papel de colgadura vol. 10

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Sobre papel Entrada amorosa a papel de colgadura ¿Y uno qué puede decir del amor? El amor es una cosa que pasa y que nadie entiende y que todos tratamos de definir, de explicar, de poner en palabras, o en música, o en dibujos, o en fotos, tal como se ve en este papel de colgadura diez, tan enamorado —o mejor enamorante— como siempre. Cuando terminaba la universidad hice un seminario durante todo un semestre sobre el Amor cortés, esa especie de épica medieval mediante la cual los amantes crearon una poética o filosofía amorosa en la cual trovadores les cantaban a sus amadas. Se trataba, en el fondo, de que el cortesano se rindiera de una manera ciega a su doncella, renunciando por completo a su propia voluntad. Quien dictaba el curso era un hombre muy parecido a un cortesano: un señor bajito, fanático de El Quijote, con gafas de marco estilo Lenon, que tenía una secreta afición a diseñar, él mismo, prendedores con diseños pseudo medievales que luego fundía en plata para él un artesano de la universidad. Y era un enamoradizo. Bastaba verlo mirar a mis compañeras —muchas doncellas, algunas no— para comprender por qué había elegido enseñarnos algo de las artes amatorias; por qué insistía en leer una y otra vez en clave las novelas pastoriles incluidas en El Quijote; por qué creía que Dulcinea existía, pues la había transformado, él solo, en una mujer hermosa, tal como lo había hecho, cuatro siglos antes, don Alonso Quijano. Creo, con él, que de eso se trata un poco el amor: de transformar las cosas que parecen evidentes en únicas; de conseguir que lo que a todo el mundo le parece normal cobre dimensiones específicas para cada quien.

Al pasearme por las páginas de esta revista tuve muchos recuerdos. No soy un hombre viejo pero me enamoré desde muy joven: recordé, de pronto, que paralelo al curso intensivo de Amor cortés, sostuve una relación por carta con una mujer que vivía en París, y con quien después terminé viviendo siete años: las cartas —como las que se incluyen aquí— han dejado de existir y con ellas la mística del tiempo; pienso en cuántas tardes llegué a la casa de mi madre esperando a que estuviera sobre la repisa de mi cuarto un sobre con estampillas francesas que podía resolver, de un solo tajo, toda mi ansiedad. Para entonces habían dejado de existir los telegramas, telegramas que yo había visto desde pequeño en una maleta secreta donde mi madre guardaba los que mi padre le había mandado a lo largo de los años setenta desde lugares como Cali, donde él se había criado en el colegio San Luis de los Hermanos Maristas. Y claro, dentro de las cartas muchas veces venían fotos como las de Marlene Marino que nos regala en esta edición esas espaldas, y esas piernas, y esos rostros, y esas figuras desnudas sentadas esperando el desayuno. El amor parece tener que ver con todo y con nada. Como este texto que da vueltas sobre sí mismo sin poder dar en el blanco. Porque el amor es un devaneo, una duda permanente, la sensación cierta de que no podremos, jamás, encontrar la tranquilidad hasta abrazar al otro, quien quiera que sea. Y así, entre cartas, ilustraciones, fotografías, textos sueltos, como este vademécum que lo incluye todo, el amor nunca encuentra sino que sigue buscando. Juan David Correa, Bogotá, 21 de noviembre de 2013.

www.papeldecolgadura.org www.icesi.edu.co/departamentos/ humanidades/papeldecolgadura Universidad Icesi Departamento de Humanidades Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Calle 18 No. 122 – 35 Cali – Colombia

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papel de colgadura vademécum gráfico y cultural Universidad Icesi Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Rector: Francisco Piedrahita Plata

Índice vol.10

Decano Facultad Derecho y Ciencias Sociales Jerónimo Botero

Director Académico José Hernando Bahamón Lozano

Secretaria General

01

A veces llegan cartas

Maria Cristina Navia Klemperer

Décima edición, Diciembre de 2013 ©Derechos Reservados

08

Carta para una hija

12

Cartas desde barcelona

Dirigida por Margarita Cuéllar Barona

Diseño y diagramación Cactus Taller Gráfico

Viviam Unás Pep Rovira

Natalia Ayala Pacini Juliana Jaramillo Buenaventura Carlos Dussán Gómez

Comité Editorial

Jerónimo Botero Andrés Felipe Castelar Hoover Delgado Mauricio Guerrero Maria Paola Herrera José Kattán Joaquín Llorca Jaime Manrique Camilo Melo John Ordoñez Oscar Ortega Juan Manuel Salamanca Viviam Unás Inge Helena Valencia Felipe Van der Huck Impreso en Cali – Colombia A.A. 25608 Unicentro Tel. 555 23 34 Ext. 8820 / 8823 Fax: 555 17 06 E-mail: papeldecolgadura@icesi.edu.co Cali, Colombia ISSN 2011-9763

Ilustradora invitada 06

Helena Pérez García (España)

02

Recomendados 16

Robert Walser Felipe Vanderhuck


03

rotativo de amor

28

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Ximena Castro / Según la Real Academia Española / Gabriel Alzate / Alejandro Feged / Andrés Felipe Castelar

38

8 ilustraciones del amor

44

Para qué sirve una sociología del amor (y para qué no sirve)

(La machaca)

Viviam Unás

48

El amor y la locura: notas de amores desgraciados Andrés Felipe Castelar

50

Hecho a mano con amor Carlos Felipe Guzmán / Alexandra Isaacs

54

Diez lugares del amor en Cali

60

Actos de amor

66

La Lambretta y yo

71

Ficciones del amor

John Ordóñez Aurora Vergara - Figueroa Joan Manuel Galindo Bonilla

6 verdades sobre el cine, el matrimonio y el amor / pág 66 Alejandro Martín Maldonado Un animal por la ñ / pág 70 Mauricio Guerrero Caicedo El amor en papel (10 citas) / pág 72 Gabriel Jaime Alzate, Margarita Cuéllar Barona, Enrique Rodríguez Caporali Palabras con amor / pág 77 Riegos de suerte y amor / pág 78 Pamela Meireles Guerrero Definiciones de amor / pág 82 Gabriel Jaime Alzate

04

Teatro de variedades 90

ya no ruedan los trenes cargados de azúcar por el ferrocarril José Kattán

98

Me enamoré de un torbellino Zetazeta

100 little italy

Anuar Bolaños

05

Entreactos

19

Fotografías de Marlene Marino

65

¿Cómo le dice al ser amado? Telegramas de amor Pág 26 / 37 /42 / 70


ilustradora invitada

[ España ]

Diseñadora gráfica e ilustradora afincada en Londres. My perfil se caracteriza por la dualidad entre diseño gráfico e ilustración. A pesar de las diferencias entre los registros y el método de trabajo, considero esta combinación muy atractiva, ya que me permite controlar diferentes áreas de un proyecto, lo que enriquece el resultado final. Mi método de trabajo en ilustración se caracteriza por el empleo de técnicas analógicas, como el grafito, el gouache o la acuarela. Prefiero este método ya que la intervención sobre

el soporte es más inmediata y personal. En cuanto a la iconografía y temática, encuentro inspiración en la literatura, el cine o la música. Actualmente compagino mi trabajo como diseñadora gráfica en un estudio de diseño de Londres con el de ilustradora freelance, trabajando en proyectos editoriales y libros ilustrados. En estos momentos estoy trabajando en mi segundo libro ilustrado, que será publicado por la editorial francesa Les Petites Bulles Éditions a principios de 2014. Mi primer libro, titulado "Louna au musée", ya está a la venta.

http://www.helenaperezgarcia.co.uk/ http://helenaperezgarcia.blogspot.co.uk/



Querida hija:

Carta - para una -

hija

Has nacido mujer. Así se te declarará a partir de la visión superficial de tu vagina, esa rajita sonriente que se exhibe, llena de carnosidades, entre tus piernas. A raíz de ella te nombraremos como niña y procederemos a amarte como tal. El mundo te asignará colores, intenciones y atributos. Notarás, hija, que las cualidades que se te impondrán serán con frecuencia el reverso de tu inferioridad. Se te considerará suave y delicada y con ello notablemente inferior: menos fuerte, más frágil, menos capaz, más dependiente. Se te dirá que eres intuitiva y con ello se te querrá decir también más emocional, más instintiva, menos racional, más animal. Se te invitará a elegir amores que ratifiquen tu inferioridad: los buscarás más altos, más viejos, más sabios, con mayor sueldo y estatus. Entre mayor sea la desigualdad entre ustedes, más celebrada será tu feminidad, tu docilidad, tu encanto. Si me preguntas, hija, preferiría entonces que te inclinaras por amores entre iguales, aunque sean más difíciles, aunque se te proteja menos, aunque te habiten mayores incertidumbres. Se te asociará al rosa y al lila y verás cómo se te enseñará que jugar es, sobre todo, diseñar el futuro: jugarás a las muñecas y las ollitas, a la mamá y a la maestra, a la enfermera y la maquilladora. Te vestirás con mis vestidos, usarás mis joyas, te embarazarás con pelotas de fútbol. Tratarás de subirte a mis tacos. No es extraño entonces que tus juegos se acabarán en cuanto conquistes la adolescencia. Mientras los varones adultos se juntarán a jugar fútbol y videojuegos, tú te juntarás con tus amigas para la conversa, juego de prevalencia femenina, cuyo placer desarrollarás para tu fortuna y compensación. Se te privará de la niñez antes que a ellos. En cuanto te broten las tetas tu mundo dará un giro: los varones se creerán con derecho a mirarte, manosearte, señalar tu sexualidad en la calle. Tu padre se sentirá incómodo en tu presencia. Se te darán consejos sobre cómo cuidarte. No te confundas. Ninguno de ellos referirá a cómo tenerte afecto, respeto


o a cómo desarrollar placer por ti misma. No. Se te enseñará, en cambio, a cuidar tu virtud, tu reputación y a poner bajo control tus pasiones, tus deseos, tus ardores. No es raro entonces que ser mujer signifique que puedes tener orgasmos simultáneos y, sin embargo, al mismo tiempo, que la sociedad entera trabaje para castrarte. Ser mujer significa, hija mía, que te tardarás años en poder hablar de la masturbación con tus amigas. Se harán todas la paja en silencio y en secreto, mientras los varones bromearán sin recato sobre las suyas. Ser mujer significa que te enseñarán que amar es cuidar. Que amar es dar. Se esperará que seas tú la que cuide de los enfermos, de los muertos, de los despechados, de los indefensos. Se te pedirá que organices las fiestas, alimentes a los niños, sanes los perros, atiendas las visitas. Planificarás las novenas, los aniversarios, las misas. Se te asignarán los protocolos y se te atribuirán dones de anfitriona. Lo tuyo serán las relaciones públicas. Por fortuna, hijita, estos son otros tiempos. Irás a la escuela y a la Universidad y se te contará la historia del conocimiento y el saber. Te hablarán de hombres sabios, de hombres que han hecho la sociedad y la ciencia, de hombres que han escrito libros y descubierto leyes. De hombres famosos que han producido la historia. Las chicas de tu clase memorizarán sus nombres y rara vez se preguntarán qué cosa hacían las mujeres mientras tanto. Y si alguna lo pregunta seguramente se le dirá que las mujeres estaban ahí, tras ellos, como las mujeres grandes que eran, detrás de sus grandes hombres. Habrá también quien diga que ahí estaban, contenidas las mujeres bajo la palabra hombre, ya no detrás sino adentro y adentro aprenderás que estás tú, hija, cuando digan “ellos”, “señores”, “jefes”, allá dentro, en algún lugar de esa palabra están las mujeres, loquita tú si no eres capaz de encontrarte cuando es tan claro que para decir humanidad basta nombrarlos a ellos. Ahí estás tú. Adentro. En el fondo. Donde no se te ve ni se te escucha. Ser mujer significa que padecerás estereotipos de todo tipo. Que se te felicitará si eres madre y se te mirará con reserva, con lástima, miedo

“Se te enseñará, en cambio, a cuidar tu virtud, tu reputación y a poner bajo control tus pasiones, tus deseos, tus ardores.” Pdc·10|9


o estupefacción si no lo eres. La lástima, el miedo o la estupefacción aparecerán frecuentemente si eres soltera, si no eres bella, si envejeces, si te dejas los pelos, el bigote, las arrugas, si renuncias al sostén y se te caen las tetas, si exhibes tu celulitis o tu desnudez imperfecta. Ser mujer significa que ganarás menos aunque trabajes lo mismo. Aunque trabajes más. Que se te pedirá que seas capaz de lidiar con la casa y el trabajo o se te pedirá a cambio que renuncies a algo. Ser mujer significa que vivirás en una sociedad que no está hecha para que las mujeres podamos tenerlo todo. No obstante tendrás mucho: serás la salvaguarda del hogar, del matrimonio, de los varones, de los compañeros de partido y de trabajo. Tendrás, pues, mucho: mucho cansancio, mucho dolor, mucho sacrificio. Ser mujer significa que se te invitará a romperte las carnes, revolverte las entrañas, reubicarte piezas. Se diseñarán técnicas sofisticadas para extraerte grasa y ponerla de nuevo en lugares legítimos. Aprenderás rápido que hay que aguantar tirones para obtener marrones: para arrancarte las cejas, chamusquearte el pelo, usar máquinas de compresión bajo la ropa, deformarte los pies, eliminar las asperezas del cuerpo. Pese a todos tus esfuerzos crecerás en un mundo en el que proliferarán mujeres a las que se llama bellas y a las que no te parecerás. Serás siempre más baja, más tosca, más gruesa y más vieja que ellas. Se te dirá que estas mujeres son deseables. Deberás acudir a tu ingenio para, pese a ello, reconocerte como deseada y deseable y para, a fin de cuentas, desear. Ser mujer significa que, si llegas a desear varones, la mayor parte de las veces te enfrentarás a malos amantes. Tirarás con tipos que fueron educados, mal educados, por la pornografía y que supondrán que las mujeres gemimos de placer ante acrobacias aeróbicas. Creerán que adoramos sus penes y que nos basta verlos para estallar en deseos. Estos varones, mal instruidos, no sabrán que las tetas se hicieron no sólo para verlas, puntiagudas y expectantes, sino sobre todo para dedicarles caricias y picoteos para los que no están preparados. Pocos sabrán qué hacer con una vagina, con un culo, con la parte interna de los muslos.

“Te vestirás con mis vestidos, usarás mis joyas, te embarazarás con pelotas de fútbol. Tratarás de subirte a mis tacos”


En el mejor de los casos aprenderás con el tiempo a enseñarles, sin que ellos se enteren, como quien no quiere la cosa. Es posible que después te tornes demandante: correrás el riesgo de quedarte sola. Pero si tienes buena suerte encontrarás a alguno dispuesto a aprender. Quédate un tiempo con él, hija, porque son pocos los que renuncian a portarse en la cama como dictadores, tiranos o maestros. Ser mujer significa que deberás ocultar tu menstruación llamándola por nombres ridículos. Te acostumbrarás a ver que se la represente azul en los comerciales de la tele. Compartirás el secreto de los cólicos en el bachillerato y la vergüenza privada de los “accidentes” femeninos. Convertirás tu menstruación en tu enemiga o en una excusa vital. Le atribuirás dones mágicos: la capacidad de enfermarte, de convertirte en una feria, de hacerte llorar. Los varones la asumirán como una prueba irrefutable de tu animalidad que se manifiesta mes a mes y se sentirán incómodos o indiferentes frente al tema. Pruébalo: funcionará con tu jefe. Ser mujer significa también que habrás de heredar la sabiduría táctica de los débiles. De los desposeídos. Aprenderás a manipular y a ampliar tu pedazo de juego. A colarte por las fisuras, para conquistar un poder mínimo. Sabrás autoprotegerte con piruetas de maga. A ejercer el melodrama si es necesario, la culpa si es preciso. Te harás astuta en crear fronteras imaginarias que separan a los varones de tu cama, de la cocina, de tu espacio, de los lugares que crearás para construir el nicho vedado de tu libertad. En el mejor de los casos significa también que tendrás amigas. Buenas amigas. Que gozarás de la solidaria compañía de las mujeres que, pese a todo, hemos desarrollado buenas alternativas para cuidarnos entre nosotras. Para construir una simpatía silenciosa que estalla en el baño, en el bus, en la calle, en la cita del médico. Ser mujer te hará especial. Serás la otra, la distinta, la no nombrada. Serás el resultado de una causa. Muchas de las cosas que los varones viven como naturales serán para ti una conquista: votar, trabajar, heredar, conservar tu nombre, tener tu cuenta en el banco. Deberás dar gracias

cotidianas a los y las que lucharon para que tú pudieras tener la vida que tienes y tu madre la que tuvo y tu abuela la que pudo darse. Construida como subalterna desarrollarás una sensibilidad especial. Invitada a no pensar los asuntos más públicos, sabrás hacerte sabia sobre lo privado. Dominarás el arte de la conversa, sabrás mimar tu existencia psíquica, compensarás la desigualdad con compañía. Ninguna de ellas hará tu mundo más justo pero te darán una vida más larga, más concurrida y menos melancólica que la que se suelen darse los varones. Evitarás, hija, espero, ubicarte en el lugar de la víctima. No obstante, no lo olvides, estarás del lado de las perdedoras. De las silenciadas. Y eso, visto de otra forma, te pondrá del lado de la rueda de la historia: del movimiento. Te sabrás heredera. Pertenecerás al grupo de los que más han hecho cosas para transformar su destino y eso, más que nada, te llenará de fuerza, te hinchará de orgullo, te dará ánimos para embestir el futuro. Para di-soñarlo y no sólo aceptarlo. Serás mujer y te harás mujer, hija, y mi único consejo es que hay que hacer de eso una declaración. Un panfleto. Ya descubrirás por ti misma que una cosa linda de ser mujer es que no tenemos un pasado que defender: la tradición nos ha sido adversa, sólo nos queda el futuro.

Viviam Unás, profesora del programa de sociología de Icesi. Estando embarazada pensó que esperaba a una niña. Le puso un nombre, la soñó mil veces, le escribió una carta. Meses después parió a Martín. Ilustración / Natalia Ayala Pacini

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Me levanto de la cama en fecha 31 de agosto, a pocas horas del yugo de la rutina. Qué mejor manera de abandonar el verano que hacerlo junto a mi amigo Gorgue, mi pedacito de Cali aquí, en Cataluña. El tren que me lleva a su apartamento ofrece por estribor el mediterráneo de mi niñez, ahora propiedad del turista europeo, tan necesitado de sol y paella. Sí, aquel debe ser el puesto de hinchables donde conseguí a fuerza de llanto mi flotador del Pato Donald. El Masnou, hemos llegado. Vamos nostalgia, no te entretengas; al final

de aquella cuesta nos esperan Gorgue y su familia. De buena gana llevaría algún detalle a los niños, pero los quioscos del paseo todavía duermen. Espero que ellos no; de ser así, acabo de despertarles con un timbrazo en pleno recibidor. Nada más lejos de eso; la casa de mi amigo es una fiesta de cojines apilados para que Elián —Peter Pan en miniatura— y su hermana Pita —ángel de bolsillo, musa de Rafael— retocen en su fantasía. Lo más prudente es buscar refugio en la cocina, al amor de una jarra de chicha bien macerada. Al cabo de unos tragos, la pequeña Pita me secuestra de la mano para llevarme al balcón. Por el camino, un barco pirata se hunde de medio lado en una piscina de tres anillos mientras decenas de coches hacen cola sobre el dibujo de una alfombra. Cuando los hijos son pequeños, uno vive de verdad. Me subo a un tren de vapor para huir de las pistolas de una Barbie a caballo, por supuesto, rosa. La persecución obliga al convoy a tomar rutas peligrosas, como las baldosas que acotan la barandilla. Una décima de descuido y la locomotora se despeña hacia las petunias del balcón de abajo, haciendo que un servidor (¡ay!) se revuelva en la culpa. Acabo de provocar una catástrofe, ni siquiera jugando soy apto para un cargo de responsabilidad. Al menos —dice Pita—, los vagones se han salvado; trae, dámelos. ¿Qué ha pasadou? ¿Un accidente? Es la mujer de Gorgue, inglesa de nacimiento y, por tanto, culpable de la mutación del nombre de su marido, la que se interesa por el drama. No hay nada que hacer —asegura—: esta viega catalana hamás devuelve nada, ni siquiera los buenos días. Supongo que tiene razón, todo el mundo conoce las pulgas de su vecino. En esto, la anciana aparece en escena mirándonos a todos con cara de palo. Le pido, en catalán añejo, que nos devuelva la Union Pacific de 1870 clavada en su jardinera, pero la muy bruja me dice que no, que me’n vagi a pastar fang. No gracias, no me apetece pastar fango a estas horas; faltaría más. Y, sin más lindezas por su parte, la dama desaparece tras las cuatro paredes de su universo, algo inferior al nuestro. Gorgue, su mujer y yo mataremos la sobremesa debatiendo


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acerca del carácter de la vecina y, por ende, del resto de Cataluña. Mis anfitriones no pueden tener mejor experto; modestia aparte, mis raíces se hunden en esta tierra desde hace infinitas generaciones. Sírveme, compadre caleño, otra copa de chicha y te revelaré que los catalanes no siempre fuimos tan cerrados. Hubo un tiempo en que los cumpleaños no se hacían a puerta cerrada y bajo invitación, sino a toda plaza y a la vista de cualquiera. Te juro, Gorgue, que las abuelas de mi infancia tomaban el fresco en sillas de mimbre y repartían peladillas entre los niños. Y las mujeres intercambiaban recetas y los hombres arreglaban el mundo cerveza en mano, repantigados en la vida de la calle. Como debe pasar todavía en Cali, ¿no, Gorgue?

gentes abiertas mezcladas del negro al blanco, motivo, quizá, de su capacidad de aguante. En cualquier caso, me temo que algo perdimos de camino a Europa, quizá nos creímos un poco alemanes, o incluso franceses.

Por el camino, un barco pirata se hunde de medio lado en una piscina de tres anillos mientras decenas de coches hacen cola sobre el dibujo de una alfombra.

