Asturias en las estaciones

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asturias

Asturias pertenece a las privilegiadas regiones del planeta en las que las estaciones están claramente contrastadas. El espíritu común a la vida en cada una de ellas alcanza todos nuestros sentidos, contagiándonos también de su esencia. Disfrutar de los valores y belleza de las estaciones es un regalo que modela y refresca nuestras emociones a lo largo del año, y Asturias es, sin duda, un excelente lugar para ello...

en las estaciones josé maría fernández díaz formentí

Asturias en las estaciones

José María Fernández Díaz-Formentí

José María Fernández Díaz-Formentí (Gijón, 1963) es médico especialista en estomatología y apasionado naturalista. Es autor del texto y fotografías de los libros: Bosques de Asturias, en el reino del Busgosu (Trea, 1994); Guía de los bosques de Asturias (Trea, 1995); Muniellos, el bosque encantado (Trea, 1995) y Naturaleza en los ríos de Asturias (Nobel, 2000). Asimismo, ha colaborado en otros libros con textos e imágenes. Entre ellos merecen destacarse: El Principado de Asturias (1998); Muniellos: Reserva de la Biosfera (2001); Somiedo: Reserva de la Biosfera (2001); Redes: Reserva de la Biosfera (2001); España en primavera (1998); Guía de las aves de Asturias (2000); Ecuador, la tierra y el hombre (1998) o Bolivia. Lo auténtico aún existe (2000). También ha colaborado en diversas enciclopedias y atlas. Sus reportajes han sido publicados en conocidas revistas, como World Heritage / Patrimonio Mundial (unesco), Natura, Geo, Biológica, Viajes de National Geographic, Rutas del Mundo, Muy Interesante, Revista de Arqueología, Asturias Aventura, España Desconocida, Periplo, etc. Precisamente, esta última y prestigiosa revista le concedió en 1992 el primer premio del I Concurso de Reportajes Fotográficos, por su trabajo sobre el Bosque de Muniellos. Es autor de la Exposición itinerante «Nuestros osos» (Fundación Oso de Asturias, 2001) destinada a fomentar el conocimiento y afecto hacia esta joya natural que aún conserva Asturias. También ha editado un cd con los sonidos de los bosques de Asturias, Los sonidos en el reino del Busgosu (1994), acompañando a su primer libro. La mayor parte de sus publicaciones están relacionadas con la naturaleza de Asturias, que conoce en profundidad después de casi veinte años de incesantes salidas a la misma. El resto tratan acerca de la naturaleza y arqueo-antropología de los países andinos, y de la selva amazónica, zonas que visita cada año y de las que es un entusiasta explorador y estudioso. Derivado de ello, desde 1998 ha comenzado una incesante colaboración con la unesco a través de su revista World Heritage (Patrimonio Mundial), que le ha encargado un buen número de reportajes (texto y fotos) de distintos lugares del Perú, Bolivia, Ecuador y Chile. Empleando técnicas profesionales (teleflashes, barreras de infrarrojos, cámaras submarinas, macrofotografía, horas de «hide», etc.) utiliza la fotografía de naturaleza como medio de recoger de forma artística las experiencias vividas y hacer partícipes a los demás de esos maravillosos instantes, complementando sus imágenes con algunas grabaciones sonoras.



Asturias en las estaciones j o s é m a r í a fer n á n de z d í a z - for m en t í


a c a r m en y a n u e st ro h i j o pe d ro, l o s t re s u n i d o s en l o s c i cl o s de l a v i da

© de los textos y fotografías © de la edición electrónica

José María Fernández Díaz-Formentí, 2001 José María Fernández Díaz-Formentí, 2011

© de la edición impresa fotografías ilustración y gráficos diseño y compaginación

fotomecánica edición impresa

José María Fernández Díaz-Formentí Dúo Comunicación Pandiella y Ocio Para la composición de este libro se utilizaron las familias tipográficas Minion diseñada por Robert Slimbach en 1990 y Meta diseñada por Erik Spiekermann en 1991. Fotomecánica Principado Gráficas Rigel (Asturis, España) d. l.: As-3.669/01 isbn: 84-7925-182-4


Asturias en las estaciones í n d i ce

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presentación prólogo la fortuna de tener estaciones calendario de la naturaleza en asturias sobre el origen de las estaciones y los cambios que traen consigo cómo se adaptan los seres vivos a las estaciones primavera verano otoño invierno bibliografía índice de especies y de fotografías nota del autor agradecimientos



Desde sus orígenes, el ser humano ha tenido una dependencia íntima de cuanto le rodea. En las zonas de la tierra en las que existe, la secuencia anual de las estaciones ha conformado el modo de vida de sus habitantes, ha establecido los calendarios agrícolas y ha desarrollado los mitos y las celebraciones, muchas de las cuales aún persisten. Todo ello es posible por el significativo y permanente cambio de la naturaleza de nuestro entorno, por el cíclico transcurrir de la primavera, del verano, del otoño y del invierno. Asturias es un ejemplo privilegiado y revelador de esa transformación. Precisamente con Asturias en las estaciones ha querido Cajastur profundizar en la esencia de ese contraste confiando en el experimentado trabajo de naturalista del doctor José María Fernández Díaz-Formentí para llevarlo a cabo con las mayores garantías. Cuarenta meses de labor ininterrumpida por los más variados paisajes de nuestra región, miles de fotografías captadas desde enero a diciembre de varios años y cientos de horas dedicadas a la selección cuidadosa y a la escritura pausada han logrado este singular libro que, estamos seguros, constituirá un nuevo modelo en la ya muy extensa tradición bibliográfica de nuestra entidad. La observación y el estudio del entorno en el que discurre nuestra vida es una constante en la Historia desde los más antiguos escritos salidos de la mano del hombre. De la primera página del Génesis es la frase «produzca la tierra vegetación» y el propio drama bíblico del Paraíso se desarrolla en torno a un árbol y una serpiente. El mundo de la naturaleza y el ciclo de las estaciones están presentes en los clásicos griegos y latinos y en escritores de todas las épocas. Recordamos aquí también el comentario de Chateaubriand acerca de que los bosques preceden a las civilizaciones y los desiertos son su herencia. Mientras los textos del libro incitan a la reflexión, las fotografías, realizadas por el propio autor, hacen prevalecer a la naturaleza por encima de cualquier otro proceso interpretativo, sin manipulación ni artificio alguno. A través de ellas redescubrimos las mil caras de un cosmos tan sorprendente e insospechado como cercano. Esta obra nos ayudará a que, al menos, no nos sea desconocido. Manuel Menéndez Presidente de Cajastur

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Prólogo

Como las estaciones, que retornan siempre para encontrar su origen, el hombre busca incesantemente sus raíces. Recorre una y otra vez la huella de sus pasos tratando de escrutar el enigma del tiempo, descifrando uno a uno los misterios de la naturaleza y de la vida. José María Fernández Díaz-Formentí es el ejemplo riguroso del escritor comprometido con su propia historia que no es otra que la de la tierra que le viera nacer. La de su Asturias, la de nuestra Asturias. Comparto con él un ancestral asombro. El asombro cotidiano de ver nacer nuestro lar común, escuchar su latido, respirar su aire, sentir su fuerza, gozar del «orbayu», adentrarnos en sus montes, olfatear sus marinas brisas, y seguir a través del suave o duro transcurrir del tiempo los cambios en plantas y animales asturianos. El caso es que lo hago desde Colombia, país extraordinario plagado de maravillas naturales (y de buena y culta gente) que entremezcla sabiamente la cultura colonial con la precolombina, que posee una de las más importantes reservas biológicas del mundo, que tiene tres mares el Atlántico, el Pacífico y el Amazonas (su mar fluvial), pero que... no tiene estaciones. José María Fernández Díaz-Formentí, que conoce, entre otros paradisíacos lugares colombianos, Cartagena de Indias, los parques nacionales del Rosario y Tayrona y Leticia en el Amazonas, habrá comprobado que analizar, escribir, fotografiar, escuchar los sonidos de la propia tierra es entrar en el territorio sagrado; el espacio de lo sagrado, donde la población natural (indígena), los koguis descendientes de los tayronas, veneran a la madre tierra, la respetan y la cuidan como fuente de energía y sabiduría. Colombia tiene días de 12 horas. Como bien señala el autor, en el equinoccio de primavera asturiano (21-23 de marzo) el día y la noche duran lo mismo: 12 horas. Sin embargo al llegar el solsticio (21-22 de junio) se detiene el crecimiento de los días, que en aquellas fechas se prolongan unas 16 horas. En el solsticio de verano Asturias está tan sólo a 20° del ecuador solar, a la altura

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que separa Cuba del ecuador geográfico más o menos; en diciembre se separa 60° del ecuador solar. En otras palabras, Asturias sí tiene las cuatro estaciones. Pues bien, partiendo de estas afirmaciones el libro, de enorme excelencia literaria y científica, nos introduce en una aventura excitante. Un viaje apasionante aderezado con fotografías de extraordinaria calidad que comienza con el clima. Descubrimos así que las precipitaciones estivales se reducen a medida que avanzamos del oriente al occidente, que las aguas son sin embargo más frías al oeste y que el nordeste («nordés» en mi aldea, símbolo del buen tiempo aunque algo ventoso), refrena la corriente costera. Aprendemos las razones de las mareas, la influencia de la luna, la importancia de las lluvias estivales en la paulatina disminución de los hayedos hacia el occidente... Comprobamos la resistencia ancestral del roble, la adaptación de las plantas a la intemperie y a los cambios de temperatura. Sentimos la hibernación que afecta a erizos, murciélagos y lirones. Verificamos la diferencia que existe con el estado de sueño o letargo invernal que afecta al mítico, desde Favila, oso pardo. Volamos en fin con las aves migratorias para constatar que la mitad de la fauna vertebrada tiene una estancia sólo temporal en los lugares donde aparece. En un explosivo recorrido de cuatro inolvidables capítulos, las cuatro estaciones, contemplamos casi absortos como Asturias recupera su vida y alegría en primavera, momento en el que, como la mayor parte de los animales, los «oricios» o erizos de mar expulsan sus gametos al exterior a fecundarse; las sardinas, anchoas y arenques abandonan su letargo invernal en aguas profundas y desovan; y en suma todo reverdece, brota, nace, y nos hace fluir con fuerza la sangre en las mentes y corazones en un mar de verdor y montaña. El Cantábrico es un magnífico lugar en donde se puede gozar y comprender los cambios de la naturaleza cuando llega el verano, que afianza los logros y madura la siembra primaveral. El libro nos hace recordar entrañablemente su punto de partida con las hogueras de San Juan. Es el momento de las orquídeas en


floración, de la hierba seca, del ganado al monte, de «pañar» patatas si las hay, de la costera del bonito, de los veraneantes, de las fiestas y romerías que pululan por todas partes, Santiago, Santa Ana, El Carmen, El Rosario, La Barca, San Cosme, las jiras. Apetece también recordar las «mallegas» cuando había trigo y constituían sin duda un ejemplo inolvidable de solidario trabajo comunitario. Se arrojaban los colmos, se unían las familias en el laborar colectivo y al «escurecer» se disfrutaba de una abundante merienda regada con vino y gaseosa. Y llega el momento de prepararse para tiempos más duros con la aparición silenciosa del otoño, época en que los salmones, reos, truchas y lampreas remontan los ríos y los osos se alimentan insaciablemente con bellotas, castañas avellanas y hayucos caídos al suelo o atrapados directamente del árbol. Las hojas amarillean y las bruma o neblina se hace más intensa. Se recogen las castañas, se «maya» la manzana para hacer sidra, se «esbillan» las vainas de «les fabes» o la «esfoyaza del meiz». ¡Qué reuniones aquellas e n las que al calor de la lumbre y de las entretenidas, ilustradas y a veces picantes conversaciones, se deshojaban y enristraban las panoyas para colgarlas en paneras, hórreos y cabazos! Eran la expresión más pura de trabajar deleitándose con la amistad y la pacífica charla. Se acortan los días, se acrecientan las lluvias, se teme a las heladas y a los temporales, las olas baten furiosas contra costas y muelles. Es el invierno que de vez en cuando nos permite disfrutar de días claros con tibio y confortable sol y atmósfera diáfana. La freza de las truchas, la costera del besugo, los lobos en celo y en lucha por la pareja, las ardillas saltando de rama en rama, la nieve (no tan rigurosa como se piensa) y los miedos y angustias de los mayores, que desean ferviente y calladamente encontrarse con una nueva primavera. En una apasionante contraste, el tétrico grito del búho anuncia el fin del invierno, comienzan a florecer árboles y plantas, retornan las golondrinas... ¡Qué hermosa es la vida! Todo lo que antecede lo encontramos en esta obra de gran rigor científico, escrita con una pulcritud y un sentimiento que

nos generan añoranzas inolvidables. El autor la acompaña además sabiamente con refranes que nos hacen recorrer, casi sin sentirlo, lo más sabroso y rico de lo popular que sabe siempre escoger la idea oportuna, la frase inspirada y chistosa. En efecto los refranes arropan el texto y nos guían en el tiempo. «En abril aguas mil» «Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo» y «Si quies comer cereizas por San Juan, mira’n marzo por donde tan» definen como nadie el tránsito de la primavera al verano. «Septiembre o lleva puentes, o seca fuentes» y el otoñal «aire de las castañas», nos indican con claridad aldeana que el verano se encuentra en los últimos suspiros y que el otoño nos arrulla o despierta en sobresalto con un viento especial con olor y sabor a castaño. De diciembre a febrero es la época de la costera del besugo y por eso la deliciosa sapiencia popular nos sentencia: «diciembre pote n’el llar y besugu na mar». Pero quizás lo que más sintetiza el juego y la realidad de las estaciones, lo que supone un compendio de necesidades vitales y transcurrir implacable y generoso para la tierra del tiempo es el adagio «en xunu barriga farta, y en febreru tóu fay falta». En suma nos encontramos ante una obra importante. Un libro de obligada lectura para asturianos y amigos de Asturias. Que aspiren a combinar la excursión con el conocimiento de la vida en toda la extensión de la palabra. Que se dejen envolver como si de algo o íntimo se tratara en la realidad exquisitamente natural y salvaje de la flora y la fauna. Que aspiren los aires de los tiempos y que sientan la humedad y el calor del terruño situado entre costas, celtas y brañas que mezcla el sabor de la sidra, la fabada, el olor a mar, la imponente naturaleza y la amistosa sensibilidad y carácter de sus gentes. Yo soy desde luego de los que releeré y cargaré con el libro en todos mis viajes por la amada e inconquistada tierra de Pelayo. Yago Pico de Coaña Santafé de Bogotá, septiembre de 2001

prólogo

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La fortuna de tener estaciones

Todo el contento de la vida cífrase en el retorno regular de las cosas exteriores. La sucesión del día y de la noche, de las estaciones del año, de las flores y de los frutos y de cuantas demás cosas se producen en épocas determinadas, para que las podamos gozar y las gocemos, son los verdaderos resortes de la vida terrena. Cuanto más abiertos estemos a estos placeres tanto más dichosos nos sentimos; pero si la variedad de los fenómenos van y vienen ante nosotros sin que en ellos tengamos parte, o si no tenemos capacidad receptiva para tan magníficas ofrendas, sobreviene el mayor mal, la enfermedad más grave, y consideramos entonces la vida cual odiosa carga. (Goethe)

No es difícil comprender porqué las estaciones han servido de inspiración a músicos, poetas y otros artistas. Cada una de ellas impone a los seres vivos unas condiciones que les obligan a compartir y sincronizar sus actitudes. Plantas y animales adoptan así, cuatro espíritus de vida a lo largo del año, a los que todos se apuntan de una forma u otra. Los seres humanos no somos, desde luego, la excepción. El espíritu común a la vida en cada estación llega a todos nuestros sentidos, escuchando los trinos de los pájaros en primavera, viendo los campos floridos, saboreando unas fresas en verano o unas setas en otoño, sintiendo el frío en invierno o el sofoco veraniego, oliendo el humus tras la lluvia otoñal... Pero además, no somos meros receptores de lo que nuestros compañeros en esos ciclos de la vida nos comunican en cada estación. También nosotros percibimos las variaciones en la duración del día y en las temperaturas, y esto no sólo nos hace guardar la ropa de verano y sacar la de invierno o cambiar los bañadores por los esquís o el refresco en una terraza por un batido caliente: son muchas las personas afectadas anímicamente por las estaciones y el ritmo de vida que cada una de ellas emana. La primavera contagia a los seres humanos la misma sensación de renovación vital a la que se han apuntado plantas y animales, animados todos por el crecimiento de los días. El luminoso verano

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prolonga el sentimiento de alegría y bienestar, exteriorizado en fiestas por doquier, vacaciones, etc. Sin embargo, el acortamiento de los días en el otoño y el empeoramiento meteorológico siembran en muchas personas sensaciones de tristeza e incluso depresión. En invierno, con días breves y largas noches, se acentúan los sentimientos melancólicos y nostálgicos, que afloran muy habitualmente bajo un disfraz navideño. Tanta influencia ejercen las horas de luz y las estaciones sobre los humanos, que diversos estudios han demostrado mayor número de depresiones, fallecimientos, suicidios, etc. en algunas de ellas y menos en otras. Y es que estos cuatro espíritus de vida a lo largo del año nos hacen establecer un fácil paralelismo con nuestra propia existencia vital, asociando primavera con nacimiento y juventud, verano con madurez, otoño con senectud e invierno con muerte. Conscientes o no de su influencia, las estaciones nos recuerdan el paso del tiempo, el fin de un ciclo y el comienzo de otro. Debido a todo ello, los sentimientos que provocan son variados, llegando al apasionamiento. En este último grupo se sitúan aquellos que aborrecen el otoño e invierno y que apostarían por una eterna primavera o verano, quejándose continuamente de la meteorología. Son posturas respetables, más aún teniendo en cuenta la influencia psicológica que la luminosidad tiene en muchas personas: la escasez de luz natural puede causar un tipo de depresión conocida como trastorno afectivo estacional, más habitual cuanto más al norte nos desplazamos. Otras personas, más afortunadas, son capaces de disfrutar de los valores y bellezas de cada estación, agradeciendo la variedad paisajística, climática y natural que traen consigo en el transcurso del año. Este libro y su autor se apuntan plenamente a esta forma de disfrutar del gran regalo de las estaciones. Somos afortunados de vivir en un lugar del planeta en el que las estaciones son claramente perceptibles y definidas. La convivencia con ellas desde nuestra infancia quizá nos haga


asumir que son inevitables y comunes a todo el planeta, pero no es así. Los países situados entre el trópico de Cáncer y el de Capricornio no tienen estaciones. La vegetación permanece con el mismo aspecto todo el año y las temperaturas y duración del día apenas varían. Tan sólo una mayor frecuencia de lluvias o de vientos insinúan una leve biestacionalidad dentro de la monotonía climática y paisajística año tras año. El caso de las regiones polares es el opuesto. En ellas la estacionalidad aparece drásticamente marcada, casi de forma excesiva, al sumir al paisaje en noches eternas durante el invierno. En cambio, en las áreas templadas del planeta, las estaciones están suficientemente bien marcadas como para poder disfrutarlas sin los excesivos rigores polares. Pero además, hay un tipo de paisaje y ecosistema especialmente agradecido para el observador de las estaciones: el bosque caducifolio. En él los contrastes estacionales aparecen más marcados que en otras formaciones boscosas de hoja perenne (encinares, bosques de coníferas, etc.), estepas, páramos o desiertos. Por tanto, si en el mapa terrestre buscamos los enclaves óptimos en los que disfrutar de la estacionalidad y su belleza en el paisaje, comprobaremos que ya no quedan tantos lugares privilegiados en ese sentido. Los más importantes serían la región nordeste de Estados Unidos (Vermont, Nueva York, Massachussets, Pennsylvania, etc.), una franja al este de China, Japón, unos escasos enclaves en Nueva Zelanda, Australia, Chile y Argentina, y la Europa central eurosiberiana-oceánica, región a la pertenece Asturias. En un ámbito más reducido, Asturias se presenta como una de las regiones españolas de más bella estacionalidad, gracias a sus bosques y flora caducifolia. Más al sur, la España mediterránea tiene vegetación esclerófila y de hoja perenne, en la que falta el colorido otoñal de los árboles, la caída y brote de hojas en su conjunto. La persistencia de las hojas en el invierno atenúa algo las dificultades que impone la estación para la fauna; en cambio, la vegetación caducifolia queda reducida en

invierno a esqueletos de madera sin protección ni alimento para los animales , que deberán ingeniárselas aún más que en otros ambientes para salir adelante. Cualquier observador de la naturaleza percibe fácilmente que más que cuatro estaciones parece haber ocho; es decir, cuatro estaciones principales y otras cuatro «interestaciones». Las fases de cambio estacional resultan interesantísimas. En ellas la naturaleza sabe anticiparse a la estación que está por llegar con suficiente antelación, aunque a veces sufrirá sorpresas, como una helada nada más desplegar unas flores o una nevada cuando las hojas del bosque aún empezaban a amarillear. Siguiendo criterios astronómicos se han establecido cuatro estaciones, delimitadas por dos solsticios y dos equinoccios, pero la naturaleza adopta el «espíritu estacional» que va a llegar desde bastantes semanas antes. A marzo le queda ya poco de invernal, con los cerezos floridos, los árboles y arbustos desplegando sus hojas y los pájaros cantando o incubando. Tampoco a diciembre le queda mucho de otoñal en su primera veintena, cuando hace ya un mes que han caído las hojas de los árboles, los pájaros han migrado y duermen los lirones, erizos y murciélagos en los paisajes nevados. La riqueza de acontecimientos en nuestras estaciones es inmensa, diversificándose además en los múltiples ambientes naturales de los que disfruta Asturias, desde la costa a la alta montaña. Este libro es una mínima muestra de ellos. Mediante la descripción de numerosos datos fenológicos (actividades de los seres vivos en relación a la época del año), y unos cientos de imágenes, hemos pretendido mostrar el espíritu de la vida en cada uno de sus ciclos anuales en el Principado de Asturias. Son ciclos que se repiten año tras año, modulando y refrescando nuestras emociones mientras avanzamos por la senda de la vida. José María Fernández Díaz-Formentí La Isla, verano del año 2001

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Calendario de la naturaleza en Asturias En las siguientes páginas se resumen mes a mes los principales acontecimientos que van ocurriendo en la naturaleza asturiana y a los que se hace referencia en el texto. Este calendario pretende ayudar al lector a recordar lo que está ocurriendo en la naturaleza simultáneamente en cada mes. Por supuesto muchos de estos acontecimientos no son matemáticos y pueden presentarse semanas antes o después en función del año o de la altitud sobre el nivel del mar. Además algunos de ellos se producen en periodos dilatados en el tiempo, abarcando en ocasiones dos o más meses en los que siguen vigentes. De todas formas puede utilizarse a modo de pequeña guía que recoge momentos relevantes en cada época del año, enriqueciendo y haciéndonos disfrutar más nuestras salidas al campo.

Enero • Costera del besugo. • Sardinas, anchoas, arenques, caballas, etc., pasan el invierno en reposo a profundidades entre 180 y 220 m. • Los cormoranes moñudos toman posesión de una repisa en los acantilados. En ellas los machos esperan a que acuda alguna hembra. • Bandos de jilgueros, verdecillos, pardillos, etc., recorren la campiña costera prospectando campos y rastrojeras en busca de alimento. • Puesta de las truchas en el tramo alto del río. • Las larvas de los invertebrados están aletargadas en el fondo del río y charcas. • Entran en celo las hembras del topo de agua o desmán. • Entran los primeros salmones por los estuarios de los ríos del occidente. • Comienza el celo de los ánades reales o «azulones». • Las rías y marismas acogen a miles de aves invernantes.

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• Los bosques parecen carentes de vida. Algunos bandos de pájaros recorren las copas de los árboles, ramas y troncos en busca de invertebrados aletargados. • En las noches se escucha el entrecortado ulular del cárabo. • Los petirrojos («raitanes») residentes todo el año comienzan a apropiarse de un territorio, delimitándolo con sus cantos. • Los erizos, lirones y murciélagos están en plena hibernación al igual que la mayoría de los reptiles e invertebrados. • Los machos de oso pardo cantábrico se retiran a sus oseras a comenzar su letargo invernal. También lo hacen las osas no preñadas. Aquellas que sí lo están lo habían hecho antes y comienzan ahora sus partos, naciendo habitualmente entre 2 y 3 oseznos. • Se implanta el óvulo fecundado del corzo, comenzando la verdadera gestación tras las cópulas del verano. • Diversos carnívoros comienzan su celo, como el lobo, zorro, gato montés, garduña, marta, etc. En las noches se escuchan aullidos, «guarreos», maullidos y chillidos. • Primero de los dos periodos de celo de la ardilla. • Las abejas conservan temperaturas de 20-30 °C en el seno de la colmena vibrando sus alas para generar calor. • Bajo la tierra y la hojarasca muchos invertebrados superan el invierno en forma de larva, pupa, crisálida, huevos, etc. • La musaraña rebusca incesantemente invertebrados, pues no hiberna y debe mantener activo su metabolismo. • En los valles bajos comienzan a florecer algunas plantas, como eléboros y alguna hepática. También se ven los amentos (flores masculinas colgantes) de los avellanos. Avanzado el mes comienzan a brotar las flores de algunos sauces y salgueras. • En el sotobosque de carbayedas y encinares el rusco muestra sus frutos rojos. • El ganado está estabulado, alimentado con la hierba almacenada en la «tenada». • Comienza el dilatado periodo de celo de la liebre de piornal. • Vuelos de celo en las colonias de buitre leonado. • Las parejas de águila real reconstruyen y reparan sus nidos mientras deciden cuál utilizarán en la próxima temporada de cría. • Soledad y silencio en la alta montaña.

Febrero • Las sardinas y anchoas están abandonando su letargo en aguas profundas y comienzan sus puestas. • Los erizos de mar («oricios») tienen las gónadas a punto para comenzar la reproducción. • Algunas aves invernantes comienzan a partir rumbo a sus territorios de cría en el norte. • Los cormoranes moñudos van constituyendo parejas en las colonias de acantilados e islotes. • Las escasas parejas de ostreros nidificantes en Asturias comienzan a ocupar sus islotes de cría. • Cortejo y vuelos de celo del halcón peregrino en acantilados y cortados rocosos. • Los salmones que van entrando a los ríos tras su largo viaje marítimo se cruzan con sus congéneres que, tras la freza, bajan el río moribundos («zancaos»). Los pocos que alcancen el mar podrán recuperarse y repetir el viaje. • Celo de la nutria. Se escuchan silbidos de los machos en el río. • Primeros nacimientos de los «jaramugos» de salmón y trucha. • Las ranas bermejas están ya en plena puesta, desparramando sus centenares de huevos gelatinosos en charcas, fuentes y riberas de arroyos. • Las endémicas salamandras rabilargas comienzan sus desoves. • Los tritones alpinos ya están en las fuentes y charcas de los valles bajos, exhibiendo su vistosa librea nupcial. En estos mismos lugares algunos invertebrados comienzan a salir de su letargo invernal. • Los sauces y salgueras ya están floridos, destacando entre los árboles de bosques y setos. • Florecen los alisos en las riberas fluviales y zonas encharcadas. • Los tejos ya tienen sus discretas flores, que desprenden nubes de polen al viento. • En zonas bajas florecen los laureles. • Van apareciendo cada vez más eléboros, hepáticas y primaveras en flor. • El pito negro está en celo, escuchándose sus característicos gritos en el silencio de los bosques de montaña. • El azor emite sus chillidos mientras efectúa vuelos de celo. • Se escuchan cantos de zorzales, petirrojos y mirlos, que pronto comenzarán a construir sus nidos. • Durante las nevadas, los urogallos y otros muchos animales se refugian en las acebedas, que les


De izquierda a derecha: frutos de rusco (enero); pico picapinos (febrero); «raposu» (enero); flor de arándano (abril); violetas (marzo), y yema de arce abriéndose (abril).

proporcionan alimento y ambiente más agradable y seguro. • Se intensifica el celo de las libres de piornal, con persecuciones, mordiscos y combates de «boxeo» entre machos y hembras no receptivas. • La gineta está en celo y apareándose, al igual que la mayoría de los carnívoros. • Se deshacen los grupos de lobos y se constituyen parejas. El celo va tocando a su fin. • También las cornejas y los cuervos forman parejas. • La osa ya amamanta a los oseznos en el interior de la osera. Sus congéneres duermen «enarciados», aunque pueden despertarse alguna vez y deambular fuera de su cubil. • Los camachuelos recorren en grupos arboledas y pomaradas en busca de yemas y botones florales. • En días soleados algún reptil puede despertar de su hibernación y salir a solearse. • Los buitres comienzan las puestas de su único huevo. • Las águilas reales consolidan los lazos con su pareja de años anteriores a base de vuelos nupciales con picados, persecuciones, choques y chillidos. A continuación llegan las cópulas.

Marzo • Soplan aires de cambio en la naturaleza. Los días se alargan con rapidez y las plantas y animales lo han advertido, preparándose para la inminente llegada de la primavera, cuyos signos son cada vez más evidentes. • Los peces han abandonado las aguas profundas y se acercan a la costa. Algunos vuelven a frecuentar las charcas y pozas de los pedreros. También los invertebrados acuden a aguas superficiales. • Comienza el éxodo de aves invernantes rumbo al norte. Se detecta el paso primaveral de numerosas especies, que se detienen poco tiempo, pues viajan azuzadas por el instinto reproductor. • En las colonias de cormorán moñudo algunas parejas aún están construyendo el nido, otras ya han efectuado su puesta y están en plena incubación. • Comienzan las puestas del halcón peregrino. Alboroto en las colonias de gaviota patiamarilla: se reencuentran las parejas y refuerzan sus vínculos, que en los meses previos parecían haberse olvidado. • El mirlo acuático ya va a tener su primera pollada del año. • El martín pescador inicia su celo a fines de mes.

• En los ríos continúan eclosionando los huevos de salmón y trucha. • El turón atraviesa su periodo de celo más intenso. • El sapo común está en pleno periodo de cópulas. • En los valles bajos ya están en el agua la práctica totalidad de los tritones, comenzando además las puestas. Los de las zonas altas empiezan a entrar en el agua si las temperaturas lo permiten. • Florecen los fresnos, olmos montanos, cerezos, carbayos, etc. • Semana a semana se van viendo más especies de plantas en flor. Destacan la orquídea temprana, los narcisos, el diente de perro, las anémonas, etc. Las flores del sotobosque aprovechan la alta iluminación que llega al suelo al faltar todavía las hojas en los árboles. • El macho del chochín ha construido varios nidos. La hembra forra de plumas el que escoge para la puesta. • Los petirrojos ya tienen huevos o pollos. • Los mitos están todo el mes muy atareados construyendo su elaborado nido de líquenes. A finales del mismo comenzarán las puestas. • Cada vez se escuchan más aves señalando su territorio mediante los cantos: carboneros, verdecillos, chochines, mirlos, palomas, etc. • Los picapinos tamborilean en los árboles respondiéndose. • Los grupos invernales de arrendajos («glayos») se deshacen y se constituyen parejas. • Los misteriosos búhos chicos cantan durante las noches en hayedos y robledales. Mientras, la hembra de cárabo ya incuba. • Es época de partos para muchos mamíferos: jabalí, gato montés, tejón,... • Se despereza el erizo de su letargo a la vez que muchas de sus presas, principalmente insectos. • La loba, ya preñada, busca y prepara el cubil. • Comienzan a caer los cuernos de los ciervos. • Los reptiles van saliendo a solearse. Pronto empezarán sus luchas territoriales y cortejos. Si vuelven días fríos regresarán temporalmente a los refugios. • Cantan los sapos parteros. • Las aves exiliadas de la alta montaña van abandonando sus territorios de invernada más basales y ascienden pausadamente de nivel. También los rebecos van regresando a los riscos desde los bosques en los que se refugiaron en invierno. • Vuelan los ratoneros en celo, emitiendo sus característicos maullidos.

• Van llegando aves desde África a reproducirse en Asturias, principalmente golondrinas, aviones, alimoches, águila calzada, autillo, culebreras, etc. • Se van los últimos jilgueros y zorzales que habían pasado el invierno en Asturias. • El águila real efectúa la puesta de sus dos huevos. • Los osos comienzan a abandonar el cubil. Buscan ahora plantas herbáceas que estén brotando. Su dieta será fundamentalmente herbívora por un tiempo, aunque no despreciará carroñas, insectos o sus larvas como complemento.

Abril • Muchos peces marinos comienzan sus desoves. En las charcas de bajamar hay cada vez más invertebrados y alevines de peces. • Se intensifica la patida y el paso de aves invernantes de viaje hacia el norte de Eurasia. • Bullicio en los fondos de las charcas y medios acuáticos. Los invertebrados y sus larvas ya están activos. • La mayoría de los cormoranes moñudos están en plena incubación. Los que comenzaron a hacerlo antes ya tienen pollos recién nacidos. • Los halcones peregrinos y ostreros también están en plena incubación. • Los salmones «abrileños» remontan nuestros ríos. • Puestas del martín pescador. La primera generación anual del mirlo acuático abandona el nido. • Los tritones continúan sus puestas, doblando y pegando hojas de plantas subacuáticas en torno a cada huevo. • Abundante floración en los valles bajos. En esas zonas los árboles tienen las hojas nuevas recién desplegadas o terminando de hacerlo. Millones de invertebrados comienzan a atacarlas. • En los valles y montes se escucha al cuco, recién llegado del sur del Sahara. • Otras aves de residencia primaveral y estival van llegando a reproducirse, como los chotacabras, abejeros europeos, alcotanes, águilas calzadas, bisbitas, zarceros, etc. • La mayoría de las aves residentes todo el año ya están incubando o con pollos (petirrojos, carboneros, mitos, jilgueros, mirlos, chochines, etc.) • Los insectos ya están activos y con ellos sus depredadores (reptiles, sapos, erizos, murciélagos y otros insectívoros). • Comienzan a florecer espineras, endrinos, rosales silvestres, etc. En los «cotoyares» (tojales) y escobares el amarillo es el color predominante.

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• Los reptiles se muestran en su despertar muy territoriales y pronto entran en celo, exhibiendo vistosos colores nupciales. • Se comienza a subir el ganado al monte, aunque aún no a los pastos más alejados o elevados. • En los bosques de montaña aún no ha brotado la hoja, pero el color de las copas de los árboles ha cambiado a tonos casi violáceos: las yemas están hinchadas y próximas a abrirse. • En el sotobosque los jacintos estrellados realizan su espectacular y masiva floración, que tapiza por completo el suelo del algunos rincones del bosque. Siguen floreciendo narcisos, anémonas, etc., aprovechando los últimos días antes de la foliación. • En las madrugadas los machos de urogallo cantábrico emiten su extraño canto en ciertos rincones de los bosques de montaña, los «cantaderos». • En las primeras horas tras el alba, se escucha en nuestros montes una auténtica sinfonía de trinos, gorjeos, tamborileos, etc. • Continúa el «desmogue» del venado. El corzo, en cambio, ya terminó de desarrollar sus cuernos. • Las lobas comienzan los partos. También nacen los primeros gatos monteses y corcinos. El mayor número de partos de jabalí ocurre ahora. • Los pájaros de montaña continúan ascendiendo hacia sus territorios de cría. • Se disgregan los bandos de perdices pardillas, constituyéndose parejas y territorios. • Las culebreras europeas ponen su único huevo. También los alimoches efectúan las puestas. • Eclosionan los huevos de buitres y águilas reales. • Cuervos y chovas incuban en grietas y oquedades.

Mayo • Las algas marinas adquieren sus mayores extensiones bajo las aguas. • Muchos invertebrados marinos están en pleno desove en aguas superficiales (sepias, erizos, centollos, etc.) Las larvas salen de los huevos en pocos días, incorporándose al plancton. • La sardina va terminando su desove en aguas profundas y comienza su viaje «trófico» hacia aguas menos profundas. • La mayor parte de los nidos del cormorán moñudo ya tienen pollos. También los halcones peregrinos. • Siguen entrando salmones a los ríos («mayucos»). También los reos empiezan su remonte desde el mar. • Las lampreas están desovando en el río. Después, los adultos morirán.

14 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

• Gran bullicio de vida en las charcas y fondos de ríos. Gran abundancia de renacuajos, larvas de tritón, invertebrados, etc. • Cantan las ranas comunes y de San Antonio, los sapos parteros, etc. • Máxima floración en los campos y valles de altitudes moderadas. Los saúcos inundan la campiña con sus flores blancas. • Foliación en los bosques de montaña. Los árboles estrenan hojas y la luz que llega al sotobosque se reduce progresivamente. • La abundancia de insectos hace a esta época muy favorable para cebar a los pollos. Por ello, la mayoría de los pájaros está alimentándolos por entonces. Han sincronizado sus puestas y polladas para aprovechar la proliferación de orugas que acompaña al despliegue de hojas. • Los jóvenes cárabos se agolpan en una rama al salir del hueco del árbol donde nacieron. Los pollos del búho chico también están crecidos. • La hembra del cuco espía las idas y venidas de ciertas especies de pájaros con huevos en el nido. Si éste queda momentáneamente desatendido, reemplazará uno de los huevos por el suyo. • Aún llegan desde África aves migratorias a criar en Asturias: vencejos, aviones comunes, alcaudones dorsirrojos, etc. • Los oseznos, zorreznos y pequeños tejones se aventuran fuera de sus madrigueras a curiosear y juguetear. • Las hembras de urogallo van perdiendo interés por los cantaderos a medida que avanza el mes y buscan algún recoveco en el suelo bien oculto para comenzar las puestas. Los machos siguen acudiendo a desarrollar la parada nupcial en los cantaderos. • El oso se adentra en vaguadas húmedas a comer los brotes en desarrollo de las plantas umbelíferas. • Los pastizales alpinos van quedando al descubierto, sin nieve. Los rebecos los recorren, mientras algunas gencianas comienzan a florecer. • Las hembras de rebeco y de ciervo paren a su cría en zonas escarpadas o de espesos matorrales, donde la mantienen oculta durante unos días hasta que sea capaz de seguir al grupo. Nacen también los últimos corcinos. • Las águilas reales, buitres, alimoches, cuervos y, en la segunda quincena del mes, la culebrera, están ya con pollos. Otros pájaros de montaña de pequeño tamaño aún incuban (bisbitas, escribanos, aviones, chovas, etc.)

Junio • Los pollos del cormorán moñudo ya son grandes. Algunos comienzan a saltar al mar y nadan hasta una roca donde seguirán siendo alimentados por los adultos. • En los caladeros se pescan sardinas, lubinas, botones, salmonetes, calamares, etc. • Los centollos forman grupos numerosos para aparearse una vez la hembra termina su muda prenupcial. Otro tanto hacen las quisquillas. • En algunos islotes costeros los paíños europeos incuban sus puestas. • En los acantilados y dunas hay cada vez más flores. • En la rasa costera florece el escaso pero espectacular lirio del revés (Lilium pyrenaicum). Simultáneamente, en los hayedos aparecen unas flores muy similares, las de la azucena silvestre o martagón (Lilium martagon). • Los jóvenes halcones peregrinos, recién emplumados, saltan al vacío desde el nido, estimulados por sus padres. • En los ríos abundan los alevines de la trucha y del salmón. • Las libélulas están especialmente activas y enfrascadas en sus cópulas. • Algunos tritones van abandonando ya el agua, terminada la reproducción. Florecen la zarzamora, el castaño y el agracejo o «sanjuanín». Los insectos acuden sin cesar a las flores de las umbelíferas. • Comienza la época de «ir a la hierba». • Las orquídeas están en plena floración. También el agracejo y la amapola amarilla. • Para miles de jóvenes aves llega el crucial momento de saltar del nido y aprender a volar y a desenvolverse por su cuenta. El gavilán está incubando sus huevos y alimentará a sus pollos con esos inexpertos pájaros jóvenes. • Abundan ciertos coleópteros como los anaranjados «sanjuaninos» y los escarabajos solsticiales o sanjuaneros. • Los cucos adultos emprenden su regreso a África. • Se va terminando el celo de los urogallos. Poco después los machos comenzarán a mudar el plumaje. • Las hembras del urogallo incuban los huevos. En la segunda quincena del mes comienzan los nacimientos. • Las osas campean seguidas de los oseznos, que alternan la observación y aprendizaje de su madre con incesantes juegos y revolcones.


De izquierda a derecha: margaritas (mayo); caballito del diablo (junio); amapola amarilla (junio); violeta (mayo); siempreviva picante (julio), y lirio azul (julio).

• Los osos están en celo. Si los machos detectan una hembra con crías, pueden intentar matar a los oseznos para que ésta entre en celo. Por ello, las hembras con prole están muy alerta y abandonan la zona si advierten la presencia de un macho. • En el monte abundan los mamíferos seguidos de sus camadas: ciervos, corzos, zorros, lobos, gatos monteses, etc. • En la alta montaña comienzan espectaculares floraciones. • El pollo del águila real termina de emplumarse. Es ya un juvenil y hace ejercicios de musculación aleteando para abandonar próximamente el nido. • Alimoches y treparriscos jóvenes van dejando el nido.

Julio • Van llegando los bonitos al Cantábrico, procedentes de las aguas de Azores, Madeira y Canarias. • Aumenta la concentración de pardelas en aguas cantábricas, que siguen con frecuencia a los barcos pesqueros. • Amplia floración en dunas y acantilados. • Los cormoranes moñudos jóvenes van terminando su aprendizaje en técnicas de vuelo y pesca. • Las jóvenes gaviotas patiamarillas experimentan sus primeros vuelos. • Continúan entrando salmones a los ríos de Asturias. Son ejemplares pequeños («serondos»), que han pasado un solo invierno en el mar. • Las plantas en el río adquieren su mayor proliferación. Las larvas de anfibios e invertebrados van completando su desarrollo. • Mientras las hembras de ánade real recorren las charcas y zonas remansadas del río seguidas de sus pollos, los machos se ocultan en lo más espeso de la vegetación acuática. Les toca mudar las plumas de las alas, por lo que durante esta fase, conocida como «mancada», son especialmente vulnerables a los depredadores, pues no pueden volar. • La vegetación está a pleno rendimiento fotosintético, invirtiendo su producción bioquímica en el desarrollo de la planta. • Los cerezos ya tienen frutos. Es el mes de «la hierba» y en los campos se siega, seca y recoge para alimentar al ganado en invierno. • En el crepúsculo los ciervos volantes («bacallories») se dirigen a las ramas de los robles principalmente. Allí, los machos se enfrentan, arrojando a sus rivales de la rama para quedar a solas con las hembras.

• «Cantan» los grillos comunes en las noches cálidas, friccionando sus élitros. También emplean este sistema los saltamontes y chicharras. • Las ziguenas están en plena cópula. Estas mariposas son fáciles de ver en pedregales calizos con cardos azules. • La abundancia de insectos facilita el hallazgo de comida a los pájaros jóvenes, pero su inexperiencia y relativa torpeza los convierte en fáciles presas para el gavilán o el alcotán, ambos con pollos en el nido. • La urogallina recorre la periferia del bosque, sus claros y áreas de matorral seguida de los pollos. En estas zonas encuentran abundantes insectos y refugio en caso de peligro. Conductas similares tienen las perdices rojas, pardillas y codornices. • La marta, garduña y armiño tienen su segundo periodo de celo en el año. En la segunda quincena comienza el del corzo. • Muchas crías de mamíferos siguen a sus padres aprendiendo a sobrevivir. Otras se acaban de independizar o están próximas a hacerlo. • Los machos de venado están eliminando el terciopelo que cubría sus cuernos, ya formados. A medida que se desprende, el terciopelo queda colgando en jirones («correas»). • Los reptiles encuentran la ocasión perfecta de efectuar sus puestas. El calor del verano se encargará de su incubación. • La joven culebrera abandona el nido, pero simplemente para buscar otro posadero donde continúa siendo cebada por sus padres. • Ya vuelan los jóvenes ratoneros, lechuzas, aviones, golondrinas, vencejos, etc. • Las jóvenes águilas reales abandonan el nido y aprenden la maestría en el vuelo y la caza con sus padres. • También los jóvenes buitres dejan el nido, pero con frecuencia tan sólo para visitar el nido de otro de su generación, donde varios ejemplares esperan a ser cebados. • En la alta montaña continúa la espectacular floración de plantas alpinas, para quienes es ahora primavera.

Agosto • Los pesqueros que faenan en la «costera» del bonito son seguidos por pardelas y paíños. • Abundan las sardinas, anchoas («bocartes»), jureles («chicharros»), calamares, etc., que aprovechan los afloramientos de aguas ricas en nutrientes.

• Por el litoral y aguas costeras de Asturias comienza un importante flujo migratorio de aves marinas y de medios húmedos. Ante la costa pasan aves de otras regiones europeas y árticas que van costeando el Cantábrico y Atlántico rumbo al sur. Entre ellas se encuentran correlimos, archibebes, andarríos, chorlitejos, zarapitos, alcatraces, etc. • Los juveniles de salmón («pintos») sienten la llamada del mar y van descendiendo hacia la desembocadura del río. • El avión zapador emprende su viaje al África subsahariana (Sahel), donde pasará el invierno. En su reemplazo van llegando garzas reales a invernar en rías, cauces fluviales y embalses. • Abundan las pequeñas ranas y anfibios recién metamorfoseados. Aprovechan la abundancia de insectos para prepararse para el invierno. • La vegetación ha concluido su crecimiento anual: es momento de formar las yemas que contienen los primodios de las hojas que se desplegarán el próximo año, bien protegidas para resistir el invierno. También aprovechan las condiciones todavía favorables de luz y temperatura para avanzar en la maduración de los frutos. • Comienzan a madurar algunos frutos, como zarzamoras, arándanos, cornejos, grosellas, etc. Son muy buscados por las aves migratorias que necesitan engordar y hacer acopio de grasa para utilizarla como combustible en sus largos viajes. • El corzo continúa en celo. El macho corretea tras las hembras que pasan por su territorio. • Muchas plantas de setos vivos están en flor, como la correhuela, el hinojo o el tóxico beleño. • En setos y matorrales se lleva a cabo la dramática cópula de la mantis religiosa. Pocos machos saldrán vivos. La mayoría serán devorados por las hembras. • Abundan las mariposas nocturnas; los murciélagos las cazan activamente, al igual que el chotacabras. Estos últimos, animados por la abundancia de alimento emprenden su segunda puesta, retrasando su migración. • Eclosionan los huevos de numerosos reptiles. • Ya vuelan los jóvenes gavilanes, vencejos, chovas, etc. También empieza a hacerlo la joven culebrera. • Emprenden viaje al sur los colirrojos reales, roqueros rojos, currucas, mosquiteros, escribanos, vencejos, codornices, etc. • Algunas aves como los gorriones alpinos comienzan a hacerse gregarias. • Las víboras de Seoane paren a sus 5-6 viboreznos. También el lución alumbra a sus crías en la noche.

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• En las noches se escuchan aullidos de lobos, probablemente para mantener la cohesión del grupo familiar. Los lobatos ya acompañan a sus padres en las cacerías.

Septiembre • Se intensifica el paso de alcatraces atlánticos ante la costa y de otras aves migratorias, como el chorlitejo grande, chorlito dorado europeo, correlimos zarapitín, vuelvepiedras, charrán, etc. • Algunos ostreros que pasan ante nuestras costas refuerzan los efectivos de la población residente, quedándose a invernar. Otros siguen viaje al oeste. • Van llegando cormoranes grandes, principalmente jóvenes e inmaduros, a pasar el invierno en Asturias. En otoño irán llegando los adultos. • Los jóvenes cormoranes moñudos, paíños y gaviotas nacidas en nuestro litoral recorren la costa en busca de un territorio o colonia en la que integrarse, una vez independizados. • También llegan martines pescadores a invernar. Suelen quedar en marismas y zonas costeras, pescando en las charcas de bajamar de rías y pedreros. • Van madurando cada vez más frutos; además de arándanos, zarzamoras, cornejos, etc., que ya habían comenzado a estar disponibles en agosto, cada vez se ven más saúcos, madroños, nuezas, manzanas, higos, espineras, escaramujos, bayas de tejo, endrinos, etc. Los árboles y arbustos muestran sus hojas envejecidas y deterioradas por la radiación solar y los ataques de insectos. • Los lirones grises se atiborran con las avellanas, ya madurando. Otros frutos tipo «nuez» aún están verdes (hayucos, bellotas, castañas, etc.) • La oferta de frutos atrae a osos, tejones, erizos, jabalíes, lirones grises y caretos, ratones, topillos, ardillas, etc., en su busca. • Algunas aves residentes, (jilgueros, mitos, etc.) van haciéndose gregarias. • Las mantis religiosas y saltamontes ponen sus huevos. El insecto adulto no sobrevivirá al invierno. • Algunos insectos comienzan los preparativos para la estación desfavorable. Las orugas de algunas mariposas buscan algún refugio para pasar el otoño e invierno en forma de crisálida. • Los jabalíes están entrando en celo, que se acentuará en otoño. • Los murciélagos cazan activamente insectos nocturnos, engordando cuanto pueden para afrontar la hibernación.

16 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

• Se van los abejeros europeos, culebreras, águilas calzadas, alimoches, autillos, currucas, palomas torcaces, mosquiteros, papamoscas, colirrojos, torcecuellos, buscarlas, codornices, golondrinas, aviones, collalbas, alcaudones dorsirrojos, zarceros... los bosques y campiñas van vaciándose de pájaros veraneantes. Los que están próximos a irse aprovechan la oferta de frutos para hacer acopio de grasa, que usarán como combustible en su viaje. • Las jóvenes águilas reales se están independizando: sus vuelos les alejan de donde nacieron, vagabundeando en busca de un territorio vacante. • Comienza la berrea del venado, habitualmente tras las primeras lluvias y enfriamiento de temperaturas a mediados de septiembre.

Octubre • «Ñoclas» y bogavantes están en plena reproducción en aguas marinas. • Numerosas aves llegan a pasar el otoño e invierno en aguas del Cantábrico, sin acercarse a la costa, salvo en situaciones de temporal. Entre ellas los págalos grandes, paíños boreales, etc. • Millares de aves marinas pasan por la costa de camino a aguas más templadas: cormoranes, alcatraces, gaviotas, pardelas, araos, alcas, negrones, etc. • Diversas especies de anátidas vuelan rumbo al oeste. Algunas permanecerán en Asturias parte del otoño e invierno. • Llegan estorninos pintos desde otros países europeos. En los atardeceres sus grandes bandos buscan dormideros (habitualmente árboles) en los que pasar la noche. • Se aprecia un numeroso paso de alondras entrando desde el mar; también llegan bandos de jilgueros, mosquiteros, lavanderas, etc. • Las anguilas «plateadas» salen de los ríos al mar. Están listas para su viaje reproductor hasta el mar de los Sargazos. Tras el desove en sus aguas profundas, morirán. En los estuarios se encuentran con sus congéneres juveniles, las angulas, que comienzan a llegar desde aquel mar, tras un viaje de 4000 km. • Las lampreas marinas remontan el río mientras van madurando sexualmente. • Gran remontada del salmón atlántico: tras las primeras lluvias importantes del otoño y la crecida del río, el salmón salta cascadas y aletea vigorosamente en los rápidos, ahora que el caudal se lo permite sin riesgo de quedar en seco. También aprovechan esta circunstancia los reos.

• Los cangrejos de río autóctonos siguen con sus enfrentamientos nupciales mientras en las riberas los chopos y sauces comienzan a amarillear. • Los brezales aún se presentan floridos. • Florecen las quitameriendas, cólquicos y falsos azafranes. • Comienza el gran momento de los hongos. Tras los días húmedos brotan en numerosos lugares. Las setas son tan sólo el órgano reproductor de un organismo mucho mayor que lleva una oculta vida entre el humus, madera muerta, etc. • El monte es un gran almacén de frutos. Se incorporan más cantidad de endrinos, escaramujos, serbales, mostajos, boneteros, etc. Van también madurando las nueces, bellotas, hayucos, castañas, acebos, etc. • La fauna aprovecha la abundancia de alimentos en el monte. Incluso los carnívoros no le hacen ascos a esta comida fácil. Todos intentan engordar, fortalecerse o crear despensas para afrontar el invierno. • El arrendajo («glayu») entierra y esconde bellotas para recurrir a ellas en invierno. Aquellas que no recupere germinarán en primavera, habiendo ayudado así a la dispersión de semillas y regeneración del bosque. • Muchos roedores se afanan en crear despensas invernales, los lirones grises y caretos, erizos y murciélagos engordan cuanto pueden para hibernar. También el oso, aunque no sea una auténtico hibernador. • Llegan pinzones reales desde las taigas siberianas y escandinavas atraídos por las montaneras de hayucos. • Se van algunas aves forestales y de la campiña (gavilanes, búhos chicos, palomas, cernícalos, chotacabras, etc.), llegando otros en su sustitución, desde países norteños: petirrojos, mirlos, pinzones comunes, mosquiteros, acentores, etc. • Abundan los pájaros erráticos nacidos en el año. Los jóvenes azores tienen fáciles presas. • Máxima intensidad de la berrea del venado. Los machos defienden y señalan la posesión de su harén de hembras. • Es época de caza mayor. Las cacerías, batidas, disparos, etc., hacen en esta época a la fauna especialmente recelosa. • La mayoría de los mamíferos acaba de completar el desarrollo de la borra o lanugo que les protegerá de los fríos invernales. El aspecto de corzos, rebecos, zorros, jabalíes, lobos, etc., se hace más voluminoso y


De izquierda a derecha: murciélago de herradura grande (La Isla, Colunga, septiembre-octubre); recogiendo patatas (septiembre); otoño en Quirós (octubre); hojarasca en el suelo de Muniellos (noviembre), y arbusto tras la ventisca en Caso (diciembre).

oscuro, debido a los depósitos de grasa y a sus abrigos de invierno. • El corzo comienza a desprenderse de sus cuernos. • Se independizan los jóvenes gatos monteses y mustélidos. • Los arandanales de montaña muestran hermosos colores rojos. Sus bayas son el último alimento que ofrece la vegetación en la altura. • Los pájaros alpinos van descendiendo de nivel: acentores, bisbitas, escribanos, treparriscos, ... bajan hacia el bosque, campiña, desfiladeros, etc. • El cerezo adquiere espectaculares tonos rojos y amarillos, anunciando el gran despliegue de color que está a punto de llegar.

Noviembre • Continúan llegando a Asturias (o pasando por su territorio) aves procedentes del norte y centro de Europa, especialmente si la climatología en sus lugares de origen se encrudece. • En lagos, embalses y rías, hay grandes concentraciones de anátidas, fochas, garzas, gaviotas, cormoranes, etc. Algún grupo de ánsares se detiene unos días en Asturias antes de continuar viaje al sur (principalmente a las lagunas de Villafáfila en Zamora). • Parte de los págalos grandes y paíños boreales detienen su migración en aguas del Cantábrico aprovechando la abundancia de alimento. Permanecerán el otoño e invierno mar adentro, sin acercarse a la costa salvo en fuertes temporales. • Los ríos bajan crecidos y cuajados de hojas, que suponen un enorme aporte de materia orgánica para los primeros eslabones de la cadena trófica. • Los salmones continúan remontando el río y llegando a las áreas de freza. Los machos exhiben su librea nupcial, con manchas rojizas y amarillentas rodeadas de un halo más claro. Además, la mandíbula inferior adopta una agresiva forma de gancho, al crecer su tejido cartilaginoso. En la segunda quincena del mes ya comienzan la freza en el lecho del río. • Espectacular colorido en nuestros montes a principios de mes. Los árboles han dejado de producir clorofila y están decomisando todas las sustancias aprovechables de sus hojas antes de desprenderse de ellas. Al desparecer la clorofila, quedan desenmascarados otros pigmentos amarillos y rojizos (carotenoides y xantofilas) que también estaban presentes previamente en las hojas, pero ocultos por la verde clorofila.

• Se terminan de cerrar las barreras que unen la hoja a la rama. Dicha unión se va debilitando y con la ayuda del viento se desprende. Comienza una incesante lluvia de hojas; en los meses siguientes serán descompuesta en el suelo y los árboles podrán recuperar sus compuestos más básicos mediante sus raíces superficiales. • En las noches y días húmedos la salamandra acude a zonas de encuentro entre machos y hembras para comenzar su cortejo. • En las noches otoñales lluviosas abundan en carreteras, campos y bosques todo tipo de anfibios en busca de caracoles, babosas e insectos. Muchos morirán aplastados por los coches. • Llegan las «arceas» o becadas en noches ventosas, así como nuevos bandos de invernantes: jilgueros, verderones, herrerillos, carboneros, bisbitas, zorzales, etc. • La llegada de ratoneros comunes a invernar duplica el número de observaciones de esta rapaz, fácil de ver en postes y árboles ya deshojados. • A medida que el tiempo se enfría, los reptiles se retiran a sus refugios de invierno, entre rocas o bajo troncos. También están a punto de hacerlo los lirones y erizos, que apuran las últimas ofertas de frutos e insectos que les brinda el monte para engordar antes de hibernar. • Muertes masivas de insectos, incapaces de sobrevivir sin hojas de las que alimentarse y bajo los fríos que se avecinan. Algunos recurrirán a un letargo o diapausa invernal en un refugio del que pueden salir en días cálidos y soleados. • Sopla el viento de las castañas, que desnuda los árboles con rapidez. Época de «amagüestos», «sanmartinos», «mayar» manzana y otras actividades colectivas («andechas») del otoño. Llega también el momento de bajar el ganado a los pueblos. • El rebeco está en pleno celo; los machos solitarios se acercan a los grupos de hembras, vigilándolos y rechazando a otros machos. • El invierno recupera sus dominios en las cumbres. Las últimas aves alpinas abandonan esos territorios, descendiendo a cotas más bajas. En la alta montaña ha vuelto el frío y el silencio.

Diciembre • Muchas especies de la fauna marina ya están en zonas más profundas y tranquilas para pasar un invierno relajado, a salvo de las mares gruesas y arboladas de la superficie. «Ñoclas», centollos y otros

invertebrados están a unos 90 m de profundidad. Sardinas, anchoas, rubieles, arenques, caballas, etc., descienden hasta el borde de la plataforma continental (180-220 m). Permanecen estáticos, madurando sus huevos y esperma. • Los temporales y galernas aproximan a la costa aves marinas en ruta migratoria o que están pasando el otoño en el Cantábrico, como paíños, págalos, gaviotas sombrías, araos, alcas, etc. • A finales de mes, el cormorán moñudo ya exhibe el simpático moño que le da nombre. • Mientras los bosques y montañas parecen vacíos de vida, en las rías hay un gran bullicio de avifauna invernante: anátidas, fochas, gaviotas, zampullines, garzas, etc. Los cormoranes grandes ocupan masivamente sus dormideros. • Los primeros temporales de frío en Europa traen (ya desde semanas atrás) grandes bandos de avefrías que se instalan en rastrojeras, «porreos» y prados. • Azuzados por el frío del norte siguen llegando anátidas y aves emblemáticas del frío, como los colimbos, llegados de Groenlandia e Islandia. También llegan más patos marinos como los negrones y éideres. Por los fangos de las rías en bajamar corretean las aves limícolas invernantes (zarapitos, correlimos, archibebes, etc.) • Murciélagos, erizos y lirones grises y caretos ya están hibernando. El oso acondiciona su osera: en función de la meteorología entrará en ella en este mes o en enero. Las primeras en hacerlo suelen ser las hembras preñadas. • Otros animales intentan seguir activos bajo tierra y nieve. Unos complementan sus escasos hallazgos de comida con los alimentos de sus despensas (ratones, topillos,...). Las musarañas buscan sin cesar invertebrados aletargados entre piedras, barro, troncos caídos, etc. • Muchos pájaros forestales han descendido a las campiñas basales, cambiando incluso de hábitat. Otros permanecen en los bosques, agrupados en bandos, en busca de invertebrados aletargados entre los líquenes y cortezas. • Las truchas han remontado el río hacia sus frezaderos del tramo alto y comienzan sus puestas, mientras el salmón va terminando las suyas. • El topo de agua macho entra en celo. La hembra aún tardará un mes. • El ganado ya está estabulado en los pueblos. Humean las chimeneas y se corta la leña. Ha llegado el invierno.

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Sobre el origen de las estaciones y los cambios que traen consigo

Debido a la inclinación del eje de rotación de la Tierra, este haya junto al río Muniellos (Cangas del Narcea) recibe distintas cantidades de horas de luz al año, así como diferentes

temperaturas. Sin embargo, su especie ha sabido adaptarse bien a estas variaciones anuales, reflejadas en su cambiante aspecto. Este «capricho» de la física rotacional de

18 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

nuestro planeta ha exigido complejas adaptaciones a los seres vivos afectados por estos cambios anuales. A medida que nos desplazamos al sur, las estaciones y sus contrastes

son cada vez menos perceptibles, siendo inapreciables en el ecuador, donde la duración de los días y noches permanece constante todo el año.


Si Asturias y el resto de las regiones templadas del planeta disfrutan de la renovación paisajística que traen consigo las estaciones es sencillamente porque el eje en torno al cual gira la Tierra está inclinado. Si el mismo fuera vertical, la duración del día y la noche sería de 12 horas en todos los puntos de la Tierra, pues los rayos solares incidirían perpendiculares a ese eje. Habría, eso sí, zonas más cálidas y otras más frías en función de la incidencia de esos rayos sobre la curva superficie terrestre: las áreas tropicales los recibirían perpendicularmente, mientras que en las latitudes alejadas del Ecuador la radiación solar incidiría más tangencialmente y tendría que atravesar un mayor espesor de atmósfera. s o b r e e l o r i g e n d e l a s e s ta c i o n e s y l o s c a m b i o s q u e t r a e n c o n s i g o

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El eje de rotación de la Tierra está constantemente inclinado 23,5° respecto a la vertical. Esto trae consigo diferentes incidencias de los rayos solares sobre la superficie

terrestre y variaciones en la duración de días y noches. El ecuador «solar» de la Tierra, en el que los rayos solares inciden perpen-dicularmente a la superficie, también se va

20 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

modificando. Durante el solsticio de verano (día más largo del año) se corres-ponde con el trópico de Cáncer, y en el de invierno (día más corto) con el de Capricornio. El punto intermedio

entre ambos solsticios corresponde a los equinoccios: en ellos la duración del día y la noche es similar (unas 12 horas) y el ecuador «solar» se corresponde con el geográfico.


Desde las latitudes más extremas, el Sol apenas se vería alzarse sobre el horizonte, pero el día duraría 12 horas, como en el ecuador. En ese caso el eje de rotación del planeta sería perpendicular a una línea imaginaria que uniera los centros del Sol y de la Tierra. Sin embargo, nuestro planeta tiene ese eje inclinado 23,5° y dicha inclinación permanece fija en el espacio mientras gira entorno a su estrella. Por consiguiente, el hemisferio norte estará inclinado hacia el Sol durante unos meses y alejado en otros, ya que el eje de rotación no varía su inclinación. Al hemisferio sur le ocurre lo mismo, pero en los meses opuestos. Esto trae consigo diferentes incidencias de los rayos solares sobre la superficie terrestre y variabilidad en la duración de los días y las noches. La inclinación del eje de rotación no es exclusiva

Los cambios estacionales se acentúan cuantos más grados de latitud norte ascendamos. La situación de Asturias (43° latitud Norte) nos permite apreciar en el Principado sus

de nuestro planeta. Marte, Saturno y Neptuno muestran valores próximos al nuestro, por lo que también en ellos existen estaciones, aunque prácticamente imperceptibles en el caso de Neptuno debido a la gran distancia al sol. En Marte las estaciones están bien diferenciadas, pero duran el doble que en la Tierra, pues también el año marciano duplica casi al terrestre (687 días terrestres). El día más largo del año en nuestras latitudes es el del solsticio de verano (21-22 de junio): entonces, la inclinación axial «cae» hacia el Sol, cuyos rayos inciden perpendicularmente sobre el trópico de Cáncer (23° 27’ de latitud norte), que es ahora el ecuador «solar» de la Tierra. Por tanto, el hemisferio norte, inclinado hacia nuestra estrella, recibe más radiación solar y durante más tiempo que el sur.

contrastes a lo largo del año con claridad. En la imagen, puesta de sol estival poco después del solsticio de verano desde el puerto Ventana (Teverga).

s o b r e e l o r i g e n d e l a s e s ta c i o n e s y l o s c a m b i o s q u e t r a e n c o n s i g o

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Los días son entonces más largos que las noches. Pero a medida que la Tierra continúa su recorrido orbital en torno al Sol, el hemisferio norte va dejando progresivamente de recibir tanta irradiación, de forma que alrededor del 21-22 de diciembre, cuando la Tierra está en el lado opuesto respecto al Sol, la situación es exactamente la contraria: los días son los más cortos del año y las noches las más largas, porque el hemisferio norte está inclinado hacia fuera del Sol. En el solsticio de invierno, el ecuador «solar» corresponde al trópico de Capricornio (23° 27’ latitud sur). En el punto intermedio entre ambos solsticios se sitúan los equinoccios: en ellos las duraciones del día y de la noche son similares (unas 12 horas) porque los hemisferios están en una situación intermedia respecto a la que ocupan en los solsticios. Durante los equinoccios (de primavera 21-23 de marzo y de otoño el 21-23 de septiembre) el ecuador solar se corresponde con el ecuador terrestre (latitud 0°), lo que hace a la Tierra asemejarse al ejemplo que poníamos al principio (los rayos solares inciden ahora perpendiculares al eje de rotación de la Tierra, aunque el mismo siga inclinado). Durante los días de luna nueva o llena, el Sol y la Luna están alineados con la Tierra, sumando sus efectos de atracción sobre las masas de agua de los océanos. Resultan así las llamadas mareas vivas, en las que los límites de la bajamar y pleamar descienden o suben respectivamente más de lo habitual. En cuarto creciente y cuarto menguante es cuando la Luna está más separada (90°) de ese alineamiento, por lo que ahora Sol y Luna contrarrestan sus efectos, atrayendo cada uno de ellos a la masa de agua hacia su posición a 90° del otro astro. Las mareas resultantes son «muertas», con menor oscilación entre bajamar y pleamar. Durante las lunas nuevas y llenas más cercanas a los equinoccios ocurren las mareas más vivas del año, y en los cuartos menguantes y crecientes de los solsticios, las más muertas. Todo ello tiene su importancia en la distribución de los seres vivos del litoral, pues mientras algunos son muy tolerantes a la exposición a la intemperie, otros no, ni siquiera en el breve límite inferior de una marea viva equinoccial. La órbita terrestre alrededor del Sol no es totalmente circular. La distancia media que nos separa de nuestra estrella es de 149,6 millones de km. En algunos días del año nos alejamos 2,4 millones de km del Sol y en otros nos acercamos una distancia parecida respecto a la media. Esas fluctuaciones suponen una pequeña variación en la radiación solar sobre la superficie terrestre, pero su influencia en las estaciones es despreciable. De hecho, la mayor aproximación de la Tierra al Sol ocurre en pleno invierno del hemisferio norte. Las variaciones en la duración del día y de la noche debidas a la rotación en torno a ese eje inclinado se hacen más acentuadas

Seis meses separan a estas dos imágenes del pico Torres, visto desde el puerto de San Isidro (Aller), tomadas en días próximos a los solsticios. En el solsticio de invierno

(arriba) imperan la noche y el frío, con luces bajas y flora y fauna durmientes; en el de verano (debajo) predominan la luz, el día y el calor, con amplios despliegues florales y de insectos.

22 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

cuanto más grados de latitud norte ascendamos (lo mismo, pero a la inversa, es aplicable al hemisferio sur, pero en lo sucesivo nos referiremos tan sólo al hemisferio norte, en el que se encuentra Asturias). Así, por encima del círculo polar ártico (66° 33’ latitud norte) el día dura prácticamente 24 horas en torno al solsticio de verano, pues el polo Norte «apunta» hacia el Sol. En cambio, en torno al solsticio de invierno, las noches son continuas: nunca llega a verse el Sol por entonces, porque el polo Norte se aleja del mismo y apunta hacia el espacio exterior. Adviértase que, aún en este caso extremo del polo, si consideramos el tiempo total de duración del día y la noche en el transcurso del año obtendremos siempre 6 meses de días (luz) y 6 meses de noches (sombra), exactamente el mismo cómputo que


en el ecuador o en cualquier latitud del planeta. Lo que cambia enormemente es la distribución de esos tiempos a lo largo del año, y esto último viene marcado por la latitud que ocupa la región. Asturias se sitúa entre los 42° 53’ (Sierra de A Corredoira, en Ibias) y los 43° 40’ de latitud norte (Isla La Erbosa, en el Cabo Peñas, Gozón), esto es, en una posición intermedia entre los 0° 0’ 0’’ del ecuador y los 90° del polo Norte. A esta latitud las fluctuaciones estacionales están ya bien marcadas y definidas, pues los acortamientos-alargamientos de los días son suficientemente notables a lo largo del año. Esos cambios se van atenuando a medida que nos aproximamos al ecuador geográfico, y se acentúan en regiones más septentrionales. Durante el solsticio de verano, Asturias está tan

La duración de las horas de luz va cambiando con las estaciones. En regiones cercanas al ecuador (0°) las variaciones son prácticamente nulas, manteniéndose todo el año en torno

a 12 horas de luz y oscuridad, sin estaciones. Al aumentar la latitud, las diferencia se hacen cada vez más notorias. Asturias (43° N) ocupa una situación intermedia entre el ecuador

sólo a 20° al norte del ecuador solar, más o menos como Cuba o la República Dominicana respecto al ecuador geográfico de la Tierra. Sin embargo, en el solsticio de diciembre estamos separados 67° del ecuador solar de la Tierra, es decir, a una latitud similar a la que separa el ecuador geográfico de Alaska, Islandia o Siberia. Consecuencia de la física asociada a la órbita de nuestro inclinado planeta alrededor del Sol es la velocidad a la que va cambiando la duración del día y la noche durante el año. El crecimiento o reducción de los días es rápido en torno a los equinoccios y más lento en torno a los solsticios. En el equinoccio de primavera (21-23 de marzo) el día y la noche duran lo mismo, esto es, 12 horas. A partir de entonces los días se van haciendo rápidamente más largos, cre-

(0°) y el polo Norte (90° N), por lo que las estaciones aparecen bien diferenciadas. Más al norte las variaciones son cada vez más acusadas. Al superar los 66° 33’ N

(círculo polar ártico) desaparecen las noches en torno al solsticio de verano, mientras que alrededor del que marca el inicio del invierno la noche es continua (modificado de Salisbury, 2000).

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ciendo en torno a 3 minutos cada día en el caso de Asturias. Este ritmo de aumento en las horas de luz se mantiene hasta mayo. Por entonces los días siguen creciendo, pero a un ritmo menor (2 minutos al día en mayo y 1 minuto a principios de junio). Al llegar el solsticio (21-22 de junio), se detiene el crecimiento de los días, que duran ya más de 16 horas. A partir de ese momento el periodo de las horas de luz comienza a reducirse, pero al principio lo hace a muy escaso ritmo. En la segunda quincena de julio los días pierden ya unos 2 minutos cada jornada, y en agosto y septiembre 3 minutos. El 21-23 de septiembre llega el equinoccio, que marca el fin del verano y el comienzo del otoño. Los días y las noches vuelven a durar lo mismo, pero en las semanas sucesivas con-

El ritmo de ganancia y pérdida de minutos de luz en cada jornada no es constante a lo largo del año. Cerca de los equinoccios se hace rápido (3 minutos al día). En cambio, alrededor

de los solsticios el ritmo va siendo menor, hasta hacerse nulo. Desde entonces se invierte la tendencia a ganar o a perder minutos de luz. En el gráfico se comparan esos cambios en

24 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

tinuará la rápida disminución de los días a un ritmo de 3 minutos cada jornada. Llegado noviembre la pérdida diaria de horas de luz ya comienza a atenuarse (2 minutos/día), y a medida que se acerca el solsticio de invierno (21-22 de diciembre) la reducción de cada día es menor. En torno a esas fechas las noches casi duplican la duración del día (unas 9 horas) en nuestras latitudes, pero tras el solsticio las primeras comienzan a menguar, aunque imperceptiblemente. Si bien con una leve imprecisión, el refranero asturiano recoge este importante hecho del calendario agrícola, tomando como referencia una festividad conocida cercana al solsticio, Santa Lucía (13 de diciembre): «por Santa Lucía mengua la noche y crez el día... tanto como la vieya

la duración del día en Asturias (43° N) con las de la latitud 65° N, próxima al ártico. Obsérvese la brutal reducción de minutos de luz al día en los meses estivales en estos lugares. Su detección

por las aves es la señal para emprender las migraciones hacia el sur, llegando o pasando por Asturias días o semanas después (modificado de Salisbury, 2000).


salta p’arriba», o «tanto como la vieya anda’n un día», o «al pasu la gallina», es decir, poco en cualquiera de las comparaciones, aunque hay quien lo percibe ya claramente: «per Santa Lucía mengua la noche y crez el día; per Navidá cualquier burru lo ve ya, y per Añu Nuevu ya lo conoz hasta’l perru». En efecto, en el nuevo año los días van creciendo, al principio a un ritmo lento (en enero 1 minuto al día, en febrero en torno a 2 minutos al día), que se acelera al aproximarse el solsticio de primavera (3 minutos al día), para seguir creciendo con rapidez en las semanas siguientes, como vimos. Los cambios en la duración de los días y noches van a ser detectados por plantas y animales para ajustar sus ciclos biológicos a las condiciones que marcan las estaciones.

A pesar de las largas y frías noches, durante el invierno los días ya están creciendo y ganándole terreno a la oscuridad nocturna. Al principio lo hacen a un ritmo lento, que se acelera

Otro fenómeno interesante que se produce en el transcurso del año es la variación en el ángulo de incidencia de los rayos solares sobre la superficie terrestre. Durante el verano, cuando el hemisferio norte está inclinado hacia nuestra estrella, el Sol se eleva alto sobre el horizonte porque nos aproximamos al ecuador solar de la Tierra. Su radiación traspasa entonces la atmósfera casi perpendicularmente, encontrando por tanto el mínimo espesor de la misma. Por ello, el filtrado que ejerce la atmósfera sobre el espectro de radiaciones solares (ultravioleta, infrarrojo, luz visible, etc.) es el mínimo, aunque aún así, notable. Hay una gran luminosidad, calor y las sombras son cortas y los días largos. Sin embargo, en el invierno nos alejamos del ecuador solar de la Tierra, como si ascendiéramos

al aproximarse el solsticio de primavera, momento en el que la noche y el día igualan sus poderes. Crepúsculo invernal sobre la sierra de Brañapiñueli, Caso.

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las estaciones y el clima en asturias

de latitud. El Sol se eleva poco sobre el horizonte, sus rayos inciden ahora mucho más tangencialmente sobre la atmósfera de nuestras latitudes, por lo que el espesor de la misma que deben atravesar es mayor. Los cortos días del invierno llevan asociadas sombras alargadas y luces más cálidas (amarillo-anaranjadas), pues otras bandas del espectro de luz son parcialmente absorbidas cuando atraviesan la capa atmosférica. Como ese trayecto es ahora mayor, también lo es el filtrado de algunas longitudes de onda. Las que mejor superan ese filtro atmosférico son las bandas correspondientes a los tonos anaranjados, de forma similar a lo que ocurre en las luces de un atardecer incluso en el verano (en ese momento del día, el trayecto tangencial de la luz por la atmósfera es también mayor).

A medida que nos adentramos en el otoño e invierno, nos vamos alejando del ecuador «solar» de la Tierra, en el que los rayos inciden perpendiculares a la superficie

del planeta. En esas estaciones vemos al sol elevarse poco en el horizonte y su irradiación llega mucho más tangencialmente a nuestras latitudes, por lo que el espesor

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Además de las variaciones en la duración del día, las estaciones traen consigo importantes repercusiones climáticas. El haz de luz solar que incide sobre los territorios del hemisferio norte en invierno recorre, como dijimos, un camino más largo a través de la atmósfera. Por tanto, la cantidad de energía absorbida o reflejada al espacio exterior por la atmósfera en forma de calor es mayor que en las áreas tropicales, donde la radiación solar cae más perpendicularmente y atraviesa el mínimo espesor atmosférico. Por si fuera poco, al incidir con menor ángulo en el hemisferio norte durante el invierno, un mismo haz de luz se desparrama sobre una superficie mayor de la corteza terrestre que en los trópicos. Debido a ambas razones el efecto de calentamiento proporcionado por el Sol se va reduciendo desde el ecuador hacia los polos, y más aún en invierno. El desigual calentamiento de la superficie terrestre constituye el motor de arranque de los vientos. El aire que se calienta se expande, reduce su densidad y se eleva. Además, su capacidad para almacenar vapor de agua aumenta, por lo que la evaporación se acelera (de hecho, se duplica por cada 10 °C de elevación de la temperatura). Ese aire caliente y húmedo asciende y el «vacío» que deja es reemplazado por masas de aire más fresco que acuden desde zonas menos calentadas por el sol. Así se generan corrientes de aire (vientos) que van a ayudar a redistribuir el calor y la humedad por la superficie terrestre junto con las corrientes marinas. A medida que se eleva, el aire caliente va reduciendo su temperatura, pues la va cediendo a las capas superiores de la atmósfera. En el caso de aire seco o con poca humedad, se pierde 1 °C por cada 100m de ascenso. Si el aire está húmedo, la reducción es de prácticamente la mitad: unos 0,5-0,6° cada 100m. Esto último es debido a que el agua conserva mejor el calor y la irradiación del mismo es más progresiva. Un determinado volumen de aire es capaz de almacenar una cierta cantidad máxima de vapor de agua para una determinada temperatura: es el punto de condensación (humedad relativa del 100 %). Al calentarse, ese volumen de aire podrá almacenar más agua, pero si se enfría y se alcanza o se supera el punto de condensación, el exceso de vapor de agua se agrega y forma gotitas, desprendiéndose además algo de calor. Si, como en el caso de Asturias, una masa de aire húmedo oceánico (borrascas del Noroeste) se encuentra una cordillera como la Cantábrica, en la que abundan las alturas en torno a los 2000 m, se verá forzada a elevarse hasta sus cumbres y collados. A medida que asciende ladera arriba, esa masa de aire irá enfriándose, y por tanto cada vez tendrá menos capacidad de almacenamiento de vapor de agua, apareciendo entonces las nieblas y nubes a cierta altitud. Este fenómeno es especialmente evidente en los concejos de Colunga, Caravia, Llanes, etc., cuyas sierras costeras

de atmósfera que debe traspasar es mayor. A consecuencia de ello, los cortos días del invierno llevan asociadas sombras alargadas y luces más cálidas (amarillo-anaranjadas),

pues otras bandas del espectro de luz son parcialmente absorbidas cuando atraviesan la capa atmosférica. Luces de atardecer en la isla La Erbosa (Cabo Peñas, Gozón).


Cuando una masa de aire húmedo oceánico se encuentra con la cordillera Cantábrica, se ve forzada a elevarse hacia sus cumbres y collados, donde abundan las altitudes en torno

a 2000 m. A medida que asciende ladera arriba, esa masa de aire irá enfriándose, por lo que su capacidad de almacenar vapor de agua se va reduciendo. Alcanzado el punto de

condensación, el exceso de agua que el aire ya no puede mantener en estado de vapor se agrega en gotitas. Aparecen así las nieblas y nubes. Si el enfriamiento y la condensación

continúan, el agua precipita en forma de lluvia, nieve o granizo. En la imagen, nubes en las cumbres del valle de Monasterio de Hermo (Cangas del Narcea).

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(Sueve, Cuera) actúan como un brusco murallón que las húmedas brisas marinas deben remontar. Si el enfriamiento y la condensación continúan, el agua precipita en forma de lluvia, nieve o granizo. Una vez descargada la humedad y superada la cordillera, el aire desciende por las laderas de sotavento seco y cálido, acelerando la evaporación en esas zonas. Es el denominado efecto foëhn, o sombra pluviométrica, habitual en la vertiente leonesa de la cordillera Cantábrica. En el Principado ese fenómeno se hace apreciable en situaciones de viento sur. Asturias se localiza en una franja del hemisferio norte en la que las masas de aire tropicales y subtropicales procedentes del sur se enfrentan a los frentes fríos que se forman en latitudes más septentrionales (cinturón subpolar de bajas presiones, entre 50-55° y 65-70° N). Dado su emplazamiento fronterizo, el territorio asturiano se ve afectado por ambos tipos de masas de aire, que alternan con rapidez debido a la imbricación entre esos frentes, modificando bruscamente el tiempo reinante. Tanto los frentes cálidos del sur como los fríos del norte, alcanzan Asturias con un componente de origen oeste añadido: ese recorrido previo por el océano los carga de vapor de

agua a la vez que los atempera. Cuando ambos tipos de masas de aire se encuentran no suelen mezclarse, sino interpenetrarse o deslizarse unas sobre otras. Así se forman grandes turbulencias y remolinos, que frecuentemente se convierten en borrascas. En ellas, el aire cálido circula por encima del frío. Las borrascas generadas en esa agitada frontera (frente polar) avanzan por el océano hacia el este cargándose de humedad. Asturias se encuentra justo en su zona de circulación, por lo que se producen en nuestra región gran cantidad de precipitaciones. Durante los meses estivales los principales frentes que recibe el Principado son los de origen tropical y subtropical, debido a que Asturias se aproxima, como vimos, al ecuador solar de la Tierra. Por tanto, nos alejamos entonces del frente polar, penetrando cada vez más en los dominios de las masas de aire tropicales y subtropicales (anticiclón de las Azores), que se traducen en tiempo soleado y cálido, aunque no por ello seco. De hecho, son frecuentes en esta época del año las calimas e incluso los días de niebla en la montaña. En el invierno la situación es la opuesta: al alejarnos del ecuador solar, nos adentramos francamente en el territorio de los frentes fríos septentrionales, quedando entonces sometidos a sus rigores climáticos (vientos fríos, lluvias y nieve). Sin embargo, en la primavera y en el otoño, Asturias se encuentra en plena región fronteriza entre las masas del norte y el sur. Es entonces cuando se produce un tiempo más variable, al alternar el tipo de frente que llega a nuestro territorio. Puede haber días soleados y cálidos que en cuestión de horas se transformaron en lluviosos, fríos y ventosos. Estos hechos son bien conocidos por el refranero popular («En abril aguas mil», «Hasta el 40 de mayo no te quites el sayo», etc.) y también se han adjudicado nombres tan específicos como el otoñal «aire de las castañas», que hace referencia al viento racheado y cálido habitual en algunos días de octubre alternando con otros días más fríos. Incluso las nevadas pueden hacer acto de presencia, sorprendiendo a veces a la vegetación que ya desplegaba sus hojas en primavera o que aún no las había terminado de eliminar en otoño. También el régimen de vientos dominantes muestra en Asturias una alternancia estacional. Durante los meses invernales, a medida que nos alejamos del ecuador solar, el anticiclón de las Azores va quedando cada vez más hacia el sur. Esto permite que las borrascas del noroeste sigan una trayectoria mucho más meridional respecto a nuestra posición, entrando a tierra firme desde el suroeste. Los vientos dominantes en esta estación invernal son por tanto de ese componente (sin que ello signifique por supuesto que sean de origen subtropical). Gracias al recorrido previo por el Atlántico y al efecto foëhn que sufren al remontar la cordillera Cantábrica desde el suroeste, estos vientos moderan las temperaturas invernales y no

Una vez descargada la humedad en las laderas de las montañas, el aire supera las cumbres y collados ya seco, descendiendo por la vertiente de sotavento libre de nubosidad. Es el

28 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

denominado efecto foëhn, que en Asturias se hace apreciable en situaciones con vientos de componente sur. Puesta de sol desde las lagunas de Tchouchinas (Cangas del Narcea).


Tanto los frentes cálidos del sur como los fríos del norte alcanzan Asturias tras un recorrido previo por el océano, que los carga de vapor de agua a la vez que los atempera. Sus encuentros

suelen ser turbulentos y frecuentemente constituyen borrascas, que avanzan por el océano hacia el este cargándose de humedad. A su paso por Asturias

producen gran cantidad de precipitaciones (Costas de Verdicio y Cabo Peñas, Gozón). Doble página siguiente: ola en la playa de San Lorenzo (Gijón); los vientos

dominantes también muestran preferencias estacionales, predominando los de componente suroeste en invierno y los del nordeste en verano.

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suaves o moderadas, pero que suelen mantenerse por más tiempo. Cuando el viento sopla del norte, cosa que ocurre con más frecuencia en verano, las lluvias alternan con cortos periodos de sol. Tras superar la cordillera, en la vertiente leonesa de la misma se aprecia un notable efecto foëhn. Pero en las escasas situaciones de viento sur es Asturias la afectada por esa sombra pluviométrica. Es un viento cálido y seco, sobre todo tras su paso por la cordillera. La atmósfera aparece entonces limpia y despejada, gracias a la escasez de vapor de agua en suspensión. Un último rasgo climatológico del Principado que acusa una notable estacionalidad son las precipitaciones. La distribución de las mismas a lo largo del año es intermedia respecto a lo que ocurre en Galicia (verano seco, invierno lluvioso) y el litoral vasco (precipitaciones regulares todo el año). El mayor régimen de precipitaciones en Asturias corresponde a los meses de invierno (275-500 l/m2), seguidos de cerca por la primavera (175-490 l/m2). En esos meses estivales se da además un curioso e importante fenómeno: la reducción de precipitaciones a medida que avanzamos desde el oriente hasta el occidente de Asturias. El origen de esta graduación de la pluviosidad estival hay que buscarlo en las corrientes marinas del Cantábrico. En los meses más fríos la temperatura de la superficie del mar es más o menos uniforme, pero entre abril y agosto, una rama de la corriente del Golfo alcanza las costas cantábricas encontrándose frontalmente con la «Costa de la Muerte» gallega. Entonces, la corriente se bifurca en dos: una parte desciende hacia el sur por el litoral atlántico gallego y portugués. La otra avanza en sentido este, paralela a las costas cantábricas. Esta apertura en dos corrientes permite además el afloramiento a la superficie de aguas profundas, más frías y ricas en nutrientes. La corriente que se dirige a Galicia y Portugal parece llevarse la mayor parte de esas aguas frías, pues su temperatura es apreciablemente menor que la de la corriente cantábrica, más templada cuanto más avanza hacia el litoral vasco. Los vientos suponen una gran pluviosidad, salvo en cotas altas de la cordillera. Durante el verano, el anticiclón subtropical de las Azores deja sentir su influencia más al norte, dado que descendemos hacia el ecuador solar. Los vientos dominantes son entonces los del nordeste, de origen continental y portadores de tiempo despejado al traer menos humedad. Aunque sin la dominancia estacional de los anteriores, los vientos del oeste y noroeste están presentes todo el año. Ambos son de origen marítimo y vienen muy cargados de humedad. En el caso del noroeste su encuentro con la cordillera Cantábrica es más brusco, traduciéndose en precipitaciones con frecuencia intensas. El viento «gallego» del oeste, trae consigo cielos nublados con precipitaciones

En primavera y otoño Asturias se encuentra entre las masas de aire del norte y el sur, por lo que el tiempo es más variable. En otoño los frentes fríos pueden adelantar su llegada (hayas en

el puerto de San Lorenzo (Teverga). Las corrientes y temperaturas del Cantábrico también experimentan importantes cambios estacionales. (Islote en La Huelga, Llanes).

