Ischigualasto Silencioso guardián de fósiles triásicos
20/09/02 La luna está en la puerta de mi carpa. No encuentro palabras para este paisaje Magrittiano. Pienso en lo que he visto y en lo que estoy viviendo, no hay nada que pueda compararse y, como tantas otras veces, las palabras, en el exilio, entorpecen todo intento de descripción. 22/09/02 Es domingo. Con la magra luz de una linternita apunto algo, como para que quede, como para compartir. No sé si alguna vez podré saber qué es más valioso, si vivir algo en mi cuerpo y disfrutarlo hasta hacerlo mío o si, además, poder dárselo a alguien. Quiero decir, si todo esto será más bello aún cuando pueda llevarlo afuera y transmitirlo. Estoy acalambrada y no veo nada. La carpa no fue hecha para escribir.
23/09/02 Por la noche. Hoy caminamos otros espacios increĂbles. El valle baja porque se confabulan dos fallas, la erosiĂłn y los movimientos constantes de la tierra. Las fallas que bajan, luego suben, millones de aĂąos trabajando para que nuestros ojos vean el resultado. El valle imponente y silencioso.
24/09/02 El viento parece ser hoy la mejor expresión desértica. Es demasiado elevada la temperatura. El fuego del sol enardece la piel, los poros, las pupilas. Y entre tanta aparente crueldad se despiertan criaturas que han adaptado su existencia a un lugar en el que, a simple vista, sólo pueden morir plantas. Es la tarde. Los paleontólogos lagartijean al sol, felices por los hallazgos. Hice un pocito en la arena y vertí un poco de agua para pescar alguna avispa, una verde que se me escapó al cambiar la lente. Me arde todo. Ayer descubrí cuál es la plenitud de todo esto. Ser humano y ejercer. Estoy en comunidad con otros humanos con los que cruzo algunos puntos de mi círculo. No es sólo el valle, no es sólo esa noche profunda e inmune, no es sólo la solemnidad de los amaneceres ni el embrujo de las montañas rojas y quebradas... Es también, y fundamentalmente, la comunidad. Ayer caminé por un cañón místico. El Cañón de la Peña. Ahora estoy a la sombra de un Retamo. Magra sombra que, dado el infierno circundante, se transformó en paraíso. Quiero mostrar la realidad, persigo definición, hago una crónica, días, experiencias, acciones... No persigo objetividad, ni punto medio.
Muestro cómo veo o mejor cómo quiero que se vea que veo. Opino. Me paro en algún lugar. Ese lugar va cambiando conmigo, sigue una línea, pero nunca deja de ser mi propio camino. Aplasta el sol, invade el silencio. Tarde de siesta complicada en el Parque, los paleontólogos y los voluntarios no descansan y yo no puedo entender cómo hacen. Hay un viento benefactor. Hay un sol arrollador. Me asombro del caudal de energía de una diminuta hormiga que se lleva presurosa una miga que cayó del medio sándwich que me comí a la sombra de la camioneta. Ahora me asombro aún más de una hormiga mediana que se alza con un trofeo que sobrepasa tres veces su tamaño.
Voy a ver el Herrerasaurio y vuelvo a la sombra. (Herrerasaurus ischigualastensis)
No volví a la sombra, hubo demasiadas imágenes. Es la noche, están preparando la cena. Mi piel más que enrojecida, absorbe la crema con la avidez que la arena absorbe las pocas gotas de líquido que vertemos por aquí. Hace calor. Sigue el viento tibio. Hay mucha arena. 22:35 Me voy a mi carpa. Una vez más la luna da a la puerta. Gritan zorros cuyas huellas veré en la mañana cuando sólo sean mis pasos los que quiebren tan majestuoso silencio. No quiero dormir pero tengo sueño.
25/09/02 El reflejo de sol en la arena es agudo. Apoyo mis manos en la pared arenosa. Veo “el sur” (así llaman en SJ al viento sur) en el horizonte trayendo más arena a este lugar. Ayer hizo calor. Más calor que anteayer. Calor más constante. Calor que abrigó también la anteriormente helada noche. Calor que despertó la vida. Insectos y aves salieron al ruedo apresurando la sospecha de que hasta a este rincón puede adaptarse la vida. Anoche la luna salió 22:35. Anoche me quedé hasta que salió la luna e hice unas pruebas.