—Cali, capital de la salsa, sultana del Valle, sucursal del cielo. Y ahí termina su discurso, la chicha no le permite ir más allá. No importa, compañero, continúo yo. Imagino tu ciudad como una fruta exultante que crece en vertical por un lado y se cae a pedazos por otro. La veo llena de patios con chiquillos duchándose a balde; de coches aparcados sin cerrar, porque sólo el dueño es capaz de ponerlos en marcha; de fruteros navaja en mano, dando a probar las exquisiteces de Colombia. Me pierdo en el enjambre de su venta ambulante, que me obliga a detenerme a cada paso. Admiro el machete saltimbanqui de un tratante en caña de azúcar, campesino huido de la tarántula de la coca. Me derrito al vaivén de los cueros de la mujer caleña, monumento en tacones que desafía no menos de tres leyes físicas. Me fijo en sus caderas, diseñadas para batir la Salsa a 45 rpm, ni una menos, y entonces me acuerdo de nuestra Sardana, que se baila sin apenas tocarse y contando cada paso. Pero, aún y así, Gorgue, debes creerme: hubo un tiempo en que aquí se devolvían los juguetes a los niños y encima se les invitaba a flan. Y los bares cerraban tarde, y se hacían amistades en la parada del autobús. Como seguro han de hacerse todavía en Cali, catálogo de

Conmigo que no cuenten; hago balance y resulta que llevo 18.213 días sobre este planeta, ni uno solo pisando tierras de Sudamérica. Tendré que poner remedio a eso. Mientras tanto, ven, Pita, acompáñame abajo; tengo que explicarle a esa señora quienes somos en realidad. Mire —le diré—: como usted sabe, por aquí celebramos las fiestas levantando castillos humanos, torres enormes que representan la mayor de las utopías. Los fuertes abajo, haciendo piña, y los débiles arriba, alcanzando la gloria. Justo al contrario de lo que viene siendo el mundo. Ese es nuestro carácter, señora, y no otro. Y ahora, devuélvame el tren y deje de hacerse la alemana. No sé hacia dónde vamos, Gorgue, pero no me gusta. Tú tranquilo —me contesta, de nuevo entre los vivos—: por lo que veo, siempre te quedará Cali.

� Pep Rovira. Soy cincuentón reciente; por tanto, superviviente de mil batallas. Escribo porque he comprendido, al fin, que una sola vida no es suficiente. Para eso está la literatura, para inventarse otras. / peprovira37@hotmail.com /


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Ilustración: Daniel Tacho

sus novelas

D

e Robert Walser no sabía nada, o casi nada, pero sentía mucha curiosidad por sus libros. El origen de esa curiosidad era una imagen: la de un hombre mayor tumbado entre la nieve. El hombre estaba muerto. A su alrededor no había nada más que bosque, silencio y la rara soledad de la nieve que cae. A veces, cuando iba a la librería, hojeaba sus libros. No recuerdo nada más. Tal vez sólo imaginaba que ese hombre menudo me estaba esperando en algún lugar para decirme algo. En esa época no conocía la nieve. Tiempo después -no sé cuánto tiempo después- lo hice y me pareció (como a todos) que el mundo se hacía más lento. Me acordé de


aquel hombre y en su imagen me pareció ver una de las formas menos terribles de morir: caer sin conciencia sobre la nieve; sentir apenas cómo el cuerpo se congela; entrever, casi al final, un pedazo de cielo despejado. Pero yo sólo sabía que aquel hombre había sido encontrado sin vida entre la nieve. Lo demás era pura nostalgia, es decir, pura imaginación. El hombre muerto era Robert Walser (1878-1956), escritor suizo en lengua alemana, quien, durante los últimos veintitrés años de su vida, de 1933 a 1956, permaneció recluido en el sanatorio mental de Herisau, una pequeña ciudad suiza perdida entre las montañas. Dicen que, durante ese largo tiempo, ya nunca volvió a escribir. Parece que se dedicó a vivir como un interno más: se levantaba temprano, ayudaba con las tareas de limpieza, tomaba sus medicinas, leía y daba largos paseos por los caminos y pueblos de los alrededores.

Debió ser un hombre triste con una vida difícil: el tipo de escritor que a los profesores y lectores “cultos” de literatura les encanta transformar en héroe.

Según el escritor Carl Seelig, Walser era un caminante decidido. Iba siempre con traje, sombrero y paraguas. Tenía la sorprendente costumbre de no interrumpir sus paseos durante el invierno. Entonces se le veía igual: traje (sin abrigo), sombrero y paraguas. Su aspecto y su mirada eran de lo más común, aunque algunas fotografías revelan en él cierta obstinación. No la obstinación de los satisfechos, sino la de los poetas, con sus vidas desmesuradas. Ese hombre, a quien me fueron acercando nada más que indicios: una sospecha, un párrafo inventado, el recuerdo de una imagen, nunca tuvo residencia fija, a no ser el sanatorio de Herisau. No fue tampoco un gran viajero. Vivió entre Suiza y Alemania, con pocas pertenencias, casi siempre en habitaciones de alquiler, empleándose en oficios varios y escribiendo poemas y prosas breves que a veces se publicaban en los periódicos. Debió ser un hombre triste con una vida difícil: el tipo de escritor que a los profesores y lectores “cultos” de literatura les encanta transformar en héroe. En héroe inofensivo, por supuesto. Ya nadie corre hoy (yo tampoco) muchos riesgos. Al final, en un cuarto frío y oscuro (la casa era vieja), leí por primera vez -de principio a fin- un libro de Walser: El paseo (relato). Y luego La rosa (prosas breves). Y luego sus misteriosas, absurdas, delirantes y, a su modo, Pdc·10|17


Leer puede ser una de las formas de la felicidad. Creo que, durante el tiempo que pasé leyendo esos extraños libros, fui feliz. trágicas novelas: Los hermanos Tanner, Jakob von Gunten, El ayudante y El bandido -así, en ese orden. Otro escritor en lengua alemana, W. G. Sebald, se refirió a la dificultad de recordar, después de haberlos leído, de qué tratan los libros de Walser. Si me lo preguntaran, yo tampoco sabría decirlo. Sólo recuerdo que son historias sin grandes gestos ni pasiones. Novelas sobre nada: personajes insignificantes, cómicos e indecisos, pero de pies y alma ligeros. Y recuerdo también (los copio enseguida) sus deslumbrantes comienzos. Uno es sobre un hombre joven que camina mucho y habla sobre sus hermanos, un hombre que reflexiona sobre su destino, risueño, decidido. (“Una mañana, un joven de aspecto adolescente entró a una librería y pidió ser presentado al dueño. Hicieron lo que deseaba. El librero, un hombre mayor y de muy venerable porte, clavó una penetrante mirada en

el personaje algo tímido que tenía delante y lo invitó a que hablase”. Los hermanos Tanner, 1907). Otro es también sobre un hombre joven que ha caminado mucho, un hombre que (como el anterior) reflexiona sobre su destino, valiente a su manera, obstinado. (“Una mañana, a las ocho, un joven se detuvo ante la puerta de una casa solitaria y de aspecto elegante. Llovía. ‘Estoy casi asombrado’, pensó, ‘de haber traído el paraguas’. Pues nunca había tenido uno en años anteriores”. El ayudante, 1908). El que le sigue es sobre un hombre joven que asiste a un internado de locos, o mejor, de gente común que está loca o de gente loca que es como la gente común. (“Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada”. Jakob von Gunten, 1909). El otro es sobre un hombre malo que no ha hecho nada malo, un hombre pensativo, vacilante, loco. (“Edith lo ama. Luego volveremos sobre ello. Tal vez no tendría que haber trabado relación con ese inútil sin dinero”. El bandido, escrita en 1925, pero publicada de manera póstuma en 1972). Leer puede ser una de las formas de la felicidad. Creo que, durante el tiempo que pasé leyendo esos extraños libros, fui feliz. Ese

tiempo, ahora, no es más que un recuerdo. No tengo ninguna prueba de él: ni un diario, ni una foto, ni un testigo. Pero nada de eso importa: cada vez que pienso en Robert Walser y en sus libros, veo la imagen de un hombre ya no tan joven, tumbado en una cama, en un cuarto frío (o tal vez no), pensativo, iluso, con un libro en las manos, un hombre que, de pronto, se distrae y mira hacia la pequeña ventana de su cuarto por donde entra una luz débil, y respira, y mira, y respira, y mira, y entonces es simplemente feliz, pero no lo sabe: entonces siente algo que se parece mucho a esa luz débil que entra por la ventana. Leer a Walser aligera el alma y los pies.

Felipe Vanderhuck (1978)

Profesor universitario. Autor del libro La literatura como oficio: José Antonio Osorio Lizarazo 19301946 (Medellín: La Carreta, Universidad Icesi, 2012).


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Marlene

MARINO / fotograf铆as /

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Marlene MARINO / fotografías /

El trabajo que hago con mujeres es, esencialmente, crear trazos. Son historias individuales de momentos compartidos con mujeres alrededor del mundo. Me interesa aproximarme de manera enfocada y contar historias sobre mujeres, dejándolas ser mujeres. Persigo la intimidad, donde el tiempo parece detenerse o donde sentimos su paso lento y la presencia de las personas y del espacio. Estas imágenes son un espejo. Una reflexión. Una proyección. Son un artefacto de nuestros tiempos para analizar la individualidad, la feminidad y la libertad. Tal vez estoy tras algo autobiográfico, pero ciertamente no me limito a esto. Creo cuadros femeninos de mujeres porque me han seducido desde siempre. Escojo la fotografía análoga para crear un segundo trazo, un trazo de lo real, un aura. La fotografía es un lugar donde expresar mis preocupaciones, mis deseos, mis intenciones. El ejercicio de la fotografía me permite no solamente

tomar la foto de una persona, sino realmente observarla. Esto es lo que trato de incorporar a mi trabajo: todas las mujeres que retrato son muy diferentes. No escojo mujeres a partir de qué tanto se acerquen al estándar de belleza. No se trata de encontrar la cara perfecta, sino más bien un estilo, una actitud ante la vida. Mi intención es capturar la esencia de estas mujeres, registrar su carácter y personalidad: mis imágenes no son planeadas. Surgen de manera espontánea. Entro en sus mundos, llenos de detalles, en busca de feminidad y pureza. Una belleza que emana desde el interior. El reto para mí, como fotógrafa, es transmitir ese sentido de intimidad. Influenciada por la Nueva Ola Francesa, en particular por los Seis cuentos morales de Eric Rohmer y la provocación del movimiento japonés de Avant Garde, mis imágenes tratan de conservar un sentido de libertad y despreocupación. Son tan maleables, personales e íntimas como la novela. El sujeto de estas fotografías es la libertad.

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XIMENA CASTRO [Psicoanalista]

El psicoanálisis, desde su nacimiento en la última década del siglo XIX, ha contribuido sustancialmente a la construcción de un saber sobre el amor. Freud, el inventor del método psicoanalítico, no sólo contribuyó a distinguir el amor del enamoramiento, el amor tierno del amor sensual, sino que también conceptualizó la ambivalencia de los afectos develando la proximidad del amor y del odio. Además, se interesó por identificar los caminos que conducen a la elección del objeto de amor. Subrayando la estructura narcisista del amor, propuso, por un lado, que se ama a un otro que de alguna manera refleje lo que uno mismo es, lo que uno mismo fue o lo que uno querría ser. Por otro lado, siguiendo su conceptualización del mito edípico y de la sexualidad infantil, planteó que se ama a aquel que encarne el modelo de la mujer nutricia o el hombre protector. En otras palabras, la elección amorosa estaría determinada por las investiduras libidinales dirigidas al propio yo como objeto de amor o por las investiduras libidinales dirigidas a nuestros primeros objetos de amor. Freud situó también una particularidad en la elección de objeto en el hombre; y ante el

enigma que representaba en su teorización la cuestión de la sexualidad femenina, dejó como legado la pregunta “¿qué quiere una mujer?” inaugurando con ella una nueva línea de pensamiento sobre la identidad sexual y el amor. El abordaje psicoanalítico del amor está necesariamente anudado a una particular concepción, tanto de la subjetividad como de la posición sexual y el lazo social. Distanciándose de las ciencias biológicas, el psicoanálisis entiende que en los seres hablantes no hay una sexualidad programada o predeterminada por un funcionamiento instintivo, como sí la habría en otras especies animales. Por el hecho de habitar un mundo de lenguaje, los humanos no responden a los ciclos naturales para aparearse y reproducirse. Por el contrario, la elección de un partenaire sexual en el ser humano necesariamente pasa por una diversidad de vicisitudes relacionadas con la identidad sexual, por un lado, y con el deseo, por otro. Del lado de la identidad, las preguntas subjetivas que surgen son de este orden: ¿quién soy? ¿quién soy como ser sexuado? ¿qué es ser hombre, qué es ser mujer? Del lado del deseo, se plantean estas otras: ¿qué deseo? ¿qué es aquello que el otro desea? ¿soy o no un objeto de deseo para el otro? Son preguntas que no tienen respuesta universal y por lo mismo sólo pueden ser respondidas por cada sujeto, uno por uno, y de acuerdo a las contingencias que marcan su existencia. Al proponer que no habría tal cosa como la complementariedad o simetría sexual, el psicoa-

nálisis derrumba el mito de la media naranja y contradice el ying y el yang. De forma provocadora, el psicoanalista Jacques Lacan plantea que “No hay relación sexual”; entendiendo con este aforismo que no habría una fórmula o modelo que pueda dar cuenta de la relación sexual como un universal. La clínica psicoanalítica ilustra claramente que la sexualidad y el amor se presentan en los seres humanos como fuentes inagotables de malestar, sufrimiento e insatisfacción; es con frecuencia que se escuchan frases que se repiten una y otra vez: “Ya no me quiere”, “me quiere demasiado”, “la quiero pero no la deseo”, “lo amo pero no me gusta”, “ya no hay hombres”, “todos son infieles”, etc., etc. Ante esto, no habría una respuesta tipo o fórmula válida que sirva para todos. Cada sujeto tiene que arreglárselas con esa falta de saber sobre lo sexual, inventándose eventualmente una manera de suplirla. El amor, desde esta perspectiva, sería entonces la suplencia de la relación sexual que no existe. Si bien hay una imposibilidad del lado de la sexualidad, se abre la posibilidad del encuentro amoroso, siempre del orden de lo contingente e imprevisto. Cuando Lacan propone una de sus definiciones del amor, “dar lo que no se tiene a alguien que no quiere eso”, entiende que solo es posible amar cuando se está en falta. Es esa falta en ser la que se entrega al otro en el amor como un don simbólico; a un otro que, por definición, desea otra cosa… pero que consiente a ser amado.

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AMOR.

[ Del lat. amor, -ōris ]

8. m. p. us. Apetito sexual de

los animales.

9. m. ant. Voluntad, consen-

1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. 2. m. Sentimiento hacia otra

AMOR, SEGÚN LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.

3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo. 4. m. Tendencia a la unión

sexual.

5. m. Blandura, suavidad. Cuidar el jardín con amor 6. m. Persona amada. U. t. en pl. con el mismo significado que en sing. Para llevarle un don a sus amores 7. m. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella.

timiento.

10. m. ant. Convenio o ajuste. 11. m. pl. Relaciones amorosas. 12. m. pl. Objeto de cariño especial para alguien. 13. m. pl. Expresiones de amor, caricias, requiebros. ~ libre. 1. m. Relaciones sexuales no reguladas. ~ platónico. 1. m. amor idealizado y sin relación sexual. ~ propio. 1. m. El que alguien se profesa a sí mismo, y especialmente a su prestigio. 2. m. Afán de mejorar la propia actuación. ~ seco. 1. m. Nombre que designa diversas especies de plantas her-


báceas cuyos frutos espinosos se adhieren al pelo, a la ropa, etc. ~es secos. 1. m. pl. Am. Mer. y Filip. amor seco.

al ~ del agua.

~ hacer

el amor [ loc. verb]

1. loc. adv. De modo que se vaya con la corriente, navegando o nadando. 2. loc. adv. Contemporizando, dejando correr las cosas que debieran reprobarse.

al ~ de la lumbre, o del fuego.

1. locs. advs. Cerca de ella, o de él, de modo que calienten y no quemen.

a su ~.

1. loc. adv. p. us. holgadamente.

con mil ~es.

1. loc. adv. coloq. de mil amores.

dar como por ~ de Dios.

1. loc. verb. desus. Dar como de gracia lo que se debe de justicia. ~ amor

de mil ~es.

seco [ m ]

1. loc. adv. coloq. Con mucho gusto, de muy buena voluntad.

en ~ compaña.

1. loc. adv. coloq. en amor y compaña.

en ~ y compaña.

1. loc. adv. coloq. En amistad y buena compañía.

hacer el ~.

1. loc. verb. Enamorar, galantear. 2. loc. verb. copular (|| unirse sexualmente).

por ~ al arte.

1. loc. adv. coloq. Gratuitamente, sin obtener recompensa por el trabajo.

~ requerir de amores [ loc. verb ]

por ~ de.

1. loc. prepos. Por causa de.

por ~ de Dios. 1. expr. U. para pedir con encarecimiento o excusarse con humildad. Hágalo usted por amor de Dios Perdone usted por amor de Dios.

requerir de ~es.

1. loc. verb. Cortejar, galantear.

tratar ~es.

1. loc. verb. Tener relaciones amorosas.

Def.8 [ m. p. us. ]

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GABRIEL ALZATE [Escritor]

Del amor ni hablar. ¿Con qué derecho? Pero a la gente le encanta hacerlo porque cada uno tiene su historia. Y los escritores, los primeros. Cada vez que se asomaron al pozo del placer o vieron el mundo desde la ventana de la desdicha, quedaron tan confundidos que pensaron que se trataba del amor. O de lo que para ellos representaba esa palabra tan deshojada y vuelta a deshojar como un libro abierto que alguien deja olvidado en un patio y el viento que llega arranca las páginas una a una y se las lleva. En ellas cada persona que va por la calle lee una historia, su propia historia de amor. O lo que es más grave: la que desearía que fuera su historia de amor. Allí, sin más, empieza la insensatez. Así que no es de extrañar que todo el mundo se crea con derecho a recitar versitos o poemas enteros. Tal vez eso no sea lo grave. Lo delicado del asunto es que los dediquen, los escriban, los conviertan en su razón de ser. Lo triste, sí señores, es que cada uno piense que su historia de amor es única. Y el lector ocasional sabe entonces que las desventuras e ilusiones han sido siempre las mismas aunque con diferentes dolientes. Y sabe de Hans Castorp, un burgués que se enamoró de

una altiva mujer que siempre llegaba al comedor de la clínica donde se hallaban internos dando portazos, añoraba esa manera brusca de irrumpir, la sentía, la presentía en sus entrañas. Era parte de su almuerzo, de la cena… Era su amor. Y también se entera de aquella mujer soñadora a la que le encantaban las historias de amor y que se llamaba Ema. La señora Bovary, por más señas. O acaso sepa que hubo una mujer que llevó lejos el ejercicio de la fidelidad y de la obstinación y aguardó a su marido que regresaba de la guerra y entre tanto tejía el sudario que habría de arroparlo en su viaje a la muerte. Y alguna tarde una voz la llamó desde la playa, muy bajito, para que solo ella pudiera oír: “Penélope”, le dijo la voz y ella sintió esa punzada de reconocimiento en el vientre. Dejó de tejer. Así es que algunos escritores han construido su historia: se ven obligados a pensar en el amor de manera constante, entre la lucidez y el desespero, y uno de ellos, un señor muy atildado que vivía al Sur de los Estados Unidos, escribió la historia de aquella mujer mayor que se resistió al paso del tiempo, a la muerte del amor, y durmió al lado del cadáver de su amado hasta el día de su propia muerte. Antes de que todo esto sucediera, antes de que ese hombre la abandonara, ella se había procurado una buena dosis de arsénico. Hay que retener al amor a como dé lugar. Nuestra querida Emily lo sabía. Los escritores son gente de escasa mesura a la hora de considerar el asunto del amor. Por lo general lo confunden con la muerte antes que con el éxtasis. Nada les impide amar desde el

otro lado de la vida. Son vecinos del desvarío. Desde la antigüedad han puesto emociones y sentimientos en manos de un diosecillo irresponsable y ciego, al que llaman Cupido, que para colmo, anda armado de arco y flechas. Atina sin apuntar. Quevedo, un español, escribió que el amor podía ser polvo enamorado; y un compatriota suyo, puso a un señor que pasaba de cincuenta años y a quien se le había secado el cerebro, a buscar por toda la Mancha a una tal Dulcinea. Inexistente la dama, pero él la amaba. La creía, la sentía. Los escritores no respetan sentimientos porque se creen, de algún modo, depositarios de la vida sentimental de los otros: espían tras la puertas, oyen lo que ninguno ha dicho todavía, pero ellos lo intuyen, adivinan palabras, frases, cartas de amor. Forjan cárceles de amor y de soledad o dejan que sus personajes las construyan voluntariamente urgidos de sufrimiento, de locura, de delirio. Del amor, esa gente, cual energúmenos sin tregua, escriben en la arena, en el viento, en el borde de las hojas gastadas, en el dorso de una mano, en el pecho lacerado de un pájaro, en las nubes que avanzan antes de una tarde de tormenta y en los rayos del sol que inauguran la mañana. Escriben ebrios y nostálgicos porque necesitan creer en algo que no existe más que en sus sueños como si se tratara de una epifanía. Y se la creen. Por ello conviene cerrar la puerta. Apagar la luz del alma. Urge tapiar las ventanas. Viene un escritor con sus habladurías acerca del amor, y es mejor la sordera que el despropósito.


ALEJANDRO FEGED [Antropólogo]

Filogenética del amor primate

Juli to

Érase una vez un joven chimpancé llamado Julito, que acabó viviendo en una fábrica cubana de cerveza casera. Su labor diaria consistía en sacar con adminículos de toda índole los objetos que normalmente llevan dentro las botellas usadas (como pitillos, colillas y ranas) para que estas fueran reutilizadas. Cuentan los viajeros que narran la historia, que Julito trabajaba por un salario de dos pintas por hora, y que cada mes debían los dueños de la fábrica pagar una prostituta para que le diera calmantes naturales al hijo de la selva. Más allá de que la historia sea cierta, en Cuba no existe lo inverosímil sino lo improbable. La vida de Julito nos pone ante una de esas preguntas recurrentes, que cada persona se formula cuando se cruza su mirada con la de otro ser viviente (a veces, incluso, con los uribistas): - ¿Quién está del otro lado? La búsqueda de la consciencia en otros seres está plagada de anécdotas e informes curiosos y asombrosos, donde por su semejanza y consanguinidad los chimpancés han llevado del bulto: el reconocimiento del ser en un chimpancé que usa un espejo para introducirse objetos extraños en el culo, la amistad entre animales, la consciencia del más allá del gorila Koko y las danzas de algunos simios frente a caídas de agua son solo algunos ejemplos que han sido registrados para la posteridad. Una de las preguntas inevitables, para algunos, es si existe el amor entre los animales.