32 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


Los lagos de montaña suficientemente profundos también se ven sometidos a la influencia de las estaciones. En verano el sol caldea la superficie y, como el agua caliente es menos densa,

la capa superior flota sobre la profunda, más fría. En el otoño, el sol calienta menos las aguas superficiales, que al enfriarse aumentan su densidad y se van hundiendo y mezclando con las

profundas. Llegado el invierno, la superficie del lago se congela, manteniéndose sus aguas más frías que las del fondo (4 °C, máxima densidad del agua). Con el deshielo

primaveral la capa superior vuelve a mezclarse con la capa inferior, y a medida que aumenta la irradiación solar, se va restableciendo la situación estival. Lago Ubales, Caso.

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del nordeste, dominantes en verano, refrenan algo esa corriente marina. A su vez, la corriente templada eleva algo la temperatura de esos vientos, permitiéndoles entonces cargarse de más vapor de agua, que precipitará en las costas y sierras del oriente. A medida que avanzamos al oeste y nos acercamos al origen de la bifurcación, el agua es cada vez más fría y la evaporación menor, por lo cual esos vientos del noroeste se cargan menos de humedad y llueve menos. Además, las mayores alturas de la cordillera están más alejadas de la costa que en el oriente, por lo que la condensación y precipitación debidas al efecto ladera se atenúan más. La única excepción notable la constituye la Sierra de la Bobia, cuya cercanía a la costa le permite recibir algo más de precipitaciones en el verano que los valles de su entorno. Como veremos, esta disminución de la pluviosidad estival dificulta la colonización del occidente astur por las hayas, que precisan una alta humedad ambiental para regular su evapotranspiración. En nuestras latitudes las masas de agua continentales suficientemente profundas (lagos de montaña) se ven sometidas a la influencia de las estaciones. Este influjo deriva de una curiosa propiedad física que presenta el agua, y es que alcanza su mayor densidad (peso por volumen) a los 4 °C, razón por la cual el hielo flota. Durante el verano el Sol caldea la superficie del lago. Como el agua caliente es menos densa que la fría, esa capa superficial flota sobre la más profunda. Cuanto más calienta el Sol la superficie, más marcada es la diferencia entre ambas capas. La frontera que las separa (termoclina) puede ser muy brusca. La capa profunda, fría y densa, retiene mejor el oxígeno disuelto que la superior, pese a que esta última capta directamente oxígeno del aire y además se enriquece con el liberado por el fitoplancton y las plantas acuáticas durante la fotosíntesis. Esto es debido a que el agua caliente no tiene capacidad de retener tanto oxígeno disuelto como el agua fría, de forma que lo libera fácilmente de nuevo a la atmósfera. Por tanto en verano nos encontramos dos capas bien delimitadas, una superior caliente y con poca capacidad de retener oxígeno y otra inferior fría y rica en oxígeno. Esta última tiene, además, riqueza en nutrientes, pues los restos orgánicos de la superficie (hojas, vegetales, etc.) se hunden y se descomponen en el fondo. Cuando llega el otoño, las temperaturas descienden y el Sol calienta menos la superficie del lago. Al enfriarse, las aguas superficiales van equiparando su densidad a la de las profundas, de manera que las primeras se van hundiendo y mezclando con las segundas. Así afloran aguas profundas ricas en nutrientes, pero que ya comenzaban a tener poco oxígeno al haber sido consumido por los seres vivos del fondo. Las aguas superficiales que se hunden, ya frías, llevan consigo nuevos aportes de oxígeno disuelto, tomado de su

La estratificación de las aguas a distintas temperaturas en verano e invierno y su mezcla en primavera y otoño, permite un intercambio de oxígeno y nutrientes entre el fondo del

lago y la superficie. Las aguas profundas retienen mejor el oxígeno disuelto y son ricas en nutrientes, pues los restos orgánicos (hojas, vegetales, etc.) se hunden y

34 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

descomponen en el fondo. Aunque la superficie recibe el oxígeno directamente del aire y de las plantas acuáticas, su mayor temperatura le dificulta retenerlo disuelto. Sin embargo,

para que exista la estrati-ficación de aguas y sus mezclas esta-cionales, la cubeta lacustre debe tener suficiente profundidad. Laguna de la Isla (Muniellos), en diferentes estaciones.


contacto con el aire y la agitación por el viento. Con la colaboración de este último, a medida que el lago se enfría la mezcla de aguas llega a ser total, estabilizando su temperatura a 4 °C. Al continuar el descenso térmico en el invierno, la superficie del lago llega a congelarse, manteniéndose el fondo a esos 4 °C. Ahora la estratificación térmica se ha invertido y las aguas superficiales están más frías (heladas) que las profundas. Al llegar el deshielo primaveral, las aguas vuelven a mezclarse por segunda vez en el año. A medida que las temperaturas e irradiación solar aumentan, vuelve a crearse una capa superficial de agua cada vez más caliente, lo que progresivamente va cortando el aporte de oxígeno a las aguas profundas, llegándose de nuevo a la situación estival.

Asturias se encuentra en pleno dominio del clima eurosiberiano de tipo atlántico. Éste se caracteriza por la ausencia de déficits de lluvia a lo largo del año, sin sequías regulares o aridez.

Además, el océano Atlántico ejerce una acción moderadora sobre las temperaturas, pues el mar se comporta como un almacén de calor capaz de cederlo a las capas bajas de la

el clima, la geografía y los seres vivos La importancia del clima y sus relaciones con los seres vivos (bioclimatología) son fáciles de imaginar si, por ejemplo, nos paramos a analizar las exigencias y limitaciones térmicas y de lluvia que tiene un haya respecto a una encina. Asturias se encuentra en pleno dominio del clima eurosiberiano de tipo atlántico. Este clima se caracteriza por la ausencia de déficits de lluvia a lo largo del año, y si descienden algo en verano —como en el caso de Asturias—, no lo hacen tanto como para no poder compensar la evapotranspiración de la vegetación presente. En otras palabras, no llegan a existir períodos regulares de auténtica sequía o aridez, o si los hay son poco intensos, con carácter local o irregulares (no todos los años y con duración

atmósfera en invierno o de absorberlo en verano. Gracias a ello, los contrastes térmicos entre estaciones y entre día y noche se amor-tiguan. Aunque no faltan semanas de fríos y nieves, los

inviernos no son demasiado rigurosos, pues el paso de los frentes fríos por el mar dulcifica sus temperaturas. Abedular nevado en Monte Grande (Teverga).

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pues el paso de los frentes por el mar dulcifica sus temperaturas. Asimismo, también los contrastes térmicos entre el día y la noche se suavizan. Todas estas características climatológicas del Principado son muy diferentes a las existentes más al sur, en las que el clima pasa a ser de tipo mediterráneo (donde las precipitaciones se concentran en el invierno y existe una sequía veraniega que obliga a las plantas a desarrollar adaptaciones para tolerarla) y continental (con importantes contrastes térmicos entre verano/invierno y día/noche). Aunque Asturias pertenece íntegramente a la Región Eurosiberiana y superprovincia Atlántica (por tanto con un clima eurosiberiano-oceánico), no conviene olvidar su proximidad con la región Mediterránea, cuya influencia es perceptible en ciertas zonas como en la cuenca alta del río Navia (Sierras de Carondio y Valledor) en la que aparecen árboles mediterráneos (alcornoque, fresno de hoja estrecha, salguera blanca), así como elementos faunísticos de aquella región, como es el caso del lagarto ocelado. Aceptada la pertenencia de Asturias al clima atlántico-eurosiberiano, comprobaremos que esa característica climatológica general se diversifica en varios pisos, debido a la abrupta geografía del Principado. Al subir en altura, las temperaturas se reducen y aumenta la duración de las heladas. La persistencia e intensidad de los fríos invernales limita la colonización por parte de árboles y arbustos, de forma que por encima de los 1.700 m de altura ya no se encuentran ejemplares de los mismos en las montañas asturianas, pues la duración de las heladas y el frío imposibilitan la germinación y desarrollo de sus semillas. Por debajo de unos 7,5 °C los procesos fisiológicos de gran parte de los vegetales se ralentizan notablemente, por lo que se denomina periodo de actividad biológica al número de meses del año en los que la temperatura media es superior a esos 7,5 °C y por tanto, la planta puede crecer y desarrollar sus ramas, yemas, flores, frutos, etc. A mayor altitud, más tarde y por menos tiempo se disfruta de ese periodo. habitualmente inferior a dos meses). Otro rasgo general de la climatología del Principado es la oceanidad, es decir, la influencia que sobre el clima ejerce la acción temperante del océano Atlántico. La capacidad calorífica del agua marina es 5,6 veces mayor que la del suelo. Gracias a ello el mar se comporta como un almacén de calor, capaz de cederlo a las capas bajas de la atmósfera en invierno o de absorberlo en verano. El resultado es un amortiguamiento de los contrastes de temperaturas y una reducción de la continentalidad, no sólo entre invierno y verano sino entre día y noche. En la costa de Asturias las diferencias de temperaturas medias entre el invierno y el verano son de menos de 10 °C. El carácter oceánico permite que los veranos no resulten excesivamente cálidos ni los inviernos demasiado rigurosos,

La persistencia e intensidad de los fríos y heladas invernales limita el desarrollo de la vegetación. Atendiendo a estos factores, en Asturias se distinguen cinco pisos

bioclimáticos: el más basal sería el termocolino, cercano al mar y sin apenas heladas (arriba, floración en la rasa costera del Cabo Vidio, Cudillero).

36 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


También los animales tienen periodos similares, en los que entran en celo, defienden su territorio, se reproducen y sacan adelante a sus crías. Cuando las condiciones se endurecen en exceso, muchas especies se verán obligadas a hacerles frente, recurriendo al letargo, hibernación, migración, etc. En esas épocas, a la mayoría de los animales ya no les importa tanto defender un territorio, sino sólo sobrevivir. Dado el carácter estático de las plantas resulta muy interesante estudiar su distribución por nuestra geografía, pues las diferentes especies vegetales precisan diferentes condiciones de temperaturas, humedad, insolación, etc. Esto trae consigo asociaciones de especies con requerimientos afines, no sólo de clima sino de naturaleza del suelo (silíceo o calcáreo). Sería extraño encontrar encinas de la

Al subir en altitud, las temperaturas medias se reducen y aumenta la duración de las heladas. Así, por encima del piso termocolino encontramos el colino (página

anterior, debajo, castañar en invierno en el monte Roiles, Mieres), que llega hasta los 700 m de altitud y tiene menos de 5-7 meses de heladas al año. Entre los 700 m y los 1.700-1.800

costa (Quercus ilex) en un umbrío hayedo de montaña, porque sus exigencias medioambientales son muy diferentes y esas encinas no tolerarían las condiciones del hayedo. Al estudiar la distribución de temperaturas, régimen de heladas, etc., se encuentran varios niveles o «pisos», influidos por la altura del lugar y la orientación de las laderas (umbría-solana). En ellos, el periodo de actividad biológica se va acortando a medida que ascendemos. También resulta de interés el conocimiento de los rangos de temperaturas en los meses más fríos, dadas las limitaciones que estas imponen en el desarrollo de la vegetación. Siguiendo los trabajos del equipo de Rivas-Martínez se pueden distinguir los siguientes pisos termoclimáticos en Asturias:

m se sitúa el piso montano, con inviernos fríos y al menos seis meses de probables heladas. En él se encuentran los grandes bosques de montaña, hayedos, robledales y

abedulares (arriba, hayedo de Valgrande, Lena). Por encima de este piso, la duración de las heladas imposibilita ya el desarrollo de árboles y arbustos.

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• Piso termocolino. Cercano al mar, sin apenas heladas y templados inviernos, suavizados por las brumas marinas. Es el caso de Gijón, Lastres o Tapia, por ejemplo. En los meses más fríos, las temperaturas suelen oscilar entre 5 y 12 °C, por lo que el periodo de actividad biológica abarca la práctica totalidad del año. Las precipitaciones rondan los 700-1.100 litros de agua de lluvia caída por metro cuadrado y año. Encontramos aquí encinares costeros, lauredales, acebuche, etc. • Piso colino. En rasas costeras y valles bajos, hasta los 700 m de altura como promedio. Los inviernos no son demasiado rigurosos, con menos de 5-7 meses de potenciales heladas al año. Las temperaturas de los meses más fríos abarcan un rango medio que va de 8-12 °C a 0-5 °C. El periodo de actividad biológica supone de 8 a 10 meses (en las zonas más bajas incluso más). La pluviosidad media es de 900 a 1.500 (l/m2)/año. Es el mundo de las carbayedas, castañedas y encinares, en el que se encuentran la mayor parte de las poblaciones importantes del interior de Asturias, como Oviedo, Grado, Tineo, Cangas de Onís y del Narcea, etc. • Piso montano. En la cordillera Cantábrica los territorios de este piso van de los 700 m hasta los límites en los que crecen árboles y arbustos (1.700-1.800 m). Los inviernos son frescos o fríos, con al menos 6 meses de potenciales heladas. En los meses más fríos las temperaturas oscilan de 3-8 °C a entre 0 y –4 °C. El periodo de actividad biológica comprende 8 meses o menos. La lluvia es más abundante (1.400-2.100 (l/m2)/año y cae en forma de nieve con frecuencia en los inviernos. En este piso se encuentran Tarna (Caso), pueblos altos de Somiedo, Teverga, Degaña, etc. Aquí imperan los grandes bosques de montaña (hayedos, robledales y abedulares). • Piso subalpino. (1.700-1.800 m hasta los 2.300 m). A estas altitudes hay heladas potenciales casi todo el año (10 o más meses). Las temperaturas medias de los meses más fríos oscilan entre 0-3 °C de máxima y –4 a –8 °C de mínima. El periodo de actividad biológica abarca de 4 a 5 meses, esto es, el verano y los meses próximos al mismo. Debido a las prolongadas bajas temperaturas, en este piso ya no consiguen desarrollarse los árboles y arbustos; tan sólo lo hacen los matorrales de enebros rastreros. • Piso alpino. Por encima de los 2.300 m la intensidad y duración de los fríos en las cumbres de los Picos de Europa y Peña Ubiña impiden el desarrollo incluso de los enebros. Hay una elevada pluviosidad superior, a veces, a 2.100 (l/m2)/año y heladas potenciales todo el año. En los meses más fríos las temperaturas máximas no superan los 0 °C y las mínimas suelen estar por debajo de –8 °C. El periodo de actividad biológica es de tan sólo 2-3 meses (verano). Como vemos, el periodo de actividad biológica es bastante breve en la alta montaña, lo que allí trae consigo cierta urgencia entre las

El piso subalpino (debajo) va de los 1700-1800 m a los 2300 m. La prolongada duración de las heladas (10 o más meses) sólo hace posible el desarrollo los enebros rastreros. Por

38 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

encima se sitúa el piso alpino, con heladas posibles todo el año (arriba, Torrecededo y macizo central de los Picos de Europa desde Vega de Ario). Derecha, otoño en La Tiesa, Somiedo.


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plantas para desarrollar su ciclo con premura. La fauna también se ve influida por ello, ajustando sus relojes biológicos en consecuencia. Ese periodo de desarrollo vegetal supone alimento para insectos, aves, mamíferos y demás integrantes de la cadena trófica, pero dura poco y conviene estar preparado. Por ejemplo, la mayoría de las aves de montaña ya comienzan sus rituales de cortejo cuando aún las condiciones son invernales y falta mucho para que empiece ese favorable periodo. De esta forma no perderán tiempo en amoríos cuando llegue el mismo, y podrán dedicarse entonces a alimentar a sus pollos aprovechando la bonanza del momento. Además de las temperaturas y su distribución en espacio y tiempo, también resulta de gran importancia para los seres vivos la pluviosidad y su reparto estacional, es decir, el ombroclima (de «ombros» = lluvia). También aquí encontraremos significativas diferencias. Mientras en el cabo Peñas se recogen menos de 950 (l/m2)/año, en Muniellos esta cantidad es casi el doble, 1.856 (l/m2)/año en Tablizas. Evidentemente esto influye en la vegetación, pero además, el reparto a lo largo del año de esta lluvia resulta determinante para algunas especies. Aunque en Asturias la caída de precipitaciones veraniegas no es tan acusada como en el área mediterránea, sí existe un descenso notable, que se acentúa cuanto más al occidente del Principado, según vimos. Si bien la pluviosidad en litros por metro cuadrado y año en la zona occidental y oriental no es muy diferente, sí lo es en cuanto a su distribución a lo largo del año. Esta disminución de precipitaciones veraniegas parece ser la principal causa de la paulatina desaparición de los hayedos hacia el occidente de Asturias, dado que el haya requiere una constante humedad ambiental y no tolera bien ese acusado descenso de lluvias en el occidente, salvo al amparo de valles umbríos y húmedos con abundantes nieblas estivales. Sin embargo, otro árbol sí está dispuesto a aceptar tal régimen de pluviosidad. Se trata del roble albar, que sustituye en dominancia al haya cuando nos desplazamos a poniente. La distribución de precipitaciones —y no tanto la composición de los suelos como tradicionalmente se venía diciendo—, parece pues la clave que explica que una especie fuertemente monopolizadora como el haya, ceda allí la preponderancia al roble albar. También en el régimen de pluviosidad radica la ausencia de abetos y coníferas de forma natural en el Principado, pues estas especies requieren una mayor continentalidad y un aumento de pluviosidad en el verano y otoño respecto a la media anual, cosa que sí ocurre en los Pirineos, pero no en Asturias como hemos visto. Basándonos de nuevo en los criterios del equipo de Rivas-Martínez (1987) se pueden distinguir los siguientes ombroclimas en Asturias: • Ombroclima Subhúmedo: zonas con precipitaciones que oscilan entre 700 y 900 (l/m2)/año (ej.: Tapia).

La fauna de Asturias guarda estrecha relación con la de la Europa atlántica y eurosiberiana, muchas de cuyas especies evitan los territorios mediterráneos. Así, un anfibio

habitual como la rana bermeja falta al sur de una estrecha franja del norte ibérico, pues su vinculación a prados y sotobosques húmedos le impide ocupar la España mediterránea.

40 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

• Ombroclima Húmedo: el Inferior recibe entre 900 y 1.150 (l/m2)/año (ej.: Gijón, Oviedo), mientras que en el Húmedo Superior oscilan entre 1.150 y 1.400 (l/m2)/año (ej.: Villaviciosa). • Ombroclima Hiperhúmedo: también se distingue un Hiperhúmedo Inferior con precipitaciones entre 1.400 y 1.750 (l/m2)/año (ej.: Bezanes, en Caso), y otro Superior, entre 1.750 y 2.100 (l/m2)/año (ej.: Muniellos). • Ombroclima Ultrahiperhúmedo: aquí las precipitaciones superan los 2.100 (l/m2)/año, la mayor parte en forma de nieve (ej.: ciertas cumbres de los Picos de Europa). En cuanto al estudio de la fauna en relación con la geografía y clima, quizá no se presta a las pormenorizaciones que admiten los vegetales. La zoogeografía suele estudiar territorios más extensos, debido a la movilidad de los animales, que les permite cambiar de hábitat o incluso de continente según la estación. Así, los rebecos abandonan la alta montaña en los días más fríos del invierno, refugiándose en los bosques. La escasez de aves entonces en estos medios es debida a que han migrado a arboledas y campiñas más basales y de clima más benigno, o se han ido a regiones más meridionales. Se estima que en torno a un 50 % de las especies de vertebrados presentes en el Principado tienen una estancia temporal entre nosotros, y esto guarda íntima relación con las condiciones que imponen las estaciones del año. La fauna de Asturias se encuentra muy vinculada en su composición a la presente en la Europa atlántica y eurosiberiana. Muchas especies europeas penetran en la península Ibérica, pero sin adentrarse a territorios mediterráneos. Un anfibio tan habitual entre nosotros como la rana bermeja se encuentra tan sólo en la franja norteña de la península Ibérica y falta en el resto de España y Portugal. En regiones europeas más al norte es también una rana abundante, pero su vinculación a los prados y sotobosques húmedos y frescos le impide distribuirse por las regiones de clima mediterráneo. Otro anfibio centroeuropeo, el tritón alpino tiene sus mejores poblaciones en


la cordillera Cantábrica y sobre todo en Asturias, faltando en el resto de España (Pirineos incluidos). El urogallo es otra especie eurosiberiana de distribución exclusivamente cantábrica y pirenaica en la península Ibérica. Estos ejemplos están vinculados en su distribución a los requerimientos ambientales y climáticos que precisan. Otros, como el oso pardo, tienen una distribución similar, pero por diferentes razones no tan dependientes de esa especificidad de hábitat. En la España mediterránea existieron osos en el pasado, pero su extinción allí es atribuible a la acción humana. De nuevo, la riqueza paisajística de Asturias crea una diversidad de hábitats para los animales que guardan relación con los vistos para las plantas. Encontramos así los siguientes sectores:

Además de las temperaturas y su distribución a lo largo del año, también resulta de gran importancia para los seres vivos la cantidad de lluvia anual, que va de los 700-900

litros por metro cuadrado y año en la costa occidental a los más de 2100 en los Picos de Europa. Si bien la pluviosidad en litros por metro cuadrado y año en la zona occidental y

• Sector litoral: en él están presentes peces e invertebrados marinos, aves marinas, anátidas, limícolas, etc. • Sector colino: la fauna presente es sobre todo la vinculada a la campiña arbolada, así como la fauna forestal de los bosques de castaños y las relícticas carbayedas. • Sector montano: la mejor conservación de este sector permite encontrar aquí nuestra fauna forestal más emblemática, como el oso, lobo, urogallo, pito negro, etc. Predominan las especies animales vinculadas a los bosques eurosiberianos de hoja caduca. • Sector subalpino/alpino: poblado por animales habituados a los rigores de la alta montaña; como el rebeco, gorrión alpino, acentor alpino, treparriscos, topillo nival, etc.

oriental no es muy diferente, sí lo es en cuanto a su distribución estacional. Así, aunque en Asturias la reducción en las precipitaciones veraniegas no es tan acusada como en la España

mediterránea, sí existe un descenso notable, que se acentúa cuanto más al occidente del Principado. Frente de lluvia sobre los montes de Libardón, desde el Cuetu la Múa, en el Sueve.

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C贸mo se adaptan los seres vivos a las estaciones

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Las estaciones imponen a los seres vivos unas condiciones variables a las que deben adaptarse. Las temperaturas, lluvias, horas de luz, etc. son radicalmente diferentes en julio y en diciembre, y esto exige a las plantas y animales unos cambios fisiológicos a lo largo del año. El organismo debe sincronizarse con las estaciones, no sólo para sobrevivir, sino para reproducirse en el momento favorable o emigrar buscando mejores condiciones. Toda la naturaleza tiende a esa sincronización. Por ejemplo, la floración de una especie de planta conviene que ocurra más o c ó m o s e a d a p ta n l o s s e r e s v i v o s a l a s e s ta c i o n e s

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menos a la vez en todos sus congéneres para facilitar la polinización. Si esta última depende de los insectos, la floración deberá hacerse coincidir además con el momento en que abundan los mismos en la naturaleza. A su vez los pájaros insectívoros ponen los huevos en primavera porque entonces hay más insectos disponibles para alimentar a sus pollos. Sin embargo, las rapaces ornitófagas (cazadoras de otras aves) prefieren poner sus huevos en la primavera avanzada, cuando en los campos y bosques abundan los jóvenes pájaros recién independizados de sus nidos y aún poco expertos. Así resultará más fácil conseguir alimento para los pollos. Las plantas y animales tienen varios relojes biológicos que les marcan ciertos ritmos sincronizados con los cambios periódicos de

las condiciones ambientales. Así existen ritmos de periodicidad diaria, o circadianos (del latín circa = aproximadamente y dies = día), sincronizados con la rotación terrestre, de 24 horas. También se han descrito ritmos lunares, sobre todo en los animales, coordinados con el ciclo lunar de 29,5 días. Para los seres vivos del litoral, la alternancia diaria de las mareas supone unos drásticos cambios de condiciones. Por ello han desarrollado un ritmo mareal que se ajusta a su retorno cada 12,4 horas. Finalmente, el ritmo anual se sincroniza con el paso de las estaciones para adaptarse, aprovechar y sobrevivir a cada una de ellas con sus peculiaridades climáticas y ambientales. Los relojes biológicos son muy útiles para que el organismo se anticipe a los cambios ambientales que es previsible que se produzcan y así estar preparado para cuando lleguen. El haya desprende sus hojas en otoño porque durante el invierno le resultarían de poca utilidad, o incluso supondrían un peligro para sus ramas al acumular mayor cantidad de nieve. Su reloj biológico se ajustó evolutivamente a la certidumbre de que llegará poco después el frío y la nieve. Aves y mamíferos cambian el plumaje y el pelaje respectivamente para adaptarse a la estación cálida o fría. El ciervo entra en celo en septiembre para preñar entonces a las hembras, de forma que los partos ocurran en la estación más favorable para sacar adelante a los cervatillos (primavera). Diversas investigaciones apuntan a que la base de los relojes biológicos reside en las membranas celulares, que muestran ritmos en su permeabilidad y transporte de iones como el potasio. La incorporación de ciertos iones al interior de la célula supone un trabajo activo en sus membranas. Si éstas interrumpen esta tarea, dichos iones o sustancias escapan de nuevo al exterior de forma pasiva. Por tanto la célula debe gastar energía en captarlas y retenerlas. Alcanzada una concentración crítica de las mismas en el interior de la célula, se interrumpe su transporte e incorporación activa y entonces difunden pasivamente al exterior. Así se llega a otra concentración mínima crítica en la célula que pone en marcha de nuevo el transporte activo de la sustancia al interior. Tránsitos de este tipo podrían estar tras los relojes circadianos, por ejemplo. También se han postulado mecanismos de síntesis de proteínas que se acoplan a la membrana celular. En cualquier caso, son los ritmos de periodos cortos (circadianos, etc.) los que parecen más coherentes con estos procesos moleculares. Los de ciclos más largos tienen explicaciones más complejas y desconocidas. Para que un organismo logre anticiparse y estar preparado ante los cambios regulares que ocurren en su ambiente necesita pues un reloj, que debe ser preciso pero no excesivamente rígido. Es decir, el reloj biológico debe de poder ajustarse o sincronizarse con algún fenómeno suficientemente fiable del entorno del organismo. Esto per-

Los seres vivos tienden a sincronizar y adaptar sus actividades a las condiciones que les imponen las estaciones. Estos jacintos estrellados en el sotobosque del monte Redes

árboles, el sotobosque todavía recibe buena iluminación, que ayudará a madurar las semillas a través de la fotosíntesis. Además, hay ya abundantes insectos a los que

(Caso) han florecido masiva y simultáneamente para facilitar la polinización cruzada. Es el momento adecuado, pues pocas semanas antes del brote de las hojas de los

44 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

la planta encomienda la polinización. El reloj biológico de las plantas ha sincronizado el brote y la floración con la duración creciente de los días y acortamiento de las noches.


mite poner en hora el reloj a diario (ej.: al amanecer o atardecer), manteniendo al ser vivo sincronizado con su medio. Un buen ejemplo de la adaptabilidad de los relojes biológicos a las condiciones estacionales es el de los ciervos. En el pasado se introdujeron ejemplares europeos en parques nacionales argentinos. Si el reloj biológico que controla el celo y la reproducción del ciervo fuese rígido e inflexible, continuarían teniendo la berrea en septiembre-octubre (primavera en el hemisferio sur) y los partos en abril-mayo (fines del otoño), con lo cual los cervatillos recién nacidos tendrían dificultades para sobrevivir a los rigores del invierno austral que comienza poco después. Sin embargo, el ciervo ha modificado allí su reloj biológico, de forma que ha trasladado la berrea y el celo al mes de

Dada la predictibilidad de las condiciones imperantes en cada época del año, los seres vivos suelen comenzar sus preparativos para la siguiente estación con suficiente

antelación. La duración de los días o fotoperiodo les advierte de la inminencia del cambio estacional. Es la señal más fiable, pues sólo depende de factores físicos derivados de la

marzo (otoño austral), naciendo los cervatillos en los meses primaverales del hemisferio sur. Dada la predictibilidad de las condiciones imperantes en cada época del año, los seres vivos suelen buscar una señal que les advierta de la llegada de la siguiente estación, para ajustar sus relojes biológicos y poder adaptar su organismo a tiempo. Imaginemos que un mamífero, como el oso o el lobo, comenzase a cambiar su pelaje de verano por el de invierno al advertir los primeros fríos del otoño. Su falta de previsión traería consigo que el animal pasaría frío durante todas las semanas que tardase en desarrollar el grueso pelaje de invierno. Si los fríos durante ese periodo se hacen intensos puede ponerse en peligro la vida del animal. Sin embargo, si éste comienza

inclinación del eje de rotación de la Tierra y de la posición de la misma en su órbita en torno al sol. Su regularidad es un estupendo reloj astronómico en el que basarse para poner en hora los

relojes biológicos. Estos cerezos en el monte Vega San Pedro (Caso) hace tiempo que han detectado el acortamiento de los días y están en plenos preparativos para afrontar el invierno.

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a cambiar su pelaje cuando advierta, no el frío, sino una señal ambiental relacionada con la aproximación de las bajas temperaturas (el acortamiento de los días), puede empezar a desarrollar el pelaje de invierno antes. De esta forma, al llegar los primeros fríos ya lo tendrá listo para resistirlos. Considerando las estaciones del año, existen dos fenómenos que van a ser utilizados en la puesta en hora del reloj biológico. El más fiable es la duración de los días (fotoperiodo), pues esto depende sólo de factores físicos regulares derivados de la inclinación del eje de rotación de la Tierra y la posición de la misma en su órbita en torno al sol. La regularidad de los cambios anuales que se producen constituye de por sí un estupendo reloj astronómico en el que basarse. Otro factor que puede ayudar a estos ajustes es la duración de los periodos fríos y cálidos o sus oscilaciones (termoperiodos), pero este modulador del reloj biológico es menos fiable para el organismo. Por ejemplo, una planta tendrá la certeza de que se aproxima la primavera si advierte que los días crecen, y puede entonces ajustar en consecuencia su reloj biológico. Si se basara tan sólo en las temperaturas, podría tener consecuencias graves. Unos días anormalmente cálidos en diciembre, que la planta interpretase como «primavera», podrían hacerla abrir sus yemas, destruyéndose sus brotes de hojas y flores la semana siguiente al llegar una helada. Por ello, los principales controles del ciclo vital de las plantas han sido transferidos al fotoperiodo, de ritmos más regulares y fiables. El termoperiodo suele utilizarse como sistema «confirmativo» para la planta de lo que marca el fotoperiodo (ej.: condiciones de invierno). Con todo, el termoperiodo también tiene su importancia en muchos procesos: así, ciertas semillas como las del fresno o el serbal deben pasar por una fase de frío suficientemente larga que les confirme la existencia de un invierno para poder luego germinar. Otras especies parecen requerir más comprobaciones previas. Por ejemplo, la espinera desprende sus bayas rojas en otoño. Si éstas no fueron comidas por algún animal, el embrión presente en la semilla pasa su primer invierno en el suelo aún protegido por la envoltura carnosa del fruto, de cubierta dura y poco permeable. Llegadas la primavera y el verano, los microorganismos y pequeños artrópodos del suelo descomponen esas cubiertas. Así queda libre la semilla que, en su segundo invierno confirma con seguridad la existencia del mismo y

Los principales controles del ciclo vital de las plantas han sido transferidos al fotoperiodo, de ritmos más regulares y fiables que el de la duración de los periodos fríos y cálidos o sus

oscilaciones (termoperiodo). Si una planta abriese sus yemas fiándose sólo de las cálidas temperaturas de unos días en el invierno, las consecuencias podrían ser

46 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

germina al llegar la primavera. Así la semilla ha tenido una comprobación previa de alternancia estacional y evita una germinación otoñal que se malograría con las heladas invernales.

adaptaciones de las plantas Las plantas tienen un impedimento notable respecto a los animales de cara a resistir las condiciones impuestas por las estaciones: su inmovilidad. Allí donde germinaron y se desarrollaron, quedarán expuestas a las lluvias, sequías, vientos, heladas, etc., que la climatología traiga consigo en cada época del año. Si la planta vive más de un año, estos cambios la continuarán afectando por más tiempo, incluso durante siglos o milenios, en el caso de viejos robles o tejos, por ejemplo. El clima eurosiberiano-oceánico del que disfruta Asturias, determina la existencia de bosques planocaducifolios, es decir, con árboles de hojas planas, blandas, grandes y anchas que se caen en otoño cuando el árbol va a afrontar los rigores invernales. El bosque atlántico caducifolio que impera en Asturias, con sus contrastes, representa una respuesta a las variaciones climáticas anuales existentes en los terrenos que ocupa: en primavera y verano el calor y las lluvias que, a pesar de la estación, no cesan, crean un ambiente de atmósfera templada y húmeda. Los árboles despliegan por entonces sus hojas anchas y aplanadas, capaces de producir una abundante evapotranspiración. Sin embargo, y aunque los contrastes no son tan marcados como en áreas más septentrionales, la llegada del otoño e invierno, con la reducción de horas de luz y variaciones térmicas, modulan el «reloj biológico» del árbol, que obstruye el flujo de savia a las hojas, terminando éstas por desprenderse. Conservar en invierno esas anchas y aplanadas hojas, a merced de vendavales y nevadas, produciría grandes roturas de ramas o caídas de árboles, al acumular el peso de la nieve. Además, en esa estación el árbol dispone de menos horas de luz, menos días con sol y períodos de cierta «sequía fisiológica», cuando el agua se congela en el suelo, pues el árbol no puede aprovecharla en ese estado. Aunque el bosque atlántico caducifolio supondría la vegetación dominante en Asturias de no haber mediado la acción humana, no debemos olvidar la existencia de otras muchas comunidades vegetales en el Principado (alta montaña, prados, costa, medios húmedos, etc.), que también van a estar sometidas a las condiciones de luz, temperatura y humedad impuestas por cada estación.

desastrosas cuando volviesen las heladas (arriba, flor de hierba centella en una helada primaveral). Páginas siguientes: el bosque atlántico caducifolio, que impera en Asturias,

representa con sus contrastes estacionales, una respuesta a las variaciones climáticas y de luz que se producen a lo largo del año. Hayedo de Redes, Caso.


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el sensor luminoso En las plantas, la detección del fotoperiodo corre a cargo de una importantísima molécula conocida como fitocromo. Este pigmento de naturaleza proteínica se encuentra presente prácticamente en todos los órganos de las plantas. Recién sintetizado en las células vegetales, se trata de una pigmento azul, denominado Pr. Cuando es iluminado por la luz ambiental (concretamente por el espectro rojo de la luz visible), Pr sufre unos cambios en su seno (isomerización cistrans) denominándose entonces Pfr. En esta última forma, el fitocromo se presenta como un pigmento, no azul, sino verde oliva. Sin embargo, Pfr puede volver a transformarse en Pr. Esto ocurre si recibe un espectro de luz denominado «rojo lejano», a caballo entre el rojo oscuro aún visible para nosotros y el infrarrojo, no detectable por la visión humana. Por tanto: luz roja Pr

Pfr rojo lejano

Las plantas han desarrollado diversas adaptaciones que les permiten sobrevivir a las distintas épocas del año, consistentes en que sus procesos fisiológicos (caída de las hojas, germinación de semillas, floración, apertura de yemas, etc.) deben ocurrir en el momento adecuado. Como ya vimos, la planta se basa en la duración de los días y sus variaciones (fotoperiodo) para ajustar y poner en hora el reloj biológico que modula esos cambios. También vimos la menor fiabilidad que ofrecen las temperaturas y sus variaciones (termoperiodo), aunque las plantas las siguen usando como confirmación de lo que marca el fotoperiodo. De esta forma, el vegetal está orientado acerca de la época del año en la que se encuentra.

Las plantas detectan los cambios en la duración de los periodos de luz y oscuridad gracias a una importantísima molécula conocida como fitocromo. Se trata de un

pigmento proteínico capaz de modificar su estructura al recibir la influencia de ciertas bandas rojas del espectro de luz, activándose o desactivándose en función del tipo

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Este fenómeno es extraordinariamente útil para las plantas, y la implicación del rojo y rojo lejano no es caprichosa. En un bosque, por ejemplo, las copas de los árboles filtran la luz solar de forma que al suelo llega mucha más luz del rojo lejano que luz roja visible. Por tanto, las semillas de las plantas presentes en el humus del sotobosque transforman su Pfr activo en Pr inactivo. Esto impide a la semilla germinar, lo cual suele venirle bien, pues bajo un dosel forestal tupido llega poca luz (2-5 % del total en el caso de un hayedo) y la planta tendrá grandes dificultades para desarrollarse y sobrevivir. Por supuesto, las semillas de especies habituadas a condiciones de sombra son menos inhibidas por este fenómeno que aquellas amantes de la luz (heliófilas). Sin embargo, a finales del invierno e inicios de la primavera, los días crecen y el bosque aún no ha desplegado sus hojas, por lo que la radiación solar llega al suelo con su espectro prácticamente íntegro, rojo incluido. El fitocromo de las semillas se activa entonces (Pr Pfr). Como además los días se alargan, la concentración de Pfr va creciendo día tras día en la semilla, hasta alcanzarse una concentración crítica, que es la señal para que la semilla germine. El fitocromo está implicado en otros muchos procesos fisiológicos de la planta, pues es el auténtico sensor de los incrementos o reducciones en las horas de luz. A mayor duración del día, mayor producción y concentración de fitocromo activado (Pfr). Esto trae consigo el crecimiento y desarrollo de la raíz de la planta, el alargamiento del tallo, etc. Cuando los días se acortan y llega el otoño, Pfr disminuye y Pr aumenta: es decir, la planta está detectando oscuridad creciente. Incluso es capaz de detectar el alba y el crepúsculo, pues en ambas situaciones la proporción de rojo lejano aumenta respecto a la luz roja visible. La planta se prepara entonces para la dormición invernal.

de luz que incide en la planta. Según se acumule fitocromo activado o no activado, se desencadenan ciertos procesos que le permiten sintonizarse con la estación venidera. Por tanto, el

fitocromo es el auténtico sensor que informa a la planta de los incrementos y reducciones en las horas de luz. Hayedo de la Biescona, en el Sueve (Parres–Colunga).


el letargo invernal El invierno provoca un endurecimiento de las condiciones del clima: las horas de luz son las mínimas del año, la nubosidad es frecuente, así como los vientos, lluvias y nieve. El frío es con frecuencia intenso. Estas condiciones son poco favorables para que las plantas lleven a cabo sus procesos fisiológicos con eficacia. Por tanto, la mayor parte de las especies de nuestras latitudes adoptan una estrategia de dormición invernal, en cierto modo comparable a lo que también hacen muchas especies animales. Desde mediados de verano (julio-agosto), muchos árboles comienzan a prepararse. A pesar de disfrutar de bastantes horas de luz y temperaturas adecuadas para continuar su crecimiento, el árbol

En el invierno el clima endurece sus condiciones. Las horas de luz son las mínimas del año, la nubosidad es habitual, así como los vientos, lluvias y nieve. El frío es con

frecuencia intenso. Estas circunstancias son poco favorables para que las plantas lleven a cabo sus procesos fisiológicos con eficacia. Por tanto, la mayor parte de las especies

ha detectado la reducción de los días a través de su fitocromo. Detiene entonces su desarrollo actual y aprovecha las condiciones aún favorables para formar las yemas del invierno. En ellas se encuentran unas minúsculas hojitas (primodios foliares) que se desplegarán y desarrollarán al año siguiente. Por fuera, la planta las recubre de otras hojas o estípulas modificadas. Son las escamas, que cumplen tres funciones importantes para proteger los primodios foliares: aislarlos del frío y heladas, encapsularlos para evitar que se deshidraten y se sequen y por último, obligar a los primodios a mantener su metabolismo dormido, ya que las escamas dificultan el intercambio de gases (oxígeno sobre todo) con el exterior y reducen la luminosidad que llega a esas hojitas. Las yemas recién formadas entran en una

vegetales de nuestras latitudes adopta una estrategia de dormición invernal. Tormenta de nieve desde el Serrón de las Lagunas, Muniellos (Cangas del Narcea).

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fase de «predormición». A medida que se acortan los días, en las hojas del árbol va aumentando el fitocromo Pr (no activo), y esta es la señal para que se sinteticen sustancias inhibidoras del crecimiento de la yema. Según va avanzando el otoño la dormición de la yema es cada vez mayor, hasta quedar en un estado totalmente latente. También las semillas van a pasar el invierno aletargadas, pues germinar en otoño o invierno supondría la muerte de la plántula con seguridad. El joven embrión detiene su desarrollo, pierde agua y comienza su fase de latencia parcialmente deshidratado. Muchas semillas se mantienen dormidas durante el invierno porque las cubiertas rígidas de las mismas impiden el acceso de agua y gases (oxígeno) al embrión. Cuando los microorganismos del suelo destruyen esas envueltas en primavera, la semilla se embebe de agua y el embrión germina. No obstante, es habitual que además se precise algún estímulo exterior que confirme que ha llegado la época ideal para germinar. Muchas especies (fresno, abedul, serbal...) deben pasar por un periodo frío en el suelo (de 0 a 5 °C) suficientemente largo (varias semanas) que les confirme que ha existido un invierno. Si esas semillas se guardan durante dicha estación en una habitación templada, no germinarán en primavera. Un problema importante que se les presenta a las plantas durante el invierno son las bajas temperaturas. Como ya vimos, la intensidad y duración de las heladas y fríos invernales va a suponer el factor más importante que limita la distribución de las diferentes especies de plantas. Por debajo de 7,5 °C los procesos fisiológicos de la mayoría de los vegetales se ralentizan notablemente, y esas bajas temperaturas son muy habituales en el invierno asturiano. En tales condiciones las plantas son prácticamente incapaces de crecer y desarrollar ramas, yemas, flores, frutos, etc. Estos procesos son regulados por complejos mecanismos hormonales y enzimáticos en las células y tejidos vegetales, y la temperatura influye sobre las reacciones químicas que aceleran y guían los enzimas. El frío excesivo llega a detener muchos de esos procesos bioquímicos. Pero además las bajas temperaturas a las que se exponen las plantas en invierno traen consigo otro problema: el hielo. A la planta no le basta con entrar en dormición y letargo. Si las temperaturas son inferiores a 0 °C pueden empezar a congelarse sus tejidos y esto puede ser fatal para la planta. Los cristales de hielo que se forman en el interior de las células son capaces de lesionar mecánicamente a los orgánulos de las mismas

Desde mediados de verano, muchos árboles comienzan sus preparativos para el invierno. Aprovechando la abundante luz y bonanza climática, la planta forma las yemas de invierno,

conteniendo unas minúsculas hojitas que se desplegarán y desarrollarán al año siguiente. Por fuera unas escamas aislarán a esos primodios foliares del frío y las heladas,

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(membranas, retículo endoplasmático, núcleo, etc.) provocando su muerte. Sin embargo, antes de congelarse el interior de la célula se forman cristales de hielo en el exterior (espacio extracelular). Recordemos que el agua se congela a temperaturas menores cuanto más solutos (sales, pequeñas moléculas, etc.) tenga disueltos. Si el agua del mar se hiela a temperaturas inferiores a 0 °C es por esta razón. Cuanto más «salada» esté, a más baja temperatura se congela. El líquido extracelular tiene menos solutos que el del interior de la célula, por lo que la congelación comienza en el exterior. Pero a medida que el agua va agregándose en forma de cristales de hielo, los solutos tienen cada vez menos agua en estado líquido en el que estar disueltos. Por tanto, el líquido extracelular parcialmente congelado tiene mayor concentración de sales y solutos, y esto le hace comportarse como osmóticamente activo respecto al líquido del interior de la célula. Como la membrana de la misma permite el trasiego de líquidos, sale entonces agua del citoplasma a diluir estos solutos extracelulares, intentando igualar las concentraciones del interior y el exterior de la célula. Por tanto el resultado de esa congelación extracelular equivale a una deshidratación para la célula. Al reducirse la cantidad de agua en su interior, las sales minerales y moléculas disueltas que contienen quedan más concentradas, por lo cual el punto de congelación del citoplasma es aún más bajo. La deshidratación no es precisamente cómoda para la célula (cambia el pH y se altera la función de los enzimas), pero muchos árboles resistentes a las heladas, como el abedul y varias especies de sauces y salgueras, han basado su resistencia al frío en hacer sus células sumamente tolerantes a la deshidratación de su citoplasma cuando se forma hielo extracelular. Hay plantas menos resistentes que no soportan esa deshidratación intracelular: los cambios de pH y la concentración excesiva de sales y solutos inactivan muchas de sus enzimas y proteínas, llegando a desnaturalizarlas (pierden su morfología y función), lo que con frecuencia supone la muerte de la célula. Otras especies vegetales parecen resistir las heladas gracias a unas proteínas anticongelantes similares a las de algunos peces polares, que parecen evitar incluso la formación de hielo extracelular. Algunas plantas consiguen soportar temperaturas moderadamente bajas si el enfriamiento ocurre lentamente. En tal caso, las células reaccionan a tiempo, modificando la proporción de lípidos en sus

encapsulándolos para evitar su deshidratación y mantener su metabolismo dormido hasta la próxima primavera. En la imagen, las yemas de un fresno.


Este haya en el monte de Fidiello (Lena) se encuentra en plena dormición invernal. En esta estación, la congelación de los tejidos vegetales es un riesgo para la planta, pues sus

células pueden resultar irremediablemente dañadas por los cristales de hielo formados en su citoplasma. Sin embargo, el hielo comienza a formarse en el espacio extracelular, y

esto drena líquido intracelular hacia el exterior, lo que reduce el punto de congelación en la célula. Éste y otros mecanismos de resistencia al frío permiten a nuestra vegetación natural

soportar las heladas todos los años. Más problemáticas resultan si la hoja ya ha brotado, pues sus tejidos contienen mucho agua, que se congela con facilidad lesionando gravemente la hoja.

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membranas. Gracias a ello, esas membranas conservan su fluidez y función (para comprender la influencia del frío sobre la viscosidad de los lípidos pensemos en la mantequilla, por ejemplo). Por todo lo expuesto, podemos deducir que las especies o tejidos vegetales son más sensibles a la congelación cuanto más contenido en agua tengan. Las hojas recién brotadas, flores y frutos carnosos se hielan a tan sólo –1 a –2 °C. Las hojas no muy adaptadas al frío lo hacen a los –2 a –5 °C. En el caso de hojas de plantas perennes (acebo, tejo, etc.), que han de hacer frente al invierno, resisten de –4 a –10 °C. Ello es posible gracias a que en invierno almacenan material osmóticamente activo que desciende el punto de congelación del líquido en sus tejidos.

el despertar primaveral Superados los rigores climáticos del invierno, comienza una época transicional hacia la plena primavera. Las temperaturas se suavizan y el creciente fitocromo activado (Pfr) informa a la planta del alargamiento de los días. Llega una buena época en la que despertar del letargo invernal y sincronizarse con los insectos para utilizarlos en la reproducción. Es el momento de desplegar las nuevas hojas, de brotar las flores y de germinar las semillas. El incremento de las horas de luz va a permitir más tiempo de fotosíntesis y la elevación de temperaturas facilitará las reacciones enzimáticas y bioquímicas de la planta. Claro que, en lo que a temperaturas se refiere, la primavera no es igual para todos, ni coincide necesariamente con nuestro calendario. Las plantas de la montaña no se sentirán en primavera hasta bien avanzado el mes de junio, mientras en la costa de Asturias ya existen plantas en plena actividad primaveral en los meses de enero y febrero. Incluso para una misma especie, la altitud a la que crece modifica notablemente el calendario de su despertar. Así, en valles bajos podemos encontrar en abril algunos abedules y hayas desplegando sus hojas y flores, mientras que ladera arriba, a sus congéneres aún les faltan algunas semanas para seguir su ejemplo. La franja de verdor primaveral va ascendiendo por el monte semana a semana. Esto nos recuerda ese papel regulador y confirmativo que juegan las temperaturas en el ajuste del reloj biológico de la planta. Siendo el fotoperiodo similar en la base del valle y en sus cotas más altas, las plantas de altura retardan su despliegue primaveral porque allí las temperaturas tardan más tiempo en dulcificarse. Además supone una ventaja para la vegetación, pues reduce el riesgo de padecer heladas o nevadas tardías que podrían destruir las hojas y flores que estuviesen brotando por entonces (ya vimos que son muy sensibles a las heladas), y esto es mucho más grave para la planta que perder unas semanas de actividad fotosintética. Con todo, es el fotoperido el principal y más seguro ajustador de los relojes biológicos de las plantas. La «lectura» de la duración del

A medida que los rigores del invierno tocan a su fin, empieza una época transicional hacia la plena primavera. Las temperaturas se suavizan y el creciente fitocromo activado informa a

la planta del alargamiento de los días. Es buen momento para despertar del letargo invernal y sincronizarse con los insectos para utilizarlos en la reproducción. Se despliegan nuevas

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día que hacen gracias al fitocromo les permitirá florecer y desplegar las hojas en el momento del año más adecuado, afinando las temperaturas ese ajuste. Al igual que ocurre con muchas semillas, la mayoría de los árboles y arbustos precisan tener sus yemas expuestas al frío un tiempo para salir del letargo invernal. Pasar entre 10 y 40 días con temperaturas de 0 a 5 °C parece suficiente garantía de la existencia de un invierno. Sin embargo, este requisito no es obligatorio para todas las plantas. Las yemas del haya y el abedul, por ejemplo, pueden salir de su dormición sin pasar un periodo de frío previo, bastándoles la detección del alargamiento de los días. Al comienzo de la primavera se da una conjunción de factores que sacan a las yemas de su letargo: un alargamiento de los días, que se asocia a una

hojas, brotan las flores y germinan las semillas. El incremento de las horas de luz va permitir más tiempo de fotosíntesis y la elevación de las temperaturas facilitará a la

planta el funcionamiento de su maquinaria bioquímica. Primaveras en flor en la orilla del río Les Borbogues, monte Redes, Caso.


elevación de las temperaturas tras un periodo de frío invernal. Parece que las propias escamas protectoras de la yemas pueden responder al fotoperiodo. O tal vez penetra luz suficiente hasta los primodios foliares del interior de la yema, que detecta mayor duración del día mediante la activación creciente de su fitocromo. Además de estos factores, parece existir cierta regulación hormonal a cargo de sustancias promotoras del crecimiento, como las giberelinas y citoquininas, cuya concentración va aumentado en las yemas a lo largo del invierno, haciéndose máxima cuando la yema aparece ya hinchada y próxima a abrirse. Simultáneamente, las sustancias inhibidoras del crecimiento (ej.: el ácido abscísico), reducen su concentración en los tejidos a medida que avanza el invierno. Al

El verdor primaveral va ascendiendo por el monte semana a semana. Esto nos recuerda el papel regulador y confirmativo que juegan las temperaturas (termoperiodo) en el

ajuste del reloj biológico de la planta. Siendo el fotoperiodo similar en la base del valle y en sus cotas más elevadas, las plantas de altura retardan su despliegue primaveral respecto

comenzar la primavera hay un intenso trasiego de nutrientes, como el almidón, que se acumula en los extremos terminales de las ramas y yemas para acelerar la foliación. Otro fenómeno estacional, emblemático de la primavera, es la floración. También aquí intervienen el fotoperiodo, el termoperiodo y la regulación hormonal. De nuevo, el factor externo más fiable es el fotoperiodo. En función de la respuesta al mismo, podemos distinguir tres grupos de plantas. Las de «día corto» sólo florecen si no se rebasa un cierto número máximo de horas de luz al día, exigiendo además noches suficientemente largas. Si se las ilumina de noche no florecen. Las plantas de «día largo» florecen si se supera un mínimo de horas de luz al día, con noches suficientemente cortas. La mayoría de las plantas presentes en Asturias responden a este último patrón. Finalmente, un tercer grupo parece indiferente a la duración del día: son las llamadas plantas de «día neutro». De nuevo es el fitocromo el sensor implicado en poner en marcha la floración. En las plantas de día largo, la luz que incide sobre ellas durante el día va pasando el fitocromo Pr a su forma activa, Pfr. A partir de cierto número crítico de horas de luz, la acumulación de fitocromo activado Pfr al llegar la noche es tal que consigue activar en las hojas a los genes que codifican la síntesis de una hormona conocida como florígeno (tal vez una giberelina). El florígeno es transportado entonces desde las hojas a los meristemos (tejido de células indiferenciadas, capaz de transformarse en otros tejidos más especializados). Allí activa los genes responsables de la diferenciación de esas células a formar flores. En las plantas de día corto el Pfr no activa, sino reprime a los genes que codifican el florígeno. Adviértase que en estos procesos son las hojas, mediante la activación del fitocromo, las responsables de la percepción fotoperiódica y de la síntesis de florígeno. En la primavera no sólo interrumpen su latencia las yemas; también los embriones que albergan las semillas pueden tener ahora su oportunidad. Para ello deben disponer de unas adecuadas condiciones de luz, temperatura y humedad. Con frecuencia la luz es factor limitante en el caso de las semillas en el suelo del bosque. Cuando brotan las hojas en las copas de los árboles, la cantidad de luz que llega al suelo es mucho menor (del 2 al 5 % de la que llega a las copas de los árboles en el caso de un hayedo). Sin embargo, en las semanas o meses previos a la foliación de los árboles, la intensidad de iluminación en el suelo forestal es suficiente para que germinen y se desarrollen muchas especies de plantas. Algunas incluso florecen y fructifican, muriendo cuando el dosel forestal «apaga la luz». De nuevo, el fitocromo se encarga de informar a la semilla si es el momento adecuado para germinar: si el suelo del bosque recibe iluminación directa del sol, con suficiente radiación roja, el

a sus congéneres de las zonas basales, debido a que allí las temperaturas tardan más tiempo en dulcificarse. El retraso es además conveniente para la planta, pues reduce el riesgo de

padecer heladas tardías que podrían destruir sus hojas y flores recién brotadas, y esto es más grave que perder unas semanas de actividad fotosintética (Redes, Caso).

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fitocromo Pr se activa a Pfr, como ya vimos, y eso pone en marcha la germinación. Estas semillas deben estar previamente embebidas en agua y suficientemente cerca de la superficie del suelo para percibir la luz. Si el dosel del bosque se ha desarollado, llegará poca luz al suelo y además filtrada. El espectro del rojo lejano atraviesa bien esas copas arbóreas y desactiva el fitocromo (Pfr Pr), bloqueando la germinación de la semilla en condiciones desfavorables. También en la regulación fotoperiódica de la geminación existen semillas de día largo (ej.: el abedul) y de día corto. Como en el caso de las yemas, hay semillas que precisan de un periodo frío (0-5 °C) de varias semanas previo a la germinación. Es el caso de árboles y arbustos como el avellano, abedul, fresno, haya, rosal silvestre, serbal, etc.

A finales del invierno los días crecen y los árboles aún no han desplegado sus hojas, por lo que la radiación solar llega al suelo con su espectro prácticamente íntegro, rojo incluido. Este último es el

responsable de activar al fitocromo, cuya creciente acumulación termina desencadenando la germinación y el brote de plantas del sotobosque, como estos jacintos estrellados en la base

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Durante ese periodo, la semilla debe de estar embebida en agua. Algunas semillas de plantas de alta montaña necesitan pasar por temperaturas bajo 0 °C para confirmar la existencia del invierno, pues el rango de 0 a 5 °C resultaría allí poco fiable. El alargamiento de los días que perciben las plantas a medida que avanza la primavera estimula no sólo la foliación y floración, sino el crecimiento y desarrollo general de la planta: el tallo se alarga, aumenta la ramificación, las hojas se expanden e incrementan el número de estomas. También parecen crecer las raíces y se estimula la reproducción vegetativa en el caso de plantas habituadas a esta costumbre, como la fresa silvestre; al alargarse los días desarrollan sus tallos rastreros que van enraizando a distancia.

de un haya del monte Redes (Caso). Cuando los árboles despliegan sus hojas, la mayor parte de la luz es interceptada en sus copas. Sin embargo, la banda del espectro correspondiente

al llamado «rojo lejano» traspasa mucho mejor el dosel forestal que el rojo normal. Ese «rojo lejano» desactiva al fitocromo, lo que impide la germinación en esas épocas de oscuridad.


las plantas en verano Llegado el verano, las plantas tienen su maquinaria fotosintética a pleno rendimiento. Con la abundante luz solar ahora presente y el agua y sales minerales del suelo, la planta captura CO2 del aire y consigue integrar sus átomos de carbono en una molécula más compleja, la glucosa, liberando además una molécula de oxígeno (O2) por cada molécula de CO2 captada. A partir de estos últimos, y aprovechando la energía solar, la planta sintetiza compuestos orgánicos que suponen prácticamente la única fuente primaria de estas últimas, y por tanto de energía, para el resto de seres vivos. Además, ese «subproducto» de la fotosíntesis, el O2 es liberado a la atmósfera y queda a disposición de los animales. El ciclo se cierra cuando el CO2 resultante de la respiración animal es captado y utilizado por la planta en la fotosíntesis. Toda una legión de insectos y sus larvas atacan durante la primavera y el verano a las plantas para aprovechar sus compuestos orgánicos. La planta se defiende sintetizando sustancias tóxicas para los animales, como taninos, terpenos, alcaloides y glucósidos diversos, capaces de producir trastornos digestivos y neurológicos. Otras sustancias dan sabores desagradables a hojas y tallos para repeler su ataque. Las hojas van produciendo cantidades crecientes de taninos a medida que se desarrollan. Estos compuestos repelen a las orugas de mariposas y escarabajos y además reducen la digestibilidad de las proteínas de la hoja, con lo que el parásito no aprovecha tanto lo que devora, y ello en un momento en el que la larva necesita para su desarrollo importantes cantidades de proteínas. Como la cantidad de taninos en las hojas va aumentando conforme avanza la primavera, las polillas e insectos parásitos han adaptado su ciclo vital para que las orugas tengan su máximo desarrollo al inicio de la primavera, que es cuando las hojas resultan menos tóxicas. Pero para ello los huevos deberían eclosionar en el momento del brote de las yemas, y esto no siempre ocurre así. A veces las larvas nacen demasiado pronto y mueren de hambre, pues las hojas aún están protegidas por las escamas de la yema. Si, por el contrario, los huevos eclosionan demasiado tarde, también morirán, esta vez por encontrarse con hojas ya indigeribles. A consecuencia de este fenómeno, el daño presente en el follaje puede variar de un año a otro, aunque el árbol siempre tendrá su batalla contra los insectos. Otro sistema que tiene el árbol de reaccionar a las agresiones no sólo de insectos, sino de ácaros, gusanos, hongos y bacterias, son las agallas. Cuando el carbayo, por ejemplo, sufre la inyección de un huevo parásito en el seno de sus ramas u hojas, reacciona formando una masa de tejido en torno a la larva, de manera que el roble la nutre y protege pero, a la vez, la aísla e impide que ataque otras ramas y hojas. El mecanismo por el que el vegetal forma la agalla no es bien

La floración es emblemática de la primavera, aunque no exclusiva de esa estación. También el fitocromo está implicado en la puesta en marcha de este proceso, activando los genes

que producen las hormonas responsables del desarrollo floral. Flores de cresta de gallo o «pitinos» (Rhinanthus sp. ) y de clavel de monte (Dianthus sp.).

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conocido. Parece que en el momento de la puesta, el insecto adulto inocula adn viral en los tejidos de la planta, que se incorpora al genoma de la misma. A partir de entonces ese adn viral toma el control de las divisiones celulares del tejido próximo al parásito, dando lugar a agallas con formas específicas. En el caso del carbayo, suelen parecerse a cerezas, manzanas, canicas, bolas algodonosas, lentejas, etc. De algunas de ellas se obtenía tinta con la que los monjes medievales copiaron gran número de códices. A pesar de taninos y agallas, a mediados del verano las hojas del carbayo tienen un aspecto poco saludable, con múltiples picaduras, roeduras, tunelizaciones, etc. Es entonces cuando brota la segunda generación foliar, a finales de julio. Se presentan en vástagos, con hojas más largas de un verde más pálido. Éstas aparecen sobre todo en árboles jóvenes y apenas serán atacadas ya por los insectos. En otoño cae el vástago completo

con el resto de las hojas. Otras agallas frecuentes de ver en la primavera avanzada y en el verano son las producidas por la avispa Mikiola fagi en las hojas de las hayas, con forma de gota de agua. Por su parte, el insecto Rhodites rosae es el responsable de las características agallas del rosal silvestre, con aspecto de ovillo piloso. En el verano, el sistema foliar está ya completamente desarrollado. Muchas especies de árboles caducifolios muestran dos tipos de hojas en función de su exposición a la luz, determinada por su posición en la copa del árbol. Las «hojas de sol» se sitúan en la parte exterior de la copa, en especial en las porciones más soleadas de la misma (lado sur del árbol). Estas hojas son más gruesas y pesadas que las llamadas «hojas de sombra», localizadas en el interior de la copa o en la cara norte de la misma. Esa diferencia de grosor ya es apreciable incluso antes de brotar, en las yemas, que son más gruesas en las porciones más soleadas. Las «hojas de sol» tienen más clorofila y su cutícula (cubierta exterior) es más densa para amortiguar

En el verano la vegetación tiene su maquinaria fotosintética a pleno rendimiento. Desde los musgos a los árboles, las plantas capturan CO2 del aire e integran sus átomos de carbono

en una molécula más compleja, la glucosa, liberando además una molécula de oxígeno (O2) por cada una de CO2 captada. La abundante luz solar ahora presente es el motor

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la radiación solar excesiva. Con ese mismo fin, su disposición en la copa es más vertical, de forma que la luz no incida perpendicularmente sobre su superficie, sino de forma más tangencial. En cambio, las hojas de sombra son más grandes y se disponen de forma horizontal para optimizar la captación de la escasa luz que reciben. Así como en invierno las plantas deben afrontar los problemas derivados del frío, en verano tienen que regular los excesos de calor y radiación solar. Las altas temperaturas pueden acelerar ciertos procesos químicos en los tejidos vegetales, que llegan a perder el control sobre los mismos. Consecuencia de ello es la acumulación de sustancias tóxicas, como el amonio, en células y tejidos. Si la temperatura aumenta aún más, las proteínas y enzimas llegan a desnaturalizarse, perdiendo o alterando su función al desestructurarse morfológicamente. Para retardar este último fenómeno, las plantas activan un gen que codifica la síntesis de las proteínas hs (Heat Shock). Estas proteínas de choque térmico están presentes también en los animales y aparecen rápidamente para proteger a enzimas esenciales y ácidos nucleicos (adn y arn) de la desnaturalización que produce el calor. Otro problema derivado de las altas temperaturas es que las membranas celulares, de naturaleza lipídica, se vuelven más fluidas (un fenómeno del tipo del que se observa al calentar mantequilla). Esto las hace más permeables a sustancias no deseables para la célula, como algunos iones metálicos que se fijan a los ácidos nucleicos y los fragmentan. Parece que las proteínas HS también previenen este fenómeno. Pero antes de recurrir a estas complejas respuestas bioquímicas, la planta intentará estabilizar la temperatura mediante un sistema sencillo y eficaz, la evapotranspiración. Este proceso es comparable a nuestra sudoración. La evaporación de 1 cm3 de agua (1 g) requiere 585 calorías (2.448 julios), que se «retiran» de la planta o del animal que transpira. Por ello, resulta el medio más efectivo de eliminar el exceso de calor, siempre que la planta o el animal disponga de suficiente agua para gastar con estos fines. La planta transpira el agua por medio de las hojas, abandonando ésta el líquido extracelular a través de unos orificios en su envés, los estomas. El agua perdida es repuesta por los vasos conductores de savia, que traen agua captada en el suelo por la raíz. Los estomas pueden abrirse o cerrarse para regular la transpiración. También se encuentran en el tallo, pero en escasa cantidad. Aunque sin aparentarlo mucho, las cantidades de agua que la planta transpira diariamente por sus estomas pueden ser notables. En un día caluroso de verano, un carbayo de buen porte puede transpirar por sus estomas varios cientos de litros de agua. Durante el periodo estival, en Asturias se registran las máximas temperaturas y las mínimas precipitaciones. Si la escasez de éstas es notable, las plantas no consiguen reponer desde el suelo el agua que

energético que permite este complejo proceso, básico para la vida, pues es la única fuente de materia orgánica y energía para el resto de los seres vivos.


Toda una legión de insectos y sus larvas atacan durante la primavera y verano a las plantas para aprovechar sus compuestos orgánicos. Éstas se defienden sintetizando sustancias

tóxicas para los animales o de sabor desagradable, cuya concentración aumenta a medida que avanza la estación. Debido a ello, las larvas de muchos invertebrados tienen su

máximo desarrollo al inicio de la primavera. Aunque el daño en el follaje puede variar de un año a otro, la planta siempre librará su batalla contra los insectos. En esta página, vemos orugas

de diferentes especies de mariposas de Asturias. Sus colores y pilosidades intentan disuadir a sus depredadores de un ataque, advirtiéndoles que no tienen precisamente buen sabor.

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ha perdido un 20 % del agua en sus hojas. El roble resiste hasta un 30 % y los árboles preparados para situaciones de sequía, como las encinas y carrascas llegan a tolerar pérdidas de un 40 % en el contenido hídrico de sus hojas. Durante el verano la planta va haciendo madurar los frutos y semillas una vez fecundadas sus flores en la primavera. A la vez se va completando el crecimiento en espesor correspondiente a ese año. Este crecimiento se debe a la aparición, ya en la primavera, de una capa de células embrionarias indiferenciadas en el interior del tallo, conocidas como cambium. Esta capa, que forma un cilindro completo en el seno del tallo y ramas, diferencia sus células durante la primavera y el verano en un doble sentido. Hacia el exterior del tallo forma células de líber, implicadas en el transporte de la savia. Hacia el interior forma tejido leñoso, que da resistencia al tallo o la rama. Esta formación de tejidos implica el engrosamiento progresivo del tallo hasta que se reduce su actividad, ya avanzado el verano. En el seno del tallo queda la marca resultante del crecimiento del leño en ese año, que se superpone a las marcas de las primaveras-veranos de años anteriores. Son los conocidos «anillos» que apreciamos en las ramas y troncos cortados. No sólo nos indican la edad, sino los avatares estacionales ocurridos en el año en que se formó cada anillo. Si hay óptimas temperaturas, luz, humedad y disponibilidad de nutrientes, se forman anillos más gruesos que los años en los que las condiciones fueron más duras para el árbol durante los meses primaverales y estivales. El crecimiento de la planta es, pues, estacional. Por debajo de 6-7 °C se detiene totalmente. En zonas tropicales, donde las temperaturas no acostumbran a descender a ese rango, el crecimiento continúa todo el año. Cuando la actividad del cambium va cediendo, en pleno verano, la planta comienza a prepararse para el invierno, aún lejano. Como ya vimos, el árbol forma entonces las yemas con las futuras hojas del año siguiente. Este proceso parece regulado por el fotoperiodo y por hormonas vegetales.

frutos y colores: el otoño

transpiran por las hojas y entran en situaciones de sequía. Este fenómeno es irregular (no todos los años) y con carácter puntual en nuestra geografía. Suele bastar el cierre de los estomas para evitar la pérdida por evapotranspiración, pero eso trae consigo un aumento de la temperatura interior, como vimos. La planta ahorra agua además reduciendo su actividad fotosintética. El cierre de los estomas suele iniciarse cuando las hojas han perdido un 5-10 % de su contenido máximo de agua. Cuando esas pérdidas son ya del 10-20 % los estomas se cierran del todo, pero la hoja puede seguir perdiendo agua a través de su cutícula. Si la sequía persiste comienzan a apreciarse los primeros signos de deshidratación, habitualmente una pérdida de turgencia en la hoja. El haya muestra esos signos cuando

Llegados los meses de septiembre y octubre, las plantas detectan un acortamiento creciente de los días y a un ritmo rápido. El invierno se acerca y durante los meses otoñales las plantas se preparan para superarlo. Las que optan por la estrategia caducifolia se disponen a eliminar sus hojas. Para los árboles esto es especialmente importante. Conservar durante el invierno esas hojas anchas y planas sería un lujo innecesario y hasta peligroso, pues facilitaría el acúmulo de nieve, cuyo peso desgajaría las ramas o haría caer al propio árbol en caso de vendaval. Además no le serían en cualquier caso muy útiles, pues en invierno la planta dispone de menos horas de luz, menos días de sol y periodos de cierta «sequía

Cuando el calor aprieta, las plantas intentan estabilizar su temperatura mediante la evapotranspiración a través de unos poros regulables en sus hojas, los estomas. Este proceso es un medio

carbayo de buen porte puede transpirar por sus estomas varios centenares de litros de agua al día. La abundante evapotranspiración puede originar nieblas, sobre todo al final de la tarde o

muy eficaz de eliminar excesos de calor, siempre que se disponga de suficiente agua de reemplazo. Las cantidades de agua evaporadas de la planta diariamente pueden ser notables. Un

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cuando el tiempo refresca. Otras veces es la niebla quien alivia la transpiración. Arriba, gran roble albar en Muniellos; derecha, niebla estival en el monte La Salguerosa, Ponga.


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fisiológica», al no poder aprovechar el agua si se congela en el suelo. Todo ello sin contar los previsibles daños por congelación en las hojas, que, por si fuera poco, ya están de por sí muy deterioradas por la acción de los insectos y sus larvas durante la primavera y el verano. Antes de desprender sus hojas, el árbol retira nutrientes de las mismas, decomisándolos célula a célula y dirigiéndolos a sus ramas. Este proceso parece controlado por cambios en las proporciones de hormonas vegetales algo antagónicas entre sí. Se ha visto que al envejecer la hoja aumenta el ácido abscísico, al que se implicaba en la abscisión o caída de la hoja, como su propio nombre indica. Además, las giberelinas y citoquininas, hormonas implicadas en el cese

A finales del verano, las plantas detectan un acortamiento creciente de los días, y a un ritmo rápido. El invierno se acerca, y durante los meses otoñales la vegetación se

prepara para superarlo. A la vez llega el momento de ofrecer los frutos a la fauna. El propósito de la planta es que los pájaros y otros animales dispersen sus semillas a distancia. Si en

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de la dormición y en el crecimiento y desarrollo, se reducen en otoño. A medida que los días se acortan y la intensidad de la luz decae, el reloj biológico de la planta detiene la síntesis de clorofila, y la ya presente en las hojas va siendo degradada. Este último proceso no es exclusivo del otoño, pero a diferencia de lo ocurrido en otras estaciones, ahora el árbol deja de sintetizar nueva clorofila para reemplazar a la degradada. Los componentes básicos de la valiosa clorofila van siendo decomisados de las hojas y se trasladan a ramas y tronco, donde quedarán almacenados hasta la siguiente primavera. Entonces comienzan a hacerse visibles otros pigmentos. Llevaban allí toda la primavera y verano, pero estaban enmascarados por el verde de la clorofila dominante. Son los rojizos y anaranjados caro-

primavera recompensó a los insectos con néctar y polen por su ayuda en la polinización, ahora lo hace con apetitosos y azucarados frutos, que convierten en vegetarianos

incluso a muchos animales carnívoros. Hojas otoñales de un haya somedana (izquierda) y hojas y frutos de serbal silvestre o de los cazadores (derecha), en Quirós.


tenoides y las amarillas xantofilas y flavonoides, que protegían a la clorofila de los excesos de la radiación solar para evitar su deterioro y conservar la función fotosintética a buen ritmo. Además son capaces de captar la energía asociada a ciertas longitudes de onda del espectro luminoso que la clorofila no puede aprovechar, y se la transfieren a esta última mejorando así su rendimiento. También parecen implicados en el fototropismo de la hoja (orientación y búsqueda de la luz). Ahora, a medida que la clorofila desaparece, sus cálidos tonos se hacen visibles, conservándose unos días al ser su degradación más lenta que la de la clorofila. El bosque revienta entonces de colores amarillos, dorados y rojizos, antes de llegar la sobriedad y austeridad invernal.

Para los árboles no adaptados a la estrategia perennifolia, conservar en invierno las hojas anchas y planas sería un lujo innecesario y peligroso. Innecesario por disponer de menos

horas de luz y menos días de sol. Peligroso porque su forma ancha y plana facilitaría el acúmulo de nieve, cuyo peso desgajaría las ramas o haría caer al propio árbol en caso de

En esas semanas de finales de octubre y primeros de noviembre comienza en los bosques de Asturias una incesante lluvia de hojas. El desprendimiento de hojas, flores y frutos ocurre en la llamada «zona de abscisión» situada en la base del peciolo, junto a la inserción del mismo en el tallo. Cuando se aproxima el momento de soltar las hojas, se separan dos capas de células en esa zona de abscisión. La capa más próxima a la hoja libera enzimas destructoras de celulosas y pectinas, que disgregan esas moléculas en el espacio intercelular que separa a esas células de la otra capa de abscisión, más próxima al tallo. Esta última, mientras tanto, aumenta su actividad metabólica. Sus células se engruesan y van estrangulando el tejido vascular que nutría a la hoja. Estos vasos a su vez se van obstruyendo

vendaval. Además, las hojas se congelarían fácilmente y, por si fuera poco, ya están muy deterioradas por los insectos a finales del verano. Aunque volver a producir miles

de hojas supone un importante esfuerzo cada año, merece la pena. Hayedo de Redes (Caso) en primavera (izquierda) y de monte Grande (Teverga), en invierno.

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con sustancias gomosas y se recubren luego con lignina y suberina, para sellar y taponar la zona de abscisión en el tallo e impedir el escape de agua o la entrada de gérmenes en el mismo. Con todos estos procesos, la unión de la hoja (o el fruto) al tallo es cada vez más laxa, de forma que con la ayuda del viento, termina por desprenderse. Entonces todavía brindará un último servicio al árbol. Antes de sellarse totalmente los vasos en la capa de abscisión, pasan a la hoja taninos y otros productos residuales acumulados durante la actividad del pasado verano, oscureciéndose la hoja al oxidarse y adoptando un tono final parduzco. En su caída, la hoja porta nuevos componentes inservibles para el árbol, pero que le podrán aportar nutrientes adicionales cuando en la primavera y verano siguientes, las bacterias, hongos y artrópodos del suelo se encarguen de su descomposición. Los productos básicos entonces resultantes podrán ser absorbidos por las raicillas más finas, siendo así recuperados por el árbol para crear nuevos tejidos vegetales. Tras la caída de las hojas y frutos, y con sus yemas en estado de dormición, el vegetal queda preparado para afrontar el invierno. Los árboles y arbustos caducifolios se presentan entonces como esqueletos aletargados. Otros vegetales de menor porte retiran los nutrientes a rizomas, bulbos, estolones y tubérculos subterráneos, quedando la parte aérea de la planta muerta. En la primavera siguiente la planta rebrota a partir de esos órganos subterráneos de almacenamiento de nutrientes, menos vulnerables a los daños por heladas que las partes expuestas de otras plantas.

cómo se adaptan los animales a las estaciones Los animales disponen de una evidente ventaja respecto a las plantas para afrontar las estaciones: la movilidad. Si el frío aprieta buscarán refugio, y si el calor es excesivo se ocultarán del sol. El animal, por lo tanto, no está tan expuesto como la planta a los azares de la climatología, lo cual no significa que no haya desarrollado complejas adaptaciones fisiológicas para hacerles frente en cada estación. El control y regulación de la temperatura corporal es uno de los principales problemas que debe solucionar. Los procesos fisiológicos de sus tejidos se efectúan con más eficacia dentro de un determinado rango de temperaturas. Un grupo de animales han adaptado

Cuando la planta deja de producir clorofila, se hacen visibles otros pigmentos rojos y anaranjados (carotenoides) y amarillos (xantofilas), hasta entonces enmascarados por la

verde clorofila, a la que ayudaban a mejorar su rendimiento. Comienza así el amplio despliegue de colores del otoño, sintetizados en esta rama de espinera en Somiedo (arriba).

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sus organismos para mantener estable la temperatura corporal, dentro de un estrecho margen de valores. Estos animales, los homeotermos (homos = igual, termos = calor), popularmente conocidos «de sangre caliente», agrupan a las aves y los mamíferos. La mayoría de los mamíferos mantienen la temperatura entre 36 y 38 °C, mientras las aves rondan los 40°. Estas condiciones de temperatura constante óptima en sus células y tejidos permiten al animal efectuar sus reacciones bioquímicas fisiológicas con rapidez y eficacia, facilitándole vivir con alto ritmo y actividad. Sin embargo, si las temperaturas del ambiente exterior son muy diferentes a las de sus tejidos van a tener que pagar un alto precio para conservar constante su temperatura interior. Mantener a 37 °C el cuerpo en un medio invernal bajo 0 °C exige al organismo trabajo y energía: el metabolismo debe incrementarse para compensar y equilibrar la pérdida de calor. Como veremos, algunos mamíferos optan por reducir su temperatura corporal, disminuyendo las diferencias con la del exterior, pero esto les exige un cese de actividades, es decir, un letargo o hibernación, ya que sus procesos fisiológicos se ralentizan mucho. Otro grupo de animales amoldan la temperatura de su organismo a la del exterior. Son los poiquilotermos (poikilo = variable), que agrupan a reptiles y anfibios, peces, crustáceos, moluscos e insectos. Estos animales, habitualmente llamados de «sangre fría», no son capaces de generar su propio calor corporal (o lo hacen muy parcialmente), por lo que sus procesos fisiológicos se ralentizan al enfriarse las temperaturas, y con ello la actividad del animal. Por tanto, los poiquilotermos no se ven obligados a pagar un alto coste energético-metabólico para conservar la temperatura en situaciones de frío, aunque quedan inactivos. Se estima que los micromamíferos insectívoros, como murciélagos, musarañas, etc., necesitan ingerir entre 10 y 17 veces más invertebrados cada día que una lagartija o lagarto de peso equivalente y que se alimenta de esos mismos invertebrados. Sus menores requerimientos energéticos suponen una ventaja cuando los aportes de alimento son muy estacionales (ej.: insectos), pues en las fases de escasez de los mismos sería muy difícil mantener un régimen homeotérmico. De hecho, los mamíferos y las aves pueden morir a temperaturas muy bajas, no por congelación, sino por escasez de alimento que permita mantener la génesis de calor interno mediante el metabolismo. La principal

Derecha: una víbora de Seoane se camufla entre unos helechos en otoño. Los animales tienen una evidente ventaja respecto a las plantas para afrontar las estaciones,

la movilidad. Esta víbora se retirará pronto a un refugio protegido de las heladas, en el que pasará aletargada el invierno.


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motivación de la migración de las aves desde las latitudes más septentrionales hacia regiones más sureñas parece también relacionada con este hecho.

el reto del frío Cuando un animal poiquilotermo se enfrenta a los fríos del invierno, y dado que no es capaz de generar su propio calor, se va a encontrar con problemas parecidos a los de las plantas. El más temible es el derivado de la congelación de sus tejidos. La formación de cristales de hielo en sus células sería letal, al lesionarse y romperse las membranas y orgánulos. Pero afortunadamente, y como también ocurre en las plantas, los líquidos extracelulares tienen menos solutos disueltos que los intracelulares y esto hace que se congelen antes que el interior de la células. Como ya explicamos, a medida que se forma hielo extracelular los solutos de ese medio se concentran y aumentan su presión osmótica, drenando agua de la célula, cuyo punto de congelación desciende entonces al concentrarse los solutos intracelulares. Algunos animales se preparan para sobrevivir a este drenaje sintetizando las llamadas proteínas nucleadoras, cuya función es servir de punto de inicio de los cristales de hielo en el medio extracelular. De esta forma se controla el tamaño de los cristales y su proliferación. Por otro lado, ciertas especies de ácaros e insectos se preparan para el invierno impregnando sus tejidos de anticongelante como el glicerol, que rebaja el punto de congelación hasta los –17 °C. Además, la sangre de los insectos tiene una alta concentración de iones sodio, potasio y cloro, lo que también dificulta la congelación. Sin embargo, los anfibios, reptiles, peces y artrópodos de nuestras latitudes rara vez sufrirán una verdadera congelación. La mayoría buscarán refugios invernales a salvo del hielo directo. Algunos pasan el invierno bajo tierra: a partir de 20-30 cm de profundidad el aislamiento proporcionado por la tierra suele ser suficiente, de forma que aún estando helada la superficie, a esa profundidad la temperatura no es tan extrema y habitualmente no se produce congelación. Un viejo tronco caído o una roca pueden proporcionar un aislamiento similar. Con frecuencia, los buenos refugios invernales son solicitados por estos animales, que aparecen agrupados en ellos. A veces incluso predador y presa comparten pacíficamente el mismo refugio. Los mamíferos y aves tienen la ventaja de poder mantenerse activos en el invierno gracias a que generan su propio calor, aunque pagando un alto costo metabólico por ello. Dentro de un rango de temperaturas próximas a la corporal, el animal no necesita gastar energías en conservar la temperatura. Nosotros mismos, a 25 °C sentimos confort térmico, pese a que la temperatura es casi 12° menor que la de nuestro cuerpo. Nuestro organismo, como el de otros ma-

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míferos y aves, consigue ajustar la pérdida de calor actuando sobre la piel, en la que se regula la contracción o dilatación de pequeñas arterias. De esa forma la sangre irradia más o menos calor a la superficie. Una persona acalorada tiene la piel enrojecida debido a la vasodilatación periférica. En un frío día de invierno su piel aparecerá mucho más pálida al cerrarse parcialmente los vasos sanguíneos en la piel para conservar calor. Las aves y los mamíferos complementan estos controles erizando o aplastando sus plumas o pelos. Así regulan su capacidad aislante-conservante del calor interior, al engrosar o adelgazar la capa de aire englobada en su pelaje o plumaje. Los pequeños músculos piloerectores se encargan de ello. Su contracción levanta el pelo, siendo responsables de nuestra «piel de gallina» en situaciones de frío. En el caso de los mamíferos, estos ajustes finos y automáticos de disipación o conservación del calor son regulados por el sistema nervioso autónomo, que responde a las órdenes de un termostato. Considerando que variaciones de pocos grados centígrados en el cerebro pueden afectar de forma importante a su funcionamiento, parece lógico que el termostato se encuentre en el mismo. Se trata del hipotálamo, que además de detectar la temperatura del interior del


cerebro recibe información nerviosa de temorreceptores repartidos por otras partes del cuerpo. Las neuronas del hipotálamo integran todas esas informaciones y, a través del sistema nervioso autónomo (sistema automático sobre el que no tenemos control voluntario), pone en marcha todos los mecanismos precisos para regular la temperatura (vasos sanguíneos periféricos, movimiento de pelos, sudoración, etc.). La sensibilidad de este termostato es muy notable. Incrementos en la temperatura interna de 0,5 °C son suficientes para producir vasodilatación en la piel. En el caso de las aves, el hipotálamo no es capaz de detectar la temperatura existente en el interior del cerebro, pero sí recoge e integra la información de los sensores térmicos de otras zonas del cuerpo.

Incluso en situaciones de nevadas copiosas, como la caída sobre estas hayas en el monte de Fidiello (Lena), las aves y mamíferos consiguen mantenerse activos gracias a que

generan su propio calor corporal. En ambas clases de animales el hipotálamo cerebral se comporta como un auténtico termostato, enviando a través del sistema nervioso las

Cuando la temperatura desciende en el exterior por debajo de un determinado valor, el mamífero o el ave deben comenzar a invertir energías específicamente en generar calor. Si no ha bastado con reducir el flujo sanguíneo hacia la piel, el animal aumentará su metabolismo basal (regulado por las hormonas tiroideas y adrenales) y comenzará a utilizar sus músculos como generadores de calor. El movimiento activo le ayudará a encontrar más comida y de paso producirá calor. Si aún así no basta, o por alguna razón el animal debe permanecer parado, primero pasará por una fase de incremento del tono muscular (músculos «agarrotados») y luego comenzará a tiritar. Con estas contracciones de músculos antagonistas, que se contrarrestan mutuamente, no existe un desplazamiento neto del

órdenes precisas para regular la temperatura. Así, en situaciones de enfriamiento, las aves erizan su plumaje para aumentar la capa de aire aislante, apareciendo con un aspecto

más voluminoso, como este «raitán» (página anterior, arriba). También los mamíferos (debajo, rebeco cantábrico) pueden erizar sus pelos con similares fines, o tiritar para generar calor.

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cuerpo: la energía consumida en las contracciones musculares tiene ahora como único objetivo generar calor. Este mecanismo es también empleado por algunos insectos (ej.: ciertas mariposas nocturnas), que hacen vibrar sus músculos de vuelo, y con ello las alas, para así alcanzar una «temperatura de vuelo» adecuada. No todas las partes del cuerpo de los mamíferos y aves están a la misma temperatura. En ambientes bajo 0 °C, las patas y pezuñas de estos animales pueden estar mucho más frías que el resto del cuerpo. Lo mismo ocurre en los hocicos y orejas. Esta zonas están bien vascularizadas y tienen una gran superficie para irradiar calor al aire frío circundante. En el caso de las extremidades, las zonas más distales de las mismas apenas tienen tejidos «activos» que requieran una temperatura alta para funcionar. Normalmente en esas zonas sólo se encuentran tejidos de función más pasiva, como tendones, ligamentos y cartílagos, que obedecen en sus movimientos a las tracciones musculares en zonas de la pata más próximas al cuerpo. Además un eficaz emplazamiento de los vasos sanguíneos permite un intercambio térmico en la extremidad para evitar que el animal pierda calor en ella: las arterias (que llegan con sangre caliente corporal) descienden por la pata muy próximas a las venas (que vuelven con sangre enfriada), de forma que la sangre arterial cede calor a la venosa. Así, la sangre arterial llega al final de la extremidad ya enfriada y apenas pierde calor allí, y respecto a la sangre venosa, ésta llega al tronco del animal calentada por la arteria. Estos mecanismos permiten a aves como gaviotas, garzas, limícolas, vadeadores, etc., tener sus patas sumergidas en aguas gélidas en pleno invierno. Existen otras adaptaciones en aves y mamíferos para hacer frente a las bajas temperaturas del invierno. Para ello, nada mejor que abrigarse con un buen plumaje o pelaje y/o con una capa de grasa bajo la piel, que además es una estupenda reserva energética. Los animales de las latitudes templadas, en las que se encuentra Asturias, se adaptan a las variaciones estacionales con dos mudas anuales que les proporcionan un plumaje o pelaje diferente en invierno (más denso y espeso) y en verano. En el caso de las aves, esos plumajes pueden además emplearse con fines de cortejo y celo, haciéndose mas vistosos en esas épocas. Habitualmente, la muda invernal o prenupcial de las aves sólo es parcial y no afecta a las plumas más importantes para el vuelo (timoneras y remeras). El plumaje prenupcial suele ser más vistoso, especialmente el de los machos de especies carentes de cantos llamativos. Tras la reproducción (verano-otoño) la mayoría sufren otra muda, que ahora sí incluye las plumas remeras y timoneras. Para que la capacidad de vuelo no se vea mermada, el ave las va recambiando progresivamente, excepto en el caso de aves acuáticas, limícolas, anátidas y pardelas, que las mudan en bloque y a la vez.

