Exordio
A
brimos este número de La Colmena con un artículo de Alejandro Acosta sobre las andanzas literarias, políticas, pedagógicas y periodísticas del cubanomexicano José María Heredia y Heredia, nacido en Santiago de Cuba el 31 diciembre de 1803 y muerto a la edad de 36 años en Toluca, donde residió durante la última década de su vida. A continuación, Daniel Avechuco aborda la siempre compleja relación entre intelectuales y revolución violenta, particularmente la manera en que escritores y pensadores mexicanos reaccionaron ante la violencia de los campesinos armados en 1910, proceso que el autor califica como gradual, conflictivo y traumático. Asimismo, Andrea Elizabeth Arroyo analiza la novela Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México, de Nellie Campobello, donde pudo observar el vínculo existente entre literatura e historia, y donde se manifiesta la importancia que la autora concedió al recurso de la memoria, toda vez que fue testigo de diversos hechos de violencia asociados a la Revolución mexicana durante su infancia en Hidalgo del Parral, Chihuahua. Otro punto a destacar de este análisis literario es la observación de la solvencia con que la novelista recrea una voz infantil para dar una visión inocente y descarnada del conflicto armado. Por otra parte, a partir de los postulados hermenéuticos de Hans-Georg Gadamer, Rubén Mendoza y Reyna Cardoso reflexionan sobre el ethos profesional del bibliotecario adscrito a la universidad como figura partícipe en el proceso educativo. Los autores indagan en la implicación ética de las funciones destinadas a la formación de lectores. Plantean la ética como un ‘modo de ser’ de lo humano, por el cual se desarrollan todas las potencialidades en virtud de
la constitución propia, del otro y de los otros. Así, los programas de fomento, animación y promoción de la lectura resultan superados por la intervención responsable de quien tiene claro que su función no acaba en la administración y gestión de un espacio universitario, sino que implica una forma de estar en el mundo donde los seres humanos se están formando como tales. Gustavo A. Segura, Carolina Caicedo y Emmanuel Moreno parten también de las ideas hermenéuticas de Hans-Georg Gadamer para analizar la importancia de los diálogos educativo y académico en el ámbito universitario. Para los autores resulta fundamental el intercambio de argumentos como práctica que instaura y renueva el sentido humanista y científico de los universitarios, pues consideran que el diálogo confiere a sus miembros identidad, legitimidad y presencia histórica. Por su parte, Jorge Ordóñez, haciendo uso del análisis del discurso, observó la obra de José Fuentes Mares, donde las ideas filosóficas aparecen expresadas con gran riqueza de figuras retóricas, las cuales le permitieron al intelectual adentrarse en recovecos del pensamiento cuyo acceso habría sido vedado mediante métodos convencionales de reflexión. En especial, se revisaron algunas de las narraciones que Fuentes Mares escribió sobre aspectos de la vida de filósofos mexicanos, plasmados en artículos periodísticos, memorias y ensayos. Se determinó que la categoría ‘estampas’, término propuesto por Gustav Radbruch, era la más adecuada para definir estos relatos donde se describe la personalidad de los personajes, acentuando pasiones y obsesiones, amistades y odios. Jorge Ordóñez considera que tales textos constituyen un complemento importante para la historia de la filosofía mexicana. Rolando A. Vilasuso utiliza la teoría semiótica para analizar parte de la obra del compositor puertorriqueño Juan Antonio Rosado Rodríguez. Catalogada como música contemporánea de concierto, Vilasuso reconoce en la obra de Rosado sonoridades complejas, cuyo manejo artístico se sale de los esquemas tradicionales para combinar, parodiar o transgredir distintos lenguajes musicales, como el bel canto, el jazz y la música popular. El autor del ensayo considera que muchas de las piezas de Rosado están confeccionadas con elementos de ironía, humor y parodia. Desde el ámbito de la historia de la ciencia, Fernando Francisco López presenta un recorrido por los momentos más significativos de la historia de la astronomía. Señala los descubrimientos trascendentales que han modificado la visión que se tenía de los planetas, las estrellas y otros cuerpos celestes, además de aportar una detallada descripción de cada planeta del sistema solar. A partir de un recuento de los retos más significativos a los que se enfrenta esta ciencia, López argumenta en favor de ampliar los estudios historiográficos sobre el conocimiento del universo y las tecnologías asociadas a la exploración espacial, pues, a fin de cuentas, estas actividades son también parte esencial de la historia contemporánea de la humanidad.
El ejemplar que tiene el lector en sus manos (o que lee en su pantalla) incluye una breve muestra de la serie fotográfica Historia de barro, obra de Guillermo Romero Zarazúa, cuyas imágenes proyectan la intención de lograr calidad estética, pero también la de documentar la alfarería cazuelera, género menguante de las artes populares, pero aún vibrante en el municipio mexiquense de Metepec. José de Jesús Espino presenta la obra de Romero Zarazúa en un texto donde se advierte la pasión por el rescate cultural de esta artesanía. Juan Antonio Rosado Zacarías contribuye con “Dulce flagelo”, breve narración que explora los ciclos de amor-odio en una pareja, donde los personajes nos muestran las encontradas perspectivas narrativas de un fracaso amoroso. Atilano Sevillano, poeta y narrador hispano con residencia en Valladolid, España, nos ofrece ocho microrrelatos en los que flota una niebla fantasmal sobre escenarios que aluden a la literatura como productora de sentido. “El lugar de la nieve” es el título de un extenso poema de viaje, alojado — ahora y para siempre— en el Pliego de Poesía; su autor es el poeta tinerfeño Rafael-José Díaz, quien recupera y resignifica poéticamente una estancia en el montañoso pueblito de Raroña, en el Alto Valais suizo. Tenerife y el Alto Valais, como cronotopos de experiencias de vida, dejan sentir en los versos de RafaelJosé la tensión entre el helado viento de los Alpes y el chicharrero clima de Tenerife. José Aníbal Campos nos obsequia la traducción de cuatro poemas del vate experimental austriaco Gerhard Jaschke, cuya lírica orbita caóticamente en torno a la constelación de la poesía concreta, el dadaísmo y el movimiento Fluxus. Gracias a la generosidad de José Aníbal, Jaschke nos recuerda en este número que es “páramo del hombre / no aplicar a todo el / mismo rasero de estrellas”. O bien, que cada persona es “una anónima / carta / certificada / sin remitente / ni destinatario”. En esta entrega, Eduardo Albarrán nos da noticia de Últimos coros para la Tierra Prometida. 40 poetas jóvenes del Estado de México, una antología confeccionada por Sergio Ernesto Ríos, gran conocedor de la poesía latinoamericana contemporánea. Y finalmente, Carlos González reseña el libro Contingencia y mentalidad en la innovación curricular ¿Cómo se auto-reproduce el sistema educación?, del Dr. José Luis Arriaga Ornelas.
Juan Carlos Carmona-Sandoval Director de La Colmena Universidad Autónoma del Estado de México
José María Heredia: del Niágara al Xinantécatl J osé M aría H eredia :
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La Colmena 92 octubre-dieciembre de 2016
pp. 9-24 ISSN 1405-6313
eISSN 2448-6302
Alejandro González-Acosta*
Resumen: Se describen las actividades literarias, políticas, pedagógicas y periodísticas del escritor cubano-mexicano José María Heredia antes y durante la década de 1830, época en que residió en Toluca, con énfasis en los aportes jurídicos, legislativos, periodísticos, éticos y republicanos de este político liberal. Palabras clave: biografía; prensa; publicación periódica; poesía; liberalismo; conservatismo
* Universidad Nacional Autónoma de México, México Correo-e: aga@unam.mx Recibido: 15 de marzo de 2016 Aceptado: 23 de mayo de 2016
Abstract: We describe the literary, political, pedagogical and journalistic works by the Cuban-Mexican writer José María Heredia, before and during the 1830’s, period in which he lived in Toluca. We emphasize the juridical, legislative, journalistic, ethical and republican contributions by this liberal politician. Key words: biographies; press; bibliographic bulletins; poetry; liberalism; conservatism 9
Para Hugo Gutiérrez Vega. In memoriam. Porque Heredia nunca llegó a Grecia…
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osé María Heredia nunca viajó a la Grecia de sus amores, como era su sueño desde la juventud. No pudo cumplir el periplo de su admirado Lord Byron ni mirar, arrobado, las ruinas de la Acrópolis ateniense. Su universo geográfico se movió en un escenario estrictamente americano. Nació en Santiago de Cuba el 31 de diciembre de 1803, casi por casualidad administrativa. Su padre, don José Francisco Heredia y Mieses, un funcionario español, estaba transitoriamente allí. Más tarde viajó por los destinos que recorrió su progenitor —Pensacola, en La Florida aún española; Venezuela; Santo Domingo, y México, a la muerte de su padre—. Ya huérfano, volvió a su natal Cuba. De la isla tuvo que partir precipitadamente hacia Estados Unidos, disfrazado y huyendo de la persecución al verse involucrado en una conspiración. Ahí residió fundamentalmente en Boston, Filadelfia y Nueva York, con algunas escapadas, como aquélla que lo llevó hasta la frontera canadiense, cuando compuso su “Oda al Niágara”. Después viajó nuevamente a México, país en el cual transcurrió la mayor parte de su vida, y donde escribió y publicó el volumen más significativo de su obra. Lo más al norte que pudo llegar en el continente americano y el punto más alejado de su Cuba natal fue la frontera entre Estados Unidos y Canadá, donde se impresionó vivamente con el espectáculo de las formidables cataratas del Niágara. He aquí el mayor viaje de toda su existencia. De México apenas conoció Veracruz —Alvarado, puerto de desembarco desde Nueva York; Xalapa, donde estuvo sólo de paso y casi muere de disentería— y Puebla, donde realizó una corta excursión a Cholula, población que inspiró su poema “En el Teocalli de Cholula”. Asombrado por la grandeza de la Biblioteca Palafoxiana, exaltó su belleza e imaginativamente supuso que en ella podían encontrarse los tesoros perdidos de la cultura mundial, de esa experiencia surgió un emocionado artículo que fue
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publicado el 13 de agosto de 1829 en El Sol (García Garófalo-Mesa, 1945: 352). Vivió en la Ciudad de México, Cuernavaca y Toluca, la parte central de la provincia mexicana, donde se concentraba el poder político y económico y se desarrollaba más intensamente la actividad cultural. Al final de sus días ya sólo iría de Toluca a la capital para morir. Durante su segunda etapa en México sólo realizó un breve y criticado viaje a Cuba, de noviembre de 1836 a enero de 1837. Buscando obtener el permiso de las autoridades españolas que lo habían desterrado y condenado en ausencia a muerte por el delito de sedición, escribió una carta donde abjuraba de sus antiguos ideales independentistas. En ella se advierte una soterrada sinceridad mezclada con melancólico pesimismo. Murió en México el 7 de mayo de 1839, con apenas 35 años, pobre y postergado, en la casa marcada entonces con el número 15 de la Calle del Hospicio, hoy República de Guatemala.1 Sus últimos meses los pasó en una condición casi miserable. Tuvo una sencilla “sepultura eclesiástica”, aunque “no recibió los Sacramentos”, según consta en el libro parroquial donde se asienta su fallecimiento (García Garófalo-Mesa, 1945: 685). Apartado de todos e ignorado por muchos, después de haber recibido aplausos, alabanzas y la admiración general, murió el Cantor de la Libertad y el Poeta Mártir, quien en un principio fuera amigo cercano del poderoso Antonio López de Santa Anna y de otros personajes de la época. Al momento de su fallecimiento vivía apenas de un puesto muy modesto como redactor del Diario de Gobierno, donde sólo apareció la noticia de su fallecimiento al día siguiente para anunciar que su plaza quedaba disponible y a concurso (García Garófalo-Mesa, 1945: 688). Semanas más tarde, la publicación incluyó una biografía suya redactada por un escritor de triste memoria (García Garófalo-Mesa, 1945: 689-693).2 1
Y no en Toluca, como se dijo en un principio con error, dato que siguen repitiendo equivocadamente algunos historiadores. 2 Ignacio Sierra y Rosso (1811-1860) fue fundador de la Academia Mexicana de la Lengua (1835). Luis Miguel Aguilar lo llamó ‘rápsoda oficial de Santa Anna’, y Guillermo Prieto, ‘cantor del César’. Como secretario de Hacienda del caudillo veracruzano refrendó el célebre decreto del impuesto a las puertas y ventanas (1854), y en 1842 fue el orador oficial del acto donde se depositó
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la pierna amputada de ‘Su Alteza Serenísima’ en un monumento en el panteón de Santa Paula. Ignacio Solares le obsequió muy generosamente el calificativo de ‘insigne poeta’ en su novela La invasión (2005). Este fue uno de los patriotas mexicanos más acrisolados de todas las épocas. Francisco García Salinas (1786-1841) fue gobernador de Zacatecas (1828-1834) y uno de los mejores amigos de Heredia, a quien le obsequió un precioso libro como muestra de su respeto y admiración (véase más adelante). Fue conocido familiarmente como el Tata Panchito, pero la historia lo ha llamado ‘el mejor gobernante de México’ y ‘el gobernante modelo’, protector de los indios, los campesinos, la minería y la hacienda pública (Sánchez Luna, 1988: 989-1002). Aunque se ha afirmado que la ceremonia ocurrió en el Sagrario Metropolitano, en realidad se efectuó en la casa del párroco, ubicada en la calle del Niño Perdido, hoy Eje Central Lázaro Cárdenas. A menos que la joven se haya casado con dieciocho años o menos, deduzco que había nacido en Venezuela o Guatemala, pues su padre llegó a México en 1809 como oidor de la Real Audiencia.
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con Heredia. El vínculo entre el poeta y su suegro ha sido poco estudiado y sin duda sería interesante profundizarlo, pues el cubano apenas hablaba de la familia de su esposa. En el entonces Estado de México, Heredia obtuvo y perdió varios empleos. Su calvario laboral incluyó la aspiración a ser juez de paz (o de letras, según la legislación española vigente anterior), posición modesta en el escalafón judicial. Aunque se podía ser habilitado como tal siendo lego, es decir, no letrado, Heredia sí estaba titulado y contaba con una sólida preparación como jurista. Ser juez de paz le ofrecía la oportunidad y el reposo necesarios para continuar su obra literaria, pero cada vez que se acercaba a conseguir el empleo, algo frustraba su deseo. Lo habían nombrado juez de distrito en Veracruz (1827) y, debido a los ataques de los maledicentes, finalmente declinó el puesto. Heredia había dado datos falsos sobre su edad y su condición ciudadana, pero fue sorprendido y retiró su candidatura al ver su causa perdida. Como recurso de consolación, ese mismo año fue designado juez de letras en Cuernavaca. Su desempeño fue breve: perdió el puesto por su recta y valiente actitud en contra del primer Decreto de expulsión de los españoles (1827). Además, con el pretexto de que se carteaba con el enemigo (sus amigos y familiares en Cuba, todavía española), detractores suyos violaron su correspondencia. Indignado, Heredia promovió una querella. Apenas le permitían echar raíces en alguna parte. En la entonces capital del Estado de México, San Agustín de las Cuevas, en Tlalpam —el Tlalpan actual—, obtuvo en 1828 un puesto de cierta importancia como fiscal de la Audiencia de México, el cual conservó hasta marzo de 1830. En ese año, su integridad jugó de nuevo en su contra al defender al presidente Vicente Guerrero, derrocado por el General Anastasio Bustamante. A su vez, Guerrero había desplazado al electo Gómez Pedraza, toda vez que éste había sido desconocido por el Congreso. Sin duda era una época muy convulsa. Heredia partió de nuevo a Cuernavaca para reasumir brevemente su modesto cargo de juez de letras, pero en 1831 fue nombrado oidor interino de la Audiencia de Toluca, y al mismo
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Por olvidarse del poeta se olvidaron hasta de sus restos, los cuales al parecer están perdidos (González Acosta, 2003: 111-136). En México, Heredia pasó del éxito inicial al desconcierto y más tarde a la amargura de la frustración. Al principio fue recibido entusiastamente por Guadalupe Victoria y después mantuvo vínculos estrechos con Antonio López de Santa Anna, pero se distanció del dictador al ver su predisposición para eternizarse en el poder. Así comenzó para el bardo una cadena de infortunios que lo llevó de más a menos, hasta un final desastroso. Siempre en busca de un protector que lo cobijara por su condición de extranjero, Heredia se aproximó lo mismo a José María Tornel y a Andrés Quintana Roo que a Francisco García Salinas.3 El 15 de septiembre de 1827 se casó con Jacoba Yáñez Echezuria,4 hija del venezolano de origen canario José Isidoro Yáñez Nuño y Conde (Muñoz Altea, 2014: 90-91). Este antiguo amigo de su padre firmó el Acta de Independencia del Imperio Mexicano el 28 de septiembre de 1821, fue uno de los regentes del reino y luego ministro de la Suprema Corte desde 1824 hasta su muerte en 1832. Heredia procreó seis hijos con Jacoba,5 de los cuales cuatro murieron siendo niños, y sólo sobrevivieron Loreto (1829-1910) y José de Jesús (18361923). Es lógico suponer que el ministro Yáñez apoyó a su yerno en su carrera profesional, pues además compartía con él la condición de haber nacido fuera de México. Sin embargo, a Yáñez al parecer nunca le afectó esta condición, a diferencia de lo que ocurrió
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tiempo resultó seleccionado sinodal de oficio para los exámenes de los pretendientes a recibirse como abogados en esa demarcación. Detrás de Heredia fueron sus más constantes y fieles detractores; la envidia y el odio de sus enemigos siguieron sus huellas hasta la ciudad del Nevado. Pero tampoco debe obviarse algo nunca mencionado, y es que detrás de todos estos destinos y puestos quizá también estuviera la mano protectora de su suegro, el ministro de la Suprema Corte de Justicia, quien falleció el 8 de septiembre de 1832, en Toluca. Autor del proyecto para el Código Penal del Estado de México, Heredia fue nuevamente cuestionado por su nacimiento. Desesperado, se defendió mintiendo otra vez sobre su condición ciudadana y su edad real. De nuevo lo atraparon en el engaño. Padeció hambre y pobreza. Fue tanta su miseria que hasta quiso vender su amada biblioteca (González Acosta, 1997b: 83-115). Decepcionado de México, avisó a familiares y amigos su propósito de irse a vivir a Estados Unidos. Hastiado ya de todo, el 22 de agosto de 1834 escribió a su hermana Ignacia desde Toluca: estoy tan harto de revueltas, que sólo aspiro salir de aquí y vivir, aunque sea pobremente, donde haya quietud y paz. Sí, hermana querida: nos veremos en la magnífica Nueva York, navegaremos juntos en el glorioso Hudson, saludaremos las maravillas del Niágara y admiraremos en aquel país venturoso los bienes sublimes de la ilustración y la libertad (García Garófalo-Mesa, 1945: 55). La biblioteca del poeta tiene su propia leyenda. Al referirse a ella, varios autores aseguran que finalmente se consumió en un incendio. Sin embargo, la casualidad revestida en la forma de un generoso amigo me permite dudar de su destino. Además de su preciosa amistad de muchos años, Guillermo Tovar de Teresa me obsequió dos tesoros: la edición en miniatura de las Obras de Quinto Horacio Flaco (1828) —dedicada por Francisco García Salinas “al Sr. Lic. José María Heredia, su amigo”—, toda una rareza en sí misma, 12
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y el ejemplar en dos tomos de la primera edición de la novela Jicotencal (1826), hoy acreditada por la mayor parte de la crítica como obra de nuestro autor, según propuse en 1992 (González Acosta, 1997a).6 Ambos textos están relacionados por el mismo Heredia en la lista manuscrita de su biblioteca particular. Es en Toluca, precisamente, donde el poeta ya más escarmentado desarrolló su gestión como ‘conservador’ (Rojas, 2007: 24). Este término debe entenderse no como relativo a una ideología paralizadora, sino en tanto sinónimo de equilibrio preservador, después de los numerosos excesos feroces que Heredia había visto y padecido en la ciudad capital: atropellos, robos, asaltos a propiedades y asesinatos. Según el vate, ser conservador consistía en transformar lo necesario, pero manteniendo lo útil, es decir, ‘no tirar al niño junto con el agua de la bañera’, como sucedió en demasiadas ocasiones debido a los apasionados y en ocasiones destructivos liberales a ultranza. Con ese fin, además de continuar la revista Miscelánea — empresa iniciada en Tlalpan y que se encontraba ya en su segunda etapa— presentó el proyecto para una antología de poetas mexicanos de la cual sólo nos queda el plan,7 y fundó un periódico que desde el mismo título expresaba su programa: El Conservador. Todo esto no deja de entrañar cierta valentía, osadía y hasta un desafío implícito, pues en esa época ser conservador tenía ya muy mala prensa y era visto por muchos con reticencia, si no con abierta repugnancia condenatoria. En efecto, los ánimos eran guiados apasionadamente por métodos y procedimientos de cambio más expeditos, como las constantes revueltas que desestabilizaban al país, lo debilitaban y empobrecían. En Toluca, Heredia encarnó el sentido original del término conservador. No dejó por ello de ser liberal, más bien se convirtió en un político 6 Así lo han señalado varios especialistas como Arnulfo Herrera (1993), Ángel Esteban (2006) y hasta el novelista Leonardo Padura, quien menciona como válida mi propuesta en La novela de mi vida (2002), narración de largo aliento sobre José María Heredia. 7 Se trató de La lira mexicana, que contenía la obra de ocho notables poetas de la época. Reconstruir y publicar esa antología fue un propósito frustrado de Manuel Toussaint y del cubano José Antonio Fernández de Castro (Toussaint, 1992: 495). Sería un hermoso homenaje a Heredia y sus dos críticos rescatar ese proyecto truncado.
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Dedicatoria de las Obras de Quinto Horacio Flaco a José María Heredia (2016). Foto: Alejandro González-Acosta. Prohibida su reproducción en obras derivadas.
experimentado y preocupado, contenido en los límites del sentido común. Más que un reformador, el bardo se asumió como un difusor de la virtud ciudadana, un moralista de la república, un redentorista ignorado y rechazado, y hasta un molesto e impertinente predicador en el desierto. Años después, Enrique José Varona, otro filósofo y poeta cubano, tomaría como divisa la triste confesión de una derrota ya implícita en Heredia: “Aré en el mar y edifiqué en el viento” (Mutis, 1985).8 El poeta adoptó desde entonces 8 Según varios testimonios, estas fueron las últimas palabras de Simón Bolívar. El libertador falleció en 1830, cuando se encontraba
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un lema personal que dice mucho de su actitud y ánimo espiritual en ese momento de su vida: “Ubi pacis et libertas, ibi patria”, “Donde la paz y la libertad, ahí la patria” [la traducción es del autor].9 Su sentimiento 9
de paso en la hacienda de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, antes de embarcar para Inglaterra (Mutis, 1985). Ofrezco una disculpa: la única excusa de la traducción poco elegante es su literalidad. He buscado el origen de esta frase latina y no lo he encontrado aún. La más cercana es “ubi panis et liberta ibi Patria est”, empleada por J. Hector St. John de Crèvecœur en sus Letters from an American Farmer, de 1782 (1904), y luego utilizada por autores como Pedro Estela, Ignacio López Rayón y Carlos M. de Bustamante, entre otros. Sin embargo, el cambio de ‘panis’ por ‘pacis’ me hace suponer que esta versión es del propio Heredia, gran conocedor de los clásicos desde niño. Así lo cita en una carta a su amigo Domingo del Monte, fechada en México el
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patriótico se había sosegado y el Don Quijote juvenil dejó paso al Sancho Panza de su madurez política. Abjuró incluso de su romanticismo exaltado y recuperó el tranquilo equilibrio clásico de su infancia y temprana adolescencia. Ahora quizá entendía mejor a su padre, el oidor don José Francisco. Sería interesante y quizá revelador intentar un ejercicio comparativo entre los contenidos del primer número de El Conservador (1831) y los fascículos de la revista Miscelánea (2007) correspondientes a su segunda etapa, cuando era editada en Toluca y sus nuevos aires políticos estaban cobijados por la influencia de Anastasio Bustamante y Lucas Alamán, pero semejante propósito excede los límites naturales de esta colaboración. Miscelánea es precisamente un caso excepcional dentro de las publicaciones mexicanas. A diferencia de muchas otras revistas tuvo un solo autor y un editor, el propio Heredia, quien además fue por necesidad su tipógrafo exclusivo —así lo volvería a hacer, ayudado por su noble y paciente esposa Jacoba Yáñez, cuando preparó en Toluca la nueva versión de sus Poesías (1852), que ya había publicado en Nueva York, pero con importantes variantes y adiciones—. Además, la revista tuvo dos lugares de edición: primero Tlalpan y luego Toluca. No creo que abunden casos como éste. Durante un largo tiempo, los investigadores no pudieron consultar la colección completa de la revista Miscelánea y esto originó muchas complicaciones, algunas muy graves, pues en demasiadas ocasiones la fragmentación provocó que se distorsionara el pensamiento de su autor. Aun hoy este error sigue muy extendido10 (Heredia, 2007: xiv-xv). Después de varios años de recorrer los distintos repositorios donde podían encontrarse algunos números de la revista, con la paciencia y la solidaridad de personas amigas 24 de mayo de 1826. Obviamente, el sentimiento espiritual del poeta cubano rechazó el sentido pedestre y utilitario de su forma original y lo adaptó, tomándolo como divisa personal. 10 El famoso “Ensayo sobre la novela”, incluido en la revista, tuvo la pésima fortuna de que por muchos años sólo se reprodujo y difundió su primera parte. En ese estado, el texto daba la errada impresión de que su autor rechazaba las novelas históricas como género, pero si se hubiera consultado el resto del documento se habría podido comprobar que se refería sólo a aquellas narraciones escritas al modo de Walter Scott, estilo diferente al de Alfred D’Vigny.
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pude finalmente reconstruir la colección completa de la publicación por primera vez.11 Sin embargo, este logro supuso un reto aún mayor, pues el estado de conservación de los originales era desigual y en ocasiones desastroso. El trabajo destructor de muchos enemigos ambientales y biológicos hacía imposible pensar en una reproducción facsimilar, por lo cual me vi obligado a asumir una empresa no igual, pero sí parecida a la del propio Heredia en su momento: recapturar o recomponer cada uno de los números de la revista. Al hacerlo, creí adecuado y útil aprovechar la oportunidad que suponía el mismo reto y corregir las numerosas erratas de los originales, así como modernizar la ortografía para facilitar su consulta por los lectores contemporáneos. Después de esta intensa labor, que requirió una gran paciencia y cuidado extremo, las casi quinientas páginas de la revista Miscelánea fueron cobijadas por la espléndida colección Al siglo XIX. Ida y regreso, dirigida por Vicente Quirarte Castañeda. La obra salió a la luz en 2007, con unas características materiales —papel, cubiertas, tipografía— que quiero suponer hubieran complacido al mismo Heredia. Debo acotar que las vistosas ediciones facsimilares suelen ser muy socorridas, pero desde el punto de vista del interés investigativo aportan muy poco o nada; sirven sobre todo para cumplir con la premura de algún aniversario próximo, un compromiso político o una fecha conmemorativa cercana. Además, acostumbran ser bastante costosas, pues para hacerlas no se escatiman recursos, y el proceso técnico y material es complejo pero ajeno a la auténtica labor del investigador. Es cierto que estas obras 11 Conseguí copias en microfilm y fotocopias de algunos números de la revista en La Habana —en la Colección Heredia de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, y en la biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística José Antonio Portuondo Valdor, antigua Sociedad Económica de Amigos del País—, en México —en el fondo reservado de la Biblioteca Nacional de México—, y en Nueva York —en The New York Public Library—. Además, la buena suerte tocó de nuevo a mi puerta en la figura del oportuno y siempre generoso Guillermo Tovar de Teresa, quien me obsequió el único ejemplar que me faltaba para completar la colección, muy maltratado por los insectos y la humedad, pero que no se encontraba en ninguna parte de Cuba, México o Estados Unidos. Cuando terminé de ocuparlo en mi investigación, entregué este ejemplar a la Biblioteca Nacional de México.
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Entre los innumerables defectos que hemos heredado de los españoles tenemos el imperdonable de dejarlo todo para la última hora, y por eso sucede casi siempre que las cosas salen mal, y eso temo que va a suceder con los proyectos referidos a las celebraciones del centenario (García Garófalo-Mesa, 1945: 756). A fin de evitar lo que previene Santacilia, con el reposo y seguridad que me concede la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), llevé a cabo la edición de tres dramas poblanos de un concurso de 1828, convocado en su momento para rebatir la novela Jicotencal, de Heredia. Dicha obra aparecerá este año en la ya referida colección Al siglo José María Heredia: del Niágara al Xinantécatl
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XIX. Ida y Regreso. Con idéntico propósito y ánimo preparo también una edición verdaderamente crítica, revisada, actualizada, anotada y con los índices necesarios, de las Lecciones de historia universal, originalmente escritas en inglés por Alexander F. Tytler y luego traducidas, completadas y adaptadas al público lector mexicano por Heredia. Todo esto requiere tiempo y paciencia para realizarlo con el cuidado merecido, aunque no reciba de inmediato la atención de los reflectores críticos, sin duda distraídos en otros tópicos de mayor urgencia. Heredia fue un moralista social y político, lo cual se evidencia en muchas de sus obras y acciones. Pero las tres cualidades que reclamaba el bardo para una revolución efectiva y regeneradora —moderación, orden y virtud, preceptos cardinales del ideal republicano— eran las más opuestas al verdadero móvil y sentido de muchos de los movimientos que desangraron a México en esa convulsa época, basados precisamente en el exceso, el desorden y los apetitos descontrolados. La empresa del poeta era a todas luces una batalla perdida antes de empezar, condenada ineludiblemente al fracaso, y junto con ella, su promotor. Heredia y sus escasos colaboradores se dedicaron entonces a forjar un nuevo culto patriótico. En un país esencialmente barroco, como México, con una antigua y sofisticada cultura del festejo y las celebraciones rituales propia de la aún reciente monarquía desplazada, debían crearse otros símbolos para sustituir los viejos, de acuerdo con los nuevos tiempos históricos. Al ser ante todo un vate, su programa estético, ideológico e iconográfico fue el poema “Al genio de la libertad” (García Garófalo-Mesa, 1945: 382), ser al que pide fecundar con su soplo las tierras del Anáhuac. Para Heredia, la figura simbólica por excelencia de la democracia americana era George Washington, que alcanzó la auténtica grandeza y el verdadero poder moral mediante la humildad y la dejación, pues al perder, ganaba. Desprovisto del mando, arribó a la gloria realmente efectiva y se revistió de autoridad legítima, es decir, adquirió una superioridad moral sobre el resto de los ciudadanos. En el
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multiplican la posibilidad de consultar materiales raros de difícil acceso, pero esto es más mérito de los impresores que de los verdaderos especialistas, quienes en el mejor de los casos limitan su participación a la confección de un estudio o prólogo — quizá una presentación de algún político—, en su mayoría totalmente prescindibles. A pesar de ello, tales trabajos se agradecen igual, en su justo valor. En este sentido, Heredia también ha corrido con ese mal signo, según lo señaló en su momento el cubano-mexicano don Pedro Santacilia —a quien se le podría llamar hombre con dos patrias—, en una carta dirigida a un compungido Vidal Morales y Morales el 17 de diciembre de 1903. Cuando faltaban apenas unos días para que se cumpliera el plazo fatal del primer centenario del natalicio de Heredia, en medio de muchas complicaciones, exclamaba: “¡Otra vez Heredia! Por fortuna, dentro de pocos días llegará la fecha del Centenario: cesarán las inútiles investigaciones sobre la muerte del desgraciado poeta, y todos, el muerto y nosotros, entraremos en descanso que bien lo necesitamos” (García Garófalo-Mesa, 1945: 756). Apenas un poco antes, a punto de explotar por las insistentes premuras a las que era sometido, Santacilia le había escrito al mismo destinatario:
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servicio de la patria promovido por Heredia se aprecia un permanente sentido de autosacrificio, muy dentro del espíritu de las enseñanzas de Séneca, uno de sus clásicos predilectos, pero también del cristianismo primitivo, rescatado por los místicos del barroco español. En México, el personaje más cercano a su modelo moral y político fue Guadalupe Victoria, quien después de desempeñar dignamente su cargo como primer presidente de la república aceptó varias encomiendas con gran humildad y modestia. Murió prematuramente, víctima de la epilepsia, en la fortaleza del Cofre de Perote, donde estaba destinado. Así como Washington tenía la finca Mount Vernon para su retiro como simple ciudadano, Guadalupe Victoria disponía de la hacienda El Jobo, en Veracruz, desde donde defendió el sistema federal con absoluta fidelidad hasta su último aliento. Aunque el mexicano sobrevivió a Heredia —el primero murió en 1841, y el bardo, en 1839—, ya desde los años finales de su vida el expresidente sobresalía como una excepción luminosa entre el conjunto de personajes de su época, y resultaba intachable y admirable, incluso en sus equivocaciones, debilidades y errores. Con Hidalgo, Morelos, Allende, Matamoros y todos los pioneros de la libertad muertos, y ya fusilado Agustín de Iturbide, la figura protagónica restante fue la de Antonio López de Santa Anna. El mismo dictador se comparaba —y le agradaba que lo compararan— no con Washington, sino con el Pequeño Corso. En los romances en octavas y pliegos de cordel de la época lo llamaban el Napoleón Mejicano, lo cual indica inequívocamente su peligrosa tendencia dominadora y vanidoso amor por el poder. Tal parece que por su densidad, intensidad y actividad, el meridiano político o enclave principal de la nación se trasladó de la Ciudad de México, su centro natural, a la vecina Toluca, entonces un reducto del conservadurismo. Allí, en la ‘azotea de la república’, como se le ha llamado, se concentraron las águilas y los halcones de la política nacional con un frente consolidado, buscando expandir su influjo al resto de la república. Dos personajes eminentes con destinos 16
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divergentes fueron gobernadores de la entidad en esa época: Lorenzo de Zavala y Melchor Múzquiz. En el medio político y cultural de Toluca se estableció uno de los focos principales de discusión del gran dilema mexicano de entonces: la organización de la república como una federación o como un estado unitario. Esta batalla no era original, pues prácticamente en todas las antiguas regiones del imperio español en América esta interrogante estuvo presente, con especial violencia en la Argentina de Juan Manuel de Rosas y Juan Facundo Quiroga. En realidad, esta coyuntura reprodujo a escala regional la discrepancia que a nivel continental ya habían enfrentado anteriormente Simón Bolívar y José de San Martín. Por la autenticidad de su sentimiento patriótico y la universalidad de su pensamiento y cultura, Heredia desempeñó entonces un papel valioso y útil, aunque más adelante también prescindible y pasajero. El poeta trazó un plan con objetivos muy claros y sensatos: por una parte, reforzar la moral republicana mediante la prédica y la educación; por otra, enaltecer las virtudes democráticas y crear un culto patriótico que ofreciera cohesión y unidad alrededor de ciertos puntos nodales altamente simbólicos, entre ellos, la exaltación de las figuras ejemplares y el Grito de Independencia como principal celebración de la historia nacional. Además, pretendía levantar el andamiaje de un sistema de derecho con un cuerpo de leyes y códigos que le dieran sustancia, estructura y persistencia a la voluntad de organizar, conciliar y arbitrar, como garantía de la paz. Junto con esta última, el progreso y la prosperidad eran las metas supremas con las que Heredia quería alcanzar el ideal de felicidad patria. Para logarlo, se integró en el poderoso grupo mexiquense radicado en Toluca,12 nido de estrategas y atalaya de los inicios de la vida republicana. Desde el primer momento, el bardo dio 12 Lorenzo de Zavala asumió la gubernatura del Estado de México en Texcoco —primera capital de la entidad fuera de la Ciudad de México—. Desde ese momento, emprendió una política sagaz para formar un equipo cohesionado con algunos principios básicos en común. Atrajo a varios de los miembros más destacados de la vida cultural del país, con lo cual sentó las bases del nuevo estado. Un siglo después, otro distinguido mexiquense, el estadista y diplomático Isidro Fabela, consiguió algo parecido al finalizar la convulsión revolucionaria, pero su propósito rebasó el marco estrictamente estatal y más tarde se proyectó a nivel nacional.
Alejandro González-Acosta
Tenemos el gusto de empezar nuestras tareas en una época de esperanzas para la República. Apagado el incendio de la guerra civil, amortiguadas las pasiones rencorosas y la efervescencia de los partidos, cuya larga lucha José María Heredia: del Niágara al Xinantécatl
por el poder ha dado tantos días de sangre y de luto a la patria, desengañados los pueblos del vértigo revolucionario, y persuadidos por una dolorosa experiencia de que sólo pueden ser felices bajo los auspicios de la paz y con la observancia de las Leyes, parece que todo anuncia días serenos y apacibles, después de la tormenta que nos ha combatido por espacio de cuatro años (García Garófalo-Mesa, 1945: 380).
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Le habría de durar poco este optimismo, pues los hechos se encargarían de desengañarlo muy pronto. Este editorial inaugural no fue sólo la presentación de la publicación, sino también todo un programa de acción ciudadana. Sus bienintencionadas palabras fueron escasamente escuchadas:
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muestras de su visión certera al apoyar con su talento literario el Grito de Dolores como la gran fiesta nacional y centro del santoral republicano. Esto lo realizó primero como escritor designado por el presidente Guadalupe Victoria para elaborar sus discursos, luego como magistrado, y por tanto, representante de la ley en varias localidades, y después como legislador, impulsando y promoviendo el rito patriótico. En sus textos, Heredia propuso los dos modelos nacionales que después inspirarían el programa de gobierno de otro mandatario mexicano, Porfirio Díaz Mori, también un ‘liberal reformado’. De Francia rescata el razonador espíritu cartesiano, la cultura refinada, el espíritu humanista y la universalidad de su legado; de Estados Unidos subraya las instituciones democráticas y su empuje organizador y constructivo. En resumen: ambos países constituyen la mente y el brazo; el espíritu y la fuerza. El poeta conocía los clásicos, entre ellos Horacio, desde la edad más temprana, cuando su padre le tomaba la lección y lo estimulaba con la promesa de obsequiarle un reloj. Sin duda, recordaba la noción de ‘patria’ que daba Cicerón, quien la definía como la madre en común de todos los ciudadanos. Horacio reconocía en esta frase un significado íntimo e indisoluble que en su época definió como desinterés patriótico. Para entender el término con mayor propiedad, debemos contextualizarlo, porque hoy asume otras connotaciones. En efecto, habría que traducirlo más explícitamente como la entrega generosa sin esperar beneficio individual y sólo por la íntima satisfacción del deber cumplido al servicio de la nación. Cuando llegó a Toluca, Heredia manifestó una actitud optimista y esperanzada en que finalmente la nación se encauzaría en una corriente de paz y prosperidad. Así, cuando se publicó el primer número de El Conservador el 1 de junio de 1831, anunciaba:
Nuestra suerte, pues, depende absolutamente de nuestro arbitrio, y la pública felicidad será segura si todos cumplimos fielmente nuestros deberes sociales. El primero de todos es una invariable adhesión al pacto federativo, único garante de la unidad nacional y del orden público. Si la constitución actual tiene vicios o defectos, poseemos afortunadamente el gran desiderátum de las antiguas repúblicas, cuya falta causó sus trastornos y ruina, en la facultad perpetua de reformar y perfeccionar, que obtienen nuestros poderes constitucionales. La experiencia dictará las variaciones accidentales que convengan, y serán ilustradas por la libertad de discusión pública de su adopción definitiva. Sólo necesitamos de moderación y de virtudes para gozar de todos los frutos de la gloriosa transformación política que tantos héroes y mártires compraron con su sangre generosa. Que el gobierno sea justo, y los gobernados abjuren la ambición y los rencores. Si cada fracción triunfante a su turno extermina, destierra o condena a nulidad oprobiosa a cuantos no sigan su estandarte, presto el Anáhuac Alejandro González-Acosta
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no será más que un desierto pavoroso. Rompamos, pues, para siempre la cadena fatal de los resentimientos políticos. Olvidemos hasta las denominaciones que serían ridículas a no haber producido tantas calamidades y crímenes, y echando un velo impenetrable sobre el pasado, ocupémonos con celo y sinceridad en un porvenir más dichoso y tranquilo (García Garófalo-Mesa, 1945: 381).
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No deja de asombrar la madurez y la sensatez de Heredia ya para esta fecha. Por supuesto, aunque es su máxima ambición, él no idealiza la democracia, pues la entiende como un proceso y no sólo un fin. Como tal, la acepta imperfecta, pero perfectible gracias a la sabiduría del tiempo y la paciente labor de los ciudadanos y sus instituciones. Toda desesperación política, por generosa y pura que pueda ser en sus fines e intenciones, conduce al abismo y al desastre. La actitud que propone Heredia consiste en mirar a lo alto, pero ver bien dónde se coloca la pisada; en no tratar de agotar el camino con irresponsable y suicida velocidad, sino aceptar el tiempo como el ingrediente necesario que brinda una certidumbre y un destino feliz. Esa es la tónica que prevalece en casi todos sus artículos de El Conservador. Si hoy se reunieran en un volumen, por la universalidad y permanencia de sus asertos y propuestas podrían ser un excelente auxiliar didáctico para el fortalecimiento y perfeccionamiento de la actitud ciudadana. El germen del Código Penal del Estado de México, al que contribuirá poderosamente Heredia, se encuentra ya en su artículo “Penas”, publicado el 20 de julio de 1831 en El Conservador. El poeta tenía una formación profesional eminentemente punitiva —que tradicionalmente privilegiaba la pena y el castigo sobre la educación y la disuasión—; había sido educado en el aporte canónico romano, base del derecho ibérico, y en las severas leyes españolas procedentes del Fuero Juzgo y Las Siete Partidas. Sin embargo, incorporó a su pensamiento jurídico un sentido marcadamente educativo, inspirado en las legislaciones francesa, inglesa y 18
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estadounidense, más cercanas y modernas. Tuvo en cuenta la condición humana como piedra angular de su pensamiento: Las ideas de poder y superioridad son tan lisonjeras y tentadoras, que apenas hay virtud que las rehúse, a pesar de los peligros que envuelven. De este principio nace el deseo de revestir de terror la autoridad legal, y de regir a los hombres por la fuerza, más bien que por el convencimiento. Parece que esta arrogancia influyó en los ánimos de los distintos autores de la extraña legislación que aún nos rige, se mezcló en sus disposiciones sobre la propiedad y la vida de los ciudadanos. Una ligera ojeada sobre sus leyes coactivas y vengadoras descubrirá tantas desproporciones entre los delitos y las penas, tantas distinciones arbitrarias y caprichosas sobre los grados de criminalidad y tanta confusión de severidad e indulgencia, que apenas podrá creerse que sea la obra de la sabiduría pública, sincera y tranquilamente deseosa del bien personal (García GarófaloMesa, 1945: 398). Resulta fácil adivinar o suponer el gesto facial de Heredia al escribir las palabras arriba citadas. Además, a casi dos siglos de ser expresadas, estas afirmaciones nos resultan de una asombrosa cercanía. También se percibe que el tacto y el sentido de la oportunidad política no eran los elementos más característicos de la personalidad del poeta. Más que ejercicios simbólicos y protocolarios, los discursos del bardo el Día de Dolores —hoy Día de la Independencia— en los años 1831 (García, 1945: 408-412), 1834 (García, 1945: 530-534), y 1836 (García, 1945: 593-597) constituyeron auténticos actos pedagógicos, atinadas dosis didácticas de historia y de política doméstica. Debido a que comprendía su carácter estructural, Heredia no concebía la efeméride como un suceso aislado, sino como parte de una política de educación ciudadana; por eso promovió previamente Alejandro González-Acosta
Jamás habría convenido en dar a luz un ensayo tan débil e imperfecto, si los que cifran su patriotismo en atizar eterna discordia y desmoralizar al pueblo con máximas atroces, no me hubieran imputado que promoví la sumisión del país a los españoles y la proscripción de los extranjeros. Debo confundir tales José María Heredia: del Niágara al Xinantécatl
imposturas con esta publicación, que someto gustoso al juicio de los hombres sensatos. Ha mucho que me oigo llamar alternativamente servil o jacobino, impío o fanático, por haber reprobado los excesos de las facciones, y combatido sus injusticias. Sólo responderé, pues, a los aullidos de la calumnia con un silencioso menosprecio (García Garófalo-Mesa, 1945: 593).
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A pesar de su frustración, despecho y hasta desesperanza, es admirable la consistencia y coherencia de Heredia en esta etapa. Al mismo tiempo que recibe feroces ataques, concibe la necesidad y utilidad de aportar rápidamente un texto de historia general que sirva al propósito superior de la construcción republicana, y ofrecérselo a la urgida juventud mexicana como señala en la “Dedicatoria” de las Lecciones... No tiene tiempo para escribirlo y entonces, apurado por la premura de la necesidad, traduce, refunde, adapta y añade lo que juzga necesario a una obra que ya cuenta con un amplio reconocimiento, Elements of General History, Ancient and Modern, 1801, de Alexander Fraser Tytler (1823),13 que Heredia modestamente titula Lecciones de historia universal (1831). No es fortuita la elección del autor ni de la obra, que ya era considerada un clásico y se le aceptaba como libro de texto en numerosas universidades inglesas y estadounidenses. Su autor, el aristocrático Lord Woodhouselee, era un historiador escocés escéptico de las democracias, en particular de las representativas, y especialmente de las republicanas,
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la creación de la Junta Patriótica Nacional, a fin de que sirviera para garantizar la continuidad del festejo cívico. El antiguo calendario ciudadano, establecido cuando los habitantes del país todavía eran súbditos de la corona, estaba constelado por los aniversarios de reyes y príncipes, los periodos religiosos de ayuno y mortificación, y las fechas del santoral católico. Éste fue sustituido por el nuevo almanaque republicano, al igual que hicieron ejemplarmente los revolucionarios franceses que tomaron la Bastilla. Ellos entendieron que si se trataba de cambiarlo todo revolucionariamente, lo primero que debían modificar era el tiempo mismo: las estaciones y los meses, así como los días, ya no tendrían un origen divino o monárquico, sino natural. En un país tan tradicional y profundamente católico como México, no habría un templo de la diosa razón como en el París robespierano, pero al menos sí un altar para la patria recién nacida. La sobria grandiosidad y la majestuosidad espartana de los pujantes Estados Unidos y la luminosa Francia debían ser adoptadas, pero también adaptadas al modo mexicano: las columnas estípites sostendrían el arco romano. Las tres oraciones patrióticas pronunciadas por Heredia durante la gran fecha nacional exponen de manera ostensible su propia evolución personal: del optimismo inicial (1831), a la tristeza resultante del declive (1834), y de ahí al hastío y la desesperanza (1836). El poeta transitó de la ignorancia a la confusión; parafraseando a Óscar Wilde, podría decirse de él que no era un pesimista, sino un optimista bien informado. Al enviar la última oración ya impresa, que según confiesa “ha improvisado”, acompañó su obsequio al coronel Luis Gonzaga Vieyra (17961856), gobernador interino del Estado de México, con una dedicatoria donde puntualizaba enfáticamente:
13 En varias oportunidades, algunos críticos han mencionado que la obra de Alexander F. Tytler (1747-1813) que utilizó Heredia fue la Universal History. From the Creation of the World to the Beginning of the Eighteenth Century (1837), publicada póstumamente. Lo creo imposible, pues el texto de Tytler apareció en 1834, cuando el cubano ya había entregado los cuatro tomos de su obra en Toluca, entre 1831 y 1832. Sin embargo, en la edición de 1837 de la obra de Tytler encontré una alusión a ciertas “additions and alterations by an American gentleman supplying important omissions, bringing down the narration of events to the beginning of the present year, and correcting many passages relating to the history of this country”. Poco después, se añade en la Advertencia: “In preparing this edition, the original text of Tytler and Nares has been carefully revised and corrected. Part IV, wich contains the History of South America, New Spain, and the West Indies, han been added”. ¿Influyeron las ya publicadas Lecciones… de Heredia en esta nueva edición de la misma obra que le sirvió como fuente? Sería un caso ejemplar de diálogo literario e historiográfico. Pero esta suposición será objeto de otro estudio, más detenido y puntual.
