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DE PUERTAS ADENTRO Bienes íntimos: releyendo 12 historias de familia y poder sarah e. watkins traducido por: julián lasprilla
Soflan is a weapon of mass destruction
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Los signos: el médico y el arte 98 de la lectura del cuerpo esthepania lozano
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anónimo
Horneando pan en fogón de leña 22 aurora figueroa lina marcela mosquera
Pensamientos desde el cuarto al lado de la cocina
Señor Ego 96 anónimo
lina buchely
El recuerdo de mi primer beso
cartografías corporales
De la belleza, un corsé. 100 Del dolor, ellas. xiomara v. suescún
Cachetes de marrana flaca 107 valentina montoya
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sergio alberto sierra
De Brujas e ismos 36 Entrevista a Niza Solari. Bruja margarita cuéllar
matrimonio igualitario Las palabras, el Estado y el amor 112
PUERTAS pa' fuera Ser mujer y 50 habitar la ciudad
diana marcela solano
Celebrar con moderación: resaca y matrimonio gay
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andrés valero
laura cadavid
Miedo y cuerpo 58 adriana granados
¿Quién dijo que la ciudad es para todas?
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Cómo ser mujer 124
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Gabriela Castellanos 126 y su novela Jalisco
ana maría garay
Mis días en el sauna felipe
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luis alfredo lópez
alexander ortega
Bordando para no olvidar 76 nicolás cardona
natalio pinto
catalina ruíz-navarro
Vida hogareña 128 La guerra no tiene rostro de mujer 130 maría eugenia ibarra
Sara Kane o el paso obligado 132 de la explosión violenta a la reflexión interior
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maría del mar ariza
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raúl necochea nicole pacino hanni jalil
Notches 136
juan josé paz
Cículo de hombres de Cali
En diciembre llegaban las brisas 127
margarita cuéllar
El compadrazo colombiano: ¿la 72 otra sociedad del anillo?
Pensamientos acerca de la construcción de la masculinidad
viviam unás
carmiña navia
¿cuestión de machos? Es cuestión de ser un gallo fino
Se le tiene...
papel de colgadura vademécum gráfico y cultural
Universidad Icesi Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Rector Francisco Piedrahita Plata Decano Facultad Derecho y Ciencias Sociales Jerónimo Botero Marino Director Académico José Hernando Bahamón Lozano Secretaria General Maria Cristina Navia Klemperer Directora de la Oficina de Publicaciones Natalia Rodríguez Uribe
Dirigida por Margarita Cuéllar Barona Diseño y Diagramación Natalia Ayala Pacini Cactus Taller Gráfico (estudio@cactus.com.co) Comité Editorial Invitado Lina Buchely Ibarra Laura Cadavid Valencia Adriana Granados Barco Hanni Jalil Paier Julián Lasprilla Burbano Viviam Unás Camelo Aurora Vergara Figueroa
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Decimocuarta edición, Diciembre de 2016 © Derechos Reservados
Cali, Colombia ISSN 2011-9763
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papel de colgadura es una publicación de la Universidad Icesi de Cali. Los artículos contenidos en la revista son responsabilidad exclusiva de los autores y no necesariamente reflejan la opinión de las directivas de la revista o de la Universidad. La reproducción total o parcial de la revista es posible con previa autorización de los autores o de la revista. www.icesi.edu.co/papeldecolgadura papeldecolgadura@icesi.edu.co
Sobre papel
El género, sin ideologías Llevamos un poco más de dos años editando este volumen de PDC. Digo llevamos porque el trabajo ha sido largo y compartido. Todo el seminario de género, compuesto por un filósofo, historiadoras, sociólogas, politólogas y abogadas, se unió a la invitación –generosa y cálida– de una literata aliada e inquieta. Quiero referirme en este editorial a dos cosas. Primero, a lo que la demora y “desorden” disciplinar implican para nosotras y lo que dicen y callan estas dos circunstancias sobre lo que hacemos. Segundo, quiero abordar temas menos plácidos. No escribo este editorial en un momento cualquiera, para los estudios de género y para el feminismo. Lo escribo después de semanas largas en las que el “costo social” de ser feministas se ha hecho evidente y entonces, escribo, no desde la defensa, sino desde la necesidad. Ya habíamos hablado entre nosotras de referirnos a conceptos básicos sobre el género, su estudio y el feminismo en esta editorial, pero escribirlo hoy resulta aun más provocador de lo que lo es siempre. Empezaré entonces por la demora y el desorden. Empezaré por nosotras. Hace casi un mes ya que nos reunimos todas a hablar sobre lo que éramos como feministas en el lugar en el que trabajamos, a recordar lo que hemos hecho, el trabajo que hemos desarrollado. El seminario de género de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Icesi tiene una característi-
ca ya común para los grupos que empiezan a asumir esa tarea en las universidades privadas colombianas1: (1) No tienen presupuesto. (2) No son unidades académicas
independientes.
(3) Tienen apoyos institucionales
precarios.
Este seminario funciona con los tiempos “extras” de todas las profesoras que lo integramos, con la voluntad política de aquellos que lo apoyan y con el reconocimiento exiguo de profesoras y profesores que por compromiso, asisten a reuniones y se cargan tareas mal pagas. Es una militancia. Un compromiso íntimo. Trata, en lo que puede, de pelear con jerarquías odiosas, con competencias rapaces, con presiones extractivas que muestran y producen como último objetivo. No cuenta en ningún indicador ni es funcional a ningún ranking. Es un grupo de gente unida por compromisos políticos. Por causas poderosas. Los dos años que nos hemos demorado en editar este volumen hablan entonces de la marginalidad –paradójica– de los estudios de género y el feminismo en las
1. Los tres principales Centros de Estudio de Género en Colombia son de universidades públicas: la Universidad del Valle, la Universidad de Antioquia y la Universidad Nacional.
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universidades privadas colombianas. Pero su “desorden” disciplinar, metodológico, habla de su potencia. Ninguna categoría (y seré totalizante con el ánimo de ser cínica) en las ciencias sociales contemporáneas ha sido tan hábil para atravesar fronteras y tramitar apuestas teóricas como el género. La categoría atraviesa disciplinas, desestabiliza metodologías, le habla a ciencias duras y blandas y materializa la apuesta posmoderna por lo transdisciplinar, lo deconstruido, lo relativo. Es capaz de dar cuenta de complejidades, de compromisos políticos, de activismos, de victorias y de eternas derrotas, en toda la densidad de sus mezclas. El género es –y Joan Wallach Scott nos apoya en esto– la categoría más prometedora de las ciencias sociales contemporáneas. El género es, también y por qué no, ideología. Creo que tenemos el compromiso ético de distanciarnos de algunos usuales oponentes al reconocer que, como todo, mucho de lo que hacemos y decimos es ideología. No diremos como el neoliberalismo que lo nuestro es una “técnica”. Tampoco diremos que el enfoque de género es objetivo y apolítico. No diremos tampoco que lo que defendemos es natural y, por ello, verdadero, moral y justo2. Y ya va siendo hora de que dejemos de mentar la ideología como una ofensa, nosotros, estudiosos de la ideología mejor montada del último siglo (si es que alguien va a defender que las ciencias sociales son una “ciencia”). El feminismo es una postura ética y política, que ha denunciado a lo largo de siglos
2. Al menos que estemos dispuestos a discutir que es igualmente justo y moral que hagamos algo semejante a la viuda negra (latrodectus mactans) después del coito, cuando se engulle a su amante…solo por ridiculizar la falacia naturalista.
asimetrías legitimadas en un supuesto orden “natural” (biológico o divino)3. Se preocupa por la manera en la que distribuimos los recursos socialmente y critica las formas en las que justificamos que esa distribución persista con perdedoras frecuentes. Por ello gestó, en el interior de su lucha política, el marco teórico del género, conocido como enfoque o perspectiva de género, en el cual mujeres y hombres dentro y fuera de la academia han aportado elementos y herramientas para el análisis de esos temas inviabilizados por la supuesta “neutralidad” de marcos teóricos y metodológicos que terminan legitimando esos órdenes “naturales”. Ahora bien, el género no es una ideología si lo que se entiende por ella es una caricatura dogmática, un evangelio, una apuesta unívoca por encontrar verdades. Acusar de eso a los estudios de género es trivializar los esfuerzos de la apuesta de conocimiento más prolífica del siglo XX, de la movilización social más efectiva de los últimos años, de la revolución cotidiana más visible entre nuestros haberes. La expresión ideología de género viene- según lo rastrea Julieta Lemaitre en una columna de la Silla Vacía reciente- de los discursos de Juan Pablo II y Benedicto XVI, aun no purgados en las manifestaciones del papa Francisco. Con esa expresión, el Vaticano quiere denunciar un cuerpo de teoría que supone que nuestras identidades son construidas socialmente y no producto de la asignación divina. Y es paradójico que, una movilización que intenta denunciar la artificialidad de lo que
3. Desde el creacionismo o el evolucionismo se han asumido posturas teóricas que naturalizan un orden desigual en nombre de la “naturaleza” sea divina o biológica.
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se muestra natural frente a nuestros ojos, termine acusada de dogmática e ideológica. Lo que sí trata de hacer el género es entender. Entiende y documenta las causas de la desigualdad, denuncia y devela la normalización de su persistencia, milita y exige su alteración. Pero ese impulso, es diverso, vibrante, heterogéneo. Los feminismos y las feministas no cabemos en una sola caja y hemos sumado las voces por estrategia política, pero restado las convergencias en las discusiones sobre la complejidad teórica de los fenómenos que denunciamos4. El genero sí, se ha popularizado como un marco de análisis que explica la interacción y la diferencia entre el sexo biológico, el género socialmente construido, la orientación sexual y el deseo. Pero aun en ese impulso convive con la disidencia. Para algunas de nosotras, el sexo antecede a género y es un “dato biológico”. Para otras, sexo y género interactúan y el dato duro deviene de comportamientos sociales: mujeres “masculinas” u hombres “amanerados” darán cuenta de cómo aun el discurso del dato biológico está mediado por producciones sociales, o cómo el género produce también al sexo5.
4. Por ejemplo, algo singular de la movilización en nuestro contexto son las continuas alianzas entre feministas, organizaciones de mujeres y la comunidad LBGTI. Pese a que estas movilizaciones comparten las mimas premisas, o lo que la ideología de género reconoce como la artificialidad de las formas en las que socialmente nos organizamos entre géneros y distribuimos poder y recursos en razón de dicha organización, los intereses son frecuentemente opuestos. El aborto, por ejemplo, es solo una muestra de cómo feministas y gays podemos tener intereses encontrados, pese a que nos cobije la misma bandera de los derechos reproductivos. 5. La última parte del párrafo anterior menciona al feminismo. La “ideología del género” ha aplanado la diferencia entre los estudios de género y feminismo
Existen feminismos liberales, socialistas, radicales, culturales, posmodernos, decoloniales. Existen feminismos negros. Existen feminismos blancos heterosexuales. Existen los estudios queer. Existen feminismos europeos. La interseccionalidad ha mostrado cómo los feminismos se han obsesionado con las causas y expresiones de las asimetrías, se han dedicado rigurosamente al estudio de sus expresiones, de sus composiciones, de sus repertorios emocionales, de sus existencias. Si algo puede endilgarse al feminismo es su diversidad, no la ramplona homogeneidad de la que se lo acusa cuando se le convierte en ciega ideología. Ahora bien. La virulencia de los ataques de las últimas semanas –que no son más que la expresión un poco más abierta de la “calma chicha” en la que vivimos las feministas en nuestras vidas– hace importante regresar sobre estos puntos y, por qué no, reconocer que nos hemos equivocado. Para resumir algunos de los ataques, se ha dicho que la “ideología de género” no debe estar en los colegios como parte de la educación sexual de los niños y las niñas y que su expresión o circulación en el escenario democrático no tiene valor alguno. No tiene valor porque (y aquí la tautología es expresa) es ideología y busca incentivar o reproducir conductas expresamente homosexuales (en estos argumentos
(que aquí aparecen intercalados). Usaré una distinción básica (que seguro sobre simplifica nuestros propios debates) para efectos explicativos: los estudios de género se encargan de entender, analizar, desmontar, desestabilizar las asimetrías de poder entre géneros usualmente identificados, pero no exhaustivamente correspondientes a lo masculino y lo femenino). El feminismo es la militancia que parte de la que desventaja de lo femenino es constante y lucha por su subversión.
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considerados como “subhumanos”). Otros argumentos en contra de la “ideología de género” denuncian su talante mamerto y confuso, señalando a expresiones como la “matriz heteronormativa” de ser ininteligibles y, por ello, empobrecer, en lugar de enriquecer, el debate en lo público. Tengo varias reacciones frente a esto. La primera es un impulso liberal (aquel que cree que la educación nos hará mejor a todos) y se ubica justamente en el escenario pedagógico de donde estas ideas quieren purgarse. Yo me pregunto cuál será el mundo que pueda construirse en torno a vetos y censuras, en lugar de reflexiones y discusiones duras, que por supuesto nuestros niños y niñas estarán dispuestos a dar (y solo quiero recordar aquí que la niñez como la conocemos es un invento de la modernidad tardía y que, además, la infantilización es una burda estrategia de dominación de la que varias mujeres podemos hablar). La segunda es más compleja de plantear y, por ello, pensando en cómo responderla, reconoceré que quizá nos habremos equivocado. No ha sido una equivocación sencilla. Empezaba este texto haciendo referencia al costo social –silencioso, y por ello no menos tremendo– que pagamos las feministas6 por salir del closet. Ser feminista no es
6. Seamos mujeristas, queer, trabajemos desde las organizaciones base, en la academia, hagamos parte de partidos políticos (tradicionales o contemporáneos), seamos anarquistas, del movimiento amplio de mujeres, o en intersección con movimientos étnicoraciales pensando en las estrategias de movilización. O nos ubiquemos en los feminismos de la igualdad, de la diferencia, feminismo liberal, socialista o radical, en el «feminismo negro» o black feminism, el eco-feminismo, los feminismos lésbicos o con el transfeminismo, en el feminismo cultural o de-colonial.
fácil. Las mujeres pagamos caro cualquier subversión: tener el pelo corto o las caderas y la panza muy grandes, sacrificar lo doméstico por lo público, la familia por el trabajo, el pudor por el deseo. Por eso, pese a la diversidad de disciplinas y existencias, ser feministas es compartir, de una u otra forma, el exilio social de ser putas, brujas, histéricas: malas mujeres. Mujeres desobedientes. Mujeres insumisas. Mujeres asalariadas. Mujeres proveedoras. Mujeres que han alzado su voz. Pero haber pagado el costo no excusa la equivocación. Fue más o menos a principios de siglo XX cuando feminismo y legalidad se encontraron, y el movimiento feminista - si es que puede hablarse de tal unidad- no sin poca polémica, decidió perseguir el cambio legal como un fetiche (el sufragio, los derechos de propiedad y administración de bienes, los derechos sexuales y reproductivos). Ahora tenemos las leyes. Años de activismo nos han dejado nueces, varias, grandes. Tenemos la CEDAW, el estatuto de Roma, la Constitución de 1991. Pero debates como los recientes ponen de presente que quizá nos equivocamos de estrategia. Que no eran leyes sino debate lo que necesitábamos. Que eran discusiones, análisis, batallas de calle, de cama y de escuela. Que eran más cruzadas en lo cotidiano lo que nos haría más fuertes. Que es más pop y menos teoría lo que nos falta. Este es un esfuerzo por abrir ese otro camino. Desde el inicio, pensamos este ejercicio de publicación para hablarle al otro(a), en toda su complejidad. Los temas y las secciones que se recogen en este volumen pueden ser vistos como una lista exhaustiva de los temas de los estudios de género hace 10 años (violencia sexual, trabajo doméstico, cuerpo y diversidad) o como metáforas de esos mismos temas en espacios femeninos (de la calle para adentro, de la calle para afuera, el hogar, lo público y lo
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privado). Son, en su conjunto, un recorrido por excusas que nos obligaron a juntarnos, a leernos, a conocernos. Son una apuesta por la “otra vía”, por ese activismo blando que olvidamos cuando nos dedicamos a perseguir la ley. Espero que lo disfruten tanto como nosotras y Julián disfrutamos construyéndolo. Y menciono a Julián con su nombre, para no ser colonial con nuestros compañeros. Lo nombro, porque me recuerda a Andrés Castelar al hacerlo. Muchas de las profesoras que estamos ahora en este seminario lo conocimos (algunas mejor que otras), pero tras el asombro de su partida y la fascinación por sus presencias, queremos hacerle un homenaje con esto. Nunca será el último, por supuesto. Así que, a la memoria de Andrés Castelar está dedicado este trabajo y el esfuerzo tremendo que hemos hecho por lograr imaginar qué pensaría él de esta “ideología de género”. lina buchely ibarra
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16 Soflan is a weapon of mass destruction Lina Buchely
12 Bienes Ăntimos: releyendo historias de familia y poder Sarah E. Watkins
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22 Horneando pan en fogón de leña Aurora Figueroa Lina Marcela Mosquera
20 El recuerdo de mi primer beso Anónimo
DE PUERTAS ADENTRO 36 De Brujas e ismos Entrevista a Niza Solari. Bruja Margarita Cuéllar
32 Pensamientos desde el cuarto al lado de la cocina Sergio Alberto Sierra
b i e n e s
í n t i m o s :
R E L E Y E N D O H I S TO R I A S d e FA M I L I A Y P O D E R sarah e
L
as historias de género y sexualidad se han vuelto cada vez más comunes desde los años 70. En gran parte, debido al resultado de un mayor acceso a la academia, obtenido por las mujeres, trayendo con ellas las perspectivas de sus experiencias de vida. Los primeros esfuerzos para incorporar a las mujeres en las narrativas históricas se centraron en las mujeres que ejercieron formas de poder tradicional: mujeres guerreras y gobernantes. Los historiadores africanos, en particular, ampliaron los análisis históricos para incluir a las mujeres pobres y de clase trabajadora, analizando cómo las mujeres crearon comunidad, participaron en la religión y en los rituales, y operaron como actores económicos. En este contexto, los historiadores también comenzaron a analizar las estructuras familiares y las dinámicas del poder al interior del parentesco. Las historiadoras feministas de los Estados Unidos enmarcaron estas historias en términos de trabajo y de economía. A partir del concepto sociológico de “capital social”, que puede ser definido
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watkins
como los recursos obtenidos a través de relaciones y de redes, estas académicas se preguntaron: ¿cómo las mujeres contribuyeron con este tipo de capital en sus hogares y sus familias? Alice Abel Kemp definió esto como trabajo doméstico –asignándole un estatus igualitario al salario ganado por fuera del hogar– e identificó cuatro categorías distintas. La primera es el trabajo doméstico, como el mantenimiento de un hogar, el suministro de alimentos, etc. La segunda es el trabajo de apoyo, o lo que después los historiadores llamarían “trabajo emocional”. La tercera es el estatus de protección, que es lo que pensamos del trabajo que las mujeres regularmente hacen para ser atractivas y deseables con el fin de que sus esposos luzcan exitosos. Y la cuarta es el cuidado de los niños y el trabajo reproductivo. Cada una de estas formas de trabajo ha sido interrogada por los historiadores de los Estados Unidos, y en un menor grado en Europa occidental, Asia, y América Latina moderna. Sin embargo, los historiadores
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africanos han demostrado ser reacios a comprometerse con estas teorías, tal vez porque son teorías que se aplican más a las sociedades del capitalismo tardío. En un contexto poscolonial, estas formas de trabajo adquieren nuevos significados. Y tal y como la teórica feminista Oyèrónké Oyĕwùmí ha escrito extensivamente sobre esto, las categorías de género binarias no son particularmente relevantes en muchos contextos africanos, específicamente en el periodo pre-moderno, en el que la edad es más una categoría de análisis, sobre todo si se considera la forma en que la edad tiene impacto en la comprensión sobre el género y el poder. Sin embargo, al leer los textos de las tradiciones orales del reino de Ruanda pre-colonial –que en ocasiones se refieren al reino Nyiginya, después de su régimen de clan dinástico– fue imposible no ver cómo estas formas de trabajo doméstico funcionaron, sobre todo al interior de las élites en la corte real. El rey o mwami, gobernaba junto a su madre biológica, la umugabekazi. Su reino era administrado por una corte constituida por sus esposas e hijos, así como también por varios consejeros. La monarquía como sistema de gobierno se ha basado en gran medida en las relaciones íntimas. Uno se convierte en gobernante por haber nacido en la familia correcta. El rey elige a sus administradores entre varias familias nobles, que crean redes de obligación mutua entre sí a través del matrimonio y la producción de niños. Los amigos y las amantes del rey con frecuencia se encuentran cosechando los frutos de esas relaciones a través del poder y la riqueza. Un aspecto muy importante de la conservación de los sistemas monárquicos son las alianzas matrimoniales. Por un lado, escribir sobre el matrimonio es una manera de llevar a las mujeres hacia el registro histórico. El matrimonio vincula a las mujeres con las historias de la economía, del trabajo, de la política, e incluso de la guerra. Por
otro lado, la forma en que los historiadores han intentado escribir sobre las mujeres y el matrimonio, a menudo relega a las mujeres al rol de objetos de intercambio, o de víctimas dentro de un sistema que ellas no construyeron y en el que participaron pasivamente. El desafío, entonces, es repensar: ¿cómo nos acercamos a las historias de matrimonio y de relaciones íntimas en el periodo pre-moderno? Esto es aún más difícil debido a las fuentes con las que tenemos que trabajar. En el caso de mi propia investigación sobre la Ruanda monárquica de los siglos XVIII y XIX, estas fuentes se componen de las narrativas históricas, de la poesía dinástica, de los textos de los rituales reales, y de las genealogías de las familias aristocráticas. Cuando comencé este proyecto, a través de la lectura de estos textos, di cuenta casi de inmediato de la presencia de las mujeres de la élite, prácticamente en cada momento y decisión importante de la historia. Pero las mujeres también tenían complejas redes de relaciones en torno a ellas, en particular las mujeres que se convirtieron en abagabekazi (reina madre). Ellas permanecieron vinculadas estrechamente a sus familias de origen, trabajando con sus padres, hermanos, y tíos como consejeras. Pero también tenían responsabilidades con sus esposos de la realeza, y se extendieron más allá de la producción de herederos. Estas mujeres no fueron meros objetos utilizados para cimentar las alianzas entre los hombres; ellas fueron actores políticos activos en su propio derecho. Un caso en el que vi claramente esto fue el ascenso al poder de la Umugabekazi Nyiramongi, quien gobernó alrededor de 1845 y 1863. Ella era la sobrina de la umugabekazi anterior, quien había llegado al poder en medio de una destructiva guerra civil al final del siglo 18. El padre de Nyiramongi nunca fue poderoso, pero Nyiramongi ganó reputación en la corte por su belleza. Su prima, Umugabekazi Nyiratunga, probable-
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“la monarquía como sistema de gobierno se ha basado en gran medida en las relaciones íntimas...” mente le hizo llamar la atención de su hijo, Mwami Gahindiro (g. 1820 - 1845). En este momento Nyiramongi estaba viviendo en la casa de su padre, cerca de la frontera de la Burundi de hoy en día (que frecuentemente cambiaba durante el siglo 19). La historia de Nyiramongi es bastante singular al interior de las tradiciones orales, porque tenemos algunos detalles sobre su vida temprana, antes de haberse casado con el mwami. Estas narrativas históricas son difíciles de interpretar, porque contienen muchas adornos retóricos y adiciones de periodos posteriores. Sin embargo, también nos ayudan a comprender cómo ellos mismos fueron percibidos por los historiadores oficiales de la corte y los narradores de todo el país. La imagen abrumadora que surge de Nyiramongi es que ella fue un político visionario y ambicioso, incluso desde que era muy joven. El matrimonio de Nyiramongi con Gahindiro fue, al final, el resultado de una negociación. Gahindiro, al igual que la mayoría de sus predecesores, tenía un amante masculino oficial y reconocido, Rugaju. Rugaju era el consejero más cercano de Gahindiro, a quien había conocido en el intore, o entrenamiento guerrero de élite. Este era un sistema de educación para los niños y los
jóvenes de la élite, donde les enseñaron no solo las habilidades para el campo de batalla, sino también la danza, la poesía, y se les socializó en lo que significaba ser una élite dentro de su sociedad. No era raro que los hombres de élite tuvieran relaciones sexuales con personas de su mismo sexo; al igual que muchas otras sociedades de élite militar en todo el mundo, y en el transcurso del periodo pre-moderno, las intimidades sexuales entre los hombres fueron aceptadas como parte de estos círculos sociales. La relación que creció entre Gahindiro y Rugaju era fuerte, y duro toda la vida. Gahindiro nombró a Rugaju su umotoni, lo que significó que era su consejero más cercano, y dio a entender su disposición de sacrificar sus vidas el uno por el otro. Ganindiro eligió a Rugaju para que fuera a traerle a Nyiramongi y también para llevarla a la corte. Pero Rugaju, quien era bastante ambicioso, decidió que quería casarse con Nyiramongi, y dio por sentado que Gahindiro le daría lo que él quisiera. Entonces envió a su propio servidor a que fuera por ella. Hubo una disputa entre el servidor de Rugaju y Nyiramongi, y cuando su padre se mostró incapaz de defenderla, Nyiramongi se vio obligada a planear una estrategia. Ella no podía permanecer desprotegida. Había visto el ejemplo de su tía, Nyiratunga, y esto parece haberle dado una fuerte impresión sobre ella. Entonces decidió que se casaría con Gahindiro en lugar de Rugaju, y parece haber hecho esto tanto para vengarse de Rugaju por sus tácticas de mano dura como por cualquier otra cosa. La rivalidad entre Nyiramongi y Rugaju es una excelente ilustración del por qué los historiadores deben considerar seriamente las relaciones íntimas en el estudio de los regímenes monárquicos en el mundo premoderno. Ambos accedieron al poder monárquico a través de las relaciones íntimas. La posición de Rugaju en la corte tuvo lugar casi que exclusivamente gracias a Gahindiro; su propia familia estaba constituida
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por inmigrantes recién llegados al país y no tenían mucha influencia en la corte. Sin embargo, debido a Gahindiro, Rugaju se convirtió en el hombre más poderoso del país. Algunas tradiciones orales se refieren a él como el “regente”, porque Gahindiro le dio bastantes responsabilidades en la administración cotidiana del reino. También dirigió algunos de los ejércitos más poderosos del reino, dos de los cuales fueron tomados de Nyiramongi y de su hermano Rwakagara, con el fin de enriquecer a Rugaju. Nyiramongi, del mismo modo, debía su importancia a las relaciones íntimas, pero la suya era de una base más amplia. Ella pertenecía a un linaje y a un clan importante; a pesar de que su padre no era poderoso, su prima lo era, y muchos de sus ancestros habían sido reinas y reina madre, generales y guerreros. Su matrimonio con Gahindiro trajo consigo su poder personal, esto también le permitió a ella mejorar la autoridad de aquellos quienes estaban a su alrededor –esto fue particularmente cierto para su hermano, Rwakagara–. A través del patronazgo de Nyiramongi, él se volvió increíblemente rico y poderoso, comandando los ejércitos y la distribución de los rebaños y el ganado en todo el reino y ayudando a expandirlo hacia nuevos territorios. Esto también condujo a incrementar el conflicto entre Nyiramongi y Rugaju. Su primer intento de secuestro y de casarse con ella no fue más que el comienzo de su enemistad. Pasaron la mayor parte de sus vidas tratando de minar las vidas de cada uno ante los ojos de Gahindiro. Nyiramongi era hábil al usar su éxito reproductivo a su favor, mientras que Rugaju no tenía tal recurso a las nociones de la elección de un heredero para continuar con la estabilidad en el reino de Gahindiro. Por último, Nyiramongi se convirtió en umugabekazi, y en silencio creó un bando en contra de Rugaju. Dos años después de su reinado, ella mandó a ejecutar a Rugaju por el asesinato de Gahindiro –aunque hay muy poca evidencia de
que Gahindiro haya muerto de cualquier otra cosa que por causas naturales–. Las lecciones de este conflicto para los historiadores demuestran que la incorporación de la intimidad en nuestros análisis históricos va más allá de la simple “inclusión” de las mujeres en el establecimiento de las narrativas históricas; de hecho, ni siquiera son sólo las mujeres que emplean la intimidad como un medio para obtener poder. Por el contrario, un enfoque de la intimidad sugiere que reconsideremos lo que entendemos por “poder”: necesitamos ampliar nuestra comprensión del término para incluir formas tanto instrumentales como violentas del poder, así como también el poder íntimo que proviene de las formas más sutiles de manipulación que están ligadas con las relaciones de afecto y de obligación. Los Estados pre-modernos se desarrollaron no sólo a partir de las conquistas, sino también a través de la creación de redes de parentesco y de intimidad. Reajustando los lentes a través de los cuales vemos el poder, nos da la capacidad de reconocer sus múltiples formas, así como también de formular nuevas y mejores preguntas sobre las relaciones entre género, instituciones y autoridad.
