué era tan imprudente de pronto? Kris cliqueó sobre varios archivos de Aki y pudo ver que todos habían estado más de una semana sin usarse. ¿Aki no había trabajado nada? ¿En toda una semana? Kris se quedó sentado frente a la pantalla sin mover un solo dedo, hasta que tuvo la sensación de haber pasado horas mirando fijamente el computador. Aki nunca había descuidado su trabajo con la agencia. Un resfrío o un día de mal genio por una audición fracasada nunca fueron razones para dejar vencer los plazos de entrega. “De pronto pudo finalizar los proyectos antes de tiempo”, pensó Kris. “Tal vez puso todo su empeño en la audición, que de hecho no tenía cara de haber salido bien”. Kris decidió hablar con Aki por la mañana y no quedar satisfecho con excusas baratas. Val había colgado unos tuits en la red, que Kris comenzó a leer a medias. No había un mensaje personal para él. Actualizó de mal humor el programa de antivirus y cerró el computador. En el Susanna todo estaba tranquilo, había dejado de llover y el silencio repentino era un poco inquietante. Kris se levantó y se acercó a la ventana. Con cada paso, sonaban los listones de madera. El bote se mecía suavemente, movimientos que le eran tan familiares, que solo se daba cuenta de ellos cuando había pasado un cierto tiempo en tierra firme. La capa de nubes se abrió y la finísima media luna parecía estar adherida al cielo. La noche estaba fresca,
15 demasiado fresca para el verano, pero limpia y clara. El canal se abría oscuro y recto ante él. Todo estaba en silencio, hasta la carretera de Gosen, que atravesaba el canal medio kilómetro más arriba, yacía silenciosa en la noche. De vez en cuando caían algunas gotas en el canal. También el viento había menguado. Kris captó los movimientos nerviosos de un murciélago que bailaba sobre el camarote. Hacia la orilla se veía el bosque perfilado contra el cielo azul metálico. Kris se sentó en la proa sobre los tablones, que era su sitio predilecto. El Susanna era el único lugar en el que él se sentía como en casa. ¡Cuánto tuvieron que batallar Aki y él para poder vivir allí después de la muerte de sus padres! Aki había cumplido por ese entonces veinte años y la Oficina de Protección de Menores no quería dejarle el cuidado de su hermano menor. Pero en la familia tutora le iba a Kris cada vez peor. Aki y él querían estar juntos después de todo lo que había sucedido y al fin pudieron convencer a las autoridades. Kris respiró profundamente. Le encantaba ir de pa seo con sus amigos, pero la estrechez del cuarto con cuatro camas le incomodó. Siempre bajo vigilancia, y cuan do comenzaron a circular aquellas cápsulas blancas y desconocidas… “Aguafiestas: eres el aguafiestas más grande de este planeta, Kris”. Y esto dicho por el más fiestero, de nombre Oli, a quien Kris no soportaba. Cuánto disfrutaba Kris ahora la soledad, el silencio. El suave murmullo de las olas y el suave mecer del bote. Se sintió un búho desde el bosque, en algún lugar se partió una rama. De pronto Kris escuchó algo. Un zumbido. Sonaba como el zoom de una cámara digital.
16 Kris alzó la cabeza, debió estar equivocado. —¿Aki? —preguntó a media voz. ¡Qué tontería! Aki no se subía a hurtadillas a la cubierta para sacarle fotos a escondidas de su hermano. Kris suspiró. Seguramente, Aki estaba a punto de que le diera una gripa, pensó. En el bote hacía frío y había humedad. Además Aki trabajaba sin parar y nunca se cuidaba. Pero en los últimos siete días no había entrado a sus archivos… “Aki está estresada”, pensó. “El trabajo pesado y que no le gusta para la agencia de publicidad, el fracaso de la audición, todo esto la tuvo que haber deprimido”. Las fobias, oía decir a su profesor, el señor Barnfelder, van a estar en el siglo xxi en un nuevo orden de prioridades. Habrá cada vez más personas que sufrirán de pánico y miedos profundos. Las enfermedades que tengan que ver con angustias le costarán millones de millones de euros al Estado, porque los fóbicos en estados avanzados no serán capaces de ir a trabajar y no podrán soportar la presión del mundo laboral. Kris se estremeció. ¿Por qué diablos se tuvo que ocupar con ese tonto tema de la medicina? Claro, por Jon, que le había echado el ojo a Val. En vez de luchar por esta chica que le encantaba o en vez de hablar con su amigo, metía la cabeza en la tierra y tomaba un curso que no le interesaba en absoluto. Ahí estaba ese ruido de nuevo… Kris escuchaba aten to la noche, alzando la cabeza, para luego pasarse la mano por su cabellera. Estaba empezando a enloquecer, “neurosis” habría diagnosticado el profesor Barnfelder. ¡Qué tontería!