No todas las partes de las aves y mamíferos están a la misma temperatura. Esta cigüeñuela (arriba) tiene sus patas en unas aguas bastante frías, pero una eficaz

disposición de los vasos sanguíneos en sus extremidades impiden que el ave pierda calor corporal, al ser recuperado por la circulación de retorno. Las aves mudan sus plumas

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Debido a ello, en esas épocas no pueden volar y se hacen por entonces muy esquivas y escondedizas para ocultarse de depredadores. A cambio, el ave dispondrá de unas plumas de vuelo totalmente nuevas que con frecuencia estrenará en su viaje migratorio postnupcial. Las diferencias entre el plumaje de invierno (prenupcial) y verano (postnupcial) pueden ser muy notables, especialmente en las aves limícolas y algunas anátidas. Parece ser que las mudas en las aves están controladas por el eje hormonal hipófiso-tiroideo: las fluctuaciones en la duración del día (de nuevo el fotoperiodo) detectadas por el ave, hacen que la hipófisis (glándula endocrina situada bajo el encéfalo) segregue hormonas que activan la glándula tiroides. Las hormonas tiroideas ponen en marcha la muda, probablemente

un par de veces al año para adaptarse al clima de las estaciones. Además, los plumajes pueden emplearse con fines de cortejo y celo, haciéndose más vistosos, como el de este ánade

azulón (debajo). Tras la reproducción, la mayoría de las especies sufren otra muda. Su nuevo plumaje, más discreto, será estrenado frecuentemente en vuelos migratorios.


combinadas con hormonas producidas en las glándulas sexuales y corteza suprarrenal. En el caso de los mamíferos, las mudas consisten fundamentalmente en cambios en el espesor y densidad de su abrigo, pero hay notables excepciones como el caso del armiño, que en la montaña cambia su pelaje parduzco por otro blanco níveo que luce en los meses invernales. Las condiciones ambientales durante la muda pueden tener repercusiones directas sobre el color del pelaje. Si las temperaturas son elevadas mientras están cambiando el pelo, éste resulta más claro. En climas más fríos una piel o pelaje oscuro puede ser más útil, pues absorbe más radiación infrarroja del sol (calor). Esto es aplicable a algunos poiquilotermos, como la culebra de collar, cuya variedad melánica es más frecuente en la montaña. Por otro lado, a mayor número de horas de exposición a la luz (fotoperiodo), resultará un pelaje más claro. Por ambas razones, las especies de nuestras latitudes suelen ser de pieles más claras que sus congéneres del norte de Europa. Parece también que los ejemplares que viven en medios húmedos desarrollan pelajes más oscuros que los de ambientes secos. Como ya indicamos, las mudas deben realizarse con suficiente antelación para evitar, por ejemplo, pasar frío mientras el animal termina de desarrollar el pelaje de invierno. Esto es posible gracias al reloj biológico del animal, que programa esas mudas y que es ajustado por el crecimiento-decrecimiento de los días (fotoperiodo). Por ello, es habitual que las mudas ocurran en la primavera y el otoño. Los plumajes y pelajes de invierno son, como dijimos, más densos y espesos. Su función es crear y mantener una capa de aire caliente en contacto con en cuerpo, sin apenas dejarla salir al exterior. Además, pelos y plumas son malos conductores de calor y por tanto apenas transmiten el calor interior al exterior. Cuando el frío es intenso, el animal eriza los pelos o las plumas para engrosar esa capa de aire caliente y aislarse aún mejor. Debido a ello, es frecuente ver a las aves con aspecto «más grueso» o inflado los días de bajas temperaturas. Otro buen aislante es el tejido adiposo. La grasa subcutánea es también un mal conductor térmico, que ayuda a conservar el calor interno. Además es un tejido con poca actividad metabólica, y por ello no precisa un gran flujo sanguíneo, que lo disiparía hacia la periferia. Otra ventaja es que es un estupendo almacén de combustible para generar calor metabólico si se precisa. Por estas razones, muchos animales intentan aprovechar la abundancia de frutos otoñales para engordar, incrementando sus depósitos de grasa para afrontar luego el invierno. El ejemplo más conocido es el del oso pardo, que se atiborra desde finales de verano con arándanos, bellotas, hayucos, avellanas, moras, etc., aumentando su peso antes del descanso invernal.

Nada mejor que abrigarse con un buen pelaje para el invierno. Entre los mamíferos las mudas consisten fundamentalmente en cambios en el espesor y densidad del pelo. En otoño

desarrollan la borra, un lanugo corto y espeso en contacto con la piel que les protegerá de los fríos que se avecinan, conservando una capa de aire caliente en contacto con el cuerpo. Sus relojes

Algunos mamíferos, como murciélagos, roedores, etc., han especializado unas zonas de tejido adiposo como auténticas bombas calefactoras. Se trata de la grasa parda o marrón, cuyo color se debe a la gran cantidad de mitocondrias que contiene (orgánulos celulares en los que se efectúa la oxidación y generación de calor). Los lípidos son oxidados y «quemados» in situ, produciéndose calor de forma rápida y masiva. Como la grasa parda está muy vascularizada, ese calor es inmediatamente recogido por la sangre de sus vasos y a través de la circulación sanguínea se distribuye por el resto del cuerpo. Dado que el encéfalo y el corazón son los órganos donde resulta vital mantener la temperatura en valores altos y constantes, la grasa parda de localiza estratégicamente en el cuello y tórax.

biológicos ponen en marcha este proceso antes de que lleguen las bajas temperaturas para evitar que el animal pase frío mientras lo desarrolla. Con su abrigo de invierno,

este lobo ibérico tiene un imponente aspecto (arriba). A finales de la primavera eliminará la borra (debajo) para evitar sobrecalentarse durante la estación estival.

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De esta forma, la sangre de las arterias carótidas se calienta en su trayecto hacia el cerebro y la de las venas cavas en su retorno hacia el corazón. Dada la susceptibilidad al enfriamiento de las crías recién nacidas de los mamíferos (con escaso pelaje aún y pequeño tamaño), casi todas ellas (incluido el bebé humano) tienen grasa parda. En muchas especies se va atrofiando y desapareciendo con el crecimiento, pero permanece el resto de la vida en aquellas que hibernan y en las aclimatadas a ambientes fríos. Para estos animales, supone una bomba calefactora rápida capaz de calentarlos sin necesidad de incrementos de la actividad muscular (estremecimientos o tiritonas). Esto es especialmente útil en el momento de salir de la hibernación. Por ejemplo, en media hora un hámster dorado puede elevar su temperatura más de 20 °C. En tiempos similares hemos podido comprobar cómo un lirón careto se despertaba de su hibernación y había recuperado

El tejido adiposo es un buen aislante del frío, pues es un mal conductor térmico. Además, es un estupendo almacén de combustible para generar calor metabólico si se precisa. El oso

pardo cantábrico (debajo) se atiborra en el otoño de todo tipo de frutos carnosos y secos, incrementando bastante su peso antes del descanso invernal. No todos los otoños son

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su plena actividad de movimientos y respuesta a estímulos, pese a encontrarse a pocos grados sobre 0 °C antes de comenzar a quemar su grasa parda. La conservación de calor corporal cuando el tiempo enfría se hace más complicada cuanto más pequeño es el animal. Esto se debe a que la relación existente entre la superficie corporal y el volumen que envuelve, es elevada en un animal pequeño. Por tanto, la pérdida del calor interno (enfriamiento) es más rápida que en un animal grande, en el que la superficie exterior es proporcionalmente menor para su volumen. Los zoólogos saben bien que las razas o subespecies de los animales son mayores cuanto más baja sea la temperatura media en la que se desenvuelven. Esto puede explicar, por ejemplo, que el oso pardo cantábrico o el urogallo cantábrico sean menores (y de color más claro) que sus congéneres del norte de Europa.

iguales en cuanto a la producción de frutos. Así, unos años se producen masivas cantidades de hayucos, mientras en otros resultan muy escasos. Estas fluctuaciones en la

disponibilidad de frutos afectan incluso al éxito reproductor, no sólo de los osos sino de otros muchos animales. Derecha: haya otoñal en el monte Redes (Caso).


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el letargo invernal y la hibernación Para algunos mamíferos y aves de pequeño tamaño, conservar temperaturas de 36-40 °C en ambientes invernales en torno a 0 °C exigiría unos costos metabólicos altísimos. Su organismo tendría que estar generando calor todo el invierno para compensar su continua y rápida pérdida. Para conseguirlo, a su vez, es necesario disponer de abundante comida, que en invierno es muy escasa. Para superar esta situación, las aves optan por migrar a ambientes más favorables, mientras los pequeños mamíferos recurren a la hibernación (erizos, murciélagos, lirones) o al aprovisionamiento de alimentos y la vida subterránea invernal. La hibernación consiste en un estado de aletargamiento o de profundo torpor de duración prolongada (semanas o meses). El proceso está regulado por el sistema nervioso autónomo y secreciones hormonales, a su vez puestas en marcha por estímulos relacionados con el foto y termoperiodo. La actividad tiroidea se reduce y el termostato hipotalámico se reajusta a un valor inferior, pasando de 36-38 °C a 16-18 °C o incluso menos. El animal busca un buen refugio en cuevas, cámaras subterráneas, oquedades, etc., envolviéndose en material poco conductor del calor (plumas, hierbas y hojas secas, etc.). A medida que el cuerpo se enfría, el animal entra en un profundo letargo y sus funciones corporales se ralentizan. Ya en plena hibernación, la frecuencia cardiaca se reduce muy notablemente y con ello el flujo sanguíneo, que es ahora de tan sólo un 10 % del existente antes de hibernar. También se reduce la frecuencia respiratoria y se hace de ritmo constante. Mientras un no hibernador sufre una parada respiratoria a los 19 °C, el animal hibernador mantiene sus funciones cardiorrespiratorias a tan sólo 5 °C, aunque

Para algunos animales, conservar temperaturas de 36-40 °C en ambientes invernales en torno a 0 °C exigiría unos elevados costos metabólicos. Su organismo tendría

que estar generando calor todo el invierno para compensar su pérdida, y esto requeriría un elevado consumo de alimentos, precisamente cuando más escasean. Erizos, lirones

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ralentizadas. Con ello se reduce la oxigenación sanguínea, que a su vez se carga de CO2 y se acidifica, lo que disminuye la actividad de muchos enzimas del metabolismo. Algunas especies acumulan sangre «sobrante» en el bazo y el tiempo de coagulación se prolonga para prevenir una trombosis. En los hibernadores, los niveles de magnesio en sangre aumentan espectacularmente (en el caso del erizo se duplica). Este ión tiene una conocida acción anestésica, aunque no es el responsable directo del sueño invernal. En el caso de que la temperatura de su refugio esté entre 5 y 15 °C, el animal puede tener una temperatura interior de tan sólo 1 °C más de la ambiental. En cierta medida, ese mamífero se ha apuntado a la estrategia de los poiquilotermos. Pero si el entorno se enfría aún más, acercándose peligrosamente a la congelación, el animal debe aumentar su producción metabólica de calor y puede llegar a despertarse. Además, es frecuente que el hibernante se despierte periódicamente para orinar y defecar. En el caso de los pequeños mamíferos, deben despertar además para reponer sus reservas energéticas, que debido a su tamaño, no son abundantes y se consumen incluso durante la hibernación. Estos despertares periódicos también informan al animal del estado de luz y temperatura presentes en el medio, de forma que si detecta condiciones primaverales, abandona la hibernación. El equilibrio energético del animal hibernante puede ser crítico. Así, despertar y hacer volar a una colonia de murciélagos en el invierno puede ser fatal para muchos de ellos, pues las reservas de grasa que tienen son las justas para superar un invierno sin insectos que cazar. Si el murciélago se ve obligado a volar entonces, debe utilizar su grasa parda y parte de sus reservas en ese ejercicio físico. Al no poder reponerlas con insectos, el murciélago puede no

y murciélagos han optado por la hibernación. El cuerpo se enfría y entran en un profundo letargo. Si se acerca peligrosamente al punto de congelación, el animal genera algo de

calor, llegando incluso a despertarse. Para estas eventualidades disponen de una bomba calefactora rápida, la grasa parda, cuyo metabolismo calienta rápidamente el cuerpo.


Muchos insectos adultos mueren al llegar el otoño o invierno, de modo que sólo pueden superar las bajas temperaturas de esa estación en forma de huevo, larva o pupa. El 30 %

de las especies de mariposas de tamaño grande hiberna en forma de crisálida. Una de ellas es la esfinge de la correhuela. Se trata de una gran mariposa nocturna cuya oruga (arriba)

se alimenta en la correhuela, planta trepadora de flores blancas acampanadas. A finales del verano, la oruga desciende al suelo y se entierra en una cámara en la que se

transforma en crisálida (debajo, a la izquierda). La crisálida permanece inmóvil y sin alimentarse. Llegada la primavera, abre su «estuche» y sale el insecto adulto (derecha).

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llegar a superar el resto del invierno con las grasas remanentes, o carecer de ellas para volver a salir de la hibernación en primavera. Además de los murciélagos, en nuestra fauna la hibernación es común entre los erizos y lirones gris y careto. Otros pequeños mamíferos como ratones, topillos, musarañas, etc., se refugian principalmente bajo tierra y allí continúan activos durante el invierno. No debemos olvidar el papel aislante de la nieve. Aunque la temperatura exterior sea de bastantes grados bajo 0 °C, la nieve amortigua ese frío. A profundidades superiores a 30 cm, la nieve estabiliza su temperatura a 0 °C en contacto con el suelo, aunque en el exterior el termómetro esté por debajo de 0 °C. Bajo tierra la temperatura es aún mayor, lo que permite que micromamíferos con alto metabolismo basal, como musarañas, topillos, etc. sigan activos durante el invierno. De hecho, es frecuente ver sus galerías a ras de suelo cuando se funde la nieve. Incluso algunos, como los topos, ya comienzan a reproducirse en pleno invierno. En cualquier caso, estos micromamíferos que permanecen activos en el invierno suelen ser previsores, y durante el otoño acumulan alimentos en escondrijos, enterrados bajo el suelo o en cámaras especiales de sus madrigueras. No sólo los roedores almacenan alimento sino incluso los insectívoros, como musarañas y topos. Estos últimos acumulan lombrices vivas, que inmovilizan mediante unos mordiscos, aunque no esperan mucho para consumirlas. El caso de los osos pardos es algo diferente, ya que no se trata de una verdadera hibernación, sino de un sueño o letargo invernal. La temperatura del cuerpo no desciende de 31-33 °C, y si lo hace, el oso se despierta y se mueve para recuperarla. El reajuste hipotalámico es, pues, de tan sólo 3-5 °C por debajo de su temperatura habitual. Sin embargo, los verdaderos hibernadores son, durante esta fase, casi poiquilotermos, pues su temperatura es próxima a la del ambiente, y sólo se despiertan si desciende a valores próximos a la congelación. Además, el verdadero hibernador es capaz de calentarse de forma autónoma y rápida gracias a la grasa parda, mientras que un animal no hibernador necesita de fuentes de calor externas para superar una hipotermia que esté por debajo de unos valores críticos. Pese a no ser un auténtico hibernador, el oso modifica su fisiología durante el sueño invernal recordando algo a los verdaderos hibernadores: la frecuencia cardiaca desciende de 40 latidos por minuto a 10, y también se reduce el ritmo respiratorio, que pasa de 30 movimientos a 10-12 por minuto. La actividad digestiva se ralentiza y el intestino se

Los pequeños mamíferos que no hibernan, como este ratón de campo, se mantienen activos todo el invierno. Para compensar sus continuas pérdidas de calor deben alimentarse regularmente.

Estos animales suelen ser previsores, y durante el otoño acumulan alimentos en escondrijos, enterrados bajo el suelo o en cámaras especiales de sus madrigueras. Con todo, muchos no

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obstruye. Asimismo la función renal es entonces muy escasa. Con todos estos ajustes fisiológicos, el oso en letargo consume tan sólo la cuarta parte de la energía que precisa cuando está activo. Su fisiología ralentizada le permite un descanso invernal de dos a tres meses en las oseras de nuestros montes, recurriendo entonces a las reservas de grasa acumuladas previamente. No obstante, y dado el pequeño descenso que sufre su temperatura corporal, el oso puede despertar rápidamente si su letargo es perturbado. Los insectos adultos con una sola generación anual suelen morir al llegar el invierno, y sólo pueden superar esa estación en la fase de huevo (ej.: mantis religiosa), larva o pupa. En esos estados consiguen resistir las bajas temperaturas invernales, insoportables para los adultos. De hecho, como vimos que también ocurre con algunas semillas de las plantas, puede ser necesario que el huevo atraviese un periodo de frío suficientemente largo, confirmativo del invierno, para poder eclosionar. Es el caso, por ejemplo, de los saltamontes. En otros insectos con más de una generación al año (ej.: moscas), la táctica para superar el invierno puede ser diferente. La última generación surgida a finales del verano o principios del otoño, detecta el acortamiento de los días y reacciona interrumpiendo el desarrollo de sus órganos reproductores y acumulando grasa en el abdomen. Además, el insecto engruesa su cobertura de quitina y ceras, pierde agua y puede producir sustancias anticongelantes, para resistir mejor las bajas temperaturas que llegarán. De esta forma, esos adultos de la última generación se preparan para entrar en un letargo invernal o «diapausa» en algún escondrijo, reanudando su actividad y desarrollo al detectar el alargamiento primaveral de los días y al mejorar las temperaturas. Como ocurre con las mudas de los mamíferos y aves o con el engorde otoñal de los animales hibernantes, también aquí la anticipación a los fríos del invierno es importante para estar preparado cuando éstos lleguen. De nuevo, el calendario marcado por el fotoperiodo manifiesta su utilidad.

los que se van o llegan: las migraciones Muchas especies animales aprovechan sus posibilidades de desplazamiento para evitar los rigores climatológicos del invierno en los ambientes en los que se desenvuelven durante las estaciones favorables. La importancia de este fenómeno en Asturias es muy notable: se estima que la mitad de las especies de fauna vertebrada del Principado tienen una estancia temporal a lo largo del año entre nosotros. No

conseguirán superar la estación fría. Sin embargo, lo que para unos es muerte, para otros es vida: zorros, gatos, mustélidos, etc., superarán el invierno en parte gracias a ellos.


obstante, los desplazamientos estacionales de los animales no siempre implican el abandono de la región. Así, en invierno el rebeco baja de la alta montaña y se refugia en los hayedos, donde encuentra protección y abrigo de los vientos helados de las cumbres. Por entonces, el bosque de montaña aparece silencioso y vacío de pájaros porque la mayoría se han ido a valles o bosquetes de cota más baja o a regiones y países lejanos, más al sur. En caso de fuertes nevadas, los corzos y ciervos abandonan el bosque y se hacen visibles en las praderías de los pueblos. Pero hay gustos para todos. Lo que para algunas especies es un invierno insoportable que las obliga a viajar desde Asturias hacia el África tropical (por ejemplo, la golondrina), es para otras un clima suficientemente benigno como para situar a Asturias

La mitad de las especies de vertebrados que componen la fauna asturiana tienen una estancia temporal a lo largo del año en el Principado. Aunque hay migraciones

estacionales en otros grupos zoológicos y clases, son sin duda las aves las verdaderas protagonistas de estos viajes. Para emprender con éxito un recorrido de miles de kilómetros,

entre los destinos a los que dirigirse para pasar el invierno. Es el caso de muchas aves acuáticas (anátidas, limícolas, zancudas, etc.), que procedentes de las tundras de Siberia, Escandinavia, Islandia, Escocia, etc., encuentran en nuestras rías y marismas un lugar agradable y con alimento suficiente como para quedarse durante el invierno. Otras aves tienen destinos más lejanos, pero se detienen unos días en nuestras rías y marismas para reponer fuerzas antes de continuar hacia el sur. Lo mismo ocurre en su viaje primaveral de regreso. Aunque hay casos de migraciones estacionales entre los insectos, peces (salmón, anguila...) y algunos mamíferos, son sin duda las aves las verdaderas protagonistas de estos viajes. Pero si quedarse y afrontar los fríos y las dificultades invernales exige una preparación y un

el ave debe primero cargar sus depósitos de combustible, y el mejor es la grasa, que consigue sobrealimentándose con insectos y frutos a finales del verano. Una vez

lista, debe decidir en qué momento emprende el viaje, pudiendo hacerlo individual o colectivamente. Grupo de estorninos sobre unos cables eléctricos. Mohías, Coaña.

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coste metabólico importante, la migración también. Para emprender con éxito un viaje de varios miles de kilómetros, el ave debe primero cargar sus depósitos de combustible. El mejor es la grasa, pues cede más del doble de energía por gramo que los azúcares o proteínas (y también hay que transportar el combustible durante el viaje). Por tanto el ave se alimenta activamente y engorda antes de su vuelo migratorio, de forma que la grasa llega a suponer un 25-50 % de su peso total. Acabado el viaje, ese porcentaje es tan sólo de un 5 %. De nuevo, la anticipación y preparación son básicas para una migración exitosa. El ave debe alcanzar un estado nutricional excelente, aprovechando la riqueza de insectos y los días largos del verano para sobrealimentarse. En esta preparación entran en juego el reloj biológico y el control hormonal. Una vez cargados los depósitos de grasa, el ave debe decidir en qué momento emprende el viaje. Aún no se conoce mucho sobre este aspecto, pero parecen influir las condiciones meteorológicas y vientos presentes. Algunas especies disponen de la cantidad justa de grasa para alcanzar su destino, por lo que seguir una trayectoria exacta y conocida y con vientos favorables les resulta vital. Las aves que migran sobre tierra firme pueden pararse a comer y reponer grasas, pero para las que cruzan mares y océanos detenerse significa caer al agua y muy probablemente morir, por lo que conviene asegurarse de disponer de vientos favorables y suficiente combustible para el viaje. Los vientos dominantes tienen, como ya vimos, cierta estacionalidad año tras año, no sólo en Asturias, sino en el resto de Europa. Las aves han adaptado sus rutas migratorias a los mismos, aprovechándolos eficazmente. Si durante el viaje los vientos cambian y se hacen desfavorables, el gasto energético para vencerlos es muy grande y el ave puede morir agotada. En estas situaciones, muchas evitan luchar contra el viento y se dejan llevar por él, desviando su itinerario de vuelo. Gracias a ello, en nuestras costas pueden verse especies raras con rutas migratorias lejanas que unos vientos desfavorables han traído hasta aquí. Otras especies detienen transitoriamente su viaje hasta que las condiciones les permiten reanudarlo. Las migraciones de la aves en Asturias han sido estudiadas por numerosos ornitólogos, como Alfredo Noval, algunas de cuyas conclusiones resumiremos a continuación. Desde finales del verano, con tiempo anticiclónico despejado, y ayudados por los vientos de componente este, muchas especies de pájaros insectívoros y frugívoros de pequeño tamaño (petirrojos, mosquiteros, carriceros, lavanderas, pinzones, jilgueros, etc.) abandonan en bandos las costas bretonas o del sur de Inglaterra e Irlanda. Los insectívoros parten al atardecer, y quizá entonces toman como referencia el sol poniente para establecer la posición del oeste. Durante la noche cruzan el golfo de Vizcaya y el mar Cantábrico, y a la

Algunas aves llegadas del norte descansan y reponen fuerzas antes de seguir viaje hacia el sur. Otras se quedan en Asturias a pasar el invierno. Arriba, un bando de avefrías

aterriza en un «porreo» de Villaviciosa. Las aves limícolas y vadeadoras buscan invertebrados en los fangos de las rías y estuarios, como este ostrero en la ría del Eo (Castropol, debajo).

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Centro: un grupo de correlimos descansa en una roca durante la pleamar (ría del Eo). También aprovechan la benignidad climática de nuestros inviernos costeros.


mañana siguiente muchos llegan a nuestras costas. Otros prefieren una ruta más costera, siguiendo el litoral francés y cantábrico. Estas corrientes traen consigo también ejemplares que están haciendo viajes más largos, desde Escocia o Rusia, por ejemplo. Los bandos de insectívoros y frugívoros continúan llegando todo el otoño, algunas especies primero que otras. Un cambio brusco de los vientos de componente este por los del oeste frena su migración y es frecuente entonces ver estos bandos por nuestras rasas costeras, rías, brezales y monte bajo. La migración nocturna es preferida por los pájaros insectívoros, que vuelan a 800-2.000 m de altura y pueden reconocer bien las rías, costa, sierras litorales y Cordillera Cantábrica en esas noches despejadas. Los frugívoros (pinzones, jilgueros, etc.) parecen

Un somormujo lavanco nada en las aguas de un embalse en un atardecer invernal. En esta época su plumaje es mucho menos vistoso que cuando llega el momento de la reproducción.

Este ave acuática no es abundante en Asturias, aunque su presencia sí es regular en otoño e invierno tras sus viajes postnupciales. Durante este periodo el ave se prepara para la

desplazarse prioritariamente durante el día. Muchos de estos bandos de pequeños pájaros se quedan a invernar en Asturias. Las aves marinas también siguen corrientes migratorias costeras. Suelen aprovechar la presencia de anticiclones otoñales al oeste de Galicia y Portugal, viajando a veces masivamente. Especialmente notable es el paso de grandes bandos de alcatraces, que procedentes de sus grandes colonias británicas e irlandesas, viajan siguiendo nuestro litoral en los meses de agosto a noviembre para invernar en las costas occidentales de África (Mauritania especialmente). Los avistamientos de estas aves pueden ser espectaculares: los días 23 y 24 de octubre de 1994 se registró un paso de entre 70 y 80.000 alcatraces ante nuestras costas. En septiembre suelen pasar los jóvenes y en los

siguiente estación reproductora, alimentándose y recambiando el plumaje. Con los depósitos de grasa repuestos, las plumas renovadas y engalanado para el cortejo, el ave está

lista para el retorno. Azuzada por su reloj biológico y por las crecientes cantidades de hormonas sexuales, emprenderá el viaje de regreso hacia sus territorios de cría.

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meses siguientes los grandes bandos de adultos. Otras aves marinas se concentran en alta mar en sus migraciones e incluso en pleno invierno. Paíños, pardelas, alcas, etc., aprovechan la riqueza en plancton, crustáceos («mosquilón» o «krill», Meganyctiphanes norvegica) y bancos de peces (sardinas, bocartes, «chicharrinos», etc.) del mar Cantábrico. En cuanto a las aves limícolas o vadeadoras, que buscan alimento en los fangos de rías y estuarios, se aprecia un movimiento migratorio otoñal importante (entre agosto y noviembre) y otro de regreso primaveral (abril y mayo). Muchas de estas aves proceden de Europa septentrional, Escandinavia, Islandia, Rusia, Siberia y la tundra ártica. Aunque su destino suele ser África, muchos ejemplares se ahorran tan largo viaje y aprovechan la benignidad climática de los inviernos costeros para quedarse en nuestras rías y marismas. Es el caso de los zarapitos, correlimos, archibebes, etc., que han abandonado sus territorios del norte huyendo del invierno ártico. Desde el norte de Europa llega también un importante contingente de anátidas. Ánades, cercetas, porrones, etc., viven en lagunas poco profundas en las que se alimentan de semillas y pequeños invertebrados. Al congelarse las aguas de los lagos y ríos en la Europa septentrional ya no pueden bucear en busca de alimento, por lo que deben desplazarse al sur. Sin embargo, las especies que tienen una dieta más variada, o que tienen un mayor tamaño (ánsares, barnaclas, etc.) pueden retrasar algo más la partida, aprovechando las mejorías transitorias del tiempo. Unas cuantas especies de aves rapaces también viajan miles de kilómetros, habitualmente desde África, para venir a anidar a Asturias. Desde el inicio de la primavera, en nuestros cielos vuelve a recortarse la silueta del alimoche, llegado del África subsahariana. Poco después

En sus residencias de otoño e invierno, las aves no suelen desarrollar conductas de territorialidad, incluso tienden a lo contrario, es decir, al gregarismo. Es

frecuente ver en las rías grupos de aves alimentándose o descansando juntas. Esta roca, asomando sobre la superficie durante la pleamar en la ría del Eo (Castropol), da buena

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distinguiremos la blanca silueta de la culebrera volando sobre los peñascales de nuestras montañas. A lo largo de esta estación irán llegando además abejeros europeos, águilas calzadas, milanos negros, alcotanes, aguiluchos pálidos y cenizos. Otras aves de presa descansan unos días en Asturias antes de seguir su viaje hacia el sur o el norte: es el caso del águila pescadora, que repone fuerzas en nuestras rías capturando grandes «muiles». Recientemente (año 2000-2001), un ejemplar detuvo su viaje otoñal en Asturias, quedándose en la ría de Villaviciosa hasta bien avanzada la primavera siguiente. En sus residencias de otoño e invierno, la aves no suelen desarrollar conductas de territorialidad, incluso tienden a lo contrario, esto es, al gregarismo. Durante esta época se preparan para la siguiente estación reproductora, alimentándose y recambiando el plumaje. Cuando el ave está lista para el retorno, azuzada por su reloj biológico y por las crecientes cantidades de hormonas sexuales, emprende el viaje de regreso hacia el norte. Lo mismo ocurre con aquellas especies que a fines de verano y otoño se habían ido de Asturias rumbo al sur. Desde sus lejanos cuarteles de invierno (frecuentemente en zonas de África tropical o del sur), comienzan el retorno hacia Asturias. Con sus depósitos de grasa repuestos para el viaje y su plumaje renovado y engalanado para el cortejo, las aves emprenden su vuelo migratorio prenupcial. El día de la partida suele estar también condicionado por la meteorología, aunque ahora el estímulo que supone la próxima reproducción es intenso y el ave está inquieta los días previos. Los más apremiados en partir son los machos adultos. Si llegan pronto a las colonias de cría podrán ocupar los mejores territorios y ofrecérselos a las mejores hembras. El riesgo de una partida temprana estriba en que las condiciones climáticas en las áreas de cría sean todavía muy duras. Si el ave agotó sus reservas de grasa en el viaje y no encuentra allí alimento, puede peligrar su supervivencia. Si aún disponen de reservas energéticas suficientes, puede volver hacia el sur nuevamente e intentarlo de otra vez unas semanas después. En el caso de que estos pioneros regresen a las áreas de invernada, sus congéneres deducen que no es aún el momento de partir. Pero si tras un tiempo no han vuelto, las hembras y juveniles no tardarán en seguirlos. Durante el vuelo migratorio prenupcial las paradas no son tan prolongadas,

muestra de ello (izquierda). Esperando que baje la marea, se han reunido a descansar en ella zarapitos reales, archibebes claros, garcetas y una hembra de ánade rabudo. El águila

pescadora (derecha) suele descansar en nuestras rías durante sus viajes migratorios. Repone entonces fuerzas, capturando los abundantes «muiles» que entran en los estuarios.


pues el ave tiene prisa por alcanzar las áreas de cría y comenzar el cortejo. Resulta sorprendente que año tras año un mismo ejemplar de ave anide en el mismo árbol o seto después de viajar miles de kilómetros desde sus cuarteles de invierno. Con una precisión similar a la de los modernos «gps», un pequeño pájaro es capaz de reconocer el lugar en el que anidó el año anterior, después de sobrevolar costas, páramos, cordilleras, valles y mares, sin perderse en la inmensidad geográfica. Para alcanzar su destino el ave debe volar en la dirección y sentido correctos durante el tiempo adecuado. Los puntos cardinales son localizados integrando diversas informaciones: el magnetismo terrestre, la posición del sol y de las estrellas, el reconocimiento del paisaje, etc., permiten conservar la dirección del vuelo,

La primavera es una óptima época de reproducción para la mayoría de las aves. Abundan los insectos para cebar a los pollos y hay buenas temperaturas. Al comenzar esta

estación, la mayor parte de las aves residentes todo el año, como esta corneja, ya se han apoderado de un territorio y tienen pareja. Incluso hay aves incubando o con pollos. Las

e incluso compensar los efectos del viento si éste tiende a desviarlo. Así vuelven a ocupar sus antiguos y conocidos territorios, alegrando de nuevo nuestros campos y montes con sus cantos.

enfrentándose al calor La regulación térmica no sólo plantea problemas para los animales en los fríos del invierno. Como ya vimos, los enzimas que regulan los procesos fisiológicos del organismo tienen un rango de temperaturas óptimas para ejercer su función. Los peligros de un sobrecalentamiento del cuerpo son, a nivel enzimático, parecidos a los de las plantas. Estas proteínas pueden comenzar a alterar su estructura, es decir, a desnaturalizarse, a partir de los 45 °C, pero ya antes dejan de

migratorias, en cambio, se demoran más, pues a su llegada deberán comenzar todos esos procesos de territorialidad, cortejo y cría. Por ello, el número de nidificaciones anuales

de las aves residentes suele ser mayor (2-3) que el de las migratorias (1-2). Alguna ventaja tenía que tener soportar los fríos y escaseces del invierno sin abandonar el territorio asturiano.

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funcionar correctamente. Si la elevación térmica es muy acusada, incluso los ácidos nucleicos celulares (adn y arn) pueden sufrir desnaturalizaciones. Como vimos en los vegetales, en caso de que el incremento térmico no sea muy veloz, la célula produce las proteínas de choque térmico hs («Heat Shock») para proteger los enzimas y ácidos nucleicos de la desestructuración por calor. Estas proteínas refuerzan la estructura de esas macromoléculas a modo de armazón. Otro problema que trae el sobrecalentamiento de las células es que los lípidos que constituyen sus membranas se fluidifican, perdiendo su estado de viscosidad óptima (recordemos de nuevo el ejemplo de la mantequilla fría y caliente). Con ello sus funciones de barrera selectiva se ven afectadas y ya no consiguen regular y filtrar el paso de sustancias entre el interior y el exterior de la célula con eficacia. También aquí el animal puede prevenir este fenómeno si tiene suficiente tiempo para aclimatarse. El truco consiste en hidrogenar más los ácidos grasos de sus membranas, esto es, hacerlos más saturados. Con ello se conserva la viscosidad óptima pese a una mayor temperatura y se mantienen las funciones de las membranas. Estas adaptaciones moleculares parecen más importantes en los animales poiquilotermos que en los homeotermos, pues estos últimos disponen de técnicas para refrigerar el cuerpo, como veremos. En cualquier caso, y aún en el de los animales «de sangre fría» (es fácil comprender por qué este término no es muy correcto) de nuestras latitudes, existen medios de evitar la elevación de la temperatura corporal y no tener que llegar a recurrir a las proteínas de choque térmico. Para el animal poiquilotermo una primera medida que suele ser suficientemente eficaz es buscar una zona sombreada o el frescor existente en la profundidad de una grieta. En caso de un calor ambiental excesivo, el animal restringe su actividad en las horas centrales del día, haciéndose más activo a primeras horas de la mañana y al atardecer. Aún así, y dado que el calor suele venir acompañado de sequedad ambiental, las condiciones pueden ser excesivamente duras para algunos animales como los anfibios. En veranos calurosos y secos, muchos de ellos entran en un periodo de reposo

e inactividad conocido como estivación, que abandonan con las lluvias y el tiempo fresco. Los animales homeotermos también buscan sombras, rendijas o ambientes frescos cuando el calor aprieta, pero además disponen de mecanismos que les ayudan a perder calor corporal. Así, la dilatación de los vasos sanguíneos en la piel permite la irradiación externa del calor. Este fenómeno es el responsable del rubor cutáneo en días calurosos. Muchos mamíferos tienen zonas de su anatomía que brindan gran superficie a los vasos sanguíneos para disipar calor. Es el caso de las orejas finas y poco peludas de las liebres, patas, hocicos y cuernos bien vascularizados, etc. Además, el animal puede modificar el espesor de la capa de aire aislante aplastando los pelos y plumas contra la piel para reducir el abrigo que proporcionan al erizarse. Si con cambios de ambiente, vasodilatación y reducción de su capa aislante no basta, el animal debe recurrir a otros mecanismos disipadores de calor más activos. De lo contrario, el calor que genera su metabolismo no es eliminado pasivamente y se va acumulando, con lo que corre el riesgo de entrar en situaciones de hipertermia. El método más eficaz de reducir la temperatura corporal es recurrir a la ayuda del agua. Aves y mamíferos pueden bañarse o chapotear en pequeñas charcas o barrizales para refrescarse y desparasitizarse. Incluso pueden extender su propia saliva y orinar por el cuerpo, permitiendo que la humedad se evapore a expensas del calor de la piel. La evaporación de agua es la forma más efectiva de reducir la temperatura corporal, pues evaporar 1 cm3 de agua (1 gramo) requiere 585 calorías (2.448 julios), que son extraídos del calor cutáneo y ambiental. Pero, claro está, el animal debe tener suficientes reservas interiores de agua para emplearlas en la refrigeración por evaporación (sudoración o jadeo), o reponerlas periódicamente bebiendo. La sudoración parece exclusiva de algunos mamíferos y se debe a la expulsión de agua y sales minerales por parte de las glándulas sudoríporas de la piel. Su función está regulada por el sistema nervioso autónomo. El jadeo es una técnica más extendida entre aves y mamíferos para evaporar agua corporal. El calor irradiado al espacio aéreo por los pulmones y mucosa respiratoria es eliminado abriendo generosamente la boca para que no funcionen los mecanismos de recaptación de calor y humedad que suponen el tránsito del aire por las fosas nasales y cornetes en su camino de vuelta. Al salir directamente por la boca, el aire caliente es eliminado sin obstáculos y, de paso, evapora humedad de la mucosa respiratoria y oral (saliva). En las jornadas más calurosas de verano, la mayoría de los mamíferos diurnos descansan en las horas centrales del día para evitar aumentar la producción de calor con el ejercicio. Sus correrías se reanudan al atardecer y en las primeras horas de la mañana, momentos en los que nuestra naturaleza muestra su mayor bullicio y actividad.

Los animales poiquilotermos, como esta lagartija serrana, (endémica del noroeste ibérico) evitan el sobrecalentamiento corporal alternando su exposición al sol con el

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refugio en el frescor de una grieta. La termorregulación es una de las preocupaciones básicas de cualquier reptil, pues depende de la temperatura ambiental.


Recurrir al agua es el método más eficaz de reducir la temperatura corporal. El agua nos refrigera porque para evaporarse capta importantes cantidades de calor de la piel o

mucosas. Aves y mamíferos pueden bañarse o chapotear en charcas y barrizales para refrescarse y desparasitizarse, como esta hembra de porrón bastardo (invernante

infrecuente en Asturias). Si no son muy amigos del baño o las charcas escasean, algunos animales recurren a sus reservas interiores de agua para emplearlas en la refrigeración por

evaporación, mediante la sudoración o el jadeo. En ambos casos, tarde o temprano, el animal deberá reponer el agua perdida para evitar llegar a situaciones de deshidratación.

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P R I M AV E R A



Con la primavera, el paisaje de Asturias recupera su vida y alegría. La actividad que esta estación trae consigo en la naturaleza es tal que apenas ningún ser vivo podrá escapar a su influencia. Por todas partes el paisaje reverdece y florece, vuelven a escucharse multitud de pájaros y zumbidos de insectos, los días se alargan con rapidez... No es de extrañar que la primavera haya servido de inspiración a poetas, músicos y pintores, pues produce tantos fenómenos de renovación vital que la sensación de euforia presente en todo tipo de medios es fácilmente contagiosa también para el hombre. Tras el solsticio de invierno, los días habían comenzado a crecer lentamente, pero a medida que se acerca el equinoccio de primavera (21-23 de marzo) ese alargamiento es cada vez más rápido. La climatología va poco a poco suavizándose, aunque las lluvias no se interrumpan. Así, los requisitos físicos para la vida van alcanzando su estado óptimo: luz, agua y templanza térmica. Es el pistoletazo de salida para las plantas y animales, que ponen en hora sus relojes biológicos y comienzan una frenética actividad de floración, cortejo, foliación, nacimientos, etc., en todo tipo de ecosistemas.

Página anterior: desperezado de su letargo invernal, un macho de ranita de San Antonio ha llegado a su parcela en la charca, que defenderá cantando mientras llegan las hembras. El crecimiento de los días, la persistencia de las lluvias y las suaves temperaturas que trae consigo la primavera, reúne los tres grandes requisitos físicos ideales para la vida: luz, agua y templanza térmica. Es el pistoletazo de salida para las plantas y animales, que comenzarán una frenética actividad reproductora.

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En los meses primaverales, el mar Cantábrico eleva unos grados su temperatura y los vientos del nordeste se van haciendo cada vez más

frecuentes, mejorando el estado de la mar. Además, afloran a la superficie aguas profundas ricas en nutrientes y hay más horas de irradiación solar.

el regreso a las aguas costeras Comencemos por el mar: durante los meses primaverales, las aguas del Cantábrico van elevando progresivamente su temperatura, en un proceso que continuará durante el verano. Así, la temperatura media de las aguas asturianas pasa de 11,5 °C en el mes de marzo a 1516 °C al final de la primavera, rondando los 20 °C en agosto. Además, en estos meses, las modificaciones en las corrientes marinas permiten el afloramiento a la superficie de aguas profundas, frías y ricas en nutrientes. Se dan entonces un cúmulo de circunstancias altamente favorables para la vida marina: dulcificación de la temperatura, mejoría de las condiciones medias del estado de la mar (a medida que los vientos del nordeste se van haciendo dominantes, según vimos), riqueza de nutrientes y mayor número de horas de irradiación solar. Las condiciones son ahora óptimas para el desarrollo de las algas del plancton (fitoplancton) y también para las algas macroscópicas de los fondos marinos. Evidentemente, esta proli-

Todo ello crea unas estupendas condiciones para el desarrollo de las algas del plancton (fitoplancton) y de los organismos que se alimentan

de ellas (zooplancton). La abundancia de comida para todos hace que sea un buen momento para reproducirse. (El Gavieiru, Cudillero).

feración de algas, sobre todo del fitoplancton, arrastra consigo a toda la cadena trófica: las larvas que se alimentan de esas algas microscópicas encuentran ahora un buen momento para desarrollarse, pues van a tener suficiente alimento y en unas condiciones físicas mejores que en el pasado invierno. Esas larvas, también planctónicas (zooplancton), suponen a su vez el alimento de otros organismos progresivamente mayores hasta llegar a los peces adultos, aves y mamíferos marinos. Es pues, un buen momento para reproducirse, como está ocurriendo en tierra. Así, los «oricios», o erizos de mar, expulsan en primavera sus gametos al exterior produciéndose entonces la fecundación. De ella resultan unas larvas conocidas como «pluteus» que pasan a integrarse en el plancton, alimentándose de sus componentes vegetales (fitoplancton), ahora abundantes. Las larvas que sobrevivan a la depredación dentro de la cadena trófica en la que se integraron se fijarán a las rocas del fondo cuando hayan alcanzado p r i m av e r a

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Vuelve la vida y el color a los pedreros y charcas de bajamar. El creciente desarrollo de algas y plancton hace que las aguas litorales vayan recuperando actividad vital, atrayendo a gran número de animales a reproducirse en ellas. Un ejemplo es la sepia (arriba), que ha vuelto en primavera a aguas someras luciendo una especial coloración de cortejo que el macho modifica de forma instantánea al encontrarse con una hembra. Los «oricios» o erizos de mar (centro) están ahora expulsando sus gametos al exterior, que una vez fecundados formarán unas larvas que se integran en el plancton. La riqueza de alevines e invertebrados supone abundante alimento para animales como las anémonas y actinias (debajo), que los capturan con sus tentáculos urticantes. Aunque en la bajamar se presentan como masas rojas de aspecto gelatinoso, es bajo las aguas cuando muestran toda su belleza. En la imagen, una anémona del ermitaño: esta especie suele fijarse a las conchas de los cangrejos ermitaños, moluscos y rocas. Con ella encima, el crustáceo no resulta un bocado muy apetitoso para sus depredadores. Pero también la anémona saca provecho: al ser desplazada por el cangrejo accede sin esfuerzo a variados ambientes y alimentos. Su asociación es tan cordial que cuando el cangrejo se muda a una concha mayor suele mudar también a su compañera. (Costas de Villaviciosa).

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Las esponjas son primitivos animales que filtran las aguas para aprovechar pequeñas partículas de materia orgánica presentes en el plancton.

El agua penetra por los llamados poros inhalantes, circula por el interior del animal, donde células flageladas (coanocitos) la mueven y capturan el

un milímetro de tamaño. También el centollo abandona las aguas profundas y se va acercando a aguas más someras para iniciar su reproducción a finales de la primavera o principios del verano. Muchos seres vivos siguen su ejemplo. Las sepias, por ejemplo, se acercan a la costa para efectuar su puesta en ese tránsito estacional. Durante la primavera, estos cefalópodos están en pleno cortejo. Su coloración es ahora especial, con manchas transversales bien marcadas, sobre todo en los machos. Cuando estos últimos se encuentran con una hembra, comienza un ritual de cortejo, con instantáneos cambios de color y mutuos roces de sus tentáculos. Precisamente, el macho ha modificado uno de ellos para transferirle a la hembra, de uno en uno, los llamados espermatóforos, unos pequeños paquetes de esperma que fecundarán los huevos. No sólo los invertebrados están ahora en plena reproducción. Las sardinas, anchoas y arenques han abandonado su letargo invernal en aguas profundas y ascienden a la superficie. Ahora tienen

alimento, y finalmente, sale al exterior por otras aberturas mayores, los ósculos. (Fondos de Oviñana y Cabo Vidio, Cudillero).

listos sus gametos para la reproducción. Las anchoas y arenques se acercan a la costa a desovar, pero la sardina prefiere hacerlo mar adentro, acercándose al litoral ya en meses veraniegos para alimentarse. Otras muchas especies de peces efectúan la mayor parte de sus puestas en primavera. Las algas están rebrotando en las praderías submarinas arrasadas por los temporales del invierno. A medida que avanza la estación, la cantidad de algas en el fondo de nuestras aguas litorales sigue aumentando, constituyéndose auténticos bosques y praderías que brindan alimento y protección a la fauna submarina. En estos lugares un pequeño tiburón, la pintarroja, aprovecha la espesura para efectuar su puesta, unos huevos con largos zarcillos que se enredan en las algas para sujetarlos y evitar su arrastre por las corrientes. También peces como el Cyclopterus lumpus acuden desde el mar abierto a efectuar sus puestas en los bosques de laminarias y la zona intermareal. p r i m av e r a

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Las ascidias son animales que también se alimentan por filtración. A veces se asocian en colonias, como Botryllus schlosseri (izquierda) o la transparente Clavelina lepadiformis (página siguiente). Esta última, como otras ascidias, muere en el invierno,

pero conserva unas yemas a partir de las que vuelve a desarrollarse en la siguiente primavera. Corynactis viridis (debajo, derecha) es una pequeña anémona de vivos colores que suele vivir en zonas umbrías del fondo. (Fondos marinos de Cudillero).

Pero la primavera en el mar Cantábrico no es sólo época de desove sino de nacimientos. Dado que resultan muy vulnerables y un fácil alimento, la mayoría de los huevos eclosionan en un plazo de horas o pocos días, incorporándose las larvas al bullicio del plancton o formando bandos de alevines las de los peces. Existen, no obstante, algunas excepciones: en esta época están eclosionando los huevos de bogavante, pero su fecundación no fue días o semanas antes, sino en el verano anterior. Los cetáceos también están de partos. Tras un año de gestación, las marsopas alumbran ahora a sus crías, para iniciar poco después nuevos apareamientos. Sus parientes, los cachalotes, tienen sus crías en esta época y algunos años nuestros pescadores divisan bandos de estos enormes mamíferos mar adentro, con sus característico resoplido inclinado hacia delante. Otro cetáceo, el rorcual común, abandona en primavera el Golfo de Vizcaya para aprovechar los meses estivales en las aguas polares. 88 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

criando en pedreros y acantilados No es necesario navegar mar adentro o sumergirse en el Cantábrico para advertir la intensa actividad reproductora que se está llevando a cabo. En esta estación llegan mareas equinocciales, que se cuentan entre las más vivas del año. Las bajamares descubren entonces una parte del fondo marino que sólo queda expuesta unas pocas horas al año. En las charcas y pozas de bajamar, pululan ahora multitud de invertebrados y alevines o juveniles de mojarra, aligote, herrera, sargos, cabras, taberneros, julias, lábridos, etc. La inspección de estas charcas intermareales es muy interesante en esta época. Bajo las piedras podemos descubrir algunos invertebrados en busca de pareja, como los nudibranquios, unas preciosas babosas marinas, con frecuencia de vivos colores. Estos moluscos son hermafroditas y en la cópula ambos ejemplares intercambian sus gametos masculinos. Las puestas, con forma de cintas enrolladas, se efectúan a finales de primavera y en el verano. Otros molucos que están poniendo sus huevos


p r i m av e r a

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Al igual que el fitoplancton, las algas de los fondos marinos encuentran ahora buenas condiciones para su desarrollo. La mayor luminosidad y el mejor estado de la mar les permite crecer y reponerse de los daños producidos por los temporales del invierno. Avanzada la estación, los fondos aparecen cada vez más exuberantes y frondosos, ofreciendo abundante alimento a animales ramoneadores y buen escondite para alevines y peces jóvenes. Por entonces los nudibranquios andan en busca de pareja. Se trata de unas babosas marinas de hermosos colores y dibujos, como Hypselodoris gracilis (abajo). Las puestas de los nudibranquios (centro) suelen presentarse como una masa gelatinosa con forma de cinta enrollada en espiral, conteniendo miles de huevos ordenados en su interior. (Fondos del Cabo Vidio y Oviñana). Belleza letal (página siguiente): un manojo de tentáculos ondulando con la oscilante corriente del fondo deja entrever la boca de su propietaria. Las anémonas y actinias (ver también doble página anterior) sacan buen provecho de la abundancia de presas disponibles en primavera. Sus hermosos tentáculos son una trampa mortal para alevines de peces, gusanos, pequeños crustáceos, etc. Cuando uno de ellos toca los tentáculos recibe instantáneamente el impacto de múltiples dardos microscópicos disparados por sus células urticantes (nematocistos), que retienen a la presa y la van paralizando. Pronto acuden los tentáculos vecinos en ayuda de los primeros, y cuando la presa ya está paralizada, la engloban y dirigen hacia la boca del animal, donde será devorada.

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9.00 horas (7.00 hora solar): Iluminados por las primeras luces del alba en un frío día de abril, el macho del cormorán moñudo acaba de reemplazar a la hembra en la incubación de los huevos. La pareja ha efectuado su puesta recientemente en una repisa del acantilado.

son las cuatro especies de bígaros presentes en Asturias. La hembra los pone en cápsulas flotantes que agrupan de 1 a 3 huevos, llegando a producir hasta 5000 huevos. La larva nada libre hasta el verano, instalándose entonces en la costa. También está de puesta Nucella lapillus, molusco abundante en nuestro litoral, que se alimenta de mejillones y balanos. Produce una secreción violeta utilizada en otros lugares para obtener púrpura. Cuando efectúan las puestas semitransparentes, estos caracoles forman grandes concentraciones. Si desde el pedrero alzamos nuestra vista hacia el acantilado, también descubriremos en plenas tareas reproductoras a los organismos que allí viven. Aunque la máxima floración de la plantas de los roquedos marítimos ocurrirá en verano, algunas especies como las collejas de mar, el mastuerzo marino o la hierba del costado, ya comienzan a florecer a principios de la primavera, incorporándose luego las armerias de mar y el llantén de mar. En algunas repisas y oquedades de los acantilados donde estas plantas florecen, los cor94 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

moranes moñudos están ahora muy pendientes de sus nidos, pues los huevos están a punto de eclosionar y las gaviotas patiamarillas no cesan de planear por las cercanías del acantilado. Lo cierto es que estas últimas están ahora más pendientes de reencontrar a su pareja y tomar posesión también de su nido que de robarle algún huevo al cormorán. En cualquier caso, el riesgo existe y el adulto que incuba no deja de vigilar las evoluciones de las gaviotas que se aproximan a su repisa. Los huevos y pollos pequeños nunca son abandonados, relevándose en la incubación ambos progenitores tras un breve ritual en el que el adulto que llega ofrece un regalo al que incuba. La mayor parte de las eclosiones de los huevos ocurren en abril, pero como los pollos recién nacidos no pueden regular su temperatura corporal, los padres siguen cubriéndolos sin pausa, levantándose sólo para cebarlos o relevarse. Además, las gaviotas siguen siendo una preocupante amenaza para los pequeños pollos, ciegos y prácticamente desnudos.


Los huevos y pollos pequeños del cormorán moñudo nunca son abandonados (o si lo son, por breves momentos), no sólo para evitar su enfriamiento, sino por la amenaza que suponen las gaviotas, siempre dispuestas a robar un huevo o un pollo.

Cerca de la colonia de cormoranes moñudos, el halcón peregrino (debajo) ha aprovechado un viejo nido de cuervo en el acantilado para sacar adelante a sus pollos, a los que defiende agresivamente de cualquier intruso.

No muy lejos del nido del cormorán moñudo, y en otra repisa parecida del acantilado, una pareja de aves está también incubando y sacando adelante a sus pollos en esos meses primaverales. Sin embargo, en este caso, las gaviotas deben evitar aproximarse al nido, pues pueden ser ellas las víctimas de un furibundo ataque. Se trata del halcón peregrino, ahora más agresivo que nunca y dispuesto a atacar a cualquier intruso que se acerque a sus huevos o pollos. Es más, las gaviotas no deberían olvidar que ellas mismas figuran en el menú con el que los halcones adultos ceban a sus crías. Además de palomas y córvidos, los halcones que viven en estos acantilados costeros no desaprovechan las aves en paso migratorio, que en estos meses vuelven a sus países de origen para criar o llegan de nuevo a Asturias desde sus áreas de invernada, habitualmente en África. Así, en los meses de abril y mayo, hay un importante tránsito migratorio que incluye a correlimos (tridáctilo, menudo, común y gordo), archibebes, zarapitos trinadores, agujas colipintas, agachadizas comunes, p r i m av e r a

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Cita en el islote: despu茅s de pasar el invierno en populosos grupos, las parejas de gaviota patiamarilla se reencuentran en los acantilados e islotes de cr铆a. Estas aves son

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mon贸gamas y se emparejan de por vida. En el invierno parecen ignorarse mutuamente, pero al llegar la primavera los bandos se deshacen y las parejas vuelven a tomar posesi贸n


de su área de cría en la colonia, proclamando su unión con sonoros gritos (El Pindal, Pimiango, página anterior y Viavélez, debajo). Mientras, los brezos y otras plantas de

la contigua rasa costera se apuntan al frenesí reproductor de la primavera y desarrollan espectaculares floraciones. (Fotografías superiores, Cabo Peñas, izquierda y Cabo Vidio, derecha).

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Un tritón ibérico acaba de capturar una lombriz. Este anfibio es un endemismo presente sólo en la mitad occidental de la península Ibérica.

Como otros tritones, acude desde finales de invierno a las charcas y fuentes para reproducirse. Página anterior: primavera en el

chorlitejos grande y chico, chorlito dorado europeo, colimbos chicos y grandes, vuelvepiedras, negrones etc. No todos ellos han invernado en Asturias, pero sí pasan por nuestras costas rumbo al norte y algunos pueden caer bajo las garras del halcón. No sólo las aves limícolas y vadeadoras están ahora de migración. Bandos de pardillos, jilgueros, pinzones comunes, etc., pasan por el litoral cantábrico, así como algunas rapaces (milano negro y águila pescadora). Exhibiendo ya vistosos plumajes para el próximo cortejo, muchas de las aves migratorias descansan y reponen fuerzas en nuestras rías y marismas antes de continuar con su viaje prenupcial. En esta época viajan apresurados, azuzados por el instinto reproductor. Por ello, sus paradas suelen ser breves. Las aves que se quedan en las marismas asturianas a criar, como el buitrón o el rascón, comienzan a hacer sus nidos, mientras los carriceros común y tordal recién llegados de África tropical y del sur, toman posesión de su territorio en la marisma, anunciándolo a los cuatro vientos con sus cantos.

Porreo de Sebrayo, Villaviciosa. En esta época las charcas y medios húmedos aparecen pletóricos de vida, con sus plantas en plena floración

y un gran bullicio de invertebrados en plena tarea reproductora. Bajo las aguas se producen encuentros de amor y muerte.

En los medios húmedos, como charcas, lagunas, marismas, abrevaderos o remansos del río, la primavera trae consigo un gran bullicio de fauna invertebrada, que se prolongará a los meses estivales. Bajo las aguas y entre los sedimentos, piedras y plantas del fondo, las larvas de muchas especies de insectos van completando su desarrollo. En esos fondos someros acechan temibles depredadores que capturan no sólo larvas de invertebrados, sino también renacuajos de ranas y tritones y alevines de peces. Nos referimos a las larvas de las libélulas y de los escarabajos buceadores. Los ditiscos son escarabajos acuáticos carnívoros tanto en forma adulta como larvaria. La larva es de gran tamaño (hasta 6 cm en el caso del escarabajo buceador Dytiscus marginalis) y tras morder a su presa con la mandíbula superior, le inyecta un jugo digestivo que mata al animal capturado y licúa sus tejidos internos. A continuación, la larva succiona el contenido de su víctima hasta dejar sólo el «envoltorio» de la misma. En forma adulta, el escarabajo buceador se atreverá a atacar p r i m av e r a

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Al llegar la primavera, muchos anfibios ya han efectuado sus puestas o el parto de las crías, como es el caso de la salamandra (arriba). Otros han comenzado a llegar a las charcas para iniciar sus cortejos, como el tritón alpino (derecha), provisto ahora de una espectacular librea nupcial con la que espera seducir a las hembras.

incluso a presas mayores que él, como algunos peces o ranas. Las larvas de las libélulas y caballitos del diablo (odonatos) deben resultar aún más terroríficas a escala de un renacuajo. Para cazar a sus presas han transformado su labio inferior en un órgano, la «máscara» o careta, digna de un ser alienígena de películas de ciencia ficción. Se trata de una pinza extensible rematada con dos uñas o garfios que, en estado de reposo, la larva mantiene plegada bajo la cabeza. Al acercarse una potencial captura, la ninfa proyecta adelante la «máscara» y atrapa a la presa con los garfios. A continuación este brazo articulado se repliega y el animal cazado queda colocado justo bajo la boca de la larva, comenzando sus mandíbulas a devorarlo aún vivo. Otros depredadores subacuáticos muy activos en primavera y verano son algunos chinches de agua, que incluyen a los notonéctidos (Notonecta glauca y otros), insectos palo acuáticos y escorpiones de agua así como a sus parientes los zapateros que buscan insectos muertos o moribundos sobre las aguas. 100 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

La mayoría de las larvas que sobreviven a los peligros de las charcas desarrollarán su vida adulta fuera de las aguas, sobrevoladas por enormes cantidades de dípteros, efémeras, tricópteros, etc. Abunda, pues, la comida para los insectívoros, desde murciélagos y aves hasta ranas, sapos e insectos cazadores como las libélulas. La inminente abundancia de insectos hace que los anfibios comiencen pronto sus tareas reproductoras. Al llegar la primavera muchos ya han efectuado sus puestas, y otros acuden a las charcas para comenzarlas. Es el caso de los tritones, que abandonando sus refugios invernales, entran en las aguas engalanados con sus libreas nupciales. El aspecto más espectacular lo muestra el macho del tritón alpino, con su vientre rojo-anaranjado delimitado por una banda azulada y moteada. Además exhibe una cresta dorsal también moteada y la cola está ensanchada. Otro tritón bastante llamativo es el jaspeado, con una gran cresta dorsal a franjas negras y anaranjadas y el cuerpo verdeamarillento moteado en negro. Como ellos, nuestras otras dos especies de


Los tritones adhieren sus huevos a las plantas subacuáticas, plegando las hojas en torno a ellos para mantenerlos ocultos y protegidos. En ellos se van desarrollando las larvas, que eclosionan semanas después. Durante los meses de la primavera y verano, irán completando su metamorfosis, como esta larva de tritón jaspeado.

tritones, el palmeado y el ibérico, han encendido sus colores y manchas, aunque más discretamente. En todos los casos, se trata de seducir a las hembras, algo más remolonas en su celo que los machos. Cuando se encuentra con la hembra (de aspecto algo más discreto), el macho la olfatea y reconoce. A continuación se sitúa frente a ella y doblando totalmente la cola junto a uno de los costados de su propio cuerpo, comienza a ondularla con rapidez. Con frecuencia la hembra reacciona con indiferencia ante la exhibición del macho y lo deja plantado, subiendo a respirar a la superficie. Pero si consigue seducirla, al final del cortejo el macho hace ademán de irse, momento en el que expulsa por la cloaca un paquete gelatinoso de espermatozoides (espermatóforo). La hembra recoge entonces el espermatóforo y lo introduce entre sus labios cloacales, a veces ayudándose de sus miembros posteriores. La fecundación es, por tanto, interna, a diferencia de lo que ocurre en ranas y sapos. En el momento de la puesta, la hembra del tritón dobla con sus patas traseras la hoja de

una planta acuática, colocando en el pliegue un huevo que mantiene presionado durante unos segundos para que quede adherido y camuflado. Tras poner entre 50 y 200 huevos, y con los colores nupciales apagados, la hembra abandona la charca (y también el macho) hasta la primavera siguiente. Una o dos semanas tras la puesta nacerán las larvas, que como las de otras especies de la charca deberán afrontar múltiples peligros. Las ranas y los sapos que no habían acabado sus apareamientos siguen efectuándolos a principios de la primavera. Día y noche se escuchan los cantos territoriales y nupciales de las ranas comunes y con tiempo húmedo y templado los machos de la ranita de San Antonio se dirigen cantando desde sus refugios de invierno a las zonas húmedas donde criarán. Las hembras llegan días después, comenzando las cópulas y las puestas. Las charcas están ahora repletas de huevos de anfibios, con la excepción de uno de ellos: el macho del sapo partero se pasa buena parte de la primavera (1-2 meses) acarreando los p r i m av e r a

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La ranita de San Antonio está emparentada con las ranas arborícolas de las selvas sudamericanas (Hyla spp.) y, como ellas, es capaz de trepar por la vegetación acuática, ramas de árboles y arbustos gracias a los discos adhesivos de sus dedos. Incluso puede ocultarse en el envés de las hojas, permaneciendo aferrada al mismo sin caerse durante sus horas de inactividad. Su reproducción se inicia en abril y mayo, escuchándose entonces los cantos de los machos en los crepúsculos, noches y días nublados. Tras esa época, a mediados de verano abandona las charcas y se retira a zonas arbustivas o arboladas.

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Con las primeras lluvias de la primavera y temperaturas medias superiores a 10 °C, las ranitas de San Antonio abandonan sus refugios de invierno y acuden a las charcas de

cría. Ya en su viaje los machos comienzan a cantar, y llegados a la charca, se muestran muy territoriales, defendiendo su parcela de plantas ribereñas frente a competidores.

cordones de huevos que ha enrollado en sus patas posteriores después de fecundarlos. Durante este tiempo procura mantenerlos con la humedad adecuada para su feliz desarrollo. Poco antes de la eclosión, el macho acude a una charca y permanece en el agua hasta la salida de todos los renacuajos. La proliferación de anfibios y renacuajos atrae a los medios húmedos a reptiles como la culebra de collar y la culebra viperina, que como los anteriores están en época de celo y apareamientos, si bien sus puestas no eclosionarán hasta el verano.

el río, procreador de vida Las aves acuáticas también están criando en primavera. El zampullín común acumula restos de plantas en descomposición para hacer su nido flotante y depositar su primera puesta en las lagunas con vegetación acuática. En estos mismos lugares crían las fochas comunes y los ánades reales o azulones. A las pocas horas o días de nacer, los pollos de todas estas especies abandonan el nido siguiendo 104 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

Página siguiente: en los meses primaverales, el deshielo y las lluvias, que no cesan, hacen que arroyos y ríos tengan sus máximos caudales del año. La vegetación ribereña se

muestra por entonces exuberante, abundando las llamadas plantas megafórbicas, de grandes hojas (arroyo de Teixerúa, Muniellos).

a sus progenitores en una simpática imagen frecuente en la primavera avanzada. En los ríos también están ocurriendo muchas cosas durante estos meses, bastantes de ellas en común con lo que acontece en lagunas y charcas. Hay un notable incremento de invertebrados y sus larvas, por lo tanto de alimento para peces, mamíferos, aves, anfibios y reptiles. En los tramos medios y altos del río, con aguas limpias, batidas y bien oxigenadas, los mirlos acuáticos han comenzado a fabricar su nido, ya a finales del invierno. Tiene forma de esfera de musgo, tapizada por dentro con hojas de roble. Es frecuente que lo emplace debajo de puentes de piedra, pero también en las paredes de grandes rocas ribereñas o en oquedades tras las cascadas y torrentes, pues la impermeabilidad de su plumaje y su habituación al agua le permiten traspasar la cortina de agua sin problemas. Durante la primavera el mirlo acuático aprovecha la abundancia de invertebrados en el lecho del río para sacar adelante varias polladas. Su especiali-



dad la constituyen las larvas de los tricópteros, conocidas en Asturias como «marabayos», que portan consigo un estuche cilíndrico o cónico realizado con piedrecillas, arena, ramitas, etc. Desde su posadero en una piedra del río, el mirlo acuático hace una primera zambullida o entra directamente caminando al agua. Una vez alcanza el fondo, va caminando o aleteando por él, levantando piedras pequeñas o guijarros en busca de los «marabayos». Cuando localiza uno, sale del agua a uno de sus posaderos y allí comienza a golpear de lado el estuche de piedrecillas del tricóptero hasta abrirlo, momento en el que extrae la larva de su interior. Este sistema de capturar presas exige algunas adaptaciones, como el tener un apretado plumaje que impide la penetración de agua o la posibilidad de cerrar los ojos y vías aéreas durante su paseo subacuático. También la lavandera de cascada anida en las riberas fluviales en estos meses de primavera, pero no captura a sus presas bajo el agua como el mirlo acuático o el martín pescador. Es frecuente verla ir al 106 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


El mirlo acuático (derecha) está afanado en sacar adelante a sus pollos, aprovechando la riqueza de invertebrados en el fondo del río, que captura en sus paseos subacuáticos. Suele construir un nido esférico de musgo bajo los puentes, pero también en huecos tras las cascadas y torrentes, pues la impermeabilidad de su plumaje y su habituación al agua le permiten traspasar la cortina de agua sin problemas (página anterior). Acabado el invierno, las lavanderas blancas (debajo) vuelven a sus ambientes preferidos, las riberas de medios acuáticos. En realidad tampoco se habían alejado mucho de ellas en invierno, pero entonces tuvieron que prospectar otros terrenos en busca de comida, que ahora encuentran en abundancia. La cerceta carretona (página anterior, debajo) ha pasado el invierno en el África tropical, principalmente en el Lago Chad. Ahora vuelve a sus territorios de cría, la mayor parte de los cuales se sitúan en Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Durante su viaje de vuelta, en los inicios de la primavera, algunos ejemplares pueden descansar unos días en Asturias.

nido con dípteros e insectos alados en el pico. Por eso las efémeras distraídas en sus torpes vuelos nupciales suponen una fácil y abundante comida. Estos insectos alados son fácilmente reconocibles pues tienen dos o tres largos apéndices (o cercos) al final del abdomen. Las efémeras reciben su nombre (del griego efemeron = de un día) por la corta vida del insecto adulto, de tan sólo unas horas o poco más de un día. Su efímera existencia la emplea en vuelos nupciales y cópulas. No precisa ni siquiera alimentarse, y de hecho tiene las piezas bucales atrofiadas. Tras la fecundación y puesta de huevos, la superficie del río se llena de insectos adultos agotados, que mueren ahogados o devorados por anfibios, peces, zapateros, etc. Los pescadores, conocedores de la avidez de las truchas por estos insectos, hacen imitaciones de los mismos: son las «moscas artificiales». Tanto el iridiscente martín pescador como el avión zapador están ahora anidando en los taludes terrosos de los ríos, en los que ex-

cavan galerías que terminan en una cámara de cría. Los aviones zapadores llegan a Asturias desde el África tropical y constituyen colonias de cría en taludes, cortados y canteras cercanas al río, donde cazan abundantes mosquitos y otros dípteros, así como efémeras, tricópteros adultos y otros insectos de estos medios. Otro ave ribereña que anida en las playas fluviales de cantos rodados con abundante vegetación es el andarríos chico. La mayor parte de sus efectivos en Asturias se van al norte en primavera, pero unas cuantas parejas se quedan a anidar. En las alisedas y bosques ribereños basales brota la colmenilla, hongo cuyo sombrero recuerda a un panal de abejas. La benignidad climática de estos medios permite que ya en la primavera más temprana muchas plantas estén en flor, intentando atraer a los insectos para su polinización con sus colores, olores y ofertas de néctar y polen. El aro, pariente silvestre de las conocidas calas de los jardines, recurre a una curiosa estratagema: sentenciar a los insectos a tres p r i m av e r a

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La colmenilla es un hongo cuyo sombrero recuerda a un panal de abejas. Brota en las alisedas y bosques ribereños durante los meses primaverales. La benignidad climática en estos ambientes colinos y la abundancia de agua permite que ya desde los principios de la estación la vegetación muestre su exuberante aspecto (página siguiente, cascada en el Río del Infierno, Piloña).

días de prisión en su flor. Su inflorescencia con forma de embudo alberga en su base las flores masculinas y femeninas. Estas últimas maduran antes que las masculinas para evitar su polinización directa. La cámara en la que se encuentran estas flores está separada del resto del embudo de la inflorescencia por una red de pelos, que van a ser los barrotes de esa cárcel de insectos. El olor desagradable del aro atrae a los insectos, que entran a la celda a favor de la red de pelos. El primer día de prisión pugnan por salir de la trampa, pero la red de pelos se lo impide. En sus intentos rozan y se golpean con las flores femeninas maduras, fecundándolas con el polen traído en su cuerpo desde otra flor. El segundo día las flores femeninas ya se han fecundado y marchitado. Se abren entonces las masculinas y rocían de nuevo polen el cuerpo del insecto, que sigue porfiando por salir. Por fin, el tercer día se abre la red de pelos y los prisioneros quedan libres, saliendo, eso sí, cuajados de polen. Sin embargo, los insectos no han aprendido la lección y no tardan en caer en otra flor 108 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

de aro. Meses después, ya en verano, en el suelo del bosque veremos el resultado de esos tres días de cárcel, los tóxicos y compactos grupos de frutos anaranjados o rojizos, que mucha gente considera comida de culebras. En los meses primaverales, los ríos asturianos alcanzan sus máximos caudales al fundirse el hielo y la nieve. Los reos vuelven a su cauce y comienzan a remontarlo para reproducirse. Estas truchas migradoras han pasado uno o dos años de vida marina, creciendo más que sus congéneres de río, al que vuelven a desovar. También los salmones están remontando los cauces. Ya han comenzado a hacerlo en pleno invierno, pero los que están subiendo en primavera son de menor tamaño («abrileños» o «mayucos»). Por entonces ya han nacido los pequeños alevines o jaramugos, tanto del salmón como de la trucha, entre la grava del río. Allí permanecerán su primer mes de vida, mientras reabsorben la vesícula vitelina que les sirve de alimento y cuyo peso les mantiene inmovilizados en el


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Desde finales del invierno eclosionan los huevos de salmón. Los pequeños jaramugos permanecerán su primer mes de vida entre la grava del fondo del río, mientras reabsorben la vesícula vitelina que les sirve de alimento y cuyo peso les mantiene inmovilizados. Agotada esa reserva, los alevines de salmón (derecha) deben comenzar a alimentarse por su cuenta, abandonando entonces sus hábitos gregarios, pues ahora deben competir por la comida en aguas someras. En estos meses de primavera el río ofrece un buen caudal y gran número de invertebrados, de forma que el alevín crece rápido. En la página siguiente, río Dobra (Cangas de Onís-Amieva).

fondo. Los alevines permanecen relativamente agrupados, pero cuando desaparece el saco vitelino deben comenzar a alimentarse por su cuenta, cazando insectos, larvas y gusanos. La competencia por la comida les hace abandonar sus costumbres gregarias, buscando aguas someras pero de corrientes rápidas. En esos meses de primavera el río les ofrece un buen caudal y gran número de invertebrados, de forma que el alevín crece rápido de tamaño. Otro pez que ha remontado el río para frezar es la lamprea marina. Durante el otoño y parte del invierno subió río arriba desde el mar. Mientras, ha completado su madurez sexual, pero su intestino se ha atrofiado y deja de alimentarse. En los finales del invierno y durante la primavera, las lampreas comienzan la freza. Moviendo piedras y con movimientos vigorosos del cuerpo, el macho excava un nido en el lecho del río, en el que se efectúa la cópula y la puesta de hasta 250.000 huevos que ambos progenitores cubren con arena y grava. Tras el desove, los debilitados adultos mueren. 110 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

Los mamíferos insectívoros del río también sacan provecho de la abundancia de invertebrados. Terminados el celo y la gestación, el musgaño patiblanco trata de sacar adelante su primera camada buceando en busca de larvas, renacuajos y alevines de peces. En faenas parecidas anda el topo de agua o desmán. Cuando las crías ya van creciendo, allá por el mes de mayo, la pareja de estos primitivos insectívoros se deshace, llevando cada uno de sus miembros una existencia solitaria desde entonces. Otros mamíferos con crías recién nacidas que alimentar son los turones y las nutrias. Estas últimas han expulsado recientemente a las crías del año anterior, que acompañaron a su madre en el río durante siete meses. En ese periodo, habrán aprendido lo necesario para desenvolverse y sobrevivir en ese medio, así que ahora deben buscar un tramo fluvial que no esté ocupado por otras nutrias y comenzar una existencia independiente.



En las postrimerías del invierno, el uniforme color gris parduzco de nuestros bosques aparece de pronto salpicado de copas arbóreas cuajadas de flores blancas. Son los cerezos, que ahora destacan claramente su presencia en el monte anunciándonos la primavera (página siguiente, Monte de Vega San Pedro, Tanes, Caso). En el sotobosque y áreas de matorral algunas plantas se atreven a florecer, pese a que no han desaparecido los riesgos de heladas y nevadas; es el caso de algunos narcisos como el Narciso de Asturias (Narcissus asturiensis) frecuente en brezales, piornales y claros de bosques. Las primaveras, Primula veris (páginas 114-115 siguientes), son otras flores que podemos encontrar por entonces, cuyo nombre es bien indicativo de la estación que anuncian.

recuperando la actividad En los valles, campiñas y bosques del interior de Asturias, la primavera va implantándose gradualmente, comenzando por las zonas más basales y terminando en los bosques de montaña. Sutiles reajustes en los relojes biológicos de las plantas hacen que la foliación y floración se retrase casi un mes en los árboles de montaña respecto a sus congéneres de tierras bajas. La razón es que, a medida que ascendemos, los riesgos de heladas y nevadas tardan más tiempo en desaparecer, y una helada tardía podría destruir las hojas recién brotadas. En las postrimerías del invierno, el uniforme color gris parduzco de nuestros bosques, que ya comienza a notarse violáceo al aproximarse la foliación, aparece de pronto salpicado de copas arbóreas cuajadas de flores blancas. Son los cerezos, que ahora destacan claramente su presencia en el monte, anunciándonos la primavera. Cuando broten las hojas en el bosque, el cerezo recuperará su anonimato en medio del verdor de la espesura, pero ahora resalta 112 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

entre los demás árboles. El refranero popular no ha dejado escapar este hecho: « el que a cereces quiera andar, en marzu les ha de espiar», o «si quies comer zreizas por San Xuan, mira’n marzo por donde tan». Un paseo por el bosque nos permitirá descubrir algunas flores en el suelo, como las primaveras, anémonas, hepáticas, dientes de perro y eléboros. Aunque aún corre el mes de marzo, estas plantas ya han detectado el crecimiento de los días y se apresuran a florecer antes de que broten las hojas del bosque y deje de llegar luz al suelo. La anémona o nemorosa es una planta muy sensible a la luz. Cuando oscurece o el día se nubla bastante, inclina sus flores blancas o rosadas hacia el suelo, plegando algo sus pétalos, pero con los primeros rayos de sol o suficiente claridad vuelve a erguir y abrir sus flores. Aunque el propósito de las mismas es, por supuesto, producir semillas, ese no parece el sistema más eficaz utilizado por la planta para su propagación. En su lugar prefiere recurrir a su rizoma, un tallo subterráneo horizontal, alargado y carnoso en el que


almacena nutrientes y que le permite rebrotar cuando el invierno aún no se ha terminado del todo, para aprovechar la luz solar que entonces llega al sotobosque. Estos rizomas van creciendo imperceptiblemente bajo el suelo del bosque, a un ritmo probablemente no superior a 2 metros por siglo. Por tanto, si en nuestro paseo por el bosque nos encontramos una zona con una buena extensión de anémonas podemos presumir que llevan creciendo siglos en ese lugar. Si las vemos floreciendo en un terreno abierto o entre matorral, las delicadas anémonas también nos dicen algo: hace años en ese lugar hubo un bosque en el que ellas desplegaban sus flores las vísperas de cada primavera. Ahora, muchos años después siguen haciéndolo, como supervivientes de aquel hayedo o robledal, que nos recuerdan y denuncian su destrucción mediante su florida manifestación anual. Pese a la aparición de estas flores, alrededor todo sigue aparentemente muerto. En los pastizales cercanos al bosque los helechos si-

guen secos y aplastados por el peso de la nieve, derretida ya hace unas semanas. Entre ellos ha florecido ya la orquídea temprana, con su gran espiga de flores violáceas. En los prados más basales la hierba nueva ha comenzado a brotar, una vez reducidas las probabilidades de heladas. Como las reservas de hierba se están terminando en las «tenadas», pajares y balagares, es buen momento para sacar el ganado de las cuadras, tras su larga estabulación de invierno, llevándolo a pastar a los prados junto al pueblo. Los campesinos comienzan a sembrar patatas y remolachas, recibiendo con agrado las heladas, pues anticipan buen tiempo y una pronta subida del ganado a las brañas («si xela n’marzu súbete al altu»). Estamos en una fase de cambio estacional interesantísima en la que muchos seres vivos siguen en letargo invernal y otros han iniciado su periodo activo. Los días más soleados de marzo, los reptiles interrumpen su letargo y salen a caldearse durante unas horas, aunque luego quizá tengan que volver a aletargarse algunas semanas más si viene tiempo p r i m av e r a

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La estación de las flores: con razón se asocia la primavera a las flores. Advertidas las plantas del crecimiento de los días y de la dulcificación térmica, comienzan su despliegue de formas, colores y olores en torno a sus órganos reproductores. En el fondo su objetivo es tentar y atraer a los insectos para utilizarlos como transportadores de polen y permitir la fecundación de otras flores más o menos distantes, sin depender de los azares del viento como hacen otras plantas de flores poco vistosas. Desde los finales del invierno, semana a semana van apareciendo nuevas especies en flor. En estas páginas vemos algunas de las presentes por entonces en los bosques. La anémona o nemorosa (arriba) es una planta del sotobosque muy sensible a la luz, inclinando y plegando los pétalos de sus flores si oscurece o el día se nubla. Ya en marzo ha detectado el crecimiento de los días. Antes de que broten las hojas del bosque y deje de llegar luz al suelo se apresura a florecer, utilizando los nutrientes almacenados en su rizoma. Estos tallos subterráneos crecen a un ritmo de 2 metros cada siglo, por lo que un sector del bosque con una buena extensión de anémonas permite presumir que llevan creciendo siglos en ese lugar. En el centro, Saxifraga spathularis, cuya belleza suele pasar desapercibida debido a su pequeño tamaño. Debajo, flores de la acederilla o pan de cuco, Oxalis acetosella, planta con aspecto de trébol muy frecuente en nuestros bosques. Más raro y curioso es el poligonato, Polygonatum odoratum (página siguiente), cuyas olorosas flores penden a lo largo del tallo.

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Desde los inicios de la primavera se escuchan los cantos de la paloma torcaz (izquierda) y los ásperos gritos de los «glayos» o arrendajos, retándose en el bosque aún silencioso (página siguiente). Estos hermosos córvidos han abandonado los bandos en los que se agruparon durante el invierno y ahora llega el momento de buscar y defender un territorio ante los antiguos compañeros de los meses fríos.

frío. Esos días van reapareciendo algunos insectos: los abejorros ya están activos y también alguna mariposa. Las abejas zumban en las copas de los cerezos en flor. Esta incipiente actividad de los invertebrados despereza no sólo a los reptiles sino a sapos, erizos y otros insectívoros. De todas formas, es un despertar precario, pues en marzo y abril todavía pueden venir días fríos con lluvia, nieve y alguna helada («cuando la culebra sal antes del mes d’abril, l’inviernu tá por venir»). A medida que avanza el mes, la primavera se va haciendo cada vez más notoria. En estas semanas entre marzo y abril los árboles de las zonas basales ya están floreciendo y echando hojas. Es el caso del carbayo, con una amplísima legión de insectos y de sus larvas dispuestas a alimentarse de esas hojas recién brotadas. También el arce muestra ahora sus originales flores con aspecto de verdes pendientes colgantes. Muy pronto habrá una autentica explosión entomológica y los campos y bosques se llenarán de insectos. Por ello los 118 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

murciélagos comienzan a salir de su hibernación. Los primeros en despertar son los machos, pero no salen directamente a cazar. Antes vuelan a los refugios en los que las hembras siguen en plena hibernación y, moviéndose entre ellas, seleccionan una mediante el olfato. Su enérgica búsqueda hace que las hembras despierten, pero mientras están quemando su grasa parda para recuperar su temperatura aún no pueden volar, momentos que aprovechan los machos para aparearse con ellas. En el exterior de la cueva ya se escuchan los cantos territoriales de la paloma torcaz y los ásperos gritos de los «glayos» o arrendajos que se retan en el bosque aún silencioso. En el cielo maúllan los ratoneros comunes en pleno vuelo de celo, y sobre las laderas de matorrales y brezales, el macho de aguilucho pálido, que acaba de llegar de migración, intenta impresionar a la hembra con su despliegue de picados y acrobacias aéreas. Además de los aguiluchos, están llegando entonces las primeras aves migratorias estivales. La mayor



Semana a semana los campos y bosques se cubren de flores, ofreciendo néctar a los insectos a cambio de polinización (Gozón). Millones de flores se transformarán en

millones de semillas gracias a su ayuda. La oferta de alimento a los insectos permite un rápido aumento del número de los mismos, de lo que se aprovecharán directa o

parte vienen del África tropical, donde han pasado el invierno. Así, van llegando las golondrinas comunes y dáuricas desde el África subsahariana, al igual que la buscarla pintoja. También alcanzan Asturias los primeros mosquiteros ibéricos desde Senegal, Mali y Níger, y alguna noche entre marzo y abril comenzaremos a escuchar el silbido breve, repetitivo y aflautado de un pequeño búho llegado del sur, el autillo. A medida que las aves migratorias vuelven a visitarnos, los bosques, «sebes», matorrales y campiña en general van recuperando la algarabía del pasado año. Nada más llegar, las aves deben apoderarse de un territorio en el que aprovechar los recursos alimenticios y en el que criar. La forma de marcarlo y defenderlo es, para delicia de nuestros oídos, sus cantos territoriales, que semana a semana se van haciendo más variados y en mayor número. Mientras siguen llegando los migradores, muchas aves residentes todo el año en Asturias ya han comenzado a criar, pues alguna ventaja tenía que tener 120 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

indirectamente los vertebrados. En la página siguiente, un sírfido visita una flor de estrellada. Estas moscas se hacen pasar por avispas para evitar el ataque de sus potenciales

depredadores, pero en realidad carecen de aguijón. Aunque en la naturaleza la combinación de negro y amarillo significa «peligro», los sírfidos son inofensivos embusteros.

el resistir aquí la estación fría. La apropiación y defensa del territorio ya comenzó en invierno, por lo que en marzo los mirlos ya tienen listo su nido, especialmente los que habitan en zonas más basales. Lo mismo ocurre con los «raitanes», jilgueros, chochines, tarabillas y mitos, que han pasado el invierno en grupos erráticos por nuestros campos y pomaradas. Todos ellos están a punto de comenzar sus puestas («en marzo, ñerarzo; en abril, güeveril, y en mayo, paxarayo»), adelantándolas o retrasándolas algo en función de la meteorología. La hembra del cárabo incuba sus huevos en el hueco de un árbol, conocedora de la abundancia de presas que se avecina. Ha comenzado una época muy favorable para las aves, con una disponibilidad alta de alimentos que se prolongará hasta bien entrado el verano. Esto va a permitir efectuar segundas e incluso terceras puestas. Al igual que los pájaros, los pequeños mamíferos (ratones, topillos, musarañas...) aprovecharán la bonanza para intentar sacar adelante varias camadas que compensen su escasa longevidad natural y las


altas pérdidas que sufren por depredación. El prolífico ratón de campo ya va adelantado y está amamantando a su primera camada del año. Mientras, en sus galerías subterráneas los topos han comenzado a aparearse. Este inicio de la primavera es el único momento del año en el que el topo abandona su solitaria existencia. El macho sale en busca de una hembra receptiva, entrando en sus galerías. Lo habitual es que ésta lo expulse sin contemplaciones tras un encuentro mutuamente agresivo, pero a veces tiene éxito y la hembra se calma, permitiéndole la cópula. Una vez finalizada, el macho vuelve a su oscuro laberinto subterráneo. La hembra excavará una cámara de cría para cuando lleguen los partos, cuya señal exterior es un nuevo montículo de tierra mayor de lo habitual. En otras galerías subterráneas, pero mucho mayores, también el tejón está ocupado por entonces entre el celo y los próximos partos. En realidad ya lo llevan haciendo desde el invierno, pero el ciclo anual del «melandru» o

«melón» es variable en sus fechas. En cualquier caso la mayoría de los partos van a comenzar ahora, y las hembras están atareadas, excavando galerías y cámaras de cría y recogiendo helechos secos para hacer cómodos lechos en las mismas. Dirigiendo entonces nuestra atención hacia los bosques de montaña, comprobaremos que aún domina el letargo invernal. Sin embargo algunas cosas empiezan también aquí a cambiar. En los claros de nuestros hayedos y robledales, o mezclados en su sotobosque, están floreciendo varias especies de plantas de hermosas flores amarillas, los narcisos, mezclados con anémonas, dientes de perro y algún azafrán serrano. Los líquenes del género Cladonia están desarrollando sus apotecios de intenso color rojo. Asimismo han brotado las rosetas de unas plantas de hojas alargadas y lustrosas, los jacintos estrellados, aunque sus flores aún tardarán un par de semanas en abrirse. Entre ellos podemos encontrar alguna cuerna de venado. En esta época, los machos se desprenden de sus cuernos («desmogue»), p r i m av e r a

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Al acabar de «enarciar», el oso pardo cantábrico se despierta delgado, hambriento y olisqueando el aire. En estos inicios de primavera su dieta será fundamentalmente herbívora, aprovechando las plantas herbáceas, que ahora están brotando y tienen una buena proporción de proteínas y compuestos digeribles. Aunque más del 80 % de su alimentación es entonces a base de gramíneas (Deschampsia, Poa, Agrostis, Dactilys, etc.), en las que pasta como cualquier herbívoro, el oso buscará complementos dietéticos de naturaleza animal. Guiado por su olfato puede localizar el cadáver de algún corzo o caballo que no sobrevivió a la última gran nevada. Tampoco desdeñará insectos o sus larvas.