O algo parecido al amor humano. O, ¿qué podemos decir sobre el amor humano con base en los animales? O, ¿por qué somos tan animales en el amor? A primera vista no hay ninguna esperanza, entre los simios no hay consenso. Los dos testículos de un chimpancé (110 gramos) pesan casi tanto como su cerebro (368-405 gramos). No es que no se puede sentir amor sin testículos, pero evidentemente resulta más difícil. Los gorilas, por el contrario, cuentan con una capacidad testicular bastante moderada (28 gramos). Los humanos estamos en un aparente intermedio entre el efímero vínculo de pareja de bonobús y chimpancés, y la posesión por fuerza de los gorilas. Estas comparaciones tienen sentido porque sugieren que entre humanos existe competencia de esperma y poliginia moderada (como el trago). Resulta tentador, además, establecer una comparación con el sistema de apareamiento y social de bonobos y chimpancés, ya que difieren entre ellos bastante. Entre chimpancés, por ejemplo, hay violencia y con frecuencia las relaciones no son totalmente consentidas. Entre bonobos, donde las hembras son dominantes, hay sexo entre básicamente todos los individuos de la población, sin reparo de observar tradiciones milenarias, como evitar el incesto. Sin embargo, es importante tener cuidado en la comparación, pues estos rasgos pueden haber emergido después de la separación entre humanos y estas otras dos especies.

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individuos es la dopamina, premio del universo para los buenos comportamientos. Lo curioso es que más allá de premio a los placeres de la vida, la dopamina es un premio a la anticipación de los placeres. Y entre más incertidumbre exista, más altos son los niveles. Si a un mono le dan bananos después de sonar una campana, sus niveles de dopamina suben con la campana y no con el banano. Y si le dan solo la mitad de las veces, llega a niveles más altos que si le dan el 25, 75 ó 100% de las repeticiones. El eminente primatólogo Robert Sapolsky narra un evento en el cual uno de los individuos en la población de babuinos que estudiaba, de jerarquía social discreta en el complicado mundo de su especie, finalmente accede a los favores carnales de una hembra de alta alcurnia tras una vida completa de cortejarla. Dice Sapolsky que, en cierta manera, la incertidumbre sobre la consumación del acto es justamente lo que mantiene al individuo en la abdicación absoluta a la noble causa. Tal vez lo más interesante de reflexionar sobre si existe o no el amor en los primates resulta que en sus gestos y conductas podemos entendernos a nosotros mismos. Al igual que el ejemplo que usa Darwin de los monos haciendo caras de resaca, de una mirada al amor entre primates podemos entender por qué a veces actuamos como animales.

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pamin

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Además de los testículos, analizados por Alison Jolly en el libro Lucy´s Legacy, hay otros mecanismos que debería abordar una perspectiva primatológica del amor. El efecto de dos hormonas, vasopresina y oxitocina, juega un papel crucial en eso que llamamos amor (aunque no sabemos bien cómo). Ambas están asociadas con nuestro pasado remoto de organismos marinos a la regulación de sales en el organismo, al punto que algunos evolucionistas sostienen que cuando la vida salió del mar, lo llevó consigo. La oxitocina es denominada la hormona prosocial, pues cumple un rol fundamental para establecer vínculos entre individuos y se piensa que en la monogamia y en la colaboración. Además, se usa como tratamiento para formas de autismo. La única pregunta posible parece ser, ¿por qué no la ponen en las gaseosas? Consígala con su jíbaro de confianza. ¿Cómo varían estas hormonas en los simios? Los bonobos y humanos cuentan con similitudes genéticas que no comparten los chimpancés, y además comparten rasgos prosociales y de empatía. El polimorfismo, asociado al autismo en humanos, también está presente en bonobos y ausente en chimpancés. Si hay algo parecido al amor humano entre primates es más probable encontrarlo en bonobos, no mal denominados el simio jipi. Los chimpancés no parecen estar muy interesados en la materia, endocrinológicamente hablando. El último mecanismo, según esta arbitraria clasificación, involucrado en las emociones entre


ANDRÉS FELIPE CASTELAR [Psicólogo]

El amor desde una mirada neurobiológica Está de moda por estos días usar los accesorios de la “química del amor”. Dijes en oro blanco que representan el orgasmo a través de la fórmula química de la dopamina; llaveros y botones tipo I (heart) Oxytocin; e incluso, algunas personas que piensan que el amor es lo más importante en su vida, publican fotos de sus tatuajes de las hormonas responsables del vínculo con el otro. Y es que desde que se empezó a estudiar desde la neurobiología, las ideas para referirse al amor se inundaron de términos de laboratorio. Frases como: “La relación se acabó: no teníamos química”; “la culpa de esto la tienen las feromonas” o “el enamoramiento dura unas pocas semanas: se acaba cuando se agotan las hormonas”, se usan de forma cotidiana para entender ese cambio tan particular en la rutina diaria que llamamos amor y que puede entenderse entonces como un conjunto de reacciones fisiológicas de tipo químico, que se producen en el sistema nervioso y que generan cambios a corto y mediano plazo en nuestra conducta. Tres sustancias químicas serían, en principio, las responsables de que vivamos el amor en todos sus estados, desde el comienzo de la relación hasta su madurez. La testosterona, liberada en mayor cantidad por los varones que por las mujeres, está implicada en la activación de las conductas de cortejo y galanteo, así como en el procesamiento de la información relacionada con la búsqueda de emparejamiento sexual:

activa las zonas del cerebro relacionadas con la agresión y la competencia y nos puede convertir en héroes protectores o en el típico patán de esquina. Por su parte, la dopamina se conoce como la hormona del orgasmo, ya que cuando es liberada en el cerebro disminuye el procesamiento del dolor e incrementa la sensación de satisfacción y bienestar; está presente en alimentos como el chocolate o el ají y es la que hace del contacto sexual una práctica tan placentera que puede ser adictiva, como realizar deportes extremos o sumarse a una alabanza en una congregación religiosa. Finalmente, la oxitocina es la más romántica de las tres, ya que se encarga de incrementar la empatía, disminuir la tensión arterial y la agresividad, además de estrechar los lazos emocionales, en especial con los niños pequeños: está implicada en conductas de cuidado al débil y en la reducción del miedo. Claro, no basta inculpar a este flamante trío de hormonas de nuestro éxito (o fracaso) amoroso. Hay otras sustancias que participan en esta complicada trama de activaciones e inhibiciones cerebrales. Por ejemplo, la androstediona secunda el trabajo de la testosterona en los varones y, durante el cortejo, facilita la aproximación de la pareja, mientras que la liberación de estrógeno en las mujeres hace que el cuerpo luzca más receptivo para la cópula: el pico de liberación del estrógeno coincide con la ovulación, época en la cual la piel luce más tersa, el cabello brilla más y se incrementa la sensibilidad ante gestos de seducción; la vasopresina en los varones está relacionada con la monogamia y la ausencia Pdc·10|35


min

oxitocina

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El afán de reproducción compensaría el alto gasto de energía física y la “inversión psíquica” que implica emparejarse: conocer los detalles de su vida, lo que más le gusta y lo que le incomoda, sin mencionar el esfuerzo que implica entrar a nuevos círculos sociales, cambiar rutinas, adecuar horarios, etc. Sin embargo, estas teorías tienen aún muchas preguntas por resolver, como por ejemplo otras formas de amor no sexualizado, como el que se profesa por la naturaleza, por los amigos o por la divinidad. Si bien estos vínculos también operan a través de procesos neuronales y de liberación de neurotransmisores, como cualquier otra actividad cerebral, su sentido en los mecanismos evolutivos mencionados no resulta tan claro.

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de la alopregnenolona se relaciona con las molestias atribuidas al Síndrome Premenstrual. Sin embargo, no basta decir que todo en nosotros es hormonal. Porque, ¿qué sentido tiene el amor, en términos prácticos? O, dicho de otro modo, ¿para qué sirve el despliegue de estas hormonas en nuestra vida? Las perspectivas evolucionarias han tratado de hallar respuesta a este interrogante, sosteniendo que la especie humana, como cualquier otra, se guía por los mismos patrones de éxito reproductivo. Según este esquema de análisis, toda práctica amorosa atiende y resuelve la necesidad de sostener la viabilidad reproductiva como especie. Dicho en otros términos, el amor y sus derivados conducen de una u otra forma a la reproducción, y las hormonas nos empujan a ello. El enamoramiento, por ejemplo, sería vital para la elección de la pareja idónea; el orgasmo, permitiría elegir al compañero que resulte más compatible (además de permitir una fecundación óptima) y el cuidado dado a los niños más pequeños es necesario para que éstos alcancen su propia edad reproductiva. El beso apasionado enamora, pues a través de él se evaluaría la potencial compatibilidad genética con la pareja: de ahí que los caractericemos como dulces o simples y que queramos más de ellos… o no. Y por razones similares, el despecho amoroso (la popular tusa) se parece más al síndrome de abstinencia que produce suspender una droga. Esta mirada puede parecer un tanto descarnada, pero resulta bastante lógica para entender algo tan irracional, en principio, como el amor.

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Henry Holguín y La Machaca. Hacia 1970, Andrés Holguín, periodista de la revista Cromos, se internó en las selvas del Putumayo a la caza del criminal nazi Martin Bormann. Nunca lo halló. A cambio de traer a la luz a uno de los ángeles del infierno nazi, Holguín dio a luz no a un mito de la muerte sino a uno del amor: la leyenda de la Machaca. Según la leyenda, si el insecto te pica, tienes 24 horas para hacer el amor; de lo contrario, mueres. Holguín aseguró haber escrito la crónica en respuesta al fiasco que significó haber confundido a un campesino alemán refugiado en la selva (Juan Harmann), con Martin Bormann, el secretario personal de Hitler. Hay dos imágenes sobre el mítico insecto: una de ellas lo pinta feo, muy feo, un lagarto sin cola, una babosa alada con cabeza de alienígena y ¡cinco patas! La otra, una mariposa hermosísima de bello nombre en latín (Fulgora laternaria), que se despliega ingrávida en el cielo, una cosa de luz y de feromonas, como un ángel del Señor. Creo que ambas imágenes son reales. Así es el sexo: un cincuenta por ciento, infierno y un cincuenta por ciento, cielo; mitad Aldonza Lorenzo, mitad Dulcinea.

Henry Holguín conoció la gloria en vida debido a su invención entomológica. Nombres de cantinas y burdeles, canciones populares, bailes de caseta, nombre de avión, llaveros, fotos, novios felices y matrimonios restaurados, lo convirtieron en una leyenda del periodismo de invención. Para quien esto escribe, Holguín es, además, el instigador de la aparición en estas tierras de esos antros de perdición llamados moteles. Uno de ellos, que ostentó precisamente el nombre del insecto, forma parte de la mitología urbana de la fogosa, pecaminosa e insaciable Cali. La historia de tan singular invención puede resumirse en esta otra historia que leí en El Espectador. Según ella, durante el auge del mito, las empleadas de Telecom de Puerto Asís, frecuentemente debían escribir telegramas del siguiente tenor: “Mañana esa. Viajo picado por machaca. Besos, Lucho”. Creo que Lucho, usted y yo le estaremos eternamente agradecidos a Holguín por habernos devuelto la conciencia de la fugacidad de la vida y por haber inventado un revolucionario evangelio del amor que da 24 horas para cuadrar caja.


Hacia 1970, Andrés Holguín, periodista de la revista Cromos, se internó en las selvas del Putumayo a la caza del criminal nazi Martin Bormann. Nunca lo halló. A cambio de traer a la luz a uno de los ángeles del infierno nazi, Holguín dio a luz no a un mito de la muerte sino a uno del amor: la leyenda de la Machaca. Según la leyenda, si el insecto te pica, tienes 24 horas para hacer el amor; de lo contrario, mueres. Holguín aseguró haber escrito la crónica en respuesta al fiasco que significó haber confundido a un campesino alemán refugiado en la selva (Juan Harmann), con Martin Bormann, el secretario personal de Hitler. Hay dos imágenes sobre el mítico insecto: una de ellas lo pinta feo, muy feo, un lagarto sin cola, una babosa alada con cabeza de alienígena y ¡cinco patas! La otra, una mariposa hermosísima de bello nombre en latín (Fulgora laternaria), que se despliega ingrávida en el cielo, una cosa de luz y de feromonas, como un ángel del Señor. Creo que ambas imágenes son reales. Así es el sexo: un cincuenta por ciento, infierno y un cincuenta por ciento, cielo; mitad Aldonza Lorenzo, mitad Dulcinea. Henry Holguín conoció la gloria en vida debido a su invención entomológica. Nombres de cantinas y burdeles, canciones populares, bailes de caseta, nombre de avión, llaveros, fotos, novios felices y matrimonios restaurados, lo convirtieron en una leyenda del periodismo de invención. Para quien esto escribe, Holguín es, además, el instigador de la aparición en estas tierras de esos antros de perdición llamados moteles. Uno de ellos, que ostentó precisamente el nombre del insecto, forma parte de la mitología urbana de la fogosa, pecaminosa e insaciable Cali. La historia de tan singular invención puede resumirse en esta otra historia que leí en El Espectador. Según ella, durante el auge del mito, las empleadas de Telecom de Puerto Asís frecuentemente debían escribir telegramas del siguiente tenor: “Mañana esa. Viajo picado por machaca. Besos, Lucho”. Creo que Lucho, usted y yo le estaremos eternamente agradecidos a Holguín por habernos devuelto la conciencia de la fugacidad de la vida y por haber inventado un revolucionario evangelio del amor que da 24 horas para cuadrar caja. Ilustración portada: PicaFlor · http://www.flickr.com/photos/pica-flor/

~ JUAN CAMILO CASTILLO (Colombia)

HENRY HOLGUÍN Y LA MACHACA

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~ JAIME MENDOZA (Colombia)

~ ROSA COFFEY / 8 Aテ前S (Colombia)

~ NATTAN (Colombia)


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~ TOSHIO KAMITANI (kyoto / Japón)

~ CAMILA VILLOTA (Colombia)

~ JOSUÉ (Colombia)

~ JOAQUÍN ABELLO REYES (Colombia)



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Para qué sirve una sociología del amor (y para qué no sirve) Por Viviam Unás1 Estudiar el amor desde la disciplina sociológica sirve para muchas cosas. Alguien que conozco sugirió que sirve no tanto para evitar que te dejen como sí para entender por qué te dejaron. Creo firmemente en ello. Creo también que para nuestro grupo de investigación sociologizar el amor ha supuesto una batalla feroz contra el sentido común. Es esto esperable considerando que sobre el amor, ese desenfrenado, todos y todas parecemos tener algo que decir y algo que defender. Y es que el amor, como experiencia vital intensa, se hace tanto de emociones como de discursos e ideologías. Sentimos amor pero también lo pensamos, lo hacemos, lo ponemos en práctica. Hablamos del amor como un sentimiento pero si estamos atentos al modo en que se nos presenta en la vida cotidiana encontramos que es mucho más que eso: el amor es también un lugar, un escenario en el que converge nuestra intimidad con las instituciones sociales, una forma de relación social en la que se con-funden transacciones de poder con actos de emancipación, tentativas de reinvención social con continuidades, inercias, faltas a la imaginación. 1. Comunicadora de nacimiento y socióloga tardía. Simpatizante feminista. Políticamente incorrecta. Participante del grupo de estudios de género de la Universidad Icesi. Separada, soltera, arrejuntada, casada. Estudia el tema de relaciones amorosas para entender sociológicamente el amor aunque, de fondo, lo hace para juntar historias eróticas con las que aspira a, algún día, escribir un libro de cuentos que la haga famosa.

En este sentido, estudiar el amor sirve para comprender cómo la historia se instala en el presente, pero también para apreciar la dinámica del cambio, el modo en que la sociedad reniega de su propio pasado y se atreve a renovar el futuro. Basta echar una mirada sobre el matrimonio heterosexual para comprobarlo. La historia nos sugiere que sólo hasta el siglo XVIII la sociedad asistió a los primeros matrimonios voluntarios, fundados en la ilusión amorosa. Era este casarse por amor un hecho novedoso en la historia de Occidente. No en vano, un manual inglés del siglo XVII, citado por Arie (1987), aseguraba sobre la conducta sexual en el matrimonio: “Igualmente escandaloso es el excesivo amor por la propia esposa. Un hombre prudente ha de saber amar a su esposa con ponderación y no con pasión y, en consecuencia, ha de saber controlar sus deseos y no dejarse arrastrar a la copulación. Nada es más inmundo que amar a la esposa como a la amante”. Aparentemente fueron las capas populares que, con poco que ganar en matrimonios por conveniencia, se entregaron a una vida en pareja fundada sobre el sentimiento. Se requerirían, sin embargo, por lo menos dos siglos y profundas revoluciones sociales para que el placer se incorporara al matrimonio. Hasta entonces, la mujer con la que un individuo se casaba solía ser su virtuosa amada, mientras el placer y la pasión se reservaban a la querida y la amante. Sociologizar el amor sirve también para entender que la vida amorosa se teje de sentimientos y sublimaciones, así como de economía, luchas políticas y otros asuntos más prosaicos. Como todas las cosas de este mundo, no hay nada del amor que no se haga de materiales dispersos, de objetos e instituciones, de azares y estrategias. Para Giddens (1998) esta historia amorosa está marcada por el paso del amor romántico -que experimentó su mayor esplendor entre el siglo XVIII y mediados del siglo XX- a lo que este autor denomina “amor confluente”. Supone esta revolución la transición entre un mundo marcado por la férrea división sexual del trabajo a un mundo en el que la distribución de tareas según el género se hace flexible, difusa y conflictiva. El amor romántico, al que alude Giddens, se caracteriza por la dependencia económica y social de las mujeres (a quienes se negaba la posibilidad de depender de sí mismas) y la dependencia afectiva y doméstica de los hombres (quienes no eran


adiestrados para el cuidado de sí o el cuidado de otros). La pareja que se unía en el vínculo matrimonial se necesitaba no sólo desde el apego más afectivo sino desde una brutal dependencia: la sociedad no estaba hecha para que hombres y mujeres sobrevivieran sin el otro. Sobre esta garantía se erigieron matrimonios para “toda la vida”, relaciones no perecederas, amores de largo aliento, que citamos en ocasiones con la nostalgia de quien dice que antes se vivía más, se comía mejor, se remendaban las medias, las neveras duraban 20 años. Por supuesto, mucha de la solidez de estos matrimonios descansaba sobre el sacrificio, la violencia, la pobreza de un mundo cuyas posibilidades eran más estrechas, en particular para las mujeres. Al respecto, Hochschild (1990) cita un estudio devastador, que denomina “las viudas”. La investigación se concentra en la experiencia de mujeres ancianas que han enviudado tras matrimonios de décadas. Esperaría una encontrar a viejecitas desechas, deprimidas y en espera de la muerte, pero lo que se encuentra es a un grupo de mujeres renacidas, que aseguran sentirse libres por primera vez en la vida y que tanto lloran al marido como celebran los años que podrán dedicar, por fin, a sí mismas: “ahora puedo abrir las cortinas, él siempre quería que todo estuviera oscuro”, comenta una de ellas. Estudiando sociológicamente el amor aprende una que no hay nada de natural en este modo de amarnos, que empieza con dolor de estómago y termina con ganas de pactar alianzas, compartir techo y cobijas, bienes y deudas. La sociología del amor nos enseña que la ideología romántica partía del principio de que el amor se debía consumar en el matrimonio. Como en los melodramas televisivos, el amor se nos dibuja como la larga lucha de los amantes por estar juntos y juntos caminar hacia el altar. Esta versión, hasta cierto punto teleológica del amor, operaba sobre la división sexual del trabajo en lo que respecta a las labores de conquista. Los hombres debían actuar como esforzados conquistadores y las mujeres como objetos inalcanzables. No en vano todavía se nos invita, ante la falta de obstáculos mayores, a crear forzosamente la dificultad (“hágase la difícil, mijita”, aconsejaba mi abuela), lo que parece alentar a los varones, muy a costa de la represión sexual y afectiva de las mujeres.