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por lo cual se amoldaba a la perfección al propósito de Heredia de utilizar la enseñanza de la historia para educar a los ciudadanos en ciernes y advertir los peligros acechantes de un país joven que buscaba definir su propio camino. Aunque atinada y prudentemente, el poeta modera al autor inglés al traducirlo (Vogeley, 1994: 148). En ese momento específico de la historia nacional, Toluca era el gran laboratorio de la patria mexicana no sólo gracias a las actividades desarrolladas por Heredia, sino a aquéllas promovidas por otros pensadores allí residentes: artículos en la prensa, conmemoraciones públicas, un libro de texto concebido para los fines citados, y finalmente, un código penal racional y ponderado que traducía a nivel estatal los beneficios de una constitución regulada y una aplicación sensata de las leyes que partía del precepto superior de la educación cívica. Heredia utilizó El Conservador como el canal de información que lo acercaba a los lectores y ciudadanos. Debe contrastarse que antes, durante todo el periodo virreinal, las leyes se publicaban y se aplicaban, pero no se explicaban. Su propósito sólo era dictar la norma, mas no razonarla. El tecnócrata Carlos III, después llamado el Déspota Ilustrado, solía decir que “debe gobernarse para el pueblo pero no con el pueblo, pues a este sólo le toca callar y obedecer” (De los Ríos, 1997: 144). Esa actitud borbónica distante, propia del espíritu monárquico absolutista, fue separando a gobernante y gobernados. En contraposición, el pensamiento jurídico de Heredia se configuró esencialmente como didáctico más que punitivo. Explicar las leyes es una forma de apoyar su aplicación y constituye el éxito del derecho como instrumento de convivencia y de perdurabilidad del Estado, en tanto forma superior de organización social. En este sentido, el poeta resulta sorprendentemente moderno, casi contemporáneo. Persuadir, más que imponer, fue idealmente su guía como legislador; convencer, más que vencer, su propósito como político; contener, más que castigar, su mayor propósito como gobernante. Su divisa literaria ‘Ducit docet’, enseñar dulcemente, según le enseñaron sus amados clásicos, lo identifica como el filósofo convertido en legislador, 20
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objetivo supremo de aquellas civilizaciones clásicas que ansiaron sobre todo el gobierno de los sabios, contrario a las religiones monoteístas que buscaron al santo como modelo humano —hindúes y budistas—, o al mesías como guía y purificador —en las figuras de Moisés, Cristo y Mahoma—. Un día, animado por sus amigos en medio de su desencanto y melancólico escepticismo, se permitió un exceso que le regaló una experiencia poderosa: el ascenso al Nevado de Toluca, el imponente Xinantécatl. Su crónica —primer atisbo de lo que hoy llamamos periodismo ecológico, una variante de la literatura de viajes que trata temas exóticos propios del romanticismo— es el compendio de las observaciones del poeta, la apretada síntesis de sus emociones, pero también la experiencia de un peregrino ilustrado, naturalista por afición, que aprovecha la oportunidad para sentirse explorador y aventurero. Así, acumula datos sobre topografía, botánica, geología, características climáticas, fenómenos astronómicos o aspectos de vulcanología, y los entrelaza con referencias literarias, como el tártaro virgiliano y el inferno dantesco. Sobre la superficie de la tierra realizó un auténtico retrato o vista a vuelo de pájaro en la misma época en que se efectuaban los primeros ascensos en globo aerostático con diversa fortuna. Ejemplo de esto fue el viaje de Eugene Robertson en la Plaza de Toros de San Pablo, cercana a la Alameda Central, el 30 de abril de 1835.14 Entre la muchedumbre expectante un rapazuelo de seis años correteaba por ese jardín capitalino, volando su papalote como anticipo de futuras aventuras aéreas: se trataba de don Joaquín de la Cantolla y Rico (1829-1914), muy conocido tiempo después. Al emprender su jornada como montañista, Heredia se quejaba. Ya no era el mismo joven que a los quince años había subido la gran pirámide de Cholula, con sus basamentos superpuestos coronados 14 Heredia se encargó, por pedido del aeronauta o su representante y con un propósito publicitario, de traducir urgentemente del francés una obra sobre el tema, la cual sintetizó y publicó como: Bosquejo de los viajes aéreos de Eugenio Robertson en Europa, los Estados Unidos y las Antillas, por E. Roch (1835). El volumen fue publicado en la Imprenta de Galván, a cargo de Mariano Arévalo (García Garófalo-Mesa, 1945: 562). Para otros pormenores de estos experimentos, puede consultarse el texto de Moreno de los Arcos (1993: 80-106).
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Sus palabras fueron premonitorias. El poeta sentía que le quedaba poco tiempo de vida. Habría que adivinar el gesto preocupado y las recomendaciones de la pobre Jacoba Yáñez para que no se excediera en su excursión, mientras lo despedía y abrigaba tiernamente en su casa antes de emprender la travesía en la madrugada de ese día. Cuando bajó de nuevo a la base del monte, nostálgico al contemplar las aguas de la laguna del cráter, sólo atinó a pensar en el mar, que no divisaba desde hacía once largos años... El cantor de “Al Océano” y del “Himno del desterrado” José María Heredia: del Niágara al Xinantécatl
Dos días forman época en mis recuerdos, por haberme asociado a grandes misterios y prodigios de la naturaleza. En el último subí al Nevado de Toluca, el anterior me vió [sic] inmóvil, atónito, al pie de la gran catarata del Niágara (García Garófalo-Mesa, 1945: 605). Heredia se conmueve intensamente ante el infinito cielo que le ofrece el volcán mexicano y ante el agua inagotable de la cascada norteamericana. Para el poeta de los sentimientos grandiosos y sublimes, el infinito es el hermano de la eternidad. Superadas esas breves vacaciones de Sísifo volvió a su tarea con empeño, procurando sobre todo ser útil: fue lo mismo legislador que periodista, y buscó con insistencia que se le perdonara su condición de extranjero para ser aceptado como un mexicano más. Entre sus trabajos periodísticos, además de sus colaboraciones en El Sol (1821), El Águila Mexicana (1823), El Indicador de la Federación Mejicana (1833) y varios diarios más, se cuentan tres empresas culturales de diversa magnitud, pero de gran transcendencia. La primera, El iris. Periódico Crítico y Literario (1986), fue una tarea colectiva que inició con los italianos Galli y Linati. Se separó de ellos por temor a que lo involucraran en sus actividades políticas, pues sabía bien de ese tema desde su dolorosa experiencia con la Conspiración de la Gran Legión del Águila Negra en Cuba, que ocasionó su destierro. La segunda empresa, Miscelánea. Periódico crítico y literario (2007), publicada primero en Tlalpan y luego en Toluca, fue la más importante y menos conocida del autor. A ella ya me referí líneas arriba. Existe una tercera, la revista Minerva (1972), enteramente toluqueña, que aunque de breve vida, culmina y cierra de modo muy representativo el periodismo cultural del bardo y su influencia en México como divulgador de los adelantos y progresos literarios y artísticos extranjeros. El papel de Heredia en la historia cultural de la época es decisivo. Alejandro González-Acosta
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A las ideas solemnes, inspiradas por cuadros sublimes, siguieron presto reflexiones graves y melancólicas. ¡Oh, cómo se anonadan las glorias y afanes fugitivos de la débil mortalidad ante estos monumentos indestructibles del tiempo y la naturaleza! Por primera vez había llegado a tan estupenda altura y es probable que no vuelva a recibir iguales impresiones en el intervalo que me separa del sepulcro. Mi corazón, al que inflamó desde la niñez el amor noble y puro de la humanidad, ulcerado por crueles desengaños y largas injusticias, siente apagarse el entusiasmo de las pasiones más generosas, como ese volcán, cuyo cráter han transformado los siglos en depósito de nieves eternas (García Garófalo-Mesa, 1945: 603).
ya no lo vería más. Al final del recorrido confiesa la trascendencia del momento, que sólo se compara con el de unos años antes:
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con el templo jesuita, ni el que poco tiempo antes había trepado los escarpados riscos para asomarse al abismo del Niágara. Sólo logró llegar al tope de la montaña mexiquense echando mano del consejo del explorador y químico francés Jean Baptiste Boussingault, quien ascendió al Chimborazo andino en 1822, cuando contaba con veintiún años. Y allí en el Xinantécatl, agotado pero feliz, exhausto pero despierto, Heredia reflexionó y trazó un paralelo entre el paisaje que contemplaba a sus pies y su vida. Su ánimo, que años antes se identificaba con el poderío abrumador de la catarata septentrional, se descubría respetuoso ante el imponente páramo inmenso del gélido volcán mexicano:
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El poeta ya no era aquel joven irreflexivo, animoso, vital, dispuesto y capaz de multiplicarse para asumir vorazmente cada empresa que se le presentaba. Estaba casado y con una familia que mantener; los golpes recibidos le habían enseñado ‘a la mala’ prudencia y discreción. A pesar de sus pocos años, en el rostro que muestran sus escasos retratos de la época ya se le notan el cansancio, una creciente tristeza y algo de hastío. Había aprendido la dolorosa lección. Exhausto, aún animoso pero un tanto escéptico, no era ya el exaltado romántico de su primera juventud, sino un hombre más sosegado, reflexivo y atemperado, apenas entrado en la madurez, que se había reconciliado con el clasicismo de su infancia. Los años y la experiencia, ese nombre que damos a nuestros errores pasados, lo habían ubicado mejor en la realidad. Aconsejaba a los jóvenes —él, con apenas treinta años, ya se sentía como un precoz anciano—, como Ignacio Rodríguez Galván (González Acosta, 1994: CLXXXII), para que no imitaran sus furores románticos y dedicaran su talento y fuerza juvenil a estudiar a los clásicos, los que nunca mueren ni pasan de moda. Ya no era la pasión la nota predominante de su lira, sino la calmada meditación, la reflexión no exenta de duda. Aunque persistía su canto libertario, su tono no era exaltado sino admonitorio. Los temas de la patria y la heroicidad habían sido progresivamente atenuados y desplazados por los de la justicia, el derecho, y en especial aquello que llama con obsesión e insistencia desinterés patriótico. Este segundo y final Heredia en México es nuestro más cercano contemporáneo. Leer hoy lo que escribió para el país de su época constituye un deslumbramiento aleccionador. Las rencillas de partidos, los intereses personales que no sólo prevalecían, sino dominaban absolutamente las decisiones de gobierno, las luchas fratricidas y las divisiones y subdivisiones de ese ayer, se reproducen con certera, pasmosa y amenazadora precisión en el México que hoy vivimos y padecemos. Más que un ejercicio de crítica literaria e histórica, cuando leemos a este último Heredia estamos realizando una acción casi periodística. Su mejor biógrafo resume este momento en la vida del poeta: 22
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En un estado patológico desastroso, abatido por sufrimientos, actuando en un ambiente político y moral adverso a él por completo, según se justifica por su ‘Epístola al C. Andrés Quintana Roo’, continuaba Heredia ejerciendo sus funciones de Magistrado en la Audiencia, radicada en Toluca, capital del Estado de México. Allí se consumía rápidamente, dedicando sus actividades no sólo a su elevado cargo en la judicatura, sino también, a la poesía, prestando su colaboración en el periódico local de reciente fundación El Imparcial, y en El Diario del Gobierno de la República Mexicana, órgano oficial del Gobierno (García Garófalo-Mesa, 1945: 575). Desde ese mirador de la república se mantenía atento a las injusticias que abundaban y no temía pronunciarse aún en contra de un colega espurio. En un vibrante artículo de sólido peso jurídico, publicado en El Mosquito Mexicano (1834) el 22 de diciembre de 1835, fustigó duramente a José Antonio Bucheli, un juez de Texcoco, lo cual ocasionó que el aludido respondiera en términos feroces y soeces, sustituyendo la carencia de argumentos con la profusión de adjetivos. A esto ripostó nuevamente Heredia y culminó su denuncia con candentes palabras que tienen una dolorosa e innegable actualidad: Es necesario, pues, que alguna vez siquiera se castigue a un Juez prevaricador y se proteja a los infelices que han sido el objeto de sus ataques. El público imparcial conocerá por lo expuesto si el Juez Bucheli es verdaderamente criminal, a quien se contestare se le responderá empleando más los hechos relacionados y agregando otros que aún se reservan, pudiendo, si gusta, denunciar este artículo, para que no se le pruebe cuanto dice, o quede calificado de un impostor y sujeto por lo mismo al juicio correspondiente el responsable, que es de ustedes, señores editores, su atento servidor (García Garófalo-Mesa, 1945: 570). Alejandro González-Acosta
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Referencias
Alejandro González-Acosta
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El clientelismo, la demagogia, el populismo, la distorsión, la oclocracia incubándose ponzoñosa como el huevo fatal de una serpiente impredecible, la mentira descarada, el brutal egoísmo y la ceguera más irresponsable de esos años en México están dolorosamente presentes en los últimos textos de Heredia. Por eso mismo, los legisladores de hoy deberían leerlo más. En ese momento culminante de su vida, al poeta le interesaba tanto la ley como la patria, pero ya le atraía más la paz que la gloria. Atrás habían quedado los días románticos de la juventud y ahora prevalecía el sentido común de la madurez, abonado por la experiencia. No creo que su carta a Tacón (García Garófalo-Mesa, 1945: 579-580) fuera sólo un subterfugio para ver a su madre; por el contrario, es un testimonio de profunda sinceridad y enseñanza. Heredia ya no era aquel ‘ángel caído’, epíteto que le dedicó desdeñosamente su esquivo amigo Domingo del Monte, sino el hombre ya crecido, el genio levantado sobre su circunstancia. Por todo lo anterior, José María Heredia reclama su lugar en el parnaso mexicano, el cual le ha sido persistentemente escamoteado, reduciéndolo sólo a la condición del exiliado romántico o el proscrito tolerado. Creo que ya es hora de considerarlo un autor fundador e importantísimo del canon nacional, por su vida, su obra y sus todavía vigentes preocupaciones.
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Alejandro González Acosta. Es doctor en Letras Iberoamericanas por la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México. Investigador titular del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (Biblioteca y Hemeroteca Nacionales de México) de la UNAM. Profesor y miembro del padrón de asesores de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus campos de interés investigativo son la cultura y la literatura novohispana y mexicana de la primera mitad del siglo XIX. Desde hace varios años desarrolla una línea de investigación relacionada con el poeta cubano-mexicano José María Heredia (1803-1839), sobre el cual ha publicado los libros El enigma de «Jicotencal». Estudio de dos novelas sobre el héroe de Tlaxcala (UNAM, 1997), Dos novelas sobre el héroe tlaxcalteca: «Jicotencal», de José María Heredia y «Xicoténcal, príncipe americano», de Salvador García Baamonde (UNAM, 2002), Revista Miscelánea. Periódico crítico y literario (UNAM, 2007). Se encuentra próximo a aparecer el volumen Teatro del México Independiente: Tres dramas poblanos de 1828 sobre el héroe Xicoténcatl (UNAM, Coordinación de Humanidades). Tiene publicados diez libros más, como autor o editor. Ejerce sistemáticamente la crítica literaria e histórica en publicaciones especializadas, así como el periodismo cultural de divulgación.
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José María Heredia: del Niágara al Xinantécatl
Alejandro González-Acosta
Los intelectuales ante la violencia de la Revolución mexicana I ntellectuals
facing the
M exican R evolution *
pp. 25-37 ISSN 1405-6313
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Daniel Avechuco-Cabrera*
*Universidad de Sonora, México Correo-e: daniel.avechuco@capomo.uson.mx Recibido: 16 de mayo de 2016 Aprobado: 26 de septiembre de 2016
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Resumen: Mediante el análisis de los discursos de algunos intelectuales que vivieron la Revolución mexicana y escribieron sobre ésta, se observó que el encumbramiento del pueblo como símbolo del conflicto armado fue la consecuencia de un proceso gradual, conflictivo y traumático, y no la epifanía ontológica que algunos filósofos llegaron a postular. En ese transcurso, la brutalidad de las masas no sólo obstaculizó la inserción de nuevos actores, sobre todo el sector campesino, al mapa sociocultural del México de las primeras décadas del siglo XX, sino que además sacó a la superficie antiguas nociones que se creían extintas, como el supuesto vínculo natural entre la violencia y las clases bajas, lo cual se expresó en las representaciones culturales del conflicto. Palabras clave: literatura nacional; política; discurso; ideología; clase social; violencia; revolución; México Abstract: The Mexican Revolution contributed decisively to the incorporation of the grass-root classes –especially the peasant sector- into the sociocultural map of Mexico in the first decades of the twentieth century. However, this incorporation was more the consequence of a gradual, conflictive, and traumatic process than the result of that kind of ontological epiphany that some philosophers came to postulate. Through the analysis of discourse of some intellectuals, the intention is to prove that violence of the people’s armies did not only hindered an easy insertion of the new social actor, but it also brought out to the surface old notions already thought extinct, as the supposed natural relationship between violence and the poor class. Key words: national literatures; politics; discourse; ideologies; social class; violence; revolutions; Mexico 25
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n Memoria mexicana, Enrique Florescano sostiene que la tradición literaria e histórica griega está conformada por una secuencia que empieza con la figura del narrador popular de hechos legendarios (Homero), sigue con los compiladores de mitos que explican el origen del mundo, de los dioses y de los humanos (Hesíodo), y culmina con la obras de los primeros historiadores (Heródoto). En cambio, en la América precolombina “la primera imagen del recolector del pasado que nos da la historia de Mesoamérica es la del escriba que recoge los testimonios del pasado para servir a los intereses del gobernante” (Florescano, 2010: 134). El autor sitúa, pues, el origen de una herencia mexicana de reescrituras espoleadas por las élites estatales y no estatales en el universo prehispánico. Esa tradición es analizada y revisada a profundidad en Historia de las historias de la nación mexicana (2002), estudio en el que se muestra cómo ha cambiado la visión del pasado, no tanto porque haya habido modificaciones sustanciales en la concepción de la historia o en la metodología de los historiadores, sino como resultado del fluctuante y accidentado desarrollo social, político y cultural del país. De este modo, la explicación mítica del pasado ha sido sustituida por una interpretación histórica y cristiana, una memoria primero criolla y luego mestiza que reivindicó e hizo a estos grupos los protagonistas de la gesta nacional, relegando al indígena y al campesino. En el centro de todas estas modificaciones existe un elemento inamovible: ciertas instancias de poder que coordinan la elección e interpretación de las representaciones del pasado.
La lucha de 1910 y el sedimento popular La Revolución mexicana es el culmen de la tradición nacional de reescrituras que plantea Florescano. Después del cambio de régimen y una vez apagadas las últimas llamaradas del conflicto, se tornó indispensable mirar atrás y reacomodar discursivamente las bases de la flamante patria. A diferencia de otros 26
movimientos revisionistas del país, impulsados predominantemente por las élites intelectuales, el de la revolución estuvo respaldado de forma muy activa por el Estado. Éste, con ayuda de algunas figuras de renombre, fomentó la homogeneización cultural mediante la educación y el estímulo a la producción y difusión de obras artísticas, lo cual desembocó en la manufactura de un imaginario afín al proyecto nacionalista. Lo anterior explica en parte la profusión de representaciones alusivas al conflicto armado durante la posrevolución. Dicha explosión de creatividad es palpable especialmente a partir de los años veinte, cuando el Estado inició un proceso de institucionalización que halló un poderoso respaldo en las construcciones culturales. A pesar de que los voceros del gobierno pregonaron su tolerancia ante cualquier clase de expresión artística, aun la más crítica, la realidad es que subrepticiamente se fijó una poética legitimadora,1 que de un modo u otro redujo los espacios para las propuestas disidentes: Las necesidades pragmáticas de la forma en que se expresa la genuina nacionalidad después de la Revolución no tardarían en considerar prioritarias, una vez más, a las letras y las artes en la tarea de institucionalización. Lentamente se establecería un atado de ideologemas cuya influencia en el quehacer literario y artístico habría de alterar su temática, su estilo y su marco referencial: en vez de operar como un ingrediente más de la nacionalidad literaria o artística, la fuerza de la Revolución se asume como su horizonte privilegiado (Sheridan, 1999: 28).
El proceso de recuperación discursiva de la revolución se caracterizó, entre otras cosas, por recuperar el sustrato popular de la nación. El pueblo, que salvo excepciones muy honrosas había estado relega1 Podemos reconstruir esta poética gracias a los discursos explícitos que José Vasconcelos pronunció como titular de la Secretaría de Educación Pública sobre la función del arte. También es posible abstraerla de la polémica nacionalista en que se enfrascó el dividido medio intelectual, cuyo meollo fue establecer el perfil del arte revolucionario. Hay dos textos fundamentales para el estudio de esta polémica: Querella por la cultura “revolucionaria” (1925), de Víctor Díaz Arciniega, y México en 1932: la polémica nacionalista, de Guillermo Sheridan (1999).
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2 “La transformación de las imágenes tradicionales en íconos nacionalistas del periodo posrevolucionario es evidencia de que el modernismo mexicano, más que una ruptura absoluta, implica un reacomodo cultural y discursivo de lo ya existente”. La traducción es del autor.
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José Juan Tablada (s/f), Foto: Archivo José Juan Tablada. Instituto de Investigaciones Filológicas. Universidad Nacional Autónoma de México. CC 3.0
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do durante el siglo XIX, se tornó el protagonista de todo tipo de representaciones sobre el conflicto armado. En ocasiones, este hecho se interpretó como el resultado natural de un hallazgo ontológico. Así, Octavio Paz plantea románticamente que gracias a “la Revolución el pueblo mexicano se adentra en sí mismo, en su pasado y en su sustancia, para extraer de su intimidad, de su entraña, su filiación […] la Revolución es una búsqueda y un regreso a la madre” (2004: 293-294). La interpretación de Paz, que no es sino el compendio de visiones precedentes de la misma índole, disimula la progresiva y problemática apropiación del sector popular como personaje central de la epopeya nacional. Un breve análisis de las construcciones culturales sobre el pueblo, surgidas en particular durante las primeras tres décadas del siglo XX, desnuda un proceso de asimilación lleno de contradicciones, pugnas y conflictos internos, y una muy esmerada elaboración discursiva. Lo anterior pone en duda esa especie de descubrimiento del ser que describe el poeta mexicano. Quienes eligieron al pueblo como protagonista de la nueva reescritura del pasado, sin duda previeron su poder cohesionador. Sin embargo, es posible que no anticiparan que de forma paralela había una fuerte herencia sociocultural que volvería difícil un proceso de apropiación y asimilación. Zuzana M. Pick, experta en fotografía y cine de la revolución, plantea que “the transformation of traditional images into nationalist icons in the postrevolutionary period is evidence that Mexican modernism, rather than an absolute break, involves a cultural and discursive rearrangement of the already existing” (2010: 5).2 La conversión de lo tradicional en imágenes que pudieran interpretarse como resultado de la lucha armada desencadenó una serie de conflictos políticos, culturales e intelectuales, en los cuales puede hallarse un principio de explicación de las representaciones de la violencia revolucionaria.
Intelectuales ante la barbarie En vísperas de la Revolución mexicana se respiraba un aire turbio en la atmósfera de la Ciudad de México. De ese periodo poseemos numerosos testimonios al respecto, casi todos firmados por intelectuales o artistas. En su diario, Alfonso Reyes dejó registro de ese clima tan convulso y desasosegante: “Abajo todo es contradicciones. Uno asegura que vienen dos mil hombres. Otro, que doscientos. Pierdo la paciencia y el tiempo, y engaño mi amargura encerrándome a escribir —a escribir por escribir; ‘como cosa boba’, decía Santa Teresa—” (1969: 27). El poeta y ensayista redacta su obra y lee a Goethe mientras afuera de su casa la ciudad se agita con manifestaciones y vidrios rotos. Causaba pánico la materialización de los rumores, y años después, aunque hubo tiempo suficiente para comenzar a digerir la situación y emprender una reflexión que condujera al entendimiento del momento coyuntural en que se encontraba el país, la gran mayoría de los miembros de la intelligentsia mexicana continuaba oculta en su torre de marfil. Daniel Avechuco-Cabrera
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Para olvidarse de la pedestre realidad, José Juan Tablada no leía ni escribía, como Alfonso Reyes, sino que cuidaba de su jardín oriental, símbolo de la paz porfiriana y de un ideal de belleza que resultaba ya extemporáneo: Ojalá y ningún hálito de pasión humana venga a turbar mi recogimiento místico, ojalá y ningu-
Fernández MacGregor lamentaba que en aquellos días predominara “el pueblo bajo, los obreros, el pelado, sudando, hediendo y vociferando sin tregua” (1969: 196), porque ese predominio hacía obligatorio el claustro. Era la misma queja de Antonio Caso, quien en una carta dirigida a Alfonso Reyes evocaba nostálgico y triste la pacífica época de antaño, cuando era posible comentar las lecturas en tertulia:
na infamia de la vida, ninguna degradante vulgaridad traspase los muros de mi jardín y venga
extraño sobremanera nuestros días de largas
a recordarme que soy un hombre, un mísero ciu-
charlas fáciles, nuestros bellos días de la dictadu-
dadano de la patria que asesinan y despedazan
ra porfiriana ‘a mil leguas de la política,’ como
carrancistas y zapatistas (1992: 92).
dice Renán, aquellos días de pláticas deliciosas y
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‘libres discusiones platónicas’ […] Vivimos en un
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Tablada no hallaba compatibilidad alguna entre el color o el aroma de las flores y el hedor de las visiones de barbarie que acarreaban las hordas revolucionarias cuando entraban a la Ciudad de México. Para este poeta, la revolución en realidad no significaba un síntoma de cambio social, sino un obstáculo extremadamente vulgar para que los peces del Japón que nadaban en el lago de su jardín prolongaran su apacible vida. En opinión de Tablada, el movimiento armado era el triunfo “de lo brutalmente negativo sobre la afirmación espiritual” (1992: 91). Al igual que Alfonso Reyes y José Juan Tablada, Genaro Fernández MacGregor, jurista y difusor de la cultura, encontraba en la ejercitación del espíritu y el pensamiento un cobijo contra la realidad que dominaba las calles de la ciudad. Él se asumía como un hombre de ideas, por lo tanto abominaba la acción, pues ella condensa todo lo mundano, todo aquello que permanece fuera del ámbito del alma:
desquiciamiento infernal… los estudios superiores… nada tienen que ver con un país en el que la barbarie cunde como quizá nunca ha cundido en nuestra historia… […] Ser mexicano culto es una de las inadaptaciones más incuestionables del mundo, ¡qué remedio! (Antonio Caso, en Krauze, 1999: 69 y 71).
engolfé con mi amigo Honorato Bolaños en la lec-
Como podemos observar, los intelectuales y artistas que crecieron durante el porfiriato veían en el disturbio social la afirmación del apocalipsis. La revolución entró a las grandes ciudades no sólo a romper la calma, sino también a exterminar la vida cultural. No es una coincidencia que los grandes nombres arriba mencionados se recuerden a sí mismos encerrados cuando los distintos ejércitos revolucionarios —esto es, la encarnación de la barbarie, hasta hace muy poco dormida— ingresaron a la Ciudad de México. La lectura de Goethe o D’Annunzio y el disfrute del jardín oriental de Tablada constituían una forma silenciosa de resistencia espiritual contra la brutalidad que había decidido violentar el perímetro de la civilización. Se entiende, pues, que tras el miedo y la zozobra viniera la añoranza de los tranquilos días de la dictadura.3 El primitivismo de la tropa revolucio-
tura de Fedra, la tragedia griega de D’Annunzio,
3
Las tropas carrancistas entraron a la ciudad a mediados de agosto. La curiosidad lanzó a la calle al populacho. Los individuos de la clase media nos quedamos en nuestros domicilios. Yo me
recitándola en voz alta. Aquella vibración de arte me servía para aminorar la zozobra del presente (1969: 243).
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Dice Monsiváis: “Si no todos los ‘mexicanos de excepción’ son tan abiertamente pícaros, la mayoría cree en que el régimen que los honra es por fuerza honorable […] y a tal punto identifican al pueblo con lo primitivo, que las haciendas porfiristas no les resultan la barbarie, sino una etapa —quizás penosa, pero nada más— de la construcción del país” (1985: 163).
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eISSN 2448-6302 La Colmena 92 octubre-diciembre de 2016 ISSN 1405-6313
naria cegó a la mayoría de los intelectuales y artistas, cuya mirada no vio más allá de las cananas, la porquería de los caballos y los modales rústicos. Como vivían parapetados en sus casonas, probablemente no advirtieron en las huelgas de Cananea y Río Blanco sino los motines de una clase insubordinada por mera falta de disciplina. Y puesto que en los estantes de sus bibliotecas personales no había espacio para México bárbaro (1911), de John Kenneth Turner, muchos de estos hombres parecieron no comprender que quienes agitaban a la ciudad no eran una cuadrilla de anarquistas, ni que la situación, por lo tanto, tampoco la habían de resolver la policía y la cárcel. Con todo, hubo quien sí consideró en su horizonte un movimiento social en contra de la dictadura. El ya mencionado Genaro Fernández MacGregor, por ejemplo, registró en sus memorias el instante en que discernió la problemática que sacudía al país. Luego de describir, con náusea aristócrata, el contingente de soldados que marchaba frente a su ventana, el jurista expresó: “Eso que desfilaba ante nuestros ojos era México, el verdadero en toda su terrible realidad, el que demandaba justicia, educación y pan… y el que desgraciadamente estaba siempre dispuesto a lanzarse a la rebatiña” (1969: 143). Sin embargo, el reconocimiento de una situación social injusta no bastó para aceptar el bullicio y la zafiedad de las formas. Aunque Fernández MacGregor admitía que México vivía todavía una realidad colonial que requería cambios, de ningún modo estaba dispuesto a dejarse avasallar por “una magma de pasiones y concupiscencias” ni a “perder la dignidad y la paz en luchas enconadas” (1969: 195). Resulta claro que la revolución no era, ni de cerca, la reivindicación social que él había conocido mediante los libros. Lo que veía por la ventana, lo que decían los rumores y lo que describían las crónicas periodísticas no se correspondía con la vibración colectiva que descansaba sobre la unanimidad, la violencia mesurada y un ideario sólido y orientador. Semejante colisión entre realidad y expectativas recuerda, sin duda, al desencanto con que Emilio Rabasa concluye La bola (1887), su novela más importante:
Emilio Rabasa Estebanell (ca 1913). Foto: Colección George Grantham Bain de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Sin restricciones de publicación.
La revolución se desenvuelve sobre la idea, conmueve a las naciones, modifica una institución y necesita ciudadanos; la bola no exige principios ni los tiene jamás, nace y muere en corto espacio material y moral, y necesita ignorantes. En una palabra: la revolución es hija del progreso del mundo, y la ley ineludible de la humanidad; la bola es hija de la ignorancia y castigo inevitable de los pueblos atrasados […] ¡Miserable bola, sí! La arrastran tantas pasiones como cabecillas y soldados la constituyen; en el uno es la venganza ruin; en el otro una ambición mezquina; en aquél el ansia de figurar; en éste la de sobreponerse a un enemigo. Y ni un solo pensamiento común, ni un principio que aliente a las conciencias (2004: 167-168).
Escritas en la segunda mitad del siglo XIX, estas palabras reflejan un concepto de revolución que el cambio de centuria parece no haber modificado en el horizonte liberal. Prueba de ello es que gente de la taDaniel Avechuco-Cabrera
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lla de Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos criticó el desarrollo de la revolución partiendo de unos presupuestos idénticos a los de Emilio Rabasa. Se trata de un concepto que claramente execra las pasiones y encumbra las ideas, y que en consecuencia presupone una revolución juiciosa, liderada por ideólogos y ejecutada por una soldadesca disciplinada y pulcra, tanto en lo material como en lo moral, que procede siempre con la más estricta ética marcial y nunca pierde de vista la finalidad colectiva. La repugnancia que suscitan las pasiones es explicada en parte por el sueño de la modernidad, cuyas conquistas llegarían únicamente mediante la razón. Esta línea racionalista provocó una fiebre por la Ilustración. En adelante, todo cuanto oliera a irracionalidad supondría una amenaza para el progreso y la inserción de México en la corriente civilizatoria de Occidente. De este modo nació un orden sociocultural que relegaba a los márgenes a la plebe citadina, al campesino y al indígena, porque se entendía que esos perfiles sociales constituían la principal rémora para el progreso. En consecuencia, las clases dirigentes “enfocaron la mirada hacia los quehaceres populares para desentrañar aquellos asuntos que detenían el avance de México hacia la modernidad” (Pérez Monfort, 2008: 60). Para tal propósito se alentó el desarrollo de disciplinas, la mayoría con una clara orientación positivista, destinadas a encontrar la ‘cura’ del rezago de los sectores marginados. La psiquiatría social y la psicología criminal fueron las áreas que más conclusiones sacaron al respecto. Luego de un análisis que contemplaba factores biológicos, históricos, atmosféricos, territoriales y culinarios, científicos de la psicología y la sociología (como Julio Guerrero y Carlos Roumagnac), llegaron a la firme conclusión de que el populacho, el campesino y el indígena eran víctimas de un atavismo que los determinaba como agentes portadores de la violencia, razón por la cual se hallaban permanentemente en un estado de estancamiento. Esos perfiles sociales, aseguraba Julio Guerrero, sufrían “una cerebración atávica e inconsciente de sangre y exterminio; y esa es la que ha pervertido y dispara sus 30
voluntades, cuando los episodios políticos les han dado un papel activo y espontáneo en la gran tragedia mexicana” (1901: 254). Muy lejos de la reflexión sobre las consideraciones de orden social que echaban luz acerca de la violencia, las investigaciones de estos expertos arrojaban datos transparentes y categóricos: las causas que habían detenido la evolución civilizadora de México habían de encontrarse en las clases bajas. Si bien los resultados de tales estudios no se tradujeron en mejoras de ninguna índole, dado que carecían de fundamentos verdaderamente científicos, persuadieron a la clase media y a las élites de que la violencia era un mal privativo del pueblo. Así lo exponía Miguel Macedo: “los homicidios, y en general, los delitos de sangre, son cometidos casi en la totalidad por individuos de la clase baja” (Miguel Macedo, en Speckman Guerra, 2002: 91). Conclusiones como ésta ayudaron sin duda a forjar en las conciencias la certeza de que existía algo así como una clase criminal, y que las personas ajenas a ese grupo, la gente ‘decente’, se encontraban a salvo del contacto con la violencia. Es decir, la generación, la discusión y la difusión de teorías y estudios criminológicos tuvieron un impacto importante en la percepción cultural de los grupos sociales. La Revolución mexicana removió los cimientos del país, pero su fuerza no fue suficiente para borrar del pensamiento los prejuicios sobre la clase baja citadina, el indígena y el campesino. Por más que la retórica revolucionaria hablara con frecuencia de una ruptura con el régimen de Porfirio Díaz en todos los ámbitos, la realidad es que en muchos aspectos culturales hubo más bien una continuidad. Pablo Piccato, por ejemplo, afirma que la revolución no eliminó la influencia de los criminólogos: “They bequeathed many of their instruments and premises to the project of regeneration of the Mexican people appropiated by the revolutionary state” (2001: 71).4 Si nos remitimos a esta continuidad, es entendible que las crónicas de los periódicos, que mostraban 4
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“Ellos legaron muchas de las premisas e instrumentos para el proyecto de la regeneración del pueblo mexicano adoptado por el Estado revolucionario” [La traducción es del autor].
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populares. Las reflexiones que Samuel Ramos vertió en su obra capital, El perfil del hombre y la cultura en México (1934), se distanciaron del determinismo genético, ambiental y social que imperaba en las investigaciones de Julio Guerrero y Carlos Roumagnac; sin embargo, sus análisis caracterológicos no divergían en lo esencial de la línea clasista y racista que seguían la criminología y la psicología social finiseculares. Basta recordar la célebre descripción que Samuel Ramos hace del paria citadino: El ‘pelado’ pertenece a una fauna social de categoría ínfima y representa el deshecho (sic) huma-
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no de la gran ciudad. En la jerarquía económica es menos que un proletario y en la intelectual un primitivo […] Es un ser de naturaleza explosiva cuyo trato es peligroso, porque estalla al roce más leve […] Es un animal que se entrega a pan-
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cadáveres de civiles en las calles de la capital, montículos de cuerpos incinerados y ciudades derruidas se leyeran como la validación de la premisa porfiriana sobre el pueblo bajo por antonomasia: a las hordas revolucionarias las dominaba el espíritu de Huitzilopochtli. Las conciencias que todavía observaban y valoraban la realidad mediante el prisma del porfiriato, como en el caso del diputado conservador José María Lozano, no pudieron ver en el conflicto armado sino “el festín más horrendo y macabro que haya presenciado nuestra historia [y en Zapata] la reaparición atávica de Manuel Lozada ‘El Tigre de Alica’” (José María Lozano, en Monsiváis, 1985: 166). Ante las imágenes sanguinarias, muchos, como Genaro Fernández MacGregor, creyeron que lo mejor era la prolongación del totalitarismo o la instauración de una forma de gobierno similar: “por eso creí que el fin de su régimen tenía que ser seguido por otras dictaduras, pidiendo a los hados que fuera tan ilustradas como la del general Díaz” (1969: 195). El tirano había zarpado rumbo a Francia, pero su herencia permanecía en tierras mexicanas. Como podemos advertir, pasados algunos años desde el estallido de la revolución, todavía no se atisbaba la naturaleza redentora del pueblo. El proceso de elevación de los ciudadanos de clase baja como protagonistas de la gesta nacional ya había iniciado en el discurso político, pero la gran mayoría de los sectores pudientes seguía viendo al pueblo como un obstáculo para el desarrollo del país. La trayectoria de ese proceso de asimilación en el círculo artístico e intelectual fue distinta y no se corresponde con las palabras de Octavio Paz, cuya terminología encubre un desarrollo lleno de conflictos y tensiones, muchas veces no resueltos del todo. Si bien es cierto, como apunta Pérez Monfort, que la “inmensa carga popular que trajo consigo el movimiento revolucionario replanteó el papel que ‘el pueblo’ desempeñaría en los proyectos de nación surgidos durante la contienda y en los años subsiguientes” (2008: 72), también es verdad que tal replanteamiento no abolió las nociones prerrevolucionarias acerca de las clases
tomimas de ferocidad para asustar a los demás, haciéndole creer que es más fuerte y decidido (1952: 54).
Que Ramos considerara todas las capas sociales en su examen supone un avance, pero las conclusiones a las que llegó corroboran el abismo ontológico que según los planteamientos positivistas había entre tales estratos. Así pues, para el filósofo mexicano, el pueblo era animalesco, intelectualmente primitivo y rudimentario en sus maneras, a diferencia de las clases cultivadas, que a pesar de ser susceptibles a los arrebatos de ira y a adquirir “el tono y el lenguaje del pueblo bajo” (1952: 62) en situaciones límite, tenían más dominado su complejo de inferioridad gracias a la educación. Como diría Carlos Monsiváis, más que desencadenar el autoconocimiento del ser, el estallido de la revolución sacó a la superficie los espectros del porfiriato. Según el pensamiento más difundido en la época, existía una violencia adormecida en las clases populares y una ceguera y amoralidad que las hacía incapaces de encabezar un cambio social de grandes y virtuosas dimensiones. A pesar de que los reivindicadores del pueblo no tardaron en emerger, Daniel Avechuco-Cabrera
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prenderán sobre el saldo del movimiento durante la posrevolución y será la base de una conflictiva relación dialógica en las representaciones culturales de ese último periodo.
Explicación de la violencia
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La dicotomía razón-instinto que inspira las reflexiones finales de la novela de Emilio Rabasa será el fundamento de algunas de las más importantes definiciones de la Revolución mexicana que se elaborarán durante la primera mitad del siglo XX. En los años veinte, por ejemplo, Alfonso Reyes escribe: la Revolución Mexicana brotó de un impulso mucho más que de una idea. No fue planeada.
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No es la aplicación de un cuadro de principios, Alfonso Reyes (s/f), Foto: Archivo Histórico del Estado de Sinaloa. Sin restricciones de publicación.
sino un crecimiento natural […] Nació casi ciega como los niños y, como los niños, después fue
tales espectros persistieron y siguieron nutriendo a los hermeneutas de la revolución: the Revolution ‘surprised’ both the old regime and the intellectuals who wanted to reform. The Revolution, after all, was an intrusion upon a centuries-old intellectual order, much of which remained intact during the passing of the Porfirian world […] Since many weight issues had been raised during the pre-Revolution, the year 1910 was as much the crest as the beginning of change. The intellectuals were prime examples of the continuity between the two periods (Schmidt, 1991: 178-179). 5
Considero que esta continuidad resulta clave para el concepto de violencia que predominará durante la revolución, condicionará las reflexiones que se em5
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“la Revolución ‘sorprendió’ tanto al viejo régimen como a los intelectuales que querían la reforma. La Revolución, después de todo, era una intrusión sobre un orden intelectual de los siglos anteriores, gran parte del cual permaneció intacto durante el paso del mundo porfiriano […] Dado que muchos asuntos de peso habían surgido durante la pre-Revolución, el año de 1910 fue tanto la cresta como el inicio del cambio. Los intelectuales fueron los primeros ejemplos de la continuidad entre los dos periodos”. La traducción es del autor.
despegando los párpados (1993: 184-185).
En El laberinto de la soledad, Paz prácticamente calca la opinión de su homólogo, pues sostiene que la “Revolución apenas si tiene ideas. Es un estallido de la realidad” (2004: 294). Antes, Jesús Silva Herzog había aseverado que el movimiento revolucionario “nació del mismo suelo, del corazón sangrante del pueblo y se hizo drama doloroso y a la vez creador” (1981: 36). El hecho de que definiciones del conflicto armado acuñadas casi medio siglo después de la revolución sigan recurriendo a la dicotomía razóninstinto como columna vertebral, dice mucho acerca de la fuerza con que ciertas ideas se aferraron a las conciencias, pese a los profundos cambios que trajo el movimiento social. Al margen de sus resonancias románticas, las palabras de Alfonso Reyes, Octavio Paz y Jesús Silva Herzog evidencian la aceptación y difusión de un estereotipo que hace del pueblo una fuerza arrolladora que carece de autocontrol en la medida en que no posee el freno de la razón. Desde el encuadre de este prejuicio, las clases populares son capaces de renovar un país entero siempre y
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dos patológicos y críticos de las sociedades y constituyen situaciones anormales. Las revoluciones implican necesariamente el desconocimiento general y absoluto de todas las autoridades, de todos los principios de autoridad y de todas las leyes políticas de un país; son la negación de las formas institucionales y no están sujetas a más reglas que las que impone le necesidad militar o el plan revolucionario. Por tanto, tienen forzosamente que adolecer, deben adolecer, de todos aquellos ‘vicios’, digo mal, deben tener todas aquellas ‘condiciones’ que se critican a la Revolución de San Luis (Urrea, 1985: 239).
