El cinE En tus manos
El cine en tus manos SalaS de Exposiciones del Archivo Municipal Del 19 de marzo al 17 de mayo de 2015
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Málaga siempre se ha distinguido por su amor al cine. Prueba de ello es el éxito de su festival que en unos días, del 17 al 26 de abril de este año, celebrará su XVIII edición. En esta exposición se reafirma ese amor a través de una hermosa colección de los llamados “carteles de cine de mano” que se repartían como publicidad por las calles de nuestra ciudad durante las décadas de los años 30, 40, 50 y principios de los 60 del pasado siglo, en una época en la que Málaga contaba con más de treinta salas de cine y otras tantas de verano al aire libre. La muestra que podemos contemplar desde hoy en las salas de exposiciones del Archivo Municipal está compuesta por una selección de entre más de 2.000 ejemplares, editados por las salas de cine de nuestra ciudad y correspondientes a películas que se exhibieron en Málaga durante aquellos años. Los carteles originales y las copias de algunas de sus traseras, se han agrupado por géneros: cine español y latinoamericano, western, policíaco y de acción, de misterio, aventuras, cómico, musical, dramático, de fantasía y ciencia ficción, dibujos animados, infantil y juvenil, bélico, musical e histórico; completados por reproducciones ampliadas de algunos de los más espectaculares. Hay que agradecer a su propietaria, Dña. Pilar Jiménez Caballero, la ilusión y el tesón con que coleccionó en sus años de infancia y juventud estos maravillosos afiches rebosantes de color, que reflejan a la perfección aquella época dorada del cine, y el hecho de haberlos conservado hasta nuestros días para que puedan ser desde ahora contemplados por todos, acompañados por músicas de bandas sonoras y escenas seleccionadas de algunas de aquellas películas. Completando esta muestra, y cedidas por el Archivo Municipal de Málaga y el Centro de Tecnología de la Imagen de la Universidad de Málaga, se han rescatado imágenes de algunos de los cines más representativos de esas décadas, todos ellos, excepto el cine Albéniz, hoy desaparecidos. Gemma del Corral Parra Teniente de Alcalde Delegada de Cultura
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¡Chicles, bombón helado, patatas fritas y caramelos! Así sonaba la alegre cantinela que repetía insistentemente un joven vestido como los botones de los grandes hoteles mientras recorría el largo y ancho pasillo central del patio de butacas de aquellos cines de barrio de mi infancia y primera juventud en Madrid, a finales de los años 50 y comienzo de los 60 del pasado siglo. ¡Bombón helado!, una deliciosa y glamurosa golosina tan inaccesible para mis escasos recursos, como lo eran las grandes estrellas de la pantalla y sus fascinantes aventuras a través de países exóticos, ciudades mágicas, o mares lejanos. Tras una rociada de ozonopino para disimular los olores colectivos, escanciada sobre nuestras cabezas por un acomodador que recorría aquel pasillo de arriba abajo bombeando un aerosol mecánico, se apagaban las luces y comenzaba la magia del cine. Debo decir que como antesala a ese mundo mágico, el NO-DO (acrónimo de noticiarios y documentales) con el generalísimo como galán principal, nos traía las últimas inauguraciones de pantanos y fábricas llevadas a cabo por un omnipresente caudillo de barriga echada hacia delante incluso más allá de la puntera de sus lustrosas botas. Nada que ver con el poderoso abdomen de Robert Mitchum, criado y alimentado por derecho propio, y su sonrisa burlona en Rio sin retorno. Tras el pantano o la fábrica de turno, aparecían noticias de otros mundos –o así me parecía a mí– años antes de que la televisión nos ofreciera la visión de países distintos, más allá de nuestros oídos acostumbrados exclusivamente a las emisones de una radio controlada por el Movimiento. Es fácil comprender que la imaginación era el don más poderoso que poseíamos y que ningún gobernante, por obstinado que fuera, alcanzaba a controlarla. Por ello, con las primeras notas musicales y al comenzar a rugir el león de la MetroGoldwyn-Mayer o a surgir los picos nevados de la Paramount, nuestro cerebro deseoso de otros mundos menos grises que el que nos rodeaba, comenzaba a crear su propia película y junto a la que empezaba a desarrollarse en la pantalla formaban un conjunto maravilloso que en algún lugar lejano debía necesariamente existir. En aquellas películas, los atributos predominantes de los protagonistas solían ser, el valor en ellos y la hermosura en ellas. Algo que les proporcionaba un halo mítico ante nuestros crédulos ojos, aunque no precisamente de santidad. Una buena prueba de ello es el afeitado en seco con cuchillo de monte de Gary Cooper en la película Tambores lejanos, observado con una mezcla de estupor y admiración por la bella Mari Aldon, ataviada durante toda la película con un ajustado corpiño mientras 5