Y a propósito de las mujeres, una sociología del amor resulta útil para comprender las formas soterradas de su dominación. Giddens, por ejemplo, afirma que en la reproducción del amor romántico, jugó un papel significativo cierta literatura, “orientada a mantener a las mujeres en su sitio” (Giddens, 1998) y a instalar una ideología amorosa que sobrevive hasta nuestros días. Así, la literatura para mujeres determinaba el amor como un tema típicamente doméstico, privado y femenino y se esperaba que ellas tuvieran una mayor inclinación a la ensoñación y al cotilleo romántico. No es extraño entonces que sean las mujeres las principales responsables de los cambios sucedidos en la relación amorosa contemporánea. La sociología, en sus desarrollos más recientes, coincide en señalar que algo ha cambiado en el amor. Eso que cambia puede entenderse para Giddens (1998) como la emergencia del amor confluente, que irrumpe en la historia de Occidente hacia mediados del siglo XX, y aparece como consecuencia de diversos fenómenos, tales como la penetración de las mujeres en el mundo del trabajo, la disminución del número de hijos, la revolución sexual y la conquista de condiciones de equidad en las relaciones de género en el ámbito de lo público. Se transforman así las bases materiales de la relación amorosa romántica y los individuos que conforman la pareja se ven abocados a establecer vínculos en condiciones de mayor igualdad. Es en virtud de este fenómeno, nunca visto en la historia, que Beck y Beck (1998) reconocen al amor confluente como escenario de turbulenta conflictividad: donde estaba la estable división sexual del trabajo, la normatividad social, los constreñimientos sexuales y la naturalización del matrimonio de largo aliento, aparece la incertidumbre, la voluntad de permanecer juntos y, en algunos casos, la demanda permanente de satisfacción en la relación matrimonial. Al respecto, Simonet (2003) sostiene que la historia moderna del amor puede comprenderse a través de tres actos. Un primer acto en que el matrimonio excluía al placer y al amor (esto es, en contextos de matrimonios no voluntarios), un segundo acto en que el amor y el matrimonio empiezan a integrarse –aunque el placer les resulte todavía ajeno- y un último acto, del todo contemporáneo, en que se demanda la conjugación de amor, matrimonio y placer y en el que se permite el placer sin amor y el amor y Pdc·10|45


la convivencia amorosa es más conflictiva entre menos tradicionales seamos. placer sin matrimonio. Matrimonio con placer y amor, amor y placer sin matrimonio, estos elementos, antes escindidos, empiezan a encontrarse en una combinación que altera y desordena las trayectorias amorosas. Ello explica en parte nuestra historia personal, densamente atravesada por encuentros y fracturas amorosas, connatos de relación que nunca se realizaron, realizaciones que no se convirtieron en amor. De manera elegante podríamos decir que lo que ocurre es una ampliación del repertorio de formas que adquiere la relación en el amor confluente. De manera vulgar podríamos señalar que la vida amorosa está hoy plagada de amigovias, rumbeos, tinieblos, amantes, novias, coqueteos sin concretar (arrocitos en bajo), matrimonios rotos, encuentros eróticos sin peligro de romance. Pero la sociología del amor nos enseña también que esta ampliación, que expresa una cierta libertad para elegir la vida amorosa, implica, al mismo tiempo, una frustración potencial, latente, que no hemos logrado despachar. Porque si para algo sirve estudiar sociológicamente el amor es para revelar sus contradicciones, sus grises, sus texturas. Y ésta es, probablemente, una de sus más hondas. Me explico: Beck y Beck (2000) señalan que, al tiempo que se producen transformaciones objetivas en el campo amoroso, se presenta también una persistencia ideológica del amor romántico, anclado a la pareja monogámica y sus pretensiones de eternidad. Así, se asiste a un potencial universo de posibilidades pero también a la obligación y el deseo de decidirse, de sentar cabeza, de elegir a un compañero o compañera permanente. Ante este panorama, el matrimonio se convierte en una decisión que restringe las posibilidades abiertas de experimentación. De ahí, probablemente, la idea de que antes de casarse hay que vivir muchas cosas, como si el matrimonio implicara inmovilidad, un estado en el que se deja de vivir. Ésta es, notemos, la misma sensación que experimentan aquellas personas obligadas a decidir en un mundo abundante: carencia será entonces lo que sentirá el que compra

un único par de zapatos en una tienda atestada de cientos, la que decide un único canal televisivo ante una oferta de 900 canales y el que se casa, “para siempre”, y dice adiós a un universo de relaciones potenciales. El dilema de tener que decidirse en un mundo abierto (Gómez y González), se resuelve en ocasiones a través de la experimentación y la ilusión de vivirlo, similar a la opción que toman los que hacen zapping: “Yo he tenido muchas relaciones, pero sólo me he enamorado dos veces. Más joven tenía hasta dos novios al tiempo y un amigo mío con el que teníamos un cuento a escondidas, nadie sabía (…) hasta que apareció Juancho y nos fuimos encarretando y ya las ganas de loquear se fueron yendo, hasta que yo “volteé a ver” y no había nadie, éramos él y yo”, nos informa Renata, una profesora a la que entrevistamos para un proyecto reciente. La sociología del amor nos enseña otras cosas. Nos enseña, por ejemplo, que la convivencia amorosa es más conflictiva entre menos tradicionales seamos. Así, en parejas dominadas por ideologías tradicionales, se observa un fuerte peso de las formas heredadas del amor y de los roles estatutarios de género. En estos casos la experiencia amorosa se resuelve a través de la naturalización de la vida en pareja y las tensiones se ven limitadas por un “deber ser” que regula y anula los conflictos. En cambio, en parejas más igualitarias, sin la naturalizada subordinación femenina ni la irrebatible dominación masculina, la relación amorosa pierde todo referente con el pasado. Una mirada hacia atrás no basta a los amantes para aprender cómo vivir el amor y los consejos fundados en la experiencia pierden relevancia. En el amor, abocados al presente, la sociedad se ha hecho joven y provisoria. Ingratitud, denomina Finkielkraut (2001) a estos hombres y mujeres que “han dejado de pensarse como herederos”. Ingratos, acudiremos entonces a la reflexividad, la experimentación, la proliferación de literatura de superación personal, terapias de pareja, cursos y encuentros pre y matrimoniales y otras estrategias que el mercado dispone para la atención de la vida amorosa. La sociología del amor nos enseña entonces que, ante la crisis de la herencia, los individuos nos vemos obligados a reinventar las reglas de la relación amorosa, en medio de un caos que Beck y Beck consideran normal. De esta forma, el amor contemporáneo, cuando se presenta en condiciones de mayor equidad, se parece


mucho a una zona de incertidumbre: un espacio de la vida social en el que las normas externas y tradicionales han sido corroídas y los individuos se entregan a una negociación de poderes y reflexividad, que no siempre se parece a lo que reconocemos como amor. En este sentido, la sociología del amor puede explicarnos, como bien decía al comienzo, por qué nos separamos, por qué nos agobia el tedio en las relaciones largas, por qué la monogamia nos hace sentir atrapadas, por qué la soltería gozosa no nos deja plenamente satisfechos. Por qué deseamos andar emparejadas cuando estamos solteras, por qué queremos estar solteros cuando estamos emparejados. Podría mencionar en este punto, mucho más. Podría decirles que la sociología amorosa nos sirve para entender porqué hay sociedades en las que nadie se enamora locamente o en las que la infidelidad, el pecado máximo, no es ni dolorosa, ni condenable. Podríamos hablar también del deseo que depositamos en el otro, del amor como proyección de la propia fantasía. Podría decirles que la sociología sirve para entender el origen del amor humano, la manera en que este artefacto afectivo ha sido inventado, el modo en que se ha instalado en nuestras cabezas y alimentado nuestros corazones. Podría citar datos, estadísticas, cuadros comparativos. Decirles porqué es posible pensar el amor como un espacio político y contarles cómo hemos erotizado el patriarcado y patriarcalizado, si es que existe algo como esto, la sexualidad. Podría decir todo esto pero prefiero permitirme, ya para el final, una nota cursi: prefiero terminar describiendo aquello que no siempre podemos explicar. La forma en que el amor logra cristalizarse en un tipo de vínculo potente, solidario, un mecanismo mediante el cual convertimos al otro, a la otra, en la familia elegida, en el pedazo de mundo que arrancamos a las probabilidades. No es pues ésta una conclusión sociológica, pero sí remite a la conclusión de un sociólogo. A su final. Me refiero a André Gorz, sociólogo francés de 85 años, que fue encontrado muerto el 22 de septiembre del 2007, junto a su esposa, Dorine, de 82. Un año antes había publicado “Cartas a D”, un libro epistolar, escrito para, en sus palabras, “reconstruir la historia de nuestro amor para captar todo su sentido. Gracias a ella, somos lo que somos, uno por el otro y uno para el otro”. En esta obra, Gorz dedica a Dorine palabras febriles que no estamos

acostumbrados a escuchar en personas mayores: “Eras el complemento de la irrealización de lo real, incluido yo mismo, algo en lo que me empleaba desde siete u ocho años atrás mediante la actividad de escribir. Para mí eras la portadora de la puesta entre paréntesis del mundo amenazante donde yo era un refugiado de ilegítima existencia, cuyo porvenir nunca se prolongaba más allá de tres meses”. La pareja fue hallada muerta por un amigo, que se acercó a visitarlos y encontró un letrero alarmante en la puerta de su casa: “avisen a la policía”. Gorz y Dorine, aquejados por una enfermedad terminal, habían decidido poner fin a su vida. Poco antes Gorz le había escrito a su esposa: “Acabas de cumplir ochenta y dos años. Sigues siendo bella, graciosa y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te quiero más que nunca. Recientemente me he vuelto a enamorar de ti otra vez y llevo dentro un vacío desbordante que no logra colmar más que tu cuerpo apretado contra el mío”. Este sociólogo, que intentó explicar el mundo del trabajo contemporáneo, y que dedicó una vida entera a la idea de que el capitalismo era superable, anticipó su suicidio sin otro argumento que el del amor, ese irracional: “Nos gustaría no sobrevivir a la muerte del otro. Nos hemos dicho a menudo que, si tuviésemos una segunda vida, nos gustaría vivirla juntos”. Y esto es algo que la sociología no puede explicar. O que puede explicar sólo parcialmente. Mal explicado. Porque explicándolo lo deshonra.

Arie, Phillippe (1987), “El matrimonio indisoluble” en Sexualidades Occidentales, Editorial Paidós, México ELIAS, Norbert. (1998) “Introducción” en El proceso de Civilización. México, Fondo de Cultura Económica. P. 10-46. Giddens, Anthony (1998). La transformación de la intimidad, sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas/ 2. ed. – España, Ediciones Cátedra. Hochschild, Arlie Russell (1990a). «Themes and Variations in the Sociology of Emotions». En KE M PE R, TH. D . (ed.). Re s e a rch Agendas in the Sociology of Em o t i o n s. Nu e va Yo rk: State Un iversity SIMONET, Domique (2003). La Más Bella Historia de Amor. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica de Argentina. Pdc·10|47


el amor y la locura:

notas de amores

desgraciados

L

a relación entre amor y locura siempre ha sido estrecha. Desde la época de los griegos, el dios Eros es representado con los ojos vendados y guiado por una mujer que lo conduce sin puerto. Hoy en día, representaciones menos poéticas circulan por las redes virtuales, pero siempre se menciona la pérdida de la cordura como eje fundamental del amor. Y es que a pocos se les ocurriría amar de modo racional. La idea de amar o sentirse amado va de la mano con la entrega total, desmedida. Sea a la pareja, a Dios, a los ideales, al dinero, cuando amamos, nos dejamos llevar por el desenfreno... o al menos así lo queremos creer. Sin embargo, la realidad es mucho más dramática. La otra cara de la moneda es el amor no correspondido: sea a través del abandono, de la mentira cotidiana o de la infidelidad. Y por eso, nada mejor que acercarse a un espacio que acaba con cualquier asomo de romanticismo, el hospital psiquiátrico. Los pabellones de mujeres están repletos de suicidas fallidas, de

alcoholizadas, de deprimidas. La razón por la cual llegaron a tal estado suele ser, la mayoría de las veces, algo aparentemente natural, pero difícil de conseguir: un poco de amor. Las mujeres aprenden a amar e incluso a dar la vida por quienes las rodean. Patricia* llegó de una ciudad del norte del Valle, remitida porque intentó suicidarse. Se sentía fea, gorda y poco atractiva, pues su marido perdió el empleo y no pudo seguir sosteniendo su estilo de vida, que incluía dieta, gimnasio y club campestre. “Sin él yo no soy nada. ¿Y qué tal que me deje?” repetía una y otra vez. Su depresión aumentó al verse rodeada de mujeres de sectores populares, en medio de crisis psicóticas y de abandono social. Un abandono como el que vivía Gina, una niña de diez años que llegó al servicio médico después de consumir Lorvan, un insecticida que encontró en su casa. “Yo me lo tomé porque * Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de los pacientes.


Quizás si comprendiéramos que amar no es pedir lo que se quiere sino dar lo que no se tiene, las cosas serían distintas

*

estaba aburrida”, decía, después intentar quitarse la vida para irse a donde estuviera su abuelita, fallecida unas semanas atrás, la única de la familia que la trataba bien. Gina no contaba con apoyo emocional ni con quien le hiciera pensar en un futuro con posibilidades diferentes a las que había vivido toda su vida. Sin embargo, el amor también puede ser una verdadera convención de desatinos, como le ocurría a Paula, quien en su búsqueda de amor ejercía el trabajo sexual y asistía al culto de los Testigos de Jehová. A sus 20 años, había sido internada en algunas ocasiones pues el consumo de psicotóxicos la llevaba una y otra vez a la agresión y a la violencia con sus compañeras. Sus amores han sido muchos y pasajeros: cambiaba constantemente de pareja a la espera de encontrar “al que es”. Sabía que en la prostitución a lo mejor no lo encontraría, pero “una

nunca sabe”. No veía otras posibilidades, pues había estudiado solo hasta quinto de primaria. Esperaba que su novio la sacara de esa vida y le pusiera una peluquería. La situación que vivía Yami no era mejor. Fue internada luego de cortarse las venas. Se había volado de su casa para irse a vivir con su novio, quien trabajaba con el Ejército Nacional. Su cuñada la había acusado de metérsele en la cama a su esposo (es decir, a su propio cuñado), y en medio de la discusión con la familia que la había acogido quiso acabar con su vida despicando una botella para cortarse las muñecas. Todo el tiempo que estuvo en el servicio de salud trató infructuosamente de encontrar a su hombre, a ese que llegara sin pedir permiso y la sacara de los problemas. Que la hiciera sentir protegida. En otras palabras, a la espera del príncipe azul que rescata a las mujeres en todas las películas de princesas que consumen desde niñas. Aprendemos a amar y en ese proceso, empezamos a creer que es la otra persona quien nos proveerá lo necesario para sobrellevar la vida. Sea el dinero, el afecto familiar, un mínimo de respeto o un gesto de reconocimiento, estamos a la espera de ese detalle, de ese Don. Quizás si comprendiéramos que amar no es pedir lo que se quiere sino dar lo que no se tiene, las cosas serían distintas. Andrés Felipe Castelar. Psicólogo.

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Tocamos la puerta de madera labrada y una mujer respondió. Su nombre era Gladys. En la sala nos ofreció un tinto humeante endulzado con panela y prendió la chimenea. De una pared colgaban balones y una mesa exhibía para la venta, ruanas y bufandas tejidas en lana de oveja, por mujeres del municipio. Le contamos que veníamos de Bogotá y mencionó que allí había hecho su pasantía en hotelería y turismo: “Yo no estaba acostumbrada, me levantaba a las 5:30, a las 6:30 salía, en esa época vivía en Suba y como se hacían unos trancones tenaces, llegaba a las 9:00 a trabajar… No aguanté sino 4 meses y me devolví”. El cantar de los pájaros y el repicar de las campanas de la iglesia acompañaban su voz.

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M

onguí me contagió su tranquilidad. Era viernes y sus habitantes, con ruanas de lana y sombreros de tapia pisada, conversaban en la plaza central. Bajamos del bus y observé las construcciones coloniales y las calles empedradas que hacen de este municipio boyacense una reliquia de Colombia; cuadro campesino que contrastaba con los balones de fútbol, de diferentes tamaños y colores, que adornaban las paredes blancas de las casas.

Un hotel en la cumbre de una montaña llamó nuestra atención. Escalamos 80 peldaños. A medida que ascendíamos el aire se volvía más frío y escaso, hasta llegar a una vereda curiosamente llamada La Otra Vida. Mientras recuperaba el aliento contemplé las tonalidades verdes y azules de la cordillera oriental, las imponentes cúpulas de la iglesia y las casitas de paredes blancas y techos de teja de barro cocido. -Monguí parece un pesebre-, pensé.

“Soy antropóloga y mi compañero artista y hemos venido a investigar la producción de balones en Monguí”, expresé, y doña Gladys mostró su interés en colaborar. “Mejor dicho, díganme dónde o qué les hago”. Y tras listar a sus “comadres y vecinos baloneros”, concertó nuestra primera cita mediante una llamada telefónica. Nos dirigimos a la fábrica Arcueros, ubicada en un costado de la plaza central. Allí, entre rollos de plástico y olor a caucho, Pilar Neita nos relató la historia de su negocio familiar. Su padre le enseñó las tareas más sencillas del oficio como “pegar bomba”, es decir, cubrir con


A sus 29 años, Pilar ha presenciado importantes cambios en la industria balonera de Monguí. Recuerda cómo un molde de metal, que une las partes del balón por presión, reemplazó el arduo proceso de costura: “Una persona que le rinda hacer un balón cosido, se hace cinco diarios no más, mientras que una persona, haciendo balón vulcanizado, puede armar hasta 90 balones diarios”. La producción a gran escala desplazó el trabajo de mi padre, dice con nostalgia. Sin embargo, reconoce que este avance responde a las necesidades actuales de producción, que alcanzan hasta los 7 mil balones en las temporadas altas, como en los Mundiales de la FIFA. Los monguiseños afirman que son los más aficionados a estos campeonatos que disparan las ventas en el municipio: “somos los que más hacemos fuerza para que Colombia llegue al Mundial, por lo que nos representa a nosotros, desde el momento que clasifique”1. No obstante, a la hora de practicar deportes prefieren el tejo y el billar. Don Custodio, cuñado de Pilar, afirma: “En casa de herrero, azadón de palo” y todos reímos de esta paradoja. Foto : Alexandra Isaacs

pegante el neumático interno que da forma al balón. Hoy diseña y estampa diversos logotipos en los paneles que, uno a uno, se adhieren a la bomba como piezas de rompecabezas.

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Gracias a la gestión de doña Gladys, en nuestra siguiente visita conocimos el negocio familiar Gegol, donde Germán Peña relató: “uno acá 1. Jorge Ladino, Monguí, febrero 22 de 2013

Foto: Carlos Felipe Guzmán Pdc·10|51


Cuentan los monguiseños que Froilán Ladino inició la tradición con un balón extranjero que: “rompió y miró los casquitos cómo eran, de qué estaban hechos y cómo los cosían”

desde pequeñito trabaja. Ahorita no mucho, pero en ese tiempo sí, entonces junto a la mamá, ella le decía ayúdeme y uno empezaba por hacer costuras pequeñitas, por hacer algo pequeño, para terminar haciéndolo completo”. Los primeros balones estaban hechos de cuero grueso que debía remojarse y después darle planazos para que se hiciera maleable, cuenta Rosa Hurtado, esposa de don Germán. “De esos cosió mi mami cuando era joven. Ahora mi mami tiene 74 años”. Cuentan los monguiseños que Froilán Ladino inició la tradición con un balón extranjero que: “rompió y miró los casquitos cómo eran, de qué estaban hechos y cómo los cosían”. Los primeros intentos eran tan pesados que maltrataban los pies de los jugadores. Sin embargo, los artesanos perfeccionaron la técnica con el correr de los años y hoy su trabajo es reconocido a nivel mundial por su terminado y calidad2. 2. Miguel Téllez, Monguí, febrero 2 de 2013.

Gegol es una de las fábricas más prósperas del pueblo. Sus productos se venden en diferentes ciudades de Colombia y países vecinos. No obstante, los esposos enfrentan numerosas dificultades, como el libre comercio a ultranza y su avalancha de productos chinos. “Siempre tenemos que luchar con préstamos”, expresa doña Rosa, quien no quiere que sus hijas se dediquen a este negocio de futuro incierto. Al terminar la conversación, don Germán nos enseñó unas fotografías en las cuales aparece una pelota que dobla la altura de las personas paradas a su alrededor: “El más grande del mundo”, expresa con brillo en sus ojos. Una de las tantas iniciativas ingeniadas por la Asociación de Baloneros de Monguí para dar a conocer su oficio y mantener viva su tradición.

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El dicho popular “en Monguí las mujeres trabajan en pelotas” tiene una razón cultural e histórica: tejer es una labor femenina que se practica en el hogar, explica don Germán: “por

Foto: Carlos Felipe Guzmán


lo general, las mujeres se quedan en la casa y los hombres salen a las labores del campo, ¿entonces qué pasaba? los hombres al campo y las mujeres a complementar el trabajo de la casa con el balón”. Ellas constituyen el 80% de los empleados en las fábricas, mientras cada vez más hombres se dedican a la minería que detonó en los últimos años por el incentivo del gobierno nacional. El sacerdote Luis Acevedo teme que las multinacionales se apoderen de Monguí, como les ocurrió a sus vecinos de Tasco, Mongua, Socha y Socotá: “Son como monstruos que vienen así tan grandes que la gente no es capaz de luchar contra ellos”. La locomotora minera está arrasando el departamento a punta de dudosas promesas de bienestar y progreso. Al respecto, Doña Gladys mencionó que peligran los páramos, incluyendo Ocetá. Este ecosistema de Monguí, relató con orgullo, es considerado uno de los más hermosos del mundo por sus cóndores, venados y conejos, por sus jardines naturales de frailejones, angelitos, morones y encemillos, por sus formaciones rocosas que parecen ciudades esculpidas y por sus incontables lagunas, ríos y quebradas. Nos despedimos de doña Gladys con esta preocupación en mente. Subimos al bus y dejamos atrás los cultivos de papa, maíz y habas, las ovejas pastando en la cancha de fútbol, el viento frío y puro que baja del páramo y las casas campesinas de paredes blancas adornadas con balones de fútbol.

Foto: Carlos Felipe Guzmán

Alexandra Isaacs

Es curiosa y sus palabras favoritas son ¿por qué? No cree ni gusta de las verdades impuestas. Es una antropóloga apasionada por el periodismo, la literatura y demás disciplinas que permitan acercarse a un pedacito de la realidad social y plasmarla en la tinta y el papel.