Cabrera sostenía que todo movimiento armado constaba de dos fases: la destructiva y la constructiva, y que durante la primera el instrumento más importante era, por definición, la violencia. Con todo, ésta no debía valorarse como normalmente se hacía. Tras la aparente tautología de la cláusula ‘La revolución es revolución’, se ocultaba, por un lado, una elucidación de la realidad que parecía mucho más realista y más consonante con las condiciones excepcionales del momento, y por otro, el reconocimiento de que la lucha tenía una lógica particular que necesariamenLos intelectuales ante la violencia de la Revolución mexicana
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Las revoluciones son revoluciones, es decir, esta-
te debía tomarse en cuenta a la hora de valorar lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, la expresión fue interpretada como el consentimiento del exceso. Durante la revolución constitucionalista, acaso la etapa más cruenta de la contienda, hubo cabecillas que decidieron agregar un segundo artículo definido, y al clamor justificativo de ‘¡La revolución es la revolución!’ cometieron toda clase de atrocidades. Cuando años después Luis Cabrera esclareció el sentido de su proposición, fue acusado de reaccionario por quienes creían que le negaba al movimiento su derecho de usar la fuerza. Las palabras de Cabrera tenían como destinatarias sobre todo a las mentes conservadoras. A ellas se dirigía para decirles que no esperaran de la revolución buenas maneras ni civismo, que debían asumir el estado de guerra como una etapa de transformación del país, aun con todas sus desmesuras, y que los niveles de violencia se relacionaban menos con atavismos históricos y biológicos o falta de educación que con la trascendencia del momento y con el grado de injusticia social que el antiguo régimen había propiciado. Nueve años más tarde, Francisco Bulnes interpretaría la violencia revolucionaria en los mismos términos, sólo que apelando a un vocabulario médico, tal vez como una suerte de resabio de su pasado con los científicos, el grupo de intelectuales porfiristas del que se rodeaba Díaz: “Una revolución es la reacción violenta saludable de un organismo, contra la infección que lo ha invadido”. En los casos de mayor gravedad, prosigue, “hay diarreas de sangre, vómitos pestilentes de pasiones rastreras, transpiración tóxica abundante de crueldad, de iniquidad, de bestialidad” (1920: 5). Para Bulnes, estos son síntomas del mal que padece el organismo: la injusticia; por ello la revolución se había visto en la obligación de cumplir una “función eliminatoria sanguinaria” (1920: 9) para curar el cuerpo social enfermo. Era necesario, pues, no dejarse apabullar por las manifestaciones extremas de violencia si se pretendía percibir los “esplendores filosóficos y místicos”, el “empuje progresista” y los “fines redentores” (1920: 6) que estaban detrás del movimiento. Daniel Avechuco-Cabrera
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cuando cuenten con el inestimable auxilio de algo que simplemente no tienen: inteligencia, la cual provee mesura y orienta. En el peor de los casos, una muchedumbre que avanza sin diques de contención puede malograr cualquier promesa de cambio social. Mientras esta visión de las masas se afianzaba, hubo intentos de aproximarse a la violencia revolucionaria desde una perspectiva que no era clasista o racista, y que la situaba en el marco de la coyuntura. El ejemplo más claro es quizá el de Luis Cabrera, quien en 1911 escribió uno de sus más célebres textos, “La Revolución es revolución”, firmado bajo el pseudónimo del Lic. Blas Urrea, para responder a aquellos que buscaban desacreditar el movimiento armado apelando a los niveles de violencia que producía:
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Interpretaciones de la violencia revolucionaria como las de Luis Cabrera y Francisco Bulnes, caracterizadas por enfatizar la excepcionalidad de las circunstancias y por exigir implícitamente la aceptación de la desmesura propia de la guerra, no sumaron muchos adeptos de altura. La mayoría de los intelectuales y artistas simpatizantes del conflicto armado rehusaron el pragmatismo patente en estas visiones, y ante los cuadros sangrientos que la revolución les ofrendaba no pudieron sino darle la razón a Emilio Rabasa: la ignorancia y la inmoralidad del pueblo eran un lastre insuperable. Esta certidumbre, resultado de la convergencia de los excesos observados y de los prejuicios de la clase ilustrada, entró en pugna con el convencimiento liberal de que el país requería cambios profundos. En muchos casos, dicho debate derivó en un conflicto interno: ¿cómo armonizar el espíritu renovador, noble y magnánimo de la revolución con el primitivismo, la impureza y la lubricidad de las masas, su contingente más importante, tanto material como simbólicamente? Es claro que esa disyuntiva se vivió y expresó de muy distintas maneras, dependiendo de la trayectoria personal, artística e ideológica de cada uno. Sin embargo, halló un denominador común en la imposibilidad de aceptar la revolución con todos sus defectos no calculados. De entre todos, José Vasconcelos es tal vez la figura vinculada al movimiento que mejor ejemplifica el conflicto interno mencionado. Además de ponernos al tanto de sus peripecias personales y de su recorrido como intelectual y funcionario, su monumental pentalogía memorística —reunida en cinco volúmenes: Ulises criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1938), El proconsulado (1939) y La flama (1959)— talla un retrato muy complejo de la revolución en el que destacan especialmente la crítica a los arribistas y los lamentos ante el rostro más brutal de la guerra. De sus remembranzas se deduce que si bien comprendía los fundamentos históricos, sociales y económicos de la lucha, para José Vasconcelos todo era reducible a la colisión entre las fuerzas de la civilización y el progreso, de 34
las que por supuesto él formaba parte, y las fuerzas retardatorias y destructivas. En la concepción vasconceliana de estos impulsos antagónicos las masas ocupan una posición equívoca, por decir lo menos: la historia y los avatares sociales las han llevado a abanderar la causa de Quetzalcóatl, pero ontológicamente pertenecen a la horda de Huichilobos. Cuando Vasconcelos narra los años previos al levantamiento en Ulises criollo, es evidente que la contemplación de los campesinos y los indígenas no estimula en él la ilusión de quien percibe el motor del cambio. Sus palabras, por el contrario, traslucen el desencanto de quien no ve más remedio que echar mano de un sector de la población que es enérgico y numeroso, pero también ciego, sordo y gustoso de la violencia. Del indígena se expresa en los siguientes términos: “¡Desesperado tiene que estar un pueblo que así fía su destino al elemento salvaje de su población!” (2001: 274). De la gente del campo, esa multitud “gallera y alcohólica” (2001: 254), no se puede esperar más que de los indígenas: viven en un ambiente “que sigue siendo azteca en su capa más profunda” (2001: 371), un ambiente que no consiguieron destruir “cuatro siglos de predicación cristiano-hispánica” (1983: 129). Así pues, ante los ojos de José Vasconcelos, la revolución estalla no como la irrupción de una esencia mexicana aprisionada por los brazos coercitivos de Díaz y sus secuaces, sino como la triste y espantosa certificación del diagnóstico de un intelectual acostumbrado a la paz de su biblioteca:
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los que con algún destello de conciencia mirábamos aquellas hordas de salvajes, cumplimentadas y aduladas por la opinión y la sumisión de los débiles de arriba, experimentábamos el efecto de la pesadilla azteca, lo que hubiera sido México si triunfa la primera conspiración indígena, la que hizo abortar el gran Virrey Mendoza; lo que sería México si de pronto, suspendida la inmigración española y europea, entregado el país a sus propias fuerzas todavía elementales, los trece millones de indios, empezasen a absorber y a devorar
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a los tres o cuatro millones de habitantes de san-
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‘Aztequismo’ fue otro término empleado para apelar a la supuesta relación atávica entre las clases bajas y la violencia, de la que tanto hablaron y escribieron los criminólogos del porfiriato. En una revolución que es para Vasconcelos una pesadilla azteca, ni más ni menos que una “orgía de caníbales” (1983: 107), una “hecatombe a lo Huichilobos” (1983: 128), “la barbarie desencadenada” (1983: 95), no hay espacio alguno para la épica ni, en consecuencia, para el heroísmo del pueblo, cuya máxima virtud, una suerte de vigor orgánico, se consume en matanzas inútiles. Ahora bien, a diferencia de gente como Alfonso Reyes, Antonio Caso, Genaro Fernández MacGregor, José Juan Tablada, Emilio Rabasa y José López Portillo y Rojas, Vasconcelos no añoraba la paz porfiriana; quizás su conciencia revolucionaria no se lo permitía. Sin embargo, la certidumbre de que el régimen de Díaz fue muy pernicioso para el país nunca supuso un óbice para que el autor de La raza cósmica (1925) expresara y subrayara con mucha frecuencia su descontento con la forma que tomó el conflicto, en especial tras el asesinato de Madero y Pino Suárez. A Vasconcelos no le convencía la interpretación pragmática de Luis Cabrera, quien soslayaba las desmesuras de la insurrección porque consideraba que la consecución de los objetivos revolucionarios no debía ponerse en riesgo por hacer caso de los escrúpulos de los remilgosos. Mucho más idealista, José Vasconcelos sostenía que a pesar de que “todos tenemos una manera de entender la revolución”, era necesario no “concebirla aliada con el robo y el asesinato”, y que cuando se mataba se debía hacer “públicamente, justificando su procedimiento y fundándolo en la más estricta justicia” (1983: 155). Con semejante código de ética bajo el brazo, resulta comprensible la decepción y la amargura que despiden sus palabras cuando aborda algún asunto relacionado con la lucha armada. José Joaquín Blanco asevera que el gran fracaso de Vasconcelos como narrador de la revolución se
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gre europea (1983: 129).
José Vasconcelos (1914). Foto: Colección Harris & Ewig de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Sin restricciones de publicación.
debió al hecho de que jamás observó en ella a las masas, sino “sólo a personajes individuales (Maytorena, Antonio Villarreal, Villa, Zapata, Calles, Obregón, Carranza, etcétera) que se reiteran: corren, se arriesgan, se divierten, cometen infamias o virtudes, suben o caen” (1993: 62). Esta afirmación, me parece, precisa un matiz: José Vasconcelos sí se ocupa, y mucho, del pueblo, pero lo que dice de él diverge en grado sumo de la retórica reivindicadora de la que gozaron los campesinos y los indígenas. Este último tipo de discursos los llevó a convertirse en símbolos indiscutibles del movimiento, sobre todo a partir de los años veinte. En ese aspecto, Vasconcelos no puede considerarse oportunista: dado que publicó sus memorias en la década de los treinta, pudo haber aprovechado la distancia histórica para moderar sus juicios sobre las masas, pero no lo hizo. Mantuvo sus ideas intactas, según las cuales, el conflicto armado había degenerado en un festín sangriento en gran parte gracias a las clases populares alentadas por la codicia de ciertos caudillos. Estas opiniones, además, le eran muy favorables al Vasconcelos poDaniel Avechuco-Cabrera
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de 1789” (1985: 250). José Vasconcelos, y junto con él otros intelectuales y varios artistas, nunca consiguió encarar la turbulenta primera década del siglo pasado con la sobriedad y tolerancia de Luis Cabrera, cuyas ideas intentaban explicar la inevitabilidad de la violencia revolucionaria. La línea legalista y civilizadora de Vasconcelos únicamente propició desengaños y pesadumbre: tanta muerte gratuita, corruptela, caudillismo, felonía y vileza no podían formar parte de una lucha armada moderna. De forma paradójica, el impacto con la realidad fue para José Vasconcelos la confirmación de que existía una revolución pura —la revolución de Quetzalcóatl, tan ilusoria como ingenua—, que preconizaba las ideas
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y que se basaba en el convencimiento de que la rehabilitación de una sociedad viciada era practicable sin salirse de la línea de la civilidad, el derecho y la ética marcial, por supuesto, entendidos desde la perspectiva de la clase media ilustrada de la época.
Luis Cabrera (1914). Foto: Colección Harris & Ewig de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Sin restricciones de publicación.
lítico para denostar a los gobiernos posrevolucionarios, a los cuales enfrentó como candidato a la presidencia. Según sus premisas, los mandatos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles suponían la sofisticación de las destrezas de Huichilobos, no su abolición. En 1911, Luis Cabrera había dicho que las revoluciones eran estados anormales de la vida de los pueblos, y que “tratándose de la anarquía, sería tonto querer rechazar el cargo hecho a las masas revolucionarias” (Urrea, 1985: 233). Además, pensaba que las ideas tenían importancia secundaria en una coyuntura como la que estaba viviendo el país, porque “los estudios de los sabios y sus opiniones de gabinete” (Urrea, 1985: 233) no constituían la raíz del movimiento armado: “Las ideas de Rousseau y de los filósofos de la Enciclopedia no fueron el principio de la Revolución francesa, sino meras teorías utópicas, que más tarde habrían de ser aprovechadas como bandera por la revolución 36
Conclusiones La tensión entre la revolución ideal y la revolución material se tradujo en un conflicto interno de algunos intelectuales, lo cual dificultó más de lo que se piensa la apropiación del pueblo como símbolo de la rebelión. En lugar de anularlas, como pregonaba la retórica del movimiento, la lucha armada heredó las nociones porfirianas del campesino, el indígena y el populacho urbano, y a partir de ellas hizo frente a la nueva realidad que la tormenta revolucionaria inauguró: la ‘clase criminal’ había dejado los márgenes para robustecer el ejército que habría de renovar al país. Este nuevo ambiente atribuló no solamente a los intelectuales y artistas de la vieja escuela, que airearon su añoranza de la paz porfiriana y, por lo tanto, no vieron del todo mal el cuartelazo de Victoriano Huerta, sino que también fue motivo de preocupación para los más liberales, quienes, por un lado, aborrecían las prácticas del antiguo régimen, pero por otro, no estaban preparados para comprender el nuevo estado de cosas en el que la violencia del
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pueblo desempeñaba un rol medular en la restructuración social del país. Esta desazón, como cabría esperar, no permaneció en el terreno de las reflexiones y discusiones ideológicas y políticas, sino que migró a la parcela de las representaciones culturales, donde se expresó de formas muy diversas.
Daniel Avechuco Cabrera. Maestro en Literatura Hispanoamerica-
na por la Universidad de Sonora (Unison), México, y doctorando en Humanidades por la misma institución. Actualmente, sus investigaciones giran en torno a las representaciones culturales de la violencia, en particular en el contexto de la Revolución mexicana, así como la relación entre violencia y literatura. Ha publicado “El acto de refundar: Los límites de la noche de Eduardo Antonio Parra y la configuración mítica del espacio nocturno regiomontano” (Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, 2009), “Hermenéutica de la agresión: representaciones de la violencia en tres cuentos de Los límites de la noche, de Eduardo Antonio Parra” (Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, 2015), y “Campesino héroe, campesino primitivo: representaciones de la violencia en Los de abajo, de Mariano Azuela” (en A cien años de Los de abajo, de Mariano Azuela. Lecturas y relecturas, 2016).
Daniel Avechuco-Cabrera
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Nellie Campobello: memoria y escritura N ellie Campobello :
memory and writing *
pp. 39-47 ISSN 1405-6313
eISSN 2448-6302
Andrea Elizabeth Arroyo-Almeida*
* Universidad Autónoma del Estado de México, México Correo-e: andyalmeida17@hotmail.com Recibido: 24 de junio de 2016 Aprobado: 26 de septiembre de 2016
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Resumen: Se analizó la novela Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México (1931), de Nellie Campobello. Se observó la relación existente entre la literatura y los hechos históricos concernientes al conflicto revolucionario de 1910. Se profundizó en el recurso de la memoria, medio por el cual la autora da cuenta de aquellos acontecimientos que vivió en su infancia, junto a su madre, en Hidalgo del Parral, Chihuahua. Finalmente, se determinó la importancia del lenguaje, en especial la voz infantil a la que recurre la narradora para dar una visión inocente, pero al mismo tiempo descarnada de la Revolución mexicana. Palabras clave: análisis literario; historia social; guerra civil; novela; escritora; infancia Abstract: We analyzed the novel Cartucho (Cartridge) Stories of The fight in northern Mexico (1931), by Nellie Campobello. We observed the relationship between literature and historical facts related to 1910 revolutionary conflict. We deepened into the resource of memory through which the author tells us about the events she and her mother experienced during her childhood in Hidalgo del Parral, Chihuahua. Finally, We established the importance of language, specially the infant voice to which the author resorts in order to give an innocent but also harsh view of Mexican Revolution. Key words: literary analysis; social history; civil war; novels; women authors; childhood 39
El presente histórico constituye el punto de referencia para la memoria Karl Kohut
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omo recurso social y estético, la literatura nos da una lectura especial acerca de la historia de la humanidad, de un individuo y, en algunos casos, de todo un país. Se trata de un discurso que navega en el tiempo, líneas que reconstruyen hechos de una manera poética hasta descubrir bellezas insospechadas. La narrativa de la Revolución mexicana ha servido a muchos escritores para presentar una enorme variedad de rostros de lo ocurrido en el ámbito nacional; por ello se ha constituido en un muestrario de esos difíciles años, llenos de conflictos políticos internos, de grandes inconformidades sociales, de miseria y de muerte. Las obras que conforman este subgénero son otra parte de la historia, narraciones de aquellos días, relatos que quedaron guardados en los muros y en las calles, anécdotas intimistas de los partícipes directos, mosaico de problemáticas y de descontento popular. Como afirma Elvia Montes de Oca Navas: En la obra literaria el artista encierra la realidad social que le tocó vivir y el ángulo social desde el que la percibe, la interpreta y a la que, si así lo quiere, le impone el desenlace que decide. En este juego complicado de relaciones entre objetividad-subjetividad, realidad-ficción, verdad-fantasía, historia-relato imaginario, surge la novela como una de las creaciones más frecuentadas para la narración de los hechos, situaciones, momentos, que el artista deja plasmados en su obra, desafiando, de alguna manera, la propia historicidad de lo que narra y la suya misma (2002: 53).
Tintes de la narrativa revolucionaria En paralelo con los hechos históricos, la literatura de la época configuró poco a poco la conciencia 40
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social, pues en la narrativa de ficción se funden las voces reales y las imaginadas. En su libro Protagonistas de la Revolución mexicana (2010), Elvia Montes de Oca Navas hace una breve recopilación de las obras más destacadas que incluyen tópicos sobre el movimiento armado. Para ello, cita el texto Proceso narrativo de la revolución, de Martha Portal: Aparece una nueva narrativa que parte de un concepto práctico de la existencia humana y de una visión social precisa y objetiva de lo inmediato, en lo cual no se oculta la brutalidad, el heroísmo, el machismo, la traición, todo mezclado (Martha Portal, en Montes de Oca Navas, 2010: 23). De ahí que las temáticas tratadas en estos textos sean múltiples y variadas, pero sin alejarse del tema central: la Revolución mexicana. En sus páginas se perciben todos los sentimientos que la lucha trajo consigo, sumados a una carga de violencia, incertidumbre y desengaño. En torno a ello, Edmundo Valadés y Luis Leal aseveran: Un elemento clave para entender la violencia que se desata en la Revolución Mexicana y que va a crear toda una mitología macabra es el fatalismo, mística a la que se abrazaban y encomendaban los hombres que se lanzaron a la bola, estimulados por el descontento social. Ese fatalismo está claro, bien visible, con su propia voz, en la novela de la Revolución y adquiere un tono de irónica creencia (1990: 37). La violencia generada por la insurrección se multiplicó y quedó retratada en obras como Los de abajo (2002), de Mariano Azuela, novela que inaugura la narrativa revolucionaria. Aquí y en otros textos literarios de la época se refleja la lucha causada por el descontento social y político, así como la guerra, en un principio incoherente, que se fue encauzando hacia batallas personales. Dichos relatos también constituyen un muestrario de las causas Andrea Elizabeth Arroyo-Almeida
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La Revolución mexicana inició en noviembre de 1910 y terminó en una fecha imprecisa entre 1920 y 1923. El movimiento se fue extinguiendo gradualmente, como se aquieta el agua después de una profunda conmoción. Nadie puede fijar el día de su completo
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pues muchos de los relatos son posteriores a los años de pleno auge del conflicto armado. Los textos que se produjeron en dicha época reflejan a su manera los acontecimientos del momento, y en ocasiones disfrazan acusaciones y personajes que terminan por saltar del anonimato. De este modo, la temática revolucionaria derivó en excelentes obras literarias. Por convicción o sumisión, las mujeres también se fueron alistando en las filas de la batalla. En este contexto, su identidad se nulificó parcial o totalmente y muchas veces llegaron a ser consideras objetos:
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En las novelas la mujer aparece como un ser sin nombre ni rostro, anónimo y secundario, aunque siempre presente; la compañera inseparable del soldado con quien comparte su destino, un ‘artefacto masculino’ que se toma y se abandona cuando ya no es útil ni necesario. Un ser sin ubicación propia (Montes de Oca Navas, 2002: 61).
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particulares de los revolucionarios, y de prácticas a las que recurrieron, como la intimidación, y el uso y abuso por ‘conveniencia’ de mujeres, niños y campesinos que fueron obligados a unirse a las filas rebeldes para defender la tierra, aunque no fuera suya. Los tópicos del movimiento armado siguieron dando frutos. En su artículo “La novela de la revolución: tipología del final” (1991), Juan Bruce-Novoa argumenta que después de Los de abajo la calidad e influencia de los textos relacionados con la lucha vendrían a florecer en las obras de Martín Luis Guzmán. Las novelas El águila y la serpiente, de 1926 (1995), La sombra del caudillo, de 1929 (1997) y Memorias de Pancho Villa, de 1940 (1973), le dieron gran renombre al autor dentro de los círculos literarios. Rafael F. Muñoz publicó ¡Vámonos con Pancho Villa!, en 1923 (1987), Si me han de matar mañana, en 1934 (1993), y Se llevaron el cañón para Machimba, en 1941 (2007). Otros títulos con temáticas similares desfilaron por los estantes de las librerías, múltiples escritos que constituían la memoria y la voz de quienes de una u otra forma fueron los protagonistas de esta etapa de conmoción. Por ejemplo, Friedrich Katz, desde el campo historiográfico, compiló hechos y datos sobre la vida del Centauro del Norte y publicó Pancho Villa: retrato autobiográfico, 1894-1914 (1999), uno de los textos más completos dentro de esta línea. En las historias narradas en los libros o por medio de la tradición oral, algunos autores santificaron la guerra porque creían en Villa, figura central del levantamiento armado, enigma y héroe para muchos. Sin embargo, otros satanizaron la lucha por todas las muertes que hubo y los problemas que posteriormente arrastraría el movimiento: inconformidad de los campesinos por las tierras trabajadas, conflicto de poderes y violencia, entre otros. Los asuntos a tratar llenaron miles de páginas, aunque los autores no contaron con completa libertad de expresión. Algunos críticos consideran que el periodo revolucionario1 se puede extender hasta 1950,
El ambiente intelectual del momento, lleno de hombres cultos que destacaban por la gloria de sus obras, no fue un impedimento para que Nellie Campobello se atreviera a narrar lo que había vivido en Hidalgo del Parral, Chihuahua, durante el apogeo de la revolución. Tales sucesos permanecieron resguardados en su memoria y fueron proyectados en las páginas de Cartucho. Relatos de la lucha en el Norte de México (1931) y en Las manos de mamá (1937), máximas composiciones literarias de la escritora. María Francisca Luna Moya, mejor conocida como Nellie Campobello, nació el 7 de noviembre de 1900 en Villa Ocampo, Durango. En 1906 se mudó a Hidalgo del Parral, Chihuahua, lugar donde ocurrieron los principales hechos que se cuentan en Cartucho. Ahí vivió durante mucho tiempo junto a su madre Rafaela Luna y su hermana Soledad —quien posteriormente cambiaría su nombre por el de Gloria—. final. Todavía entre 1927 y 1929 había regiones del país que no estaban muy tranquilas, y solían despuntar nombres de presuntos caudillos que no llegaban a emprender el vuelo, pero inquietaban a la gente y traían a la memoria episodios de asonadas y cuartelazos (Ocampo Alfaro, 1981:53).
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En 1922, tras la muerte de su madre, las hermanas abandonaron Chihuahua. Un año después se trasladaron a la Ciudad de México, donde comenzaron sus estudios de danza. En 1929, Nellie Campobello publicó su primer libro, Francisca Yo! (Vargas Valdés y García Rufino, 2004). Con el pasar de los años, la danza y la escritura se convertirían en la columna vertebral de la autora. 2 Existen datos contradictorios acerca de la fecha de nacimiento de Campobello. Algunos estudiosos dudan de que aconteciera en 1900. Jorge Aguilar Mora, ensayista especializado en las obras de la Revolución mexicana, y quien más se acerca a la vida de la autora, menciona:
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En su entrevista con Emmanuel Carballo, Nellie Campobello da el 7 de noviembre de 1909 como su fecha de nacimiento. La entrevista de Carballo es de1958, y ya antes, en 1950, José Luis Martínez daba la misma fecha. En una disertación radiofónica de 1938, Martín Luís Guzmán señaló, indirectamente, que Campobello había nacido en 1913. Castro Leal y Magaña Esquivel siguieron esta atribución. Irene Matthews y Jesús Vargas han encontrado en las actas parroquiales de Villa Ocampo el registro de la niña María Francisca, nacida el 7 de noviembre de 1900 (2000: 169). Cuando tenía diez años, la escritora fue testigo de la revolución, episodios que revivió para escribir su novela más representativa.
Las páginas de Cartucho Cartucho no dijo su nombre […] Dijo que él era un cartucho por causa de una mujer […] Nadie supo de Cartucho. Se había quedado disparando su rifle en la esquina. Unos días más. Él no vino; Mamá preguntó. Entonces 2
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Al respecto, véase la cronología escrita por Jorge Aguilar Mora (2000: 163-170).
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José Ruiz, de allá de Balleza, le dijo: —Cartucho ya encontró lo que quería (47).3 Cartucho se publicó por primera vez a finales de 1931, pasados ya los primeros sucesos revolucionarios en los estados del norte del país. La obra contenía originalmente treinta y tres relatos inéditos, pero tras las ediciones de 1940 y 1960 sufrió cambios notorios tanto en el lenguaje como en la estructura. “Villa”, quizás el relato más significativo para la escritora, fue borrado definitivamente, pero sin duda en esa narración Campobello logró encerrar todos los enigmas de tan importante figura. A continuación se presenta un fragmento del texto eliminado: Villa aquella mañana estaba de fierro malo. Siempre que llegaba de Canutillo, pasaba en casa de los Franco, una familia —de pelo rojo— que hay en Parral […] —Cuando Villa estaba enfrente sólo se le podían ver los ojos, sus ojos tenían imán, se quedaba todo el mundo con los ojos de él clavados en el estómago—. ‘Aquí estoy tirado, me saqué el huesito sabroso’, y se tocó el pie con la mano izquierda —no me acuerdo cuál de ellos—, ‘por eso no puedo salir a caballo’ (42). De la figura de Villa que esboza el texto literario, Sara Rivera López afirma: La configuración de un personaje como Villa en Cartucho y sus tres ediciones plantean dos asuntos a resolver: primero, el análisis de uno de los caudillos más importantes de la historia de México en el siglo XX y, segundo, la visión que de conjunto se tenía y se tiene sobre la Revolución Mexicana (2002: 21). Entre las características esenciales de la estructura de la obra y la cosmovisión narrativa de Nellie 3 Todas las citas pertenecientes a Cartucho. Relatos de la lucha en el Norte de México corresponden a Campobello, 2000, por lo cual sólo se anota el número de página.
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En Cartucho, el mundo ficcional se centra en la Revolución mexicana. El discurso es simple, sin rebuscamientos; el lenguaje, coloquial, aunque a la vez intensamente crudo. Los hechos violentos no se censuran, al contrario, son presentados como cotidianos, habituales, el diario vivir de una época: “‘Buenas, muchachitos’, dijo sonriendo y acercándose a ellos. ‘¿Conque comiendo, eh?, miren nomás, muchísimos hermanos de raza ya quisieran tener una gorda de la quebrada, y ustedes, hasta vino toman y chupan sus buenos cigarritos’” (137). El texto de Campobello muestra también una geografía no definida, pero creada o recreada en el imaginario, “especialmente de Hidalgo del Parral, que se convierte en espacio representativo de la lucha en el norte de México” (Poot Herrera, 1998: 26). En “La sonrisa de José”, se describe: “Después lo mandaron a Ciudad Juárez, allá lo iban a curar, pero no llegó vivo, en el camino unos rancheros americanos lo remataron. Todos en Parral lloraban a José Rodríguez” (101). El tiempo narrado es lineal, constituido en su mayoría por una secuencia de imágenes que se presentan como si fuese una película: La escena es la única forma de duración que podría considerarse isócrona; es decir, un tempo narrativo en el que se da la relación convencional de concordancia entre la historia y Nellie Campobello:memoria y escritura
En Cartucho leemos: “Hacía un mes —un año para mis ojos amarillos— sin ver a Babis. Un soldado que llegó de Jiménez buscó la casa. Traía algo que contarle a Mamá” (74). Estas escenas son relatadas por una narradora con voz infantil que a su vez se convierte en espectadora y personaje. Las imágenes, gráficas, se presentan con la desprejuiciada mirada de una pequeña de expresión sencilla y pura, acorde a su corta experiencia de vida, que narra ingenuamente su testimonio de la Revolución mexicana. Como afirma Aguilar Mora, “Campobello era el lenguaje de una niña que ha permanecido en su memoria, que recorre su memoria como se recorre el presente” (2000: 23). La evocación no sólo recurre al pasado para rescatar o revivir hechos, sino que está ligada al presente, ese instante en el que decidimos remover lo ya ocurrido. En su artículo “Literatura y memoria. Reflexiones sobre el caso latinoamericano”, Karl Kohut hace una relación entre el proceso de escritura y los recuerdos. El autor puntualiza algunos ejemplos de autores latinoamericanos que recurrieron a la remembranza para poder plasmar sus ideas, como Carlos Franz, en El desierto (2005), obra situada durante la dictadura de Pinochet; o Mario Vargas Llosa, en La fiesta del Chivo (2010), novela que aborda el gobierno dictatorial del militar dominicano Rafael Leónidas Trujillo. Kohut describe dos tipos de memoria y el papel que juegan dentro de la literatura:
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Yo tenía los ojos abiertos, mi espíritu volvía para encontrar imágenes de muertos, de fusilados; me gustaba oír aquellas narraciones de tragedia, me parecía verlo y oírlo todo. Necesitaba tener en mi alma de niña aquellos cuadros llenos de terror (89).
el discurso […] tiende a ser un relato más o menos detallado; con frecuencia privilegia el diálogo como la forma más dramática —y por tanto escénica— de la narración (Pimentel, 2008: 48).
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Campobello, encontramos que “el mundo narrado está conformado por dos aspectos: la historia (mundo) y el discurso (narrado) que se interrelacionan de diversas maneras, mientras que el narrador como mediador toma a su cargo el acto de la narración” (Pimentel, 2008: 12). Ejemplo de lo anterior se puede ver en el fragmento siguiente:
La memoria individual forma parte de nuestra conciencia y constituye la base de nuestra identidad […] es en principio, algo inmaterial, tal como lo es la conciencia, pero que puede ser exteriorizada escribiendo, por ejemplo, un diario o nuestras memorias. Del mismo modo, existen expresiones exteriores Andrea Elizabeth Arroyo-Almeida
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de la memoria colectiva que nos permiten, de modo indirecto, acceder a ella. La memoria colectiva se manifiesta en la totalidad de las tradiciones orales y escritas, en las expresiones artísticas y culturales, así como en los objetos de uso diario. La literatura constituye, por ende, sólo una parte de la memoria colectiva, si bien podemos decir que se trata de una parte privilegiada (2009: 27).
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Podemos decir entonces que Nellie Campobello recurre a sus dos memorias. Por medio de la individual recoge los hechos más importantes de su niñez, que posteriormente van a ser proyectados en Cartucho mediante una voz infantil. Por otro lado, la memoria colectiva se nutre de los sucesos ocurridos alrededor de la vida de la escritora, es decir, las historias que le fueron contadas por su madre (tradición oral), y los personajes que ella misma veía en el acontecer diario de la lucha armada. Esta recuperación del pasado para ser mostrado en el presente constituye una reivindicación de la evocación, sostenida por los recuerdos: Los episodios que se narran surgen de las vivencias almacenadas en la mente de una niña. De ahí —eje paradigmático, resguardo de la memoria—, después de una tregua de muchos años de distanciamiento histórico y geográfico, las selecciona la escritora y, a partir de un trabajo estético de creación literaria, va soldando una cadena narrativa —eje sintagmático, ‘cartuchera de recuerdos’— (Poot Herrera, 1988: 26). La narradora utiliza este recurso primordial no sólo como pretexto literario, sino como medio de recreación y enlace entre la oralidad y la escritura: Oí las descargas desde la puerta de la carpintería de Reyes, me puse la mano en el pecho, me dolía la frente, yo también corría, no supe qué hacer, luego, cuando oí los tiros de gracia, ya no di un paso más, me volví llorando. 44
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Habían matado a un paisano mío, nada se pudo hacer por él —Mamá se secaba las lágrimas, sufría mucho— (89). En opinión de Luis Mateo Díez, la memoria es el recinto donde convergen experiencia e imaginación, y la imaginación no es más que la memoria fragmentada. Los novelistas, dicen, se alimentan de la memoria de la experiencia y de la imaginación y por ahí fluimos hacia la palabra [cursivas de Arroyo-Almeida] (Luis Mateo Díez, en Castañeda Hernández, 2011: 149). Pero no se trata sólo de la palabra, sino de todo aquello que evoca. El lenguaje acompaña al narrador en el camino de la escritura: La labor de la memoria no puede restringirse a una colección automática e indeterminada de propagación y transmisión de vivencias individuales y colectivas, sino a una adquisición reflexiva, selectiva, ponderada y jerarquizada de la herencia cultural, es decir, una evaluación critica, analítica y dinámica del pasado, que sobrelleve ineludiblemente, en determinado momento, el alejamiento de ciertos recuerdos lamentables, angustiosos, inhibitorios y, finalmente destructores (Castañeda Hernández, 2011: 151). En “El silencio de Nellie Campobello”, de Jorge Aguilar Mora —el cual está incluido en el prólogo de Cartucho (2000), y en el libro El silencio de la revolución y otros ensayos (2011)— se hace una remembranza de la obra de la escritora, se describen las características esenciales que se manifiestan en su narrativa y se da cuenta de los elementos clave alrededor de los cuales gira Cartucho. Para Aguilar Mora es de suma importancia resaltar el papel que la memoria tiene para la mexicana: Andrea Elizabeth Arroyo-Almeida
Cuando Mamá lo vio por primera vez, dijo: ‘Este hombre es peligroso’ […]. A Mamá la asustó algo, ya no estuvo tranquila. A las dos noches llegó muy apurada. […] Ya estaban rodeando la casa. Mamá se puso a cantar alto. Entró un hombre arrastrando las espuelas y otro y otro más: ‘Tenemos una orden’. Se metieron por todos lados. Mamá dijo: ‘Están en su casa’ (54). Un día le dijo a Mamá: ‘Este palomo es un Pancho Villa’. Mamá no dijo nada, pero cuando se fue Bustillos, todos los días le hacía cariños a su Pancho Villa. El palomo, después de su fama de Pancho Villa, apareció muerto, le volaron la cabeza de un balazo. Mamá se puso muy enojada; nosotros lo asamos en el corral, en una lumbre de boñigas; el coronel Bustillos nos ayudó a pelarlo. Yo creo que él mismo fue el que le tiró el balazo (51).
La mirada y la voz de la narradora viajan a lo más profundo de su memoria para recrear escenas del conflicto armado, todos acontecimientos normales en su entorno. Su casa aparece convertida en un espacio sagrado, un ‘teatro’ privilegiado donde al abrir la ventana la pequeña se encuentra con balas, machetes, sangre, cuerpos desmembrados y hombres caídos con las armas en las manos. Como afirma Aguilar Mora, “Campobello transmitía esa visión desencarnada donde el niño no ha interiorizado aún ninguna moral, donde no ha caído en la seducción de creerse un yo idéntico a sí mismo” (2000: 19). En uno de sus relatos, la voz narrativa cuenta: A mí me parecía maravilloso ver tanto soldado. Hombres a caballo con muchas cartucheras, rifles, ametralladoras; todos buscando la misma cosa: comida. […] Hombres que van y vienen, un reborujo de gente. ¡Qué barbaridad, cuánto hombre, pero cuánta gente tiene el mundo!, decía mi mente de niña (71).
Pero aunque asome la voz materna, los relatos de Cartucho se presentan como los recuerdos de una pequeña, y será esa voz infantil la que nos guíe en cada palabra y línea:
Otro de los temas que se manifiestan como una constante en el texto de Campobello es el de la muerte, plasmado una y otra vez en los relatos. Ningún ser humano puede evitarla; sin embargo, para la niña de Cartucho mirarla era algo común, el pan de cada día: los cuerpos que quedaban en la puerta de su casa eran como juguetes; por más horrorosos que fueran surgían bellos a su vista:
a ella le tocó ver de cerca los actos y las huellas dejadas por los revolucionarios. Hechos
Como estuvo tres noches tirado, ya me había acostumbrado a ver el garabato en su cuerpo,
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Los recuerdos e historias que la mexicana narra pudieron haberle sido contados por su madre, pues fue ella quien vivió y sintió los hechos revolucionarios de manera directa. De ahí que durante el proceso de escritura la figura materna sea como un Virgilio:
vistos por una niña, desde su ventana, hechos caóticos y sin sentido suficientemente claro a los que Nellie les impuso un orden y una explicación a través de sus relatos, y para ello tuvo que romper con lo establecido, no sólo acerca de la literatura sino también sobre lo aceptado con respecto a lo que ‘debían ser’ las mujeres y lo que ‘debía ser’ la historia de la Revolución (Montes de Oca Navas, 2007: 21).
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Nellie Campobello se aproximó todavía más al acontecimiento pasajero, instantáneo, aparentemente in-significante, pero profundamente revelador. Ella no describió las batallas, ni las posiciones políticas; no rescató los testimonios extensos de los guerreros. Ella fue a su memoria para perpetuar los instantes más olvidables, para otros, y más intensos, para quienes los vivieron (2000: 11-12).
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caído hacia su izquierda con las manos en la cara, durmiendo allí, junto de mí. Me parecía mío aquel muerto. Había momentos que, temerosa de que se lo hubieran llevado, me levantaba corriendo y me trepaba en la ventana, era mi obsesión en las noches, me gustaba verlo porque me parecía que tenía mucho miedo. […] Me dormí aquel día soñando en que fusilarían a otro y deseando que fuera en mi casa (88).
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‘¿Oigan, qué es eso tan bonito que llevan?’ Desde arriba del callejón podíamos ver que dentro del lavamanos había algo color de rosa bastante bonito. Ellos se sonrieron, bajaron la bandeja y nos mostraron aquello. ‘Son tripas’, dijo el más joven clavando sus ojos sobre nosotras a ver si nos asustábamos; al oír, ‘son tripas’, nos pusimos junto de ellos y las vimos; estaban enrolladitas como si no tuvieran punta. ‘¡Tripitas, qué bonitas!’ (85). Cartucho es un libro para conmemorar a quienes participaron en la Revolución mexicana. No se trata de otra obra más escrita por una mujer; su narradora vio en Francisco Villa y en otros personajes protagonistas de la lucha armada un paradigma de la época, algo que no debía ser olvidado, sino recordado con palabras. En los relatos de Campobello hay historias imborrables. La propia autora opina de su libro: “Lo escribí para vengar una injuria. Las novelas que por entonces se escribían, y que narran hechos guerreros, están repletos de mentiras contra los hombres de la Revolución” (Nellie Campobello, en Glantz, 2009: 22). Pero más que una revancha, el motivo que impulsó a la mexicana a escribir fue el deseo de rescatar el sentir de las personas durante el conflicto armado y su vida cotidiana, esa vida que no fue normal pues se volcó a la lucha. Es cierto que la mayoría de los personajes de Campobello carecen de nombre propio o, si lo tienen, no lo podemos saber, porque la autora tituló los relatos con nombres que 46
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a ella le fueran fáciles de recordar, o con alguna situación cotidiana que le permitiera rememorar las hazañas de sus personajes. A lo largo de este análisis se encontraron dos características esenciales de Cartucho. La primera es el reflejo de lo político-social en lo literario, una expresión que permite vislumbrar otra perspectiva de los hechos ocurridos durante el periodo revolucionario. La segunda es la memoria infantil en la que se refugia la escritora para narrar los relatos que conforman la obra. Así, por medio del relato de aquella niñez que se forjó entre armas, sangre y descontento popular es posible tener acceso a la identidad de Nellie Campobello. El final de la vida de la autora es una incógnita. Nadie sabe qué fue de ella durante los años posteriores a su fama como escritora y bailarina, pero el legado artístico que dejó supera las expectativas que se tenían de las mujeres en aquellos tiempos de conmoción revolucionaria. Como afirma Poot Herrera, Cartucho “es un canto para esa juventud masculina, cartuchos quemados, generación hecha polvo y pólvora” (1998: 42). La belleza de su obra es excepcional, memoria y escritura que no se olvida. Presente y pasado convergen en un solo tiempo y espacio. Sus relatos son una forma de manifestar y expresar lo que muchas veces no se puede gritar.
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Andrea Elizabeth Arroyo-Almeida. Licenciada en Letras Latinoamerica-
nas por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), México. Estudiante de la maestría en Humanidades en la misma institución.
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Ética en la formación de lectores. Una aproximación hermenéutica E thics
in new readers training.
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hermeneutic approach *
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pp. 49-60 ISSN 1405-6313
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Rubén Mendoza-Valdés* Reyna Cardoso-Malaquias*
Resumen: A partir de los postulados hermenéuticos de Hans-Georg Gadamer, se reflexionó sobre la responsabilidad del bibliotecario adscrito a la universidad como figura partícipe en el proceso de educación. El análisis se centró en la implicación ética de las funciones destinadas a la formación de lectores. Se planteó la ética como un ‘modo de ser’ de lo humano, por el cual se desarrollan todas las potencialidades en virtud de la constitución propia, del otro y de los otros. Finalmente, se contrapuso la autodeterminación al propósito de los programas de fomento, animación y promoción de la lectura que pretenden formar un hábito en torno a esta actividad. Palabras clave: enseñanza superior; plan de estudios universitario; bibliotecario; ética hábito de lectura
*Universidad Autónoma del Estado de México, México Correo-e: cardosomalaquiasreyna@gmail.com Recibido: 3 de agosto de 2016 Aprobado: 30 de septiembre de 2016
Abstract: From the Hans-Georg Gadamer hermeneutic precepts, we reflected upon the university librarian’s responsibility as a participant in the learning process. This analysis is focused on the ethical implications of the reader’s trainer role. By taking ethics as a human “way of being”, by which all the possibilities under their own, other and others nature, are developed. Finally, self-determination is opposed to the reading promotion and encouragement programs seeking to create the habit of reading. Key words: higher education formation; university curriculum; librarians; ethics; reading habit 49
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n la actualidad, el bibliotecario posee una fuerte carga de conocimientos técnicos y administrativos que lo convierten en un mediador de recursos informativos cuyo quehacer profesional lo obliga a ponderar parámetros cuantitativos. La relación entre lector y bibliotecario se ha descuidado por una alienación del objeto de trabajo en la bibliotecología: el texto, que como manifestación del pensamiento humano se perfila como un elemento de estatus entre la élite intelectual. Esta situación genera que se descuide tanto la formación del bibliotecario como la de los lectores. Al respecto, cabe preguntarse de qué manera puede contribuir el profesional especializado en bibliotecología en la formación de lectores bajo un sentido ético, cómo se asume la responsabilidad profesional en dicha tarea y sus posibles alcances. El compromiso de los hombres y mujeres bibliotecarios se plantea como un modo de asumir las consecuencias de su desempeño, la repercusión de sus acciones en pos de la formación de lo humano y su responsabilidad con el otro. Una posible respuesta a estas cuestiones se encuentra en la propuesta filosófica de Hans-Georg Gadamer. La intersección entre hermenéutica y bibliotecología se da en la comprensión de las acciones del ser humano en su contexto histórico y social. Se entiende por ‘comprensión’ la exégesis propia del entorno y del mundo, de la cual deriva el sentido de la vida. Gadamer afirma que: “La interpretación no es un acto complementario y posterior al de la comprensión, sino que comprender es siempre interpretar, y en consecuencia, la interpretación es la forma explícita de la comprensión” (2012: 378). Comprenderse es interpretarse a sí mismo en la vida. La lectura es un modo de entender lo existencial en la medida en que uno se deja decir por el texto. Es importante hacer referencia al lenguaje en sus diferentes manifestaciones, ya sea oral, mímico, simbólico o escrito. Como modo de interpretación, es nuestra forma de ser lo que nos constituye como humanos. Gadamer señala al respecto: “El lenguaje es el medio universal en el que se realiza la comprensión misma. La forma de realización de la comprensión
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es la interpretación” (2012: 467). El lenguaje escrito plasmado en los textos y recuperado mediante la lectura es un modo de comprender el mundo. Para la hermenéutica, leer no es un acto práctico sino una experiencia vivencial que implica entenderse a sí mismo. El interés de los autores de este artículo radica en la interrelación del concepto de ‘formación’ en la hermenéutica gadameriana y la ‘lectura’ como actividad integral en la educación. Se tomó en cuenta la idea de que la formación va más allá del consumo de información. En el ejercicio bibliotecario se desempeñan diversas actividades enfocadas a la práctica lectora, entre las que se reconocen principalmente la promoción, el fomento y la animación. Estas tareas tienen el objetivo de conseguir que las personas lean como parte de su formación. Es común que los programas, planes o proyectos en pro de la lectura se ciñan a la intención de sumar una cantidad determinada de títulos con la intención de incentivar hábitos para el desarrollo de dicha actividad. Un ejemplo es el Reto Leer Más 2016, a cargo del Consejo de la Comunicación en México, cuya intención es que los empleados de ciertas empresas y sus familiares alcancen 11 millones de horas de lectura al dedicarle veinte minutos diarios como mínimo (Bautista, 2016). Las iniciativas que pretenden implementar este tipo de técnicas o estrategias bajo el supuesto de que la lectura es un paliativo que se tiene que dosificar a fin de crear una rutina resultan contradictorias e invasivas para lo que debería ser un auténtico placer para las personas. En el contexto del sistema educativo, el papel del bibliotecario que se dedica a formar lectores desde una perspectiva humanista plantea en principio el acto autónomo de la lectura como búsqueda de sentido, donde leer da paso a una manera de ser. El compromiso que el bibliotecario debe asumir es el de ser un acompañante en la práctica lectora, una experiencia que permite transformar a los participantes y les da una percepción más amplia de la vida. Por ello, tal tarea se plantea desde la responsabilidad ética, la capacidad de autodeterminación en la práctica y el genuino deseo de leer. Rubén Mendoza-Valdés y Reyna Cardoso-Malaquias
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Retrato de Hans-Georg Gadamer (1900 – 2002) (2014). Grafito y digital: Art&Disign Schools. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported
De la responsabilidad ética El término ‘ética’ proviene del vocablo ‘ethos’, que designa un modo propio de ser del individuo, es decir, la forma en que cada persona define sus actos en relación con todo lo que lo rodea y con otros seres humanos y no humanos: El ethos hace patente la condición ‘relativa’ del hombre (su ser-en-relación). Así mismo el ethos revela que el ser para el hombre es, en efecto, ‘modo’ o ‘manera’ o ‘forma de ser’, cualitativamente diferenciada; el ‘cómo’ de vivir humano
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resulta determinante del propio ser. Y el ethos revela también que la ‘manera de ser’ depende de una acción (hábito) y, por tanto, no es algo dado, sino creado, generado por la propia acción (González, 1996: 13).
A propósito de la autorrealización y el despliegue de las potencialidades, Erich Fromm distingue la ética autoritaria (moral) y la ética humanista. El filósofo piensa que: En la Ética Autoritaria una autoridad es la que establece lo que es bueno para el hombre y prescribe las leyes y normas de conducta; en la Ética
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Humanista es el hombre mismo quien da las normas y es a la vez el sujeto de las mismas, su fuente formal o agencia reguladora y el sujeto de su materia (1953: 20).
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En ese sentido, se considera que una ética humanista hará al hombre capaz de afrontar su compromiso con el mundo, y sus acciones se encaminarán al bien común, la protección y el cuidado del entorno social y natural. La responsabilidad es un modo de ser por medio del cual el individuo se encuentra frente al otro, es decir, siempre es para con él. Al respecto, Lévinas considera que el rostro del otro no es una persona, sino la humanidad entera en espera de ‘mis’ acciones para reflejarse en ‘mí’ como ser humano. El compromiso con los demás se asume como propio sin esperar reciprocidad o pago por el bien proferido, en una relación intersubjetiva y asimétrica, “La responsabilidad es lo que, de manera exclusiva me incumbe y que humanamente, no puedo rechazar” (Lévinas, 2000: 79). Me humanizo en la medida en que el mundo se humaniza conmigo al dar cuenta de las consecuencias y efectos de mis acciones. Por su parte, Ricœur refiere que en el plano jurídico la responsabilidad alude a la autoría de consecuencias y daños causados, mientras que en el contexto de la moral tiene que ver con la protección del otro, del prójimo: La responsabilidad no se reduce a un juicio emitido sobre la relación entre el autor de la acción y los efectos de él en el mundo; se extiende a la relación entre el autor de la acción y el que la padece, la relación entre el agente y el paciente de la acción. La idea de persona que se tiene a cargo, añadida a la de cosa a la que se tiene bajo cuidado, conduce así a un ensanchamiento que hace de lo vulnerable y frágil, en tanto que cosa sometida a los cuidados del agente, el objeto directo de su responsabilidad (2003: 67-68).