17 Vio la cara de Aki delante de sí, blanca como la pared, como cuando en un día de julio, de luz resplandeciente, le dijo lo que él ya estaba percibiendo: que sus padres no iban a volver nunca más. Kris llevaba todo el fin de semana con una sensación que no tenía ni pies ni cabeza, desde que sus padres habían salido de la ciudad a encontrarse en Dresde, con unos colegas. Como si hubiera presentido el accidente. Esto sucedió hace cinco años, en un verano ardiente casi insoportable en Berlín. Durante años, hasta esta misma noche se preguntaba si no debió decir en ese entonces: “Por favor, no salgan de viaje. Tengo una sensación tan tonta, tengo miedo que les vaya pasar algo. Tengo…”. Kris alzó la cabeza, ¿no acababa de oír nuevamente ese zumbido? ¿Tan suavemente, que solo podría ser un recuerdo? “Tal vez estoy a punto de enloquecer”, pensó, se levantó y volvió al camarote. “Estar hablando sobre enfermedades durante dos semanas no es lo mío”. Cerró desde adentro, caminó a tientas en la oscuridad hasta llegar a su cama, se acostó y subió la cobija hasta la barbilla y luego de un par de minutos dormía profundamente.
Capítulo 4
Domingo K ris se despertó sobresaltado porque Aki estaba ha ciendo ruido en un rincón de la cocina. —¡Aki, hoy es domingo! —¿Y qué? —Su voz sonaba cortante, pero no agresiva como cuando solían pelearse. Sonaba más bien como si tuviera que contener una tensión interior insoportable. —Me gustaría poder dormir una hora más. ¡Desde hoy estoy de vacaciones! Aki no contestó nada. Vertió Nescafé en una tasa y comenzó a revolverlo de mala gana. Kris no entendía lo que estaba sucediendo. Aki siempre fue una persona madrugadora. Le encantaba levantarse temprano, tomar la bicicleta e ir a la panadería de Gosen y volver con cruasanes frescos y sorprender a Kris con un desayuno. Pero hoy estaba con un desgano enorme y observaba el día que se mostraba opaco. —¿Pasa algo? —preguntó Kris. —Todo en orden. “Y ella está convencida de que yo me voy a tragar esto”, pensó Kris. —Aki, si lo que pasa es que estás frustrada por la audición. —Comenzó a decir Kris.
19 —Déjame tranquila. La audición ya no me interesa para nada. —Pero ¿qué clase de animal te picó? —Simplemente estoy pasando por un mal momento. —¿Estrés con la agencia de publicidad? Aki encogió los hombros. —No sé. Kris echó sus cobijas a un lado y se paró. —Voy a ir a la panadería. Tengo hambre de verdad. *** Cuando Kris cruzó una media hora más tarde la escalerilla y dejó su bicicleta sobre la cubierta, el bote estaba en un silencio total. —¿Aki? —Hizo sonar la bolsa de papel con el pan—. ¡Desayuno! Aki estaba sentada en la proa y observaba con la mirada perdida el canal lleno de fango. Su ojo derecho parpadeaba fuertemente. La lluvia y la tormenta habían arrojado gran cantidad de basura hacia la orilla, como bolsas de plástico, latas y ramas partidas. Un conejo muerto era llevado por la corriente. —Ellen estuvo aquí mientras tú estabas fuera —dijo Aki de repente—. Vino apenas te fuiste a la semana de proyectos. —¿Ellen Lennart, la bajita con la mata de pelo? ¿Con la que hacías un montón de cosas? —Exactamente. No nos habíamos visto hace tiempo. —¿Y qué hicieron? —Kris le alcanzó la bolsa con los cruasanes. Aki meneó la cabeza.