Sarah E. Watkins Doctora en Historia y Estudios de Feminismos de la Universidad de California, Santa Bárbara. Sarah es parte del equipo editorial del Blog Notches (re)marks on the History of Sexuality. Sus intereses abarcan la historia pre-colonial de Ruanda, la diáspora Africana, y los estudios de género y sexualidad. En su tiempo libre le encanta cocinar, viajar, las manualidades, la ciencia ficción y la fantasía. Traducido por: Julián Lasprilla, candidato a doctor en filosofía de la Universidad Paris 8 Vincennes-Saint-Denis, Francia. Es un amante de la filosofía, amigo de la literatura y apasionado por el psicoanálisis.
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lina buchely ibarra
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María Inmaculada Blancox y las identidades que crea la distribución inequitativa del trabajo doméstico en el mundo post-clorox
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i última causa de irritación televisiva ha sido el reciente comercial de Soflan, a propósito del día de las madres. Niños con blondas cabelleras, blanca tez y rosadas mejillas agradecen a su madre, tiernamente, el tener una sábana inmaculadamente blanca, una frazada suavecita y un cojín de flores con los colorcitos bien definidos. Esa tanda de marketing se combina con hijos que vuelan gracias a la suavidad de los pantalones que visten después de un buen planchado, esposos que bailan caribeños ritmos de felicidad sobre pisos brillantes y desinfectados (moviendo agitadamente sus caderas, en un vínculo entre la limpieza y el deseo que aún no he logrado comprender), y bebés ultra-estimulados que ganan la batalla frente a los gérmenes del baño gracias a la labor de su abnegada madre (tampoco he logrado entender bien cuáles son los bordes de esta guerra fría que algún día le declaramos a nuestros amigos invisibles: los gérmenes y las bacterias, y el temor que estos pobrecitos bichos le tienen a esas ficticias “buenas madres”). Y no he sabido cómo hacer para que, después de un día largo de trabajo, con el tradicional cierre de mercado, pagos, bancos, lavandería y/o cocina en alguno de los dos días de la semana en los que me toca la comida, pueda conciliar el sueño después de la intensa tanda de idolatría frente a la pura María Inmaculada Alegría Blancox superhipermega- limpia, como protagonistas de todos estos comerciales de Suavitel, Vanish,
Ace y todas sus inimaginables cadenas de competencia. Quién fuera la madre y/o esposa de tan dichosos especímenes…tal vez desperdiciamos el tiempo cuando leemos tanto y perdemos de vista que la salvación de nuestras vidas está en el buen uso de los oxianillos desinfectantes del nuevo Ariel. Lo primero que me pregunto es si María Inmaculada vivirá mejor que yo: ¿ganará más plata?, ¿será más feliz?, ¿será que tener esposos limpiamente satisfechos e hijos libres de infecciones, envueltos en suaves prendas y con camisetas tipo blancox, “si paga”? La respuesta, irremediablemente, siempre es negativa. La manera que se construye –social y teóricamente– la categoría del trabajo doméstico es uno de los cajones más oscuros en donde se guarda la desigualdad de las mujeres. Los publicistas insisten en que María Inmaculada sea la protagonista de sus comerciales…aún cuando todos sabemos que María Inmaculada Blancox siempre pierde. Primero, María Inmaculada Blancox no “gana plata”, porque en estricto sentido, no trabaja. María Inmaculada Blancox, como muchas mujeres, dedica su vida a entregar bienestar, felicidad y afecto en el hogar, a limpiar, barrer y cocinar, dentro de una cadena de labores arbitrariamente excluidas del mercado y consideradas por la economía capitalista y la sociedad industrial como resultado del trabajo reproductivo (no- productivo), no generador de valor
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y, por definición, invisible e incuantificable desde la perspectiva de la “riqueza”. Segundo, María Inmaculada vive inmune –como su casa misma– a los pensamientos predadores de la maximización de beneficios y la racionalidad instrumental, y es por definición un no –agente (fundamentalmente dependiente de su esposo– proveedor, más conocido Ken Male Breadwinner). María Inmaculada hace el bien sin saber a quién, y “es buena madre”. Pero ser buena madre no “paga”, no “compite”, no “vale”. El tiempo de María Inmaculada está continuamente subvalorado porque, como el aire limpio, no tiene costos, no está regulado, está fuera del mercado…pero eso sí que produce efectos materiales. La existencia de María Inmaculada y su cruel esfuerzo por la limpieza sin límites tiene mucho que ver con la idea de que “el tiempo de las mujeres vale menos”, por lo que se nos paga menos, se nos reconoce menos, se nos releva menos. María Inmaculada tiene que, además, administrar el odio de su vecina, Barbie Working Woman, quien tiene que llegar a hacer lo mismo que aquella después de sus diez horas diarias de trabajo, por un monto bien diferente al que le darían si ella hubiera posicionado como un Ken Male Breadwinner. Y tanto el mejor sueldo de Ken como el odio de Barbie son aparentes contingencias “creadas por el sistema”. Pero adicional a ello, María Inmaculada es un ser profundamente engañado, al que le han enseñado a creer –con esas maravillosas estrategias del consumo– que la felicidad de su vida se encuentra vinculada con el modelo de la casa blanca y limpia. María ignora que existían hijos felices aun antes del descubrimiento de los blanqueadores, días de sol aun sin la ropa limpia y noches cálidas aun sin cobijas suaves y con colores bien definidos. Más allá de eso, que todos queramos vestir ropa recién lavada y que la suavidad de las telas esté asociada con
la pureza del alma, es un invento perverso de antes de ayer por la mañana (porque nuestras abuelas nunca lavaron tanto, y mi papá repetía pantalón dos semanas enteras). María inmaculada ignora que, como en las mejores novelas, su vida cotidiana está plagada por la falsa conciencia: Soflan, Suavitel y el Ariel Oxianillos no son sus aliados, son unos oportunistas traidores que le prometen la felicidad a cambio de lavar más, limpiar más, planchar más, comprar más, en un mundo ficticio en el que la felicidad está perversamente asociada con la limpieza. Esta vez (¿sólo esta vez?), la tecnología y los avances de la modernidad no están propiamente del lado de la emancipación femenina. Finalmente, los pocos momentos de placer de María Inmaculada están plagados también de mentiras y odio. El tipo ideal de la María Inmaculada genera “placer” de las historias de hadas centroamericanas que observa al medio día, pero nadie le ha contado tampoco que si Lucerito, Carasucia o Marimar tuvieran segunda temporada, su vida estaría plagada por la venganza y el odio. María Inmaculada ignora que, si Ken Male Breadwinner se llega a casar con su Marimar (o cualquier mujer que haga las veces de su “empleada doméstica”) la riqueza de su nación pierde, porque la actividad doméstica de Marimar “sale” del mercado para convenirse en el improductivo trabajo de hogar. Todas las novelas mejicanas esconden tras la dicha de la boda entre la empleada y el patrón, la inmediata caída del PIB de su pobre patria. Y sí, siempre duermo tranquila. Después de todo, siempre es mejor posar dentro del artificio de las Working Women que dentro de la etiqueta de las Desperate Housewives.
Lina Buchely Ibarra Abogada y politóloga. Profesora de la Universidad Icesi.
El recuerdo de mi primer
beso anónimo
Mi nombre es Lilia. Soy hija de una familia migrante que, como muchas familias en los años setenta, migraron a la ciudad en busca de mejores oportunidades económicas.
menos, esas eran las historias que adornaban las cenas familiares, los encuentros decembrinos y las reuniones en casas de tías y familiares de mi papá.
Mi Padre, Juan, era un hombre trabajador, proveniente de una familia de pequeños comerciantes. Había asumido el legado de dirigir y conducir uno de los negocios familiares. Fue un hombre joven, buen mozo, admirado por sus buenos modales, su belleza y por la cantidad de novias que habían deseado conformar una familia con él. Al
Mi madre, María, llegó a la ciudad con sueños de un mejor futuro. Fue trabajadora desde niña. Desde muy joven aprendió a trabajar con su mamá, que muy temprano cocinaba diversos productos que vendía en la plaza central. Mi abuela, a pesar de su pobreza, se las había arreglado para conseguir becas en el colegio privado de monjas
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en el pueblo, así que mi madre estudió con las niñas ricas. Entre la escasez dentro de la familia y la abundancia en las casas de sus amigas, comenzó a soñar con la capital, anhelando conocer a un hombre de avanzada, que la librara del destino que le ofrecían los hombres de su pueblo, que intentaron ganar su corazón. De esta unión nací yo, Lilia. Amada, deseada, cuidada y protegida. Fui la menor de cuatro hermanas. El recuerdo de mi infancia es muy feliz: muchos mimos, juegos con mis hermanas y primas, viajes al mar, y mi madre siempre en casa atenta a nuestros deseos. Pero este recuerdo de una infancia siempre feliz comenzó a cambiar cuando llegué a la adolescencia, a los 13 años, para ser exacta. Estaba en casa viendo un programa amarillista (del tipo Laura en América), distraída, mirando por la ventana, cuando comencé a escuchar historias y argumentos presentados con tensión que llamaron mi atención. La presentadora y las madres de algunas niñas que aparecían en escena, hablaban de algo que nunca había escuchado, y de repente, de la nada, apareció un recuerdo lejano y escondido: el beso que le dí a mi tío Paco. Tenía tres años y estaba en el centro de esa familia feliz, siempre bajo la protección de mi madre, mi padre, mis tías y primas que admiraban mi pelo crespo de color dorado, mis ojos claros y mis graciosas maneras, que elogiaban siempre con la misma expresión “Lilita tan tiernita”. Un buen día llegó el tío Paco. La familia entera había durado años esperando una llamada, una señal de sobrevivencia. Mi tío Paco se había enlistado en la guerrilla, con fuerte convicción ideológica. Fue un hombre político, formado en grupos juveniles que reclamaban las tierras para los campesinos y estudiaban proyectos políticos de las izquierdas en países hermanos. Luego
de varios años, cansado de la lucha armada que percibía que no iba para ningún lado, cayó en depresión, tuvo dos intentos de suicidio, fue dado de baja y llegó a la capital. En casa fue acogido con alegría. Mi padre, un hombre de derecha, pero emocionado por los discursos de Galán y el partido Liberal, era sensible y de buen corazón. Apoyó al tío Paco para reiniciar su vida, ahora por fuera de la guerrilla. Eran los años 80 y no había programas modernos de reinsertados, no había especialistas o proyectos de atención. Mis padres pagaban sus terapias psicológicas y le dieron un trabajo. En una reunión familiar, mientras jugábamos a las escondidas con mis primas, Paco me llamó desde el baño: “ven Lilita, ven te muestro algo”. Entré al baño. Ahí estaba aquello que nunca había visto fuera de los pantalones de tío Paco. Un dedo enorme que me miraba con un huequito gracioso en la punta. “Dame un besito Lilita”. Fue entonces cuando besé al tío Paco. Le narré a mi madre aquella escena. Recuerdo sus lágrimas, su angustia, sus ganas de vomitar. Al día siguiente buscó entre sus amigas, revisó páginas amarrillas, llamó a quien se le ocurrió. Horas más tarde me hallé sentada frente a una psicóloga desinteresada. Me pidió que relatara de nuevo la situación. ¿Ocurrió algo más Lilia? ¿Recuerdas algo más de lo que hizo en el baño tu tío? Nunca lo recordé. Mi madre me acompañaba con sus ojos hinchados y su cara de preocupación. Sólo fue beso, ese fue el diagnóstico. En mi casa nunca más volvió a existir el tío Paco. No se hizo alboroto, ni se contó nada a la abuela ni a las tías, pero tampoco se volvió a hablar de él en la familia. En la historia oficial, mi primer beso fue a los 10 años, Armandito y yo contamos hasta 5, nos dimos un fuerte pico en los labios y salimos corriendo.
p o g u e | b o j ayá | c h o c ó 1 “El que sabe no sabía, aprendió fue” 2 ana oneida orejuela barco Pogue - Bojayá
1. Esta serie de fotografías fue tomada en el marco del proyecto de investigación “Bojayá políticas del perdón y el retorno, 15 años después” co-financiado entre la Universidad Icesi y la Fundación FORD. 2. Mientras conversaba con Ana sobre el proceso de hornear pan en horno de leña, me preguntó si me gustaría ayudar a amasar. Yo le respondí “no sé”. A mi respuesta, ella enunció esta frase. (Nota etnográfica, septiembre 20 de 2016.)
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¿Cómo subsiste una familia afrocolombiana en una comunidad que no tiene alcantarillado, acueducto, electricidad constante, acceso a internet, hospital o fuentes diversas de empleo? En esta serie fotográfica presentamos cómo Ana Oneida Orejuela Barco, una mujer afro-pogueña, hornea pan en fogón de leña para desafiar todas las adversidades de su contexto. Ella vive en Pogue, corregimiento del municipio de Bojayá. Es hija de Don Saulo y Doña Oneida. Esta pareja es el corazón del grupo de alabadoras que antecedió la firma del Acuerdo final para la terminación del conflicto y construcción de una paz estable y duradera. Semanalmente, Ana “moja” con huevos y aceite una arroba de harina de trigo. Con fuerza, dulzura y convicción amasa y amasa, “para que la masa quede suavecita”. Al final, más de cien panes circulan por el pueblo, cada uno cuesta mil pesos. Con estos ingresos, Ana logra desafiar la esperanza, generar ingresos para su familia nuclear y extensa, y subsistir en un contexto en el que casi todo está dispuesto para no existir. Este es el proceso.
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Fuente: https://www.roughguides.com/maps/south-america/colombia/
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Aurora Vergara Figueroa
Lina Marcela Mosquera
redacción texto
fotos
Socióloga. Profesora del Departamento de Estudios Sociales. Directora del Centro de Estudios Afrodiaspóricos - CEAF de la Universidad Icesi.
Socióloga en formación. En el camino descubrió su fascinación por los detalles, por las cosas pequeñas, tal vez insignificantes que la gente nunca mira. No es profesional en fotografía pero sabe que con la cámara puede apoderarse de grandes momentos, de esas cosas minúsculas que representan historias de personas, de lugares, de encuentros y de relaciones. Es desordenada, loca, apasionada y está enamorada del Pacífico, de sus raíces, su música y sobre todo, de su gente.
sergio alberto sierra arango
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Esperancita se fue un sábado por la tarde. Creí haber olvidado aquel momento, pero resulta que está presente en mi mente, aún cuando ya pasaron casi diez años. Recuerdo cómo, desde la ventana, vi a dos hombres ayudar a Esperancita a subir los últimos muebles y maletas que representaban todo su patrimonio. Algunos de esos muebles habían pertenecido a un miembro de la familia y conforme el tiempo pasaba terminaron en el cuarto de Esperancita, donde ella los revivía con una capa de pintura o alguna tela de flores que pegaba con sumo cuidado. Una vez todo estuvo acomodado en el desbaratado camión, ella se montó en la parte delantera junto con los hombres de la mudanza, el camión se encendió y tras desprender una estela gruesa de humo negro, avanzó sin que ella se volviera hacia atrás. Cuando el camión se perdió en la esquina, supe que Esperancita jamás volvería y que parte de mi infancia se había ido empacada con ella. Han pasado casi diez años desde aquella despedida, y aún recuerdo la tristeza que me invadió al entrar a su cuarto vacío al lado de la cocina. Aquel cuarto, lejos del resto de la casa, se convirtió por muchos años en el refugio perfecto al control parental durante la niñez, en una casa invadida por adultos. Allí yo podía ver televisión de cerca, comer en la cama o dormir por horas, mientras Esperancita absorta en parte en el trabajo doméstico pero con un oído y un ojo puesto en mí todo el tiempo, pasaba por alto mis pilatunas, las que yo tenía prohibidas en el resto de la casa. Nunca pude saber a ciencia cierta quién era Esperanza. Con la ingenuidad propia de la niñez, no entendía, por qué su color de piel era diferente al mío, sus trenzas largas que, con cierto horror y curiosidad yo veía como cambiaba cada tres meses en un ritual casi sagrado, eran distintos al cabello de mamá o de mi hermana. Con insistencia yo preguntaba cada vez que tenía oportunidad, por qué Esperancita era más oscura que el resto de la familia, a lo
que ella respondía con una gran sonrisa y una mano en la cadera, tratando de buscar las palabras correctas para explicarme cosa que ahora que lo pienso nunca llegó a hacer. “…Esperancita es como de la familia…”, dijo una tarde mi abuela a sus amigas, al referirse a la mujer que en la cocina servía el café para la visita. Detalles de aquella conversación hoy no tengo presente, supongo que las mujeres hablaban sobre las cualidades y defectos del servicio doméstico, lo importante que es la honradez y una buena sazón en las mujeres que trabajan para ellas o lo difícil que es confiar la crianza de los niños en otras mujeres. Trato de completar aquel recuerdo con apartes de conversación sobre el tema que a menudo escucho en conversaciones parecidas. El hecho de que la abuela mencionara a Esperancita como parte de la familia llamó mi atención. Yo crecí con Esperanza, conocí sus anécdotas y tristezas, y ella las mías. Esperanza hizo las veces de niñera, enfermera, amiga, cocinera, y madre, durante toda mi infancia y la de mis primos, así como durante la vejez de mi abuela. Para mí ella era de la familia, omitiéndole el “cómo” que yo había escuchado en aquella charla social. Hoy pienso que realmente nunca logré conocer la historia completa de Esperanza. Sólo cuando empecé a indagar entre la familia, nos dimos cuenta, que aún cuando Esperancita estuvo más de treinta años en la casa, cuidando bebés en sus primeros días de nacidos y a los viejos en sus últimos momentos de lucidez, nunca nos tomamos el tiempo de aprender más de ella. Esperanza se fue sin poder contar oficialmente su historia. Los pocos retazos de su historia que tengo los saqué de comentarios tirados al aire en conversaciones banales, como quien no quiere ser escuchada, comentarios que salían por pedazos mientras me acompañaba en las tardes después del colegio o, mucho después, cuando la visitaba en su casa.
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Disfruto mucho las visitas, ya que además de volver a probar sus inconfundibles platos, que aunque altos en grasa y harinas son un deleite al paladar, me permite pasar tiempo en su casa, la cual tal vez sin querer tiene la misma impronta de aquella casa que tengo tatuada en la memoria. Los muebles mucho más deteriorados de cómo se fueron en aquel camión de la mudanza, rematados con las carpetas croché que hacia la abuela, son la base de portarretratos de plástico con fotos. Allí me reconozco junto a mis primos cuando éramos pequeños, a las tías y a mamá cuando aún eran solteras, o a los abuelos cuando aún tenían fuerzas para llevar la vida. Esperanza me reconecta con esos sentimientos de familia, que a veces olvidamos que existen, pero que ofrecen gran placer. Debo reconocer que en las últimas visitas a su casa, noté que en ninguna de las fotografías familiares, la figura de Esperanza se distingue, simplemente ella no fue parte de aquellos momentos, porque tal vez estaba ocupada barriendo, planchando o simplemente viendo aquella escena familiar desde la cocina. Hace unos meses cuando le comenté sobre la idea de mi proyecto de grado, donde quería contar la historia de su niñez en mi casa mientras trabajaba en la familia, su cara no fue de completa aprobación. Le preocupaba lo que yo pudiera decir sobre ella y la relación con mi familia. “La ropa sucia se lava en casa”, me dijo, sin despegar los ojos de la costura en la que estaba trabajando. Mucho me costó convencerla de que más allá de revelar infidencias familiares, yo buscaba resaltar de alguna forma el papel que tiene la mal llamada “empleada
doméstica” en la vida de las familias y de los niños que como yo, nos criamos con ellas. Mis recuerdos hacia Esperancita son confusos. Por un lado recuerdo con gran cariño sus mimos exagerados cuando me sentía enfermo, sus esfuerzos para que yo comiera todo lo que estaba servido en el plato, sus lágrimas genuinas cuando yo era fuertemente castigado y ella me consolaba (o me malcriaba, aún no me es claro), y las noches en vela cuando los más pequeños nos enfermábamos, o las mayores deliraban en su postración final. Por otro lado, sentí profunda vergüenza por las tardes en que pudo salir a la calle como cualquier persona y debía cuidar de mí, mientras mis padres trabajaban, así como la nostalgia que le producía hablar sobre su pueblo, su familia o sus amigas que, a kilómetros de distancia la esperaban una vez al año, cuando ella podía sacar el tiempo para visitarlos. Esperancita ayudó a criar a cuatro niños, enterró a tres abuelos y sirvió en decenas de bautizos, matrimonios y otros sacramentos que ameritasen un evento social. De los cumpleaños y otras celebridades, perdimos la cuenta mientras comíamos pan con chocolate en las interminables visitas que yo le hacía. Lo más paradójico es que ella no tuvo tiempo para tener sus propios hijos, ni enterrar sus propios muertos, y fueron muchas las celebraciones personales que por el luto y diferentes motivos, tuvo que posponer. Nunca se sentó en la mesa del comedor principal y fueron muy pocas las ocasiones en las que pudo disfrutar de ser el centro de atención de las personas que con ellas vivíamos, en algún momento estos pensamientos me llenaron de coraje y em-
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pecé a faltar a nuestras habituales tertulias en su casa. No había pasado mucho tiempo, cuando ella me hizo saber la extrañeza que le causaba mi ausencia inesperada. Decidí volver a su casa para plantearle mi frustración y mi enojo, a lo que ella, con esa sonrisa grande que tiene, me hizo saber algunas de las cosas que pensó cuando aún era una niña y dormía en aquel cuarto al lado de la cocina. Siempre se preguntó sobre su lugar en esa casa, llena de gente tan extraña al principio, pero que después empezó a considerar como los suyos, mientras su corazón se dividía en dos. Una parte se quedó con su madre en el Chocó, con su monte y su mar, con sus necesidades y sus raíces, pero otro se empezó a incrustar en esos pisos que ella enceraba todos los martes, o en esas risas de los niños que ella vio recién nacidos en las cunas de los hospitales y que conforme iban creciendo empezó a ser responsable de sus cuidados. Por un lado era cierto que hubiera matado por salir tanto como salían sus amigas del colegio nocturno, pero me confesó que muchas veces, cuando se estaba arreglando para salir, algún cólico infantil, una raspadura o un simple llamado por un almuerzo a destiempo la habían convencido de volver a ponerse el delantal y posponer la salida. Me dijo también, que crió cuatro niños como si fueran suyos aún cuando bien sabía que apenas llegaran las seis, los niños empezarían a irse conforme llegaban los tíos y padres por nosotros. Nos descalzaba apenas llegábamos del colegio, y nos llevaba al parque a jugar y correr como ella estaba convencida hubiera hecho con sus hijos allá a la orilla de ese mar chocoano que había dejado. Si bien había pasado meses junto a la cama de los viejos, cuando su final se acercaba, ayudándoles a respirar, bajándoles la fiebre con paños de agua húmeda o simplemente ubicándolos cuando saltaban en los años y se perdían en sus propios recuerdos, sentía que con esto ella rendía tributo a su madre, a su padre y sus abuelos, que le habían enseñado la
capacidad de asistir al enfermo, al vecino, al compadre regida por una profunda sensibilidad fraterna que solo se lograba al crecer en un pueblo con una sola calle. Ella había visto cómo su madre había hecho lo mismo por vecinas y parientes lejanos que llegaban en busca de reposo o de un lugar final donde morir. Esas noches en vela con los enfermos de mi familia le permitan comunicarse con los suyos, recodar viejas formas de sanación del monte y conectarse con los que ya se habían ido. Cuando notaba que el momento final se acercaba, aprovechaba para despedirlos de la forma más cariñosa y compasiva que conocía. Ahora pienso, que los abuelos paisas dejaron este mundo al son de melodiosos arrullos negros. Todos estos pensamientos que por un tiempo, me confesó, no la dejaban dormir y le provocaban una necesidad impetuosa por llorar, fueron reemplazados con el paso del tiempo y la tranquilidad llegó a su alma. Empezando a disfrutar de las alegrías de la familia, a llorar las tristezas y a tomar cierta autoridad en las decisiones que los críos empezábamos a tomar. Por eso, cuando sintió que la casa empezó a quedar vacía decidió emprender un camino sin regreso a su independencia, a su cuidado propio y a levantar su espacio personal, que reconoce como una extensión de esa familia que la había criado y formado con cariño y disciplina. Fue entonces, cuando me confesó que el día de su mudanza, no volvió a su cara hacia atrás, porque temía que viéramos su rostro empapado en lágrimas.
Sergio Alberto Sierra Arango Sociólogo y Politólogo graduado de la Universidad Icesi. Un apasionado por las historias de familia, el arte y la innovación. Actualmente reside en España donde adelanta sus estudios de Maestría en la Universidad de Extremadura. Este texto hace parte del proyecto de grado “Historias de vida de Niñas empleadas Afro en Cali: Relaciones de Crianza y Trabajo”.
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De Brujas e ismos Entrevista a Niza Solari
margarita cuéllar barona
Fotografía: © Carolina Vásquez | Cámara Lúcida (Chile)
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Conocí a mi amiga Niza hace poco más de un año cuando le hicimos esta entrevista. Digo mi amiga Niza, no porque pueda alardear de que Niza sea amiga mía, sino porque la conocí a través de la Viviam, para quien Niza es mi amiga Niza. La entrevista se concretó, como suelen concretarse tantas cosas en esta facultad, en tarde de tertulia, con tinto y colegas, botando corriente sobre los posibles contenidos de esta edición sobre género. Les conté que hacía algunos días había escuchado la reseña de un libro que me había resultado sugerente porque llevaba un tiempo pensando en la palabra bruja y este libro1 se proponía, a través de una compilación de relatos históricos de las brujas acusadas, arrojar una nueva luz sobre la realidad detrás de las leyendas. Una mirada feminista, ciertamente. Y entonces, en el orden en que suelen desarrollarse esas tardes de tinto y botadera de corriente la Vivi gritó: Yo conozco una bruja. ¡Mi amiga Niza! Y ya no recuerdo quien sugirió que la entrevistáramos…. pero se lo propusimos y ella aceptó. Y así nos juntamos Lina, Viviam y yo para entrevistar a la Niza por Skype. Entonces, a través de la pantalla conocimos por primera vez a Niza, que lleva la capul corta a lo Bettie Page y el pelo largo, largo, largo y negro. Casi siempre viste de negro y mientras charlábamos su gato se paseaba, sin pudor alguno, frente a la cámara de su computador. Reporta la Viviam que cuando Niza la visita su casa se llena de mujeres que la buscan, que a la mitad de ellas les cobra para poder atender a la otra mitad gratis. Que cocina delicioso, que es muy chistosa y que tiene un gusto exquisito para los trapos. Niza es una mujer encantadora y enigmática. Niza es anarquista, por supuesto. Niza es una bruja sin arrepentir.
1. El libro en cuestión se llama The Penguin Book of Witches de Katherine Howe.
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Adornar la jaula: sobre los ismos, el patriarcado y el diario vivir ~l
Buscando en la web sobre ti encontramos muchas cosas interesantes. Te defines como una obrera espiritual, hablas sobre el feminismo, el anarco feminismo, de la reacción al patriarcado… de modo que quería iniciar preguntándote, para ti ¿qué es el feminismo y cómo se vive eso en la vida cotidiana?
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Mira, gran pregunta, porque me la he hecho por mucho tiempo y me cuesta definirlo porque hay tantas definiciones como hay feministas. Al ser un movimiento tenemos la posibilidad de revisarlo de manera permanente y debemos y podemos hacerlo desde nuestra individualidad y desde la colectividad. Para mí, el feminismo es un sentido de vida; es un entender, es una filosofía, y al ser una filosofía, me mueve en el pensamiento y me lleva a entender la vida de una manera circular, cíclica y diferente, puesto que me ayuda a desnaturalizar situaciones socioculturales colectivas que conforman al sistema patriarcal y que están puestas como verdad.
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Leímos una entrevista en donde contabas sobre tu entrada al feminismo, en ella aludes a la violencia psiquiátrica y de género.
Sí, fue un momento muy loco. A mí me exiliaron en el año 1989; ya había pasado el plebiscito en Chile, yo tenía 22 años y me voy para el Canadá donde conozco a Manuel Rosenthal, un colombiano que me abrió la cabeza y que me adoptó (no sé muy bien por qué). Él me introdujo a la lectura de Emma Goldman y lo que decía me hizo mucho sentido. Luego me invitaron al primer congreso de la mujer latinoamericana en Canadá. Yo no quería ir pero el partido me insistía que fuera y ahí me encuentro con eso y ¡wow! Me di cuenta de yo había naturalizado tantas cosas en mi vida que no tenía dimensionada la violencia que sufría a diario.
Para entonces yo ya tenía 24 años y fue como si me hubieran quitado un velo y apreció una realidad completamente diferente frente a mí. Cuando vi eso, me vi a mi misma, vi a mis amigas, vi a mis hermanas, vi a mi madre, vi una dimensión que nunca había visto y me cuadró y me encajó con lo que planteaba Emma Goldman en 1906, sobre las condiciones de existencia del ser mujer, porque son condiciones de existencia, son situaciones que se construyen y que nos han hecho creer que son así, que son la verdad y que siempre ha sido así. Luego me embarqué en un proceso de terapia con perspectiva de género y empecé a ver cosas con mayor claridad. ¿Qué es eso de terapia con perspectiva de género?
