Luz y Vida 30

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Agosto de 2015

Luz y vida Parroquia de Santa Lucía, Campeche Mensaje del Vicario: P. Mario Haas ¡Les saludo con mucho afecto y cariño mis hermanos de Santa Lucía! Agosto, mes en el que terminan las vacaciones y las convivencias familiares y a la vez en el que abrimos un nuevo ciclo en la educación en el trabajo y por ende en la vida propia. Sin duda alguna, podemos iniciar nuevos ciclos en donde nos esforcemos por dejar que la Palabra de Dios vaya echando raíces en nuestras vidas y poder manifestarlo en cada una de las experiencias cotidianas que El mismo nos permite vivir. En este sentido, en nuestros proyectos de vida personal y comunitario podríamos tener presentes que cada vez que tenemos la oportunidad de entrar en contacto con el prójimo y vivir la comunión tal y como hemos estado insistiendo en nuestro plan diocesano y nuestro mismo plan parroquial. Durante este tiempo ordinario habíamos estado alimentándonos con la palabra de San Marcos y se interrumpe para iniciar la del capítulo sexto de San Juan, que durará cinco domingos. Es importante leer todo, en el contexto del discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, que recorre todos estos días. Desde el relato sobre la multiplicación de los panes y los peces, que sirve de introducción. La intención de Juan no es hablarnos sólo del pan material, sino también del hambre de Dios. Esta hambre de Dios que tenemos todos como cristianos solamente la podemos saciar con la Eucaristía. Los documentos de Iglesia describen bellamente la Eucaristía como fuente y culmen de toda la vida cristiana. En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn 14,18), una prefiguración de su propia ofrenda.


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