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Aunque los líquenes pueden reproducirse en otras épocas del año, ahora no desperdician las favorables condiciones de humedad y suaves temperaturas. Los del género Cladonia exhiben sus apotecios de un vivo color rojo, acrecentado al humedecerse. En estos órganos, el hongo (que vive asociado a un alga en el líquen) produce sus esporas (ascosporas), que a modo de microscópicas semillas, permitirán el brote de nuevos líquenes cuando encuentren el alga a la que se asocian. Página siguiente: 5.30 horas (3.30 hora solar) en una gélida noche de abril con luna llena. Acabamos de llegar a un rincón de un hayedo en Caso, sin emplear linterna y procurando no perturbar el absoluto silencio y quietud de la noche. Si hay suerte y nuestro protagonista ha acudido a la cita, vamos a asistir a uno de los espectáculos más extraordinarios de nuestra naturaleza...

que pronto comenzarán a brotarles de nuevo. Por el contrario, los machos de corzo ya tienen la cuerna totalmente desarrollada y libre de terciopelo, pues se habían desprendido de ella en el otoño y han tenido tiempo de regenerarla. En este mes de marzo, el oso ha empezado a abandonar su cubil. Los primeros en deambular fuera de la osera son los machos y hembras no paridas. Aquellas que hayan tenido cachorros durante el letargo invernal tardarán todavía un mes más en comenzar a salir con los oseznos. Al acabar de «enarciar», el oso se despierta delgado, hambriento y olisqueando el aire. Poco después se dirige a un piornal cercano y comienza a pastar las hierbas frescas. En esta época, la dieta del oso será fundamentalmente herbívora, aprovechando las plantas herbáceas que ahora están brotando y tienen una buena proporción de proteínas y compuestos digeribles. A medida que la planta vaya madurando, cada vez tendrá más celulosa, ligninas y otros compuestos no aprovechables para el oso. Algunas de sus plantas prefe124 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

ridas nada más abandonar la osera son la gramínea Deschampsia flexuosa, así como otras de los géneros Poa, Agrostis y Dactylis. Todas ellas las encuentra en los claros del bosque, en los piornales y en los pastizales montanos. Aunque más del 80 % de su dieta consta de plantas herbáceas, en las que pasta como cualquier herbívoro, el oso buscará complementos dietéticos de naturaleza animal. Guiado por su olfato, puede localizar el cadáver de algún corzo o caballo que no sobrevivió a la última gran nevada, que ahora se derrite. No desdeñará insectos o sus larvas, asaltando también las colmenas no protegidas por un «cortín».

el mágico despertar del bosque En estos primeros días de abril, en los amaneceres de los bosques montanos, está comenzando uno de los cortejos más espectaculares de nuestra naturaleza. En la noche del bosque escuchamos una ráfaga de viento que recorre el valle agitando las hayas aún desnudas.


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6.00 horas (4.00 hora solar): cuando en el horizonte montañoso se intuye la primera claridad, que en la hora siguiente irá venciendo a la noche, se escuchan unos extraños sonidos de pares de castañeteos, «taponazos» y siseos. Un macho de urogallo cantábrico ha pasado la noche en una rama del cantadero cuajada de líquenes. Desde hace siglos sus antepasados del valle acudían a este privilegiado sector del bosque para cortejar a las hembras. Él continúa la tradición. De vez en cuando interrumpe sus cantos y escucha (arriba, bajo un intenso aguacero, en mayo; debajo, entre las ramas de un haya en una fría noche de abril); intenta advertir si alguna hembra ha acudido a la cita o si hay algún otro macho competidor en el cantadero.

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6.20 horas (4.20 hora solar): tras unos minutos reanuda sus reclamos, cada vez más excitado, desplazándose algo por la rama y girando su postura. Abre la cola como un abanico, estira y agita el cuello y la cabeza, mientras eriza las plumas bajo el pico a modo de barba. A su alrededor las yemas de las hayas están próximas a abrirse o haciéndolo ya, y se van escuchando otros pájaros (mayo).

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6.45 horas (4.45 hora solar): cuando en el suelo comienza a haber mĂĄs claridad, el urogallo desciende de las ramas y comienza a pasear por el cantadero, altivo, con la cola abierta en perfecto abanico y con la cabeza erguida en una actitud casi militar. ContinĂşa cantando y de vez en cuando revolotea saltando unos metros. MĂĄs que avanzar, su objetivo es que hembras (arriba) y competidores escuchen sus aleteos mientras pasea y canta por el suelo.

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Cuando llega a nosotros, el estruendo que produce en las copas recuerda al de una gran ola marítima en las rompientes de una playa. Después viene el silencio absoluto. Las siluetas de las ramas de las hayas se recortan contra el cielo iluminado por una luna ya de retirada. Aún no tienen hojas, pero están revestidas con los líquenes epífitos que se fijan a su superficie, ocupando la práctica totalidad de las ramas. Su aspecto peludo (géneros Usnea, Evernia, etc.) potencia el misterioso aspecto del bosque a estas horas. El silencio de la noche se interrumpe en la lejanía por el entrecortado ulular de un cárabo en el valle. Casi inmediatamente, escuchamos un tenue sonido que nos podría hacer pensar en un sapo croando que estuviera volando sobre nuestras cabezas: se trata de un macho de «arcea» o becada, que está en celo y marcando su territorio. Vuelve el silencio y, unos minutos después, en el horizonte montañoso al oriente se atisba la primera claridad que, durante la hora siguiente, irá venciendo a la noche. Entonces, unos extraños 130 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

sonidos llegan a nuestros oídos. Primero unos castañeteos a pares, como de cascos de caballo («clip-clop»), el primero más agudo y el segundo más grave. Después de unos segundos o minutos escuchando esos pares de golpes con silencios entre sí, los castañeteos se aceleran y aumentan de número precipitadamente hasta que se interrumpen bruscamente por un sonido similar al descorche de una botella («taponazo»), seguido inmediatamente de un siseo que recuerda al afilado de una guadaña o a la rueda de una carretilla oxidada. Ahora comienzan a repetirse, con breves pausas entre sí, esos tripletes de «cloqueo», «taponazo» y «siseo o carretilla». Un animal extraordinario tiene que ser quien emite estos sonidos, tan diferentes a otros de nuestra naturaleza, y ciertamente lo es: en una rama, a media altura de un haya, el macho de un urogallo cantábrico ha comenzado sus cantos de celo. En el momento del «siseo» estira y agita el cuello y la cabeza, mientras eriza las plumas bajo el pico a modo de barba, y abre la cola como un abanico. El también


El aspecto y la conducta de la hembra de urogallo es más discreto y mimético. De hecho, parece mostrar cierta indiferencia ante los pavoneos del macho, como si le preocupara más la aparición de un zorro o una marta en el cantadero. Estos rincones del bosque (página anterior, cantadero en un hayedo de Caso) nada más amanecer) suelen localizarse en zonas tranquilas y poco degradadas de hayedos, robledales y abedulares de montaña. Frecuentemente abundan espesos líquenes en las ramas confirmándonos la pureza del aire en el lugar.

llamado «faisán» ha acudido la víspera, al oscurecer, a dormitar en esa rama, que por cierto, no es de un haya cualquiera. Se sitúa en un sector del bosque, el «cantadero», al que acudían desde hace siglos sus antepasados del valle en los meses de abril y mayo para cortejar a las hembras. Éstas, fieles a la cita, llegan a ver la oferta de los machos disponibles y a escuchar sus extraños cantos de amor, que el «gallu montés» ha comenzado al detectar un rápido alargamiento de los días. De vez en cuando, el urogallo interrumpe sus cantos y escucha. Intenta advertir si alguna hembra está cerca o si hay algún macho competidor cantando en el mismo cantadero. Tras pocos minutos reanuda sus reclamos. Poco a poco, en el cielo se van borrando las estrellas y la claridad del amanecer va sustituyendo a las tinieblas de la noche. Ya se escuchan los cantos de otros pájaros. Primero el «raitán» o petirrojo, luego herrerillos, carboneros, chochines, etc. Nuestro gallo se desplaza ligeramente y gira su postura en la rama

sin dejar de cantar. Parece cada vez más excitado; tal vez ha escuchado a un competidor disputándole el territorio no muy lejos. Comienza a haber buena visibilidad en el sotobosque del cantadero. Aprovechando que ahora los depredadores del suelo pueden ser más fácilmente detectados, su competidor ha bajado al suelo y recorre el cantadero en busca de hembras, sin amedrentarse por los cantos de nuestro gallo. Llega un punto en que la intromisión es inaceptable, y este último se arroja desde su rama en un breve vuelo hasta las cercanías del rival. Nada más aterrizar, con la cola abierta y cual juguete de cuerda, corre apresurado, tropezando con «les fauqueres» (hayas jóvenes) del suelo, hasta abalanzarse sobre el otro gallo. Se escuchan violentos aletazos y agitación en el sotobosque. finalmente el intruso se aleja a su sector del cantadero y nuestro gallo se queda paseando por sus dominios, más altivo que nunca, con la cola abierta en perfecto abanico y la cabeza erguida en una actitud casi militar. Continúa cantando y de vez en cuando, revolotea saltando unos metros. Más p r i m av e r a

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que avanzar, su objetivo es que hembras y competidores escuchen sus aleteos mientras pasea y canta por el suelo. Por fin sus pavoneos surten efecto. Entre «les fauqueres» de su sotobosque, ha escuchado los suaves cloqueos que le indican que una hembra ha tomado en consideración su oferta amorosa. Ésta es muy diferente al macho, tanto de aspecto como de actitud. Su plumaje es mucho más críptico (mimético), con tonos acastañados salpicados de manchas más claras y oscuras. El babero verdoso iridiscente en el macho es acastañado en la hembra. Su conducta es más discreta y recatada que la del macho. De hecho, parece mostrar cierta indiferencia frente a sus pavoneos, como si le preocupara más la aparición de un zorro o una marta, que las evoluciones del macho. Finalmente acepta; después de todo no parece un mal pretendiente. Entonces se acuesta, entreabre las alas y las agita suavemente mientras reclina la cabeza. El macho da algunas vueltas a su alrededor y, a continuación, se sube encima de la hembra mientras le sujeta la cabeza con el pico. La cópula 132 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

dura unos breves segundos, y una vez concluida, la hembra abandona el cantadero. El gallo continúa cantando, triunfal: no todos los días tendrá el éxito de hoy. Hemos querido describir con cierto detalle este mágico momento del amanecer primaveral porque es uno de los más emocionantes y hermosos del año para cualquier amante de la naturaleza. La transición de la noche al día no sólo sustituye la luz por la oscuridad, sino el silencio por el sonido. En las primeras horas tras el alba, en el monte se escucha una auténtica sinfonía de trinos, gorjeos, tamborileos, etc. Cada pájaro intenta dejar claro a sus congéneres cuál es su territorio de alimentación y cría ya nada más comenzar el día. Las aves en busca de pareja para anidar intentan atraer allí a sus posibles cónyuges. Uno de los cantos más reconocibles en la sinfonía matinal de nuestros montes y campiñas es el del «cuquiellu», recién llegado en estos primeros días de abril a los campos y montes asturianos, tras pasar el invierno en el sur del Sahara.


Desafiando al frío y las heladas, diversas especies de narcisos florecen antes de que broten las hojas en el bosque (página anterior, hayedo en Caso). En sus cercanías se escuchan entonces no sólo los urogallos en el cantadero, sino toda una sinfonía de trinos, gorjeos, tamborileos y cantos, mediante los cuales cada pájaro intenta dejar claro a sus congéneres cuál es su territorio de alimentación y cría ya nada más comenzar el día. El carbonero palustre (arriba) es uno de los intérpretes de esas sinfonías, escuchándose su repetitivo canto entre enero y mayo. En ese mismo periodo también se oyen los gritos y trinos del trepador azul (centro). Otros agudos gorjeos audibles en las mañanas primaverales de nuestros bosques de montaña son los del herrerillo capuchino (debajo).

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Aún somnoliento, un joven erizo se despierta de su primera hibernación y sale hambriento de su madriguera. Desde finales de marzo o inicios de abril, el «percuspín» o «corcuspín»

abandona su sueño invernal en zarzales, «sebes» y matorrales y sale en busca de los ya abundantes insectos y lombrices. En las semanas siguientes el bosque y la campiña

Su característico cantar y la regularidad de sus llegadas, coincidentes con la primavera, ha motivado dichos como «el día cinco d’abril, el cuco tién que venir, y si non vien, novedá tién», o «si entre marzu y abril nun vengo, cuentáime muerto, o al Rey sirviendo». Si su llegada es demasiado temprana (marzo) anuncia nieve («cuquiellu marciellu, trai la ñeve tres del capiellu»). En cualquier caso, cuando se escucha su canto, el campesino no debe retrasar más la siembra: «si canta’l cuquiellu, siembra aunque sea con capiellu». Primero llegan los machos y, dos o tres semanas después, las hembras. Una vez fecundadas, ya en mayo, éstas buscarán al atardecer nidos de otros pájaros insectívoros, habitualmente de un «raitán», chochín o acentor, en los que sustituirá uno de los huevos por el suyo, aprovechando un descuido de los padres (las currucas capirotadas y los papamoscas notarían el «cambiazo» y abandonarían el nido). La hembra se va volando con el huevo cambiado o directamente se lo traga. Repetirá este proceso incluso más de una docena de veces, ha134 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

irán reverdeciendo a medida que se reducen los riesgos de heladas (página siguiente, Monte La Enramada, Somiedo).

bitualmente en días alternos y sin repetir nido. Tras el nacimiento, con tan sólo 8 horas de vida, ciego y desnudo, el joven cuco empuja y expulsa del nido a los otros pollos o a los huevos, como respuesta instintiva a cualquier presión en su dorso. Terminada su tarea y agotado, comenzará a ser alimentado y criado por sus desconcertados pero devotos padres adoptivos. A medida que crece, su tamaño se va haciendo mayor que el de estos últimos, que a pesar de todo, no lo reconocen como ajeno y continúan esmerándose en alimentarlo, aunque a veces tengan que subirse a su dorso para alcanzar el fondo de su pico abierto. Para ellos, genéticamente hablando, todo este esfuerzo es una pérdida de tiempo. A finales de la primavera, o principios de verano, los cucos adultos regresan a África. Los jóvenes lo hacen un mes después, cuando están suficientemente entrenados y alimentados para el viaje, siguiendo la ruta que sus verdaderos padres tomaron semanas atrás, sin que por tanto ningún adulto se la haya enseñado («el cuco, ya’l


ruco [tórtola], ya’l palpayar [codorniz], el día de Santa Ana [26 de julio] pasaron el mar»). Además del cuco, otras aves llegan a Asturias en esas semanas del abril recién estrenado, enriqueciendo con sus cantos territoriales nuestros bosques y campos, ahora cada vez más florecidos con espineras, endrinos, rosales silvestres, etc., y oliendo a polen y miel. Llega por entonces el misterioso y mimético chotacabras gris, venido del África tropical a nuestros «felechales» y bosques aclarados. Las áreas de matorral vuelven a acoger a las codornices, zarceros comunes y bisbitas árbóreos. Estos últimos son fácilmente distinguibles por su original forma de marcar el territorio: desde un posadero alto, con frecuencia la rama de un árbol aislado, se elevan volando en vertical entre espectaculares trinos y gorjeos, para luego dejarse descender «en paracaídas» con las alas abiertas y la cola desplegada al mismo lugar (o a otro posadero cercano) mientras apacigua, como cansado, su canto.

Entre marzo y abril, la campiña arbolada acoge a abubillas y torcecuellos. Este último manifiesta predilección por las viejas pomaradas en las que grita su insistente chillido. Entre las rapaces que comienzan a llegar a Asturias en abril encontramos el águila calzada, el alcotán y los primeros abejeros europeos. En estas primeras semanas de la primavera el bosque montano va recuperando a sus pobladores exiliados de Asturias durante el invierno. Las aves residentes o las migradoras más tempranas en llegar, ya están con sus nidos listos o en plena incubación. Es el caso de los herrerillos, carboneros, agateadores, ratoneros, reyezuelos sencillos, etc. Otro tanto ocurre en brezales y «cotoyares» (tojales) con las currucas rabilargas y los escribanos soteños, mientras en la campiña arbolada muchos pájaros como verdecillos, mitos, reyezuelos listados, etc., alimentan a sus pollos ya crecidos mientras escuchan los relinchos del pito real, poniendo fronteras acústicas a su territorio. En estos medios la floración está comenzando su apogeo, aprovechando p r i m av e r a

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El amarillo es ahora el color predominante en escobares y otras áreas de matorral (genistas, tojos, etc.). Su viveza resulta irresistiblemente atractiva para los insectos, cuyo número aumenta a la vez que las flores y las hojas. En medio de un aroma a miel, miríadas de abejas, moscas, mariposas, etc., prospectan las flores en busca de alimento. En la imagen, una de las protagonistas, la flor de la escoba. La lagartija serrana (debajo) ha despertado de su letargo y corretea, más verde que nunca, en busca de insectos y de pareja. Las víboras de Seoane también han concluido su hibernación (página siguiente): ante una hembra, los machos rivales se desafían irguiendo sincronizadamente sus cuerpos y moviéndolos sinuosamente a la par. Cada uno estira más y más su cuerpo para demostrar al contrario que él es el mayor de los dos. Cuando ya no pueden erguirse más se desploman y vuelven a comenzar su particular competición hasta que uno se da por vencido.

el alargamiento de los días y la templanza climática. El amarillo es ahora el color predominante en escobares y «cotoyares», siendo su viveza irresistiblemente atractiva para los insectos. El número de estos últimos aumenta a la vez que las flores y las hojas, proporcionando así alimento a los pájaros en plena tarea de cebar a sus pollos. Pronto el campo se va alegrando con la presencia de las blancas mariposas de la col o las amarillas limoneras . Estas últimas aparecen pronto en la primavera, pues el adulto ha pasado una dormición invernal de la que se despierta sin tener que completar la metamorfosis. Pero la abundancia de insectos y la benignidad térmica no sólo favorecen a las aves, sino también a otros insectívoros. Los reptiles comienzan a abandonar su obligado letargo impuesto por el frío. En su despertar se muestran muy territoriales y pronto entran en celo, exhibiendo colores nupciales. Las lagartijas serranas corretean más verdes que nunca expulsando a sus competidores en el cortejo de las 136 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


hembras. El lagarto verdinegro tiene actitudes similares, pero con aspecto más llamativo, sobre todo el macho. Su cabeza se presenta entonces de un vivo color azul. La abundante lagartija roquera ya comenzó su celo en marzo, aprovechando la templanza en los muros y sebes de los pueblos. Avanzado abril, algunas ya están incluso poniendo huevos. El «esculibiertu» o lución, recién salido de la hibernación, se encuentra en plenos combates nupciales, a base de violentos mordiscos. En parecida situación están las víboras de Seoane. Estos ofidios son bastante sociables la mayor parte del año. Incluso hibernan juntos en refugios colectivos de machos y hembras, pero recién salidos de ese letargo invernal la cosa cambia. Los primeros en despertarse suelen ser los machos, y unos quince días después lo hacen las hembras. Si dos machos se encuentran con una hembra comenzarán un desafío mutuo. Ambos rivales se aproximan y de pronto yerguen sincronizadamente sus cuerpos, moviéndolos sinuosamente a la par.

Cada macho gira en torno a su contrincante, estirando cada vez más y más su cuerpo para demostrarle que él es el mayor de los dos. Cuando ya no pueden erguirse más, se desploman y vuelven a comenzar su particular competición, que a veces se prolonga durante una hora. Al final uno se da por vencido, habitualmente el más pequeño, y se retira perseguido brevemente por el vencedor. Éste se acerca ahora a la hembra y comienza su cortejo, a base de fricciones mutuas y toqueteos con su lengua bífida. Por fin llega el acoplamiento, entrelazando sus colas hasta unir sus cloacas. Las culebras lisas y de collar también están de cortejo en esta época. Para los labradores, abril es mes de trabajo. Acabada la siembra de las patatas, hay que ir preparando el terreno para sembrar el maíz, «les fabes» y otras legumbres y hortalizas, deshaciendo terrones y abonando. Avanzado el mes, y según como venga la climatología, se comenzará a subir el ganado al monte, aunque aún no a los pastos lejanos, pues todavía pueden venir nevadas y habría que p r i m av e r a

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Los reptiles comienzan a abandonar el obligado letargo impuesto por el frío. En su despertar se muestran muy territoriales y pronto entran en celo, exhibiendo sus colores nupciales. Uno

de los más vistosos es el lagarto verdinegro, endemismo ibérico presente en el noroeste de la península y Sistema Central. El macho (arriba) presenta un vivo color azul en

su cabeza, más atenuado en la hembra (debajo). En esta época no sólo están pendientes del cortejo y de la defensa de su territorio: también aprovechan la abundancia de insectos

para reponerse del desgaste sufrido en el reposo invernal. Estos lagartos suelen encontrarse en muros de piedra, canchales y rocas con abundante vegetación y humedad cercana.

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En abril aumenta la cantidad de flores en los prados basales (debajo), mientras en los bosques de valles de altitud media la mayoría de los árboles están desplegando sus hojas. Éstas de un joven arce (izquierda, arriba) todavía no han comenzado a producir clorofila, por lo que se presentan de un vivo color rojo, debido a otros pigmentos (carotenoides). Por entonces, las hembras de corzo (página siguiente) se van desentendiendo de las crías paridas en el año anterior y buscan una zona de vegetación espesa para traer al mundo a dos nuevos corcinos entre abril y mayo (L’Andorbiu, Caso). Para los labradores abril es mes de trabajo (página siguiente, debajo). Acabada la siembra de las patatas, hay que ir preparando el terreno para sembrar el maíz, «les fabes» y otras legumbres y hortalizas (Riellu, Teverga).

ir a por las reses. Estos caprichos meteorológicos de abril irritan al campesino, que no se anima a concluir algunas labores por temor a tener que repetirlas semanas después. Recogen su impredictibilidad y la poca simpatía que ésta produce dichos como «abril, abril, sal a trabayar co’la manta al costín», «abril, abril, de cien en cien años habíes de venir», «bon xineiro y bon abril, nadie los vio venir», o «abril siempre fue vil, si no al entrar, al salir, y si no al mediar, por no mentir». Mientras en los bosques de montaña canta el urogallo, el oso continúa pasteando cuanto puede, pero a medida que llega mayo, las gramíneas de las que se alimentaba han ido madurando y cada vez le resultan menos apetitosas y aprovechables. Entonces, los osos buscan vaguadas húmedas y frescas con arroyos rodeadas de plantas de grandes y carnosas hojas. Allí, las umbelíferas están en una fase de crecimiento inicial, comparable a la que semanas atrás tenían las gramíneas del pastizal montano. Algunas de sus preferidas son el 140 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

«tchampazo» o pie de oso y otras de los géneros Apium, Angelica, Laserpitium, etc. No muy lejos de ese arroyo, por estas fechas de abril o inicios de mayo, la loba trae al mundo a sus lobeznos en alguna cavidad entre raíces y rocas de un canchal («per l’Ascensión los llobos paridos son», «por Santa Cruz de mayu [día 3], la lloba parida y el monte pesllau», en referencia a estar ya cerrado en hojas). Nacen ciegos y con los oídos taponados, pero a los 15 días ya abren los ojos y una semana después comenzarán a husmear con torpeza el entorno de la lobera, siempre vigilados por su madre, que está desprendiéndose de su borra invernal. También nacen por entonces las camadas de otros muchos depredadores, como zorros, gatos monteses, mustélidos (martas, garduñas, nutrias, tejones, armiños, comadrejas, turones), ginetas, etc., pues simultáneamente están naciendo muchas de sus futuras presas: liebres, topos, ratones de campo, ratas de agua, musarañas, lirones caretos, jabalíes, etc.


Las ardillas adultas recorren los árboles y el sotobosque a la búsqueda de yemas, brotes y tubérculos. También ellas tienen ahora su primera camada. Su perezoso pariente, el lirón gris despierta hambriento tras una larga hibernación. Desde el mes de abril, las hembras del corzo comienzan a desentenderse de las crías paridas el año anterior, que han permanecido a su lado hasta entonces. Una vez independizadas, la hembra busca un lugar de vegetación espesa para traer al mundo a dos nuevos corcinos entre abril y mayo. Sus primeros días de vida permanecen ocultos en la vegetación, quietos y sin desprender olores que les delaten. La madre les visita pocas veces para no llamar la atención, pues son muchos los potenciales depredadores. Mientras, el macho continúa marcando su territorio con señales olorosas, restregando sus cuernos en las ramas y tallos jóvenes. La cornamenta del corzo está ahora libre de terciopelo y con su máximo desarrollo, lo que le convierte en apetecible trofeo cinegético cuando comienza su rececho en los meses de mayo y junio. p r i m av e r a

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A mediados de abril, poco antes de que comiencen a brotar las yemas de las hayas, en algunas laderas del bosque se despliega una masiva y espectacular floración. Miles y miles de jacintos estrellados, Scilla lilio-hyacinthus, abren sincrónicamente las espigas de sus flores azul-malváceas y el suelo del hayedo aparece como una maravillosa pradería malva y verde. Esta sincronización, regulada por el fotoperiodo, permite optimizar la polinización por los insectos. Desafortunadamente, el espectáculo apenas dura una semana, pues las flores van desapareciendo pronto y poco después también se van desintegrando las lustrosas hojas, a medida que deja de llegar luz al suelo cuando las hayas despliegan sus hojas. (Página siguiente, bosque de Redes, Caso). En esta página: otras plantas que apuran su floración antes de que el dosel forestal «apague la luz» en el suelo son las euforbias, Euphorbia hyberna (arriba), y el torvisco macho o lauréola, Daphne laureola (debajo).

el gran despliegue de hojas A mediados de abril, en medio de todos estos acontecimientos, comienza una masiva y espectacular floración en algunas laderas de nuestros hayedos. Aún faltan dos o tres semanas para que las hayas comiencen a abrir sus yemas, cuando los jacintos estrellados abren sincrónicamente las espigas de sus flores azul-malváceas. Durante las semanas anteriores algunas zonas del suelo del bosque se habían cubierto casi por completo con las rosetas de sus hojas lustrosas y alargadas, brotadas de un bulbo subterráneo. El suelo del bosque invernal había dejado de ser una monótona superficie de hojas secas y se presentaba como una brillante pradería; cuando llega el momento de la floración el sotobosque se ve de un maravilloso color malva y verde. Miles y miles de espigas de flores de jacintos han brotado creando un espectáculo de extraordinaria belleza en algunos rincones del bosque con el suelo rico en hojarasca y humus. Desafortunadamente, el espectáculo apenas dura una semana. Luego las 142 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

flores van desapareciendo, a medida que las hayas inician el despliegue sus hojas. En las semanas siguientes incluso las hojas de los jacintos comienzan a deteriorarse, pues se van reabsorbiendo y acumulando en el bulbo las sustancias aprovechables de sus hojas, cada vez menos útiles a medida que avanza la foliación en las copas de los árboles (de hecho, llegarán a retener el 90-95 % de la luz que incide sobre ellas, sin dejarla llegar al suelo). Llegado el verano, apenas queda rastro de aquella maravillosa pradería de jacintos: en su lugar están sólo los restos descompuestos de las hojas, con aspecto de mucosidad oscura. Pero unos centímetros por debajo, los miles de bulbos aguardarán hasta la primavera siguiente para repetir el milagro. Entre los meses de abril y mayo, el bosque no cesará de darnos sorpresas estéticas. Cuando las flores de los jacintos van desapareciendo, comienza la foliación en el hayedo. Entonces, el interior del bosque va quedando sumido en una hermosa luz verdosa, resultante de la filtración por las hojas recién brotadas, de un alegre color verde


claro. Un paseo por el bosque en esas fechas nos transfiere alegres sentimientos de renovación. En las semanas siguientes las hojas se irán oscureciendo cada vez más y el sotobosque se transformará en un lugar umbrío y oscuro, que alcanzará su mayor penumbra en verano. Existen dichos populares referidos a la salida de las hojas en este periodo, como «a mediaos de’abril, monte canil; a mediaos de mayo, monte pesllao», o «a mediaos d’abril, fueyiquines mil». Semana a semana va ascendiendo la cota de altura en la que el bosque despliega sus hojas. Por encima aún está desnudo y triste, en la frontera está «canil» (brotando las hojas) y más abajo ya se muestra frondoso y exuberante. Es el soplido vivo de la primavera que sube valle arriba pintándolo todo con su verdor, aunque cuando se encuentre con escobares y otros matorrales preferirá el color amarillo. La movilización de la savia y fluidos vegetales hacia los botones florales y las yemas de las hojas hace que en estos meses primaverales los insectos chupadores tengan una buena fuente de alimentos. p r i m av e r a

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Los rayos solares bañan de luz por última vez el sotobosque de forma generosa. Ha comenzado la foliación en el hayedo: cuando las hayas abren sus yemas se inicia un periodo de oscuridad en el suelo del bosque que se prolongará hasta la caída de las hojas, seis meses después. Muchas plantas han completado poco antes sus ciclos vitales, aprovechando la iluminación presente y asumiendo los riesgos de heladas y nevadas (en esta página, bosque de Redes, Caso). La densidad y disposición de las hojas del haya (página siguiente) hacen que el dosel forestal intercepte el 9o-95 % de la luz que incide sobre las copas de los árboles. Semanas después de brotar, las hojas van acumulando clorofila y se van oscureciendo cada vez más. El sotobosque se transformará en un lugar umbrío y oscuro, que alcanzará su mayor penumbra en verano. Páginas siguientes: entre los meses de abril y mayo, el bosque no cesará de darnos sorpresas estéticas. Comenzada la foliación, su interior va quedando sumido en una hermosa luz verdosa filtrada por las hojas recién brotadas, de un alegre color verde claro. Un paseo por el bosque en estas fechas nos transfiere alegres sentimientos de renovación vital (página 148, hayedo de Monasterio de Hermo, Cangas del Narcea).

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Las recién estrenadas hojas de hayas, robles, etc. poco van a durar incólumes, y enseguida muestran perforaciones, roeduras y agallas. Las hojas brotando son tiernas y todavía tienen pocos compuestos, como los taninos, para defenderse de los insectos. Es un buen momento para las orugas y las larvas de gran número de mariposas, avispas, coleópteros, chinches, pulgones, etc. Por supuesto, también lo es para sus depredadores, ahora aún más necesitados de alimento para sus pollos. Además, siempre es más digerible una carnosa oruga o larva que un rígido insecto adulto acorazado de quitina. Las hojas se hacen insectos, y éstos, pájaros. En este mes de mayo son muchas las especies de aves con pollos en el nido («por mayu anía’l paxarayu»). Entre ellos los «glayos» o arrendajos, carboneros y pícidos como el pito real, pito negro, pico picapinos y torcecuello. En los nidos de los pinzones, agateadores y herrerillos van eclosionando los huevos, y el verderón serrano adapta su dieta primaveral aprovechando la abundancia de insectos y sus larvas. 148 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


Las hojas recién brotadas poco van a durar incólumes. Son tiernas y todavía tienen pocos compuestos para defenderse de los insectos. Es un buen momento para las orugas y larvas de múltiples mariposas,

avispas, coleópteros, chinches, pulgones, etc. Por supuesto también lo es para sus depredadores: son muchas las especies de aves que han ajustado y sincronizado previamente sus puestas para poder alimentar

ahora a sus pollos con las abundantes y carnosas orugas, mucho más digeribles que un rígido insecto adulto acorazado de quitina (en esta página, distintas orugas y detalle de las patas de Catocala fraxini aferradas a

una rama). El carbonero común (página anterior, debajo) captura unas 300 orugas y larvas al día para alimentar a sus insaciables pollos. Las hojas se hacen insectos, y estos, pájaros.

También él está criando en abedulares y hayedos. La mayoría de los pájaros han sincronizado sus puestas y polladas para aprovechar la proliferación de orugas que acompaña al despliegue de hojas. Se estima que en mayo un solo carbonero adulto captura unas 300 orugas y larvas al día, cuya gran mayoría tienen como destino a sus insaciables pollos. En el suelo, al pie de un árbol, y bien oculto entre zarzas y helechos, la «arcea» o becada está incubando tal vez su segunda puesta del año. Por encima, en una rama los jóvenes cárabos se agolpan entre sí, una vez abandonado el hueco del árbol donde nacieron y crecieron. Todavía están cubiertos de un denso plumón, pero no han resistido la curiosidad de salir a ver el mundo exterior. Al juntarse entre sí, sus cuerpos parecen fusionarse formando una simpática bola de plumón blanco grisáceo, en la que se pueden distinguir dos o tres pares de ojos negros y sus picos. Allí permanecen inmóviles, aunque reclamando la ceba a sus padres al anochecer con un grito p r i m av e r a

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Raro es el pájaro residente que no tiene pollos que alimentar en mayo. Afortunadamente, la comida abunda, dada la proliferación de invertebrados. Los pollos parecen insaciables, por lo que los padres no dejan de cebarlos mientras haya claridad. Cuando llega el adulto al nido sus cabezas se levantan abriendo los picos, cada uno en espera de ser el afortunado que reciba la presa. En la página anterior, arriba, un pollo de mirlo acuático de pocos días de edad, poco antes de ser anillado. Debajo, pollos de camachuelo (izquierda) y de pardillo común (derecha). Ambas especies

se alimentan fundamentalmente de pequeñas semillas, pero en esta época los pollos complementan esa dieta con las útiles proteínas que proporcionan los invertebrados. En esta página: el «raitán» o petirrojo acude al nido varias veces cada hora con sus capturas. Para conservarlo limpio retira los excrementos de los pollos en cada visita, empaquetados en el llamado saco fecal. Con frecuencia este paquete es expulsado en el mismo momento en que el adulto está en el nido, de forma que lo recoge directamente de la cloaca del pollo (debajo).

p r i m av e r a

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Un pollo de bĂşho chico se dispone a tragar el topillo que uno de sus padres acaba de traer al nido a las 2.30 de la madrugada (00.30 hora solar). Las habilidades sensoriales y cazadoras de esta rapaz quedaron

asombrosamente demostradas al comprobar que entraba al nido con alguna presa varias veces a la hora, pese a tratarse de una noche de mayo sin luna y lluviosa.

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El soplido vivo de la primavera sube valle arriba pintando el bosque con su verdor. Semana a semana va ascendiendo la cota de altura en la que el dosel forestal despliega sus hojas,

de forma que a finales de mayo el reverdecimiento alcanza los últimos abedulares, que separan el mundo del bosque del de la alta montaña (Tiatordos, Ponga).

lastimero. Los pollos de búho chico también están crecidos por entonces, y próximos a dejar el nido para posarse juntos en alguna rama cercana. Más que en huecos de los árboles, el búho chico prefiere criar en los nidos abandonados de córvidos, gavilanes, etc. Durante la noche, los adultos cazan gran número de topillos, ratones, ratas, etc. para alimentar a sus pollos. Aunque a veces las presas parezcan mayores que los pollos, lo cierto es que éstos consiguen tragárselas completas ante la estupefacción del observador; no obstante, a veces quedan un rato con la cola y las patas traseras del roedor asomando fuera del pico, como cogiendo fuerzas para acabar de engullirlo. Otros cazadores de la noche, los murciélagos, están aprovechando la cada vez mayor abundancia de insectos. Los murciélagos de Geoffroy comienzan a ocupar sus refugios de verano en viejos edificios (cuadras, iglesias, ruinas, desvanes, etc.) en grupos no excesivamente numerosos, compartiendo el espacio con murciélagos

de herradura. Los partos tendrán lugar el próximo mes de junio, y un mes después las crías serán capaces de volar. En los pueblos es época de sembrar el maíz («quien dixo mayu, dixo maíz») y de recoger «les fabes de mayu». Ya se puede ir subiendo el ganado al monte con más garantías, y en los valles de montaña se vuelven a escuchar sus cencerros. Los pastores que subían a pasar el verano en las brañas debían separarse ahora de sus esposas («de mayo a San Miguel, durmir n’el suelu y non maridar»). En la campiña arbolada, pletórica ahora de saúcos en flor, están criando las currucas capirotadas, mosquiteros ibéricos, gorriones, camachuelos, etc., y en brezales y matorrales de montaña incuba sus huevos en el suelo, bajo una mata de brezo, el escribano montesino. Los reptiles están ahora en pleno celo, con sus colores más intensos, aunque algunas hembras ya han comenzado las puestas. Pese a encontrarnos en plena primavera, en mayo continúan llegando desde África aves migratorias a nidificar: vencejos comunes, p r i m av e r a

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En mayo, las espineras aparecen cuajadas de olorosas flores blancas, que hacen parecer al árbol nevado en medio del verde follaje (Biaiz, Caso). En la espesura del bosque o del matorral, las ciervas paren por entonces a sus crías. El cervatillo pasará sus primeros días de vida agazapado contra el suelo, escondido entre la vegetación, sin moverse aún en presencia de un peligro y confiando en su mimetismo. Corre entonces menos peligros permaneciendo sólo e inmóvil en el suelo que acompañando a su madre, pues entonces sería descubierto y atrapado con facilidad por los depredadores. (Montes del Infierno, Caso).

oropéndolas, aviones comunes, ruiseñores comunes, papamoscas grises, alcaudones dorsirrojos, mosquiteros papialbos, collalbas rubias y grises, etc., se distribuyen según sus preferencias de hábitat por nuestra región. Así, el mosquitero papialbo ocupa hayedos de montaña, sobre todo si están algo aclarados y con abundantes rocas en el suelo. Su estancia entre nosotros es breve, pues terminado el periodo de cría este pequeño pájaro emprende el viaje de vuelta al Sahel africano, a partir de mediados de julio. Un caso notable es el del vencejo común. Se trata de un ave que solamente se posa para criar en ciudades, pueblos y montañas rocosas. El resto del tiempo permanece volando sin cesar, comiendo, bebiendo, apareándose e incluso durmiendo mientras vuela. Esto significa que desde que terminaron la crianza de sus pollos el año anterior, los vencejos adultos no se han vuelto a posar en ningún momento. Desde Asturias habían migrado al Zaire, Tanzania, Zimbabwe, Mozambique, etc., pero nunca se detuvieron a descansar, ni de día ni de noche; siempre 154 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

han estado volando, alimentándose del llamado «plancton aéreo», integrado por millones de pequeños insectos voladores. Ahora, tras casi 10 meses de vuelo ininterrumpido, vuelven a tomar tierra brevemente para construir su nido, efectuar la puesta, incubar, etc. Mayo es también la época de máxima floración en los campos y montañas de altitud media. Cuando llegue el verano desaparecerán muchas de las flores ahora presentes, sustituidas por semillas. Los escobares de Cytisus scoparius tienen ahora un impresionante despliegue de flores amarillas. Los días soleados hay un gran bullicio de insectos y mariposas libando y polinizando orquídeas, dedaleras, espineras, saúcos, castaños, etc. Si la primavera es lluviosa, brotan algunas setas de los géneros Coprinus, Cantharellus, Marasmius, etc. Caminando con torpeza por el suelo, algunos días podemos encontrar abundantes escarabajos aceiteros o «carralejas». Su hembra negroazulada tiene un enorme y alargado abdomen que porta de tres a cuatro mil huevos, que irá enterrando por grupos en el suelo. Sus larvas



saldrán más de un mes después, treparán a una flor y se aferrarán a las abejas que acuden a libar, para continuar su desarrollo en la colmena. En el bosque, los encelados gavilanes machos responden a los chillidos de la hembra con planeos y picados, mientras las ciervas preñadas buscan una zona escarpada o enmarañada con abundante vegetación para parir a su cría. El cervatillo pasará sus primeros días agazapado contra el suelo, escondido entre la vegetación, sin moverse aún en presencia de un peligro y confiando en su mimetismo. Para pasar aún más desapercibido ni siquiera despide olor. Corre entonces menos peligros permaneciendo sólo e inmóvil en el suelo que acompañando a su madre, pues entonces sería descubierto y atrapado con facilidad. Para no despertar sospechas, ésta le visita pocas veces al día, aprovechando la ocasión para darle de mamar. Después, ya suficientemente fuerte y ágil, el cervatillo seguirá a su madre, incorporándose a los grupos de hembras. Mientras, los machos solitarios ya tienen esbozados los cuernos, aún cortos y cubiertos por el 156 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

llamado terciopelo, que no es otra cosa que la prolongación de la piel del cráneo, rica en vasos y terminaciones nerviosas. Desde que perdió la cuerna anterior, consciente de su desarme, se ha hecho muy discreto y esquivo, ocultándose en lo más recóndito del bosque. Evita rozar sus cuernos en crecimiento porque la piel del terciopelo es muy sensible y sangra al menor roce. Ahora, en mayo, su crecimiento empieza a acelerarse, de forma que a finales de junio o inicios de julio ya estarán totalmente desarrollados y el venado macho habrá recuperado su dignidad y altivez. Avanza el mes y con él la primavera. El reverdecimiento de nuestros bosques ya se está completando, pues a finales de mayo también los abedulares más altos estrenan hojas. En ellos unos hermosos árboles despliegan sus flores blancas. Se trata de los serbales y mostajos, cuyo olor a polen y miel es irresistible para miríadas de insectos que zumban en sus copas. En el suelo, los arandanales están echando hojas de nuevo. Desde la osera cercana, y acompañando a su madre,


El moteado pelaje del cervatillo cumple muy bien su función mimética, al imitar el claroscuro del sotobosque, «felechal» o matorral en el que

permanece sus primeros días. Disimulado entre las luces y sombras de la vegetación, se limita a esperar el regreso de su madre. Para no despertar

sospechas, ésta le visita pocas veces al día, aprovechando la ocasión para darle de mamar. Después, ya fuerte y ágil, el cervatillo seguirá a su madre,

incorporándose a los grupos de hembras. (Debajo, Monte Los Corrales, Moal, Cangas del Narcea y un jilguero con sus pollos).

los oseznos comienzan a descubrir el hermoso paisaje astur en sus primeras salidas. También los zorreznos y los pequeños tejones salen de sus madrigueras a curiosear y juguetear al atardecer, aunque las camadas más avanzadas ya han abandonado sus cubiles. Mientras, algunas hembras de urogallo van perdiendo interés por los cantaderos y buscan un recoveco en el suelo, bien oculto entre ramas de «fauqueres», piornos y brezos, para poner entre mayo y junio sus 6 a 8 huevos. Sin embargo, los machos no se desaniman y continúan acudiendo a su cita matutina a diario hasta la primera quincena de junio, época en la que sus ardores van apagándose junto con el periodo primaveral. En esta época abundan en el campo los adultos con crías; no sólo es el caso del oso, sino de los jabalíes (con sus rayones), corzos, ciervos, erizos, algunos zorros, etc. Otros juveniles ya se están independizando, como las liebres, lirones caretos, musarañas, etc. Abundan también los jóvenes herrerillos, carboneros, jilgueros, pinzones, petirrojos, etc. que p r i m av e r a

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A finales de mayo el reverdecimiento de nuestros bosques se está completando, pues también los abedulares más altos estrenan hojas. En ellos unos hermosos árboles despliegan por entonces sus flores blancas. Se trata de los serbales (en la foto) y mostajos, cuyo olor a polen y miel es irresistible para miríadas de insectos que zumban en sus copas. Por entonces, en la alta montaña el invierno todavía se resiste a abandonar sus feudos. Hay que esperar a finales de mayo o primeros de junio para que la primavera se perciba allí con claridad, mientras en los valles basales la situación es prácticamente ya de verano. En la imagen de la página siguiente el Picu Urriellu o Naranjo de Bulnes (2519 m, izquierda) y el Cuetón (1612 m, derecha).

han abandonado recientemente el nido. Es un buen momento para el gavilán, que efectúa su puesta. En las semanas próximas aprovechará la inexperiencia de esos abundantes pájaros jóvenes para capturarlos y cebar a sus pollos. Otros que acaban de dejar el nido son los jóvenes cuervos, azores y cernícalos. Todavía algún rezagado concluye la primavera con sus primeras puestas, como la curruca mosquitera que anida en la campiña arbolada desde finales de mayo. También están de puestas la culebra de collar y otros reptiles. En los campos florecen zarzamoras y castaños, mientras el cerezo va completando la maduración de sus frutos, que tendrá listos para el verano.

una primavera atrasada Si ascendemos montaña arriba, por encima de los últimos abedulares (más de 1700 m de altitud) comprobaremos que el invierno se resiste a abandonar sus feudos. Hay que esperar a la segunda quincena de mayo o primera de junio para que la primavera se perciba 158 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

con claridad, mientras en los valles basales la situación es ya de inicios de verano. Milenios de experiencia han hecho a las plantas de montaña ajustar sus relojes biológicos con cierto retraso, pues abrir sus brotes en marzo o abril aún es muy arriesgado, salvo en laderas soleadas y muy favorables. La razón es que en estos meses, que para los demás biotopos son de primavera, en la montaña son aún de invierno, con días de heladas y nieves más que probables. Cuanto más ascendemos en altura, más tarda en desaparecer ese riesgo, de forma que la verdadera primavera en las altas cotas de la cordillera sólo se establece en los meses de pleno verano, floreciendo entonces las plantas subalpinas. Como vimos en el primer capítulo, sólo cuando las temperaturas medias superan los 7,5 °C comienza el llamado periodo de actividad biológica de las plantas, en el que estas crecen, desarrollan flores, frutos, etc. A mayor altitud más tarde y por menos tiempo se disfrutará de ese periodo. Haciendo un tanteo a «grosso modo» del estado de floración y foliación de las plantas podemos


estimar que esas condiciones primaverales ascienden valle y montaña arriba a una media de 100 metros de altitud por semana, con todas las excepciones que esto implica (climatología del año, orientación de la ladera, etc.). En el mes de marzo aún faltan bastantes semanas en la alta montaña para alcanzar esas condiciones. Sin embargo, este retraso generalizado que sufre la primavera en la montaña por encima de los bosques, no significa que continúe la paralización total impuesta por el invierno precedente, y menos aún en el caso de la fauna. Cuando las plantas comiencen su periodo de actividad biológica habrá alimento para todos, desde insectos a mamíferos, y hay que estar listo para entonces. Así, muchas aves de montaña comienzan pronto sus cortejos y apareamientos para no malgastar tiempo en amoríos cuando lleguen las escasas semanas o meses en que abundará la comida con la que alimentar a los pollos. A medida que terminan los meses de invierno y se acerca el equinoccio que marca el comienzo de la primavera (21-23 de marzo), la

situación en la alta montaña es aún plenamente invernal. Las lluvias de marzo son allí nevadas y ventiscas. Los gélidos vientos arrastran algunas capas de nieve en ciertas laderas acumulándola en neveros de vaguadas umbrías o estrellándolas contra los riscos y cortados. De esta forma puede quedar descubierto algún pastizal de alta montaña que, si dispone de buena orientación y vienen días de sol, se liberará por completo de nieve. Sin embargo, las noches le recordarán que aún es pronto para comenzar sus masivas floraciones y brotes, pues las heladas serán frecuentes e intensas. Pese a todo, el águila real está a punto de poner sus dos huevos. Desde la oquedad en el cortado rocoso donde tiene su nido divisa el vuelo del alimoche recién llegado del Sahel africano a primeros de este mes de marzo. Cuando la mañana soleada ha comenzado a caldear el aire y aparecen las primeras corrientes térmicas, el alimoche recorre el territorio donde sacó adelante a sus pollos el año anterior. Este año pretende repetir la experiencia, así que está intentando imp r i m av e r a

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Milenios de experiencia han hecho a las plantas de montaña ajustar sus relojes biológicos con cierto retraso; abrir sus brotes en marzo o abril aún es muy arriesgado, pues las nevadas y heladas siguen siendo habituales en esa época. Cuanto más ascendemos en altura, más tarda en desaparecer el riesgo, de forma que la verdadera primavera en altas cotas de la Cordillera sólo se establece en los meses de pleno verano, floreciendo entonces las plantas subalpinas. Por debajo de 7,5 °C los procesos fisiológicos de gran parte de los vegetales se ralentizan notablemente, por lo que se denomina «periodo de actividad biológica» de las plantas al número de meses del año en los que la temperatura media es superior a esos 7,5 °C. Cuanta mayor altitud, más tarde y por menos tiempo se disfruta de ese periodo. A más de 1700 m de altitud la duración de las heladas y el frío en Asturias imposibilitan la germinación y desarrollo de los árboles, pues la duración de ese periodo de actividad biológica les resulta insuficiente. Debido a ello el bosque desaparece por encima de esas cotas, ocupadas por otras plantas subalpinas (17002300 m) y alpinas (más de 2300 m) que si son capaces de completar su desarrollo y ciclo biológico en esos pocos meses o semanas. (Picos de Europa desde el Sueve).

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p r i m av e r a

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Recién descongelado, el lago La Ercina devuelve un perfecto reflejo de unas salgueras. Aunque la primavera botánica está aún lejana en la montaña, la avifauna comienza pronto

su regreso y cortejos nupciales, de forma que cuando estén presentes las flores de alta montaña, y con ellas los insectos, los pájaros no pierden tiempo en amoríos y aprovechan la

presionar a su pareja con picados y rápidos ascensos. En el mes siguiente (segunda quincena de abril) la hembra pondrá los huevos en la misma repisa u oquedad de la peña donde crió el año anterior, o buscará otro lugar próximo parecido. La primavera será época de partos no sólo de ciervos, corzos, rebecos, etc., sino también del ganado de montaña. En esta estación los alimoches aprovecharán las placentas de esos partos, que suponen un fresco complemento a su dieta carroñera. Otro gran carroñero, el buitre leonado, también está incubando, pero desde hace casi un mes. Macho y hembra se turnan al menos un par de veces al día en esta tarea para evitar que ese único huevo se enfríe en los gélidos días de febrero y marzo. La alta montaña sigue en silencio, sin apenas aves, insectos, reptiles, etc. Sin embargo, a medida que se aproxima el mes de abril, los pájaros de montaña van poco a poco ascendiendo hacia las cumbres. No tienen prisa. Muchos han pasado el invierno en bosquetes y valles bajos. Otros, 162 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

breve primavera para cebar a sus pollos. El roquero solitario es un ave de espectacular plumaje, sobre todo si se observa con buena luz (derecha). Su ambiente preferido son los

cortados rocosos. Aunque no es una especie estrictamente de alta montaña, los escasos ejemplares residentes en Asturias suelen vivir en desfiladeros, «foces» y cantiles rocosos.

como la collalba gris, acaban de llegar del África tropical. En cualquier caso, van acompañando a la primavera a medida que ésta trepa monte arriba, reverdeciendo y floreciendo prados, bosques y matorrales. Grupos de páridos (herrerillos, carboneros...), escribanos montesinos, acentores comunes y alpinos, verderones serranos, etc., van ocupando piornales, zarzales y matorrales del sotobosque durante el ascenso. Algunas especies se quedarán en el bosque, como los páridos; los verderones serranos llegarán hasta los últimos abedulares, los escribanos montesinos, acentores y collalbas seguirán subiendo hasta los enebrales y pastizales subalpinos. Tal vez en su ascenso escuchen el canto del roquero solitario que, haciendo honor a su nombre, lleva una existencia más discreta y menos social que ellos. Esta hermosa ave azul y negra emite en marzo cantos territoriales desde sus posaderos, generalmente alguna roca o raíz sobresaliente en los cortados rocosos en los que vive. Otros bandos de pájaros van subiendo con más decisión: son los gorriones alpinos, que



Mientras valle abajo la primavera está en pleno apogeo, en abril y mayo la alta montaña sigue en silencio, sin apenas insectos o reptiles y las aves

aún regresando lentamente. En los niveles altos las heladas y nevadas son aún habituales, pero el clima variable de la primavera también trae

en las últimas nevadas habían descendido a prados de media montaña. Su pico está cambiando de color: durante el invierno es amarillo, pero en primavera se vuelve grisáceo. Mientras todas estas aves van acercándose a la alta montaña, en los cielos de fines de marzo e inicios de abril vuelven a verse las blancas siluetas de las culebreras europeas, reconociendo los territorios que abandonaron el pasado septiembre, cuando se fueron a África. No han tenido mucha prisa en volver porque saben que es a partir de mediados de abril cuando hay mayor cantidad de reptiles disponibles, ya salidos de su letargo y ofuscados en combates territoriales y cópulas. Desde los collados y puertos que sobrevuela, divisa los enebrales aún húmedos por la nieve recién derretida y que permanece en huecos del suelo protegida por la sombra de brezos y enebros. También distingue el cervunal en las hondonadas húmedas que acopian el agua que impregna el suelo, una vez fundida la nieve. Aunque dominados por el cervuno que les da nombre, en estos pas164 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

consigo días despejados de duración rápidamente creciente. El sol caldea entonces las rocas bien orientadas y en su superficie se funde la nieve,

alcanzándose temperaturas sorprendentemente elevadas, pero las plantas de alta montaña no se dejan embaucar por estas

tos húmedos siempre verdes aparecen otras plantas asociadas, algunas del cercano brezal como el narciso trompeta, que comienza a mostrar sus vistosas flores a medida que crecen los días y se retira la nieve. Buscando brotes de plantas ha llegado al cervunal un grupo de rebecos cantábricos, que han abandonado el refugio del bosque en el invierno y regresan a su ambiente preferido. Con un par de meses de retraso respecto a sus congéneres de zonas más bajas, los tritones alpinos llegan a las charcas, abrevaderos, lagos y lagunas de montaña ya libres de hielo en esta época, ataviados con su librea nupcial para intentar seducir a las hembras. Se encontrarán allí con otros tritones, como el ibérico y el palmeado, y también con otros anfibios, que están terminando sus cópulas y puestas. Durante el mes de abril el deshielo es cada vez más notable. Pastizales, turberas y brezales de montaña aparecen embebidos en humedad, que drenan a los arroyos más crecidos que nunca. Aunque aún pueden venir unas cuantas noches heladas y súbitas nevadas, el


tentaciones, pues saben bien que pocos días después o esa misma noche pueden estar bajo 0 °C. (El Picu Urriellu o Naranjo de Bulnes

al atardecer y amanecer en mayo). Por entonces, en ese mundo silencioso están ocurriendo nacimientos importantes: eclosiona

la pareja de huevos de águila real (debajo), y dos nuevos príncipes de las aves, de blanco plumón, ven la luz. Si en las semanas siguientes

sus padres consiguen suficientes presas, tal vez ambos salgan adelante. De lo contrario, tan sólo uno llegará a saltar del nido.

clima variable de este mes también trae consigo días despejados de duración rápidamente creciente. La tentación es demasiado irresistible para muchos matorrales de flores amarillas, que empiezan a florecer: escobas, tojos, carqueixas, etc. comienzan a dar color al paisaje y a ofrecer alimento a los primeros insectos que abandonan su hibernación. En estas áreas de matorral y brezal, los bandos invernales de perdiz pardilla van disgregándose, constituyéndose parejas y territorios. Las hembras de esta especie son sumamente prácticas a la hora de seleccionar un macho, pues el criterio que más aprecian en él es la conducta de vigilancia que muestre, y no tanto su tamaño. A finales de mes ya habrán efectuado su puesta en el suelo. Los escribanos cerillo y montesino también anidan por entonces en el suelo del matorral, mientras su pariente, el escribano hortelano, todavía está llegando de su largo viaje desde el África tropical. Es un ave poco frecuente en Asturias, que nidificará en zonas pedregosas montanas con piornos y brezos. p r i m av e r a

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En los meses primaverales, los grandes grupos de chovas piquigualdas se van desmembrando y se constituyen parejas, que buscan grietas y cavernas en las rocas donde construir sus nidos.

Durante el mes de mayo están ya en plena incubación. Semanas después nacerán los pollos en el seno de las montañas que luego sobrevolarán. (Chovas en el Lago La Ercina).

Otras aves que van llegando en abril a nuestras montañas desde remotas procedencias son las collalbas rubias y el roquero rojo, así como las culebreras más rezagadas. Como casi siempre, los pájaros sedentarios ya han terminado por entonces sus tomas de territorio y están ocupados en construcciones de nidos y puestas. Las chovas piquigualdas y piquirrojas entran y salen de cavernas, simas y grietas donde tienen su nido. El cuervo habrá buscado una pequeña oquedad en algún cortado, tal vez cerca de donde los aviones roqueros andan con febril actividad, escogiendo la grieta en la que construir su nido. A mediados de mes, las primeras culebreras en llegar han puesto su único huevo en lo alto de un árbol y el treparriscos está por entonces todavía en celo, revoloteando como una gran mariposa gris y roja frente a los cortados en los que se posa. En una de sus repisas más inaccesibles, el águila real está en plena incubación de sus dos huevos. Pero abril no es sólo época de celos y nidificaciones en las montañas de Asturias, sino de nacimientos importantes. A lo largo de 166 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

este mes comienzan a eclosionar los huevos de las águilas reales y de los buitres y nacen los lobeznos en la lobera. Avanzado el mes, las hembras de rebeco cantábrico comienzan a empujar y a expulsar a los jóvenes nacidos del año anterior, pues pronto van a parir y las nuevas crías precisarán toda su atención. En el mes de mayo las esporádicas nevadas que pueden caer suelen ser ya de poca importancia y duración. Continúa el deshielo en las cumbres y, más lento, en los neveros. Los pastizales de montaña ya están libres de nieve. En ellos empiezan entonces a florecer algunas gencianas. Las piedras se caldean los días soleados y esto saca de su letargo a los últimos reptiles y anfibios. En esos pastizales subalpinos con rocas la ratilla nival alumbra ahora a sus crías. Por entonces, los rebecos machos recorren solitarios o en pequeños grupos las áreas de matorral, buscando plantas herbáceas. Es un mes peligroso para ellos, pues en mayo comienza la temporada de su caza a rececho. Las manadas de hembras y jóvenes rebecos recorren mientras


A medida que avanza la primavera, las nevadas van siendo cada vez de menor importancia y duración. La progresiva dulcificación climática hace que los lagos ya no se presenten

congelados como en meses pasados, de forma que los tritones alpinos, ibéricos y palmeados vuelven a las aguas ataviados de vistosas libreas nupciales. El deshielo se va haciendo

cada vez más notable y los pastizales de montaña van quedando libres de nieve (Lago Ubales, Caso; al fondo, los Picos de Europa). La culebrera europea (debajo) llega ya en los

inicios de la primavera desde el África Subsahariana. A partir de abril hay una buena cantidad de reptiles disponibles, ya salidos de su letargo y ofuscados en el celo.

los pastizales de medios rocosos. De vez en cuando, alguna hembra preñada abandona temporalmente el rebaño y se dirige a zonas muy escarpadas, piornales o brezales espesos. Allí pare a su cría, que permanece oculta unos días. Cuando ya está suficientemente fuerte y ágil para seguir al grupo, la hembra sale de su escondite con la cría, incorporándose ambos al rebaño. Los jóvenes rebecos están en el punto de mira de cualquier depredador de la montaña, dado su tamaño. El águila real, atareada en conseguir alimento para sus pollos de blanco plumón, no cesa de vigilar y seguir a los rebaños de rebecos, intentando aprovechar un descuido de sus miembros para capturar a algún joven rezagado. Tampoco desdeñará rayones de jabalí alejados de su madre o al lobezno que haya salido de la lobera a husmear el mundo exterior en ausencia de la loba. Si el águila consigue suficientes presas tal vez logre sacar adelante a sus dos pollos. De lo contrario, tan sólo uno llegará a saltar del nido. También están con pollos los buitres leonados, p r i m av e r a

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En junio llega la verdadera primavera botánica a la alta montaña, mientras en el fondo del valle y en el litoral está comenzando el verano. Se inicia la gran floración de los pastizales y matorrales subalpinos. También los canchales y

roquedos aparecen salpicados de vivos colores con las genistas y otras matillas y ramilletes de flores de vivos colores (página anterior, Picos de Europa). La masiva floración proporciona abundante comida para los insectos,

los alimoches, los cuervos y, en la segunda quincena del mes, la culebrera europea. Para otros pájaros de menor tamaño, mayo es época de puestas: bisbitas alpinos, escribanos, aviones roqueros, chovas, roqueros solitarios, etc., están en plena incubación. A finales de mes se incorporan a esas tareas los treparriscos, gorriones alpinos, roquero rojo, acentor alpino, etc. En junio, la «verdadera» primavera botánica llega a la alta montaña, mientras en el fondo de los valles y en el litoral está comenzando el verano. Las heladas son ya escasas y débiles, los días muy largos y frecuentemente despejados, algo calurosos y alguna vez con tormentas. Empieza en este mes la gran floración de los pastizales subalpinos, canchales y roquedos, que se continuará durante los meses siguientes de verano. Por todas partes brotan matillas y ramilletes de flores de vivos colores. En los brezales y «cotoyares» zumban miríadas de insectos alimentándose en la multitud de flores que se

cada vez más numerosos, y de ello sacan provecho los reptiles y muchas aves de montaña. El roquero rojo (izquierda) y el gorrión alpino (derecha) ultiman sus puestas en la grietas y oquedades de los cortados y crestones

rocosos. En el caso del gorrión alpino, su pico ha pasado del color amarillo del invierno a un tono grisáceo. Cuando llega el solsticio que marca el inicio del verano, en la alta montaña la primavera apenas acaba de empezar.

les ofrecen a cambio de su polinización. La explosión entomológica que facilita la masiva floración supone una gran disponibilidad de alimento para bisbitas, escribanos, acentores, alondras, etc., así como para los reptiles. En esta época nacen los pollos de perdiz pardilla en el suelo del matorral y, a veces, la segunda generación de liebres de piornal: los lebratos son abandonados todo el día por la madre, salvo cuando acude a amamantarlos al atardecer. El resto del tiempo permanecen agazapados e inmóviles, bien escondidos entre la vegetación. Mientras los pollos de las águilas reales se ejercitan batiendo las alas en el nido y continúan naciendo jóvenes rebecos, algunos pájaros de montaña (gorrión alpino, treparriscos, roquero rojo...) ultiman sus puestas en las grietas y oquedades de los cortados y crestones rocosos, rodeados en su entrada de ramilletes de Erinus alpinus, Saxifraga y Petrocoptis en flor... Cuando llega el solsticio que marca el inicio del verano, en la alta montaña aún es primavera. p r i m av e r a

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VERANO



Terminada la primavera, llega el momento de madurar y afianzar sus logros. Las condiciones además lo permiten, pues los días siguen siendo largos, luminosos y cálidos. Las plantas tienen funcionando su máquina fotosintética al 100 %, transformando en azúcares el CO2 atmosférico. Los insectos alcanzan su máximo número anual, por lo que muchas aves se animan con su segunda o tercera puesta. Llega la época de ir a la hierba, del ganado en el monte, de la costera del bonito, de los bañistas y veraneantes, las fiestas y romerías. En la alta montaña aún es primavera. Montes, bosques y campiñas acogen a millones de nuevos seres. Sin embargo, pese a tanta abundancia y euforia, hay un hecho que avanza inexorable: desde el solsticio que inauguró el verano, los días han comenzado a reducirse. Al principio esto apenas resulta perceptible, inmersos en tanta luz y calor, pero a medida que avanza la estación el acortamiento de los días se va haciendo más notable y acelerado. Las plantas y animales lo detectan y ajustan sus relojes biológicos en consecuencia, empezando a prepararse para el otoño. Ahora que los días aún son largos y con favorables condiciones meteorológicas muchas aves migratorias que han concluido sus periodos de cría emprenden viaje. Cuando los poderes del día y la noche se igualen, cediendo el primero la dominancia a la segunda, los bramidos del venado en el valle nos anunciarán que el otoño ya ha llegado. Con el verano llega el momento de madurar y afianzar los proyectos y logros de la primavera. Montes, bosques y campiñas acogen a millones de nuevos seres y las plantas tienen su maquinaria fotosintética al máximo rendimiento, sintetizando azúcares a partir del CO2 atmosférico y del agua. Los días son largos, luminosos y cálidos, pero han comenzado a reducirse las horas de luz. Los insectos alcanzan su máximo número anual, continuando el incremento iniciado en la primavera. Por los prados próximos a la siega revolotean las mariposas. En la página anterior, detalle del ala de una de ellas, conocida como «pavo real» (Inachis io).

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Durante el verano el mar Cantábrico sigue elevando la temperatura de sus aguas en sentido creciente de oeste a este, de forma que en agosto rondan

los 20 °C. El estado de la mar suele ser apacible y los vientos del nordeste dominantes. Mientras las playas se llenan de bañistas, las aguas del mar

Ahora que los días aún son largos y con favorables condiciones meteorológicas, muchas aves migratorias que han concluido sus periodos de cría emprenden viaje. Cuando los poderes del día y la noche se igualen, cediendo el primero la dominancia a la segunda, los bramidos del venado en el valle nos anunciarán que el otoño ya ha llegado.

el cantábrico, un buen lugar de veraneo Durante los meses de verano, el mar Cantábrico sigue elevando la temperatura de sus aguas, en sentido creciente de oeste a este, de forma que en agosto rondan los 20 °C. Mientras las playas se llenan de bañistas, las aguas del mar abierto acogen también otro sinnúmero de veraneantes, aunque éstos rara vez se acercan a playas y costas: se trata de las pardelas, unas aves marinas bien conocidas por los pescadores que faenan en estos meses en la costera del bonito, en caladeros de sardina, merluza, etc. Las más habituales en el mar Can-

abierto acogen también a un sinnúmero de veraneantes: desde peces atraídos por la riqueza de nutrientes, hasta aves como

las pardelas, que no necesitan acercarse a la costa en esta estación ni siquiera de noche (atardecer estival en Tapia de Casariego).

tábrico son la pardela cenicienta, la capirotada, la sombría, la pichoneta y la balear. Aunque hay pardelas durante todo el año, es ahora en el verano cuando la concentración es máxima. Los afloramientos de aguas ricas en nutrientes facilitan el desarrollo del plancton y eso atrae a sus consumidores. Abundan entonces las grandes masas de una pequeña quisquilla conocida por nuestros pescadores como «mosquilón» (Meganyctiphanes norvegica) o krill, un auténtico manjar para sardinas, «bocartes» (anchoas), «chicharros» (jureles), etc. Toda esta disponibilidad de comida hace llegar a las pardelas a nuestras aguas. Las sombrías y capirotadas acuden desde el Atlántico Sur, donde entonces es pleno invierno. En realidad ellas están invernando ahora, tras concluir su periodo de cría en el verano austral. Las pardelas baleares vienen desde las islas del mismo nombre, contorneando la península ibérica una vez terminada su reproducción. Es habitual que todas estas aves formen bandos en torno a los barcos pesqueros, aprovechando verano

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En los meses estivales los puertos pesqueros del Cantábrico registran una intensa actividad, pues los bancos de sardina, calamares, lubinas, anchoas, etc., abundan en los caladeros. Además llegan por entonces otros importantes visitantes desde aguas de Canarias y Azores, los bonitos y atunes, inaugurándose su «costera».

Página siguiente: los «babosos» o blenios son los peces mejor adaptados a la vida en la zona intermareal, abundando en las charcas de bajamar a pesar de las mayores temperaturas, evaporación y salinidad que presentan en verano. En la imagen, el Blennius pilicornis, un «babosu» abundante en las costas de Villaviciosa, encuentra

la comida fácil y abundante que proporcionan los despojos de sus capturas. A este alimento pueden acudir además paíños de Wilson y cetáceos, como los rorcuales aliblancos y los calderones. Desde esos barcos, algún año se divisan los oblicuos resoplidos de los machos de cachalote, que están de migración por las aguas europeas después de dejar a las hembras y sus crías en los mares cálidos. En cualquier caso, todos estos avistamientos de cetáceos suelen ocurrir a docenas de millas de la costa. Tras efectuar el desove mar adentro, los bancos de sardina se aproximan algo al litoral para alimentarse y reponer fuerzas en los caladeros. Ya desde marzo, y hasta diciembre, los pesqueros van tras sus bancos o «mansíos». También se acercan a la costa grupos de peces de San Pedro, agujas, dentones, salmonetes, calamares, lubinas, botones, etc, que en esta época diversifican las capturas pesqueras. Las anchoas o «bocartes» prefieren seguir una ruta inversa: desovan en aguas cercanas a la costa y van a alimentarse mar adentro. Todos estos bancos de 174 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

en el Cantábrico su límite septentrional de distribución, siendo más frecuente en el Mediterráneo. El complejo sistema de corrientes marinas en el Cantábrico crea en nuestro litoral una serie de ambientes biogeográficos muy interesantes: hacia el oeste del cabo Peñas, el mar de Asturias es más frío y menos salino que al oriente del

mismo. Por ello, las costas del occidente tienen pobladores animales y vegetales similares a los del frío litoral de la Bretaña francesa o sur de Inglaterra. Cuanto más nos alejamos del cabo Peñas hacia el oriente, la fauna y flora se va pareciendo más a la de las costas marroquíes o del sur de Portugal.

sardinas, anchoas, calamares, etc., son seguidos por pardelas, calderones, delfines e incluso orcas. El bullicio que arrastran, sobre todo de aves marinas, ayuda a los pescadores a localizar los «mansíos». En el verano las aguas cantábricas reciben otros importantes visitantes, los bonitos y atunes, que inauguran su temporada de pesca, la «costera» del bonito, entre agosto y octubre principalmente. La albacora o bonito del norte es la especie más importante. Los adultos reproductores pasan el invierno en las aguas profundas situadas entre las islas macaronésicas (Canarias, Madeira y Azores). A fines del invierno o inicios de la primavera, ponen en esas aguas millones de huevos, que eclosionarán poco después. Tras la puesta, los bonitos adultos emprenden un viaje de alimentación. Su primer destino es el Golfo de Cádiz, desde el que continúan dirigiéndose al norte por las costas portuguesas y gallegas siguiendo corrientes templadas. A finales de mayo llegan a Finisterre, y van adentrándose en aguas cantábricas, en las que permanecen 2 o 3 meses siguiendo a los bancos


verano

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En verano los fondos marinos del Cantábrico aparecen exuberantes de vida. Algunos gusanos construyen tubos protectores, al final de los

cuales asoman su extremo cefálico. En torno a su boca, el gusano despliega un hermoso penacho de branquias con aspecto de plumero.

de anchoas, sardinas y papardas. Estas últimas, parecidas a las agujas, saltan incluso fuera del agua cuando huyen desapavoridas de los ataques de los bonitos, lo que ayuda a los pescadores a su localización. De noche, los bonitos abandonan las aguas superficiales y cuando el verano toca a su fin, emprenden su viaje de retorno por aguas profundas hasta las Azores, Madeira y Canarias, sin alimentarse. Pasan entonces el invierno en esos lugares, viviendo de las reservas acumuladas en su viaje de alimentación y madurando sus productos sexuales, que tendrán listos cerca de la primavera para efectuar la freza, emprendiendo a continuación su viaje trófico. Los atunes atlánticos efectúan un viaje parecido aunque ascienden más al norte. Cuando el verano va tocando a su fin, comienzan a divisarse nuevas especies de aves en el Cantábrico. Los fulmares boreales sobrevuelan las aguas lejanas a la costa en busca de zonas de afloramiento de nutrientes que atraen peces y crustáceos. Asimismo van 176 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

Estas no sólo le sirven para respirar: además crean corrientes, filtrando y recolectando plancton y detritus orgánicos del agua, que llevan a la

boca con sus cilios. Cuando algo le asusta, el gusano se retira al interior de su tubo, recogiendo su plumero de branquias de forma instantánea.

llegando a las aguas cantábricas aves como los araos, alcas y algunos frailecillos. Los págalos grandes siguen por entonces a los pesqueros, alimentándose de los despojos de pescado vertidos al mar. Como piratas marinos, estas grandes y agresivas aves suelen atacar a otras especies como las gaviotas para arrebatarles la comida, obligándolas incluso a regurgitarla si ya la habían tragado. Han llegado desde la tundra ártica, Islandia e Islas Británicas una vez acabada la cría, y se disponen a pasar el invierno en el Cantábrico, si bien algún temporal puede obligarles entonces a aproximarse a nuestros puertos. Si nos dirigimos a la costa, ocupada ahora por miles de bañistas, comprobaremos que el verano impone duras condiciones en el pedrero durante la bajamar. Las algas que tapizan las rocas (géneros Fucus, Corallina, Enteromorpha, etc.) soportan entonces una importante radiación solar directa, calentamiento y deshidratación, que irán degradándolas y haciéndolas palidecer. También lo pasan


La mula o aguja de mar es un curioso pez muy alargado y rígido, pariente de los caballitos de mar que vive en zonas de rocas y algas. Al divisar un pequeño

crustáceo se acerca lentamente, enfilando y apuntando su trompa hacia el mismo. Cuando está a pocos centímetros, la presa desaparece

instantáneamente del escenario, succionada bruscamente por la mula. Debajo: la ofiura de espinas finas, o estrella frágil, tiene unos brazos que

se rompen con gran facilidad, aunque los regeneran con rapidez. Cría en verano y sus huevos darán lugar a larvas que se integran en el plancton.

mal ahora las anémonas, que se protegen de la deshidratación y la intemperie con una capa mucosa. En las charcas y pozas aumenta la temperatura y salinidad, pero la vida continúa mientras vuelve a subir la marea. De hecho es época de puesta para moluscos litorales como las lapas, o marinos como las sepias, que entran por las rías y estuarios a poner sus racimos de huevos cubiertos de tinta. Dos hermosos nudibranquios de colores blancos y amarillos, Trapania maculata y Polycera quadrilineata, efectúan sus puestas por debajo del límite de la bajamar en estos meses, aunque en alguna ocasión pueden descubrirse bajo alguna roca en el límite de la marea baja. Por otro lado, las larvas de los bígaros, que han estado nadando integradas en el plancton durante 2 o 3 meses, alcanzan ahora las rocas costeras, a las que se fijan. Los crustáceos tampoco desaprovechan la estación: desde finales de la primavera, los centollos forman grupos numerosos para aparearse. Las hembras efectúan por entonces una muda y poco después verano

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En los escasos medios dunares de nuestras playas o en las zonas limítrofes de las mismas, y frecuentemente pisoteadas por el gentío, florece la soldanella (arriba). La «sapa», o cangrejo corredor (debajo), es un crustáceo bien conocido por los bañistas que se acercan a las rocas y pedreros de nuestras playas. A la menor alarma corre velozmente al agua o a refugiarse en alguna grieta. Una vez en ella, se aferra a su escondrijo con fuerza, prefiriendo perder una de sus patas antes de salir. En realidad no le importa mucho, pues las regenerará en su próxima muda. Sus parientes tropicales se han adaptado aún más que ellos a la vida terrestre y sólo vuelven al mar para reproducirse. La quisquilla (Palaemon serratus) (página siguiente) es otro habitante del pedrero, frecuente en las zonas sombrías de las charcas en bajamar. En el verano la hembra efectúa la muda prenupcial, segregando una hormona que atrae a los machos para aparearse.

comienzan las cópulas. Una gran quisquilla de interés comercial, la esguila común, sigue un procedimiento parecido. Cuando la hembra lleva a cabo su muda prenupcial, produce una hormona que atrae a los machos para aparearse. La hembra del bogavante, que desde el otoño anterior ha guardado el espermatóforo cedido por el macho y los huevos sin fecundar, efectúa ahora la fecundación y puesta de los mismos, aunque las larvas no nacerán hasta la primavera siguiente. La «ñocla» o cangrejo buey también ha acudido a aguas poco profundas, a menos de 30 m, para reproducirse a finales del verano o principios del otoño. Todos estos crustáceos se suelen capturar para su consumo en estos meses estivales. En los ya escasos medios dunares de nuestras playas, y frecuentemente pisoteadas por el gentío, están floreciendo plantas como la bonita soldanella, la correhuela marina, la arenaria de mar, el cardo de mar, Euphorbia paralias, etc. Pero las playas asturianas no sólo reciben la visita de los bañistas en el verano. A veces llegan medusas, 178 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

«veleros», y en las mareas vivas de finales de la estación, la temible y potencialmente letal carabela portuguesa. Lejos del gentío, en algunos islotes del litoral, el paíño europeo está criando. Es una pequeña ave marina, prácticamente negra, aficionada también a seguir la estela de los buques volando a ras de agua. En el Castrón de Santiuste (Llanes), las colonias de paíño europeo comparten sus actividades de cría durante estos meses estivales con la garceta común. Por entonces, los acantilados muestran un amplio despliegue floral: collejas de mar, mastuerzo marino, balsamina, cenoyo de mar, armeria de mar, hierba del costado, llantén de mar, Spergularia rupicola, Daucus carota subsp. gummifer, Angelica pachycarpa, etc. Algo por encima, en la rasa costera caliza del oriente, podemos tener la suerte de encontrar a una de las flores más hermosas y escasas de Asturias, el lirio del revés, mientras las encinas cercanas comienzan a desprenderse con discreción de sus hojas más viejas (3-4 años), ahora que ya tienen otras nuevas.




El lirio del revés (página anterior) es una de las flores más hermosas (y escasas) que podemos encontrar en la rasa costera durante las primeras semanas del verano. Su más directo pariente, el martagón, también florece por entonces, pero en hayedos y matorrales (véase página 198). Dos rompecabezas naturales, aunque de muy diferente origen: arriba, el dosel forestal de un encinar costero, ahora desprendiéndose de sus hojas más viejas. Cada árbol tiene su parcela de cielo (Santa María de Tina, Ribadedeva); debajo, un liquen geográfico (Rhizocarpon geographicum) mostrando su talo dividido en unidades perfectamente encajadas entre sí. Este liquen suele vivir en rocas silíceas de la montaña, aunque algunas variantes llegan a las cuarcitas costeras.

A finales de primavera e inicios de verano, los últimos jóvenes cormoranes moñudos abandonan su nido en el acantilado. Sus padres los estimulan a hacerlo volando cerca de la repisa en la que se encuentra el nido. Por fin dan el salto, y como aún no saben volar bien, se precipitan al mar. Acto seguido nadan a una roca cercana, donde se reúnen con otros jóvenes de la colonia. Allí continúan siendo alimentados por sus padres durante el mes de julio, a la vez que les enseñan a volar y pescar. Semanas después llegará el momento de la emancipación y dispersión, comenzando su propia aventura vital. No muy lejos de la colonia de cormoranes, sus vecinos los halcones peregrinos recién emplumados también abandonan el nido en el acantilado estimulados por sus padres. Mientras, en los islotes de cría, las jóvenes gaviotas patiamarillas baten sus alas, preparándose para sus primeros vuelos entre junio y julio.

la gran huida del norte A partir del mes de agosto, por el litoral y aguas costeras de Asturias comienza un importante flujo migratorio de aves marinas y de los medios húmedos. Han detectado que los días se están acortando algo jornada tras jornada, y esto indica que indefectiblemente en unas semanas llegará el otoño, los días serán breves y la climatología adversa. Ahora que aún hay bastantes horas de luz y el tiempo es tranquilo, es el momento de emprender viaje hacia los cuarteles de invierno. Ante la costa pasan aves no sólo de Asturias, sino principalmente de otras regiones europeas, que van costeando el Cantábrico y el Atlántico rumbo al sur. A veces se detienen en las rías y puertos para descansar y reponer fuerzas antes de continuar viaje. Incluso puede ocurrir que algunas interrumpan aquí su migración para quedarse todo el invierno. Muchas de las aves en viaje migratorio en estos meses de verano proceden de la tundra ártica de Siberia, Rusia, Escandinavia, verano

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En los inicios del verano o finales de la primavera, los últimos jóvenes cormoranes moñudos están próximos a saltar al mar desde el acantilado donde nacieron. Sus padres los estimulan a hacerlo volando cerca de la repisa en la que se encuentra el nido. Estos pollos, vigilados por uno de sus padres, ya están desarrollando el plumaje que en unos días les equipará para el gran salto a la aventura de su vida fuera del nido. Página siguiente: a partir de agosto comienza un importante flujo migratorio de aves marinas y de los medios húmedos. Han detectado que los días se están acortando jornada tras jornada, y esto indica que en unas semanas llegará el otoño, los días serán breves y la climatología adversa. Ahora que aún hay bastantes horas de luz y el tiempo está tranquilo es el momento de emprender viaje a los cuarteles de invierno. Ante la costa pasan aves no sólo de Asturias sino, principalmente de otras regiones europeas más septentrionales y de las tundras árticas. A veces se detienen en las rías y puertos para descansar y reponer fuerzas, pudiendo interrumpir aquí su migración para quedarse todo el invierno. Arriba, grupo de ostreros. Debajo, archibebe claro (izquierda y centro) y andarríos chico.

Groenlandia, Canadá, etc. En esas lejanas tierras las variaciones en la duración del día y la noche son mucho más bruscas y rápidas que en nuestras latitudes templadas. A mediados de julio, en el ártico (66° 33’ latitud norte), los días aún duran más que en nuestras latitudes, pero se están acortando a un ritmo de unos 7 minutos cada jornada; por tanto, en tan sólo 8-9 días hay una hora menos de luz. Estos rápidos decrecimientos anuncian la llegada del otoño e invierno ártico, de eternas noches, nieves y heladas. Las aves fácilmente perciben esa reducción y, con climatología favorable, emprenden viaje, transitando ante nuestras costas sobre todo a partir de agosto y septiembre. Entre los que comienzan a pasar ya a finales de julio están los correlimos comunes y correlimos gordos, los archibebes claros (que descansan en las rías), andarríos chicos y charranes árticos. Todos ellos se ven más aún en agosto, cuando también comienzan a divisarse chorlitejos chicos, correlimos tridáctilos, correlimos menudos, fumareles comunes, zarapitos trinadores y zarapitos reales. Parte 182 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

de estos últimos llegan a reforzar la población de zarapitos sedentarios en Asturias, habitualmente de individuos inmaduros. Otros siguen viaje, volando mar afuera en las noches claras. Los zarapitos trinadores que se quedan en Asturias son muchos menos, continuando hacia África occidental y del sur. Entrados en septiembre, el número de avistamientos de todas esas aves aumenta, incorporándose nuevas especies: chorlitejos grandes (algunos invernarán en Asturias), chorlitos dorados europeos, espátulas, correlimos zarapitín, agujas colipintas, vuelvepiedras, negrones comunes, charranes comunes, charranes patinegros, etc. A medida que el verano toca a su fin puede llegar ya algún águila pescadora a nuestras rías, donde descansará unos días y repondrá fuerzas capturando «muiles» en sus aguas. También van llegando entonces algunos tradicionales invernantes en Asturias, como los ostreros, de los cuales algunos refuerzan nuestra población local, mientras otros siguen viaje. Los cormoranes grandes que comienzan a


llegar suelen ser individuos jóvenes e inmaduros, viniendo ya en otoño los adultos. En estos finales del verano llegan a invernar los escribanos palustres, mientras los jóvenes paíños y gaviotas recién independizadas recorren la costa en busca de nuevos territorios. Pero si existe un paso espectacular de aves marinas ante nuestras costas es el de los alcatraces atlánticos. Acabado su periodo de reproducción en islotes del litoral británico y escocés, centenares de miles de estas aves marinas toman rumbo sur. Se dirigen a pasar el invierno en aguas del Atlántico a menores latitudes, llegando a las costas de África occidental y, sobre todo, a los ricos caladeros de Mauritania. Algunos quedan a invernar en aguas del Cantábrico. Cuando llegan a la altura de la Bretaña francesa, se presentan dos rutas posibles: parte toman rumbo suroeste, cruzando el Golfo de Vizcaya. El resto contornean el Golfo, viajando paralelos a las costas francesas y cantábricas. El paso de los «mazcatos» comienza ya en agosto, prolongándose hasta noviembre. Hay días en los que su nú-

mero es espectacular, contabilizándose cientos o miles de aves por hora, si bien esto suele ocurrir más bien en octubre. En los meses de verano los salmones atlánticos continúan entrando a los ríos asturianos desde el Cantábrico. Los «serondos» son ejemplares pequeños, de un par de kilos de peso y que sólo han pasado un invierno en el mar. Con frecuencia no es mucho lo que ahora pueden remontar: el río baja escaso de caudal y ciertos tramos les resultan infranqueables debido a ello, por lo que aguardan a las crecidas del otoño. Aguas arriba, en el curso medio, los jóvenes salmones conocidos como «pintos» comienzan a sentir la llamada del mar. Unos han nacido este año, creciendo rápido en la primavera. Otros han pasado el invierno anterior adormecidos en las piedras del fondo del río, pero a medida que se acerca el fin del verano, el impulso de descender al mar es cada vez mayor. De forma relativamente pasiva, y manteniendo su mirada a contracorriente, hacia donde nació, el joverano

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En verano las plantas del río alcanzan su mayor proliferación, ayudadas por la mayor irradiación solar y el menor caudal, que reduce el arrastre de las

mismas. (río Narcea en el Concejo de Belmonte). Bajo las aguas los jóvenes salmones conocidos como «pintos» comienzan a sentir la llamada del mar

ven salmón se va dejando llevar por el río hasta las salobres aguas de su desembocadura. Durante el descenso se cruzará con adultos que permanecen en el fondo de las pozas sin alimentarse mientras esperan una oportunidad para ascender. Llegado a las rías, sufrirá complejas adaptaciones fisiológicas y conductuales, que le van a permitir su aventura marítima. Su aspecto se hace cada vez más plateado, borrándose progresivamente las manchas moteadas: el «pinto» se está transformando en «esguín» y pronto saldrá al mar. Otros peces están sufriendo interesantes metamorfosis en el río durante el verano. Tras pasar entre 2 y 5 años en el río, las larvas de la lamprea marina comienzan a desarrollar ojos, branquias y sus discos orales. Dejan entonces de alimentarse y descienden a la desembocadura y al mar. Entonces se fijarán con sus discos orales, a modo de ventosa, al cuerpo de algún pez, royendo la piel y tejidos de los que se alimentan. Cuando van llegando al mar, las jóvenes lampreas se cruzan con sus congéneres adultos, que de noche suben río arriba 184 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

(debajo). Dejándose llevar por la corriente, pero manteniendo su mirada contra ella, llegará a las salobres aguas de la desembocadura. Allí sufrirá una

serie de adaptaciones y, transformado en «esguín», saldrá al mar poco después, para emprender su largo viaje hasta Groenlandia.