eran perseguidos por feroces indígenas y hambrientos caimanes, sin que él se causara el más mínimo rasguño en sus curtidas mejillas ni a ella se le despeinara un rizo de su rubia cabellera. Los cines eran para nosotros las catedrales de aquella época y a ellos íbamos como fervientes adeptos sin tener que comulgar nada más que con las estrellas de la pantalla. Las advertencias religiosas administradas por la censura en forma de números y erres (uno: tolerada para todos los públicos; 2: para mayores de 16 años; 3: para mayores de 21 años; 3R para mayores de 21 años con reparos; y 4: para mayores de 21 años, pero gravemente peligrosa) hacían imposible para cualquiera menor acceder a un cine para ver como Clark Gable y Vivien Leight se besaban en Lo que el viento se llevó, si es que ese beso no había sido cortado antes por la censura. Esta, con sus torpes tijeras intentaba recortar frenéticamente la imaginación de los espectadores sin conseguirlo, convirtiendo a un marido en hermano para ocultar un adulterio pero forjando un incesto en Mogambo, cambiando diálogos, o eliminando miles de fotogramas con cortes limpios de escenas enteras. Todo era inútil, los espectadores adultos que poseían el privilegio de la entrada, recomponían las escenas a la medida de sus deseos ocultos, creando más morbo que el que la propia película hubiera pretendido. Esto quedó claramente reflejado en el rumor, después de su estreno, de que tras la escena del guante de Gilda en la versión original sin cortes, Rita Hayworth hacía un striptease total previo a la sonora bofetada; muy aplaudida esta por la censura como escarmiento a la impudicia de la protagonista. Como reza en la trasera de uno de los carteles de mano que conforman esta exposición La copia de la película Gilda que se está proyectando, solo tiene los cortes efectuados por la Junta Nacional de Censura para su estreno en España; con ello la sala intentaba no hacerse responsable frente a las protestas de los espectadores que daban por cierto aquel rumor, imaginando un desnudo integral que vendría a justificar la famosa bofetada del melifluo Glenn Ford, después de que la protagonista se hubiera cubierto de nuevo con su atuendo inicial, aunque dando por perdidos los guantes. En la cumbre de los chascarrillos populares llegó a correrse la voz de que en la versión original no censurada de la película Cuando ruge la marabunta, las hormigas eran mujeres totalmente desnudas y Eleanor Parker su reina. Se hace difícil entender hoy en día como películas tan cándidas como Solo ante el peligro, con el contenido Gary Cooper y la casta Grace Kelly antes de ser princesa, solo fuera autorizada para mayores de 21 años con reparos, y que incluso las de Tarzán estuvieran censuradas con cortes, por si los pectorales de Johnny Weissmuller trastocaban las tendencias sexuales en los hombres jóvenes o despertaban las bajas pasiones en las mujeres. Todo estaba censurado, desde Casablanca a Una noche en la Ópera de los Hermanos Marx; pero lo peor era que muchos films ni siquiera nos llegaban al haber sido prohibida su exhibición en España. Películas como El Gran Dictador de Charles Chaplin, estrenada en EEUU en 1940, no pudo verse en nuestro país hasta 1976, después 6
de que el pequeño dictador muriera con las botas puestas. Una de las muchas cosas que nos perdimos en esa época fue la de poder disfrutar de infinidad de películas en el tiempo en el que fueron realizadas, durante aquellos años en los que el cine era todavía una caja de sueños frente al rancio cajón de la realidad que nos rodeaba. Era tal el deseo de acudir al espectáculo cinematográfico, tanto en las sesiones matinales como en las de la tarde, bien en cines de invierno o de verano al aire libre, que poco nos importaba a los feligreses de la pantalla la calidad de las películas, y menos si las sesiones eran dobles que solía ser lo habitual en los cines de reestreno también llamados “de barrio”. Todo lo que aparecía en pantalla era para nosotros cine, sin adjetivos, desde los primeros anuncios de Movierecord hasta los trailers. Y en cuanto al doblaje: ¿alguien habría podido extrañarse de que John Wayne hablase en un perfecto castellano de Valladolid, o que los indios también lo hicieran, aunque Toro Sentado solo conjugar infinitivos? Los niños de entonces no sabíamos qué era la versión original y tampoco íbamos al cine a leer subtítulos sino a ver esas películas con los ojos abiertos de la ingenuidad, como esponjas marinas, dispuestos a absorberlo todo hasta convertirnos por unas hora en los héroes y heroínas de aquellas maravillosas historias. Como espectadores espectantes, nada habría sido el cine sin nosotros y ese espíritu nos hizo cómplices de su magia. Hoy resulta algo triste para los que vivimos aquellos años, ver como los míticos edificios del llamado Séptimo Arte, han ido desapareciendo –salvo honrosas excepciones– hasta no quedar de ellos piedra sobre piedra, siendo sustituidos poco a poco por palacios de palomitas que han cambiado el ozonopino y el ¡chicle, bombón helado, patatas fritas y caramelos! por un olor a mantequilla frita que lo impregna todo, mientras el sonido de las emociones de los espectadores ha sido ahogado por la succión de refrescos de cola y la rumiante masticación de pop-corn. Antonio Lafuente del Pozo