En ese entonces yo vivía con una pareja a quien sugerí que hiciéramos terapia, que debíamos trabajar algunas cosas de nuestra relación. Como no aceptó
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terminamos separándonos y yo empecé un proceso de terapia y como vivía en Canadá, me ofrecían que si quería terapia con o sin perspectiva de género. Estoy hablando del año 91, ¡veinticuatro años atrás! De modo que empecé esa terapia y entendí que algo nuevo surgió. En esa época, estamos hablando de tantos años atrás, lo que te planteaban eran reconstruir y mirar la desigualdad que había en las relaciones y qué era lo que hacía que tu sintieras lo que sentías, con relación a tu pareja, por eso fue fundamental para mí, porque cuando yo me di cuenta la terapeuta me decía, mira, esto te pasa a ti y a muchas mujeres más, ¿por qué crees que pasa? ¿Por qué crees las mujeres sienten de esta manera? La terapia se proponía un reconstruir el sentir, no como una situación personal sino como una situación sociocultural construida desde la desigualdad de género.
“...vi una dimensión que nunca había visto y me cuadró y me encajó con lo que planteaba Emma Goldman en 1906, sobre las condiciones de existencia del ser mujer ” ~l
Tú hablas y criticas mucho la psiquiatría tradicional, sobretodo la medicación y la criticas porque dices que es un medio de domesticación. ¿Será que la psiquiatría es patriarcal, no sólo en el performance y en el stage de la psiquiatría (dónde hay una persona racional que toma notas, masculinizada y el paciente, que se podría decir está feminizado, vulnerable, con riesgo, con miedo, histerizado como normalmente sucede con las terapias para las mujeres)? Quisiera que nos hablaras de eso, de tu posición frente al tema.
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Mira, lo que entiendo por psiquiatría es tratar de que la persona se adapte o se comporte según lo establecido en su entorno sociocultural. Ese entorno está complementado, determinado, conformado, establecido, reglamentado y tiene unos comportamientos que se basan en un pensamiento, en un sistema de creencias, que son patriarcales. Por lo tanto, si el establecimiento es la base de donde se para todo, estamos tratando de dominar y de fragmentar, por lo tanto, la psiquiatría no da lugar y no permite la multidimensionalidad del ser. Nosotros somos seres multidimensionales y la psiquiatría, y por ende la psicología, también buscan que nosotros seamos unidireccionales, que tengamos un pensamiento único que siempre estamos dentro de un esquema, de una norma, entonces tratan de domesticar, de encasillar y de poner al servicio, todo eso para que tú seas funcional al sistema, si no eres funcional estás mal,
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estás enferma, porque en el fondo lo que hace es decirte que no sirves y nadie quiere no servir. Entonces estamos arriesgándonos a tener pensamientos cada vez más disociados y cada vez más polarizados y más extremos, porque no se nos permite el cambio. Maturana, que es un biólogo chileno, habla de la teoría del conocimiento, el árbol del conocimiento, y una de las cosas que plantea y que fue muy revolucionaria en los años 90, es que hay un derecho inalienable del ser humano que es el derecho de cambiar de opinión, ese derecho a desdecirse, a equivocarse y ese derecho, yo creo que es el que viola profundamente la psiquiatría porque quiere normarte, quiere que siempre estés en un línea única y que digas una sola cosa y eso es imposible, todos nos vamos transformando y estamos cambiando de opinión.
Algo muy bonito que hemos leído y que tiene que ver mucho con nuestro oficio, es esta reflexión acerca de la concientización como un acción política. Tu eras educadora popular pero buscabas hacer cambios generando conciencias. Nosotras somos profesoras e intentamos ser feministas, pero dentro de todo lo disciplinario, vigilante y controlador que es la educación, ¿cómo podemos generar conciencias en estos escenarios? ¿Cómo podemos educar para la concientización, para la emancipación, sobretodo a mujeres, desde el feminismo? ¿Que cómo se puede hacer? Haciéndolo. Un terapeuta mexicano alucinante llamado Guillermo Borja escribió un solo libro que se llama “La locura lo cura” y él planteaba que uno no puede llevar a nadie a ningún lado que uno no haya ido, ¿entiendes? Por eso es educación popular, porque tú tienes que tener esa experiencia en ti, en tu cuerpo, en tu ser para poder llevar e incentivar. Porque lo haces siendo. Es decir, tú eres experiencia viva de lo que estás llevando. No se llega a eso de un día para otro, ni con tan solo desearlo, porque hay que de-construir el patriarcado en una, porque el patriarcado está metido en nuestros constructos socioculturales, en lo que llaman psicogénesis, ADN, como tú quieras, solo son nombres, pero desde ahí estamos construidas, por lo tanto desde ahí tenemos que desenmascararnos a nosotras mismas para poder generar ese acto de conciencia. Yo no puedo trabajar sola la mente, debo involucrarme desde los sentidos, poner el cuerpo en el trabajo. Este es justamente el gran problema de la educación, que están todos sentados aprendiendo y así es imposible aprender. La memoria es celular, si yo la llevo a la experiencia, si yo hago que entren a clase todos con los ojos vendados y se sienten en el suelo y tengamos una clase completamente diferente, en donde se pongan en juego otros sentidos, en donde se den cuenta que al estar con los ojos cerrados, sentados sin saber quién está al lado, lo que se activa es el miedo, la desconfianza, la paranoia, que son lugares que todo le mundo tiene porque están dentro del constructo patriarcal, que se basa en el miedo y en castigo, para poder sostenerse. Así será más fácil trabajar la conciencia. ¿Me explico?
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“...celebran que te incluyen y la cosa es muy delirante, muy normativo y yo siento como que fuéramos para atrás, porque en vez de ir por más libertades vamos por adornar la jaula” ~l
Tenía una pregunta conectada con eso que ultimo que decías. Uno pensaría con lo que has dicho, entonces, que la movilización feminista más dura se ha equivocado y hemos llegado a unos lugares de flexibilización con todo esto de los derechos sexuales y reproductivos, con la llegada de la mujer al campo laboral, con la lucha por la equidad salarial. Una diría que hemos llegado a una tranquilidad un poco preocupante. ¿Qué piensas tú de eso, de cómo se ha dado, de los logros o de las nueces de las feministas que sacamos?
~ns
!Tú quieres que me maten! (echa la cabeza para atrás y suelte una carcajada)… A ver cómo digo esto… tengo que ser impecable con la palabra… Yo no creo que nos hayamos equivocado, creo que deconstruir este sistema es muy fuerte y que a veces encontramos lugares reductos en los que en ocasiones luchamos y nos aferramos a esos lugares porque nos dan un momento de calma a la tempestad que ha sido la lucha feminista. Tomando en cuenta que existen dos grandes corrientes dentro del feminismo, la que tú planteas sería la corriente de la igualdad, del igualitarismo y a la que yo me siento más cercana, sería a la corriente de la diversidad, la corriente del feminismo por la diferencia. Yo no quiero igualdad porque a mí en realidad, no me interesa ser hombre, no quiero tu puesto, no quiero tu poder, yo soy anarcofeminista. Ni me importa tu poder, no quiero ser tú, yo quiero ser yo y que en esa diferenciación no tenga que pedir permiso, no tenga que caminar con miedo por la calle, no tenga que supermegarecontra probar que soy inteligente, porque nazco en el des-privilegio de ser mujer, porque nazco con menos condiciones sociales, en fin, yo no quiero ser hombre, no creo que hayamos logrado nada porque haya acá en este país un hombre que use falda y que dice ser presidenta. Tampoco creo que nos hayamos equivocado; yo creo que hay dos corrientes y yo soy de la corriente de la diferencia. Creo que es muy peligroso ese lugar que es completamente patriarcal y cortado por el sistema, porque te pone a competir por lo que ellos tienen, entonces ganan un poquito y te sentís ya como en el gloria. La misma Emma Goldman en el año 1906 escribió un artículo que se llama “La tragedia de la emancipación de la mujer” y en esa época ya estaba criticando el hecho de que la emancipación se entendiera como un lugar a
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llegar que nos exigiera incluso más. Todo esto del wonder woman o la súper mamá, entonces el feminismo en vez de liberarnos nos ha aprisionado.
Yo creo que debemos volver a revisar la emancipación y examinar de qué es que nos tenemos que emancipar ahora, porque es sobre las mismas conductas duras que nos han masculinizado en algún punto y hemos dejado de lado todo lo que entendemos como lo “matrístico”: el sentido colectivo, la no competencia, la integración, la no fragmentación, el ser sentipensante no pensantes, o sea vivir en conexión con nuestros ciclos, con nuestros momentos, volver a respetar la naturaleza. Obvio, no digo que debamos volver a las cavernas ¡no! a mí me gusta el internet, se trata es de volver a los sentidos de la vida, al sentido de la circularidad, al sentido de la colectividad, y eso es matrístico, en donde cada cual ocupa su lugar y da sentido a su vida desde lo comunitario. Si no tenía sentido comunitario, no tenía razón de existir, el capitalismo te ha llevado a no tener ese sentido, a ser individualista.
“Asumirse bruja es asumirse loca, asumirse puta, guerrera salir del arquetipo único de este sistema que es madre - virgen” ~m
Cuando respondes a la pregunta que te hace Lina hablas de la diversidad y de construir nuestras propias verdades… me pregunto ¿Qué piensas tú la lucha gay por el matrimonio? Te lo pregunto porque yo siento una gran contradicción: por un lado apoyo que tengamos los mismos derechos pero por otra parte me desilusiona que la posibilidad de amar de manera diferente, fuera al mismo tiempo, regulada por la noción del matrimonio. Entonces sentía que por un lado ganábamos una pelea pero por perdíamos esa lucha de pensarnos el amor, las parejas y las familias desde otras orillas. Me gustaría conocer tu opinión y cómo está la cosa en Chile…
~ns
Reitero que me identifico como anarquista, y eso ya me para en un lugar en el que no puedo entender ¿que te hace querer que te regulen? Que el estado te regule tu forma de amar…. y entiendo las respuestas que me dan ante eso, montón de cosas que son reales, pero demos la pelea porque eso cambie sin acudir a las mismas armas con las que nos someten. A mí se me parte la cabeza al tratar de entender qué pasa para que tú necesites que te aprueben o que te digan que es válido lo que quieres hacer, y que con ello estas aceptado formar parte de esta sociedad enferma que se cae a pedazos… no logro entenderlo y a la vez lo entiendo, hay otra “mí” que me dice, tú no has estado en esa situación y que los derechos, la herencia, los hijos… pero tampoco me vale
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que las mujeres se casen con hombres ni que hombres con otros hombres, es decir, no me vale el casamiento, no le encuentro sentido. En Chile, celebran que te incluyen y la cosa es muy delirante, muy normativo y yo siento como que fuéramos para atrás, porque en vez de ir por más libertades vamos por adornar la jaula.
De brujas y brujería: putas, locas y guerreras ~m ~ns
Niza, ¿qué es ser bruja?. Ser bruja es asumirse multidimensional y en algún punto asumirse con un conocimiento que no tiene explicación, que simplemente es, que hay cosas que simplemente sabes, que están en ti, que son parte tuya, que sabes que manejas ciertos lugares de conocimiento que tienen poder, pero que no es un poder individual, sino un poder colectivo, porque transforma, transmuta. Asumirse bruja es estos tiempos sería asumirse disonante, irreverente, en este sentido, de tomar el concepto por el cual fuimos abiertamente perseguidas y quemadas para ponerlo en un lugar lúdico y de poder (que era lo que tenía antes) para reivindicar esa memoria y traer ese conocimiento ancestral, integrándolo con los conocimientos socioculturales, espirituales y psicocientíficos que hoy podemos llegar a tener. Creo que eso es como hacer alquimia de sistemas de creencias o de lugares de pensamiento. Asumirse bruja es asumirse loca, asumirse puta, guerrera salir del arquetipo único de este sistema que es madre-virgen. Es coger los cuatro arquetipos y mezclarlos: guerrera, puta, sabia y madre; pero de manera integral, no de manera única y determinante, dejando de lado ese único rol que te asigna el sistema. Una bruja es un ser multidimensional.
Ser bruja es ser subversiva y además es violenta para los violentos. Ellos lo sienten como una agresión porque es como decirles, me cago en todos ustedes, no me importa su parámetro de bondad, de hermosura, de servilismo. Hay unas que dicen que hablan con ángeles, que ven el aura y ven todo luminoso, porque lo luminoso está hoy permitido, lo oscuro no, entonces por eso yo soy una bruja que se viste de negro. Entonces cuando me invitan a una ceremonia yo llego toda vestida de negro y todos me quedan mirando, y piensan esa nena de donde viene, qué le pasó, se equivocó, porque todas las demás llevan flores, blanco y cosas así, yo me pongo flores y me da un ataque epiléptico, porque la vibración de los colores tenés que soportarla… ponerme colores para mí es duro energéticamente. Las que ven ángeles son buenas y las que son buenas son queridas, pero las locas y las brujas no son queridas y el castigo es la soledad. Asumirte bruja es asumirte no domesticada, asumirte que puedes estar contigo misma, porque una bruja no puede ser dependiente, porque pierde su poder.
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~m
¿Qué hacen las brujas en las ceremonias de brujas? ¿Hay conjuros, hay ollas, cucharas largas de palo, pociones mágicas y ancas de rana?
~ns
Yo creo que el solo hecho de juntarnos las mujeres ya es un poder, es un acto de brujería. Hace días leía el ensayo de una chica que hablaba sobre su experiencia con grupos focales de mujeres que no se conocían pero a los cinco minutos estaban hablando de ellas mismas y los hombres no hablaban hasta como los quince minutos, pero hablaban de cosas ajenas a ellos, de fútbol, de política etc. En cambio, nosotras nos sentamos y es casi que inevitable empezar hablar, entonces en sí mismo ya es una ceremonia… pero cuando convocamos una ceremonia, tenemos altar, tenemos caldero, tenemos humo, tenemos velas, hierbas, conjuros, quemas; se quema lo que no se quiere, se siembra lo que viene, se trae el futuro acá, se canta, se baila, hay cuerpos libres, hay confianza, pero sobretodo, en una ceremonia, lo que hay es amor.
~m ~ns
~m
Leí un artículo en el que se referían a ti como una chamana, pero yo siento que el chamanismo es un lugar muy masculino, puede que sea mi percepción desde afuera pero no sé qué pienses tú... Lo es, estoy de acuerdo contigo completamente, es como todo en este sistema patriarcal, todo está siempre entendido desde la lógica de lo masculino. El chamanismo ha llegado fuertemente a través de voces masculinas. Las voces femeninas, que se llaman brujas a sí mismas, no son muy reconocidas y por lo tanto el chamanismo se vuelve otra estructura patriarcal. Yo empecé a practicarlo de la mano de hombres, pero rápidamente me di cuenta de que en este sistema nosotras seguimos igual de sometidas. Yo empecé a notar como demasiada bondad y a mí la bondad es como que no me cuadra, eso del higienismo espiritual, eso de que hay que ser de una manera para poder estar… ahí es donde entro a irrumpir con mi voz, yo digo, soy feminista y chamana, es decir, vamos a ocupar esta herramienta chamánica del conocimiento desde todas las realidades para hablarla y de-construir todo lo que ha sido contado como verdad dentro del sistema, porque el chamanismo para mí es un sistema cognitivo diferente, por lo tanto se plantea diferente ante la vida. Pero como tú me preguntas si es una práctica machista y patriarcal, te respondo, Sí, lo es y sobretodo en Colombia. Es impresionante cómo es de vertical y de lineal, la llevan solo algunos, nadie puede decir otra cosa, hay un solo camino, hay una sola visión y todo eso no puede ser, porque ya no hay un solo camino.
Pero me surge otra pregunta sobre el oficio de ser bruja. En los cuentos de brujas y hadas, la bruja vive en lo profundo del bosque, sola, lejos de todos y su misión es derrocar al otro poder, sea el Rey o la princesa… ¿Dónde vive la bruja contemporánea? ¿qué hace? ¿cómo se gana la vida? y ¿cuál es su misión?
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“... hay mucha adecuación para no ser excluida y ya somos excluidas, esa es la condición de la mujer, ser excluida en sí misma” ~ns
Yo me gano la vida como bruja. Llevo una vida bastante común, vivo en una casa desordenada, con un gato y una gata. Trabajo desde hace cinco años dedicada exclusivamente a la brujería. Lo que yo hago tiene que ver con ayudar a abrir caminos y perspectivas en otras personas que están angustiadas o simplemente no les cuadra el sistema. Los invito a que hagamos nuevos contratos de vida, nuevas formas de mirarnos, nuevas perspectivas, abrir el camino del pensamiento y el conocimiento a través de la práctica chamánica, que es con tambores, y entrar a percibir otras dimensiones para traer respuesta a esta dimensión en la que vivimos y liberarnos de las penas, las culpas y todos esos lugares de las neurosis patriarcal que nos inhiben vivir en nuestra plenitud. Yo te diría que una bruja como yo, hoy, y digo hoy porque antes nunca había querido hablar, te puede ayudar a dejar de sufrir y empezar de vivir en tu plenitud del ser. Te puede ayudar a comprender que puedes llegar a ser tú y puedes vivir en ti, en ese tú resonante que eres y en el que puedes vivir en armonía con otros, sin expectativas, solo con amor. Vivir en amor, no esperar nada de nadie y dar lo mejor de ti. Si esperas sufres, si no esperas gozas, simplemente porque te tienes, porque estás contigo y si estás contigo puedes estar con cualquiera, obvio que no te transgreda, que no te vaya a agredir ni pasar por encima.
Reconocerse como bruja: una suerte de exilio ~v
Niza, tú has tenido relación con la academia de diferente tipo, tienes amigas académicas, has estado allá dentro, has hecho trabajo cercano con la academia. ¿Qué pasa con este manifiesto de ser bruja y, particularmente, con las mujeres en la academia? ¿Cuál es su reacción?
~ns
Yo te diría que excluyen más, dicen “es súper bueno lo que estas piensas, hagamos un taller” pero luego dicen “ no, es que no, lo esto lo otro”. Es como que te aplauden más tus amigas, pero te invitan menos. Como que si antes tenías una posibilidad de meterte, de hacer algo más desde la comunicación social, que es mi profesión, o mi oficio en realidad, ahora al declararte bruja feminista, es como que te pidieran que te disocies, dicen “oye pero trata de
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que no sea tan feminista tu discurso” bueno entonces les digo, “no puedo ir entonces”, porque yo no puedo ser más o menos feminista, yo soy feminista. Es algo que me conforma, es un lugar que me representa, entonces, la academia te excluye porque tu discurso hace que tiemble su seguridad, porque, como sabemos, se basa en el poder del conocimiento establecido, lo que ellos han construido como verdad única, entonces llegar a cuestionar esa realidad es rupturista para la academia. Me cerraron dos o tres puertas y seguí mi camino, hago lo mío, ya se irán abriendo otros canales, no voy a pedir estar porque sería una contradicción demasiado grande: recriminar el sistema y estar rogando por pertenecer. Por otra parte, a mí nunca me ha interesado la masa. Ojalá las mujeres que están ahí tomen ese lugar de la crítica y no de la acomodación que es lo que muchas veces pasa, hay mucha adecuación para no ser excluida y ya somos excluidas, esa es la condición de la mujer, ser excluida en sí misma, entonces para qué tanto miedo, para qué querer pertenecer, se puede ser parte pero no subordinarte.
“Un día le dije a uno, el día que pasee por la calle sin miedo a ser violada, capaz se me quita el resentimiento” ~v
Niza, respecto a eso de la exclusión y los lugares que construimos para “acomodarnos”, ¿qué pasa con los hombres? Los hombres con lo que te relacionas, como pares, amigos, posibles amantes, compañeros, novios. ¿Qué pasa con eso de “yo soy bruja”?
~ns
Pasa mucho, pasa de todo. Este año justamente dos grandes amigos, hermanos del alma, han sabido bajar la cabeza, no porque yo lo haya buscado sino porque sucedió y me han dicho “lo siento, he sido un machista violento durante muchos años, primera vez que veo verdaderamente la dimensión de lo que estás hablando”.
Por otra parte, para responder a tu pregunta, pasa que cualquier cosa que uno dice ya puede generar caos; que por feminista o por anarquista, que porque lo criticas todo. Para ellos tú eres la agresora, se defienden muchísimo más fuerte de lo que tú hablas, porque yo hablo en términos colectivos, generales y de sistema, pero ellos me atacan en términos personales. Encuentro que algunos hombres que han pasado los cincuenta años, valga decir, están entendiendo, dimensionando lo que la palabra dice, lo que el sistema realmente opera dentro de cada uno de nosotros y de cual es su privilegio. Tengo grandes
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amigos con los que puedo tener conversaciones profundas, muchos han logrado ver nuestra realidad, pero con la mayoría la agresión es permanente, la descalificación, el “estás equivocada, las cosas no son así”, o peor, “noto cierto resentimiento en ti” y ahí se acaba la discusión. Un día le dije a uno, el día que pasee por la calle sin miedo a ser violada, capaz se me quita el resentimiento.
Es que, en su imaginario de mujer, nosotras tenemos que ser dulces, amables, generosas, entendedoras y siempre dispuestas. Obvio, no encajo porque no me importa. Lo siento, no me interesa, no te necesito para vivir o para existir, yo ya existo. Ese ha sido el motivo por el que me han dejado mis parejas, porque no los necesito y sigo sin necesitarlos. Soy muy dura chicas, todo lo digo con amor, lo gozo, porque la verdad no soy ninguna frustrada, me gustan los hombres sí, pero pienso en lo que cuesta tener una relación, porque en mi experiencia siempre ellos requieren una atención que yo no estoy dispuesta a darles, hay tanto por hacer en la vida, tanto por descubrir, tantas cosas por transformar que poner toda tu atención en una relación unilateral, me cuesta. Con eso no critico a quienes lo hacen, solo digo que a mí me cuesta.
Esa mañana hablamos de muchas otras cosas, de la maternidad, de parir, de criar, de no parir y educar… hablamos de las cosas que hablamos las mujeres cuando nos juntamos, muchas de estas no quedaron consignadas aquí. Y entonces coincidió con que la Niza iba a estar en Bogotá por esos días y la invitamos para que nos diera un taller. Pude conocer a mi amiga Niza en persona y fue muy enriquecedor participar de ese espacio con ella. A la Niza, gracias por concedernos esta entrevista.
Margarita Cuéllar Barona Literata. Actualmente funge como Jefa del Departamento de Artes y Humanidades y directora de esta publicación.
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58 Miedo y cuerpo Adriana Granados
50 Ser mujer y habitar la ciudad Laura Cadavid
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60 ¿Quién dijo que la ciudad es para todas? Ana María Garay
62 Mis días en el sauna Felipe
PUERTAS PA' FUERA
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laura cadavid valencia
Ser mujer
y habitar la ciudad
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Cuando hablo de mujeres y ciudad, me parece importante hacerlo en colectivo, que múltiples voces se encuentren para narrar las experiencias de las mujeres en los espacios públicos urbanos. Aunque en los últimos años he trabajado sobre la percepción de seguridad en la ciudad con mujeres de organizaciones territoriales, lideresas y funcionarias institucionales, en esta ocasión pedí a algunas amigas y colegas profesionales (profesionales, magísteres y candidatas a doctorado) que escribieran algunas de sus experiencias cuando transitan por la ciudad. Relatos de Cali, Bogotá, Buenos Aires (Argentina) y Ciudad de Guatemala (Guatemala) presentan una especie de diversidad, con un hilo conductor, un lugar común, el temor y la percepción de inseguridad en la ciudad, con escenarios y horas que se convierten en lugares de angustia, e incluso historias difíciles de contar y escribir. No quise dejar sus textos desconectados, por ello acompaño su voz con reflexiones no sólo académicas sino también políticas1, sobre lo que significa vivir la ciudad para las mujeres.
Lo público es político y es territorial Una de las cosas que caracteriza y determina la vida en la ciudad es el espacio público. Lo público concebido como espacio de encuentro, diálogo, debates, diferencias y
1. Retomo la duda frente a la neutralidad valorativa que proclamaron académicos hace más de un siglo, una academia sin política, y una ciencia que divide sujeto - objeto; al contrario reconozco que todo discurso literario y académico es político, que la política empieza en la vida cotidiana, que aunque la academia a veces pareciera dejar de lado el marco de derechos, es en la actualidad una base ética.
consensos: redes de espacios de ciudadanía, de institucionalidad, de gestión, de acción política y democrática. Pero el espacio público es también un espacio físico que se expresa en calles, plazas, senderos peatonales, parques, paraderos y otros escenarios urbanos. En las ciudades, con sus diversos escenarios de lo público, vivimos seres humanos que construimos y habitamos la ciudad, que sustentamos y reproducimos sus instituciones y estructuras sociales, que damos formas a las prácticas cotidianas de cada uno de sus espacios y contenido al diálogo y al debate que moldea la ciudad. Ciudades democráticas, ciudades más humanas, ciudades incluyentes, ciudades modernas, ciudades verdes, ciudades sostenibles, ciudades-región, son conceptos que nombran discursos y prácticas sobre la planeación y gestión de las ciudades que habitamos y que por medio de las políticas públicas y acciones que emprenden, moldean los espacios urbanos y sus territorios. Adicionalmente, creamos sentidos, senderos, recorridos, lugares de reunión en la ciudad, en otras palabras, damos vida a sus espacios con nuestras prácticas cotidianas. Entre estos seres humanos estamos las mujeres. Las mujeres que tanto tiempo estuvimos excluidas de lo público en sus dos sentidos, relegadas a los espacios domésticos (sin derecho a transitar por la ciudad, usar el transporte público, conseguir un trabajo remunerado), y desprovistas de derechos políticos (sin posibilidad de asociarnos, hacer parte de debates nacionales o locales sobre la vida colectiva, y a elegir o ser elegidas en cargos elección popular). Mujeres que hemos comenzado a habitar la ciudad y lo público, enarbolando nuestro reciente rol de ciudadanas; y es que parece mentira que hace sólo 62 años las mujeres en Colombia, por primera vez, tuviéramos
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la forma más sencilla de la ciudadanía moderna: el voto. Habitar la ciudad, implica aprendizajes, formas de acción e incorporación del habitus urbano, como diría Pierre Bourdieu, para “saber vivir” la ciudad. Las mujeres aprendimos a transitar, negociar, andar por la ciudad, pero también a callar, cubrir y evitar la inseguridad y otras formas de exclusión ligadas a las nociones culturales del género. Pero al mismo tiempo, como agentes sociales le apostamos al cambio de esos códigos, a la transformación de la estructura de la ciudad. Con la noción de habitus, Bourdieu ubica a los agentes como reproductores, pero también como transformadores de las estructuras. Las mujeres, más allá de la ausencia y victimización, somos agentes y ciudadanas con capacidad de re-significar y transformar. Cada vez más las mujeres participamos activamente en la investigación sobre lo urbano y en la gestión de la ciudad. En Cali, particularmente, las mujeres hacen parte de liderazgos territoriales, participamos en los comités, que a nivel barrial y local, promueven transformaciones en los territorios, y nos hemos unido en momentos claves para analizar planes de gestión del territorio como el POT (Plan de Ordenamiento Territorial) y los Planes de Desarrollo. Una ciudad equitativa, incluyente y segura son visiones del territorio que promovemos en los debates sobre la ciudad. Sin embargo, nuestras voces no siempre son escuchadas debidamente, a veces los temas que nos conciernen, nuestras preocupaciones y propuestas, son excluidos de los debates y las decisiones. Las ciudades, que son el lugar donde habita más de la mitad de la población mundial, son al mismo tiempo espacios de segregación, exclusión, marginación e inseguridad. Durante las últimas décadas, diferentes ac-
tores sociales, alineados con luchas y reivindicaciones urbanas, han posicionado el “Derecho a la Ciudad” como un nuevo discurso sobre lo urbano que ha fomentado diálogos y debates en foros y encuentros mundiales: algunas reflexiones y apuestas de diversos movimientos sociales (incluyendo el movimiento social de mujeres), organizaciones no gubernamentales, asociaciones profesionales, sociedad civil y academia, fueron recogidas en la “Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad” en el 2005 2. Esta declaración es un instrumento jurídico no vinculante para los Estados, aún, pero recoge la postura de actores que demandan su pleno reconocimiento como Derecho Humano por parte de las Naciones Unidas. Ciudades democráticas, incluyentes, educadoras, habitables, sustentables, productivas y seguras hacen parte de los principios de este concepto de ciudad, que la reconoce como básica por ser el ámbito de realización de todos los derechos humanos (de la mayor parte de la población a nivel mundial): escenario para el ejercicio de la ciudadanía y la democracia, acceso a servicios sociales y para la gestión participativa. Las mujeres (organizadas como movimiento social) realizaron aportes centrales a este discurso sobre el Derecho a la Ciudad, con antecedentes como la “Carta por el derecho de las mujeres a la ciudad”3 del 2004 (y la Carta Europea de la mujer en la ciudad de 1996) para pensar la ciudad desde la ex-
2. Disponible en: http://www.onuhabitat.org/ index.php?option=com_docman&task=doc_ details&gid=50&Itemid=3 3. Coalición Internacional para el Hábitat, “Carta por el derecho de las mujeres a la ciudad”, 2005. Disponible en: http://www.hic-al.org/derecho. cfm?base=2&pag=derechociudad2
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periencia de sus habitantes. La intención de estas cartas es incluir voces femeninas en el debate sobre lo urbano. En ellas, se reconoce que la experiencia de la ciudad no sólo está atravesada por condiciones de clase, nivel educativo, etnia, grupo etario (entre tantas otras variables) sino por las diferencias relacionadas con la construcción del género. Esta perspectiva reconoce que el género es cultural e histórico, por ello la construcción subjetiva (ligada a la identidad) del género está atravesada por atributos o características que son “esperados” y “valorados” socialmente en relación a nuestra condición sexual (el sexo definido por atributos físicos: hormonas y aparatos reproductivos)4. Nuestra construcción de género, desde un primer momento, está relacionada con aquello que se espera de nosotros en relación al “ser mujer” o “ser hombre”, y desde ahí se nos asignan espacios, roles, características, que la perspectiva de género busca develar, con el objetivo de desnaturalizarles, principalmente aquellas asignaciones que nos ubican en desigualdad, limitan la construcción libre de la identidad y para el caso de la ciudad, el equitativo acceso a lo público. Como ejemplos sobre este enfoque de género podemos pensar en la percepción sobre la ciudad o el temor que implica habitarla. En Colombia, en la última década, la experiencia del joven hombre de 18 años que camino a casa se encuentra el camión del ejército, en busca de nuevos hombres “defensores de la patria”, difiere de la experiencia de la mujer joven de 18 años que sale de
4. Sexo como referencia a lo físico y biológico, género compuesto por elementos asignados socialmente y construidos individualmente (género, identidad de género y orientación sexual).
noche a encontrarse con amigos y amigas, a quien le enseñaron a no salir sola de su casa, y mucho menos usando escotes o faldas para no exponerse a algún asalto sexual; o el joven de 18 años, mujer u hombre, quien ha escuchado que las demostraciones de afecto entre personas del mismo sexo realizadas en público son ofensivas y deben limitarse al escenario privado para evitar agresiones. Cada experiencia difiere en relación a la construcción social e individual del género. Pero el género no es vacío o simple, está vinculado a grupos etarios, y otros aspectos, que nos permiten hablar de interseccionalidad del género con otras variables como la etnia, clase social, nivel educativo, formas de capital, entre otros. En este sentido se abren muchas más preguntas; cómo experimenta la ciudad la joven indígena migrante, el joven afro, la mujer campesina que ha llegado como víctima del conflicto, el joven seguidor del Cali o del América, mujeres y hombres adultos migrantes, universitarios y todas aquellas diversidades que conviven y tienen lugar en la ciudad. En la “Carta por el derecho de las mujeres a la ciudad” se presentaron al debate elementos fundamentales para aportar en la construcción de visiones sobre ciudades más equitativas para las mujeres: mayor paridad en la participación y gestión para una planificación más democrática de la ciudad; ciudades que incluyan miradas diferenciales en las políticas de seguridad y movilidad; y el cuidado del medio ambiente para ciudades más sustentables. Pero ante todo, estos elementos permiten pensar que “todos los que habitamos la ciudad”, somos personas que poseemos diferencias que no pueden ser invisibilizadas en los estudios y la gestión de lo urbano.