El martín pescador saca provecho de la abundancia de alevines e insectos presentes en el río durante el verano. Desde su posadero vigila el agua hasta descubrir el paso de una presa, momento en el que se zambulle para capturarla con el pico. Rara vez falla el ataque. En las últimas semanas del verano, algunos ejemplares llegan a invernar en nuestras costas y rías, procedentes de regiones europeas más septentrionales. Así, estas aves de espectacular plumaje ven reforzada su población local durante los meses de su estancia. Debajo: aunque enraizados en el fondo de ríos y charcas, los ranúnculos de agua desparraman en la superficie sus hojas acintadas, como «melenas» cuajadas de flores en los meses de junio y julio.

a reproducirse, después de haber estado un año o más alimentándose en el mar de esa forma. La reducción del caudal del río no es del todo mal acogida por plantas e insectos acuáticos, pues no serán arrastrados tan fácilmente por la corriente. De hecho, en verano las plantas del río alcanzan su mayor proliferación, ayudadas por la mayor irradiación solar. Tapizando las piedras sumergidas bajo las aguas, abundan diversas especies de algas filamentosas y de otras plantas sumergidas, como las Potamogeton. Aunque enraizado en el fondo del río, el ranúnculo flotante desparrama en la superficie sus hojas acintadas, como «melenas» cuajadas de flores en junio y julio. También florecen en las orillas plantas como la menta acuática. La abundancia de plantas en desarrollo supone un buen aporte de alimento para la rata de agua, ahora en apareamientos. Tras ellos, la hembra excava galerías en las que traer al mundo una de sus 2-3 camadas anuales. En las zonas más remansadas del río, la superficie

se cubre de lentejas de agua, sobre las que corretean los zapateros, dispuestos a capturar insectos caídos al agua. Por debajo hay un gran bullicio de insectos acuáticos, no sólo en los ríos, sino en lagos y charcas. Abundan ahora las larvas de dípteros (moscas y mosquitos), escarabajos buceadores, chinches, efémeras, tricópteros («marabayos», con su estuche de piedrecitas), plecópteros (perlas), libélulas, caballitos del diablo, etc. Asimismo proliferan las pulgas de agua y multitud de protozoos y seres microscópicos como amebas, paramecios, flagelados, rotíferos, etc. A mediados de la estación, las ranitas de San Antonio han acabado su ciclo reproductor y se retiran a zonas arbustivas. También van dejando de escucharse los breves y repetidos silbidos de los sapos parteros, aunque en la montaña continúan. Las larvas de los anfibios van completando su desarrollo a lo largo del verano, de forma que en agosto muchas terminan su metamorfosis y la ribera del río se llena de cientos de pequeñas ranitas verano

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que aún conservan los restos de su cola de renacuajo. Otras esperarán a la primavera siguiente, si su desarrollo no permite aún efectuar la metamorfosis, pasando entonces el otoño e invierno en el agua. Lo cierto es que el verano es un buen momento para que los jóvenes anfibios se aventuren por la ribera del río o la charca, pues entonces hay una gran disponibilidad de insectos que hacen las delicias no sólo de los de los anfibios, sino de cualquier animal insectívoro. Es el caso de las libélulas y caballitos del diablo. Desde finales de primavera, y una vez completado su desarrollo, sus larvas (ninfas) abandonan el medio acuático en el que han permanecido entre 1 y 4 años. Trepan entonces por alguna planta acuática al exterior, donde sufren la pupación y sale finalmente el insecto adulto, que aún tardará unas horas o días en adquirir sus vistosos colores. En las semanas estivales los medios húmedos serán prospectados sin cesar por estos hermosos odonatos, donde cazan todo tipo de insectos en vuelo. En las horas más cálidas efectúan las cópulas, adop186 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

tando una curiosa postura que recuerda a un corazón de naipes. Luego la hembra efectúa la puesta sobre las plantas acuáticas, en la misma superficie del agua o incluso sobre el barro de la orilla, como en el caso de la libélula Cordulegaster boltonii. A veces ciertas especies de libélulas parecen ejercer dominancia temporal sobre otras especies de odonatos. Por ejemplo, la libélula Aeshna cyanea es una especie que aparece sobre todo a inicios del verano, muy conocida por su conducta errática que la aleja de las aguas estancadas y la hace llegar al interior de las poblaciones y de las playas. En los medios húmedos es por entonces dominante otra gran libélula, significativamente llamada «Jefe Emperador» (Anax imperator). Pero a medida que termina el verano, ese «emperador» va perdiendo vigor en sus vuelos, cada vez más lentos y cortos. Es entonces la oportunidad para Aeshna cyanea, que ataca al antiguo señor de la charca, arrebatándole su dominancia hasta los meses de noviembre y diciembre, en los que también morirá. Cuando ocurre este


La salamandra rabilarga es un bonito anfibio endémico de Asturias, Galicia y norte de Portugal. En verano sus larvas acuáticas efectúan la metamorfosis, resultando individuos juveniles que ya tienen el aspecto de un pequeño adulto, y que intentarán alimentarse y fortalecerse para afrontar su primer invierno.

Página anterior: Completado su desarrollo bajo el agua, las voraces larvas (ninfas) de las libélulas trepan por alguna planta acuática hasta el exterior, donde sufren la pupación. Surge así el insecto adulto (en la foto, Libellula quadrimaculata), que abandona la «cáscara» de su último estado larvario y comienza a secar sus

relevo no solo está debilitado el Jefe Emperador. Por entonces, y desde hace unas semanas, en la superficie del agua flotan caballitos de diablo moribundos que han llegado al fin de su ciclo vital. Además de anfibios y libélulas, otros muchos insectívoros acuden a la amplia oferta de alimento que ahora les brinda el río o la charca, desde aves como golondrinas, aviones zapadores o el ruiseñor bastardo (que en otoño cambiará su dieta por otra más frugívora), hasta murciélagos de ribera y de patagio aserrado. Bajo las aguas siguen cazando larvas de insectos acuáticos el topo de agua o desmán, el musgaño patiblanco y, por supuesto, las truchas. Sin embargo la reducción de caudal que sufre el río en verano les va a traer un problema: en esta época muchas jóvenes nutrias salen con sus madres del cubil donde nacieron y se amamantaron. Al principio se muestran algo recelosas con el agua, pero su madre no tarda en hacerles perder el miedo. Debido a la menor cantidad de caudal, la pesca de las truchas es ahora más sencilla para las nutrias, que ofre-

tegumentos. Tanto la larva como el adulto son grandes cazadores. Las libélulas tienen la cabeza móvil, con visión casi esférica a su alrededor. Pueden volar a 50-100 km/h, con trayectorias precisas y con capacidad de cambiar bruscamente el sentido, volar «marcha atrás» o cernirse para prospectar la zona en busca de presas.

cen sus capturas heridas a las crías para que aprendan a perseguirlas y rematarlas. Durante el verano los tritones van abandonando el agua tras finalizar las puestas, deambulando por prados y sotobosques cercanos suficientemente húmedos. Al igual que la salamandra, si el verano viene muy caluroso, algunos se aletargan temporalmente en refugios (estivación) hasta que vuelvan temperaturas frescas y se humedezcan el suelo y el aire. A medida que subimos en altitud, el abandono del medio acuático es más tardío, no olvidemos que también lo fue la entrada de los adultos al agua. En cualquier caso, a fines de agosto o principios de septiembre pocos tritones quedan ya en las charcas. Incluso salen de abrevaderos y charcas de valles bajos algunos jóvenes recién metamorfoseados, sobre todo de tritón jaspeado y alpino. Por entonces está próxima ya a efectuar la metamorfosis la larva de la salamandra rabilarga, que le dejará con aspecto de un pequeño adulto durante el otoño. Este bonito urodelo, endémico de Asturias, verano

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Avanzado agosto, en los cielos de Asturias se divisan bandos de garzas reales de vuelo lento y pesado. Muchas llegan a invernar en Asturias, asentándose en rías, cauces fluviales y embalses, donde se unen a otras garzas no reproductoras que han pasado el verano en estos lugares. La culebra de collar (página siguiente) aprovecha los meses estivales para efectuar sus puestas, pues la incubación queda encomendada a las cálidas temperaturas de la estación. Pone sus huevos bajo montones de hojas, madera o estiércol. En Asturias ocupa diversos ambientes, cazando principalmente anfibios.

Galicia, y norte de Portugal, pone sus huevos en primavera en aguas corrientes o en lugares de humedad garantizada (base de taludes rezumantes o manantiales adyacentes al río, etc.), pero las larvas no salen hasta dos o tres meses tras la puesta, ya en verano. Éstas suelen pasar su primer invierno en el agua, completando su metamorfosis en el año siguiente, aunque a veces pueden demorar ese proceso algún año más. Los meses estivales son aprovechados por los reptiles para efectuar sus puestas, pues la incubación queda encomendada a las cálidas temperaturas presentes: las culebras de collar y viperina ponen sus huevos en junio y julio, saliendo las jóvenes culebrillas de los mismos a partir del mes de agosto, en busca ya de insectos, pequeños anfibios y sus larvas. Durante esos meses, la culebra viperina apenas abandona el agua, permaneciendo largo rato inmóvil en el fondo y saliendo sólo de vez en cuando a respirar o a solearse al amanecer y atardecer. 188 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

En los meses de verano, el río acoge a nuevos pobladores. Por entonces los jóvenes mirlos acuáticos recorren su cauce en busca de un tramo vacante en el que establecerse. Mientras, en las charcas y lagunas, los zampullines comunes y las fochas terminan la crianza de sus pollos y acometen la segunda puesta entre la vegetación acuática. Sin embargo, en el caso de las fochas esto no trae consigo el abandono y desentendimiento de los jóvenes recién criados, ni mucho menos su expulsión, como ocurre en otras muchas especies. Por el contrario, éstos ayudarán ahora a sus padres en los cuidados y alimentación de sus hermanos de la segunda pollada, lo cual además les sirve de aprendizaje para cuando emprendan sus tareas reproductoras. Terminado el periodo de cría anual, esos jóvenes abandonarán el territorio paterno. Cerca del juncal donde las fochas incuban su segunda puesta, los machos de los ánades reales se ocultan en lo más espeso de la vegetación acuática a primeros de julio, mientras las hembras aún recorren la charca o laguna seguidas de los pollos. Por entonces los machos


ya habían empezado a mudar las plumas de gran parte de su cuerpo, despojándose de su vistoso e iridiscente atuendo nupcial. Pero ahora le toca el turno a las alas, y durante unos días, tras la caída de las rémiges, no serán capaces de volar hasta salirles las nuevas, por lo que son muy vulnerables a los depredadores. Conscientes de ello, los azulones permanecen bien ocultos y discretos entre la vegetación acuática durante este periodo, conocido como «mancada». A primeros de agosto habrán completado la muda. El plumaje es entonces discreto y apagado, algo parecido al de la hembra, pero al final del verano o inicios del otoño comenzará a recuperar su vistosidad. La hembra también muda sus plumas hacia el mes de agosto, una vez concluida la cría y adiestramiento de sus pollos. Por entonces, el avión zapador emprende su viaje migratorio, que le llevará al África subsahariana (Sahel) a pasar el invierno. En su remplazo llegan las primeras garzas reales a invernar en Asturias, asentándose en rías, cauces fluviales y embalses.

A medida que entramos en septiembre van llegando más aves a pasar el invierno en estos lugares. Es el caso de los martines pescadores: mientras en los ríos los últimos jóvenes recién salidos del nido se asolean en una rama, en las marismas y zonas del litoral llegan sus congéneres de otros países europeos a invernar en Asturias. Con frecuencia se quedarán en áreas costeras, pescando incluso en las charcas de bajamar de los pedreros. En esos finales de verano parten hacia África los carriceros comunes que han nidificado en nuestras marismas. A ellos se unen otros carriceros europeos en pleno viaje hacia el sur, de paso por Asturias. En su camino hacia el lago Chad, puede detenerse la cerceta carretona en alguno de nuestros embalses o marismas. Por entonces los jóvenes turones comienzan su vida independiente, y mientras en los valles boscosos berrean y luchan los ciervos, en algunos ríos de montañas calizas también inician sus peleas los últimos cangrejos de río autóctonos, sujetándose y empujándose con sus pinzas por conseguir los favores de una hembra. verano

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meses de hierba y grillos En torno al solsticio de verano, los días son los más largos del año, y el ambiente templado y estable. Es momento de cultos ancestrales al fuego y al agua. Arden las hogueras de San Juan inaugurando el verano, y las fuentes más simbólicas son cubiertas con ramos y flores. Proliferan ahora las romerías y fiestas, que se celebrarán por todas partes a lo largo del verano: San Juan, San Pedro, San Pablo, El Carmen, Santiago, las Vírgenes de Begoña y Covadonga, La Barca, etc. Se recogen las flores del tilo entre junio y primeros de julio para preparar las relajantes infusiones de tila. En los pueblos se cabruñan y afilan las guadañas o se engrasan las segadoras porque ya toca comenzar a «ir a la hierba». En efecto, los prados tienen ahora ya altas y crecidas las plantas que se fueron desarrollando en la primavera y es buena época para su siega y recogida. Aprovechando los días soleados y secos, los hijos, nietos y sobrinos abandonarán la ciudad para echar una mano a padres y abuelos en este trabajo colectivo 190 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

que vuelve a reunir a la familia los fines de semana, entre sombreros de paja de ala ancha, «garabatos» y palas de dientes. Los maizales se ven semana a semana más frondosos. Las vacas disponen ahora de abundante hierba en el monte («en xunu barriga farta, y en febreru tóu fay falta»), por lo que los «vaqueiros de alzada» y otros pastores trashumantes ocupaban ya sus casas y cabañas en las brañas de montaña, en estancias que se prolongaban hasta el momento de bajar el ganado del monte, ya en el otoño. La presencia de buenos pastos hacía de la cordillera Cantábrica uno de los destinos de los rebaños trashumantes de ovejas merinas venidas de Extremadura. Todavía hoy se ve alguno de estos grandes rebaños estivales en ciertos lugares de la cordillera, como Somiedo. En realidad los prados son entonces una muestra de lo que está ocurriendo con la vegetación en general. En el verano las plantas están a pleno rendimiento fotosintético, con el verdor de sus hojas denso y oscuro debido a su alto contenido en clorofila. Una vez ter-


En los meses de verano el ganado dispone de abundante hierba en el monte, por lo que los «vaqueiros de alzada» y otros pastores ocupaban ya las brañas de montaña (en la página anterior, vacas pastando en La Cardosa, Caso, y una sinuosa «caleya» en Santa María del Puerto, Somiedo). Las plantas están ahora en pleno rendimiento fotosintético y, terminado su crecimiento anual, invertirán su producción de azúcares en ir madurando los frutos. Los árboles más tempraneros en su floración, como el cerezo, ya los tienen prácticamente maduros a principios del verano (derecha). Debajo: llegan las semanas de «ir a la hierba». Toca segar la hierba, ahora alta, recogerla y almacenarla en «varas» de hierba, pajares y «tenadas» para alimentar al ganado en invierno.

minado su crecimiento anual, invertirán su producción de azúcares y otros compuestos orgánicos en ir madurando los frutos, formando las yemas con los primodios de las hojas del año próximo y acumulando reservas en troncos y raíces. Los árboles más tempraneros en su floración, como el cerezo, ya tienen prácticamente maduros los frutos, pero la mayor parte de las otras especies aún los tienen muy verdes e incipientes (endrinos, cerezos de Santa Lucía, manzanos, etc.). En los meses estivales se recogen plantas para infusiones, como el té de roca, manzanilla, orégano, etc. En estas fechas que marcan los inicios del verano, las orquídeas están en plena floración. Son tal vez las plantas de flores más originales, hermosas y fascinantes presentes en Asturias. Como cualquier flor que utiliza a los insectos para su polinización, recurren a ofertas de néctar (alimento), olores y colores llamativos para atraerlos. Pero además, algunas especies intentan seducirlos sexualmente. Para ello, sus flores imitan el aspecto de las hembras de ciertos insectos, verano

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A finales de la primavera y principios del verano brotan las flores tal vez más hermosas, fascinantes y originales presentes en Asturias: las orquídeas. Como cualquier flor que utiliza a los insectos para su polinización, recurren a ofertas de néctar (alimento), olores y colores llamativos para atraerlos. Pero además, algunas especies intentan seducirlos sexualmente, imitando el aspecto y olor de las hembras, de forma que el engañado macho de esa especie intentará la cópula... con la flor. En ese momento, esta última lo recubre de polen con el que fecundará otras flores que visite. Una de las orquídeas que recurren a este tipo de estratagemas es la flor de abeja (Ophrys apifera, derecha). Las orquídeas producen gran cantidad de semillas, pero de muy pequeño tamaño, y por tanto casi sin reservas nutritivas para alimentar al embrión de la planta en el momento de germinar. Por ello, la semilla debe asociarse con un hongo que le aporta los azúcares precisos para dicho proceso. En la página anterior, diversas orquídeas presentes en nuestros campos y bosques de los géneros Dactylorhiza, Platanthera, Aceras, Himantoglossum, Gymnadenia, y Neottia. Esta última, la Neottia nidus-avis o «nido de pájaro» (tercera, de izquierda a derecha) resulta de especial interés, pues su color pardo-amarillento nos indica que la planta carece de clorofila, y por tanto es incapaz de formar compuestos orgánicos mediante la fotosíntesis, como hacen las demás orquídeas y la inmensa mayoría de las plantas. Su truco es vivir con las raíces asociadas a un hongo del que obtiene las sustancias orgánicas que ella misma no puede producir. Gracias a los servicios del hongo, la orquídea puede vivir y florecer en la umbría de algunos de nuestros hayedos. Con todo, el «nido de pájaro» se trata de una especie bastante rara en Asturias.


El tablero de damas o corona imperial comienza a florecer en mayo en los pastizales y matorrales de montaña, pero en aquellos situados en zonas elevadas aún se encuentra en flor a principios de verano. La planta debe su nombre al aspecto ajedrezado de la corola de sus flores. Aunque localmente puede ser abundante, no es una planta frecuente en Asturias. Página siguiente: un desafortunado insecto acaba de caer en la trampa de una pequeña planta carnívora, la atrapamoscas o «rocío del sol» (Drosera rotundifolia). Como se observa, sus hojas tienen largos pelos en cuyo extremo hay una gotita de un líquido muy pegajoso. Cuando un insecto se posa, queda adherido a ellos, y sus intentos de escapar sólo empeoran la situación, al embadurnarse cada vez más en la viscosa secreción. Posteriormente, la planta pliega los pelos y digiere a la presa, aprovechando sus compuestos nitrogenados, muy escasos en las turberas y tremedales en los que vive esta planta. La atrapamoscas encarga la polinización de sus flores a los insectos durante los meses de verano. Para evitar que caigan en su trampa antes de cumplir dicha tarea, las pequeñas flores se disponen al final de un largo vástago, muy por encima del pegajoso «rocío».

de forma que el engañado macho de dicha especie intenta la cópula... con la flor, que lo recubre de polen para que así fecunde otras flores que visite. El mundo de las orquídeas es realmente fascinante, y su estudio no cesa de darnos sorpresas. Por ejemplo, algunas especies sudamericanas ofrecen a los machos de ciertos insectos un perfume que les resulta imprescindible para tener éxito en el cortejo de las hembras. Tal vez en nuestras latitudes ocurran hechos parecidos o de similar interés, aún no conocidos. Mientras, en los bordes de caminos, claros de bosques y prados florecen las distintas orquídeas de nuestra flora, que incluye a especies de los géneros Ophrys, Orchis, Dactylorhiza, Anacamptis, Himantoglossum, Aceras, Platanthera, etc. Las orquídeas viven asociadas con un hongo subterráneo, sin el que no pueden desarrollarse. Otras muchas plantas están en floración en estos inicios del verano, algunas tan hermosas como el martagón, la amapola amarilla, el agracejo o la madreselva, y otras más discretas como el «sanjuanín» 194 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

o aligustre, o la hierba de pordiosero. En turberas y «llamargales» las tirañas o grasillas siguen en flor. Son plantas insectívoras, cuyas pequeñas presas quedan adheridas a sus hojas, bien separadas de la flor (parecida a una violeta) para no interferir reproducción con comida. Algo parecido hacen en esos ambientes las pequeñas atrapamoscas, otras plantas carnívoras cuyas hojas amarillentas están dotadas de largos pelos glandulíferos, en cuyo extremo tienen una gotita de un líquido muy pegajoso. Cuando un insecto se posa en estos pelos queda adherido a ellos, y sus intentos de escapar no hacen más que empeorar la situación, al embadurnarse cada vez más en la viscosa secreción. Posteriormente la planta pliega los pelos y digiere a su presa, aprovechando sus compuestos nitrogenados, muy escasos en estos ambientes. Ahora también la atrapamoscas desarrolla sus pequeñas y discretas flores al final de un largo vástago, para evitar que los insectos que la ayudan en la polinización caigan en su trampa antes de cumplir dicha tarea.



Numerosas plantas se mantienen en flor durante el verano en diferentes ambientes, tentando a los insectos con amarillos chillones y ofertas de néctar a cambio de sus servicios de transporte de polen hasta las partes femeninas de otra flor. Diversas

especies de ranúnculos, senecios, velosillas, etc., destacan sobre el verde oscuro de su entorno como irresistibles tentaciones para cualquier insecto volador. Los ranúnculos (segundo y cuarto de izquierda a derecha) aparecen

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además con un brillante aspecto, que aumenta la viveza de su amarillo. Ello se debe a la presencia de dos capas de células. La superior consta de células amarillas, ricas en sustancias lípidicas y responsables del brillo de los pétalos. Por debajo

hay otra capa de células «reflectantes» blanquecinas, ricas en almidón, que reflejan gran parte de la luz que ha traspasado la primera capa, de forma que esa luz vuelve a atravesar la capa de células amarillas en su camino de vuelta.


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Desde el punto de vista evolutivo, las flores más avanzadas se hacen estructuralmente más complejas y diversifican sus colores. En lugar de patrones simétricos radiales y un solo color, se adoptan morfologías sólo bilateralmente simétricas, dibujos y variados colores. Todo ello implica la participación de un mayor número de genes en la presentación final de la flor. Así, las flores evolutivamente más primitivas sólo tienen genes para hacer sus flores amarillas. Un escalón por encima estarían las de flores blancas, y aún más evolucionadas, las rojas, rosas y púrpuras. Las más avanzadas de todas serían las de flores azules o con mezclas de colores. Éstas combinan genes que codifican el amarillo, blanco y rojo. Por ello, si hay un error en la herencia del color azul, una flor que habitualmente presentaría este último color puede aparecer de tonos rosáceos o blancos. La sofisticación en el diseño, dibujo y colores parece no tener fin en la evolución. El objetivo es siempre atraer a polinizadores, posiblemente más específicos cuanto más refinado y único es el diseño. Arriba, flor de martagón o azucena silvestre; debajo, flor de lino rosado. Página siguiente: La doncella común (Mellicta athalia) es una mariposa frecuente en prados floridos y soleados de valles y montañas. Suele tener una sola generación (a veces dos) entre mayo y agosto, visitando los adultos distintos tipos de flor (cardos, centauras, etc).

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Combate en las ramas: la «bacalloria» o ciervo volante es uno de nuestros más extraordinarios insectos, muy escaso ya en bastantes países de Europa. En los crepúsculos cálidos de

junio y julio los machos vuelan a las ramas de los robles en busca de pareja. Si acuden otros competidores el enfrentamiento está servido: el truco consiste en intentar tumbar o levantar

En los bosques y campiñas del interior de Asturias, el verano es época de afianzamiento de los logros conseguidos en primavera. Por entonces el monte acoge a millones de nuevos seres, desde insectos a mamíferos, nacidos en los meses anteriores. Un dicho asturiano pone en pico del pájaro que «en febreru busco mi compañeru, en marzo faigo mi niarzo, en abril pongo mi bubil, en mayu saco mi pitayu, en xunio y xulio tres el culo (de los adultos) o écholos po’l mundo, en agosto non los conozco, en setiembre vienen a veme, y en el mes de les castañes ya saben les mañes». Siguiendo la cadena trófica, esto supone comida para todos, desde los superdepredadores hasta los que se alimentan de vegetales. En estos días se elevan las temperaturas y los paisajes se hacen borrosos con la reverberación del calor y las abundantes calimas. En los atardeceres cálidos de finales de junio y de julio, uno de nuestros insectos más extraordinarios emprende sus vuelos nupciales. Se trata de la «bacalloria» o ciervo volante, que acude a las copas de los 200 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

al contrario empleando sus grandes mandíbulas para arrojarlo fuera de la rama. Por fin, una pareja se queda con el control del lugar y el macho se coloca sobre la hembra, comenzando

poco después la cópula. Doble página siguiente: La niebla es una gran aliada de las hayas durante el verano, aliviando la gran transpiración de sus hojas (Los Argueredales, Caso).

robles en busca de pareja. Después de pasar varios años en forma de larva en un viejo tocón en descomposición, el insecto adulto ha salido del mismo el otoño anterior y ha aguardado oculto hasta estos meses cálidos de junio y julio para emprender sus vuelos en el crepúsculo. En las ramas, sobre todo del roble, los machos combaten con sus grandes mandíbulas intentando levantar al contrario para arrojarlo fuera. No es habitual que se produzcan daños, pero puede ocurrir que al aferrar a su rival, las tenazas de un gran macho perforen la quitina de los élitros o de otras partes del cuerpo de este último, antes de arrojarlo fuera del campo de batalla. En cualquier caso estas lesiones no son demasiado importantes. Por fin, una pareja se queda con el control del lugar y el macho se coloca sobre la hembra. Se tocan con los palpos, como tranquilizándose mutuamente, y comienza el acoplamiento. El macho saca del extremo posterior de su abdomen el órgano copulador y lo introduce entre el final de los élitros de la hembra.





Los insectos sociales están muy atareados en verano. Aunque las abejas conservan la colmena durante el invierno, avispas y abejorros deshacen sus sociedades en el otoño, por lo que aprovechan los meses

estivales para completar la crianza de las larvas. Las avispas papeleras (derecha) cazan pequeños insectos, que mastican y transforman en bolas sólidas de alimento antes de llevarlas al nido de celdas de papel en el que

Tras las cópulas y las puestas, estos grandes escarabajos (en alarmante disminución y protegidos por la ley en muchos lugares de Europa) irán muriendo, todavía en pleno verano. En esas semanas también vuelan torpemente otros grandes coleópteros como el escarabajo sanjuanero o el escarabajo solsticial. Ambos tienen nombres que hacen referencia a la época en la que suelen verse, al igual que el popular «sanjuanín», un pequeño escarabajo anaranjado que acude (a veces masivamente) a las flores en los inicios del verano. Sus predilectas son las umbelíferas, pero no busca en ellas néctar o zumos vegetales, sino a sus presas, otros insectos que sí acuden a alimentarse de lo que las flores ofrecen. Otro coleóptero que visita las flores con propósitos similares es Trichodes alvearius, cuyas larvas parasitizan los nidos de abejas solitarias. Algo parecido realizan las larvas primarias o triungulinos de otros coleópteros, las aceiteras o carralejas, también coleópteros. Tras eclosionar de los huevos que su madre enterró hace algo más 204 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

se desarrollan sus larvas. Si las presas escasean las alimenta con una miel especial. Página siguiente: un abejorro (Bombus sp.) libando unas flores de Omphalodes nitida. En el verano los machos y hembras de esta

especie alcanzan la madurez y se aparean en un vuelo de celo. Tras él, los machos mueren y las hembras se retiran para invernar, volviendo a aparecer activas en los finales del invierno.

de un mes en el suelo, esos triungulinos trepan a las flores. Aguardan allí a que acuda algún insecto a libar y entonces se agarran a los pelos de la parte anterior del tórax. Si el insecto no es una abeja, no habrá servido de nada y la larva muy probablemente morirá. Pero si quien visitó la flor fue una abeja, el triungulino puede tener suerte. A principios del verano nacen antes los machos (zánganos) que las hembras (futuras reinas) de abeja. Éstos visitan las flores y recogen algo de néctar, contra la creencia popular. Si los triungulinos se aferran a un zángano, lo acompañarán en su vuelo nupcial y en el momento de la cópula pasarán del cuerpo del macho al de la hembra. La reina les llevará así hasta la nueva colmena en formación. Cuando ésta comienza a poner huevos sobre las celdas bien aprovisionadas de miel, el triungulino abandona rápidamente a la reina y devora el huevo recién puesto. A continuación la celda es taponada por las abejas y la larva se alimenta de la miel, sufriendo varias metamorfosis hasta salir el insecto adulto.


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Salpicado del polen del que se alimenta, un escarabajo edemérido (Oedemera nobilis) se pasea por una flor de diente de león (Taraxacum sp.) (izquierda). Sus fémures inflados nos indican que se trata de un macho. Algunas especies de escarabajos acuden en verano a las flores con otros fines más siniestros: así, los «sanjuaninos» (arriba) y otros cantáridos también las visitan para alimentarse, pero no de polen como las edémeras sino de otros insectos que llegan atraídos por la flor.

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Durante el verano, los miméticos insectos palo (izquierda) están atareados con sus puestas en «sebes» y matorrales. Como hay poquísimos machos, los huevos son capaces de desarrollar embriones

partenogenéticamente, es decir, sin fecundación. La chicharra Callicrania seoanei (derecha) es uno de los insectos implicados en las orquestas de élitros en fricción, cuyos sonidos (el más conocido es el del grillo) se

escuchan en los campos durante el verano. Esta chicharra vive en «cotoyares» y piornales, enterrando las puestas en el suelo gracias a su oviscapto curvado. La abundancia estival de insectos

facilita las cosas a cazadores de los mismos como la cicindela (debajo), que corretea en su busca por los caminos secos. Sus mandíbulas resultan terroríficas a escala de un insecto.

Las hembras de las avispas del género Vespa construyen su nido con celdas hexagonales, en las que van poniendo huevos de los que nacerán al principio avispas obreras. Éstas ayudan a su madre en el cuidado y alimentación de las larvas. Bien entrado el verano, nacen machos y hembras fértiles, que copulan directamente sobre el nido. Acabado el periodo estival, y tras la partida de los adultos fértiles, en el avispero estallará una revolución: las obreras no sólo dejarán de cuidar y alimentar a las larvas, sino que las sacarán de sus celdas, matándolas o arrojándolas fuera del avispero. Otras avispas no construyen nidos tan elaborados: las del género Ammophila los excavan en el suelo. Estas avispas excavadoras paralizan las orugas hirsutas de algunas especies de mariposas mediante estratégicas mordeduras en sus ganglios nerviosos. Entonces las acarrean hasta un hoyo previamente preparado, ponen sus huevos y cubren el agujero con un guijarro. Al eclosionar, las larvas de la avispa devorarán a la paralizada oruga aún viva. 208 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


Otros que están de acoplamientos y puestas son los grillos comunes, cuyos huevos eclosionarán un mes después. Las jóvenes crías crecerán y vagarán por el campo hasta el otoño, momento en el que excavan su galería. Los grillos, friccionando sus élitros en las noches de verano, producen uno de los sonidos más característicos de esta estación, aunque no son los únicos que emplean este sistema: por toda la campiña escucharemos también a saltamontes y chicharras, empleando técnicas parecidas o friccionando los élitros contra las patas. Una de las más comunes es Callicrania seoanei, frecuente en «cotoyares» (tojales de Ulex spp.) y piornales. En las «sebes» y matorrales las hembras del insecto palo están atareadas con sus puestas. El campo está pletórico de insectos en estos inicios del verano: zumban las abejas y moscas y revolotean mariposas tanto diurnas como nocturnas, estas últimas abundantes, variadas y fáciles de ver cerca de la iluminación artificial en las noches estivales. En nuestros verano

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Asustando al agresor: abriendo sus alas, una mariposa «pavo real» (Inachis io) muestra sus cuatro ocelos, imitando a los ojos de un vertebrado. Cuando se acerca un depredador, la mariposa abre sus cuatro alas exhibiendo los ocelos y su despliegue de color. El agresor (generalmente un ave) queda confuso, si no asustado, lo que le hace desistir de su potencial presa. El pavo real debe su nombre a esos ocelos, que recuerdan a los adornos presentes en las plumas del ave. En primavera y verano se posa sobre varias especies de flores, sobre todo de ortigas, en cuyas hojas se

alimentan sus orugas. Los vistosos colores de las ziguenas (arriba y página anterior) no pretenden asustar, sino advertir a sus depredadores del mal sabor que tienen. Confiadas en ello, son menos asustadizas que otras mariposas, y si vuelan suelen hacerlo sólo unos metros. En verano es frecuente verlas en plena cópula sobre las flores. Las del género Adscita carecen de manchas rojas en las alas, que se presentan de un hermoso color verdiazul-plateado. En la página anterior una de ellas despliega su espiritrompa para libar de la flor de una inflorescencia en un prado.

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Arte en miniatura: las alas de las mariposas deben la belleza de sus diseños y colores a unas pequeñas escamas que las cubren. Están imbricadas entre sí como las tejas de un tejado, de forma que cada hilera cubre parcialmente a la siguiente. Estas escamas han dado nombre al

orden al que pertenecen estos insectos, los lepidópteros (del griego lepidos = escamas; pteros = alas). Su fijación a la membrana alar no es muy fuerte, por lo que se desprenden con facilidad al rozar o golpear sus alas con obstáculos o si son manipuladas, dejando nuestros dedos con algo de

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polvo harinoso de colores que no es más que esas escamas desprendidas. Inicialmente, la función de las escamas (pelos transformados) era reforzar las alas y proteger al insecto del frío, pero a lo largo de millones de años esos cometidos perdieron importancia a la vez que se hacía más

rigurosa la presión de los nuevos depredadores que iban apareciendo. La naturaleza comenzó así a derrochar su imaginación, creando dibujos y diseños de advertencia, intimidación, mimetismo, etc., para engañar o incluso asustar a los depredadores. De esta forma surgieron miles de


pequeñas obras de arte diferentes. Los colores que originan las escamas son de dos tipos. Uno se debe al propio pigmento químico de la escama, habitualmente melaninas y pterinas, que dan lugar a tonos rojos, amarillos, naranjas, marrones, verdes, etc. Cada escama tiene un

color básico y su imbricación y mezcla produce no solo dibujos, sino diferentes tonalidades. Además, las escamas pueden dar los llamados colores de estructura. Éstos se deben a la constitución de las escamas, a base de laminillas transparentes en disposición oblicua y diminutas

cámaras de aire: cuando incide un rayo de luz blanca, cada lámina actúa como un prisma y la luz se descompone en los colores del espectro. La interferencia entre esos colores de las distintas laminillas y escamas produce iridisaciones y coloraciones metálicas. Un ejemplo

son las alas de muchas especies de licénidos, de color azul metalizado en su cara superior. En estas dos páginas vemos distintos detalles de alas de mariposa nativas de Asturias, que sobrevuelan y dan alegría a nuestros campos en la primavera y el verano.

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paseos por el campo, y sobre todo si atravesamos un pedregal calizo con cardos azules, no será difícil encontrar algunas especies de ziguena en plena cópula, mariposas cuyas alas tienen vistosas manchas rojas sobre fondo azul muy oscuro. En esta actitud unen los extremos de sus abdomenes, mirando cada una en sentido opuesto a la otra. También vuelan activamente las pequeñas mariposas azuladas del grupo de los licénidos, que se concentran en grupos numerosos en los afloramientos de barro a libar sales minerales. Las larvas de estas conocidas mariposas se llevan muy bien con las hormigas. Estas últimas les brindan cuidado y protección a cambio de una secreción azucarada. A las hormigas les gusta tanto que incluso se las llevan al hormiguero, alimentándolas allí con su dieta vegetal, y permitiendo que la crisálida se transforme en insecto adulto a salvo de los abundantes depredadores del exterior. Pero tanta hospitalidad a veces trae sus problemas. Las del género Maculinea siguen ofreciendo su dulce secreción, pero a costa de devorar las larvas de 214 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

sus hospedadoras durante el invierno. A finales de la siguiente primavera sufre la pupación y sale finalmente la mariposa adulta, que se abre camino al exterior del hormiguero para extender y secar sus alas. La abundancia de insectos facilita las cosas a sus depredadores, comenzando por otros insectos cazadores como la cicindela, un pequeño escarabajo de dorso verde metálico con pintas blancas, que corretea por los caminos secos en busca de insectos, incluso mayores que ella. Proliferan también las arañas y sus telas. Una de las más vistosas es la de la araña tigre, de abdomen amarillo y franjas negras y blancas, que espera pacientemente en el centro de su telaraña en el prado aún no segado. Los abundantes jóvenes pájaros insectívoros, que han abandonado el nido hace poco tiempo, encuentran comida por su cuenta con facilidad. Los cernícalos comunes sacan provecho de la oferta que les brinda la naturaleza de grandes saltamontes, grillos y coleópteros.


Criada por hormigas: una mariposa de la familia de los licénidos (página anterior) muestra sus antenas, órganos fundamentalmente olfativos imprescindibles para reconocer los aromas sexuales y de las plantas nutricias. Estas pequeñas mariposas son bien conocidas por los colores azul-plateados de sus alas, concentrándose a veces en grupos numerosos en el verano para libar sales minerales en afloramientos de barro. Sus orugas recurren a la protección de las hormigas frente a los

abundantes depredadores (avispas, moscas etc.) pagándoles sus servicios con un líquido azucarado muy apreciado por las hormigas, que segregan en la llamada «glándula de la miel» (glándula de Newcomer), situada en la parte posterior de su cuerpo. Algunas son incluso llevadas por las hormigas al hormiguero, donde les continúan aportando la dieta vegetal que precisan a cambio de la dulce ligamaza. En el interior del hormiguero, a salvo de los abundantes depredadores del

exterior, sufre la metamorfosis que la transforma en mariposa adulta. Arriba: Estimuladas por el calor estival, las hembras de los tábanos atacan al ganado y otros mamíferos, incluido el hombre, para conseguir una ración de sangre que les permitan madurar sus huevos. Sus ojos compuestos constan de miles de facetas u omatidios, capaces cada uno de captar un estrecho sector del campo visual. La imagen resultante es en mosaico. Aunque no son tan precisas como las que ven nuestros

ojos, las imágenes en movimiento pueden ser discriminadas en sucesiones de altas frecuencias. Si el ser humano ve como un movimiento continuo sucesiones de más de 50 imágenes por segundo (ej. cine), estos insectos discriminan hasta 265 imágenes por segundo. Gracias a ello, cualquier movimiento de una presa o depredador es inmediatamente descubierto por uno de los ojos, y esto es mucho más importante para el insecto que la definición de la imagen.

verano

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Revelada por el rocío en una mañana de niebla estival, esta telaraña en la majada de la Terenosa (Cabrales) deberá esperar a que desaparezca la humedad para volver a ser invisible y eficaz. Muchas arañas finalizan sus telas poco antes del alba. De esta manera reducen su exposición diurna a predadores y la tienen lista para la hora punta de los insectos. Página siguiente: en una cálida noche de verano, una araña tigre desciende siniestramente por una hoja de lirio a hacer su tela. Este hermoso cazador construye telarañas en los prados de hierba alta y en las cercanías de ambientes acuáticos, donde abundan los insectos. Terminada su trampa, se colocará en el centro de la misma boca abajo, aguardando pacientemente horas y horas la caída de una presa.

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La abundancia estival de insectos supone una buena oferta de alimento para las arañas cangrejo (familia de los tomísidos). Éstas viven en las

flores, a cuyo color ajustan el suyo propio. Allí viven mimetizadas y sin tejer tela, acechando a los insectos que acuden a la flor.

En el hayedo, los jóvenes pitos negros recién salidos del nido vagan con sus padres por el bosque, visitando troncos muertos y hormigueros y aprendiendo a conseguir alimento. Dentro de unas semanas, ya en agosto, tendrán que valérselas por sí mismos. Más abajo, en el castañar cercano al pueblo, los pollos de su pariente el pico picapinos chillan sin cesar desde su nido dentro de un tronco ahuecado, reclamando alimento irresponsablemente, pues así indican su ubicación a las ginetas, martas y garduñas. Pronto saltarán también del nido. Otras aves van mucho más retrasadas en su reproducción. En esos inicios del mes de junio, los gavilanes y alcotanes están todavía terminando de incubar sus nidadas, que ya comienzan a eclosionar. El retraso es intencionado, pues ambas especies son rapaces ornitófagas, esto es, cazadoras de otras aves, y es una buena época para aprovechar la oferta de jóvenes e inexpertos pájaros con los que alimentar a sus pollos. Tampoco desdeñarán cazar al vuelo en el crepúsculo escarabajos sanjuaneros o ciervos volantes. 218 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

Debajo: las pequeñas arañas de jardín permanecen agrupadas varios días tras eclosionar del paquete de huevos abandonado por su madre.


Un retraso oportuno: a principios de verano los gavilanes aún tienen pollos en el nido, mientras otras muchas aves están próximas a comenzar su

tercera puesta anual. Sin embargo, el retraso en la puesta y cría del gavilán es intencionado, pues estas rapaces son cazadoras de otras aves, por lo

educando a los hijos A mediados de junio se va dejando de escuchar a los cucos adultos, que emprenden regreso a África («per San Xuan marcha el cuquietchu y vien el tabán [tábano]»). Por entonces, acabados sus cantos de amor, el macho de urogallo cantábrico comenzará un lento periodo de muda en su plumaje, que se prolongará por dos meses. En ese proceso, a diferencia de lo ocurrido con las anátidas, el urogallo no pierde la posibilidad de volar, lo que le permite seguir con su vida cotidiana, visitando arandaneras y zarzales en busca de algún fruto temprano del bosque. Quizá apremiado para desprender sus plumas, sigue acudiendo a los revolcaderos de tierra en los que habitualmente se desparasitiza. Muda también la ranfoteca, o «funda» córnea del pico. Mientras, la urogallina anda atenta y ajetreada. Cuando todavía cantaban los machos efectuó la puesta en su nido escondido entre brezos, piornos o ramas bajas, y ahora, pasadas unas cuatro semanas,

que junio y julio son una buena época para aprovechar la oferta de jóvenes e inexpertos pájaros con los que alimentar a sus pollos.

están naciendo los pollos. Si la nidada no fue depredada por zorros, martas o jabalíes, nacerán habitualmente de 6 a 8 pollos, que con sólo 24 horas de vida, abandonan ya el nido siguiendo a su madre. Ésta los conduce a los límites del hayedo o a zonas aclaradas del mismo, con abundantes «fauqueres» o matorrales, por encima del bosque. En estos lugares encontrarán abundantes insectos de los que alimentarse, así como refugio en caso de peligro. Ante un depredador, los pollos escapan en distintas direcciones, ocultándose bajo los arbustos. A veces esto consigue despistar al animal cazador, que queda confuso sin saber muy bien a cual perseguir. Pese a todo, en estas primeras semanas habrá muchas bajas entre los pequeños urogallos, y difícilmente más de dos hermanos llegarán a cumplir el año de edad. Los que van sobreviviendo crecen muy rápido, y en torno a los 20 días de vida son ya capaces de revolotear. Semanas después vuelan sin problemas a los árboles y con 2 meses de edad ya recuerdan de lejos a un urogallo adulto. La gallina muda mientras su verano

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Doble página anterior: en los días calurosos de verano, la mayoría de los mamíferos diurnos descansan en las horas centrales del día para evitar aumentar la producción de calor con el

ejercicio. Sus correrías se reanudan al atardecer y en las primeras horas de la mañana, momentos en los que los mamíferos muestran su mayor actividad. (Crepúsculo en las lagunas

plumaje, aunque más rápido que el macho. Acompañará a sus jóvenes crías al menos hasta septiembre. Al igual que su pariente el urogallo, las perdices rojas, pardillas y codornices ya van seguidas de sus pollos nacidos en estos días, y las hembras los conducen a áreas del monte ricas en insectos. Uno de los depredadores más numerosos de los jóvenes urogallos y perdices es el «raposu». En estos inicios de verano, sus crías, los zorreznos, ya han abandonado la madriguera y campean con sus padres aprendiendo a cazar para independizarse poco después. También acompañan a su madre por entonces los oseznos, alternando la observación y aprendizaje de su madre con incesantes juegos y revolcones. La osa anda entonces atareada volteando piedras y escarbando en el suelo en busca de alimentos. En estos inicios de la estación estival aún no hay frutos (salvo el cerezo, del que a veces desgarra ramas para acceder a las cerezas) y las plantas herbáceas han madurado, por lo que apenas ofrecen alimento digerible. No es 222 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

de Tchouchinas, Cangas del Narcea). En el verano las crías de los mamíferos siguen a sus padres aprendiendo a sobrevivir en la naturaleza. Los oseznos acompañan a su madre, alternando la

observación y aprendizaje con incesantes juegos y revolcones. La osa anda entonces atareada, volteando piedras y escarbando en el suelo en busca de alimentos.

que haya escasez de comida, pero debe prospectar bien el terreno porque difícilmente encontrará una fuente abundante de ella en un lugar concreto. Además, deber producir suficiente leche para sus oseznos, que periódicamente se la reclaman abalanzándose sobre ella. La osa entonces se sienta o reclina, dejando a sus crías mamar mientras emiten un peculiar zumbido. En sus prospecciones por un «felechal», puede tener suerte y asustar a una corza, que sale saltando y ladrando entre los helechos. Esto pone en aviso a la osa, que rápidamente irá al lugar de donde se levantó la corza, pues es probable que cerca permanezca agazapado un corcino. También puede aprovechar la carroña de algún animal muerto en el monte. Bajo las grandes piedras que voltea busca micromamíferos o las despensas que almacenan los mismos, así como insectos, sus huevos o larvas. Dada su afición a los mismos, tampoco dejará de deshacer los hormigueros que encuentre en su deambular por el monte.



En junio del año 2000 una triste noticia ocupó páginas en la prensa regional. Un oso macho había matado a los tres oseznos de una osa en Degaña. Tres días antes del fatal acontecimiento habíamos podido fotografiar a la osa y sus esbardos

desde el otro lado del valle, acoplando la cámara a un telescopio terrestre (bajo estas líneas). Durante los meses de junio y julio los osos están en celo, pero las hembras con crías no lo desarrollan ni son sexualmente receptivas, situación que además será

224 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

extensiva al siguiente año, pues los jóvenes osos aún acompañarán a su madre. Los machos en celo saben que sólo hay una opción para copular con esa hembra: eliminar a las crías. Unos días después volverá a entrar en celo y a aceptar las pretensiones de los

osos. Este comportamiento es común a otros grandes depredadores, como los leones, y se interpreta como un mecanismo de autorregulación de la población de estos poderosos animales, carentes de depredadores en su medio natural.


Página anterior, debajo: los oseznos reclaman periódicamente su ración de leche a la osa, abalanzándose sobre ella. Esta entonces se sienta o reclina, dejando a las crías mamar mientras emiten un peculiar zumbido.

En esta página: el periodo de celo de los osos cantábricos incluye los meses primaverales y los comienzos del verano, hasta primeros de julio. Los encuentros entre individuos del mismo sexo suelen traer consigo

Pero además de buscar comida, la osa permanecerá muy atenta y dispuesta a defender ante cualquier peligro a los oseznos. Uno de las más temibles amenazas puede ser, precisamente, la de sus congéneres machos. Desde el mes de mayo, pero especialmente en junio y julio, los osos están en celo, buscando de monte en monte cuantas hembras pueda haber para aparearse. Los encuentros con otros machos pueden terminar en violentas peleas. La hembra con oseznos no desarrolla por entonces conducta de celo, ni es receptiva sexualmente. Como además sus crías la acompañarán hasta la primavera o verano del año próximo, los machos saben que sólo hay una opción para copular con esa hembra: eliminar a las crías. Por eso la hembra abandonará rápidamente un territorio si olisquea a un macho cercano. Si éste finalmente ataca al grupo familiar, la hembra defenderá a los oseznos con la máxima ferocidad, pero en ocasiones, es el oso quien tiene éxito y consigue matar a las crías. Unos días después, la

peleas y persecuciones. En el cortejo, el macho se acerca, corretea y juega con la hembra durante varios días. Ésta es receptiva en dos periodos de uno a diez días cada temporada de celo. En el momento de la cópula se

induce la ovulación, lo que incrementa las posibilidades de fecundar el óvulo. Sin embargo, la implantación de ese óvulo fecundado en el útero se difiere hasta el otoño, comenzando entonces el desarrollo del mismo.

hembra vuelve a entrar en celo y a aceptar las pretensiones de los osos. Este ataque de los machos a las crías para poder acceder a la hembra es común a otros grandes depredadores, como los leones, y se interpreta como un mecanismo de autorregulación de la población de estos poderosos animales, carentes de depredadores en su medio natural; además, sería la forma para ese macho de asegurarse la transmisión de sus genes, aunque para ello tenga que eliminar los «esbardos» de otro oso. En regiones con altas densidades de osos, estos sucesos no afectan mayormente a la población total, pero en el caso del oso cantábrico, necesitado de una pronta recuperación poblacional que le salve del peligro de extinción, las noticias que de cuando en cuando se conocen de estos ataques de machos a osos jóvenes son realmente tristes y preocupantes. Cuando el oso encuentra a una hembra receptiva, se acerca, corretea y juega con ella durante varios días. La cópula es de duración variable, y la ovulación es inducida por la misma, lo que incrementa verano

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Unos jóvenes osos de algo más de año y medio juguetean en un recinto en semicautividad. Los oseznos permanecen con su madre hasta esta edad, cuando su peso ronda ya los 40 kg. En la cordillera Cantábrica la separación de la familia ocurre entre los finales de la primavera e inicios del verano, más o menos en la época de celo de los adultos. Una vez abandonados por la madre, los hermanos todavía permanecerán juntos otro año, aprendiendo a desenvolverse sin la tutela materna antes de su separación definitiva, que inaugura su solitaria vida adulta. Página siguiente: durante los inicios del verano el matorral de montaña continúa florido: escobas, tojos, genistas, piornos y «carqueixas» tiñen con el amarillo de sus flores las laderas en las que constituyen la vegetación dominante (La Penona de Jalón, Cangas del Narcea).

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las posibilidades de fecundar el óvulo. Sin embargo, la implantación del óvulo fecundado en el útero es diferida. Durante el verano permanece flotando libre y móvil en el seno del útero, y al llegar el otoño se implanta en su mucosa, comenzando entonces la verdadera gestación, que durará un par de meses. Otros que están de cortejo son mustélidos como la marta, la garduña y el armiño, que por segunda vez en el año repiten su periodo de celo. También ellos sufren implantación diferida de sus óvulos fecundados y embriones. De lo contrario, sus crías nacerían en el otoño y les tocaría independizarse en la estación más dura y desfavorable, el invierno. Gracias a la implantación diferida, la embriogénesis se pospone hasta el invierno, de forma que las crías nacerán en la primavera, en plena estación favorable. Además de algunas especies en celo, otros mamíferos andan por campos y montes con sus crías nacidas en la primavera, desde ciervos y corzos hasta erizos, musarañas, zorros y tejones. Otros aún están

amamantando a sus crías recién nacidas, como el lirón gris, la ardilla (que también acaba de independizar a su primera camada), el ratón de campo y muchos murciélagos, como el de Geoffroy. De noche los topos jóvenes deambulan por los prados en busca de un territorio propio, una vez abandonada la topera en la que nacieron y se criaron. Es un momento peligroso para ellos, pues son presas fáciles de zorros, ginetas, garduñas, gatos, etc., que aunque no los devoren por el mal sabor que les da la secreción de unas glándulas cutáneas, sí los pueden matar o dejar malheridos. No parecen muy sensibles a ese mal sabor los predadores alados de la noche, como lechuzas, cárabos o búhos chicos, pues los huesos y pelos de los topos aparecen formando parte de sus egagrópilas, unos paquetes que el ave regurgita conteniendo las partes indigeribles de sus víctimas. En la alta montaña, por encima del bosque, el calendario parece haber retrocedido casi una estación. Ascendiendo por encima de los 1.800-2.000 m volvemos a encontrarnos en plena primavera, verano

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Por encima del bosque el calendario parece haber retrocedido casi una estación. A más de 1700 m de altura volvemos a encontrarnos en plena primavera, al menos en lo que se refiere a la botánica. Ha llegado el tan

esperado periodo de actividad biológica de las plantas, pues las temperaturas medias ya superan los críticos 7,5° C y no hay heladas. El matorral subalpino está en flor, con amplio despliegue de colores

al menos en lo que a lo botánico se refiere. Va llegando el tan esperado periodo de actividad biológica de las plantas, pues las temperaturas medias ya superan esos críticos 7,5 0C. Las heladas han desaparecido, salvo en las cumbres más elevadas. Aunque las noches suelen ser frescas, los canchales y rocas orientadas al sur pueden recalentarse mucho durante los días soleados. Al atardecer se escucha en los lagos de montaña la dulce algarabía de breves silbidos que emiten docenas de sapos parteros. El matorral de montaña está entonces en plena floración, con amplio despliegue de colores púrpuras y amarillos en brezales, piornales y escobares. Zumban y revolotean multitud de insectos. Una mariposa de color verde que frecuenta estos ambientes desde junio es Callophrys rubi. Su larva se ha alimentado de arbustos de escobas, genistas, zarzas, arándanos, etc. durante el invierno, y ahora ya se ve revolotear a la mariposa adulta. Compartiendo esos ambientes, el escribano montesino emprende su segunda puesta del

púrpuras y amarillos, y en él zumban y revolotean multitud de insectos (página anterior, una ladera del Cascayón, Caso). La siempreviva picante (Sedum acre, debajo), asociada al serpol (Thymus sp.),

florece a finales de primavera e inicios de verano, formando matillas cuajadas de flores de un amarillo chillón que recubren muros y roquedos en zonas soleadas de la montaña.

año. Por entonces, en la repisa de su nido, el pollo de águila real acaba de emplumarse. Es ya un juvenil y está haciendo ejercicios de musculación para abandonar el nido en unos días. También están muy crecidas, en estos inicios del verano entre junio y julio, las cigüeñas blancas que han criado sobre un «teito» en Santa María del Puerto (Somiedo). Otras aves ya han dejado el nido, como los jóvenes alimoches y los treparriscos, que deambulan por las paredes del cortado rocoso donde nacieron. Los reptiles de montaña están terminando sus violentos cortejos a base de mordiscos, persecuciones y cópulas breves. Algunos ya están efectuando la puesta, como las lagartijas roquera y serrana, que ahora aprovechan la abundancia de coleópteros. Por entonces los lobeznos dejan de mamar y abandonan la lobera entre rocas y brezos del canchal. Comienzan ahora a acompañar a sus padres en la búsqueda de alimento, recibiendo con ello las lecciones más importantes para desenvolverse en el futuro por su cuenta. verano

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Durante los meses de verano son muchas las plantas que continúan en flor, tiñendo de color desde las dunas costeras hasta los roquedos de la alta montaña. La oferta de colores y formas

es inagotable, pues hay que aprovechar la abundancia de insectos y las favorables condiciones de temperatura y luz para polinizar las flores y desarrollar las semillas antes

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de que vuelvan los fríos. En esta página, de izquierda a derecha y de arriba abajo, Myosotis alpestris (lago La Almagrera, Somiedo), Chaenorhinum origanifolium (Peña

del Viento, Caso), Iberis carnosa (El Crestón, Caso) y Centaurium sp. (Ponga). En la página siguiente, ramillete de siempreniña (Erinus alpinus, La Cardosa, Caso).


verano

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calores y tormentas A medida que avanza julio y ya metidos en pleno verano, llegan días calurosos, que pueden ser incómodos para algunas especies animales. Algunas ranas, tritones, salamandras, e incluso el lirón careto optan por refugiarse de los calores interrumpiendo la actividad si el verano se presenta muy caluroso. Este letargo es conocido como estivación, aunque es de breve duración, dado que en Asturias los calores no son tan extremos y duraderos como en otras regiones. Pese a haber perdido la borra del pelaje invernal, los mamíferos no están muy cómodos en los días de calor, reposando adormilados en las horas centrales del día y aumentando su actividad en el crepúsculo y de noche. Sin embargo, para los reptiles es la ocasión perfecta de poner sus huevos, ya que el calor del verano se encargará de su incubación. El lagarto verde y verdinegro están concluyendo sus puestas, comenzadas en mayo y junio. Entierran algo los huevos en suelos con poca vegetación, confiándole al sol su incubación, que durará entre 232 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

2 y 3 meses. La culebra de collar está aprovechando por la misma razón la ocasión para efectuar su puesta bajo montones de hojas, trozos de madera o estiércol (la descomposición de estos productos genera calor, que ayuda a la incubación). La culebra lisa europea se caldea en la mañana para emprender su caza de lagartijas, aunque no desdeñará los huevos que encuentre de otros reptiles. La víbora de Seoane reposa en las horas de más calor para emprender su mayor actividad en el crepúsculo y en la noche, en busca de micromamíferos y sus crías, salamandras, tritones, ranas y algún pájaro. De día, no dejará de capturar alguna lagartija o lución. Cualquiera de estos y otros reptiles tiene razones para alarmarse cuando su territorio es sobrevolado por la culebrera europea, cuyo juvenil está próximo a saltar del nido a un posadero cercano. También sobrevuelan los cielos de julio jóvenes ratoneros, aviones, golondrinas y vencejos, y en la noche los cárabos interrumpen unas semanas su ulular. Por entonces ya vuelan las jóvenes lechuzas, que


Llegado el verano, las jóvenes cigüeñas blancas nacidas en lo alto de un «teito» somedano están próximas a abandonar el nido. Las parejas de cigüeña que han criado en Asturias son por el momento muy escasas, aunque, dada la expansión poblacional de la especie, es previsible que en años venideros anide cada vez en más lugares del Principado (página anterior). Al igual que las cigüeñas, el alimoche (derecha) y el autillo (debajo) son aves que, acabado el verano, migrarán al continente africano para pasar allí el invierno. Durante los meses estivales, sus juveniles abandonan los nidos y, ayudados por sus padres, se entrenan y fortalecen para el gran viaje.

aprovechan la abundancia de pequeños mamíferos y sus crías en dispersión. Como ellas han dejado el nido los jóvenes autillos que, posados en alguna rama o cable, aguardan a que sus padres acudan con alguna mariposa nocturna para alimentarlos. En la montaña están criando los roqueros rojos, acentores, escribanos, bisbitas y gorriones alpinos. Mientras, los jóvenes treparriscos ya deambulan con sus padres por canchales y roquedos en busca de pequeñas arañas, insectos y otros artrópodos. En este mes de julio, el juvenil de águila real abandona el nido y en los cielos del valle se recorta la silueta de un nuevo príncipe de las aves, acompañando a sus padres, que le enseñarán a perfeccionar su vuelo y las artes de la caza. El joven buitre, tras una prolongadísima estancia en el nido, y como animado al ver al águila, también salta del mismo poco después. Sin embargo, no se toma de momento tanto interés como el joven águila. A veces sencillamente se posa en el nido de un congénere con otros buitres de su generación que esperan allí a ser verano

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La cazadora de serpientes. Cualquier reptil tiene razones para alarmarse cuando su territorio es sobrevolado por la blanca silueta de la culebrera europea. Localizada su presa, cae sobre ella y, si no es grande, se la lleva

aún viva hasta un posadero. Si se trata de una gran culebra o víbora la matará antes de levantar el vuelo. Frecuentemente las víboras intentan defenderse mordiéndola en los muslos, pero el espeso plumaje que los protege

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y los saltos de la rapaz para esquivarla evitan la mordedura del reptil, que le resultaría probablemente mortal. En una ocasión (debajo, izquierda), llegó al nido con un lagarto cuya cola y patas posteriores asomaban fuera del

pico. Se trata de una captura poco habitual (sólo el 4 % de sus presas son lagartos). En la foto superior se aprecia como el pollo, ya crecido, no precisa de la ayuda del adulto para ingerir una gran víbora melánica.


Esta culebrera, fotografiada en su nido sobre una encina carrasca de los Picos de Europa a finales de junio, acudía a cebar a su pollo con sus capturas. Habitualmente llegaba con grandes culebras cuyas colas salían fuera del pico y aún se retorcían en torno a su cabeza (página anterior, debajo, derecha). Izquierda: La culebra lisa europea (Coronella austriaca) es una de sus posibles presas, capaz de encaramarse a arbustos y matorrales.

verano

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En los roquedos y pastizales subalpinos y alpinos encontramos espectaculares floraciones en julio y agosto. La flora de la alta montaña está en su mayoría especializada en este duro medio, que pocas plantas soportan. El relativo aislamiento de la cordillera Cantábrica ha favorecido además la aparición de endemismos, esto es, especies no existentes en ningún otro lugar. El esfuerzo físico de llegar a los roquedos y pastizales de montaña tiene como recompensa descubrir y disfrutar de la belleza de estas flores poco conocidas. En esta página, lino bravo (Linum narbonense) y una Euphrasia sp. Página siguiente, arriba, cantarillo velloso (Androsace villosa). Debajo: la flor de las agullas (Geranium sanguineum) está presente en los meses estivales en matorrales, zonas pedregosas y en prados cerca de las «sebes».

cebados. Tampoco la joven culebrera parece tener mucha prisa por aprender las técnicas de vuelo y caza. A mediados de julio abandona el nido, pero tan sólo para posarse en otro árbol o posadero próximo y seguir siendo alimentada por sus padres unas semanas más. Los rebecos ocupan ya por entonces las zonas más altas y agrestes de sus montañas, en las cercanías de los neveros y pastizales alpinos. En estos ambientes encontramos una espectacular floración en julio y agosto. Son flores diferentes, algunas desconocidas para quien no frecuenta estos lugares, pero sumamente hermosas. La flora de alta montaña está en gran parte especializada en este duro medio, que pocas plantas soportan, aunque algunas se encuentran también en niveles inferiores. El relativo aislamiento de la cordillera Cantábrica ha favorecido además la aparición de endemismos, esto es, especies no existentes en ningún otro lugar. El esfuerzo físico de llegar a esos roquedos y pastizales de montaña tiene entonces su recompensa. Captarán la atención del paseante atento multitud de flo236 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

res de vivos colores, como el Sedum acre, extrañas orquídeas como Nigritella gabasiana, las hermosas siemprevivas (Sempervivum cantabricum), y otras llamativas flores, como los ramilletes de blancas saxífragas, Helianthemum croceum subsp. cantabricum, Androsace villosa, Gentiana verna, G. lutea («xanzana»), G. angustifolia, Linaria alpina, Campanula rotundifolia, etc. Todas ellas están aprovechando la ausencia de heladas, las horas de luz y buenas temperaturas para desarrollar su ciclo biológico anual, pues en pocas semanas se acabarán las condiciones favorables. En estos prados de montaña, pero a menos de 1800 m, veremos por entonces algunos saltamontes peculiares, como Psophus stridulus, cuyo nombre científico hace referencia al estridente vuelo del macho. Ya en agosto aparecerán otros como Arcyptera fusca y Aeropus sibiricus. Volviendo a los valles colinos, en estos finales de julio descubriremos en las «sebes» y zarzales los adultos de la mantis religiosa,


recién aparecidos por entonces. Son insectos alargados de color verde o parduzco, que pliegan sus patas anteriores en una actitud de oración, lo que les ha valido también el nombre de «santateresas». Sin embargo, esa postura de recogimiento no es precisamente religiosa, sino que esconde a un temible depredador de otros insectos. Sus patas recogidas están provistas de temibles púas y se comportan como pinzas captoras cuando la mantis las extiende con rapidez para capturar a su presa. Una vez atrapada, la acerca a su cabeza giratoria (su movilidad y forma de observar el entorno nos hacen olvidarnos de que se trata de un insecto) y comienza a devorarla con gran velocidad, aún viva. Por entonces el carbayo está terminando de desplegar su segunda generación de hojas. Ha sufrido tanta agresión por los insectos en las primeras, que estas nuevas hojas no le vienen nada mal para terminar de aprovechar la estación favorable. Brotan en vástagos y son más alargadas y pálidas que sus predecesoras. En otoño caerá el vástago verano

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A mediados de verano se descubren en las «sebes» y zarzales unos terribles cazadores de insectos. Se trata de los adultos de las mantis religiosas. Su postura de espera con las patas

anteriores plegadas en actitud de oración también les ha valido el nombre de «santateresas». Sin embargo, esta postura de recogimiento no es precisamente religiosa. Las patas

completo junto con las demás hojas. Esta segunda foliación es más frecuente en árboles jóvenes y apenas es atacada por los insectos. En el suelo, las fresas silvestres ya ofrecen frutos a la fauna. Tan delicioso y accesible manjar dura poco tiempo sin ser aprovechado por alguno de los muchos animales que aprecian su sabor y propiedades nutritivas. Incluso muchos carnívoros como zorros y mustélidos complementarán su dieta con esas fresas silvestres. Otros frutos están próximos a aparecer: los rosales silvestres han perdido sus flores y los escaramujos están casi maduros. En zonas bajas del monte, también a los arándanos les quedan pocos días para ofrecerse de alimento a la fauna. A mediados de verano los venados machos se agrupan en rebaños. Ya tienen entonces listos sus cuernos. En sólo 4 meses han desarrollado hasta 7 kg de material óseo nuevo y ahora están eliminando el terciopelo que alimentó ese crecimiento. Probablemente el ciervo siente entonces un intenso picor que le obliga a 238 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

plegadas están provistas de temibles púas que se comportan como pinzas captoras cuando la mantis las extiende con rapidez para atrapar a su presa. A continuación, la acerca a su cabeza

y comienza a devorarla con gran velocidad, aún viva. Sus cópulas son también dramáticas, pues la hembra considera al macho una posible presa y pocos sobreviven.

restregar los cuernos contra los árboles y arbustos (escodaderos). El terciopelo se arranca en forma de jirones sanguinolentos que pronto quedan secos y colgando. Son las llamadas «correas», que a medida que el venado sigue restregándose en los escodaderos, terminan por desprenderse. Así llega agosto y ya los días se van notando más cortos. La llegada de algún frente húmedo alivia los calores de julio y deja unos días las cumbres cubiertas de una niebla espesa y húmeda, el «borrín». Como en meses precedentes, también en el valle puede tronar y estallar alguna tormenta de verano. En este mes se recogía la escanda y el cáñamo. En los maizales las plantas ya espigan y se aprecian las «panoyas», resultando entonces convenientes las lluvias ( «el agua’n mayo da payar, y en agosto maizal»). En el monte, la vegetación prácticamente ha concluido su crecimiento anual. Es momento de concentrarse en formar las yemas que contienen los primodios de las hojas que se desplegarán el próximo año, bien empaquetadas





Los calores estivales, humedecidos por la evapotranspiración de las plantas y el polvo atmosférico crean ambientes con calimas que siluetean el paisaje (doble página anterior, Picos de Europa). En agosto, los días ya se van notando más cortos y, al igual que en meses anteriores, puede tronar y estallar alguna tormenta de verano. En la imagen, un rayo en plena tormenta crea una macabra imagen sobre el cementerio de Mohías (Coaña) en una noche de agosto.

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Las mariposas nocturnas son especialmente abundantes en los meses estivales. Vemos aquí la euplagia de cuatro puntos (Euplagia quadripunctaria, izquierda), que aunque vuela y liba durante el día, tampoco es decididamente diurna. A la derecha, la maravilla de día

escasa (Moma alpium), cuyo hermoso dibujo y colorido la hacen invisible al posarse sobre un tronco con líquenes. Un ejemplo del mimetismo alcanzado por las mariposas nocturnas nos lo demuestra la de la fotografía inferior, descansando durante el día sobre un muro pintado. Casi cualquier especie

puede ser presa de murciélagos como el grande de herradura (Rhinolophus ferrumequinum, página siguiente), cuyas crías, nacidas a principios de verano, ya están independizándose a mediados de agosto. Curiosamente, algunas mariposas nocturnas han desarrollado un mecanismo disuasorio

ante los murciélagos: emitiendo ciertas señales ultrasónicas informan al mamífero volador de que en caso de ser comidas, su sabor no es precisamente delicioso. Después de algunas desagradables experiencias, los murciélagos reconocen esos sonidos y las dejan en paz.

para resistir el invierno, aún lejano pero inexorable. Las plantas también aprovechan el cese de crecimiento para avanzar la maduración de sus frutos, y de hecho, algunos ya comienzan a estar maduros en la segunda quincena del mes, como las zarzamoras, arándanos, cornejos, grosellas, aladierno, saúco, etc. Estos frutos serán ávidamente buscados por las aves migratorias que necesitan engordar y hacer acopio de grasa para utilizarla como combustible en sus largos viajes. Así, el papamoscas cerrojillo se atiborra ahora de frutos de cornejo, ayudando a la dispersión de sus semillas a la vez que engorda y se fortalece para su largo viaje. En estos preparativos algunas especies casi duplican entonces su peso, como el autillo (aunque con otra dieta). En los valles boscosos se escuchan, ya desde mediados de julio y hasta mediados de agosto, los ladridos de los corzos al atardecer en medio de la espesura. Están en celo, y los machos se dedican a perseguir a cualquier hembra que pase por su territorio. Dejan 244 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


constancia de su presencia con sus glándulas olorosas, situadas en la base de los cuernos, que restriegan contra las cortezas. Entre olisqueos, silbidos y alguna pelea con machos rivales, el corzo corretea tras la hembra, a veces en círculo en torno a una roca o a un árbol. Tras las cópulas y como ocurre con los osos y mustélidos, la implantación del óvulo fecundado se pospone, en el caso del corzo, hasta la época navideña. Gracias a ello, cuando nacen las crías cinco meses después (mayo), el monte ofrece las mejores condiciones meteorológicas y de alimento (brotes de árboles y arbustos) para sacar adelante a los corcinos. Si al atardecer se escuchan los «ladridos» del corzo, en las noches de agosto se puede oír un sonido más sobrecogedor, que nos remonta al invierno: el lobo aúlla en los valles agrestes. Los lobeznos ya están crecidos y espabilados, de forma que estos aullidos de sus padres intentan mantener la cohesión del grupo en la noche. Además del corzo, también están en celo y acoplamientos el murciélago

común y el nóctulo común, así como el tejón y la culebra lisa (ambos por segunda vez en el año). Por los bordes de los caminos florecen algunas plantas en pleno agosto, como el tóxico beleño, el hinojo (cuyas ramas cortadas huelen a anís), la verbena, la correhuela (trepadora de grandes flores blancas), etc. Mientras, en los zarzales van madurando las moras. Estos frutos son el primer gran festín que las plantas van a ofrecer próximamente a los animales, y hasta los carnívoros aparcan por unos momentos sus hábitos y se apuntan a la invitación. Acuden por entonces al zarzal desde los más grandes a los más pequeños. Entre los más asiduos están los ratones, topillos, lirones, martas, zorros, corzos, osos, etc., y por supuesto un gran número de aves. Algunos páridos se toman el trabajo de extraer las semillas y así tomar sólo la pulpa, pero la mayoría de los que acuden a las moras no se andan con esas exquisiteces y las tragan completas. Es lo que quería la planta, pues de esta manera sus semillas, que atraviesan intactas el verano

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Durante el verano, los pulgones producen sin cesar nuevas generaciones: las hembras paren nuevas crías, también hembras, sin que sea preciso que un macho las haya fecundado. Sólo al llegar el otoño parirán machos y hembras, que copularán y pondrán huevos de los que volverán a salir hembras en la siguiente primavera. Los pulgones pican los vasos liberianos de las

plantas y se alimentan de la savia, cuya digestión parcial les hace eliminar por el ano un líquido azucarado muy apreciado por ciertas hormigas. Éstas «ordeñan» a sus rebaños de pulgones, presionándoles el extremo del abdomen con sus patas y antenas para estimularlos a expulsar ese dulce «rocío de miel». Los pulgones también obtienen beneficio, pues algunas hormigas los

tubo digestivo, son diseminadas con los excrementos del animal por cualquier sitio. En estos zarzales y «sebes» ocurre por entonces la dramática cópula de la mantis religiosa. Un pequeño movimiento incorrecto por parte del macho y la hembra lo devorará, considerándolo como cualquier otra presa. Incluso decapitado, o parcialmente devorado, el cuerpo del macho continúa acoplado a la hembra. Muy pocos machos salen vivos de su lance sexual. Por entonces en los nidos de avispas están naciendo los machos y hembras fértiles, que copulan sobre el propio avispero. Presagiando la tormenta, las hormigas emprenden su breve vuelo nupcial. Salen entonces un gran número de machos y hembras alados que efectuarán sus acoplamientos en pleno vuelo. Esto supone un festín para los pájaros insectívoros, y más aún cuando centenares de machos agotados caen al suelo tras su vuelo nupcial. Las hembras llegan de nuevo al suelo fertilizadas y buscan un lugar en el que fundar su propio hormiguero, comenzando a poner huevos. Si el vuelo nupcial no fue largo y cae 248 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

defienden activamente de sus agresores. Aparte de las mariquitas, uno de los más temibles es la Chrysopa (doble página anterior), que mata a los pulgones inyectándoles un líquido venenoso capaz de deshacer su interior en tan sólo un minuto. Acto seguido succiona el contenido licuado hasta no dejar más que el envoltorio. Las larvas de las crisopas se colocan esas vainas vacías sobre su dorso

piloso, empleándolas como un macabro camuflaje. Página siguiente: concluido su periodo reproductor, los tritones abandonan las charcas y lagunas en los meses estivales. Amparados por el frescor húmedo de la noche, deambulan entre la hojarasca, hierbas y musgo del suelo en busca de invertebrados. En la imagen, un tritón palmeado.

en las cercanías del hormiguero donde nació, puede volver a él sin mayor temor, pues la reina acepta sin problemas la ayuda de sus hijas en la puesta de huevos. Otros muchos insectos, desde mariposas a chicharras y saltamontes, liberan sus feromonas (aromas sexuales) para indicar su posición a los individuos del otro sexo. La hembra de la luciérnaga utiliza un sistema diferente: al anochecer, entre la hierba, enciende la luz en su abdomen. Esta señal es capaz de atraer a un macho desde 100 metros de distancia. En el momento de la cópula, ambos cónyuges apagan la luz, para evitar que acudan otros machos. Durante la fase larvaria, la luciérnaga (voraz devoradora entonces de caracoles) también emite luz, esta vez como defensa con la que asustar a sus atacantes (anfibios, reptiles y micromamíferos). La luz producida es consecuencia de reacciones bioquímicas en las que la enzima luciferasa cataliza los procesos más importantes generadores de fotones luminosos.


Agosto es además época de algunos nacimientos, sobre todo entre los reptiles. Eclosionan por entonces los huevos de lagartijas serranas y los lagartos verde y verdinegro, de los que salen crías que se esforzarán en las semanas siguientes para poder alimentarse y fortalecerse antes del letargo que impondrá la estación fría. Amparados por el frescor húmedo de la noche, se ven también jóvenes tritones jaspeados deambulando por pastizales y claros de bosques húmedos en busca de insectos. Como otras crías de reptiles y anfibios que están naciendo en este mes, tienen que engordar y prepararse para el invierno. En lagos y abrevaderos de alta montaña, los tritones alpinos salen ya del agua, concluida la reproducción. Demasiado tarde por este año para sus larvas, pues se acerca la estación desfavorable y la gran mayoría no habrán tenido tiempo suficiente para completar su metamorfosis, así que tendrán que esperar al año próximo, haciendo frente al invierno dentro del agua. Claro que no estarán solas, pues la mayoría de los

anfibios que se han reproducido aquí, como el sapo partero, tienen el mismo problema. Mientras en las zonas de matorral montano los escribanos y acentores apuran sus últimas crianzas del año, las jóvenes chovas piquirrojas y piquigualdas ya han abandonado la cercana sima caliza y están comenzando a descubrir las luces y el paisaje de la montaña en cuyo oscuro seno nacieron. Pronto forman bandos que prospectan refugios y bares de montaña o conocidos destinos de rutas montañeras donde encontrar restos de bocadillos y comida. Asimismo revisan pastos alpinos y terrenos labrados cercanos a los pueblos en busca de invertebrados y semillas. Más abajo, en el bosque, los jóvenes gavilanes son ya volantones y pronto saldrán del nido. Aún no están diestros en el arte de capturar a pequeños pájaros, por lo que antes se entrenan con grandes escarabajos e insectos voladores. En los valles y campiñas arboladas se escuchan las incesantes llamadas de los jóvenes ratoneros a sus verano

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Durante el verano la reducción de los días se va haciendo cada vez más significativa, acelerándose la pérdida diaria de minutos de luz. Muchos pájaros migradores ya no esperan más: es la señal para partir hacia el sur. En el monte la vegetación prácticamente ha concluido su crecimiento anual.

Llega el momento de formar las yemas con los primodios de las hojas que se desplegarán el próximo año, bien empaquetadas para resistir el invierno, aún lejano pero inexorable (página siguiente, Picos de Europa y Monte Pedrosu desde las cercanías del Collau Granceno, Peloño, Ponga).

padres. También los pollos de los vencejos han abandonado el nido y vuelan con sus padres sobre pueblos y ciudades, capturando infinidad de mosquitos y pequeños insectos. Están ya próximos a emprender viaje hacia el sur de África. Como vimos, ya no volverán a posarse en tierra hasta su regreso en el año próximo, tiempo que será aún mayor (casi dos años) para los jóvenes, pues el siguiente año todavía no podrán reproducirse. Una vez dejados los nidos, llega un largo periodo de ayuno para los chinches de las golondrinas que no se hayan aferrado al plumaje de vencejos, golondrinas o aviones, pues deberán aguardar sin alimento en los nidos hasta el regreso de estas aves en la siguiente primavera. Mediado agosto, la joven culebrera por fin se decide a comenzar sus vuelos. Necesita aprender y ejercitarse en los mismos con sus padres y ya no queda mucho tiempo para ello, pues pronto la familia al completo se irá para África. Además de los vencejos y culebreras, otras muchas aves migratorias se están preparando para el viaje, 250 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

Las plantas aprovechan los días todavía luminosos y largos para avanzar la maduración de los frutos. Uno de los primeros en ofrecerse a la fauna es la fresa silvestre o «viruébano» (debajo), aunque un fruto tan apetitoso y llamativo poco va a durar sin ser comido.

apurando su alimentación con frutos e insectos y constituyendo bandos. Desde finales de julio, el mosquitero papialbo ha comenzado a abandonar los hayedos rocosos a los que había llegado en mayo y ya viaja rumbo al Sahel, al sur del Sahara. El chotacabras gris reprime sus deseos de seguir el ejemplo de mosquiteros y vencejos y se atreve en agosto con una segunda puesta en el suelo de «felechales» y zonas de matorral, pues la abundancia de mariposas nocturnas en este mes es notable y no es cosa de desaprovecharla. Los chotacabras que se deciden a repetir puesta en agosto retrasan, pues, su viaje de vuelta hasta octubre.

frutos para el viaje A medida que termina agosto, la reducción de los días ya es muy significativa: aunque todavía falta un mes para el equinoccio de otoño, la pérdida diaria de minutos de luz se acelera, alcanzando valores en torno a 3 minutos menos de luz por jornada. Muchos


pájaros migradores ya no esperan más: es la señal para partir hacia el sur. Entre agosto y septiembre dejan nuestros campos y bosques los colirrojos reales, roqueros rojos, currucas mosquiteras, mosquiteros musicales y silbadores, escribanos hortelanos, vencejos, abubillas, oropéndolas y codornices. Algunas aves sedentarias comienzan a hacerse gregarias, como los gorriones alpinos. El trepador azul divaga y sale del bosque a la campiña arbolada en busca de avellanas, aún madurando pero ya comestibles. Tal vez se encuentre en los «ablanos» con un grupo de lirones grises, que desde el crepúsculo nos delatan su presencia al partir las cáscaras de las avellanas. También la lavandera cascadeña desciende a niveles más bajos del río, donde conseguirá más fácilmente comida en la estación desfavorable. Por entonces, la víbora de Seoane completa su segunda muda anual y comienzan sus partos, alumbrando una media de 5 o 6 viboreznos que nacen envueltos en una membrana transparente de la que pronto salen para comenzar a

buscar pequeñas presas. Otro que está de partos es el lución, que alumbra de noche entre 6 y 24 crías. Siguen naciendo otros reptiles, esta vez de huevos incubados por el calor ambiental: terminando agosto todavía nacen algunos lagartos y lagartijas como la de bocage, de turbera y serrana. Todos estos jóvenes reptiles intentarán alimentarse de los aún abundantes invertebrados que encuentren para afrontar el letargo invernal en buenas condiciones físicas. Por fin los arandanales de los bosques y matorrales han madurado sus frutos altamente energéticos y sabrosos. Los osos han acabado el periodo de celo y se pasan los finales de agosto e inicios de septiembre en estos lugares durante horas, pelando las matas con sus incisivos. A veces el plantígrado se reclina o se sienta, acercando las ramas a su boca y devorando cada día varios miles de arándanos. También ingiere otros frutos carnosos que encuentra, como los del escuernacabras, moras, fresas, etc., complementándolos con los resultados de algún saqueo a hormigueros y colmenas o con alguna verano

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A medida que se atenúa el intenso amarillo de la primavera e inicios de verano en los escobares, sus flores van siendo sustituidas por los frutos, empaquetados en vainas pilosas y con aspecto de legumbre aplanada. Al madurar, se presentan cada vez más rígidas, negras y secas, y un roce las hace abrirse bruscamente, liberando las semillas. Desde finales de agosto, la nueza ya ofrece sus frutos, tóxicos para el hombre (debajo). A medida que van madurando cambian de color, por lo que sus racimos muestran una hermosa policromía en septiembre. Página siguiente: Los días calurosos de verano las plantas aumentan la evaporación de agua a través de los estomas de sus hojas (evapotranspiración) para refrigerarse. Miles de litros vuelven a la atmósfera cada día en un valle, sobre todo si las plantas disponen de agua suficiente para reemplazar la perdida. Al retirarse el sol, el aire húmedo se enfría y aparecen nieblas en los fondos de valle, como éste de Saliencia (Somiedo).

carroña. Otro animal que aprovecha los arándanos en el suelo del bosque es el urogallo. Esta pequeña mata es de suma importancia en su vida, junto con el acebo. Los montes de urogallo siempre tienen buenas extensiones de arándanos en el sotobosque y en su entorno, y no sólo porque el ave aproveche los frutos, sino porque en el invierno avanzado, cuando aún escasea la comida, puede recurrir a sus ramas y brotes. Adentrados ya en septiembre, llega el momento de reconocer que el verano se acaba. Los días ya se notan más cortos, sólo algo superiores a las noches. Las temperaturas refrescan y hay cada vez más días de precipitaciones, lo que no impide que alternen con días despejados de atmósfera limpia y libre de calima. En referencia a esa alternancia, suele decirse de Septiembre que «o lleva los puentes, o seca les fuentes». Aprovechando el frescor y humedad, los prados reverdecen algo, en una especie de segunda primavera, pero la fauna no se deja engañar. Sus relojes biológicos ya han advertido a los ani252 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

males que va a llegar pronto el otoño. Las aves migratorias que no han partido ya, se disponen a hacerlo, formando bandos. Así, entre «maullidos», los abejeros europeos forman pequeños grupos y parten al sur del Sahara. También se van las culebreras, águilas calzadas, alimoches, autillos, currucas, palomas torcaces (otras llegan de centroeuropa), mosquiteros ibéricos, zarceros comunes, papamoscas cerrojillos, colirrojos reales, torcecuellos, buscarlas pintojas, codornices, aviones comunes, golondrinas comunes y dáuricas, alcaudones, collalbas gris y rubia, etc. Algunos viajan de noche (torcecuellos, codornices, currucas, mosquiteros...), reponiendo fuerzas de día en bosquetes, sotos y matorrales en los que aún encuentran insectos. Un caso curioso es el del alcaudón dorsirrojo, famoso por su costumbre de ensartar algunas de sus presas (lagartijas, musarañas, ratones, insectos...) en espineras y arbustos similares. La originalidad de su viaje migratorio se debe a que en lugar de pasar a África desde el sur de España, sigue una ruta alternativa, encaminándose a


Italia, península de los Balcanes y Grecia. Desde allí cruza el Mediterráneo, llegando a las costas egipcias, pero aún le queda mucho trayecto, pues su destino final son los desiertos de Namibia y Kalahari principalmente. Los viajes migratorios de aves europeas que pasan por Asturias permiten el avistamiento de especies poco frecuentes en el Principado, como el carricerín común o el ruiseñor común, y por los puertos y collados de la cordillera se ven bandos de aves rumbo al sur que no sólo proceden de Asturias, sino de otras regiones de Europa. Mientras los bosques y campiñas se vacían de pájaros veraneantes, los residentes todo el año intentan atiborrarse de frutos para almacenar suficiente grasa a tiempo. Aunque el bosque muestra sus hojas envejecidas y deterioradas después de meses recibiendo radiación solar y ataques de insectos, sus árboles y arbustos terminan ahora de madurar los frutos, proporcionándoselos a la fauna en el momento preciso. Ya hay ahora una buena oferta de moras, endri-

nos, cornejos, etc. En septiembre maduran los racimos negros colgantes con frutos del saúco, ricos en vitamina C, y los más espigados del sanjuanín (aligustre); a medida que avanza el mes, aparecen los primeros frutos rojos del madroño (a la vez en flor), serbal, mostajo, espinera, tejo y escaramujos del rosal. Estos últimos vienen bien encapsulados y resistirán bien la intemperie, incluso hasta el invierno. Antes de decidirse por el color rojo, los frutos de la nueza y la dulcamara (dos plantas trepadoras del sotobosque) pasan por una abundante gama de tonos verdosos, amarillos y anaranjados, ofreciendo coloridos racimos en este mes. Ambos son tóxicos para el hombre, pero no para algunos mamíferos y aves. También el arce tiene a punto sus frutos alados, pequeñas maravillas aerodinámicas que usarán las brisas de septiembre para dispersarse, cayendo a distancia como pequeños helicópteros. Por entonces los higos están maduros y los insectos sufren una irresistible atracción por sus líquidos azucarados. Algo más atrasados verano

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Mientras en septiembre los bosques y las campiñas se vacían de pájaros veraneantes, los animales residentes todo el año comienzan a aprovechar

la oferta de frutos preparándose para el invierno. Algunos crearán despensas, y otros las aportarán consigo en forma de grasa que, además, les abrigará. Ya

y aún verdes están los frutos tipo nuez: las bellotas de robles y encinas ya están formadas, pero todavía están verdes o empezando a «tostarse». Tampoco se han abierto aún las cúpulas leñosas que envuelven los hayucos terminando de madurar, y el castaño aún tiene sus «erizos» verdes. Las avellanas, en cambio, ya están a punto y empieza su recogida a lo largo de este mes. En las pomaradas están comenzando a madurar las manzanas. Es época de desenterrar la cosecha de patatas. Si el mes viene lluvioso ya pueden brotar ciertas especies de hongos, sobre todo de los géneros Russula, Boletus, Agaricus, Amanita, Lactarius, etc. El gregarismo sigue ganando adeptos entre las aves residentes. Los jilgueros, por ejemplo, forman entonces bandos de hasta 50 individuos buscando semillas de cardos y otras plantas en eriales, rastrojeras y pastizales. Dentro de unas semanas se incorporarán a ellos congéneres europeos que vienen a invernar a Asturias. También los mitos forman grupos con individuos de varias familias y comienzan 254 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

hay en-tonces crecientes cantidades de moras, endrinos, arándanos, cornejos, saúcos, madroños, nuezas, dulcamaras etc. Este ratón de campo,

que seguirá sacando camadas adelante aún en las próximas semanas, no desperdiciará esta abundancia de alimento.

sus prospecciones por las copas de los árboles, que se prolongarán durante el otoño e invierno. Las jóvenes águilas reales abandonan la tutela paterna. Sus vuelos erráticos las van alejando del valle donde nacieron, vagabundeando en busca de un teritorio vacante. Como ellos, los jóvenes arrendajos están ya en dispersión, mientras la lechuza se atreve a veces con su tercera puesta a las puertas del otoño. Antes de que los fríos acaben con sus vidas, ponen huevos las mantis religiosas (en las plantas) y los saltamontes (enterrados en el suelo), pero en ambos casos no eclosionarán hasta la próxima primavera. En los robles, olmos, sauces y avellanos las orugas del bucéfalo o pájaro luna devoran sin cesar las hojas, aunque no son las únicas. En los arbustos, las grandes orugas de esfíngidos, como la esfinge de la correhuela bajan al suelo para buscar un refugio en el que pasar el invierno en forma de crisálida hasta emerger como insecto adulto en la siguiente primavera.