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Voces de papel ¡Qué tristeza! Envejecieron sus manos, pero no lo hicieron sus sortijas. (Ramón Gómez de la Serna, Greguerías) ¡Qué bien olía aquel cine! (El público, en otro siglo ya) Sigo siendo grande. Es el cine el que se ha hecho pequeño. (Norma Desmond - Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses)
Hace mucho tiempo –pero menos del que nos dictan los almanaques– en un país muy lejano que se llamaba como el nuestro, había una diversión que secuestraba a las masas. Cines de estreno, de reestreno, de segundo y tercer pase, cines de barrio y de verano, de programa doble, de suelo de ladrillo, de madera, de moqueta sufrida o de chinos a cielo abierto. Cines de selecto ambigú; “visite nuestro bar” era la opción. Todos con cortinas y muchos con telón. Orange Crush, pipas Blas el sombrero –cuyas cáscaras decorarían millones de cogotes– y chicles de bola, Bazooka Joe o Cosmos, que dejaba negra la boca, completaban la tarde. Aquellos cines eran tanto un sitio donde dejar al niño ante un programa doble, como de encuentro de vecinos saludándose de una fila a otra, de citas amorosas, cómplices o clandestinas sin más, como en el poema Palacio del Cinematógrafo de García Baena: Impares, fila trece,(...) te espero… surcado por el haz (¿la hoz?) de la linterna. Sobre todo era un locus amoenus para soltar, como en un paragüero, las vicisitudes cotidianas, celos, atrasos, retrasos, faltas, reumas, suspensos o goteras. A la inversa del Inferno dantesco, ante su puerta se abandonaba toda desesperanza. Un público seducido, acudía como adicto hacia ese cheque de ilusiones en blanco que se hacía efectivo al apagarse las luces. El prospecto servía de aperitivo a lo que quedaba por venir. Empezaron cuando el cine aún no tenía adjetivos. Antes de que pasara a llamarse mudo eran corrientes y comenzaban su vida como artículo de coleccionista. El coleccionismo de prospectos de cine está avecindado con otras formas de un merchandising de antaño cuyo ejemplo más perdurable pueden ser las colecciones de cromos que acompañaban cada estreno de Disney. Gruesos álbumes que estimulaban la memoria del niño mucho antes del video doméstico. Esta modalidad gozó de amplia aceptación y larga vida, recogida en pantalla a través de Las minas del Rey Salomón en Arrebato (1979) del cartelista Iván Zulueta. Los prospectos de cine presentan distintas perspectivas de acercamiento y provocan emociones encontradas. Nos ponen en contacto con un ayer esquivo, cuando el mundo cabía en un bolsillo y el cine en la palma de la mano. Son testimonio de una época más 9
dilatada temporalmente que lo que nos separa de ella. Una puerta a la nostalgia, cuando no a la evocación crítica o al análisis gráfico de tiempo y color. Su simple tacto nos habla de otros usos, otros aires. Ocupan medio siglo de creación publicitaria específica que levanta acta indirecta de esas épocas. Una eficaz difusión entregada con la entrada, repartida por colmados, quincallerías, barberías y negocios del vecindario. Su único apoyo era la radio compañera, anuncios en prensa y affiches callejeros, mucho antes del ubicuo despliegue tecnológico que hoy disfrutamos. El último que recuerdo era del Palacio del Cine a finales de los años setenta, de El abogado del diablo de G. Green (de Jano, creo) y ya era un artículo vintage, aunque entonces se le decía camp. Suponían un notable porcentaje de los ingresos para las –entonces indispensables, ¡oh tiempos!– imprentas que, ya de camino, aprovechaban el mismo soporte para incluir publicidad propia. De hecho, solía constar en un margen el nombre de la empresa a cargo de la impresión. En la reproducción acabaría por imponerse el offset a la tradicional fotomecánica, si bien impresión tipográfica y offset coexistieron largo tiempo. Llevaban además el logotipo –entonces se le decía emblema– de la distribuidora correspondiente (Diasa, Floralva, Mercurio, Filmax, Suevia, Ízaro…) en un vértice, a menudo enfrentado en diagonal con el de la productora de origen. Algunos se tiraban en unos colores que trataban de disimular que la película publicitada era en tono sepia, teórica y tremenda superación de la dicotomía entre color y blanco y negro. Irónicamente, el color de muchas cintas fue evolucionando a ese sepia por mor de la emulsión de los nitratos y otros procesos fotoquímicos a que lleva el tiempo ese ya tan mentado. Eran cuadrangulares, oblongos casi siempre, a