El bibliotecario tiene entre sus manos el ser una compañía en la experiencia vivencial de otro ser huma52
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no, el lector, objeto directo de su responsabilidad. Sin embargo, su labor no sólo se encuentra en relación inmediata con una persona sino con la humanidad en general. Su análisis reflexivo deberá centrarse en cuidar el contexto de la lectura y no en cómo remediar los posibles descuidos que sucedan durante la actividad. En la visión aristotélica, la responsabilidad es un acto voluntario con relación a sí mismo y al otro, donde hay un objetivo de elección y un fin que impulsa al hombre a actuar. En este sentido, no hay lugar para el sometimiento. Aristóteles sostiene: “lo voluntario podría parecer que es aquello cuyo principio está en el mismo agente que conoce las circunstancias concretas en las que radica la acción” (2000: 76). Así, se puede afirmar que la ética tiene como fuente la auténtica convicción en los actos que determinan al hombre dentro de la sociedad. En la formación humana, el ethos es una disposición en el actuar que tiene que ver con lo existencial, con un modo de ser que nos coloca en relación con el entorno. Una de las formas de vínculo e identidad social tiene que ver con la vocación. El sentido de esta palabra no se restringe únicamente a lo profesional: “La vocación, vocatio es un llamado a, que reclama una elección” (Nicol, 1990: 288). También implica el descubrirse a sí mismo mediante una pregunta fundamental: ¿qué quiero forjar en mi vida? (Ortega y Gasset, 2005: 30). La vocación alude a una voz interior o grito imperativo que propone el quehacer y la misión en la vida. Las respuestas a los interrogantes existenciales orientarán la pauta a seguir. De esta forma es posible preguntar cuál es la misión del bibliotecario y cómo se manifiesta su ethos. La práctica vocacional es intrínseca a la ética en relación con el despliegue del ethos. El compromiso del quehacer profesional se vincula con la correspondencia entre lo que se profesa como vocación y el actuar en sociedad. Así, la responsabilidad consiste en reconocer que se es la causa de las acciones propias y en la posibilidad de responder por ellas. La vocación se vincula con el movimiento, es decir, con los cambios que experimenta el hombre y con la disposición Rubén Mendoza-Valdés y Reyna Cardoso-Malaquias
cuerpo vivo. Le asigna un lugar estable e identificable incluso allí donde el trabajo es denominado “no manual”, “intelectual”, o “virtual”. El trabajo implica, por consiguiente, tanto una zona de pasividad, una pasión como una actividad productiva (2010: 47).
El saber-hacer de la actividad profesional tiene relación con la responsabilidad social por la cual ésta es reconocida. La ética se debe concebir como parte del ejercicio vocacional. La profesión está dirigida al logro de una cierta finalidad, es decir, responde a una necesidad particular de la sociedad. Así, el primer compromiso ético que se le presenta al bibliotecario es el de asumir su vocación, y si ese es su auténtico llamado entenderá que sus funciones cubren una necesidad y que su actuar responsable tiene repercusión en la conformación de la humanidad y del mundo.
Formación humanista de lectores El significado social de las actividades del bibliotecario se ha transformado. En tiempos anteriores, la urgencia principal que cumplía era la de abastecer y Ética en la formación de lectores...
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El trabajo implica, compromete y sitúa a un
mediar las relaciones entre el libro, la biblioteca y el lector. Ortega y Gasset indica que “ahora se siente la necesidad, no de buscar libros —esto ha dejado de ser verdadero problema—, sino la de fomentar la lectura, la de buscar lectores” (2005: 53). Como advertía el filósofo español, entre las nuevas necesidades que atañen a la bibliotecología se encuentran la promoción, la animación y el impulso a la lectura. Para tener una aproximación conceptual a los términos anteriores, Álvarez y Giraldo (2008: 8991) hacen una revisión de las actividades que los bibliotecarios ejercen en torno a la práctica lectora en el contexto latinoamericano. Los autores señalan que una de las principales dificultades dentro de la bibliotecología es que aún no hay una suficiente argumentación teórica que sustente su actividad en torno a la lectura. Aunado a ello, la biblioteca es una institución frágil y de bajo perfil en la región. En su texto “¿Fomento, promoción o animación a la lectura?: un acercamiento conceptual a lo que la biblioteca pública hace con la lectura”, Álvarez y Giraldo mencionan que la invitación a leer tiende a ser lúdica y recreativa: “Se le ha relacionado con un activismo frente a los lectores hacer cosas desde la biblioteca para que la gente lea más, vaya más” (2008: 95). Sin embargo, esa práctica coloca al bibliotecario sólo como mediador entre un objeto (materiales para leer) y un sujeto (lector). Fomentar el acercamiento a los libros se ha tornado un discurso normalizador e integrador de las personas alrededor de lo que se puede ver como una idea políticamente correcta de la lectura (Álvarez y Giraldo, 2008). En esta dimensión se encuentra el aprecio por los best sellers sólo por estar a la moda o por haber sido incluidos en las lista de títulos obligatorios dentro de los programas nacionales y estatales encargados del fomento a la lectura. El término ‘animación a leer’ puede confundirse con algunos conceptos, como exaltación, estimulación, vivacidad o invitación general. Sin embargo, Álvarez y Giraldo (2008: 97) aclaran que tiene que ver más con la educación, ya que la lectura es un proceso educativo (parte de la formación humana) y no sólo una aplicación didáctica (técnica para enseRubén Mendoza-Valdés y Reyna Cardoso-Malaquias
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que tiene de actuar sobre su ser orgánico. La piedra, por ejemplo, inicia, continúa y termina siendo la misma sustancia mineral, mientras que una persona tiene múltiples maneras de transformarse en el mundo, y por tanto, de comprenderse. De ninguna manera se expone en este artículo la idea de una visión superior o dominante del ser humano, más bien se alude a la posibilidad que éste tiene de construirse, de llegar a ser teniendo como principio su voluntad y elecciones. Será primordial que el bibliotecario se cuestione sobre su vocación humana y la vincule con su vocación profesional en el desempeño de esa actividad a la que comúnmente se denomina trabajo. Al respecto, Derrida manifiesta que:
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ñar a leer). Con base en esto, es necesario establecer un término que reconozca en la lectura un hecho dinámico donde el lector se relaciona directamente con el texto en busca de sentidos. De este modo, el individuo construye una forma de ser y logra una experiencia vivencial. Si tomamos en cuenta lo anterior, parece más unificadora la expresión ‘formación de lectores’. A partir de ella se asume que el bibliotecario tiene la oportunidad de ir dando forma a la persona. Para alcanzar tal objetivo es primordial atender primero a los orígenes de la formación de lo humano. En la cultura occidental, la paideia griega, término que significa educación o formación de los niños, se transformó a lo largo de la historia en ‘humanitas’, cuyo sentido es similar (Jaeger, 1962: 11). Este último vocablo se aproxima además al de ‘humanismo’, en tanto constituye una tendencia a cultivar la personalidad humana en todos sus aspectos. En el texto Paideia: los ideales de la cultura griega, Jaeger refiere que en la Grecia clásica la educación se enfocó a la areté, la virtud, entendida como la capacidad potenciadora del hombre. Ahora bien, en el siglo XXI podemos preguntarnos qué tipo de formación ofrece la universidad y qué relación existe entre formación y lectura. En décadas recientes, pensadores humanistas han expuesto su inquietud sobre una colisión social encaminada a la deshumanización, esto es, el despojo de la posibilidad de reflexionar, dialogar y recrearse con la lectura. En presencia de tales condiciones se ha pensado en la idea de lograr un nuevo humanismo que se preocupe por el hombre y las cuestiones que conciernen a la vida. Con respecto a esto, Esquivel Estrada expresa: “El interés y razón principal se deben a que el hombre devela permanentemente campos de reflexión en los que descubre que aún no se ha agotado el cúmulo de sus posibilidades humanas” (1998: 37). La educación es parte del conjunto de factores implicados en el desarrollo del ser. En ella, la lectura representa la forma más frecuente de formarse y de acceder al conocimiento. El llamado a entender el ser de manera integral, es decir, desde lo individual, social y comunitario, 54
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da vigencia permanente al concepto y posibilita la formación humanista. La lectura es un modo de interrelación entre los seres humanos, donde un interlocutor expone sus ideas en un texto y un lector las recupera mientras construye nexos de pensamiento. Para Larrosa: Pensar la lectura como formación implica pensarla como una actividad que tiene que ver con la subjetividad del lector: no sólo con lo que el lector sabe sino con lo que es. Se trata de pensar la lectura como algo que nos forma (o nos deforma o nos trans-forma), como algo que nos constituye o nos pone en cuestión en aquello que somos (2003: 25-26).
Al leer preguntamos por lo otro, por los otros o por nosotros mismos. El que quiere escuchar, interroga. Acercarse al texto es en sí un dejarse decir, oír otra voz, y sin embargo: Cuando se oye a alguien o cuando se emprende una lectura no es que haya que olvidar todas las opiniones previas sobre su conocimiento, o todas las posiciones propias. Lo que se exige es simplemente estar abierto a la opinión del otro o a la del texto (Gadamer, 2012: 335).
En ese deseo de sabernos se aloja el reconocimiento de la virtud natural humana de comprender. De ahí que leer se entienda como un acto mediante el cual puede revelarse la existencia de otras formas de discurso que contienen un saber. En nuestro tiempo, el tipo de lectura más frecuente está determinado por los parámetros de las ciencias duras y su intención de acceder a datos medibles. Es posible que este tipo de prácticas no logre formar humanamente al lector, sino que sólo le dé información, pues supone una disociación con el sujeto cognoscente que lo acerca a una forma de conocimiento de la ciencia y la tecnología ajena a su sentido humano: “Si leemos para adquirir conocimientos, después de la lectura sabemos algo que antes no sabíamos, tenemos algo que Rubén Mendoza-Valdés y Reyna Cardoso-Malaquias
Desde mi punto de vista, todo lo que nos pasa puede ser considerado un texto, algo que compromete nuestra capacidad de escucha, algo a lo que tenemos que prestar atención. Es como si los libros pero también las personas los objetos, las obras de arte, la naturaleza, o los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor quisieran decirnos algo. Y la formación implica necesariamente nuestra capacidad de escuchar (o de leer) eso que tienen que decirnos (2003: 29).
La realidad es que en la universidad no hay una presencia significativa de proyectos que promuevan el acercamiento a los libros porque esta institución pondera la formación instrumental. En la mayoría de programas curriculares de licenciatura lo más común es que se recurra a la lectura informativa que provee datos procesables destinados a la producción o a la aplicación utilitaria. Por eso es necesario Ética en la formación de lectores...
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considerar que al atender el llamado de su vocación profesional y acudir a la universidad para formarse académicamente el lector no deja de ser creativo y tampoco evita reflexionar sobre su ser. Con esa premisa analizamos la formación lectora de alumnos de nivel superior como un vínculo entre educación y lectura. Se entiende que el objetivo de la enseñanza es mucho más complejo que transmitir información. En lo cotidiano, la presencia de la ciencia y la tecnología invaden desde lo más íntimo hasta lo más social de la existencia. La lectura se encuentra en una “dimensión masificadora, consumista, inhibidora, sensacionalista y promotora del éxito y el reconocimiento de ser bien visto como un buen lector” (Álvarez y Giraldo 2008: 99). Esta orientación se relaciona con la creciente presencia de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Con ellas se crea la expectativa de alcanzar mayores niveles de desarrollo al usar recursos de lectura a nivel masivo mediante las nuevas tecnologías, concretamente internet. En esto se percibe el riesgo de convertir al individuo en un mero consumidor de contenidos que antepondrá la obligación de lo que debe leer, según dicten los medios, al gusto de lo que quiere leer. El ejercicio profesional de la bibliotecología, la archivística y la documentación conforma las Ciencias de la Información Documental (CID), conjunto de disciplinas interrelacionadas que investigan las propiedades, comportamientos, almacenamiento, recuperación y diseminación de la información, así como las fuerzas que gobiernan su flujo y uso (Borko, 1968: 63). El referente de origen de las CID es la sociedad de la información,1 aunque ambas surgieron casi a la par. Las CID tuvieron como fin satisfacer las necesidades de las personas mediante un enfoque desarrollista en la intervención social de las bibliotecas. Leer se promovió como una herramienta de aprendizaje de las competencias requeridas para integrar al in-
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antes no teníamos, pero nosotros somos los mismos que antes, nada nos ha modificado” (Larrosa, 2003: 26). Sin embargo, es posible la construcción opuesta siempre y cuando la lectura de temas relacionados con la ciencia sea fructífera para que el lector pueda tener una relación con el mundo social y físico que lo rodea. La formación humana a partir de la lectura es una oportunidad que tiene el individuo de comprenderse en los diversos escenarios en los que convive y busca sentidos. Si sólo se acercara a la literatura narrativa o cientificista, el hombre estaría limitando sus posibilidades y empobrecería su potencial. Larrosa plantea el acto de leer como una experiencia que nos lleva a ser lo que somos (2003). El ser humano se constituye en la lectura y ésta no es un medio para aislarse del mundo cotidiano ni tampoco una forma o mecanismo para obtener conocimiento utilitario. Aún más, no se limita a la decodificación del texto escrito. Al leer se pueden interpretar las experiencias vivenciales, pero tenemos que estar dispuestos a escuchar y ver el lienzo que se nos presenta. Larrosa lo expresa de la siguiente manera:
1 En palabras de Estudillo, “A partir de los años sesenta, aparece una nueva sociedad caracterizada por el incremento de la información, como una definición del mundo moderno creándose un nuevo paradigma para interpretar el desarrollo social sobre la base del uso y empleo de tecnologías de la información. El concepto sociedad de la información lleva muchas suposiciones acerca de lo que está cambiando, y cómo este cambio es efectivo” (2001: 77).
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dividuo en el sector económico productivo. El conocimiento se mercantilizó y la bibliotecología también se enfiló a una tendencia utilitarista del acto lector. Con ello se descuidó la formación de lo humano que permite la re-creación continua por medio del acercamiento a los textos. El interés por encontrar formas de acceder a una transformación humana mediante la lectura en la universidad nos lleva a pensar en el quehacer del bibliotecario, quien se desempeña profesionalmente en las instituciones de educación superior, donde el acto de leer tiene una fuerte carga cognoscitiva. Ramírez (2013) advierte sobre el supuesto de que los estudiantes de estos niveles ya han superado los problemas relacionados con la comunicación escrita por su grado escolar y, por tanto, con el acceso a la lectura. Lo que en esta reflexión nos interesa es la posibilidad de formar al individuo mediante una experiencia que lo relacione con el texto, más que su mera apropiación física. Por lo expuesto anteriormente, juzgamos adecuado usar el término formación de lectores. De igual manera, resulta necesario asumir la práctica lectora como una forma de interpretación del ser en comunidad. Para desarrollar estas propuestas nos aproximamos al concepto de formación desde la hermenéutica de Hans-Georg Gadamer.
La hermenéutica de Gadamer y la formación de lectores Desde finales del siglo XVIII, la idea de que sólo es posible interpretar textos escritos ha quedado superada. La hermenéutica dejó de enfocarse en la exégesis del derecho, la literatura y la teología, para dedicarse a comprender las manifestaciones significativas que dan sentido al ser humano, rescatando la importancia del discurso oral como expresión comunicativa viviente que disminuye la distancia temporal entre lo escrito y lo interpretado (Maceiras y Trebollé, 1990: 25). La hermenéutica del siglo XXI se sitúa en el horizonte del lenguaje: “nuestra pertenencia al lenguaje
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constituye una dimensión esencial del hombre, hasta el punto de que nuestra racionalidad no se puede comprender sino como racionalidad lingüística” (De Santiago, 2011: 96). Todo asunto de sentido tiene que ver con las experiencias, condiciones humanas o vivencias desplegadas ontológicamente en la palabra. Desde la perspectiva humanista, la formación puede ser entendida como el conjunto de posibilidades del ser humano que lo impulsan a pensar en la forma en que puede construirse humanamente. Uno de los contextos en los que se puede dar la formación es el educativo. Para Gadamer, la enseñanza impartida por el sistema escolar es necesaria dentro del conjunto de elementos que integran la formación, pero es preciso entenderla como un medio y no como un fin. A partir de este argumento se puede plantear cómo es posible vincular la actividad profesional del bibliotecario y la formación de lectores. La hermenéutica, en tanto área de las ciencias humanas, se concibió como una reacción ante un exacerbado racionalismo que no podía agotar la reflexión sobre las experiencias en el mundo. Así, la hermenéutica se cimentó en la comprensión como una forma diferente de dar sentido a la vida. En la propuesta de Gadamer, la formación se entiende como algo interior que se da en el modo de percibir, lo cual procede del entendimiento de la realidad. De aquí se deduce que hace referencia a un proceso interno, a una posibilidad del ser humano. Gadamer señala que Hegel ya habla tanto de formarse como de formación cuando recoge la idea kantiana de las obligaciones consigo mismo (2012: 39). En sus palabras, “La formación pasa a ser algo muy estrechamente vinculado al concepto de la cultura, y designa en primer lugar el modo específicamente humano de dar forma a las disposiciones y capacidades naturales del hombre” (2012: 39). Gadamer emplea en su obra la palabra ‘Bildung’, que significa formación, construcción. La nota de los traductores de Verdad y Método I ofrece una acotación sobre el concepto: El término alemán Bildung, que traducimos como ‘formación’, significa también la cultura
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entorno. Bildung es, pues tanto el proceso por el que se adquiere cultura, como esta cultura misma en cuanto patrimonio personal del hombre culto. [...] Bildung [...] está estrechamente vinculado a las ideas de enseñanza, aprendizaje y competencia personal (Ana Agud Aparicio y Rafael de Agapito, en Gadamer, 2012: 38).
Cuando se alude a un proceso en el que se adquiere cultura se refiere a un camino en construcción, de conformación para aproximarse a un estado. Gadamer afirma que en La fenomenología del espíritu Hegel desarrolla una génesis de la autoconciencia verdaderamente libre en sí y para sí misma, y muestra que la esencia del trabajo no es consumir la cosa, sino formarla (2012: 41). En la formación se da una intención que tiene que ver con la consideración de lo que es ajeno, desconocido, y que se puede llegar a conocer con autonomía. Gadamer considera que el saber está relacionado con el pensamiento que puede alcanzar horizontes lejanos: “Horizonte es el ámbito de visión que abarca y encierra todo lo que es visible desde un determinado punto” (Gadamer, 2012: 372). Al no limitarse a un enfoque individual se motiva el enriquecimiento de la formación, haciendo a ésta perdurable. Existe una relación entre el trabajo de formarse y formarse en el trabajo, es decir, en la acción de buscar la formación. Si concebimos el ethos humano como un modo de autodeterminación de los actos frecuentes que pueden llegar a formar hábitos, la lectura debería ser una iniciativa de esencia autónoma. En una conferencia pronunciada en 1999, Gadamer expone entre otras importantes ideas que la educación implica formarse a uno mismo en relación con los otros mediante la conversación. El filósofo también destaca la importancia de aprovechar los recursos personales: “El educar-se debe consistir ante todo en potenciar sus fuerzas allí donde uno percibe sus puntos débiles” (Gadamer, 2000: 35). La educación constituye un recurso para la formación, donde Ética en la formación de lectores...
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mación en los contenidos de la tradición de su
el principio determinante se encuentra en el propio alumno y en su esfuerzo personal. Gadamer propone que la participación de quienes nombramos educadores, ya sean los padres o los maestros, sólo tiene una intervención modesta, pero crucial. Es en este momento de colaboración conjunta que el bibliotecario tiene la oportunidad de ser una figura partícipe. El tipo de lectura que mayormente se realiza en la universidad se cimienta en las exigencias laborales y académicas, esto es, la necesidad de cubrir el programa curricular. En contraste, el quehacer del bibliotecario desde la perspectiva humanista implica promover la realización de la persona junto con el gusto por leer, respetando los tiempos que el lector necesita. El desatino de pretender implementar un hábito en los alumnos por medio de un paliativo que se ofrece a quien se encuentra ‘en falta de lectura’, así como la presencia de que alguien que podrá o tendrá que dosificar los textos constituye una falta de sentido ético. La avidez por los libros no puede despertarse por puro estímulo exterior mediante una técnica. Gadamer explica estos aspectos:
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que posee el individuo como resultado de su for-
La idea es que en cuanto el hombre adquiere un «poder», una habilidad, gana con ello un sentido de sí mismo. Lo que en la auto ignorancia de la conciencia como sierva parecía estarle vedado por hallarse sometido a un sentido enteramente ajeno, se le participa en cuanto que deviene conciencia que trabaja. Como tal se encuentra a sí misma dentro de un sentido propio, y es completamente correcto afirmar que el trabajo forma. El sentimiento de sí ganado por la conciencia que trabaja contiene todos los momentos de lo que construye la formación práctica: distanciamiento respecto a la inmediatez del deseo, de la necesidad personal y del interés privado, y atribución a una generalidad (2012: 41-42).
La formación mediante la lectura implica la autorrealización. Leer libremente comprende un esfuerzo que pone de manifiesto el deseo de renovar y aumentar determinadas facultades internas. Lo anterior tiene Rubén Mendoza-Valdés y Reyna Cardoso-Malaquias
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estrecha relación con otro término fundamental, el ser histórico, que según Gadamer “quiere decir no agotarse nunca en su saberse” (2012: 372), es decir, constituye un movimiento continuo de configuración donde uno se apropia de aquello mediante lo cual puede formarse. ¿Cómo es posible tener una autorrealización en la lectura? Leer es interpretarse en el mundo, y como afirma Larrosa, tiene que ver con lo que nos hace ser. También cabría decir que leemos por lo que ya somos, y a partir de nuestros ámbitos cognoscitivo y creativo podemos interpretar. Gadamer hace una puntualización sobre qué implica esto: “¿qué es realmente la lectura: es una especie de representación ante un escenario interior? […] al leer, hay que crear un escenario si se quiere aquilatar o hacer presente la articulación del lenguaje en toda su envergadura” (1993: 73). Desde la perspectiva de la hermenéutica, acercarse al texto no está en el terreno de la decodificación mecánica, ya que exige orientar la comprensión e interpretación a los constitutivos culturales, sociales e históricos del ser humano. La acción lectora o acto lector tiene su vivacidad y recreación en la literatura. En ella se hace latente la palabra, pues es un medio de comunicación que nos ayuda a comprender: El lenguaje es la realidad propia de lo transmitido en la literatura y es la máxima posibilidad
interior que da paso a la intuición. A diferencia de la exegética, como teoría de la interpretación, la hermenéutica contemporánea establece una estrecha relación entre conocimiento y formación: Una filosofía reflexiva encuentra y quizá salva la idea platónica de que la fuente del conocimiento es en sí misma Eros, deseo, y la idea spinoziana de que es conatus, esfuerzo. Este esfuerzo es un deseo, porque jamás se satisface (Ricœur, 2004: 43).
La formación no es un objetivo fijo pues día a día el individuo se sigue nutriendo del entorno, por lo tanto, no puede entenderse como un punto de llegada para luego inmovilizarse, ya que constituye una tarea a la que nunca puede darse cumplimiento por entero. Esa necesidad es la que promueve la conformación de nuevos horizontes. En el planteamiento de Gadamer se percibe una intención personal. En su sentido originario de formación, el humanismo —paideia, humanitas, Bildung— expresa la posibilidad de ser del hombre, de construirse en la medida en que se proyecta hacia la vida. En el libro Filosofía de las ciencias humanas y sociales. Materiales para una fundamentación científica, Mardones explica la visión de Gadamer con respecto al lenguaje como medio de la experiencia hermenéutica:
de sustraerse a todo lo material y de alcanzar, a partir de la realización lingüística del texto,
Gadamer, desde las reflexiones del romanticis-
una, por así decir, nueva realidad de sentido y
mo alemán sobre la lengua y la comprensión,
sonido (Gadamer, 1993: 74).
nos impulsa a una serie de conclusiones de especial importancia para entender lo que es
La lectura es una experiencia y un acontecimiento del lenguaje que se realiza y reencuentra en la literatura. Gadamer habla del nexo interior entre la lectura y el acto de escuchar. Al respecto, manifiesta: “Donde tenemos que habérnoslas con literatura, la tensión entre el signo mudo de la escritura y la audibilidad de todo lenguaje alcanza su solución perfecta. No sólo se lee el sentido, también se oye” (1993: 74). Lo que se puede ver, oír y sentir es la recreación 58
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la comprensión, y dónde y cómo se realiza:1) comprender es ponerse de acuerdo con alguien sobre algo; 2) el lenguaje es, por tanto, el medio universal para realizar el consenso o comprensión; 3) el diálogo es el modelo concreto de alcanzar la comprensión; 4) todo comprender viene a ser así un interpretar; 5) la comprensión, que se realiza siempre, fundamentalmente, en el diálogo por medio del lenguaje, se
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289).
El diálogo que propone la hermenéutica permite la apertura para comprender la vida. Al respecto, Josu Landa asevera: “La vida en el texto y el texto en la vida: en esto se cifraría un Ethos de la lectura” (2005: 45). Esta afirmación ilustra la posibilidad de sentidos que la lectura ofrece para comprenderse en el mundo, es decir, encontrarse en él mediante un acto reflexivo ante la experiencia humana. Gadamer habla de textos eminentes, aquellos que por su intensidad permiten que la existencia sea habitable y dejan que íntimamente disfrutemos conexiones vivenciales: “Toda nuestra experiencia es lectura, elección de aquello sobre lo que nos concentramos y estar familiarizados, por la re-lectura, con la totalidad así articulada” (1993: 81). De tal forma, la hermenéutica gadameriana es un modo en el cual el ser humano se apropia de su ser, del mundo compartido, comunicable, comprendido y vivenciado en el otro. Con la lectura el ser humano se interpreta y busca el sentido de todo horizonte de posibilidades en la vida.
Reflexión final La formación de lectores en la universidad tiene la necesidad dialógica de encontrar nuevas formas de entendimiento, ya que la vida no puede ser limitada a las relaciones causales y mecánicas de los fenómenos expresados por las ciencias duras, a las que principalmente se tiene acceso en la educación superior. Por lo tanto, la búsqueda de sentidos puede mirar en la formación hermenéutica de Gadamer una posible respuesta al esfuerzo de concebir otras vías del saber que permitan la apertura a un nuevo papel de la comprensión en el terreno cognoscitivo. La lectura que logra modificar, formar o transformar se hace propia desde la experiencia existencial con la intención de incluirla en el modo particular de Ética en la formación de lectores...
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de pregunta y respuesta (Mardones, 2003: 288-
ser. Si se admite que la formación está en el trabajo mismo de formarse, se orienta a la conformación del ethos como un asunto de implicación personal. Es necesario que los programas de fomento, animación y promoción de la lectura que buscan desarrollarla como un hábito reorienten la idea equívoca de que se puede imponer una conducta. La manera de ser, el ethos, depende de la acción propia, y por tanto no es algo dado, sino creado, generado por uno mismo. La obligación deforma mientras que la lectura autónoma apoya el crecimiento y la transformación humana. La formación mediante la lectura necesita flexibilidad de pensamiento creativo y accesibilidad para dejarse decir, saber escuchar al otro, a lo otro, ver al interior, comprenderse en el aspecto individual y entenderse en el espacio social. El texto es decidor, por ello debemos ser escuchas en relación y no pretender apropiación utilitaria. Además de los recursos académicos, informativos o funcionales que se pueden obtener gracias al acto lector, es importante fomentar la formación como principio autónomo que satisfaga las necesidades humanas de reflexión, convivencia, comprensión y diálogo. El inicio de la labor de formar está en uno mismo, pero no es una actividad que se pueda lograr de manera aislada. La búsqueda existencial de sentidos necesariamente transcurre en el entorno cultural, social, afectivo, así como en el sistema educativo. En éste último se encuentran quienes pueden ser acompañantes en el proceso. Si se incluye a los bibliotecarios en la formación de lectores su labor deberá ser clave y cuidadosa para lograr una contribución fructífera a la sensibilidad de la persona, antes que al modelo económico orientado al lucro. La primera responsabilidad ética del bibliotecario es asumir su vocación. Quien pretenda llevar su labor profesional hacia la formación de lectores deberá convencerse de ser su figura acompañante y alentar una perspectiva humanista tanto en la persona a quien asiste como en sí mismo. Por ello se enuncia la necesidad de una implicación ética mutua. Al graduarse, los universitarios se integrarán al campo laboral como médicos, abogados, ingenieros,
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mueve en un círculo encerrado en la dialéctica
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etcétera, sin embargo, esa no tiene que ser la única presencia social que un profesional puede considerar como quehacer en la vida: En ese sentido, la formación humanista, en tanto vía de educación, tiene que motivar la autoconstrucción humana. Finalmente, debido a los cambios sociales generados por las nuevas estructuras sociales y económicas sustentadas mayoritariamente en criterios de consumo, es necesario replantear el concepto de formación de lectores y considerar como pieza clave la profesión bibliotecaria. La discusión sobre el tema debe responder a la pregunta sobre su ser y quehacer frente a un mundo cada vez más apresurado.
Referencias
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Rubén Mendoza Valdés. Doctor en Humanidades. Profesor investi-
gador del Instituto de Estudios sobre la Universidad de la Universidad Autónoma del Estado de México. México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt, nivel uno. Su línea de investigación es Ética. Reyna Cardoso Malaquias. Licenciada en Ciencias de la Informa-
ción Documental por la Facultad de Humanidades de la UAEM. Actualmente cursa el cuarto semestre de la Maestría en Ética en la misma institución.
Rubén Mendoza-Valdés y Reyna Cardoso-Malaquias
La trascendencia del logos universitario: diálogo educativo/diálogo académico eISSN 2448-6302
T he significance of the U niversity logos : educational dialogue / academic dialogue *
pp. 61-70 ISSN 1405-6313
Gustavo A. Segura-Lazcano* Carolina Caicedo-Díaz* Emmanuel Moreno-Rivera*
*Universidad Autónoma del Estado de México, México Correo-e: gustavoseguralazcano3@gmail.com Recibido: 3 de junio de 2016 Aprobado: 10 de agosto de 2016
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Resumen: A partir de la propuesta hermenéutica de Hans-Georg Gadamer, se reflexionó sobre la trascendencia de los diálogos educativo y académico en el ámbito universitario. Se puso énfasis en el intercambio de argumentos como elemento que instaura y renueva el sentido humanista y científico de la sociedad académica, y al mismo tiempo confiere a sus miembros identidad, legitimidad y presencia histórica. Finalmente, se dio cuenta de la importancia del debate cotidiano de nociones y concepciones entre investigadores, profesores y alumnos, para configurar una comunidad plural, defensora de la libertad de pensamiento y consciente de los modelos que sustentan sus interpretaciones. Palabras clave: educación; enseñanza superior; discurso; comunicación en grupo; humanismo Abstract: From the Hans-Georg Gadamer hermeneutic precepts, we reflected upon the importance of the academic and educational dialogues within the University fields. We placed emphasis in the exchange of arguments as a factor that establishes and renews the humanistic and scientific sense of academic community, and at the same time, that gives its members a sense of identity, legitimacy and historical presence. Finally, we conveyed the importance of daily debate about notions and conceptions among researchers, professors and students to shape a plural community that advocates for freedom of thought, and is aware of the models underlying its interpretations. Key words: education; higher science education; speeches; group communication; humanism 61
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a universidad pública es una institución social, lo cual significa que sus integrantes participan de un espacio abierto y privilegiado para el avance del diálogo educativo. A partir de tal premisa, se debe señalar la trascendencia de los coloquios donde académicos, investigadores, profesores y alumnos realimentan sus modelos de pensamiento. Este trabajo explora las formas que adquiere el diálogo en tales espacios y muestra las implicaciones asociativas del encuentro mediante la palabra. La sociedad académica es el colectivo que mejor encarna y representa a la institución universitaria. Realiza tareas educativas y científicas que propician intercambios simbólicos y adquieren el carácter de prácticas reflexivas, experiencias donde la palabra contribuye a esclarecer diversos hechos, visiones, posturas, y confiere sentido a los campos de interés. A partir de la concepción del logos en tanto voz argumentativa, las relaciones interpersonales propias de las sociedades académicas fueron interpretadas a partir de las experiencias personales de los autores. El propósito de esto fue debatir el sentido del diálogo educativo y académico en el quehacer universitario.
La trascendencia del logos Según la tradición filosófica griega, el logos1 constituye uno de los conceptos esenciales del ser humano, pues anuncia la trascendencia del lenguaje en la vida social. Dicho vocablo alude por igual a la palabra, al discurso y a los modelos de racionalidad que traducen el mundo en dicción, es decir, que sustentan un modo especial de expresarse y referirse a alguna cosa. En el lenguaje se manifiesta la lucidez y comprensión del sujeto pensante como “artífice de sus actos de conceptualización, entendimiento y declaración” (Casadesús, 2000: 131). En su obra Ontología. Hermenéutica de la facticidad, Martín Heidegger asevera que a partir de 1
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La noción del logos transitó del griego al latín como ‘ratio’. Para Francesc Casadesús (2000), dicho cambio hace suponer una primera crisis de racionalidad debido a la transformación del significado discursivo y los procesos cognoscitivos implicados en el concepto que terminaron afirmando al hombre como ser racional.
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Aristóteles el logos adquirió la función de “descubrir y hacer conocido lo ente” (2011: 28). En efecto, las palabras hacen presentes las cosas que relatan. Al ser lo expresado, el logos despliega el mundo racional en el cual se establece aquello que tiene sentido para un determinado colectivo humano. Dicho de otra manera, la lingüisticidad nos hace partícipes de las visiones particulares “que nos permiten comprender” (Fernández, 2006: 58). Conforme a tal noción, resulta relevante examinar todas y cada una de las dimensiones del lenguaje y su contexto, tomando en cuenta las significaciones y trayectoria de las palabras de cada disertante. Con respecto a cuánto se manifiesta en el léxico, Hans-Georg Gadamer afirma que los pensadores de la Grecia antigua consideraban al logos un “caudal que partiendo del pensar fluía resonando desde la boca” (2012: 490). Tal torrente de palabras permite externar el mundo interior de las personas y hace posible la fusión de horizontes diversos, territorios íntimos e intersubjetivos. Dicha metáfora nos lleva a imaginar la colisión de afluentes donde el lenguaje juega un papel preponderante en la vida comunitaria. Con lúcida razón, Octavio Paz escribió: “estamos hechos de palabras” (2003: 30). Cualquier frase o discurso, como andar que va y viene, se realiza en el lenguaje. Lo que se piensa y comparte irrumpe como léxico dando cuenta de las conciencias que se hacen presentes. Los textos, tejidos de palabras, extienden mantos que pretenden cubrir las cosas de significados que los trasciendan. De acuerdo con Lev. S. Vigotsky, el lenguaje es “la construcción a través de la cual cada voz y sus expresiones adquieren sentidos particulares en función del contexto donde aparecen” (2015: 313). En su planteamiento hermenéutico, Gadamer atribuye un papel decisivo a la palabra, y afirma que “no sólo es una de las dotaciones de que está pertrechado el hombre tal como está en el mundo, sino que en él se basa y se representa el que los hombres simplemente tengan mundo” (2012: 531). En efecto, la realidad como representación constituye una creación humana vinculada a la lengua que se emplea, y existen mundos a la medida de cuanto se logra expresar Gustavo A. Segura, Carolina Caicedo y Emmanuel Moreno
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parcialmente el mundo implicado y cada conversación anuncia la voluntad o negativa de los individuos por exteriorizar y compartir sus razones.
Universidad y sociedad académica
Gustavo A. Segura, Carolina Caicedo y Emmanuel Moreno
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Desde su origen, la universidad constituye una comunidad reflexiva y dialogante. El término ‘universidad’, próximo por su etimología al significado de único-universal, sugiere las ideas de unidad y totalidad. Desde esta perspectiva, alude esencialmente al espíritu consolidado e imperante de la colectividad dedicada al estudio y la discusión de las ideas. Así mismo, representa la utopía postulada por un grupo de intelectuales que pretenden explicar y comprender la vida y el mundo que les circunda. Con tan meritorio propósito, desde su declaratoria institucional las universidades facultan a sus miembros para explorar horizontes diversos y escudriñar realidades que prometen mejores escenarios de entendimiento y certidumbre para la humanidad. Los principales postulados que guían a la universidad contribuyen al desarrollo de comunidades plurales, practicantes de la libertad de pensamiento e interesadas en cultivar el logos académico vinculado con la voluntad de expandir y sustanciar el intercambio de visiones y argumentos. El diálogo que generan sus integrantes implica relaciones intelectuales por medio de las cuales alumnos, profesores e investigadores adquieren su identidad, legitimidad y presencia histórica. Al tratarse de un proyecto compartido, la universidad configura una entidad indivisible que, aunque diseminada por el mundo, permanece cohesionada por la reflexión más generosa que acompaña al devenir de la humanidad. En tal sentido, el saber que genera y resguarda permanece invariablemente abierto al escrutinio. Cada institución alienta el debate de los modelos y paradigmas que ofrecen las elucidaciones más consistentes. Por tanto, el mundo universitario “encierra el diálogo sobre el futuro de las naciones” (Parent Jacquemin, 2005: 33), y puede ser considerado matriz cultural de la sociedad actual.
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con cada lengua. La extensa variedad de logos anuncia las diversas interpretaciones de las experiencias que los acompañan. La importancia del lenguaje radica finalmente en aquello que instaura y revela algún sentido. Cada logos participa en la apertura y significación de un determinado mundo sobre el cual comunica aquello de su interés. En el diestro y sutil juego que despliegan las palabras y que da vida al lenguaje ocurre el intercambio de significaciones que convalidan la realidad y dan certidumbre a los colectivos. Finalmente, las comunidades lingüísticas confieren valor a las frases y las consideran apegadas a sus prácticas. Al respecto, Gadamer señala que “la vida del lenguaje no se realiza ni se desarrolla al margen de las tradiciones vivas que nutren una humanidad histórica” (2010: 166). La trayectoria de cada logos, como cualidad argumentativa, otorga sustancia a las expresiones y credibilidad a los seres que las formulan. Por este motivo, cada expositor queda obligado a revisar las fuentes y contextos que configuran sus usos del lenguaje. Al construir un discurso, las frases requieren asegurar los juicios y razonamientos implicados en los actos de interlocución que lo originan. Más allá de la forma particular de pensar, cada logos requiere realizarse en un espacio social de entendimiento, condición que posibilita la construcción de los diálogos vinculantes, los cuales surgen de las experiencias que suscita el intercambio de palabras. El momento de la conversación posibilita el encuentro entre discursos dispuestos a interactuar y complementarse. Cada uno de ellos manifiesta las diversas interpretaciones que proporciona la vida propia y colectiva. A pesar del enlace que origina y favorece el lenguaje común, cada diálogo se constituye de experiencias personales, por lo cual incita al logos a narrar desde su tradición aquello que es capaz de dilucidar y traducir en palabras. Al escuchar diversos discursos se reconstruye el mundo propio y ajeno. Aunque se pretenda comprender todo lo que ha sido expresado por otros, sean conocidos o extraños, persisten limitaciones lingüísticas y de entendimiento entre quienes reciben las frases. Cuando se dialoga, asoma
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Con apoyo de las universidades, las sociedades actuales pretenden adquirir el máximo conocimiento y expandir los dominios de la razón. Sin embargo, y más allá de las contingencias que enfrenta cada institución en su contexto, “la Universidad hace profesión de la verdad. Declara, promete un compromiso sin límites para con la verdad” (Derrida, 2002:10). Esta obligación acarrea a los académicos la alta responsabilidad de acrecentar su capacidad de cuestionar e indagar lo que acontece dentro y fuera de las universidades. Al persistir en sus fines, la universidad otorga plenas libertades cognoscitivas y comunicativas a su comunidad; sin tales garantías, las sociedades académicas quedarían impedidas de renovar sus logos y perfeccionar los conocimientos que reclaman escrupulosa revisión. Desde el campo de la filosofía, pensadores de la talla de Georg W. F. Hegel identificaron la universidad como el mejor lugar para hacer prosperar la conciencia de modo notable.2 Para José Ortega y Gasset, dicha institución resulta indispensable para el “fortalecimiento de la cultura de los profesionales y el avance de la ciencia” (2001: 21). Como resultado de las reflexiones que durante varias generaciones han alentado el quehacer académico, la universidad ha llegado a ser considerada como baluarte del humanismo (Bricall, 2004). Para favorecer el proceso de humanización de los grandes colectivos, las universidades han dirigido el estudio y la crítica de los académicos hacia el acontecer social, específicamente hacia aquellos asuntos que afectan negativamente la vida y dignidad de los individuos. Por este motivo, en momentos cruciales de la historia universal han surgido perspectivas emancipadoras que, al señalar las iniquidades que se suscitan en el mundo han propuesto liberar al hombre de los errores e injusticias propiciadas por los sistemas políticos y económicos. En dicha tarea destaca la llamada escuela de Fráncfort,3 difusora de 2 Al referirse a Christian Wolff, Hegel destaca la trascendencia de enseñar filosofía en las universidades alemanas. 3 La llamada escuela de Fráncfort constituye un proyecto de reflexión crítica. Su visión plantea un cuestionamiento severo de las condiciones sociales e históricas que imponen los sistemas económicos y políticos a la vida de los pueblos. Su
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un pensamiento crítico que ha motivado a numerosos grupos a cuestionar sus entornos, dinámicas y significaciones. Como institución humanista, la universidad está facultada para examinar las contradicciones del mundo real. Su misión radica en hacerlas comprensibles, al grado de sugerir los cambios sociales necesarios para combatirlas. Con tal propósito, los académicos no pueden quedar impedidos de opinar sobre dichos asuntos, y mucho menos deben ignorar deliberadamente los hechos que involucran situaciones de dominación y abuso, o que ponen en riesgo al hombre. La universidad es también un proyecto social que se realiza cuando sus miembros enfocan sus conocimientos a la vida cotidiana. El espíritu académico se renueva en el encuentro de conciencias en diálogo, acto en el cual se fusionan diversas vocaciones y talentos que deciden debatir sus elucidaciones y revisar los fundamentos de las mismas. Por medio del choque de saberes, los individuos contribuyen a enriquecer y renovar sus perspectivas. Las interacciones comunicativas fecundas movilizan los referentes contextuales, teóricos y analíticos que cuestionan las estructuras supeditadas a diferentes disciplinas académicas.4 La universidad se forma de individuos con profundas convicciones humanistas y científicas, hombres y mujeres que hacen evidente su condición dialógica,5 personajes que trascienden las fronteras formativas y logran instaurarse como defensores de los máximos atributos de la razón, la sensibilidad y la palabra. Dicha comunidad se unifica y despliega origen se remonta a los escritos de Max Horkheimer y se consolida en los trabajos de Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Erich Fromm, Jürgen Habermas y Karl-Otto Apel, entre otros. Actualmente, Axel Honneth es responsable del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Fráncfort. 4 La institucionalización de la universidad origina que los conocimientos adquieran forma de disciplinas y campos de especialización. Esta segmentación del conocimiento deriva en una cierta organización del saber que determina las maneras de observar el mundo. 5 Las primeras universidades en Occidente se constituyeron durante la Edad Media y fueron el resultado de incipientes asociaciones de alumnos e intelectuales interesados en dialogar libremente.
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En la relación Sócrates-Platón se configura un coloquio orientado a confrontar y orientar el pensamiento. En tal intercambio se manifiestan los principios del diálogo académico. Cualquier práctica educativa supone la instauración de finalidades que son determinadas por la dinámica social.
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“estamentos y clases que derivan de un determinado orden económico” (Weber, 2005: 242). Al operar meramente como espacios que favorecen los aprendizajes profesionales, las universidades reducen considerablemente sus horizontes culturales y de reflexión. Esto termina contradiciendo los principales propósitos y postulados que les fueron conferidos. Sin embargo, cada sociedad académica responde a su contexto, por ello termina siendo afectada por los procesos sociales del entorno, los cuales le inducen a desempeñar nuevas tareas que habrán de rivalizar con sus funciones principales. La correlación de fuerzas e intereses influye sensiblemente sobre los ámbitos intelectuales y las áreas laborales. Los requerimientos y eventualidades del medio profesional, territorio adyacente al sistema económico, desafían los ideales académicos e inhiben los objetivos orientados en principio a “constituir un ser libre y pensante” (Ortega y Gasset, 1985: 390). La universidad suele ser amenazada constantemente por agendas extraacadémicas que tienden a transformarla. Por esta razón, sus miembros se ven obligados a proteger y preservar los fines culturales, más aun aquellos que amparan sus valores supremos y trascienden los dictados del sistema político y económico vigente.
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en logos que debaten y pretenden ser el pensamiento más avanzado de su época, siguiendo una tradición milenaria.6 Las cualidades académicas de los universitarios son la materia principal que sostiene el trabajo generador y difusor de su visión, siempre orientada a esclarecer el mundo y fortalecer el sentido humano de la existencia. Gracias a la institución universitaria, la conciencia explora y evalúa el estado del conocimiento, posibilitando el cuestionamiento ineludible de las circunstancias que enfrenta la humanidad en cada momento y que inciden en el curso de la historia de los pueblos. Por esta causa, los académicos consideran el entorno social como origen y destino de su quehacer, y precisan descubrir las contradicciones que lo constituyen y determinan. Cada comunidad universitaria traduce su labor científica en una serie de compromisos de orden social orientados a comprender y superar las adversidades que enfrenta el colectivo, primordialmente desde el campo de las ideas. La noción de humanidad que se expresa y avanza en todo individuo constituye el principio esencial que alimenta la esperanza de los universitarios de propiciar una mejor convivencia y lograr un mundo más equitativo. Con frecuencia, las universidades son apreciadas únicamente por su calidad como centros de profesionalización. Bajo esta óptica, se les ha llegado a considerar centros de educación superior, es decir, recintos en los cuales las generaciones en turno adquieren suficientes competencias y cultura para operar en campos laborales que resulten de su interés. En dicha tónica, el conocimiento científico se estima como la materia prima de las relaciones educativas que derivan de su carácter ontológico.7 Como resultado de los efectos del sistema económico imperante, el saber que produce la universidad tiende a ser valorado por la utilidad que reporta al ejercicio profesional y las expectativas de ascenso social de los participantes, vinculadas con los
Interlocución y finalidades educativas Junto a las diversas concepciones, modelos y prácticas educativas que hoy rivalizan y enriquecen el medio universitario, persiste el interés de autoridades y pedagogos por depurar los actos comunicativos implicados en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Educar implica apropiarse de ciertos contenidos significativos y colaborar en la constitución del sujeto.8 Asimismo, conlleva la transferencia de conocimientos de una generación a otra. Al respecto, Émile Durkheim puntualizó: “la educación es la acción ejercida por la generaciones adultas sobre aquellas que no han alcanzado 8
Educar implica constituir al individuo social y hacerlo consciente de su condición histórica.