Me desperté muy temprano, sin embargo salimos tarde. Caminé mucho sola por el desierto. Este lugar tiene en sí mismo tanto poder que necesito más aún. A pesar de la arena, a pesar del silencio. Piedra en la piedra. Arena en la arena. Colores. Silencio. Ojalá mis fotos muestren lo que me/nos pasa al entrar en este sitio. Me quedan pocos días y muchas fotos por hacer. 27/09/02 Pasan los días pero no el encanto del campamento, el trabajo, el escenario. Sentada bajo la sombra de un tronco retorcido, hogar de no recuerdo qué coleóptero, reparo en que en el campamento esperan por mí una Mygalomorfa, dos escarabajos, un bicho palo y dos troncos. Esperan, sin saberlo, quedar estampados mucho más claramente que el Cinodonte en la piedra, y vivir en una imagen, al menos, bastante más de lo que durará su vida. Como este desierto que me llevo puesto, como el trabajo. (Colectábamos bichos que pasaban por el campamento, para fotografiarlos y liberarlos luego. Con el frío de la noche se aletargan por lo tanto a la mañana siguiente bien temprano, estaban más
tranquilos y no se estresaban tanto durante las tomas. Además no se corre el riesgo de matarlos de un manotón intentando que no se escapen. Los artrópodos son muy frágiles, hay que tratarlos con mucho cuidado). 6 am. Se levanta “Castrito” y pone el agua para lavar los platos al fuego que Norman (desayunando la cena de ayer recalentada) reavivó una hora antes... Persigo la luna, salida y entrada, “alunecer” esquivo que no se colorea ni abusa de tamaño. Con frío hago el esfuerzo de incorporarme encapullada en wata marca Montagne. Cuando camino por la arena en penumbra puedo ver con claridad las huellas
de los zorros y varias más cuyos autores quedan librados a mi imaginación o la de quién sea consultado. 28/09/02 Ayer fuimos al refugio, hoy a buscar agua y a una cascada en tierra roja. En camino a la cascada vimos tremendas huellas de puma. 28/09/02 Domingo a la mañana. Todos se fueron a sus tareas, pero esas tareas ya fueron inmortalizadas, por lo tanto me fui sola por el Cañón de la Peña. Olvidé que esto es un desierto, que yo no conozco, que ni siquiera imagino. Nacida en la llanura más fértil, plana y verde de Argentina, no he podido pensar el desierto hasta haberlo conocido. La gente habla del río y yo pienso en agua que corre... Me contaron de dos saltos que distan entre sí diez minutos caminando por el río. Busqué saltos. Encontré piedra seca, quemada la arena del río por la sal. Piedra erosionada. Piedra seca. Piedra salada. Encontré arena arrasada por el agua de un río que no pude ver. Río de arena. Río de piedra. En los pocos días que llevo en el desierto la vida se ha despertado al rigor del sol, vehemente guardián del vencimiento de las estaciones. Es increíble a mis ojos que hasta a la arena y la piedra sin agua y con sal, la vida se adapte y florezca.
Domingo 9:30 hs., dos horas de despierta. Con alegría entro en el Cañón sin poder creer lo que estoy viendo. Camino lento porque la arena no me deja avanzar rápido y porque quiero llevarme todo conmigo. La luz no es la mejor, no tomo fotos, supongo que será ideal cuando vuelva.
Un haz de luz se abre en la montaña. Camino hacia él. Camino el camino que otros caminaron. Piso la arena que otros pisaron. Voy lento. Se apagó el haz de luz. Piso las piedras que otros pisaron. Respiro del aire que devuelve a mi mente algunas certezas. Camino el cauce que otros caminaron. Se abre otro haz. Entro en él. Veo mi sombra. Sonrío y confirmo que cualquier deducción de mi mente tiene valor sólo cuando se transforma en acción. En actitud. En realidad. Avanzo por la senda que otros avanzaron. Llego al primer salto. Encuentro la quebrada para bajar y me alegro de orientarme. Sigo el camino del río. El camino que ha seguido el agua del río algún diciembre perdido en la memoria de las raíces que aún lo están rastreando. Piedra contra piedra, en la piedra, sobre la piedra. Huecos. Marcas. Morfología que podría cautivar por horas a los atentos espectadores de Minor White que, a su vez, escribiría con luz y con tinta tantas sensaciones como este infinito escenario le depara. (Minor White, fotógrafo. Hizo un trabajo de fotos en el desierto, http://masters-of-photography.com/W/white/white5.html )
Almorcé mi típico sandwichito a la sombra de una gran piedra acanalada paralelamente al piso. Sentada en la arena. Sola. Sin dejar de admirar los cardones que se mezclaban entre los algarrobos que crecen en la pendiente en las orillas del gran Cañón. Sonreí al oír el canto de una rana (o un sapo). Si hay ranas hay recuerdos y con ellos pertenencia, raíz, la primera comunidad que hace que nosotros, monos trashumantes, sintamos cierta seguridad. Sonreí a mis raíces. A mis recuerdos. Y me sentí mejor aún. Mi típica naranja la comí sentada
al sol. La roca que albergó el almuerzo era demasiado generosa en su sombra: tuve frío. El regreso por el cañón fue frustrante. La luz de la media tarde con nubes gastadas enfermándolo todo me sacó del éxtasis por algunos momentos. Volví y perseguí el atardecer que quería, “el tronco del nido”, “la Brea”, “la pareja de baile”.