veces desplegables, apaisados, troquelados, polícromos o en bitono. La imagen solía mostrar un momento decisivo de la historia, con primeros planos de estudio sobre un forillo –background le dicen ahora– del ambiente de la cinta en cuestión. Su iconografía visita todo tipo de escenarios: salones imperiales y saloon(es) del Oeste, hinchadas velas tras de olas azulánganas, lóbregas mazmorras de turno o junglas hechas de helechos. Los troquelados ofrecen una gama de sorpresas que se remonta a un vetusto desplegable vertical de King Kong con la silueta del Empire State en un electrizante rojo y negro. El Buda de Fu-Manchú, clásico de los filmes de episodios, o el elefante de Zenobia que al mover la cabeza revela al no menos redondeado Oliver Hardy. Con forma de cactus en Rosa del desierto, de revólver en El forastero y automática en Dillinger. O de antifaz en Un ladrón de frac o El secreto de la mujer muerta. Se hacían eco de los adelantos técnicos con los que los estudios pretendían conjurar la amenaza de la televisión: 3-D (Bwana, el diablo de la selva o Los crímenes del museo de 10
cera), Cinerama (La conquista del Oeste), Todd-ao (Oklahoma, La vuelta al mundo en ochenta días), Cinemascope, seguido por otros sistemas de objetivo anamórfico (la pantalla ancha que acabó mudándose a nuestra casa) emparentados con él, fueran Techniscope o Vistavisión, proclamados desde el folleto como asombrosa innovación a no perderse. O Ios sistemas que siguieron al decisivo Technicolor, como Totalcolor, Trucolor o el incendiario Afgacolor, característico de producciones alemanas como El barón de Munchhausen, que suscitó más de un prospecto rabiosamente polícromo, virado al rosa a veces. Hace casi treinta años, en ocasión semejante, Rafael Bejarano señaló la diferencia entre prospecto y programa de mano. Hoy son ya objeto de tesis y tesinas, catálogos, cursos de verano y estudios monográficos como los de Baena Palma o Rodríguez Merchán. Folletos, prospectos, “properto” que contrasta con el algo pomposo programa de mano –que antecedió a la cineclubera hoja de sala–, “libritos” o “prepús”, que por todos esos nombres se les ha conocido. Hoy hay páginas web dedicadas al asunto y una activa y ya longeva economía sumergida –ahora informatizada– en torno al mismo. La hojilla cotidiana se ha hecho materia de anticuario. Lo que se llevaba el viento al final de las sesiones es hoy causa de especulación y regateo. Vale decir que todo coleccionista de affiches (se utilizaba comúnmente este galicismo) comenzó siéndolo de programas de mano. Como Lucio Romero, espejo de nostálgicos activos, con su formidable reunión de affiches de los que en tantas ocasiones el prospecto fue una versión a escala. Con frecuencia un prospecto es más valioso por el texto de su reverso que nos habla de la sociedad, de los comercios vigentes, las canciones o el siguiente programa. Si se trataba de una empresa asociada, incluso avanzaba el de otro cine. En ocasiones su interés se debe a razones sociológicas. La película El asesino, con Marcello Mastroianni, se acompañaba con la estupefaciente frase publicitaria: “Asesino, sí. Pero no de personas; sólo se dedica a las mujeres”. No quiere uno pensar lo que ocurriría de anunciarse hoy así, pero al mismo tiempo excita una curiosidad morbosa imaginar las reacciones de ellos y ellas en el momento aquel. Era frecuente, con cintas extranjeras, partir del cartel (affiche) del país de origen, pero reinterpretándolo. Las habilidades plásticas de muchos creadores de affiches se pondrían de relieve en mil casos, cuya autoría no siempre consta, ni mucho menos. También se dan, sin más, tiradas del cartel original; valgan de ejemplo las inconfundibles soluciones gráficas de Saul Bass en Vértigo, El hombre del brazo de oro, Psicosis o Tempestad sobre Washington, cintas en las que también se encargó de la secuencia de los títulos de crédito. Mencionado Bass, se hace inevitable recordar a algunos compatriotas de notable personalidad expresiva que consolidaron aquí el cartel cinematográfico y su hermano pequeño, el folleto de mano. 11
En los años veinte ya habían destacado ilustradores como Bartolozzi (El bandido de la sierra) o el artista de Blanco y Negro Rafael de Penagos (Agustina de Aragón). Esteban refuerza el magnético protagonismo –para el público de la época– del rostro de Miguel Ligero, seguramente el secundario de más peso en la historia del cine español, con honores de estrella en Héroe a la fuerza. Soligó puso imagen a numerosos títulos de la Fox (Niágara, Río sin retorno, Viva Zapata, El correo del infierno...) con singulares escorzos (Cielo amarillo, Pánico en las calles) y un vibrante uso del contraste cromático, candente en ocasiones aunque no emplee el rojo. El más reconocido entre ellos fue probablemente el más joven, Jano. Tanto por su reconocible trazo retratista como por su prolífico trabajo (más de 5.000 