Seguida por sus crecidos rayones, ya casi jabatos, una hembra de jabalí atraviesa un matorral todavía florido a finales de agosto. En esta época es

uno de los animales que aprovechará la generosa oferta de semillas y frutos para atiborrarse y engordar antes de que llegue el invierno.

En general, los insectos aún están activos en septiembre, pero algunos ya están muriendo o refugiándose, como los escarabajos sanjuaneros. Sin embargo, también hay nacimientos ahora de segundas generaciones del año, como en el caso de las típulas, mariquitas y mariposas vulcanas. Entre los mamíferos hay una importante actividad preotoñal: los tejones buscan ávidamente frutos, al igual que los lirones grises y caretos, ratones, topillos y ardillas. Tampoco los desprecian los erizos, acompañados ahora de sus crías jóvenes, ni los jabalíes, que empiezan a sentir los ardores del celo: los machos afilan los colmillos y se acercan a los grupos de hembras con jóvenes. Dada la irregular actividad de cría de los jabalíes, puede haber partos en esta época. Lo mismo ocurre con el gato montés, el erizo, la comadreja, etc., aunque es más frecuente verlos entonces con sus crías crecidas. Las de la comadreja, armiño, gato, etc., suelen ser bastante juguetonas, aunque no dejarán de prestar atención a su madre para aprender a cazar, entrenándose por ejemplo con «saltapraos».

Página siguiente: preparadas para el viaje, un grupo de golondrinas se reúne sobre un cable. A partir de septiembre emprenden viaje para

pasar el invierno en el África subsahariana. Su imagen «haciendo las maletas» es suficientemente representativa: el verano se acaba...

Los jóvenes zorros están más avanzados: han abandonado la tutela paterna y vagan por los montes en busca de su propio territorio. Los murciélagos capturan en la noche cuantos insectos pueden antes de que su número se reduzca en el otoño. Deben engordar y acumular grasas para afrontar la hibernación. Algunas especies también efectuarán entonces apareamientos, antes del sueño invernal. Después de unos días de lluvias y temperaturas frescas, a mediados de septiembre, en los valles se escucharán unos bramidos prolongados que recuerdan a largos mugidos de un toro. Ha comenzado la berrea del venado. Ningún sonido del monte resulta tan representativo de la llegada del otoño como los sobrecogedores bramidos de los ciervos respondiéndose, resonando y propagándose con el eco por el valle al oscurecer o al amanecer. Mientras, en el suelo, las quitameriendas y el cólquico, ambas en flor, nos confirman que el otoño ya ha llegado al monte, aunque aún falten unos días para el solsticio que inaugura esa hermosa estación. verano

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OTOテ前



Al llegar el equinoccio del otoño (21-23 de septiembre), los días se igualan a las noches, alcanzándose una situación similar a la de 6 meses atrás, en el equinoccio de primavera (21-23 de marzo). Sin embargo, las circunstancias son ahora muy diferentes para los seres vivos. Así como en el equinoccio de primavera todo eran proyectos y euforia ante la llegada de la temporada favorable, ahora es época de prepararse para tiempos más duros, pues los relojes biológicos de plantas y animales no se equivocan. En la primavera eran los días quienes ganaban terreno a las noches y ahora la situación es inversa. A partir del equinoccio que marca el inicio del otoño las noches comienzan a superar en duración a las horas de luz, y además a un ritmo rápido: cada día dura unos tres minutos menos que el anterior, lo que significa que en el transcurso del mes de octubre se va a perder en torno a hora y media en la duración de los días. Por entonces, los calores estivales han desaparecido. Las temperaturas refrescan o enfrían francamente. La llegada de vientos del sur puede volver a templar el ambiente, pero también pueden venir algunos días de borrascas frías y lluviosas. El mar vuelve a presentarse agitado y gris de vez en cuando... Página anterior: a partir del equinoccio que inaugura el otoño las noches comienzan a superar a las horas de luz. Los calores estivales han desaparecido y vuelven las borrascas y la humedad. Llega el gran momento para los hongos, como la primavera lo fue para las plantas con flores. Ha comenzado una de las estaciones más hermosas del año, anunciada por la sobrecogedora berrea del venado. El monte se muestra generoso y más bello que nunca, oliendo a humus y ofreciendo abundantes frutos a la fauna en el mejor momento. Pronto llegarán las escaseces invernales y hay que prepararse engordando o acumulando los frutos que ahora abundan.

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Si en Asturias la reducción de las horas de luz y los cambios climatológicos son claramente perceptibles, en el norte de Europa resultan mucho más exagerados y drásticos. Millones de aves ponen

rumbo al sur, huyendo de las crudas e interminables noches del norte. La mayoría se dirigen a África. Desde finales del verano y durante todo el otoño, miles de aves migratorias pasan por las costas asturianas. Con

la gran migración Si en Asturias estos cambios en la duración del día y en la meteorología son claramente perceptibles, en el norte de Europa son mucho más exagerados y drásticos. La reducción de los días es allí (65° de latitud norte) de unos siete minutos por jornada y han vuelto los hielos, nieves y ventiscas. La migración hacia los cuarteles de invierno ya no puede esperar más para la mayoría de las especies. Millones de aves ponen rumbo al sur, huyendo de las crudas e interminables noches del invierno ártico. La mayoría se dirigen a África, continente al que acceden por tres rutas básicas: estrecho de Gibraltar (al que llegan volando sobre la península o contorneando sus costas), mar de Sicilia y canal de Suez. Las que llegan a la península Ibérica se encuentran dos importantes barreras geográficas, los Pirineos y la cordillera Cantábrica, que tienden a rodear por sus extremos. Debido a ello, desde finales del verano y durante todo el otoño, miles de aves migratorias pasan por las costas asturianas

frecuencia se detienen en nuestras rías y playas a descansar y reponer fuerzas. Algunas incluso deciden quedarse con nosotros, escogiendo a Asturias como destino de invierno. Las oleadas de aves migratorias se

acrecientan cuando los temporales de frío y nieve azotan el norte de Europa. Representativas de esta situación son las avefrías. Este bando acababa de llegar a los «porreos» de Villaviciosa tras una ola de frío otoñal en el norte.

rumbo al sur. Con frecuencia se detienen unos días en nuestras rías, playas y estuarios a descansar y reponer fuerzas antes de proseguir viaje. A veces un violento temporal marítimo empuja a las que viajan mar adentro hacia la costa, obligándolas a hacer una pausa. Otras tienen a Asturias como destino de invierno y se quedan con nosotros esa estación. Pero no todo son llegadas: terminada su reproducción, las aves de estancia estival ya se han ido o están terminando de hacerlo. Por todo ello, mientras las cumbres y los bosques montanos van quedando silenciosos y aparentemente vacíos a lo largo del otoño e invierno, en la costa hay por entonces un creciente bullicio de aves migratorias llegando o de paso. Ellas son las principales protagonistas del otoño en el litoral astur. Desde finales del verano van llegando o pasando pequeños grupos de elegantes avocetas, archibebes comunes, búhos campestres, pagazas piconegras y piquirrojas, etc., a los que se incorporan progresivamente agachadizas comunes, agujas colinegras, águilas pescadoras, otoño

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En otoño la meteorología es muy variable en Asturias. Las temperaturas van refrescándose o enfriando francamente. La llegada de vientos del sur, secos y cálidos («veranín de San Miguel», «viento de les castañes», etc.) puede volver a templar el ambiente, pero también se van haciendo cada vez más frecuentes las borrascas frías y lluviosas a medida que nos acercamos a los límites del frente polar. El mar vuelve a presentarse agitado y gris de vez en cuando, pudiendo aparecer ya alguna que otra galerna a medida que avanza la estación. En esas situaciones las aves que viajan mar adentro son empujadas hacia la costa, viéndose obligadas a hacer una pausa. En la fotografía, un día de borrasca en la playa de Gavieiru, Cudillero.

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oto単o

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Desde finales del verano se incrementa la presencia de garzas reales en ríos, embalses y rías. Llegan en bandos, con vuelo pausado y lento, con el cuello replegado. La garza captura peces y anfibios en aguas

someras, caminando lentamente y también permaneciendo inmóvil mientras sus ojos escudriñan el entorno. Con un brusco y certero arponazo atrapan a las presas, que pueden incluir también a reptiles

alcaravanes, tórtolas comunes, cormoranes, gaviotas cabecinegras, tridáctilas y sombrías, gaviones, negrones comunes, etc. Aunque comenzaron en verano, en el otoño se registran los pasos más masivos de alcatraces ante nuestras costas. Otras aves siguen rutas migratorias mar adentro y son difíciles de ver en la costa salvo que las acerque un temporal. Es el caso de los falaropos picogruesos y los págalos grande, parásito y pomarino. Con aspecto de gaviotas, los págalos son auténticos piratas entre las aves marinas, cuya agresividad y tamaño les permite robar la comida o presas que gaviotas u otras aves consiguen, obligándolas incluso a regurgitarla. Muchos págalos grandes se quedan a invernar en el Cantábrico, siguiendo a los pesqueros incluso hasta los puertos, para aprovechar los despojos y descartes de sus capturas (en el otoño siguen pescándose sardinas, chicharros, merluzas, etc.). Otro residente en las aguas cantábricas lejanas a la costa durante el otoño e invierno es el paíño boreal. Sus parientes los paíños europeos ya han abandonado sus colonias costeras 264 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

y micromamíferos. Su presencia en Asturias es creciente, permaneciendo individuos inmaduros en el verano. Tal vez en unos años comience a nidificar en el Principado, como ya lo hace la garceta común (derecha), en el Castrón

de Santiuste (Llanes). Esta hermosa ave blanca también se encuentra ya todo el año en Asturias, pero es en el otoño cuando aumentan sus efectivos en los medios húmedos, como la presente fotografiada en la ría del Eo.

de cría, y en estos meses otoñales constituyen bandos erráticos por las aguas de la plataforma continental del Cantábrico. La gaviota de Sabine, de origen circumpolar, no prolonga su estancia a los meses de invierno, pues prefiere para ello las costas sudafricanas donde entonces es verano. Como ella, la pardela pichoneta, que ha pasado el verano en aguas cantábricas, pone rumbo al sur para invernar en las costas brasileñas y argentinas, donde pronto será verano. En estos días de octubre comienzan a pasar diversas especies de anátidas con rumbo al oeste, aunque algunas permanecerán en Asturias parte del otoño y/o invierno. Se ven por entonces grupos de ánades rabudos y frisos, silbones europeos, porrones moñudos y europeos, cucharas, cercetas comunes, negrones, etc. Su llegada o paso por Asturias se incrementará a medida que avance el otoño, acentuándose en caso de temporales fríos más al norte. En esta época vienen estrenando su plumaje nupcial, tras la «mancada» o muda efectuada hace pocos meses en su residencia estival. También se divisan


en los medios húmedos algunas aves acuáticas que van llegando, como somormujos lavancos, garzas reales, rascones (que refuerzan la población local), correlimos oscuros (habituales en la bahía de Gijón), etc. Incluso puede detectarse ya la discreta presencia de algún alcaraván, escuchándose su canto en las noches ventosas en «porreos» y eriales de la rasa costera. Mucho más numerosa es la llegada de grandes bandos de estorninos pintos desde otros países europeos. En los atardeceres otoñales llaman la atención las sincronizadas evoluciones de sus bandadas en vuelo, buscando ya dormideros en los que pasar la noche. Cuando por fin esa nube alada escoge el árbol o grupo de árboles en los que descansar, sus cientos de integrantes se van posando y ocupando las ramas, que se curvan con el peso, en medio de una gran algarabía y lluvia de excrementos. Otras aves cuyo paso es detectable por la costa en octubre son las alondras comunes, que con vientos y temporales fríos del norte y

nordeste, entran masivamente desde el mar a la rasa costera. También abundan mucho los mosquiteros musicales, pequeñas aves de tan sólo 10 gramos de peso, pero que efectúan trayectos de entre 4.000 y 14.000 km. Los que pasan por Asturias proceden principalmente de las islas Británicas y oeste de Francia, camino de Senegal y Guinea, por lo que su trayecto es relativamente corto si se compara el de sus congéneres siberianos, que llegan a África del sur. Por campos y rastrojeras se ven bandos de jilgueros (llegados a Asturias para invernar), verderones comunes y herrerillos comunes. Estos últimos, habituales pobladores de bosques y arboledas, están diversificando entonces sus preferencias de hábitat y no resulta raro verlos en marismas, carrizales y juncales costeros. Como ellos, las lavanderas blancas cambian de hábitos y ambientes. Se hacen gregarias y abandonan los medios húmedos para dormir comunalmente y buscar comida por la campiña y poblaciones en los meses próximos. Además llegan por entonces sus congéneres europeos otoño

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A medida que avanza el otoño, los ríos bajan cada vez más crecidos y cargados de hojas. Tras reponer las reservas de agua en el suelo, menguadas durante el verano, los excesos del agua de lluvia engruesan el caudal de arroyos y ríos (río del

Infierno, Caso). Es la oportunidad para el salmón (derecha), que gracias a la crecida puede continuar el remonte del río hacia las áreas de freza. Llegado de Groenlandia, ha reconocido el río donde nació, adentrándose por su cauce hasta un

invernantes, de dorso negro. En cambio, su pariente la lavandera boyera sigue en octubre abandonando los campos del litoral rumbo al sur del Sahara.

remontando el río No sólo son aves los recién llegados a nuestras rías y estuarios en los meses de otoño. En las noches de luna nueva miles de angulas comienzan a adentrarse por sus cauces. Han nacido a más de 4.000 km de Asturias, en el mar de los Sargazos, y en forma de larvas aplanadas y transparentes fueron arrastradas por la corriente del Golfo durante 3 años hasta las costas cantábricas. En ellas se encuentran con las anguilas adultas que, tras una prolongada estancia de años en el río y después de sufrir una serie de adaptaciones fisiológicas y morfológicas, están abandonando para siempre el medio fluvial para emprender su último viaje de vuelta a donde nacieron. Son las llamadas anguilas plateadas, que han acumulado grasas para su viaje 266 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

desnivel infranqueable sin suficiente caudal, aguardando pacientemente en las pozas este momento. Con el río tronando, la resistencia que ofrece la corriente es mayor, pero esto es menos problemático para este vigoroso pez que el escaso caudal de

días anteriores, que le impedía remontar rápidos y pequeñas cascadas por el riesgo de quedar varado en seco. Su instinto reproductor es aún más intenso que la fuerza del río y sus cascadas (Caño, Cangas de Onís).

hasta el lejano mar que las vio nacer, pues ya no se alimentarán más. Salen del río en septiembre y octubre con pesos que alcanzan los 3,5 kg y avanzan durante 6-8 meses hacia el mar de los Sargazos, al que llegan en la primavera siguiente (o un año después según algunos investigadores). Tras efectuar la freza en aguas profundas, los debilitados y agotados progenitores se abandonan a la corriente y la gravedad, hundiéndose lentamente y muriendo allí donde nacieron años atrás. Como las angulas, las lampreas adultas comienzan a remontar el río durante la noche, completando su maduración sexual en estos meses iniciales del otoño. Ellas sí van a reproducirse en el río, aunque la freza todavía deberá esperar unos meses, pues ese proceso ocurrirá sobre todo en la siguiente primavera. También el salmón atlántico está remontando el río. Ha pasado varios años en el estrecho de Davis, entre Groenlandia y Canadá, alimentándose y engordando gracias al abundante «krill» y pescado allí presentes. Pero



hace unos meses, un fuerte instinto hizo que el salmón, como añorando sus orígenes, emprendiese un largo viaje de vuelta al río que le vio nacer. Gracias a su olfato, reconoció las aguas del estuario donde terminó su maduración como «esguín» años atrás. Cargado de grasas y aceites como combustible, pues ya dejó de alimentarse, el salmón ha remontado el tramo bajo y parte del medio del río, hasta llegar a un desnivel infranqueable sin suficiente caudal. Tras permanecer en las pozas durante las últimas semanas estivales, la llegada de las primeras lluvias importantes del otoño hace que el río aumente su caudal. La resistencia que ofrece la corriente es mayor, pero esto no es mucho problema para un pez con la potencia de desplazamiento del salmón. Sí lo era, en cambio, el escaso caudal que le impedía remontar rápidos y pequeñas cascadas, por el riesgo de quedar varado en seco. Por ello ha esperado semanas en las tranquilas pozas, y gracias a esas lluvias copiosas ahora puede continuar subiendo río arriba, saltando hasta tres metros para superar las cas268 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

cadas. El salmón insistirá hasta conseguirlo, aunque a veces sufrirá traumatismos y heridas al caer o golpearse contra las piedras. No dejará de intentarlo incluso a través del chorro principal de la cascada mediante potentes batidas de su aleta caudal. Su instinto reproductor es aún mas intenso que la fuerza del río y sus cascadas. Durante su ascenso hacia las áreas de freza a lo largo del otoño, el macho termina de adquirir su librea nupcial a base de grandes manchas rojizas y amarillentas con halos más claros. La mandíbula inferior adopta una agresiva forma de gancho al crecer su tejido cartilaginoso. Con ella intentará empujar y expulsar a otros machos que osen acudir al frezadero que él ocupe. No sólo los salmones y las lampreas remontan el río en otoño. También lo están haciendo las truchas y sus congéneres migradores, los reos, que han vuelto del mar. Ambos suben a efectuar la freza, aunque suelen hacerla algo después que el salmón, ya en pleno invierno. También un anfibio saca provecho de las lluvias y crecidas:


Durante su ascenso hacia las áreas de freza a lo largo del otoño, los machos de salmón (izquierda) terminan de adquirir su librea nupcial a base de grandes manchas rojizas y amarillentas con halos más claros. La mandíbula inferior adopta una agresiva forma de gancho al crecer su tejido cartilaginoso. Con ella intentará empujar y expulsar a otros machos que osen acudir al frezadero que él ocupe. Derecha: las abundantes lluvias del otoño embeben y saturan de humedad los bosques de montaña. El humus forestal se comporta como una esponja captadora de los excesos de agua llegados con lluvias torrenciales, lo que previene bruscos incrementos de caudal y riadas en condiciones normales. Además, el bosque irá devolviendo el agua a su ciclo natural de forma gradual y dosificada, conservando y surtiendo las fuentes y arroyos por más tiempo que otros medios de vegetación más pobre (arroyo en el bosque de Valgrande, Lena).

gracias a ellas, la salamandra rabilarga puede regresar a los arroyos y torrentes que casi se habían secado en el verano, después de pasar esa estación en cuevas, minas abandonadas o en tramos más inferiores del río. Los últimos tritones jaspeados y sapos parteros juveniles completan su metamorfosis mientras nacen las crías de culebra viperina y de collar. Todos ellos intentarán aprovechar los últimos recursos alimenticios que les brinda el río y sus riberas para fortalecerse antes del letargo invernal. En este mes de octubre, los árboles ribereños (chopos, olmos, sauces, fresnos) comienzan a amarillear sus hojas. Mientras bajo la superficie los salmónidos y lampreas luchan contra el río crecido y tumultuoso, los jóvenes mirlos acuáticos, ruiseñores bastardos y martines pescadores exploran el curso del mismo en busca de un territorio vacante. En secretas madrigueras ocultas entre la vegetación ribereña está naciendo la segunda generación de dos especies

de musarañas acuáticas, los musgaños de Cabrera y los musgaños patiblancos. También hay celos y cortejos en los medios acuáticos durante este mes. Así, los cangrejos de río autóctonos siguen enfrascados en sus enfrentamientos nupciales, aferrándose con sus pinzas mutuamente durante horas. Sus parientes las «ñoclas» (cangrejo buey) y bogavantes están en plena reproducción en aguas marinas. Las hembras han efectuado previamente una muda y se encuentran con los machos. En el caso del bogavante, la hembra se reclina en decúbito dorsal y recoge el espermatóforo (paquete de esperma) del macho, que conservará hasta el próximo verano, cuando efectúe la fecundación y puesta de sus huevos. También la «ñocla» demora ese proceso, pues alberga bajo su abdomen entre 400.000 y 3 millones de huevos, efectuando la puesta en aguas lejos de la costa a finales del otoño de ese mismo año o del siguiente. otoño

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En los octubres lluviosos, cerca de falsos azafranes y quitameriendas brotan los aparatos reproductores de unos seres difícilmente encasillables en los reinos animal o vegetal: los hongos. Para ellos ha llegado el

momento de reproducirse y ahora asoman al mundo exterior los órganos encargados de ello, los llamados cuerpos fructíferos o simplemente «setas». En la imagen Hygrocybe coccinea brotando junto a un falso

el gran regalo de las plantas Las lluvias de septiembre y octubre traen consigo un reverdecimiento de los prados segados en verano, e incluso la floración de algunas plantas como la hierba cuajadera (Galium verum) o la hiedra (Hedera helix). Esta última ofrece sus discretas flores verdosas a gran número de insectos, que resistirán los finales del otoño aprovechando su néctar. Muchos encontrarán en la hiedra su última comida, bien antes de morir o de refugiarse. Otras plantas florecen por segunda vez en el año, como el rosal silvestre o algunas violetas. También las hay que han conservado flores hasta entonces, como la falsa ortiga (Lamium maculatum), Calamintha ascendens, algunas verónicas, llantenes, etc. Los brezales aparecen todavía profusamente floridos con brezos de distintas especies (Daboecia cantabrica, Calluna vulgaris, Erica spp.) y algunas árgomas (Ulex gallii, U. cantabricus). Pero si unas flores caracterizan la llegada del otoño son las quitameriendas, cólquicos y azafranes 272 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

azafrán (Crocus sp). Doble página anterior: Los helechos también están listos para su reproducción: en el envés de sus hojas los soros contienen los esporangios, repletos de esporas, que una vez liberadas se dispersarán y

germinarán en otros lugares. Allí darán lugar al llamado prótalo, en el que los gametos de la planta aprovecharán la humedad otoñal para realizar la fecundación y originar así el embrión de un nuevo helecho.

falsos y locos. El nombre de «quitameriendas» alude a su aparición cuando ya los días se acortaron notablemente, impidiendo las meriendas campestres que sí eran factibles en verano. Algunos ganaderos asocian su aparición al agotamiento de los prados y pastizales en los que brotan. Respecto al cólquico, se trata de una planta venenosa, cuyos bulbos y semillas contienen colquicina, capaz de bloquear las divisiones celulares. Los cuadros clínicos que producen son parecidos a la intoxicación por arsénico, lo que también le ha valido el nombre de «arsénico vegetal». Es frecuente que en los octubres lluviosos, cerca de azafranes, cólquicos y quitameriendas, o en el suelo del bosque, comiencen a brotar los aparatos reproductores de unos seres difícilmente encasillables en los reinos animal o vegetal. Se trata de los hongos, que durante el resto del año han llevado una vida oculta y discreta en forma de frágiles filamentos que avanzan bajo el suelo y el humus,


Apelotonados en un tronco caído hace años, un grupo de Coprinus micaceus se dispone a liberar sus esporas negruzcas. Esta especie, como la Calocera de la imagen inferior, vive en la madera muerta, ayudando a su

descomposición. Las hifas de estos hongos saprófitos invaden los tejidos muertos, desintegrándolos y liberando de los mismos componentes más simples que son fácilmente asimilables por animales microscópicos y por las

raíces de las plantas. En unos años el gran tronco de un haya caída al suelo del bosque se habrá transformado en humus gracias a la acción combinada de bacterias, insectos, protozoos, y sobre todo, hongos. Su función en la

naturaleza es pues, transcendental. De no ser por ellos, la acumulación de ramas y hojas caídas no descompuestas acabaría por asfixiar con el tiempo incluso las copas de los árboles.

penetran en maderas muertas, etc., disolviendo la materia orgánica y liberando nutrientes asimilables de nuevo por las plantas. Cada uno de estos filamentos o hifas puede tener menos de 1 mm de diámetro y forman complejas redes entrelazadas denominadas micelios. La densidad de los mismos es tal que, reunidos en conjunto, pesarían varias toneladas por hectárea. Además, estos discretos y ocultos seres baten muchos de los récords habituales de animales y plantas. Baste el siguiente ejemplo: en un paseo por el bosque no es difícil encontrar cerca de troncos y tocones de árboles las agrupaciones de unos hongos cuyo sombrero, frecuentemente agrietado, tiene una cutícula de color miel. Se trata de la especie Armillariella mellea, pero lo que estamos viendo de ese organismo es mucho menos que la «punta del iceberg» del mismo. Algunos investigadores calculan que el oculto micelio de uno solo de estos seres se desparrama por 15 hectáreas de suelo forestal, pesando 100 toneladas y con una edad de unos 1500 años. otoño

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La estación de los hongos: si la primavera es la estación de las flores, el otoño lo es de los hongos. Al igual que las flores de las plantas, las setas y «hongos» son los órganos reproductores de estos curiosos seres. Durante el resto del año han llevado una vida oculta y discreta, en forma de frágiles hilos y filamentos que avanzan bajo el suelo y el humus, penetran en maderas muertas, etc., disolviendo la materia orgánica y liberando nutrientes asimilables de nuevo por las plantas. Cada uno de esos filamentos o hifas puede tener menos de un milímetro de diámetro y forman complejas redes entrelazadas entre sí denominadas micelios. La densidad de los mismos es tal que, reunidas en conjunto, pueden pesar varias toneladas por hectárea. Llegado el momento de la reproducción, los micelios desarrollan y hacen brotar al exterior los llamados cuerpos fructíferos, en los que se producen las esporas del hongo que lo propagarán a distancia. Es frecuente que estos cuerpos fructíferos se designen con el nombre de la totalidad del organismo, es decir, como «hongos». Las formas y colores de los mismos son variadísimas, desde las conocidas «setas» con sombrero y pie (derecha) hasta los extraños y curiosos hongos de la página anterior. Entre ellos destacan algunos de aspecto gelatinoso y con vivos colores. Otros nos sorprenden en el momento de liberar las esporas: el llamado «cuesco de lobo» (Lycoperdon sp, tercero de izquierda a derecha) libera como un fuelle una nube de esporas al ser rozado o al caerle una gota agua de lluvia. Éstas son tan pequeñas (menores que nuestros glóbulos rojos) y ligeras que se incorporan con facilidad a las corrientes de aire atmosféricas, pudiendo viajar miles de kilómetros e incluso alcanzar otros continentes antes de volver al suelo con el agua de lluvia.


La mucídula viscosa (Oudmansiella mucida) es un bonito hongo blanquecino que brota en las ramas muertas de las hayas. La espesa mucosidad a la que debe su nombre

es muy notable en los días húmedos, llegando entonces a gotear. Lycogala epidendron (debajo) es otro hongo que vive sobre la madera muerta, contribuyendo a su

descomposición. En su fase joven muestra un color anaranjado, pero a medida que madura se presenta de un color gris cada vez más oscuro.

En el otoño, para los hongos también ha llegado el momento de reproducirse y ahora asoman al mundo exterior sus órganos reproductores, los cuerpos fructíferos o simplemente «setas», que pueden brotar aisladas, en grupos compactos u ordenadas en línea o en círculos conocidos como «corros de brujas». En las setas se producen las esporas del hongo, que lo propagarán a distancia. Su capacidad de diseminación puede ser muy elevada. Así las esporas de los cuescos de lobo son tan livianas que se incorporan con facilidad a las corrientes aéreas, habiéndose encontrado en capas altas de la atmósfera. Desde allí son fácilmente arrastradas por todo el planeta, descendiendo con el agua de lluvia para brotar en ambientes adecuados. Con las lluvias del otoño llega el momento de las setas, y comienzan a brotar lepiotas, coprinos, boletos, níscalos, tricholomas, amanitas, pardinas, Entoloma, Cortinarius, pardillas, etc., así como un sinnúmero de especies de cuerpos fructíferos más discretos en 276 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


Octubre es época de frutos. Muchos habían comenzado a aparecer a finales de septiembre, como este cornejo, pero es ahora cuando se presentan en mayor número y más maduros. La oferta de alimento

suculento a la fauna no es gratuita. El secreto propósito de la planta es utilizar al animal para dispersar sus semillas en forma de excrementos, despensas, etc. Para las aves que van a emprender la migración es una

tamaño, pero con vistosos colores o aspectos (Ramalina, Aleuria, Tremella, Calocera, etc.). Los helechos también tienen ya listas sus esporas en los esporangios del envés de sus hojas, y algunas especies comienzan a amarillear las mismas. Octubre es época de frutos. Muchos habían comenzado a aparecer a finales del verano, pero es ahora cuando se presentan en mayor número y más maduros. La profusión de flores de pasadas estaciones se ha transformado ahora en millones de semillas apetitosamente empaquetadas en forma de bayas y nueces. Como también habían hecho en la época de floración con el néctar y polen, la oferta de alimento suculento a la fauna no es gratuito. El secreto propósito de la planta es utilizar de nuevo a los animales, esta vez para que estos dispersen sus semillas en forma de excrementos, despensas, etc., beneficiándose mutuamente. Curiosamente algunos frutos resultan tóxicos para unas especies y no para otras. Esto se interpreta como un mecanismo de la planta para seleccionar a sus mejores agentes dispersores, sin

excelente ocasión de cargar combustible para el viaje, transformando los azúcares del fruto en grasas. Así, el papamoscas cerrojillo encuentra en los frutos del cornejo una oportuna oferta de

alimento que le permitirá engordar y fortalecerse para partir rumbo a África. También el cornejo obtiene un beneficio, pues el ave disemina sus semillas a otros lugares mediante los excrementos.

derrochar frutos con aquellas especies que les resultan poco eficaces. Si la baya fuese tóxica para toda la fauna, la planta no lograría dispersarse por este sistema. Frutos como los de la nueza, dulcamara, beleño, aro, etc., son muy tóxicos o mortales para el hombre, pero no para ciertos animales como mirlos, zorzales, palomas, babosas, caracoles, etc. En el caso de las aves, aprovechan las partes carnosas del fruto, dispersando con sus excrementos las semillas intactas e incluso «preactivadas» al haberse erosionado algo su cáscara por acción de los jugos digestivos. El monte es ahora un gran almacén de azúcares e hidratos de carbono, y estos llegan en buen momento, pues los animales se preparan para pasar el invierno y necesitan engordar o hacer despensas. Para las aves que van a emprender su migración es una excelente oportunidad de cargar combustible para el viaje, transformando esos azúcares en grasa. Madroños, endrinos, saúcos, tejos, cornejos, espineras, manzanos silvestres, fresnos, agracejos, mostajos, serbales, otoño

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El monte es ahora un gran almacén de azúcares. La profusión de flores de pasadas estaciones se ha transformado ahora en millones de semillas apetitosamente empaquetadas en forma de bayas y nueces. Los frutos han llegado en buen momento, pues los animales se preparan para pasar el invierno y necesitan engordar o hacer despensas. Curiosamente, algunos resultan tóxicos para unas especies y no para otras. Se trata de un mecanismo de la planta para seleccionar a sus mejores agentes dispersores, sin derrochar frutos y semillas con aquellos animales que le resultarán poco eficaces. Así, mientras para el hombre el madroño (derecha) resulta agradablemente comestible, los frutos del bonetero (página siguiente) son tóxicos, pero no para otros animales. La oferta de frutos es ahora tan generosa que hasta los más carnívoros son incapaces de despreciar esta abundancia en vísperas de la estación fría.

boneteros, robles, hayas, castaños, acebos, nogales, rosales silvestres, muérdago, etc., ofrecen a la fauna tal cantidad de alimento en vísperas de la estación fría que hasta los más carnívoros son incapaces de despreciar esta abundancia. De hecho, martas, garduñas, zorros, ginetas, e incluso lobos no le hacen ascos a las bayas en esta época. También algunas aves insectívoras se hacen ahora frugívoras, como el verderón serrano o el ruiseñor bastardo y las palomas torcaces se atiborran a bellotas, comiendo hasta 120 al día. La fauna parece saber que lo que ahora es abundancia se tornará en total escasez dentro de un par de meses. Algunos se dedican a crear despensas y almacenes a los que recurrir en el invierno. Por ejemplo, el «glayu» o arrendajo, gregario en esta época, entierra bellotas, hayucos y otros frutos en múltiples lugares, sin arriesgarse a que todo esté acumulado en una sola despensa, pues si es descubierta y saqueada por otro animal (jabalí, tejón, oso...) difícilmente podría sobrevivir al invierno. Creando muchas pequeñas despensas 278 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

siempre quedarán unas cuantas no descubiertas por otros animales a las que el «glayu» recurrirá en el invierno. El ave lleva varias bellotas en cada viaje, acumuladas en su distensible esófago, y las entierra individualmente, incluso haciendo previamente un agujero en el suelo. Tiene una buena memoria, y es capaz de encontrar sus pequeños tesoros incluso si la nieve cubre el lugar, pero su memoria tampoco es tan prodigiosa como para recordar todos sus escondrijos, de forma que muchas semillas quedan enterradas lejos de donde fueron recolectadas y sin ser recuperadas después, por lo que germinan en la siguiente primavera. Sin saberlo, el «glayu» es un estupendo agente dispersor de semillas para el bosque. Muchos roedores también acumulan nueces y frutos en despensas para el invierno, como las ardillas y ratones. Otros animales prefieren llevarse la despensa consigo en forma de una gruesa capa de grasa, que les proporcionará energía y aislamiento durante el invierno. En lugar de recolectar y esconder alimentos, se dedican a


oto単o

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Así como el soplido vivo de la primavera asciende valle arriba semana a semana, hasta alcanzar las más altas cumbres, los colores del otoño siguen un recorrido inverso. A medida que avanza la estación los arandanales de montaña comienzan a enrojecer (derecha, La Carba Valseco, LenaQuirós) y los contiguos abedulares de altura ya amarillean, brillando sus hojas como monedas de oro. Mientras, valle abajo, los bosques aún verdes se preparan para empezar su gala de color, anunciada por las especies más tempraneras, como cerezos y chopos. Según van pasando los días y nos acercamos a noviembre, la policromía otoñal va descendiendo por hayedos y bosques mixtos. El frío ha vuelto a los páramos subalpinos, y unos días de viento pueden deshojar los altos abedulares cuando otros bosques a menos altura comienzan su otoñada. Los rayos solares inciden ya más bajos, y pese a la evidente proximidad de la estación fría, algunas plantas se animan a florecer. Es el caso de diversas especies de azafranes silvestres (Crocus spp) y cólquicos, que pronto estarán rodeados de hojas recién caídas y de nuevos hongos

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El oso pardo cantábrico parece ahora insaciable, atiborrándose de frutos de todo tipo. Sus favoritos son las bellotas, hayucos, avellanas y castañas, pero no desprecia los frutos carnosos de todo tipo, como los escaramujos de la página siguiente

(debajo). El otoño demuestra como ninguna otra estación la íntima vinculación y dependencia del oso cantábrico con el bosque. El plantígrado llega a incrementar entre un 30 y un 40 % el peso que tenía en primavera, y eso son unas cuantas

atiborrarse de ellos y transformarlos en grasas. Esto es especialmente importante entre los animales que van a hibernar o que sin llegar a ese estado, se someterán a profundos y prolongados letargos. Por ello, lirones, tejones, erizos, etc., están engordando cuanto pueden, a la vez que preparan o acondicionan su refugio para el invierno. También los murciélagos siguen cazando insectos antes de que prácticamente desaparezcan. Algunos de ellos, como el murciélago ratonero, están además en época de cortejo y cópulas antes de encaminarse a sus refugios de invierno. Otros comienzan sus desplazamientos hacia zonas en las que la presencia de insectos se prolongará algunas semanas o meses más. El oso es otro de los animales que parece ahora insaciable. El 60 % de su alimentación son frutos secos, como bellotas, hayucos, avellanas y castañas; y el 25 % a base de frutos carnosos de todo tipo. No sólo consume los caídos al suelo, a veces trepa al árbol para acceder a ellos. El otoño demuestra como ninguna otra estación la íntima 282 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

docenas de kilos. Por cada día de buena alimentación otoñal, el oso forma suficiente grasa para cinco días de letargo invernal. Todo ello es posible gracias al elevado poder energético de los frutos que consume. Los años de buena montanera de

hayucos o bellotas son muy favorables para que las osas preñadas tengan éxito en su reproducción y para que los oseznos nacidos hace diez meses superen sin demasiados problemas su primer sueño invernal.

vinculación y dependencia del oso cantábrico con el bosque. Los años de buena montanera de hayucos o bellotas son muy favorables para que las osas preñadas tengan éxito en su reproducción y para que los oseznos nacidos hace 10 meses superen sin demasiados problemas su primer letargo invernal. Además, la facilidad de encontrar comida acorta dicho periodo, permaneciendo activo parte de la estación fría. En el otoño e inicios del invierno el oso llega a incrementar entre un 30 y un 40 % su peso respecto al que tenía en primavera y esto son unas cuantas docenas de kilos, con grosores de hasta 15 cm de panículo adiposo en la zona lumbar. Por cada día de buena alimentación otoñal, el plantígrado forma suficiente grasa para cinco días de letargo invernal. Todo ello es posible gracias al elevado poder energético de los frutos que consume. Por ejemplo, el 80 % de la materia seca de una castaña (que supone la mitad de su peso total) son hidratos de carbono que el metabolismo del oso reconvierte a


Muchos roedores que no hibernan, como este ratón de campo, acumulan nueces y otros frutos en despensas para el invierno. Desafortunadamente para la fauna, no todos los años hay abundancia de frutos en el monte. Estos ciclos de producción afectan

y alteran numéricamente a las poblaciones animales. Un otoño pródigo en hayucos permitirá a los roedores reproducirse con más éxito que nunca, de forma que en la siguiente primavera los campos y bosques se llenan de ratones y

topillos jóvenes, con aspecto de auténtica plaga. Como fueron los hayucos para ellos, estos micromamíferos son ahora una abundante fuente de alimento para todo tipo de carnívoros, que también podrán aumentar sus camadas. La

bellota o el hayuco se transformó en ratón, y éste en mustélido, gato, víbora, etc., cuyos incrementos demográficos motivan curiosas hipótesis acerca de repoblaciones faunísticas. Poco a poco la naturaleza irá recuperando su equilibrio.

grasas. Además, la castaña le brinda un 6 % de lípidos directos y un 8 % de proteínas. Desafortunadamente para la fauna, no todos los años hay abundancia de frutos en el monte, influyendo en ello los ciclos biológicos periódicos de las plantas y la climatología del año. Los años de buena producción de bellotas, un solo roble carbayo de buen porte es capaz de madurar 50.000 unidades, que se acumulan bajo su copa para delicia de jabalíes, osos, ardillas, arrendajos, etc. Cuando le toca el turno al haya, el suelo del bosque aparece literalmente cubierto de hayucos y de sus vainas abiertas. Estos ciclos de producción de frutos alteran numéricamente las poblaciones animales. Un otoño pródigo en hayucos permitirá a los roedores reproducirse con más éxito que nunca, de forma que en la siguiente primavera los campos y bosques se llenan de ratones y topillos jóvenes, con aspecto de auténtica plaga. Como eran los hayucos para ellos, estos micromamíferos son ahora una abundante fuente de alimento para todo tipo de carnívoros, desde mustélidos, ginetas, zorros otoño

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Algunos otoños con una aceptable producción de «fayucos» llegan a nuestros hayedos unos pájaros desde las remotas taigas de Siberia, Rusia y Escandinavia. Son los pinzones reales (izquierda), que han sustituido los inmensos abetales de aquellas regiones por nuestros hayedos, en los que pasarán el invierno. Para los jóvenes de muchas especies de aves, el otoño es época de dispersión, por lo que vagan por campos y bosques en busca de su propio territorio. Los jóvenes azores, que están perfeccionando su vuelo y refinando sus destrezas en la caza, tienen adecuadas presas por entonces (derecha).

y gatos monteses hasta rapaces diurnas y nocturnas, ofidios, etc. Son todos ellos los que a su vez van a tener entonces más alimento con el que sacar adelante a sus crías, con lo que el tamaño y número de las camadas aumenta en ese año. La bellota o el hayuco se transformó en ratón, y éste en mustélidos, gatos, víboras, etc. Estos incrementos demográficos en los que la naturaleza va recuperando progresivamente su equilibrio son los que motivan curiosas hipótesis de repoblaciones faunísticas desde avionetas o helicópteros. En realidad siempre suele haber una buena montanera de hayucos, bellotas o frutos carnosos el año previo, que ha «tirado» de toda la cadena trófica en consecuencia. Algunos otoños con una aceptable producción de «fayucos» llegan a nuestros hayedos unos pájaros desde las remotas taigas de Siberia, Rusia y Escandinavia. Son los pinzones reales, que han sustituido los inmensos abetales de aquellas regiones por nuestros hayedos, en los que pasarán el invierno. También acuden a pasar 284 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

esa estación en los montes y campiñas de Asturias ejemplares de otras especies de aves que refuerzan los efectivos de la población local residente. Es el caso de los pinzones comunes, mosquiteros comunes, petirrojos o «raitanes», acentores comunes, cernícalos, gavilanes, y algún que otro búho chico. Por contra se van de Asturias algunos efectivos de las especies residentes todo el año, como los gavilanes, búhos chicos, palomas torcaces, cernícalos, así como los últimos residentes estivales más remolones en su partida, como los abejeros europeos, alcotanes y los chotacabras grises que se habían animado a volver a criar en agosto. Para los jóvenes de muchas especies de aves, el otoño es época de dispersión, por lo que vagan por campos y bosques en busca de su propio territorio. Es el caso de los cárabos, búhos chicos (algunos se irán de Asturias), picapinos, gorriones, etc. Los también jóvenes azores, que están perfeccionando su vuelo y refinando sus destrezas en la caza, tienen adecuadas presas por entonces.



La berrea: Si hay un sonido emblemático del mes de octubre en nuestros montes es sin duda la berrea. Los impresionantes bramidos de los ciervos respondiéndose, resonando y propagándose por valles y bosques al atardecer y amanecer constituyen un espectáculo auditivo sobrecogedor. Los machos se acercan a los grupos de hembras y emiten sus apasionados bramidos,

bramidos de pasión Si hay un sonido emblemático del mes de octubre en nuestros montes, es sin duda la berrea. Los impresionantes bramidos de los ciervos respondiéndose, resonando y propagándose por valles y bosques al atardecer y amanecer constituyen un espectáculo auditivo sobrecogedor que acompaña a los hechos que estamos describiendo. Como ya dijimos, la berrea comenzó tras las primeras lluvias y frescores de mediados de septiembre, que inauguraban el otoño al menos desde el punto de vista climatológico. Hasta ese momento, los machos habían permanecido durante los meses estivales en grupos, desprendiendo el terciopelo de sus cuernas recién formadas, pero cuando llega la berrea, los grupos se disgregan y cada macho se acerca en solitario a un grupo de hembras. Por entonces su aspecto es espléndido, con el cuello más grueso y la laringe algo más desarrollada, que le permitirá emitir sus berridos profundos y graves. Con ellos tal vez intentan advertir a otros 286 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

advirtiendo a otros competidores de que allí se encuentra su territorio de cortejo y de que éste tiene propietario. Si otro macho hace caso omiso de sus amenazas, el combate está servido, trabando entonces los cuernos para «echar un pulso» ante la aparente indiferencia de las hembras. El vencedor proclama su triunfo con un berrido de victoria.

machos de que allí se encuentra su territorio de cortejo y de que éste tiene propietario. Olisquean el aire con el cuello extendido y ladeando la cabeza, en un intento de descubrir a las hembras también enceladas. A veces se revuelca en su propia orina, como intentando conseguir un olor más penetrante y seductor para las hembras. Una vez halladas, el venado adopta las actitudes de un perro pastor, pues las reúne en una pequeña manada, y cuando alguna se aleja, le corta la huida y la devuelve a su harén. No deja mientras tanto de berrear y, si se acerca otro macho sin hacer caso a sus amenazas, el combate está servido. En realidad los venados no entrechocan sus cuernos para herirse, sino tan sólo para trabarse ambos púgiles y a partir de ese momento «echar un pulso», empujándose mutuamente y girando la cabeza para intentar volcar al contrincante. Las hembras asisten indiferentes al combate, aceptando al vencedor, sea cual sea, que proclama su triunfo con un berrido de victoria. A pesar del aparente control que


ejerce el macho sobre su harén, son las hembras las que marcan el ritmo diario de actividad. El macho tolera los desplazamientos y actitudes de las hembras mientras no se disgregue el grupo. Son ellas quienes escogen los momentos de pastar, descansar o cambiar de zona. El ciervo puede pasarse un tiempo tumbado, pero cuando las hembras interrumpen su descanso y comienzan a deambular al atardecer, se levantará para acompañarlas y mantenerlas unidas en medio de constantes berridos de advertencia de su poderío a otros competidores que se intenten acercar a su harén. Si no deja de controlar a las hembras es porque cada una de ellas sólo será sexualmente receptiva durante unas 24 horas, y el venado no quiere que se le escape ese momento y mucho menos que lo aproveche otro macho. Después de excitados olisqueos y coqueteos llegará el momento de las cópulas, habitualmente realizadas desde el crepúsculo hasta el amanecer. Cuando a finales de octubre la berrea va concluyendo, los agotados venados habrán perdido un 20 % de su peso y se retirarán

solitarios a vagar por el monte. Ya no se preocuparán por las hembras entonces, sino por los perros y escopetas de los cazadores. Mientras berran los venados por los valles de buena parte de Asturias, los gamos del Sueve también comienzan su celo, conocido como «ronca», con hábitos similares a los de sus parientes. En esta época todos los animales del monte están más recelosos que nunca, siempre que el celo no los tenga obnubilados. Ha comenzado hace un mes la temporada de caza mayor, y las batidas y recechos, cuadrillas, perros y disparos resonando por el valle hacen a la fauna estar más precavida. Se cazan por entonces venados, corzos, jabalíes, rebecos y, desde mediados de octubre, gamos. En el pasado, se organizaban monterías en torno a Todos los Santos para abatir los osos y jabalíes que asolaban huertos y maizales, o que —caso del oso— asaltaban colmenas y «cortines». Como también hacen otras especies animales, en esta época las piezas cinegéticas ya han mudado su pelaje o están terminando de hacerlo, lo que las hace más otoño

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Los arandanales de altura ya tienen maduros los frutos (página siguiente), que asoman entre las hojas, ahora de hermosos tonos rojos y amarillos. Son de los últimos alimentos ofrecidos por la vegetación a la fauna de montaña,

aunque en cotas inferiores ya están presentes desde finales de verano. El oso es uno de sus más aficionados consumidores, que devora varios miles de arándanos al día. Al igual que el acebo (debajo), esta pequeña mata es

muy importante también para el urogallo, tanto por sus frutos en el otoño, como por sus ramas y brotes en el invierno avanzado. Las semillas del tejo (bajo estas líneas), también maduras, están parcialmente cubiertas

de una carnosidad roja (arilo), que es la única parte de toda la planta que no es venenosa. Diversas especies de pájaros las comen con avidez. La semilla sale intacta y bien abonada con los excrementos del ave.

vistosas y voluminosas. Los mamíferos están desarrollando la borra, un lanugo corto y espeso en contacto con la piel, que les protegerá de los fríos que se avecinan. Sus relojes biológicos han puesto en marcha ese proceso antes de que lleguen las bajas temperaturas para evitar que el animal pase frío mientras desarrolla la borra y el pelaje de invierno. A los rebecos les crecerá un pelo más denso, largo y grisáceo. Algo similar le ocurre al corzo, que va cambiando el color rojizo del verano por otro más grisáceo. Además, a partir de octubre, y hasta diciembre, se desprende de sus cuernos (desmogue), que regenerará durante el invierno. También zorros, jabalíes, lobos, etc., van mostrando un aspecto más imponente con sus nuevos abrigos de invierno y sus mayores depósitos de grasa. Como los mamíferos, las aves desarrollan un abrigo de invierno, reforzando su plumaje con un fino plumón (equivalente a la borra) que los protege del frío. Durante este interesante mes de octubre, todavía hay nacimientos entre los roedores (ardillas, ratones de campo, topillos...) y las 288 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


musarañas. Para otras crías llega el momento de la independencia: los jóvenes gatos monteses, armiños, tejones, turones, etc., dan por terminado su aprendizaje estival de caza y supervivencia y abandonan la tutela materna para emprender su propia aventura vital. Estimulados por la abundancia de alimento, los lirones caretos se están apareando mientras se preparan para la hibernación. No obstante, la camada resultante en esta ocasión se desarrollará más lentamente si es que sobrevive, al tener que hacer frente al invierno con pocas semanas de existencia. Entre las quitameriendas y lepiotas de los prados, los saltamontes introducen sus oviscaptos en el suelo para realizar sus puestas antes de morir. Cerca comienzan a proliferar los montoncillos de tierra extraída por los topillos al excavar sus galerías de cortejo. Ascendiendo en altura, encontraremos todavía algunas flores. En las paredes rocosas y pedregales, Erinus alpinus todavía conserva las últimas flores de los densos ramilletes que presentaba en el verano.

Algunos brezos siguen alegrando con sus colores el monte: es el caso de Erica vagans, E. cinerea, Daboecia cantabrica, etc. Los arandanales de altura, con hermosos tonos rojos y amarillos, están madurando sus frutos, como última oferta de alimento a la fauna de montaña. Los pájaros alpinos, que ya advierten la que se avecina, comienzan a descender progresivamente de nivel, primero al bosque y sus claros, piornales, etc., para llegar en unas semanas a la campiña de la base del valle, desfiladeros o incluso a la rasa costera. Acentores, bisbitas alpinos, escribanos montesinos, treparriscos, etc., comienzan a abandonar las cotas elevadas. Las chovas piquigualdas también han advertido la menor disponibilidad de alimentos en esos lugares. Cada vez efectúan desplazamientos más largos, prospectando en torno a los refugios y prados de montaña a la búsqueda de lombrices, grillos, saltamontes, frutos de endrino, zarzas, acebos, arándanos, hiedra, etc. otoño

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A finales de octubre llega el gran espectáculo de color a nuestros bosques. Cada especie de árbol y arbusto adopta su peculiar vestido de otoño, como intentando diferenciarse de los demás. Nuestros bosques de montaña se transforman en un mundo de colores, con todos los tonos imaginables de amarillos, ocres, rojos y anaranjados (derecha, monte las Secadas del Raigau, Caso). El cerezo silvestre (izquierda, en Quirós), es el pregonero del colorido que se avecina. Las tonalidades rojas y amarillas en sus copas destacan como llamaradas en el apagado y cansado verdor del monte. Pronto los árboles que le rodean seguirán su ejemplo. Mientras se recuerdan las ánimas de los difuntos, el monte revienta en colores (doble página siguiente, cercanías de Cerredo, Degaña).

el gran espectáculo A medida que avanza octubre se aproxima un gran acontecimiento en nuestros montes, casi diríamos que es el Gran Espectáculo del otoño. De nuevo el cerezo silvestre es el pregonero de la maravilla que se avecina. En los inicios de la primavera, su espectacular floración le hacía destacar entre el resto de los árboles del bosque aún aletargados, anunciándonos que pronto los campos y bosques seguirían su ejemplo. Ahora, en ese octubre florido de falsos azafranes, que suena a berrea y huele a humus, el cerezo vuelve a destacar entre todos los árboles. Si espectacular fue su floración, no menos lo son las tonalidades rojas y amarillas que ahora se combinan en sus copas, resaltando como llamaradas de color en el apagado y cansado verdor del monte. Pronto le acompañan algún avellano y fresno, aunque con más discreción, pues en sus copas se mezclan hojas aún verdosas con otras ya amarillentas. En el suelo, los helechos todavía erguidos se 290 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

ven de hermosos tonos amarillos contrastando con el verde apagado del bosque. Avanza el calendario y llegan los mágicos días anunciados por el cerezo. Entre los últimos días o semanas de octubre y los primeros de noviembre, mientras se recuerdan las ánimas de los difuntos, el monte revienta en colores. Cada especie de árbol y arbusto intenta diferenciarse de las demás con su peculiar vestido de otoño. Muchos parecen querer acaparar todos los tonos de la gama cálida, ya no en un mismo ejemplar, sino en tan sólo una rama. Nuestros bosques de montaña se transforman en un mundo de colores, con todos los tonos imaginables de amarillos, ocres, rojos y anaranjados, salpicados por alguna que otra pincelada verde oscura debida a los acebos y los tejos, que no se apuntan a la gran gala del color. Si la primavera sirvió de inspiración a todo tipo de artistas, también lo hizo el otoño. No es de extrañar, pues es en esta estación cuando la naturaleza nos presenta su faceta más artística en conjunto, no sólo por los


colores, sino por las luces bajas y contrastadas o difuminadas entre neblina, la incesante lluvia de hojas y los sentimientos melancólicos que esto produce en muchas personas. Ya sea causa de alegría o de tristeza, nadie debería dejar de disfrutar del otoño cada año, más aún considerando que Asturias es de las privilegiadas regiones del planeta en las que la vegetación predominante es caducifolia y por lo tanto, de vistosos otoños. Los cambios en la duración del día y la noche (fotoperiodo), indican al reloj biológico del árbol que se aproxima el invierno. Conservar las hojas anchas y planas sería un lujo poco útil, porque en esa estación la duración de los días es escasa y la luz incide muy baja, abundando además los días nublados y lluviosos. Todo ello resta eficacia a la fotosíntesis. Además, las hojas anchas están ya muy deterioradas por los insectos y la intemperie, y el agua del suelo se congelará alguna que otra vez en invierno, impidiendo en parte a las raíces su captación. Dado que la fotosíntesis precisa del agua, la «se-

quía» relativa que producirán las heladas en el suelo también desaconseja mantener funcionando ese proceso. Pero además, conservar las hojas podría ser hasta peligroso. Cierto es que sus formas anchas y planas son óptimas para captar la luz y desarrollar los procesos fotosintéticos en las estaciones favorables, pero en invierno acumularían grandes cantidades de nieve. Su peso podría entonces desgajar fácilmente grandes ramas o derribar el árbol por completo, sobre todo si además es azotado por fuertes vientos. Los contrastes anuales que nos ofrece el bosque atlántico caducifolio representan las respuestas del mismo a las variaciones climáticas que imponen las estaciones en nuestras latitudes. Producir cada año miles de hojas nuevas exige al árbol una importante inversión de nutrientes. Algunos investigadores estiman que en una hectárea de un denso robledal maduro puede haber en torno a 200 millones de hojas, una enorme biomasa que va a caer al suelo cada año. Por tanto, hay que recuperar de las hojas todo lo otoño

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Listos para el frío: La reducción de las horas de luz y el crecimiento de las noches indican al reloj biológico de los árboles que se aproxima el invierno. Conservar las hojas anchas y planas sería un lujo poco útil, pues en esa

estación la duración de los días es escasa, abundan las jornadas nubladas y lluviosas y el agua del suelo se congelará alguna que otra vez, impidiendo en parte a las raíces su captación. Además, las hojas están ya

muy deterioradas por los insectos y la intemperie, y su conservación podría ser incluso peligrosa, pues su forma aplanada facilitaría la acumulación de nieve en las ramas, El peso, entoces, podría desgajarlas, cuando no derribar

el árbol. Aunque producir cada año miles de hojas nuevas exige a la planta una importante inversión de nutrientes, parece preferible deshacerse de ellas antes de que las cosas se pongan peor (Hayedo de Redes, Caso).

otoño

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Hay que recuperar de las hojas todo lo aprovechable antes de eliminarlas, decomisando célula a célula los nutrientes que la planta puede acumular en ramas, tronco y raíces. El árbol va degradando la clorofila de sus hojas sin reponerla como en

anteriores estaciones. A medida que desaparece, van haciéndose visibles otros pigmentos que ya estaban presentes antes en la hoja, pero enmascarados, por la verde clorofila: son los carotenoides (rojos y anaranjados) y las xantofilas

aprovechable antes de eliminarlas, decomisando célula a célula los nutrientes que la planta puede acumular durante el invierno, y es precisamente este proceso el que causa el maravilloso despliegue de color del otoño: el árbol va degradando la clorofila de sus hojas sin reponerla como en otras estaciones. Debido a ello se hacen visibles otros pigmentos amarillos y rojizos que ya estaban presentes anteriormente en la hoja, pero enmascarados por la verde clorofila, como las amarillas xantofilas o los rojos y anaranjados carotenoides. Estos pigmentos accesorios, de hecho, se encargaban de proteger a la clorofila de los excesos de radiación solar para evitar que ésta se deteriore y se reduzca la fotosíntesis. Además son capaces de captar la energía asociada a ciertas longitudes de onda del espectro luminoso que la clorofila no es capaz de aprovechar, y se la transfieren a esta última, mejorando su rendimiento. Si estos pigmentos no se veían en la primavera y verano era por la abundancia de la verde clorofila a la que protegían y ayudaban. Ahora, libres del 296 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

(amarillas), que protegían y ayudaban a la clorofila a mejorar su rendimiento. Ahora, libres del protagonismo de esta última, nos muestran toda la belleza de sus tonalidades (debajo, rama de haya en Peloño, Ponga). A la vez se forman unas barreras en la base

del peciolo que van cerrando y estrangulando la unión de la hoja a la rama. Ésta se hace cada vez más débil, hasta desprenderse ayudada por la brisa (derecha, hayedo de Monasterio de Hermo, Cangas del Narcea).

protagonismo de esta última, nos muestran toda la belleza de sus tonalidades. Simultáneamente, en la base del peciolo se van formando unas barreras que obstruyen el flujo de savia a las hojas. La unión con la rama se va debilitando y, con la ayuda del viento, finalmente se desprende. Durante esas semanas, en los bosques engalanados de color hay por tanto una incesante lluvia de hojas. La duración de esta maravillosa época de color es variable y dependiente de la meteorología, aunque siempre más breve de lo que uno quisiera. En efecto, basta que por Todos los Santos vengan días de ventarrón, para que se termine el espectáculo o pierda su mayor vistosidad. Antes de desprenderse, la hoja todavía brinda un último servicio al árbol. Cuando se están sellando los vasos en la llamada capa de abscisión, los taninos y otros productos residuales acumulados durante el verano pasan de las ramas a las hojas, que adoptan un color final parduzco al oxidarse dichos compuestos. Así, cuando la hoja llega al



Un último servicio: antes de desprenderse del árbol la hoja todavía brinda un último servicio al árbol. A medida que se estrangula y obstruye el flujo de savia a las hojas, los taninos y otros productos residuales acumulados durante el verano, pasan de las ramas a las hojas. Así, cuando la debilitada unión a la rama vence y la hoja llega al suelo, lleva consigo las sustancias inservibles para la planta. En cierta forma es sólo una despedida temporal, pues será degradada y desmenuzada por hongos, bacterias y pequeños invertebrados. Gracias a ello, las raíces superficiales del árbol recuperan los compuestos más básicos de esas hojas caídas y los reutiliza para hacer nuevas hojas, flores, frutos, etc. (Hayedo de Redes, Caso; debajo, hoja caída de serbal, Degaña).

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Asturias es de las privilegiadas regiones del planeta en las que la vegetación predominante es caducifolia, y por lo tanto, de vistosos colores. Por entonces la naturaleza

nos presenta su faceta más artística en conjunto, no sólo por los colores, sino por las luces bajas y contrastadas o difuminadas entre neblina y la incesante lluvia de hojas. La duración

suelo lleva consigo también esas sustancias inservibles para el árbol. En cierta forma, es sólo una despedida temporal, pues será degradada y desmenuzada por hongos, bacterias y pequeñas insectos. Gracias a ello, las raíces superficiales del árbol recuperan los compuestos más básicos de esas hojas, que éste reutilizará para hacer nuevas hojas, flores, frutos, etc. Una de las especies que por entonces muestra mayor colorido en sus hojas es el haya, que mezcla tonos amarillos, naranjas y ocres. El abedul y el chopo agitan las suyas con la brisa, brillando como monedas de oro; el arce y el olmo también se visten de un vivo amarillo, mientras el aliso seca sus hojas sin vistosidad notable. Los robles son austeros en su despliegue de color, que por cierto, demoran unos días: como si no quisieran competir con la riqueza de colores de las hayas, los robles suelen esperar hasta mediados de noviembre para su máxima otoñada, cuando sus vecinos del monte ya están mayoritariamente deshojados. Si el otoño viene templado y húmedo, 300 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

de esta maravillosa época engalanada de color es variable y dependiente de la meteorología, aunque siempre más breve de lo que uno quisiera. En efecto, basta que por Todos los Santos vengan

días de ventarrón para que se termine el espectáculo o pierda su mayor vistosidad. La sobriedad y austeridad invernal ya están a la vuelta de la esquina (Hayedo de Redes, Caso).

pueden incluso retrasarse alguna semana más. Algunos robles, sobre todo los jóvenes, los afincados en zonas abrigadas de los vientos o los de las especies Quercus pyrenaica (rebollo) y Quercus faginea (quejigo), se resisten a desprenderse de todas sus hojas, pese a estar totalmente secas. Este fenómeno, conocido como «marcescencia», lo muestran también, por ejemplo, las hayas jóvenes («fauqueres»). La unión de la hoja no suele ser muy fuerte, pero si el viento no es intenso, basta para que permanezca en la rama hasta la primavera siguiente. Se supone que esta estrategia puede ayudar al árbol a proteger las yemas foliares o evitar que las hojas caídas sean arrastradas por el viento fuera del bosque antes de su degradación en el suelo, que ocurre principalmente en la primavera siguiente. De esta forma se evitaría la pérdida de nutrientes que las hojas secas contienen, y se optimiza su reciclaje mediante su rápida descomposición al llegar al suelo en primavera. Todo ello son, no obstante, hipótesis aún no bien comprobadas.


El bosque está ahora mullido y esponjoso, oliendo a humus y pletórico de hongos. Por los suelos húmedos deambulan todo tipo de invertebrados, que terminan los

preparativos antes de buscarse algún refugio invernal. La abundancia de hongos y frutos caídos al suelo proporcionan buen alimento a los moluscos, como muestra la babosa

El estallido de colores del bosque en otoño es también una despedida, como una traca de fuegos artificiales al final de una fiesta: hayas, abedules, arces, olmos, mostajos, robles, etc., pugnan por llamar nuestra atención por última vez, y es que pronto llegará la sobriedad y austeridad invernal, ya a la vuelta de la esquina. El bosque está ahora mullido y esponjoso, oliendo a humus y pletórico de hongos. Por ese suelo húmedo deambula la salamandra o «sacavera», sobre todo de noche o en días con humedad ambiental próxima al 100 %. Los machos se dirigen a las zonas de reproducción, donde aguardan la llegada de las hembras. Mediante el olfato, la salamandra reconoce si los congéneres que llegan son machos o hembras. En el primer caso, tratará de expulsar al adversario tras un enfrentamiento directo, pero si es una hembra, intentará el acoplamiento. Primero probará a seducirla, para lo que se yergue sobre sus patas delanteras y curva algo el dorso. Si la hembra no se va, comenzará su contorsionada cópula. También puede haber otra época de fre-

Arion ater de la fotografía inferior, devorando un hongo en el sotobosque de Muniellos. Encima, el caracol Cepaea nemoralis; ambos son posibles presas de las salamandras,

ahora de cortejos y fáciles de ver en las noches húmedas. A la derecha, una mariposa nocturna bien mimetizada cuando descansa entre la hojarasca otoñal del hayedo.

cuentes acoplamientos a finales del invierno. La mayoría de los partos ocurrirán de octubre a febrero. Las larvas son liberadas directamente en zonas de aguas limpias, bien oxigenadas, aunque en el caso de la subespecie bernardezi, frecuente en Asturias, las hembras suelen parir crías ya totalmente metamorfoseadas. Esto supone una buena adaptación para aquellas salamandras que viven en lugares húmedos pero sin masas de agua disponibles para sus larvas (jardines, solares abandonados, cementerios, etc.). También comienzan los acoplamientos y puestas las ranas patilargas y algunas bermejas de valles bajos. Las noches otoñales de lluvia abundan por las carreteras y en los campos y bosques todo tipo de anfibios en busca de caracoles, babosas e insectos. A finales de octubre, coincidiendo con el gran despliegue de color, comienzan a arribar a Asturias las «arceas» o becadas, que refuerzan nuestra población residente. Proceden sobre todo de las islas británicas, Escandinavia y Rusia, y suelen llegar en noches con otoño

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El estallido de colores del bosque es también una despedida. Tras la caída de las hojas en la práctica el invierno ya habrá llegado. El haya (debajo) es

uno de los árboles que por entonces despliega un mayor colorido en sus hojas Los robles (arriba) son algo más austeros y tardíos en su despliegue de

302 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

color. El abedul (página siguiente, arriba) y el chopo agitan sus hojas con la brisa, que poco a poco trasladará el vivo color de las copas al suelo. El

serbal silvestre (página siguiente, debajo) pasa transitoriamente por el amarillo antes de llegar las hojas al suelo, ya rojas.


oto単o

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Acabada su segunda muda anual y terminados los últimos partos, la víbora de Seoane se retira a sus refugios de invierno, en los que permanecerá desde finales de octubre

(o noviembre) hasta febrero o marzo. Suele pasar este periodo bajo montones de leña, raíces, pedrizas, etc. Este reptil vive desde el nivel del mar hasta los 1.900 m de altura, por

vientos del nordeste, fríos pero secos. Al llegar acostumbran a detenerse en los montes próximos al mar. En las semanas siguientes, seguirán llegando más «arceas» («la arcea, en diciembre la veas») y bandos de aves invernantes, como jilgueros, verderones, herrerillos, verdecillos, carboneros, reyezuelos, agateadores, mosquiteros, zorzales comunes y alirrojos, bisbitas, etc., que se reparten por rastrojeras, campos y bosquetes bajos. De estos bandos sabe sacar partido el esmerejón, un halcón del norte de Europa y de la tundra, de escaso paso por Asturias rumbo a sus cuarteles de invierno. Alguna vez se anima a quedarse durante esta estación en el Cabo Peñas o zonas similares, aprovechando la abundancia de esos pájaros invernantes. Otra rapaz que viene a invernar en el Principado es el ratonero común, que al sumarse a la población residente parece duplicar su número en bosques y campiñas, siendo habitual verlo sobre postes y árboles ya deshojados. 304 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

lo que el periodo de hibernación dependerá de la duración de las bajas temperaturas en su ambiente. Así, en las zonas montanas la retirada es más temprana y el despertar más tardío que

en las basales. De hecho, pueden salir a calentarse durante el invierno en las zonas bajas si vienen días soleados. Si no se siente acorralada, prefiere la retirada ante nuestra presencia.

tiempos de retirada Los reptiles y algunos mamíferos se preparan para el letargo invernal. Acabada su segunda muda anual y terminados los últimos partos, la víbora de Seoane se retira a sus refugios de invierno, siguiendo el ejemplo de lagartos, lagartijas, culebras, luciones, etc., que también están de retirada. La culebra viperina es una excepción, pues su resistencia al agua fría (recordemos que vive en ríos y charcas) le permite continuar activa, aunque menos. De hecho, en octubre las culebras lisa y viperina tienen un segundo periodo de celo. En zonas bajas, donde los inviernos son habitualmente benignos, ya puede ir acudiendo al agua algún tritón jaspeado si el otoño no viene muy frío. Entre los mamíferos, los lirones y erizos terminan sus preparativos para la hibernación. Los primeros disponen su encame bajo el suelo, grandes piedras, troncos huecos, cabañas de montaña, pajares, nidos abandonados de aves o ardillas, etc. En el caso del lirón gris,


Cuando la temperatura media sea inferior a 8° C, el lirón gris comenzará la hibernación. Durante el otoño se está preparando para ese momento, engordando a base de frutos, que

también acumula en despensas cercanas a su refugio. Entre los favoritos están las avellanas, lo que le ha valido en Asturias el nombre de «ratu ablaneru». En los avellanos de

comenzará la hibernación cuando la temperatura media sea inferior a los 8 °C. Mientras, en lo más denso e intrincado de la «sebe», de un muro o de un matorral espeso, el erizo también va a comenzar su larga hibernación enroscado sobre sí mismo después de apurarse a comer las últimas moras, bayas, lombrices, babosas y caracoles. En esos mismos zarzales con hojas amarilleando y enrojeciendo, la hembra de la mantis religiosa camina con torpeza y se cae de las ramas, constituyendo una fácil presa para cualquier insectívoro. Está agotada y moribunda, pero ya terminó sus puestas durante octubre. Y es que es época ahora de muertes masivas de muchos insectos: avispas, mariposas, moscas, arañas, coleópteros, son incapaces de vivir ante la ausencia de hojas, el letargo de los vegetales y los fríos, aunque algunos buscarán abrigo bajo cortezas, troncos, grietas, etc., para intentar sobrevivir al invierno. Estos refugios pueden ser comunales, ocupados por un gran número de mariquitas, chinches, arañas (ej.: opiliones), cochinillas de la humedad, coleóp-

los linderos de hayedos y robledales puede escucharse a estos lirones rompiendo las cáscaras de sus frutos en las noches de otoño. Es frecuente que ocupe cabañas en las brañas de

montaña rodeadas de bosque. Su refugio para el invierno es un voluminoso nido esférico, construido con materia vegetal y forrado, forrado interiormente de plumas y musgo.

teros, etc., que supondrán la salvación para las musarañas durante el invierno, dado que estos pequeños insectívoros no hibernan y necesitan abundante alimento para mantener activo su alto metabolismo. También los grillos se preparan para pasar el invierno excavando sus galerías. Mientras, las hormigas rojas terminan su recolección antes de retirarse a las galerías más profundas del hormiguero, donde la temperatura permanecerá más constante y sin heladas durante la estación fría. Otros insectos pasarán ese tiempo en forma de crisálida (mariposas) o pupa. Pese a todo, algunos insectos todavía se reproducen: así, los escarabajos buceadores efectúan su segunda puesta antes de retirarse a sus refugios comunales y las típulas intentan su último ciclo reproductor del año. Algunos días comienza a soplar el viento sur y el ambiente se templa y se seca. Se retrasan algo las hibernaciones y se acelera la caída de las hojas, que se desplazan de ladera a ladera del valle o forman acúmulos arremolinados. Es el racheado «viento de les castañes», otoño

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Algunos días sopla el viento sur y el ambiente se templa y seca. Las hibernaciones se retrasan algo, mientras las hojas aceleran su caída. Es el racheado «viento de les castañes», cuyos erizos comienzan a

abrirse. En el tiempo de las castañas era frecuente que los participantes en su recogida celebrasen festivas reuniones al calor de una hoguera, en la que asaba y comía este fruto amenizados con gaita y pandereta.

cuyo estruendo en bosques y arboledas sustituye a otros sonidos que ya están de reposo invernal. Sus ráfagas concluyen con el entrechoque de las hojas deshidratadas por el propio viento, rodando por el suelo. En estos días de vientos cálidos y sol bajo es frecuente ver los llamados «hilos de la Virgen» o «hilos de María», que no son más que el original sistema de desplazamiento de algunas arañas. Los días de viento seco, esas arañas trepan a un lugar suficientemente alto y producen un largo ovillo de hilo de telaraña que fijan al sustrato. Se dejan entonces arrastrar por el aire como si de una minúscula cometa se tratara, liberando un hilo de decenas o cientos de metros de longitud. De esta forma, lo que para esa pequeña araña supondría un larguísimo y peligroso viaje por el suelo, se transforma en un rápido vuelo hacia el destino que le fije el viento. Queda así el hilo flotando en el aire, destacando su brillo contra el fondo umbrío del valle. 306 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

Eran los «amagüestos», animados con los «piques» y «picantelas», canciones irónicas alusivas a los amoríos de los vecinos. En el medio rural asturiano el otoño se alegraba también por medio de reuniones en

las que los trabajos más aburridos y monótonos se convertían en entretenidas actividades colectivas, como la «esfoyaza» del maíz, los «sanmartinos», «mayar» la manzana, «esbillar les fabes», etc.

Octubre y noviembre son época de sembrar escanda y recoger castañas, cuyos erizos comienzan a abrirse. En el pasado los erizos se amontonaban en unos depósitos circulares («corro», «cuerria» o «corripia») construidos con piedras en el seno del propio castañedo. Allí se les dejaba unas semanas hasta que se abrían los erizos, momento en el que se desparramaban para separar ya más fácilmente las castañas de los mismos. Llevadas a la casa, se procedía a su secado, extendiéndolas en el suelo de alguna habitación o desván, hórreo, etc. En el tiempo de las castañas era frecuente que los participantes en la recogida (sobre todo los jóvenes) celebrasen festivas reuniones al calor de una hoguera en la que asaban y comían este fruto remojado en leche, mientras se bailaba al son de la gaita y pandereta y se tomaba la sidra aún dulce: eran los «amagüestos», animados con los «piques» o «picantelas», canciones frecuentemente irónicas o alusivas a relaciones amorosas de los vecinos, presentes o no. El otoño en el medio rural asturiano se amenizaba con otras reuniones en las


Durante el mes de noviembre el rebeco cantábrico tiene ya un pelo más denso, largo y grisáceo. Para él es época de celo. Comienzan primero las hembras, y los machos solitarios se van acercando a sus rebaños. Al igual

que hacían los venados el mes anterior, el macho irá formando un harén de 3 a 12 hembras, que con actitud de «perro pastor» vigilará y protegerá de otros pretendientes. Si se acerca un competidor, el «sultán»

que se mezclaban trabajo y diversión, como el «mayar» manzana para preparar sidra, los «sanmartinos» (matanzas, despiece, picado de la carne, preparación de embutidos, ahumado, etc.), «esbillar» las vainas de «les fabes» o la «esfoyaza» del maíz. Esta última era también una reunión de vecinos en la que se deshojaban y enristraban las mazorcas («panoyes») de maíz para colgarlas en los corredores de los hórreos y paneras o de las casas, tarea que quedaba concluida por noviembre. La diversión se aseguraba por los «panoyazos» que recibía el enristrador o las mozas pretendidas y por las coplas recitadas o cantadas que se dedicaban. Gracias a ello, un trabajo aburrido y monótono se convertía en una entretenida actividad, que además se terminaba mucho primero que haciéndola en solitario. De hecho todas estas reuniones y «andechas» (trabajos colectivos) de otoño eran ocasiones esperadas para relacionarse y divertirse con los vecinos. El abandono de modos de vida tradicionales han ido enrareciendo estas costumbres, afortunadamente aún no del todo desaparecidas.

efectuará gestos de amenaza y un pequeño combate ritual, con persecuciones y sonidos guturales. Acabado el celo y las cópulas, los machos quedan cansados y delgados, en un momento especialmente

delicado, pues ocurre a las puertas del invierno y el alimento para reponerse es ya escaso. Algunos no sobrevivirán y serán presa fácil para los lobos en diciembre y enero. Rebeco a la carrera en La Tabierna, Aller, al atardecer.

A medida que comienza a escasear la comida en el monte, llega el momento de ir bajando el ganado al pueblo, si ya antes una nevada temprana no ha obligado a ello. Cuando los pastos no dan más de sí, las vacas entran a la cuadra en la que pasarán el invierno alimentándose de la hierba recogida en verano y almacenada en la «tenada». Para los fitófagos del bosque va a comenzar un periodo de escasez. Un ramoneador por excelencia como es el corzo, no desprecia las hojas que caen, sobre todo si aún conservan algo de verdor. Ya tiene su pelaje de invierno y está en fase de desprenderse sus cuernos (desmogue). No dejará de estar atento a los lobos, ayudados en sus cacerías por los cada vez más adiestrados lobeznos. Aunque también cánidos, los zorros no constituyen manadas, por lo que los jóvenes ahora independizados de sus padres continúan su errático deambular en busca de comida y territorio. Algunas de sus futuras presas, como los ratones de campo, van ya por su quinta o sexta camada del año, y también está de partos la comadreja. Su otoño

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Pregoneros del invierno: Algunos años los temporales de frío adelantan unas semanas su llegada a Asturias y el bosque se ve sorprendido por una nevada temprana antes de haber terminado su lluvia de hojas.