Hoy anduve prospectando con Ricardo (Martínez, paleontólogo) hallazgos que Tinto (voluntario) hizo hace algunos días. El trabajo del paleontólogo podría resumirse en una sola palabra: paciencia. Caminamos horas bajo el sol. Vimos huesos desde y hasta donde alcanzara la vista. Diseminando bordó oscuro por el rosa de la arenisca. Rincosaurios en su mayoría lideran la lista seguidos de cerca por los Cinodontes. Pero en medio de tanta abundancia, brota de la tierra un hueso que no solamente yo no puedo reconocer. Salen rápidamente al ruedo pinceles y punzones y, libradas las espaldas de mochilas y pertenencias, se separa cuidadosamente por color y composición un material de otro. Aparece otro fragmento. La Pacha Mama se disuelve ofreciendo generosa una nueva forma. Se revela una posibilidad. Crece el entusiasmo. Se exhibe un poco más. Y un poco más. Mis consultas puntuales cada 15 minutos no perturban en absoluto la concentración apasionada de Ricardo que aún no reconoce la identidad del esqueleto. Parece “Aeto”. Parece que no. Pero parece una placa. Ricardo exacerba la separación de materia y deja al descubierto la textura “tallada” de una placa. El sol del mediodía atestigua que lo que estamos descubriendo tiene placas y, si tiene
placas, es Aetosaurio. Preciado Aetosaurio, desprovisto de cráneo, por ahora. Al ver el diseño de la placa Tinto reconoce que vio otra unos metros más allá. Efectivamente, hay placas diseminadas varios metros a la redonda... Entendí hoy, mientras mis pertenencias y yo nos calcinábamos bajo la luz amarilla que nos llegaba en todas direcciones, por qué pueden los paleontólogos trabajar sin reparar en el calor, el frío, la sequía... La emoción de ver aparecer el esqueleto, la sensación de ir viendo su forma. Cobra vida casi y, con él, mi propio cuerpo deshidratado y apenas reconfortado por algunos sorbos de pura agua tibia. Ricardo y Tinto prospectaron atentamente la zona mientras yo además de la zona, prospectaba los encuadres. Conclusión: hay un Aeto esparcido por ahí, del cual muy difícilmente se pueda hallar el cráneo. Seguirán mañana y en días sucesivos, acelerando horas de sol y viento, cumpliendo esperanzada y frustradamente el largo ciclo de desenterrar un dinosaurio completo. Seguimos prospectando la zona. Muchos Rincos despedazados. Muchos diminutos fragmentos de lo que algún día “long time ago” fuera un habitante de este suelo. Rinco, Rinco, Rinco. Hasta que dimos con el hallazgo que puso el broche de ternura a la marcha del día: un cráneo de Rincosaurio, pero pequeño.
Debe haber sido un bebé. Bello bebé de huesitos fragmentados pero excelentemente preservados. Y de nuevo el pincel, el déntal, el super glu, las espaldas libres. Y de nuevo el descubrimiento paulatino del esqueleto que se sepultó quién sabe a qué edad y en qué momento. Bueno, pues, para eso está siendo desenterrado.
Noche de viento en Ischigualasto. Última noche. La carpa que cobija mi estadía estuvo cerrada, pero para la arena no hay barreras, no importa el material que las componga, si el viento la impulsa a cambiar de sitio. Noche de viento que libera sonidos insospechados y alberga esperanzas. Las livianas telas que me separan del afuera tiemblan tambaleantes y la oscura noche muestra lo lejano que es el cielo y su superpoblación de estrellas. Mañana vuelvo a la ciudad. Mañana vuelvo a hacer tantas cosas como me deje el tiempo. Hice las fotos que quería hacer. Puedo estar contenta. Pensé mucho. También eso fue parte del trabajo, estar conectada con lo que pasaba, con lo que hacían y sentían los otros. Con lo que yo quería mostrar. Estoy bien, contenta, cansada. En mi carpa, encapsulada en la bolsa de dormir, con un pañuelo sosteniendo la linterna en mi frente, con sueño y sin ganas de dormir. Escribo los últimos apuntes antes de la partida.
漏 Silvina Enrietti Primavera 2002 Registro del trabajo de campo del grupo de paleont贸logos del Museo de Ciencias Naturales, dependiente de la Universidad Nacional de San Juan.