carteles en cuatro décadas de profesión) y una variedad de estilos que le permitieron simultanear encargos con más de veinte distribuidoras. Ejemplos son Fedra, La mujer más guapa del mundo, Los últimos 5 minutos, El sabor de la venganza, Sucedió en Roma, El Cid, el añejo grafismo de Bienvenido, Mr. Marshall o el tono ingenuo que aplicó a la comedia de los sesenta empezando por Atraco a las tres; y todo Sara Montiel. Mac (Macario Gómez en el DNI) realizó otro número asombroso de carteles de enorme calidad, en una carrera en que también se ocupó de reposiciones de clásicos o cintas llegadas más tarde de lo debido por la guerra, la censura o lo que fuera. Del spaghetti western al agente 007. La guerra de los mundos, Los tres mosqueteros o Primera plana, de Los diez Mandamientos a Los siete magníficos, sin olvidar el cine español con los excelentes El cochecito y El verdugo, entre otros muchos. De verdadero nombre Rafael Raga Montesinos, Ramón fue alumno del gran Renau. Comenzó su trabajo en la República con La verbena de la Paloma –el mayor éxito de antes de la guerra–, La hermana San Sulpicio o El cura de aldea. Represaliado, tornó su firma de Raga en Ramón juntando las sílabas iniciales de sus apellidos. Así trabajaría abundantemente tanto el cartel cinematográfico (El embrujo de Shanghai, Marte ataca a la Tierra) como la publicidad industrial y reclamos festivos para los que compuso piezas de gran interés. El Colectivo MCP (llamado así por las iniciales de los apellidos de Ramón Martí, Josep Clavé y Hernán Picó) produjo desde 1941 un buen número de piezas singulares (Candilejas, Abajo el telón, Venganza...) además de crear la empresa Esquema, que decoró los cines Tívoli, Fantasio, Alexandra y Windsor de Barcelona en un hito del diseño europeo. Mayor que los anteriores, Peris Aragó fue compañero de Renau y Segrelles y tuvo un importante papel en la renovación gráfica valenciana de los 30. Cultivó el cartel de propaganda política durante la guerra y participó en un movimiento –casi– del mismo nombre 20 años después. Vinculado a la firma, también valenciana, CIFESA (“la antorcha de los éxitos”) durante dos décadas, influirá decisivamente en su imagen corporativa de títulos historicistas 12
patrióticos o melodramas y/o comedias de tipo folclórico (La leona de Castilla, Locura de amor, La gitanilla, La Lola se va a los puertos) entre más de quinientas entregas. Falleció hace unos años, casi centenario. Y otros muchos... Hora es de revisar aquellas hojas que cabían en el bolsillo, la cartera, la libreta... Eran una herramienta para reconstruir una y otra vez la cinta ya vista. La liturgia del programa doble tenía en ellos su oblea. Son testimonio único de filmes olvidados –la mayoría perdidos sin remedio– como lápidas constatando ausencias sin cuento. Capítulo especial del grafismo español en el siglo XX, en sí apenas cuadrángulos de papel, áspero y antiguo como la vida misma. Eran lo que de tangible quedaba tras una función, como la vara seca preserva aroma de la biznaga que una noche se regaló. Reflejo de un cine que, paradoja, ha ido ensombreciéndose según se imponían lucecitas, adelantos y explosiones. De cuando si un par de niños miraban fijos algo de un palmo en sus palmas, veían con dos imaginaciones los colorines de un prospecto o un cromo, no la pantalla sin duda del móvil o la play. Parafraseando el poema de Donne citado en Esplendor en la hierba, la belleza permanece en el prospecto. Redivivos y preciados como sellos, medallas o legajos, que para los menos rememoran sus vidas y para los más, todo lo más, son objeto de interés en mayor o menor medida. Remotas epigrafías que aún nos contemplan. De ahí lo atractivo de este breve reencuentro con el ayer. Una cita para añorantes y curiosos. Para los que suspiran alguna vez al reencontrar en la tele algún título, ante la condescendencia ajena, evocando aquel tacto primero con yemas bastante más sensibles que hoy, como va siendo el resto. Los sentidos del recuerdo se avivan con el taconeo de Astaire o el coetáneo Kelly, el puro de Groucho en el centro de la guasa, camisas de colorines en un aserradero, mohines de Bette Davis o sables de Errol Flynn, cuatro hermanas que viven sin saberlo, un pescador que agoniza cantando, un fuerte que los muertos defienden, un turista que se gana ser rey por un rato, un hombre que no quería haber nacido, una monjita enferma con la cara de Ingrid Bergman, la melodía de Laurel y Hardy (“el Gordo y el Menuíllo”, antes de que se pierda la denominación local), los saltitos de Dorita (tampoco se llama ahora así) hacia el país de Oz o lo que cada cual sienta más propio. Como esa silenciosa multitud que atesora muy adentro el único y verdadero grito de Tarzán. Juan Maldonado
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Cine Avenida. Fotografía anónima. Archivo Mª Pepa Lara
Carteles de cine. Fotografía anónima. Archivo Municipal.