Carlos Felipe Guzmán

Es artista plástico bogotano. Debido a la oferta laboral, constantemente es jefe y empleado de su propio ‘negocio’. Por esto, en ocasiones siente que hace ‘de todo’, algo que sienten muchos artistas jóvenes. Filma y edita videos, gestiona proyectos y a veces escribe para {{em_rgencia}, una revista de artes plásticas y visuales que tiene junto a un grupo de amigos artistas. En su trabajo abarca diversos medios como el video, el sonido, el dibujo y la fotografía. Actualmente, cursa una maestría en artes visuales en la Universidad de Sao Paulo. Pdc·10|53


Seleccionar los diez lugares del amor en Cali no es una tarea fácil. En principio uno se limita a pensar una selección que reduce el amor a un puro hecho físico, ciertamente una de las versiones más placenteras del amor, pero no la única. En Cali abundan lugares que restringen la idea del amor al desengaño, o a un hecho que se consuma especialmente en noches de tragos y rumba, en raticos en medio de escapes cotidianos o en celebraciones de días especiales en las que los perfumes, las flores y los chocolates se convierten en clichés de seducción. Sin oponerme a estas demostraciones de amor, me parece justo superar la caracterización sexual para hablar de un concepto que en una ciudad como la nuestra reúne una amplia gama de emociones y actitudes, que con el tiempo se han constituido en experiencias que superan nuestra percepción básica del amor. Decir entonces que los siguientes son los lugares del amor en Cali sería reducir a unos cuantos sitios, los miles de rincones en donde a diario se llevan a cabo actos de amor que merecen ser nombrados. Por ello, esta lista más que a lugares se refiere a experiencias que personas han tenido en lugares y que amablemente han compartido para completar esta selección, que en varios casos ilustra el amor como una fuerza que mueve a los seres humanos para ayudar a los demás, y en otros, simplemente es una muestra de lo diverso que resulta pensar el amor en una ciudad como la nuestra. El ejercicio nos permitió reconocer una multiplicidad de lugares donde a diario se “hace el amor” y se gesta una Cali que supera la violencia y la indiferencia. Diez lugares del amor (en ningún orden particular):


I Circo para todos http://circoparatodos.org/ En 1995, el artista de circo vallecaucano Héctor Fabio Cobo Plata y la inglesa Felicity Simpson dieron forma a la Fundación Circo para Todos. Héctor y Felicity se conocieron en Brasil y después de un tiempo de trabajar juntos, viajaron a Cali con la idea de abrir una escuela de artes circenses. En sus inicios, la idea tomó forma en talleres para niños que los dos dictaron en una zona de bajos recursos en Cali y, a pesar de que Héctor Fabio murió en el 2001, actualmente la fundación sigue el camino trazado por su fundador en su carpa de entrenamiento, ubicada en el tradicional Parque del Amor en el norte de la ciudad. Hoy, la escuela cuenta más de cien egresados de una formación que dura cuatro años, que en su mayoría trabajan en equipos artísticos en cruceros o circos tradicionales en Latinoamérica, lo que les ha permitido a estos jóvenes, además de viajar por el mundo, ganar premios a nivel internacional. Este lugar es uno de esos lugares del amor, no tanto por la forma en que nació sino porque de aquí no solo salen artistas de circo, sino jóvenes maestros de una profesión que

sirve a otros jóvenes como posibilidad para salir de entornos difíciles y cumplir sus sueños teniendo una vida de artistas, la misma a la que Hector Fabio se dedicaba, por amor.

II Fundamor http://www.fundamor.org/ No solo por su nombre, sino especialmente por su esencia, es necesario incluir en esta lista de los lugares del amor en Cali a una Fundación que desde 1992 se ha dedicado a trabajar por la atención, protección y formación de niños y adolescentes afectados por el VIH y Sida. Muchos habremos oído hablar de este lugar en el que creen que el afecto y el amor son determinantes en la mejoría y la prolongación de la vida de niños que en otras condiciones sufrirían abandono o la vulneración de sus derechos fundamentales. Tal vez podamos recordarla porque hace unos años quedaba en una esquina del Barrio San Antonio, porque hemos colaborado en algún momento con su causa el Día de la Galletica o porque en algún momento hemos tenido la oportunidad de visitar sus instalaciones en la sede campestre del sector de La Viga, en Cali, lo cual es toda una experiencia

en la que es inevitable sentir admiración y orgullo cuando se reconoce la gran labor que cumple un grupo de personas que en nuestra ciudad está dispuesta a trabajar fuerte y de manera permanente por estos niños. Los niños de Fundamor son increíbles. No hace mucho tiempo estuve allí con un grupo de estudiantes adolescentes de una institución educativa del norte de la ciudad. Aquel día, mientras los jóvenes miraban entristecidos y algunos lloraban por saber de la situación de quienes viven allí, los niños más pequeños de la fundación con su inocencia les consolaban, los abrazaban y les entregaban galletas de sus canastos, como si quienes necesitaran del amor y la sanación no fueran ellos sino mis estudiantes. Eso para mí fue sorprendente y por esa razón he decidido que este es uno de esos sitios que vale la pena conocer y mencionar cuando hablemos del amor en Cali.

III El Boulevard de la avenida Colombia A pesar de las críticas, no hablar de la transformación del centro de la ciudad de Cali sería ignorar el impacto que los cambios urbanísticos tienen en nuestras vidas, cuando se nos ofrecen nuevos espacios públicos que Pdc·10|55


favorecen nuestras formas de relación y la convivencia pacífica. Una de esas transformaciones es la del Boulevard de la avenida Colombia, una calle amplia por la que hasta hace poco transitaban a diario miles de autos y hoy se ha convertido en un espacio para caminar, descansar y admirar tanto a las caleñas y caleños que desfilan por allí como para posar la mirada en un río que

necesita ser reconocido y cuidado como un patrimonio natural de nuestra ciudad. Este nuevo lugar, como otrora lo fueron sus lugares vecinos: El Paseo Bolívar y La Retreta, ya es testigo de conquistas y encuentros amorosos, como los de Doña Marina y Don Nelson, dos adultos mayores que se conocieron caminando por el Boulevard el día que ella iba hacia una droguería del centro para reclamar un medicamento y él buscaba una dirección por un sector que no recorría hacía más de 15 años, cuando migró a los Estados Unidos. Ese día, ella, una mujer amable y sonriente, al verlo un poco perdido, le pregunto: “¿Qué busca ud., señor?” y él, un conquistador de vieja data, al ver sus ojos claros y su hermoso rostro, le contestó: “una novia”.

IV El Paraíso de la Mascota http://www.paraisodelamascota.org/ Martin es un perro alegre y juguetón, amable con los niños y un buen acompañante en días de soledad, que con actitud de cachorro conquista a quienes lo ven y lo acarician. Martín vive en el Paraíso de la Mascota, una fundación ubicada en el sur de la ciudad, que se dedica a trabajar para construir una conciencia social alrededor de la tenencia responsable de mascotas y evitar que haya cada

día más animales abandonados o maltratados en nuestra ciudad. Con más de 300 mascotas, entre perros y gatos en proceso de adopción, este es uno de esos lugares que sólo son posibles gracias a los aportes y colaboración de personas que aman tanto a los animales como a las personas y que reconocen la importancia de respetar la vida en cualquiera de sus formas. El Paraíso de la Mascota es un lugar del amor, no sólo porque da a sus perros y gatos la oportunidad de vivir dignamente y tener una posibilidad de adopción, sino también porque nos brinda a todas las personas de la ciudad la posibilidad de ayudar y encontrarnos con seres maravillosos que nos agradecerán con un lambetazo, un movimiento de cola o un mordisco de cariño en el talón cualquier adopción o expresión de afecto que estemos dispuestos a regalar en uno de nuestros ratos libres.

V Be2 www.co.be2.com Dado que en esta época las ciudades se mueven tanto de manera física como virtual, en este listado de los lugares del amor fue imposible dejar de lado la experiencia de Ana, una odontóloga de 45 años que después de romper una relación de 10 años, decidió


pecial es que no es una agencia matrimonial, es sólo un lugar dónde buscar pareja a través de un test de personalidad que construye un perfil que sirve a los usuarios para identificar algunas características en común con quiénes hacer contacto. Ana hoy está casada con Jaime, a quien conoció hace más de un año por la red. Ella cuenta que, como esta página, existen miles en internet que, además de ofrecerte búsqueda de pareja, también promueven citas a ciegas y encuentros relámpago en cualquier ciudad del mundo, entre ellas Cali.

VI

conseguir un nuevo compañero por internet y con ayuda de un sitio llamado Be2, que hoy cuenta (según su página web) con más de 34 millones de usuarios en el mundo. El sitio al que cualquiera puede ingresar, según sus usuarios y la misma Ana, funciona muy bien y es confiable. Su característica es-

Fundación Paz y Bien http://fundacionpazybien.org En el distrito de Aguablanca se encuentra la sede de la Fundación Paz y Bien, liderada por la hermana Alba Estela Barreto, una monja que no usa hábito y que ha dedicado más de 25 años al trabajo amoroso con las comunidades de Aguablanca en Cali. La Fundación Paz y Bien, en cabeza de la Hermana Alba, es uno de esos lugares donde se gestionan y promueven ideas que tienen como propósito mejorar las condiciones de vida y las relaciones sociales entre personas que viven en sectores complejos de la ciudad

de Cali y el Valle del Cauca, donde la violencia y la pobreza son una constante que impide “la construcción de modelos de convivencia pacífica y participación ciudadana en comunidades autogestoras. Esta fundación, que tiene distintos programas y proyectos, ha encontrado una forma de trabajo integral que va desde la defensa de madres adolescentes, hasta el fortalecimiento de economía solidaria y la reubicación de familias campesinas. Una de esas iniciativas es el proyecto llamado Ecoaldea Bitaco, una propuesta en la que un grupo de 15 a 20 familias en condición de desplazamiento forzado, y que han manifiestado el deseo de regresar al campo, trabajan juntas en el propósito de consolidar proyectos de vida campesina para que, después de su regreso al campo, integren prácticas aprendidas en el modelo de ecoaldeas, las cuales tienen como propósito mayor “garantizar la continuidad y sostenibilidad de proyectos de vida saludables y comunitarios”.

VII El huerto universitario Junto al edificio de la Facultad de Artes Integradas del campus universitario en la sede Meléndez de la Universidad del Valle, Pdc·10|57


se encuentra el huerto universitario, una iniciativa que varios grupos estudiantiles de la universidad han tratado de consolidar en los últimos años como estrategia social y política, según sus propias palabras, en respuesta a tiempos en que las industrias alimenticias y el mercado se apoderan de las semillas y los alimentos. Ver a los jóvenes hablar de soberanía alimentaria y de agricultura urbana no es lo mismo que verlos trabajar dando forma a un pequeño pedazo de tierra para adaptarla al cultivo. Siendo de diferentes carreras y procedencias sociales es impresionante ver cómo este grupo de jóvenes se organizan por un objetivo común para labores que van desde el amanecer hasta el atardecer, en días normales, turnándose para abrir hoyos o traer agua en baldes para la riega, y en ocasiones especiales, para organizar talleres ambientales en los que enseñan a grupos de niños y jóvenes la importancia del cuidado de la naturaleza y el valor de los buenos hábitos alimenticios, ligados a la idea de poder decidir qué, cómo, cuándo y dónde se come. Este grupo de jóvenes que se han tomado la universidad con sus cultivos y se inspiran en acciones de cultivo colectivo y en el aprendizaje práctico de saberes ancestrales relacionados con la tierra, intentan poner en

acción y a la vista de todos, la idea de cuánto bien nos haría mantener una relación amigable con la tierra, en la que el ser humano se conciba como beneficiario de un acto de amor y justicia que no sólo reivindica el valor del territorio y la tradición, sino que despierta nuevas sensibilidades en medio de un entorno urbano que no para de crecer.

VIII Fundarboledas y la Orquesta sinfónica juvenil Mensajeros de Esperanza http://fundarboledas.org/ La música transforma el alma, ese podría ser el lema para una iniciativa de la Fundación Arboledas, que en nuestra ciudad se dedica a trabajar con niños y jóvenes que pertenecen a algunas de las comunidades menos favorecidas de los sectores de Aguablanca, Siloé y Bellavista. Con más de 10 años de experiencia y proyectos como la orquesta sinfónica juvenil Mensajeros de Esperanza, esta fundación se ha esmerado por transformar la realidad difícil de algunos niños de estos sectores con un programa inspirado en el método Suzuki, desarrollado por el músico Japonés Sinichi Suzuki, que en su esencia busca acercar a

los niños de manera tranquila y pausada al maravilloso mundo de la música a través del aprendizaje de un instrumento, en una pedagogía que no desconoce la disciplina de la música pero que sobre todo hace énfasis en el desarrollo del gusto, el placer y el amor por crear, interpretar y oír la música. Fundarboledas y la Orquesta sinfónica juvenil con su sede en Siloé, son juntas, iniciativas que vale la pena conocer y apoyar, porque más allá de su dedicación son ejemplos de cómo el arte, en este caso la música, puede transformar la ciudad en un espacio para la sana convivencia y la creatividad.

IX Chiquitines www.chiquitinescali.com Saliendo por la zona sur de la ciudad, por la vía que conduce a Jamundí, en un callejón que conecta con la avenida Cañasgordas, se encuentra el centro de adopción Chiquitines, la única institución en Cali autorizada por el ICBF para facilitar que algunos menores de edad, que por distintas razones han sido abandonados, puedan encontrar una familia. Allí, actualmente, se encuentran pequeños que van desde recién nacidos hasta niños que tienen ocho años cumplidos, quienes, en el


creencias y prejuicios, pero que por fortuna para seres como ellos es un bonita forma de compartir su vida, sus comodidades y su afecto con un niño que podría no conocer nunca cómo es eso de vivir en familia.

X

mejor de los casos, serán reintegrados a sus familias o llegarán a ser adoptados por parejas que se han postulado para ser adoptantes y esperan darle forma a su amor en el papel de padres y madres. Sofía y Carlos son una pareja de esposos que hacen parte de esa lista de personas que le apuestan a esta posibilidad. Ellos, a pesar de tener un par de hijos, desean tener un nuevo integrante en su familia y la estrategia que han escogido es una que pocos consideran por las

La Colina de San Antonio Infaltable sería este lugar que a diario recibe cientos de visitantes, entre los que se cuentan jóvenes skaters, curiosos extranjeros y recién enamorados. La Colina, como le llaman los más jóvenes, es hoy un punto de encuentro para gente local y un sitio turístico obligado para quien visita Cali, un prestigio del que goza porque, además de albergar en su cima la tradicional iglesia de San Antonio, es un espacio público generoso en el que es posible disfrutar de una buena tarde de brisa caleña. En este lugar, con el escenario interior de la iglesia como fondo, muchos novios han dado el sí al amor romántico; otros, en cambio, más prosaicos han conquistado, iniciado, terminado y reconstruido varios amores en medio del parque y en compañía de algún poeta o músico callejero. Como una coincidencia, tal vez valdría la pena recordar que San Antonio es el santo al que algunas damas superticiosas ponen de ca-

beza y le elevan oración para conseguir pareja, oración que, en una de sus versiones anónimas, dice: “Yo os pido encarecidamente me reparéis un novio simpático, elegante, buen mozo, que no use dientes postizos, que tenga un caballo para pasear y una casa pintada donde formar nuestro nido; y espero, por último, que en la Noche Buena que viene, ya tendré con quién comerme los jayacos y un queso de Flandes en reverencia de tu bendita calva”.

Escrito e ilustrado por:

John Ordoñez Licenciado en artes visuales con estudios de maestría en sociología, de la Universidad del Valle. Le gusta caminar por la orilla del río Cali en busca de recuerdos infantiles. Le encanta redescubrir el mundo en compañía del pequeño Pedro Juan. Por esta época pasa días enteros tratando de escribir sobre la relación entre la fotografía, la memoria y la Violencia, a la vez que disfruta las mieles de su primer documental, “Un bosque en mi cuerpo” Seleccionado 14 Muestra Internacional Documental 2013 (Bogotá). Pdc·10|59


Actos de amor

C

atalina, Marta Ramírez, María Gertrudis de León y Lucía Viana fueron mujeres Negras que vivieron en lo que se conoció como el Nuevo Reino de Granada y luego el Virreinato de Granada. En 1574, 1750, 1777 y 1796 cada una interpuso una demanda ante los juzgados de Santafé-Cundinamarca, La Palma-Cundinamarca, SopetránAntioquia y Panamá para solicitar la libertad de ellas y de sus familias. Este corto artículo es un reporte de casos de una investigación mayor titulada Mujeres Negras retando la esclavitud: perspectiva interseccional de las estrategias de resistencia a la esclavitud en la Nueva Granada, 1550-1799 financiado por la Universidad Icesi1. Este proyecto se realizó entre enero y septiembre de 2013 y su objetivo principal fue describir y analizar los discursos y estrategias empleados por mujeres Negras para obtener su libertad y la de sus familias entre 1550 y 1799. Los cuatro casos seleccionados permiten conocer cómo las solicitudes de estas mujeres,

en ocasiones, estaban movilizadas por profundos actos de amor hacia ellas y sus hijos e hijas. Nuestras motivaciones principales para realizar este proyecto fueron: contrarrestar la idea de la mujer sumisa, identificar nuevos relatos para expandir las crónicas de las mujeres Negras en la historia de Colombia y revisitar las narraciones sobre las mujeres Negras en los procesos de libertad. Para este último propósito buscamos específicamente ofrecer nuevas narraciones de sus estrategias para que no fueran exclusivamente los casos de suicidio, infanticidio, brujería y cimarronaje los que contaran las historias de estas mujeres. Estas mujeres, contra las representaciones de la época, de las mujeres Negras como no humanas, brujas, conspiradoras, traficantes, ignorantes, antítesis de la feminidad y sirvientes domésticas ideales, con sus acciones y argumentos lograron demostrar el poder del amor propio y el amor por sus hijos e hijas para sacudir las bases de la esclavitud.

1 1. Me acompañaron en esta investigación Lina Mosquera Lemus, estudiante de Sociología de la Universidad Icesi, Edna Carolina González y Katherine Arboleda Hurtado, investigadoras asociadas al Centro de Estudios Afrodiaspóricos de la Universidad Icesi.


Catalina “Mulata” [Santafé. Cundinamarca. 1574]

Catalina, a quien se secundó con el apelativo “Mulata”, registraba como esclavizada de Juan de Ortega. Ella presentó una demanda para probar que era una mujer libre y que por consiguiente sus hijos, Juan Bonifacio y Baltasar, también deberían ser considerados libres. Catalina justificó su demanda en la necesidad de prevenir la reducción de ella y sus hijos a la condición de esclavos. Catalina escribe:

“(…) digo que yo soy hija de una India llamada Magdalena del repartimiento de Bernal vecina de esta ciudad y porque yo tengo dos hijos que el uno se llama Juan y el otro Baltazar Bonifacio y porque siendo como yo soy libre y por el consiguiente los dixos mis hijos somos negros atezados y agora que en algún tiempo por ser del color que somos no nos hagan algún agravio y de libres como somos nos quieren imputar ser captivos y… para que no podamos ser molestados sobre nuestra libertad pido y suplico a vuestra alteza mande a hacer información de lo contenido en esta petición por el tenor de ella y a el seguro y guarda de mi libertad pido la de mis…hijos interponiendo en ella la autoridad y decreto judicial que en tal caso se refiere ya que por doquiera que anduviera yo y los dixos mis hijos en esta razón no seamos molestados por lo cual doy e pido justicia”. 2

La demanda de Catalina se presentó en un momento de efervescencia política y legal que pretendía limitar las acciones de los africanos y sus descendientes. Por ejemplo, en junio 18 de 1557 fue publicado un acuerdo de la real audiencia que solicitaba prohibir el comercio “con negros esclavos de ambos géneros”. El 15 de noviembre de 1558 se dispuso “que los negros no anden de noche”. Y con el Acuerdo del 1 de agosto de 1562 se ordenó “que los negros no traigan armas… que no se compre de negros”. En medio de esta jurisprudencia Catalina preparó esta demanda para clamar por su libertad y la de sus hijos. 2 2. Se conserva la ortografía de la época. AGN. Fondo: Colonia. Grupo: Negros y Esclavos. Sección: Cundinamarca. Signatura: SC43. Legajo 9. Folios 376-382 Pdc·10|61


Marta Ramírez.

[La Palma Cundinamarca. 1750] Como Catalina, en 1750 otra mujer Negra, conocida como Marta Ramírez, demandó contra su amo, quien le había prometido a cambio de una relación íntima una carta de libertad. Ante el incumplimiento de esta promesa y ante el intento de venderla, Marta escribe: (…) el medio de las certificaciones y declarasion del dicho mi amo digo que como consta de dicha declarasion parese estar dicho mi amo obligado pues dise haberme echo esa promesa y que a falta de papel no se efectuo la carta de livertad y donde allara amo deverle presisar de que se me da pues la promesa… expresado mi amo tiene declarada la causa que tubo detal promesa pues dire a ser cierto el conqubinato que ha tenido con migo (…)3

Marta no sólo describe la falta cometida sino que también argumenta, en su defensa, los yerros cometidos por su amo en la sustentación del caso. Las promesas de intercambio de relaciones íntimas por cartas de libertad aparecen en varios casos encontrados. En todos los casos, las promesas no se cumplieron. Por esta razón las mujeres argumentan, ante los jueces, el valor que ellas consideran tiene su amor para ser entregado a cambio de una carta que nunca fue otorgada. En sus palabras la demanda se sustenta en “robo del amor y falsa promesa de libertad” como argumenta Lucía Viana en el último caso que presento.

3

3. Se conserva la ortografía de la época. AGN. Fondo: Colonia. Grupo: Negros y Esclavos. Sección: Cundinamarca. Signatura: SC43. Legajo 3. Folios 789-890


María Gertrudis de León [Sopetrán-Antioquia. 1777-1778]

María aparece catalogada en su expediente como una “parda libre que interpusiera una demanda en contra de su hermano Mariano por querer esclavizarla a ella y a sus hijas habiendo ella pagado ya por su libertad”. Ella argumenta: (…) un hermano mio nombrado Mariano de León queriendo que yo sea esclava con mis hijitas, que ube y proqee de mi lexitimo marido, despues de mi libertad, quiere este malvado, hermano, que seamos sus esclavas y para desvaneserle dicha escritura que este tiene nececito acer una informacion en manera que aga fee para con ella presentarme ante real superior audiencia… suplico rendidamente que por su judical decreto…para exsaminar los cargos que por mi fueron presentados.4

En este caso la demanda no pasa por un agente externo sino por un familiar. Como Catalina, María Gertrudis solicita la libertad de ella y la de sus hijas. 4

4 Se conserva la ortografía de la época. AGN. Fondo: Colonia. Grupo: Negros y Esclavos. Sección: Antioquia. Signatura: SC162. Legajo 31. Folios 246-287

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Lucía Viana. Honda.

[Noviembre de 1796: Robo del Amor y falsa promesa de libertad]

Lucía Viana demanda a su amo Don Antonio Burgueño por haberle ofrecido la libertad cambio de convivir con él y después de 20 años no haber cumplido su promesa. Producto de esta relación nació Sebastián Burgueño quien también estaba catalogado como esclavizado. A la demanda interpuesta por Lucía no se le encuentra respuesta. Sin embargo, en 1806, Sebastián Burgueño retoma la demanda de su madre para solicitar su libertad. Los legajos que contienen las historias de estas mujeres no nos permiten contar el final sus historias. No podemos decir si fueron exitosas o qué respuestas obtuvieron. Lo que sí podemos afirmar es que Catalina, Marta, María, Lucía y todas las mujeres que recurrieron a la demanda como estrategia de solicitud de su libertad lograron abrir una nueva ruta hacia la emancipación de la opresión y marginalización de la época. Sus acciones nos permiten indicar que no sólo actos de muerte, como el suicidio o el infanticidio, sino también actos de amor propio y de amor por la unidad familiar abrieron las puertas a la libertad.