20 —Me visitó, está como estresada, síndrome de fatiga crónica. Otra vez esa palabra. Kris tuvo que constatar de mal humor que su profesor, quien durante catorce días lo había enervado con su visión negativa sobre la salud, de pronto podría tener razón. Las enfermedades eran el tema y todos tenían algo que decir al respecto. “El síndrome de fatiga crónica le va a proporcionar a la sociedad un daño de miles de millones de euros”, oía decir Kris a su profesor. Nos vamos a tener que acostumbrar a que para poder superar nuestra cotidianidad, tendremos que tomar fármacos psicoactivos que aumentarán nuestra capacidad de rendimiento y serán los responsables de poder responder a las exigencias del mercado laboral. Kris alcanzó la bolsa y escogió un cruasán antes de que se le dañara el apetito. —¿Y Ellen en qué está? —Está trabajando en un laboratorio de investigación. Estudió Química. —¡Ah! —Kris le pegó un mordisco a su cruasán. —Estuvo tres días acá. Necesitaba un respiro. Esa podía ser la explicación por la cual Aki no había trabajado en su computador. Se había tomado con Ellen un par de días. —¿Y qué tienes pensado hacer hoy? —Kris constató que había hecho la pregunta en un tono muy informal. Que Aki no hiciera nada en un domingo, simplemente nunca había pasado. Aki encogió los hombros. —Pero, Aki, ¿qué diablos está pasando contigo? —Qué puede estar pasando, nada. Solo estoy cansada, eso es todo.
21 —Voy a ir en bici hasta Gosen. Necesitamos cosas para comer. —Kris se levantó y se quitó las boronas de su camiseta. A pesar de que era domingo, podía comprar lo más urgente a los granjeros del lugar. —Está bien —dijo Aki, pero no hizo nada para acompañarlo. En el armario de la cocina estaba la caja de té con el dinero para el mercado y los gastos de la casa. Kris tomó cincuenta euros.
Capítulo 5
El domingo transcurrió con tranquilidad hacia el comienzo de una nueva semana. La noche estaba suave y llevaba el perfume del verano. Kris estaba acostado sobre la cubierta y tuiteaba con Val. Después de haber pasado todo un día sin ella, le estaba haciendo falta. Nunca le había pasado esto hasta ahora, con ninguna chica. Por eso recorrió toda la red en la búsqueda de las huellas de Val. Estaba en una cantidad de foros y conectada con todo el mundo. Mientras esperaba que el caudal de datos llegara a su computador, observó el oscuro canal. El ánimo de Aki no había cambiado en nada durante todo el día, y Kris tenía un mal presentimiento. De hecho, tuvo que arreglar todo solo; quitó el polvo, hizo una limpieza profunda al refrigerador, barrió el diminuto cuarto de Aki. Todo estaba muy sucio. Kris solo tenía diecisiete años y si venía alguien de la Oficina de Protección de Menores, tenía que encontrar todo impecable. Kris le envió a Val su último emoticón, una cara feliz. La conexión de Internet afuera era bastante lenta. Simplemente no tenía muchas ganas de chatear si cada vez tenía que esperar una eternidad hasta que sucediera algo. Sobre el techo del camarote revoloteaban los murciélagos. Kris disfrutaba del viento clemente que llegaba desde el lago Seddinsee. Agarró la botella que estaba junto a él. El extraño estado de Aki traía consigo también algunas
23 ventajas: ni siquiera refunfuñó cuando vio que Kris había traído cuatro botellas de Coca-Cola. El canal fluía perezoso, la basura, que se había acumulado en los bordes del Susanna después de la tormenta, había sido ya arrastrada por el caudal del río. Se extendió un olor fresco y húmedo sobre el paisaje y no había viento alguno. Y en medio de este silencio, Kris volvió a escuchar ese zumbido. —¡Maldición! —Se levantó de un salto, puso a un lado su portátil y buscó en la caja de herramientas la linterna. Aki la había comprado en el mercado de pulgas. Tenía una enorme bombilla halógena con la que se podía iluminar hasta la oscuridad del infierno. El rayo de luz se posó sobre la pared del camarote y con el rabillo del ojo Kris vio cómo huían los