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Panorámica de los Cines de Málaga: 1935-1963
Málaga ha sido siempre una ciudad eminentemente cinematográfica. No olvidemos que las primeras manifestaciones se remontan a 1896 con el estreno en septiembre del “Kinetógrafo Werner” (o sea la fotografía animada). Dos años después, el 22 de julio de 1898, se inauguró el Cinematógrafo Lumière en los rellenos del Muelle. En 1900 datamos los comienzos del conocido cine Pascualini, el cual permaneció en funcionamiento hasta enero de 1937. Antes de continuar con los cines, queremos mencionar un hecho que en los años treinta revolucionó la industria cinematográfica a nivel mundial: el establecimiento del cine sonoro. En nuestra ciudad, el primer cine que comenzó a utilizarlo fue el Petit Palais, con el estreno el 13 de marzo de 1930 de El arca de Noé, filme que sólo tenía unas pocas frases habladas, aunque fue el cine Goya el que estrenaba el 4 de septiembre de ese mismo año la primera película 100 por 100 sonora, Río Rita, dialogada en español y en inglés. El proceso de instalación del sonoro en Málaga duró cuatro años, hasta 1934, finalizando con el estreno del filme Pax, de Francisco Elías, con Gina Manès y Félix de Pomés que inauguró la incorporación de ese novedoso sistema al cine Pascualini el 11 de junio de 1934. Pasada la euforia de los primeros estrenos, el sonoro no tuvo demasiada aceptación en Málaga. El público estaba acostumbrado al cine mudo y aceptó con reservas la nueva modalidad. Además, los filmes extranjeros no estaban doblados y había que leer los subtítulos en castellano, algo que no era del agrado de la mayoría, teniendo en cuenta el alto grado de analfabetismo de aquellos años. Por esta razón, hasta que se implantó el doblaje en 1943 por una orden ministerial que obligaba a traducir todas las películas extranjeras al castellano, tuvieron tanto éxito los filmes españoles, mexicanos y argentinos; aunque finalmente esa orden perjudicaría enormemente al cine español en el futuro. Como es lógico suponer, los cines que se inauguraron después de 1930, caso del Rialto, Echegaray, Málaga Cinema, Actualidades, Salón Gran Olimpia, Avenida, Duque, Albéniz, Capitol… fueron ya sonoros desde su apertura. Salas Cinematográficas Malagueñas A principios de 1930 existían en nuestra ciudad, dentro de lo que hoy denominamos “Centro Histórico”, los siguientes “cinematógrafos” –como los llamaban entonces–, aunque con anterioridad a los edificios cinematográficos ya existían cuatro teatros estables: Principal (1793-1968) –que desde 1916 sólo proyectó películas–; Cervantes (1870-1981) –en 1987 se 53
Cine Goya. Fondo Roisin. Archivos IEFC / CTI-UMA.