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Experiencia de la ciudad desde las mujeres Si bien es difícil realizar una generalización sobre las experiencias de las mujeres en territorios y ciudades, hay elementos que han unido los debates sobre lo urbano en mujeres de diferentes lugares del mundo, entre ellos, la inseguridad urbana, las violencias hacia las mujeres y la violencia sexual parecen aspectos transversales a la garantía de derechos y a la vida en la ciudad. Estas violencias se presentan en espacialidades privadas, y sus causas y manifestaciones trascienden a las espacialidades públicas, pues aun cuando la casa continúa siendo el mayor lugar de inseguridad para las mujeres, la sensación de temor acompaña la inmersión de las mujeres en la ciudad, la calle, el transporte público, el ingreso a instituciones públicas, en lugares de ocio y recreación, escenarios de participación, y aun en instituciones académicas, por nombrar algunos escenarios. A nivel personal, como mujer y profesional fue para mí impactante el día que comprendí, por medio del marco de derechos de las mujeres (incluida la Carta por el derecho de las mujeres a la ciudad), que experiencias que las mujeres vivimos en
los espacios públicos eran violencias e inseguridades, como el acoso callejero. Al poderlas nombrar y reconocer, nos vamos liberando frente a ellas, pues las violencias cuando no se hablan amarran a las mujeres a la culpa y el temor. Me apasioné con este tema y me he comprometido más en la medida en que aumenta el contacto diferentes mujeres y sus numerosos relatos sobre violencias inimaginables, a veces innombrables. Por todo esto, tal vez, para mí es un tema que me surge “naturalmente”, si cabe la expresión, me parece más que legítimo hablar de ciudad y mujeres, de ciudades desde el enfoque de género, de las violencias en la ciudad o la seguridad urbana para las mujeres. Son muchos los nombres que podemos asignarles, pero reconozco este tema urgente y necesario pues la violencia y las experiencias de inequidad en lo público generan formas de segregación y exclusión. Más cuando nos enseñaron que las violencias son íntimas y no públicas, y por ello se “lavan en casa” como lo trapos sucios. La principal forma de exclusión está en mantenernos por fuera del discurso de lo “público”, donde estarían todos, como reclaman los demócratas, pero no estaríamos todas.
Laura Cadavid Valencia Socióloga Magíster en estudios políticos. La ciudad desde los ojos y la experiencia de las mujeres ha sido una de sus preocupaciones de investigación, y ámbitos de trabajo desde diversas organizaciones e instituciones públicas que promueven los derechos de las mujeres. Ha tenido experiencias puntuales con mujeres de base, organizaciones e instituciones públicas en Bogotá, Soacha y Cali. Es docente e investigadora.
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Inés Cecilia Arquitecta Cali 38 años
La ciudad me produce diferentes sentimientos y sensaciones. No me considero una mujer temerosa pero debo decir que el miedo hace parte de todos los días, especialmente cuando salgo a la calle. El miedo a la vez me produce tristeza, es triste vivir con miedo; miedo cuando camino, cuando voy en bus, en taxi o en carro, siento que somos vulnerables a algún tipo de ataque. Escribir estas líneas me hace caer en cuenta de que sólo visto falda o vestido cuando voy en mi carro o cuando estaré acompañada con personas con las que me siento protegida. Aunque es algo que decido inconscientemente, considero que con estas prendas soy más vulnerable ante un ataque sexual. Cuando voy en taxi casi siempre le pongo conversación al taxista para estudiar su actitud. Cuando voy manejando trato de quedar pegada al andén en los semáforos para no dar espacio a las motos. Creo que no hay opciones eficaces de elementos de uso cotidiano que sirvan como protección. Es mejor mostrar seguridad y mirar a los ojos a la persona por la que me sienta amenazada.
Carla Yadira
Psicóloga Ciudad de Guatemala 43 años
Moverme por la ciudad me genera mucho temor, particularmente cuando debo usar transporte colectivo, que en la Ciudad de Guatemala se caracteriza por pilotos jóvenes, temerarios y sin educación vial. Lamentablemente sólo me siento segura en centros comerciales y dentro de mi colonia, que es cerrada y cuenta con seguridad privada. El cambio de acera se da por inercia, no importa si son mujeres u hombres, si viene alguien, una se cambia de calle por seguridad, y son pocas las personas que saludan y te hacen sentir segura o confiada. En más de una ocasión he vivido el sobresalto de mujeres cuando una sale intempestivamente de un lugar de comercio o una casa; todas vivimos alertas ante la sensación de inseguridad permanente.
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Angie Profesional en salud Bogotá 35 años
Actualmente, soy ejecutiva de cuenta y todos los días salgo a trabajar en mi carro visitando las instituciones de salud de la ciudad. No importa dónde te encuentres siempre se cruzarán en tu camino personas que conducen de mal genio, otros de afán, los que no respetan las señales de tránsito y aquellos a los que les importa muy poco la vida de los demás; si paras en un semáforo toca estar a la defensiva esperando que los dueños de lo ajeno no se acerquen a robarte algo, yo siempre estoy a la defensiva.
Ángela María
Cada día recorro sin parar y a pie el nuevo Boulevard del Río, aprovechando lo que concibo como un espacio democrático, agradable, que promueve las relaciones intergeneracionales.
Psicóloga Cali 50 años
A las cinco de la tarde llega el viento del Pacífico, con su justa intensidad y temperatura, que me hace sentir viva. He retornado hace poco al país, y aunque ya he perdido un poco la sensación de acecho, de vez en cuando me da un vuelco el corazón por encontrar tantas personas en situación de calle. La contradicción entre el miedo, la consciencia del peligro y la necesidad y el deseo de reconocer la humanidad de ellas, me confronta permanentemente.
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Any B
Diseñadora de comunicación gráfica Cali 35 años
Luisa Psicóloga Bogotá - Buenos Aires 33 años
“¿Qué ropa me pongo hoy?”. La pregunta no está amarrada a querer deslumbrar con mi atuendo, a querer verme hermosa. Esa pregunta me la empecé a hacer cuando comprendí una situación que padecía de manera cotidiana. Salir por la puerta de mi casa, tocar el asfalto de la calle, sentir una mirada que recorre mi cuerpo de una manera muy intimidante, sobre todo desafiante, después de lo cual se acerca alguien, casi cerrándome el camino, a decirme: “Mamita como está de rica”.
Lo que más me gusta de Bogotá es el clima, la posibilidad de tener acceso a un trabajo y poder tener mejores ofertas laborales. En Bogotá me gusta ir a cine, salir a tomar cerveza o un café con mis amigas. Cuando viví en Buenos Aires lo que más me gustaba de esa ciudad era la oferta cultural, el transporte y la seguridad. Ahora tengo 33 años y todavía recuerdo que cuando estaba en el colegio yo me encontraba sentada y un hombre se acercaba a mi brazo, él estaba de pie y se acercaba mucho a mí, en ese momento, tal vez por mi inocencia, no entendí qué estaba pasando, siempre tuve el recuerdo del malestar que me causó esa situación, pero sólo cuando fui más grande entendí lo que había sucedido. Yo no dije nada a mi familia, porque en ese momento no percibí que eso había sido una violencia.
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MIEDO Y CUERPO adriana granados barco
Era 2009 cuando tomé el seminario sobre sexualidad que ofrecía la maestría en Estudios de Género de la UNR en Argentina. Recuerdo que parte de las expectativas, que teníamos con algunas de mis compañeras y amigas, giraba alrededor de temas asociados con el placer, la erótica y todas las posibilidades de disfrute y goce. Esto, más la idea de personas con género, géneros y sin género autoafirmadas y empoderadas viviendo libremente sus sexualidades, acrecentaban la esperanza de que el curso alucinara. Sin embargo, la profundización de contenidos que proponía el seminario se dirigía hacia una visión no tan placentera y gozosa. La línea de investigación de las docentes era la violencia sexual y sus dolorosos e insuperables efectos, así que la apuesta principal era aproximarse a los modos en que los cuerpos de mujeres, niñas y niños son violentados en nuestras sociedades.
Sexualidad y género se convirtió, entonces, en algo más que un curso de la maestría. No sólo fue una experiencia de apropiación teórica sino de preocupación e indignación. Implicó reconocer conceptual y políticamente que portar un cuerpo de mujer podía ser riesgo de violencia sexual y de muerte; que en distintos grados, nosotras, nuestras madres, hermanas, primas, amigas, vecinas, todas podíamos cargar con esa vulnerabilidad. Pasó el tiempo. Mis compañeras y yo aprobamos el seminario. La vida siguió, aunque a mí cada tanto me venía a la cabeza la imagen de la profesora contándonos los actos atroces que encontraba en los expedientes que hacían parte de sus fuentes de información. Como una película de terror esto me producía malestar e impotencia. Me preguntaba si era compatible con la formación de pregrado y posgrado temer,
La tipografía que se usó para el título de este texto generó una discusión interesante que pueden escuchar en el sitio web de la revista: www.icesi.edu.co/papeldecolgadura en la sección oiga PDC
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asquearse o experimentar ideas paranoides frente al tema. Por momentos experimentaba sensaciones de preocupación y angustia, por mí y por todas. El miedo al subirse a un taxi o caminar por calles oscuras y solitarias es algo de lo que podemos hablar con propiedad las mujeres. Como un amargo coctel de pensamientos empecé a dar vueltas y vueltas mentales sobre la agresividad, la crueldad y la sevicia ejercida por muchos hombres sobre muchas mujeres en la ciudad. Quizás tanto agite en mi cabeza se tradujo en una reducida imaginación, en la que no cabe tanto horror, especialmente los actos de odio que llevan a la muerte y que van unidos a imaginarios en los cuales las mujeres y las niñas son usables, violables y botables. De todo lo que circula por ahí, en algún momento encontré que la palabra violencia viene del latín violentía, que es cualidad de violentus, y que ésta viene de vis que significa fuerza. También de vi se deriva la palabra vigoroso (como la promesa del viagra) y de vir viene la palabra virilidad. Aunque todas conducen a la relación violencia=masculinidad, sé que en el mundo hay violentos y no violentos, que no todos necesitan demostrar su virilidad matando a una mujer y que la sociedad en general está llamada a condenar a quienes lo hagan. Un amor no mata; los celos, tampoco: matan hombres que razonan, calculan y premeditan sus actos encarnando la palabra crimen. Sin duda, esta mezcla de pensamientos y sensaciones producen momentos de miedo, para qué negarlo, por eso me entrevistaba a mí misma: — Miedo, ¿a los vivos? — Sí, a los vivos que producen muertas. — ¿Qué hacer con ese miedo? Por un tiempo ignoré el tema, apagué o cambié las noticias, no leí publicaciones de las redes sociales, no escuché, no vi y traté de concentrarme en una vida, la mía.
Ayudada también por un entorno que invita a individualizarse dedicándose a pedirle a un sinnúmero de fuerzas el cumplimiento de los propios deseos. Así, las motivaciones new age, los ejercicios de programación neurolingüística, la ley de la atracción se convertían en opciones para disipar o dispersar el agite mental con el tema. — ¿Fue suficiente con eso? No. Ya tenía sembrada en mi forma de ser cierta sensibilidad por los problemas sociales, modos de mirar con sospecha las relaciones de género y unido a eso ganas de hacer algo diferente a quedarme como espectadora pasiva de distintas formas de injusticia. Tomé entonces una a una esas ganas regadas de actuar, las metí en el canguro y salí al encuentro de otras y otros que ya venían reuniéndose para pensar colectivamente cómo actuar frente al dolor y la injusticia. En ese pequeño gran espacio de la ciudad llamado Reparando ausencias se ve y se escucha lo que en otros lugares oculta la indiferencia. Ponemos palabras, cuerpos, ideas y creemos que el miedo se puede transformar. Lo conformamos mujeres y hombres soñando una ciudad libre de violencias de género y de feminicidios. Sabemos que afrontar odios sexistas instalados en las costumbres y en las mentalidades no es sencillo, pero a la vez contar con las miradas y las voces de personas diversas comprometidas y de familiares de mujeres víctimas de feminicidios basta para construir caminos que le den vida a la confianza y la esperanza.
Adriana Granados Barco Trabajadora social de la Universidad del Valle, Magíster en Poder y Sociedad desde la Problemática del Género en la Universidad Nacional de Rosario (Argentina). Profesora de la Universidad Icesi e integrante del Seminario de Género.
¿Quién dijo que esta ciudad es para todas? ana maría garay
Imagínese usted salir a hacer un censo en pleno centro de Cali, a eso de las 10 de la mañana, con ese calor que derrite y no poderse ir con un vestido fresquito, de esos vaporosos que permiten sobrevivir climas como el nuestro. Imagínese tener que hacer trabajo de campo en un parque habitado en parte por borrachos, creando zonas en las
que uno no se atreve a pasar de solo pensar en lo que le pueden decir. Imagínese tener que hacer cálculos antes de salir de la casa sobre cómo vestirse sin tener que aguantar, con incomodidad y hartera, los piropos y comentarios de algunos de los hombres que pasan por su lado, tomándose atribuciones que no le corresponden.
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Cualquier mujer que se haya aventurado a salir a las calles de esta ciudad, caliente y rumbera, incluso solo como transeúnte, sabe lo difícil que puede resultar habitarla. Existen en la ciudad fronteras invisibles para nosotras las mujeres que hacemos en ella trabajo de campo. Ya sea por las condiciones físicas del lugar o por las personas allí presentes, hay lugares a los que no nos atrevemos a llegar, o hacemos maromas para poder hacerlo. Y es que la ciudad no es para todos, o mejor dicho, no es para todas. Una puede llenarse de valor y hacer caso omiso a los comentarios, muchos de ellos guaches y groseros, o puede ponerse gafas para no hacer contacto visual, o llamar al amigo o al novio para que la acompañe, o ponerse audífonos para aislarse del mundo y que nadie lo aborde, pero no hay derecho. No es justo que una no pueda vestirse como quiera, salir solo a la calle sin preocuparse, o tener que buscar estrategias para sobrevivir, planear rutas y horarios para poder investigar en la ciudad, hacer su trabajo o tan solo salir a pasear. El espacio público por definición debería ser un lugar libre y abierto para todos, un lugar democrático por excelencia donde se materializa la ciudad y el derecho a estar en ella, a gozarla y a sentirla. Desafortunadamente en Cali no pasa así. Investigar la ciudad siendo mujer pasa por incorporar estrategias de sobrevivencia que nos permiten camuflarnos, no por nuestro rol de investigadoras sino por nuestra condición de mujer. Y es que uno debería poder salir como quiera, con la ropa que quiera, solo o acompañado, en bus o a pie, sin la agonía de tener que aguantar los piropos o miradas des-vestidoras. Una debería tener acceso a la misma información que un hombre investigador, sin que el lugar, la hora o la gente fuera una variable que determine el éxito o fracaso del ejercicio. Una debería poder sentarse en un parque sola sin que alguien piense que una está ahí buscando compañía. Una debería poder vivir la ciu-
dad como se le antoje, sin que ser mujer sea una limitación. La reflexividad de nuestro rol como investigadoras pasa pues, no sólo por entender nuestras limitaciones como mujeres en una sociedad aún muy machista y agresora, sino por generar espacios de discusión y sensibilización sobre estos temas, por compartir nuestras impresiones y angustias con los hombres y mujeres que nos rodean y hacen parte de nuestro espacio íntimo y por generar, desde la academia, agendas de trabajo que respondan a nuestras preocupaciones. Pasa por trabajar de la mano con la comunidad, pasa por concientizar y educar. No está bien aceptarlo y sí que menos normalizarlo. No está bien asumir que ese sea el rol que nos toca jugar y que para sobrevivir a la ciudad nos toque hacer maromas. No está bien que pensemos que no podemos estudiar la ciudad y que el espacio público no es un espacio “seguro” para nosotras. No está bien que sigamos permitiendo que por nuestra condición de mujer haya espacios a los que no podemos acceder. Por el contrario, es nuestro deber pensarnos estrategias de cambio y que a partir de estas limitaciones y experiencias en la calle podamos diseñar formas de sensibilizar, educar y generar cambios que permitan que esta ciudad en la que vivimos sea para todos y para todas.
Ana María Garay Antropóloga de la Universidad Icesi y estudiante de la Maestría en Estudios Sociales y Políticos de la misma universidad. En este momento se encuentra realizando su tesis de maestría sobre la sonoridad del Parque Alameda en Cali. Esta reflexión es el resultado de tres años de trabajo de campo en la ciudad y de un sentimiento compartido con su tutora de tesis, una mujer que comparte con ella lo difícil que puede ser para las mujeres hacer trabajo de campo en la ciudad.
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felipe
Ilustración: © Tomski&Polanski
Mis días en el sauna:
o de cómo me hice a una ciudad para los encuentros entre hombres
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(…) Es imprescindible que la información suene plausible. Por ello es irreconciliable con la narración. La escasez que ha caído el arte de narrar se explica por el papel decisivo jugado por la difusión de la información. Cada mañana nos instruye sobre las novedades del orbe. A pesar de ello somos pobres en historias memorables. Esto se debe a que ya no nos alcanza acontecimiento alguno que no esté cargado de explicaciones. Con otras palabras; casi nada de lo que acontece beneficia a la narración y casi todo a la información. Es que la mitad del arte de narrar radica, precisamente, en referir una historia libre de explicaciones. walter benjamín, 1936
Felipe: ¿De qué color son los encuentros entre hombres? Leonardo: Son de color tornasol. Felipe: algún día voy a escribir sobre la metáfora de los hombres tornasol. Hay tantos hombres así en esta ciudad.
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Del pueblo a la ciudad: La ciudad amorfa Llegué a Cali en el año de 1998. La ciudad me asustaba. Era grande. Sin forma, agresiva. Para ese momento sólo conocía la ruta que me llevaba del Terminal a la universidad: la Montebello Uno. En mis primeras andanzas por la ciudad no sabía cómo mirar a otro hombre para hacer eso que todavía hoy, con menos fuerza, parece un juego de identificarse por medio de las miradas. “¿Funciona o no funciona?”, me preguntaba Leonardo al pasar por el lado de algún chico. Era como un test que mi primer novio me hacía con frecuencia para entrenarme en “el arte de mirar”. “Pille, pille”, me decía cuando no sabía qué responderle. Los hombres que buscan encontrarse con otros hombres en la ciudad tienen una especie de radar particular. Una manera distinta de mirar. Un maricómetro, como algunos le dicen con gracia. Y con el paso del tiempo fui afinando mi mirada.
Me hice a un mapa de ciudad tatuado en el cuerpo La ciudad de Cali ofrece un circuito recreativo para los encuentros entre hombres. Algunos se dan de manera secreta en lugares públicos. Ocurren en sus márgenes, casi ante las miradas desprevenidas de todo el mundo. También existen lugares privados diseñados especialmente para estos encuentros. Como un explorador cuya única brújula es su cuerpo, me lancé a la aventura de recorrer las calles, los parques y los centros comerciales, los baños públicos y los cines, el río Pance y su Valle de las Mariposas, las discotecas y cantinas, los videos y universidades, los balnearios y los saunas. Los moteles y las iglesias. Hice una suerte
de etnografía que iba siendo escrita en mi cuerpo. Me volví un oportunista. Es que los encuentros entre hombres siempre están esperando la oportunidad para materializarse con el tiempo en contra, esquivando las miradas de los otros, con el secreto de por medio. La mayoría de veces son encuentros clandestinos. Tienen la frustración y la intensidad de lo efímero. “El deseo por el otro, dura lo que se pueda retardar una eyaculación”, me dijo un día un hombre mientras se fumaba un cigarrillo después de que tuvimos sexo en un pequeño cuarto del motel La Bastilla, ubicado en el centro de Cali. Nunca supe su nombre. Nunca lo volví a ver después de ese día. “Enamorarse es una buena metodología para conocer y perderse en la ciudad” y fue así que uno de mis enamorados me llevó un día a lo que sería mi gran descubrimiento para la vida: Los Saunas Gays o las Casas de Baño para Hombres1.
El sauna: trayectorias y lugares de un lugar hecho casa La plaza de mercado de Alameda es reconocida por ser una de las más organizadas de la ciudad. Allí, es delicioso ir a disfrutar de un sancocho de pescado con arrocito y patacones. Algunos también acuden a tomar
1. La definición utilizada por García para su trabajo de investigación está referenciada en la idea de casa de baño propuesta por Gidddens, quien la define como unos lugares frecuentados por algunos agentes para buscar experiencias sexuales anónimas entre hombres. Por tanto quienes acudían allí no tenían habitualmente contacto social con los demás, salvo en conversaciones generalmente casuales. GARCÍA. Darío (2004). Cruzando los umbrales del secreto: acercamiento a una sociología de la sexualidad. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana.
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un caldito de pajarilla los domingos en la mañana para pasar el guayabo de la noche anterior. Van a comprar flores o algunas artesanías. Entre el olor a comida de mar y los localcitos contiguos, queda ubicado Caliclub, un sitio cuya edificación en los últimos años ha ido creciendo verticalmente. La primera vez llegué acompañado de Eduardo. Nos recibió el señor que cuidaba los carros en la calle, nos indicó dónde parquear. Al ingresar nos encontramos con la recepción. Mi actitud fue la de estar atento a cada movimiento que realizara Eduardo e imitarlo, para que no se me notara lo primíparo. “Cristian”, dijo Eduardo cuando en la recepción le preguntaron su nombre para hacernos la factura de ingreso. “Andrés Caicedo”, dije para mi registro. Desde ahí siempre me registré con el mismo nombre y el mismo apellido en honor a Caicedito y mis primeras lecturas sobre Cali. Pasamos luego al vestier. Allí Eduardo impregnó sus chancletas de alcohol para desinfectarlas; yo hice lo mismo. Después pasamos al primer ambiente, el del video. Un hombre se masturbaba frente a la pequeña pantalla de televisión. Las imágenes para mí en ese entonces eran borrosas, porque para ingresar me había quitado mis lentes. En el segundo piso había un sitio con cubículos, la discoteca y el sauna. En ese entonces, el año 2001, Caliclub era pequeño pero agradable. Aquel hombre que me lo describió por primera vez, tenía razón. El sitio olía a juventud, olía a diversión, era un sitio estilizado. Los bañistas, en su mayoría, eran jóvenes. Cada detalle estaba pensado para que a uno la juventud se le pegara. Eduardo y yo un día terminamos. Los saunas y en especial Caliclub se convirtieron en mi sitio de encuentro preferido. Después de mi primera incursión volví a ellos con mucha frecuencia. Tal vez, una o dos veces
por semana. Caliclub me permitió ir con tal frecuencia, porque en ese momento (año 2001) realizaba una oferta de mercadeo muy interesante. Los días miércoles, los jóvenes entre 18 y 21 años entraban a un precio muy favorable, era un precio casi simbólico, entre dos mil y cinco mil pesos. En otras ocasiones, el ingreso era gratis durante cierto horario del día. En esas ocasiones el lugar se llenaba, no había ningún espacio vacío. El sitio dejaba de ser tan agradable como en otros días, pero también se tornaba interesante por la cantidad de hombres, la oferta se hacía variada y divertida. Se incrementaban las posibilidades de juego. Los jovencitos representábamos el conejillo de indias, el centro de atención para captar adultos que pudieran consumir y gastar por el gusto de ver, palpar la juventud, que tal vez, a muchos ya se les estaba escapando. A pesar de saber eso, no me importaba; disfrutaba sentirme asediado, deseado, disfrutaba coqueteando, diciendo NO, antojando y accediendo de a poquitos. También descubría las tiranías de la experticia y del lugar, los juegos de dominación, el espanto que representaba lo femenino y como esto era atacado de manera física y simbólica. La mujer y lo femenino acude a estos sitios como un fantasma materializado en el cuerpo de algunos hombres. Este tipo de ofertas, de promociones, dejaron de ser innovadoras porque perdió exclusividad el sitio. Luego, la administración elaboró un tiquete especial y el valor dependía del rango de edad. Observé un día que mi cuerpo había empezado a cambiar cuando el administrador me dijo “te estás engordando” y luego me dio un tiquete especial para que pagara ocho mil pesos por la entrada. Luego a otro chico más joven y delgado le dio un tiquete para que entrara por cinco mil pesos. También acudí a los
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días nudistas, a los días de pantaloncillos blancos, a los días de todos contra todos.
Rutinas y ambientes de aprendizaje en el sauna Mis rutinas en el sauna consistían en llegar al sitio, desvestirme, ir a la ducha, dar un paseo por cada uno de los lugares (el turco, el sauna, la piscina, el salón de videos, los cubículos). Después de tener un panorama general, de haber visto el tipo de hombres y la cantidad que había en cada uno de los “ambientes”, me disponía a ocupar el espacio que más me había llamado la atención. Hacer el tránsito entre uno y otro también significa de cierta forma cambiar de “ambiente” de acuerdo a lo que se quiera: estar acompañado, solo, buscar tranquilidad o por el contrario, poner el cuerpo al límite. En mi caso, de acuerdo a mis intereses del día asumía una postura distinta. Sólo encuentros sexuales, sólo conversación, una combinación de las dos anteriores, sólo descanso o estar abierto a toda la parrilla de posibilidades y consumirla de acuerdo a lo que se me fuera antojando. Si quería follar me mostraba dispuesto, hambriento, si quería sólo conversar me tornaba serio, discreto, recatado, incómodo con las insinuaciones sexuales. Los cubículos son ambientes por excelencia para tener relaciones sexuales, para transitar por ellos, como pequeños laberintos. Un día el administrador de Caliclub me dijo: “Me gusta hacer los cubículos con laberintos, a la gente le gusta caminar por ellos, voltear, toparse con otros”. Me gustaba zigzaguear como serpiente, rozar mi cuerpo con otros al pasar. El sitio te pone alerta de cualquier fricción con otro; aquí los roces cobran sentido, son casi siempre una invitación a estar con otro, en un trío o una orgía. Una vez se sale del cubículo casi siempre
los hombres acuden a darse una ducha que los deja listos para el siguiente encuentro. Los cubículos son entonces espacios que en primera instancia permiten tener cierto grado de intimidad y también conversar. No siempre ocurre esta conversación. A veces sólo ocurre lo primero. Los hombres en estos lugares pueden tener en un día varios encuentros con otros y no establecer ningún tipo de relación más allá de follar y follar. El bar de cierta manera está constituido para prácticas conversacionales, de contemplación, para escuchar música, para beber, comer, seducir a través del baile. La piscina es un sitio de coqueteo, de exhibición, donde se inician algunas prácticas de masturbación. En el turco se propician algunos encuentros sexuales de manera colectiva. El video es un sitio para excitarse con las películas, para incitar a otros a la masturbación, para ver a otros masturbarse, o solo para ver videos toda la tarde, como lo hacen algunos. El solárium permite exhibir los cuerpos para el bronceado, para el descanso, promueve los encuentros sexuales al aire libre, disfrutando del sol, o de la brisa de las tardes en Caliclub. De fondo, salsa romántica, salsa de alcoba. Los Saunas Gays están diseñados para que uno se sienta en casa. Por eso es tan clave estudiar su oferta. Algunos de mis encuentros terminaron en pequeños noviazgos de dos días, un mes o un poco más. Aprendí sobre el Amor Líquido de Bauman, sus vapores, su inestabilidad y su rutina. También en los saunas he llorado cuando me he sentido perdido en esta ciudad y sin saber ¿pa´dónde pegar?