Afortunadamente, los árboles hace tiempo que están preparados para estas incidencias. En pleno verano habían comenzado a formar las yemas conteniendo los primodios de las hojas del próximo año. Ahora esas

pariente el armiño está en plena muda, sustituyendo su pelaje marrón por el blanco níveo que lucirá en invierno en la montaña, o blanco amarillento en cotas bajas (a veces conservando manchas parduzcas). Durante el mes de noviembre el rebeco está en celo. Comienzan primero las hembras, y los machos solitarios se van acercando a sus rebaños. Al igual que hacían los venados el mes anterior, irán formando un harén de 3 a 12 hembras, que con actitud de «perro pastor» vigilará y protegerá de otros machos. Si se acerca un competidor, el «sultán» efectuará gestos de amenaza y un pequeño combate ritual, con persecuciones y sonidos guturales. Acabado el celo y las cópulas, los machos quedan cansados y delgados, en un momento especialmente delicado, pues ocurre a las puertas del invierno y el alimento para reponerse es ya escaso. Algunos no sobrevivirán y serán presa fácil para los lobos en diciembre y enero. También está en celo el jabalí, sobre todo desde finales de noviembre. El macho busca 308 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

yemas ya están listas y adormecidas, dispuestas a soportar gélidas temperaturas. La llegada de un temporal de nieve en pleno otoño crea paisajes de insólita belleza, aunque por lo general de breve duración.

las piaras de hembras y jóvenes, expulsando a éstos últimos. Luego corteja a las hembras, trotando tras ellas. Después de cubrirlas a todas, abandona su harén y continúa su solitaria existencia. A medida que avanza noviembre, el frío en la alta montaña se va haciendo casi invernal. Por San Martín, las nevadas ya son de nuevo habituales y los vientos soplan muy fríos, por lo que es buena época para la matanza. Las cumbres ya están habitualmente nevadas («en otoño, el monte ponse moño»). Las plantas ya han comenzado su reposo vegetativo y parte de la fauna está a punto de hacerlo. Las aves alpinas continúan su éxodo en bandos. Incluso pájaros tan amantes de la alta montaña como los gorriones alpinos se ven obligados a descender a cumbres más modestas, puertos, refugios, campos y pueblos, según la crudeza de las semanas y meses siguientes. Poco a poco, el invierno recupera los dominios que había cedido por unos meses en las cumbres. Es momento de terminar los acopios de la leña en el monte, antes de que lleguen las nieves. En los


En noviembre los salmones ocupan los frezaderos en zonas del río con aguas limpias y oxigenadas pero no excesivamente agitadas. Por entonces su piel y escamas lucen un hermoso aspecto moteado, con

manchas rojizas y amarillentas y halos claros, casi como imitando a las hayas nevadas de la página anterior. Expulsados los competidores del frezadero, el salmón macho fecundará los huevos que pone la hembra,

pueblos se oyen las sierras y los golpes de hacha preparando la leña para su almacenamiento, alternando con los chillidos de algún «gochu» en plena matanza. Se ultiman los preparativos para el invierno: «Tenga yo llena la panera, y faiga viento y nieve fuera... quien no ta listo en otoño, po’l inviernu ve al demonio».

pregoneros del invierno Los ríos bajan ahora crecidos gracias a las abundantes lluvias, y cuajados de hojas, que enriquecen sus aguas con materia orgánica. Un sinnúmero de invertebrados detritívoros darán buena cuenta de ella en los meses siguientes, constituyendo a su vez la base de alimentación de peces, aves, etc. Los salmones tienen por entonces su librea nupcial muy desarrollada y comenzarán la freza entre este mes de noviembre y el de diciembre. Los ejemplares más fuertes y audaces van llegando entonces a los frezaderos, donde se encuentran con las hembras, más

los cubrirá con grava y los vigilará un tiempo después, protegiéndolos de depredadores como la anguila. Luego, la mayoría de los salmones, agotados y enfermos («zancaos») morirán río abajo.

oscuras y miméticas, y con otros machos con los que combatir. Expulsados los competidores, el salmón macho fecundará los huevos que pone la hembra (la puesta supone el 25 % de su peso) y los vigilará un tiempo después, protegiéndolos de depredadores como la anguila. Para efectuar el desove, la hembra se tumba de costado y batiendo con energía la cola y el hocico, excava un surco de hasta 3 metros y de unos 30-50 cm de profundidad. Este alargado nido es fácilmente visible desde la orilla, al haberse retirado las piedras oscuras —cubiertas de algas— y quedar expuestas las piedras más claras subyacentes. Entre continuos temblores, y con sus cuerpos paralelos, cada 10-15 minutos la hembra deposita un paquete de huevos sobre el que el macho desparrama su esperma. Los huevos así fecundados son cubiertos por el macho con grava, si es que la hembra, ocupada ya en excavar otro surco paralelo, no los ha cubierto con las piedras que está movilizando. Las puestas se repiten durante 3-14 días, incluyendo los descansos de los reproductores en pozos otoño

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La elegante avoceta (izquierda) suele verse en las rías y bahías asturianas durante el otoño y fines de verano, aunque por el momento no de forma abundante. Llega desde Holanda y países próximos, camino de Andalucía y el sur de Portugal, a donde se dirige a invernar. Mucho más numerosos son los estorninos (derecha), llegados en grandes bandos desde otros países europeos. Sus evoluciones sincrónicas en los atardeceres y crepúsculos otoñales son todo un espectáculo, mientras buscan un dormidero en el que pasar la noche. Cuando por fin esas nubes aladas escogen el árbol o grupo de árboles en los que descansar, sus cientos de integrantes se van posando y ocupando las ramas, que se curvan con el peso en medio de una gran algarabía y lluvia de excrementos. Otras dos especies de aves llegadas a invernar son el cormorán grande (debajo, izquierda) y la avefría (página siguiente, debajo).

más profundos. El número de huevos puestos por la hembra es alto, entre 8.000 y 25.000, lo que supone entre un 25 y un 40 % del total de su propio peso (unos 2.000 huevos por kg). En las rías bulle la vida: ya se han establecido muchas aves invernantes, pero siguen llegando o pasando más grupos. Los primeros temporales de frío en Europa traen a Asturias grandes bandos de avefrías que se instalarán por rastrojeras, «porreos» y prados. Habitualmente llegan primero individuos juveniles y, en los meses siguientes, los adultos. Su número irá incrementándose hasta enero, que es cuando los censos contabilizan un máximo número de ejemplares. Otras aves que llegan azuzadas por las olas de frío son los silbones, porrones, ánades rabudos, ánsares, etc. Si el temporal afecta también a Asturias, se aproximan a la costa aves marinas en ruta migratoria o que están pasando el otoño en el Cantábrico, como paíños, págalos, gaviotas sombrías, araos, alcas, etc. En ocasiones en el otoño, se detiene un bando de grullas en algún «porreo» durante 310 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


unos días, antes de seguir viaje a las dehesas extremeñas. Es posible ver grupos de estas aves volando en «V» o diagonal cuando atraviesan la Cordillera Cantábrica rumbo al sur o acercándose desde el este. Siguen llegando rascones, tarabillas comunes, estorninos, verderones comunes, ostreros, zarapitos, cornejas, fochas, etc., a reforzar la población sedentaria con invernantes. En los últimos días de noviembre, el ambiente va dejando de ser otoñal. Lo corrobora la llegada de aves de invierno como los colimbos grandes, llegados de Groenlandia e Islandia a rías y bahías. Otros colimbos menos frecuentes en nuestras costas son el chico y el ártico. A medida que nos adentramos ya en diciembre, en el mar van siendo más frecuentes los temporales y galernas que obligan a amarrar la flota pesquera («en diciembre, el marineru a veces fáise caseru»). Es época de pescar merluza (de noviembre a enero) y de comenzar la temporada del besugo (de diciembre a febrero). Crece el paso o la llegada de gaviones atlánticos, de silbones y de patos marinos, otoño

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Azuzados por el frío más al norte, continúan llegando patos: desde el mes de octubre comienzan a pasar por Asturias diversas especies de anátidas rumbo al oeste, aunque algunas permanecerán en Asturias parte del

otoño y/o invierno. La mayoría proceden de Escandinavia, Finlandia, Rusia y Siberia. Su llegada o paso se incrementa a medida que avanza la estación, acentuándose si sus áreas de invernada más al norte (Holanda,

como los negrones y éideres, que se pueden ver apareciendo y desapareciendo mecidos por las olas en las bahías costeras. En las rías y embalses hay en estos finales del otoño la máxima concentración de fochas, patos, zampullines, gaviotas, garzas, cormoranes, etc. Entre ellos puede verse alguna vez al somormujo lavanco, que luce ahora un plumaje de invierno mucho más discreto que cuando llegue el celo. Grandes bandos de gaviotas reidoras acuden a basureros, cultivos, puertos, parques y embalses. Siguen también a los pesqueros en busca de despojos, al igual que los págalos invernantes en aguas cantábricas. Por los fangos de las rías en bajamar corretean aves limícolas como correlimos, zarapitos, archibebes, etc. Los cormoranes grandes invernantes aprovechan las mareas para salir a pescar en grupo, sumergiéndose unos y nadando por la superficie otros. Es un habilidoso pescador subacuático. Para facilitar la inmersión, el cormorán tiene menos grasa impermeabilizante en el plumaje. Debido a ello las plumas se le empapan más que a otras 312 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

Francia, etc.) se ven azotadas por temporales de frío. Entonces pueden acercarse a nuestras rías y costas especies poco habituales de ver en Asturias, como la serreta chica (primera por la izquierda). En esta

época las anátidas vienen estrenando su plumaje nupcial, tras la «mancada» o muda efectuada hace pocos meses. De izquierda a derecha, serreta chica, porrón moñudo, cuchara común y cerceta común.

aves acuáticas, por lo que su flotabilidad positiva se reduce y se fatiga menos para contrarrestarla. Llega además a usar las alas para avanzar y girar bajo el agua persiguiendo a los peces. Pero estas ventajas tienen un inconveniente: al terminar la pesca el plumaje está mojado y pesado, por lo que el cormorán vuela mal y con dificultad. Por ello debe buscar un posadero en el que secar sus alas, extendiéndolas y agitándolas. Acabada la pesca, al atardecer volarán a su dormidero, habitualmente un gran árbol cercano al embalse o ría, que a medida que avanza la estación parecerá nevado debido a sus deyecciones. Durante los meses del otoño e invierno unas docenas de ostreros migrantes se quedan en Asturias, reforzando la exigua población sedentaria. La mayor parte se concentra en las playas rocosas y en las rías de occidente, donde su afición a los moluscos del pedrero les ha valido nombres como «llamparegos», «bigareiros», etc. Se trata de unas hermosas aves limícolas blancas y negras de largos picos rojos. Otro invernante regular, aunque escaso, es el escribano nival, cuyos


bandos revolotean por brezales y rastrojeras de la rasa litoral entre octubre y marzo. Los temporales de finales del otoño pueden acercar a nuestro litoral algunas aves interesantes, como el discreto alcaraván, cuyo canto se escucha en los «porreos» en las noches ventosas y frías. También pueden llegar unas pocas serretas medianas y chicas y algún arao común, alca, págalo, etc.

el regreso del silencio El bullicio de vida presente en rías y costa pone el contrapunto a lo que está ocurriendo en la montaña. En las altas cumbres de la cordillera la situación es ya plenamente invernal, con habituales nevadas, ventiscas y gélidos vientos. La fauna recurre a tres posibles estrategias. Una es aletargarse, como es el caso de anfibios y reptiles, bien escondidos entre piedras o enterrados en el barro, buscando zonas que la nieve proteja de temperaturas excesivamente inferiores a 0 °C. Este letargo afecta también a los renacuajos de los anfibios

de montaña: así los de los sapos pueden tardar años en concluir su metamorfosis en los lagos y abrevaderos de alta montaña, debido a las prolongadas pausas de actividad y letargo que imponen las gélidas aguas. Otros animales intentarán seguir activos bajo tierra y nieve. A pequeños mamíferos como los topillos nivales, que no hibernan, no les queda más remedio que seguir activos para mantener el metabolismo. Comen ahora cualquier tipo y parte de la vegetación, sobre todo bulbos, raíces y cortezas. La tercera estrategia es irse a cotas inferiores o a regiones lejanas. Es el recurso de las aves, como vimos. Una de las últimas en abandonar el matorral de montaña es la perdiz pardilla, que agotará sus recursos alimenticios antes de descender de nivel. Sin embargo, los grandes voladores de la montaña hacen frente al invierno que llega sin abandonar las cumbres. Es el caso del águila real y el buitre leonado. Este último incluso recibe al invierno con sus vuelos de celo. A su vez, el búho real, muy escaso otoño

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Poco a poco los líquenes epífitos van cobrando protagonismo, a medida que los árboles terminan de perder sus hojas. Siempre estuvieron allí, en ramas y troncos, pero ahora, embebidos de humedad y sin la

interferencia de las hojas, resultan especialmente vistosos. Algunos como este Usnea contribuyen a realzar el misterioso aspecto del bosque bajo la niebla. Es un liquen que precisa una elevada humedad ambiental y cuya

en Asturias, también está iniciando sus cortejos, indicando el macho su presencia con un profundo y grave sonido fantasmal que se escucha en las frías noches de diciembre, en peñas y cortados rocosos. Más abajo, en el bosque, la situación es plenamente invernal. Tras la caída de las hojas, hace unas semanas, a diciembre le queda ya poco de otoñal, pese a que el solsticio que marca el final de esta estación ocurrirá el día 21-22. En efecto, en las primeras semanas de diciembre, se han apagado los zumbidos de los insectos y el bosque se presenta silencioso y aparentemente vacío de vida. No se ven aves o insectos volando, con excepción de algún grupo de mitos, agateadores, carboneros o herrerillos prospectando ramas y troncos. Con frecuencia habrá caído ya alguna nevada, que nos permitirá descubrir los rastros de los animales aún activos, como el jabalí o el corzo, deambulando a la búsqueda de algún claro o prado sin nieve. Ciervos y corzos ramonean cortezas de árboles y brotes, pero sin bajar la guardia: en esta época las manadas de lobos siguen activas 314 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

presencia nos indica la pureza del aire en el lugar, pues este liquen es muy sensible a la contaminación ambiental (Fonculebrera, Muniellos). Derecha: El búho real despide al otoño con su lúgubre canto, que se escucha

en algunas peñas y cortados rocosos en las frías noches de diciembre. Está iniciando sus cortejos. Se trata de una rapaz nocturna de situación poco conocida en Asturias, aunque parece muy escasa.

y hambrientas, con sus jóvenes nuevos miembros ya bien entrenados y los adultos próximos a entrar en celo. Las crías de los ciervos ya están dejando de mamar: durante la berrea, las hembras distraídas con su celo obligaron a los cervatos a comenzar a ramonear las plantas, aunque sin interrumpir del todo la lactancia. Así comenzaron a descubrir nuevos sabores, que ahora están terminando de reemplazar a la leche de su madre. Los cambios en la dieta y las mudas del pelaje han tenido también su efecto en las liebres de piornal, cuyo color aparece más claro. El oso está terminando su preparación para el reposo invernal. Rebusca por el suelo las bellotas y hayucos cubiertos por las hojas caídas, inspecciona zarzas y rosales en busca de alguna mora o escaramujo respetado hasta entonces por su difícil acceso. Olisquea intentando «coger el viento» de alguna colmena o carroña con la que complementar su alimentación, ya cada vez más difícil de encontrar. No obstante, está gordo y prácticamente listo para entrar en la osera,



Una nevada temprana ha sorprendido a un bonetero aún con frutos y hojas en sus ramas (Viego, Ponga). Se trata de una clara señal de advertencia para la fauna. Dentro de unas semanas se terminará la oferta de frutos y llegarán los fríos, por lo que hay que ultimar los preparativos. Aunque sea el solsticio

de diciembre la fecha que inaugura el invierno, su inicio llega en la práctica un mes antes para plantas y animales, y no faltan años en los que la naturaleza parece acertar en esa anticipación. Así nos lo demuestran estas hayas del Monte Los Tamozos, Caso (página siguiente), a las que una

una cueva natural o excavada por él mismo en la que prepara una cama de materia vegetal. Si la climatología lo permite, el oso retrasará hasta el mes próximo su retirada, pero si diciembre viene frío y con abundante nieve, puede ya encamarse entonces. Las primeras en hacerlo son las osas preñadas, quizá por la proximidad del parto («en diciembre, el home al llar y a la moza, y a la cueva la osa»). Los machos suelen esperar unas semanas más. En este final del otoño los topos siguen excavando sus galerías, apareciendo sus abundantes montículos de tierra en prados de montaña y claros del bosque. En realidad, estos túneles actúan como trampas de caza, que el topo recorre y revisa sistemáticamente en busca de sus capturas. Cuando una lombriz u otro invertebrado excavador asoma o se cae en algún punto de la red de galerías del topo, no tarda en ser detectado durante su ronda de inspección, gracias al fino olfato del que dispone. Despreocupado de si es de día o de noche, el topo sigue ciclos repetidos de cuatro horas en los que alterna 316 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

hermosa luz otoñal de atardecer refuerza el anaranjado color de sus copas. Página siguiente, debajo: sin que parezcan importarle mucho estos caprichos meteorológicos, el topo sigue excavando galerías de caza, abundando sus montículos de tierra en prados de montaña y claros de bosque.

un tiempo de siesta con otro de patrullaje por sus galerías, o en crear otras nuevas si las que ya tiene no son muy productivas. Si de pronto encuentra un gran número de capturas y ya está saciado, muerde a sus presas para inmovilizarlas y las acumula en una cámara-almacén. Serán el desayuno tras su próxima siesta. Aunque su nombre es un diminutivo del topo, los topillos no son insectívoros sino roedores, si bien ellos también hacen galerías. Bajo tierra buscan raíces, bulbos y alguna bellota, hayuco o avellana entre la hojarasca del suelo. Algunos de sus depredadores siguen no sólo activos sino inquietos. Los machos del zorro, gato montés, marta, turón, etc., empiezan a sentir la llegada del celo y están olisqueando su territorio en busca de rastros olorosos que les advierta de la presencia en el mismo de una hembra de su especie. Pese al aspecto dormido que tiene el bosque, algunos árboles y arbustos comienzan a desplegar sus flores, desafiando a las duras condiciones que se avecinan. Es el caso del avellano, que está comenzando


a pender flores masculinas (amentos), siguiendo el ejemplo del abedul, que ya lo hizo semanas atrás. De todas formas, la producción y liberación de polen aún se demorará un tiempo. En estos finales del otoño, el bosque tiene ya pocos frutos que ofrecer. El más importante son las rojas bayas del acebo. También está con frutos el rusco, en carbayedas, castañares, encinares, etc., y el «sanjuanín» o aligustre conserva aún parte de sus tóxicas bayas negras. En las «sebes» y setos en los que crece este arbusto, los últimos insectos palo están desapareciendo por este año. Otros insectos ya han muerto o hibernado. En valles con climatología no muy cruda, las avispas de las agallas del roble, que han ido terminando su pupación en el otoño, abandonan las agallas y se refugian para aguardar a la próxima primavera, en la que, tras sus cortejos, picarán a las yemas y hojas en desarrollo, poniendo un huevo que producirá una nueva agalla. El río se despide del otoño con los salmones terminando su freza y las truchas comenzándola. Ponen entonces unos 800 huevos por otoño

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Semana a semana el sol se alza menos en el horizonte. Algunas vaguadas, laderas y fondos de valle verán el sol por última vez hasta dentro de unos meses, siendo fáciles presas de

atenazadoras heladas. Poco antes de la caída de las hojas las luces son ya bajas y las sombras cada vez más largas, a medida que nos alejamos del ecuador solar de la tierra. Los días se

500g de peso, lo que las hace presentar un menor aspecto al terminar la puesta: «por Santa Lucía (13 de diciembre), sube a truita grande ya pequeñina». Las nutrias macho empiezan a buscar pareja. También el topo de agua o desmán macho entra en periodo de celo, aunque la hembra no lo hará hasta finales de enero. Ahora dejará de ser tan arisco con sus congéneres y empezará a tolerar su presencia, siempre que, claro, sean hembras. Pero la creciente excitación que le produce el celo no hace interrumpir al topo de agua su necesaria voracidad, ahora mayor que nunca. Este primitivo insectívoro precisa de aguas limpias, ricas en invertebrados (larvas de insectos, gusanos, crustáceos, etc.) que sale a cazar, sobre todo de noche. Dado que gran parte de sus presas (artrópodos) están cubiertos por rígida quitina indigerible, el desmán debe capturar gran número de ellos para conseguir algo de alimento. Se estima que diariamente, y especialmente en invierno, ingiere su propio peso (50-70 g) en invertebrados. Primero se zambulle y nada semisumergido, sin prisa aparente, 318 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

han hecho cortos y fríos, aflorando sentimientos melancólicos en algunas personas. Unas jornadas ventosas eliminarán las últimas hojas otoñales que se resistían a abandonar el

árbol. Para el bosque entonces habrá comenzado ya el invierno, aunque todavía falte más de un mes hasta el solsticio que inaugura esa estación (hayedo de La Grandiella, Caso).

con la trompa algo levantada. Entonces comienza a moverse y a explorar con la trompa la superficie, metiendo y sacando rápido la cabeza. Finalmente se sumerge, buceando de forma inquieta: mueve continuamente sus patas posteriores o se aferra con sus uñas a algún soporte para vencer la corriente y contrarrestar la flotabilidad positiva. Con las patas anteriores revuelve el fondo, prospectando cada rincón con su trompa para detectar larvas, gusanos, moluscos, etc., entre las piedras, grijo y musgos del arroyo. Cuando se desplaza por la ribera suele dejarse llevar por la corriente, deslizándose entre las piedras y pequeñas cascadas. Tras capturar una presa la sujeta con sus dientes puntiagudos de insectívoro, enrolla su trompa y cesa sus «pataleos» por el fondo. Gracias al aire almacenado en su pelaje, el topo de agua asciende a la superficie pasivamente, donde devorará la presa. En los pueblos ya se ha metido el ganado en las cuadras y toca sacar a diario el «cuchu» de las mismas. En algunos lugares se siembran


Avanza diciembre y el silencio y la aparente soledad se adueñan de montañas, valles y bosques. Poco queda ya del ambiente otoñal. Las horas de luz alcanzan los mínimos del año.

Es el triunfo de la noche sobre el día, y sus seres deambulan más que nunca por montes y «caleyes». Las noches de noviembre y diciembre eran las preferidas para las macabras

«fabes», berzas, perejil, centeno, escanda, avena, «cebollín» etc., y desde San Martín (11 de noviembre) los ajos («¿por qué non creciste, ayín?. Porque non me plantaste por San Martín»). Humean las chimeneas, y en las cocinas, junto a la lumbre del «llar», se pasaban largas veladas en las que se recordaban anécdotas, leyendas, cuentos y romances («con pote, tocín, muyer y buen llar, diciembre ye de gozar», «en diciembre, la moza casadera junto al llar espera»). Y es que el otoño era época de misteriosos aconteceres. A mediados del mismo descendían los «nuberos», y del Cantábrico salía el «home marín». Por entonces la noche ha vencido al día, y sus seres deambulan por bosques y «caleyes». De hecho, las noches de luna de noviembre y diciembre eran las preferidas para las macabras procesiones de la «Güestia» o «Santa Compaña», siendo además las más propicias para encontrarse con ánimas en pena, fantasmas, mujeres sobrenaturales de blancos vestidos, almas erráticas de vecinos aún moribundos en el pueblo, etc. También eran las épocas en las que

procesiones de la «Güestia» y las más propicias para encontrarse con ánimas en pena, fantasmas, espíritus, etc. A mediados de diciembre descendían los «nuberos» y del Cantábrico salía el

«home marín». Llegan las heladas y la escasez. Va a comenzar la estación más dura del año para la mayoría de los animales y las plantas. (Braña Piñueli, Caso, al atardecer).

más fácilmente uno podía ser víctima de las jugarretas del «trasgu» o del «diañu burlón». Con la llegada de la televisión, aquellas veladas en las que se contaban esas historias a la luz de la lumbre han pasado a ser sólo un recuerdo. Hoy, en estas cortas tardes de noche temprana, los hombres suelen reunirse en el bar, discutiendo y comentando sus problemas individuales y colectivos, o la actualidad y noticias de los medios de comunicación. Avanza diciembre y el silencio y la aparente soledad se adueñan de montañas, valles y bosques, mientras la campiña costera, las rías y el litoral bullen de vida gracias a las aves invernantes. Los días alcanzan la mínima duración de todo el año, las noches son largas y frías... es el solsticio de invierno. Mientras en las ciudades todo está listo para las celebraciones navideñas, va a comenzar, en la práctica ha comenzado ya, la estación más dura del año para la mayoría de las especies de los animales y vegetales, que verán puestos a prueba sus mecanismos vitales de supervivencia. Ha llegado el invierno... otoño

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INVIERNO



La llegada del invierno somete a plantas y animales a las condiciones más duras del año. Las noches son largas y gélidas, los días cortos y frecuentemente encapotados, con lluvia o nieve. En el mar son habituales los temporales y galernas: la rasa costera suele verse azotada por fuertes vientos, que derriban árboles y hacen estallar las olas en rompientes, espigones y acantilados. Pero también hay días despejados con una hermosa luz, de sombras alargadas debido al menor ángulo de incidencia de los rayos solares sobre la superficie terrestre en nuestras latitudes. La atmósfera suele presentarse entonces diáfana y limpia, pues el frío reduce la evaporación del suelo y además la mayoría de los árboles y arbustos están sin hojas que transpiren humedad. Los amaneceres y atardeceres suelen ser los más espectaculares del año, pero las noches se ven atenazadas por el hielo casi a diario a partir de cierta altitud. En esas noches de «xelá», es frecuente que el cielo se muestre más transparente que nunca, con maravillosas vistas de la Vía Láctea o espectaculares lunas («en diciembre, la lluna más que nunca alluma»). En esas noches despejadas, la disipación del calor acumulado en el suelo durante el día hacia la atmósfera es más cuantiosa y rápida, por lo que el descenso térmico es también mayor, al faltar una capa de nubosidad que «abrigue» la superficie terrestre.

Tras una noche de nieve, las ramas de unas hayas aguardan la llegada del viento y la subida de las temperaturas para desembarazarse de su carga (página anterior). La nieve es compañera inseparable del invierno, sobre todo en la montaña, alegrando y embelleciendo el paisaje desnudo y parduzco con su manto blanco que beneficia a algunos animales y perjudica a otros.

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El invierno es la época decisiva en la supervivencia. Si se llega a la primavera volverán las condiciones favorables y la benignidad climática, resultando entonces más fácil salir

adelante. Pero hasta ese momento hay que hacer frente a la estación más dura del año. Las noches son largas y gélidas, los días cortos y frecuentemente encapotados, con lluvia o

Dado que el sol se levanta menos en el horizonte, algunos fondos de valles cerrados no volverán a recibir sus rayos hasta bien entrada la primavera («en xineru entra’l sol en toos los regueros: ye refrán, pero non yé verdaderu»), llegando a conservar la escarcha todo el día. La nieve es compañera inseparable del invierno, sobre todo en la montaña, alegrando el paisaje parduzco con su manto blanco, que curiosamente beneficia a muchos animales y plantas —al actuar como abrigo ante temperaturas más extremas— y dificulta la vida a otros, sobre todo a los herbívoros. Las duraciones de los días y las noches son similares a las del otoño, pero a la inversa. A partir del solsticio de invierno (21-22 de diciembre), cuando se registra la noche más larga del año, los días volverán a ir creciendo. Es un momento importante, que marca un punto de inflexión trascendental en los ritmos de la vida. Incluso el hombre no ha escapado a la importancia de este momento, escogiendo las fechas próximas para declarar inaugurado un Año Nuevo,

nieve. La prodigalidad de alimentos ofrecida por las plantas antes de su despedida anual ha desaparecido y escasea la comida cuando es más necesaria que nunca para mantener o

aumentar el metabolismo frente al frío reinante. Muchos animales no superarán los rigores del invierno. En la imagen, un caballo ramoneando en plena nevada (Viego, Ponga).

unido a celebraciones tan especiales como la Navidad. Es momento de reflexiones, recuerdos y balances del año agotado. Los días comienzan su recuperación y traen consigo ese nuevo año, cargado de proyectos e ilusiones. Al principio lo harán a un ritmo prácticamente imperceptible, pero en febrero y marzo el crecimiento ya será notable y su ganancia diaria cada vez mayor, hasta llegar el equinoccio de primavera, en el que día y noche igualan sus poderes. Aunque las horas de luz y oscuridad sean similares al otoño, el invierno es una estación más dura para la fauna porque la prodigalidad de alimentos ofrecida por las plantas antes de su despedida anual ha desaparecido y escasea la comida. Además, la climatología es más fría y cruda que en el otoño, lo que hace al alimento más necesario que nunca para mantener el ritmo metabólico. Como vimos, las estrategias para sobrevivir son básicamente tres: una, preferida por las aves, será migrar a regiones o ambientes con más recursos alimenticios y mejores temperaturas. Otra sería inv ierno

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Dado que el sol se levanta menos en el horizonte, algunos fondos de valle no volverán a recibir sus rayos hasta bien entrada la primavera, llegando a

conservar la escarcha todo el día. El rápido descenso térmico en el suelo condensa la humedad que pronto forma cristales de hielo. La noches se

ven atenazadas por el hielo casi a diario a partir de cierta altitud. La duración de ese periodo de heladas probables o seguras es determinante

en la distribución de especies vegetales, pues no todas están bien preparadas para soportar temperaturas bajo 0 °C.

inv ierno

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Noche de «xelá»: en los días despejados del invierno, la atmósfera suele presentarse diáfana y limpia, pues el frío reduce la evaporación del suelo y además, la mayoría de árboles y arbustos están sin hojas que transpiren humedad. Al llegar la noche el cielo se muestra más transparente que nunca, con maravillosas vistas de la Vía Láctea. En esas noches despejadas la disipación del calor acumulado en el suelo durante el día hacia la atmósfera es más cuantiosa y rápida, por lo que el descenso térmico es también mayor, al faltar una capa de nubosidad que «abrigue» la superficie terrestre. A partir del solsticio de invierno (21-22 de diciembre), cuando se registra la noche más larga del año, los días volverán a ir creciendo. Se trata de un momento importante, que marca un transcendental punto de inflexión en los ritmos de la vida y de los hombres, que han escogido las fechas próximas para declarar inaugurado un año nuevo, unido a celebraciones tan especiales como la Navidad. Es momento de reflexiones, recuerdos y balances del año agotado. Los días comienzan su recuperación y traen consigo un nuevo año, cargado de proyectos e ilusiones. En la imagen, un cielo estrellado en una noche de helada en El Raigau (Caso). Los arcos circulares dibujados por las estrellas se deben a la rotación de la Tierra, dado que estuvo entrando luz en la cámara durante más de una hora y media. En el centro, la estrella polar.

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«En diciembre, la lluna más que nunca alluma». En las noches de helada el cielo nos ofrece espectaculares lunas, como la que ilumina el valle del río Monasterio y las cumbres nevadas del Cascayón y Braña Piñueli (Caso) (derecha). El silencio de estas zonas es sepulcral en las noches invernales. Ni siquiera el sonido del río en el fondo del valle es muy audible, pues baja con poco caudal al estar retenida el agua en forma de hielo y nieve. Tan sólo el entrecortado ulular del cárabo (izquierda) rompe el silencio en la noche del valle. En esta época está en celo y grita desde alguna rama de la que parece formar parte. Su canto es rápidamente contestado por otros cárabos, reforzando el misterio de la noche.

ralentizar las funciones vitales al mínimo, dejando rebajarse la temperatura corporal paralelamente a la ambiental: esto trae consigo una interrupción de la vida activa, que sume al animal en un profundo letargo conocido como hibernación. La tercera opción es intentar mantenerse activo, engordando y almacenando alimentos en el otoño a los que recurrir en invierno, o buscarlos sin cesar a diario, inclusive diversificando o modificando algo la dieta. Con todo, son muchos los animales que no superarán los rigores y escaseces de la estación. Los jóvenes con poca experiencia sufren una elevada mortalidad, sobre todo los nacidos en las últimas puestas y camadas. Se estima que tres de cada cuatro «raitanes», herrerillos o carboneros nacidos en el año no llegarán a la primavera siguiente. Lo mismo es aplicable a pequeños mamíferos como musarañas, ratones, topillos. Aún librándose de los depredadores, muchos morirán simplemente de frío y hambre. Pero lo que para unos es muerte, para otros supone la vida. Los zorros, gatos monteses, 330 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

mustélidos, etc. dan buena cuenta de estos cadáveres, al igual que los córvidos y algunos invertebrados, como el escarabajo enterrador. El invierno es la época decisiva en la supervivencia. Si se llega a la primavera volverán las condiciones favorables y la benignidad climática, resultando entonces más fácil salir adelante.

llegados del frío Pero no todo es escasez en invierno. En los fangos de las rías y marismas sigue habiendo abundancia de invertebrados. Como muestra de su riqueza basta decir que en un metro cuadrado de limo de una ría bien conservada se estima que pueden existir cientos, incluso miles de gusanos, crustáceos y moluscos. Esta riqueza se complementa con unas temperaturas mínimas dulcificadas por el mar, suficientemente agradables para algunos miles de aves que vienen desde las tundras árticas de Siberia, Rusia, Escandinavia, etc., a pasar el invierno en Asturias. Como hemos visto, han ido llegando



Llegados del frío: miles de aves procedentes de las tundras de Siberia, Rusia, Groenlandia, Escandinavia, etc., pasan o llegan a invernar en Asturias, huyendo de las eternas noches del invierno ártico. En nuestras rías y playas encuentran alimento abundante y unas temperaturas mínimas dulcificadas por el mar que resultan para ellos suficientemente agradables, en comparación con los rigores de donde proceden. Algunas especies pasan el invierno en regiones centroeuropeas al norte de Asturias, pero una ola de frío en esas áreas puede hacerlas viajar más al sur durante una temporada. Es el caso de grandes anátidas como cisnes, ánsares o barnaclas. Este bando en vuelo de barnaclas carinegras (arriba) permaneció unos días en la ría de Villaviciosa en Enero de 1997. Probablemente llegaron desde las costas francesas donde invernan, tras algún temporal. Debajo: otro residente invernal llegado de los fríos de Groenlandia o Islandia es el colimbo grande. Su presencia en Asturias es más regular que la de las barnaclas, asentando en estuarios y puertos. Derecha: atardecer invernal en la playa de Penarronda (Castropol-Tapia).

desde los meses estivales y otoñales, integrando grupos mayores de paso hacia destinos más al sur. Muchos ejemplares han detenido su viaje en Asturias y se quedan todo o parte del otoño e invierno. Entre ellos figuran limícolas y vadeadores como los archibebes comunes y claros, correlimos comunes y oscuros, vuelvepiedras, zarapitos, agujas colipintas, chorlitejos grandes, chorlitejos dorados europeos, garcetas comunes, etc. Estas aves, a veces agrupadas en bandos, prospectan las llanuras fangosas en las bajamares de rías, playas y estuarios, acompañando luego a las orillas de las aguas a medida que sube la marea, pues los invertebrados se acercan a la superficie. Unas especies picotean al azar el lodo, otras arrastran el pico hasta encontrar una presa y otras tamizan y filtran sus bocados de barro. Además de las aves limícolas, llegan a invernar muchas anátidas, como la cerceta común, silbón europeo, ánade rabudo, pato cuchara, porrones europeo, moñudo y, más raros, bastardo y pardo; entre los patos marinos que suelen pasar esta estación en Asturias (aunque 332 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

en variable e inconstante número) encontramos a los negrones comunes y especulados, eider, havelda, serretas mediana y chica, etc. También están de invernada las gaviotas reidoras, cabecinegras, sombrías y alguna polar e hiperbórea, e interesantes aves con remotas procedencias, como los solitarios (o en parejas) colimbos grandes, llegados en diciembre desde Groenlandia e Islandia, búhos campestres, somormujos lavancos, etc. Mar adentro, algunas aves pasan el invierno en las aguas del Cantábrico lejos de la costa, como la gaviota tridáctila y el págalo grande. Los temporales de mar gruesa con fuertes vientos del norte los acercan al litoral y a los puertos pesqueros, donde los págalos atacan a las gaviotas para arrebatarles la comida. En esas ocasiones también pueden alcanzar nuestras costas paíños boreales, frailecillos y alcas, que llegan agotados o moribundos arrastrados por el viento desde los caladeros del Cantábrico en los que pasan el otoño y el invierno. Las olas de frío en Europa nos acercan aves poco habituales


de ver en Asturias o que invernan en número escaso. En esas ocasiones pueden recalar en nuestras rías y costas grandes anátidas, como barnaclas carinegras (llegadas de sus colonias de invernada en la costa francesa), cisnes, ánsares caretos (procedentes de Siberia), etc. También llegan grupos de tarros blancos (desde las costas francesas donde invernan), y aumenta la presencia de ánades rabudos, silbones europeos, porrones (europeo, moñudo, pardo y bastardo), cucharas, negrones (común y especulado), serretas (mediana y chica), haveldas, bisbitas costeros, escribanos nival y cerillo, gaviotas groenlandesas, gaviones hiperbóreos, agachadizas comunes, chorlitos dorados europeos, chorlitos grises, alcaravanes, correlimos (gordo y tridáctilo), etc. No cabe duda de que un paseo invernal por la costa y las rías en los días siguientes a olas de frío, o tras fuertes temporales, nos depararán interesantes observaciones, sobre todo si llevamos unos buenos prismáticos y una guía que nos permita identificar a estas aves llegadas del frío.

Muchos invernantes llegados a Asturias pertenecen a especies que están presentes todo el año en el Principado y que se reproducen aquí, pero que ahora reciben la visita de sus congéneres norteños, reforzando sus efectivos. Desde zampullines comunes a ratoneros, pasando por pinzones, petirrojos, mirlos, chochines, cormoranes moñudos, gallinetas, martines pescadores, fochas, pinzones, zorzales, bisbitas, colirrojos tizones, tarabillas comunes, etc., parecen ahora más abundantes que nunca debido a ello, pese a que algunos ejemplares reproductores en Asturias se han ido al sur. A medida que avanza el invierno, algunas señales y conductas diferencian a las aves asturianas de las extranjeras. Así, las que tienen pensado reproducirse aquí comienzan pronto a adueñarse de un territorio y a propagar a los cuatro vientos que éste ya tiene propietario mediante sus trinos. Es el canto de «raitanes», mirlos y zorzales, que ya se oye en pleno invierno, aunque todavía sin la pasión que les traerá el celo. Cuando éste se aproxima, los mirlos locales muestran inv ierno

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Asturias, destino de invierno: mientras en la montaña todo es silencio, en las rías y marismas bulle la vida. En un metro cuadrado de limo de una ría bien conservada puede haber

centenares de gusanos, crustáceos, moluscos y otros invertebrados accesibles a los especializados picos de diversas aves. Esta disponibilidad de alimento hace que no sean pocas

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las que detienen en las costas y estuarios de Asturias sus viajes migratorios. Arriba: grupo de invernantes en la ría del Eo (cormorán grande, ostreros, zarapitos y agujas);

debajo: un archibebe claro observa a un grupo de correlimos que levanta el vuelo al llegar una ola a la roca donde descansaban durante la pleamar en la ría del Eo.


Estas aves son limícolas típicas, especializadas e picotear nerviosamente limos y fangos en busca de invertebrados. Debido a ello, su actividad depende de los ritmos

de la marea, alimentándose en bajamar cuando los fangos quedan expuestos, y descansando en pleamar. Iluminados por una hermosa luz invernal en la ría del Eo, estos

zarapitos reales (arriba) aguardan en duermevela la bajada de la marea para volver a hundir sus picos en el fango en busca de alimento. Aunque algunos inmaduros permanezcan todo

el año en el Principado, la presencia de los zarapitos es muy numerosa en invierno. Debajo: un porrón europeo se acicala el plumaje en el parque de Isabel la Católica en Gijón.

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Las galernas invernales amarran la flota y empujan a las gaviotas a los puertos, mientras en los acantilados del oriente rugen los bufones y bajo las aguas todo parece apocalíptico. El bufón de Santiuste (Llanes, derecha) es uno de ellos. Cuando una gran ola impacta en el acantilado calizo el agua es impulsada a gran presión por las grietas y túneles del mismo, y sale por su parte superior proyectada como un violento chorro rugiente. En estos días, los puertos y bahías recogidas no sólo protegen a la flota pesquera sino a aves marinas invernantes en Asturias. Con aspecto que recuerda a un pingüino, el alca (arriba) es una de las que puede verse en esos lugares. Mucho más abundante es la gaviota reidora (debajo), ahora con plumaje de invierno. En los inicios de la primavera, los adultos emprenderán la marcha.

su pico más amarillo que los que están próximos a irse, que todavía tienen que viajar y apropiarse de un territorio en sus destinos. Zorzales, chochines y otras aves residentes comienzan pronto a construir nidos e incluso a poner huevos, entre febrero y marzo. Otra señal que diferencia a los migradores es la tendencia que muestran algunas especies a formar concentraciones previas al viaje. Es el caso de fringílidos como el pinzón vulgar o los jilgueros, que forman grupos numerosos en la rasa costera poco antes de volver a sus países de origen, mientras los residentes ya están construyendo el nido o incubando. Sin embargo, no debemos pensar que los bandos de aves que deambulan por la campiña y la rasa costera en invierno están formados sólo por migrantes. Como veremos, las aves en invierno adoptan con mucha frecuencia conductas gregarias. Algunos de sus integrantes sí proceden de tierras lejanas, pero otros son residentes todo el año en Asturias y en esta época han olvidado su territorialidad, buscando la protección del grupo. En cualquier 336 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

caso, cuando va aproximándose la primavera, los grupos de aves sedentarias se deshacen, en busca de parejas y territorios para sus integrantes. Sólo los que van a emprender viaje prenupcial conservan el bando entonces. En los meses de invierno, el Cantábrico suele estar desapacible y frío, cuando no francamente violento y plomizo. Las galernas amarran la flota y las gaviotas a los puertos. En los acantilados del oriente rugen los bufones, mientras bajo las aguas costeras todo parece apocalíptico. El invierno en el mar supone, por ejemplo, la muerte para muchas especies de ascidias: la delicada y transparente Clavelina lepadiformis es una de ellas, aunque conserva una yemas a partir de las que volverá a desarrollarse en la siguiente primavera. Los temporales y el mar de fondo arrancan grandes cantidades de algas de praderas submarinas, muchas ya algo debilitadas por la acción de peces y moluscos ramoneadores. Las olas, corrientes y mareas las depositan en la costa, en forma de arribazones que cubren


playas y pedreros en los meses de otoño y, sobre todo, en invierno. En Asturias se recogen sobre todo las algas rojas del género Gelidium, popularmente conocidas como «ocle», del que industrialmente se obtiene agar, alginatos y carragenatos. Otras recogidas son menos selectivas y se emplean como abono, pues las algas ayudan a conservar la humedad del terreno y suministran sales minerales al mismo. Desde los meses del otoño, muchas especies de la fauna marina se dirigen a zonas más profundas y tranquilas a pasar un invierno relajado. Así, las «ñoclas» descienden ahora a profundidades en torno a 90 metros. Las hembras del centollo también profundizan, guardando sus huevos bajo el abdomen durante un periodo total de unos 9 meses hasta el momento de su eclosión. Las sardinas, anchoas (bocartes), rubieles (mazotes), arenques, caballas, etc., pasan el invierno a mayor profundidad, entre 180 y 220 metros, allí donde termina la plataforma continental y comienza la imperturbable noche eterna del talud abisal (las merluzas adultas incluso descienden

a 500-1000 m de profundidad). Se mueven poco entonces, y aprovechan para madurar sus productos sexuales (huevos y esperma) y así tenerlos listos para la primavera. En ocasiones sardinas y merluzas pueden comenzar sus puestas más tempranamente, incluso en enero, ya que las efectúan en aguas profundas próximas a sus zonas de invernada, sin tener que desplazarse a las cercanías de la costa, como harán anchoas y arenques en la primavera. Otros que tienen sus gónadas a punto para comenzar la reproducción son los «oricios» o erizos de mar. Es precisamente este hecho lo que les hace más sabrosos en estos meses de invierno, antes de que expulsen sus huevos a finales de la estación o inicios de la primavera. Esto, a su vez, puede ser problemático en caso de recolecciones excesivas, pues los «oricios» próximos al desove recogidos en esta época no han llegado a culminar su reproducción. El consumo de estos equinodermos en Asturias es muy antiguo, pues se han encontrado sus restos en basureros datados en torno al año 9000 a. de C. inv ierno

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En invierno el Cantábrico suele estar desapacible y frío, cuando no violento y plomizo (derecha, islotes de la Sarna, Gavieiru, Cudillero). Los temporales y el mar de

fondo arrancan grandes cantidades de algas que acaban depositadas en la costa en grandes arribazones de «ocle». Muchas especies de peces e invertebrados

se retiran a aguas profundas y la actividad pesquera se reduce (página siguiente, debajo, nasas en el puerto de Luarca).Sin embargo, el mar embravecido rugiendo en

Entre los meses de diciembre y febrero es época de la costera del besugo, («diciembre, pote n’el llar y besugu na mar»), que se pesca con palangres, a veces en abundancia («en diciembre, espineles y palangres quiten hambre al mareante»). A su término los pescadores suelen estar dedicados a preparar las costeras que empezarán en la primavera. La retirada de muchas especies de peces a aguas profundas y los temporales reducen la actividad pesquera. Es momento de dedicarse a tareas de mantenimiento en las embarcaciones y de reparar redes y aparejos en el puerto. Pese a todo en invierno también se pesca abadejo, palometa y congrio. Mar adentro los pescadores pueden divisar algún año cachalotes (en esta época combatiendo por los grupos de hembras), rorcuales aliblancos y calderones comunes (ambos en época de partos y apareamientos). Otro mamífero marino que sí alcanza nuestras costas con cierta frecuencia en invierno es la foca gris. Suele tratarse de individuos jóvenes, nacidos unos cuatro o seis meses atrás en las 338 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

la base del Cabo Vidio no parece inquietar mucho a estos cormoranes moñudos (debajo), más preocupados por cuestiones amorosas y de territorio en la colonia.

colonias británicas y cuya aventura de dispersión tras independizarse de la colonia los ha traído hasta nuestras costas, a las que llegan agotados. Las charcas de bajamar aparecen algo empobrecidas en invierno. En ellas hay pocos peces, en su mayoría jóvenes, y la actividad que presentan los invertebrados es escasa comparada con la de primavera y verano. Con todo, algunos están en plena reproducción, como los nudibranquios Dendrocoris grandiflora y Pleurobranchus testudinarius. Este último comenzó sus puestas en noviembre, por lo que ahora ya se ven sus juveniles. Los moluscos bivalvos, como berberechos y almejas, también van a comenzar el desove, pero a partir de febrero y hasta julio. En tareas parecidas está uno de sus más temidos depredadores, el caracol marino Buccinum undatum, depositando grandes masas de huevos que en el pasado eran usadas como jabón. Este molusco vive en los mismos fondos fangosos habitados por sus presas favoritas. Para


capturar a esos bivalvos, el buccínido se coloca sobre una de las valvas de su presa y aguarda pacientemente a que se abran. En ese momento inclina su concha y cuela el borde de la misma entre las dos valvas, impidiendo su cierre. Por ese espacio introduce su trompa y devora los tejidos blandos del bivalvo. La actividad relativamente escasa que presenta el pedrero en el invierno comienza a animarse en los finales del mismo. En marzo, cuando los días ya se alargan con rapidez, empieza el retorno de la fauna a aguas menos profundas, detectándose su presencia en las charcas de bajamar. Además, la proximidad del equinoccio de primavera trae consigo mareas muy vivas que permiten encontrar muchas especies poco habituales en las «pozas» del intermareal habitual, como el Cyclopterus lumpus, un pez de aguas profundas que se acerca a criar a la costa a finales del invierno. En los acantilados e islotes costeros, el cormorán moñudo está muy ocupado toda la estación invernal. En torno a las Navidades ha inv ierno

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En los acantilados e islotes costeros, como este de El Gavieiru (Cudillero) (derecha), el cormorán moñudo está muy ocupado toda la estación invernal. En torno a las Navidades ha desarrollado el simpático penacho de plumas que le da su nombre vulgar. Con ese vistoso moño recibe el año nuevo posado en una repisa del acantilado (izquierda). Se trata de apropiarse de ella y de intentar convencer a una hembra de que es un buen partido. Como intentando animarla a considerar su opción, el cormorán moñudo prepara en su repisa un «nido piloto», no muy elaborado pero que espera sea del agrado de la hembra (página siguiente, debajo).

desarrollado sobre la cabeza el simpático penacho de plumas que le da su nombre vulgar. Con su vistoso moño, el también llamado «cagón» o «mavea», recibe el año nuevo posado en una repisa del acantilado. Se trata de apropiarse de ella y de intentar convencer a una hembra de que es un buen sitio (y él una buena pareja) para anidar. Como intentando animarla a considerar esta opción, el cormorán moñudo lleva esos días palos y algas secas a su repisa, haciendo un «nido piloto», no muy elaborado, pero que espera sea del agrado de la hembra. El macho pasará días y semanas en su repisa, pendiente de los otros machos y de las hembras y acopiando material. Si su oferta no despierta mucho entusiasmo, el macho probará suerte en otro lugar. Como ave colonial que es, el cormorán no precisa mucho territorio: tan sólo un metro cuadrado más o menos, el radio de alcance de su cuello y pico sin moverse del nido. Si otro macho osa aproximarse en exceso, el propietario de la repisa intentará intimidarlo 340 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

mediante ronquidos, gruñidos y erizamiento del plumaje. Rara vez llegarán a la agresión física. Cuando llega una hembra, la primera reacción del macho es, curiosamente, expulsarla como si fuera otro macho (también la hembra tiene moño en esta época). Si el celo de ésta no es aún muy intenso, se va despechada del acantilado. En caso contrario, soportará las afrentas del macho hasta que éste cae en la cuenta de que se trata de una posible compañera. Desde finales de enero, pero más aún en febrero y marzo se van formando y consolidando las parejas. El cortejo tiene variadas actitudes, como acicalamientos mutuos, estiramientos de cuello, adopción de conductas infantiles por la hembra, como si fuese un pollo, regalo a la misma de ramas y algas para el nido, etc. Las cópulas son breves y repetidas. Mientras, la hembra continúa la construcción del nido que el macho había esbozado, utilizando los materiales que éste le trae. La mayoría de las puestas (normalmente de


tres huevos) se efectúan en marzo, durando la incubación en torno a un mes. No muy lejos de la colonia de los cormoranes moñudos, el halcón peregrino también está en celo. Como en el caso anterior, el macho invita a la hembra a acudir a su repisa en el acantilado, allá por los meses de febrero y marzo, pero mediante un cortejo previo diferente a base de chillidos, vuelos picados, persecuciones aéreas y obsequios de alimento. Por entonces, las escasas parejas de ostrero que se reproducen en el occidente de Asturias van ocupando sus islotes de cría.

cortejos en el río En las noches de luna nueva, cuano reina la mayor oscuridad, las angulas continúan entrando desde el mar a nuestras rías; los machos permanecerán en el estuario, mientras las hembras remontarán el río en el que crecerán durante bastantes años. Entre esos meses de inv ierno

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El macho de cormorán moñudo pasará semanas en su repisa, pendiente de otros machos y de las hembras. El de la fotografía inferior hace una pausa para rascarse el cuello antes de seguir vigilando. Si finalmente tiene éxito y una hembra acude a su posadero, se irá consolidando la pareja a base de acicalamientos mutuos, estiramientos y jugueteos de cuello (derecha), regalos de ramas y algas para el nido, etc. Pronto llegarán las cópulas y la hembra completará la construcción del nido que el macho había esbozado.

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A pesar de su nombre, el tritón alpino también vive en valles bajos de Asturias. Mientras sus congéneres de la montaña soportan aletargados los rigores del invierno, los tritones que viven a escasa altitud, con inviernos más benignos, comienzan a volver a fuentes, charcas y abrevaderos. En el agua los vistosos machos comenzarán desde enero y febrero sus cortejos a las hembras. Página siguiente: en los crepúsculos invernales se escuchan unos silbidos en el cauce sombrío del río: son los machos de la nutria, que ya están de cortejo. Aunque estos mustélidos pueden reproducirse en cualquier época del año, quizá es ahora cuando tienen su celo más encendido.

diciembre a marzo, las truchas están en plena freza en los cursos altos del río, siguiendo un procedimiento similar al de los salmones, que algo más abajo ya están terminando sus puestas. Poco después comienza la entrada de nuevos salmones por los ríos del occidente de Asturias, llegando los del oriente unas semanas después. Suele tratarse de grandes hembras que han pasado varios inviernos en los mares de Groenlandia y que ahora, en estos meses de invierno, llegan a los ríos que les vieron nacer. Descansan en alguna poza de aguas tranquilas y luego van remontando sin prisa el río, pues aún faltan meses para su reproducción, a finales del próximo otoño. Durante su ascenso se encuentran con congéneres que bajan moribundos, arrastrados por el río: son los «zancaos», salmones adultos que han terminado la freza días o semanas atrás. Están delgados y agotados tras el remonte del río y la freza. Además, las heridas producidas por golpes contra las piedras son atacadas por hongos y parásitos, que debilitan aún más al «zancao». La gran mayoría morirán río 344 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

abajo, apareciendo varados en las orillas o enredados en las ramas y raíces de los sauces ribereños. Sin embargo, unos pocos consiguen llegar aún vivos al mar, y entonces se recuperan de su débil aspecto, comenzando una nueva etapa marina. Al igual que en los ecosistemas marinos y litorales, algunos habitantes de ríos, charcas y lagunas están de reposo invernal, mientras otros andan ajetreados con celos y cortejos. Entre los primeros están las múltiples ninfas y larvas de invertebrados acuáticos, ocultos bajo piedras y fango de las frías aguas, a veces congeladas en su superficie. También están aletargadas algunas especies de ranas, como la de San Antonio o la rana común, refugiadas entre hojas, barro, piedras y raíces. Por el contrario, los topos de agua o desmanes están muy activos, dedicados a buscar incesantemente los invertebrados (generalmente aletargados) que les permitan conservar el ritmo de su metabolismo en estos fríos meses con gélidas aguas en el curso alto y medio del río. Además, llegado enero, la hembra del


topo de agua entra en celo (el macho lo había hecho ya en diciembre). Hasta entonces, estos primitivos insectívoros habían llevado una vida solitaria e independiente, expulsando sin contemplaciones a cualquier otro topo de agua que se adentrase en el territorio ocupado por uno de ellos, pues no es cosa de compartir sus reservas de invertebrados. Pero ahora la cosa cambia: la hembra deja de expulsar sus excrementos al agua y los deposita estratégicamente en las piedras del cauce fluvial, impregnadas de un olor indicativo de su receptividad sexual. En sus correrías nocturnas el macho detecta esos excrementos y busca inquietamente a la hembra por el río. En el momento del encuentro, ambos topos de agua emiten sonidos destinados a apaciguarse mutuamente, refrenando su primer instinto de expulsión del intruso. Así se establece la pareja, que volverá a deshacerse al terminar el periodo de cría a finales de la primavera. Otros que están en celo en pleno mes de enero son los ánades reales o azulones. Los machos nadan en círculo alrededor de la hembra, inv ierno

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Unos ramilletes de flores, las primaveras (debajo), destacan en la campiña y claros del bosque, anunciándonos la estación aún lejana que les da nombre. Corre el mes de

febrero. Los días se alargan y el sol está cada vez más alto. Algunas semillas y brotes en el sotobosque han detectado el crecimiento de los días y se disponen a desarrollarse y

desafiándose y exhibiendo sus cuellos verdes iridiscentes. Las hembras no parecen demasiado interesadas en esos despliegues, por lo que es el macho el que termina forzándolas a la cópula. Las otras anátidas invernantes en rías, charcas y embalses no se sienten muy impulsadas a seguir el ejemplo de los azulones: su celo aún queda lejano y antes tienen que volver a sus países de origen. En los crepúsculos invernales se escuchan unos silbidos en el cauce sombrío del río: son los machos de la nutria, que ya están de cortejo. Aunque estos mustélidos pueden reproducirse en cualquier época del año, quizá es ahora cuando tienen su celo más encendido. Más discretas son las salamandras rabilargas, pese a que están por entonces muy activas con cópulas y desoves. Sus parientes las salamandras comunes siguen con sus partos comenzados en otoño. A diferencia de la salamandras rabilargas, las comunes no ponen huevos y paren a sus larvas parcial o totalmente metamorfoseadas. 346 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

florecer. Es arriesgado, por las previsibles heladas y nevadas, pero es su única oportunidad para hacerlo. Las hayas aún tardarán al menos un par de meses en desplegar las hojas, que

harán que el suelo quede en penumbra. Hasta entonces, hay suficiente luz en el sotobosque y las plantas deben aprovecharla (suelo de La Biescona, en el Sueve, Colunga–Parres).

Los tritones que viven en cotas bajas no están sometidos a las duras condiciones de sus congéneres de montaña, donde lagos, charcas y abrevaderos están congelados. En los valles basales las temperaturas invernales son más moderadas y las heladas menos frecuentes que en la montaña. Por ello, los tritones son aquí más madrugadores en su vuelta al agua para reproducirse, retrasándose el proceso unos dos meses en las cotas elevadas. En efecto, en enero y febrero ya se encuentran tritones alpinos, palmeados y jaspeados en los abrevaderos, fuentes y charcas basales. Su presencia en estos lugares irá aumentando a lo largo de febrero y marzo, mes este último en el que ya están prácticamente todos en esos medios. Llegan al agua con sus vistosas libreas nupciales para comenzar los cortejos y reproducciones en los finales de invierno y primavera. Mientras, sus parientes de montaña están hibernando bajo el musgo y piedras de los arroyos. Su entrada al agua aún deberá esperar hasta marzo, abril o incluso mayo.


espíritu de primavera En los fondos de valle abrigados, algunas plantas ya están en flor a mediados de enero; entre las primeras figuran los eléboros verdes y fétidos y las hepáticas. En esos sotobosques las matas de rusco muestran por entonces sus frutos rojos maduros, y los avellanos tienen sus flores masculinas (amentos) desplegadas y colgando. Estos arbustos, al igual que el aliso, que también está próximo a desplegar sus amentos colgantes, son polinizados por el viento. Por ello les conviene florecer ahora que aún no hay hojas que estorben o dificulten la llegada del polen a las discretas y pequeñas flores femeninas. Los amentos producen para ello ingentes cantidades de polen. Dado que no tienen mayor interés en atraer a los insectos, por otro lado escasos todavía, estos árboles carecen de pétalos vistosos en sus flores. Otros que comienzan a cuajarse de flores, aunque no colgantes, son los sauces y salgueras. Tampoco tienen pétalos, pero sí ofrecen alimento a los primeros insectos, que ayudan así a su polinización.

Los días soleados de finales de enero y febrero es frecuente ver estos árboles y arbustos floridos, oliendo a polen y con un gran bullicio de abejas y otros insectos visitando sus flores («en febreru, l’abeya al salgueru y la oveya al regueru»). Antes de desprender el polen, las flores (y el conjunto del árbol) se ven de vivo color amarillo. En las semanas siguientes, estos árboles están cada vez más vistosos, poniendo una alegre nota de color en las arboledas y sotos, aún grises y tristes. Por entonces también florecen otros árboles de polinización aérea, como el tejo, que desprende auténticas nubes de polen sobre su copa, bien visibles si detrás de la misma hay una zona sombreada. Otro árbol que suele florecer en febrero es el olmo montano, con la peculiaridad de que tan sólo un mes después ya tiene sus frutos en desarrollo. Éstos son pequeñas nueces aladas (sámaras) de color verdoso, cuyos grupos son muy vistosos en marzo, cuando todavía no comenzó la foliación. inv ierno

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Entre las plantas del sotobosque que florecen desde febrero y marzo encontramos las hepáticas, eléboros y anémonas, sobre todo las que viven en bosques a escasa altitud. La hepática puede mostrar sus flores de diferentes colores, como muestran las dos fotografías superiores. Las semillas a las que darán lugar tienen una excrecencia rica en aceites cuyo fin es tentar a las hormigas a que se las lleven. Así consigue la hepática su dispersión. El eléboro verde (debajo, izquierda) es una planta tóxica que ahora muestra sus flores verdes. A partir de rizomas subterráneos también brotan las anémonas de los bosques o nemorosas (debajo, derecha). Página siguiente: el bosque de montaña parece vacío de vida en invierno. Los árboles nos muestran ahora tan sólo su esqueleto aparentemente inerte. Sin embargo, en sus grietas y recovecos están aletargados diversos invertebrados que aguardan la primavera. Los días soleados, el calor en la corteza puede desperezarlos transitoriamente. Algunos bandos erráticos de pájaros prospectan troncos y ramas en su busca (haya en el bosque de Pome, Cangas de Onís).

A medida que avanza febrero, cada vez aparecen más plantas en floración, aunque se trate de flores discretas, como es el caso del aladierno o el muérdago. Sólo unos ramilletes de alegres flores destacan en la campiña, las primaveras, que nos anuncian la estación aún lejana que les da nombre. Entremezcladas también se pueden ver algunas violetas y dientes de perro. Los días se están alargando y el sol ya se va viendo cada vez más alto: «en febreru, entra’l sol en cualquier regueru... el últimu día, que no’l primeru», «en febreru ya puées char el to xatu al regueru». En los pueblos, el ganado sigue estabulado, alimentándose de la hierba recogida el pasado verano y acumulada en «tenadas» y balagares o «varas de hierba». El campesino tiene ahora menos quehaceres, salvo limpiar la cuadra, sacar algún «xatu» a los prados colindantes al pueblo (guarizas, rieras o morteras) y alguna matanza o tarea pendiente de los meses anteriores. Tras las últimas siembras de escanda, en enero se suelen sembrar los guisantes («arbeyos») y se terminan de 348 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

plantar los ajos («cada día que pasa d’enero, pierde un ajo el ajero»). Estos meses invernales son los preferidos para «cuchar» (abonar) los prados, limpiarlos de zarzas y maleza, arar los huertos y efectuar podas en los frutales. La quema de rastrojos causó y sigue causando incendios devastadores al propagarse con facilidad por la vegetación seca y durmiente. Los incendios forestales siguen siendo hoy una triste característica de la segunda mitad del invierno, provocados en su práctica totalidad por incalificables terroristas de la naturaleza cuyo egoísmo sigue esquilmando año tras año el patrimonio natural de todos los asturianos, arruinando de paso las posibilidades de otros tipos de explotación y desarrollo futuros en sus comarcas. En el pasado se talaban en invierno los árboles cuyas maderas iban a ser destinadas a usos importantes (construcciones, industria naval, etc.), por resultar entonces más sólidas y duraderas. También es momento de la actividad contraria, esto es, de plantar árboles aprovechando su dormición («el árbol tién que invernar donde va a


veranear») y, en torno a la Candelera (2 de febrero), de hacer podas e injertos en los manzanos y otros frutales, pues después de San José (19 de marzo) quedan pocas posibilidades de que prendan. La fiesta de la Candelaria o Candelera es una referencia importante del año agrícola porque marca aproximadamente la mitad del invierno («Por la Candelera bota’l inviernu fuera»). Por tanto era buen momento de hacer balance sobre cómo iba el ritmo de consumo de hierba y provisiones: «por la Candelera medirás la tu cebera: si tienes como teníes, comerás como comíes». Al igual que a finales de otoño, los días de ocio o mal tiempo la familia se reunía en los escaños junto al «llar», donde se recordaban viejas historias, romances de sucesos, antiguas batallas, encuentros con osos y lobos, leyendas... Mientras afuera nevaba o aullaba el viento, junto a la lumbre se rezaba por «los navegantes que andan por la mar y los caminantes que andan por los caminos». Las mujeres solían ocupar su tiempo libre hilando en los «filandones», cocinando,

etc. mientras los hombres fabricaban madreñas o reparaban aperos de labranza. Sólo festividades como el «antroxu» rompían la relativa monotonía del invierno. Hoy estas costumbres se han sustituido por las tertulias en el bar al que los paisanos acuden cuando oscurece la tarde. El bosque de montaña parece vacío de vida en invierno. Los árboles nos muestran ahora tan sólo su esqueleto. No se oyen sonidos y el suelo se presenta mustio y muerto, aunque sobre los restos de alguna rama semienterrada en la hojarasca podemos encontrar la peziza escarlata, un hongo cuyas pequeñas «copas» productoras de esporas muestran un vivo color rojo. En ese bosque gris parduzco adquieren ahora su mayor vistosidad y protagonismo los musgos y líquenes. Estos últimos son una asociación de alga y hongo. El hongo aprovecha los azúcares que el alga sintetiza mediante la fotosíntesis. El alga recibe del hongo envoltura y protección frente a la desecación, la luz demasiado intensa inv ierno

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Los líquenes resultan de una asociación de alga y hongo. Este último aprovecha los azúcares que el alga sintetiza mediante la fotosíntesis. En contrapartida, el alga recibe

envoltura y protección frente a la desecación por parte del hongo. La asociación es tan eficaz que los líquenes pueden colonizar y vivir en ambientes muy extremos, que por

o el exceso de calor. Gracias a esta asociación, los líquenes pueden colonizar y vivir en ambientes muy extremos que por separado les resultarían inhabitables: por ejemplo, si no estuviesen asociados en un medio tan duro como las rocas de alta montaña, el hongo no encontraría alimento alguno y el alga moriría destruida por la climatología del lugar. Sin embargo, unidos en ese beneficio mutuo consiguen colonizar y prosperar sobre las rocas de las más altas cumbres. Por lo tanto, la vida en el bosque durante el invierno no es demasiado problemática para los líquenes, que incluso se muestran más vivos y verdosos, pues la ausencia de hojas les permite recibir una insolación mucho mayor que en otras estaciones. Sin embargo, para la mayor parte de las plantas y animales, el invierno es una situación crítica donde la supervivencia se pone a prueba. Una de las pocas señales de vida que podemos encontrar es algún bando de pájaros prospectando troncos y ramas de los árboles en busca de larvas e invertebrados aletargados en sus rendijas o 350 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

separado les resultarían inhabitables, como las rocas de alta montaña. Allí, el hongo no encontraría alimento alguno por separado y el alga moriría destruida por la climatología del lugar.

Sin embargo, juntos resisten estos duros medios, incluso frente a las extremas condiciones del invierno altimontano (liquen sobre una roca de la Vega del Lago Cerveriz, Somiedo).

temporalmente activos al solearse la corteza. Estos bandos suelen estar integrados por carboneros, herrerillos, trepadores azules, reyezuelos listados y agateadores (estos últimos a veces divagan tan sólo en parejas), explorando cada especie diferentes zonas del árbol para no competir. Suelen buscar arañas o pequeños insectos que el sol haya despertado temporalmente. También prueban suerte levantando y picoteando trozos sueltos de la corteza o líquenes aferrados a la misma. Los pájaros carpinteros no son tan gregarios, aunque a veces no resisten la tentación de acompañar temporalmente a esos grupos. Como sus picos son más duros, perforan los troncos muertos en profundidad, donde pueden encontrar algún escarabajo, huevos de insectos, termitas y hormigueros. Otras aves que forman bandos por entonces son los mitos y los camachuelos. Ambos recorren bosquetes y pomaradas con distintos objetivos, pues mientras los mitos buscan arañas y otros invertebrados por las grietas y superficie de las cortezas, los camachuelos prospectan las ramas buscando bayas,


El suelo del bosque se presenta mustio y muerto, aunque sobre los restos de alguna rama semienterrada en la hojarasca podemos encontrar un hongo de vivo color rojo, la peziza

escarlata. Sin embargo, el espesor de la capa de hojas caídas en otoño crea un abrigo protector para invertebrados del suelo que viven en el humus subyacente. Éstos,

yemas, brotes y, a medida que se aproxima la primavera, flores de distintos árboles (fresno, arce, manzano...). Los «raitanes» o petirrojos y los mirlos que se quedaron en el límite del bosque o en sus claros, revuelven en la hojarasca del suelo en busca de miriápodos (ciempiés, milpiés), cochinillas de la humedad (permanecen activas en invierno), etc. Por supuesto, cualquier lombriz es bienvenida. Es frecuente escuchar en esta época el sonido de sus prospecciones revolviendo hojarasca, que en el caso del mirlo hacen pensar en un animal mayor, antes de que levante el vuelo emitiendo su grito de alarma. La arcea, que también se alimenta de lombrices e invertebrados, adapta sus ritmos de alimentación a los de sus presas y se hace nocturna en otoño e invierno. Al atardecer vuela desde el bosque y las vaguadas húmedas a los prados en los que tal vez encuentre lombrices. Hay pájaros que han abandonado el bosque dirigiéndose a la campiña en busca de alimento. Así, los reyezuelos sencillos, trepa-

lombrices, caracolillos, cochinillas de la humedad, miriápodos, arañas, larvas de insectos, etc., son la única posibilidad para las musarañas. Estos insectívoros no hibernan

y tienen un alto metabolismo basal, acrecentado con los fríos del invierno, por lo que si no encuentran invertebrados en cuestión de horas morirán.

dores azules y picapinos han cambiado hayedos y robledales por los valles bajos, llegando hasta la costa. Por los «cotoyares» y matorrales basales hay grupos erráticos de currucas rabilargas, y por toda la campiña se puede encontrar algún que otro bando nómada de aves recorriendo variados ambientes como huertas, rastrojeras, campos estercolados, prados, setos y bosquecillos. Los terrenos recién arados descubren multitud de lombrices e invertebrados durmientes que suponen entonces un valioso alimento, aún más abundante si además se «cuchó» con estiércol de vaca. Así, en todos estos lugares se ven grupos de cornejas, cuervos, lavanderas blancas, gorriones comunes, jilgueros, verdecillos, pardillos, ruiseñores bastardos, reyezuelos sencillos, trigueros, verderones serranos, etc. Otros bandos no corresponden a aves asturianas sino a invernantes o grupos mixtos de locales y extranjeros. Es el caso de los abundantes bisbitas (comunes, alpinos y costeros), mosquiteros europeos (pueden cantar en días soleados), lúganos (comiendo las semillas de las «piñas» que inv ierno

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aún penden de los alisos), escribanos (palustres, nivales y cerillos), gorriones molineros, avefrías, estorninos, zorzales reales y alirrojos, etc. Estos bandos de zorzales suelen llegar con olas de frío en Europa, recurriendo en Asturias con frecuencia a los frutos del acebo. El gregarismo trae algunas ventajas en invierno. Por un lado siempre ven mejor unas docenas o centenares de ojos que un solo par, tanto a la hora de buscar comida (aunque si no da para todos haya que pelear), como a la hora de descubrir un peligro. Por otro lado, si éste último aparece y el grupo levanta el vuelo, el cazador se verá confuso y desorientado visualmente, sin terminar de decidirse por uno de sus componentes. Si aún así hay un ataque, las probabilidades individuales de ser la víctima son más pequeñas cuanto mayor sea el grupo. Pero además, la unión hace la fuerza. Cuando un bando de córvidos, por ejemplo, descubre un posible cazador, no dudará en ir tras él, en medio de un griterío que casi presagia un linchamiento, con lo que el sorprendido depredador desiste de cual352 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

quier intento de captura. Incluso un adormilado y tranquilo cárabo u otras rapaces nocturnas se ven obligadas a volar en pleno día de su posadero si tienen la mala suerte de ser descubiertas por un grupo de alborotadores «glayos» y otros pájaros, incluso más pequeños (algo les dice que de noche podrían figurar entre sus posibles víctimas). Por todo ello, el gregarismo es una interesante opción para el invierno. Entre los más aficionados a recurrir a él están los córvidos. No es difícil encontrar en invierno nutridos grupos de cornejas, cuervos, chovas y urracas en prados estercolados y arados, rastrojeras y huertas a la busca de invertebrados. En esta época además, están en cortejo. Las parejas de cuervos pueden dejar unos días el grupo, buscando intimidad en la que fomentar su unión mediante acrobáticos vuelos de celo. También las cornejas efectúan vuelos en pareja tras un despliegue de movimientos de cabeza, alas y cola, y las «pegas» realizan al amanecer y atardecer un ruidoso ceremonial con chillidos, vuelos y persecuciones entre las parejas que integran el bando.


Cuando la cota de nieve desciende a unos 800-900 m, los bandos de chovas piquirrojas y piquigualdas bajan de la montaña y se ven en prados cercanos a los pueblos a la búsqueda de invertebrados. Si los días son soleados no es raro ver esos grandes bandos gritando sobre nuestras cabezas en los riscos y collados montañosos. Otros córvidos muy gregarios en el invierno son los «glayos» o arrendajos, que vagan agrupados por el bosque recolectando alimentos de sus despensas. Sus gritos al detectar nuestra presencia o cualquier peligro es uno de los pocos sonidos que rompen entonces el silencio del bosque.

sonidos en la noche Al llegar la noche el frío aprieta aún más y los pájaros acuden a dormideros comunes, juntando a veces sus cuerpos para soportar mejor la helada. A la vez, erizan el plumaje para aumentar el capa de aire aislante. Desde sus dormideros, los pájaros escuchan escalo-

friantes sonidos que rompen el silencio de la gélida noche estrellada o de luna en el bosque. Se trata de los maullidos roncos y entrecortados del gato montés, que ha entrado en celo («al gatu y al mozu, diciembre da el gozu»). El macho marca con su olor rocas, tocones y troncos para atraer allí a las hembras y, de paso, hacer saber a otros competidores que no es buena idea adentrarse en su territorio. Durante el marcaje y búsqueda de hembras, el macho abandona de cuando en cuando la espesura del bosque y emite maullidos. También la hembra lo hace al sentir los ardores del celo, y estos sonidos en el silencio de la noche hacen pensar en el gemido de un bebé abandonado en el monte. Cuando el macho encuentra a una hembra constituye una efímera pareja con la misma hasta que ésta se hace receptiva y se efectúan las cópulas, habitualmente en febrero y marzo. Durante las mismas la hembra libera sus óvulos al útero, facilitando la fecundación. Después, el macho buscará sucesivamente nuevas compañeras inv ierno

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En las noches de invierno el frío aprieta aún más y se escuchan escalofriantes sonidos en el monte, rompiendo de cuando en cuando el silencio presente. Pese a tratarse de los meses más fríos del año, enero y febrero, son pródigos en celos y cortejos. En esas largas y heladoras noches se escuchan los impresionantes aullidos de los lobos, ahora en celo (página 353; a la izquierda, página 352, un frío amanecer sobre Valle de Lago, Somiedo). El gato montés (doble página anterior) maúlla y ronca entrecortadamente, esperando escuchar la respuesta de la hembra mientras marca con su olor rocas y troncos. También la ardilla (en esta página) tiene el primer celo del año, y anda correteando por ramas y troncos con su hermoso pelaje de invierno, más denso, de cola más peluda y con notables mechones de pelo en las orejas. En la página siguiente, hayas en un crepúsculo invernal (Majada de las Bobias, Onís).

hasta terminar su periodo de celo en primavera. Entonces, los gatos monteses volverán a ser ariscos e insociables con sus congéneres, continuando su vida solitaria por el bosque. A pesar de estar en los meses más fríos del año, enero y febrero son pródigos en celos y cortejos. Falta en torno a dos meses para la primavera, la época más favorable para tener crías. Como la mayoría de los mamíferos de tamaño medio tienen gestaciones que duran en torno a dos meses, es el momento de realizar las cópulas y fecundaciones. Algunos animales que han optado por la implantación diferida del óvulo fecundado sufren ahora cambios fisiológicos que permiten el enraizamiento del mismo en la mucosa uterina, comenzando la gestación real. Es el caso del corzo, por ejemplo, que desde finales de diciembre y durante el mes de enero, implanta sus óvulos fecundados, después de estar unos 5 meses libres en la cavidad uterina. De esta forma, el nacimiento de los corcinos se sincroniza con el momento más favorable en disponibilidad de alimentos 356 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

para la corza y con una confortable climatología (mayo). Otros grandes herbívoros de gestaciones prolongadas han ajustado sus periodos de celo en el otoño para que los nacimientos ocurran también en el momento más propicio del año. Desde sus dormideros, los pájaros escuchan otros sonidos de celo durante las noches de enero y febrero. Los machos de zorro, con su cola gruesa y el espeso pelaje de invierno, ladran mucho («guarreo») y se muerden. La búsqueda de hembras les hace multiplicar hasta por cinco el radio de sus correrías. También la garduña emite chillidos de celo. Martas, comadrejas y armiños están en faenas parecidas y hasta el tejón, que aunque no está realmente hibernado (duerme sin apenas interrupción), aprovecha sus breves despertares para efectuar coqueteos con las hembras, entre ronroneos y caricias insistentes. Pero existe otro sonido en esas frías y largas noches de invierno más escalofriante e impresionante que cualquier otro. Los lobos


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Tras una heladora noche, el sol está a punto de asomar por las cumbres tapizadas de bosque, cuyos árboles ya reciben sus primeros rayos (página siguiente), vista desde la Cueva de Deboyu (Caso). En las mañanas invernales de enero y febrero se escuchan en nuestros hayedos los gritos territoriales del macho del pito negro. Este gran pájaro carpintero se hace notar ahora en todo el valle de esta forma, y también golpeando troncos sonoros en breves ráfagas. En estos meses ambos sexos perforan distintos árboles de su territorio. En el momento de la puesta, la hembra escogerá uno de ellos, quedando los demás a disposición de otras aves y mamíferos.

deambulan por las partes altas del bosque, «tesos», cantos, y collados. Están agrupados en manadas y desde el crepúsculo emiten su aullido, tal vez para mantener cohesionado el grupo, llamando a reunión a sus integrantes, o para informar de su localización a otras manadas («en diciembre canta el llobu, cuerre la raposa y brinca la moza»). En estos fríos meses, cazar en grupo facilita el hallazgo y captura de presas, pues muchas de ellas son herbívoros que también muestran gregarismo en el invierno. Por ejemplo, los machos de ciervo se unen entonces a los grupos de hembras y crías (ya terminando de mamar) permaneciendo juntos hasta la primavera, estación en la que las vuelven a abandonar mientras se ocultan a regenerar la cuerna caída en marzo. Entre finales de diciembre y febrero, los lobos están en celo y los machos luchan entre sí. Las parejas que se constituyen se aíslan relativamente de la manada. La hembra es receptiva durante unos 20 días. Al terminar el periodo de celo, a finales de febrero, la manada 358 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

se va deshaciendo en parejas, con hembras ya preñadas que irán preparando su cubil en el mes siguiente, en zonas de canchales, matorrales espesos, etc., cercanos a algún cauce de agua. Desde el mes de enero, la ardilla anda correteando por ramas y troncos, con persecuciones y saltos de rama en rama. Ha llegado su primer celo del año, y luce un hermoso pelaje de invierno, más denso, mostrando la cola más peluda y mechones de pelo en las orejas. En sus ratos de descanso vuelve a su nido, construido remodelando el de un ave, y que le da protección contra la nieve y el viento frío. No se olvida de visitar los almacenes de alimentos que creó en el otoño, aunque tal vez encuentre algunos saqueados por tejones, jabalíes, topillos, ratones u osos. En previsión de ello, la ardilla hizo un buen número de despensas. Apostar por una sola sería demasiado arriesgado si fuese descubierta, pues quedaría el resto del invierno privada de su reserva de alimentos. También anda inquieta la gineta, que aumenta su costumbre de efectuar marcajes territo-


riales y de reconocer sus dominios, en busca de rastros de hembras que hayan acudido a los mismos. Cuando las localice comenzarán los apareamientos. Formando parte del claroscuro que las noches de luna crean en el sotobosque, gracias a su pelaje moteado, la gineta busca asiduamente los dormideros de aves, a los que se aproxima con sigilo para intentar capturar algún pájaro somnoliento. Y es que en invierno los depredadores refuerzan por necesidad su carnivorismo. Si bien en otras épocas pueden complementar su dieta con algún fruto, insecto, anfibio o reptil, en invierno ya no hay esos suplementos disponibles y deben buscar presas de pelo o pluma. La vida discreta y oculta de éstas o su migración desde el monte hacia otras zonas dificulta el hallazgo de alimento para los carnívoros, que ahora más que nunca, se aproximarán a las pertenencias humanas. La aventura puede costarles la vida, pero la alternativa es la también posible muerte de hambre. Garduñas y zorros asaltan gallineros poco protegidos, los lobos atacan potros y rebaños de ovejas o cabras

abandonadas a su suerte en el monte; incluso los jabalíes acuden a huertos y pastizales a «focicar» en el suelo en busca de tubérculos, raíces o algún micromamífero. Todos estos animales no dejarán tampoco de husmear en los basureros a las afueras de los pueblos. La comadreja y el armiño buscan en «sebes» y «murias» de piedra, en «caleyas» y prados, algún ratón o topillo. El armiño luce ahora un hermoso pelaje, más blanco cuanto a mayor altitud viva. No desaprovechará la oportunidad de robar algún huevo de aves de corral si llega a ellos. Si los carnívoros se aproximan a medios humanizados en busca de comida, algunas aves también acuden a pasar la noche en dormideros comunales en pueblos y aldeas, quizá sintiéndose aquí más seguros que en el monte y con posibilidades de encontrar algo de comida en la mañana. Es el caso de las lavanderas, «raitanes» o petirrojos y colirrojos tizones. A la mañana siguiente, el simpático y sociable «raitán», más confiado que nunca, no dudará en acercarse inv ierno

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La nieve es la indiscutible protagonista del invierno en montañas y bosques. Recién caída, hasta las ramas más finas aparecen cuajadas de nieve, presentando las copas de los árboles un delicado aspecto

algodonoso. Sin embargo, lo que para nosotros es belleza y alegría en el paisaje, para gran parte de la fauna es una situación que dificulta aún más la supervivencia invernal y que se cobrará no pocas vidas. Para los

al hombre si éste le ofrece migas de pan y su amistad. En días fríos los pájaros presentan un aspecto más voluminoso que en tiempos más cálidos, pues erizan el plumaje para aumentar el espesor de la capa de aire caliente aislante. Los mirlos y «raitanes» parecen ahora más abundantes que en otras estaciones debido a la compañía de un importante contingente de emigrantes y a que ahora se acercan más a lugares poblados. Los residentes todo el año en Asturias ya cantan en estos meses de invierno para ir dejando claro cuál es su territorio, poniéndole fronteras sonoras. No sólo los carnívoros están ahora en celo. Además de maullidos, «guarreos», chillidos y aullidos, en las noches largas y frías de enero, se escucha en los bosques un sonido más habitual que los anteriores, bien audible por el valle: esta vez se debe a una rapaz nocturna, el cárabo, que grita por entonces su entrecortado ulular desde alguna rama de la que parece formar parte. Su canto es rápidamente contestado por otros cárabos del valle, reforzando el misterio de la 360 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

campesinos la nieve es bien recibida, sobre todo si cae en épocas adecuadas, pues es una abundante reserva de agua que traerá buenos pastos en el monte cuando se funda (derecha, Monte Grande, Teverga).

noche en el castañar, hayedo o robledal. Cuando se aproxima una hembra, el sonido cambia totalmente y comienza un dúo de «kíuiks» entre ambos, que continuarán emitiendo para comunicarse durante la cría. Más arriba, en las peñas encima de hayedos y robledales, el búho real emite su grave y escalofriante canto. Esta rapaz, muy escasa en Asturias, también está en celo ya desde diciembre, y pronto comenzarán las puestas e incubación. En las mañanas invernales de enero y febrero se escuchan en nuestros hayedos los gritos territoriales del macho de pito negro. Este gran pájaro carpintero se hace notar ahora en todo el valle con sus insistentes gritos que continuará emitiendo hasta bien entrada la primavera. Complementa su marcaje territorial con el tamborileo sobre los troncos. El «picafayes» golpea los troncos en ráfagas que duran poco más de dos segundos, aunque en cada una efectúa unos 40 golpes, como si de una ametralladora se tratara. En estos meses ambos sexos perforan distintos árboles de su territorio. En el


momento de la puesta (abril-mayo) la hembra escoge uno de ellos, quedando los demás a disposición de otras aves y mamíferos (ej.: cárabo, ardilla, lirón gris, etc.). Estos nidos son un buen refugio para el pito negro si divisa a tiempo a su enemigo más temido, el azor. En el mes de febrero, cazador y presa están en celo. El azor lo manifiesta volando alto sobre las copas de los árboles, chillando para llamar la atención de la hembra. Finalmente, ésta subirá volando y juntos realizarán planeos en círculo. También comienza por entonces su largo periodo de cortejo la liebre de piornal. Por la noche la hembra tienta a los machos con rápidos movimientos laterales de la cola. Éstos se persiguen y se muerden para conseguir una cita a solas con ella, pero el encuentro no siempre es precisamente romántico. Si la hembra no está entonces receptiva a los galanteos del macho, le golpeará y ambos se enfrentarán en una pelea erguidos frente a frente sobre sus patas traseras, mientras se dan manotazos con las delanteras a modo de un combate de boxeo.

sobrevivir en la nieve Si para todos estos animales el instinto primario durante el invierno es el sexual, para otros lo es conseguir alimento como sea. En el caso de las musarañas, por ejemplo, la vida les va en ello más aún que a otras especies de animales. Estos pequeños insectívoros tienen un elevado metabolismo que les exige un constante aporte de alimentos. Sus periodos de descanso son breves, pues no pueden soportar pasar más de tres o cuatro horas sin comer algo y cada día deben consumir entre 1 y 2 veces su propio peso en invertebrados, pues éstos tienen exoesqueletos poco aprovechables y su contenido es habitualmente escaso. Por ello, para las musarañas el invierno es especialmente crítico. Entonces hay ocho veces menos invertebrados que en primavera o verano, y por si fuera poco, su gasto metabólico es aún mayor que en esas épocas, pues el intenso frío acentúa la pérdida de calor, que su metabolismo debe compensar. Además, su pequeño tamaño (la musaraña enana, por ejemplo, es el mamífero ibérico más inv ierno

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Cuando el bosque permanece cubierto de nieve es cuando las acebedas demuestran su inmensa importancia para la fauna. Gracias a que conservan

sus hojas coriáceas en invierno y al denso e intrincado follaje que forman, los acebos constituyen estupendos refugios frente a brisas heladas

pequeño) hace que el enfriamiento del cuerpo sea más rápido que en animales más voluminosos. Un intento de reducir las necesidades de alimento diarias, acorde con la escasez invernal de invertebrados, es el llamado fenómeno Dehnel. Consiste en reducir el volumen corporal un 20-40 %, con lo que no hay tanto cuerpo que alimentar, pero esto no exime a la musaraña de buscar casi con desesperación entre la hojarasca insectos aletargados o sus larvas, lombrices, caracolillos, miriápodos, cochinillas de la humedad, arañas o cualquier invertebrado que encuentre. Ahora aumenta sus áreas de campeo crepusculares o nocturnas, pero cada una de sus correrías puede ser la última, y no sólo por no encontrar alimento, sino porque es posible que termine su existencia entre las garras de una rapaz nocturna o entre las fauces de un zorro, gato montés o cualquier otro mamífero depredador. Curiosamente, los mamíferos no suelen devorar el cuerpo de la musaraña, debido a su mal sabor, quedando el cadáver abandonado en el campo. 362 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

y ventiscas. En su seno las pérdidas de calor son menores y la temperatura de 2 a 4 °C superior a la del exterior, y se reduce la sensación de frío debida

al viento. Además, los animales allí guarecidos están protegidos de depredadores alados y terrestres gracias a las hojas con pinchos del acebo.

La nieve es la indiscutible protagonista del invierno en montañas y bosques. El campesino la ve con buenos ojos, sobre todo si cae en las épocas más adecuadas, pues es una abundante reserva de agua que traerá buenos pastos en el monte al fundirse: «a mediaos de febrero, ponte’nel miraero: si lo ves blanco cantarás, si lo ves verde llorarás». Con frecuencia su manto blanco cubrirá durante semanas el suelo del bosque. Recién caída, hasta las ramas más finas aparecen cuajadas de nieve, presentando las copas de los árboles un delicado aspecto algodonoso. Sin embargo, lo que para nosotros es belleza y alegría en el paisaje, para gran parte de la fauna es una situación que dificulta aún más la supervivencia invernal y que se cobrará no pocas vidas. Los herbívoros y ramoneadores ven de pronto privado el acceso directo al ya de por sí escaso material vegetal aprovechable en invierno. Corzos, venados, etc., rebuscan escarbando en la nieve algún arbusto o vegetal comestible. La tarea suele ser agotadora y con poco éxito.


El acebo es imprescindible durante el invierno para el urogallo cantábrico. En el resto de Europa, el urogallo se alimenta de acículas de coníferas.

Terminadas las glaciaciones, los urogallos que quedaron aislados en la cordillera Cantábrica tuvieron que modificar su dieta, a medida que las

coníferas desaparecían. El sustituto fue el acebo. Éstos y otros cambios fueron dando lugar a la subespecie cantábrica del gran gallo del bosque.

Debajo, huellas de urogallo en el suelo nevado. Su interrupción se debe a que, terminando su paseo, el ave levantó el vuelo en ese lugar.