Aurora Vergara-Figueroa Profesora del departamento de Estudios Sociales Directora del Centro de Estudios Afrodiaspóricos- CEAFde la Universidad Icesi PhD en sociología de la University of Massachusetts Amherst. Socióloga de la Universidad del Valle.

Marta Ramírez. [La Palma Cundinamarca. 1750]


pdc se pregunta:

¿cuál es el apelativo cariñoso con el que usted llama al “ser amado”?

ba Número de personas encuestadas

Si su pareja es: Mujer :  Hombre : 


La y yo N

o sé cómo empezó mi amor por las Lambrettas. No diré que desde que tengo uso de memoria me gustan los vehículos clásicos porque estaría mintiendo. Quizás el registro de más vieja data con el que cuento es el momento de elección del área de profundización técnica en el bachillerato industrial. Aunque entonces la elección correspondió más a un proceso de descarte que a uno de vocación, me llevó a conocer el mundo de la mecánica automotriz. Recuerdo que entonces quedé atrapado por la historia de la industria. Aunque siempre he sido curioso y me gusta saber cómo funcionan las cosas, quedé fascinado más por la historia detrás de los vehículos, que por la mecánica misma. Este interés me llevó a rastrear la estrecha relación entre historia, diseño y funcionalidad de autos y motocicletas [1]. En esa búsqueda hallé un tipo de motocicleta que me cautivó: se trata de la scooter [2] clásica, cuyas marcas más representativas son Vespa y Lambretta [3]. La primera que me sedujo fue la Lambretta. Sus líneas estilizadas, los esquemas y colores que adornaban su cuerpo, los detalles (suspiro), todo me encantó. Era simplemente perfección. De aquellas cosas que alcanzan lo sublime sin pretensiones iniciales de lograrlo.


Decidido a cortejar una en mis años de adolescencia, busco clasificados y me doy cuenta del elevado costo de estas motos. Restauradas, pueden llegar a costar más de 6 millones y, como proyecto para restaurar, desde un millón. Con unos pocos pesos reunidos en mis bolsillos, producto de labores de monitorías universitarias, el sueño de tener una se hace cada vez más lejano. Al mismo tiempo, me entero del mercado de coleccionismo alrededor de la marca en ciudades como Cali, Medellín [4] y Bogotá. Al ser motos de colección [5], las probabilidades de conseguir una a un bajo costo, aunque sea para un proyecto de restauración, son mínimas. Supe entonces que para poder comprar una tenía que alejarme de ese mercado. Como toda buena historia de amor, hubo tristeza, salvada por un evento fortuito a modo de giro, que reavivó el sentimiento original. Al recorrer el barrio San Nicolás, en el centro de Cali, mi padre vio una Lambretta azul con un letrero de “SE VENDE” afuera de un almacén. Al regresar a la semana siguiente encontré una hermosa modelo LI 150 del 63, con latonería en un muy buen estado y encendiendo, aunque le faltaba una parte de la carcasa del motor.

La negociamos por 230.000 pesos y tuve una sonrisa que me duró por semanas, hasta iniciar el proceso de evaluación de las partes mecánicas y darme cuenta de que tan solo una pieza me costaría más que el valor total por el cual había comprado la moto [6]. Nunca olvidaré que al llegar a casa, mi madre siempre preocupada por el orden y la limpieza, mencionó: “¿por qué trajo eso? Esa moto es solo basura. A ver, ¿cuántos años tiene?”. A lo cual respondí, con plena ingenuidad sin anticipar su réplica: “Fue fabricada en 1963”. Noté que la expresión de su rostro cambió completamente y con tono mucho más calmo de voz, apenas gesticulando, me dijo: “Ese fue el año en el que nací”. La discusión terminó con una última intervención de mi parte: “Supongo que ya no te parece tan vieja la moto.” Rió y se fue para no volver a mencionar el asunto. Desde entonces, cada vez que hace algún comentario alusivo a las motos (negativos porque siempre lo son, y plural porque tengo 2 Lambrettas), le recuerdo ese episodio. Siempre sonríe y el asunto pasa a disiparse. Uno de mis grandes miedos es llegar alguna vez a casa y no encontrar ninguna de las motos. Al estar por fuera del país cerca de un año y luego de haberle invertido

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Víctor Villamizar / Abuelo.

dinero en reparación al motor, temí no encontrar en casa ese primer tesoro, el cual bauticé como Juanita. Mi segunda Lambretta incluyó un proceso mucho más largo. Debo iniciar con que lleva por nombre Flor, en honor a mi abuela materna. Se trata de una LI 150 modelo 1961. En vida le perteneció a mi abuelo materno. Tuve la oportunidad de rescatarla de un viejo sótano en Buenaventura, en donde había permanecido por más de 20 años. Esta labor, a la cual le daría el calificativo de arqueológica, se logró gracias a que pude contactar a los antiguos vecinos de mis abuelos en Buenaventura. Ellos habían dejado toda la moto, a excepción del motor y la llanta trasera [7], partes que se trajeron para Cali en el trasteo, con la intención de que los vecinos no la usaran. El proceso duró años. Se concretó una vez tuve la oportunidad de viajar en repetidas ocasiones a Buenaventura por asuntos de trabajo. Reestablecí el contacto con la dueña de la casa que albergaba ese segundo tesoro, el cual había hecho al viajar por primera vez con mi abuela por ese asunto. La casa se encontraba en obras de reparación y estaban pensando botar todo lo que había en el sótano. Afortunadamente logré rescatar a Flor antes de que la desecharan. Al llegar al lugar casi no se reconocía su figura. Se encontraba entre basura, cucarachas y murciélagos. Al ir despojando la basura alrededor apareció su silueta. Para mi grata sorpresa, se trataba de una modelo 61. Al valor sentimental implícito de heredarla, se sumó el hecho de que es un modelo del cual actualmente hay muy pocos ejemplares en el país. Según uno de los dueños del Taller Leonz sólo hay una completa en Cali. ¿La razón? Se han ido chatarrizando o hacen versiones mixtas de ese modelo con otros posteriores. A pesar de que los estragos de la humedad y el salitre habían afectado parte de su cuerpo, se encontraba en buenas condiciones. Contacté a un transportador y la envié a casa, en donde con complicidad de mi padre logré ubicarla en el garaje. Por ahora, espero el momento, en el cual cuenta el tiempo y el dinero, para acabar de restaurar ambas motos. Dinero, por obvias razones de compra de partes y mano de obra. Tiempo, porque no quiero delegar completamente la labor de restauración, no solo para labores de mantenimiento y desvare, sino porque me interesa aprender cada pequeño detalle de su funcionamiento.


Debo finalizar con dos anécdotas. En primer lugar, no sé si sea amor lo que siento por Juanita y Flor. Tendríamos que empezar por qué entendemos como amor. Solo recuerdo que cuando me pidieron escribir este texto, me sonrojé y me emocioné tanto como cuando me preguntan acerca de ellas. En segundo lugar, justo el fin de semana en que escribo estas palabras, recibí un e-mail de una persona que se encuentra vendiendo una Lambretta. Se trata de una moto que ha estado guardada desde hace 7 años, cuando el dueño murió. Espero ir a verla el próximo fin de semana con mi padre. El actual dueño me pide que le ayude a tasarla. Tanto adquirirla como dejarla pasar será una decisión difícil. Joan Manuel Galindo Bonilla Psicólogo social, bartender y paciente psiquiátrico-campesino-chimpancé. Actualmente soy fanático de la música de El Cuartero Obrero. Debato mi afiliación religiosa entre el pastafarismo y el presbiterianismo cuántico. Debido a que no me tomo muy en serio, la gente suele no entender cuando estoy jodiendo y puedo pasar como si tuviera algún tipo de daño cerebral. Viajero, con 4 países en la lista y queriendo recorrer y vivir en más. Amante de las dos MILF (Motorcycle I'd Like to Fix) Juanita y Flor. Entusiasta de la fotografía. Wannabe chef y barista. ww.flickr.com/joangalindo

DIRECTORIO EN CALI DE TALLERES Y VENTA DE REPUESTOS Taller Leonz. Único taller especializado en restauración de Lambrettas en Cali. Cuenta con gran tradición. Actualmente, se está formando la tercera generación de mecánicos. Motos La 31. Llegué a este taller porque el dueño cuenta con una Lambretta blanca, que mantiene en impecable estado. El sujeto siempre usa una gorra hacia adelante. ¿La explicación? Sufrió un accidente en la época en la cual competía en carreras de Lambrettas. Como resultado cuenta con una gran parte del cráneo hundido sobre sus ojos. Piaggio Sport. Distribuidor exclusivo de repuestos de Lambretta y Vespa en Cali.

[1] Me ahorro elaborar una lista extensa de vehículos que me quitan el sueño, por no ser el propósito del texto. A quienes les parezcan familiares los términos el auto del pueblo, panhead, jeep, mustang bobber y topolino, por solo mencionar algunos, sabrán de mis gustos. [2] Las scooters son un tipo de motocicleta, en la cual la distribución de las partes hace que el conductor quede sentado encima del motor y sus pies reposen sobre unos estribos amplios donde también se ubica el freno trasero. En las Lambrettas los estribos cumplen de reposapiés para el pasajero. [3] Según Lambretta.com, el origen del nombre de la moto se debe al arroyuelo que corre cerca a la fábrica de Innocenti, en Milán. Al igual que datos curiosos como este, la historia completa de estas motos puede encontrarse en esa página. [4] Auteco, la primera ensambladora de motos del país, inició en 1941 al poner a rodar las primeras Lambrettas sobre las calles del Medellín de la época. Fuente: www.auteco.com.co [5] Club Motonetas Cali es el nombre en la ciudad del grupo de entusiastas de Lambrettas y Vespas. Gracias a este tipo de organizaciones, gestadas también en otras ciudades, se realiza el Encuentro Nacional de Motonetas. Este año, la sede fue Manizales. [6] Me refiero al carburador. Actualmente se siguen fabricando partes de Lambretta bajo licencia. Para el tiempo en el cual lo averigüé, costaba alrededor de 350.000 pesos. [7] La llanta se perdió, pero con el mecánico con el que estaba trabajando entonces, hicimos el trasplante del motor de Flor por el Juanita, ya que se encontraba en mejor estado.

Foto: Isabel Arciniegas Pdc·10|69



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VERDADES SOBRE EL CINE, EL MATRIMONIO Y EL AMOR

1. El cine es el nuevo evangelio del matrimonio

Desde hace un tiempo, no mucho, me vengo dando cuenta de que lo más importante que hay es el matrimonio. No sé si sea cosa de ir llegando a los cuarenta soltero. Pero creo que no, creo que es algo cierto: el verdadero tema es el matrimonio. Las religiones existen para legislarlo y las ficciones para sublimarlo: todo se trata de conseguir, por distintos caminos visibles e invisibles, que la gente se case y siga casada. El amor es importante, sí, todos hablamos del amor y lo deseamos. Las canciones son todas al amor, y lo que todos necesitamos es amor: las películas más bonitas, las comedias y los dramas, son todos alre-

dedor del amor. Pero el amor, en realidad, no es sino la fachada del matrimonio. Una gran fachada, una hermosa ilusión en la que todos colaboramos. Pero es una trampa, y como buena trampa se trata de atrapar. Y de comerse al que muerda el anzuelo. Y eso que está detrás, allí donde cada uno ha de caer si cae, eso es el matrimonio.

2. La invención de lo humano Un señor crítico muy importante de apellido Bloom se hizo famoso por decir que Shakespeare inventó lo humano. Muchos otros críticos y filósofos han dicho que ese mismo autor de personajes y tramas se inventó la idea que tenemos del amor. En sus dramas y comedias se elaboran ante nuestros ojos el amor y el matrimonio, se les dan carne y garganta a sus víctimas y victimarios. En sus obras, amor y matrimonio aparecen como dos cosas muy diferentes, eso sí, con algo en común: ambas condenadas al fracaso y a la sangre. La primera, lo más hermoso y luminoso, la otra, la raíz de todo lo más cruel y el lugar de lo más oscuro. En algo, sin duda, tienen razón el crítico y sus seguidores. Al dictar lo que sea el amor, y lo que sea el matrimonio, se nos cuenta y se va fijando lo que seamos los seres humanos: se nos enseña a ser hombres,


hiciéramos con nuestra pareja y con nuestras manos. Pero todo era una trampa, la continuación de una antigua trampa. Nada mejor que el cine para llevar a su límite más sublime la imagen del amor, la ilusión más fervorosa de la amada. El cine inventó sus íconos a la imagen de los íconos religiosos, pero ahora con un único modelo: el/la amado/ amada. La estrella de cine, luminosa, es la imagen del hombre amado. Y todos han de caer a sus pies rendidos.

4. El amor no existe mujeres, maricas o asexuados. Jalados por los impulsos de nuestro corazón y de nuestros vientres, nos dejamos creer que estamos escogiendo cuando intentamos copiar las tramas de las películas que vemos. Nos sentimos libres cuando obedecemos lo que nos mandan las ficciones que vinieron a reemplazar los mandatos de las familias y la legislación del gran libro.

3. Las catedrales del siglo XX

¿Existe el amor? ¿Qué quiere decir que algo existe? Los filósofos soberbios que intentan demostrar que Dios no existe, tarea inútil de moda en la academia gringa de los últimos años, lo hacen a partir de forjar definiciones de la existencia que prueben lo que ellos tienen de entrada tan claro. Pero nunca lo logran del todo. Ya que todo lo que creemos que existe podría probarse de alguna manera que es un invento. Pero ese no es el punto. El punto es lo que importa. La pregunta no es qué existe, sino qué importa. Qué nos conduce. Cualquier cosa grande: el amor, la amistad, la responsabilidad, la sinceridad, el compromiso, la felicidad y la tristeza, todas ellas las

Pero volvamos al comienzo: el cine es el nuevo evangelio del matrimonio. ¿O debería decir viejo? Ya no sabemos si habrá más cine como solía haberlo en el siglo XX. Pero sí podemos decir que en el pasado y tumultuoso siglo XX, el cine de los enormes teatros y las grandes estrellas sí que pareció reemplazar a la iglesia en muchos sentidos. Cada gran sala de cine se convirtió en el lugar para ir a adorar juntos, pero cada uno por su cuenta, a las imágenes. El lugar para compartir un sueño y una ilusión. El espacio para suspender el juicio y dejarse llevar. ¿Qué lugar más propicio para celebrar el amor que esas salas? Muchos aprendimos lo que era el amor en el cine, aprendimos de lo que veíamos en las pantallas y de lo que la oscuridad permitía que Pdc·10|73


entendemos a partir de la trama de relatos en la que crecemos. Y de todas ellas, la más publicitada en el siglo en que Dios como marca quiso ser superado fue el amor. En el siglo de las guerras y de las ciudades inabarcables, el amor se convirtió en la marca de las marcas, la plataforma para vendernos todo, y más que nada en la mercancía más valiosa, la más deseada e inalcanzable. Al contrario de los demás valores y mercancías, el amor comparte con Dios el misterio. El amor, al igual que Dios, siempre está más allá, es eterno, infinito e inalcanzable.

5. El matrimonio contraataca El cine, como todos los demás textos, es reflexivo. Desde muy pronto se da cuenta de lo que hace y se mira y se refleja. El cine es sobre el cine antes de que salgan directores y cámaras en las películas. El cine es sobre el cine desde que se da cuenta de que es la pantalla de los deseos, la proyección de la ilusión del amor y la fachada del matrimonio. Un filósofo gringo muy lúcido, pero de escritura algo retorcida, Stanley Cavell, se dio cuenta de la coincidencia de un tema muy peculiar en una exitosa serie de películas que tuvo lugar en el clímax del cine de Hollywood en los años treinta y cuarenta. Todas ellas repetían un motivo muy singular: una pareja divorciada se reencuentra cuando cada uno (o al menos una) de los dos está a punto de volverse a casar. Y después de una serie de cómicos encuentros y desencuentros, la pareja original volvía al nido original.

6. El amor es quererse Las parejas de las comedias de rematrimonio (el feo, pero inevitable nombre que encontró el filósofo para referirse al género de su invención) se pasan la película turnando ironías y vainazos con señales de interés


real y conocimiento profundo. En la medida en que se hieren y critican, se van haciendo ver cómo se quieren y conocen. Los dos, y sobre todo él, cometieron sus afrentas en el pasado, y el éxito de la película está en que ella aprenda a perdonarlo, y en que él consiga que ella le crea que en realidad merece el perdón. La nuez ética de la cuestión está en que cada uno pueda ser sí mismo, y en la medida en que sepa hacerse entender por el otro, encuentre la manera de ser mejor. Tan sabia como el filósofo gringo Cavell es una amiga cinéfila caleña que desconfía de ciertas imágenes del amor y arma un ciclo de cine con el que quiere enseñarnos a querer. Querer no es fácil, quién dijo que lo era; y el enamoramiento es apenas el comienzo, si es que deja que venga después lo que debe venir. Y si no queremos engañarnos, podemos enamorarnos del amor, pero mirar muy bien el matrimonio. Las más hermosas películas, desde His Girl Friday con Cary Grant y Rosalind Russel, más ácidos y agudos que nunca, hasta As Good as It Gets (Mejor imposible), con Jack Nicholson y Helen Hunt, más recios y vulnerables, nos hacen ver cómo tanto el uno como la otra brillan en los ojos del enamorado, y el quererse es una trama tan sutil como chistosa, en la que después de que consiguen reírse el uno del otro, y sólo cuando consiguen perdonarse, es que apenas están aprendiendo a quererse.

Alejandro Martín Maldonado Estudió matemáticas, y mientras tanto, en el cine-club de la universidad se encontró con el mundo que le gustaba. Desde entonces hace todo tipo de proyectos: desde revistas que son un parche de amigos como piedepágina hasta sitios web que son espacios que cobran vida propia como banrepcultural y ochomedio. Más que nada, le gusta aprovechar las ocasiones para contar un cuento con textos e imágenes, como con las exposiciones en las que ha colaborado: Viaje al fondo de Cuervo (Biblioteca Nacional) y Malicia Indígena (MAMM) y el libro ilustrado recién publicado: Costuras, con dibujos de Powerpaola. Fotogramas: Isabel Arciniegas / www.isalevitated.com Pdc·10|75


Un Animal - por la -

S

iempre nos gustó jugar stop. No sé si se juegue en otros países, imagino que si. El juego consiste en escoger una letra del alfabeto al azar, después, cada uno de los jugadores se dispone a escribir en una hoja de papel un nombre, un apellido, una ciudad, un país, un color, un animal y un objeto que se empiecen a escribir por la letra escogida previamente. El jugador que primero termine grita stop y los demás deben dejar de escribir inmediatamente. Por cada acierto se obtiene una cantidad determinada de puntos, si hay aciertos en los que coincidan dos o más jugadores se contabilizan la mitad de los puntos que da un acierto. Cuando se han agotado todas las letras del alfabeto, se contabilizan los resultados parciales y gana el jugador que más haya obtenido puntos durante el juego. Jugué stop durante varios años con la misma mujer, quien, además de ser mi rival en el juego oficiaba como mi pareja. Ambos conocíamos el juego desde la infancia pero no era lo mismo lo que jugábamos. Para ella representó por mucho tiempo la forma de elevarse sobre los demás niños del barrio. Para mi representaba quedarme en casa porque estaba castigado y no podía salir a jugar fútbol en la calle. Cuando lo empezamos a jugar juntos descubrí que ella conocía las posibilidades del juego de memoria: sabía de


la existencia de apellidos por la Ñ mientras yo protestaba y buscaba el arbitramento de la guía telefónica para terminar descubriendo, siempre con asombro, que el maldito apellido por la Ñ existía y que además hay más de cinco nombres masculinos que inician por la letra Z. Aparte de esta habilidad mnemotécnica y exacerbada por el vigor de la infancia (¡maldito vigor de la infancia!)), aquel demonio del léxico, los patronímicos y la soberbia verbal tenía otra habilidad, quizá mas pasmosa y desequilibrante: era capaz de ir pensando las palabras que escribiría en la siguiente ronda; así, mientras yo me destrozaba la cabeza intentando buscar una ciudad por la Q, ella triunfalmente gritaba ¡Stop! y… ¡créanmelo! ya

tenía mentalmente planificados los resultados concernientes a la letra E. Me impresionaba, me anonadaba… pero lo que más me impresionó fue su modo de romper conmigo. Acabó con todo, sin más ni más, como si lo hubiera estado planeando desde la J, mientras yo, pobre imbécil, me debatía pensando en un animal por la Ñ. Mientras buscábamos ciudades por la Y, ella ya pensaba en una palabra de cinco letras que empezará por A y terminara en O. Pero esa era la dinámica de otro juego y para ese tenía pensado otro rival y siguió con éxito a la otra partida, la del otro juego, mientras que para mi quedó ese ¡Stop!, un ¡Stop! de aquellos que señalan el final del juego. Y me quedé ahí. Me

demoré un tiempo en sumar los parciales que proporcionaban el resultado final mientras ella se lanzaba a jugar con otro rival. Finalmente, basta con decir que aun juego stop. Juego solo. Es raro, pero es cierto. He mejorado notablemente. Aún guardo los resultados de la última partida que jugué acompañado, es probable que ella algún día pase por acá reclamando su puntaje. Mauricio Guerrero Caicedo / Sociólogo que aprendió a lidiar con la soledad, moviendo la muñeca, tirando los dados y jugando al parqués. Ilustración / Natalia Ayala Pacini Pdc·10|77


Ilustraci贸n: PicaFlor 路 http://www.flickr.com/photos/pica-flor/


I

La montaña mágica, Thomas Mann “ —Oh, el amor, ¿sabes? …, el cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no forman más que una. Pues el cuerpo es la enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte, y ¡ese es su terror y su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿comprendes?, es, por una parte, una cosa de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y, por otra parte, es una potencia muy solemne y muy majestuosa, mucho más alta que la vida riente que gana dinero y se llena la panza, y mucho más venerable que el progreso que fanfarronea por los tiempos, porque es la historia, y la nobleza y la piedad, y lo eterno, y lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos sobre la punta de los pies. De la misma manera, el cuerpo, también, y el amor del cuerpo, son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y palidece en la superficie por espanto y vergüenza de sí mismo. Pero también es una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y de la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la pedagogía del mundo. ¡Oh encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo ni de piedra, sino de materia

viva y corruptible, llena del secreto febril de la vida y de la podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas alineadas por parejas, y el ombligo en el centro, en la blandura del vientre, y el sexo oscuro entre los muslos! Mira los omóplatos cómo se mueven bajo la piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la lujuria doble y fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y de los nervios que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y cómo la estructura de los brazos corresponde a la de las piernas. ¡Oh las dulces regiones de la juntura interior del codo y del tobillo, con su abundancia de delicadezas orgánicas bajo sus almohadillas de carne! ¡Qué fiesta más inmensa acariciar esos lugares deliciosos del cuerpo humano! ¡Fiesta para morir luego sin un solo lamento! ¡Sí, Dios mío, déjame sentir el olor de la piel de tu rótula, bajo la cual tu ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo! ¡Déjame tocar devotamente con mi boca la ‘arteria femoralis’ que late en el fondo del muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia! ¡Déjame sentir la exhalación de tus poros y palpara tu vello, imagen humana de agua y albúmina, destinada a la anatomía de la tumba, y déjame perecer con mis labios pegados a los tuyos!”. Final del Capítulo quinto, Noche de Walpurgis.