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el grado de madurez necesario para la vida social” (1999: 32). En su modalidad formal y escolarizada, la educación universitaria implica una guía conductora a cargo del grupo que aventaja en conocimiento y dominio profesional a los discentes. Por tal motivo, Gadamer consideró que “la conversación entre maestro y discípulo es sin duda una de las formas originarias de experiencia dialogal” (2010: 207). En la práctica educativa subyace el diálogo como recurso de socialización y acceso al conocimiento, una práctica que demanda adquirir los conceptos y lenguajes propios de cada disciplina, los cuales pueden o no requerir o ser susceptibles de interactuar con otras áreas de conocimiento. De acuerdo con J. Houssaye, la estructura del diálogo pedagógico configura “una triada originaria; estudiante-saber-profesor, que anticipa una situación asimétrica, resultado de sus diferencias de posición y funciones” (Jean Houssaye, en Postic, 2000: 122). Debido a la difusión de modelos educativos emanados de la llamada escuela nueva,9 en décadas recientes se ha pretendido apartar del aula las modalidades expositivas y reservarlas únicamente a los profesores más notables. A pesar de ello, el docente continúa siendo el principal orador, el personaje que adopta el monólogo como forma expresiva e impone a su audiencia un logos único que se legitima bajo la propuesta institucional de que el profesor es el poseedor del máximo saber. Con base en ello, cada docente reclama el derecho de hacer uso privilegiado de la palabra y se apropia de la escena escolar. A causa de tales asimetrías, el catedrático orador termina por impedir el diálogo, en el mejor de los casos por ser un modo de interacción innecesario o contrario al propósito de escuchar el logos erudito. Evidentemente, el encuentro de especialistas en campos afines y en formato de simposio contribuye a producir el diálogo entre pares. Aunque hoy en día no se haga tan evidente la condición asimétrica entre profesores y alumnos debido a las prerrogativas que derivan del libre acceso a la
información por medios digitales como el internet, la relación educativa continúa identificando al profesor como el sujeto mejor informado y con mayor experiencia, condición distinta a la de los estudiantes, a quienes se les considera individuos con saberes limitados y carentes de práctica profesional. Tal contraste social, cada vez menos atribuible a la diferencia de edades, constituye el factor definitorio del encuentro escolar en tanto posibilidad real de intercambio y libre interlocución. Al respecto, Gadamer asegura que “la educación y la formación existen en las acciones concretas de educarse y formarse, lo cual sólo es posible a través del logos (1991: 77). Al manifestarse diversos propósitos en el encuentro entre profesores y estudiantes, el medio instituido ofrece rutas prescritas para el intercambio lingüístico. En general, el profesor asume el rol de orientador y esclarecedor de contenidos, mientras los estudiantes demandan información acorde con sus expectativas de formación. La adquisición de códigos especializados propios de cada disciplina reduce las distancias cognoscitivas entre los involucrados. Derivado de ello, el diálogo educativo concentra sus esfuerzos en la fase informativa y anticipa las respuestas que serán requeridas por los discentes, junto con los casos y asuntos más relevantes asociados con la práctica profesional. El desempeño eficaz de los profesores en sus tareas generalmente propicia aprendizajes significativos entre los estudiantes, sector que en reciprocidad deberá mostrar su interés y tenacidad por adquirir saberes y desarrollar habilidades notables en su área de conocimiento.10 Durante el acompañamiento que el docente hace al proceso de profesionalización de los futuros colegas, el diálogo educativo adquiere formas diversas, como las expositivas, aclaratorias e interrogativas. Estas modalidades derivan de los objetivos anunciados en los programas de estudio. Aun cuando el discurso del docente pueda ser custodiado por charlas coloquiales y otras expresiones de camaradería, el intercambio académico no puede suplir o distraerse de su principal
9 La escuela nueva es la visión pedagógica que prioriza el aprendizaje sobre la enseñanza. Este enfoque alienta la interpretación, el diálogo y el contacto con el mundo real entre los participantes, y fortalece la conciencia, la colaboración y la autoevaluación.
10 En la sociedad de la información y la economía del conocimiento estos aspectos han adquirido nuevas dimensiones y posibilidades de realización y constatación debido al avance de las tecnologías de la información y la comunicación.
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Los desafíos del diálogo académico Consideremos lo ‘académico’11 como aquello concerniente al grupo de intelectuales y estudiosos que deciden dialogar con el afán de compartir y vitalizar sus reflexiones. En este sentido, implica la acción orientada a contrastar diversas nociones, interpretaciones y recursos argumentativos, hecho que presupone la manifestación de los diversos logos que configuran la comunidad dialogante. Visto así, el hálito de lo académico radica por igual tanto en la acción de expresar como en la necesidad de comprender lo que acontece. El diálogo es un factor que vigoriza el quehacer universitario. Mediante el intercambio de ideas se fortalecen los conocimientos, se acrecienta el entendimiento y se expande la conciencia de la comunidad pensante. Al dialogar se revelan los vínculos de colaboración existentes y posibles entre los individuos que aspiran a renovar sus logos. De este modo se hacen presentes los principios orientadores de las tareas universitarias, 11 El término se encuentra vinculado con la Academia de Platón, la cual evoca la leyenda del héroe Akádêmos, personaje mítico cuya palabra evitó que Atenas fuera víctima de la destrucción.
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hecho que favorece el avance de la conciencia crítica y la acción solidaria. Por medio del encuentro en la palabra, los académicos aventajan y dignifican sus modelos interpretativos. Una vez que los argumentos propios se someten a la opinión de los pares, es posible realimentar lo que fundamenta cada logos manteniendo el formato de participación alternante. El propósito de confrontar diversas versiones es valioso, no sólo para los sujetos involucrados, dado que puede despertar interés en otros colectivos y propiciar ulteriores desarrollos. Bajo esta óptica, dialogar contribuye a expandir y vigorizar los afanes universitarios, sitúa a los interlocutores fuera de los límites preestablecidos y propicia mejores elucidaciones. El intercambio de ideas constituye una vía de entendimiento entre los seres humanos por medio del cual los participantes se hacen legibles. Debido a esto, durante el encuentro académico cada individuo puede trascender sus dominios y fronteras, se libera del silencio impuesto y tiende un puente hacia otras perspectivas y mundos. En la palabra se manifiesta la presencia del ser que adolece de certezas absolutas y anhela revisar su rumbo, comprender mejor su realidad y entenderse a sí mismo. A pesar de la relevancia que se atribuye al acto de conversar, constituye un esfuerzo siempre interrumpido por aquellas tareas que inhiben y suprimen la libre expresión. El diálogo resulta siempre un horizonte inexhausto, más no por ello intrascendente en la construcción de sentidos de vida y la formación de la conciencia individual y colectiva. El intercambio de ideas es una característica indispensable del mundo académico, sin embargo, para ningún colectivo es una empresa fácil de lograr y menos aún de mantener vigente. Incluso en las universidades más prestigiosas, los diálogos asoman de manera intermitente debido a que su desarrollo exige actitudes maduras y capacidades afines entre los interlocutores. El sentido de identidad que provoca y reafirma la comunicación entre pares sintetiza los referentes críticos que habrán de transformar a los individuos en auténticos académicos. Al ser parte esencial de la dinámica universitaria, el encuentro requiere que el discurso empleado no evada,
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encomienda: servir como sustrato de la experiencia formativa, lo cual no excluye la posibilidad de nuevos aprendizajes también para el docente. El encuentro educativo vitalizado por la empatía entre pares intensifica los procesos comunicativos y cognoscitivos, lo cual favorece la identidad disciplinaria y la socialización de los saberes cardinales. La prevalencia del diálogo educativo y la posibilidad de sumar nuevos interlocutores pende de la estrategia didáctica desplegada por el profesor. La continuidad y expansión del encuentro enriquece la perspectiva que ofrece la profesión. El propósito de intercambiar saberes puede conducir a los participantes a emprender nuevos aprendizajes. Al ser el escenario propicio para que ocurra la multidireccionalidad comunicativa, el medio educativo contribuye a su manifestación en la medida en que los actores logren apreciar el “diálogo como vehículo de entendimiento social” (Bautista de la Torre, 2004:10).
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mucho menos traicione, su compromiso por declararse en contra de aquellas realidades que lesionan la vida humana, y que ante cualquier amenaza que asome posibilite la “salvación por la palabra” (Bordelois, 2004: 106). Para que ello ocurra se demanda de los interlocutores plena sinceridad y firmeza para desentrañar las situaciones que les afectan; de esta manera pueden avanzar, acompañados de otras voces, en el enjuiciamiento de las perspectivas propias y ajenas, configurando un escenario capaz de expandir sus horizontes. Debido a que todo coloquio reclama profundizar y revisar lo que se afirma, resulta necesario adentrarse en el campo de las significaciones y sentidos instaurados. Para lograrlo es indispensable alentar el interés de los dialogantes por comprendersecomprendiendo, lo cual implica aceptar que en todo intercambio de palabras se cuestionen, confirmen y modifiquen los propios modelos, así como las capacidades interpretativas. Por efecto del trabajo científico y las reflexiones humanistas que tienen lugar en los ambientes universitarios, el diálogo vitaliza e instaura el sentido social entre sus miembros. Contrario a ello, en la medida en que se inhibe o impide el intercambio de las ideas dentro de las instituciones superiores se extingue el propósito y sentido de la ciencia en tanto conciencia colectiva. Sin diálogos que permanezcan activos, las actividades académicas se desvanecen mientras prevalecen las cuestiones adjetivas y regulativas en la institución. Los actos que incomunican a los miembros en sus labores cotidianas trastocan el avance del proyecto social en que se encuentran involucrados. Ejemplo de ello suele apreciarse en los dispositivos y mandatos burocráticos que más allá de fortalecer las funciones sustantivas de la universidad la convierten en un organismo escolar, o peor aún, en una empresa empeñada en incrementar la rentabilidad de sus productos. La universidad egregia se constituye por medio de la comunidad pensante, aquel colectivo consciente de sus circunstancias y posibilidades de intervención en la realidad social. Los académicos representan 68
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uno de los mayores logros de la sociedad contemporánea en tanto conciencia de sí misma. Al dialogar, sus miembros acrecientan sus capacidades sensibles e intelectuales y son capaces de renovar los modelos de interpretación instaurados, lo cual expresa un esfuerzo colectivo por liberar el pensamiento de ideologías innecesarias. En la misión trascendental encaminada a generar nuevo y mejor conocimiento, ninguna comunidad universitaria puede considerarse un modelo perfecto a seguir, pues los procesos reflexivos y dialogantes nunca concluyen de manera definitiva. Incluso en las más modestas instituciones de nivel superior, circunscritas a precarias infraestructuras, pueden emerger planteamientos y desarrollos notables por vía del diálogo y la colaboración entre académicos. El mundo intelectual de la universidad se configura gracias al intercambio de ideas. Se trata de alentar un proceso en el cual el saber acumulado y la voluntad de comunicar logren constituir el espacio de reflexión donde se puedan debatir los diversos modelos de racionalidad y eticidad hasta lograr su comprensión. En la medida en que el trabajo y el diálogo se armonizan y realimentan, la vida académica prospera y contribuye realmente al avance significativo del conocimiento, ingrediente indispensable para el perfeccionamiento de la sociedad y la transformación del mundo en un lugar equitativo, viable y sostenible. Por el contrario, cuando ambas tareas se desarticulan, o bien, disminuyen su presencia en su entorno, el porvenir se desdibuja y el proyecto humanista de la institución se extravía. Aunque de modo arbitrario y por inercia se continúa segmentando el trabajo académico por medio de las llamadas funciones sustantivas, el diálogo puede unificar a los universitarios. La docencia promueve la discusión formativa, la investigación reclama el encuentro de los expertos y la extensión universitaria pugna por la comunicación cercana a la sociedad. Es así como en la universidad se cultiva el gran diálogo que garantiza el encuentro de perspectivas diversas y expresa el espíritu solidario de una comunidad sensible y pensante. En efecto, mediante el intercambio Gustavo A. Segura, Carolina Caicedo y Emmanuel Moreno
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los fundamentos que las constituyen. Se trata por tanto de estimular el intercambio de ideas que permita a los interlocutores descubrirse como protagonistas y depositarios de un logos que los trasciende, una tradición de pensamiento orientada a explorar los horizontes y significaciones que sustentan la convivencia humana. Dialogar implica dignificar la palabra y buscar el entendimiento junto a otros. Conversar nos humaniza. Este ensayo deja abierto el debate sobre la trascendencia de los diálogos educativos y académicos que los universitarios requieren cultivar, un tema que por su naturaleza resulta cardinal para la vida institucional al poner de manifiesto el propósito del humanismo dialógico12 como eje conductor de las tareas científicas y profesionales. Asumir la universidad como comunidad implica necesariamente apropiarse de la palabra que revela cuanto se ha sido y se pretende ser.
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de ideas entre los universitarios la conciencia social y científica logra impulsar las labores académicas y favorece la comprensión del sentido que guía a los intelectuales hacia una prospectiva de trascendencia histórica y cultural. En vista de que la premisa hasta aquí expuesta es correcta, los universitarios permanecen convocados en todo momento a dialogar sobre el sentido y significado de sus tareas, hecho que permite renovar sus teorías y transformar con acierto sus entornos. Fortalecer la conciencia académica insta a relacionar la vida universitaria con el contexto social, ámbito donde se debaten diversas voces que reclaman a los universitarios ser congruentes con su vocación científica y humanista. Al ser fortalecido por el diálogo académico, el trabajo que se realiza al interior de la universidad terminará incidiendo deliberadamente en la formulación de proyectos colectivos pertinentes y favorables a la sociedad, escenario que expresa las convicciones más enraizadas de los núcleos académicos.
Referencias Reflexiones finales Los ámbitos universitarios animan al diálogo educativo de forma expedita, sin embargo, rara vez mantienen vigentes los coloquios académicos orientados a renovar sus perspectivas y alentar la conciencia solidaria. Por medio de programas didácticos e intercambios de ideas entre docente y alumnos, los universitarios asumen tareas formativas que resultarán congruentes con los cometidos profesionales. Las posibilidades de encuentro en la palabra incitan a los investigadores, profesores y estudiantes a emprender reflexiones filosóficas y científicas orientadas a la comprensión de los diversos modos de interpretar e intervenir en el mundo. El diálogo educativo favorece el avance intelectual, mientras que el debate académico configura la identidad que confiere sentido a la comunidad pensante. Por medio de la discusión, los expertos pueden confrontar las perspectivas más diversas y develar La trascendencia del logos universitario...
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Tocadiscos (2016). Fotografía: Guillermo Romero-Zarazúa. Prohibida su reproducción en obras derivadas. Gustavo A. Segura Lazcano. Profesor de la Facultad de Planeación
Urbana y Regional de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), México. Es doctor en Educación por la Escuela Libre de Ciencias Políticas y Administración Pública de Oriente, México. Forma parte del cuerpo académico Hermenéutica y Cotidianidad del Centro de Investigaciones Histórico Socioculturales de la UAEM. Entre sus publicaciones recientes están: “Desempleo juvenil y matrícula universitaria en México ¿Transición al desarrollo o esquizofrenia?” (Elementos, núm. 101, 2016), en coautoría con Eduardo Loría, y el capítulo “Los entornos de innovación y responsabilidad social para la universidad pública en condiciones de globalidad” (en Humanismus und Ethik als Brücke zwischen den Kulturen, 2013). Correo-e: gustavoseguralazcano3@gmail.com Carolina Caicedo Díaz. Profesora-investigadora de la Facultad de
Química de la UAEM. Doctora en Educación por la Escuela Libre de Ciencias Políticas y Administración Pública de Oriente. Forma parte del cuerpo académico Hermenéutica y Cotidianidad del Centro de Investigaciones Histórico Socioculturales de la UAEM. Recientemente publicó el capítulo “Ética profesional de los egresados de Química en Alimentos” (en Humanismus und Ethik als Brücke zwischen den Kulturen, 2013). Correo-e: ccaicedod@gmail.com Emmanuel Moreno Rivera. Profesor de tiempo completo de la Facul-
Dúctil encuentro (2016). Fotografía: Guillermo Romero-Zarazúa. Prohibida su reproducción en obras derivadas.
tad de Economía de la UAEM. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Tulane, Estados Unidos. Es miembro del cuerpo académico Hermenéutica y Cotidianidad del Centro de Investigaciones Histórico Socioculturales de la UAEM. Entre sus publicaciones se encuentra: “Narciso Bassols, intelectual y revolucionario mexicano” (en Humanismo mexicano del siglo XX, 2005), “Genealogía teórica del estudio de la pobreza y la marginación en América Latina” (en La visión de la pobreza desde las regiones de México, 2005), y “Desarrollo humano y pobreza en el Estado de México” (en A media legua. Repensando el desarrollo rural, 2006). Correo-e:emmanuelmore@hotmail.com
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José Fuentes Mares: estampas para 1 una historia de la filosofía mexicana J osé F uentes M ares :
hallmarks for a history of
M exican
philosophy *
pp. 71-85 ISSN 1405-6313
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Jorge Ordóñez-Burgos*
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Resumen: Se analizó la relación entre literatura, historia y filosofía en la obra de José Fuentes Mares. Se hizo énfasis en el análisis del discurso usado por el autor, cuya logra adentrarse en recovecos del pensamiento mediante métodos convencionales de reflexión. En especial, se revisaron algunas de las narraciones que el intelectual escribió sobre aspectos de la vida de filósofos mexicanos, plasmados en artículos periodísticos, memorias y ensayos. Se determinó que la categoría ‘estampas’ era la más adecuada para definir estos relatos donde se describe la personalidad de los personajes, acentuando pasiones y obsesiones, amistades y odios. Finalmente, se concluyó que tales textos constituyen un complemento importante para la historia de la filosofía mexicana, ya que destacan la obra de sus protagonistas, pero también su lado más humano. Palabras clave: investigación histórica; literatura; filosofía; intelectuales; biografía Abstract: We analyzed the relationship between literature, history and philosophy in José Fuentes Mares’ work. We focused on the speech used by the author whose richness manages, through conventional reflection methods, to go deep into the nooks of the thinking. Specially, we reviewed some of the stories written by this author about some aspects of Mexican philosophers’ life captured in journal articles, memories and essays. We established the term ‘hallmarks’ as the most accurate to define these stories describing the characters’ personality, stressing their passions, obsessions, friendships and hatreds. Finally we concluded that such texts are a very important complement to the history of Mexican philosophy since they highlight their protagonists’ work as well as their most human face. Key words: historical analysis; literature; philosophy; intellectuals; biographies
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* Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México Coreeo-e: jordonez@uacj.mx Recibido: 6 de septiembre de 2016 Aprobado: 14 de octubre de 2016
1 Este artículo se presentó el 11 de agosto de 2011 a manera de charla en un ciclo de conferencias con motivo de la exposición “Intravagando en la vida y obra de José Fuentes Mares”, organizada por la Casa Chihuahua Centro de Patrimonio Cultural. La muestra retrospectiva se compuso por documentos, fotografías y objetos personales. El texto leído entonces ha sido modificado para su publicación.
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osé Fuentes Mares (1918-1986) fue un filósofo, historiador, abogado y literato chihuahuense. En la escena nacional se le conoce principalmente por el trabajo histórico que desarrolló, enfocado en la revisión de acontecimientos políticos del siglo XIX, en particular, la polémica alrededor de la presidencia de Santa Anna y su lectura escéptica de la Reforma. Con implacable tenacidad buscó borrar la aureola que el sistema colocó a los héroes patrios y dedicó un denodado esfuerzo a investigar la figura de Benito Juárez. Sus indagaciones tuvieron tal impacto que por presiones de grupos políticos de dentro y fuera del Estado se le exigió renunciar a la rectoría de la Universidad Autónoma de Chihuahua en 1959 (Fuentes Mares: 2002). Entre su trabajo literario pueden contarse obras de teatro, novelas y cuentos en los que la crítica histórica es constante. También fue colaborador de diversos medios impresos, entre los que se encuentran Diorama de la Cultura, suplemento de Excélsior, Siempre! y Proceso. En lo que atañe a la filosofía, Fuentes Mares siempre se valió de ella como herramienta para la confección de la pesquisa histórica, además de estar presente en diálogos de personajes ‘ficticios’ y en frases graves que salpican sus novelas a manera de aforismos. El material filosófico de corte académico que escribió data de la década de los cuarenta del siglo pasado. Se compone por el estudio introductorio a unos textos de Gabino Barreda, así como por tres ensayos: uno sobre el pensamiento político-jurídico de San Agustín, otro sobre Kant y el Occidente, y un tercero acerca de la identidad del mundo hispano. En España publicó un artículo sobre la filosofía mexicana de la primera mitad del siglo XX.2 Todos estos escritos se encuentran reunidos en el volumen 5 de las Obras del chihuahuense (2012), a excepción del texto “México en la hispanidad, ensayo polémico sobre mi pueblo” (2014), que aparece en el tomo 4 de la misma compilación. Los escritos que constituyen la materia prima del presente ensayo son fundamentalmente artículos de 1
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Para mayor información sobre la obra de Fuentes Mares, se puede consultar el artículo “José Fuentes Mares (1918-1986)” (s/f: 1-7) de Jorge Ordóñez Burgos, así como su revisión bibliográfica (Ordóñez Burgos, 2014: 1993-2031) y la de Luis Muro (1986).
Diorama y Proceso. Algunos de ellos fueron reelaborados y aparecieron con modificaciones menores en Intravagario (1985), memorias que publicara Fuentes Mares un año antes de morir.
Estampas Para ilustrar mejor el título del presente artículo, vale la pena preguntarse por qué hablamos de estampas. Un colega de Fuentes Mares, el jurista alemán Gustav Radbruch, afirma: Cuando el arte de leer no se hallaba todavía tan extendido como hoy, las gentes acreditaban mayor talento para entender las estampas e interpretar las alegorías. A medida que nos hemos ido divorciando de la contemplación plástica, para orientarnos hacia los conceptos, las alegorías han ido perdiendo, para nosotros, valor y sentido. Apenas nos damos cuenta ya de que existió, en un tiempo, una forma alegórica de arte que atrajo y entretuvo a los hombres por espacio de varios siglos: la emblemática. Y fue precisamente un gran jurista, Andreas Alciatus (1492-1550), quien creó esta modalidad artística. Cierto es que esta emblemática se basaba ya en la combinación de la estampa y la palabra, pues sus alegorías eran demasiado complicadas para que pudieran entenderse sin los versos que la acompañaban. De aquí que la autonomía de las artes, es decir, la separación del arte de la palabra y el arte plástico imperante desde los tiempos del Laocoonte de Leßing, asestara la puñalada de muerte a la emblemática. Lo cierto es que desde entonces desapareció enteramente el gusto por las alegorías (1951: 138-139).
Podemos entender una estampa como una especie de corte practicado al entorno. Quien escoge una fracción del todo para acentuar ciertos aspectos emprende un proceso exegético en el que se omiten
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Un poco de historia Una exposición sucinta de los antecedentes de la estampa moderna podría ayudar a comprender mejor su propósito y lógica, sin embargo, hace falta expandir las fronteras de la concepción convencional que se tiene de ‘plástica’ y de ‘texto’. Para no divagar demasiado por los intrincados callejones del pasado, hago algunas menciones puntuales. La palabra ‘historiola’, acuñada en el siglo pasado, identifica episodios mitológicos abreviados, recogidos en papiros mágicos egipcios y óstraca ptolemaicos y grecorromanos. En ellos se acentúa la faceta de un dios benefactor cuyo fin es interceder en favor del fiel. Poderes de protección contra demonios, facultades curativas o inspiración para adivinar y alcanzar la sabiduría se invocan a partir de ensalmos. Aunque las primeras historiolas
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pueden encontrarse en textos como el Papiro de Ebers (Wreszinski, 1913), que data del 1536 a. C., la mayoría de ellas pertenece al período helenístico. El óstracon tenía el boceto del dios protector y una pequeña inscripción al pie o reverso. Además de fungir como amuleto, estas lajas fueron un medio perfecto para difundir nuevas ideas religiosas, constituyendo tal vez la versión más arcaica de estampas de santos y escapularios. En lo que respecta al mundo griego, además de haber contribuido significativamente al desarrollo de la pintura, la alfarería fue un instrumento de gran valor para difundir información, creencias políticas y sacras. En ocasiones sirvió también como una herramienta muy eficaz para hacer propaganda, incluso ‘publicidad’, dado que retrataba guerreros míticos que personificaban la participación de alguna polis en batallas reales. Las vasijas estaban decoradas con figuras de personajes célebres o dioses, en ellas se plasmaba la versión contemporánea y local de hechos históricos o escenas religiosas. En tiempos de guerra o durante las fiestas circulaban recipientes que materializaban el espíritu heleno. La alfarería podía difundir las creaciones de los poetas, por ejemplo, de los comediógrafos, quienes recomponían la literatura y la mitología señoriales creando personajes grotescos, no por ello de menor impacto para el público de entonces. En otros casos, las piezas de cerámica pecaban de tradicionalistas y conservadoras, mostrando a personajes como Edipo y Odiseo con estricto apego a la estética señorial de la Grecia arcaica. En estas obras se exhibían actitudes y convencionalismos ya establecidos en cantos que la tradición oral llevaba y traía por todas partes. La segunda rapsodia de la Ilíada (Homero, 2014) es una de las fuentes más citadas para la caracterización de los héroes bélicos. Recuérdese que en ella el aedo pasa lista a señores y embarcaciones dispuestos en el Pireo para zarpar a Troya. Lejos de ser los objetos de veneración que hoy atiborran las vitrinas de los museos de primer mundo, la alfarería griega producía objetos que servían en la vida cotidiana. Se trataba, simplemente, de trastos que contenían aceite, ungüentos medicinales o
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o minimizan elementos circundantes con el fin de realzar personajes, paisajes u objetos. La estampa no mutila, concentra la observación del espectador en detalles que convienen a quien la elaboró. Por ejemplo, nuestra lotería mexicana, compuesta por figuras tan variadas como el alacrán, el diablito, la chalupa o la guitarra, silenciosamente da cuenta de creencias, temores, costumbres y lenguajes. Aunque se exhiban en apariencia ‘incomunicados’, el valiente, el soldado y el catrín remiten a una semiótica profunda en la que estos elementos tienen lazos indisolubles. La estampa, pues, es un instrumento vinculante de significados que podría obedecer a una semiótica de guerra de guerrillas muy al estilo de Mao. Ésta se desarrolla a partir de aparentes células atómicas, no obstante, su poder para golpear al enemigo descansa en la fuerte raigambre que tiene con el pueblo, además de los lazos que conectan a las milicias entre sí. Al quedarnos exclusivamente con aquello que se dibuja en la estampa, pervertimos el sentido de sistema que le da razón de ser. Una estampa no es rigurosamente descriptiva; no resuelve dudas, quizá las motiva.
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Crátera acampanada de fondo negro, figuras pardas y detalles en blanco. Proviene del Puglia, Italia. Está datada entre el 380-370 a.C. Pertenece al British Museum. Tiene una altura de 38 cm. La figura más visible de la pieza es Quirón, de edad avanzada y con notorio trasero. El centauro, mítico preceptor de medicina de Asclepio, habitaba una caverna sagrada y conocía de misterios al grado de ser iniciador de dioses. Aquí es mostrado de forma tal que ofrece un banquete para cualquier psicoanalista.
filtros mágicos. Así, se creaba la urna que guardaba las cenizas de un difunto, la jarra con la que se servía el agua o el vino, los platos donde estaba la comida, los envases de perfumes y miel. La pieza de alfarería fijaba ciertas imágenes en la mente de los usuarios a tal grado que lograban pasar desapercibidas con el paso del tiempo. Entre estas figuras encontramos a Hermes con pétaso y sandalias aladas, a Dioniso acompañado de hiedras y vides, y a Asclepio armado con el caduceo que tantas especulaciones avivó en los últimos cien años recientes. Los antiguos captaban 74
el bulto de la estampa y se apropiaban de ella, de modo que no se perdían analizando detalles, símbolos y metáforas. Otros objetos creados para transitar de mano en mano fueron las monedas. Entre griegos y romanos circulaban trozos de bronce y plata, en una de cuyas caras se apreciaban figuras de dioses, patronos de ciudades o soberanos ataviados con vestimenta ritual cuyas características se tomaban arbitrariamente de la imaginería ancestral o de lugares distantes. Los sujetos de dichas representaciones estaban
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provistos de armas, cetros o instrumentos mágicos que los dotaban de poder ilimitado. En la otra cara de la moneda se veía con frecuencia un elemento característico de la ciudad de acuñación, siendo éste una manifestación antiquísima de la heráldica.3 Así era como se medía el alcance de los dominios de persas, romanos y macedonios. Con el dinero viajante se daba realce a vetustas o recién creadas religiones, introduciéndolas en el imaginario de las personas. Al igual que los decorados de las vasijas, la iconografía numismática terminaba por pasar desapercibida, no sin antes difundir el mensaje para el que había sido creada. Con respecto a los filósofos, existe material abundante en el que se esbozaron estampas narrativas de los célebres maestros. Una de las más antiguas es el retrato psicológico que Aristófanes hizo de Sócrates y de la soberbia de algunos de sus colegas. Posteriormente, ya entrado el helenismo, circularon ‘biografías’ de Platón,4 Aristóteles, Plotino, Pitágoras,5 Hipócrates6 y Epicuro,7 por mencionar sólo algunos. Vidas y opiniones de los filósofos ilustres (2013), de Diógenes Laercio, y el compendio literario Suda (Adler, 1971) son álbumes de estampas que se unieron con cierto método y propósito. La meta de Diógenes fue presentar un panorama general de la filosofía, no sin desmarcarla de las circunstancias de sus creadores. Por su parte, Suda logra reunir material como 2
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Respecto a las raíces más lejanas de la heráldica, es importante citar el testimonio de Heródoto sobre el ejército cario: “fueron, efectivamente, carios quienes enseñaron a fijar penachos sobre los yelmos, a grabar emblemas sobre los escudos” (2000: 172). 4 El denso y complejo mar de textos que escribieron académicos, neoplatónicos y neopitagóricos sobre Platón rebasa los propósitos de este trabajo. Sin embargo, a manera de ejemplo mencionaré una obra en la que se bosqueja una estampa del filósofo: “Sobre el bien”, de Numenio de Apamea (1991). Aquí Platón aparece como pitagórico y discípulo de sabios orientales, entre los que se encuentran Moisés y los magos egipcios. 5 Pitágoras representa una piedra en el zapato para la historiografía racional y la filosofía occidental. ¿Quién fue?, ¿existió en realidad?, ¿fue un líder religioso?, ¿un filósofo?, ¿un mago?, ¿un matemático?, ¿un charlatán? El corpus de textos que lo mencionan es amplísimo. Vida de Pitágoras, de Porfirio (1987), y Vida pitagórica, de Jámblico (2003) son las fuentes más conocidas. De manera paradójica, casi todas las estampas lo muestran como ‘antifilósofo’. Sin embargo, Pitágoras es alguien de quien no pueden prescindir los anales porque a él se le adjudica el haber acuñado el término ‘filósofo’. 6 Entre el gran volumen de textos que se escribieron sobre él, destaca Vida de Hipócrates, de Sorano, que nos ha llegado de manera fragmentaria (Kollesch y Nickel, 1979: 95). 7 Por ejemplo, el tratado perdido Sobre Epicuro, escrito por Filodemo en el siglo I a. C. (Bauzá, 2006)
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escolios en los que se dan a conocer detalles de los autores más afamados de la Hélade, imposibles de conocer en otras fuentes. Ambas compilaciones tienen un espíritu que sistemáticamente se ha subestimado por la historiografía de la filosofía de los últimos dos siglos, motivada por la reducción idealista de la historia encabezada por Hegel. Desde esta perspectiva, los aspectos de la vida diaria de los pensadores son por entero prescindibles porque incluirlos crea ‘ruido’ y ‘distractores’. De la Edad Media nos ha llegado un sinnúmero de estampas. Aludo a un manuscrito no relacionado directamente con la filosofía, pero de interés particular para nuestro estudio. El Codex Manesse (2012)8 recoge poemas de amor acompañados por una reproducción de sus respectivos autores. En él se muestra a los poetas practicando actividades como los combates en torneos, el tañido del laúd, la pesca, la caza y la altanería. Los colores y elaborados emblemas heráldicos distribuidos por doquier, así como la disposición de construcciones y paisajes carentes de
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Moneda de plata proveniente de Sidón. Data del siglo III a. C. y actualmente pertenece al British Museum. Mide 2.8 cm y pesa 25 gr. Muestra a Mazaeo, un sátrapa persa que gobernó Cilicia y estuvo al frente de la poderosa caballería meda, llevado en un carro de combate.
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Conocido también con el nombre Manuscrito largo de poetas de Heidelberg, actualmente pertenece a la Biblioteca de la Universidad de Heidelberg. La recopilación de buena parte de los poemas ahí reunidos se debe al trabajo del clérigo Rüdiger Manesse. El texto se elaboró entre 1300 y 1340. Inicia con la descripción del Káiser Heinrich IV y pasa después a nobles con títulos de menor importancia en orden decreciente, a saber: margraves, duques, condes, barones y plebeyos.
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perspectiva tridimensional, integran el juego pictórico que nos abre una ventana a la cultura medieval. No sólo se muestran figuras de nobles, sino que se revela la estética de una época y la forma de pensar e interpretar el mundo en este periodo. Hamann, Herder, los Schlegel, Goethe, los hermanos Grimm, Wagner y Dilthey, filósofos alemanes del siglo XVII y del romanticismo, abrevaron en el Codex Manesse para forjar los conceptos de ‘Geist’, ‘Kultur’, ‘Geschichte’ y ‘Volk’. El jurista, filósofo y teólogo bizantino Miguel Pselo fue un prolífico autor que escribió por igual sobre Homero, la antigua lengua griega, teología, Platón y derecho, además de que criticó despiadadamente la
rapidez una resolución, pero tan pronto como
vida en los monasterios. Su obra Vidas de los emperadores de Bizancio (2005) está compuesta por catorce libros, cada uno dedicado a un soberano. El primero fue Basilio II (cuyo reinado abarcó del 976 al 1025), y el último, Miguel VII Ducas (con un gobierno que se extendió del 1071 al 1078). Las descripciones de Pselo exhiben la personalidad de quienes ostentaban el poder, a la par del ambiente que se vivía en la corte. Parece que una actitud metódica en Occidente ha consistido en omitir el estudio de Bizancio y en simplificar al máximo un imperio en el que se gestó un sistema de ideas de valor intrínseco, amén de ser un laboratorio del Renacimiento y una zona de intenso intercambio entre Europa y Oriente. Aunque el tratado de Pselo no es propiamente filosófico, en él se deja ver un método historiográfico inspirado por la filosofía antigua, por lo cual se le puede considerar una de tantas continuaciones del mundo clásico que merece la pena revisarse. A continuación, cito un breve pasaje que describe el reinado de Zoe y Teodora, dos emperatrices con un estilo para gobernar bien definido.
ba cuenta de cada moneda que daba, en parte
Para enseñar un poco cuál era el carácter de las dos emperatrices a quienes no las hayan conocido, diré que la que era mayor en edad, Zoe, era la más ágil a la hora de concebir, pero más lenta a la de expresarse, mientras que para Teodora ambas cualidades se hallaban precisamente invertidas, pues su ánimo no adoptaba con 76
se lanzaba a hablar daba muestras de su locuacidad con una voz autorizada y desenvuelta. Mientras Zoe era impetuosa en todo lo que decidía y su mano estaba dispuesta a actuar con la misma vehemencia en ambas direcciones, es decir, tanto para dar la vida como para quitarla —en este aspecto era semejante a las olas del mar que alzan la nave a lo alto y luego la sumergen de nuevo—, Teodora no tenía ese carácter, sino que era de ánimo apacible y, por decirlo así, obtuso en los dos extremos. La una era de mano pródiga y capaz de gastar en un solo día todo un mar rebosante de polvo de oro; la otra sacaporque no disponía de fuentes de ingresos ilimitadas de las que echar mano, en parte porque en este respecto había heredado una forma de ser más dada al control de sus actos (2005: 624-626).
En el Renacimiento se produjo una cantidad importante de estampas de los filósofos más reputados, su objetivo principal era dar a conocer a los lectores la apariencia física, rasgos psicológicos —no olvidemos que la fisiognomía todavía estaba vigente— y aspectos característicos de sus actividades intelectuales y políticas. Con la aparición de la imprenta se modificó a fondo la naturaleza del libro y al mismo tiempo se abrieron posibilidades que antes no se imaginaban. Es probable que los retratos de los autores pretendieran humanizar un poco más la letra fría, sin personalidad, que atiborraba las páginas de los nuevos legajos. La epístola fue un género que se cultivó con insistencia durante el Renacimiento. Mediante su estudio se pueden explicar los sistemas filosóficos y entrever aquellos temas de reflexión que fueron desechados o se explotaron posteriormente en densos tratados. En las cartas se daban verdaderos duelos intelectuales en los que se ponía a prueba el ingenio más agudo. Leibniz mantenía correspondencia con princesas y reinas; en sus misivas exponía con sencillez el pensamiento más abstracto, además de ser un escaparate de autopromoción
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eISSN 2448-6302 Estampa de sir Francis Bacon, impresa en las primeras páginas de su obra El avance del saber, publicado en 1640. En la imagen se ve al filósofo escribiendo en una biblioteca, en el fondo el escudo de armas de su linaje. Pertenece al British Museum y mide 24.6 x 14.6 cm.
donde se bosquejaban, si se me permite la expresión, ‘estampas intelectuales’ de sus contemporáneos. A continuación se muestra el extracto de un texto que Leibniz le envió a la princesa Elisabeth de Bohemia en 1678:
Todo cuanto pensamos tiene su origen en que
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Retrato de Giovanni Pico della Mirandola, tomado del libro Les vrais pourtraits et vies des hommes illustres grecz, latins et payens, de André Thevet, publicado en 1584. La pieza pertenece al British Museum y mide 17.8 x 14.3 cm.
la idea de Dios incluye en sí la del Ser Absoluto, es decir lo que hay de simple en nuestros pensamientos. El Sr. Descartes no aborda los temas de esta manera. Ofrece dos maneras de probar la existencia de Dios […] Las verdaderas demos-
No quiero detenerme aquí en la Física, aunque
traciones, en cambio, acostumbran a nutrir
posea demostraciones de las reglas del movi-
nuestro espíritu con sólidos alimentos. Resul-
miento muy diferentes a las del Sr. Descartes.
ta difícil, sin embargo, encontrar el nudo de la
Paso pues a la Metafísica, ya que cabe decir que
cuestión, y observo que muchas personas com-
he pasado por los grados anteriores por amor a
petentes que han objetado al Sr. Descartes no lo
Ella: he podido darme cuenta que la Metafísica
han logrado (1989: 52).
apenas difiere en nada de la verdadera Lógica, es decir del Arte de Inventar en general. En efecto, la Metafísica es la Teología Natural; y Dios mismo, que es la fuente de todos los bienes, es también el principio de todos los conocimientos.
Es necesario pensar la filosofía de otra manera, por ello quiero hacer mención de dos trabajos de folcloristas europeos que dibujan estampas del pensamiento y tradiciones populares. Al estudiar estas últimas
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Retrato de Marin Mersenne, publicado por Balthasar Moncornet entre 1648 y 1668. Al pie de la imagen se leen los títulos ‘teólogo’, ‘filósofo’ y ‘matemático’. La pieza pertenece al British Museum y tiene unas dimensiones de 16.5 x 11.8 cm.
Estampa de Christian Wolff, publicada por Michel Odieuvre en 1741. Al pie de la imagen se ve una leyenda que lo acredita como profesor perteneciente a las Academias de París y Berlín. Es propiedad del British Museum, mide 15 x 11 cm.
en el medio donde se producen, la investigación se ‘ensucia’ de ambigüedades, imprecisiones y verdades a medias, sin embargo, son un instrumento ideal para entender la cultura que enmarca las grandes escuelas y las mentes célebres.9 No se puede creer que personajes como Schleiermacher o Wilhelm von Humboldt flotaban en el éter y desde allí construyeron su pensamiento, en cuyo caso saldría sobrando hablar de aspectos complementarios para comprender la filosofía como un proceso humano. Justus Möser (1720-1794) fue un moralista y periodista alemán que se ocupó de escribir breves
artículos en los que describía el ambiente doméstico de las familias rurales alemanas. En sus textos, penalidades y carencias son tratadas con optimismo, bajo la inspiración de valores protestantes que ayudan a poner buena cara al mal tiempo. Aunque sus escritos también incluían temas políticos e históricos, son las estampas populares las que tuvieron mayor difusión todavía en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.10 Alexandr Nikoláievich Afanásiev (1828-1871) fue un folclorista ruso que se dio a la tarea de recopilar noticias, leyendas y relatos orales que circulaban entre aldeas y pueblos de Rusia y el mundo eslavo en conjunto. Personajes como san Jorge aparecen con frecuencia en sus narraciones, en las cuales nos enteramos de las variantes de la historia del santo que se fueron fraguando en diferentes regiones al pasar de los siglos. ¿Nikoláievich proporciona pistas para entender la otra Europa que tanto desconocemos con un misticismo e identidad
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9
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Las frases del prólogo a la compilación de leyendas rusas de Nikoláievich Afanásiev hacen una puntualización al respecto: “aunque nosotros tengamos una visión ‘evolutiva’ del devenir de la historia, para el pueblo, ignorante de teorías, lo antiguo no sólo convive al lado de lo nuevo, sino que lo alcanza y lo rebasa mientras no se lo prohíba una cultura ‘superior’ que sea aceptada y asumida por él como tal […] Por ello, aunque la voluntad popular perciba la leyenda como algo sagrado, aunque la misma influencia bíblica sea rastreable por aquí y por allá, sería un error querer encontrar en estas obras poéticas las creencias del dogma religioso que el pueblo acepta en la actualidad. No: lo que tenemos aquí delante son obras maestras de la literatura de la antigüedad, de aquel lejano tiempo en que un devoto cronista, lleno de asombro ante la fusión de creencias y de tradiciones paganas y cristianas, llamó a nuestro pueblo ‘pueblo de las dos fes’” (2007: 35-36).
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10 En el volumen Escritos escogidos puede encontrarse una selección de trabajos titulada “Fantasías patrióticas”, que contiene artículos de acentuado contenido moral (Möser, 1984).
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nacional que poco nos hemos preocupado por estudiar? ¿Reúne claves para interpretar la literatura rusa clásica que tanta admiración ha despertado entre filósofos, literatos e intelectuales de café? Las estampas que hemos mencionado a vuelo de pájaro contribuyen a construir una filosofía de la cultura de cimientos profundos, nutren la historiografía de las ideas y humanizan la reflexión invitando a hacer una incómoda filosofía de la filosofía, necesaria en el México contemporáneo.
comprenderlo debe irse más allá. Un par de consideraciones hechas por el propio chihuahuense nos ayudará a dimensionar de manera más precisa la manera en que él entendía la filosofía: me servía poco la filosofía, con su temática abstracta y lenguaje para iniciados (1985: 58). El marxista no es precisamente un hombre sino una teoría con cabeza, tronco y extremidades; un ente prefabricado que cuenta con explicaciones irrebatibles sobre la obra de arte y el acto campeonatos olímpicos y la inclinación de los
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Una buena historia de la filosofía debe contener estampas. El paso diario de Kant por cierta calle de Königsberg, siempre a la misma hora, nos dice mucho del transeúnte y de la sociedad prusiana que lo rodeaba. En la imagen de Justo Sierra debatiendo en el Congreso de la Unión sobre la legitimidad de una institución de raíces medievales como la Universidad Nacional resulta evidente la condición política del México de los últimos años del Porfiriato y también se revela con cruda nitidez nuestra idiosincrasia. El estudio formal de la historia de la filosofía exige acercarse a los intelectuales, escuelas y corrientes de pensamiento con una actitud que no contemple otras posibilidades que las que establece un discurso muy cerrado —‘Fulanito’ fue discípulo de ‘Perengano’, escribió los tratados A, B, C, pertenecía a la corriente de los neosutanos rivales de los postperenganos—. Este tipo de estudios podría reducirse a llenar un cuadro de Excel con varias entradas e innumerables renglones. Pero, ¿qué hace único a cada pensador?, ¿cómo vivía la filosofía cuando ‘Fulanito’ no portaba su ‘manto de filósofo’? Aquí resulta oportuno recurrir a las estampas cargadas de significado, a esos momentos cruciales que unen a los individuos mediante grandes redes. Fuentes Mares era un hombre de método y sistema, no obstante, su forma de trabajo no encaja en los modelos usados por algunas tradiciones. El filosofar de este intelectual no se apega al manual; para
moral, sobre la guerra y las hambrunas, los yucatecos a salbutes y cochinita pibil. Es pues natural que sabios tan profundos y totales sean también aburridísimos y sobre todo tan latosos como los torquemadas que el mundo ha conoci-
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Las estampas de Fuentes Mares
do (1978: 98).
Es importante aclarar que al mantenerse alejado de palabrería vacía, Fuentes Mares no renuncia a la rigurosidad en forma alguna. Si pasajes como los que acabamos de leer no se conectan con el volumen de su obra en conjunto es posible que parezcan ocurrencias destinadas a amenizar una tertulia. Tomaré la primera estampa del prólogo a los escritos de Gabino Barreda, la cual nos habla de la filosofía de la educación que orientó la fundación y funcionamiento de los primeros años de la Escuela Nacional Preparatoria: El ideal preparatorio del doctor Barreda se asienta, pues, en una educación integral y sucesiva; en estudios para todos los preparatorianos ‘uniformes y completos’, a fin ‘de que ningún rasgo de las ciencias fundamentales llegare a constituir un misterio para los educandos’. Para el logro de tal fin, se modificó notablemente el sistema de exámenes por ‘fichas’, pues aunque éstas no llegaron a suprimirse, sí en cambio, y a diferencia de las actuales, aquellas ‘fichas’ no comprendieron un tema monográfico aislado de
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la materia por examinar, sino que, en su expre-
en arte o en literatura. De Federico García Lor-
sión sistemática, abrazaban cada uno de los va-
ca, por ejemplo, argumentaba que no podía ser
rios aspectos del curso dictado en el período lecti-
un gran poeta porque escribía versos ‘sobre to-
vo correspondiente. Mediante tal sistema se evi-
ros y toreros’, y en cambio le parecía estupendo
tó en lo posible que por pura suerte, como acon-
Díaz Mirón porque —decía— podía echar mano
tece aún hoy, un alumno se viera favorecido en
de diez conceptos diversos para expresar la mis-
el sorteo con ‘la ficha que sabía’, o bien agravia-
ma cosa, criterio de acuerdo con el cual tendría
do con ‘la única que ignoraba’, casos éstos en los
que resultar más poético un diccionario de sinó-
cuales el veredicto de los jurados carecerá nece-
nimos castellanos que el Romancero Gitano o los
sariamente de justicia (2012: 257).
Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada. Con orgullo relataba sus grandes experien-
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¿Por qué Gabino Barreda llamó la atención del joven Fuentes Mares? La respuesta posiblemente la encontremos en su admiración y cariño por Antonio Caso, quien a su vez tuvo por mentor a don Justo Sierra, egresado de la Escuela Nacional Preparatoria e influido desde sus primeros años de actividad intelectual por el positivismo francés, corriente que conoció por Barreda. No es tan complicado detectar las tradiciones filosóficas que se gestan en nuestro país. ¡Hasta dónde pueden llevarnos unas simples fichas! En conexión con la estampa anterior, tenemos otra que nos habla sobre Nemesio García Naranjo, hombre del Porfiriato e hijo de su tiempo:
cias políticas entre 1912 y 1913. Tribuno del antimaderismo en la XXVI Legislatura, sirvió luego a Huerta como secretario de Instrucción Pública, mas lejos de entonar la palinodia para acomodarse al nuevo estado de cosas se solidarizó con Victoriano cuantas veces pudo, al preguntarle alguien, en mi presencia, si había sido ministro de De la Huerta. ‘¡Cuidado, caballero, cuidado que se equivoca usted! —atajó don Nemesio—; yo fui ministro de Huerta ¡del chacal! ¿entiende usted? ¡Del sanguinario chacal...!’ A poco de conocerle vinieron a menos sus facultades, y don Nemesio, nacido en 1883, principió a olvidar o a confundir los hechos recientes. Por esos
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Para los jóvenes de mi generación, admiradores
días apareció la primera edición de mi libro San-
de la filosofía alemana y poco amigos del espíritu
ta Anna: Aurora y Ocaso de un Comediante, y le
francés fin de siecle, don Nemesio García Naranjo
envié dedicado uno de los primeros ejemplares.
representaba al típico intelectual del ‘antiguo ré-
Sólo que además, en curiosa coincidencia, un
gimen’, tan afecto a Francia —él me lo dijo—, que
mutuo amigo y vecino mío le escribió también
no le disgustaba que le llamaran don Nemesio
para participarle el nacimiento de su primogéni-
García Oranger. No obstante esa prevención me
to. El envío de dos cartas simultáneas con moti-
colé en el círculo de sus amigos, y pronto admiré
vo de dos acontecimientos diversos carecía de re-
lo mucho que el estupendo septuagenario tenía
levancia, más así y todo me llevé la gran sorpre-
de admirable: su amor a la vida, alegría del viejo
sa cuando mi amigo, el padre reciente, se presen-
que no se toma la molestia de llevar la cuenta de
tó un día en mi casa, alarmadísimo. ‘¡Cómo an-
sus años; su vocación de periodista combativo,
dará don Nemesio, me dijo, que le escribí sobre el
que ejercía en aquellas Saetas que publicó en diez
nacimiento de mi hijo y me contestó felicitándo-
o veinte periódicos hasta el día de su muerte; y
me por la aparición del Santa Anna!’ La confu-
su agresiva adhesión a valores pretéritos que no
sión no tenía la menor importancia, y así lo hice
obstante compaginaba con su buen talante hacia
ver al recién llegado, pero él por lo visto no la to-
quienes no le llevábamos la corriente. Claro que
maba de ese modo. ‘Que don Nemesio me feli-
le faltó ajuste espiritual con los acontecimientos
cite por la publicación del Santa Anna me tiene
que se le echaron encima lo mismo en política,
sin cuidado —arguyó— pero sí me preocuparía
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si ahora recibieras tú otra carta suya, felicitán-
las ramas y vaya al grano —decía—; el grano
dote por el nacimiento de mi hijo’ (1977d, s/n).
consistía en desenmascarar a la bola de cabrones que usurpan el nombre de héroes en la his-
José Vasconcelos aparece con frecuencia en la obra de Fuentes Mares. En ella se muestra su talante combativo, demasiado humano para considerarlo dentro de los anales oficiales de la historia del pensamiento nacional:
Es digna de mención una muestra de amistad solidaria que Vasconcelos tuvo con Fuentes Mares, tendiéndole la mano en momentos muy difíciles:
Algunos años antes comíamos en el Centro As-
Vasconcelos, generoso en los días revueltos de
turiano y don José pontificaba sobre hechos y
mi rectorado en la Universidad de Chihuahua,
personajes revolucionarios, uno de sus temas
en tren emprendió el largo viaje para acompa-
predilectos. Siempre me había intrigado su sim-
ñarme pese a su salud, tan precaria que murió
patía por Villa, y al calor de un buen tinto apro-
dos meses más tarde. No se engañaba Vascon-
veché su vena para preguntar cómo un inte-
celos en cuanto a las posibilidades de salir bien
lectual de su talla podía admirar al guerrille-
librado del lío universitario. ‘No se haga ilusio-
ro, habitantes el uno y el otro de mundos tan
nes —me dijo—, va a tener que dejar la Univer-
distantes.
sidad. En este país no se puede ser rector y escri-
‘¿No se da usted cuenta de que era la Revolu-
bir lo que escribe usted. Pero no se preocupe: ya
ción? —me dijo— ¡y en la Revolución no iba
le reconocen la gloria de ser traidor a la patria y
yo a seguir a un académico de la lengua sino a
eso vale mucho (1985: 68).
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toria de este pobre país (1985: 151).
quien ganara las batallas! ¡Y Villa era el único que las ganaba en 1914!’. Como Vasconcelos continuara con el relato del México de sus recuerdos bélicos, tuve la osadía de agregar que, literatura revolucionaria aparte, de México a México yo me quedaba con el de 1954 y no con el de 1914. ¡No lo hubiera dicho!
En el segundo volumen de Las mil y una noches mexicanas, Fuentes Mares incluye el cuento “La suicida”, dedicado a María Antonieta Rivas Mercado. He tomado unas frases de la pieza, a fin de complementar el perfil de Vasconcelos que lleva a cabo nuestro autor:
‘¡Porque usted pertenece a una generación de castrados!’ cerró impertérrito.
En París, las cosas no marcharon bien para Ma-
Contándome entre sus amigos, no me sentí ca-
ría Antonieta. Acostumbrada a sentirse centro
paz de imaginar lo que Vasconcelos habría con-
de las atenciones, veíase desplazada por las
testado a cualquiera de sus enemigos (1977b:
ocupaciones y preocupaciones de Vasconcelos,
s/n).
y una noche sobrevino la crisis, nada violenta por cierto.
Más sobre Vasconcelos y la historia mexicana:
—Para ti me he convertido en una carga, Pepe, es inútil que lo niegues.
Al regresar de Europa (mi hija Verónica a punto
—Bah ¡tonterías! ¿No sabes que en el exilio to-
de pegar el primer grito de su vida) me encon-
dos somos una carga para todos? Eso signi-
tré de nuevo con Vasconcelos y Cosío Villegas.
fica que nadie es una carga para nadie. Aho-
Ambos aprobaron mi tratamiento al legendario
ra vete a descansar; mañana tendremos el día
Luis Terrazas, su enfoque en la perspectiva de
muy ocupado.
la historia mexicana, mas don José insistía en
—Antes de irme a dormir dime la verdad, Pepe
su antiguo punto de vista: ‘deje de andarse por
¿me necesitas?
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—Nadie necesita a nadie, Antonieta, óyelo bien:
con sobrada razón, pues figurábamos en el mis-
¡nadie! Todos necesitamos de Dios; sólo él pue-
mo rango aunque no estuviera yo ni para ayu-
de darnos fortaleza…
dante del ilustre exrector de la Universidad de
—La fe es tu fuerza, Pepe. De mí podrías pres-
Barcelona. Cosas de México, demasiado absur-
cindir en cualquier momento si te lo propones.
das para que las comprendiera don Joaquín Xi-
—¡Pero no me lo he propuesto! Déjate de cosas
rau, y cosas del maestro Caso, tan extremoso
y piensa en tus problemas familiares; piensa en
en sus afectos, aparte de que también picara su
la conveniencia de volver a México para poner
mexicanísima cresta el resuelto patrocinio de
en orden tus asuntos. De lo contrario te arruina-
don José Gaos a Leopoldo Zea (1985: 48).
rás, si no estás arruinada ya. Ve y regresa; será mejor para los dos. Piensa también en tu hijo. Si no arreglas tus cosas no podrás vivir en paz… —He pensado en un modo de vivir en paz…
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—¡Pues adóptalo! Pero de momento vete a la cama. Mañana tenemos mucho por hacer (1985b: 178).
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Fuentes Mares fue espectador, con lugar preferente, de muchos de los acontecimientos más importantes de la filosofía mexicana de la primera mitad del siglo XX. Uno de los de mayor relevancia fue la llegada de los intelectuales españoles que venían huyendo de la persecución en la península y colaboraron enormemente a fortalecer la filosofía en nuestro país. Algunas anécdotas nos transportan a la Facultad de Filosofía y Letras de aquellos años:
Fuentes Mares contaba entre sus amigos a Agustín Basave, un colega con quien tenía en común el apego a la tierra norteña. A pesar de viajar y estudiar fuera del terruño, ambos volvieron al entorno donde nacieron. Y fue ahí donde ejercieron oficios que no fueron del todo bien comprendidos por sus paisanos. Agustín Basave Fernández del Valle es un filósofo nato, con cabeza naturalmente diseñada para la abstracción, espíritu dotado para plantear los problemas fundamentales del ser y de la muerte, de la conducta y el conocimiento, del arte, la técnica y la ciencia. Con Basave, activo promotor además de seminarios, congresos, conferencias y labores editoriales, la Universidad de Nuevo León cuenta con un gran maestro, Monterrey
llegaron los maestros españoles —Gaos, Xirau,
con el primer filósofo de su historia, y México
Roura, Recaséns, Millares Carlo y Nicol—, y don
con uno de los pensadores que más lustre le da
Antonio sacó las uñas. ‘Si creen que van a po-
ya y habrá de darle en los años venideros. En
nernos el pie en el pescuezo —me dijo—, yo me
la Ludwigs-Maximilian Universität, de Múnich,
encargaré de echarlos’. Pero los españoles no
don Francisco Romero Hernández recibió hace
venían a poner el pie en el pescuezo de nadie
poco su grado doctoral con una tesis titulada
sino al contrario, llegaban a servir, a quedarse y
Das Philosophische Denken des Agustín Basave
a comprender. En cuanto llegaron rindieron su
Fernández del Valle, ensayo completo sobre la
homenaje personal a Caso, y Caso les correspon-
obra y el pensamiento del maestro regiomonta-
dió noble y largamente (1972: 2).
no en torno a la filosofía del hombre, que él entiende como ‘Propedéutica de la Salvación’ […]
Fuentes Mares recuerda las palabras que le dijo Joaquín Xirau cuando iniciaba su carrera de profesor universitario:
Como Antonio Caso, Basave Fernández del Valle
‘Le felicito, amigo, pero me parece muy mal que
Este esbozo puede complementarse con un comentario tomado de Intravagario:
sea profesor de la Facultad como lo soy yo’, dijo 82
es claro ejemplo de una vocación filosófica que supera obstáculos y desengaños (1977c: s/n).
José Fuentes Mares: estampas para una historia de la filosofía mexicana
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Aún sorprende a mi querido amigo Agustín Ba-
Cierto día, conversando con Caso en Mascaro-
save Fernández del Valle que él llegara a Espa-
nes, que albergaba por entonces la Facultad de
ña con pretensiones de historiador, para volver
Filosofía y Letras, tuve la mala ocurrencia de
filósofo, mientras yo llegué con las pretensiones
traer a cuento el nombre de don Francisco Sán-
de filósofo para regresar analista de la historia
chez. No lo hubiera hecho. El Maestro me miró
(1985: 61).
con aquellos sus ojos de fuego, y regodeándose desgranó su ofensivo comentario. ‘Sí, don Fran-
He dejado para el final la estampa de Antonio Caso por ser el filósofo mexicano a quien más admiró Fuentes Mares, su querido maestro que lo inició en la filosofía y la historia:
cisco probablemente Sánchez’. Misterio inexplicable del trasfondo humano ese puñal tan afilado, cuando él, Antonio Caso, era uno de los hombres más generosos que he conocido (1977: s/n).
Aquellos que sólo han leído sus libros —o sea tosu grandeza docente, y sentirán más cerca de su interés la figura de Vasconcelos. Ni remotamente me propongo establecer juicios de valor respecto
La dupla Vasconcelos-Caso fue para Fuentes Mares una herramienta para exponer el devenir del filosofar en México, lo apolíneo y lo dionisíaco en diálogo eterno, polos que se complementan.
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dos los jóvenes—, no alcanzarán a comprender
Caso le ocurría lo contrario que a Vasconcelos, a
Caso en sí era un espectáculo, un regalo para la
quien será preciso leer y no recordar sus opacas
vista, para el oído y para el pensamiento. Cuan-
intervenciones orales, en tanto que Caso era pa-
do hablaba era magnífico, mucho mejor que
labra llameante que sacudía los corazones; pa-
cuando escribía, y en eso le ocurría exactamen-
labra maravillosa que quedó viva en el recuerdo
te lo contrario que a Vasconcelos, escritor estu-
de sus discípulos, aunque no ande por allí nin-
pendo y una catástrofe en el orden de la comu-
gún Platón que la perpetúe. En la historia de la
nicación oral. Si Vasconcelos fue y es para leer-
filosofía, que yo sepa, sólo Sócrates contó con ta-
se, Caso era para verse y para oírse, y no exage-
maño privilegio.
ró Samuel Ramos cuando le llamó ‘gran actor’
Pero Antonio Caso fue también un pasional de
en un artículo mal hablado, malhablado porque
terribles e inexplicables enemistades, alguna tan
don Antonio lo tomó a insulto, y cogió a Samuel
gratuita como la que sentía por un respetable
un odio africano que luego se hizo famoso.
maestro cuya identidad cubro, piadosamente,
Estoy seguro que Ramos no pretendió ofender-
llamándole don Francisco Sánchez, hombre bue-
lo sino al revés, mas por lo visto fracasó en la
no sin otro defecto notable que su indecisión, tan
elección del halago, y Caso, un hombre de pa-
excesiva que escurría el bulto a las afirmaciones
siones terribles, no volvió a dirigirle la palabra
o negaciones rotundas con apoyo en el adver-
(1972: 2).
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de ambos personajes, pero sí es evidente que a
bio ‘probablemente’, muletilla que esgrimía sin medida. Para don Francisco Sánchez nada en el mundo de las ideas era verdadero o falso, admirable o repugnante sino ‘probablemente’ verdadero, admirable, o sus contrarios. Don Francisco Sánchez —el personaje que cubro con este nombre—, era pues un ‘probabilista’ consumado, adverbial y proverbial, bondadoso y muy querido en el medio intelectual de aquellos años.
Para cerrar Es esencial distinguir entre la anécdota sin fondo ni espíritu y la narración que adquiere trascendencia gracias al esfuerzo del generoso narrador preocupado por compartir una ventana —su ventana— a la
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realidad. Es fácil identificar los chismes, las historias que se cuentan en las cantinas para pasar el rato o la voz de algún docente dedicada a ventilar episodios de una vida inútil —estrategia utilizada indistintamente para camuflar la ignorancia en la cátedra o la pesada frustración profesional—. Los momentos de los filósofos mexicanos plasmados en las letras de Fuentes Mares van más allá de la simple presunción o el talento literario. Nos hablan de una filosofía viva en la que participan por igual miserias, virtudes y pasiones. Son de dominio público los obsesivos hábitos cotidianos de Kant, la corpulencia de Platón, las intrigas de Heidegger a sus colegas profesores o las corruptelas de Francis Bacon, aspectos todos que forman parte de la humanidad de los pensadores y se asoman de una u otra manera en sus ideas. La historia racional de la filosofía gusta de mutilar las raíces del pensamiento en aras de conseguir una perspectiva nítida de las cosas. Los grandes modelos teóricos poco se interesan por entender desde dónde y cómo se gestan los monolíticos sistemas de la filosofía. Todo debe ser monumental, etéreo, ideal, higiénico, mesurado… La filosofía vacuna contra la irracionalidad en todas sus manifestaciones, de ahí que su historia deba conservarse inmaculada. Sin embargo, es preciso detenerse un momento a pensar si la historia de la filosofía que enseñamos y aprendemos con rigor y ortodoxia es histórica y filosófica. Creemos conocer a los pensadores por su razón y no por sus arrebatos, pero las estampas de Fuentes Mares nos auxilian a entenderlos con mayor plenitud. El intelectual chihuahuense no explotó lo suficiente el espacio por él abierto, sus facultades literarias e intuición filosófica hubieran podido enfocarse en trabajos más profundos sobre la filosofía en nuestro país. No logro entender del todo por qué escribió un libro laudatorio al empresario chihuahuense Eloy Vallina (Fuentes Mares, 1968), luego de publicar buenos estudios sobre Antonio Caso, Daniel Cosío Villegas, Agustín Basave o José Vasconcelos. Tal vez la respuesta se encuentre en el medio en que vivió, un escenario desértico donde la sequedad no sólo hace estragos en el paisaje. 84
No pretendo presentar a Fuentes Mares como un historiador de la filosofía, de hecho, en toda su obra sólo dedicó un breve artículo a tal propósito. Lo importante es revisarlo como un testigo calificado cuya versión de los hechos se integraría a esa gran historia de la filosofía mexicana ideal que quizá jamás se materialice. Sobra decir que las estampas aquí citadas no se incrustan en la totalidad de un gran sistema filosófico, no se registraron con grabadora en mano para evitar alterar el dicho de los personajes referidos y tampoco fueron escritas pensando en una reflexión historiográfica de los pensadores nacionales. Su aportación consiste en trascender la visión estática que suele tenerse de la filosofía.
Referencias Adler, Ada (1971), Suidae Lexicon, Lepizig, Teubner, disponible en: http://www.stoa.org/sol/
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José Fuentes Mares: estampas para una historia de la filosofía mexicana
Jorge Ordóñez-Burgos
eISSN 2448-6302 La Colmena 92 octubre-diciembre de 2016 ISSN 1405-6313
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Jorge Ordóñez Burgos. Chihuahua, 1973. Licenciado y doctor en filosofía, cuenta con estancias postdoctorales en El Colegio de Chihuahua (Colech), México, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), España, y en la Philosophische Fakultät de la Potsdam Universität, Alemania. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, la Asociación Filosófica de México, la Asociación Mexicana de Estudios Clásicos y la Academia Mexicana de Ciencias. Es autor de siete libros y diversos artículos publicados en revistas nacionales y extranjeras. Es profesor fundador de la Licenciatura en Filosofía de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP), México; coordinador del Seminario Internacional de Historia y Filosofía de las Religiones de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), México, y profesor-investigador del Departamento de Humanidades de la UACJ. Sus líneas de investigación son: filosofía oriental antigua y filosofía contemporánea del norte de México.
José Fuentes Mares: estampas para una historia de la filosofía mexicana
Jorge Ordóñez-Burgos
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Ironía y parodia en la obra musical de Juan Antonio Rosado Rodríguez I rony
and parody in
J uan A ntonio R osado R odríguez ’
musical work *
La Colmena 92 octubre-dieciembre de 2016
pp. 87-91 ISSN 1405-6313
eISSN 2448-6302
Rolando A. Vilasuso-Montero*
Resumen: A partir de la semiótica de la música, se analizaron algunas piezas del compositor puertorriqueño Juan Antonio Rosado Rodríguez. Se observó que el conjunto de obras estudiadas corresponden a música de concierto con sonoridades complejas, cuyo manejo artístico se sale de los esquemas tradicionales para combinar, parodiar o transgredir distintos lenguajes musicales. Se concluyó que una buena parte de la producción analizada recurre a la ironía, al humor y a la parodia mediante el uso equilibrado y original del eclecticismo. Palabras clave: música contemporánea; estilo musical; jazz; orquesta; compositor; músico; semiótica
* Centro de Cultura Casa Lamm, México Correo-e: rvilasuso@casalamm.edu.mx Recibido: 30 de junio de 2016 Aprobado: 5 de septiembre de 2016
Abstract: From the semiotics of music, we analyzed some of the pieces of music by Puerto Rican composer Juan Antonio Rosado Rodríguez. We observed that the whole set of studied pieces correspond to concert music and have complex sonorities that need a special artistic handling, exceeding conventional schemes to combine, parody or subvert different musical languages. We concluded that most of the studied work material uses irony, humor and parody through a well-balanced and original use of eclecticism. Key words: contemporary music; musical styles; jazz; orchestras; composers; musicians; semiotics 87
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onsidero un acierto de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) la realización del catálogo sobre la vida y la obra del compositor Juan Antonio Rosado Rodríguez (Rosado Rodríguez, 2014), así como el álbum de dos discos con su trabajo. Ha sido un gusto escuchar la producción de un artista con sólidas ideas musicales, imaginativo, creativo y con perfecto dominio del lenguaje sonoro. Los discos citados recogen composiciones escritas a lo largo de veinte años. La calidad de la obra de todo ese periodo es consistente. Por si fuera poco, las palabras introductorias con que el compositor inicia el primer disco esclarecen su filosofía y su estética. Pese a enunciarse en 1983, parecen haber sido pronunciadas ayer. El artista era un hombre culto y profesor universitario. Su dominio de la teoría del lenguaje1 es algo que llama la atención. Es común que por su analogía con la comunicación verbal, articulada, humana, cualquiera se refiera a la música como un lenguaje. Lo interesante es que el compositor Juan Antonio Rosado Rodríguez lo hace como un conocedor de su dimensión semiótica. Para esta disciplina no existen unos signos superiores a otros, todos son medios, sustitutos, significantes. Por ejemplo, una palabra no es mejor que una imagen visual, un acorde musical, una postura dancística o una pincelada. Los signos se utilizan para significar y transmitir ideas, emociones, por eso responden a códigos, conforman textos, devienen lenguajes y se enmarcan en contextos y en acciones comunicativas que trasmiten. Son imprescindibles para la comunicación humana y desempeñan un papel fundamental en la comunicación artística. Rosado Rodríguez demuestra conocer muy bien lo anterior cuando enfatiza dos aspectos específicos de la música: su enseñanza y el talento del artista. La conclusión del compositor, que comparto, es que la música, como cualquier arte, se puede estudiar y conocer su ‘gramática’. Ahora bien, la aptitud no se inculca: puede desarrollarse, pero no se aprende a tener talento. Hay que contar con ideas y sentir la necesidad 1
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Me refiero aquí al concepto teórico-semiótico que concibe como lenguajes a las diferentes expresiones de signos, incluyendo los musicales.
de expresarlas, en este caso, por medios musicales. De lo contrario, hoy cualquier programa informático podría hacer composiciones de mejor factura que las que sería capaz de realizar un músico mediocre. Dicho lo anterior, me interesa enfatizar algunos puntos que considero relevantes en la producción de este autor. Rosado fue un músico latinoamericano muy importante dentro de la generación posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hay especial maestría en sus armonizaciones, empastes de instrumentos, dinámicas musicales, riqueza rítmica... Se aprecian en su obra disonancias resueltas con una elegancia tal que no existe en otros compositores de la época. Su sentido melódico es también especial y lleno de múltiples referencias. Resultan admirables los manejos creativos que rítmicamente hace de la síncopa, la anacrusa, el recurso del ostinato, los contratiempos y los contrastes estructurados con una riqueza, precisión y dominio que sólo pueden lograr quienes pertenecen a culturas con raíces africanas. Por su profusión creativa formal y conceptual, sus trabajos constituyen un microuniverso, una poética llena de retos. Como dice el propio Rosado Rodríguez, cuando se compone para pocos instrumentos, lo que sucede básicamente en el caso de la música de cámara, no hay dónde esconderse, “o se es o no se es” (2014b). Me interesa aquí resaltar el sentido lúdico, el humor y la ironía que resultan muchas veces evidentes en la obra del músico y que considero un indiscutible logro. Ya dijo Goethe que el arte auténtico sólo puede brotar del vínculo íntimo entre el juego y la seriedad (Casablancas Domingo, 2000: 1). Sabemos que el humor implica transgredir alguna norma, algo afín a la estética. Según Umberto Eco (2000), romper, infringir los códigos dominantes es parte esencial de aquello que caracteriza a las obras artísticas. En este caso en particular, Rosado Rodríguez suele hacerlo de una forma a veces sutil, lúdica, traviesa, paródica, y en otras, de manera sublime, imperceptible para el oído no entrenado. No es secreto que la música de Haydn expresa una sutil ironía,2 ni que Mozart compuso, entre otras 2 En este trabajo, el término ‘ironía’ se utiliza como sinónimo de burla fina y disimulada, en relación con otras obras musicales, por
Ironía y parodia en la obra musical de Juan Antonio Rosado Rodríguez
Rolando A. Vilasuso-Montero
lo que resulta inseparable de un proceso creativo intertextual. El término ‘parodia’ se refiere a un tipo de imitación humorística, burlesca, como la caricaturización. 4 El ‘humor’ se concibe aquí como parte de la categoría estética de lo cómico. Se expresa en obras que, aunque estructuradas de manera académica, como sucede en los ejemplos citados, demuestran un particular e inteligente predominio de la jovialidad, el sentido hilarante, lúdico y una actitud alegre. Instrumentos del humor son, entre otros, la ironía, la parodia, la broma, la mímesis, la exageración, la caricaturización y los desvíos sintácticos dentro de estructuras prefijadas por géneros y formas musicales. 5 Se define como ‘broma’ a cualquier uso del lenguaje musical que conlleve un sentido lúdico, juguetón. 6 Por ‘mímesis’ se comprende la imitación, más o menos exacta, de un pasaje musical que aparece repentinamente dentro de la estructura de otra obra. 3
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Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933). Catálogo (2014). México , UNAM/ Escuela Nacional de Música.
caribeñas—, donde los rumores y noticias se convierten en la ‘comidilla’ de una vecindad. Aquí, por demás, Rosado Rodríguez se vale de una soprano con unos fraseos operísticos cuya exageración evidencia su sentido humorístico, paródico. En “Transmutaciones II”, arreglo para clarinete y piano de 1961, revisado y ampliado en 1980 (Rosado Rodríguez, 2014d), llama la atención el carácter juguetón del constante contrapunteo musical que establecen el clarinete y el piano con un ritmo sincopado, en contratiempos, recreando la rítmica afroantillana y afronorteamericana de las percusiones. Asimismo, en diferentes pasajes de composiciones correspondientes a épocas distintas se escuchan parodias musicales, alusiones, citas y onomatopeyas. Tropicana, la tercera parte de “Divertimento I”, de 1959, (Rosado Rodríguez, 2014e), inicia y cierra con un ritmo de clave cubana de rumba. Infiero que esa pieza hace alusión al famoso cabaret habanero de los últimos años de la década de los cincuenta. Simboliza una gran mezcla, un collage de ritmos provenientes de muchas culturas que se fundían con gran colorido en aquellos espectáculos de trascendencia internacional. La clave cubana de rumba suele tocarse con instrumentos de percusión en sistemas musicales afrocaribeños como el llamado ‘complejo de la rumba cubana’. Éste integra ritmos como el del guaguancó,
Ironía y parodia en la obra musical de Juan Antonio Rosado Rodríguez
Rolando A. Vilasuso-Montero
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piezas, nada más y nada menos que aquélla titulada Broma musical o La broma musical (1983). Beethoven utilizó la ironía en sus grandes obras con total autoridad, y otros memorables músicos, como Stravinsky, recurrieron a ella con gran ingenio. Asimismo, y salvando las diferencias, me pregunto: ¿no es Don Quijote una obra maestra de la parodia?3 Por supuesto, aquí nos referimos al humor entendido como juego elevado del ingenio y del conocimiento, parte de la estética en una de sus categorías fundamentales: lo cómico, concepción del humor que apela a la complicidad activa de la inteligencia.4 El humor musical, como el verbal, puede manifestarse de diferentes maneras: desde la simple broma,5 la mímesis,6 la parodia, la exageración y la desviación sintáctica hasta la ironía. Lógicamente, para detectar el talante cómico en alguna de sus formas se debe conocer la obra u obras motivo de la transgresión. Esto lleva a otro nivel de análisis: la intertextualidad, es decir, la relación, el diálogo que establecen las composiciones musicales entre sí y que se pone de manifiesto como citas directas, alusiones, exageraciones, imitaciones, variaciones, etcétera. Por ejemplo, “Chismografía”, de 1960, canción para voz y piano (Rosado Rodríguez, 2014c), exhibe un sentido del humor de manera evidente, y todo el que la haya escuchado lo confirmará. Además, el título alude a una expresión de uso popular en ciertas partes de Latinoamérica que designa la relación de los chismes y cuentos que corren. No puede comprenderse en toda su magnitud una obra como ésta si no se ha experimentado o se desconoce la costumbre arraigada en sociedades gregarias —especie de familias ampliadas, como las
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que se toca con tumbadoras cubanas, popularizadas en Nueva York como congas. Dicha clave se logra con instrumentos de aliento. Oboe, fagot, clarinete y flauta crean una importante polirritmia. En Cuba existe, incluso, la llamada rumba de cajón, que se improvisa en zonas populares pobres con cajones y cualquier clase de objeto que pueda emitir sonido. El timbre y la expresividad de aquellos instrumentos de aliento dan cuenta de la ironía en un homenaje especial a la música de la isla. Después de la breve rítmica afrocubana se escucha un fragmento del famoso y emblemático Huapango, de José Pablo Moncayo (2007). Incluye una onomatopeya musical que no deja dudas del intencional reconocimiento que el compositor hace de manera lúdica a la música latinoamericana. Algo similar sucede en “Caricaturas mexicanas”, de 1958 (Rosado Rodríguez, 2014f). En ella se efectúa una apropiación juguetona, irónica, graciosa, que a la vez funge como homenaje de distintas sonoridades y estructuras rítmicas, como lo demuestra la parte titulada De parranda. Lo mismo puede decirse de Revoltillo, de “Divertimento III” (Rosado Rodríguez, 2014g). Otro caso particular se puede apreciar en “Suite contrastes”, de 1957 (Rosado Rodríguez, 2014h). Me atrevo a decir que ésta es una interpretación jazzística de la música europea de concierto de finales del siglo XIX y primera mitad del XX. Consta de cinco partes, con títulos tan cómicos y significativos como Salchichas vienesas y Homenaje a Igor. El primero denomina un vals particular y resulta una clara analogía burlesca. La referencia al extraordinario Stravinsky, presente en Homenaje a Igor, es más sutil: refiere no al autor de aquellas majestuosas composiciones como El pájaro de fuego (2000) o La consagración de la primavera (2012), sino a Igor, el Stravinsky íntimo, el de obras de música de cámara, con pocos instrumentos, mucho más cercano a la poética de Rosado. La “Suite contrastes” es verdaderamente ecléctica, llena de oposiciones. Inicia y termina con una importante presencia de la batería, en clara alusión a la influencia del jazz. En Elegía, su parte 2 —anteriormente Homenaje a Stravinsky—, después de mezclar ritmos y sonoridades jazzísticas que recuerdan en ocasiones a los desfiles de Nueva Orleans, junto a orquestaciones 90
tipo Stravinsky, se escucha un glissando de clarinete al estilo inconfundible de Gershwin. Mucho más podría escribirse sobre esta importante veta estética de la obra de Juan Antonio Rosado Rodríguez o de sus obras, como “Rapsodia callejera” (1956) (2014i); “Romance” (1957), para flauta, trombón y piano (2014j); “Divertimento I” (1959), para quinteto de alientos (2014e); “Intimidad” (1960), para guitarra (2014k); “Sonatina” (1961), para clarinete y piano (2014l); “Divertimento IV” (1963) (2014m); “Divertimento VII” (1967) (2014n); “Mutaciones” (1972), para piano (2014o); “Tres piezas”, trío para flauta, violín y piano (1972) (2014p), y “Remembranzas I y II” (1974), para piano solo (2014q). Sin embargo, prefiero invitar a quienes todavía no lo han hecho a deleitarse con la música de tan original, conocedor y talentoso artista.
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Ironía y parodia en la obra musical de Juan Antonio Rosado Rodríguez
Rolando A. Vilasuso-Montero
Rosado Rodríguez, Juan Antonio (2014i), “Rapsodia callejera”, en Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933), disco 2, México, UNAM. Rosado Rodríguez, Juan Antonio (2014j), “Romance”, en Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933), disco 2, México, UNAM. Rosado Rodríguez, Juan Antonio (2014k), “Intimidad”, en Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933), disco 2, México, UNAM. Rosado Rodríguez, Juan Antonio (2014l), “Sonatina”, en Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933), disco 2, México, UNAM. Rosado Rodríguez, Juan Antonio (2014m), “Divertimento IV”, en Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933), disco 2, México, UNAM. Rosado Rodríguez, Juan Antonio (2014n), “Divertimento VII”, en Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933), disco 2, México, UNAM. Rosado Rodríguez, Juan Antonio (2014o), “Mutaciones”, en Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933), disco 2, México, UNAM. Rosado Rodríguez, Juan Antonio (2014p), “Tres piezas”, en Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933), disco 2, México, UNAM. Rosado Rodríguez, Juan Antonio (2014q), “Remembranzas 1 y 2”, en Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933), disco 2, México, UNAM. Stravinsky, Igor (2000), El pájaro de fuego, Londres, London Symphony Orchestra Scapino Ballet. Stravinsky, Igor (2012), La consagración de la primavera, Nueva York, Philharmonic-Symphony Orchestra of New York.
eISSN 2448-6302 La Colmena 92 octubre-diciembre de 2016 ISSN 1405-6313
Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1933). (2014). Álbum de dos discos compactos: México , UNAM/ Escuela Nacional de Música.
Rolando A. Vilasuso Montero. Licenciado en Historia del Arte, maestro en Arte y en Comunicación, doctor en Historia del Arte con Especialización en Arte Moderno y Contemporáneo, doctor en Ciencias del Arte con Especialización en Semiótica de la Imagen. Fue asesor de la presidencia y de la vicepresidencia de la Televisión Cubana durante doce años. Fundador de la Facultad de Radio, Cine y Televisión del Instituto Superior de Artes en Cuba. Fundador y director del Sistema de Educación en Línea del Centro de Cultura Casa Lamm, en la Ciudad de México. Entre otras obras, ha publicado La expresión plástica de Jorge Rigol, Semiótica de la imagen, Significación de las imágenes y La publicidad audiovisual, una forma de arte posmoderno. Es miembro de la Federación Latinoamericana de Semiótica y de la International Association for Semiotic Studies.
Ironía y parodia en la obra musical de Juan Antonio Rosado Rodríguez
Rolando A. Vilasuso-Montero
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Panorama histórico del estudio de los planetas del sistema solar H istorical
overview of the study of the
S olar S ystem
planets *
La Colmena 92 octubre-dieciembre de 2016
pp. 93-110 ISSN 1405-6313
eISSN 2448-6302
Fernando Francisco López-Gómez*
Resumen: Se presenta un recorrido por los momentos más significativos de la historia de la astronomía. Se señalan los descubrimientos trascendentales que han modificado la visión que se tenía de los planetas, las estrellas y otros cuerpos celestes. A partir de un recuento de los retos más significativos a los que se enfrenta la astronomía, se argumenta en favor de hacer estudios historiográficos sobre esta ciencia. Finalmente, se subraya la necesidad de acercar estos conocimientos al público no especializado. Palabras clave: historia de las ciencias; ciencias del espacio; universo; tecnología espacial; exploración espacial
* Escuela Preparatoria Oficial Núm. 172, México Correo-e: alicsoyuz72@gmail.com Recibido: 5 de mayo de 2016 Aprobado: 23 de agosto de 201
Abstract: We introduce a journey through the most important moments of Astronomy history. We pinpoint the transcendental discoveries that have modified the ancient vision of planets, stars and other celestial bodies. From a recount of the most significant challenges faced by Astronomy, we argue in favour of undertaking historiographical studies on Astronomy. Finally, we underline the need of approaching this knowledge to the general public. Key words: history of science; space sciences; universe; space technology; space exploration 93
A Alicia Jaqueline Pedraza Roldán
E
La Colmena 92 octubre-diciembre de 2016 ISSN 1405-6313
eISSN 2448-6302
l hombre ha observado el firmamento desde la Antigüedad hasta los tiempos actuales, de ahí que el estudio de los planetas del sistema solar sea parte importante de la historia de la astronomía. Al percatarse del fenómeno de las estrellas errantes1 y preguntarse por las luces que se movían en el cielo nocturno, los griegos creyeron que se trataba de dioses. En el siglo III a. C. Aristarco propuso la teoría heliocéntrica,2 misma que el astrónomo polaco Nicolás Copérnico retomaría siglos después. Con la introducción de esta tesis, se reconoció que el Sol constituía el centro del sistema solar y que las estrellas errantes eran en realidad planetas que, junto con la Tierra, realizaban un movimiento de traslación alrededor del astro rey. Además, se descubrió el orden en el que se encuentran estos cuerpos celestes. Con el transcurrir de los siglos, la tecnología fue transformando la percepción sobre las luces que recorrían el firmamento con movimientos aparentes hacia adelante y hacia atrás. La observación minuciosa, así como la propuesta de teorías y distintos modelos permitieron comprender a cabalidad la estructura del sistema solar y el lugar que ocupa la Tierra dentro del conjunto. Actualmente, el conocimiento sobre los cuerpos celestes ha aumentado gracias a la exploración del planeta enano Plutón por la sonda espacial New Horizons (Nuevos Horizontes), perteneciente al programa New Frontiers (Nuevas Fronteras) de la National Aeronautics and Space Administration (NASA). Cada planeta ha sido estudiado por sondas espaciales diseñadas para sus respectivos objetivos. Los únicos cuerpos celestes que no han sido explorados hasta este momento por ningún vehículo terrestre son los que se encuentran en el llamado cinturón de Kuiper, ubicado en la zona externa del sistema solar. Cabe esperar que en el futuro sea posible realizar un amplio reconocimiento de esa remota zona,
lo cual sería sin lugar a dudas un hito en la historia de la astronomía del siglo XXI.
Generalidades del sistema solar El sistema solar se encuentra ubicado en el brazo de Orión, es decir, a cerca de veinticinco mil años luz del centro de la Vía Láctea. Su estrella principal es el Sol, cuya masa es 333 400 veces la de la Tierra y constituye el 99.86 por ciento de la masa total del sistema solar. El astro rey está compuesto por 71 por ciento de hidrógeno y 26 por ciento de helio. Su energía proviene de la conversión de cuatro átomos de hidrógeno a uno de helio, bajo una temperatura de 15 millones de grados centígrados. Galileo fue el primero en observar manchas sobre su superficie. El resto de cuerpos celestes lo constituyen los planetas —que son los objetos más grandes—, sus lunas y anillos, los cometas, los asteroides, el cinturón de Kuiper y la llamada nube de Oort. Existen fenómenos asociados con este sistema planetario, como las conjunciones, las oposiciones, el paso de cometas, el tránsito de Mercurio y Venus por delante de la superficie del Sol —el cual se puede ver desde la Tierra—, los eclipses lunares y las explosiones solares, entre otros. Los cuerpos mayores del sistema solar se han agrupado en tres categorías: planetas terrestres o rocosos, por su similitud en tamaño y composición con la Tierra; planetas jovianos o gaseosos, por su semejanza con Júpiter, el más grande del conjunto, y planetas enanos, los cuales comparten características con Plutón. El nombre de este último grupo fue decidido por la Unión Astronómica Internacional (IAU, por sus siglas en inglés) en la ciudad de Praga, en 2006:
1
Objetos puntuales que desarrollan un movimiento aparente en el cielo respecto a las estrellas fijas. 2 El heliocentrismo es un modelo astronómico donde el Sol es el centro del sistema solar y la Tierra y los demás planetas giran en torno a él.
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Panorama histórico del estudio de los planetas del sistema solar
La trascendencia histórica de este periodo en la vida de la humanidad, tal vez sea apreciada plenamente sólo por nuestros descendientes, lo mismo que nosotros, acaso, sólo ahora podemos valorar en plena medida las hazañas científicas de Copérnico, Galileo, Newton. Fernando Francisco López-Gómez
Casi veinte centurias separan la cosmología de Aristóteles de la teoría de Copérnico; cerca de tres siglos, la creación de la teoría refinada del movimiento de los planetas del comienzo de los vuelos de vehículos espaciales hacia ellos. Las investigaciones del sistema solar vienen practicándose durante menos de dos decenios, y el torrente de descubrimientos es verdad que pasma (Márov, 1985: 12).
Los planetas del sistema solar Los planetas que integran el sistema solar presentan características que han sido descubiertas a lo largo de su historia. A continuación se presentan algunos de esos rasgos distintivos. El nombre de Mercurio proviene del mensajero de los dioses en la mitología romana. Es el más próximo al Sol, separado de él por tan sólo 57.8 millones de kilómetros. Tiene un periodo rotacional de 58.6 días terrestres y un diámetro de 4878 km. Su inclinación orbital es de 7.004° y su velocidad orbital de 47.88 km/s. Presenta una masa de 3.303 x 3
Para mayor información sobre las misiones que ha llevado a cabo la NASA en los diferentes planetas del sistema solar, se pueden consultar los trabajos del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) del Instituto de Tecnología de Pasadena, California. Algunas páginas al respecto son: http://photojournal.jpl.nasa.gov/ y https://solarsystem.nasa.gov/. También resulta útil www.astroscu. unam.mx/, página del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Panorama histórico del estudio de los planetas del sistema solar
Sistema solar (2004). Foto: NASA
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Prohibida su reproducción en obras derivadas.
1023 kg y un albedo4 de 0.10. Su temperatura es de 467° C en el lado diurno y de -183°C en el nocturno. El cráter conocido como la cuenca Caloris es la depresión topográfica más grande de su superficie. En 1639, el astrónomo italiano Giovanni Zupus descubrió que como Mercurio tiene una órbita inferior a la de la Tierra presenta fases al igual que la Luna, siendo nueva en conjunción inferior5 y llena en conjunción superior. Nicolás Copérnico nunca pudo observar este planeta, que sólo ha sido explorado por dos vehículos orbitales: el Mariner 10 y el Messenger, vehículo que envió miles de fotografías antes de estrellarse en la superficie del astro al final de su vida útil. Para explicar el movimiento orbital de Mercurio, el astrónomo francés Urbain Le Verrier postuló la existencia de un planeta intramercurial al que llamó Vulcano. Jamás lo encontró, pero el fenómeno se pudo explicar después con la aplicación de la teoría de la relatividad de Albert Einstein. El planeta Venus lleva el nombre de la diosa romana del amor y la belleza. Se le conoce como la estrella matutina o vespertina debido a que por su gran brillo los griegos creyeron que se trataba de dos cuerpos celestes distintos. Su temperatura oscila entre los 400 y los 600° C. Tiene una presión 4
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Históricamente, el estudio de los cuerpos celestes que conforman el sistema solar ha sido enriquecido con las aportaciones de teóricos y descubridores que se ayudan de la tecnología.3 Estas contribuciones y los datos obtenidos por las diversas sondas espaciales han permitido comprender la naturaleza, estructura y funcionamiento de los cuerpos que integran el universo. Debido a su cercanía, es más fácil entender el sistema solar al que pertenece la Tierra que otros conjuntos de astros de la galaxia. De ahí la importancia de este tipo de investigaciones.
Se conoce como ‘albedo’ al poder de reflexión de la luz solar que posee un cuerpo celeste, ya sea un planeta, una luna o un asteroide. Su valor está dado por la proporción existente entre la energía luminosa que incide en una superficie y la que se refleja. Se le llama ‘conjunción’ a la configuración de un planeta, cuando dicho cuerpo celeste se encuentra alineado con el Sol y la Tierra.
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atmosférica muy alta y una gruesa capa de nubes compuestas de ácido sulfúrico que provoca un intenso efecto invernadero. Hay evidencias de la existencia de volcanes y cráteres de impacto. El Sol aparece por el oeste y desaparece por el este. No se ha detectado un campo magnético. Posee grandes montañas como el monte Maxwell, y cráteres como Cleopatra e Isabella. Su atmósfera está constituida de bióxido de carbono. Tiene un diámetro de 12 100 km y está separado del Sol por 108.2 millones de kilómetros. Su velocidad orbital es de 35.02 km/s. Presenta una masa de 4.869 x 1026 kg, una inclinación orbital de 3.394° y un albedo de 0.65. Su periodo de rotación es de 243 días terrestres en forma retrograda.6 En 1761, la atmósfera de Venus fue avistada por el científico ruso Mikhail Lomonosov, quien analizaba la traslación del astro. Este descubrimiento fue crucial para que Edmund Halley pudiera medir la distancia de la Tierra al Sol. La Tierra es el tercer planeta del conjunto, separado del astro rey por casi 150 millones de kilómetros de distancia, es decir, una unidad astronómica.7 Tiene un diámetro de 12 756 km, y presenta actividad geológica y volcánica. Su periodo de traslación dura 365 días, y el de rotación, 24 h. Su atmósfera se compone de 70 por ciento de nitrógeno, 20 por ciento de oxígeno y 10 por ciento de otros elementos. Posee un albedo de 0.37, una masa de 5.976 x 1024 kg y una velocidad orbital de 29.79 km/s. La gravedad en su superficie es de 9.78 m/s2. Cuenta con un satélite natural, la Luna, que presenta fases y eclipses por su movimiento de traslación alrededor de la Tierra. Este satélite es el único cuerpo celeste que el hombre ha visitado en las misiones Apolo. El planeta Tierra se encuentra en la llamada ‘zona de habitabilidad’,8 contiene dos zonas heladas —el 6
La ‘rotación retrógrada’ es el movimiento de rotación de un astro en sentido antihorario visto desde el Polo Norte solar. Sólo Venus y Urano presentan este tipo de movimiento. 7 La ‘unidad astronómica’ es una medida de longitud que equivale a la distancia que existe entre el Sol y la Tierra. 8 Se le llama ‘zona de habitalidad’ a aquella región en donde un planeta se encuentra a una distancia media de la estrella principal, como en el caso de la Tierra. Se toma en cuenta el potencial geofísico, geoquímico y astrofísico de los cuerpos celestes para sostener formas de vida. En esta área se incluyen lunas de exoplanetas más grandes que nuestro mundo.
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Ártico y el Antártico— y cinco continentes —América, Europa, Asia, África y Oceanía—. En cada uno de ellos se ha suscitado una infinidad de acontecimientos históricos particulares y generales, como las guerras mundiales. Marte tiene el nombre del dios romano de la guerra. Ha despertado la imaginación del hombre respecto a la posibilidad de que exista vida en él. Es un planeta frío y desértico que cuenta con agua en algunas partes, información que se ha obtenido gracias a las exploraciones recientes. Aquí se localizan el cañón más largo y el volcán más grande del sistema solar: el valle Marineris —cuya longitud es igual a la distancia que separa a Nueva York de Los Ángeles— y el monte Olimpo, respectivamente. Marte presenta tormentas de arena que en ocasiones cubren toda su superficie. Entre la Tierra y el Sol la distancia oscila de 249 251 000 a 206 615 600 km. Tiene una atmósfera compuesta de bióxido de carbono. Posee un periodo de rotación de 24.6 h y uno orbital de 686.98 días. Cuenta con un diámetro ecuatorial de 6 786 km, una inclinación orbital 1.850°, una masa de 6.421 x 1023 kg, y un albedo de 0.15. Marte posee dos lunas: Fobos y Deimos, de 21 y 12 km de diámetro, respectivamente. Quizá por su cercanía con la Tierra se ha escrito mucho sobre este planeta en la ciencia ficción. Entre las obras que lo retoman encontramos las novelas Crónicas marcianas (1950), de Ray Bradbury; La guerra de los mundos (1898), del inglés H. G. Wells; Una princesa de Marte (1917), del estadounidense Edgar Rice Burroughs (2002); así como las películas Vuelo a Marte (1951), de Lesley Selander; Marte, el planeta rojo (1952), de Harry Horner; Invasores de Marte (1953), de William Cameron Menzies; La furia del planeta rojo (1960), de Ib Melchior; Planeta sangriento (1966), de Curtis Harrington; Misión a Marte (2000), de Brian de Palma; Planeta rojo (2000), de Antony Hoffman; y Fantasmas de Marte (2001), de John Carpenter. Júpiter lleva el nombre del padre de los dioses en la mitología romana y es el planeta más grande del sistema solar. Posee una enorme magnetósfera
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Júpiter ya no volvería a ser el mismo, ya nunca sería un simple punto de luz en el cielo nocturno, sino que se había convertido para siempre en un lugar para explorar y conocer. Júpiter y sus lunas son una especie de sistema solar en miniatura compuesto por mundos diversos y exquisitos que tienen mucho por enseñarnos (1987: 159). En 1994, los astrónomos presenciaron el choque del cometa Shoemaker-Levy 9 contra Júpiter. Fue la primera vez en la historia moderna que el hombre pudo observar la colisión de dos cuerpo de este tipo. Cabe aclarar que Júpiter es el responsable de influir 9
Se define como ‘oposición’ la configuración de un planeta exterior que se encuentra opuesto al Sol y en línea recta con éste y la Tierra.