Además, el desplazamiento por la nieve es más cansado y duro, siendo más fácil presa de una manada de lobos cazando en grupo. Por ello, los herbívoros acuden con frecuencia a las riberas de los arroyos en busca de vegetales descubiertos por el agua adyacente o descienden del bosque hacia los prados cercanos a los pueblos. De todas maneras, si la nevada es importante y duradera, un gran número de ungulados perecerán de hambre y de frío, apareciendo sus cadáveres cerca de los arroyos donde buscaban algo de comida. Es en estos momentos cuando las acebedas demuestran su inmensa importancia para la fauna. El acebo es el único árbol o arbusto perennifolio con suficiente presencia en nuestros hayedos, robledales y abedulares, capaz de brindar protección y alimento a los animales en estos duros momentos. Su denso e intrincado follaje coriáceo constituye un estupendo parapeto frente a brisas heladas y ventiscas, y en su seno las pérdidas de calor son menores que en el sotobosque desnudo. Todo ello permite que la temperatura en el inteinv ierno

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En invierno el urogallo pasa días o semanas guarecido en la acebeda (derecha, Puertos de Agüeria, Quirós), sin abandonar su espesura para no malgastar energías volando o arriesgarse a ser capturado por un zorro o azor. Tampoco tienen demasiada necesidad de salir de ella, pues además de refugio y protección encuentra comida, sustituyendo las acículas de pino de sus congéneres por las hojas coriáceas del acebo, sus brotes y bayas. Algunos días complementa su dieta picoteando yemas de haya (izquierda) y de arándano (debajo de estas líneas). Debajo: el muérdago es otro de los frutos ofrecidos a la fauna en el invierno. Sus bayas nacaradas son buscadas por distintos pájaros, y como su pulpa es muy viscosa y pegajosa, el ave puede llevársela adherida, volando a otro árbol. Al frotarse en sus ramas, el fruto también queda adherido en una de ellas, donde germina posteriormente.

rior de la acebeda sea de 2 a 4 °C superior a la de su exterior y que se reduzca la pérdida de calor y la sensación de frío debidas al viento. Otra protección que brinda la acebeda es frente a los depredadores, gracias a la densidad de sus hojas pinchudas, que dificultan o imposibilitan el acceso de zorros, lobos y otros grandes y medianos depredadores, tanto terrestres como alados. Pero además de protección, el acebo brinda comida cuando más falta hace: sus hojas y brotes son ramoneadas por diversos herbívoros, y sus bayas, presentes en las ramas durante el invierno, suponen la salvación para bastantes aves y mamíferos cobijados en él. El acebo llega a ser imprescindible durante el invierno para especies como el urogallo cantábrico: sus congéneres pirenaicos y europeos viven en bosques de coníferas o mixtos, alimentándose de acículas de los pinos, en los que viven en invierno. Pero en la cordillera Cantábrica ya no existen pinares naturales, con excepción del Pinar de Lillo (León), cercano al Puerto de Tarna. La subespecie cantábrica 364 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


del gran gallo del bosque se ha adaptado durante milenios a esta peculiaridad de los bosques de nuestras montañas, recurriendo al acebo como sustituto de las coníferas. En la acebeda el urogallo pasa semanas guarecido, sin abandonar su espesura para no malgastar energías volando o arriesgándose a ser capturado por un zorro o azor. Tampoco tiene demasiada necesidad de salir de ella, pues además de refugio y protección, el «faisán» encuentra aquí comida, sustituyendo las acículas de pino de sus congéneres por las hojas coriáceas del acebo, sus brotes y bayas. Estas últimas son también aprovechadas por los «glayos», mirlos y camachuelos, aunque de diferente manera: mientras el camachuelo común las trocea y come sólo sus semillas, el arrendajo y el mirlo consumen la pulpa de las mismas. Muy aficionado a las rojas bayas del acebo es también un ave invernante, el zorzal alirrojo, que las digiere sin destruir sus semillas en su tubo digestivo. Gracias a ello, el zorzal es un buen agente disperante de semillas de acebo mediante sus excrementos. Otros muchos

animales, como corzos, liebres, ciervos, etc. acuden al acebal en busca de protección y alimento. Incluso aves insectívoras como el reyezuelo listado y el herrerillo capuchino muestran predilección por los acebos a la hora de buscar invertebrados aletargados (quizá porque estos últimos también prefieren este refugio), y con similares objetivos acuden allí las musarañas. No sólo el acebo ofrece sus frutos a la fauna durante el invierno, también lo hacen el muérdago y la hiedra (esta última, cuando está bien tupida, supone otro estupendo refugio). Las bayas nacaradas del muérdago son buscadas por mirlos, zorzales charlos, etc. Como su pulpa es muy viscosa y pegajosa, puede quedar fácilmente adherida al borde del pico o en una pata del pájaro. De esta forma la semilla es transportada por el ave a otro árbol, en cuyas ramas se frota intentando desprenderse de la incómoda baya. Así las semillas que contiene pueden quedar depositadas en la rama de otro árbol, en la que germina. Al desarrollarse, el muérdago parasitizará parcialmente inv ierno

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Los seres vivos que permanecen fieles a su hábitat en el invierno han aprendido a prepararse para afrontar el frío prolongado y la nieve. Así, estas hayas del Monte Forcos (Tarna,

Caso) están aletargadas como algunos animales. Sus yemas se encuentran en plena dormición invernal. En su interior aguardan los primodios de las hojas que brotarán

(pues también tiene clorofila) la rama de ese árbol, del que obtiene agua y sales minerales. Curiosamente, la vida bajo la nieve no es tan dura como podríamos imaginar. Cada copo guarda en su seno un poco de aire capaz de actuar como un aislante térmico. Así, el manto de nieve aísla el suelo de los gélidos vientos de la superficie y de las temperaturas de varios grados bajo 0 °C, impidiendo que la tierra se hiele en profundidad. Pese a disponer de despensas invernales de alimento, los roedores y topillos deben continuar activos. Al igual que las musarañas, estos micromamíferos no hibernan y sus desplazamientos son escasos y limitados. Para conservar sus ritmos metabólicos, los topillos rojo y agreste y los ratones de campo y leonado siguen excavando sus galerías, ahora entre el suelo y la nieve, en busca de algún bulbo, raíz o tubérculo. Si éstos no bastan, recurrirán a sus almacenes de provisiones listas para el consumo. Además ahora la búsqueda es más segura, pues bajo la nieve no son vistos ni olidos por 366 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

en la próxima primavera. Las escamas de las yemas foliares son duras y están bien cerradas y selladas, protegiendo a los primodios de la congelación. La gran nevada

parece corroborar a estos árboles su acertada decisión de desnudarse de hojas en otoño. Con ellas, la acumulación de nieve en las copas sería mucho mayor.

los cazadores de la noche. La fusión de su manto protector puede suponer un posible problema si ocurre con rapidez, pues hay riesgo de que el agua inunde las galerías y llegue a ahogar a sus ocupantes. Una vez fundida, los rastros de sus excavaciones son bien visibles en el suelo, en forma de canales o pasadizos cuyo techo era precisamente la nieve.

esclavos del frío Los insectos y artrópodos en general, así como moluscos, reptiles y anfibios, son incapaces de generar calor y mantener estable la temperatura corporal, por lo que son esclavos de los fríos ambientales. En esta época han buscado un refugio suficientemente profundo para evitar la congelación de sus tejidos y allí quedan prácticamente inertes, a pocos grados sobre 0 °C. En caso de acercarse al punto de congelación, los reptiles y anfibios se despiertan para evitar la muerte. Los insectos pueden soportar mejor las bajas temperaturas


Una tormenta de nieve cae sobre los valles de Muniellos (Cangas del Narcea), vistos desde el Serrón de las Lagunas. Los animales incapaces de generar calor y mantener estable la

temperatura corporal son ahora esclavos del frío, que los mantiene en un estado letárgico. En esta época han buscado un refugio suficientemente profundo para evitar la congelación de

gracias a la alta concentración de sales en su sangre, que reducen su punto de congelación. Además algunos sintetizan previamente compuestos anticongelantes como el glicerol. En esta estación, las cortezas gruesas de los árboles constituyen un buen refugio para insectos como las avispas, bajo las cuales pasan su letargo invernal con las alas plegadas. En grietas, arbustos espesos, etc., la mariposa vulcana hace frente al invierno en espera de mejores temperaturas. Bajo la hojarasca del bosque o enterrados en el humus, los huevos, pupas, crisálidas y larvas de múltiples insectos aguardan a la primavera para terminar su desarrollo, representando la base de la supervivencia invernal para musarañas y diversas aves. Algunas especies como saltamontes, mantis religiosa, insecto palo, etc. pasan el invierno en forma de huevos: el insecto adulto muere a finales del otoño o antes, de manera que sólo los huevos que ha puesto previamente asegurarán su presencia en nuestros campos el año siguiente. También está aletargado el abejorro, aunque este último comienza sus vuelos

sus tejidos, y allí quedan prácticamente inertes, a pocos grados sobre 0 °C. En caso de acercarse al punto de congelación, los anfibios y reptiles se despiertan para evitar la muerte. Los

insectos consiguen soportar mejor las bajas temperaturas gracias a la alta concentración de sales en su sangre y a la síntesis de sustancias anticongelantes como el glicerol.

muy pronto pese al ambiente frío, gracias a que sus potentes músculos de vuelo generan algo de calor cuando están en funcionamiento y le permiten estar activo. En el interior de las colmenas, las abejas recurren a sus reservas de miel como combustible y consiguen mantener temperaturas de entre 20 y 30 °C a base de vibrar colectivamente sus alas, pues también sus músculos de vuelo pueden generar calor cuando se contraen. Los caracoles buscan alguna rendija y segregan un moco que, una vez seco, sella e impermeabiliza la apertura de su concha. Las babosas se ocultan en algún lugar a salvo de la helada directa, encogiendo su cuerpo para ofrecer menos superficie expuesta al frío. También los reptiles están forzosamente hibernados, ateridos por el frío, si bien en los valles más bajos y cálidos pueden permanecer activos en el invierno, retirándose sólo los días más gélidos. Es frecuente que reptiles como el lución se agrupen en refugios de hibernación colectivos, donde pueden reunirse decenas de ejemplares. inv ierno

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Los días soleados y templados las lagartijas roqueras se calientan en los muros, abandonando por ese día su letargo de invierno. También la víbora de Seoane aprovecha esos días favorables, al igual que la culebra de collar o el lución, que no dejará de buscar alguna araña, lombriz, caracol, babosa o insecto reactivado con la templanza térmica. Los anfibios acostumbran a enterrarse en el fango de las charcas a salvo del hielo, bajo piedras o gruesas capas de musgo y hojarasca. Con todo, algunas especies están activas a temperaturas muy bajas. Así, el tritón palmeado permanece activo hasta temperaturas de tan sólo 2 °C, y de hecho ya es posible encontrarlo en el fondo de abrevaderos de ganado en pleno invierno, cuando el agua está a muy pocos grados sobre el punto de congelación. Las salamandras común y rabilarga no sólo siguen activas pese a las bajas temperaturas, sino que además continúan sus cortejos, partos y puestas hasta inicios de la primavera. 368 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


Desde los fríos meses de enero y febrero pueden verse en los charcos las masas gelatinosas formadas por las puestas de la rana bermeja (izquierda). Pese a las bajas temperaturas, estos anfibios han comenzado sus abrazos

nupciales (debajo). La hembra expulsa entonces centenares o miles de huevos sobre los que el macho desparrama su esperma. Ya fecundados, los huevos se embeben de agua y se hinchan, aumentando considerablemente de tamaño.

En charcas, lagunas, turberas, taludes rezumantes e incluso en rodadas encharcadas de pistas forestales, la rana bermeja comienza sus cópulas y puestas, que a veces realiza sobre la propia nieve. Desde los fríos meses de enero y febrero, pueden verse las masas de aspecto gelatinoso que constituyen sus numerosos huevos. Pese a las bajas temperaturas del aire y del agua, los machos de rana bermeja, recién salidos de su amodorramiento invernal, acuden a las charcas en espera de las hembras. En esta época han desarrollado unas excrecencias córneas en los dedos internos de sus manos: son las callosidades nupciales, que le van a facilitar la sujeción al resbaloso cuerpo de la hembra. Cuando ésta acude a la charca, el macho monta sobre su dorso y pasa sus extremidades anteriores bajo las de la hembra (axilas), en un abrazo nupcial conocido como amplexo axilar, que el macho no soltará ni aún advirtiendo un claro peligro. Este amplexo puede realizarse a temperaturas de tan sólo 1 °C. Entonces la hembra comienza a expulsar centenares o miles de huevos

El lirón careto (bajo estas líneas) es uno de los pocos mamíferos de nuestra fauna que pasa por una verdadera hibernación, junto con murciélagos, erizos y lirones grises. Estos animales dejan que su organismo se enfríe

a temperaturas próximas a las del entorno en el que están refugiados, ralentizando sus procesos fisiológicos. Han dejado de comportarse como animales de «sangre caliente» y adoptan la estrategia de los de «sangre fría».

sobre los que el macho desparrama su esperma. Un mismo macho puede abrazarse y fecundar a más de una hembra. En su obsesión por encontrar hembras a las que abrazarse, a veces lo intenta con otro macho, que mediante un sonido peculiar advertirá al equivocado pretendiente de su error. Ya fecundados, los huevos se embeben de agua y se hinchan aumentando considerablemente de tamaño y adoptando un aspecto en su conjunto de masa globosa y gelatinosa. Tres o cuatro semanas después eclosionarán, apareciendo en la charca cientos o miles de renacuajos, de los que completarán su desarrollo un número muy inferior debido a los depredadores y a la deshidratación de las charcas si el manantial reduce su flujo. Entre los mamíferos de nuestra fauna no son abundantes las especies realmente hibernantes: sólo los murciélagos, erizos, lirones grises y caretos se pueden considerar como tales. Según vimos en el segundo capítulo, estos animales bajan sus termostatos corporales inv ierno

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Los murciélagos son también auténticos hibernadores. Si son molestados o la temperatura de su refugio desciende a mínimos intolerables, comienzan a quemar su grasa parda, que como una bomba calefactora rápida devuelve al animal en pocos minutos su temperatura óptima para volar y desplazarse. Sin embargo, los murciélagos pueden despertarse alguna vez por semana si la temperatura exterior es agradable. El murciélago de herradura grande (izquierda) se envuelve con sus alas a modo de abrigo durante la hibernación, incluso cubriendo todo el cuerpo. En la cordillera Cantábrica, el oso pardo (derecha) suele entrar en la osera en enero o fines de diciembre, abandonándola en marzo. Aún sin descensos térmicos comparables a los de los auténticos hibernadores, el oso «enarciau» tiene importantes reajustes en su fisiología. Sólo reduce cuatro o cinco grados la temperatura, pero sus pulsaciones y ritmo respiratorio se ralentizan mucho. Duerme enroscado sobre sí mismo, y los días templados y soleados, puede salir a las cercanías de su guarida a tomar el sol. Mientras en el exterior el frío y la nieve aprietan (debajo, rama congelada en el río Ortigosa, Teverga), en los meses de enero y febrero, están naciendo los oseznos en la confortable osera.

hasta pocos grados sobre 0 °C y dejan que su organismo se enfríe a temperaturas próximas a las del entorno en el que están refugiados. Todos sus procesos fisiológicos se ralentizan notablemente (ritmo respiratorio, frecuencia cardiaca, etc.). En cierta forma han dejado de comportarse como animales de «sangre caliente» y adoptan la estrategia de los de «sangre fría». En la hibernación el gasto metabólico se reduce notablemente, recurriendo entonces a las reservas grasas adquiridas en otoño. Si la temperatura exterior es inferior a la reajustada por el hipotálamo, puede haber riesgo de congelación de los tejidos y por tanto de muerte. Gracias a la bomba calefactora rápida que le brinda la grasa parda, el animal recupera su temperatura habitual y se despierta para evitar mediante movimientos o cambios de refugio la muerte por congelación. En sentido contrario, si vienen unos días o semanas templados, la hibernación se interrumpe. Por entonces puede verse revolotear algún murciélago en el crepúsculo, que busca insectos a 370 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s


los que también haya despertado el calor, mientras el amodorrado erizo rebusca alguna lombriz, caracol o invertebrado sin abandonar el zarzal o la «sebe» donde tiene su lecho invernal. El somnoliento lirón gris busca entonces algún alimento en su despensa. Pese a todo, la mortalidad invernal es importante y, al despertar, las reservas son muy escasas: un lirón gris habrá perdido hasta la mitad de su peso. Lo cierto es que el invierno pasa factura no sólo a los hibernantes, sino a muchos pequeños mamíferos activos como musarañas y roedores. Los osos y tejones también recurren al sueño invernal, aunque sin las drásticas reducciones de temperatura corporal que caracterizan a la verdadera hibernación. Así, el oso pardo reduce su temperatura unos cuatro o cinco grados (de 37-39° pasa a 31-35 °C). Esto le permite un despertar casi inmediato en caso necesario (un lirón tardaría 30-40 minutos), así como lamer, amamantar y estar pendiente de las crías recién nacidas. Aún sin descensos térmicos cor-

porales comparables a los de los auténticos hibernadores, el oso en dormición invernal tiene importantes reajustes en su fisiología: el ritmo cardiaco desciende de las habituales 40-50 pulsaciones por minuto a tan sólo unas 10. Lo mismo ocurre con la frecuencia respiratoria, que pasa de 30 movimientos por minuto a tan sólo 10. Además, deja de comer, beber, orinar y defecar. Su consumo energético diario se reduce a unas 4000 calorías diarias, esto es, tan sólo la cuarta parte de su consumo cuando está activo. Ese aporte calórico es suministrado por el grueso panículo adiposo, cuyo espesor fue incrementado entre 15 y 20 cm el pasado otoño. Antes de su retirada invernal a «enarciar», el oso acondiciona una cueva natural o excava su propia osera en un lugar empinado y de difícil acceso, cuya entrada suele estar disimulada entre los matorrales o arbustos. Allí prepara su cama con ramas de los mismos, hojas, hierbas y musgo. En la cordillera Cantábrica, la época de entrada en la osera suele corresponder al mes de enero o fines de diinv ierno

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Curiosamente, la vida bajo la nieve no es tan dura como por encima. Cada copo guarda en su seno un poco de aire capaz de actuar como un aislante térmico. Así, el suelo queda protegido de los gélidos vientos de la superficie,

que improntan la nieve contra troncos y rocas. Incluso aísla el terreno de las temperaturas exteriores de varios grados bajo 0 °C, impidiendo que la tierra se hiele en profundidad. Gracias a ello, sus habitantes pueden seguir

ciembre, pudiendo adelantarse unas semanas si viene tiempo crudo de frío y nieve. El oso «enarciau» duerme enroscado sobre sí mismo, con su corto rabo junto al hocico. Los días templados y soleados puede salir de la osera a tomar el sol, aunque sin alejarse mucho. El abandono definitivo suele producirse en marzo. Habitualmente las primeras en ocupar las oseras son las hembras preñadas, quizá notando la proximidad del parto, que suele ocurrir en los meses de enero y febrero. Mientras en el exterior sopla la ventisca y las condiciones son más duras que nunca, nacen de uno a tres oseznos en la confortable cama vegetal de la osera. Son poco mayores que una rata, con un peso de 350-400 g, ciegos y con un fino y escaso pelillo. Debido a ello, su capacidad de termorregularse es muy pobre, y si la osa se viese forzada a abandonar la osera por algún peligro, los oseznos morirían de frío en poco tiempo. Su pequeño tamaño se debe al corto periodo de gestación, de tan sólo un par de meses: aunque las cópulas ocurrieron en primavera y verano, los 372 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

activos. Los ratones y topillos, que no hibernan, continúan excavando sus galerías, ahora entre el suelo y la nieve. Buscan algún bulbo, raíz o tubérculo para evitar recurrir a sus almacenes de provisiones. Ahora

estas actividades son más seguras, pues bajo la nieve no son vistos ni oídos por los cazadores de la noche (debajo, hielo en el Negru, Puerto de Tarna, Caso; derecha, nevada en Monte Grande, Teverga).

óvulos fecundados han permanecido hasta el otoño sin implantarse en la mucosa uterina y por lo tanto sin desarrollarse hasta este momento. No obstante, gracias a la leche altamente energética y rica en grasa (33 %) que les brinda su madre, los pequeños oseznos se desarrollan con rapidez, sobre todo si la osa se alimentó adecuada y abundantemente en el otoño. A la cuarta o quinta semana ya abren los ojos y con dos meses de edad ya caminan algo, aunque la salida de la osera aún se demorará hasta abril o mayo, cuando pesen cinco o seis kilos.

volando sobre un mar de nubes Si las condiciones de supervivencia son difíciles en el bosque durante el invierno, más aún lo son en la alta montaña. En invierno, la situación no es allí muy diferente a la de los desiertos helados de las tundras. Abundan los temporales de nieve y viento, y las temperaturas más habituales suelen estar bajo 0 °C. En caso de ser superiores al





Lo que para nosotros es belleza paisajística, para gran parte de la fauna es una situación que dificulta gravemente la supervivencia (doble página anterior, la sierra de Aves desde el Sueve en un temporal de nieve). Los herbívoros y ramoneadores rebuscan escarbando en la nieve algún arbusto o vegetal comestible. La tarea suele ser agotadora y con poco éxito. Además, el desplazamiento por la nieve es más cansado y duro, lo que hace a los animales más vulnerables a una manada de lobos cazando en grupo (derecha, caballo en el lago Enol, Cangas de Onís). Si la nevada es importante y duradera, muchos ungulados perecerán de hambre, frío y agotamiento. Pero en la naturaleza la muerte de unos es la vida de otros. El buitre encuentra ahora abundantes carroñas, incluso semanas después, cuando se funde la nieve y asoman los cadáveres. Desde diciembre hay agitación en la buitrera: han comenzado los vuelos de celo. Entre febrero y marzo se efectuarán las puestas de su único huevo.

punto de congelación, lo son muy pocos grados. Se cierran los puertos de montaña y algunos pueblos quedan incomunicados. La nieve caída se congela, y cuando vienen días despejados, el calor del sol no suele bastar para fundir grandes cantidades. También se congelan los lagos y frecuentemente nieva sobre ellos, quedando como desaparecidos del paisaje durante semanas. Las noches se encargan de congelar las últimas gotas que habían podido escapar de la masa de nieve débilmente calentada por el sol; se forman así los carámbanos de hielo que penden de taludes rezumantes, englobando a veces a la hierba o rama por la que las gotas de agua pretendían escapar. Pero a veces la situación se invierte. Puede ocurrir que se embalse en el fondo del valle una masa de aire frío con humedad llegada del mar. En esta época el sol se eleva menos en el horizonte, por lo que sus rayos tardan en alcanzar esas zonas, que permanecen con frías nieblas hasta casi el mediodía. Sin embargo, por encima, la ladera de la montaña está calentada por el 376 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

sol. El aire calentado allí asciende, mientras el fondo del valle permanece sombrío y con heladoras nieblas. El paisaje es entonces espectacular, al divisarse un maravilloso mar de nubes del que emergen las cumbres de la cordillera en un ambiente limpio y despejado. La dureza de la montaña en invierno obliga a la fauna a abandonar estos lugares, que ahora aparecen vacíos de vida; los rebecos descienden buscando el abrigo del bosque y los días despejados trepan por los cantos y riscos empinados que dificultan el acúmulo de nieve, esperando encontrar allí algo de comida. La liebre de piornal, que ha comenzado su prolongado periodo de celo, también puede descender de los ambientes que le dan nombre si arrecian las nevadas. Se aproxima entonces a los prados y cultivos cercanos a los pueblos, en busca de plantas herbáceas. Como ya vimos, desde el otoño las aves han ido abandonando montañas y bosques, con destino a tierras más basales o hacia otras regiones distantes. Treparriscos, acentores comunes y alpinos pueden encontrarse en valles



Marzo comienza invernal, pero termina plenamente primaveral. Aunque aún son frecuentes las heladas y los días fríos, en la naturaleza soplan aires de cambio. Los días se están alargando rápidamente y las noches van perdiendo crudeza. Los relojes

biológicos se ponen en hora y comienza un fascinante periodo interestacional. Cada vez se animan más plantas a florecer, pese a que aún hay altas posibilidades de padecer heladas y nevadas, como las que afectan a estas flores de diente de perro (debajo, izquierda) y

abrigados, «foces», desfiladeros e incluso acantilados costeros, pasando el invierno. Otros que han descendido a los prados de los pueblos, puertos y estaciones de esquí son los bandos de gorriones alpinos y de chovas piquigualdas y piquirrojas. Los días despejados pueden volver a prospectar sus feudos de altura. Por entonces el silencio absoluto del paisaje nevado, aparentemente vacío de vida, puede verse interrumpido por los graznidos de alguna pareja de cornejas que han abandonado el gran grupo, buscando intimidad para su cortejo en las soledades de la montaña. En ese mundo inhóspito pero también hermoso que es la alta montaña en invierno, hay dos grandes aves que no siguen el ejemplo de sus congéneres menores. Al ser maestras en las técnicas de vuelo, el águila real y los buitres leonados no tienen mayor problema en sobrevolar grandes extensiones de territorio con poco esfuerzo, descendiendo de nivel si aparece allí una presa o una carroña. Desde 378 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

de junquillo blanco (debajo, derecha), terminando de desplegarse. En la alta montaña, el invierno tardará en hacer concesiones, y la primavera aún deberá esperar unos meses (derecha, cumbres en Valle de lago, Somiedo).

diciembre, la buitrera anda algo agitada. Han comenzado los vuelos de celo y las parejas planean a gran altura, tocándose ala con ala. A veces, la hembra hace un picado y el macho la sigue a la vez que extiende sus patas para rozarla. Una vez en la repisa de la buitrera, o en un saliente rocoso, se efectúan las cópulas tras una oscilación arriba y abajo de las cabezas. Aquellos que comenzaron pronto con el cortejo ya están haciendo el nido en enero, robando palos de otros nidos de la colonia y peleándose con inmaduros que se aproximan. Desde finales de mes, pero sobre todo de mediados de febrero a mediados de marzo, se efectúan las puestas de su único huevo, que macho y hembra incubarán unos dos meses. El relevo se efectúa al menos dos veces al día tras todo un ritual previo. También en enero la reina de las aves se prepara para sus nupcias del año. La pareja de águilas reales reconstruye y repara sus nidos, mientras decide cuál de ellos utilizará esta temporada de cría. Pronto (febrero) comenzarán sus vuelos nupciales, que consolidarán los lazos


con su pareja, la misma que en años precedentes. El macho sube a lo alto y hace repetidos picados, mientras la hembra chilla y le observa desde una repisa o saliente. Otra veces, la hembra se cierne o planea sobre una cumbre cuando de pronto el macho se lanza en picado sobre ella, que se vuelve sobre sí misma y entrecruza la garras con las de su pareja. Entre persecuciones, picados, chillidos y choques mutuos llegan las cópulas, y desde marzo las puestas de sus dos huevos, que incubarán 40-45 días. Mientras comienzan esta tarea, las águilas divisan a un nuevo vecino en la montaña, llegado de África Subsahariana en esos días de marzo. Se trata del alimoche, un buitre viajero de mediana talla que ha vuelto al territorio donde crió el año anterior. Está sobrevolando y recordando las repisas y oquedades que utiliza para establecer su nido, posándose en ellas como meditando en cuál criar este año. También dedica tiempo a las cópulas con su pareja y en el próximo mes (abril) comenzará la incubación.

aires de cambio Pese a que durante marzo aún son frecuentes las heladas y los días fríos («en xineru, les xeláes, o lluego pagáes, o en marzu dobláes»), en la naturaleza soplan aires de cambio. Los días se están alargando rápidamente. Cada jornada hay unos 3 minutos más de luz que en la precedente y el día está cada vez más próximo a equiparar su duración a la de la noche, momento (el equinoccio del 21-23 de marzo) que marca el inicio de la primavera. Marzo comienza invernal, pero termina plenamente primaveral. Los relojes biológicos se ponen en hora y comienza un fascinante periodo interestacional, donde plantas y animales pasarán de la penuria, frío y noche a la abundancia, templanza y luz. Las plantas notan pronto el crecimiento de los días y muchas ya están en flor. Además de los alegres ramilletes de primaveras y violetas, eléboros, hepáticas y dientes de perro, cada vez más abundantes, comienzan a florecer la anémona de los bosques, la orquídea inv ierno

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Poco a poco, la fusión de la nieve va dejando al descubierto retazos de pastizal alpino. Los rebecos van regresando a estos lugares (página siguiente, rebeco en el Jou Lluengu, Cabrales). Mientras, valle abajo, todo indica la inminente llegada de la primavera. A medida que las probabilidades de helada van desapareciendo, en los fondos de valle reverdecen los prados. Al igual que el diente de perro (arriba), la orquídea temprana (debajo) está ya desplegando sus grandes espigas de flores, que perfuman el entorno con una suave fragancia. Esta orquídea vive en pastizales, roquedos y matorrales de piso colino. Sus gustos ambientales son algo mediterráneos, buscando suelos no muy húmedos, calcáreos y bien soleados.

temprana y algunos narcisos, como los llamados junquillos blancos y los narcisos de Asturias y trompeta. En los prados encharcados por el río cercano o por la fusión de la nieve, florece la hierba centella. Cada semana aparecen nuevas especies en flor, y es que estos finales del invierno constituyen un buen momento para hacerlo: las plantas del sotobosque reciben ahora una buena iluminación, pues aún falta más de un mes para que los árboles desplieguen sus hojas. Cuando eso ocurra, llegará al suelo muy poca luz, insuficiente para muchas plantas y más aún si hay que crear flores, madurar frutos y acumular reservas. Por tanto, las plantas nemorales rebrotan ahora a partir de sus bulbos y rizomas, y comienzan a florecer para tener sus semillas prácticamente listas cuando el dosel forestal «apague» la luz en el suelo. Además, ya están activos algunos insectos, como abejorros, abejas, chinches, grillos, escarabajos e incluso alguna mariposa. De hecho, en las colmenas, la abeja reina está poniendo cientos de huevos al día. Animados por ello, los árboles que encargan la 380 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

polinización a los insectos, como el cerezo, comienzan la floración. No hay todavía muchos insectos, pero tampoco hay mucha competencia de otras flores, a diferencia de lo que ocurrirá dentro de unas semanas. También los laureles muestran ahora sus apretadas flores amarillas y otros, como el carbayo, están comenzando, o a punto de hacerlo, a desplegar sus amentos masculinos y las desapercibidas flores femeninas que darán lugar a las bellotas. Las copas de los árboles empiezan a cambiar su color. Aún falta más de un mes para el gran despliegue de las hojas, pero si observamos el bosque desde fuera comprobaremos que su mortecino tono grisáceo del invierno se está transformando en un color casi violáceo. Mirando de cerca sus yemas veremos que aparecen hinchadas. Hayas, robles, abedules, castaños, etc., han detectado el crecimiento de los días y ponen en marcha complejos mecanismos fisiológicos para despertar a las yemas de la dormición, aportándoles savia. Las


encinas y carrascas comienzan a renovar sus hojas perennes, y el verde oscuro de sus copas aparece salpicado de ramas jóvenes más claras. También se abren las yemas del fresno y el olmo montano ya muestra los densos racimos de sus pequeños frutos alados (sámaras), destacando su verdor en la copa del árbol aún desprovisto de hojas. A medida que la probabilidades de helada van desapareciendo, en los fondos de valle reverdecen los prados. Un dicho cabraliego afirma que «en febrero nace el herba pelo a pelo, en marzo en cada jormazo, en abril en cada camín, y en mayo en cada pisada de caballo». Todo indica la inminente llegada de la primavera. Muchas aves residentes en Asturias llevan semanas o meses delimitando sus territorios de cría y ya tienen listo el nido. Las que han venido a pasar el invierno comienzan a prepararse para su viaje de vuelta. Se calcula que cada año invernan en la península Ibérica unos 400 millones de aves, poniendo vida y alegrando nuestros inviernos. Ahora

llega el momento de su partida y toda esa multitud de emigrantes «sin papeles» cruzarán mares y cordilleras, regiones y países, volando con los únicos permisos de residencia que les marca su propia libertad. Ya desde finales de febrero comienza la vuelta. Ante las costas de Asturias desfila una importante cantidad de aves rumbo al norte. Como en el viaje de ida, también pueden descansar y reponer fuerzas en nuestras rías, pero con estancias muy breves: ahora viajan azuzados y excitados por el instinto reproductor. Hay que llegar pronto a las tierras donde nacieron para tomar posesión de un territorio de cría y conseguir pareja antes que sus competidores. Muchos ya viajan con sus plumajes nupciales, como el somormujo lavanco, colimbo grande, patos, etc. Se van las anátidas invernantes (silbones, cucharas, etc.), los cormoranes grandes adultos (los jóvenes e inmaduros aún permanecerán unos meses más), las fochas, algunas lechuzas comunes, agachadizas, pinzones, alondras, gaviotas reidoras, etc. Ante nuestras costas vuelven a pasar alcas, araos, inv ierno

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Las aves que han venido a pasar el invierno en Asturias comienzan su regreso hacia el norte. Pero no todo son idas: también van llegando aves que crían en Asturias, pero que han pasado el invierno fuera. A pesar de la

partida de los invernantes, en los estuarios, marismas, ríos y charcas basales hay ya una gran actividad. La primavera asoma por todas partes en esta primera quincena de marzo, y los pájaros residentes todo el año, como

gaviotas de distintas especies, aves limícolas, vadeadoras, etc. En rías y embalses suelen descansar cercetas carretonas y comunes, así como algún águila pescadora. Pero no todo son idas. También comienzan a llegar aves que crían en Asturias, pero que han pasado el invierno fuera. Así, los escasos escribanos palustres que vienen del sur a reproducirse en nuestros carrizales, están relevando a los que se van, después de haber pasado el invierno deambulando por los campos y rastrojeras de maíz. Asimismo, van llegando los primeros milanos negros a las rías y embalses, mientras otros congéneres siguen viaje hacia el este. A pesar de la partida de los invernantes, en los estuarios, marismas, ríos y charcas hay una gran actividad, sobre todo en las zonas basales, donde el clima es más templado: la primavera ya revienta por todas partes en esta primera veintena de marzo. El triguero emite su canto fuerte y monótono, las parejas de tarabillas comunes revolotean posándose en juncos y estacas, y las de zampullín común 382 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

esta tarabilla común, están en pleno cortejo o incluso con el nido listo. Las tarabillas revolotean posándose en juncos y ramas prominentes de tojo en los «cotoyares». Crían en el suelo, en recovecos entre la vegetación o al pie

de algún arbusto o matorral, por lo que sus tempranas puestas y pollos son una de las tristes víctimas de los incendios del monte bajo, tan habituales a finales del invierno y debidos a ciertos desaprensivos.

se miran frente a frente, estirando su cuello y cantando a dueto su breve trino. Las fochas comunes residentes buscan mayor intimidad para su cortejo: ya en febrero las hembras se separan algo del grupo y, con sus vocalizaciones a modo de cantos de sirena, intentan atraer a los machos a su parcela de juncos y vegetación acuática. Éstos, excitados por la seductora llamada, intentarán expulsar a sus rivales a base de desafíos, persecuciones, peleas y escarceos varios. Finalmente, se van constituyendo parejas y, tras la construcción de los nidos, comienzan las puestas. En la colonia de cormoranes moñudos cada pareja despide a su modo al invierno, pues mientras algunas ya están incubando, otras aún están cortejando o terminando su nido para comenzar las puestas. Más uniforme y alborotada es la situación en otra colonia, la de gaviotas patiamarillas. Las parejas, unidas de por vida, han comenzado a reforzar sus vínculos. Durante el invierno las gaviotas han formado nutridos bandos, concentrándose en las playas y puertos.


Los sapos comunes se desperezan en busca de invertebrados para reponer fuerzas tras su letargo invernal y así acudir cuanto antes a las charcas de reproducción. Allí se encuentran los machos con las

hembras, mayores y cargadas de huevos. El macho realiza entonces su abrazo nupcial aferrándose a las axilas de la hembra y fecundando los cordones de huevos que ésta va expulsando.

Por entonces, las parejas parecían haber llegado a una situación de ruptura. A veces cada una se integra en un bando diferente, y si permanecen en el mismo, cada una va aparentemente «a su aire», sin mostrar signo alguno de estar emparejadas. Pero ahora en marzo, las parejas se reencuentran. Pueden llegar juntas a la colonia de cría o por separado, reconociéndose mediante los sonidos que emiten o por la repisa u oquedad en la que criaron el año anterior, y a la que ahora acuden a tomar posesión nuevamente. Las aguas del río bajan frías, crecidas y tumultuosas debido al deshielo y a las lluvias de marzo. En su lecho están eclosionando los huevos de trucha y salmón. Aunque ya habían comenzado a hacerlo en febrero e incluso a finales de enero, es ahora cuando en el fondo de esas aguas batidas y oxigenadas, nace el mayor número de alevines. Como todavía no hay mucho alimento, estos recién nacidos o «jaramugos» aún portan su vesícula vitelina, que utilizan como reserva alimenticia durante 2-4 semanas y cuyo peso les mantiene más

Doble página siguiente: tras la freza entre diciembre y enero, los huevos de salmón pasan el invierno entre la grava del fondo del río, con pocas semanas, como éstos, colocados en una bandeja de incubación, su

aspecto es todavía el de pequeñas esferas. A las tres o cuatro semanas, ya dejan translucir los ojos del embrión y en marzo se produce finalmente la eclosión (ver también página 110).

o menos inmovilizados en el fondo. Agotadas sus reservas, los alevines emergerán de la grava durante la primavera. Las charcas y lagunas empiezan a recuperar su bullicio vital. Los insectos salen del letargo y se entregan a las cópulas. También se desperezan anfibios como el sapo común. Está delgado y busca escarabajos, babosas y cualquier invertebrado que le ayude a reponer fuerzas para acudir cuanto antes a las charcas de reproducción. Allí se encuentran los machos con las hembras, mucho mayores y cargadas de huevos. No faltan disputas entre los pretendientes. Su competencia llega a ser tal que en ocasiones se producen amplexos (abrazos nupciales) de varios machos sobre la misma hembra. Sus parientes, los sapos parteros, comienzan a cantar sus repetitivos y aflautados silbidos. Las hembras seleccionan a los machos que efectúan los cantos más graves, pues corresponden a los de mayor tamaño. La llegada de alguna ola de frío puede apaciguar temporalmente estos cortejos («el sapu que canta antes d’abril, ya se volverá’l inv ierno

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Los pájaros residentes todo el año en Asturias comienzan ya en pleno invierno a apoderarse de un territorio. Desde febrero se escuchan los gorjeos del «raitán» o petirrojo (cuarto de izquierda a derecha) y el aflautado

canto del mirlo, mientras los bandos de camachuelos (segundo) revolotean por la campiña comiendo brotes y yemas florales de los árboles para sobrevivir a los fríos. Los bandos de páridos se van

cubil»). Los renacuajos que no habían terminado su metamorfosis el pasado verano son ahora buscados por las voraces y hambrientas culebras viperina y de collar. En las charcas y fuentes de zonas bajas, las distintas especies de tritón continúan su celo subacuático y ya comienza alguna puesta, mientras en las lagunas y abrevaderos de montaña libres de hielo, comienza el retorno de sus congéneres, con un retraso cercano a dos meses respecto a los valles basales. También el martín pescador despide el invierno en pleno galanteo. El macho se apodera de un tramo de río del que expulsará a otros machos que se entrometan. Pero si quien llega es una hembra, la cosa cambia; no sólo no la expulsa, sino que intentará atraerla hacia su posadero ofreciéndole un pececillo. Una vez consolidada la pareja, ambos comenzarán a excavar o acondicionar su nido en un talud arenoso del río. Quien está más adelantado en su reproducción es el mirlo acuático. En estas últimas semanas del invierno ya tiene en sus nidos la primera pollada del año. 386 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

deshaciendo. Carboneros, herrerillos comunes (primero), herrerillos capuchinos (tercero) etc., han formado grupos durante el invierno, pero se aproxima la época de reproducción y hay que apropiarse de un territorio y

conseguir pareja. Por tanto, los integrantes de estos bandos se buscan un cónyuge y comienzan a cantar para poner fronteras sonoras a su área de cría. Para consolidar su pareja, la hembra del «raitán» pone

Tampoco la fauna de valles y bosques se escapa a la excitación que trae consigo el rápido alargamiento de los días. El armiño está terminando su periodo de celo, pero el turón lo tiene ahora más encendido que nunca. También el tejón macho está ronroneando y acariciando cada vez con más insistencia a la hembra. Ésta suele reaccionar con indiferencia, pero si el macho es suficientemente tenaz, conseguirá que ella acceda a la cópula. Dada la complejidad de la reproducción del tejón (implantación diferida), puede ocurrir que simultáneamente haya hembras próximas a parir. Previamente éstas excavan una nueva cámara en la que preparan una confortable cama vegetal. En los días cálidos las hembras acumulan ovillos de helechos y hierbas secas, que arrastran a la tejonera sujetándolos entre el hocico y el pecho. En el exterior de su madriguera se escuchan cada vez más aves cantar. Desde hace unas semanas, aún en febrero, ya lo hacían el petirrojo


a prueba al macho, imitando el piar de sus futuros pollos. Si éste responde a su llamada acudiendo con comida, parece claro que puede ser un padre perfecto. Así, la hembra comprueba los instintos paternales de su pretendiente

antes de permitirle la cópula. Semana a semana aumenta la sinfonía de trinos, cantos y gorjeos. La fidelidad a su hábitat permite a estas y otras aves residentes, como chochines, zorzales, etc., disponer

o «raitán», el mirlo común, los zorzales charlos (carraspeando), los trepadores azules, verdecillos, etc., pero ahora, semana a semana, el repertorio es cada vez mayor. Se escuchan palomas torcaces, chochines, tarabillas, pinzones, carboneros comunes, etc., por montes y campiñas. Unos deliciosos sonidos que el paseante puede escuchar en el bosque aún deshojado, frío y neblinoso de este mes de marzo, son los repiqueteos de los picos picapinos. Macho y hembra se responden tamborileando en rápidas ráfagas que recuerdan a una ametralladora. En su simpático diálogo, estos pájaros carpinteros golpetean los troncos de buena resonancia, prefiriendo este sistema de cortejo (que complementan con exhibiciones de vuelo) al del canto. Los bandos y grupos de pájaros se están deshaciendo. Sus integrantes forman parejas y cantan para poner fronteras sonoras a su territorio de cría. Además de los bandos de páridos, también los grupos de «glayos» o arrendajos se disgregan. Para consolidar su pareja,

pronto de territorio, pareja e incluso nido. Aquellos que han preferido irse a otras tierras comienzan ahora a llegar y deben iniciar todo ese proceso. Así, continúa aumentando la sinfonía de trinos, cantos y gorjeos.

la hembra del «raitán» pone a prueba al macho, imitando el piar de sus futuros pollos. Si éste responde a su llamada acudiendo con comida, parece claro que puede ser un padre perfecto. De esta forma la hembra comprueba los instintos paternales de su pretendiente antes de permitirle la cópula. Otros que están enfrascados en sus vuelos de celo en estas semanas son las parejas de ratoneros. Los días cálidos es frecuente verlos sobrevolando los valles y campiñas, mientras maúllan insistentemente. Algunas parejas de aves ya están incubando sus puestas, como los zorzales comunes y charlos. Otros están a punto de comenzar las suyas, adelantando o retrasando las mismas en función de la meteorología de esos finales del invierno. Es el caso de los «raitanes», mirlos, tarabillas, buitrones, jilgueros, etc. El macho de chochín ha construido varios nidos para ofrecérselos a la hembra. Ésta comienza ahora a forrar de plumas el escogido para la puesta. Las parejas de cuervo disgregadas de los grupos invernales ya construyen inv ierno

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Un efímero capricho del hielo: esta hoja de haya (izquierda) ha quedado atrapada en una rama sobre el arroyo de Valdebezón (Caso). Las salpi-

caduras del agua gélida caídas en la hoja han sido encauzadas hacia el peciolo, pero el frío reinante las fue congelando antes de llegar a gotear.

su nido en oquedades de cortados rocosos, canteras, árboles, etc. También las cornejas están terminando su nido en lo alto de algún árbol, oculto entre hiedra o en alguna repisa. Los mitos llevan desde fines de febrero construyendo su sofisticado nido, una vez deshechos los bandos de invierno. Es una laboriosa tarea, y su construcción les lleva unos 20-30 días. El resultado final es un nido esférico u ovalado, fabricado a base de musgos y líquenes. El interior suele estar forrado de plumas. El lugar escogido suele ser el interior de un arbusto o matorral espeso (tojo, espinera, «fauquera», etc.). Acabado el nido, los mitos despiden el invierno con la puesta, habitualmente de ocho o nueve huevos. Pese a su buen camuflaje, el nido puede ser depredado con frecuencia, y no sólo por comadrejas o carnívoros tradicionales: uno de los principales asaltantes es ni más ni menos que un roedor, el lirón careto. Dada la alta depredación que sufren, el nido puede ser atendido por varios adultos, que se ayudan mutuamente en la vigilancia.

El agua del arroyo, corriendo justo por debajo, completó el curioso modelado de este carámbano. A pesar de que los días se están alargando con rapidez,

en marzo las heladas son todavía habituales y no falta alguna que otra nevada, como ésta caída sobre las faldas boscosas del Canto del Oso (Caso).

Cerca de la «sebe» o zarzal donde los mitos rematan su nido, el erizo se despereza de su hibernación y sale somnoliento en busca de insectos, lombrices, babosas, etc. También están ya activos muchos reptiles, sobre todo en zonas bajas o soleadas. Los tejones comienzan a salir de sus madrigueras con más frecuencia. Como ellos, el oso interrumpe en marzo su descanso invernal y sale de su cubil olisqueando el aire del valle. Su alimento fundamental lo constituirán los brotes de plantas herbáceas, pero también buscará cadáveres de caballos o herbívoros salvajes muertos en las nevadas del invierno, sobre todo ahora que la fusión de la nieve deja sus cuerpos al descubierto. Estos hallazgos le permitirían una rápida recuperación del peso y desgaste sufrido durante el letargo invernal. Entre otros mamíferos, los apasionados cortejos de hace unos meses empiezan a dar sus frutos. En marzo comienzan los partos de los gatos monteses, mientras los machos aún continúan maullando en la noche en busca de alguna gata que no se haya emparejado. También inv ierno

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Día a día, el repertorio de sonidos y de flores en nuestra naturaleza es cada vez más variado y alegre. En los claros de bosques y matorrales ya florecen

los narcisos de Asturias y de otras especies (página siguiente, debajo). En unas semanas más el color parduzco del bosque irá

nacen los lechones de jabalí, en camadas numerosas de hasta 10 crías, mientras en sus galerías, los ratones de campo amamantan a las crías de su camada. En las noches del hayedo, robledal o campiña muy arbolada, el búho chico despide el invierno con sus tétricos gritos. Pronto las escasas parejas nidificantes en Asturias ocuparán algún nido de córvido abandonado para comenzar sus puestas. A la vez, en desvanes abandonados, ruinas y campanarios, se escuchan sonidos sobrenaturales. Las lechuzas comunes están en pleno cortejo, batiendo alas, castañeteando el pico, bufando y moviendo el cuello. Otras rapaces nocturnas van más adelantadas. En marzo el búho real ya ha empezado sus puestas e incubación y la hembra de cárabo anda en tareas parecidas. A diferencia del búho chico, el cárabo acostumbra anidar en el agujero de un viejo árbol. En el fondo del mismo, la hembra pone sus tres o cuatro huevos sobre el lecho de serrín, sin acondicionamiento previo. Ésta parece intuir la mayor o menor disponi390 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

desapareciendo entre la algarabía de pájaros e insectos. El verde vuelve a predominar en el paisaje, mientras en la alta montaña el invierno se resiste

a abandonar sus feudos. La noche cede su dominancia al día. Ha llegado la primavera, y el ciclo de la vida, como siempre, se completa un año más...

bilidad de presas que va a haber, aumentando o reduciendo su puesta en consecuencia. Mientras la hembra incuba, su actitud con el macho es agresiva, expulsándolo del hueco del árbol, salvo si él acude con alguna presa. Por ello, el resto del tiempo el macho permanece posado en alguna rama cercana, con sus ojos a medio cerrar que aguardan la noche. Es una buena época para cazar, pues el bosque aún está despejado y sin hojas en las copas de los árboles. En cambio, la hojarasca suelta y seca del suelo hace ahora muy audible el más pequeño movimiento de los micromamíferos, que además empiezan a abundar cada vez más. Los últimos jilgueros, zorzales comunes, charlos y alirrojos que habían pasado el invierno en Asturias levantan el vuelo con destino a sus países de origen y se escucha en la campiña los cantos de los ruiseñores, de paso por nuestra región en su viaje de vuelta. La mayor parte de las aves invernantes se han ido ya, y de hecho, estos mediados de marzo son días más bien de llegadas. En efecto, una noche


comenzaremos a escuchar los aflautados cantos del autillo. En días soleados, desde una espinera o «cotoya» la buscarla pintoja emite su monótono sonido, comparable al del carrete de una caña de pescar. Cerca, los aguiluchos pálidos alegran con sus vuelo del celo los brezales y matorrales. Sobre las copas de los árboles del bosque, que en cotas basales ya están abriendo sus yemas foliares, planea de nuevo el águila calzada, y por encima de collados, y puertos, se vuelve a divisar la blanca silueta de la culebrera. En el río, los aviones zapadores llegan a ocupar de nuevo sus colonias en los taludes arenosos. Día a día el repertorio de sonidos en nuestra naturaleza es cada vez más variado y alegre. Cada vez hay más flores y hojas. El cerezo florido destaca en el bosque aún desnudo o despuntando pinceladas verdes, mientras las primeras golondrinas recién llegadas y recogiendo barro para sus nidos, nos terminan de confirmar la llegada de la primavera. El ciclo de la vida, como siempre, se cierra un año más... inv ierno

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Índice de especies y de fotografías A continuación se hace una relación de las especies animales y vegetales citadas en el texto; se indica la página de aquellas que aparecen en una ilustración, así como de los principales paisajes fotografiados.

aves Abejero europeo (Pernis apivorus) Abubilla (Upupa epops) Acentor alpino (Prunella collaris) Acentor común (Prunella modularis) Agachadiza común (Gallinago gallinago) Agateador común (Certhia brachydactyla) Agateador norteño (Certhia familiaris) Águila perdicera (Hieraaetus fasciatus) Águila calzada (Hieraaetus pennatus) Águila pescadora (Pandion haliaetus): 78 Águila real (Aquila chrysaetos): 165 Aguilucho cenizo (Circus pygargus) Aguilucho pálido (Circus cyaneus) Alca común (Alca torda): 336 Alcaraván común (Burhinus oedicnemus) Alcatraz atlántico (Sula bassana) Alcaudón dorsirrojo (Lanius collurio)

394 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

Alcotán europeo (Falco subbuteo) Alimoche común (Neophron percnopterus): 233 Alondra común (Alauda arvensis) Ánade azulón (Anas platyrhynchos): 68 Ánade friso (Anas strepera) Ánade rabudo (Anas acuta): 78 Andarríos chico (Actitis hypoleucos): 183 Ánsar campestre (Anser fabalis) Ánsar careto (Anser albifrons) Ánsar común (Anser anser) Arao común (Uria aalge) Arcea, ver becada Aguja colinegra (Limosa limosa) Aguja colipinta (Limosa lapponica) Archibebe claro (Tringa nebularia): 78, 183, 334 Archibebe común (Tringa totanus) Arrendajo, «glayu» (Garrulus glandarius): 119 Autillo europeo (Otus scops): 233 Avefría europea (Vanellus vanellus): 76, 261, 311 Avión común (Delichon urbica) Avión roquero (Ptyonoprogne rupestris) Avión zapador (Riparia riparia) Avoceta común (Recurvirostra avosetta): 310 Azor común (Accipiter gentilis): 285 Ázulón, ver ánade azulón

Barnacla carinegra (Branta bernicla): 332 Becada, «arcea» (Scolopax rusticola) Bisbita alpino (Anthus spinoletta) Bisbita arbóreo (Anthus trivialis) Bisbita común (Anthus pratensis) Bisbita costero (Anthus petrosus) Búho campestre (Asio flammeus) Búho chico (Asio otus): 152 Búho real (Bubo bubo): 315 Buitre leonado (Gyps fulvus): 376 Buitrón (Cisticola juncidis) Buscarla pintoja (Locustella naevia) Camachuelo común (Pyrrhula pyrrhula) Cárabo común (Strix aluco): 330 Carbonero común (Parus major): 148 Carbonero palustre (Parus palustris): 133 Carricerín común (Acrocephalus schoenobaenus) Carricero común (Acrocephalus scirpaceus) Carricero tordal (Acrocephalus arundinaceus) Cerceta carretona (Anas querquedula): 106 Cerceta común (Anas crecca): 313 Cernícalo vulgar (Falco tinnunculus) Charrán ártico (Sterna paradisaea) Charrán común (Sterna hirundo) Charrán patinegro (Sterna sandvicensis)


Chochín (Troglodytes troglodytes) Chorlitejo chico (Charadrius dubius) Chorlitejo grande (Charadrius hiaticula) Chorlito dorado europeo (Pluvialis apricaria) Chorlito gris (Pluvialis squatarola) Chotacabras gris (Caprimulgus europaeus) Chova piquigualda (Pyrrhocorax graculus): 166 Chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax) Cigüeña blanca (Ciconia ciconia): 232 Cigüeñuela común (Himantopus himantopus): 68 Cisnes (Cygnus spp.) Codorniz común (Coturnix coturnix) Colimbo ártico (Gavia arctica) Colimbo chico (Gavia stellata) Colimbo grande (Gavia immer): 332 Colirrojo real (Phoenicurus phoenicurus) Colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros) Collalba gris (Oenanthe oenanthe) Collalba rubia (Oenanthe hispanica) Cormorán grande (Phalacrocorax carbo): 310, 334 Cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis): 94-95, 182, 338, 340, 341, 342, 343 Corneja (Corvus corone): 79 Correlimos común (Calidris alpina): 334 Correlimos gordo (Calidris canutus) Correlimos tridáctilo (Calidris alba) Correlimos menudo (Calidris minuta) Correlimos zarapitín (Calidris ferruginea) Correlimos oscuro (Calidris maritima) Correlimos sp.: 76 Cuchara común (Anas clypeata): 313 Cuco común (Cuculus canorus) Cuervo (Corvus corax) Culebrera europea (Circaetus gallicus): 167, 234, 235 Curruca capirotada (Sylvia atricapilla) Curruca mosquitera (Sylvia borin) Curruca rabilarga (Sylvia undata) Eider común (Somateria mollissima) Escribano hortelano (Emberiza hortulana) Escribano nival (Plectrophenax nivalis) Escribano cerillo (Emberiza citrinella) Escribano soteño (Emberiza cirlus) Escribano montesino (Emberiza cia) Escribano palustre (Emberiza schoeniclus) Esmerejón (Falco columbarius) Espátula común (Platalea leucorodia) Estorninos (negro Sturnus unicolor y pinto, Sturnus vulgaris): 75, 311 Falaropo picogrueso (Phalaropus fulicarius) Focha común (Fulica atra) Frailecillo atlántico (Fratercula arctica) Fulmar boreal (Fulmarus glacialis) Fumarel común (Chlidonias niger) Gallineta común (Gallinula chloropus) Garceta común (Egretta garzetta): 78, 265 Garza real (Ardea cinerea): 188, 264 Gavilán común (Accipiter nisus): 219 Gavión atlántico (Larus marinus) Gavión hiperbóreo (Larus hyperboreus) Gaviota cabecinegra (Larus melanocephalus) Gaviota de Sabine (Larus sabini) Gaviota groenlandesa (Larus glaucoides) Gaviota patiamarilla (Larus cachinnans): 96, 97 Gaviota reidora (Larus ridibundus): 336 Gaviota sombría (Larus fuscus) Gaviota tridáctila (Rissa tridactyla)

Golondrina común (Hirundo rustica): 256-257 Golondrina dáurica (Hirundo daurica) Gorrión alpino (Montifringilla nivalis): 169 Gorrión común (Passer domesticus) Gorrión molinero (Passer montanus) Grulla común (Grus grus) Halcón peregrino (Falco peregrinus): 95 Herrerillo capuchino (Parus cristatus): 133, 387 Herrerillo común (Parus caeruleus): 386 Jilguero (Carduelis carduelis): 157 Lavandera blanca (Motacilla alba) Lavandera boyera (Motacilla flava) Lavandera cascadeña (Motacilla cinerea) Lechuza común (Tyto alba) Lúgano (Carduelis spinus) Martín pescador (Alcedo atthis): 185 Milano negro (Milvus migrans) Mirlo acuático (Cinclus cinclus): 106-107, 150 Mirlo común (Turdus merula) Mito (Aegithalus caudatus) Mochuelo europeo (Athene noctua) Mosquitero común (Phylloscopus collybita) Mosquitero ibérico (Phylloscopus brehmii) Mosquitero musical (Phylloscopus trochilus) Mosquitero papialbo (Phylloscopus bonelli) Mosquitero silbador (Phylloscopus sibilatrix) Negrón careto (Melanitta perspicillata) Negrón común (Melanitta nigra) Negrón especulado (Melanitta fusca) Oropéndola (Oriolus oriolus) Ostrero euroasiático (Haematopus ostralegus): 76, 183, 334 Págalo grande (Stercorarius skua) Págalo parásito (Stercorarius parasiticus) Págalo pomarino (Stercorarius pomarinus) Pagaza piconegra (Gelochelidon nilotica) Pagaza piquirroja (Sterna caspia) Paíño boreal (Oceanodroma leucorhoa) Paíño de Wilson (Oceanites oceanicus) Paíño europeo (Hydrobates pelagicus) Paloma torcaz (Columba palumbus): 118 Papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca) Papamoscas gris (Muscicapa striata) Pardela balear (Puffinus mauretanicus) Pardela capirotada (Puffinus gravis) Pardela cenicienta (Calonectris diomedea) Pardela pichoneta (Puffinus puffinus) Pardela sombría (Puffinus griseus) Pardillo común (Carduelis cannabina): 150 Pato havelda (Clangula hyemalis) Perdiz roja (Alectoris rufa) Perdiz pardilla (Perdix perdix) Petirrojo, «raitán» (Erithacus rubecula): 66, 151, 387 Pico picapinos (Dendrocopos major) Pinzón real (Fringilla montifringilla): 284 Pinzón vulgar (Fringilla coelebs) Pito negro (Dryocopus martius) Pito real (Picus viridis) Porrón bastardo (Aythya marila): 81 Porrón europeo (Aythya ferina): 335 Porrón moñudo (Aythya fuligula): 312 Porrón pardo (Aythya nyroca) Raitán, ver petirrojo Rascón europeo (Rallus aquaticus) Ratonero común (Buteo buteo) Reyezuelo listado (Regulus ignicapillus)

Reyezuelo sencillo (Regulus regulus) Roquero rojo (Monticola saxatilis): 169 Roquero solitario (Monticola solitarius): 163 Ruiseñor bastardo (Cettia cetti) Ruiseñor común (Luscinia megarhynchos) Serreta chica (Mergellus albellus): 312 Serreta mediana (Mergus serrator) Silbón europeo (Anas penelope) Somormujo lavanco (Podiceps cristatus): 77 Tarabilla común (Saxicola torquata): 386 Tarro blanco (Tadorna tadorna) Torcecuello (Jynx torquilla) Trepador azul (Sitta europaea): 133 Treparriscos (Tichodroma muraria) Triguero (Miliaria calandra) Urogallo (Tetrao urogallus): 126, 127, 128, 129, 131, 363, 364 Urraca (Pica pica) Vencejo común (Apus apus) Verdecillo (Serinus serinus) Verderón común (Carduelis chloris) Verderón serrano (Serinus citrinella) Vuelvepiedras común (Arenaria interpres) Zampullín común (Tachybaptus ruficollis) Zarapito real (Numenius arquata): 78, 335 Zarapito trinador (Numenius phaeopus) Zarcero común (Hippolais polyglotta) Zorzal alirrojo (Turdus iliacus) Zorzal charlo (Turdus viscivorus) Zorzal común (Turdus philomelos) Zorzal real (Turdus pilaris)

invertebrados Abeja (Apis mellifera) Abejorro (Bombus spp.): 205 Aeropus sibirricus Araña cangrejo (tomísido): 218 Araña de jardín: 218 Araña tigre (Argiope bruennichi): 217 Arcyptera fusca Avispa de las agallas del rosal (Rhodites rosae) Avispa papelera (Polistes spp.): 204 Babosa (Arion ater ater): 301 Bacalloria, ver ciervo volante Bucéfalo, pájaro luna (Phalera bucephala) Caballitos del diablo (zigópteros) (Calopteryx virgo): 14 Callophrys rubi Cangrejo de río (Austropotamobius pallipes lusitanicus) Catacola fraxini (oruga): 149 Cepaea nemoralis (caracol listado): 301 Chicharra (Callicrania seoanei): 208 Chinche de las golondrinas (Oecacius hirundinis) Chrysopa: 246-247 Cicindela (Cicindela campestris): 208 Ciervo volante, «bacalloria» (Lucanus cervus): 200-201 Doncella común (Mellicta athalia): 199 Efémeras (plecópteros) Escarabajo aceitero, carraleja (Meloe proscarabeus) Escarabajo buceador (Dytiscus marginalis) Escarabajo enterrador (Necrophorus sp.) Escarabajo sanjuanero (Melolontha melolontha) Escarabajo solsticial (Amphimallon solstitialis) Escorpión de agua (Nepa rubra) Esfinge de la correhuela (Agrius convolvuli): 73

índice de especies y de fotografías

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Euplagia de cuatro puntos (Euplagia quadripunctaria): 244 Grillo común (Gryllus campestris) Hormigas y pulgones, 248 Insecto palo (Clonopsis gallica): 208 Insecto palo acuático (Ranatra linearis) Jefe emperador (Anax imperator) Libellula quadrimaculata, 186 Libélulas (anisópteros) Licénidos: 214 Luciérnaga (Lampyris noctiluca) Mantis religiosa, «santateresa» (Mantis religiosa): 238, 239 «Marabayos», ver tricópteros Maravilla de día escasa (Moma alpium): 244 Mariposa «pavo real» (Inachis io): 171, 211, 212 Mariposa de la col (Pieris brassicae) Mariposa limonera (Gonepteryx rhamni) Mariposa vulcana (Vanessa atalanta) Mariposas nocturnas, 244, 301 Mariquitas (Coccinelidae) Mikiola fagi Notonéctidos (Notonecta glauca) Oedemera nobilis: 205 Orugas: 59, 149 Psophus stridulus Pulgas de agua (Daphnia spp.) Pulgones (afididos) Saltamontes (ortópteros) Sanjuanín (Rhagonycha fulva): 207 Sírfido: 121 Tábano (tabánidos): 215 Típula (Tipula spp.) Trichodes alvearius Tricópteros, «marabayos» Vespa sp. Zapateros (Gerris spp.) Ziguenas (ziguénidos): 209

anfibios y reptiles Culebra de collar (Natrix natrix): 189 Culebra lisa europea (Coronella austriaca): 235 Culebra viperina (Natrix maura) Lagarto ocelado (Lacerta lepida) Lagartiga de bocage (Podarcis bocagei) Lagartija de turbera (Lacerta vivipara) Lagartija roquera (Podarcis muralis) Lagartija serrana (Lacerta monticola): 80, 136 Lagarto verde (Lacerta viridis) Lagarto verdinegro (Lacerta schreiberi): 138, 139 Lución, «esculibiertu» (Anguis fragilis) Rana bermeja (Rana temporaria): 40, 368 Rana común (Rana perezi) Rana patilarga (Rana iberica) Ranita de San Antonio (Hyla arborea): 83, 102-104, 399. Salamandra, «sacavera» (Salamandra salamandra): 100 Salamandra rabilarga (Chioglossa lusitanica): 187 Sapo común (Bufo bufo): 383 Sapo partero (Alytes obstetricans) Tritón alpino (Triturus alpestris): 100, 344 Tritón ibérico (Triturus boscai): 99 Tritón jaspeado (Triturus marmoratus): 101 Tritón palmeado (Triturus helveticus): 249 Víbora de Seoane (Vipera seoanei): 65, 137, 304

396 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

mamíferos Ardilla (Sciurus vulgaris): 356 Armiño (Mustela erminea) Caballo (Equus caballo): 325, 377 Cachalote (Physeter macrocephalus) Calderón (Globicephala melaena) Ciervo, venado (Cervus elaphus): 155, 156, 286, 287 Comadreja (Mustela nivalis) Corzo (Capreolus capreolus): 141 Erizo, «puercoespín» (Erinaceus europaeus): 72, 134 Foca gris (Halichoerus grypus) Gamo (Dama dama) Garduña, «fuína» (Martes foina) Gato montés (Felis silvestris): 354-355 Gineta (Genetta genetta) Jabalí (Sus scrofa): 255 Liebre de piornal (Lepus castroviejoi) Lirón careto (Eliomys quercinus): 72, 369 Lirón gris (Glis glis): 305 Lobo ibérico (Canis lupus signatus): 69, 353 Marsopa (Phocoena phocoena) Marta (Martes martes) «Melón», «melandru», ver tejón Murciélago común (Pipistrellus pipistrellus) Murciélago de Geoffroy (Myotis emarginatus) Murciélago de herradura grande, rinolofo (Rinolophus ferrumequinum): 16, 245, 370 Murciélago ratonero (Myotis myotis) Musaraña enana (Sorex minutus) Musarañas (Crocidura russula, Sorex spp.) Musgaño de Cabrera (Neomys anomalus) Musgaño patiblanco (Neomys fodiens) Nóctulo común (Nyctalus noctula) Nutria (Lutra lutra): 345 Orca (Orcinus orca) Oso pardo (Ursus arctos): 70, 122-123, 222-226, 282, 371 Rata de agua (Arvicola sapidus) Ratón de campo (Apodemus sylvaticus): 74, 254, 283 Ratón leonado (Apodemus flavicollis) Rebeco cantábrico (Rupicapra rupicapra parva): 66, 307, 381 Rorcual aliblanco (Balaenoptera acutorostrata) Rorcual común (Balaenoptera physalus) Tejón, «melón», «melandru» (Meles meles) Topillo agreste (Microtus agrestis) Topillo nival (Microtus nivalis) Topillo rojo (Clethrionomys glareolus) Topo ciego (Talpa caeca): 317 Topo de agua o desmán (Galemys pyrenaicus) Zorro, «raposu» (Vulpes vulpes): 12

peces e invertebrados marinos Abadejo (Pollachius pollachius) Aguja (Belone belone) Aguja de mar, ver mula Albacora, ver bonito Aligote (Pagellus acarne) Almejas (Veneridae) Anchoa (Engraulis encrasicolus) Anémona del ermitaño (Calliactis parasitica): 86 Anémona, actinia (Actiniidae): 90-91, 93 Anguila (Anguilla anguilla) Ascidias (Ascidiaceae) Atún (Thunnus thynnus)

Baboso, ver blenio Berberechos (Cardiidae) Besugo (Pagellus bogaraveo) Bígaro (Littorinidae) Blenio, (Blennius pilicornis): 175 Bogavante, «lubricante», «bugre» (Homarus gammarus) Bonito, albacora (Thunnus alalunga) Botón, ver maragota Botryllus schlosseri (ascidia): 88 Buccinum undatum Caballa (Scomber scombrus) Cabra (Serratus cabrilla) Calamar (Loligo vulgaris) Cangrejo corredor, «sapa» (Pachygrapsus marmoratus): 178 Cangrejo rey, «ñocla» (Cancer pagurus) Carabela portuguesa (Physalia physalia) Centollo (Maja squinado) Clavelina lepadiformis (ascidia): 89 Congrio (Conger conger) Corynactis viridis: 88 Cyclopterus lumpus Dentón (Dentex dentex) Erizo de mar, «oriciu» (Echinoidea): 86 Esguila común (Palaemon serratus) Esponjas: 87 Estrella frágil, ver ofiura de espinas finas Herrera (Litognathus mormirus) Hypselodoris gracilis (nudibranquio): 92 Julia (Coris julis) Jurel, «chicharro» (Trachurus trachurus) Krill, véase «mosquilón» Lamprea marina (Petromizon marinus) Lapa, llámpara (Patellidae) Lubina (Dicentrarchus labrax) Maragota (Labrus bergylta) Medusas (Scyphozoa) Merluza (Merluccius merluccius) Mojarra (Diplodus vulgaris) Mosquilón (Meganyctiphanes norvegica) Mula o aguja de mar (Syngnathus acus): 177 Nucella lapillus Nudibranquios (Nudibranchia) «Ñocla», ver cangrejo rey Ofiura de espinas finas, o estrella frágil (Ophiotrix fragilis): 177 Palometa (Brama brama) Paparda (Scomberesox saurus) Pez de San Pedro (Zeus faber) Pintarroja (Scyliorhinus canicula) Pleurobranchus testudinarius Plumero (gusano marino): 176 Polycera quadrilineata Quisquilla (Palaemon serratus): 179 Reo (Salmo trutta trutta) Rubiel (Sparus pagrus) Salmón atlántico (Salmo salar): 110, 184, 267, 268, 308, 384-385 Salmonete (Mullus sp.) «Sapa», ver cangrejo corredor Sardina (Sardina pilchardus) Sargos (Diplodus spp.) Sepia (Sepia officinalis): 86 Tabernero (Ctenolabrus rupestris) Trapania maculata


Trucha (Salmo trutta) Velero (Velella velella)

plantas Abedul (Betula celtiberica): 303 Acebo (Ilex aquifolium): 288, 362, 365 Acebuche (Olea europaea) Aceras antropophorum, 192 Agracejo (Berberis vulgaris, subsp. cantabrica) Agrostis, spp. Aladierno (Rhamnus alaternus, subsp. alaternus) Aligustre (Ligustrum vulgare) Aliso, «humeru» (Alnus glutinosa) Amapola amarilla (Meconopsis cambrica): 14 Androsace villosa Anémona (Anemone nemorosa): 116, 348 Angelica pachycarpa Angelica spp. Apium spp. Arándano (Vaccinium myrtillus), arandanal: 13, 281, 289 Arce (Acer pseudoplatanus): 13, 140 Arenaria de mar (Honkenya peploides) Árgoma, ver tojo Armeria de mar (Armeria pubigera subsp. depilata) Aro (Arum maculatum) Atrapamoscas (Drosera otundifolia): 195 Avellano, «ablanu» (Corylus avellana) Azafrán falso (Crocus serotinus) Azafrán loco (Crocus nudiflorus) Azafrán serrano (Crocus carpetanus) Azafranes (Crocus sp.): 272, 280 Azucena silvestre, ver martagón Balsamina (Sedum anglicum) Beleño (Hyoscyamus niger) Bonetero (Euonymus europaeus) (fruto: 279, 316) Botón de oro (Ranunculus bulbosus): 196, 197 Brezo: 97 Calamintha sylvatica, subsp. ascendens Calluna vulgaris Campanula rotundifolia Cantarillo velloso (Androsace villosa): 237 Carbayo (Quercus robur) Cardo de mar (Eryngium maritimum) Carquexa (Genistella tridentata) Carrasca (Quercus rotundifolia) Castañas: 306 Castaño (Castanea sativa) Cenoyo de mar (Crithmum maritimum) Centaurium sp.: 230 Cerezo de Santa Lucía (Prunus mahaleb) Cerezo silvestre(Prunus avium): 16, 45, 113, 191, 291 Cervuno (Nardus stricta) Chaenorhinum origanifolium: 230 Clavel de monte (Dianthus sp.): 57 Colleja de mar (Silene vulgaris) Cólquico (Colchicum autumnale) Cornejo (Cornus sanguinea), (fruto: 277) Correhuela (Polygonum aviculare): 73 Correhuela marina (Polygonum maritimum) Cresta de gallo, «pitinos» (Rhinanthus sp.): 57 Daboecia cantabrica Dactylis spp. Dactylorhiza latifolia: 192 Dactylorhiza maculata: 192

Daucus carota subsp. gummifer Deschampsia flexuosa Diente de perro (Erythronium dens-canis): 378, 380 Dulcamara (Solanum dulcamara) Eléboro fétido (Helleborus foetidus) Eléboro verde (Helleborus viridis, subsp. occidentalis): 348 Encina (Quercus ilex) Endrino (Prunus spinosa) Enebro rastrero (Juniperus communis): 38 Erica cinerea Erica spp. Erica vagans Escoba (Cytisus scoparius subsp. scoparius): 136, 252 Escuernacabras (Rhamnus alpinus) Espinera (Crataegus monogyna): 64, 154 Estrellada (Stellaria holostea): 121 Euphorbia hyberna: 142 Euphorbia paralias Euphrasia sp.: 236 Falsa ortiga (Lamium maculatum) Ficaria (Ranunculus ficaria): 11 Flor de abeja (Ophrys apifera): 193 Flor de las arguyas (Geranium sanguineum): 237 Fresa silvestre, «viruébano» (Fragaria vesca): 250 Fresno (Fraxinus angustifolia): 52 Genciana (Gentiana angustifolia, Gentiana verna) Genista (Genista spp.): 168 Grasilla, ver tiraña Grosellero (Ribes petraeum, Ribes alpinum) Gymnadenia conopsea: 192 Haya (Fagus sylvatica): 6, 18, 19, 32, 53, 62, 71, 146-147, 296, 299, 302, 308, 323, 349, 357 Hayucos: 284 Helecho (Polypodium sp) (Soros: 270-271) Helianthemum croceum subsp. cantabricum Hepática (Hepatica nobilis): 348 Hiedra (Hedera helix) Hierba centella (Caltha palustris): 46 Hierba cuajadera (Galium verum) Hierba de pordiosero (Clematis vitalba) Hierba del costado (Plantago coronopus) Hinojo (Foeniculum vulgare) Iberis carnosa: 230 Jacinto estrellado (Scilla lilio-hyacinthus): 44, 56, 143 Junquillos blancos (Narcissus triandrus): 378 Laserpitium spp. Laurel (Laurus nobilis) Laureola (Daphne laureola): 142 Lenteja de agua (Lemna minor) Linaria sp. Lino bravo (Linum narbonense): 236 Lino rosado (Linum viscosum): 198 Lirio azul (Iris latifolia): 15 Lirio del revés (Lilium pyrenaicum): 180 Llantén de mar (Plantago maritima) Llantenes (Plantago spp.) Madroño (Arbutus unedo) (fruto: 278) Manzanilla (Chamomilla recutita) Manzano silvestre (Malus sylvestris) Margaritas: 14 Martagón, azucena silvestre (Lilium martagon): 9, 198 Mastuerzo marino (Lobularia maritima)

Menta acuática (Mentha aquatica) Mostajo, «mostayal» (Sorbus aria) Muérdago (Viscum album): 364 Musgo: 58 Narciso (Narcissus spp.): 132 Narciso de Asturias (Narcissus asturiensis): 112, 391 Narciso trompeta (Narcissus pseudonarcissus) Nigritella gabasiana Nido de pájaro (Neottia nidus-avis): 192 Nogal (Juglans regia) Nomeolvides de los Alpes (Myosotis alpestris): 230 Nueza (Tamus communis): 252 Olmo montano, «xamera» (Ulmus glabra) Omphalodes nitida: 205 Orégano (Origanum vulgare) Orquídea temprana (Himantoglossum robertianum): 380 Orquídeas: 192, 193, 380 Pan de cuco (Oxalis acetosella): 58, 116 Petrocoptis spp. Pie de oso, «tchampazo» (Heracleum sphondylum) Platanthera bifolia: 192 Poa spp. Poligonato (Polygonatum odoratum): 117 Potamogeton spp. Primavera (Primula veris: 114-115, Primula vulgaris: 346) Quejigo (Quercus faginea) Quitameriendas (Merendera montana) Ranúnculo flotante (Ranunculus penicillatus): 185 Rebollo (Quercus pyrenaica) Roble albar (Quercus petraea): 60, 302 Roble, hojas: 17, 120-121, 302 Rosal silvestre (Rosa spp.) (escaramujos: 283) Rusco, capio (Ruscus aculeatus): 12 Salgueras (Salix spp.) Sanjuanín, ver aligustre Sauces (Salix spp.) Saúco, «sabugu» (Sambucus nigra) Saxifraga spp. (Saxifraga spathularis: 116) Senecio sp.: 196 Serbal silvestre, serbal de los cazadores, «alcafresna», «capudre» (Sorbus aucuparia): 62, 158, 298, 303 Serpol (Thymus sp.): 229 Siempreniña (Erinus alpinus): 231 Siempreviva cantábrica (Sempervivum cantabricum) Siempreviva picante (Sedum acre): 229 Soldanella (Calystegia soldanella): 15, 178 Spergularia rupicola Tablero de damas (Fritillaria meleagris): 194 Té de roca (Sideritis lurida) Tejo (Taxus baccata): 288 Tiraña, grasilla (Pinguicola spp.) Tojo, árgoma, «cotoya» (Ulex galli, Ulex cantabricus) Torvisco macho o lauréola (Daphne laureola) Verbena (Verbena officinalis) Verónicas (Veronica spp.) Violeta (Viola spp.): 13, 15 «Xanzana» (Gentiana lutea) Zapatinos de la Virgen (Lotus corniculatus): 140 Zarzamora, zarza, «escayu» (Rubus ulmifolius)

índice de especies y de fotografías

397


hongos, líquenes, etc.

paisajes

Aleuria aurantia Algas rojas: 92 Amanita (Amanita spp.) Armillariella mellea Boleto (Boletus spp.) Boletus agaricus Calocera spp.: 273 Cantharellus spp. Cladonia spp. (liquen): 124 Colmenilla (Morchella esculenta): 108 Coprino (Coprinus spp.) Coprinus micaceus: 273 Corallina spp. Cortinarius spp. Cuesco de lobo (Lycoperdon sp.): 274 Enteromorpha spp. Entoloma spp. Evernia spp. Fucus spp. (algas) Hongos: 259, 272-276 Hygrocybe coccinea: 272 Lactarius spp. Lepiota, parasol (Macrolepiota procera) Liquen geográfico (Rhizocarpon geographicum): 181 Lycogala epidendron: 276 Marasmius spp. Mucidola viscosa (Oudmansiella mucida): 276 Níscalo (Lactarius deliciosus) Pardilla (Clitocybe nebularis) Pardina Peziza escarlata (Sarcoscypha coccinea): 351 Ramalina spp. Russula spp. Tremella mesenterica: 274 Tricholoma spp. Usnea spp. (liquen): 314 Xantoria elegans (liquen): 350

Argueredales, Los (Caso): 202-203 Biescona, bosque (Sueve): 50, 347 Braña Piñueli (Caso): 25, 119,331 Bufón de Santiuste, 337 Canto del Oso (Caso): 389-391 Cardosa, La (Caso): 190 Cascayón (Caso): 228 Cerredo (Degaña): 292-293 Cielo en Valle de Lago (Somiedo): 352 Corrales, Los (Moal [Cangas del Narcea]): 157 Dobra, río: 111 Encinar (Ribadedeva): 181 Enol, lago (Cangas de Onís): 377 Enramada La, monte (Somiedo): 135 Ercina, lago: 162, 164-165 Fidiello, monte (Lena): 67 Forcos, monte (Tarna, Caso): 366 Gavieiru, El (Cudillero): 85, 262-263, 339, 341 Grandiella, monte (Caso): 318 Huelga, La (Llanes): 32 Infierno, río: 109, 266 Jalón, Penona (Cangas del Narcea): 227 Libardón, montes de (Colunga): 41 Mohías (Coaña) (rayo): 242-243 Monasterio de Hermo (Cangas del Narcea): 27, 42-43, 148, 297 Monte Grande (Teverga): 35, 63, 373 Muniellos: 18, 19, 34, 51, 105, 367 Narcea, río (en Belmonte): 184 Ortigosa, río (en Teverga): 373 Penarronda, playa (Castropol-Tapia): 333 Peñas, cabo (Gozón): 26, 29 Pico Torres (Aller-Caso): 22 Picos de Europa: 38, 160, 161, 240-241, 251 Prado en Gozón: 120 Puerto Ventana (Teverga): 21 Puertos de Agüeria (Quirós): 365

Puertos pesqueros, 174 Redes, monte (Caso): 47, 48, 49, 54, 55, 63, 71, 143, 144, 145, 294-295, 298-300 Riellu (Teverga): 141 Roíles, monte (Mieres): 36 Salguerosa, La, monte (Ponga): 61 Saliencia, valle (Somiedo): 253 San Lorenzo, playa (Gijón): 30-31 San Lorenzo, puerto (Teverga): 32 Santa María del Puerto (Somiedo): 190 Sarna, La, islotes (Cudillero): 339 Sebrayo, Porreo de (Villaviciosa): 98 Secadas del Raigau, monte (Caso): 291 Sierra de Aves: 374-375 Tamozos, monte (Caso): 317 Tapia de Casariego, 173 Tarna (Caso): 366, 372 Tchouchinas, lagunas (Cangas del Narcea): 28, 220-221 Tiatordos (Ponga): 153 Tiesa, La (Somiedo): 39 Ubales, lago, (Caso): 33, 167 Urriellu, pico (Cabrales): 159 Valdebezón (Caso): 388 Valgrande, bosque (Lena): 37, 269 Valle de Lago (Somiedo): 379 Vidio, cabo (Cudillero): 36

varios Arbustos en ventisca: 17 Cantadero de urogallo cantábrico: 125, 130 Estrellas: 328-329 Hielo: 326-327 Luna en valle de Caso: 331 Nasas, Luarca: 339 Recogiendo patatas (Salas): 16 Siega: 191 Telaraña: 216

Nota del autor La fotografía de ciertas especies animales resulta en ocasiones complicada o imposible si no se efectúa en condiciones que permitan un cierto control del animal. De esta forma el fotógrafo puede mejorar las condiciones técnicas en las que tomará las imágenes, redundando también en su calidad. Las actuaciones a este respecto pueden ser desde simplemente colocar al animal (ej.: un anfibio) en otro lugar de su hábitat sin estorbos de ramas que obstaculicen su visión, etc., hasta fotografiarlo en unas instalaciones al efecto. Creemos que el lector tiene derecho a conocer y satisfacer su curiosidad respecto al origen de las imágenes que verá en la obra, por lo que a continuación se indica la relación de imágenes que no han sido tomadas en condiciones de absoluta libertad, dividiéndolas en dos grupos. • Condiciones controladas: animal libre fotografiado en su propio hábitat, pero cambiándolo de posición o eliminando elementos que puedan distraer en la foto. páginas: 59, 72, 83, 100 (s.), 102, 103, 134, 136, 137, 138, 139, 150 (s.), 156, 187, 189, 200201, 208 (izq., inf.), 217, 218 (s.), 235 (inf.), 244 (s.), 245, 246-247, 249, 304. • Animal fotografiado en condiciones de cautividad o semicautividad, bien temporalmente (ej.: acuarios, terrarios, etc.) o no (zoológicos, centros de recuperación

398 a s t u r i a s e n l a s e s ta c i o n e s

de fauna, etc.). páginas: 12 (dcha.), 65, 68, 69, 70, 73, 74, 77, 81, 86 (s., inf.), 93, 99, 100 (inf.), 101, 104, 106 (inf.), 110, 118, 119, 122-123, 128-129, 131, 162, 165 (inf.), 167 (inf.), 169, 171, 175, 178, 184, 188, 211, 212-213, 215, 222, 223, 224 (inf.), 225, 226, 233 (s.), 238-239, 254, 255, 264, 268, 282, 283 (s.), 284 (s.), 285, 286-287, 305, 309, 310 (s.), 311 (inf.), 312, 313, 315, 317, 330, 344, 345, 353, 354-355, 369, 371, 376 (s.). El resto de las fotografías han sido hechas en condiciones de absoluta libertad, a veces sin que el animal percibiera ni siquiera nuestra presencia (ej.: desde escondites, etc.). El autor garantiza que no ha recurrido a artificiales fotomontajes digitales en ninguna imagen. Tampoco se han utilizado filtros fotográficos, con excepción de aquellos destinados a eliminar reflejos parásitos (polarizador) o a atenuar la sobreexposición de los cielos nublados claros (filtro degradado gris), intentando con ello aproximar aún más la imagen a como es perceptible por el ojo humano. Las luces de atardeceres, crepúsculos, etc. que aparecen en el libro no han sido potenciadas con filtros. Con estas aclaraciones esperamos que el lector no sólo disfrute de las imágenes del libro, sino que valore cada una en su justa medida.


ag r a de c i m i en to s En realidad, una obra de estas características nunca tiene un único autor. Son muchos quienes han compartido conmigo el entusiasmo por este libro. Si las personas que figuran a continuación no me hubiesen apoyado y ayudado con sus conocimientos, experiencia y amistad, este libro quizá nunca habría visto la luz, o hubiera resultado sin duda más pobre. En primer lugar, debo citar a Carmen Pérez Ríu, mi mujer, que como siempre me ha ayudado en todo cuanto cabe imaginar, pero sobre todo con su constante ánimo y estímulo ante las dificultades y frustraciones que surgieron. Varios naturalistas me han tenido al tanto de diversas oportunidades fotográficas que iban apareciendo en nuestra naturaleza en el transcurso de los años. Entre ellos estoy especialmente agradecido al biólogo José Luis Benito, estupendo profesional, conocedor de nuestra naturaleza y amigo; a los ornitólogos Jaime García Córdoba, Jesús Gómez («Chuchi»), Ramón Cores y a los naturalistas Arturo de Miguel (además, extraordinario pintor de naturaleza) y Joaquín Pérez López, cuya pasión compartida por la naturaleza nos hizo ya inseparables compañeros en las salidas al monte. También he disfrutado inolvidables jornadas fotográficas con mi amigo Antonio Váquez, compartiendo trípodes y descubriendo fotos juntos. Mi primo, el biólogo José María Díez Díaz me prestó una inestimable ayuda en la búsqueda de bibliografía especializada para los primeros capítulos, y con Alfredo Noval, tristemente fallecido en el momento de cerrarse estas líneas, a quien considero uno de mis maestros, mantuve interesantísimas y apasionantes conversaciones. Le debo un agradecimiento muy especial al personal de la Guardería del Principado de Asturias, por su compresión y ayuda. Una mención expresa se merece la Guardería de Caso (Juan Coya, Nacho Moro, etc.) y el equipo técnico del Parque Natural de Redes. Mi agradecimiento se acrecienta al recordar a dos de sus guardas: Belarmino Canella («Mino») y Peláez. De su profesionalidad y amor por su trabajo sirven de muestra las

decenas de madrugones que compartimos en busca de la foto del urogallo, con la misma pasión e ilusión que yo y sin protestar nunca, a pesar de reunirnos a las tres de la madrugada, somnolientos día tras día. El bueno de Graciano Valdés, hasta no hace mucho un veterano guarda de Caso, desgraciadamente no ha podido llegar a conocer el libro terminado. Otros guardas a los que estoy sumamente agradecido son Ángel de la Mata (Degaña), Genaro (Somiedo), César Alonso (Quirós e Illano), Roberto (pocos osos del mundo como «Paca» y «Tola», disfrutan de un cuidador como él) y Miguel, de la patrulla oso, con quien tuve mi primer e inolvidable bautizo de avistamiento de una osa libre con sus oseznos. Detrás de este extraordinario equipo humano, se encuentra otro personal que acogió con entusiasmo mi proyecto y me ayudó y orientó sin reparo: se trata del que integra la Dirección General de Recursos Naturales y Protección Ambiental de la Consejería del Medio Ambiente; desde su director, Víctor M. Vázquez, hasta la jefa de Conservación, Teresa Sánchez Corominas, y de Información y Educación Ambiental, Fernando Jiménez Herrero. A todos, de nuevo gracias por su apoyo y ánimo, al igual que al director de la Fundación Oso de Asturias, Javier González, que me facilitó el acceso a nuestras queridas «Paca» y «Tola». También pude compartir apasionantes seguimientos y esperas «oseras» con Guillermo Palomero y Luis, su guarda de la Fundación Oso Pardo. Finalmente, quiero agradecer a Ignacio Martínez, Secretario General de Cajastur la confianza que depositó en mi para este ambicioso proyecto y su apuesta por ejecutarlo sin escatimar en su presentación. Y por último, gracias a Helios y a Victoria por su esmero en el diseño gráfico. Su papel en la vistosidad y calidad final del libro no debería ser olvidada nunca. Gracias a todas estas personas, tanto por su ayuda como por la amistad que nos une. Elaborar este libro me ha proporcionado no sólo un nutrido archivo fotográfico, sino un mucho más valioso archivo de amigos.

Acabado el despliegue de color en nuestros montes, este libro se terminó en el mes de noviembre del año 2001


asturias

Asturias pertenece a las privilegiadas regiones del planeta en las que las estaciones están claramente contrastadas. El espíritu común a la vida en cada una de ellas alcanza todos nuestros sentidos, contagiándonos también de su esencia. Disfrutar de los valores y belleza de las estaciones es un regalo que modela y refresca nuestras emociones a lo largo del año, y Asturias es, sin duda, un excelente lugar para ello...

en las estaciones josé maría fernández díaz formentí

Asturias en las estaciones

José María Fernández Díaz-Formentí

José María Fernández Díaz-Formentí (Gijón, 1963) es médico especialista en estomatología y apasionado naturalista. Es autor del texto y fotografías de los libros: Bosques de Asturias, en el reino del Busgosu (Trea, 1994); Guía de los bosques de Asturias (Trea, 1995); Muniellos, el bosque encantado (Trea, 1995) y Naturaleza en los ríos de Asturias (Nobel, 2000). Asimismo, ha colaborado en otros libros con textos e imágenes. Entre ellos merecen destacarse: El Principado de Asturias (1998); Muniellos: Reserva de la Biosfera (2001); Somiedo: Reserva de la Biosfera (2001); Redes: Reserva de la Biosfera (2001); España en primavera (1998); Guía de las aves de Asturias (2000); Ecuador, la tierra y el hombre (1998) o Bolivia. Lo auténtico aún existe (2000). También ha colaborado en diversas enciclopedias y atlas. Sus reportajes han sido publicados en conocidas revistas, como World Heritage / Patrimonio Mundial (unesco), Natura, Geo, Biológica, Viajes de National Geographic, Rutas del Mundo, Muy Interesante, Revista de Arqueología, Asturias Aventura, España Desconocida, Periplo, etc. Precisamente, esta última y prestigiosa revista le concedió en 1992 el primer premio del I Concurso de Reportajes Fotográficos, por su trabajo sobre el Bosque de Muniellos. Es autor de la Exposición itinerante «Nuestros osos» (Fundación Oso de Asturias, 2001) destinada a fomentar el conocimiento y afecto hacia esta joya natural que aún conserva Asturias. También ha editado un cd con los sonidos de los bosques de Asturias, Los sonidos en el reino del Busgosu (1994), acompañando a su primer libro. La mayor parte de sus publicaciones están relacionadas con la naturaleza de Asturias, que conoce en profundidad después de casi veinte años de incesantes salidas a la misma. El resto tratan acerca de la naturaleza y arqueo-antropología de los países andinos, y de la selva amazónica, zonas que visita cada año y de las que es un entusiasta explorador y estudioso. Derivado de ello, desde 1998 ha comenzado una incesante colaboración con la unesco a través de su revista World Heritage (Patrimonio Mundial), que le ha encargado un buen número de reportajes (texto y fotos) de distintos lugares del Perú, Bolivia, Ecuador y Chile. Empleando técnicas profesionales (teleflashes, barreras de infrarrojos, cámaras submarinas, macrofotografía, horas de «hide», etc.) utiliza la fotografía de naturaleza como medio de recoger de forma artística las experiencias vividas y hacer partícipes a los demás de esos maravillosos instantes, complementando sus imágenes con algunas grabaciones sonoras.


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