murciélagos ante la luz. Subió las escaleras, sobre el techo del camarote había excremento de pájaro. La chimenea de escape del barco comenzó a moverse en su anclaje. Kris se acuclilló sobre el techo de lata ondulada sin saber qué estaba buscando en realidad. Ni siquiera estaba seguro de si había escuchado el zumbido de verdad. Era igual que el día anterior. Seguramente había una explicación sencilla para este ruido algo extraño. Un pájaro enorme voló muy cerca del techo. Kris bajó la cabeza e iluminó la cubierta. Desde ese punto, la barandilla oxidada de la proa no se veía tan acabada y tampoco los bolardos a los que estaban sujetadas las amarras parecían tan acabados. Kris se deslizó del techo del camarote, de manera sistemática comenzó a iluminar todos los rincones, se fue hasta la proa y lanzó el rayo de luz hacia el canal. Una luz
24 cegadora se iluminó de pronto. Presentía su propia sombra sobre el agua. Giró sobresaltado, ahí estaba nuevamente ese zumbido. Eso ya no podía adjudicarse a su crispado estado de nervios. Dirigió la linterna hacia arriba, iluminó el borde del techo del camarote. —Pero si ahí no hay nada —se dijo—, de pronto oyó un fuerte chapoteo detrás de él: era solo un pez que saltaba en el agua. Kris se sacudió el malestar y comenzó a mirar centímetro por centímetro. Y ahí vio el ojo. Era redondo y negro y colgaba del borde inferior del techo del camarote, ahí donde el techo sobresalía un buen pedazo. En realidad solo lo vio porque en ese extraño objeto centelleaba seguidamente un punto verde, tal como en un módem de Internet cuando la conexión está andando. Kris apagó la linterna y así pudo ver más detalladamente el punto verde. —¡Maldición! Kris vio cómo rotaba el ojo en su bola de vidrio. La cámara estaba buscando un nuevo ángulo. “Aki está loca —pensó—, instaló una cámara de vigilancia”. Volvió a apagar la linterna y se encaminó con el corazón acelerado hacia la proa. No había duda: la cámara lo estaba siguiendo, reaccionaba al movimiento. Kris caminó a lo largo del camarote y el ojo de la cámara lo seguía. Kris percibió de nuevo claramente el zumbido. Se sentó en la proa y esperó sin moverse un ápice. Cuando oyó que la cámara estaba nuevamente
25 girando, se levantó de golpe y puso la mano delante de la esfera de vidrio. Con los dedos comenzó a palpar el aparato. Cabía ampliamente en su mano. Su otra mano tentó un cable, lo arrancó de su anclaje y desatornilló la esfera. Incrédulo, observaba el ojo de alta tecnología. El módem aún seguía pegado a la pared del camarote, la lucecita verde, sin embargo, estaba cada vez más pálida, el aparato estaba buscando nuevamente la conexión perdida. Kris agarró el módem y lo despegó del velcro. Confundido, miraba su presa. En un ataque de rabia, arrojó ambas cosas al canal. —¿Aki? —Entró al camarote. Aki estaba acostada en el sofá bajo la cobija multicolor y sostenía un libro en la mano—. ¡Oye! Aki alzó la mirada, sus ojos estaban vidriosos y sus dedos temblaban levemente. “De pronto es por el alcohol”, se le pasó por la cabeza a Kris. Las enfermedades de adicción, oía en el fondo de su cerebro decir a su profesor, serán el azote del siglo xxi. ¡Qué tontería! Él mismo había hecho aseo desde arriba hasta abajo en el bote y ahí no había absolutamente nada para emborracharse. —¿Qué pasa, cachetón? El problema era que esa mujer que estaba ahí no era Aki. No era su Aki, la que echaba chistes y no se tomaba tan en serio a sí misma. Se obligó a no decir nada, nada de la cámara, nada sobre sus pensamientos agolpados. No tenía sentido alguno. —Estoy agotada; perdón, Kris, simplemente no hay nada qué hacer conmigo en este momento. “Eso, por lo menos, es verdad”, pensó Kris.
26 —Acuéstate. —Le propuso Kris. Ni siquiera le ocultó lo enervado que estaba. —Buena idea. —Aki se levantó con torpeza, dejó caer la cobija, le envió un beso con la mano y desapareció en su cuartico.
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