La Cali recreada. La Cali andada Tomé la decisión de escribir sobre eso que conozco y desconozco de mi propia viven-
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cia en este trasegar por la ciudad; por los sitios de encuentro para hombres en Cali. Una trayectoria que como un caracol he ido dejando marcada sobre la arena y que da cuenta de la manera de moverme, vivir y sentir. Andar y desandar la ciudad por más de dieciocho años. La Sultana del Valle, la Sucursal del Cielo, la Cali Pachanguero. Allí, en esa Cali cantada, bailada, imaginada e idealizada, he construido mi vida; entre una tarde en el sauna, una ida a Pance, un pasar por la Ermita; entre un cruce de miradas en una calle. Entre un aterrizaje inesperado a un apartamento de un hombre sin nombre, en un video, en un baño de Unicentro o de Univalle. En una noche en el chat. En una jornada de deporte en el Parque del Ingenio. Aquí he construido este relato de relatos. Un pequeño relato de las tantas subjetividades ignoradas por los discursos mediáticos y urbanísticos. No sólo de los hombres que buscan encontrarse con otros hombres sino de todas aquellas personas que esta ciudad no puede etiquetar, clasificar, administrar por completo; que todavía no pueden comprender y que las Ciencias Sociales cada vez más intentan explorar.
chas de pedazos y vueltas discurso, vueltas cuerpo y de los cuales emergen nuevas formas de pensar lo qué significa ser y hacerse hombre. Hombres que son y no son, que se tornan de un color y luego se transforman. Hombres más cristalizados que otros; hombres que no han podido darle la cara al sol y se tornan opacos y complejos. La metáfora de lo tornasol quiere poner en tensión estos límites tan aparentemente claros. ¿Qué significa ser hombre, qué significa hacerse hombre, qué significa eso del género, el sexo y el deseo mientras atravesamos la ciudad con nuestros cuerpos? “Hay varias maneras de comerse a una persona. Empezando porque debe ser diferente comerse a una mujer que comerse a un hombre. Yo he visto comer hombres, pero no mujeres. No sé si me gustaría ver comer a una mujer alguna vez. Debe ser muy diferente. Lo que yo por mi parte conozco, son tres maneras de comerse a un hombre…” (calibanismo: andrés caicedo).
La metáfora de los hombres tornasol Le prometí a Leonardo que un día escribiría sobre la metáfora de los Hombres Tornasol. Pensar en escribir sobre algo que se llame “hombres”, requiere atender sus visos, sus reflejos, las sombras y los matices. El estilo del mundo, de Vicente Verdú (2003) me hizo pensar en esta metáfora de lo tornasol. Pensar que nos encontramos en la era de las identidades móviles y mestizas. Pensar los hombres como un mapa incansable de posibilidades y rutas. Hombres que transitan, juegan, se pelean y re-crean entre el sexo y el género, entre la identidad y la raza, la clase social y el deseo. Unas identidades he-
Felipe Aprendiz de carnaval. Viajero por convicción, con una fuerte curiosidad por comprender “las zonas grises” de los encuentros en la ciudad, los rituales y los placeres del juego, la fiesta y el cuerpo. Me la juego en un intento constante por ser académico mientras hago vagabundeo en las redes sociales. Los amigos, la familia y las pasiones “inútiles” son mi proyecto de vida. Este escrito es un homenaje a los muchos hombres soñados, alucinados, recreados y vividos. También a los que me habitan y se pelean entre sí.
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72 El compadrazo colombiano: ¿La otra Sociedad de los caballeros del Anillo? Alexander Ortega
70 Es cuestión de ser un gallo fino Luis Alfredo López
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¿cuestión de machos?
84 Círculo de hombres de Cali Natalio Pinto
76 Bordando para no olvidar Nicolás Cardona
81 Pensamientos acerca de la Construcción de la Masculinidad Juan José Paz
luis alfredo lópez herazo
Desde lejos se acercaba al restaurante un ciudadano como cualquier otro, jean desteñido, camiseta polo, tenis Nike. Caminaba, entretenido con su Smartphone y, sin advertirlo, se desvió del camino para conversar con dos hombres que estaban al otro lado de la calle, subidos en una moto. De inmediato supuse que no era él la persona que estaba esperando y volví a recostarme en la silla mientas sudaba y las manos me temblaban. Una vez arrancó la moto, volvió
a dirigirse al restaurante y un joven mesero que estaba cerca a la puerta le abrió y le dio la bienvenida con una sonrisa y un agradable saludo como si se tratase de un cliente que frecuentara el sitio. En ese momento entré en pánico, pues aquel hombre con cara seria y las manos en los bolsillos se dirigió hacia mí. Al reconocerme, me saludó de la manera más amable posible, con un fuerte apretón de mano, y se sentó en la silla de en frente. Para
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romper el hielo, empezamos a hablar un par de minutos sobre la movilidad, el clima, lo elevado que están los precios, sobre su hijo que pronto cumpliría años, de hecho, por un momento se me olvidó que estaba sentado con uno de los mayores jefes de una estructura delincuencial del país. A medida que la conversación fue avanzando, me pregunté cómo era posible que la persona amable, entradora y simpática con la que dialogaba pudiera extorsionar, secuestrar y asesinar. Sin embargo, algo llamó mi atención de todo lo que decía: “uno nace con eso, las guevas bien puestas para poder hacer todo lo que yo he hecho en la vida”. De inmediato, con esta frase, recordé a un viejo profesor que decía que como el miedo se asocia a lo femenino, a lo delicado, emociones propias de un ser inferior, la agresividad se convierte en una característica esencial de la masculinidad, porque el hombre debe mostrarse fuerte, valiente, poderoso y se espera que esto se refleje en su conducta. De ahí en adelante, más que poner cuidado a sus historias sobre secuestros, asesinatos, extorsiones, robos de mercancías, etc., me concentré en la forma en que utilizaba expresiones como “esto es para hombres”, “hay que probar finura”, “uno se debe ganar el respeto de los otros”, para justificar sus acciones y las de los otros miembros de la organización con los que también me iba a sentar a conversar, o al menos eso esperaba. Una inminente preocupación me invadió mientras él seguía hablando, pues no dejaba de pensar lo peligroso que puede llegar a ser ese tipo de masculinidad y la forma en que se manifiesta el machismo en una sociedad como la nuestra. Aquí, cada vez más aumenta el desprecio por lo femenino, el desarrollo individual se da en medio de relaciones familiares patriarcales que impulsan la violencia, se debe tener una imposición de control sobre otros y sobre
nuestras impetuosas emociones, la homofobia aparece como mecanismo de defensa de la masculinidad y matar te convierte en un hombre de respeto, uno de verdad. Terminada nuestra conversación, y seguro de que me había dejado sorprendido, alias ___, como se le conoce dentro de su organización, me advirtió, en forma de broma, sobre lo peligroso que eran los sicarios a los que me dirigía a entrevistar. Con un nuevo apretón de mano, una invitación a tomar guaro y a donde las “putas” terminó la entrevista que parecía un monólogo sobre la forma en que ha construido su fama, el respeto y su poder frente a las demás personas, especialmente frente a los otros hombres, que supongo no han tenido las suficientes güevas como él. Debo aclarar que mi interés por el estudio de la masculinidad es reciente y nació como respuesta a las conductas que evidencié en esta estructura delincuencial durante el tiempo que compartí con sus integrantes. De ahí que mi tema inicial de estudio fuera replanteado y hoy, más que nunca, me interesa entender por qué los principales protagonistas o actores de situaciones de violencia criminal son los hombres y cómo sus narrativas machistas justifican esa violencia.
Luis Alfredo López Herazo Nació en cercanías de Montelibano, Córdoba, fue criado en su infancia en Armenia y actualmente reside en Cali con sus padres adoptivos a quienes agradece por su amor incondicional y apoyo. Cuando era muy pequeño perdió a su padre por motivo del conflicto armado y no volvió a saber de su madre desde entonces. Desde su infancia desarrolló un amplio sentido de pertenencia por el conflicto armado, las víctimas y la reparación, siendo estos sus principales intereses académicos. Actualmente se desempeña como practicante y coordinador seccional para Buenaventura de la Fundación para el Desarrollo Integral del Pacífico.
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El Compadrazgo Colombiano: ÂżLa otra Sociedad de los Caballeros del Anillo?
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iempre he visto la bisexualidad como el don de la doble posibilidad para amar y sentir pasión por hombres o mujeres al mismo tiempo. Un don que algunas de mis amigas mujeres por el mundo usan sin permiso y sin escándalo. Entran y salen de la bisexualidad para ocupar sus roles de esposas heterosexuales o de seductoras lesbianas. Sin traumas. Algunas mujeres, he notado, pueden jugar con esa doble línea del deseo sin líos. Pero en las sociedades represivas y cristianas, como en Colombia, la bisexualidad masculina se transforma en un talento. Sí. Los bisexuales hombres están obligados a convertirse en los más talentosos mentirosos del mundo. ¿O qué mujer en Colombia se casaría con un hombre sabiendo que su esposo puede sentir deseo también por otro hombre? Curioso: ninguna de mis amigas me ha confesado hasta el día de hoy que les encantaría ver a dos hombres teniendo sexo, pero sabemos que el fantasma de todo hombre hétero es ver a dos mujeres bien buenotas besándose. Y eso, incluso, para muchas mujeres heterosexuales es normal. Algunas mujeres asumen el posible deseo o atracción de sus maridos hacia otras mu-
jeres y esperan ser engañadas en la más absoluta reserva, sobre todo con la más precavida atención desde que comienzan a ponerse viejas. Estas mujeres tienen todas las armas para enfrentar los “cuernos”: el estatus oficial de esposa y el poder de endilgar a la intrusa el estatus público de “puta”. Pero la posibilidad de ser engañadas con otro hombre, sencillamente, no existe en sus cabezas. Ellas creen que el gusto por los hombres es un asunto de hombres afeminados. Error. El bisexual colombiano, ese mismo que juega fútbol y toma cerveza Águila, debe mentirle a todo el mundo, sobre todo a su esposa, mujer altamente machista. Y mentir es un talento que inicia desde la primera infancia, pero la mentira primero se llama “secreto” con los padres, o mejor dicho con la madre: y algunas madres -no todasson prejuiciosas, beatas, reproductoras del canon machista; mujeres abandonadas y maltratadas por el esposo. Y estas mujeres, tristes, culpabilizadas, religiosas, o supersticiosas -la misma cosa- canalizan su neurosis en sus hijos-hombres. Luego estos, ya mayores, serán incapaces a lo largo de su vida de escucharse a ellos mismos con sin-
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ceridad, sino que como un vallenato viejo, repiten en sus memorias los ecos de valores familiares inculcados por la mamá. Y son las mamás las que primero dicen: “los hombres no se enamoran de los hombres”, mientras que por el otro lado está el inconsciente diciéndoles: “peros si te puedes acostar con ellos en secreto…”. Y ahora el adolescente bisexual cuando le toca jugar el rol social, ese de escoger pareja, se da cuenta de que la elección se convierte en una tormenta. Y asumen la máscara que los acompañará hasta el día de su muerte: ¿o ser un novio hétero con gustos secretos o un gay que también le gustan las mujeres? ¿Qué? Y eligen lo primero. Y es cuando el secreto se ha transfigurado totalmente en la gran mentira de sus vidas. Se hacen pasar por “honestos” heterosexuales. Aprenden a mentir para no dañar a los seres que aman. Y se lanzan a una vida doble y delincuente, como consecuencia de esa boba idea que nos meten sobre el placer individual como responsabilidad de los otros, de los papás, de los hermanos, de los tíos, incluso de los vecinos del barrio. La dualidad de su placer, su placer bisexual, no la conciben como un poder hacia el descubrimiento de las mil formas del deseo. El pobre diablo bisexual se encierra a sí mismo en una anormalidad dentro de la “anormalidad” de lo que le enseñaron. Pero el deseo es como la necesidad del aire, uno lo necesita, y aparece cuando uno menos lo cree. En el jugador de fútbol, en el hijo del vecino, en un mesero. Y cuando el bisexual encuentra gente igual de “jodida” que ellos por los prejuicios encubados en el sagrado seno de la familia, los caballeros de la mentira se asocian en fraternidad eterna, en verdaderas familias secretas en la búsqueda clandestina de la satisfacción de aquello que la “norma social heterosexual” les quita: …el derecho soberano de acostarse con quien les dé la gana…
Y lo prohibido es escaso. Y lo que es escaso se convierte en un anhelo que se paga con “cualquier precio” todos los días. Hasta que un día llega la catástrofe. Porque siempre llega la catástrofe cuando uno menos piensa. Que si el comentario inoportuno, que si la mirada furtiva, que si el mensaje de texto a las cuatro de la mañana. O ese abrazo imprudente y demasiado cerrado en el rincón oscuro de una parranda vallenata. Una simple llamada anónima. Una cámara escondida, la vida ¡ PLOP ¡ les cambia. Y es ahí cuando ya no pueden elegir. Los bisexuales adquieren frente a los ojos de los prejuiciosos el valor de “pobres maricas” públicos. (Generalmente la esposa en un ataque de ira -que después lamenta- los denuncia hasta con el tendero de la esquina). Y los bisexuales no pueden defender su cincuenta por ciento de heterosexualidad. En Colombiano, o eres marica o eres un machito, pero las dos cosas ¡no! El ingenio, la perspicacia, todos los conjuros para mantener en secreto una sociedad como los Caballeros del Anillo al interior de la Policía Nacional de Colombia -y lo demuestran los hechos-, otra vez revelan los alcances que pueden tener las políticas represivas de la tradición: nuestra doble moral. Estos caballeros no tienen más opción que organizarse y darle a su cofradía del deseo los matices del “vicio” y del “delito”. Sin un escenario clandestino, de miradas discretas, de masculinidad dominante, sencillamente no hay placer, no hay deseo. ¿Estamos preparados para matrimonios católicos bisexuales? No. ¿Entonces, qué posibilidad hay? Y es ahí cuando se crean los desbarajustes. Si los Caballeros del Anillo han cometido un delito, emburundangar a bellos y atléticos jovenzuelos para robarles besos: ¡claro que deben pagar! Pero si se les está juzgando por ser bisexuales ¡apague la luz y vámonos! ¡Nos llevó el gran Carajo! La bisexualidad existe.
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Una anécdota para terminar. Un amigo que trabajaba en una residencia en Barranquilla me contó alguna vez que todos los domingos, por cierto tiempo, llegaban dos caballeros a las tres de la tarde percudidos y sudorosos de jugar fútbol. Pagaban por dos horas de Motel, dando explicaciones no pedidas sobre la intención de descansar y tomar una ducha. Para todos los empleados del Motel era claro que eran amantes: el reguero que dejaban y los sonidos a media voz que salían de la habitación –como si estuvieran degollando a alguien–, me contó mi amigo, eran contundentes evidencias de que en esa habitación se cometían juegos de pasión. Las circunstancias fortuitas de la vida llevaron a mi amigo a la casa de un compañero de la universidad, y cuál sería su sorpresa al descubrir que el papá de su compañero era uno de los caballeros que iba a la residencia los domingos. Y para terminar de fregar la vaina, ya entrada la noche, llegó el otro señor: resultó siendo el padrino de su compañero. Pido entonces que el asunto de los Caballeros del Anillo abra la oportunidad para entender los “posibles” amores secretos en las relaciones de padrinazgo en Colombia, Barranquilla, en La Guajira, en Santa Marta, en Cartagena, Medellín y Cali. Incluso, sería bueno que se analicen las relaciones fraternales entre hombres en las novelas
de García Márquez. Esa guachafita heterosexual de trago y vallenato en las peleas de gallos donde no entran las mujeres. Tal vez nos demos cuenta de que todos hacemos parte y contribuimos con la gran Sociedad del Anillo. Por cierto… ¿quién es su padrino?
Alexander Ortega Profesor lecteur de la Universidad Paris VII. Doctorado en preparación en la Universidad Paris IV, sobre la obra de la escritora barranquillera Marvel Moreno. Sus mejores amigos son un duende debajo de su cama y su psicoanalista. El peor error en su vida fue creer que la literatura se aprende en las universidades. No entiende ni a Barthes, ni a Lacan, ni a Butler. Su escritor favorito es Marcel Proust, y su libro preferido es Tus Zonas Erróneas. Le gusta escribir sobre la gente, sobre los laberintos que dibujan para enamorarse y las puertas que encuentran para terminar odiándose. Su última gran esperanza es ganarse la lotería, como se la ganó su papá hace 30 años. Le tiene fobia a las tortugas y detesta la sopa de pajarilla. Sus dos grandes vergüenzas: haber sido evangélico y haber vendido su primer voto por una sopa en un vaso de icopor. No cree que haya gente idiota, sino poesías interiores mal interpretadas. Busca el amor desesperadamente sobre todo cuando entra en el metro de París. [1] Imagen de El Padrino.
Director: Francis Ford Coppola, 1976.
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Bo r d an do
PARA NO OLVIDAR
nicolás cardona londoño
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En el marco de la conmemoración del Día de la Mujer se realizó, en la Universidad Icesi, una actividad liderada por un colectivo feminista, cuyo objetivo primordial fue generar conciencia respecto a la violencia de género, y principalmente su expresión más mordaz: el feminicidio. Esta tipología de delito, que recientemente fue incluida en la legislación colombiana, se refiere a un acto que rasga nuestro tejido social. En su definición más simple se refiere al asesinato de mujeres por su condición de género. Diana Russell y Jane Caputi lo identifican cómo “el asesinato de mujeres por hombres motivado por el odio, desprecio, placer o sentido de posesión hacia las mujeres”. Es claro que en este tipo de crimen se cosifica la mujer, cuya vida aparece como propiedad y derecho de los hombres. De esta manera, la violencia de género produce y reproduce mecanismos de opresión que no sólo mantienen una posición de in-
ferioridad en la mujer, sino que también construyen y limitan la idea de lo masculino alrededor de nociones que imposibilitan a los hombres disfrutar plenamente de su ser. Nociones que incapacitan y reducen a hombres y mujeres a roles cuya carga les quita la posibilidad de disfrutar de una ciudadanía igualitaria. Estas actividades, en este caso específico bordar sobre telas los nombres de mujeres víctimas de feminicidio para así recordar y conmemorar sus vidas, nos invita a participar y reflexionar para evitar el olvido o la apatía. Este ejercicio cumplió una doble función. Por un lado, rompió con los roles de género que ligan las artes textiles a la feminidad; por el otro, como un ejercicio de memoria y reconocimiento, donde se percibieron los alcances de la violencia de género y la necesidad de construir herramientas para que estas prácticas no queden en la impunidad.
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Además, este tipo de actividades también nos invitan a reconocer que las soluciones jurídicas tienen un alcance limitado si la comunidad no identifica la problemática que hay detrás, y, sobre todo, si no se reconoce el papel que cada uno de nosotros tiene para que haya una continuidad en ello. Es por esto que los espacios de reflexión funcionan no sólo como mecanismos de comunicación, sino también como espacios de autoconocimiento, esenciales, por
ejemplo, para la formación de ciudadanos en nuestra universidad. En consecuencia, es necesario seguir apoyando desde el estudiantado y las diferentes facultades este tipo de iniciativas. La invitación es a promover y participar en las discusiones que se dan dentro de nuestro claustro, y además, que cada uno de nosotros se convierta en portador del mensaje de igualdad, equidad, justicia y libertad.
nicolás cardona londoño Es estudiante de Ciencia Política de la Universidad Icesi. Miembro de Aecip, representante estudiantil de la carrera 2015-2016 y miembro del Centro de Escritura. Defensor de las libertades individuales y sociales. Interesado por temas de investigación, como el narcotráfico, conflicto armado, políticas públicas y derecho constitucional. Esta reflexión se escribe bajo el marco del curso Crónicas de viajeros, del departamento de Artes y Humanidades.
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PENSAMIENTOS ACERCA DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA MASCULINIDAD juan josé paz serrano
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uando vi la Hummer en el parqueadero de Carulla, mi mente comenzó a inundarse de imágenes sobre la posible apariencia del dueño de semejante vehículo. Algunas incluían hombres altos y con tatuajes, otras eran de hombres con predisposición violenta, hombres de baja estatura, o simplemente hombres a los que les gustan los vehículos de gran tamaño. Pero todas estas imágenes tenían algo en común: hombres. Darme cuenta de que era muy difícil imaginarme a una mujer como la dueña de una Hummer, me llevó a reflexionar sobre el porqué de la imposibilidad de este ejercicio de imaginación. Creo que en la cultura occidental, bajo la cual se rigen nuestras vidas, tendemos a vincular nuestras identidades con nuestras posesiones. Lo que tenemos, dónde vivimos, lo que vestimos y, en este caso, lo que conducimos, define quienes somos, o, por lo menos, como queremos que se nos perciba desde afuera. Por otra parte, la sociedad tiene diferentes expectativas para los niños y las niñas, expectativas que demandan que tanto los unos como los otros actúen de manera diferente, en ocasiones incluso, de manera antagónica.
Todo esto me lleva a pensar en la construcción de género en nuestra cultura, sobretodo en la construcción de mi propio género, de mi masculinidad. No me considero un hombre tradicional. No me gusta el fútbol ni la cerveza, nunca he tenido una pelea a puños, la mayoría de mis amigos son mujeres, tengo más de tres cosas rosadas en mi closet y, por favor no reaccionen fuertemente, de niño jugué con las Barbies. Estos y otros aspectos, tanto materiales como personales, les sirvieron de pretexto a otros (en su mayoría compañeros de colegio) para decirme que “no soy un hombre”, que “me porto como niña”, que “debo ser gay” y a muchas otras conclusiones a las que llegaron siguiendo el método científico occidental que mencioné anteriormente. Pero hay un problema: yo me siento hombre y pienso que me comporto como uno. Pero mis experiencias cotidianas, particularmente las nuevas, siempre se ven enmarcadas por esas aseveraciones que he escrito más arriba. Recuerdo un día en mi segundo semestre de la universidad en el que una de mis compañeras por fin acumuló el coraje suficiente para preguntarme sobre mi orientación sexual. Yo, por
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“...un mundo social tan cambiante exige que pensemos en formas más diversas de definir tanto lo masculino como lo femenino“. supuesto, le dije la verdad. Ante su cara de ligera perplejidad, decidí preguntarle por qué se sorprendía tanto de mi respuesta, a lo que ella contestó con otra pregunta, una que frecuentemente me han hecho: “¿por qué no te molesta que te lo haya preguntado?” Esta vez contesté algo diferente de lo que solía responder cuando me hacían esa pregunta: “Es que no me parece que me deba molestar, no me parece un insulto que preguntes si te surge la duda”. No me parece un insulto porque para mis padres no lo es y porque dentro del sistema de valores en el que crecí las preferencias de un individuo no se ven como una amenaza. Los principales escenarios en los que construí mi identidad de género, —mí mascu-
linidad— fueron los responsables de cómo me comporto, de muchos de mis intereses y generaron todos esos tipos de comentarios molestos de los que alguna vez he sido víctima. Ahora veo que no soy un hombre “tradicional” porque las expectativas más estereotipadas (esas que la sociedad exige de los hombres) no fueron las que mi familia, la clase social en la que crecí o mis maestros del colegio me transmitieron. De ellos aprendí que para ser un “hombre verdadero” no debía darme puños en la calle, ni tampoco debía ver y tratar a las mujeres como seres inferiores, o creer que no tengo derecho a que me guste la moda, ni mucho menos a usar prendas rosadas. Tal vez estoy siendo injusto. No todos los hombres con familias que les hayan transmitido valores más “tradicionales” o diferentes a los que heredé deben necesariamente representar el arquetipo de “macho dominante”, que tanto parece apreciar nuestra cultura. Esta última idea me lleva a concluir que no creo en una masculinidad, o en una sola forma de ser hombre. Creo en mí masculinidad, en la de mi vecino o en la de mis compañeros de clase; creo en las masculinidades individuales, tan variadas como lo son los escenarios en los que se construyeron. Pienso que un mundo social tan cambiante exige que pensemos en formas más diversas para definir tanto lo masculino como lo femenino.
Juan José Paz Serrano Estudiante de psicología. Amante de la equitación y la naturaleza; fanático del mar y de un buen libro. Este texto fue escrito para el curso electivo en Humanidades (Icesi) Crónicas de viajeros.
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CÍRCULO DE HOMBRES DE CALI MASCULINIDADES ALTERNATIVAS, UN PROCESO PERSONAL Y POLÍTICO natalio pinto alvarado
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El Círculo de Hombres de Cali es un espacio de confluencia de hombres que se reúnen para conversar, debatir y reflexionar acerca de la construcción de sus masculinidades. Un encuentro horizontal para la reflexión crítica vivencial, intelectual, espiritual y política en torno a las masculinidades, en aras de repensarse el modelo de masculinidad hegemónica dominante, para transformar realidades personales y sociales hacia modelos de masculinidad alternativos que promuevan la equidad, el cuidado, la no violencia y la justicia consigo mismo, en las relaciones sociales y con la naturaleza. Desde el mes de abril de 2014 viene ‘circulando’ la ciudad, encontrándose en diversas zonas de Cali: en la ladera, en el distrito, en el centro, en el sur, en la zona rural. Las reuniones tienen una periodicidad quincenal, se rotan los espacios y las responsabilidades en las convocatorias y liderazgo para los encuentros. En febrero del 2015, estudiantes de la carrera de Trabajo Social de la Universidad del Valle inspirados en el proceso del Círculo de Hombres de Cali crearon el Círculo de Hombres de Univalle, espacio de reflexión sobre la construcción de las masculinidades dirigido a la comunidad estudiantil de Univalle. Tras 7 meses de trabajo, en una decisión colectiva de ambos grupos se decidió fusionar los espacios. El Círculo de Hombres de Cali trabaja en 3 líneas de acción: 1. El intercambio vivencial 2. La formación 3. La movilización Entre los meses de marzo y agosto de 2016 el Círculo de Hombres de Cali adelantó un
programa piloto de formación en masculinidades con hombres sindicados y condenados por violencia intrafamiliar en la cárcel de Villahermosa. El Plan de Formación de Hombres Promotores de No Violencia benefició a 40 internos, quienes ahora son responsables de replicar el proceso al interior de los patios donde habitan. Además ha participado en diferentes espacios de formación, talleres vivenciales y formativos en colegios y universidades, organizaciones culturales y sociales. El año pasado, junto al ICBF llevaron a cabo un proceso de formación con 200 familias en el Valle del Cauca: “La familia como entorno protector y constructor de Masculinidades
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no hegemónicas”, en los municipios de Pradera, Palmira y Jamundí. El Círculo de Hombres de Cali se autoreconoce como un movimiento social, desde ese lugar ha venido articulándose con diversos sectores afines a sus principios éticos y políticos: el movimiento de mujeres, organizaciones feministas, sector LGBTI, sindicatos, grupos estudiantiles; con los cuales ha confluido en diferentes manifestaciones públicas: 1 de mayo (Día Internacional de los Trabajadores), 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer Trabajadora), Marcha de la Diversidad Sexual y de Género Región Pacífico, 25 de noviembre (Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer), entre otros. Más de un centenar de hombres han circulado por este proceso, ahora mismo el grupo cuenta con una veintena de partici-
pantes constantes. Hombres diversos, en sus orígenes y procedencias, en edades, orientaciones sexuales e identidades de género. Hombres que coinciden en el espacio porque en algún momento de su vida le dijeron basta al modelo de hombre con el cual fueron formados, criados y educados. El Círculo de Hombres de Cali es un espacio de participación libre y autónomo, puede asistir cualquier persona, independientemente de su origen, identidad o diversidad Para mayor información sobre sus actividades pueden visitar su sitio web en www. circulodehombresdecali.com o unirse a su grupo en Facebook:
HTTPS://WWW. FACEBOOK.COM/GROUPS/ CIRCULODEHOMBRESDECALI/
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NATALIO PINTO ALVARADO Papá, 40 años, latinoamericano, pro feminista. Promotor de masculinidades alternativas, fundador e integrante del Círculo de Hombres de Cali. Convencido que la construcción de una masculinidad sensible, ética y política es la mejor propuesta para acabar con el patriarcado y las masculinidades hegemónicas.