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inauguró de nuevo adquirido por el Ayuntamiento–; Lara (1893-1945) y Vital Aza (1898-1942), los cuales, posteriormente también proyectaron películas. El cine Victoria (1913-1968), fue demolido en ese año pero edificado de nueva planta años más tarde, e inaugurado en 1979 hasta su desaparición en 2004; su primera sala se construyó de acuerdo con los planos del arquitecto Fernando Guerrero Strachan. Situado en la Plaza de la Merced, fue un cine de segunda clase muy popular. El 3 de octubre de 1957 estrenaron el filme El último cuplé, que estuvo cuatro meses en cartel. El Petit Palais, inaugurado el 15 de agosto de 1914, cambió en 1938 su nombre por el de Alkázar hasta su clausura en 1965; construido también según proyecto de Fernando Guerrero Strachan, estuvo situado en la calle Liborio García, donde se encuentran actualmente los almacenes Zara. En 1917 hicieron reformas para transformarlo en teatro, adaptación que realizó el mismo arquitecto, aunque se siguieron alternando ambos espectáculos. En agosto de 1931 volvieron a realizar obras que afectaron a la fachada y al interior, causadas por la instalación del sonoro y ampliación de la cabina. El cine Goya (1923-1970) fue construido bajo la dirección técnica del arquitecto Manuel Rivera Vera. Tenía dos entradas, una por la Plaza de Uncibay, y la otra por la calle Calderería –donde se encuentran hoy las Galerías Goya–. Fue uno de los cines de estrenos más populares; el primero que proyectó la primera película cantada y hablada en español, y uno de los primeros locales en instalar refrigeración. La empresa era propietaria también del Teatro Principal desde 1927 y del Excélsior desde 1937, y posteriormente, en los años sesenta, adquirió el cine París. El cine Goya fue también el primero que implantó la modalidad de sesiones matinales los domingos y días festivos. El Echegaray se inauguró el 19 de noviembre de 1932, con una gran fiesta, siendo una de las principales salas de la ciudad. El cine, después de muchos avatares, continuó su andadura, cada vez más deteriorado con el paso del tiempo; y en 2004 fue adquirido por el Ayuntamiento, quien encargó a los arquitectos, César Olano, Francisco Peñalosa y Salvador Moreno Peralta, su rehabilitación, con objeto de utilizarlo de teatro como alternativa al Teatro Cervantes. El cine Actualidades –proyectado por el arquitecto González Edo en la actual calle Calderería– fue inaugurado el 23 de diciembre de 1934. Su programación habitual solía ser de documentales, aunque también proyectaron películas con un horario desde las 11 de la mañana hasta la 1 de la madrugada. El 25 de junio de 1935 programaron un festival sobre Walt Disney que duró una semana, como leemos en el Diario de Málaga de esa fecha. Sólo permaneció abierto dos años, debido a que en 1936 arrojaron una bomba dentro del cine que dañó seriamente a la estructura del local, aunque no causó víctimas ni afectó al resto del edificio; pero los daños en el cine obligaron a su clausura definitiva. 55
Cine Alkรกzar. Fondo Bienvenido-Arenas. Archivo Fotogrรกfico CTI-UMA.
Mรกlaga Cinema. Fondo Roisin. Archivos IEFC / CTI-UMA.
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El Málaga Cinema (1935-1974), se inauguró el 31 de agosto de 1935 con el filme La hermana San Sulpicio. En este cine, el 31 de enero de 1955, se estrenó la primera película en Cinemascope: La túnica sagrada; filme que curiosamente también protagonizó la última sesión de esta sala cuando cerró sus puertas el 15 de abril de 1974. El Salón Gran Olimpia, situado la calle Córdoba, se inauguró el 4 de septiembre de 1943 y se clausuró en octubre de 1948. En este salón se presentaron todo tipo de espectáculos: circo, patinaje, boxeo, flamenco, teatro, zarzuelas… También proyectaron películas pero de una forma muy esporádica. El Albéniz, obra de González Edo, fue inaugurado el 5 de septiembre de1945. El local ha experimentado desde entonces varias reformas, pero sin afectar a su fachada. A mediados de los noventa fue remodelado y convertido en un multicine con cuatro salas. Finalmente fue adquirido por el Ayuntamiento y rehabilitado completamente. En sus salas se exhiben, entre otros espectáculos, el Festival de Málaga-Cine Español y la Cinemateca. Así pues, contando los cines de barrio: Duque, Capitol, Moderno, Plus Ultra, Rialto, Cinema España, Imperial Cinema, Excélsior, Avenida; y los inaugurados a finales de la década de los cincuenta y principios de los 60: Andalucía, 1958; Carranque, 1959; Cayri Cinema, 1958; Teatro-Cine Royal, 1959; Alameda, 1961; Monumental, 1961; Lope de Vega,1962; París, 1962; el panorama cinematográfico en nuestra ciudad –entre 1935 y 1963–, contaba con 26 salas cinematográficas. Cines de Verano Un punto y aparte fueron los cines de verano. Con excepción del cine Las Delicias (19291943), y otros de vida efímera, éstos comenzaron a inaugurarse a mediados de los cincuenta, y algunos de ellos llegaron hasta la década de los noventa. Destacamos los más conocidos y los que tuvieron una más amplia duración en el tiempo: Acacias, Terraza Alameda, Los Álamos, Carmen Cinema, Cayri Cinema, Cinema Elíseos, Cinema Las Flores, Florida, Cine La Fuente, Los Galanes, Maype Cinema, Los Pinos, Real Cinema, Trinidad Cinema; Las Palmeras, Terraza Royal, Terraza Tívoli… En la actualidad, todos estos cines han desaparecido. Sin embargo, el Ayuntamiento desde 1988 retomó la idea de los antiguos cines de verano, programando una serie de películas de forma gratuita los meses de verano, año tras año, bajo el lema “El cine de verano en tu barrio” y posteriormente “Cine abierto”. Una vez comprobada la importancia del cinematógrafo en nuestra ciudad durante aquellos años, añadiremos que hasta 1956 no se crearía la televisión en España, llegando a Málaga en enero de 1962. Todo esto propició el auge del cine y la abundancia de locales cinema57
Cine Excelsior. Fondo Bienvenido-Arenas. Archivo Fotogrรกfico CTI-UMA.