II

La balada del café triste, Carson McCullers En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se dé cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor es un Pdc·10|79


“ —Oh, el amor, ¿sabes? …, el cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no forman más que una.

amor solitario. Conoce entonces una soledad nueva y extraña, y este conocimiento le hace sufrir. No le queda más que una salida, alojar su amor en su corazón del mejor modo posible; tiene que crearse un nuevo mundo interior, un mundo intenso, extraño y suficiente. Permítasenos añadir que este amante no ha de ser necesariamente un joven que ahorra para un anillo de boda; puede ser un hombre, una mujer, un niño, cualquier criatura humana sobre la tierra. Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor. Se da por ejemplo el caso de un hombre que es ya abuelo que chochea, pero sigue enamorado de una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw, hace veinte años. Un predicador puede estar enamorado de una perdida. El amado podrá ser un traidor, un imbécil o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo más mínimo por eso. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno

puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es sólo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor. Por esta razón, la mayoría preferimos amar a ser amados. Casi todas las personas quieren ser amantes. Y la verdad es que, en el fondo, el convertirse en amados resulta algo intolerable para muchos. El amado teme y odia al amante, y con razón: pues el amante está siempre queriendo desnudar a su amado. El amante fuerza la relación con el amado, aunque esta experiencia no le cause más que dolor.

III

La máquina de hacer españoles, Valter Hugo Mae Abracé el cuerpo de mi mujer, le sujeté la mano, su cabeza en mi hombro, empecé a acunarla, creé un pequeño arrullo como para dormirla, o como se hace con quien llora y queremos reconfortar. va a salir todo bien, va air todo bien. lo que era imposible, y lo imposible no mejora, no se corrige. estábamos apoyados contra la pared, detrás de las cortinas, como hacíamos en la juventud para los besos e intercambios torpes de enamorados. estábamos escondidos de todos, yo y mi mujer muerta que no me diría nada más, por más insistente que fuera mi desesperación, mi necesidad vital de respirar a través de sus ojos. mi necesidad vital de respirar a través de su sonrisa. yo y mi mujer

muerta que dimitía de continuar justificándome la vida y que, abrazándome como podía, me entregaba todo de una sola vez. y yo, increíble, dejaba todo de una sola vez sin ningún temor al miedo y volvía a gritar.

IV

Seda, Alessandro Baricco Siegue así, quiero mirarte, yo te he mirado mucho, pero no eras para mí, ahora eres para mí, no te acerques, te lo ruego, quédate donde estás, tenemos una noche para nosotros, y yo quiero mirarte, nunca te he visto así, tu cuerpo para mí, tu piel, cierra los ojos, y acaríciate, te lo ruego (…), no abras los ojos si te es posible, y acaríciate, son tan hermosas tus manos, he soñado con ellas tantas veces, ahora las quiero ver, me gusta verlas sobre tu piel, así, te lo ruego, continúa, no abras los ojos, yo estoy aquí, nadie nos puede ver y yo estoy cerca de ti, acaríciate, amado señor mío, acaricia tu sexo, te lo ruego, despacio (…), es hermosa tu mano en tu sexo, no te detengas, a mí me gusta mirarla y mirarte, amado señor mío, no abras los ojos, todavía no, no debes tener miedo, estoy cerca de ti, ¿me sientes?, estoy aquí, te puedo rozar, esto es seda, ¿la sientes?, es la seda de mi vestido, no abras los ojos y tendrás mi piel (…), tendrás mis labios, cuando te toque por primera vez será con mis labios, tú no sabrás dónde, de repente sentirás el calor de mis labios sobre ti, no puedes saber dónde si no abres los


ojos, no los abras, sentirás mi boca donde no sabes, de repente….

V

Dejemos hablar al viento, Juan Carlos Onetti “Ahora era tan suave, triste y lejano como un perfume que hubiera envejecido en un pañuelo. A veces venía, nunca se anunciaba. Generalmente, en sueños: yo veía la cara de Teresa o su manera de andar. Los lugares eran caprichosos y sus construcciones me desconcertaban. Nunca una palabra, jamás una mirada directa que buscase mi cara. En los sueños, silenciosos y en colores, yo la veía pasar, alzando a veces una mano para palpar el mensaje que Teresa no podía dejarme. Pero en la vigilia la recordaba siempre de una manera cruel, apenas modificada o desteñida, que me llenaba de furores y blasfemias”.

VI

La condición humana, André Malraux Que ella debiera decírselo, no hacía al caso, ni para el uno ni para el otro. Kyo quiso, de pronto, levantarse: así acostado, y ella sentada sobre el lecho, como un enfermo cuidado por ella... Pero, ¿para qué? Todo era igualmente inútil. Continuaba, sin embargo, contemplándola, para darle a entender que ella podía hacerle

sufrir, pero que, desde hacía unos meses, la contemplase o no, ya no la veía; algunas expresiones, a veces... Aquel amor, frecuentemente crispado, que los unía como un niño enfermo; aquel sentido común de su vida y de su muerte; aquella correspondencia carnal entre ambos, nada de todo aquello existía frente a la fatalidad que decolora las formas de que están saturadas nuestras miradas. « ¿La amaré menos de lo que creo? » —pensó—. No. Hasta en aquel momento estaba seguro de que, si ella muriese, él no serviría ya a su causa con esperanza, sino con desesperación, como un muerto.

VII

Sobre la belleza, Zadie Smith Los hermanos Belsey entraron en un café cercano. Se sentaron en taburetes alineados frente a la ventana mirando los desolados jardines del Boston Common. Se pusieron al día hablando tranquilamente, entre plácidos silencios, mientras consumían los bollos y el café. Jerome – después de dos meses de tener que esforzarse en ser ocurrente y brillante en una ciudad extraña, entre extraños – saboreaba esa tranquilidad. La gente suele hablar de los felices silencios de los enamorados, pero también daba gusto estar sentado al lado de tus hermanos, sin decir nada, comiendo. Antes de que existiera el mundo, antes de que se poblara, antes de que hubiera guerras y empleos y estudios y películas y ropa y opiniones y viajes

“Los amante son están nunca bien aparejados, ¿no te parece? Siempre hay uno que proyecta su sombra sobre el otro,..”

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al extranjero… antes de todas estas cosas, había solo una persona, Zora, y sólo un lugar: una casa hecha con sillas y sabanas en la sala. Y al cabo de unos años llegó Levi, le hicieron un hueco; era como si siempre hubiera estado allí. Ahora, al mirarlos, Jerome se veía a sí mismo en los nudillos de sus dedos, en el fino contorno de sus orejas, en sus largas piernas y en sus rizos rebeldes. Y se oía a sí mismo en el leve ceceo causado por la vibración de una lengua recia en unos dientes casi imperceptiblemente protuberantes. No se detenía a pensar en si los quería, ni en el cómo ni en el porqué. Ellos eran amor, simplemente: la primera prueba que había tenido de la existencia del amor, y serían la confirmación última del amor, cuando todo lo demás se perdiera. Diario de un mal año, J. M. Coetzee

¿No te parece que este es el único lado trágico del amor? (…) (…) En lo más hondo de mí misma, las corrientes han cambiado de dirección. No sé por qué, querido amigo, pero hacia ti se vuelven cada vez más mis pensamientos en estos últimos tiempos. ¿Puedo serte franca? ¿Crees posible una amistad que nada tenga que ver con el amor, una amistad que podríamos buscar y encontrar? No quiero hablar más de amor: la palabra y sus convenciones se me han vuelto odiosas. ¿Pero sería posible llegar a una amistad todavía más profunda, infinitamente profunda y, sin embargo, sin palabras y sin ideales? Parecería necesario encontrar a un ser humano al cual se puede ser fiel, no con el cuerpo (eso se lo dejo a los sacerdotes) sino con el espíritu culpable. Pero quizá no te interesen demasiado en estos momentos esta clase de problemas….

Amor: eso que el corazón ansía dolorosamente.

X

VIII

IX “No se detenía a pensar en si los quería, ni en el cómo ni en el porqué. Ellos eran amor, simplemente: la primera prueba que había tenido de la existencia del amor,...”

Justine, (El Cuarteto de Alejandría), Lawrence Durrell Los amante son están nunca bien aparejados, ¿no te parece? Siempre hay uno que proyecta su sombra sobre el otro, impidiendo su crecimiento, de manera que aquel que queda en la sombra está siempre atormentado por el deseo de escapar, de sentirse libre para crecer.

Las horas doradas, Leopoldo Lugones Al promediar la tarde de aquel día, Cuando iba mi habitual adiós a darte Fue una vaga congoja de dejarte Lo que me hizo saber que te quería. Las horas doradas, Lepoldo Lugones.


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Ilustraci贸n: PicaFlor 路 http://www.flickr.com/photos/pica-flor/


U

n día cualquiera almorzaba en la universidad con unos compañeros de carrera y, mientras hablábamos de muchos temas, surgió uno que me generó un particular interés: una amiga me comentó que hacía poco tiempo un hermano suyo había tenido una bebé y que entre las primeras cosas que había hecho, además del bautizo, ponerle aretes, el registro civil, etc., estuvo comprarle una “manilla contra el mal de ojo”. Esto me causó una instantánea curiosidad, ya que mi familia nunca tuvo la iniciativa de usar ese tipo de amuletos de protección. Luego, indagando con gente de mi edad, me di cuenta de que este tipo de prácticas era más común de lo que me imaginaba. Así, comencé a indagar en qué lugares de Cali podría encontrar a las personas más adecuadas para realizar mi investigación. El fin de semana me decidí de una vez por todas a irme de safari por el centro de la ciudad, lugar de permanente confluencia de muchos factores, situaciones, perspectivas, olores, colores y sabores. Al llegar, pregunté por mis personajes a entrevistar: los yerbateros. Mi primera impresión estuvo relacionada con las respuestas de la gente sobre su ubicación, pues no existe un acuerdo: “depende”, me decían, “los yerbateros se hacen hacia la Octava, como por el Pasaje Cali, pero si está buscando a los indios tiene que ir más allá”. Llegué primero donde una yerbatera de contextura maciza; estaba sentada en una sillita muy pequeña, al lado de su carro lleno de ramas, plantas y yerbas. Se notaba que estaba muy ocupada. Mientras pagaba su almuerzo, y revolvía uno de sus “brebajes”, le pregunté por las manillas del ojo, y me dijo que eso tomaba tiempo, y que no las tenía en ese sitio. Seguí


caminando mientras un señor que atendía un local de zapatos me dio la indicación de que si quería llegar donde “los indios” tenía que tener mucho cuidado: “Vea, niña, esos indios son muy avispados, esos son indios de ciudad, ya saben cómo es la vuelta, lleve el dinero sencillo y dígales de una vez cuánto tiene. Las ventas de hierbas se prestan para muchos fines, usted hace unas simples preguntas y eso después le van cobrando veinte mil por la entrevista... Ah y no se deje rezar de nadie”. Sin duda, un poco perturbada por su recomendación, finalmente llegué a una calle donde se encontraban muchos carros del mismo tipo, y ya con las manillas extendidas, infinidad de yerbas, algunos frascos de varios tamaños con líquidos de colores y muchos libros. Me paré frente a uno de los puestos de venta y le pregunté a la mujer que atendía si le podía hacer algunas preguntas sobre su historia y sobre lo que hacía. Se mostró algo reacia y temerosa de darme información, alcanzó a explicarme algunos asuntos antes de sugerirme que mejor llamaba a José, que ese sí sabía bien cómo era el negocio. José, de contextura normal, rasgos indígenas, camisa Adidas y con muchos collares en su cuello, tiene 36 años y aún no tiene familia. Dice que no ha encontrado a la mujer con la cual compartir y está en el negocio desde muy pequeño. Su papá, que en paz descanse, y su mamá, la cual es una curandera muy poderosa, le enseñaron todo lo que sabe. No le gustan las preguntas, así que procuré que la información que necesitaba, se diera más en medio de una conversación, como una charla amena a partir de temas que fueran surgiendo, siempre y cuando él estuviera dispuesto a contestarme. “Los indios del Putumayo somos los que sabemos cómo se hace esto. Aquí entre nos, la mayoría de los blancos que se dedican a lo de las protecciones son puros charlatanes. La gente de Putumayo sabe porque están dotados de una sabiduría ancestral, si las cosas que uno le entrega al cliente/paciente [usaba los términos indistintamente] no están curadas y rezadas como son, no sirven de nada y la gente no se da cuenta de eso. La magia es muy importante de donde vengo, la gente de la ciudad, no sabe que detrás de muchas desgracias y situaciones hay

poderes más importantes y se desgastan yendo al psicólogo o al médico y ellos allá no solucionan nada, porque no se trata de eso”. José me explicaba que un curandero/yerbatero es un ser dotado de poderes especiales y específicos, así que me pareció coherente que considerara que la gente que vende manillas de ojo sin ningún tipo de ritual previo fueran charlatanes. Parte importante de la protección que busca la gente en los rituales de protección y la manilla es que estén dotadas de un sentido místico; los chamanes son importantes canales, por medio de los cuales, seres más poderosos a nosotros intervienen y se representan contundentemente, dotando de amparo a su portador. José reconocía que en su familia lo de las protecciones mágicas era un negocio familiar. Su hermana tiene un puesto igual al suyo, 100 metros más al fondo, y su mamá -que ya es una curandera experta, como él solía decirlo-, es la que se encarga de los asuntos graves. “Yo vendo la manilla del ojo, hago pociones para el trabajo y la prosperidad tanto para la persona, como para un negocio o para una casa, pero si ya viene alguien enfermo yo no voy a mentir diciéndole que puedo curarlo, cada enfermedad o cada problema tiene un rezo distinto, y si uno no se los sabe no tiene porqué cobrar por eso”. Le pregunté más por el tema del mal de ojo, me explicó que eso es un mal muy legendario, más de lo que la gente cree, y que los indios saben mucho de estos temas. Me habló tanto de las personas que causan el mal,

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como de las personas que pueden sufrirlo. No todas las personas, según José, pueden provocar un mal de ojo, el mal de ojo es provocado solo por aquellas personas que llevan dentro de sí una energía muy pesada, son personas “maldadosas” por naturaleza, me decía, y queriéndolo o no, pueden dejar impregnada parte de su energía negativa en el cuerpo y en el ser de sus víctimas, las cuales, indefensas frente a esta agresión inesperada, se sienten enfermas, decaídas, y hasta agotadas tanto física como mentalmente, al no encontrar en primera instancia una razón válida y confirmada de sus dolencias. Los bebes entre 0 y 6 meses llegan a un mundo que está lleno de malicia. Son los seres humanos más vulnerables al mal del ojo, su mecanismo de protección natural es casi nulo, a pesar del buen cuidado que puedan recibir de sus padres; están desprovistos de cualquier seguridad. Por eso se hace útil la utilización de la manilla. José me explicaba que la manilla, más que un amuleto contra este tipo de males, funciona como un escudo; las oraciones indígenas activan los poderes de la manilla y, en el momento en que alguien quiera hacerle daño al portador de la misma, la magia y el poder de la manilla contrarrestan automáticamente la energía contraria perjudicial que hubiese querido entrar. Por eso, la mayoría de veces que la manilla ha cumplido su función o ha recibido una descarga de un intento de mal de ojo generalmente se rompe. La manilla del ojo puede funcionar en personas adultas que ansían protección, aunque son los padres de los niños, o incluso sus abuelos, los que acuden a estos métodos, buscando protección. ¡La magia sirve para curar! Premisa importante: la magia, efectivamente, cura, porque se ha visto, porque produce modificaciones fisiológicas, genera un trastorno en el cuerpo; la cura es lógica si entendemos que es importante creer, el creer la hace real, porque hace que el individuo comparta el universo simbólico que la hace visible. La magia opera mediante sugestión influenciada y organizada en una forma de pensamiento (manipulación de las ideas = manipulación de los órganos).

Los colores, el tejido, las oraciones y todo lo que constituye la manilla, no están ahí arbitrariamente, al contrario, son y tienen un significado importante dentro de las prácticas en las cuales se dotan de sentido. Recuerdo mucho, por ejemplo, que las manillas de ojo además de la bisutería, tenían un dije de una mano en forma de puño, que representaba la misma protección que se busca con la manilla. Los seres humanos tejemos diversos hilos que tejen nuestra red simbólica: la complicada trama de la experiencia humana. Cuando el hombre ya no puede enfrentarse con la realidad directamente vive más bien en la niebla de las emociones imaginarias, entre esperanzas y temores, en ilusiones y desilusiones, en sus fantasías y en sus sueños. En el universo simbólico que representa José dentro de su carrito con ramas de laurel, caléndula y manzanilla, está el amor. Sí, el amor, ese mismo que se actualiza y se hace público en estados de Facebook. El que algunos experimentan a diario y el que otros anhelan encontrar mientras ven la saga completa de Twilight. El que algunos cantan a toda voz a ritmo de Someone like you de Adele... José lo tiene en frascos, amor instantáneo, amor rompe cachos, guía chamánica para encontrar el amor verdadero e incluso para “atrapar al amor platónico”. “Qué cosa más mística que el amor”, me explicaba José con toda seguridad. “La magia y el amor, la gente no sabe y terminan siendo la misma cosa, casi primas, confluyen en la misma…” (constelación supuse yo), mientras José agitaba las manos hacia arriba indicándome dónde.


Para que las fórmulas de los jarabes, polvos, té de yerbas, pepitas de diversas plantas en el bolsillo o billetera funcionen es importante que las fuerzas del amor lleguen al blanco (amante en potencia) por sorpresa. Es aquí donde observamos nuevamente el cholado multicultural en todo su esplendor, acudimos a las ancestrales fuerzas de la magia y los poderes ocultos de lo desconocido (caben aquí muchas fuerzas sobrenaturales) para acercarnos a la posibilidad real de obtener lo que efectivamente queremos en cuestiones del amor y que posiblemente sin ese extrapoder nunca creeríamos ver materializado; es decir, para que aquel se comporte como queramos, para que vuelva, para que sea el Dicaprio o el Johnny Depp que siempre hemos querido a nuestro lado. Dentro de los últimos aspectos clave que rescato de nuestra conversación, fue cuando formulé una de mis inquietudes acerca del uso de las fuerzas oscuras que utilizan algunos yerbateros o curanderos dentro de los servicios que prestan. ¿Él era uno de esos? José fue muy enfático contestándome: “hay que tener mucho cuidado con eso, la magia puede utilizarse tanto para el bien como para hacer mucho daño, de eso estoy seguro, porque hasta lo he visto, pero si quieres mantener alejada la maldad en tu vida tienes que aprender a que también esté fuera de tu trabajo”. De donde él viene creen mucho en que todo lo que nos sucede guarda una intrincada relación con tus decisiones. En la medida en que se usen los poderes de la naturaleza y las oraciones para hacer el mal, muy probablemente el mal llegará también a la vida de uno. Para él, como para muchos dentro de su comunidad y las personas que se dedican a este oficio, la naturaleza es sabia y nos corresponde a nosotros guardar ese estado de equilibrio con todas las energías y con todos los seres. “Por eso le repito, me dijo, aquí se rezan y se curan manillas para el ojo, se cura del ojo, se hacen limpiezas, lavados e infusiones tanto para el negocio, como para la persona, pero solo en pro de conseguir prosperidad, volver a recuperar un viejo amor, alejarse de las malas compañías o perpetuar la abundancia”. Cosa diferente a lo que observé en ciertos locales dentro de algunos pasajes comerciales, como el de “la Diosa de la Fortuna”, que

más que yerbas y “menjurjes naturales” vende en su tienda frasquitos con esencias ya muy elaboradas para todos los males, pero también para infundirlos. Dentro de tantos, puse especial atención en un frasco que se describía como “el tumba trabajos”. Dentro de mi curiosidad y aunque la etiqueta lo explicaba bien, le pregunté a la Diosa cómo funcionaba específicamente el producto y me dijo: “Pues así como lo ve, niña, si usted ve que alguien está estorbando en su camino, que alguien tiene el puesto que usted de verdad desea, dele a tomar unas goticas de esto y vea… santo remedio, esa persona o renuncia o la despiden para que le den un espacio en ese trabajo que usted se merece”.

Es mujer, brasilera. Estudiante de antropología, por pasión; estudiante de derecho, por cosas de la vida. En el brazo lleva una cometa que la hace volar. Lady Gaga es su cantante favorita y adora escribir sobre las cotidianidades del mundo. Ilustración y tipografía: Natalia Ayala Pacini

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Relación propia del perro hacia su amo. Suceso del que no se tienen registros históricos.

FIDELIDAD

Juego excitante que se pierde cuando se gana. Acto del humano en celo que desea probar a otro. Instante eterno con propósito fugaz. Aplicación detallada de muestras gratis.

COQUETEO

Persona fiel a la pendejada. Verdugo que te vuela la cabeza.

COQUETA: (coqueto)

Síndrome crónico que afecta los sentidos hasta llegar a la inconsciencia. Locura que necesita que los dos no sean ninguno. Comienzo del desfile mortal de los propios sueños. Sensación momentánea e inesperada que genera en el individuo la pérdida de la razón e implica que su felicidad dependa de otro.