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96 Señor Ego Anónimo
cartografías corporales 98 Los signos: el médico y el arte de la lectura del cuerpo Esthepania Lozano
100 De la belleza, un corsĂŠ. Del dolor, ellas. Xiomara V. SuescĂşn
107 Cachetes de marrana flaca Valentina Montoya
EGO S e ñ o r
anónimo
Despertó gracias a las gotas de lluvia matutina que abatidas caían en la ventana de esa habitación. El frío de la calle se impregnó en su alma. Miró por varios minutos la ventana, las gotas se deslizaban lentamente sobre el vidrio. Parecía un llanto mudo, constante, vacío, en el que unas gotas se unían con otras en una secuencia perversa y ella, perdida, trataba de encontrarse. En medio de su hipnosis supo que esa lluvia le era ajena, al igual que el lugar en el que se encontraba. Intentando salir de ese letargo percibió a un sujeto. Le pareció un completo desconocido –aunque sabía exactamente quién era–. En silencio lo detalló mientras trataba de entender el porqué de su desnudez y notaba en ese cuerpo una colgante y
repulsiva lanza, que más se le parecía a un amasijo de piel arrugada y nauseabunda. Pronto, él despertó. Tal vez, los ojos de ella transmitían una mirada tan aguda que logró perturbar su aparente impávida calma. Él abrió sus obscenos ojos mirándola con estupor por unos segundos, y luego, como quien se siente hinchado de ego, la saludó con una pavorosa normalidad que sólo reflejaba la banalidad de su alma. Le sonrió con cinismo y se levantó intempestivamente hacia la ducha de su casa. Ella, transitoriamente sola, era embestida por mil preguntas. Recordaba poco a poco lo que había ocurrido, con una sensación permanente de zozobra, de desconcierto, de lesión… Aunque su atontamiento le im-
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pedía reaccionar y hablar, ser ella misma, la de siempre, la mujer alegre, entusiasta, optimista y, sobre todo, despierta, su única certeza era saber que en ese momento no estaba ahí, divagaba en los recuerdos difusos de la noche anterior, tratando de descifrarse una y otra vez. Al salir de la ducha, él realizaba una excelente actuación de cómo era la vida de un médico en la mañana, presumiendo cada minuto de su gran y apestoso ego. Ella sólo escuchaba palabras incomprensibles y no lograba traducir su precario idioma. Por el contrario, se dedicaba ansiosamente a vestirse dando vueltas en esa cama, casi como la obsesión de un perro persiguiendo su cola… Al finalizar su rutina presuntuosa, él pidió un taxi. En un silencio sepulcral, salieron de esa habitación, de esa casa, de esa calle. En el auto, ella se sintió realmente despierta cuándo él –en su burdo y escaso lenguaje– aclaró lo que ella trataba de entender. Le afirmó que su hambre por ella había sido saciada. Se escuchaba tan normal su afirmación, que ella alcanzó a dudar de su confusión. Mientras todo esto pasaba su razonamiento era tan lento que llegaron al destino en el que él se despediría sin que ella musitara palabra alguna. Él se bajó cerca del hospital donde trabajaba y mandó un beso de esos fermentados, que no se alcanzan a recibir cuando ya se siente un olor a animal descompuesto. Ella lo miraba inerte mientras se alejaba en el carro y al alejarse surgían respuestas a sus preguntas, en un flujo lento y muerto, como la lluvia que seguía humedeciendo las calles y ahogando cruelmente su ser. Así fue como la abordaron los recuerdos y la impotencia que da la sumisión e indefensión de alguien que no puede decidir por sí mismo. Recordó que la noche anterior en casa de él, por cierto, oscura y desordenada, todo era confuso… Ella sintió un sueño tan fuerte que al llegar al cuarto de él se des-
plomó en su cama, ansiosa por dormir profundamente. Y, efectivamente, así lo hizo. A partir de aquí no sabe cuánto tiempo transcurrió. Al tiempo parecía nunca haberlo conocido. De pronto abrió sus ojos y él estaba encima suyo, acariciando con su pérfida lengua su centro de poder. Nuevamente cerró sus ojos, sus párpados pesaban de tal manera que al abrirlos necesitaba la fuerza de cien elefantes, diez hércules y cinco ballenas halando primero un párpado y luego el otro. Cuando animales y semidioses se recuperaron, quién sabe en cuánto tiempo, ella abrió sus ojos y entendió que su desnudez no era normal. Sólo sabía que dormía y sólo quería seguir durmiendo así que cerró sus párpados, otra vez, con facilidad. En su sueño profundo ningún príncipe la despertó con un beso, por el contrario, un hombre patéticamente corriente la despertó al intentar varias veces atravesarle su fuente de energía, de luz, su fuente de vida. Esta vez ella no necesitó de ayuda para despertar, pues el dolor reemplazó a los enérgicos cien elefantes, diez hércules y cinco ballenas. En ese momento, abriendo sus párpados lo más que pudo, extendió su brazo, dio una manotada al intruso y de ella emergió un sonido frágil pero honesto que ordenaba: ¡No! Al agotar todas sus fuerzas en estos tres movimientos simultáneos, cerró sus ojos y continuó durmiendo. Luego de recordar los hechos y pensar en la normalidad que para él significaba ese escenario, una explosión de llanto saltó ahora desde sus ojos, desde su alma, desde su vientre… Y esas gotas gruesas y pesadas rodaban sobre su piel joven e ingenua, salándola, limpiándola, consolándola… con la única intención de sanar su dolor y pensando con aflicción seguir en ese taxi eternamente, sin ningún rumbo, sin destino, al menos, hasta que esa mujer despertara nuevamente sin pasado.
los
esthepania lozano sánchez
el médico y el arte de la lectura del cuerpo
Quién diría que un libro haría de una visita a la clínica médica algo tan desconcertante y al mismo tiempo, fascinante. Poco sería decir: “ha renovado mi mirada sobre este lugarˮ. Días atrás, estaba ahí: bajo la inquietante luz blanca, siguiendo las instrucciones del médico. En medio de la revisión me pregunté cuán difícil resulta desobedecer sus órdenes y sobre aquel torpe sentido para reprocharle la sugerencia de desnudarse o cambiarse de ropa. Basta un pie en el consultorio para sentirse parte de una teatralización mística; de un juego de roles no tan improvisado, entre médico y paciente. Pareciera que en mi cuerpo se sobre-inscri-
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biera todo un mapa de signos, al cual sólo el médico está autorizado leer. Cómo es posible que los lenguajes del cuerpo sólo puedan ser leídos por el médico, sin importar que estos atraviesan mi carne: qué hace al médico ver, lo que el paciente no logra captar. ¿A qué viene lo anterior? Reconozco que,
quizá, habría que revivir la escena de la clínica para pasar a de-construirla. Todo se inicia al pensar que no siempre ha sido así: tiempo atrás, pedirle a un paciente que se desvistiera, además de impensable, era innecesario. Sin embargo, ahora, con tremenda facilidad, se dispone de las posturas del cuerpo, se recorre y desnuda su piel para examinarlo, extraer de él fluidos e incluso inspeccionar su intimidad. Por ello, creería que este libro resulta ser una gran guía para desaprender la medicina moderna. La autora sueca Karin Johannisson, como brillante historiadora de las ideas, interesada por la intersección entre cuerpo y género, se remite a las raíces de aquellas ideas que hoy en día sostienen la medicina. Nos invita a pensar en la introducción del cuerpo femenino en los saberes médicos. Aquel cuerpo que se debatía entre los mitos y la ciencia, esa terra incognita en la que otros, mucho atrás, empezaron a abrir camino, a incursionar hacia lo desconocido. Lo hicieron desde la clandestinidad, con mujeres socialmente marginadas: aquellas que habitaban los psiquiátricos o las casas de tolerancia. No deja de ser curioso que mientras éstas se extraviaban en los recovecos de su cuerpo, el “otro”, el médico, conocía cada forma hasta el punto de localizarla y nombrarla. Todo el libro es un tejido fotografías, diagnósticos clínicos, relatos. Esto, ligado desde una narrativa envolvente, que te da
acceso a lugares y situaciones inimaginables. La narración fascina e intriga, pero también interroga. Se podría decir que el libro se compone de tres grandes bloques: antes de la modernidad, el nacimiento de la clínica –en la modernidad– y las lecturas del médico al cuerpo del paciente –tanto externas como internas–. Todo esto, con un tema transversal: el cuerpo. Después de todo, se tendría que viajar al pasado para recorrer a grosso modo la época que va desde s. XVII hasta el s. XX. Solo para pensar en cómo entendemos el cuerpo en el presente, y dilucidar que lo biológico de él, no es tan natural como se piensa.
Esthepania Lozano Sánchez Nadando a contracorriente se ha hecho estudiante de Antropología y no se arrepiente de nada. Si hay una palabra que la defina, diría, es pasión. Sin importar que su padre fuese de sangre pastusa y su madre paisa, escogió para nacer Cali. Desde ahí, carga en su nombre el peso de un error de notaría. Es amante del café y de su aroma, pues traen a ella las memorias de su niñez en una finca cafetera. Esta mujer fue criada a punta de teteros de café con leche. Conocida también como “señorita Foucault”, pues decir que es una fanática a las letras de este filosofo-literato es poco —Ya, se ha estampado algunas camisetas en honor a él—. Una devoradora de libros: no hay algo que disfrute más que la soledad, eso sí acompañada de un libro, uno que, como diría Nietzsche, esté escrito con sangre, porque en lo que se escribe con sangre está el espíritu. Si de literatura se trata, se debate entre Gabito y Borges.
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Hoy retomo este escrito, inmersa en Oblivion de Piazzolla, pensando en esa tarde de septiembre en la que con enorme dificultad me senté por primera vez a escribir sobre mí. Llevaba dos meses de recuperación de una cirugía de columna que me hizo despertar. Aquellos eran unos días en pausa, unos días sin tiempo, unos días de inmenso dolor. Eran días en cama que me permitieron acercarme a la lectura apasionada de dos textos; la Biografía de Frida Kahlo y Americanah de Chimamanda Ngozi Adichie. Libros que, por cierto, jugaron un rol fundamental para iluminar lo que sería todo un año de recuperación. En ese momento, por petición de una gran amiga, me motivé también a la escritura. Sentía que tenía muchas cosas por decir sobre mi historia y mi cuerpo, pero, irónicamente, antes me había sido imposible sacar el tiempo suficiente como para lograr una página entera. Esperé unos días y en compañía de esos dos libros, ubicados uno a cada lado del computador, me lancé a la página en blanco, a enfrentarme a un dolor que me hacía escribir a un ritmo intermitente; escribía sentada, reflexionaba de pie, descansaba en la cama, hasta que logré terminar este texto.
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diferencia de los corsés occidentales del siglo XVI, popularizados por destacar (al filo del delirio risible o sibarita) las grafías femeninas, existen los corsés ortopédicos, famosos por corregir irregularidades óseas pero también por anular (paradójicamente con los corsés de las cortes monárquicas) un estereotipo que valida la estética mujeril1. Por supuesto, existieron también los jubones o casacas para los hombres y, en cuanto a los corsés médicos, estos realmente no han hecho distinción de género, pero los corsés de interés para mí son femeniles. En los reinos europeos, el corpiño surge esplendoroso, henchido de detalles; de lazos, de telas, de encajes, bordados, de diseños suntuosos pero también, de varillas y tallajes que se imponen al punto de sofocar a cualquiera. Algunos aludirían a dicho corsé como impactante, otros como notoriamente excesivo e innecesario, aun así destacaba la sensualidad de las mujeres quienes lucían sus cuerpos voluminosos salpicados de atavíos, una ostentación permanente que, en los lechos nupciales o caballerizas ocultas se reducía, como es costumbre, a la simplicidad del enlace amatorio. Por otro lado, están los corsés ortopédicos, de yeso, plástico, metal o sus aleaciones. Horripilantes estructuras para amoldar cuerpos que, sin corrosión en el tiempo, han torturado almas estrelladas y miserables. Objetos con pretensión de amalgamarse con un cuerpo, de acogerse artificialmente a una piel vital. Forasteros que reclaman un lugar que jamás debió ser concebido pero que el azar, la infortuna, la torpeza genética o los designios divinos, permitieron.
La diferencia entre ambos corsés es entonces, la voluntad de usarlo. Eso se podría cuestionar suspicazmente, como también la idea de belleza o deseo que se construye a su alrededor. Es insólito –puede ser– asumir un corsé, cualquiera que sea, por voluntad propia. Así como tal vez lo es asumir una cirugía estética, incómodos tacones, rutinas agobiantes de maquillaje, tatuajes o perforaciones ornamentales, tirones, chamuscados o extensiones de pelo. Estoy a favor de todas las anteriores al suponer los casos en que existe una decisión autónoma –que creo que las hay– por elegir locuciones del cuerpo que satisfagan, al final del día, a quienes asumimos lo absurdo. En general el cuerpo y su intrínseca condición de exhibición, es un escenario de disputas internas, resistencias y negación. Un lugar en el que difícilmente sentimos amor pleno por todo lo que vemos o sentimos sobre él. ¿Cuándo lo ha sido para alguien? ¿Cuándo para las mujeres? En mi caso, del lado de los corsés anuladores del deseo y que no te ofrecen la posibilidad de huir de ellos, estuve cinco años apresada en uno ortopédico que impedía libertad en mis movimientos, reprimía mi flexibilidad y, por supuesto, entorpecía la construcción de un referente de belleza, proceso exploratorio e inevitable de la adolescencia. Asumí, con los años, ese lugar sin privilegios aparentes. Sin embargo, al tiempo sentía que me liberaba del acoso y morbo masculino propio de la pubescencia y eso, definitivamente, un punto a favor en la adversidad. En mi caso, yo no lloraba por desamores, ilusiones maltrechas, cosificaciones, en cambio, ganaba ciertos espacios marginales de poder en los que escribía
1. De los pocos sinónimos de femenino que no empieza por la raíz latina fem y que no es débil, suave, delicado y blando.
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cartas ajenas de amor eterno, exhortaba a aprender de la vida con una sabiduría presuntuosa –existente aún– y generaba –en ciertas mujeres y hombres mayores– respeto y una popularidad alterna. Ese corsé de polipropileno y otros materiales termoplásticos, fruncía mi torso sin indulgencia, se acompasaba con el calor para marcar mi cuerpo con quemonazos que afortunadamente se desvanecieron con los años. Igualmente reducía las alternativas de vestir, obligándome a usar un tallaje mayor y a perderme en esa inmensidad textil, donde mi delgadez se hacía más evidente. En el colegio, yo, una persona moderadamente inteligente, logré con mis buenas notas o, tal vez, generando algo de lástima y preocupación, obtener asientos más cómodos, concesiones académicas o flexibilidad en los horarios ya que asistía con mucha frecuencia a la clínica a tomarme radiografías que iban y venían de manera constante.
una patológica reacción me re inventé y empecé a olvidar el corsé al punto que hoy me es difícil recordar esa época. Fui finalmente libre para verme como yo quisiera; como niño, como deportista, como hippie, o como una mujer old-fashioned. Fui tantas versiones de mí como quise. Pero lo significativo de esos años: me había desecho del corsé y de sus efectos… ¡Oh! ¡Engaños de los años imberbes y joviales!
Para julio del 2015, tres años después de haberme graduado como profesional, mientras me movían en la camilla para instalarme en el quirófano, miraba a los médicos y a las enfermeras. Me sentía expectante pero “Es insólito –puede no estaba nerviosa. Los médicos me hablaban ser– asumir un corsé, con dulzura, como si cualquiera que sea, me tuvieran que tranpor voluntad propia. quilizar, pero no senAsí como tal vez tía miedo ni me sentía víctima de un mundo lo es asumir una injusto. cirugía estética,
incómodos tacones, rutinas agobiantes de maquillaje, tatuajes o perforaciones ornamentales, tirones, chamuscados o extensiones de pelo“.
Por otro lado, el dolor me perseguía. En mi mocedad lo resolví con medicamentos y amigas genuinas. En lo cotidiano evitaba hacer filas, visitar centros comerciales, comprar mercado, ir a conciertos en espacios abiertos y cargar pesos excesivos.
Estaba en esa camilla, mirando a todos correr, mientras movían máquinas, cables, etc. El anestesiólogo a mi lado. Noté que faltaba uno de los cirujanos y pensé, ¡el colmo de su impuntualidad! Luego miré el techo, inmaculado, prolijo. Un juego de luces amarillas se interponía mientras eran encendidas. Pronto, imaginé una rosa dorada gigante que cubría desde el techo, toda la habitación. Es mi último recuerdo.
Al terminar el colegio los médicos notaron la irreversible desviación de mi columna vertebral y la infructuosa presencia del corsé por lo que decidieron retirarlo para siempre. Sugirieron cirugía pero como el deporte aún era una opción, tardé en llegar a lo que fuera inevitable. Así, en la Universidad, por
Los riesgos de esta cirugía: morir. En una cirugía de columna, además: tocar un nervio y dejar inmovilidad de por vida, se debe tener mucho cuidado en la recuperación ya que un tropiezo, un estornudo, un tosido o movimiento inconveniente puede revertir el proceso y hacer enorme daño.
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En mi proceso, como pueden evidenciarlo, si aún siguen leyendo, no morí. Y para su tranquilidad, si de algo importa, muevo todas mis extremidades, sin habilidad pero con gracia. Cuando desperté estaba en una sala gigante, sola. Alrededor estaban los dos cirujanos y el anestesiólogo. Este último me preguntó, “¿cómo estás?” Yo sólo respondí: “dolor”. De inmediato me inyectó algo mágico con efecto celestial. Luego los otros médicos me miraron, sonrientes y mientras se alejaban apurados oí que dijeron: «fue un éxito, casi no hubo sangrado». Supongo que es bueno, pensé y luego, quedé sola. Sentía mi cara hinchada, pesada. Con dolor en mi espalda, mis brazos, conectados a líquidos y a máquinas. Sin embargo me sentía serena. Los días siguientes fueron de intenso dolor, al hablar, reír, gestionar cualquier movimiento. Tiempo de aprender a caminar de nuevo, de verme en mi absoluta fragilidad, con una permanente sensación de desbaratarme en un impertinente paso en falso. Heredo una herida de treinta centímetros que me exige a gritos no olvidar. Hoy vivo un dolor distinto, la molestia continúa, tengo una sensación de que algo extraño me acompaña en cada movimiento. La recuperación es de doce meses, pero los cuidados son para toda la vida. En mi cuerpo porto la cicatriz como reflejo de batallas, de un pasado sujeto a una prisión y luego, a una cirugía que marcaría mi cuerpo y liberaría mi vida para siempre. En el espejo aprendo a observarme con un amor maternal y empiezo a reconocerme. Ahora sé contemplar en mi cuerpo belleza. ¿Existe una belleza legítima en tiempos cortesanos o en tiempos globalizados? ¿En la modernidad o en la posmodernidad? No lo creo. ¿Una Belleza Otra? Tal vez. Con corsés o sin ellos, incluso con dos varillas y diez tornillos de titanio que rodean ocho vértebras y las atraviesan. Puede ser. Algunas bellezas se sostienen de ahí y ciertas
pieles con su sabiduría corroboran eso que algunas, a veces, sólo comprendemos con invasivas experiencias. Finalmente, todo esto para seguir pensando ¿a qué belleza me refiero cuando pienso en mi historia o en mi cuerpo cuando siento mi cicatriz? ¿Qué quiero contar cuando hablo del corsé? Sigo creyendo como hace un año que la belleza y la percepción del cuerpo corresponden a un proceso indeterminado, es inacabado, no pertenece a épocas, tampoco a tendencias fashionistas, con menor razón a patrones estéticos patriarcales o sexistas, religiosos o culturales. La belleza y el cuerpo no se perciben únicamente con los sentidos, son una expresión compleja de la propia existencia, apilan experiencias, dolores, pérdidas, descubrimientos. Hoy finalizo este escrito, nuevamente, escuchando Invierno Porteño de Piazzolla, de regreso a esa tarde de septiembre en la que con enorme dificultad me senté por primera vez a escribir sobre mí. Y hoy agrego un par de letras más para seguir descubriendo eso que se revela a través del dolor, de las experiencias, de la contemplación, de la escritura, del tiempo. Por eso siempre estoy escribiendo mañana. De la belleza, ellas. Del dolor, un corsé.
Xiomara V. Suescún Si alguna vez he creído saber quién soy, fue en los días siguientes de la cirugía de columna que viví. Fue el momento en el que tuve la certeza absoluta de saber que yo era esas tardes de sol en guayacán, esas tardes de julio que se colaban por la ventana de la habitación donde me recuperaba entre el dolor y la plenitud. Ni el nombre, ni la profesión, ni el pasado, ni el futuro. Eso lo había perdido, a buena hora, y debo decir que jamás me he sentido más libre como en esos días. Si me preguntan, tengo un año de existencia y siempre estoy escribiendo mañana.
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Cachetes de
marrana
flaca valentina montoya robledo
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e
l peso siempre ha sido un tema importante para mí. Mi mamá y Rosi –mi segunda mamá– me decían “gordita”, por cariño, cuando yo era chiquita. En esa época, cuando mi mamá me decía Valentina, sentía que me estaba regañando y la corregía: “Valentina no, ¡gordita!”. Era una manifestación de amor que poco tiempo después se transformó en una fuente de sufrimiento.
día porque en mi cabeza siempre voy a estar “gordita”. Esto no me pasa solamente a mí sino a muchas mujeres que me rodean. La mayoría son latinas, de una clase social específica, que valoran los cuerpos flacos porque la sociedad y los medios les han enseñado que la gordura es símbolo de pereza, de mala alimentación, y, sobretodo, de fealdad. Para muchos y muchas es inconcebible que una mujer gorda pueda ser bonita.
Recuerdo que, apenas entré al colegio, un niño me empezó a molestar en el patio de juegos diciéndome “cachetes de marrana flaca”. ¿Qué tenían de malo los cachetes redondos de una niña de 5 años? A los 8 años, mi mamá me llevó a la nutricionista para empezar mi primera dieta. Tuve que dejar de comer los Choco Krispis, que amaba, porque estaba “gordita”. Mientras mis amigas comían papás de limón y chocolates, yo tenía que comer frutas y galletas endulzadas con aspartame. ¿Qué tenía de malo mi cuerpo? ¿Por qué era peor que el de las otras niñas de mi edad?
Mi mamá, por ejemplo, sólo se tomaba un jugo de naranja al desayuno y otro a la comida porque “estaba muy gorda”, aunque siempre ha sido flaca. Tengo una amiga que a los 15 años hizo una dieta que la llevó a la anorexia, y todo para que el niño que le gustaba le “parara bolas”. Otra que llegó a pesar 40 kilos, porque se obsesionó con la comida saludable. Una amiga vio a su mamá toda la vida haciéndose cirugías y dietas yoyo, y optó por su salud; pero siente que otras mujeres observan su cuerpo de arriba a abajo y lo comentan cada vez que pueden. Conozco a otra que se adelgazó después de una tusa y a quien su familia halagó más por estar flaca que por lo libros publicados o por haber entrado a Harvard. Y un par más que no querían subir de peso durante el embarazo, que sus esposos ya no se interesaban en ellas como antes y, al mismo tiempo, se sentían culpables por no ser buenas mamás.
De ahí en adelante no he parado de hacer dietas. Las he hecho todas: la del atún y la piña, la de los trece días, la de las proteínas, las que me inventé y todas las que me dijeron. Tuve una época, a los 15 años, en la que no me comía un solo dulce ni una harina. Y otra, a los 19, en la que me adelgacé hasta que las costillas se veían en mi espalda. Los comentarios bienintencionados en mi familia y los piropos de mis amigas siempre han estado ligados a mi peso: “como estás de flaca y de linda”, “podrías rebajar un par de kilitos y quedarías perfecta”, o “a las gordas no las quieren sino los papás”. Aunque ahora soy más responsable con mi alimentación y las dietas suicidas quedaron atrás, no he dejado de preocuparme un solo
Tengo ahora muchas amigas que acaban de tener bebés y sufren por “no tener el cuerpo de antes” o por adelgazar a como dé lugar. Esas son sólo algunas historias que con lágrimas en los ojos me han contado quienes me rodean. Yo me siento mal por seguir preocupándome por el peso cuando sé que es una construcción social Cuando he aprendido a
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“Para muchos y muchas es inconcebible que una mujer gorda pueda ser bonita” aceptar lo bueno y lo malo que tengo, cuando me dedico a trabajar con mi cabeza y no con mi cuerpo y cuando estoy segura de que mi atractivo va más allá de tener medidas de modelo. Esa obsesión con el cuerpo para mí es un sufrimiento que me cuesta admitir; y es precisamente dura, porque yo critico la superficialidad y la visión de las mujeres como simples objetos decorativos. Y sin embargo sigo preocupada por la apariencia más simple: mi peso. El peso para mí, y para muchas otras, es una fuente de control. Cuando mi vida parece descarrilarse, cuando me enfrento con problemas que no puedo resolver, sé que tengo mi peso en mis manos. Es la forma en la que vuelvo a tomar las riendas de mi destino, aunque sea a costa de hacerme daño. Es algo completamente irracional que me invade, que sé que está mal, que va contra todo lo que creo y que, no obstante, inunda mis pensamientos y no me permite apreciar de verdad la belleza que está en mí ni en cada una de las mujeres que me rodean. Mientras lucho contra este monstruo que aparece y desaparece en mi vida, y observo cómo embruja a mujeres perfectas y exitosas que comparten muchos de sus sueños y preocupaciones conmigo, sólo me queda esperar que seamos las últimas de una cadena de mujeres que no logran amarse totalmente. Que compran la idea de los me-
dios de comunicación, que nos dicen que nuestro valor está en nuestra apariencia, y en frases tan irónicas como que las mujeres bonitas –y por supuesto esto sólo incluye a las flacas– son las que tienen una buena vida. Que replican este sufrimiento con sus hijas y nietas, menospreciando sus logros, su agilidad, su destreza y su inteligencia por unos rollitos en la barriga o unos cacheticos redondos. Tengo el propósito de no volver a halagar a las hermosas mujeres que me rodean refiriéndome a su peso. He hecho el pacto con mis amigas de que no lo vuelvan a hacer conmigo. Estoy a la tarea de exponer esta angustia que parece muy superficial, pero que marca muchas de mis prioridades y mis formas de controlar lo incontrolable . Desgraciadamente, también las de millones de mujeres en el mundo. De verdad, espero que valoremos a las niñas que apenas empiezan a crecer por su humanidad y su corazón, y no por la talla de sus pantalones.
Valentina Montoya-Robledo Activista por los derechos de las trabajadoras domésticas y sexuales. Feminista. Candidata a Doctora en Derecho, Universidad de Harvard.