Cine Alameda. Fondo Bienvenido-Arenas. Archivo Fotogrรกfico CTI-UMA.
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tográficos. Situación que cambió radicalmente a partir de los años setenta-ochenta, debido también a los vídeos y después a los DVD, Internet y las redes sociales, que han ido cubriendo las necesidades de los ciudadanos sin tener que desplazarse fuera de sus hogares. Por otro lado, la gente joven dispone hoy de otros medios de diversión: discotecas, conciertos, etc. Todo ello poco a poco ha ido contribuyendo a la situación de crisis en la que se encuentra actualmente la cinematografía en general. Cine-Clubs en Málaga Para finalizar este rápido resumen de la cinematografía en nuestra ciudad, queremos destacar la importancia que tuvieron los cine-clubs, sobre todo para la juventud. Los comienzos datan del año 1929, aunque los más conocidos se inauguraron en años posteriores. En los años 50, en nuestra ciudad, debido a esa probada afición al cine, existía un cine-club denominado “Sociedad Cinematográfica de Málaga”. Inaugurado oficialmente el 10 de enero de 1950 fue presidido por Calixto Lozano López. Las proyecciones cinematográficas del cine-club durante ese año se celebraban en los cines Alkázar, en la sala de pruebas del Málaga Cinema –situada en la planta baja– con una capacidad para 100 espectadores, y en la Sociedad Económica de Amigos del País. El cine-club siguió su andadura en los años 1951-52 pero con pocas actividades. Vemos por la consulta de los documentos estudiados, que este cine-club estuvo muy involucrado en el I Festival Cinematográfico del Cine Español de Málaga, celebrado en nuestra ciudad del 24 al 31 de agosto de 1953, no solo a efectos de creación y organización, sino económicamente y, creemos que ello les llevó a la ruina y su posterior disolución ese mismo año. Algunos años después, el 4 de febrero de 1965 se inauguró el Cine-club Málaga, presidido por Luis Mamerto López-Tapia. Las proyecciones se realizaban en la Casa de la Cultura y se mantuvo activo hasta 1973. Este, a grandes rasgos, fue el panorama del cine en Málaga entre la segunda mitad de los años 30 y la primera de los 60. María Pepa Lara García Académica de Bellas Artes de San Telmo
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SALA de Exposiciones del Archivo Municipal AYUNTAMIENTO DE MÁLAGA
CATÁLOGO
EXPOSICIÓN
PRESENTACIÓN
ORGANIZA
Gemma del Corral Parra
Ayuntamiento de Málaga Área de Cultura
Francisco de la Torre Prados ALCALDE-PRESIDENTE
Gemma del Corral Parra TENIENTE DE ALCALDE DELEGADA DE CULTURA
Susana Martín Fernández Directora General de Cultura
TEXTOS
Antonio Lafuente del Pozo Juan Maldonado María Pepa Lara García
COORDINACIÓN
DISEÑO Y MAQUETACIÓN
COMISARIADO Y DISEÑO EXPOSITIVO
Antonio Lafuente del Pozo Sismograma
Antonio Lafuente del Pozo
Sección de Cultura Área de Cultura
MONTAJE EXPOSITIVO IMPRESIÓN
Realizaciones Dos y Media S.L.
Gráficas Urania COLECCIÓN DE CARTELES
Pilar Jiménez Caballero © de los textos sus autores © de las fotografías sus autores DL: MA 298-2015
SELECCIÓN DE SECUENCIAS Y MÚSICAS
Antonio Lafuente Juan Maldonado
ISBN: 978-84-92633-73 EDICIÓN DE VÍDEO
Modularestudio ARCHIVOS FOTOGRÁFICOS
Archivo Municipal Archivo Bienvenido-Arenas Fondo Roisin Centro de Tecnología de la Imagen, Universidad de Málaga Instituto de Estudios Fotográficos de Cataluña ROTULACIÓN
Prife