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gravitacionalmente sobre los cometas cambiando sus órbitas, ya sea para expulsarlos del sistema solar o para provocar que choquen contra los planetas interiores o contra el Sol mismo. Saturno constituye la joya del sistema solar. Su traslación tarda cerca de treinta años terrestres, y su rotación, 10 h 40 min. Posee anillos muy brillantes, un albedo de 0.47 y un brillo en oposición de una magnitud de -0.3. Su inclinación orbital es de 2.488°, tiene una masa de 5.688 x 1026 kg y un diámetro ecuatorial de 120 536 km. Su inclinación respecto a la eclíptica es de 2.5°. Entre sus lunas destacan Encélado y Titán. Ésta última fue descubierta por el holandés Christiaan Huygens en 1655. Al igual que Júpiter, la atmósfera de Saturno está compuesta por hidrógeno y helio. Sus anillos fueron descubiertos por Galileo, quien los confundió con astros que formaban parte del planeta. Sin embargo, Huygens comprendió su verdadera naturaleza. JeanDominique Cassini fue el primero en observar una división entre los anillos de Saturno, la cual lleva su nombre. Por su parte, James Clerk Maxwell dedujo que los anillos en realidad no son sólidos, sino que están compuestos por innumerables fragmentos de roca y hielo. En 1672 Cassini también descubrió Rea, y en 1684 localizó las lunas Tetis y Dione. Saturno presenta tormentas, como Júpiter, y un fenómeno de auroras. Urano, un planeta de color aguamarina, fue descubierto mediante la observación. Cuenta con una rotación inclinada y cinco lunas principales. En 1787, William Herschel localizó Titania y Oberón; en 1851, William Lassell descubrió Ariel y Umbriel, y en 1948, Gerard Kuiper encontró Miranda. Los once anillos de Urano fueron hallados en 1977. En 1986, la Voyager 2 encontró otras diez pequeñas lunas y confirmó la existencia de anillos. El diámetro ecuatorial del planeta es de 51 118 km y su albedo es de 0.51. Presenta un brillo de magnitud +5.65 cuando se halla en oposición, una inclinación orbital de 0.774°, una masa de 8.686 x 1025 kg y un periodo rotacional de 17.2344 h. La distancia de Urano al Sol es de 2871 millones de kilómetros, es decir,
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generada por la rápida rotación del astro que llega casi hasta la órbita de Saturno e interactúa con los satélites de Júpiter y el viento solar. El núcleo del planeta está rodeado de hidrógeno metálico líquido. Su distancia al Sol es de 778.3 millones de kilómetros. Posee un periodo de traslación de 11.86 años terrestres, un diámetro ecuatorial de 143 200 km, y un albedo de 0.52. Su brillo en oposición9 es de una magnitud de -2.9. Tiene una inclinación orbital de 1.308°, una masa de 1.9 x 1027 kg y un periodo rotacional de 9.9250 h. En Júpiter se encuentra la Gran Mancha Roja, una tormenta anticiclónica. Posee anillos, al igual que Saturno. Su atmósfera está compuesta de 81 por ciento de hidrógeno y 17 por ciento de helio. En la órbita del planeta se encuentran numerosas lunas que hacen que parezca un pequeño sistema solar: Ío, Europa, Ganímedes, Calisto, Amaltea, Adrastea, Elara, Pasifae, Sinope, Ananké, etc. Las cuatro primeras fueron descubiertas por Galileo en 1610. Se espera que próximas misiones, como Juno, puedan ayudarnos a comprender más sobre este astro. Una novela de ciencia ficción relacionada con Júpiter y sus lunas es 2001: A Space Odyssey (1968), de Arthur C. Clarke. En opinión de Carl Sagan, gracias a los hallazgos científicos en el campo de la astronomía:
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Tritón (1989). Fotografía: NASA / Jet Propulsion Laboratory - Caltech
19.1914 unidades astronómicas que podrían recorrerse en ochenta y cuatro años terrestres. Desde que el planeta fue descubierto, distintos astrónomos se dedicaron a estudiar su movimiento. Alexis Bouvard encontró que éste no seguía los cálculos orbitales, lo que lo hizo sospechar de la existencia de otro planeta más, descubierto más tarde y al cual se le llamó Neptuno. Neptuno lleva el nombre del dios romano de los mares. Fue descubierto mediante cálculos matemáticos antes de comprobar su existencia con telescopios. Posee un color azul muy intenso y su atmósfera presenta los vientos más rápidos de todo el sistema solar. Se cree que posee una fuente interna de calor, como Júpiter y Saturno. En Neptuno se descubrió una Gran Mancha Oscura, parecida a la Gran Mancha Roja de Júpiter. Además, en Tritón, una de sus lunas, se detectó vulcanismo activo y atmósfera. 98
La distancia que separa a este planeta del Sol es de 4501 millones de kilómetros, es decir, 30.0611 unidades astronómicas. Tiene una inclinación orbital de 1.774°, un albedo de 0.41, y una velocidad de escape de 23.50 km/s. El brillo que presenta en oposición es de magnitud +7.66. Su periodo rotacional es de tan sólo 16.1088 h y recorre su órbita en 164.79 años terrestres. Su diámetro ecuatorial es de 49 528 km, con una masa de 1.024 x 1026 kg. Sus componentes atmosféricos son hidrógeno, helio, metano y amoniaco. Sobre los últimos tres planetas descritos, Littman menciona:
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En el siglo y medio transcurrido desde el descubrimiento de Urano y Neptuno, con frecuencia habían sido descritos en los libros de texto como gemelos porque a menudo explicaban sus similitudes en masa, tamaño y Fernando Francisco López-Gómez
Otros cuerpos en el sistema solar Plutón, designado planeta enano por la IAU, lleva el nombre del dios romano del inframundo. Junto con su luna Caronte ha sido explorado recientemente por la misión New Horizons —antes Pluto Kuiper Express—, todo un hito para la historiografía científica. Antes de 2015 era el único planeta que ninguna astronave había visitado, pero gracias a la misión antes mencionada se ha podido completar la exploración de los cuerpos mayores del sistema solar. La distancia de Plutón al Sol es de 6 000 millones de kilómetros, es decir, 39.5294 unidades astronómicas. Su brillo en oposición es de magnitud +13.6. Posee un periodo de traslación de 248 años terrestres, un albedo de 0.30, y una inclinación orbital respecto a la eclíptica de 17.2°. Su masa es de 1.290 x 1022 kg, y su velocidad de escape, de 1.22 km/s. Tarda 6 387 días en rotar sobre sí mismo. No presenta campo magnético. Los cometas son otros cuerpos que integran el sistema solar. Están compuestos por hielo, polvo y rocas. De acuerdo con su periodo de traslación, pueden clasificarse en dos tipos: cometas de periodo corto y cometas de periodo largo. Los primeros tardan menos de veinte años en describir una órbita completa alrededor del Sol, por lo que podemos observarlos Panorama histórico del estudio de los planetas del sistema solar
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Los hallazgos de Urano y Neptuno llevaron a los astrónomos a creer en la existencia de un planeta transneptuniano. Su búsqueda la inició el estadounidense Percival Lowell. En consecuencia, Plutón fue descubierto por Clyde Tombaugh en 1930. La búsqueda de un décimo planeta ha continuado desde entonces.
cada poco tiempo. Los segundos requieren siglos o miles de años y debido a esto sólo podemos avistarlos una vez. Algunos cometas son: Halley, Kohoutek, Ikeya-Seki, Crommelin, Encke y Giacobini-Zinner. Los asteroides son pequeños cuerpos celestes que orbitan alrededor del Sol, en un cinturón ubicado entre Marte y Júpiter. Se cree que se trata de los restos de un planeta que no se llegó a formar. Entre los más conocidos encontramos a Vesta, Palas, Juno, Ida, Gaspra, Hermes, Eros e Hidalgo, descubiertos en el siglo XIX. En 1977, el astrónomo Charles Kowal halló un asteroide entre las órbitas de Saturno y Urano al que llamó Quironte. El cinturón de Kuiper constituye una zona externa del sistema solar donde se encuentran miles de pequeños objetos transneptunianos, como Sedna y Varuna. Esta región, estudiada por Jane Luu y David Jewitt, está a punto de ser explorada por la sonda New Horizons. Finalmente, encontramos la llamada nube de Oort, el área más lejana del sistema solar. Se piensa que de ahí provienen los cometas que entran al interior:
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composición. A medida que los científicos aprenden más sobre los dos, habían sido cada vez más capaces de discriminar a los gemelos entre sí, sus inclinaciones axiales, sus sistemas de satélites, sus densidades, sus características en sus nubes visibles (2004: 224).
En los últimos años hemos descubierto que el Sistema Solar externo es más complejo de lo que imaginábamos. Ha sido descubierta una población de objetos menores: el Cinturón de Kuiper, que ha desdibujado la frontera entre los conceptos de planeta, asteroide y cometa. Plutón, hoy considerado como el mayor de los objetos conocidos del Cinturón de Kuiper, ha resultado ser menor que la Luna y apenas mayor que objetos como Varuna y Quaoar, descubiertos en los albores del siglo XXI y que no han sido reconocidos como ‘planetas’ (Carrasco Licea y Carramiñana Alonso, 2005: 12). La heliósfera es una zona dominada por el viento solar que se extiende más allá del planeta enano Plutón y llega hasta la heliopausa, región donde el viento solar interactúa con el espacio interestelar. Las sondas espaciales Voyager 1 y 2 viajaron ahí en 2004 y 2007, respectivamente. Fernando Francisco López-Gómez
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Todas las características de los cuerpos celestes que conforman el sistema solar han sido descubiertas a lo largo de la historia de la astronomía. Desde hace siglos, estos datos se han obtenido principalmente gracias a las mediciones hechas por científicos en observatorios, así como por el uso de sondas no tripuladas que orbitan o descienden en los planetas y crean así una vasta biblioteca de información sobre sus atmósferas, parámetros orbitales, lunas y anillos:
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Vivimos en un momento emocionante en la historia de nuestro sistema solar. Desde la antigüedad, tres planetas adicionales han sido descubiertos. Grandes telescopios han estudiado las nubes y las características de la superficie de todos los planetas. Sus posiciones y movimientos se han calculado para una precisión increíble (Bakich, 2000: VII). El estudio del sistema solar en los tiempos actuales ha permitido llevar a cabo una comparación entre su estructura y la configuración de otros sistemas que se han descubierto mediante el uso del telescopio espacial Kepler. Las características de cada planeta deben servir para elaborar una clasificación de dichos astros, designando con letras a cada uno de ellos. Lo anterior servirá de base o modelo para los planetas extrasolares que se puedan localizar en el futuro. También contribuirá a lograr mejoras en los equipos instrumentales astronómicos, el perfeccionamiento de técnicas de observación y los modelos teóricos sobre la formación de los planetas que existen en la Vía Láctea.
Teóricos y descubridores del sistema solar Si bien el número de científicos que han dedicado su vida a la astronomía es bastante numeroso, sólo se hará una breve mención de algunos, dada la influencia de sus contribuciones. Resulta interesante el hecho de que, desde tiempos inmemoriales, el 100
hombre empezó a observar el cielo y los astros, y se preguntó qué pasaba con ellos. En la antigua Grecia, por ejemplo, surgieron teóricos importantes que dieron las primeras explicaciones sobre el sistema solar y la forma de la Tierra. Tales de Mileto afirmaba que nuestro planeta era un disco plano que flotaba sobre el agua; Aristarco de Samos propuso la teoría heliocéntrica. Para Heráclides del Ponto, la Tierra rotaba sobre su propio eje una vez cada veinticuatro horas. Parménides aseguraba que nuestro mundo era esférico y estático. Platón creía que la Tierra era el centro inmóvil del universo y que a su alrededor giraban todos los planetas y la esfera de estrellas fijas. Aristóteles dividió el universo en dos: el mundo celestial, que representaba lo incorruptible, y el mundo sublunar, al que correspondían los acontecimientos de carácter mutable y corruptible. Apolonio de Perga desarrolló un modelo matemático para explicar el movimiento planetario, aplicando un pequeño círculo llamado epiciclo.10 Hiparco registró las posiciones y magnitudes de algunas estrellas, derivó la distancia entre la Tierra y la Luna y descubrió la ‘precesión de los equinoccios’11; finalmente, Ptolomeo elaboró el sistema geocéntrico con epiciclos y deferentes, modelo que predominó por varios siglos. La libertad de pensamiento entre los griegos cimentó las bases de la ciencia y abrió el camino a seguir a otros pensadores que se preocuparon por saber más sobre los cuerpos celestes. A pesar de que enfrentaron una diversidad de disturbios políticos, sociales, militares y económicos, estos hombres no cejaron en su intento por buscar la verdad. Los griegos legaron su conocimiento a nuevas generaciones de sabios, como los árabes, que destinaron sus esfuerzos a traducir las obras de los helenos y a desarrollar su propio pensamiento. Entre las figuras científicas que destacaron en la Edad Media encontramos al persa Abd al-Rahman Al Sufi, quien se 10 El ‘epiciclo’ es un elemento que no tiene que ver con la realidad, pero que fue utilizado por los antiguos astrónomos para explicar la velocidad y movimiento de los planetas. Se trata de un círculo dentro de otro círculo. 11 Movimiento retrógrado de los puntos equinocciales o de intersección del ecuador con la eclíptica, en virtud del cual se van anticipando las épocas de los equinoccios.
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Versión simplificada del sistema heliocéntrico de Copérnico. Imagen extraída de la obra De revolutionibus Orbium Coelestium (2005). Ilustración: Copérnico
basó en el Almagesto (1984) de Ptolomeo para escribir El libro de las estrellas fijas (1874), y al árabe Al Battani, que estudió el avance del apogeo del Sol. Otra importante herencia árabe fue una serie de palabras para nombrar algunas estrellas brillantes, como Aldebarán, Altair, Mizar, Betelgeuse, etc. En Europa, en la misma época, el geocentrismo dominaba el ambiente intelectual, lo cual impidió una apertura hacia otras ideas durante muchos años. A inicios de la Edad Moderna, el Renacimiento significó un momento de transición y cambio histórico que trajo consigo el empuje que muchos pensadores necesitaban. En Lidzbark, Nicolás Copérnico desarrolló sus ideas sobre el heliocentrismo. Su propuesta apareció en un pequeño texto titulado Commentariolus (2002), antecedente de la obra De Panorama histórico del estudio de los planetas del sistema solar
revolutionibus orbium caelestium (1965). En este último libro plasmó su idea central sobre la posición que ocupa el Sol en el sistema solar, y explicó que la Tierra gira en torno a él: La idea fundamental del trabajo de Copérnico, la que habría de asegurarle un lugar entre los inmortales fue la sustitución de la Tierra por el Sol como centro del Universo, ‘degradando’ a la primera a la categoría de simple planeta. Cabe señalar, sin embargo, que su pretensión no era, ni con mucho, la de originar una revolución; conservador hasta la médula de sus huesos, buscaba simplemente una disposición geométrica del Sistema Solar que permitiese una explicación del Fernando Francisco López-Gómez
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movimiento observado de los planetas en términos exclusivamente de movimientos circulares ‘puros’, cuyo abandono en aras de ‘excéntricas’ y ‘deferentes’ criticaba acerbamente (Fierro y Herrera, 2003: 62-63).
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El planteamiento de Copérnico desató fuertes polémicas entre los estudiosos de la astronomía y los religiosos. Durante esta pugna, que duró bastante tiempo, algunos pensadores fueran víctimas de persecución, censura y en ocasiones perdieron la vida. Sin embargo, toda revolución requiere un hombre con visión. La obra de Copérnico inspiró el trabajo de muchos hombres que cimentaron las bases del conocimiento científico sobre la naturaleza, la estructura y el funcionamiento del sistema solar:
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El trabajo copernicano no pretendía un enfrentamiento, sino que buscaba explicar los problemas que a lo largo de mucho tiempo se habían acumulado en la astronomía tradicional, referentes a los movimientos celestes, sin embargo para hacerlo, había que enfrentarlos en forma radical, pues sólo de esa manera podrían resolverse las contradicciones existentes, así que sin proponérselo, pero sí consciente de ello, Copérnico produjo un texto revolucionario, que por la complejidad de su lenguaje matemático fue leído y comprendido por muy pocos, pero la idea central del movimiento terrestre sí llegó a sectores más amplios de la población y fue eso precisamente lo que se atacó (Moreno Corral, 2014: 37). Entre los pensadores que rescataron los postulados de Copérnico para esbozar sus propias teorías destaca Galileo Galilei, científico italiano cuyo interés por la ciencia lo llevó a realizar hallazgos de gran importancia. El astrónomo nacido en Pisa derrumbó las bases de la escuela aristotélica y encontró que la Vía Láctea está compuesta por miles de estrellas. A él debemos el descubrimiento de las cuatro lunas de Júpiter, cráteres y montañas en la Luna, las fases de 102
Venus y los anillos de Saturno, hallazgos que reforzaron la propuesta de Copérnico: Galileo pasó gran parte de su vida en defensa y polémicas. No sólo decidió defender y explicar el sistema copernicano con vigor y claridad sino que, aún más, enérgicamente defendió el papel de la ciencia al descubrir la verdad en el mundo natural. Desde 1604 hasta el decreto de 1616 enseñó y escribió sobre la teoría copernicana y utilizó alguno de sus descubrimientos astronómicos, incluso el de las manchas del Sol en apoyo de sus argumentos (Durham y Purrington, 1989: 156). A causa de su lucha en favor de la ciencia, Galileo fue castigado por la Iglesia católica, que defendía las tesis aristotélicas. Otro fiel seguidor del modelo copernicano fue Kepler, quien tuvo la idea de que el universo estaba formado por figuras geométricas y para comprobarlo recurrió a los cinco sólidos pitagóricos. El pensador alemán plasmó sus primeras investigaciones en su obra Mysterium cosmographicum (1992). Posteriormente, comenzó a estudiar a Marte por consejo de Tycho Brahe. De sus observaciones llegó a deducir que la verdadera forma de las órbitas planetarias es elíptica. Asimismo, formuló las leyes del movimiento de estos cuerpos celestes, las cuales mencionamos a continuación: 1) El Sol ocupa uno de los focos de la elipse, 2) Un planeta barre áreas iguales en tiempos iguales, y 3) Los cuadrados de los periodos de los planetas son proporcionales a los cubos de sus distancias medias al Sol. El astrónomo publicó Harmonices mundi (1619) ocho días antes de la defenestración de Praga, episodio que inició la guerra de los Treinta Años (16181648). Kepler también dialogó con Galileo. En 1655, Christiaan Huygens observó Titán, la luna más grande de Saturno, estudió la naturaleza de los anillos de este planeta que tanto intrigaron a Galileo, e incluso distinguió la región llamada Syrtis Major Planum en la superficie de Marte. Estos hallazgos reforzaron el heliocentrismo.
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análisis espectrográfico reveló la presencia de metano sobre la superficie del planeta enano. Este periodo de la historia se ha caracterizado por el desarrollo de la era espacial, la exploración a gran escala del sistema solar y el arribo del hombre a la Luna entre 1969 y 1972. En 1977, los astrónomos descubrieron los anillos del planeta Urano, y al año siguiente, Caronte, luna de Plutón. Sin embargo,
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En la actualidad todavía no se cuenta con una teoría que explique satisfactoriamente la existencia de los diferentes objetos que forman el Sistema Solar. Éste es un problema que sigue vigente, y en la búsqueda de soluciones seguramente se irán encontrando datos novedosos sobre el sistema planetario y su estrella (Moreno Corral, 2003: 161).
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A partir de la segunda mitad del siglo XVII, la astronomía se ha visto fortalecida con nuevas teorías sobre la configuración, estructura y funcionamiento del sistema solar. Esto ha permitido dejar de lado las explicaciones de tipo teológico y estático. En el siglo XVIII, por ejemplo, en medio del surgimiento de la Revolución Industrial y de los disturbios ocasionados durante la Revolución francesa, William Herschel descubrió Urano. En la Nueva España, Jean-Baptiste Chappe d’Auteroche y Joaquín Velázquez de León observaron el tránsito del planeta Venus por el disco del Sol (1769), y José Antonio Alzate y Ramírez estudió el movimiento de traslación de Mercurio (hacia 1780). La actividad astronómica en el siglo XIX fue más intensa: Piazzi descubrió los asteroides a partir del análisis de Ceres. John C. Adams y Urbain Le Verrier examinaron Neptuno mediante cálculos matemáticos derivados de las irregularidades en la órbita de Urano. El astrónomo alemán Johann Gottfried Galle identificó a Neptuno desde el observatorio de Berlín, y el inglés William Lassell descubrió Tritón en octubre de 1846. Bajo la dirección del contraalmirante Mouchez, del observatorio de París, se inició el mapa fotográfico conocido como la Carta del Cielo. A instancias de su esposa y teniendo como antecedentes la obra Micromegas (2011), de Voltaire y Los viajes de Gulliver (2005), de Jonathan Swift, Asaph Hall continuó analizando Marte y dio con sus lunas. Los astrónomos mexicanos también hicieron importantes aportaciones: Francisco Díaz Covarrubias observó el tránsito de Venus frente al disco solar en 1874, y Francisco Javier Escalante Plancarte estudió el planeta rojo. En 1877, el astrónomo italiano Schiaparelli reportó haber visto canales en su superficie, y el estadounidense Percival Lowell publicó dos libros sobre este planeta: Marte (1895) y Marte y sus canales (1906). Además, Schiaparelli postuló la hipótesis de la existencia de un noveno planeta más allá de Neptuno. En 1892, Edward Emerson Barnard descubrió Amaltea. Ya en el siglo XX, Clyde Tombaugh, del observatorio Lowell, descubrió Plutón en 1930. En 1976, un
Observaciones y teorías son la base para el estudio de la naturaleza del universo. La eliminación de ideas religiosas ha contribuido al avance de la astronomía. Ya en los siglos XVI y XVII esta ciencia comenzó a desarrollarse y alcanzó su auge en los siglos XX y XXI, gracias al uso de nueva tecnología. Esto ha permitido una mejor comprensión del lugar que tiene la Tierra en el sistema solar: Pero el espacio no es tan solo un horizonte territorial, también lo es intelectual y científico, pues condiciona la comprensión del universo que habitamos. El espacio plantea un reto tecnológico porque impulsa el desarrollo de sensores e instrumentos, sistemas de tratamiento de información, sistemas de cálculo, sistemas de comunicación, navegación, automatización, robótica y una serie de tecnologías capaces de aumentar la calidad de vida en este planeta (Terzian y Bilson, 1999: 17). La comunidad científica ha sido la clave para entender la estructura y funcionamiento del sistema solar. Fernando Francisco López-Gómez
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La curiosidad por saber cómo se movían los planetas llevó a algunos de estos hombres a reformar las matemáticas y, por consiguiente, la astronomía, con lo cual rompieron una serie de paradigmas religiosos. El descubrimiento de cuerpos celestes cambió la percepción que hasta entonces se tenía del universo y de las dimensiones del sistema solar. En el siglo XXI, la llegada a Plutón de la sonda espacial New Horizons constituyó un hito en la era de la exploración humana del espacio. Sin embargo, todavía quedan muchas interrogantes respecto a algunos astros, como Europa, luna de Júpiter, y Encélado y Titán, lunas de Saturno. Los antecedentes arriba mencionados son indispensables para tener un conocimiento integral sobre la historia de la astronomía. Estos avances científicos bien pueden ubicarse en una cronología porque en cada época han existido pensadores que han propuesto teorías sobre la naturaleza del sistema solar y han intentado comprenderlo cualitativa y cuantitativamente. Sus postulados han sido reforzados con los resultados de las diversas misiones espaciales, las investigaciones y los hallazgos hechos con ayuda de máquinas. Estos conocimientos deben ayudar a corregir las confusiones que se generan entre el público no especializado. Por ejemplo, se debe elaborar una explicación respecto a la clasificación de los planetas del sistema solar que la IAU acordó en Praga en 2006. En ella se estipuló que estos cuerpos celestes podían tipificarse como terrestres, jovianos o enanos, y tanto Plutón como otros objetos transneptunianos quedaron incluidos dentro del último grupo.
persona— y, posteriormente, al resto de los planetas. Al inicio, dos naciones contaban con los recursos necesarios para tales empresas: Estados Unidos y la Unión Soviética. Actualmente se han desarrollado programas de exploración espacial en la Unión Europea, Japón, China y recientemente India, país que ha logrado colocar una sonda artificial en la órbita de Marte. Al momento existe una gran y rica variedad de misiones robóticas que han sido enviadas a los planetas, a sus lunas, asteroides y cometas. La exploración es el resultado de una creciente curiosidad del hombre por saber y conocer el entorno en el que vive, empezando por su propio hogar planetario. Los descubrimientos geográficos contribuyeron a desterrar ideas como que la Tierra era plana o que los mares tenían un límite. Se ampliaron las rutas comerciales y el intercambio cultural se hizo cada vez más intenso. Incluso la actividad bélica se extendió a lugares que anteriormente no se conocían, como en la conquista de América. En un determinado momento, la Tierra ya había sido explorada por completo, y entonces se confeccionaron mapas del globo terráqueo. Los siglos quince al diecisiete representan un gran momento decisivo de nuestra historia. Empezó a quedar claro que podíamos aventurarnos a cualquier lugar de nuestro planeta. Naves intrépidas de media docena de naciones europeas se dispersaron por todos los océanos. Hubo muchas motivaciones para estos viajes: la ambición, la codicia, el orgullo nacional, el fanatismo religioso, la remisión de penas, la curiosidad científica, la sed de aventuras, la imposibilidad de encontrar un buen empleo […] Estos viajes hicieron mucho mal y también mucho bien (Sagan, 1987: 139).
Flota de exploración interplanetaria y lunar A partir de la segunda mitad del siglo XX, el hombre dispuso de una nueva tecnología que le permitió acercarse más a los astros del sistema solar. Sondas espaciales no tripuladas fueron enviadas a la Luna —único cuerpo al que hemos podido visitar en
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En el siglo XX se exploraron las regiones inhóspitas del Ártico y el Antártico, y se empezó a investigar el fondo de los mares. Entre 1960 y 1990 se dio una época dorada en la exploración interplanetaria,
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Panorama histórico del estudio de los planetas del sistema solar
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lunar y solar. A continuación se mencionan algunos de los vehículos no tripulados que llevaron a cabo dichos viajes. A Mercurio se enviaron las sondas Mariner 10 y Messenger. Venus fue visitado por las sondas Pioneer Venus y Magallanes (Estados Unidos), las naves Venera y Vega en los años sesenta (Unión Soviética), y la sonda Venus Express (Unión Europea). A la Luna se dirigieron las sondas Ranger, Surveyors, Lunar Prospector, Lunar Reconnaissance Orbiter, Clementine, y las misiones tripuladas Apolo (Estados Unidos), las naves de la serie Lunik y el astromóvil Lunokhod (Unión Soviética), la sonda Chang’e 2 (China, 2010), y la Chandrayaan 2 (India, 2013). A Marte llegó la serie estadounidense de las sondas Mariner (1965-1971) y Viking (1975 y 1976) —que realizaron diversos experimentos científicos, como la medición de densidad, presión y temperatura de la atmósfera marciana, análisis de las propiedades físicas del suelo y la velocidad del viento, e incluso pruebas de tipo biológico para determinar la existencia de vida microbiana—, la Mars Pathfinder, la Mars Observer, la Mars Global Surveyor, la Mars Polar Lander, la Mars Odissey, la Mars Reconnaissance Orbiter, y los robots Spirit y Opportunity. Por su parte, Rusia envió las naves de la serie Marsnik y las Fobos I y II. La sonda Mangalyaan (2014), procedente de India, fue puesta en la órbita de Marte para determinar la cantidad de metano en su atmósfera. Al sistema solar exterior fueron lanzadas las sondas estadounidenses Pioneers 10 (1973) y 11 (1979), que se aproximaron a Júpiter y Saturno, respectivamente, además de las Voyager 1 y 2 (1977). Estas misiones dieron inicio a una revolución del conocimiento astronómico sobre los planetas ubicados en esta región de la galaxia. Júpiter, así como sus lunas más grandes, fueron explorados por las Voyager 1 y 2 en 1979. La Voyager 1 captó la presencia de un anillo en torno al planeta. Lo mismo fue
Lanzamiento del Voyager II (1977). Fotografía: NASA / Jet Propulsion Laboratory -Caltech
observado por la nave espacial Galileo a mediados de los noventa. En este último viaje de exploración también se llevaron a cabo algunos experimentos y mediciones del campo magnético, la composición atmosférica, las propiedades físicas y dinámicas de las lunas más grandes del sistema joviano, la temperatura y densidad de la atmósfera, y la velocidad de los vientos. También se detectaron partículas energéticas. A Saturno llegaron las sondas Voyager 1 y 2 en 1980 y 1981, y la sonda Cassini, que no ha dejado de trabajar desde su arribo en 2004. En este planeta se han llevado a cabo algunos estudios de su estructura tridimensional, el comportamiento dinámico de sus anillos y su atmósfera. Se han determinado las propiedades físicas de las lunas saturnianas, la dinámica de la magnetósfera, la actividad geológica de Encélado, y se realizó la cartografía de Titán. Fernando Francisco López-Gómez
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También se encontraron grandes cantidades de agua que posiblemente esté congelada. La sonda Galileo liberó unas pequeñas cápsulas en la atmósfera de Júpiter, y Cassini hizo lo mismo sobre Titán, la luna más grande del sistema saturniano. Los planetas exteriores Urano y Neptuno fueron visitados por la sonda Voyager 2 en 1986 y 1989, respectivamente. En Urano, la Voyager 2 encontró que la temperatura de Miranda es de -187° C, y descubrió nuevas lunas jamás vistas desde la Tierra, como Cordelia y Ofelia. También envió imágenes de sus anillos. En Neptuno, la misma nave descubrió la Gran Mancha Oscura y determinó que la velocidad de los vientos que soplan es de cerca de 2000 km/h. Además, captó la presencia de anillos que confirmaron las sospechas de los científicos. Plutón y Caronte, su luna más grande, ya han sido explorados por la nave New Horizons, que ya está rumbo a otros objetos, revolucionando el escaso conocimiento que se tenía sobre estos astros. A la exploración del astro rey se encuentra abocado el Solar Dynamics Observatory (SDO) (Observatorio Solar Orbital) y la sonda Ulysses, que fue enviada a Júpiter para llegar a una órbita polar alrededor del Sol. Otros cuerpos celestes han sido explorados por la sonda Giotto, de la Agencia Espacial Europea. Vega fue enviada por la Unión Soviética hacia el cometa Halley en 1986, y la sonda Near Earth Asteroid Rendezvous (NEAR) hizo un descenso sobre el asteroide Eros en 2001. Cada una de estas naves forma parte de toda una flota de exploración interplanetaria, lunar y solar que ha cumplido perfectamente los objetivos para los que fueron diseñadas: La verdadera exploración de los planetas no comenzó hasta la era de los viajes espaciales, especialmente a partir de 1970, con ocasión del lanzamiento de sondas. Desde entonces han aumentado en gran medida los conocimientos sobre los planetas. Son tantos los científicos de diversos países que han participado y participan en estos programas de investigación que por motivos de espacio 106
resulta imposible citar sus nombres (Keppler, 1986: 20). La reestructuración teórica y metodológica y los conocimientos que han adquirido astrónomos, físicos y matemáticos a lo largo de siglos han permitido crear naves espaciales no tripuladas con las que se ha tenido acceso a lugares distantes e inhóspitos, como los planetas del sistema solar. Se han invertido millones de dólares en el diseño, construcción y lanzamiento de estos vehículos. La exploración de los diferentes astros en busca de recursos naturales que pueden ser explotados para satisfacer las necesidades humanas básicas e impulsar la industrialización en los lugares que pueden ser factibles de establecimiento humano, como la Luna y Marte, parece ir en el camino correcto. Los hallazgos conseguidos hasta hoy se asemejan en importancia y envergadura al descubrimiento y conquista de América. Paso a paso, el hombre llegará a los planetas más cercanos a la Tierra.
Hacia el futuro: planetas extrasolares En el siglo XVI, Giordano Bruno tuvo la sospecha filosófica, pero carente de toda base científica, de la existencia de planetas en otras estrellas. Por proponer esta teoría fue ejecutado por la Iglesia católica tras acusarlo de herejía y de contradecir las Sagradas Escrituras. Tuvieron que pasar algunos siglos para corroborar las conjeturas de Bruno, juzgadas en su época como impías. Los resultados de las investigaciones sobre la naturaleza del universo han permitido conocer las características e historia de cada planeta y objeto que existe en el sistema solar. El conocimiento adquirido ha sido mucho mayor en los casos en que las naves han orbitado o descendido en estos cuerpos. Antes del primer descubrimiento de un sistema planetario, la ciencia ficción ya había tocado el tema de los viajes a otros planetas y a sus respectivas lunas. Desde su
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Perspectiva tridimensional del cráter Golubkina (1996). Imagen de radar: NASA / Jet Propulsion Laboratory - Caltech
instalación, los telescopios espaciales Hubble y Kepler han sido empleados para escudriñar las profundidades del espacio y ubicar posibles sistemas solares que haya en otras partes de la galaxia: Un descubrimiento reciente de extraordinaria importancia, y muy afortunado por lo casual, es el hallazgo de un sistema planetario auténtico alrededor de una estrella remota, a unos 1300 años luz de distancia, realizado mediante una técnica de lo más inesperada: el púlsar designado como B 1257 + 12 es una estrella de neutrones en rotación rápida, Panorama histórico del estudio de los planetas del sistema solar
un sol increíblemente denso, un residuo de una estrella masiva que sufrió una explosión de supernova (Sagan, 1996: 146). El hallazgo narrado por Sagan ocurrió en 1992. A partir de entonces se localizaron objetos que circundaban esta estrella de neutrones. De este modo comenzó la búsqueda sistemática de planetas con el telescopio Kepler, procedimiento que ha dado buenos resultados. De acuerdo con sus características, los astrónomos han clasificado en dos grupos los objetos encontrados en otros soles: superjúpiters y supertierras. También les han dado designaciones, Fernando Francisco López-Gómez
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como Gliese y Kepler, y han añadió la distancia que los separa de sus estrellas, lo que ha permitido la comparación estructural del sistema solar. Ejemplo de esto son 51 Pegasi y HD 83443. La colocación de observatorios espaciales ha contribuido a detectar cuerpos celestes que se encuentran a cientos de años luz del Sol:
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El trabajo ha sido muy fructífero y desde 1995 hasta la fecha, los múltiples grupos dedicados a esta labor han encontrado planetas alrededor de 67 estrellas (hasta abril de 2001), y en varias de ellas se han detectado más de un planeta. Todos los planetas descubiertos alrededor de estrellas parecidas al Sol tienen masas entre 0.5 y 15 veces la de Júpiter, todos son enormes (Arellano Ferro, 2003: 103). Hay trabajo por hacer. Se deben analizar características como la masa, el tamaño, los parámetros orbitales, la atmósfera, el diámetro ecuatorial, el tipo de sistema estelar y la cercanía que tienen los planetas descubiertos con sus respectivas estrellas. Es decir, hay que elaborar una tabla clasificatoria parecida al diagrama de Hertzprung-Russell, y designar una letra para cada uno de estos cuerpos. También se debe analizar la composición atmosférica de dichos exoplanetas y sus lunas, que bien podría estar constituida por las combinaciones oxígeno-nitrógeno, oxígeno-argón, oxígeno-metano, oxígeno-bióxido de carbono, o hidrógeno-helio, como en los casos de Júpiter y Saturno. Esto se puede deducir mediante un análisis espectrográfico de la luz que proviene de dichos astros. Con base en estos datos se podría establecer un cuadro de categorización de planetas similar al manejado en la serie de ciencia ficción Star Trek (1966), según el cual la Tierra es un planeta clase M por su atmósfera de nitrógeno-oxígeno. Es posible que existan lunas en las órbitas de los planetas extrasolares descubiertos, y que en ellas haya condiciones físicas favorables para el sostenimiento de vida. Esto dependerá de que la distancia que las separa de sus estrellas sea similar a la que 108
hay entre la Tierra y el Sol. También se encontrarán lunas masivas y enormes, otras poco masivas y pequeñas, e incluso simples asteroides. Algunas veces, los planetas extrasolares se ubican en sistemas binarios o múltiples de estrellas, por lo que sus parámetros orbitales son muy difíciles de determinar. Esto se debe a que las fuerzas gravitacionales inciden en la trayectoria de los planetas y provocan que choquen contra las estrellas principales o sean expulsados de sus sistemas originarios. En caso de coincidir con cuerpos masivos, los planetas pequeños podrían o no sobrevivir. Así como Copérnico comprobó que el geocentrismo era una teoría incorrecta, Harlow Shapley demostró que el Sol y todo su sistema no estaban en el centro de la galaxia, sino casi en sus afueras, en el llamado brazo de Orión. Antes de 1992 se creía que el sistema solar era el único en su tipo, sin embargo, se sospechaba la existencia de planetas que giraban en torno a otras estrellas. Alexander Wolszczan confirmó dicha hipótesis, y a partir de ese momento grupos de astrónomos empezaron a ubicar un gran número de planetas. La búsqueda se ha intensificado aún más con el perfeccionamiento de las técnicas de observación y el uso de telescopios orbitales. Actualmente, el progreso en las teorías y el adelanto tecnológico han establecido una relación simbiótica en la que el hombre es el centro tanto de la actividad social como de la creación de saberes. La exploración del cielo y los astros forman parte de la historiografía científica, y por tanto, deben enmarcarse en la historiografía general: El Hombre dispone de un ámbito de decisión y libertad que, en último análisis, depende de su capacidad para manejar de diferentes maneras los equilibrios más o menos flexibles entre instancias coactivas diversas que además están sujetas a un constante cambio (Elias, 2013: 55). La astronomía es una creación humana sujeta a constante dinamismo. Ejemplo de ello es el
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sextantes, permitió conocer con más detalle las características de los cuerpos celestes. Con el tiempo, el hombre encontró la forma de enviar dispositivos hacia aquellos puntos de luz en el espacio y se dio cuenta de que eran lugares distintos a la Tierra. Su curiosidad aumentó considerablemente y lo llevó a crear una gran flota de sondas de exploración interplanetaria y lunar. Así, resolvió algunos misterios del sistema solar, pero encontró otros. A raíz de esto se han planeado nuevas misiones y en el futuro se espera poder llegar a Marte. La observación sistemática del firmamento llevó a los astrónomos a encontrar nuevos astros a los que designó como planetas extrasolares. Dicho descubrimiento amplió aún más el panorama que se tenía sobre el universo. La astronomía tiene una gran labor por delante, y los historiadores deben cumplir con la ardua tarea de historiografiar estos logros y hallazgos. El tiempo será testigo de las nuevas aportaciones y exploraciones hechas por nuevas generaciones de científicos y sondas espaciales.
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descubrimiento de planetas extrasolares, lo que constituye un hito en la historiografía científica y un cambio de velocidad en la historiografía general. Hablar de estos cuerpos implica un cambio en la percepción del hombre respecto al universo y al lugar que ocupa en el mismo. Las sondas Pioneer 10 y 11, y Voyager I y II son los vehículos más veloces que se han fabricado. Sin embargo, por su lejanía del sistema solar alcanzarán las estrellas más próximas a él en unas decenas de miles de años. En algún momento de la historia, el hombre desarrollará naves espaciales lo suficientemente rápidas para llegar hasta los planetas de su propio sistema solar y, posteriormente, a otros soles, como Próxima Centauri, Sirio, Vega o la estrella de Barnard. Lo único que se puede hacer con la tecnología actual es diseñar una nueva generación de sondas automáticas que continúen la exploración de los planetas, sus lunas y anillos, así como asteroides y cometas. También se debe planear un viaje con tripulación, al menos a un planeta cercano a la Tierra, como Marte. Respecto a los planetas extrasolares, se deben perfeccionar las técnicas de análisis en observatorios de superficie, mejorar los dispositivos electrónicos de los observatorios orbitales y ampliar su campo visual de exploración. La visita de estos cuerpos es por el momento sólo competencia de la ciencia ficción, como sucede en las series Viaje a las estrellas (1966-1969), del finado Gene Roddenberry; Babylon 5 (1994-1998), de J. Michael Straczynski, y en las cintas cinematográficas Interestelar (2014), dirigida por Christopher Nolan, y Avatar (2009), de James Cameron, entre otras. Finalmente, podemos concluir que el hombre siempre ha tratado de conocer el sistema solar. Primero lo hizo mediante las fantasías que tuvo sobre los astros que se mueven por la bóveda celeste. Luego, pensadores dedicados a la observación rompieron paradigmas tanto religiosos como filosóficos que habían permanecido durante miles de años en la mente humana. La aplicación de elementos tecnológicos, como el telescopio, los astrolabios y los
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Fernando Francisco López Gómez. Es profesor de la Escuela Preparatoria Oficial No. 172 del Estado de México, México, en la comunidad de Jiquipilco el Viejo, Municipio de Temoaya, donde imparte las asignaturas de Historia Universal, Economía y Proyectos Institucionales II. Licenciado en Historia y Maestro en Estudios Latinoamericanos por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), México. Impartió cursos intersemestrales sobre Historia de la Ciencia, Astronomía e Historia de la Astronomía en México en la misma institución. Elaboró una línea del tiempo para el Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México, que se encuentra en revisión.
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Fernando Francisco López-Gómez
Historia de barro
La Colmena 92 octubre-dieciembre de 2016
pp. 115-119 ISSN 1405-6313
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José de Jesús Espino-Rodríguez
A
Guillermo Romero-Zarazúa, fotógrafo de profunda y escrutadora mirada urbana, debemos esta serie visual, urdida al menos hace veinte años en la interrelación comunitaria típica de nuestros barrios, y modelada con maestros depositarios del arte y la cultura nacida del agua, la tierra y el fuego consagrados en el alfar por los muchos artesanos oriundos de Metepec —José Alfonso Soteno Fernández, Othón Montoya León, Saúl Camacho Rodríguez, Teobaldo Hernández Cajero…—. La obra de Romero Zarazúa brota para atestiguar una historia vívida de fructíficos reencuentros entre amigos de este oficio conservado y dado a conocer de padres a hijos, oficio que viene de sangre y por amor a las raíces del pueblo del árbol de la vida y la Tlanchana. Dicha historia trasciende hoy en día con la realización de este proyecto finalmente cobijado, enhorabuena, por el FOCAEM. En el marco de una realidad típica trasfigurada con ‘el encanto y la magia’ venidos del mercadeo turístico moderno, esta obra estética rescata, pronuncia y defiende valores identitarios de la vida comunitaria, e incluso se convierte en un elemento de influencia dentro del corazón mismo del arte popular de este tan amado pueblo nuestro de todos los días. 115
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El güero (2016). Fotografía: Guillermo Romero-Zarazúa. Prohibida su reproducción en obras derivadas.
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José de Jesús Espino-Rodríguez
La fotografía que Romero-Zarazúa produce, beneficiada con tantas reminiscencias elementales enraizadas en las entrañas del alma metepequense, parece fluir hipnótica de las divinidades de la naturaleza —cualesquiera que sean sus nombres y la advocación a que correspondan— a la fuente creadora que por las venas de quien las mira corre que corre. A modo de remembranza, las imágenes se extrapolan en medio del inconsciente y las neuronas, asomando sus narices como improntas eléctricas emergentes al otro lado del espejo de suspiros y nostalgias en espiral. A lo mejor esto ya no sucede como ‘enantes’, cuando existían casas con paredes de tierra y cal, donde el hogar se encendía a fuerza de leña y querencias de la entraña abierta, y los hombres alzaban los ojos despiertos a la oscura mansión de la imaginería bien llegada con la palabra de la tradición estacional del campo y la música que por dentro cada cual llevaba. Pero tales recuerdos están plasmados en aquellos cacharros de barro que amorosos crean, cachivaches con sentimiento de identidad matria que bien lucen en el alfar y la sala, como dentro de la mismísima cocina de humo. Y desde la puerta del alma abierta por el viento de ayer, estas evocaciones afloran para contar lo que somos como pueblo.
Orejonas (2016). Fotografía: Guillermo Romero-Zarazúa. Prohibida su reproducción en obras derivadas.
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José de Jesús Espino-Rodríguez
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De algún modo, la obra fotográfica de Romero-Zarazúa —tal vez romántica y hasta candorosa— está llena de esperanzas quijotescas que le llegan desde tiempos sin tiempo montadas a lomo de la costumbre de ser de por acá, reflejo de lo que el maestro intuye y expresa: las obras, como las personas de la comunidad, al mundo vienen para florecer y enriquecerlo antes de ya no estar más en él entre los otros como un nosotros; por ende, cargadas de aprecio y admiración universal sentida por la historia feraz y cara tradición que da vida a este oficio amanuense de algún modo, enriquecidas con la fascinación causada al mundo, deben regresar al mismo colectivo para seguir creciendo como integrante del ‘nosotros’ que es el género humano. Por eso, a fin de testimoniar la cada vez más añeja preocupación común de lo que sucede con el auténtico patrimonio municipal: su gente, Romero-Zarazúa comparte hoy imágenes hechas por y para el pueblo alfarero metepequense. Así también, dado el carácter de esta comunidad, el artista cree desde el corazón que el vínculo entre su obra fotográfica y nuestro pueblo originario —de rostro alegre y mano franca para con el resto del mundo— dará luz a las sombras que obnubilan la memoria y la precipitan al olvido. Romero-Zarazúa sabe con certeza que, pese a toda adversidad, la manera de forjar nuestra vida en este lugar y tiempo es siendo parte de lo que siempre será: la mejor gente. Por ello, la serie “Historia de Barro“ es espejo de un pueblo de tierra, agua, fuego y corazón.
Entorno al torno (2015). Fotografía: Guillermo Romero-Zarazúa.. Prohibida su reproducción en obras derivadas.
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Historia de barro
José de Jesús Espino-Rodríguez
Surco y flor (2015). Fotografía: Guillermo Romero-Zarazúa. Prohibida su reproducción en obras derivadas.