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matrimonio igualitario SENTENCIA SU-214/2016
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112 Las palabras, el Estado y el amor Diana Marcela Solano
116 Celebrar con moderaciĂłn: resaca y matrimonio gay AndrĂŠs Valero
LAS PALABRAS, EL ESTADO [
EL AMOR diana marcela solano
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er homosexual supone vivir infinidad de experiencias particulares que probablemente un heterosexual jamás vivirá. Algunas se repiten una y otra vez hasta convertirse en lugares comunes, como sucede con las situaciones de rechazo, actos de desconfianza, miradas curiosas y morbosas. Con el tiempo, se comprende que el rechazo puede adoptar diferentes formas y entonaciones: está el típico rechazo consciente y explícito, aquel que se defiende y promulga con argumentos, que van desde la religión hasta la biología, pero también está el juicio inconsciente de la persona que observa sin comprender del todo, sin saber qué hacer con esta gente de gustos extraños. Hablo de las personas que creen que está mal discriminar, que no hay razones lógicas para sentir prevención o antipatía, pero en el fondo de su sentir, o querer sentir, persiste un rumor que insiste en que algo no está bien. Es posible que para algunas personas sea bien difícil imaginarse lo que implica ser homosexual, de manera que un conjunto de historias, mitos urbanos, imágenes de cine y televisión, colman los vacíos de eso que no se imaginan: las ilustraciones del libro confuso que es el otro ser desconocido y extraño. Por eso, algunos homosexuales y heterosexuales luchan contra los referentes prejuiciosos y dañinos que atacan aquello que es diferente o particular, porque saben que tienen el poder de completar las ausencias de la imaginación. Es difícil elaborar una reflexión sobre comprender y aceptar lo inexplorado con palabras jurídicas. Pertenece, creo yo, a otros campos del lenguaje. Pero el lenguaje jurídico tampoco es ajeno a este tipo de reflexiones. Sirve, entre otras cosas, para traducir algunas de esas experiencias infinitas en intereses fáciles de comunicar y de transar con los políticos y los burócratas que integran el Estado. Un Estado que, a su vez, utiliza palabras y entonaciones jurídicas para contarle historias a los ciudadanos sobre la
vida de los homosexuales y lo adecuado o inadecuado de sus prácticas. Algunos ciudadanos le creen al Estado, otros no, pero un buen observador no subestima el contenido de estas historias. En lo que sigue quiero hablar sobre las palabras que la Corte Constitucional ha utilizado para describir la situación jurídica de las personas homosexuales; palabras que reflejan las diferentes formas del rechazo implícito o explícito que mencioné al inicio de este escrito. En 1994 el Estado colombiano era, como mínimo, indiferente a las experiencias de rechazo y exclusión que vivían las personas con sexualidades diversas. Las tutelas negaban en todas las instancias los derechos de personas homosexuales que eran expulsadas de colegios y fuerzas armadas porque “sus actos no se ajustan a las normas de comportamiento social y escolar”1. Incluso, hubo sentencias que llegaron a reproducir estereotipos populares, como sucedió en la sentencia C-098 de 1996, en la que el Magistrado Beltrán Sierra defendió la norma que prohibía a los homosexuales ser profesores de colegios públicos con el siguiente argumento: “el legislador adoptó esa norma como una medida de protección a niños y adolescentes, entre otras cosas porque, como ya lo había dicho la fábula de Pombo, ‘donde haya queso no mandéis gatos’, que bien se compagina con la sabiduría popular, la cual también tiene entendido que la ocasión hace al ladrón’”. Aunque desde el principio hubo magistrados que desplegaron fuertes críticas contra estas sentencias, hasta 1997 la Corte envió un mensaje similar al que defendió el gobierno de Bill Clinton en los años 90 con su política popularmente conocida como “don`t ask, don`t tell”. Durante esta época, la historia jurídica concluía
1. Sentencia T -569 de 1994. Magistrado Ponente: Hernando Herrera Vergara
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...LA CORTE EVITÓ USAR LA PALABRA “HOMOSEXUALISMO” EN SUS SENTENCIAS, QUE HACE REFERENCIA A UN TRASTORNO... que el único culpable del rechazo social era el mismo ser diverso, quien al no adecuarse a un comportamiento convencional se sometía a sí mismo al escarnio público. Con el tiempo, el discurso cambió: la Corte evitó usar la palabra “homosexualismo” en sus sentencias, que hace referencia a un trastorno, y en su lugar decidió hablar de “homosexualidad”, que connota opción de vida. Las personas diversas no podían ser expulsadas de las instituciones, pero tampoco tenían derechos como pareja. Se les decía que eran “iguales pero diferentes”,. Tan diferentes que estaban condenadas a ser novias o novios por siempre. Así, en el 2001 aparece por primera vez la discusión sobre el “tipo de familia” que protege la Constitución, y concluye que la interpretación adecuada al tenor literal de la disposición es que la familia que pretende “proteger el constituyente es la monogámica y heterosexual”2. La Corte no podía decir que era permitido discriminar a las personas diversas, pero tampoco llegaba a respetar sus elecciones. La pareja homosexual era una pareja sin derechos y excluida por completo del ordenamiento jurídico. Posteriormente, entre los años 2007 y 2011, la Corte Constitucional le puso fin al problema de “discriminación implícita” que vivían estas parejas y les permite declarar su unión ante el juez o notario, así como reclamar
2. Sentencia C-814 de 2001. Magistrado Ponente: Marco Gerardo Monroy Cabra.
los derechos patrimoniales que de este acto se derivan. Entonces, nuevas experiencias, antes negadas, se presentron en las vidas de las personas homosexuales: en el 2011 asistí a la primera fiesta que celebraba la declaración de una unión marital entre dos mujeres. Todos los presentes le pusimos el nombre de matrimonio y la celebramos como tal. Hubo comida, músicos y baile. Las protagonistas, una amiga y su compañera (ahora su esposa), estaban felices de celebrar su nuevo vínculo jurídico, entre otras razones porque una de ellas estaba desempleada y necesitaba atención médica. Una vez declarada la unión, pudo acceder a los servicios de salud como beneficiaria. El 2011 también fue el año en que la Corte Constitucional reconoció lo débiles que eran sus argumentos para sostener que las parejas heterosexuales eran diferentes a las homosexuales. Hasta entonces, los magistrados afirmaban que la familia homosexual era diferente porque no tenía la “posibilidad latente” de procrear y porque era función del Congreso repartir las cargas y los derechos entre los diferentes “grupos de debilidad”. Pero tras varios proyectos de ley archivados que no lograron pasar el segundo debate, la Corte finalmente comprendió que el Congreso no estaba interesado en compensar dicha discriminación implícita, también llamada omisión legislativa, y consideró que no había justificación para sostener el trato excluyente. Entonces, le fijó una fecha límite de dos años a este organismo para que legislara sobre el tema. Como no legisló, la Corte asumió de nuevo otro debate sobre cómo nombrar el mundo: ¿“matrimonio” o
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“unión solemne”? Para muchas personas, me incluyo, la figura de la unión solemne “rascaba donde no pica”: ya existía la formalidad de la unión libre y nada más solemne que el tradicional y sagrado contrato civil de matrimonio. El que quería solemnidad la quería completa, el que no, le tenía sin cuidado el nombre. Los magistrados estuvieron de acuerdo con este razonamiento: la palabra fue matrimonio. La adopción homoparental recorrió otro camino. Podría afirmar que a la Corte nunca le interesó proteger los derechos de los homosexuales en ese terreno políticamente espinoso. Consideraba que el único responsable de tomar esa decisión era el Congreso de la República. Sin embargo, el famoso caso del periodista norteamericano Chandler Burr en el año 2012, hizo que la Corte pusiera sobre la mesa un argumento que hasta ese entonces había sido utilizado por abogados y activistas sin ningún resultado: el interés superior del menor. La interpretación de este concepto jurídico tuvo un giro de 180 grados al ser resignificado por la Corte en un periodo de 11 años. En el 2001, esta corporación manifestó que la adopción homosexual no podía suceder en Colombia porque iba en contra de la “prevalencia del interés superior del menor” y, sin ningún tipo de estudio, consideró que tener dos papás o dos mamás era una situación perjudicial para el ser que se está formando. Once años más tarde, en el caso Burr, manifestó que “la opinión del niño, niña y adolescente siempre debe tenerse en cuenta, y su ´madurez´ debe analizarse para cada caso concreto, es decir, a partir de la capacidad que demuestre el niño, niña o adolescente involucrado para entender lo que está sucediendo”3. Este giro en el discurso les cedió a los niños las riendas del debate. Por ello, en las sentencias de 2014
3. Sentencia T-276 de 2012. Magistrado Ponente. Jorge Ignacio Pretelt.
y 2015, la Corte les envía pistas claras a los abogados y activistas sobre los términos en que se debía debatir la adopción homosexual en esta ocasión. Una vez perfilado el debate con las palabras correctas, enfocadas a la protección de los menores y no de los homosexuales, se obtuvieron las mayorías necesarias para la extensión de este derecho. Es evidente que mi relato sobre las palabras de la Corte tuvo un tono de progreso, un tufo a evolución. Si bien recibe con gratitud las críticas de aquellos que nos recuerdan las batallas que faltan por ganar, así como de aquellos que cuestionan el sabor de victoria que sentimos algunos de nosotros ante la posibilidad de que las personas homosexuales se puedan casar y tener hijos, reivindica, sobre todas las otras descripciones de esta historia, la felicidad de aquellos que ahora pueden materializar un proyecto de vida que antes le estaba negado. La felicidad de encontrar un nuevo paquete de palabras jurídicas que entierran al antiguo “inadaptado” o “anormal”, y en su lugar, reflejar la capacidad de los burócratas y políticos de comprender que los sentimientos y necesidades de ese otro extraño no son ajenas a las del ciudadano heterosexual promedio, y que unos como otros pueden compartir las convenciones legales del amor. Festeja con las mujeres y los hombres homosexuales deseosos de ser llamados esposo y esposa, con las nuevas frases que aterrizan en las ceremonias transportadas por paracaídas jurídicos, como “los declaro marido y hombre” y “que vivan las novias”. Frases que van a reverberar en las nuevas historias, jurídicas o no, que están por contarse.
diana marcela solano Abogada de la Universidad ICESI de Cali. Profesora tiempo completo de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad ICESI. Máster en Sociología de la Universidad del Valle y Máster en Derecho de la Universidad ICESI.
Celebrar con moderación: resaca y matrimonio gay
andrés valero l .
comienzos del mes de abril, la Corte Constitucional terminó la disputa y la indeterminación que existía en torno al contrato al que las parejas del mismo sexo deberían acceder para solemnizar su unión. En 2011, la Corte resolvió que el artículo 113 del Código Civil, que indicaba que el matrimonio era un contrato entre un hombre y una mujer que se unen para procrear, era constitucional. Sin embargo, la Corte exhortó al Congreso para legislar, dentro de un término de dos años, de forma completa y sistemática sobre las uniones civiles para las parejas del mismo sexo. En el punto quinto de la parte resolu-
tiva de esa sentencia, la Corte indicó que si el Congreso no legislaba en esos dos años, “las parejas del mismo sexo podrán acudir ante notario o juez competente a formalizar y solemnizar su vínculo contractual”. En consecuencia, quedó el interrogante si, una vez cumplidos los dos años, las parejas del mismo sexo podrían pedir al notario o juez que se les hiciera un contrato de matrimonio o, por el contario, sólo podrían pedir un contrato solemne y formal, pero distinto al matrimonio. Cumplidos esos dos años nunca se legisló sobre el tema. Las parejas se fueron a casar y algunos notarios y jueces accedían al matrimonio, pero otros ofrecían un contrato distinto. Esta eventua-
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lidad generó, entre otros, un problema de igualdad, pues algunas parejas accedían al matrimonio y otras no. Esto traía no solamente debates de derecho constitucional (si la Constitución o la sentencia de la Corte requería o no que los gais pudieran acceder al matrimonio), sino también problemas de tipo ético. Un planteamiento interesante a este respecto, por ejemplo, era qué tanta consideración y respeto se estaba mostrando hacia estas personas al no dejarle acceder a una figura legal como el matrimonio. Desde un punto de vista constitucional, como suele suceder, el debate estaba entre posiciones “conservadoras” y “progresistas”. La primera de estas indicaba que la Corte no fue explícita en afirmar que los gais se pueden casar y acceder al matrimonio. Por lo tanto, los jueces (que son funcionarios públicos) y notarios (que son personas privadas con funciones públicas) estarían extralimitándose en sus funciones al hacer algo que no está explícitamente permitido.
“... los jueces y notarios que casaran a los gais no harían nada indebido, pues sólo estaban cumpliendo lo estipulado por la Corte Constitucional”
Por el otro lado, las posiciones “progresistas” planteaban que la Corte, aunque no indicó que los gais se podían casar en la parte resolutiva de la sentencia, sí había hecho varias menciones a lo largo de la sentencia sobre la legitimidad de las uniones homosexuales, que las parejas gais sí conforman familia y que tales uniones son dignas de protección. Por ende, los jueces y notarios que casaran a los gais no harían nada indebido, pues sólo estaban cumpliendo lo estipulado por la Corte Constitucional. En estas líneas no trataré de dar argumentos a favor o en contra de la posición “conservadora” o la “progresista”. Por el contrario, trataré de esbozar algunas preguntas sobre este evento político y constitucional usando algunos conceptos construidos en una corriente académica que se ha denominado el grupo la modernidad/colonialidad o, simplemente, como la decolonialidad. Específicamente propondré una forma decolonial de pensar este problema, en contraste con la forma colonial desde la que se ha venido abordando el asunto. Todos nosotros, de una u otra forma, pensamos de forma colonial en múltiples ocasiones: al sentir satisfacción que el Fondo Monetario Internacional felicite a Colombia por sus buenos manejos de la macroeconomía; cuando nos satisface que las bebés sean vestidas de rosado y los bebés de azul; cuando los niños juegan al papá y a la mamá, y la niña es la mamá y el niño es el papá; cuando oímos que alguien (generalmente afrocolombiano o indígena) “mejoró la raza” por haberse casado con un “blanco”; cuando decimos que alguien que no es afro o indígena es “blanco”; o cuando sentimos que saber de “música clásica” es más valioso que saberse los nombres de los artistas de reguetón. En general, todas estas formas de pensar son coloniales porque hacen natural un hecho que, lejos de serlo, es contingente. No
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“No es natural que los niños deban vestirse de azul y las niñas, de rosado; tampoco lo es que los seres humanos estemos divididos en razas, que tener ciertas características físicas sea mejor que tener otras, ni que haya personas ‘blancas’...” es natural que los niños deban vestirse de azul y las niñas, de rosado; tampoco lo es que los seres humanos estemos divididos en razas, que tener ciertas características físicas sea mejor que tener otras, ni que haya personas “blancas”, ni en Europa ni en Colombia; tampoco lo es que la música clásica sea “más culta” que el regueton. Finalmente, quizás las directrices del FMI sean técnicamente incorrectas o estén mal calculadas o sean moralmente incorrectas. Estos ejemplos, y sus contraejemplos, hacen visible que existe una naturalización de una relación de poder entre las personas, los territorios o los saberes. Si tomáramos distancia y viéramos que no hay nada natural en que las niñas se vistan de rosado y sean dóciles, nos daríamos cuenta de que, en este ejemplo, existe una relación de poder sobre las mujeres, diciéndoles qué vestir, cómo actuar y qué no hacer. Esto es pensar decolonialmente: es hacer visibles y dudar de estas naturalizaciones, mostrando que lo natural es, de hecho, accidental. Es imaginar y construir un mundo donde las personas, los territorios o los saberes sean sometidos a una estratificación en la que el ideal regulativo sea ser o parecerse más a aquellos que califican a los demás y se dan a sí mismo el derecho a calificar. Se trata, en síntesis, de destruir lo natural de categorías como primer mundo/tercer
mundo, blancos/afros, hispánicos, asiáticos, heterosexual/homosexual, hombre/ mujer, civilizado/barbárico. Quisiera entonces proponer una forma de pensar decolonialmente en el caso del matrimonio gai, y también en el caso de la adopción homoparental. Asumiendo el riesgo de ser catalogado como aguafiestas, tal como se abuchea a la persona que intenta atenuar la fiesta para evitar que los vecinos llamen a la policía, quisiera interrogar si las personas gais no están (estamos) celebrando un evento que quizás, pensándolo dos veces, sería más bien un riesgo o un peligro. Para ello, echaré mano de los conceptos de colonialidad cultural, colonialidad del ser y diferencia colonial. El primero de estos conceptos hace referencia a la captura del imaginario del colonizado. Así, la colonialidad cultural no es la imposición violenta y directa de las formas de significar o ver el mundo de los colonizados, sino la transformación velada y subrepticia. Un ejemplo podría ser el desuso o, si se quiere, desprestigio en que han caído ciertas costumbres a causa del prestigio del que gozan ciertas expresiones culturales que se podrían denominar como de “la alta cultura”. Es común que todos nosotros escuchemos o disfrutemos de música como la salsa, la
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cumbia, etc. o que vayamos al cine para ver películas de acción; sin embargo, es común escuchar o coincidir en que el vals, la ópera o el teatro son manifestaciones más elevadas, cultas, o nobles, aun cuando las encontremos tremendamente aburridas. Nadie ha impuesto violentamente el vals o la ópera, pero lo que ha pasado es que han jerarquizado las expresiones culturales, de tal modo que se valoran más las provenientes de Europa o de Occidente. La colonialidad del ser opera a través de la inferiorización de las personas por ser diferentes (diferentes a aquellos que jerarquizan y con el suficiente poder para ponerse como criterio de comparación: los europeos, los heterosexuales, los blancos, etc.). Un ejemplo usual de esta inferiorización es cuando se le pregunta a una madre embarazada qué haría si el feto que tiene en el vientre resultar ser lesbiana, homosexual o transexual en un futuro. Las reacciones que uno esperaría serían de ofensa (cómo se le ocurre a uno hacer semejante pregunta), de incomodidad, o de confianza en que eso no pasará. Uno podría decir que incomodidad se relaciona con el hecho de que el patrón de corrección es la heterosexualidad y todo aquello que se separa de ello se considera incorrecto y desviado. Sin embargo, creo que lo que se desvalora no es la tendencia sexual en sí, sino al ser que “tiene” esa tendencia. No se desprecia al homosexualismo como tendencia abstracta y general de sentirse atraído por alguien del mismo sexo y género, sino a la persona que se atreve a “tener” esa tendencia. La colonialidad del ser ha operado histórica mente sobre las comunidades afro o indígenas, sobre todo si nos acordamos de aquellos debates en la colonia sobre si los indígenas tenían alma o cuando escuchamos las frases “no sea indio” o “mucho indiazo” en forma despectiva. Cuando escuchamos que alguien “blanquió” a su descendencia
o “se blanquió”, generalmente se usa como dando a entender que una persona ha “ascendido” en la escala racial. Lo que se pone en tela de juicio en estos casos es la calidad de humano o de igual de aquellos que son diferentes. Eso nos lleva a la diferencia colonial, que es aquella experiencia que sienten (las personas subalternas que sentimos) cuando, a causa de la colonialidad del ser, se pone en juicio nuestra humanidad: cuando un latino es discriminado o humillado por ser tal en Europa, cuando un homosexual tiene que fingir heterosexualidad, aun haciendo piropos machistas sobre las mujeres, cuando personas afro tienen que soportar que un comediante los retrate como torpes o perezosos, o cuando un indígena escucha que “se lo engaña con un espejo”. ¿Qué tiene que ver esto con que los gais se puedan casar ahora? ¿No es acaso una victoria, una reivindicación de nuestra hu-
“No se desprecia al homosexualismo como tendencia abstracta y general de sentirse atraído por alguien del mismo sexo y género, sino a la persona que se atreve a ‘tener’ esa tendencia”.
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“... que la Corte Constitucional diga que los gais son familia, que se pueden amar, cuidar y apoyar de la misma forma que los heterosexuales es algo muy poderoso en términos simbólicos” manidad? Quizás, quizás no. Para empezar este punto, quisiera afirmar que las gais y lesbianas no se quieren casar simplemente por un “embeleco”. De hecho, es usual escuchar o leer que gais y lesbianas “quieren parecerse” a los heterosexuales o “que no se satisfacen con los derechos que ya tienen”. Mi creencia es que uno de los motivos por los que las parejas del mismo sexo se quieren casar, más allá de un embeleco puntual que algunas parejas fervientemente enamoradas pudieran tener, es por el deseo de reafirmar normalidad, sanidad y decencia, en oposición a los motes de infieles, lascivos o enfermos que generalmente se usan en contra del colectivo LGBTI. Mi intuición es que mucha de la energía que se invierte en estas luchas es que las personas gais y lesbianas se quieren casar para “demostrar” que son igualmente capaces, normales y decentes que los heterosexuales.
La lucha con la discriminación es importante y, como lo dice Julieta Lemaitre, que la Corte Constitucional diga que los gais son familia, que se pueden amar, cuidar y apoyar de la misma forma que los heterosexuales es algo muy poderoso en términos simbólicos. No obstante, esta no es solamente una lucha contra la discriminación, sino también una lucha para darle sentido a la vida: darle un sentido normal a una vida que es normal, en oposición al discurso que dice que vivir como LGBTI es anormal y que ser LGBTI es anormal. Con esta premisa, esta insistencia en el matrimonio me deja la pregunta: ¿no será que el colectivo LGBTI se está, tal vez, dejando capturar su imaginario por las formas y prácticas heterosexuales? ¿No estaremos renunciando a formas distintas de ver, disfrutar, sufrir, vivir las relaciones amorosas y darles un sentido importante? No digo que haya una esencia diferenciadora entre homo y heterosexuales, ni que de esa esencia se deban derivar ciertas formas o prácticas institucionales. Lo único que digo es que la sexualidad y las relaciones humanas son tan complejas que quizás sea apresurado amarrarnos a una de ellas. Siendo el amor tan salvaje como es, ¿por qué comprometernos al matrimonio para gestionar nuestro amor? ¿No será más emancipador vivir en los intersticios y disfrutar de la no-regulación con la esperanza de que nuestra rebeldía ayude a que la institución del matrimonio se resquebraje? ¿Y si mañana pensamos en matrimonios de tres, de cuatro o de ninguno? ¿Es muy exagerado imaginar una idea tan amplia de solidaridad y amor que no se necesite de un papel que me diga que debo cuidar a la o las personas que yo amo? ¿Será imposible pensar que podremos cuidar de cualquier niña, sea de quien sea, venga de donde venga y viva en donde viva, sin necesidad de decir que es “mi hija”?
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“...esta no es solamente una lucha contra
la discriminación, sino también una lucha para darle sentido a la vida: darle un sentido normal a una vida que es normal...” Créanme, no soy libertino ni justifico la infidelidad (en la mayoría de los casos). Sólo intento hacer visible una agenda más larga y dolorosa, pero con mayor emancipación. Si queremos subversión o emancipación habría que pensar si la lograremos ante un notario o juez, diciendo “hasta que la muerte nos separe”. Tampoco es mi intención decir que los homosexuales tienen una forma esencialmente distinta de significar la realidad y que haya que defender ese imaginario homosexual de la “heterosexualización” de mundo. Lo que sí quiero interrogar es si, siendo tan diverso el campo sexual como lo es, es adecuado o no que exijamos que se nos permita casar. Quizás nos arrepintamos (o las generaciones futuras nos saquen esto en cara) cuando la tía viejonga nos pregunte “¿y su matrimonio para cuando?” o cuando un hombre o mujer homosexual tenga que aguantar los cuchicheos sociales
de “algún guardado tendrá desde que no se ha casado”. Si las personas LGBTI quieren (queremos) dignificar nuestra vida, demostrar decencia, quitarnos los motes odiosos, en síntesis, si queremos que se nos valore como iguales a los demás en nuestra humanidad, quizás casarnos y adoptar no sea la mejor manera. Eso sólo hará trasladar la burla y odio social a aquellos que no quieran o no puedan casarse o adoptar. Si estamos cansados de que se nos rechace por ser diferentes, creo yo que la mejor forma de defendernos es reivindicar nuestra diferencia. Si queremos demostrar honestidad y decencia, creo que debemos optar por otras formas de hacerlo sin necesidad de caer en el juego de demostrar que los gais y lesbianas también son buenos “padres y madres de familia”. Cuando se nos pregunte si queremos casarnos y adoptar, creo que deberíamos responder, retomando a Mignolo, diciendo “no, gracias pero no. Mi opción es decolonial”.
BIBLIOGRAFÍA CITADA:
LEMAITRE J. (2009), El derecho como conjuro: fetichismo legal, violencia y movimientos sociales, Siglo del Hombre Editores, Universidad de los Andes, Bogotá. MIGNOLO W. (2007), La idea de América Latina, Editorial Gedisa S.A., Barcelona. RESTREPO E. y ROJAS A. (2010), La inflexión decolonial, Universidad del Cauca, Popayán.
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se le tiene... 124 Cómo ser mujer Viviam Unás
126 Gabriela Castellanos y su novela Jalisco Carmiña Navia
127 En diciembre llegaban las brisas Catalina Ruiz-Navarrro
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128 Vida hogareña Margarita Cuéllar
136 Notches Raúl Necochea Nicoles Pacino Hanni Jalil
132 Sarah Kane o el pasado de la explosión violenta a la reflexión interior Maria del Mar Ariza
130 La guerra no tiene rostro de mujer Maria Eugenia Ibarra
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Cómo ser mujer Caitlin Moran viviam unás camelo
“Cómo ser mujer” podría definirse como un ensayo autobiográfico. Un ensayo frívolo, deliciosamente escrito, que con seguridad no obtendría la aprobación de la academia más ortodoxa. Y, sin embargo, se trata de un ensayo en el significado radical de la palabra: Caitlin Moran pone a prueba, ensaya, risueña y en ocasiones indignada, sus apuestas feministas. Las triviales, las profundas. Ya antes Moran nos había sorprendido con su novela autobiográfica “Cómo se hace una chica”, en la que narra sus aventuras como una adolescente con sobrepeso en la Inglaterra de los 90. “Cómo ser mujer”, en cambio, se centra en sus experiencias más adultas y, por ello mismo, en las menos heroicas. Ya no estamos ante la precoz muchachita que dejó la escuela para hacerse escritora de The Observer. La Moran de este libro es una mujer en
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sus 30, que desprecia el feminismo políticamente correcto, defiende la contratación de mujeres para el servicio doméstico –“Si una mujer de clase media se compromete en una causa antifeminista al contratar a alguien para que le haga la limpieza, ¿debemos considerar que un hombre de clase media está apoyando la opresión de clases al contratar a un fontanero?”– y, pese a su estatuto de madre y mujer debidamente casada, desdeña de lo uno y de lo otro. Sobre ser madre dirá que se trata de “un compromiso mínimo de dieciocho años a tiempo completo, más otros cuarenta años de preocupación a tiempo parcial”. Y sobre la obsesión femenina con las bodas, asegura: “Cuando oigo que una mujer dice que el día de su boda va a ser/fue el mejor de su vida, no puedo evitar pensar “no has tomado suficiente éxtasis en un prado a las tres de la mañana””. De fondo se trata de un libro que –en ritmo Cosmopolitan, pero con brillantes destellos poéticos– enfrenta las tensiones en apariencia más banales de ser mujer, madre, burguesa, feminista. La Moran elude los dilemas intersectoriales que tanto nos desvelan a las cientistas sociales hoy en día. Su libro no dice nada de las mujeres negras, de las mujeres pobres. Nos habla, en cambio, de la depilación (“nos están obligando a pagar por el cuidado y mantenimiento de nuestra entrepierna como si se tratara de un jardín de la comunidad. Es un impuesto oculto. El IVA del coño”), los tacones (“Sólo hay diez personas en el mundo, increíbles, que deberían realmente llevar tacones. Y seis de ellas son drag Queens”), sus pechos (“A mis 35 años mis pechos son todavía como melocotones. Pero la clase de melocotones que se encuentran en el fondo de un bolso (…) el tipo de melocotón que mirarías con reservas en el supermercado”). Reflexiona también sobre la pornografía, Lady Gaga, los techos de cristal, la comida y en un capítulo conmovedor, sobre el aborto. Sus abortos. Porque todo el tiempo habla de sí. Desde sí. Y he ahí donde residen los principales afectos o rechazos que puede recibir su libro. Yo me quedo con los primeros. Como lectora, aprecié su desenvoltura, sus soluciones contradictorias a un feminismo “real”, como dirían los marxistas, que se hace de decisiones cotidianas frente al sexo, la estética del cuerpo, las compras en el supermercado. La Moran no resulta provocadora. Sin dudas lo son más Judith Butler o Paul B. Preciado. En contraste, Caitlin Moran divierte, hace reír y riendo descubre una que hay algo extraordinariamente rockero y chispeante en hacerse una “feminista exaltada”. No es un libro que recomendaría a alguien que piensa hacer su tesis en perspectiva de género. Pero, en cambio, se lo daría a leer a las hijas de todas mis amigas, y se lo daré a leer a mi hijo en su momento, porque espero que logre entender, que entiendan, que esto de ser feministas sólo tiene sentido si estamos dispuestas a hacer del mundo una fiesta, como invita Caitlin Moran: una fiesta sin patriarcados, en el que las mujeres puedan bailar como les venga en gana y elegir, libre y dichosamente, la banda sonora de sus vidas.
Vivian Unás Camelo Profesora tiempo completo, de la Universidad Icesi. Si volviera a vivir pediría que la juntaran con la misma gente (bueno, casi, casi con la misma gente).
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Gabriela Castellanos y su novela Jalisco Es difícil hablar en pocas líneas de esta mujer inabarcable. Profesora de la universidad del Valle, activista feminista, pionera en Cali de estas lides. Fundadora del Centro de Género, Mujer y Sociedad, de la misma universidad. Ensayista y crítica literaria ha reflexionado a fondo sobre la relación entre la mujer y la escritura, reflexiones que recoge en varios de sus artículos y libros, entre ellos La mujer que escribe y el perro que baila. Como poeta ha publicado varios libros en los que se puede seguir su evolución y madurez en lo relacionado con los combates con la palabra. Es igualmente novelista, con Las Guerras de Alexandra y Jalisco pierde en Cali. La invitación es a leer su recientemente publicada novela, Jalisco pierde en Cali. Una bellísima recreación narrativa de los hechos que se desarrollaron alrededor de la Universidad del Valle, el 26 de Febrero de 1971. La novela se concentra en este día y desde él se expande por toda la ciudad y algunos de sus barrios en los años en que la capital del Valle dejó de ser un villorrio más o menos pequeño y empezó a convertirse en esta mole urbana inmanejable que habitamos hoy. Magnifica en su escritura y en la construcción de sus personajes, la novela nos introduce en un conjunto de temas significativos de la segunda mitad del siglo XX en la ciudad: el psicoanálisis, el marxismo, la teología de la liberación, el papel de la Universidad en una sociedad.
Carmiña Navia Poeta, teóloga, feminista, investigadora y gestora cultural colombiana.
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En diciembre llegaban las brisas Uno de mis libros favoritos es la novela En diciembre llegaban las brisas, de la escritora barranquillera Marvel Moreno. En diciembre cuenta la historia de las señoritas de sociedad barranquillera y el machismo al que se enfrentan, vidas con las que cualquier mujer latinoamericana se siente identificada. Tiene una prosa rápida, con el ritmo de los costeños para contar historias, con ingenio e inteligencia. Es un libro delicioso de leer y abre la puerta a pensar un feminismo práctico y cotidiano, que busca reinventar el papel de las mujeres en la sociedad desde los gestos más pequeños. Marvel Moreno es además una mujer maravillosa y una de las pocas representantes femeninas de la novela colombiana en el siglo XX, o al menos hasta antes de los años 80. En diciembre está dividido en tres partes, pues fue escrito en París, donde residía Moreno, enferma de lupus. Las tres partes funcionan de manera independiente. Moreno tenía miedo de morir antes de terminar el libro. Afortunadamente lo terminó, y dejó una novela inédita llamada El tiempo de las amazonas. Creo que, además, la lectura de esta novela es un punto de partida para que las mujeres hablemos de nuestra experiencia compartida de una manera crítica, y es un libro que realmente hace que uno se apasione por ser feminista.