AMOR

AMOR

- de -

Definiciones

Contrato cuya letra pequeña nadie lee.

MATRIMONIO

Resultado de un producto bien vendido. Último grito de libertad. Mesa de negociación que no logra acuerdos de paz.

NOVIAZGO

Gabriel Jaime Alzate

En el curso electivo que dicto para el Departamento de Humanidades, el amor, los amantes y el erotismo en la literatura, al comenzar el semestre hacemos un ejercicio que consiste en definir, desde la muy particular visión de los estudiantes, algunos términos que pueden articularse con el espíritu de la materia. Un intento de aproximación a un diccionario imaginario.


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Ya no ruedan los trenes cargados de azĂşcar por el 9 K.

Ferrocarril

5 K.


(Fragmentos de memorias dispersas en el tiempo)

1. A ratos surgen recuerdos

La primera vez que abordé un tren que me transportó por una carrilera, yo era un niño (no recuerdo la edad). Iba invitado por un tío. En Cali abordamos un autoferro, que era un tren con ruedas, una especie de bus que rodaba por la vía férrea. El recorrido remataba en Cartago. Más adelante, ya jovenzuelo, paseando por el Ecuador, vi los nevados andinos desde un lento tren destartalado, lleno de indígenas, turistas, ovejas, gallinas y costales. Muchos años después, en un viaje por Europa, diversos trenes, unos muy viejos, otros más modernos, me llevaron a hermosas estaciones construidas en otros tiempos: París, Lisboa, Barcelona.

de rieles reposan rígidos 2. Restos desperdigados por el territorio Se ven desde las carreteras, allá abajo, en el fondo de los cañones de nuestros profundos ríos cordilleranos. Apenas se asoman entre la maleza (si uno se queda en silencio, y tiene suficiente imaginación, aún puede escuchar el eco del silbato anunciando el paso del tren). O pasa uno sobre sus restos en las carreteras, que persisten cual venas varicosas que dejan marcas en la piel del progreso.

Como boquetes tenebrosos o gigantes ratoneras, sobreviven las entradas de los numerosos túneles que perforaron las montañas para dar paso al convoy de vagones que repartían remisiones, recaudos, pasajeros y mercancías. Los cadáveres oxidados de los viejos puentes metálicos yacen inertes, al lado de los modernos viaductos de concreto. Parecen esqueletos en un museo del olvido (son lindos para tomarles fotos, se pueden hacer bellas postales).

3. La modernidad arribó en tren

Leo reportes que narran cómo esas viejas locomotoras, ahora hechas chatarra, traían el progreso. En sus vagones llegaba la modernidad. La vía férrea reemplazó las trochas barrosas, el tren desplazó las recuas de mulas, los arrieros desaparecieron. Entre más avanza el progreso, más rápido corre el tiempo. Por el camino de hierro se mueve más el dinero.

el puerto en el tren llegó la 4.Desde mercancía Mis abuelos, quienes llegaron a Colombia en barco desde la lejana Palestina y desembarcaron en Barranquilla, decidieron establecerse en Cali, atraídos por el crecimiento del comercio, como muchos otros negociantes de entonces. Eran los años 30. En 1915 arribó a esta ciudad el primer tren que partió del puerto (hablo de Buenaventura) con sus vagones llenos de mercancías, que los mercaderes luego revendían. De regreso, llevaba costales de café y azúcar. Así Cali se llenó de bodegas, silos y almacenes y dejó de ser un pueblo para convertirse en una ciudad moderna. Pdc·10|91


registros relatan historias de 5. Remotos robos y rapiñas Historiadores, investigadores y procuradores cuentan en sus informes y en sus libros, que muchos contratistas gringos y un cubano de apellido Cisneros, firmaron numerosos contratos, que luego deshicieron. Se inventaban impedimentos, les sobraban las disculpas, cobraban jugosas indemnizaciones y el Estado pagaba y buscaba otro contratista. Viejas mañas de la política. La modernidad no llega así no más. Primero hay que gastar mucho dinero. Se acababa el siglo XIX y comenzaba el XX. Después de 30 años rompiendo contratos y cordillera, por fin se terminó la serpenteante carrilera.

6.Torpes contratistas yerran trazados Curvas cerradas, pendientes de vértigo, carril estrecho, camino equivocado. A pesar de los errores en el trazado, el tren logró rodar y unir el puerto con las capitales. Desde Buenaventura se transportaban carga y pasajeros a Cali, Popayán y al Eje Cafetero.

8.Carreteras derrotan transporte ferroviario Los reyes del asfalto aplaudieron (¿tramaron, urdieron?) y sonrieron sobre el cadáver férreo. Grandes camiones rodaron ruidosos por la cinta ancha que reemplazó la carrilera. Sus ganancias crecieron mientras el tren expiraba. Una “modernidad más moderna” enterró al pre moderno camino de hierro. Irónicamente, esos gigantes de numerosas ruedas que destruyen y congestionan las carreteras, se llaman mulas y las conducen los descendientes de los arrieros.

9.Imperdonable pérdida Nuevas fórmulas se inventan ahora para rescatar el ferrocarril. Eso sí, habrá que invertir mucho más dinero. Abundarán los contratistas que juegan a construir y destruir, a errar y corregir, a parchar, remendar, remodelar, restaurar y actualizar. Intermediarios de los intermediarios que cobran y se van. Concesiones sin precisiones que luego habrá que indemnizar (el negocio no tiene fin).

10. Intrépidos empresarios intentan rescate decretos ordenan retiro de 7. Ridículos rieles, cortesía de Ferrovías Huelgas, malos negocios, pésimos administradores, sucia política: hacia finales de los años 80 se cancela el ente público que administra el ferrocarril. Pero antes, se le ocurre la gran idea de levantar los rieles que con tanto esfuerzo se construyeron. Se rompieron las conexiones que se había logrado establecer después de mucho tiempo (décadas).

De la mano de unos soñadores, resurgen rutas turísticas que recrean recorridos por viejos trayectos. La Cumbre, San Cipriano, La Virginia, remotos destinos otrora paradas importantes. Para arrastrar pasajeros hay que ofrecer rumba, sino para qué subirse en un viejo tren. Se adecúa un vagón como discoteca, pues tiene que haber algo que hacer mientras se llega al balneario. El camino para la mayoría no tiene nada que ofrecer. El paisaje se ve mejor por televisión HD, 3D (con pantallas mucho más grandes que la ventana de un tren).


Vías férreas en La Cumbre (2012) Pdc·10|93



Estaci贸n Bitaco (2013) Pdc路10|95


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Fotografía de portada Estación Andalucía (2012)

Fotografías en blanco y negro

1. Viejos Talleres de Chipichape (1993) 2/3/4. Estación en Cali (2010 - 2011) Fuentes de inspiración y consulta Arias de Greiff, Gustavo. La segunda mula de hierro. Editor Gustavo Arias de Greiff, 2006. Gutiérrez, Rufino. Informe de una comisión, Academia Nacional de Historia y Antigüedades. Leído en www.lablaa.org. (Sitio web de la Biblioteca Luis Ángel Arango) El ferrocarril del Pacífico. Leído en http: //dintev.univalle.edu.co Conversaciones con el tío Farouck. Caminatas y recorridos, cámara en mano, por las vías del tren.

JOSÉ KATTÁN

Viejos Talleres de Chipichape (1993)

Persigue rumores, hurga archivos, recoge recuerdos, rescata memorias, retrata rostros, recrea historias. Se dice fotógrafo. Su cámara es su memoria. Pdc·10|97


Tenía seguridad y una choza construida milimétricamente perfecta, impenetrable, larga, que me heredó mi padre. Me cubría del frío, de la luz y de todos. Tus dedos se habrían perdido en ella. Esta linda y brillante casa me mantenía a salvo y su fachada demostraba lo que yo era -tenía dentro una vida conmigo misma-. Cada día jugaba con ella, cuidando siempre que no se abriera por ningún rincón y fuera siempre compacta. Un sinnúmero de posibilidades de habitarla existía allí dentro. Un día llegó el sol y con él una incomodidad extraña. Eran unas ganas desbocadas de salir de aquel lugar. Desde ese momento sentí que demoraba mucho tiempo arreglándola y eso me generaba malestar. Cepillaba sus paredes, abría y cerraba las ventanas, ponía pajaritos sobre ella, movía todo. Parecía no poder controlar los sucesos allí dentro y la vi lejana. Bastaba con un viento suave y todo mi trabajo se iba al carajo, entonces pensé en buscar ayuda. Fui volando a mis amigas, subí la montaña y encontré a mi novio. Incluso toqué a la puerta de mi madre, pero nadie quiso involucrarse; todos pensaban que era mejor no arriesgarme a perder lo que tenía. Fue entonces cuando decidí que yo misma debía buscar las herramientas para transformar la fachada del lugar que habitaba.

Caminé por mundos vecinos en la búsqueda, brinqué alto, vi cómo y con qué podría hacerlo mejor. Hallé por fin una caja redonda llena de artefactos extraños; los pocos que reconocí parecían demasiado peligrosos, otros eran gigantes y yo no podía cargarlos. Cansada y llena de polvo, encontré en el fondo unas tijeras brillantes de color violeta que entraban en mis dedos como anillos hechos a mí medida. Ellas parecían darme la solución, sonreían sin reír. Y con toda la tentación de no saber a qué me llevarían, las tomé sin pensar en el futuro por primera vez, y recogí los hilos que la estructuraban con un fuerte lazo de todos los colores. En ese momento accioné aquel mágico y brillante objeto. Me costó esfuerzo que las tijeras hicieran su trabajo, pues fueron años de alojamiento y una densa maraña que me revestía. Mientras los dientes plateados de mis tijeras violeta se abrían y cerraban -parecían morder con ritmo de tic-tac una hebra a la vez- yo escuchaba cómo se iban rompiendo las fibras que tejía día a día. Pensaba en el tiempo y me temblaban las rodillas, pues aquel instante tenía como fin despedirme de mi linda y ahora molesta melena. Por fin llegó el momento y con ella cayó al infinito un gran trozo de mí que giró sin parar hasta que no lo vi más.


Vino a mi estómago un huracán agobiante y en mi cuerpo pequeños pellizquitos me desequilibraban. Lloré, lloré sin parar, pues sentí pánico. Moví la cabeza y un enorme peso se había ido, pero también con él la casa que creí tener. Un poco mareada me senté dentro de la caja en la que encontré las tijeras para que nadie me viera. Al poner la cabeza contra la pared vi un objeto que tenía un marco muy lindo y dejaba ver en su interior algo de lo que había alrededor. Esto me llenó de miedo y angustia, lo levanté y luego de respirar profundo lo puse frente a mi ¿Qué soy ahora?, pensé, ¿en dónde estoy?, me pregunté. Y no había respuesta alguna. Vino a mi estómago un huracán agobiante y en mi cuerpo pequeños pellizquitos me desequilibraban. Lloré, lloré sin parar, pues sentí pánico. Después de aquel torbellino, lo próximo que recuerdo es el amanecer. Sin embargo, no era capaz de saber cómo ni quién me había llevado a aquel lugar en el que había quedado profundamente dormida. Estaba cansada, me dolía todo, parecía que me hubiera golpeado la cabeza y hubiera quedado inconsciente. Corrí de la cama hacia mi espejo para confirmar que todo había sido un sueño. Poco a poco abrí un ojo, después el otro, estaba borroso y ambos se encontraban muy hinchados. Después de lograr enfocar me di cuenta de que fuera del sueño seguía existiendo aquella sensación, todo había pasado en realidad y ahora debía asumirlo. En este momento ya era otra mi casa. Ya era más pequeña y no había vuelta atrás, debía encontrar otra cosa a qué dedicarme. A partir de ese momento todos me verían diferente, tal vez algunos pensarían que yo siempre fui así o que mi vivienda era muy desprolija. Afligida y con el corazón débil, respiré el aire más profundo y puro que pude, mojé el techo con agua fría y esperé recibir valor y abonar algo mejor para mi vida. Me tranquilicé un poco, salí y a todos dije: “Remodelación programada” aunque por dentro temblaba.

Me fui viendo cambiar incluso de mobiliario. Se sentía diferente estar ahí, entraba la brisa con más facilidad y gracias a la fachada comenzaba a hacer parte de juegos que me interesaban más. El desasosiego se fue desvaneciendo poco a poco y esa fue mi primera mudanza. Decidí dejar de acomodarme en una sola casa, decidí viajar por mi misma y seguir caminando siempre hacia otras aldeas para descubrir zonas horribles y paisajes serenos que me acerquen cada vez más a aquel torbellino que tanto extraño. Zetazeta es diseñadora gráfica e ilustradora con interés en investigación visual. Inquietudes estéticas por los procesos que tienen que ver con el pelo, desarrolladas en la experimentación individual y grupal. Actualmente hace parte del colectivo El Pelúgrafo Itinerante (elpelugrafoitinerante.com) Página web / www.zeta-zeta.com Pdc·10|99



Por Anuar Bolaños

Hace casi un mes que vinimos a vivir a Little Italy en un apartamento de dos cuartos que compartimos mi hermano Roger, mi mamá y yo. Ahora me levanto a las cuatro de la mañana porque estamos trabajando en una repartidora de periódicos. A mí me toca enrollarlos y amarrarlos con una piola plástica y a mi hermano repartirlos. Son más de dos mil periódicos y tienen que estar repartidos antes de las siete de la mañana. Yo soy el único amarrador, el trabajo es bastante duro. Uno pensaría que hacer un nudo de moño no es nada complicado, que es igual a amarrarse los zapatos pero cuando uno ha hecho mil nudos duelen las muñecas y los dedos pelados empiezan a sangrar. Hace tres semanas que tenemos este trabajo. Cuando me levanto me preparo té y como pan de ajo que ha quedado de la cena. Mamá no se levanta porque se ha puesto muy mala de la artritis y el frío de octubre la tiene engarrotada. El único dinero que entra a casa es el que el señor Martineli me

da cada sábado. Roger se gasta su paga con los amigos. Sin embargo, no nos va tan mal pues no tenemos que pagar arriendo. El apartamento es de la tía Rosie, tú sabes, la enfermera que le manda los medicamentos a mamá. Ella vive en Jersey con su marido en una casa grande de las nuevas. Él es constructor. El trabajo lo consiguió Roger. Él es más avispado porque es cinco años mayor que yo. Él maneja la bicicleta de carga y avienta los rollos que yo armo en las puertas de las casas. Roger es grande y muy fuerte. Llega a la bodega a las cinco y se echa a dormir por ahí mientras yo amarro los periódicos. El señor Martineli llega a las cinco y media y entra gritando porque yo todavía no he acabado. Nunca le dice nada a Roger, es su consentido porque se ahorra lo de otros dos bicicleteros. Yo nunca le contesto nada, porque le tengo miedo. Sólo me afano por acabar pronto. Roger se burla de mí y me hace muecas. Creo que lo odio un poco. Yo sé que


no tenemos edad para estar trabajando, por eso el señor Martineli abusa y nos mantiene a escondidas. Mamá perdió el empleo en la lavandería y no ha conseguido clientas para lavar y planchar a domicilio. Sus manos atrofiadas ya no la dejan. Yo te extraño mucho, Marian, sé que no estamos viviendo muy lejos el uno del otro, que es muy fácil coger el metro que va hasta Kew Gardens y esperarte a la salida del high school, pero no me queda ni un quarter para pagar la ida hasta allá. Aquí no tenemos teléfono. Te extraño mucho, me gustaba mucho sentarme contigo a conversar en las gradas a la entrada de tu casa. Esa última semana que nos íbamos a venir a vivir acá, tú fuiste muy dulce conmigo, aunque me asustó lo que me hiciste en el callejón. Dime, ¿por qué me metiste la mano en el pantalón? Yo estaba hirviendo y tu mano estaba helada, de pronto me agarraste allí y empezaste a frotarme, yo estaba mareado de ver tus senos desnudos y tú me metiste la lengua en la oreja, yo no podía respirar bien, como

pude me zafé y me acomodé la ropa pero no huí. Dijiste que me extrañarías, te acercaste y me diste un beso en la boca, entonces saliste corriendo. Yo le conté todo a Roger y él se burló de mí, dijo que hacías lo mismo con todos los muchachitos del barrio, que te burlabas de mí porque apenas tenía once años. Mamá sospecha que algo me pasa, porqué cada tarde me quedo pegado a la ventana mirando en dirección de Queens y no veo televisión con ella. Yo no le contesto nada porque no sabría qué decirle, además seguramente también se burlaría como Roger. Yo vuelvo a preguntarle por papá y ella me dice que como hemos cambiado tanto de dirección y él seguramente también, las cartas de ambos deben haberse perdido. Yo no le creo. Pienso que papá nunca va a volver. Acá en Little Italy aun no tengo amigos. Mamá ha empezado a ir a la biblioteca a traer unos libros gruesos que me lee durante un par de horas todas las tardes. Cuando

no hace tanto frío salimos a caminar para distraernos, aunque yo creo más bien que mamá quiere averiguar dónde se mete Roger. Yo me concentro en lo que hablan los italianos, quiero aprender a hablar como ellos. Al señor Martineli lo único que le oigo son insultos y amenazas y no se le oye tan lindo como a la señora donde compramos el pan de ajo. Allí también hay una muchacha que me hace acordar de ti. No sé como se llama porque me da pena preguntarle y además se ve muy alta. Quizás Roger sepa su nombre, pero si le pregunto sé que se va a burlar de mí. Mi cabeza vuelve a ocuparse con tu cara. A la mitad de la noche me despierto con un dolor allí donde tú me tocaste y estoy mojado, tengo que lavarme a escondidas. Me gustaría tanto tener una foto tuya, mirarla me daría ánimo cuando estoy amarrando los periódicos. Por las noches despierto porque vuelvo a ver tus senos, están muy iluminados y tienen las puntas muy rojas. Cuando me despierto, todo se borra. Solo queda tu sonrisa y tus ojos azules. Cierto, tu pelo también es rojo. ¿Por qué olías siempre a cereza? Roger dice que Bobby te daba un frasco de cerezas cada vez que tú le dejabas tocarte los senos y que a él también lo frotabas allí abajo por cigarrillos, pero yo no le creo. La tía Rosie me dice que no debo trabajar, que apenas tenga más horas en el hospital


me va a mandar al high school en Jersey. A mi no me gusta la idea porque no quiero ir a vivir con ella. Mamá me hace curaciones en las manos con vela de cebo. Un día el señor Martineli me dio unos guantes y me los volvió a quitar porque los nudos no me rendían y se zafaban. Mamá no sabe qué hacer con Roger, tiene miedo de que se junte con malas personas. Ella le pide que vuelva temprano pero él se queda en la calle después del trabajo. Un día salió con que le habían robado la bicicleta y el señor Martineli tuvo que darle otra. Yo creo que Roger la vendió para comprar vino y cigarrillos. Una noche llegó tarde y oliendo a cereza y me dijo riéndose que venía de Queens. Yo me encerré en el baño y lloré mucho rato. Mamá no se dio cuenta.

Llegar hasta aquí fue fácil. Del dinero que me da el señor Martineli, guardé pennies durante muchos días y cuando ya tuve suficiente para los pasajes, me vine en metro hasta Kew Gardens. Estoy seguro que mamá no sospechó lo que yo iba a hacer. Desde la noche anterior alisté el overol con que tú alguna vez dijiste que te

En ese instante, de ninguna parte, aparecio Bobby y por detras de ti te tapo los ojos. Sin intentar zafarte, le recibiste el frasco de cerezas que el te pasaba. Yo estaba paralizado y con la garganta apretujada. gustaba verme, limpié los botines y guardé en mi bolsillo el pañuelo de seda que era de papá. Esta mañana me levanté un poco más temprano y terminé de amarrar todos los periódicos antes de tiempo y salí. Llegué al Bayside High School un poco antes de que fuera hora de entrada y estuve a la distancia esperando. Al fin apareciste, tan linda como yo te recordaba, el corazón me dio un brinco y siguió haciéndome tun-tun hasta que te perdiste de mi vista. Después estuve mucho rato caminando por la orilla del lago recogiendo las piedrecitas de colores que sabía te gustaba echar en la canastica de tu baño, y las envolví en el pañuelo. Cuando ya fue el momento, volví para seguirte de regreso a casa y te vi con tus amigas coger rumbo al parque frente a la escuela, a ver a los muchachos jugar bas-

ketball. Yo hubiese querido acercarme y hablarte, pero los muchachos del senior year siempre me asustan. Esos eran los amigos con que Roger se escondía a fumar y a tomar cerveza. Pronto sería la hora del almuerzo. Mamá debía estar preocupada. Así que decidí darte alcance cuando te aproximabas a tu casa. En ese instante, de ninguna parte, apareció Bobby y por detrás de ti te tapó los ojos. Sin intentar zafarte, le recibiste el frasco de cerezas que él te pasaba. Yo estaba paralizado y con la garganta apretujada. Riendo, tú y Bobby subieron las gradas y entraron a tu casa. Yo sé que tu mamá trabaja todo el día y siempre estás sola por la tarde. Me quedé mirando la puerta cerrada sin saber qué hacer. El mundo se había quedado en silencio. De repente entendí por qué madre dice que hay momentos en la vida que te envejecen en un minuto.


Comité

EDITORIAL - Vol-

10

Jerónimo Botero Andrés Felipe Castelar Hoover Delgado Mauricio Guerrero María Paola Herrera

DIRECCIÓN

José Kattán

Margarita Cuéllar Barona

Joaquín Llorca

Equipo de

colaboradores Karmen Cabezas

Jaime Manrique Camilo Melo John Ordóñez

Tatiana Durán

Oscar Ortega

Josué Losada

Juan Salamanca

Ana Inti Mantilla

Viviam Unás

Nathalie Paz Miguel Velandia Alejandra Zuluaga

Inge Helena Valencia Felipe Van der Huck

DISEÑO Cactus Taller Gráfico (www.cactus.com.co)

Natalia Ayala Pacini Juliana Jaramillo Buenaventura

Carlos Dussán Gómez Daniel Gaona (Tacho)

Ilustradora

INVITADA

Helena Pérez García (España)

http://helenaperezgarcia.blogspot.co.uk/ http://www.helenaperezgarcia.co.uk/

www.papeldecolgadura.org Facebook / papeldecolgadura


Pdc路10|105



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