Guillermo Romero Zarazúa. Fotógrafo y editor independiente. Trabajó en el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep) como fotógrafo y productor de programas de televisión y audiovisuales didácticos. Ha colaborado en distintas publicaciones, como el diario Liberación, El Manifiesto y el Semanario Punto. Fue galardonado por su labor como fotorreportero en 2003 por la organización Comunicadores y Periodistas Asociados de México. En 2007 le fue otorgada la Presea Metepec al mérito periodístico en el rubro de fotografía. Fue becario del FOCAEM por el proyecto Historia de barro (2015-2016). Ha participado en catorce exposiciones individuales y cien colectivas. Su obra ha sido expuesta en La Habana, Cuba; San Luis Missouri, Estados Unidos; Trujillo, Perú; Bento Gonçalves, Brasil, y Montevideo, Uruguay. Correo-e: memoromero27@gmail.com Recibido: 17 de octubre de 2016 Aptobado: 27 de octubre de 2016
José de Jesús Espino Rodríguez. Escritor independiente participó en diversas series animadas, tres largometrajes hechos en México, un corto independiente y varios anuncios animados. Trabajó como fotógrafo para el Instituto Nacional Indigenista en varias comunidades indígenas de la República. Asumió la responsabilidad del Departamento de Identidad Municipal del H. Ayuntamiento de Metepec. Publicó un libro dedicado a Nezahualcóyotl, otro del bicentenario de la ciudad de Toluca y diversos artículos en diferentes medios, como el Semanario Punto. Próximamente, publicará una compilación sobre leyendas de Metepec. Correo-e: jjesusespino@gmail.com
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José de Jesús Espino-Rodríguez
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Dulce flagelo
La Colmena 92 octubre-dieciembre de 2016
pp. 123-129 ISSN 1405-6313
Juan Antonio Rosado-Zacarías
Alba se peinaba frente al espejo del tocador. La silueta de la mano se proyec-
taba contra la pared mientras, en mangas de camisa, desde la puerta de la recámara, Alfonso veía, bajo la luz tenue de una lámpara, la espalda cruzada por el resorte blanco del sostén, el armónico vaivén del peine sobre el cabello castaño y el rostro femenino en el espejo. Con más pómulos que ojos por el desvelo de la noche anterior, Alfonso se rascaba la cicatriz de la mejilla y le reprochaba a la mujer: ¡No puedes vivir sin tus pinches hijos! Los ojos verdes de la viuda se encendieron. A pesar de esparcir un perfume dulce, refrescante —el olor sereno de la recién bañada—, se levantó con brusquedad y arrojó el peine sobre la cama. Los calzones dejaron ver el oscuro triángulo del sexo. Beatriz se desgañitó en una lluvia de golpes, bofetadas, increpaciones que hicieron temblar sus pechos y retroceder al hombre. Con la incertidumbre en la mirada, pero sin resignarse a la humillación, él dio la vuelta 123
evitando los golpes. ¡Pendejos! Insultó a los hijos que echados platicaban en la sala, con el televisor encendido. ¡Putos! Un gato blanco cargado de electricidad maullaba en el corredor. Sin mirar atrás, Alfonso lo esquivó. Abrió furioso la puerta. ¡Ya no vuelvo! El felino corrió tras él con pasos suaves y veloces. *
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eISSN 2448-6302
Sí: llegué de lejos con la esperanza de encontrar a una amiga, a alguien con quien conviví por cuatro años, con quien pasé tristezas y alegrías pero, carajo, me encuentro con la alegoría del rencor, con la venganza personificada, con la insistencia en un pasado demoledor y no en un pasado de ternura. Alba me ha recibido con brazos abiertos y con una breve charla de la que emanó su viejo perfume de sándalo, una plática que de nuevo reveló cariño en esos grandes ojos azules, en la negrura del pelo y en la tersura de la piel. Era una mujer bella, pero de su cabeza surgían viejos rencores. Por ejemplo, siempre se enfureció porque yo dejaba los jabones llenos de pelos después de bañarme. Era inevitable. Ella lo tomaba como un pretexto más para entrar en conflicto. Su afán por victimizarme fue creciendo al grado de que llegué a amenazarla con regresar a mi ciudad y olvidarla para siempre. Empecé a empacar mis cosas cuando su histeria le hizo pedirme perdón y obligarme a permanecer. En realidad, yo no podía irme así de fácil: había invertido muchos esfuerzos (y pelos) en venir hasta aquí, ¡y todo para ser rechazado por un capricho! Los días siguientes fueron más serenos, aunque siempre resurgían los rencores y la tonta insistencia en que yo la engañé, en que yo escribí esa carta injuriosa, en que yo pisotee y escupí lo más sagrado: el amor a sus hijos y hacia mí. Su hija Amalia llegó una semana después. Hubo escenas conflictivas entre ambas, sobre todo por los rencores e incomprensiones de la adolescente. Al cabo de varios días, Alba se sentía complacida en evidenciar su autoritarismo ante la joven y no reparaba en humillarme frente a ella. La debilidad de la muchacha la hacía cobijarse en el ala materna y ambas se pusieron en mi contra. Pero no podía retirarme por dos razones: la primera, por una dignidad mezclada con cinismo y carencia de efectivo suficiente para pagar un buen hotel (ya había tenido muchos gastos y me era imposible pagar mi tarjeta de crédito). La segunda, porque yo trataba a toda costa de conservar los instantes felices —efímeros— que con intensidad vivimos Alba y yo en el pasado. En más de una ocasión, ella se atrevió a decirme que no me había invitado, sino que yo vine por mi voluntad. Le contesté que pudo haberme dicho que no viniera. En contraste, me preguntó por qué lo hacía por tan corto tiempo. Me ofreció alojamiento y comida. Lo segundo fue falso: desde el primer día me exigió comprar despensas y más despensas. Me encontré con una histérica que por momentos cantaba y bromeaba, y a los pocos segundos arremetía contra mí sólo por derramar cerveza en el piso o por observarla mientras se peinaba. ¡Qué guapa era!, pero ¿valía la pena 124
Dulce flagelo
Juan Antonio Rosado-Zacarías
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tanto sacrificio? Hace mucho escuché que las víctimas se vuelven verdugos y eso le ocurría a ella. Cuando tenía dieciocho años, Alba tuvo que casarse con quien la había embarazado. Cinco años después, ese periodista asociado a la guerrilla fue torturado y asesinado por un grupo paramilitar. Había nacido un segundo hijo —ciego, por culpa del partero (mal llamado médico) amigo del pater familias— en una comarca donde no existían instituciones serias para los minusválidos. Mientras el esposo era torturado, en un pueblito cercano Alba vivía la agonía de su madre, quien terminó consumida por el sida pocas semanas después. Sí: todo eso fue un melodrama, pero la vida está hecha de melodramas, y quien diga lo contrario no ha vivido ni visto vivir. La mujer se encontró de repente sola, con dos hijos: una niña hiperactiva y un niño ciego. Desamparada, con una familia incomprensiva que, lejos de ayudarla, le estorbaba en su progreso espiritual, se hallaba entre la espada y la pared. Poco después, su hijo de tres años fue violado durante varias semanas por un vecino, un ex soldado que participó en la famosa guerra contra el narco. El pederasta moriría meses después al impactarse, ebrio, en una motocicleta. Para colmo, Alba fue segregada por su decisión de vivir en unión libre con un negro de carácter débil que terminó por chocar su automóvil, destruir sus cosas, golpearla y amenazarla con el suicidio después de que ésta lo traicionara con otro negro y lo abandonara definitivamente. Yo trataba de entender todo eso: la amargura de Alba, su constante lucha por emerger en un mundo de obstáculos, sus contradicciones, su eterna defensa ante todo lo que su imaginación y su fantasía le hacían creer como negativo. Pienso que su mala fe es producto de la neurosis. De poco le sirvió haber vivido en una comunidad indígena; comunidad que luego fue masacrada por el ejército que buscaba drogas hasta en el culo de las viejas pordioseras. De nada le sirvió leer libros hinduistas con el concepto de no violencia, si la mayoría de las veces, velada o explícitamente, destilaba violencia por los cuatro costados. Cuando vivimos juntos con sus hijos, llegamos a tener más conflictos que alegrías, y lo peor fue que los conflictos, mezclados con las intensas alegrías, nos crearon una dependencia patológica. Nuestra relación era de amor-odio y yo me dediqué a escribir cosas destructivas, algunas basadas en historias reales. Cualesquiera que hayan sido los resultados literarios de esas historias, lo cierto es que yo conservaba la esperanza de que todos los rencores de Alba se hubieran olvidado, pero lejos de borrarse, con los años se reafirmaron. Sus rencores ante mis supuestas mentiras, ante la carta que por mero impulso yo había escrito, la hacían odiarme más que amarme, a pesar de mis muchos detalles amorosos. Fui otra vez a su encuentro para tratar de imaginar una alegría, recordar lo bello que fue el pasado, trabajar para reconstruir una amistad, pero me encontré con la tristeza y, sobre todo, con el recuerdo de lo que fue un pasado conflictivo, agusanado por la locura de una frustrada incapaz de darse tiempo para progresar y que le achacaba a los demás su falta de tiempo. Los problemas 125
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de su vida familiar, el hecho de tener que educar a un hijo ciego y loco, el hecho de haber estado separada de su hija, a la que envió con sus familiares paternos del Deus Operis, aunque ella estuviera contra esa secta siniestra, sólo porque la niña de catorce años osó fugarse durante una semana con un drogadicto, quien le arrebató la virginidad. El hecho de haber perdido a su esposo y a su madre al mismo tiempo y de haber sido perseguida en el sur del país, de haber tenido que cambiar tres veces de ciudad porque no podía educar a su hijo en condiciones precarias, todo ello aunado a una infancia con madre dominante, la hacía emanar amargura, enojo y una agresión hacia todo lo que no le parecía adecuado desde su punto de vista, hacia todo lo que “estaba bien”, hacia aquellos que no habían sido víctimas. Era un afán de tener la última palabra. La ternura que me entregó fue proporcional a su violencia. A veces, yo sólo podía sonreír cuando ella sonreía. Casi siempre su afición consistía en ejercer el dominio sobre los demás, en imponerse sobre quienes percibía como más fuertes. Mientras viví en su nueva casa, recibí ternura, cariño, pero más que nada humillaciones, no sólo en la intimidad, sino —con más intensidad— frente a sus hijos o invitados. Si me defendía o imponía, me cortaba la palabra, me censuraba, insultaba y hasta llegó a decirme gorrón. Me sentía desvalido porque me daba alojamiento, y sus humillaciones —¡qué casualidad!— se intensificaron dos semanas antes de mi partida, al verme en una situación económica precaria. Nunca recordó lo que la ayudé mientras estuvimos casados (más ayuda espiritual que económica). Nunca recordó lo que la hice crecer en el aspecto cultural, toda la instrucción que recibió de mí, el hecho de que buena parte de su biblioteca y de su música se debiera a mi causa, los viajes que hicimos juntos, lo que aprendimos... No recordar es preferir la ingratitud y yo sentí la ingratitud. Bastaba que yo le exigiera respeto para que me dijera que el irrespetuoso era yo y si quería seguir la disputa me cortaba la palabra. Con el tiempo me pareció inútil continuar cualquier discusión. Su histeria la hacía cambiar de un estado de ánimo a otro sin aviso. Era fácil inventar un conflicto si no existía. Cuando yo agachaba la cabeza, la dureza de su mirada se apaciguaba y al cabo de unos instantes ella bromeaba. A veces, durante mi estancia, ella hacía notar su resentimiento al intentar opacarme ante los otros. Ya lo había tratado de hacer en varias ocasiones cuando estuvimos casados. La imposición fue el principio de nuestro conflicto. Si quería imponerse, mi dignidad resaltaba y se creaba la situación conflictiva. No tengo ni la sabiduría ni la paciencia del indiferente. Lo que más intentaba producir miedo en su tiranía particular eran las formas despóticas y no el contenido de las palabras: ademanes, gritos, enfados, insultos que demostraban autoridad, pero no una autoridad ganada con la razón, sino con las fuerzas de la pasión. En el fondo, su despotismo dejaba ver su extrema cobardía e hipersensibilidad. En una ocasión le di un poema. No lo escribí por ella, sino por 126
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una amante de la que nunca se enteró, pero sentí que se adecuaba bien a su carácter y se lo di. Lo transcribo: Tu fuerza, tu condena Eres frágil. Tu tejido orgánico, delgado, compuesto de blandos, yuxtapuestos globos oculares, humedece su blandura con el tacto y acaso estalle un día y se deshaga en un estúpido tropiezo.
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Pero mirar con tu cuerpo a todas direcciones y almacenar en tu memoria cada punto parece lo más triste y terrible de tu don. Sí: tu fuerza radica en las membranas que te cubren. Mas la fugacidad con que aprecias cada breve, cada nimio detalle se asemeja al agua incorpórea que se seca bajo un sol de rabia: deja la huella de la mente sin el fuego que la hizo fluir. Así es la múltiple movilidad de los muchos ojos que te forman: tan sólo rememora la huella pero no la fuerza que la condenó a su permanencia. Amalia, la hija de Alba, tenía los atributos negativos de la madre: dureza, hipersensibilidad, neurosis e ingratitud, pero sin sus virtudes. Si la madre era liberal, la hija conservadora a ultranzas. Si la madre se interesaba más en lo espiritual que en lo material, la hija apoyaba la explotación para enriquecerse y deseaba poner en práctica una suerte de capitalismo salvaje para convertirse en multimillonaria. Si a la madre le interesaba abrirse a otros mundos y a otras
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culturas, la hija se mantenía en el seno de la iglesia y despreciaba otras manifestaciones intelectuales o artísticas sólo porque no se parecían a lo que ella estaba acostumbrada y porque se dejaba manipular con la imagen del infierno y el castigo. Si Alba fue siempre progresista y propugnó la justicia y por ello fue perseguida, la hija tuvo, desde su estancia con la familia paterna, una carrera de reaccionaria que apoyaba los valores del Deus Operis. No bastó decirle que el fundador del Deus Operis fue muy amigo del general Franco, pues ni siquiera sabía quién diablos era Franco. *
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Hoy amanecí con espíritu jodón. Tomo papel y lápiz y escribo la siguiente carta, que pondré en el correo tan pronto pueda: Alba: ¿sabes lo que eres? Una mierda. La que uno se embarra en los zapatos al caminar distraído por la calle. He visto tus dedos con garras atrofiadas que se desnudan de su piel, exhiben la carne roja, palpitante, descendiente del cartílago podrido. Amaestrados por un molde de caca, tus dedos pendencieros desgarran el aire, arremeten contra el oxígeno, lo vuelven negro como tu mente, catapulta puta que bebe y bebe agresión mientras tus bebés balbucean bebiendo mierda en sus biberones. Acostados en sus cunitas de plástico, aprenden de ti a tener los ojos tristes y ciegos, a ver quién se despelleja los dedos desvaídos que nadan en la nada con don Aire. Eres mierda. Tus máscaras malolientes se ocultan en murmullos agotados, aplastan a tu difunto esposo. ¿No ves lo que haces? Tu espejo, que especula con los culos de tus hijos, se parece a las cucarachas aladas de una pared llena de pus. ¡Vamos al grano! El grano es rojo y lleno de pus. ¡Los granos de maíz y de trigo lanzan eructos de espanto! La mierda lava las nalgas roñosas de tus hijos. Por eso, porque lo propicias, eres mierda. ¡Adiós! Y mi firma: Alfonso. * Sobre la banca de un pequeño parque cerca de la avenida, la contradicción fuma nerviosa mientras la identidad se arroja sonriente por la ventana de un edificio y la ira se arrastra sobre la acera como sierpe moribunda. El aspecto nublado del cielo creó el temor a la lluvia, derrame cerebral del cielo. Las construcciones parecen bañadas por la engañosa inocencia de un niño. En ese instante se le reveló a Alfonso su propia identidad. ¿Quién era? ¿Quién, quién era? Desde su infancia se reconoció solitario e inadaptado. Sabía que las estadísticas deciden todo en la sociedad y en el mundo donde le tocó vivir, y que aquel que no adula las normas generales —o por lo menos las normas de su grupo— queda marginado sin remedio, excluido, ninguneado.
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Pero la ausencia de un sentimiento claro de pertenencia nunca lo atemorizó, en gran medida por su carácter solitario, pero también porque pertenecía a una familia rica, y el dinero, siempre abstracto, siempre racional, lo colocó justo en la abstracción de la realidad, donde terminaron de fugarse sus incipientes sentimientos de pertenencia. Desde su primera juventud supo que no había nada de qué preocuparse en el aspecto material, en la misma realidad que lo rodeaba. Siempre se consideró libre de hacer, de ejecutar: allí se hallaba la barrera racional del dinero, que lo protegía incluso de la irracionalidad y del desorden, pero jamás, jamás de la angustia. *
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Después de leer esa carta quise perdonar al cabrón, un cabrón más inválido que mi hijo. Nunca supo el grado de su odio y de su ingratitud hacia todo el cariño que le di, hacia todo lo que le toleré y permití. Su adicción a las drogas y al alcohol, sus enfermedades y alergias, sus engaños, su avaricia... Todo eso y mucho más tuve que soportar por amor, sólo por amor. Nunca valoró lo que hice por él. Alfonso fue siempre un cobarde mantenido y holgazán: un comodino, cínico y desidioso. Nunca tuvo trabajo estable. Se creía en el apogeo de su infancia burguesa y no daba un paso por sí mismo. ¡Pinche indolente! Lo que más le importaba en la vida era leer, comer y coger, coger, comer y leer, sin importar el orden. A veces se echaba a oír música y así se quedaba, mariguano, durante horas y horas, mientras yo, ¡trabaje y trabaje! ¡Cabrón de mierda! ¡Hasta intentó seducir a mi hija! Eso terminó siendo para mí el cretino de Alfonso: un mentiroso, un mitómano, una auténtica porquería de ser humano. Siempre lloriqueando por el dinero para no soltarlo, para no dar nada, sino sólo recibir. ¡Que se meta su dinero por donde le quepa! Ya nada quiero saber de él ni de las historias que inventaba ni de toda la gente que le rodeaba. Adiós, maldita ciudad, maldito país, maldito Alfonso.
Juan Antonio Rosado Zacarías. Doctor en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México. Narrador y ensayista. Autor de El cerco (novela) (2008), Entre ruinas, poenumbras (poemas y aforismos) (2008), Las dulzuras del limbo (cuentos) (2003) y de varios ensayos, entre los cuales están Palabra y poder (2006), Erotismo y misticismo (2005), Juego y revolución (2005), El engaño colorido (2003) y Bandidos, héroes y corruptos (2001).
Recibido: 31/05/2016 Aprobado: 05/08/2016
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pp. 131-133 ISSN 1405-6313
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Sin invitación y otros microrrelatos
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Atilano Sevillano
Sin invitación Solía presentarse sin avisar, sigilosamente, y casi siempre bien avanzada la noche en casa de algún lugareño con el que, en ocasiones, podía entablar larga conversación. Parecía tener predilección por la gente mayor, algunos de ellos lograron intuir, no sin demasiada convicción, el motivo de esto. Rara vez visitaba a algún joven, acontecimiento reseñable para sorpresa de todos. Nadie en varios kilómetros a la redonda sabría decir su nombre y nadie le ponía rostro. Según unos, rozaba la invisibilidad, otros la imaginaban esbozando una mueca triunfal. Ambas son interpretaciones plausibles. En los últimos años su visita se reitera con más frecuencia según confirman, con cierta ansiedad, los más viejos del lugar.
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Atilano Sevillano
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Testamento A mi querida, maniacodepresiva y caprichosa compañera le dejo este cofre, en cuyo interior y en supuesto perfecto estado de conservación encontrará: la media costilla, la fruta mordisqueada y la improbable eternidad que le arrebaté.
Génesis
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Dios creó el mundo en un pis pas (era pan comido) y, como le sobraban nada menos que siete días, se lo replanteó, imaginamos que por matar el rato y también por no estar muy convencido de que lo que había creado fuera bueno o porque sospechaba que había dejado algún cabo suelto. El resultado, como se puede constatar, resultó algo triste, sobre todo para los lastimeros, los aburridos y los relativistas.
Vértigo
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Un día cualquiera, uno de esos días en el que las horas se hacen invisibles, el novelista metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró y se puso a pensar en agujeros, no se sabe muy bien si por conseguir la negrura o la inexistencia a la que aspiraba. Cuando salió de la confusión de esos momentos sintió vértigo, pues la hoja ya no estaba allí.
Pesadilla Alguien aulló tu nombre y al instante te giraste. Obviamente, contra lo que esperabas no hallaste a nadie. Poco después te volvió a ocurrir lo mismo. Oíste voces y más voces que gritaban tu nombre insistentemente. Después, ya no pudiste respirar tranquilo y empezaste a asustarte. Temblando, volviste sobre tus pasos. Se extrañó tu mujer de verte llegar a tales horas un día como hoy de luna llena.
Acaecimiento Al darse cuenta de que se trataba de la noche del último sábado del mes, se puso las gafas de dormir. La diversión comenzaba y había que estar bien alerta.
Empecinado Aquella mañana, tan pronto como despertó, el joven se armó de coraje y se lanzó a perseguir centauros. Vivió, envejeció y en cierta ocasión estuvo a punto de alcanzar la meta. Murió sin lograr trofeo alguno, pero siempre supo que iba por el camino correcto. Atribuyó su fracaso a que ya nadie cree en esos seres fabulosos.
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Sin invitación y otros microrrelatos
Atilano Sevillano
Final del relato
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Un día un escritor buscaba ansiosamente un argumento para trenzar un relato de varias páginas. Sin pretenderlo, se convirtió en protagonista de una rocambolesca historia. Al declinar la tarde fue detenido y conducido al cuartelillo de la guardia civil. Allí fue investigado e interrogado, ya que corría el rumor de que carecía de ordenador y teléfono móvil. Transcurridas varias horas se le comunicó que finalmente tendría que acudir a juicio. ¡Y es que hay relatos con finales insospechados¡
Atilano Sevillano. Argusino de Sayago, Zamora, 1954. Doctor en Filología Española, poeta y narrador. Reside en Valladolid, España. Autor de los poemarios Presencia indebida (Devenir, 1999); Hojas volanderas (Haikus) (Celya, 2008); de los libros de microrrelatos De los derroteros de la palabra (Celya, 2010) y Lady Ofelia y otros microrrelatos (Amarante, 2015). Cultiva la poesía visual y colabora en diversas revistas literarias españolas e hispanoamericanas. Correo-e: asevillano.ber@gmail.com Recibido: 24 de febrero de 2016 Aprobado: 5 de agosto de 2016
Sin invitación y otros microrrelatos
Atilano Sevillano
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pp. 135-139 ISSN 1405-6313
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Gerhard Jaschke Cuatro poemas José Aníbal Campos Cuando se habla de poesía experimental austriaca, el primer nombre que –si acaso— acude
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a la mente de un lector de habla española más o menos informado es el de Ernst Jandl (Viena, 1925-2000). Sin embargo, la población de poetas experimentales en Austria es casi tan grande como la de poetas «tojosianos» en lengua española. (Nota bene: aunque con tojosiano me refiero a esos inspirados cantos a las tojosas, a los sinsontes o las piñas, a un panteísmo almizclero de oficina polvorienta, con legañoso ventilador dando vueltas con desgano en el techo, no dejo de adscribir también a esa tendencia cierto experimentalismo de boticario de pueblo que, padeciendo la eterna falta de buena materia prima y moderno equipamiento, cree que sacar brillo a la plata con un poco de dentífrico implica una novedad inderogable en los superpoblados laboratorios de la alquimia literaria). Gerhard Jaschke (Viena, 1949) es de esos experimentadores «de raza», un escritor para el que la esencia de la mejor literatura se encuentra también (o sobre todo) en la boutade, en el retruécano, en la desacralización y dinamitación de los moldes canónicos. El universo formativo de Jaschke es el de la poesía concreta, el neo-dadaísmo, Fluxus, movimientos a los que ha dedicado buena parte de su incansable labor divulgativa. El anagrama, el alfagrama o el lipograma forman parte de los nutrientes gramaticales con los que se amamantó este «anti-poeta», lo que hace endemoniadamente difícil (cuando no absolutamente superflua) la traducción de muchos de sus textos. Para esta breve selección (de una serie de 14 poemas inéditos en español leídos durante el Festival de Poesía Latinoamericana de Viena en junio de 2016), hemos escogido aquellos que todavía pueden funcionar en una (siempre precaria) traducción en lengua española. José Aníbal Campos, Café Zartl (Viena), agosto de 2016 135
Die Hauptthese der minimal art «You get what you see!»
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Imagen: Gerhard Jaschke. Fuente: Der Geschmack der Fremde: Rezepte, Gespräche, Lucas Cejpke et al (edits), Viena, Sonderzahl, 2004.
Es ist, was man sieht. Du bekommst, was du siehst. Nicht mehr, nichts weniger. Du siehst nur das, was du siehst. Du erhälst bloß das, was dir möglich ist zu sehen. Was du siehst, ist es. Nur das. Aber wer weiß schon, was er sieht?
La tesis fundamental del arte minimalista «You get what you see!» Es lo que se ve. Te llevas lo que ves. Ni más, ni menos. Ves sólo lo que ves. Recibes lo que buenamente puedes ver. Lo que ves, es. Y sólo eso. Pero, ¿quién sabe lo que ve?
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Gerhard Jaschke Cuatro poemas
José Aníbal Campos
otro arreglo floral
ein weiteres blumenstück
para gerhard rühm
für gerhard rühm
páramo del hombre
die wüste des menschen nicht alles über einen leitstern schlagen Gerhard Jaschke Cuatro poemas
sobre el paso de cebra sale para el poeta el sol el jefe de venta ahuyenta los malos eventos declara aventura toda literatura tiene ojos sólo para un busto pero ese busto no tiene ojos para él Imagen: Gerhard Jaschke. Fuente: Der Geschmack der Fremde: Rezepte, Gespräche, Lucas Cejpke et al (edits), Viena, Sonderzahl, 2004.
über dem zebrastreifen geht für den dichter die sonne auf der vertriebsleiter blitzableiter von sorgen deklamiert literatur als abenteuer er hat nur augen für ihren busen aber ihr busen hat keine augen für ihn alles auf einen kopf setzen eine zahl eine farbe ein land ein leben oder den eigenen kopf auf alles setzen wie eine zahl eine farbe ein land ein leben oder seinen kopf gegen alles setzen gegen zahl farbe land und leben
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menschenwüste
eISSN 2448-6302
los girasoles defecan diestros sobre los claveles. las prímulas saludan discretas con sus compresas. los azafranes escupen como campeones por encima del muro. las rosas de pascua se vomitan de alegría. las blancas campanillas les son infieles a los lirios. el filodendro, sin que los otros lo vean se masturba afanoso.
die sonnenblumen scheissen gekonnt auf die nelken. die primeln wacheln dezent mit ihren monatsbinden. der krokus haut seinen schlatz wie ein einser über die mauer. die pfingstrosen bekotzen sich vor freude. die märzenbecher werden den lilien untreu. der philodendron reisst sich unbemerkt von allen anderen einen schön artig herunter.
apostarlo todo a una cabeza una cifra un color un país una vida o aposentar la cabeza propia en todo como una cifra un país un color una vida o poner contra todo su cabeza contra cifra color país y vida páramo del hombre no aplicar a todo el mismo rasero de estrellas José Aníbal Campos
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ICH, MENSCH bin der Tropfen der in Milliarden von Jahren den Stein aushöhlt
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Ich, Mensch bin alles oder nichts im Wettlauf mit meinem Schatten dem Vorspann meiner Geschichte dem Kreis ohne Anfang und Ende
La Colmena 92 octubre-diciembre de 2016 ISSN 1405-6313
Ich, Mensch werfe mich übers Ziel mit der Anspannung aller meiner Kräfte Ich, Mensch weiß nichts Ich, Mensch steht in allem am Anfang bin das Rätsel das ich mir selbst aufgab die Lösung des Alltags ein eingeschriebener anonymer Brief ohne Absender ohne Empfänger
Imagen: Gerhard Jaschke. Fuente: Der Geschmack der Fremde: Rezepte, Gespräche, Lucas Cejpke et al (edits), Viena, Sonderzahl, 2004.
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Gerhard Jaschke Cuatro poemas
José Aníbal Campos
YO, HOMBRE, soy la gota que ahueca la piedra en miles de millones de años
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Yo, hombre, soy todo o soy nada en la carrera con mi sombra en el preámbulo de mi historia en el ciclo sin comienzo ni final
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Yo, hombre, me arrojo más allá de la meta con la tensión de todas mis fuerzas Yo, hombre, no sé nada Yo, hombre, estoy en todo al comienzo soy el enigma que yo mismo me propuse la solución cotidiana una anónima carta certificada sin remitente ni destinatario
José Anibal Campos (La Habana, 1965). Germanista, traductor literario y ensayista cubano-español. Ha traducido a Peter Stamm, Stefan Zweig, Karl Schlögel, Uwe Timm, Hermann Hesse, Leopold von Sacher-Masoch, entre muchos otros autores de habla alemana. En años recientes se ha especializado en la obra de Gregor von Rezzori, de quien ha traducido La muerte de mi hermano Abel (Sexto Piso, 2015), Edipo en Stalingrado (Sexto Piso, 2011), Sobre el acantilado y otros relatos (Sexto Piso, 2014) y Caín. El último manuscrito, de próxima aparición en México y España. Recibido: 24 de agosto de 2016 Aprobado: 6 de octubre de 2016 Gerhard Jaschke Cuatro poemas
José Aníbal Campos
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Oírse con el cuerpo: nuevos derroteros de la poesía mexiquense Eduardo Albarrán
Sergio Ernesto Ríos (antologador), Últimos coros para la Tierra Prometida. 40 poetas jóvenes del Estado de México, ISBN 978/607/495/376/3 Toluca, Fondo Editorial del Estado de México, 2014, 288 pp.
A
unque en la actualidad existe un número apreciable de antologías de poesía mexiquense, se les reseña poco y se les critica menos. Según Miroslava Ramírez, ésta es “tal vez una de las causas por las cuales la poesía escrita y publicada en el Estado de México no ha conseguido el eco que cabría esperar para algunos poetas mexiquenses” (2012: 119-120). La lírica que se escribe en esta entidad habla del amor, un tema atípico en medio de una cotidianidad caótica, y del tiempo, ser bífido entre la angustia y la dicha del fluir de la vida. Se refiere también a la memoria y la muerte, puntos de partida donde todo adquiere forma de ruptura o unión de símbolos. A diferencia de la narrativa reciente, marcada por una violencia tanto explícita como implícita, en la poesía la brutalidad subyace entre líneas y el dolor no es sorpresivo. Últimos coros para la Tierra Prometida… es una antología de nuestro siglo a cargo del escritor toluqueño Sergio Ernesto Ríos. Reúne cuarenta voces de poetas jóvenes del Estado de México, entre los que se encuentran Selene Hernández León, Cecilia Juárez, Abraham Morales Moreno, Jorge Betanzos, Melissa Nungaray, Santiago Matías, Heber Quijano, Alonso Guzmán, Sergio Ernesto Ríos y Horacio Lozano Warpola. Publicada en 2014, la obra contiene tres décadas de poesía de diferentes generaciones que trazan un panorama de diversos estilos, preocupaciones y temas. Si bien hay apego hacia las formas tradicionales, también pueden leerse textos experimentales que buscan encontrar nuevos caminos hacia el asombro poético. A lo largo del libro sobresale la inclinación de cada autor por encontrar su voz propia, plasmada en la estética de sus versos. El poeta busca la innovación desde que inició la Modernidad, pero no hace mucho aún se conservaban inamovibles los moldes heredados del siglo pasado. Sin embargo, parece que ahora hay un mayor interés por encontrar vertientes preocupadas por los contenidos más que por la construcción sonora y la radicalización del lenguaje. La antología de Sergio Ernesto Ríos es un muestrario que exhibe una gran pluralidad. Encontramos, por ejemplo, a poetas para quienes lo convencional no logra llenar sus expectativas, por ello se afianzan en lo breve y transmutable. Es el caso de los textos de Selene Hernández León. Sus líneas se caracterizan por la economía del lenguaje que da pie a una poética minimalista, pero rica en significados. En su propuesta podemos notar el predominio de los versos blancos y libres, además del empleo de elementos lumínicos como núcleos de sentido. Esta técnica confiere equilibrio al sentido del texto: brevedad que engloba y refuerza el contenido. ¿Cómo llamarte? Liminar de luz
La Colmena 92
octubre-diciembre de 2016
ISSN 1405-6313
eISSN 2448-6302 pp. 143-145
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Eduardo Albarrán Oírse con el cuerpo: nuevos derroteros de la poesía mexiquense Hogar de umbrales Eclipse y calco de sombras a favor de los incendios (21).1
La poesía de Cecilia Juárez es un ejercicio de poesía narrativa. “La noche se llamaba Spandex” está construido como un dialogo íntimo y coloquial. Setenta y ocho versos componen la obra de esta toluqueña, ricos en símiles, metáforas y sinestesias. Spandex se convierte en elemento central, que sintetiza en sí mismo el destino de su protagonista. El texto está marcado por lo descarnado y lo visceral: A mí, mi madre me dejó delante de las puertas de un acuario. El conserje que me halló puso a la venta mis agallas en el mercado (44).
Como Cecilia Juárez, Alonso Guzmán opta por un estilo narrativo que aborda los tópicos del vicio y la violencia. Con un lenguaje mesurado, el sujeto lírico parece retarse a sí mismo en el control de sus emociones. El uso de imágenes que implican darle nuevo sentido a una palabra —como el verso “aprendimos a Vallejo” (109)— convierte la poesía Guzmán en una balanza que no se inclina hacia ningún lado. El texto encuentra su estética en la preocupación por el acomodo visual, el listado de ideas expuestas como sentencias y el uso de la anáfora: Aprendimos a odiar, hermano, fue nuestra primera escuela aprendimos a tatuarnos aprendimos a Vallejo aprendimos a largarnos de casa aprendimos a decir mamá puta (109).
No menos importante es Horacio Lozano Warpola, cuya poesía es rica en sus tópicos y mínima en su expresión. Sus líneas parecen recurrir a imágenes de lo cotidiano, pero en realidad apelan a distanciarse de un lenguaje prefabricado. senos de princesa, senos usados y pequeños, de pezón invisible (150).
Por su parte, la poesía de Sergio Ernesto Ríos despliega una preocupación por encontrar nuevas formas de concebirse y presentarse ante el lector, su obra convoca a distanciarse de lo establecido e invita a la construcción de un nuevo discurso. En una primera lectura, sus textos son opacos, llenos de referentes inconexos y de ideas fragmentadas. Al igual que muchos de sus 1
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Todas las citas que sólo se identifican por el número de página pertenecen al libro reseñado.
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Eduardo Albarrán Oírse con el cuerpo: nuevos derroteros de la poesía mexiquense contemporáneos y coetáneos —como Vianney Maya, Saúl Ordoñez y Josué Gayosso, incluidos en esta misma antología—, Ríos comparte la preocupación por dejar de mirar el trasfondo del lenguaje para ver el propio lenguaje. En su poesía, la materia y el significado son una misma entidad, el texto toma sentido y las palabras se concretan en el momento preciso de la lectura. El poema se interesa por recrear un instante que trascienda en la memoria colectiva. Un graznido en un guante de seda. Quiere cantar una canción iluminada por el sol, soltar las velas sobre los mástiles en el aire, soltar los tigres y leones en los patios. Se trata de la muerte del dandysmo a quemarropa, avispas con peluca y jirafas tripulantes en paracaídas (193).
La grandeza de una antología radica en exponer poéticas autónomas, característica que este volumen cumple a carta cabal. Ningún texto es desdeñable, sin importar la madurez de su autor, como en el caso de la joven Melissa Nungaray, nacida en 1998. Lo característico de la poesía publicada en este volumen, por tanto, es la búsqueda particular que cada escritor emprende: cualquier materia le es útil, cualquier forma estética es una posibilidad. El libro encargado por el Fondo Editorial del Estado de México a Sergio Ernesto Ríos demuestra que, más allá de las preocupaciones y la estética escogida por cada autor, la poesía está sumamente ligada a los contextos de creación.
Referencias Ramírez Rico, Giovanna Miroslava (2012), “Fuentes de luz: ocho escritores mexiquenses”, La Colmena, núm. 75, pp. 119-122.
Eduardo Albarrán. Toluca, Estado de México, 1995. Poeta y estudiante de Comunicación del
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, México. Ganador del Concurso Nacional de Creación Literaria 2014 que organiza la Cátedra Alfonso Reyes de dicha institución. Fue coordinador editorial de la revista electrónica Metrópoli, con sede en la Ciudad de México, durante el primer año y medio de la revista. Ha cursado diversos talleres de narrativa y poesía en su universidad. Poemas suyos aparecen en la antología Se oyen voces en el pasillo. Antología Resortera. Autores jóvenes (Resortera/UANL, 2014).
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La educación universitaria, un modelo de reproducción social y tradición Carlos González-Domínguez
José Luis Arriaga Ornelas, Contingencia y mentalidad en la innovación curricular. ¿Cómo se auto-reproduce el sistema educación?, ISBN 978-987-02-8834-3 Buenos Aires, Dunken, 2016, 144 pp.
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ontingencia y mentalidad en la innovación curricular. ¿Cómo se auto-reproduce el sistema educación? es una obra que permite comprender la dinámica educativa en México y considera la importancia de los aspectos históricos y sociológicos que la condicionan. Desde el inicio, el autor inscribe su preocupación sobre el tema en el tiempo y espacio, formulando la pregunta: “¿bajo qué procesos las sociedades incorporan a su presente vivido, a su cotidiano, componentes del pasado, construyendo y re-construyendo o recreando la ya no presente, lo que quedó atrás en la flecha del tiempo?”(8).1 En esta interrogación está ya presente la hipótesis de que todo individuo tiene una cantidad infinita de posibilidades de ser, pero no de manera arbitraria, sino por la herencia histórica que los sujetos han interiorizado. Para abordar esta cuestión, José Luis Arriaga Ornelas usa como base de su argumentación un estudio sobre la innovación curricular realizado en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). El autor analiza la relación entre la contingencia y la mentalidad desde la historia y el ‘acontecimiento discursivo’ en términos de apropiación y uso. Una de las virtudes de esta obra es que su referente empírico rebasa el contexto en el que fue planteado para convertirse en un paradigma de lo que pasa en muchas universidades del mundo. Por esto, es una llamada de atención sobre la necesidad de reflexionar sobre lo que sucede en los espacios de educación superior ante la presumible innovación del modelo educativo, motivada por las supuestas demandas de las condiciones de mercado. El autor usa como base de su explicación algunos conceptos de la teoría luhmanniana —‘operación autopoiésica’, ‘sistema’, ‘interconexión-comunicación’—, y braudelianos —‘tiempo corto’ y ‘tiempo largo’—, así como el ‘factor mentalidad del universitario’, término inspirado en el vocablo ‘mentalidad’ que plantearan Jacques Le Goff y Nilda Guglielmi. Así, se entiende por mentalidad “el complejo conjunto de ideas, opiniones, creencias y/o representaciones que operan y actúan al margen de una racionalidad histórica” (Nilda Guglielmi, en Arriaga Ornelas, 2016: 22). En otras palabras, es aquello que “una sociedad es, esencialmente, un grupo de personas de mentalidad análoga” (Gaston Bouthoul, en Arriaga Ornelas, 2016: 24). O como diría el propio Le Goff, “aquello que comparte César con el más humilde de sus soldados, o Cristóbal Colón con el último de sus marineros” (Jacques Le Goff, en Arriaga Ornelas, 2016: 25). Estos elementos de la mentalidad son los que el autor enfatiza en su análisis de las figuras del profesor y del estudiante. Mediante el estudio de un corpus de alumnos de la UAEM, Arriaga Ornelas trata de identificar los elementos dialécticos del sistema educación para constatar la presumible y deseada innovación que se expresa en el discurso. Su interpretación 1
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Todas las citas pertenecientes a Contingencia y mentalidad en la innovación curricular. ¿Cómo se auto-reproduce el sistema educación? corresponden a Arriaga Ornelas (2016), por lo cual sólo se anota el número de página.
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eISSN 2448-6302 pp. 147-150
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Carlos González-Domínguez La educación universitaria, un modelo de reproducción social y tradición parte de la pregunta “¿Se está produciendo una mutación estructural en la interacción regular entre alumnos y maestros, o sólo se puede hablar de acoplamientos estructurales en correspondencia con algún (os) eventos, mismos que […] desaparecen en el momento mismo de su aparición?” (27). En el capítulo I de la obra se revisan los elementos que definen la institución educativa: quién enseña, a quién, qué y de qué manera. El autor hace un repaso por la historia desde los egipcios, griegos y romanos hasta llegar a nuestros días. Mediante este recorrido da cuenta de las ‘condensaciones de sentido’, es decir, la mentalidad que todo actor del sistema educativo concibe y practica. Arriaga Ornelas identifica tres modelos de enseñanza que se han impuesto a lo largo del tiempo: de formación —perteneciente al mundo antiguo—, de aprendizaje significativo —la escolástica medieval y la visión humanista del Renacimiento—, y el instructivo o de competencias —que es el que se pretende en la actualidad—. Con base en Luhmann, el autor afirma que en cada uno de estos sistemas se han desarrollado figuras, condiciones pedagógicas y escenarios que a pesar de ser diferentes en sus formas configuran la razón de ser del hombre en tanto paradigmas educativos y legitiman su proceder. Arriaga Ornelas concluye que cualquier modelo universitario termina por fundarse en la relación binaria mejor/peor. Esto significa que la misión de las instituciones de educación superior no es otra que mejorar el estado del ser del hombre y, ciertamente, de la realidad social. En el segundo capítulo se hace un análisis de la universidad mexicana, cuyos orígenes se pueden situar en el modelo medieval occidental, lo cual evidencia la presencia de condensaciones europeas en este organismo. En el siglo XX aparecen actitudes redentoras con respecto a la educación que derivan de la Revolución mexicana, por ejemplo, el pensamiento vasconcelista. Hoy, ciertos discursos defienden que la realidad educativa necesita otro modelo de enseñanza. Arriaga Ornelas se pregunta si esta propuesta incluirá nuevas condensaciones de sentido que orientarán las acciones del sujeto con respecto a un sistema diferente de instrucción. Este es un señalamiento importante porque aquí radica el valor demostrativo de la investigación. La pretendida innovación del sistema educativo posee muchas condensaciones de sentido del pasado. El alumno estudia para ser mejor con base en los conocimientos que el profesor prescribe críticamente. El capítulo III está dedicado a la descripción de datos y su respectiva interpretación. El lector observa en este punto la correspondencia entre lo expresado discursivamente por los encuestados en términos de educación universitaria, es decir, las prácticas educativas que aquí se desarrollan, y la mentalidad. En otras palabras, el investigador se centra en observar cómo los acontecimientos discursivos —término planteado por Foucault— y las prácticas conducen a determinar acciones o habitus —concepto de la teoría de Bourdieu— de los individuos. Arriaga Ornelas procede a analizar una encuesta cuantitativa constituida por 16 preguntas formuladas a 390 estudiantes de 17 a 35 años. Los resultados pasaron luego por un filtro hermenéutico, esto 148
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Carlos González-Domínguez La educación universitaria, un modelo de reproducción social y tradición es, la interpretación cualitativa de los datos. Este procedimiento metodológico permitió al investigador caracterizar las figuras, condiciones pedagógicas y escenarios de la educación que se desarrollan en la UAEM. Finalmente, en el capítulo IV se presentan las conclusiones del estudio y se define la mentalidad del universitario de nuestros días. Como afirma el autor, a pesar del intento explícito de los discursos por transformar el sentido de la educación, hay […] razones para sostener que existen prácticas, costumbres, ideas y representaciones respecto a la acción educativa que no han sido formados en esta época, en esta sociedad ni en esta institución (aunque se estén re-creando constantemente a manera de eventos de temporalidad nula) (130-131).
Lo que se observa es una ‘sedimentación’ en el quehacer educativo de prácticas que se remontan al pasado y que se instalaron en el habitus de las figuras —estudiantes y profesores—, conservándose en las prácticas pedagógicas —ejercicios, lectura, reflexión, experimentación— y en los escenarios —la arquitectura y espacios universitarios—. En este sentido, es elocuente la afirmación de José Luis Arriaga Ornelas: Siguen siendo muy vigentes las palabras de Montesquieu pronunciadas hace varios siglos: la vida de los hombres se rige por las leyes y las costumbres, cuando las primeras se cimbran, los hombres se siguen rigiendo sólo por las costumbres y las tradiciones de la sociedad. Nuestra normatividad como institución educativa ha sido sacudida —voluntariamente— para generar una mejor práctica, pero mientras la ‘polvareda se asienta’, nos siguen rigiendo las tradiciones y costumbres. El factor mentalidad debe tomarse en cuenta en la autorreproducción del sistema (136).
Contingencia y mentalidad… es una obra que justifica su construcción teórica y epistemológica. Arriaga Ornelas revela que el factor mentalidad interviene en la educación como en cualquiera otra actividad social. De manera inexorable, depende de la continuidad histórica, del sistema y de lo que los sujetos producen y reproducen. Desde la práctica, el estudio de autor nos muestra una serie de elementos que se encuentran en la cotidianidad de la vida universitaria, elementos que los agentes de cambio, esto es, los propios miembros de la comunidad, podrían tomar como objetos de reflexión para orientar las figuras, condiciones pedagógicas y escenarios hacia el transformación y no solamente hacia la reproducción social. Vale la pena destacar que el autor recurre al pensamiento dialéctico en su cuadro epistemológico desde una visión de la física cuántica, lo cual raramente se lleva a cabo para analizar objetos de estudio inaprehensibles en el La Colmena 92
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Carlos González-Domínguez La educación universitaria, un modelo de reproducción social y tradición espacio-tiempo. La sugerencia de Arriaga Ornelas es polémica, pero productiva: si bien el objeto social es imprevisible, no es menos cierto que todo sujeto porta la huella del espacio-tiempo al que pertenece. De aquí que sea legítimo pensar el problema a partir de una analogía entre distintas disciplinas: en la física cuántica es necesario analizar las condiciones iniciales y finales de las partículas elementales, lo cual equivale en las ciencias sociales a estudiar a los sujetos. En palabras del mismo autor, es importante no olvidar un debate abierto en la ciencia contemporánea a partir de los descubrimientos de la física cuántica respecto a que los objetos materiales sólidos de la física clásica se disuelven al nivel subatómico en pautas de probabilidades en forma de ondas. Además, estas pautas o patrones [...] no representan probabilidades de cosas, sino más bien de interconexiones. En suma, hoy se sabe que las partículas subatómicas carecen de significado como entidades aisladas y sólo pueden ser entendidas como interconexiones o correlaciones entre varios procesos de observación y medición (129).
Un fundamento epistemológico de este orden merece ser tomado en cuenta cuando se trata de comprender los fenómenos sociales. Ciertamente, no se trata de concebir estos últimos como si fuesen elementos materiales, sino simplemente de recordar que el binomio espacio-tiempo social también se constituye por relaciones, no de energía, pero sí de sentido.
Carlos González Domínguez. Licenciado en Comunicación por la Universidad Autónoma del Es-
tado de México (UAEM), México. Maestro y Doctor en Ciencias de la Comunicación por la Université Sorbonne Nouvelle Paris 3, Francia. Profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAEM, donde da clases en los programas de Licenciatura en Comunicación, Maestría en Estudios para la Paz y el Desarrollo, y Doctorado en Ciencias Sociales. Asimismo, ha dado clases de posgrado en la Universidad Autónoma Indígena de México y en la Universidad de la Frontera (Chile). Desarrolla proyectos de investigación dedicados al análisis retórico, semiótico y discursivo de los medios masivos de comunicación; también se interesa por la reflexión epistemológica de las ciencias de la comunicación como disciplina. Desde 2009 pertenece al Sistema Nacional de Investigadores de México.
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