Catalina Ruiz-Navarro Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo en Colombia, Sin Embargo y Vice en México y Univisión en Estados Unidos. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.
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Vida hogareña margarita cuéllar barona
Cuando nació mi primera hija sentí la necesidad de recluirme en literatura escrita por mujeres. Buscaba, ahora lo veo más claro, respuestas a las preguntas que rondaban mi cabeza. Me rodeé de mujeres porque sentí que sólo ellas podrían darme pistas que me ayudaran a descifrar el momento que estaba atravesando. Armé una suerte de refugio en esos mundos de mujeres recreados por mujeres que devoraba en busca de otras mujeres que pudieran haberse sentido tan solas y tan perdidas como yo me sentía en ese postparto. Buscaba compañía, explicaciones, una voz de aliento, o tal vez sólo buscaba una historia que me permitiera observar, desde otro lugar, el bello y doloroso momento por el que estaba atravesando. Y fue justamente en el postparto que encontré a Marilynne Robinson. Una amiga socióloga, consciente de mi búsqueda, me regaló su copia de la novela Vida hogareña (Housekeeping)* en la que Robinson cuenta la historia de una casa ubicada en un remoto pueblo Norteamericano (Idaho) y de las varias generaciones de mujeres que la habitaron. La novela es narrada por Ruth, una niña huérfana que, junto con su hermana Lucille, llega a vivir a esa casa tras la muerte de su madre para ser criada por una serie de mujeres que pasan por ella (abuela, tías abuelas) y terminan bajo el cuidado de su excéntrica tía, Sylvia Fisher. Vida hogareña está llena de pequeños ritos domésticos (como la reconstrucción de las historias familiares a través de las fotografías y el cepillado y trenzado del pelo en las noches antes de dormir) a los que la escritora acude para explorar la vida “puertas adentro” y los instantes que la componen. Robinson recrea un universo exclusivamente femenino, melancólico, solitario y extraño en el que examina el lugar de lo materno en el hogar, en este caso, un lugar triste, precario, vacío. Pero, más que hacer una reseña de este libro en particular, que sin duda es el que más me gusta de todas sus novelas, quisiera referirme a su obra literaria. Robinson ha escrito varios libros de ensayos y cuatro novelas: Housekeeping (Vida hogareña, 1980), Gilead (2004), Home (En casa, 2008) y Lila (2014), en las que nos ofrece historias narradas desde
*…me gusta cuando la gente te regala sus copias de los libros, las copias que han leído. Lo siento como un gesto de generosidad, como si se estuvieran desprendiendo de una parte del cuerpo. Por eso uno no presta libros que quiere tanto… porque siempre resulta difícil desprenderse de esos mundos. De modo que leo ese acto de desprendimiento como uno de extrema generosidad.
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los marcos de las ventanas, las cocinas, las alcobas y los comedores de las diferentes casas que las hospedan. Mundos domésticos en ambientes protestantes a través de los cuales explora las tensiones familiares en torno a las creencias, el deber, el amor, la familia y el lugar de las mujeres en esa “vida hogareña”. Sus novelas dialogan de manera directa con la Biblia. Y, aunque no soy lectora de la Biblia como para dar cuenta de la sofisticación de ese diálogo, puedo leer en ellas otras cosas que me conmueven y que también las atraviesan, similar a la forma en que sus personajes se cruzan por las diferentes novelas. Robinson recorre los interiores de estos hogares con la misma delicadeza poética con la que narra las historias de sus personajes, que se pierden y se encuentran en sus propias cabezas, en sus propias alcobas. Las vivencias íntimas y cotidianas le sirven de excusa para ocuparse de temas de gran trascendencia, como la crianza, la maternidad o lo que implica el asumir ser padre. Por eso el interior de la casa le interesa tanto. Y es que el postparto no es como nos lo han vendido en las propagandas de Johnson y Johnson (por los siglos de los siglos) en los que se ven bebés redondos y rozagantes que le hacen ojitos y sonríen a sus mamás (mujeres bellas, peinadas, felices) para luego engancharse en sus pechos a satisfacer tranquilamente sus ganas de comer y caer rendidos a dormir dulcemente. En las propagandas de J&J no hay llanto, no hay angustias, no hay dolor físico (¡parir es una cosa jodida señores!), solo felicidad y placer. Y cuando una se enfrenta a esas emociones, sumadas a la falta de sueño, la inexperiencia y la soledad, la cosa puede parecerse más a una película de Roger Corman que a las propagandas aquellas que nos hacen sentir culpables por no poder ser tan felices y estar tan bien peinadas como esas mujeres. El postparto es un período duro, es un período de reconocerse mutuamente. Es un período en el que el tiempo está trocado; no hay día ni noche, solo el llanto de un bebé que pide la teta a gritos a la hora que siente que la necesita. Es un período íntimo, de primeros planos y planos detalles, de espacios cerrados y de ambientes domésticos. Por eso, tal vez, disfruté tanto la lectura de Robinson en ese momento. Acudí a las mujeres por intuición, porque estaba en busca de algo que sabía no iba a encontrar en las novelas de Raymond Chandler, Dashiell Hammett o Philip Roth. Y ese algo lo encontré en Marilynne Robinson, quien hace, desde la literatura, un ejercicio parecido al que en el cine han hecho directoras tan diferentes como Jane Campion, Lucrecia Martel y Lynne Ramsay, otras mujeres a quienes también respeto y cuyas obras también recomiendo.
Margarita Cuéllar Barona Le gusta encontrar, en los cuentos y las novelas que lee, personajes que también se llamen Margarita. Sobrevivió a la reclusión y soledad de ese postparto en compañía de Marylinne Robinson y de otras tantas mujeres que pasaron por sus manos sin pena ni gloria, así como otras mujeres que ya la acompañaban desde hacía un tiempo y de otras a las que también llegó por ese entonces y que le siguen haciendo compañía. Mujeres como Viriginia Woolf, las hermanas Brontë, Elizabeth Bowen, Jane Austen, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Carson McCullers, Carmen Martín Gaite, Zadie Smith, Alice Munro, y, por estos días, Valeria Luiselli, Elena Ferrante, Donna Tartt, Lucía Berlin, Margarita García Robayo, Elizabeth Strout y Chimamanda Ngozi Adichie.
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La guerra no tiene rostro de mujer Svetlana AlexiĂŠvich maria eugenia ibarra
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Compré esta novela porque no he dejado de sentirme atraída por las vivencias de las mujeres que se vinculan a los grupos armados, llámense guerrillas o ejércitos. Sin ninguna referencia sobre el texto, empecé su lectura y me sorprendió encontrar en sus páginas los testimonios de casi 500 mujeres rusas que hablan de su experiencia en la Segunda Guerra Mundial y no una sola historia como esperaba. Sin el rigor de una investigación académica, la autora selecciona importantes temas sobre la cotidianidad de la guerra y agrupa testimonios de milicianas, profesionales de la salud, guerrilleras y de mujeres que se desempeñaron en diferentes rangos del Ejército, de la armada y de la aviación rusa y que hablan con desparpajo sobre lo que ocurrió durante esos años en las filas y por fuera de éstas. Esos pasajes sobre el miedo a la muerte, el amor, la maternidad, la discriminación de las mujeres, las huidas de casa, los largos recorridos, los interminables inviernos, están llenos de buenos recuerdos sobre la solidaridad y el patriotismo que las movía a luchar sin desfallecer. Pero también sus respuestas contienen olvidos voluntarios, recriminaciones y mucho dolor por las pérdidas. En las palabras de las entrevistadas, se notan las grandes diferencias de lo que fue la guerra para ellas y lo que supuestamente debía ser, de acuerdo con sus superiores. Las mujeres se desempeñaron en las mismas funciones que los varones e hicieron lo que determinaban las circunstancias, pero contrario a lo que ellos recuerdan de la guerra, ellas no rescatan la victoria sobre el enemigo, ni su heroica participación, sino que recapacitan sobre los profundos cambios que sufrieron las relaciones sociales en ese periodo. Hablan de sus familias, de las amigas con las que se alistaron, de los nuevos compañeros que conocieron, de sus relaciones amorosas, de la maternidad, de la solidaridad del grupo, de cómo debieron acondicionar sus cuerpos al uniforme y a las armas, de su capacidad para afrontar las pérdidas y de la entrega absoluta de los rusos a la causa nacional. La mayoría de ellas siente que era un deber participar y, a pesar de lo ocurrido, reconocen que la experiencia valió la pena. Hoy sienten orgullo de haber servido a su patria y de haberse demostrado así mismas que podían entrar a un mundo masculino. Leer un libro como este es inspirador para seguir indagando en la vinculación de las mujeres a la guerra y, en circunstancias como la actual, para comprender las continuidades, recurrencias y particularidades del caso colombiano. El libro tiene la ventaja de que se puede abrir en cualquier página para conocer historias reales de la boca de sus protagonistas. En ellas hay palabras y sentidos de valiosas mujeres que entraron a un mundo masculino, transgredieron los estereotipos de género y mantuvieron la “feminidad”.
María Eugenia Ibarra Feminista y académica. PhD en Sociología. Magister en investigación, gestión y desarrollo local. Profesora de la Universidad del Valle. Tiene varias publicaciones relacionadas con el tema de mujer y conflicto amado.
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Sarah Kane o el paso obligado de la explosión violenta a la reflexión interior maría del mar ariza
Presenciar y apreciar una obra escrita y pensada con la lúcida intención de desagradar, de impactar y de llevar al espectador a pararse de su silla, porque simplemente no puede seguir quieto y pasivo frente a lo que contempla, es una experiencia difícilmente lograda y que, a mi parecer, se efectúa magistralmente ante las piezas de la muy joven fallecida escritora Sarah Kane. La dramaturgia de Kane se inscribe dentro de la corriente In yer face, la cual, en el transcurso de los años 90, irrumpe en la escena londinense como necesidad de replantear la función del teatro al igual que la experiencia que tiende a prevalecer en el espectador tradicional del arte dramático. El In yer face busca romper paradigmas, busca agredir y sacudir a la audiencia, haciéndole llegar un mensaje provocador acerca de temas que comúnmente pasamos por alto pero que son constitutivos de nuestra realidad. Se vuelve entonces comprensible –debería volverse al menos– que el material del cual dispone este tipo de dramaturgia se enraíce en todos esos tabúes que tienden a esconder las sociedades actuales y que, precisamente al ser representados sobre las tablas, incomodan, disgustan, provocan, chocan, pero sobre todo, en cualquier caso, no permiten la indiferencia respecto a lo que retratan.
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En este sentido, la primera obra de Kane, Blasted –traducida al español como Devastados o Reventados– se transforma en una bomba que estalla en medio del escenario frente a los ojos atónitos del público de la representación y que, al mismo tiempo, obedece a esa estética de electrochoque buscada por la corriente anteriormente mencionada. La especificidad de nuestra autora, el carácter innovador, único y transgresor que la singulariza, se hace evidente esencialmente en la destreza con la cual logra anular el tiempo y cambiar el curso de la acción de manera creíble, convincente, de manera tal que la guerra que entra violentamente al cuarto de hotel donde hasta el momento se venía siguiendo la retorcida relación entre una pareja, se entrelace, tenga sentido y se vuelva una consecuencia lógica de la primera parte de la pieza. El argumento de Blasted podría resumirse de la siguiente manera: Ian (45 años) es un periodista consagrado, muy enfermo y en quien el temor a la proximidad de la muerte se vuelve una constante. Cate (21 años) es una mujer inocente e ignorante, completamente dependiente de otros (de su madre, de su novio, de Ian), que acude a la cita del periodista en un cuarto de hotel en Leeds. Durante la primera parte del drama conocemos en Ian un odio arraigado contra todo aquello que se diferencie de su ser (es homofóbico, misógino, xenófobo, racista, etc.) y lo vemos presionar a Cate para que acceda a sostener relaciones sexuales con él. La negación de la joven a los reiterados avances de Ian hace que éste decida someterla a la fuerza. La interacción entre estos personajes es extraña, Ian es violento pero al mismo tiempo manifiesta afecto y ternura hacia Cate quien, por su parte, soporta las agresiones de su anfitrión y siempre regresa a su lado. El hotel es bombardeado súbitamente y entra en escena un soldado que relata minuciosamente todas las atrocidades presenciadas y cometidas por él mismo durante la guerra. El soldado despoja a Ian del arma con la que éste último había asegurado hasta el momento su poderío y superioridad frente a Cate, lo sodomiza, le arranca los ojos y posteriormente se suicida en escena. Cate vuelve al cuarto –había salido antes de la irrupción del soldado– con un bebé que una víctima de la guerra decide confiar a su cuidado. El bebé –único símbolo de pureza y/o posible redención en la obra– muere e Ian, víctima de la inanición a la que se ha visto sometido por la escasez de comida en tiempos de enfrentamientos, devora el cadáver del recién nacido-fallecido. Cate, quien había defendido cierta moralidad e inocencia en sus acciones, resuelve salir en busca de alimentos a sabiendas de que lo único de lo cual dispone para obtenerlos es su cuerpo, los consigue y finalmente retorna al lado de Ian. Leer o ver la representación de Blasted (cuyo polémico estreno data de 1995, es decir cuando Kane tenía escasos 24 años) es interesante, sobre todo una vez dejamos a un lado lugares comunes como la censura, el morbo, la hipocresía y/o la doble moral, y profundizamos en los intereses y objetivos de la joven mujer que le da vida –brillantemente, cabe resaltar– en el curso de su ficción dramática, a su comprensión de la existencia humana en nuestros días. Así, pues, Devastados es una obra de actualidad que explica cómo el odio y la no aceptación a la diferencia se vuelve una constante en nuestras relaciones. De la misma forma, la pieza de la dramaturga inglesa da cuenta de cómo la necesidad de imponer nuestras ideas y percepciones, se transforma y/o materializa en acciones violentas que además tienden a buscar justificación en una convicción arraigada a pretender que al “tener la razón”, es válido proceder a defenderla a toda costa, aproximándonos así a la máxima común que dictamina que “el fin justifica los medios”.
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Kane pervierte los referentes tradicionales del teatro, transgrede el tiempo diegético de su ficción y entrelaza dos acciones aparentemente diferentes. En una entrevista que le hace Dan Rebellato, el 3 de noviembre de 1998, la autora de Blasted habla sobre la composición de su obra refiriéndose a la metáfora del “árbol y la semilla”, que le da sentido a todo el drama. En efecto, explica Kane, había comenzado la escritura de su pieza centrando su atención en la pareja compuesta por Ian y Cate y, de pronto, se sintió interpelada por el testimonio de una mujer de Srebrenica que pedía ayuda a gritos en un noticiero. Kane pensó entonces: “Esto es absolutamente terrible y yo entretanto escribiendo esta ridícula obra sobre dos personas en un cuarto –¿qué importa? ¿Qué sentido tiene seguir?”–. 1 En la misma entrevista la dramaturga cuenta cómo concibió la relación entre la ficción que venía escribiendo y el testimonio de la mujer en las noticias: “Por supuesto, es obvio. La primera es la semilla y el segundo el árbol”2. La pieza final muestra cómo una violación en un cuarto de hotel lujoso, acontecimiento aparentemente aislado, individual, contiene el germen al origen de las más terribles catástrofes de la historia, ya que, efectivamente, el comportamiento de Ian, su incomprensión, insatisfacción y odio generalizado, se acrecienta y/o magnifica con la aparición del soldado cuya función es atestiguar acerca de la guerra y de todas las barbaries que ésta implica. Todos los elementos de la tragedia bosniaca se encuentran entonces dentro de la habitación en Leeds. En efecto, el odio, la xenofobia, la homofobia y el racismo se transparentan en el discurso que sostiene Ian y que se ilustra a la perfección en las siguientes líneas: “Odio esta ciudad. Apesta. Negros (hindúes) y Pakis (paquistaníes) apoderándose de todo” por una parte y, “Hitler se equivocó, [ya que] no debió de haber matado sólo judíos, también debió matar a todos los maricones, a la escoria y a los negros y a los malditos fanáticos del foot-ball, debió tirar una bomba en el estadio y terminar con ellos”, por otra parte. Se vuelve también evidente su misoginia y machismo al reiteradamente expresar la inferioridad de la mujer –de Cate, principalmente– frente al hombre. Igualmente su frustración es notoria –Cate no quiere hacer el amor con él y esto le ocasiona una erección dolorosa–, de la misma suerte que se manifiesta el desespero que experimenta frente a la inexorabilidad y cercanía de la muerte: “estoy jodido”, expresa acerca de su condición médica. Su fascinación por la violencia también es una constante: siempre detiene en sus manos un revólver y se imagina en tanto que asesinó lo cual suscita en él un placer físico –eyacula cuando habla de la posibilidad de asesinar–. Aún cuando las referencias a la tragedia bosniaca no son precisas –la acotación inicial nos sitúa en una habitación “suficientemente lujosa como para estar en cualquier lugar del mundo”– Kane logra confrontar a su espectador o lector con una realidad que le es completamente próxima y esto –aquí es necesario resaltar el ingenio de su dramaturgia– transponiendo en un escenario ficticio problemáticas reales e ilustrando sus causas a partir de la esfera privada, de esas relaciones íntimas que tejemos con nuestro alrededor.
1. La entrevista original en inglés se lee de la siguiente manera: “This is absolutely terrible, and I’m writing this ridiculous play about two people in a room— What does it matter? What’s the point of carrying on?”. La traducción es nuestra. 2. En la entrevista original leemos: “Of course, it’s obvious. One is the seed and the other is the tree.”
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El universo kaneano se despliega por medio de imágenes fuertes, abruptas, a veces incomprensibles en un primer tiempo y por tanto desconcertantes. Es por esto que un análisis de las escenas más impresionantes de Blasted, como la violación de Cate o el momento en el que Ian es sometido por el soldado, merecen ser explicitadas ya que contienen una dimensión y sentido ocultos a primera vista. En efecto, la presencia escénica de este tipo de acontecimientos se justifica en función del discurso subyacente que esconden. En los dos casos estamos frente a dos parejas de personajes (Ian y Cate de un lado, el soldado e Ian de otro) que se encuentran en posición de víctima y verdugo, respectivamente. Ian dispone de un revólver, del cual se sirve para someter a Cate, y el soldado, armado también, fuerza a Ian y logra dominarlo al intimidarlo utilizando su rifle como mecanismo de presión. Los dos hombres recurren a la violencia para doblegar a aquellos que ultrajan y así afirmar su superioridad frente a los mismos. Ian es un personaje atormentado y neurótico que siente la necesidad de imponerse para calmar sus miedos y fantasmas y es precisamente reduciendo a Cate a la total impotencia que va a encontrar cierto consuelo, deteniendo el control de la situación. El soldado interviene justamente para borrar esa aparente superioridad de Ian, quien, desprovisto de su revólver, no solamente recupera su frágil condición humana, sino que es desposeído de cualquier muestra de autoridad. Es así como la relación de fuerza y poder entre los personajes es siempre desequilibrada y hunde la daga en la herida al hacer eco a uno de los valores constitutivos de las sociedades actuales, en las que siempre el más fuerte y poderoso, es el que vence al débil. Blasted es una obra invadida por una violencia escénica que golpea al espectador por la crudeza y monstruosidad de las imágenes a las que recurre. Asistimos a una dramaturgia de la decadencia humana, la cual, aunque insertada en el marco de la “simple” puesta en escena, no abarca temas fantasiosos. Un soldado succiona y arranca los ojos de Ian, un hombre completamente aniquilado y hambriento comete un acto de antropofagia al devorar un bebé muerto... La atmósfera de violencia diseminada en la pieza logra —y con toda razón— un choque en el espectador, escandaliza en un primer tiempo y, sin embargo, es una vez que logramos darnos cuenta de que la dramaturgia se inspira en hechos que pueden y que suceden hoy en día, que nos sentimos realmente sacudidos, estremecidos. Estamos acostumbrados a ver y escuchar informaciones atroces en las noticias donde se da cuenta de hechos tan o más violentos aún que los que se describen en Blasted, habitamos un mundo en el que tenemos conocimiento del tráfico de órganos y en el cual la tortura es un mecanismo de presión bastante recurrente. Hemos escuchado hablar del artista chino Zhu Yu quien devoró un feto “por amor al arte”... Ciertamente, con Sarah Kane nos sumergimos en una estética del extremo, de una violencia paroxística y grotesca pero, no obstante, lo que más golpea de sus imágenes es precisamente el hecho de que lo que describen, sucede en nuestra realidad.
María del Mar Ariza Es magíster en literatura, lingüística y filología de la Universidad de la Sorbona de París. Es una firme creyente en el poder emancipador de las letras y en la capacidad que tienen éstas de enseñarnos aquellos aspectos que desconocemos u olvidamos de nuestra realidad. Actualmente, se desempeña como docente de la facultad de Humanidades en la Universidad Javeriana de Cali.
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Notches raúl necochea lópez nicole pacino hanni jalil paier Para los aficionados a la historia, a los blogs, y a temas difíciles de encontrar en la academia mainstream, les tenemos NOTCHES (re) marks on the History of Sexuality (http:// notchesblog.com/). Este blog nace en enero de 2014, como resultado de las inquietudes y del trabajo de historiadores, cuyos enfoques e intereses se reparten en diferentes tiempos y regiones, que tienen como preocupación central y apuesta política, ampliar la discusión de temas tan diversos como los que comprenden la sexualidad en círculos que transcienden el mundo académico. El Centro de Historia Raphael Samuel, ubicado en Londres, lidera esta y otras iniciativas que buscan suscitar el debate, la reflexión, y la participación en la investigación histórica con la intención de llegar a un público amplio. Notches es un blog de acceso abierto y un espacio colaborativo, intelectualmente riguroso, pero asequible, con una apuesta política clara, y una acercamiento a la historia innovador y divertido. Publica textos sobre la historia de la sexualidad en África, Asia, Europa, Estados Unidos, y América Latina, en diferentes épocas y periodos históricos. La diversidad de asuntos refleja la variedad de escritores en este blog, y la amplia gama de experiencias e historias de vida que forman parte de los temas de investigación a los que se les abre este espacio. Un pequeño ejemplo del tipo de textos que se puede encontrar en este espacio es una entrevista a Raúl Necochea, autor del libro, A History of Family Planning in Twentieth-Century Peru, realizada por la historiadora Nicole Pacino, publicada el 7 de Mayo de 2015, la cual reproducimos con el permiso del blog: http://notchesblog.com/2015/05/07/a-history-offamily-planning-in-twentieth-century-peru/ En su libro Una Historia de la Planificación Familiar en el Perú, Siglo XX, el historiador Raúl Necochea López investiga los discursos nacionales en torno a la fertilidad, familia y nación en el siglo veinte peruano. Da evidencia de las formas en las que se entrelazaron el control de la fertilidad por parte del gobierno nacional, la profesión médica, los reformistas sociales y la iglesia católica, mostrando que los debates sobre la planificación familiar en Perú estuvieron íntimamente ligados a conversaciones sobre crecimiento económico y desarrollo. Necochea utiliza una amplia gama de fuentes documentales y orales tanto en Perú como en Estados Unidos para demostrar que las ambiciones personales, las ideologías políticas y las creencias o afiliaciones religiosas de una red de actores, locales, nacionales, e internacionales, marcaron la trayectoria del uso y de acceso a métodos de planificación durante el siglo XX. Al investigar y escribir sobre este tema, Necochea pone en discusión temas que han sido poco tratados dentro de la producción historiográfica de la región.
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~ nicole pacino (np): Como comentas en la introducción de tu libro, hay pocas historias que traten temas de planificación familiar o aborto en América Latina. ¿Por qué crees que es así? ¿Por qué te llamó la atención desarrollar un proyecto como este?
~ raúl necochea lópez (rnl): Tenemos algunos trabajos sobre estos
temas, pero la mayoría de ellos fueron escritos en la década de los 60 o 70, y muy pocos estuvieron a cargo de historiadores. De hecho, el mayor número de estos los escribieron médicos o especialistas en políticas públicas. Estos trabajos comparten una preocupación generalizada con los factores que alimentaban el crecimiento poblacional, y de cómo esto se convertiría en un obstáculo al desarrollo económico de países en la región. Sospecho que muchos historiadores estuvieron muy cerca de este fenómeno y la masificación del consumo de métodos de planificación para evaluar el momento por el que atravesaba las sociedades en las que vivían. Yo cuento con el beneficio de casi 50 años de retrospectiva. Sabía que la planificación familiar había sido un tema muy importante en diferentes contextos Latinoamericanos. La importancia y fuerza de estos debates fueron dos factores que influyeron en mi elección del tema. Comencé por tratar de comprender el escándalo de la esterilización forzosa bajo el gobierno de Fujimori, porque para mí era evidente que muchos de los argumentos y comentarios sobre lo benéfico o lo absurdo de estas políticas estatales no eran del todo nuevos. Las políticas públicas que afectan el comportamiento sexual y reproductivo de las personas tienen raíces profundas en el tiempo. Y, sin embargo, entre más indagaba, más se hacía evidente que los aspectos más interesantes de esta historia estaban en otros lados. Por eso, el libro que escribí trata de ir más allá de la política pública.
~np
Traes a colación una literatura emergente en la historia Latino Americana que conecta temas de fertilidad y reproducción con los discursos civilizatorios y modernizantes, que proponen entender la construcción del Estado-Nación como un proceso atravesado por dinámicas de género. Cuando vemos a la élite peruana obsesionada con el potencial reproductivo de la población y la necesidad de crear ´“familias bien constituidasˮ, la conexión entre estas dinámicas se evidencia. ¿Qué contribuye tu libro a las discusiones sobre la intervención estatal en cuestiones tan íntimas como la reproducción, la lactancia materna, o la crianza?
~rnl
Por una parte demuestra cómo han perdurado los roles sociales asignados a hombres, mujeres y familias en el transcurso del siglo XX, principalmente por la elite socio-política, pero no exclusivamente por estos últimos. A pesar de que tenemos evidencia clara y amplia de mujeres cabezas de hogar y familias que rompían con los modelos de familia monógama y nuclear, aún actuamos como si las familias que salen de estos modelos fueran inusuales o inapropiadas. Otro punto clave en el libro tiene que ver con la preocupación que expresaba la élite política del momento por el comportamiento sexual y reproductivo de
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hombres a comienzos del siglo XX. El miedo a que el hombre corrompiera a su familia, propagara enfermedad y no cumplieran con su tarea de mantener a sus familias se tradujo en una gama de iniciativas para “contenerlosˮ y educarlos. Estas iniciativas no tuvieron amplia difusión, pero existieron, y fueron casi que olvidadas después del mercadeo masivo que comenzó a promover métodos anticonceptivos dirigidos a las mujeres.
~np
El aborto no es un tema muy trabajado en los estudios históricos sobre la región, aunque tenemos registros de que algunas prácticas con este fin datan al periodo anterior a la colonización española. Uno de los puntos más interesantes de tu libro es que a muy pocas mujeres se les persiguió judicialmente por estas prácticas, prácticas que el Estado ostensiblemente veía como un crimen horrendo contra la nación. ¿Qué crees que revela esto sobre la influencia del Estado o su capacidad de ejercer un control sobre sus ciudadanos, y sobre el control de sus cuerpos?
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En el trascurso del siglo, la habilidad que tuvo el Estado peruano de vigilar y controlar la acción de mujeres que buscaban la interrupción voluntaria del embarazo o las personas que prestaban este servicio fue bastante limitada. Los avisos publicitarios para “restaurar la menstruaciónˮ los cuales aún se encuentran en espacios públicos urbanos, e inclusive en periódicos actuales dan evidencia de esa falta de control. Por una parte, esto nos da la impresión de que las mujeres en Perú tenían poco que temer a la institución, a pesar de la ilegalidad de los abortos en la mayoría de los casos. Pero, también significó una mayor oferta en el mercado de sitios que ofrecían estos servicios y que también se beneficiaron de la lenidad o de la falta falta de vigilancia, la cual también en ocasiones se prestó para mayor abuso.
Raúl Necochea López Es profesor asistente del departamento de Medicina Social y profesor asistente del departamento de Historia de la Universidad de North Carolina, Chapel Hill. Autor de una Historia de Planificación Familiar en Perú, Siglo XX, publicado por la editorial de la Universidad de North Carolina. Raúl es aficionado de
Nicole Pacino Es profesora asistente del departamento de Historia de la Universidad de Alabama, Hunstville. Su trabajo se enfoca en los usos políticos de la salud pública después de la Revolución Nacional Boliviana en 1952. Aficionada del yoga,
Hanni Jalil Paier Es profesora tiempo completo del departamento de Artes y Humanidades. Amante de los árboles, aficionada a la natación y al contacto con el agua.
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DIRECCIÓN
Margarita Cuéllar Barona COMITÉ EDITORIAL INVITADO
Lina Buchely Ibarra Laura Cadavid Valencia Adriana Granados Barco Hanni Jalil Paier Julián Lasprilla Burbano Viviam Unás Camelo Aurora Vergara Figueroa DISEÑO, DIAGRAMACIÓN e ilustración
Natalia Ayala Pacini Cactus Taller Gráfico
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